el dia que espana derroto a inglatera pablo victoria

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La vida del Excelentísimo AlmiranteDon Blas de Lezo y Olavarrieta -nacido en Pasajes, Guipúzcoa, en1689- constituye una de lascarreras militares más fulgurantes ymenos conocidas de España a pesarde todas sus gestas heróicas. Fueherido varias veces en combate,perdió una pierna, un brazo lo teníainutilizado y había quedado tuerto.Este "medio-hombre", como leapodaron sus contemporáneos, fuequien derrotó en 1741 frente a lascostas de Cartagena de Indias a lanueva "Armada Invencible" inglesa;

una flota de desembarco de 186navíos que sólo sería superada enel tiempo por la del Desembarco deNormandía.Un increíble acontecimientoasombrosamente desconocido enEspaña, pero recordado con orgullopor los colombianos, donde el vascoBlas de Lezo es considerado unhéroe nacional tras la gesta delSitio de Cartagena de Indias.Después de la guerra de Sucesiónespañola, Inglaterra ascendió a lacondición de primera potenciamundial: su flota era la mayor entresus rivales, había ocupado partes

del territorio de España, comoGibraltar y Menorca, y eliminado lafuerza militar de Francia. Elsiguiente paso en los planes de loscomerciantes y los aristócratasingleses era apoderarse de lasIndias españolas…En 1741, una descomunal flotainglesa zarpó con el objetivo deapoderarse del puerto de Cartagenade Indias. Si éste caía, los invasoresdispondrían de una cabeza depuente desde la que dividir elImperio y cortar las comunicacionesdel virreinato de Perú con la NuevaEspaña y con Madrid. Tal era la

fuerza de esta flota, y tan segurosestaban los ingleses de su victoria,que antes de la batalla acuñaronunas medallas para celebrar larendición de la plaza.Sin embargo, los invasores inglesesno contaban con la tenacidad y elvalor de Don Blas de Lezo y laprestancia de un puñado deespañoles que, a pesar de sersuperados considerablemente ennúmero, se plantaron ante elenemigo consiguiendo una de lasvictorias más aclamadas de lahistoria militar española.

Pablo Victoria

El día queEspaña derrotó a

InglaterraDe cómo Blas de Lezo, tuerto,

manco y cojo, derrotó enCartagena de Indias a la otra

"Armada Invencible"

ePUB v1.0minicaja 12.07.12

Título original: El día que Españaderrotó a InglaterraPablo Victoria, mayo 2005.Ilustración de portada: Combate de unafragata española mandada por Blas de Lezocontra el navío inglés Stanhope (1710).(Museo Naval, Madrid.)Diseño/retoque portada: minicaja

Editor original: minicaja (v1.0)ePub base v2.0

A los héroes peninsulares yneogranadinos que dieron su vida

por España, la Patria común;a la lealtad de los vascos, que así

también lo entendieron;a España, que tras ciento ochenta y

cuatro años de impensadaseparación, me devolvió la

nacionalidad perdida.

INTRODUCCIÓN

Me vino a la mente escribir la biografíade Don Blas de Lezo cuando, reciénllegados a España en octubre de 2001 –después de una larga trayectoria políticay académica en Colombia, mi tierra deorigen y antiguo Virreinato de la NuevaGranada–, quise buscar su biografíapara deleitarme leyendo lo que desdejoven conservaba en la memoria comouno de los episodios más apasionantesde la historia colombiana y peninsular.Me movía la impresión de que, siendoEspaña su tierra natal, aquí habría más

información sobre este heroico marinoque tanto lustre dio a las armasespañolas; sobre todo, pretendíaencontrar algo más que el simpleregistro enciclopédico de unos hechoshistóricos.

Blas de Lezo es un héroe muyconocido y querido por los colombianospues, contra todo pronóstico, defendióCartagena de Indias promediando elsiglo XVIII, cuando una flota invasorapuesta a la mar por Inglaterra pretendióconquistar la ciudad y estrangular elImperio Español en América. En efecto,el 13 de marzo de 1741 asomaba sobrelas costas de Cartagena, en el antiguo

Virreinato de la Nueva Granada, lamayor Armada invasora que Inglaterrahabía lanzado contra España. Lacomandaba el almirante Sir EdwardVernon. Los planes de los ingleses eranapoderarse de todo el Imperio Españolde ultramar, estrangulando la yugular dela ruta del tesoro americano porPanamá, sometiendo la plazaamurallada, «Llave» de las Antillas, ypenetrando hacia Santa Fe de Bogotáhasta alcanzar los ricos reinos del Perú.Era esta una nueva Armada Invencibleque, compuesta de 180 navíos, superabala de Felipe II, y quizás la mayor detodos los siglos, después de la Armada

que atacó las costas de Normandía en laII Guerra Mundial. El ejército invasorestaba constituido por 23.600 soldados(entre ellos, 2.700 hombres de lascolonias norteamericanas, comandadaspor el hermano de George Washington,futuro libertador de los Estados Unidos)y cerca de 3.000 piezas de artillería.Frente a ellos, las posesiones españolassólo estaban defendidas por 2.800hombres y seis navíos. Estaba Inglaterratan segura de su victoria, que hastamandó acuñar monedas conmemorativasdel triunfo. En ellas se leía: «Laarrogancia española humillada por elalmirante Vernon» y «Los héroes

británicos tomaron Cartagena, 1.º deabril de 1741». En dichas monedasaparecía el Almirante inglés recibiendola espada de Blas de Lezo, quien,arrodillado, la entregaba a suconquistador. Pero Inglaterra no pudolograrlo. Se lo impidió este heroicogeneral de la Armada, que tuerto, mancoy con una pierna amputada –por todo locual era llamado medio-hombre–demostró que quien los ingleses teníanenfrente era a todo un hombre y medio.Finalmente, el envalentonado agresor seretiró con su Armada desmantelada y sushombres diezmados por los combates ylas enfermedades. La derrota fue la

mayor humillación que nación algunahubiese sufrido, particularmente dada lasuperioridad de las fuerzas y lascelebraciones anticipadas de la victoria,amén de las conmemoracionesnumismáticas que se habían hecho. Porello Inglaterra escondió su derrota;ocultó las monedas y medallas; enterróen el olvido su desmantelada Armada,aunque a la muerte de Vernon se enterróa éste en el panteón de los héroesnacionales, la Abadía de Westminster,con un falaz epitafio que rezaba:«Sometió a Chagras, y en Cartagenaconquistó hasta donde la fuerza navalpudo llevar la victoria».

Por todas estas circunstancias, enColombia Blas de Lezo forma parteconstitutiva de nuestro orgullo y gloriasnacionales, casi como si lo hubiésemosadoptado como propio aun en tiemposde la República. Pero al no encontrarningún libro sobre su vida, decidí quedebía escribir alguno, pues todo lo quehabía podido reunir eran referencias deenciclopedias y escritos que, más bien,describían, aunque sucintamente, losacontecimientos en torno a la guerralibrada en Cartagena contra la Armadainglesa. Desde entonces, pocoshistoriadores han hablado del suceso.Las enciclopedias más importantes lo

mencionan en pocos párrafos y hacenuna muy breve descripción de loshechos. Es incomprensible, pero nadieha puesto de relieve la importancia quetuvo para España aquel acontecimiento,ni el grave peligro que para ellasignificó; la monumental obra Historiade España, compilada por MenéndezPidal, apenas lo menciona; tampoco lehace justicia la obra de MartínezCampos, España bélica, y casi la pasapor alto en dos páginas; mejortratamiento le da Eduardo Lemaitre ensu Historia general de Cartagena, pero,aunque enjundiosa, es una historia muylocal, de interés casi puramente

colombiano y, por tanto, de pocarelevancia internacional; Enrique MarcoDorta trata el tema y hace un importanteestudio sobre las fortificaciones de laplaza en su libro Cartagena de Indias,puerto y plaza fuerte; también narra elepisodio Juan Manuel Zapatero en LaGuerra del Caribe en el siglo XVIII, ydescribe las fortalezas que defendían aCartagena en su libro Fortalezasespañolas en América, pero, en general,la historia también quedó sepultada enEspaña, que no la guardó debidamenteen su memoria, quizás porque también laolvidó Inglaterra. Los mencionados sonlibros eruditos, de circulación

restringida, que sólo se consiguen enbibliotecas especializadas. Esto sucede,tal vez, porque los vencedores, que a lalarga fueron los ingleses –y lo digo en elsentido más amplio que pueda dársele–nunca se ocuparon de la difusión deltema por la vergüenza que en sumomento les produjo. Esto nos confirmaque la historia, por desgracia, casisiempre es escrita por los vencedores.Es un hecho cierto que, en términosgenerales, ningún español, y porsupuesto, ningún inglés oestadounidense, ha oído hablar de estetema ni de lo que allí se jugaba; tampoconingún hispanoamericano, salvo si es

colombiano. Ello significa que siInglaterra hubiese vencido en el sitio deCartagena, y aun en el supuesto de que elImperio Español no hubiese caído en susmanos, el mundo hoy tendría una máscompleta noción de aquellosacontecimientos y su relevancia militar,porque todo ello se hubiese contado enlos libros de historia patria de loscolegios y hubiese recibido ampulosotratamiento académico.

Volvamos a mis pesquisas. Lejos deamilanarme ante las dificultadesencontradas, me puse a investigar conredoblado entusiasmo en distintasfuentes, cartas, manuscritos y

documentos, hasta ir armando elrompecabezas para construir unaespecie de historia coherente, másfácilmente entendible del lectordesapercibido; del cuidadoso análisisdel Diario de Guerra del general Blasde Lezo, así como del diario del coronelCarlos Desnaux, pude intuir la trama quese va desenvolviendo a lo largo dellibro y que culmina en la ruptura finalacaecida entre el virrey Don SebastiánEslava y el heroico marino.

He intentado ajustarme lo másposible a la evidencia histórica; peroallí donde han faltado datos, o éstos hansido incompletos, he juzgado oportuno

llenar el vacío con diálogos yrepresentaciones posibles, analizadaslas circunstancias de ciertos hechos eindicios. Así, para separar loestrictamente histórico de loaproximadamente novelesco, he puestoen letras cursivas aquello quecorresponde a lo extraído directamentede los diarios y documentos, dejando enletra normal lo que ha sido de forzosaconclusión y que corresponde a lo máslógico y probable, aunque dicho yconcluido así por el autor. Los únicossitios en donde no se emplea esta reglason las oraciones en latín y algunas otrasen castellano donde no se tiene

conocimiento de las que, en realidad, seemplearon. No obstante, he queridomantenerlo todo dentro de una sanacoherencia, en atención a que la historiaes también una novela que trasciende,por mucho, la simple cronología deciertos hechos y acontecimientoshumanos.

Por ejemplo, es históricamentedesconocido quién era el llamadopaisano que espiaba para los españolesen Jamaica, ignorándose asimismo cómoobtuvo la información que fue conocidade la Corona sobre las intenciones deInglaterra. Allí me he tomado la libertadde no sólo darle nombre propio, sino de

especular sobre la idea de que talinformación fue conocida por unadelación de alguien, y ese alguien lositúo en cabeza de un hombre deconfianza (ése sí ficticio) de LawrenceWashington, el medio hermano dellibertador de los Estados Unidos, quienparticipó en la guerra contra España yluchó en Cartagena de Indias al lado delalmirante Vernon. Pero no por esto sedebe creer que tal sujeto no existió, pueses bien sabido que por aquellas épocaslos personajes de relevancia andabancon criados y asistentes de cámara.Luego, tampoco es torcer demasiado lahistoria; ni resulta torcerla en exceso

ubicar la entrevista de Washington yVernon en Jamaica, pues, aun si nohubiese sido allí, lo cierto es que enalguna parte, no conocida de la Historia,este par de hombres tuvieron quehaberse entrevistado, dada laadmiración que Washington le profesabay que se materializó con el bautizo de sucasa en Virginia como Mount Vernon.Licencias como éstas, o como que elvirrey Eslava increpara al general Blasde Lezo por llevar un diario de guerra,no hacen violencia a la historia, pues, alfinal, resulta cierto que el Virrey escribea las autoridades españolas dandocuenta que el General padecía

«achaques de escritor que le inducía elpaís o su situación». También me hetomado la libertad de corregir, enmuchas ocasiones, la versión original delos textos documentales, dada ladificultad lingüística y, en ocasiones, lamala redacción de los mismos. Hecreído más conveniente traducir allenguaje moderno lo que de suyoresultaría pesado, antiguo y hastaincomprensible. Empero, en algunasocasiones he dejado el texto sin retocarallí donde he juzgado que essuficientemente claro.

Dada, pues, la circunstancia de queInglaterra escondió la derrota sufrida

por la más grande armada puesta enaguas desde la Invencible de Felipe II,la escasa documentación, los informesfragmentarios e ignorancia histórica queexisten sobre el personaje, me hepermitido licencias que enriquecen losepisodios y dan explicación a lo que, deotra manera, permanecería en laoscuridad. El mismo tratamiento que doya la estrategia inicial del ataque contraCartagena y al cambio de planes –hechos, por lo demás, históricos–constituye una más lógica explicación deun extraño comportamiento que no hasido explicado por los historiadores queya se han ocupado, aunque de manera

superficial, del tema. De modoparecido, las desavenencias entre elvirrey Eslava y Blas de Lezo no tendríanexplicación alguna, a menos que sevieran dentro del contexto desarrolladoen el libro. Y esto tiene una tremendaimportancia, pues a tales discrepanciasno se les ha dado el tratamientomerecido, quizás por el afán depresentar la imagen de dos hombres queimpidieron, como pudieron, que elImperio cayera en manos de unapotencia enemiga.

He creído firmemente que Blas deLezo no murió por las leves heridassufridas en el combate de Cartagena. No

parece verosímil que unas astillasclavadas en su humanidad hubiesenpodido terminar con la vida de nuestrohéroe, si se toma en consideración ellargo tiempo transcurrido entre lasheridas y el desenlace fatal: del 4 deabril, fecha en que las recibe, al 7 deseptiembre, fecha en que muere; esdecir, cinco meses. Porque, si lasastillas se hubiesen infectado, creemosque la infección se habría desarrolladomás velozmente y hubiese dado cuentadel marino con mayor anticipación.Creemos más factible que fue la fiebretifoidea, desarrollada por lascondiciones del propio asedio, lo que

terminó con su vida. Es un hechohistórico que la peste cayó sobre losingleses con una severidad extrema y essumamente probable que fue la mismaenfermedad la que afectó a Lezo. Enesto, pues, discrepo de los demáshistoriadores que dan por sentado lootro como causa cierta.

Haciendo estas salvedades, el lectorpodrá confiar en que el relato esperfectamente verídico y ajustado a loshechos históricos. Ha sido, si se quiere,el fruto de armar la trama a partir desituaciones y frases tomadas de losdocumentos históricos y de recrear unpedazo de la historia de España, de sus

hombres y de su Imperio.Por último, debo dar mis

agradecimientos a las personas quecolaboraron para que esta obra fueseposible; en primer término, a Cristina,mi esposa, a quien robé interminableshoras familiares y que, pese a ello, fueparte en el estímulo recibido a buscarlos manuscritos originales de losprotagonistas; a Carmelo López-AriasMontenegro, quien mostró su entusiasmopor la idea y hasta se tomó el trabajo deleer el borrador y sugerir oportunoscambios; al padre Ernesto Cardozo,asiduo lector de la historia de América,quien preparó en diapositivas una

primera conferencia sobre el tema; alteniente de alcalde de Pasajes,Guipúzcoa, Jesús García Garde, quiennos ayudó a mejor comprender el pueblode Lezo y sugirió que Cartagena yPasajes se hermanaran, estrechando aunmás el vínculo espiritual que las une.

PABLO VICTORIATerminado en Madrid el 29 de junio

del 2003, festividad de San Pedro y SanPablo

Capítulo I

El amanecer de lasvelas

—Dadme seis barcosy me tomaré a Portobelo.

—¡Tomad once ysometed a Cartagena!

(Diálogo entre elalmirante EdwardVernon y el Parlamentoinglés)

—Hoy no es día demojar pólvora.

(Capitán SánchezBarcáiztegui en lafragata Almansa, 2 demayo de 1866)

Amanecía en Cartagena. Las nubesdispersas en el horizonte de aquel lunes13 de marzo de 1741 hacían presagiarotro día caluroso, aunque a esas horas elcielo plomizo, entrelazado con destellos

de arreboles, podía indicar la llegada dealguna tormenta tropical. Pero era marzoy la gente miraba las nubes conescepticismo porque el «riguroso de lasaguas» iba de mayo a noviembre, ya quede diciembre a marzo los vientos soplandel nordeste y se llevan las nubesamenazantes.

Los lunes en Cartagena de Indiaseran días especiales porque existía lasuperstición de que ese día de la semanasucedían hechos inexplicables; decíanque a veces salían ranas y pescados connúmeros dibujados en la piel o en lasescamas, y mucha gente se apuntaba auna especie de lotería que se jugaba en

la ciudad; los administradores de aqueljuego tenían pánico cuando un rumor deéstos corría, porque se comenzaba aapostar a aquellos extraños jeroglíficoscon rasgos de dígitos conocidos. Lospremios solían coincidir, pero no sesabía si por trampa o casualidad, nitampoco si las ranas o los pescadoshabían sido tatuados por humanos o si eltatuaje provenía de algunapredistigitación de orden genético. Esedía mucha gente ganaba y los dueños dela lotería perdían. Las autoridadesgastaban ingentes cantidades de tiempotratando de averiguar si, finalmente, eranlos administradores los que «cargaban»

los números extraídos, o si era unacombinación que los propietarios deljuego hacían con los avivatos de la calleen orden a enriquecerse más de lodebido.

Los lunes, la gente notable yadinerada aprovechaba para dormir unpar de horas más que de costumbre, puestrataba de reponer la «levantada» o la«trasnochada» de la Misa de las tres dela mañana del domingo —a la que se ibapara escapar del calor aumentado porlas aglomeraciones—; la pereza de loslunes se hizo proverbial y no habíaquien, de alguna distinción, no laexhibiera para ser asimismo reconocido.

Este trópico producía tales cosasextrañas. Y ese domingo no había sidouna excepción en aquella catedral quetenía ya más de siglo y medio de habersido construida; la ceremonia había sidoparticularmente larga porque seconmemoraba, con un día deanticipación, el primer aniversario de laincursión que el almirante Vernon habíahecho a la Ciudad Heroica y se temíaque, aparte de la segunda efectuada el 3de mayo del año anterior, hubiese unatercera.

De allí que aquella Misa tuviesetanta significación en la mente de loscartageneros; es más, en todas las

iglesias de la ciudad se estabancelebrando rogativas para que se libraraa aquel puerto de tan terrible flagelo,pues era cosa sabida que ya Españaestaba en guerra con Inglaterra.

Los cartageneros recordaban que elataque de Pointis a la ciudad se habíaefectuado un día 13 de abril; 13 tambiénhabía sido el día del primer asalto deVernon cuarenta y tres años después; ¡yeste domingo de rogativas en la Catedralera vísperas de otro fatídico lunes 13!Para colmo de males, la ciudad habíasido fundada por un «pleitista», DonPedro de Heredia, quien en lance aespada con seis adversarios, había

quedado mutilado de su nariz; o por lomenos le quedó tan maltrecha, que fuemenester su reconstrucción por parte deun famoso médico que ensayó hacerleinjertos de su antebrazo:

Hablándole, miraba lajuntura,

y al fin me parecíancontrahechas

según manifestaba suhechura

por ser amoratadas y malhechas.

Tal era la coplilla que desde 1536

se cantaba del fundador. Por eso alguientambién había espetado en la Catedral aalgún vecino y próximo de banca: —¡Vivir en esta ciudad es una locura!

—¡Cómo no —le contestó el vecino—, si el «mocho» la fundó por lascapitulaciones de Doña Juana la Loca!¡Qué locura! ¡Qué riesgo! —dijosacudiendo la mano como subrayando elacontecimiento.

Y entre aquellos dos anónimospersonajes, en medio de la solemnidaddel ritual tridentino, se fuedesarrollando una conversación amanera de sordo susurro: —¡Quésalación, sí señor! Pero yo he tomado

precauciones y he despachado lo pocoque tengo a Mompox; mi padre lo hizo alomo de recua cuando lo de Pointis ylogró salvar buena parte de lo suyo. Haymucha gente que ya lo ha hecho comoaquella vez…

—Bueno sí, pero al jesuita Genellile sacaron veinte mil coronas de oro,Pointis se alzó con nueve millones y lospiratas sacaron millón y medio más; asíque no todos fueron precavidos. Yotambién he hecho lo propio, por siacaso… Las monjas han organizadovarias caravanas hacia Mompox con loscaudales de la ciudad… En la ciudad,pues, se respiraba ese aire de

intranquilidad que llegaba hasta laspuertas de la Iglesia. La catedral deCartagena había sufrido grandes dañosporque, en uno de los tantos asaltos, elpirata Drake destruyó tres de sus arcospara conminar el pago de rescate de laciudad y sólo en 1612 concluyeron lasobras de restauración que fueroniniciadas merced a una limosna de dosmil ducados del propio rey, Don FelipeIII. Pero aquella Misa había sidoparticularmente larga, tras la homilía yprocesión solemne del Obispo, DonDiego Martínez Garrido, por tambiénestarse celebrando aquel día la fiesta deSan Gregorio Magno, a quien Inglaterra,

ahora en guerra con España, debía suconversión.

El obispo Martínez se habíadetenido extensamente en los detalles dela conversión de tan impía nación y sedolía de que su obra se hubiese perdido«por la lujuria de Enrique VIII, que elDiablo tenga en su cueva»; ahora, decía,la amenaza sobre este importante puertode los dominios españoles en ultramardebía convocar a sus gentes a no bajarla guardia y a rogar a San Gregorio,Papa —por cuya intercesión se esperabaescapar a la amenaza—, a derramar susbendiciones y protección sobre laciudad.

En el sermón, el Obispo fueprolífico en mencionar los másabultados pecados de los cartageneros,por los cuales podrían ser castigados;mencionó, de paso, los incidentesacaecidos a finales del siglo anteriorpor la desunión del pueblo en torno a lafigura de su Obispo, Don MiguelBenavides y Piédrola, y cómo la ciudadhabía sido castigada con el saqueo a quefue sometida por el marqués de Pointis.

También mencionó la inmodestia desus mujeres, cuyos livianos ropajescausaban escándalo. Tronó el preladocontra la «pollera» que llevaban lasespañolas, una especie de falda que

pendía de la cintura hecha de tafetán ysin forro, que en los días luminososdejaba transparentar las formasfemeninas. ¡Y no se diga cuando algúnaguacero las cogía en la calle! Entonces,sí que la pollera se pegaba al cuerpo yproducía más escándalo, porque hasta laropa interior se transparentaba.Reconoció, sin embargo, que el calorque se sentía compelía a usar aquellasfaldas sin forro ni fondo, pero que noera excusa válida para que las mujeresanduvieran semidesnudas por las calles.Recomendó el prelado usar sobre lapollera —si era que se quería prescindirdel forro o no usar el fondo— la

basquiña de distinto color que, comouna especie de malla, mejor encubría lastransparencias sin sofocar a las damas.Don Diego recabó también en loszapatos y recomendó que para ir a laMisa no se hiciera en chinelas con el piedesnudo, así se llevara tacón, sino quese usara el zapato cerrado como enEuropa. Para eso la Misa se decía a lastres de la mañana, hora en que la brisasoplaba más fresca.

Una encopetada dama que estaba allípresente, volteándose a su marido, ledijo en voz baja, mientras se abanicaba:—En la Epístola se ha dicho: «Nohagáis pesada vuestra autoridad sobre

los que os han cabido en suerte», y estecura no parece reparar en que laschinelas son más cómodas y que todo elmundo las usa.

Además, en la Catedral la brisa nosopla.

—Sí —contestó el marido—, peroen el Evangelio de hoy también se hadicho: «todo cuanto ates en la tierra,será atado en los cielos», así que nocuestiones al Obispo, que no escualquier cura; ven a Misa con zapatos yya está. Y en cuanto a la brisa, ventílatecon el abanico.

Luego, el Obispo la arremetió contrala promiscuidad de los varones que no

perdonaban doncella e irrespetaban sushogares teniendo queridas en losarrabales y concubinas en losdespoblados y villorrios de la zona.Finalmente espetó: —¡Cartagena serácastigada —dijo— si no enmendáisvuestras licenciosas costumbres!¡Ampárenos aquel santo Papa de talesinfortunios! Y concluyó: —Ave MaríaPurísima.

—Sin pecado concebida —respondió el pueblo, a lo cual siguió elCredo que, cantado en el idiomauniversal del catolicismo, resonó enaquellas paredes de gruesa mamposteríacomo el himno de la cristiandad contra

los infieles.—Eso de sacar los caudales está

bien, pero la plata hay que custodiarlacon tropas que se necesitan para ladefensa —continuó uno de losinterlocutores.

—¡Ajá, y qué le vamos a hacer! —respondió el contertulio—. ¡No me dirásque vamos a quedarnos aquí comomaricas esperando a que los inglesesnos jodan! —¡Shhh… que viene laelevación! —dijo mientras sonaba lahabitual campanilla.

La gente tomó la comunión derodillas y en la lengua, comocorrespondía a aquellos tiempos menos

profanos, aunque el ánimo espontáneo ydesprevenido de estas gentes caribeñasse hacía notar en el desenfadadolenguaje empleado aun en las mássolemnes ocasiones; en efecto, loscartageneros, como buenos hijos de lasmás cálidas tierras del norte de la que eshoy Colombia, hacen toldo aparte de losmás solemnes y circunspectos habitantesdel interior del país; en ese interiordonde los Andes forman sabanas ymesetas de alturas insospechadas paralos europeos, quienes todavía se quedanadmirados que en semejantes fríos yremotos parajes pueda existir la vidahumana. Tal era la ambición que por

aquel entonces tenía el nuevo virrey,Don Sebastián de Eslava, quienpretendía estar al frente de unaadministración más sosegada que, sinduda, estaba en aquellos páramos dondese asentaba la muy noble Santa Fe deBogotá, tan distante en tiempo deCartagena de Indias como ésta lo estabade España.

Deseaba estar allí porque le habíandicho que el clima era más favorable ybenigno, aunque habían omitido contarlelas noches gélidas sabaneras y lasheladas de enero bajo los cielosdespejados del altiplano.

—¡Ah…, quien pudiera largarse de

este calor y humedad infernales que todolo maltrata! Hasta la carne se daña,¡joder!, no importa cuanta sal se leeche… ¡La única que dura es la queviene en salmuera de España, pero conesta guerra de mierda, ni eso llega! —había dicho una y otra vez el Virrey.

Así, la primera autoridad delVirreinato, constantemente se quejaba detodo, desde la escasez de carne hasta laescasez de siembras y esterilidad de latierra. «Aquí no hay pastos», decía, «nisiquiera para mantener cuarenta reses.El maíz, que es el alimento común, noabunda porque estas gentes no siembranni hacen más cosecha que la que

necesitan sus esclavos y familias.Además, la venida de la escuadra de

Torres nos ha puesto en la mayorestrechez y miseria, porque ha sidomenester proveerla de todo lo que habíaaquí para abastecerla de tres meses…».

—Domine, non sum dignus… —repetían tres veces los fieles y se dabanlos correspondientes golpes de pecho…

—¡Hombre, y de paso los españolesnos mandan a este cojo cabrón para quenos defienda! —susurró el másparlanchín de los contertulios.

—¿El patepalo? —Sí. ¡Y de conteramanco y tuerto! —remató.

—¡Esta ciudad es muy salada!

¡Quién sabe qué estarían pensando esosmaricas peninsulares! ¡Que esta ciudadse defiende con un lisiado! ¡No joodaa!—exclamó, alargando la última sílabacon ese peculiar acento caribeño quesiempre aspira las eses finales de lasletras, aunque con menos corte que losandaluces. Y en cuanto a lo de maricas,en la costa de lo que es hoy Colombia,desde hace siglos se emplea ese vocablocon la acepción de tonto o imbécil.

—El Felipe V ése… ¡es un«güevón»! — respondió de maneracoloquial, con la misma acepción.

—Es un tipo raro. Eso dicen. Pareceque está loco.

—De remate. Que se deja crecer lasuñas como una vara y no se baña. Queanda todo desgreñado y se caga en lacama…

—Y eso no es todo. Dicen que elRey comienza a aullar a partir de lamedianoche hasta la madrugada…Estamos bien jodidos.

Y alguien más terció en laconversación en voz baja: —Podrá serun rey maluco. Pero no se dejó joder deCarlos, el otro pretendiente al trono. Sedefendió teso… Por algo habrá mandadoal cojo Lezo —contestó en un tono másalto, empleando aquella palabra «teso»,favorita, para los lugareños, que

significa con tesón, con ahínco.—Señores —dijo una señora

incómoda — aunque el Rey no aúlle,sino que ladre… por favor, respeten,que estamos en Misa.

—Dominus vobiscum —exclamó elobispo Don Diego Martínez.

—Et cum spiritu tuo —contestaronlos feligreses y se pusieron de pie,dándole una mirada de pocos amigos aquien había osado interrumpir aquellaviva conversación.

Después del Ite, Missa est hubosolemne procesión alrededor de laCatedral y, entre lo uno y lo otro, losfieles se fueron a sus casas alrededor de

las cinco y media de la mañana de aqueldomingo 12 de marzo.

Había sido, en realidad, una largajornada.

—Oye, cuadro —dijo algún feligrésa la salida de Misa en su habituallenguaje—, aquel Vernon es un cobarde,¡no jooodaa! ¡Salió corriendo cuando lemandaron la Armada! ¿Tú sí crees quevuelva por aquí? —Mientras esto tengade lo que ellos quieren, claro quevolverán —respondió el aludido.

Por eso, aunque todo el mundo sabíael qué, nadie sabía el cuándo, pero todosse aprestaban a recibir una tormenta quepronto, más pronto de lo esperado,

llegaría a aquellas fortificadas costas.

Cuando a las nueve de la mañana dellunes 13 apareció la primera vela porPunta Canoas como un punto casiirreconocible en la lejanía de un martambién plomizo, los catalejos de laciudad de dirigieron a identificar lanave que se acercaba, con la ansiedadque por aquel entonces suscitaba el quefuera un navío pirata, o una nave deguerra, y no un navío comercial. Era

moneda corriente que Inglaterra habíadeclarado las hostilidades a España dosaños antes y que las dos incursiones deVernon, aunque causaron estupor, nohabían sido más que bravuconadas a lasque Blas de Lezo había salido al pasodemostrando que con su pequeñaescuadra de seis buques podía ser unmeritorio defensor de la ciudadamurallada.

Confiaban en que los ingleses habíanaprendido la lección. Algunos pocos, sinembargo, pensaban que aquellasincursiones, iniciadas el 13 de marzo de1740 y el 3 de mayo del mismo año,podían ser tanteos de las defensas para

caer sobre Cartagena con una fuerza aunmayor.

Entre ellos estaban Don Blas deLezo y el virrey Eslava.

En efecto, en el primer ataqueVernon se había mantenido a unaprudente distancia de la Plaza, desdedonde estuvo bombardeando susdefensas exteriores entre el 13 y el 21de marzo de 1740; pero fue obligado aretirarse cuando Lezo desmontó de sunave capitana un cañón de dieciocholibras que, emplazado en tierra, alcanzócon varios disparos a los ingleses.Vernon había probado que sus cañones,disparados desde el Mar Caribe contra

la ciudad, no llegaban ni a la playa; elmar era demasiado pando como paraacercarse mucho. Cartagena, pues,presentaba una defensa naturalinsalvable, a menos que se la atacarapenetrando la bahía interior. Pero dosformidables fuertes cuidaban a amboslados su boca de acceso.

En la segunda intentona de mayo, yacon efectivos más considerables —Vernon traía trece navíos de línea y unabombarda, a diferencia de los ocho delínea, dos brulotes y un paquebote de lavez anterior—, el osado almirantetambién se había visto precisado a laretirada ante una emboscada marítima

tendida por el almirante español y en lacual su flota recibió serios daños. DonBlas de Lezo había permitido que losbarcos enemigos se acercarantemerariamente a la primera línea dedefensa y, sorprendiéndolos por laretaguardia, emplazó dos líneas denavíos en cuyo campo se tendieronfuegos largos y cortos; Vernon intentópenetrar en la bahía interior a través deBocachica, pero las cadenas que allíhabía mandado a colocar Don Blas deLezo se lo impidieron. El primer buquequedó encallado contra las cadenassubmarinas, obligando al segundo avirar y a esquivar el choque, pero yendo

a parar de proa contra las cadenas. Allílos dos buques recibieron el castigofenomenal de los fuertes San Luis y SanJosé, a ambos lados del estrecho.Alguno giró como un trompo.

Se zafaron como pudieron y echaronmarcha atrás, pesadamente, encajandomuchos tiros que desarbolaron buenaparte de sus velámenes, hasta el punto enque tuvieron que ser remolcados a altamar. De los buques que los precedían,otro más fue desarbolado por laartillería naval; otro sufrió daños en elmastelero de gavia y otro más se fuehaciendo agua por los impactosrecibidos muy cerca de la línea de

flotación con los fuegos cortos.Pero este marino no albergaba dudas

de que, por erróneo que hubiera sido elcálculo británico sobre las defensas dela ciudad, Inglaterra se precipitaría conuna mayor fuerza para conquistar laestratégica Cartagena, entonces llamadala «llave» de los reinos del sur delcontinente. Vernon se retiraba, esta vezcon el rabo entre las piernas, perovolvería, y con muchas más fuerzas,ahora que ya sabía de lo que secomponían las defensas.

Desde la casa del Marqués deValdehoyos, situada en la Calle de laFactoría, se divisaba mejor aquella

primera vela de lo que parecía ser unbergantín, por lo que variosrepresentantes del gobierno local, alpercatarse de la todavía lejana visita, sedirigieron a la casa del Marqués asolicitar paso franco; pretendían subir almirador que descollaba sobre el tejadoy dirigir los catalejos al horizonterevelador. Estos miradores habíantenido su origen en las culturas delCercano y Medio Oriente y con ellos seobtenía un gran dominio visual, ademásde brisa fresca. En Cartagena, talesmiradores habían llegado de Cádiz yéste, en particular, contaba con untejadillo que resguardaba a sus

visitantes de un sol canicular.La casa del Marqués, conservada

hasta el día de hoy, tenía en la plantaalta un amplio balcón de madera quedaba sombrío y frescura a un gran salónadornado con un rico artesonadomudéjar; era su portada regia, de piedralisa, coronada con un precioso dintel;abríase la portada a un espacioso zaguánflanqueado por escaños de piedra, cuyotecho era un corredor que comunicabalos entresuelos de lado y lado donde seguardaban las mercancías.

Pasado el zaguán se entraba alvestíbulo a cuya derecha estaba laescalera que conducía a la planta alta y

la puerta de entrada a las habitacionesdel portero. A la izquierda se alzabasobre el vestíbulo la balconada de losentresuelos.

Posteriormente estaba el patiointerior enclaustrado con arcos de mediopunto; por uno de sus lados corríanbalconadas abiertas a la brisa fresca delmar. Más allá del patio principal seencontraban las habitaciones de lossirvientes y esclavos de la casa y, traséstas, un enorme traspatio quecomunicaba con una huerta. En elvestíbulo de la planta alta, según se subepor la escalera, se alzaba la alacena quecon rejillas de madera, a guisa de

puertas, albergaba las tinajas con aguasiempre fresca. El Marqués vivíaopulentamente de las rentas que ledejaba el negocio de esclavos ymercaderías, especialmente harinas.

Valdehoyos confiaba en que la velacatada en el horizonte no procedería deuna tercera incursión de Vernon, sinoque la Flota de Galeones se habíaadelantado a visitar el puerto; yaentretenía cábalas sobre la cantidad deharina, aceite de oliva, vino, ropa, telas,hierro y otros suministros con los queesperaba abastecer sus mercadoslocales y los de la distante Santa Fe deBogotá. Y nada había más irregular que

aquella flota que, sin fecha fija departida ni llegada, zarpaba de Españapor primavera y otoño, cruzaba elatlántico en unos cuarenta días, hacíaescala en Puerto Rico o Santo Domingo,y luego se dividía en dos; una mitadhacía escala en Portobelo, en el Istmo, yluego se abrigaba en Cartagena, adondepermanecía a veces meses esperando elaviso de la llegada a la ciudad dePanamá, por el Pacífico, de las navesprocedentes del sur, particularmente deChile y del Perú. Llegado el «Navío deAviso», esta mitad de la flota partía deCartagena hacia Portobelo, cargaba lasmercancías allí transportadas por tierra

desde la ciudad de Panamá, al otro ladodel Estrecho, regresaba a Cartagena, sereabastecía de víveres y levaba anclashacia España, no sin antes hacer otraescala en La Habana. La otra mitad de laflota, durante el tiempo de espera, se ibahacia el puerto de Veracruz, y aguardabaa volverse a encontrar en La Habana conlos galeones de Cartagena para luego,así reunidas, marchar escoltadas haciala Metrópoli antes de surcar los marespor la ruta que los ingleses conocíancomo el Spanish Main, la cálidacorriente marina —una especie de víaen el Mare Nostrum hispánico— que lospeninsulares aprovechaban para llegar

más pronto a la lejana Cádiz.—A lo mejor —también pensó

Valdehoyos— es el bajel de lasDanaides que se aproxima con otrocargamento.

Éste era el nombre por el cual losespañoles habían bautizado el «Navíodel Asiento» inglés que, según seconvino en el Tratado de Utrecht, nodebía sobrepasar las seiscientastoneladas y cuya mercancía no deberíavenderse sino en tiempo de feria, unavez cada año. El nombre hacíareferencia al mitológico tonel de lasDanaides, que no se llenaba nunca, yeste navío, llamado también de

«Permiso», el permiso de traer negros aAmérica, al revés del tonel, tampoco sevaciaba, dado el volumen decontrabando que traía.

Así, los ingleses habían ideado unsistema por medio del cual se introducíael contrabando a los dominiosespañoles; consistía en que el barco delAsiento hiciera escala en Jamaica sopretexto de refrescar a los hacinadosnegros, para luego reembarcarlos enpequeños lotes y, confundidos conmercancías de todo tipo, distribuir elcargamento por los puertos de Veracruz,Caracas, La Habana, Portobelo, Panamáy Buenos Aires. De esta manera

burlaban lo dispuesto por lasautoridades españolas de que el puertoúnico de desembarque fuese Cartagena,lugar donde se llevaba un estrictocontrol de la mercancía humana; elmayor temor de España era queInglaterra pudiese introducir negros aAmérica que ya hubiesen sidocatequizados por los protestantes.Además, España recelaba de la burla delas seiscientas toneladas máximasautorizadas, ya que estaba al tanto deque Inglaterra enviaba distintos bajelesde variado y superior tonelaje a lospuertos americanos, muchas veces conla complicidad de funcionarios venales

y corruptos. La astucia de los asentistasnegreros fue inimitable y no hubo delitoni triquiñuela que no se ensayara otolerase.

(Texto de la imagen) La ruta de«Los Galeones». Muestra la posiciónimportante que Cartagena tuvo duranteel régimen colonial como puerto deescala y abastecimiento de la célebreArmada de Galeones. (Tomado de «Thestory of St. Augustine», 1975.)

El tratamiento que recibían losnegros por parte de los traficantesingleses y holandeses no podía ser másbárbaro; venían aherrojados concadenas, después de cazarlos como aanimales en el África Central; eranconducidos a Cacheu, a la isla de CaboVerde, San Pablo de Loanda, SãoThomé, San Jorge de Mina y ladesembocadura del Zaire, desde dondelos embarcaban con destino a lasAntillas, el Norte y el Sur de América.Los holandeses se surtían de estos tresúltimos puntos, principalmente,transportando a sus negros a su factoríaen Curaçao, bajo el monopolio de la

Compañía Holandesa de las IndiasOccidentales. Los ingleses, en cambio,almacenaban sus negros en la isla deBarbados y Jamaica. Desde mediadosdel siglo XVII, el comercio de negros enel Caribe fue organizado a través decompañías de almacenamiento ydistribución, y el circuito completoinicialmente se llevó a cabo a través dela Compañía de Reales Aventureros delComercio Inglés con África, fundada en1660 por el duque de York, hermano delrey Carlos II. La habilidad holandesa,sin embargo, hizo que esta compañíafracasara en 1667, pues los plantadoresingleses mantenían negocios directos

con los holandeses, evitando laCompañía de Reales Aventureros. Estarivalidad ocasionó no pocas fricciones yguerras entre holandeses e ingleses porel predominio del tráfico negrero en elCaribe.

En Cacheu y Cabo Verde, por logeneral, se negociaban los negrosprocedentes de Senegal, Gambia,Guinea, y Sierra Leona para lasposesiones españolas, por ser éstos losmás estimados debido a su resistencia,alto precio, buena fisonomía, alegres yde «buena ley», según decían. Elproceso de un esclavo se completabacon el marcado de la carimba. Consistía

en marcar al individuo en distintaspartes del cuerpo, usualmente en elpecho, la espalda, o la molla del brazo,con un sello de metal calentado al rojovivo que llamaban carimba. Losesclavos recibían dos marcas: elmonograma de los asentistas, lo cualindicaba su procedencia, y la coronillareal, que indicaba que había sidolegalmente introducido y los impuestospagados. Por lo general, esta marca nose hacía sino pasados treinta días, paraevitar pagar el impuesto por aquellosque morían. En comparación, de Loandavenían los batús (angoleses ycongoleses), que eran menos resistentes,

más baratos y los que más fácilmenteperecían a causa de enfermedades y aquienes se marcaba con la coronillamuchos días después de pasados losrequeridos treinta.

Los esclavos negros eran luegoechados en las terribles prisiones de lospuertos de asiento, abandonados a supropia miseria, mal alimentados, enmedio de una suciedad inverosímil yamarrados de seis en seis, con argollaspor los cuellos y de dos en dos congrillos en los pies. Así eran embarcadosdebajo de cubierta, sin que pudieran verni el sol ni la luna, ni recibir la suavebrisa del mar; allí hacían sus

necesidades y era tal la hediondez,cuando abrían las compuertas, que nohabía español que no se conmovieraante el espectáculo. Lo único quegarantizaban los ingleses era queaquellos infelices no estabancontagiados de viruelas.

Los fatigados y sudorososfuncionarios cartageneros, impulsadospor el sobresalto que les producían lasvelas en el horizonte, subieron las

empinadas escaleras que los conducíanal mirador de la casa del marqués, queya por la época mantenía unesplendoroso patio interior confrondosos árboles que eran la deliciapara todo aquel que entrase de lasusualmente soleadas y calurosas callesde Cartagena de Indias. Al llegar almirador, se sintieron liberados delhúmedo calor por la fuerte brisa que allísoplaba. Era el mismo golpe de brisaque se experimentaba al subirse a lasaltas y gruesas murallas que protegíanla ciudad, pero que, al mismo tiempo, lasofocaban impidiendo la librecirculación del viento marino por sus

calles. Por eso, al caer la tarde, muchoshabitantes accedían las escaleras de lasmurallas y se sentaban a conversar odaban agradables paseos por los sitiosque las autoridades permitían y queeran, usualmente, aquellos que nocomprometían sus defensas.

No habían terminado losfuncionarios de disfrutar el primer golpede brisa cuando los catalejos yadivisaban la segunda vela que, conviento de popa, se hinchaba en ladistancia y parecía seguir en fila india elprimer buque, sin banderas querevelaran su origen. Aun con ellas,hubiera sido todavía difícil discernir la

nacionalidad del navío, y mucho menossi era de guerra o mercante. En todocaso, no parecía español.

Las recientes noticias tenidas dePortobelo hacían augurar que nadabueno venía a Cartagena, una ciudad quedurante siglos había soportado losasaltos de los piratas y la codicia delimperio que rivalizaba con el de Españapor el predominio del mundo: el;inglés.Pero tampoco se trataba de alertar, ymucho menos asustar, inútilmente a lospobladores de tan nobilísima y heroicaciudad como cuando en tiempos delGobernador Murga, hacia 1631, unascabras que triscaban en el cerro de San

Lázaro, próximo a la ciudad, fueronconfundidas con invasores y se dio unafalsa voz de alarma. Desde entonces sevio la necesidad de fortalecer aquelpromontorio que dominaba la ciudadconstruyendo un castillo al que se llamóSan Felipe de Barajas y que fueconcluido el 12 de octubre de 1657. Laidea era que ni cabras ni enemigospodrían, impunemente, volver aacercarse a la Ciudad Heroica, aunquelos franceses habían demostrado en1697 que no era del todo inexpugnable;eso había motivado la elaboración de unsistema de defensa que rodeaba elcastillo San Felipe de formidables

baterías que, aunque no se habíanprobado irreductibles todavía,mantenían en una relativa tranquilidad alos cartageneros.

Por eso aquel lunes 13 de marzoamaneció como cualquier otro lunes: sinafanes ni preocupaciones a la vista,como no fueran los del diarioacontecer y la consabida búsqueda denúmeros en los peces y batracios que,como oráculos biológicos, predecían losgolpes de suerte y los súbitosenriquecimientos. Las noticias de que laescuadra del general Rodrigo Torresestaba en Santa Marta, procedente de LaHabana, eran alentadoras, pues también

se sabía en los mentideros de la ciudadque en Jamaica había cundido el pánicocuando se tuvo noticias de su llegada aCuba; tanto que Vernon había zarpado yevitado todo contacto para no dejarsecoger por sorpresa ni presentar batallacon una formidable escuadra que, unidaa la de los franceses, comandada por elmarqués d’Antin, presentaba una temiblelínea de fuego. Era un alivio pensar queen ese momento Francia se habíaconvertido en aliada de España por loslazos familiares que unían a las doscasas reinantes.

Sin embargo, la realidad era otra. Elvirrey Eslava, aunque Lezo lo

ignoraba, sabía perfectamente que yaTorres había abandonado Santa Marta alno concretarse ningún ataque de Vernony ahora estaba en La Habana, secretoque guardaba celosamente para nodespertar temores y confiando en que, encaso de ataque, un correo lograríatraspasar las líneas enemigas paraavisar al Almirante; por otra parte, laflota francesa había regresado a Europaal no encontrar bases de suministros quele restituyeran sus menguadas reservas.La alianza hispano-francesa, motivadapor el ascenso al trono del Duque deAnjou, nieto de Luis XIV, ahora FelipeV, no iba a proveer alivio a una ciudad

amenazada por el formidable podernaval británico.

La escuadra de Vernon había salidode Inglaterra tres meses antes de sudeclaratoria de guerra del 23 de octubrede 1739 y, como fiera al acecho, sehabía precipitado, con poco éxito, sobreLa Guaira un día antes y luego sobrePortobelo, plaza de la que se apoderó el22 de noviembre. Fue el americano elprimer Pearl Harbor de que se tuvonoticia. Debido a la amenaza, elglorioso y hábil general de la armada,Don Blas de Lezo, había sido destacadopor España desde 1737 comocomandante de los ejércitos de mar y

tierra en Cartagena de Indias paracompletar las defensas de una ciudadque, se sabía, sería el blanco primordialdel esfuerzo británico por cortar layugular de la garganta española.

Por esta vez no se trataba de cabrasni delfines. Desde la casa del marqués,tres catalejos oteaban nerviosos elhorizonte cuando vieron aparecer latercera vela en la misma fila india de loque, ya no quedaba duda alguna, erandos navíos de sesenta cañones queacompañaban al bergantín. Corrían lasnueve de la mañana, según lo anotaríaLezo en su diario de a bordo. Ahorapodían adivinarse las intenciones, pues

los dos navíos viraron a estribor comoqueriendo hacer una exhibición de suenvergadura; luego giraron a baborhacia la ensenada de Punta Canoa ahacerle compañía al bergantín; allífondearon hacia medio día como dandoespera, quizás, al resto de la Armadaque todavía no se divisaba, pero que enpoco tiempo colmaría el horizontecomo si fuese un bosque flotante en elmar.

Capítulo II

Cartagena sitiada porla otra Armada

Invencible

¡Patria! Por tisacrificarse deben

bienes, y fama, ygloria, y dicha, y padre,

todo, aun los hijos, lamujer, la madre,

y cuanto Dios en subondad nos dé.

Todo, porque eresmás que todo, menos

del Señor Dios laherencia justa y rica:

hasta su honor elhombre sacrifica

por la Patria, y laPatria por la Fe.

(Julio Arboleda)

Quienes observaban aquellas

maniobras que desde muy temprano serealizaban, sabían perfectamente que laensenada no podía ser el destino final,ni que ésa era toda la flota, pues seconocía que Bocachica era el únicopunto por donde podría entrar laArmada, cualquier armada, haciaCartagena; el otro posible paso, el deBocagrande, había sido imposibilitadomediante la construcción de un invisibledique bajo el agua, o escollera, comoparte de las defensas de la ciudad. Estohabía sido facilitado por el hundimientode las naves portuguesas de RodrigoLobo da Silva el 17 de marzo de 1640 yla construcción de cajones de madera

que posteriormente fueron hundidos paraque la arena se fuese apilando hastacerrar el acceso; ello obligaba a losbuques de gran calado a pasar por unasola puerta de entrada hacia la bahía,Bocachica, la cual podía cerrarse pordos inmensas cadenas que Don Blas deLezo había ideado dos años antes paradetener el acceso de cualquier buquehostil; así quería evitar que volviera aocurrir lo del barón de Pointis,encargado por Luis XIV de tomarse aCartagena, cuatro décadas antes. Enrealidad, el Barón había penetrado labahía de Cartagena sin dificultad pocodespués de rendir el castillo San Luis

que defendía la entrada de Bocachica yaquello tenía que ser una lección quedebía aprenderse con premura. Por suparte, el general Blas de Lezo habíatomado la idea del mismo sistemaexistente en la pequeña bahía de supueblo natal, Pasajes, Guipúzcoa,cadena que se levantaba para defenderel poblado de piratas y corsarios.

¿Cuántas naves eran en total? Eradifícil presentirlo, o aún saber concerteza de lo que se trataba aquello,pero el funcionario de mayor rangoordenó a su subalterno dar un parte dealarma general al comandante de laguarnición acantonada en el Fuerte de

San Felipe y por su conducto al virreyEslava que, a la sazón, permanecía en elbaluarte urbano de La Merced y quien,ante la apremiante situación, seríaavisado con un cañonazo disparadodesde el mismo San Felipe. Esto no fuenecesario, pues, antes de que se pusieraen marcha la estafeta, ya el disparohabía retumbado por la ciudad dandocuenta de que algo terrible se avecinaba.A los dos minutos el fuerte de SanMatías situado en Punta de Icacosrespondía, con otro cañonazo, queestaba alerta a cualquier eventualidad yque también se había percatado de lapresencia de las extrañas naves. A estos

disparos respondieron los fuertes deSanta Cruz de Castillo Grande, o CruzGrande, y de Manzanillo que, situados eluno frente al otro, bloqueaban, como unsegundo anillo defensivo en el interiorde la bahía, el acceso al puerto deCartagena. Unos minutos más tarde sealcanzaron a oír en la lejanía losdisparos de los fuertes que guardaban laúnica entrada a la bahía por Bocachica,el castillo de San Luis y el baluarte deSan José, que con sendos disparos decañón, también avisaban del peligro quese avecinaba. Pero no sólo avisaban delpeligro, sino que advertían a Vernon quela toma de Cartagena no iba a ser,

precisamente, un paseo dominguero.El despliegue de las banderas

británicas en la ensenada fue suficientepara que se diese la consabida voz:

—¡¡¡Flota enemiga a la vistaaa!!!Aquel grito del vigía mayor de la

muralla fue repetido a lo largo del murodefensivo que rodeaba la ciudad; fuerepetido en las garitas, los baluartes y,finalmente, en todas las calles deCartagena por cuanto transeúnte tuvo abien advertir a sus vecinos del inminentepeligro. Las campanas de las iglesias,echadas a vuelo, eran la otra señalindiscutible de la inminencia delpeligro. Ahora en los catalejos se hacían

discernibles las banderas de la marinade guerra británica que acababan deizarse sobre los mástiles.

—¡Templad las cadenas! —ordenóel castellano Don Carlos Suillar deDesnaux, coronel de ingenieros, quientenía a su cargo la defensa del castilloSan Luis que guardaba la entrada porBocachica.

—¡Templad las cadenas! —fueronrepitiendo la orden a lo largo de la líneade mando hasta que, finalmente,comenzaron a girar el enorme carretelsobre el cual se iban envolviendolentamente las dos gruesas cadenas queDon Blas de Lezo había dispuesto para

cerrar el primer anillo de las defensasque protegían el acceso a la bahía deCartagena y que, amarradas al baluartede San José, al otro extremo, constituíanun difícil obstáculo a cualquierpenetración.

La confusión fue general. Los gritos,rumores y comentarios se oyeron pordoquier. Las gentes abrían las ventanasde las plantas superiores de lasviviendas y edificaciones para ver, a ojopelado, qué estaba sucediendo en aquelsiniestro horizonte. Era en vano, pueslos tejados vecinos impedían una vistaclara; desde las casas altas en las que sepodía ver el mar, los puntos en el

horizonte, sin catalejos disponibles, eranapenas discernibles. Muchos salieron alas calles y pronto se formaron ríos degentes que no sabían qué hacer. La plazadel mercado suspendió las actividadescotidianas y los mercaderes quedaroncomo clavados en sus puestos. Losrumores alarmaban aún más a lapoblación: «Que los ingleses habíandesembarcado en Manga; que estaban aun paso del arrabal de Getsemaní; queésas no eran cabras sino los cabronesingleses; que algunas partes de la ciudadya estaban en poder de ellos; que DonBlas de Lezo resistía en el fuerte de SanFelipe; que todo estaba perdido…».

Pronto sonó la tan temida orden queconfirmaría la gravedad de la situación:

—¡Cerrad las puertas de lasmurallas! ¡Batallones, a sus puestos!

En aquel momento Don Blas de Lezoimpartía perentorias órdenes de dirigirproa hacia Bocachica en cuya parteinterior fondearía; amparado tras lascadenas, pretendía poder preservar laentrada con sus cañones navales. Loscomandantes de escuadras de ejércitoimpartiendo órdenes, los soldadoscorriendo hacia las murallas, el ruido dearmas, la leva de anclas, los gritos delos grumetes y la marineríatransmitiendo órdenes de desplegar las

velas, maestros de vela, artilleros,ayudantes y armeros, todos saltando abordo y algunos subiendo por las mallastendidas en los palos, el desamarre delos buques y la precipitud de lasmaniobras, contribuyeron a crear unclima de zozobra. Aquellos buquesestaban relucientes, pues habían sidorecientemente calafateados para hacermás estancas sus cubiertas y costados;permanecían majestuosamente inmóvilesen el puerto con todos sus banderinesdesplegados en los cables y agitados porel viento. Antojábanse mariposasbatiendo sus alas primaverales. Loscapellanes salieron a bendecir a las

tripulaciones y muchos marinos pusieronrodilla en tierra para recibir laabsolución, mientras otros aprovechabanmeterle fuego a los hornillos paraencender las mechas que activarían loscañones. Padres y frailes de distintascongregaciones religiosas se hicieronpresentes en el muelle para dar aliento yauxilios espirituales a la marinería quese aprestaba a salir al encuentro delenemigo.

—Acúsome, Padre, de que hepecado…

—Yo te absuelvo en el nombre delPadre y del Hijo y del Espíritu Santo.Amén. Vete, hijo, y cumple con tu deber.

El obispo Don Diego Martínez sehizo presente por petición del generalLezo para que bendijera los navíos y suscañones, porque la salvaguarda eintegridad del Imperio se consideraba lasalvaguarda e integridad de la Fe. Elagua bendita se asperjó profusamentepor los cascos de los buques y sobre loscombatientes que, rodilla en tierra, sehacían la señal de la cruz. Ese día elGeneral recibió la absolución delObispo, quien trajo la comunión alpuerto y de paso bendijo al matrimonioLezo.

—Pida por mi marido, SeñorObispo —solicitó Doña Josefa.

—Está en mis oraciones, Señora —dijo cumplidamente el Obispo.

Cuando las poternas de las bateríasse abrieron, todo el mundo entendió queera la hora de partir. Lezo ordenabasoltar las muelas de cabo, largaba losvelámenes y se hacía a la mar. La brisade sotavento hinchaba las velas y lanave capitana, La Galicia, se hizo a lamar muy pronto, seguida del San Carlos,el San Felipe y el África. Un vientomisterioso de guerra mecía los cabellosdel General y las gentes paradas en elmuelle advirtieron por primera vez elmechón casi blanco que manifestaba losaños de riesgos y privaciones y que se

movía como un banderín de avanzadasobre la curtida frente del guerrero.Nada hay que encanezca más a unhombre que estar al borde de la muerte yal filo del cañón. A los otros dosbuques, al Dragón y al Conquistador, seles dio la orden de permanecer alamparo del dique submarino deBocagrande, como reservas navales,entre otras razones, porque no conveníasu apiñamiento en la entrada deBocachica. Uno a uno los barcos de laescuadra española fueron enrutándose enfila india hacia Bocachica, dado elpeligro de abrirse demasiado y romperquilla en los corales de un mar de bajo

calado que a lado y lado de la ruta,hacia mar abierto, ocupaba casi todo elespacio entre el puerto y su punto deacceso; alcanzaron Bocachica, la puertade resguardo de la bahía y distante unoscatorce kilómetros, en algo más de unahora. Los navíos que se dirigían a laBoca, o de ésta a Cartagena, transitaban,en realidad, por una especie de canalmarino natural de entrada y salida delPuerto, extendido a lo largo de la bahía.Aquel día no hubo negritos en canoaspidiendo a los marinos que les tiraranmonedas para recogerlas del fondo delmar, diversión a las que muchos seprestaban y que hasta hoy persiste. Era

común ver los barcos rodeados de niñosnegros que, haciendo gala de sucapacidad pulmonar, se zambullían enlas profundas aguas para salir con lasmonedas a la superficie, exhibiéndolascomo el mayor de los trofeos.

Poco después de alcanzar su metatras las cadenas de Bocachica, Lezomandaría un despacho al Virrey parasolicitarle que diese orden algobernador de Santa Marta de quetodavía no saliese el almirante Torres aauxiliar a Cartagena, previendo no ponersobre alerta a Vernon antes de que éstecumpliera con sus planes de desplegartoda su Armada en el litoral y así

cogerlo por la espalda. Esto quedóconsignado en su diario de a bordoaquel fatídico lunes 13 de marzo de1741. Ignoraba que ya Torres se habíamarchado a La Habana, entre otrasrazones, porque el mantenimiento de suflota había desabastecido la ciudad ypropiciado una gran penuria dealimentos y suministros.

El capitán, Don Juan de Agresote,observando la mirada impasible deLezo, le susurró con voz grave:

—Como Vuestra Merced lo dijo, losingleses han llegado, Señor.

—Los españoles también… —replicó Lezo, como suspirando, y con

rostro adusto se sumió en su habitualserenidad.

Bien pasado el mediodía, loscatalejos informaron de más velas en elhorizonte, en posición de línea, a lamanera de los primeros navíos, y enclaro despliegue de fuerza intimidatoria.El resto de las naves fue apareciendolentamente hasta poblar el horizonte porcompleto, como si, de repente, el marse convirtiera en un bosque multicolorde palos y banderas de guerra. Fueentonces cuando comenzaron a sonar lasmúsicas marciales, queriendo anticipar,en acompasado preludio, lo que sería eldesfile de las tropas inglesas por la

ciudad rendida, la ciudad más rica,hermosa y fuerte de toda la Américameridional. En total, habían llegadoocho navíos de tres puentes y noventacañones cada uno; también otrosveintiocho navíos de dos puentes ycincuenta cañones, más doce fragatas decuarenta cañones cada una, que hicieronsu aparición seguidas de dos bombardasy 130 embarcaciones de transporte detropas donde venía un ejército de asaltode 10.000 hombres; entre ellos, uncontingente de 2.763 soldados oriundosde la entonces colonia norteamericana,al mando de Lawrence Washington,hermano del futuro libertador de Estados

Unidos, George Washington, y milnegros macheteros de Jamaica. En total,otros 12.600 marinos completabanaquella formidable armada de 23.600combatientes, 180 naves y 2.620cañones navales, más distintas piezas deartillería de desembarco que seaprestaban a asaltar la fortaleza militarmás grande jamás construida enOccidente.

Los españoles defenderían la plazacon 2.230 hombres veteranos, más 600indios traídos del interior de laprovincia. Estos 2.230 hombrespertenecían a una fuerza superior,llegada de Europa compuesta por unos

3.380, pero disminuida por la peste del«vómito negro», hoy conocida comofiebre amarilla, que había azotadoaquella región antes de la llegada de laescuadra inglesa; estaban distribuidos endoce compañías que, con su dotaciónoriginal, ahora disminuida, tendría cienhombres cada una del Regimiento deInfantería de Aragón; otras docecompañías con el mismo número dehombres formadas por varios piquetesde los regimientos de Toledo, Lisboa yNavarra; nueve compañías delRegimiento Fijo de la Plaza; cincocompañías de milicianos, formadas porlos vecinos de la ciudad; tres

compañías de blancos criollos y dos depardos; 900 hombres de tropa de lamarina y ochenta artilleros, todo lo cual,en plenitud de fuerza, sumaría 6.000hombres de los cuales no quedaban másque unos 2.830, todos sumados, paraanteponer a los 23.600 de los ingleses,en una desproporción de ocho a uno. Encuanto a poderío de fuego, los seisnavíos españoles podrían desplegarpoco más de 360 cañones, más 310cañones del recinto amurallado y otros320 distribuidos en los demás fuertes ybaluartes, para un total de 990 bocas defuego contra unas 3.000 piezas deartillería de mar y tierra del enemigo; es

decir, con una desventaja de tres a uno,desventaja que se acrecentaría en lamedida en que los ingleses concentraranel fuego sobre cada uno de los fuertesdefendidos por separado. Los inglesescontaban, pues, con la movilidad de susefectivos artillados, mientras losdefensores quedaban más o menosinmovilizados en sus puestos, aunquecon la ventaja de la protección de lasmurallas y parapetos, pero que, una vezvulnerados, cederían ante eldesproporcionado embate de losatacantes. A juzgar por los efectivosdesplegados, la plaza no se hallaba ensu mejor estado de defensa y todavía

tenía serias carencias de buques yhombres, además de víveres ypertrechos, glasis y terraplenes paracontrarrestar la furia del bombardeoenemigo.

El virrey Eslava, quien desde subaluarte observaba con su catalejo elhorizonte, exclamó con angustia:

—¡Dios mío, cuántos son!¡Desencadenarán el infierno contranosotros! —dijo soltando el catalejosobre la áspera piedra.

En el entretanto, Vernon en alta marse volteaba hacia su lugarteniente y, conlos labios apretados por la emoción antela imponente vista de Cartagena y sus

sueños de verla rendida a sus pies, ledecía con rebosante optimismo:

—En realidad, con once barcoshubiera sido imposible esta tarea.

—¿Cuántos tenía la Armada deFelipe II? —preguntó su ordenanza.

—Creo que ciento veintiséis.Nosotros tenemos ciento ochenta. Éstaes la «otra Armada Invencible», que nosólo rendirá a Cartagena sino a todo elImperio.

—¡Pero la Invencible de verdad,milord! —contestó el marino.

Cartagena había quedado bloqueadapor mar. Aquel 13 de marzo de 1741 elImperio Español comenzaba a vivir el

día más largo de su historia.

Capítulo III

Una ciudad «salada»

Se nace caballero,como se nace pirata.

(Viejo adagio)

Los cartageneros decían que laciudad estaba «salada» porque era

blanco permanente de asaltos por todotipo de forajidos, piratas y corsarios delos mares, muchos de ellos contratadospor los gobiernos de Holanda, Inglaterray Francia, archienemigas de España. Erade común memoria la última toma porJean Bernard Desjeans, Barón dePointis, quien, amparado por la Alianzade Augsburgo, la atacó con más de5.000 hombres, entre ellos 650bucaneros reclutados en la costa deSanto Domingo que entonces estaba enpoder de los franceses. El 13 de abril de1697, otro día 13, la Armada Francesafondeó en aguas de Cartagena y con 522bocas de fuego, contra treinta y dos del

castillo de San Luis, con 150 hombresque lo defendían, vomitaron 4.000cañonazos en diecisiete días ysometieron, finalmente, la Plaza al másterrible castigo y posterior saqueo detodas sus riquezas.

Toda esta calamidad habría podidoevitarse si Don Diego de los Ríos yQuesada, a la sazón gobernador deCartagena, hubiese tomado lasprecauciones que desde la Corte deMadrid, mediante dos Cédulas, leinstaban a tomar. Ya a finales de 1696los servicios diplomáticos y deespionaje españoles daban cuenta de lasintenciones del rey francés de enviar una

expedición hacia el Caribe y,concretamente, contra el puerto «llave»del Mare Nostrum hispánico, lacodiciada Cartagena de Indias, famosapor los fabulosos tesoros que albergaba.Don Diego había hecho caso omiso detales advertencias y órdenes y habíadescuidado grandemente las defensas dela ciudad que por aquel entoncesamenazaban ruina. Este fue su primererror, pero no sería el único.

Francia, en esos tiemposfiniseculares, se erigía ya como una granpotencia bajo el cetro de Luis XIV, cuyaambición se desplazaba ahora hacia laconquista del Imperio Español de la

América meridional, amenazando conello el delicado equilibrio del podereuropeo. Motivada por talesacontecimientos, España se habíasumado a la Liga de Augsburgo desde1686, conformada por el emperador deAlemania, el rey de Suecia y algunospríncipes italianos, que veían de cercala amenaza francesa. En aquellosmomentos, España dependía de maneracrucial de sus colonias americanasdebido a las ruinosas e interminablesguerras que en suelo europeo habíasostenido en el pasado reciente; a estose le sumaba la desdicha de que CarlosII, «el Hechizado», no había producido

heredero en dos matrimonios sucesivosy ahora todas las cortes de Europarondaban como aves de rapiñaesperando el momento propicio paraapoderarse del Imperio de ultramar,mediante la guerra o el acuerdosucesorio de uno de los suyos en eltrono español. Este Imperio seextendía desde California hasta el ríoMissouri, en el norte de América, ydesde allí hasta la Tierra del Fuego, enel sur; y se extendía hacia Occidente, através del Océano Pacífico, hasta incluirlas islas Filipinas.

Así, Carlos de Austria, Leopoldo deBaviera, Víctor Amadeo de Saboya, el

rey Pedro de Portugal y, por supuesto, elDuque de Anjou, nieto del Rey Sol ysobrino segundo del estéril monarca,ambicionaban hacerse con el tronohispánico. Para ello se tejieron las mássorprendentes intrigas palaciegastendientes a torcer la voluntad del reypara que en su testamento dejarasucesor. Francia ensayó, pues, la intriga,que llevó a su lecho, y la guerra, quellevó a sus costas; Barcelona cayó yCádiz fue atacada. Cartagena, en estesangriento ajedrez, sería la presa queestrangularía los ingresos españolesprovenientes de América del Sur y queobligaría al hechizado rey a capitular a

favor del Duque.Pero tampoco la habían tenido tan

fácil los franceses, pues Cartagena habíacobrado caro los escasos cañones yhombres que, en última instancia, ladefendían, habiéndole causado más decuatrocientos muertos e innumerablesheridos al enemigo durante un cerco queduró, sin tregua, del 13 de abril al 4 demayo. Hacia el 16 de abril, caía primeroel fuerte de San Luis que resguardaba laúnica entrada a la bahía de Cartagena; el18 la Armada penetró la bahía y cercó elsegundo anillo de defensa de la ciudad,el fuerte de Santa Cruz deCastillogrande, abandonado a su suerte

por el capitán Francisco de Santarén dequien se dice tuvo connivencias con elfrancés; el 19, Pointis atacó el terceranillo, la más formidable fortaleza deCartagena, el castillo de San Felipe deBarajas, que estaba defendido por tansólo setenta hombres. Pereció en aquelviolento combate su castellano, DonJuan Manuel Vega. Esta fortaleza eraclave para la defensa de la ciudadporque estaba asentada en un montículo,el cerro de San Lázaro, desde donde sela podía defender con solvencia; peroesto también se convertía en unaterrible desventaja para la ciudad, si elfuerte caía, pues desde allí también se

dominaba la Plaza, que podía ser presade sus bombardeos a partir de unaventajosa posición. Esto le abrió aPointis «un gran radio de acción», comoél mismo lo confirma; allí estableció sucuartel general, procediendo adesembarcar veinticinco cañones degran calibre y cinco morteros, con loscuales inició de inmediato el castigo delrecinto amurallado. La actividad, segúnnos cuenta, era febril; los soldadoscortaban durmientes; los marinosdesembarcaban pertrechos y los negrosayudaban en lo que podían. Losbucaneros, sin embargo, en nadacooperaron; a tal punto, que Pointis se

enfrentó con Ducasse, el jefe de lospiratas:

—Señor —le dijo— ¡vuestroshombres no sirven para mierda! Soissan guinarios, pero no valientes.

—Sin mis hombres —contestóirritado el bucanero—, no habríaispo dido tomar a Cartagena.

El 25 de abril el Barón fue heridopor una granada y hubo un cese temporalal fuego que fue aprovechado porDucasse para exigir la rendición delbaluarte de la Media Luna, en lasgoteras mismas de la ciudad amuralladay ya con brechas abiertas. En una deellas, el bucanero se entrevistó con el

capitán Santarén y cruzaron palabras enfrancés que nadie entendió; corría el 30de abril y esa misma tarde los francesesabrieron de nuevo el fuego y se lanzarona la más feroz ofensiva, lograndopenetrar por una de las brechas, justopor aquélla por donde había estadoSantarén con el bucanero. Esto dio paramuchos comentarios de «traición». Elbarrio de Getsemaní caía en poder delenemigo. Cartagena estaba ya a tiro deas.

El segundo y fatal error de DonDiego de los Ríos fue no haberpermitido que las tropas defensoras delbaluarte de la Media Luna, en retirada,

se hubiesen guarecido en la ciudadamurallada. El gobernador, temeroso deque al abrir las puertas para queentraran las tropas españolas se colarael enemigo, les ordenó el contraataqueen situación harto desventajosa.Acorralada la tropa entre la espada y lapared, ésta cargó valientemente, «comouna horda de salvajes», al decir dePointis, cosa que inicialmentedesconcertó a los franceses, quienes,repuestos de la sorpresa, sereorganizaron y produjeron unaverdadera carnicería entre losdefensores en retirada. La mayoríapereció a la bayoneta. Cuenta un testigo

de los hechos, Don Vallejo de la Canal,que la artillería española, operada porbisoñas milicias, hizo también estragosen las filas de aquellos héroes queretrocedían hacia la ciudad. Es decir, ados fuegos fueron cogidos los heroicossoldados que defendieron hasta elúltimo hombre la cobarde huida de DonDiego de los Ríos quien, en el penúltimominuto, se apresuró a salir escurridizohacia la ciudad de Mompox, río arriba,cargado con dos millones de pesos quese llevó consigo.

Cartagena, la inexpugnableCartagena de Indias, había sidoconquistada por Pointis y entregada al

pillaje de los nuevos bárbaros; durantetreinta y dos días, desde el 2 de mayohasta el 3 de junio, la ciudad vivió bajoel terror, suspendido sólo cuando lospiratas tuvieron noticia de que seacercaba una escuadra española avengar la ciudad. Sus gentes fuerontorturadas y no hubo rincón que no seesculcara en busca de tesoros, nivejación que no se cometiera, osacrilegio que no se ensayara. Lasiglesias fueron desocupadas de susornamentos, y hasta las campanas debronce desmontadas y llevadas a losbuques de guerra, así como los cañonesde bronce que había en la Plaza; los

frailes fueron torturados hasta laconfesión, la Real Hacienda vaciada yun famoso Sepulcro de plata labrada,adornado con campanillas de oro —queera utilizado para las ceremonias deSemana Santa—, fue robado por Pointisy entregado al Cristianísimo Reyfrancés, Luis XIV, quien, años mástarde, cuando su nieto accedió al tronoespañol, se la devolvió a Cartagena engesto de buena voluntad —aunque llegósin sus campanillas de oro. La reliquiafinalmente se perdió para siemprecuando los patriotas independentistas lafundieron para acuñar moneda en lasguerras de independencia.

Pointis entró a la ciudad rendidacargado en andas como victoriosoemperador, cuidándose de no mostrarlas heridas que lo obligaban a entrarsentado en una silla de manos. Lo quesiguió fue verdaderamenteescandaloso. Se hizo llevardirectamente a la Catedral adondeobligó al Cabildo Eclesiástico a cantar,a boca de pistola, un Te Deum laudamuspor la victoria conseguida. Más de unalágrima de dolor y rabia rodaron por lasmejillas de los curas que, entre el miedodel sacrilegio y la piedad del oficio,agria y desentonadamente balbucearonlas amargas notas de aquel Te Deum de

escándalo. ¡Roma no había sufridomayor ultraje cuando Alarico la saqueóel año 410!

El Barón se hizo luego trasladar alGran Salón de la Casa de laContaduría, donde estableció su cuartelgeneral, sentando la tesorería dondedebían depositarse los dinerosprovenientes de la contribución«voluntaria» de las gentes, que consistíaen devolverles un diez por ciento de loscaudales que espontáneamenteentregaran. Quienes no lo hicieran, y seles encontraran joyas o dinero, seríanfusilados. Durante varios días se viodesfilar, junto con otros notables de la

ciudad —entre los que había mercaderesy comerciantes—, una interminablecola de aristócratas portadores de losmás ilustres apellidos que, en míserosatuendos y turbada la mirada, acudían alTirano sólo para verse despojados desus bienes y pertenencias. Familiasenteras fueron aniquiladas,gentilhombres asesinados, vírgenes omonjas violadas e irrespetadas bajo lasruinas de una próspera ciudadincendiada y mancillada por un ferozenemigo que no reparó en llevarselienzos, sillas, camas, coches, ollas,baúles, cubertería y todo menajedoméstico que encontró, pese a que las

capitulaciones hechas lo prohibían. Fuetanto lo que se arrastró hacia las naves,que los buques más parecían vehículosde mudanza que de guerra, y lo que enellos no cupo, fue destrozado, osimplemente arrojado al mar poraquella horda de ladrones y asesinos.Cuando Pointis se vio precisado a usarla cubierta de los navíos para apilarmuebles y enseres, la situación llegó atal punto que, por orden suya, muchoselementos tuvieron que ser arrumadosen el muelle. Después de su partida, loscartageneros volvieron a vivir amargosmomentos al tener que ir a escarbar,entre los montones de piezas, para

recuperar algunas de sus pertenencias;no fueron pocas las disputas que sesuscitaron al decidir lo que era de cadacual.

—¡Ja! —decía el francés— losbucaneros tienen un olfato de perroperdiguero para descubrir los tesoros yprocedía a emplearlos en la búsquedade doblones de oro en los conventosdonde intimidaban a monjas y a frailes.Muchas gentes recordaban con horrorlos gritos de aquel pobre fraile,superior del convento de San Agustín, aquien habían machacado los dedosmeñiques con las culatas de lasescopetas para hacerlo «cantar» dónde

tenía escondido el dinero.Los cartageneros siempre

recordaron con orgullo la heroicaresistencia de Don Sancho Ximeno deOrozco, el castellano del fuerte queentonces guardaba la entrada porBocachica, el de San Luis, que quedabaun poco más hacia mar abierto enrelación con el actual, el de SanFernando, que fue construido después deque el almirante Vernon, cuatro décadasmás tarde, destruyera definitivamenteaquel heroico fortín. Durante esteasedio, la flota francesa se habíacolocado en forma de media lunaalrededor del castillo San Luis,

vomitando fuego sin tregua sobre susmuros. Asediaban el navío Scepter, con650 hombres y ochenta y cuatro cañones;el Saint Lewis, con 420 hombres ycincuenta y cuatro cañones; el Fort, con450 hombres y veinte cañones; lasnaves Vermandois, Apollo, Furieux ySaint Michael, de 350 hombres ycincuenta cañones cada una. En segundalínea de fuego permanecían, para relevo,el Cristo, el Avenant, el Marin, y elEclaktant, con un total de 508 hombres ynoventa y cuatro cañones. En terceralínea aguardaban los buques detransporte y otros de apoyo.

Don Sancho, resistiendo como podía

con quince de sus cañones —pues laotra mitad había sido desmontada congrandes pérdidas de hombres a causadel infernal bombardeo—, no quisoentregarlo al poderoso enemigo. Pointishabía hundido una lancha de refuerzosque desde Cartagena fue enviada paraaliviar el sitio, en la que también veníandos frailes franciscanos que habíanconcurrido a la batalla, y esto fue lo queterminó de persuadir a los defensoresdel cerco sobre la inutilidad de la lucha.Los franceses desembarcaron tropas deasalto y desde sus escuadras de guerra,compuesta de nueve navíos, nuevefragatas y un lanzabombas, continuaban

martillando las defensas. Corría el 16 deabril. La situación era tan angustiosapara los españoles, que el mismoPointis, compadeciéndose de ellos,envió a uno de los frailes capturadoscon un «tambor» —soldado éste quetocaría a redoble para anunciar lallegada— a solicitar la rendición delfuerte. Fraile y soldado se abrieron pasopor entre los escombros y cadáveres, yen un momento en que el fuego cesó paraque se oyeran las voces de la embajada,al son del tambor, el fraile se acercó alas derruidas murallas y gritó:

—Traigo embajada para DonSancho. Quiero hablar con él.

Y Don Sancho respondió:—¿Qué queréis, buen fraile?—El Barón de Pointis os manda a

saludar y a solicitar que entreguéis elCastillo —contestó el cura.

—¡Decidle que mal puedo yoentregar lo que no es mío! —contestó elvaliente defensor. Estas inmortalespalabras quedaron para siempregrabadas en la mente y corazones de loscartageneros, quienes desde entonces lasrepetían por motivo de orgullo yvalentía sin cuento para infundirseánimo al enfrentar cualquier peligro.

Entonces, ante la tajante respuesta,el combate volvió a enfurecerse, y bajo

la lluvia de fuego y metralla de tres milfusiles invasores contra setenta hombresque defendían el fuerte, los franceses sefueron aproximando en oleadassucesivas desembarcadas de los sietebuques de transporte que traían hastaque ya les fue posible arrojar lasgranadas sobre los parapetos adonde seescondían los defensores. No habiendoya casi hombres blancos para defenderla posición, la guarnición mestiza y decolor que quedaba se echó al suelo yarrojó las armas en señal de rendición,desquitándose de Don Sancho, quientiempo atrás había sofocado por lafuerza una revuelta de negros

cimarrones. Inútilmente trató DonSancho de hacerla pelear hasta el final,aun amenazando a los jefes con su daga.Al ver esto, los franceses pararonsúbitamente el bombardeo y acallaronlos fusiles para conocer el desenlace dela disputa. Don Sancho Ximeno,asomándose a la muralla y desgarrandoel silencio de las armas, clamó conpotente y desafiante voz, como leónherido por el dardo:

—¡Aunque me quede solo, Barón dePointis, ni me rindo ni pido cuartel! —Después de lo cual procedió aencerrarse en alguna habitación quetodavía quedaba en pie, no sin antes

escuchar tras de sí las descargas defusilería que enmarcaron su gesto.

Como el Barón amenazaba con pasara cuchillo a los combatientes quequedaban si no abrían la desvencijadapuerta de acceso a la fortaleza, losnegros y mestizos procedieron a quitarel terraplén que la protegía, echaronabajo los cerrojos, quitaron la pesadatranca y se la abrieron al enemigo. Losfranceses se precipitaron sobre laentrada y, tras capturar al desarmadoDon Sancho, se lo entregaron al Barón,diciendo:

—Barón, he aquí al defensor delCastillo. —Ante lo cual espetó Don

Sancho, con la voz agitada por laangustia y la refriega:

—Os aseguro, Barón, que ni me herendido, ni he pedido cuartel, ni heentregado lo que no es mío —seguido delo cual respondió el Barón en un gestode caballerosidad todavía a la usanza enla época:

—Ya lo sé, pero un valientecaballero como vos tampoco debe estardesarmado. —Y quitándose la espadade su cintura se la entregó al valerosoespañol y concluyó—: Ahora sí,entregadme los almacenes, bastimentos ymuni ciones.

—Aunque me hayáis obsequiado con

vuestra espada, Barón, ya os dije quenada os entregaré. Pedidle cuantoqueráis a Don Fernando Vivas, elartillero, quien lo tiene bajo su cuidadoy a quien podéis mandar a sacar de laprisión adonde lo he tenido en capillapor no saber defender lo que no erasuyo.

El francés quedó atónito y ordenóque le rindieran honores militares a tangallardo y altivo caballero como nohabía conocido a otro; luego lo invitó acenar a su tienda de campaña y lo sentóa su lado derecho. Acabada la cenaprocedió a despacharlo hacia la isla deBarú con su familia como prisionero

temporal. No siendo Don Sancho capazde conservar aquella espada de ladeshonra, por las atrocidades que loshombres de Pointis cometieran en laciudad, la entregó después con todos loshonores a manos de la Virgen de SantaCatalina, imagen que adorna el retablodel Altar Mayor de la Catedral y quehasta el día de hoy se conserva allí.

En efecto, promediando el mes demayo, con los franceses ya en poder dela ciudad, las primeras lluvias hicieronsu aparición y con ellas la disentería quecomenzó a hacer estragos en su Armada;los buques se convirtieron en hospitalesy por las calles se veían deambular con

rostros demacrados por ladeshidratación y la fiebre a los cruelesvencedores. Pointis, con inusitadasevicia, hizo volar varios baluartes de laciudad, incendió las cureñas de loscañones, apresuró el embarque de loúltimo que pudo y zarpó el 25 del mes,no sin antes autorizar a los bucaneros,que permanecían inmunes a laenfermedad, a continuar el saqueo de losalmacenes y los despojos que quedaban.Ducasse agriamente reclamó a Pointis eldiez por ciento del primer millón y eltres por ciento de los restantes, tal comohabía sido pactado en Santo Domingo.Sus amenazas y conato de rebelión

apresuraron la partida del Barón, quienhabía dispuesto que sus hombresmontaran guardia cerrada en los buquespara evitar cualquier intento deabordaje.

—Si vos deseáis el diez por cientodel botín, ¡pues tomadlo de la ciudadque ahí queda a vuestra merced!, puesno podría yo robárselos a mis hombresque tan gallardamente lucharon contratan poderoso enemigo. Además, yo hedevuelto el diez por ciento a lospobladores que voluntariamentecontribuyeron —dijo Pointis, gritando,además, indecibles imprecacionescuando abordó, finalmente, la nave

capitana que fue apresuradamentedesama rrada del puerto.

—¡Perro francés! —gritó elbucanero, no sin antes despedirse conotro grito de «¡Vete a la mierda, ladrón,hijo de puta!», para dedicarse al máscruel desprecio y trato de loscartageneros que se vieron obligados aentregar al invasor otro millón y medioen oro, plata y piedras preciosas. Así sedespidieron aquellos bandidos, como sipara ellos «ladrón» fuese el más vil yreprensible de los insultos.

Las iglesias y los conventos fueronvaciados de cálices, vasos sagrados yornamentos y hasta los enfermos fueron

sacados de los hospitales paraobligarlos a registrar sus casas enbusca de tesoros y aun de baratijas. Alpropio Don Sancho Ximeno, pese alsalvoconducto que le otorgara el Barón,le sacaron cien mil pesos y casi loejecutan de no ser por la intervención deFray Tomás Beltrán, quien ofrecióentregar a cambio de su vida una cajacon ochocientos pesos en plata labradaque desenterró de algún lugar y entregóa los bucaneros. Posteriormente hicieronexplotar varios barriles de pólvora en elconvento e iglesia de Santo Domingo,derribando muros, paredes y altares. Elsacrilegio coronó al pillaje. Nada, pues,

quedó en aquella ciudad, salvo lo quelas damas de alcurnia y monjas habíanlogrado sacar hacia Mompox, previo alasedio. El terror había durado hasta el 3de junio.

Al gobernador de los Ríos se leabrió expediente de investigación porparte de la Real Audiencia de Santa Fede Bogotá por lo acaecido en aquellaplaza, y para los trámites de rigor senombró a un pesquisidor de nombreCarlos Alcedo y Sotomayor, quien setrasladó de inmediato a Cartagena; perono hubo siquiera sentado sus reales allícuando fue mandado a detener por elgobernador De los Ríos, luego de un

incidente en el que intercambiaronmandobles a espada limpia. El Oidorfue enviado cautivo a La Habana y allífue dejado libre por el gobernador deesa ciudad, a despecho de De los Ríos.Procedió, entonces, el oidor Alcedo atomar rumbo a Sevilla, donde elevóacusación ante el Consejo de Indias, elcual dispuso nombrar un nuevopesquisidor, Don Julio Antonio Tejada,destituir a De los Ríos y nombrar comonuevo gobernador a Don Juan DíazPimienta.

En el entretanto, la Audiencia deSanta Fe había nombrado un nuevogobernador encargado, el que era de

Santa Marta, Don Pedro de Olivera, aquien De los Ríos impidió su entrada enCartagena. Pero cuando Tejada llegó ala Ciudad Heroica lo primero que hizofue ordenar la detención del ya exgobernador de marras, confiscar susbienes, junto con los del sufrido DonSancho Ximeno, a quien también arrestóde inmediato. Luego ocurrió lo insólito.¡El nuevo gobernador de Cartagena, DonJuan Díaz Pimienta, se puso del ladodel ex gobernador y a mediados de 1700ordenó que pusieran preso alpesquisidor Tejada!

Interviniendo de nuevo la RealAudiencia de Santa Fe de Bogotá,

nombró al oidor Don Bernardino Ángelde Isunza y Eguiluz nuevo investigadorde tan complicado caso, con lo cual secreó un conflicto de jurisdicciones.Entre ires y venires, dimes y diretes, locierto es que el ex gobernador De losRíos se fugó de su prisión en la fortalezade Cruz Grande, mediante el soborno aunos guardias; de Cartagena pasó aTolú, luego a Jamaica y, finalmente, aFrancia, donde causó tal problema en lacorte francesa y española que ambosreyes, Luis XIV y Felipe V,intervinieron para aclarar que estepersonaje ninguna connivencia habíatenido con el Barón de Pointis. Felipe

V obraba, es sabido, por instruccionesde su abuelo, quien también exonerabade toda culpa a los oficiales que,entonces detenidos, defendieron aCartagena de Indias, entre ellos al pobreDon Sancho Ximeno, quien todavíaaguardaba en prisión el esclarecimientode aquellos infaustos hechos. Cabeseñalar, sin embargo, que laintervención del Rey Sol, lejos deaclarar las cosas, tendió una mancha deduda sobre el proceder del exgobernador De los Ríos de quien sedecía pertenecía al partido francés queen España terciaba a favor del nieto deLuis XIV, el Duque de Anjou, entonces

Felipe V.Pero la injusticia cometida con

Ximeno no era más que otro episodio enuna larga cadena de injusticiascometidas en aquellos tormentosostiempos del Imperio Español enAmérica; otra más grande aún secometería cuatro décadas más tarde conDon Blas de Lezo, comandante de losreales ejércitos de mar y tierra quevolvieron a defender, no sólo aCartagena, sino, en ella, a todo elImperio. Las intrigas cortesanas y lalejanía y dificultad de lascomunicaciones fueron parte endeterminar, muchas veces, que los

favores reales recayeran en quienes nolos merecían.

—Marchémonos, que lleganrefuerzos españoles. —Fue lo últimoque se le oyó decir a Ducasse enCartagena antes de salir a perderse, locual hizo el 7 de junio de 1697. Esemismo año Francia firmaba la paz deRiswick, poniendo fin al conflicto con laLiga de Augsburgo. El Rey Sol mandó aacuñar unas monedas en las queaparecía una dama bajo una palmera acuyos pies rodaban monedas robadas alos españoles; ostentaban una leyendaque decía: Hispaniorum ThesaurisDirepit, que se traducía: «Fue pi llada al

tesoro de los españoles». Era la primeravez, aunque no la última, que Cartagenavería monedas acuñadas en celebraciónde su derrota y saqueo. Y esto era lo quemás temían los cartageneros tras siglosde amargas expe riencias.

Una de esas amargas experienciashabía sido, poco antes de la invasión dePointis, el sitio que experimentaron lasmonjas clarisas en su convento deCartagena y que da la tónica de dónde

surgió el remoquete de Ciudad Heroica,como desde entonces comenzó aconocérsele. Corría el año 1682 y, porlo que se sabe, aquellas monjas declausura estaban descontentas con ladirección espiritual y económica de losfranciscanos. Solicitáronle al obispo dela diócesis, Don Miguel Benavides yPiédrola, que las sustrajese de aquellajurisdicción, lo cual procedió a hacer elprelado. Pero tan pronto se huboresuelto su causa, trascendió en elconvento la próxima elección de frayAntonio Chávez que, como hermano queera de cinco monjas del convento, nodudaría en darles un tratamiento más

equitativo. Las clarisas, entonces,procedieron a pedir al obispoBenavides modificar lo resuelto. ElObis po se negó, ante lo cual la Abadesaprocedió a apelar al gobernador deCartagena, Don Rafael Capsir y Sanz.Los frailes, por su parte, se dirigieron ala Real Audiencia de Santa Fe, la cualordenó la reintegración de las monjas ala jurisdicción franciscana. La decisiónfue apelada por el obispo Benavides,apelación que se volvió a fallar a favorde los frailes. En el entretanto, losánimos se fueron caldeando y otrosclérigos entraron en la disputa, entreellos, los jesuitas, animados por un

canónigo de nombre Mario Betancourt,quien no desperdiciaba oportunidadpara suscitar discusiones y abiertasrebeliones contra la autoridadeclesiástica. La pugna revistió talnaturaleza, que las clarisas,desconcertadas, se volvieron a echaratrás en su decisión, rechazando denuevo ser dirigidas por los franciscanos.El enantes tranquilo discurrir de loshabitantes de Cartagena se vio, entonces,sacudido por violentas manifestacionesa favor y en contra de unos y otros. Lospartidarios de los franciscanos y jesuitasse aprestaron a asaltar el convento delas monjas, pero el Obispo se presentó

en la portería y desde allí amenazó alas turbas con la excomunión siprocedían a violar el sagrado recinto.Las turbas procedieron, entonces, aamotinarse alrededor de su residencia,ante lo cual el valeroso obispo,revestido de sus regios ropajes ySantísimo en mano, procedió a caminarhacia la Catedral desafiando la irapartidista que no se atrevió aapedrearlo.

Como los desórdenes continuaran, elObispo se vio obligado a poner a laciudad bajo la pena de Cessatio aDivinis, cesando todo género de oficiosreligiosos durante un mes. La Iglesia

sitiaba a la ciudad. Pero la ciudadcomenzó a sitiar a la Iglesia cuando losfranciscanos, envalentonando a suspartidarios, difundieron la especie deque aquella medida era ilegal porque elObispo había sido depuesto de susfunciones. La primera consecuencia fueque fray Luis Ponce, prior de SanAgustín, fue agredido a piedra ycuchilladas cuando cruzaba el puenteque unía el recinto amurallado con elarrabal de Getsemaní. La segunda fue lasalida del Obispo hacia la cercanaTurbaco, lo cual hizo a pie enjuto, peroescoltado por el Cabildo Eclesiásticoque lo acompañaba cantando el salmo In

exitu Israel de Aegipto. La salida delprelado estimuló a sus enemigos aintentar dar una nueva carga contra lasmonjas, que volvieron a ser sitiadas porlas vociferantes turbas. Las monjasrespondieron echándoles piedras, orinesy estiércol desde las ventanas delconvento. El Gobernador, Rafael Capsiry Sanz, ayudó a que el convento quedaracercado y no se permitiera la entrada desuministros. Se las quería rendir porhambre.

Hizo su aparición, por aquellasfechas, el nuevo inquisidor, DonFrancisco Valera, quien quiso ponerremedio a tan dramática situación;

diseñó algunas fórmulas de compromisoque no se avinieron a los deseos delObispo, que veía mellada su dignidadepiscopal. Entonces, entre el Inquisidory el Obispo surgió una tenaz pugna queterminó en la prohibición lanzada poréste último de que aquel celebrara Misapública o privada. Vulnerados así susderechos, Valera arrastró consigo alSanto Oficio y ambos adhirieron alpartido del gobernador y de losfranciscanos; ni corto ni perezoso, elGobernador mandó encarcelar a unosclérigos en la torre de la Catedral,persuadido de que aquellos clérigosiban a atentar contra su vida. El

enfurecido gobernador envió tropas aponer asedio a la Catedral para sacar deallí a los clérigos que se resistían a sertrasladados a cárceles comunes. Laintentona terminó en fuego demosquetes, que dejó mal herido ymoribundo a un clérigo. Por su parte, elProvisor Fiscal del Obispado prohibió alos fieles dar limosna a aquellosconventos en los que el inquisidorValera había celebrado Misa contra lasdisposiciones del Obispo.

Las monjas clarisas resistieron seismeses el asedio, sin dar señales derendirse. Las autoridadescomprendieron que las monjas recibían

bastimentos a través de un túnel secreto,el cual fue descubierto y tapiado a cal ycanto. Las monjas decidieron morir dehambre antes que rendirse. La RealAudiencia intervino, entonces. En dosprovisiones legales se dispuso elsecuestro de los bienes del obispoBenavides, así como su destierro, y enla otra se ordenaba que el CabildoEclesiástico decretara la «sedevacante». Al tiempo que esto ocurría,hacía su arribo a la ciudad el Obispo deSanta Marta, Don Diego Baños ySotomayor, quien venía a Cartagena, pororden de la Real Audiencia, a levantarlas excomuniones decretadas por

Benavides y Piédrola; el enfrentamiento,entonces, se centró entre los dosObispos, quienes terminaronexcomulgándose mutuamente, y conBenavides volviendo a decretar unaCessatio a Divinis… Ahora la raleacartagenera, irremediablemente divididaen bandos, entró a saco con la tropacomandada por Domingo de la Roche,Teniente de Gobernador, al convento delas clarisas, que huyeron a refugiarse ala residencia del prelado cartagenero.Todas, menos una. Se trataba de lanovicia Juana Clemencia de Labarcés,quien se refugió en casa de su cuñado,Don Toribio de la Torre, para pronto

casarse con el asaltante Domingo de laRoche. Las coplas cartageneras no sehicieron esperar:

En el claustro las clarisasson monjitas de clausura, queaunque de fina hermosuraparecen olvidadizas: algunasveces las puertas las cierran acal y canto; pero otras,mosquitas muertas, de par enpar las deslizan.

En el claustro la clarisa esamiga de tramoya; donDomingo de la Roche porJuanita se fue a Troya, y

asaltando a troche y moche sela llevó de la Misa.

Del sitio al convento de las clarisaspasó el Gobernador a sitiar laresidencia del Obispo, aupado por elde Santa Marta que, acobardado por elrumor de que unos corsarios seaproximaban a Cartagena, huyó hacia susede episcopal. Durante seis años seprolongaron los abusos, hasta que elarzobispado de Santa Fe tercióponiéndose de parte del obispoBenavides, y hasta el Papa intervino,enviando unas bulas que daban la razónal asediado Obispo; el gobernador

Capsir y Sanz fue destituido yreemplazado por Don Juan Pardo yEstrada, quien súbitamente terminóunido a la causa de los franciscanos;como el Rey lo hiciera destituir también,su sucesor, Francisco Castro, creyóoportuno sumarse a sus enemigosjurados y decretó su prisión. Pero unacédula real llegó a tiempo para destituira Benavides de su cargo y privilegios.En 1691, el Obispo decidió marchar aEspaña, donde se quedó diez años másen plena lucha para esclarecer todo loacontecido; finalmente, tras largo pleito,la Corona y el Papa le otorgaron toda larazón. Nunca volvió a Cartagena,

porque, intentando hacerlo, lesorprendió la muerte en 1702; noobstante, había dejado el gran ejemplode que Cartagena y sus hombres podríanser sitiados, amenazados,bombardeados, pero no sucumbiríanfácilmente a los embates de la fuerza.Tampoco que sus habitantes escaparíana gran padecimiento por ladesobediencia a sus legítimos preladosy conductores eclesiásticos, como severía poco después con la invasión ysaqueo de Pointis y Ducasse en 1697.Había algo de épico y heroico trasaquellas murallas que escondían lanobleza al lado de la miseria humana.

Capítulo IV

El plan contra elImperio Español

—¡El Mar de lasIndias libre paraInglaterra, o guerra!

(Walpole, primerministro inglés)

El Monte Vernon es una colina quese alza en Virginia sobre el río Potomaca unos veinticuatro kilómetros deWashington, en la que se encuentra lacasa de madera, al mejor estilogeorgiano, de dos plantas que un díaperteneció a George Washington, ellegendario héroe de la independencia delos Estados Unidos. La mansión habíasido construida con gruesos y pesadosbloques de madera para dar laapariencia de la piedra; hoy seencuentra plenamente rehabilitada y conel mobiliario original que tenía cuandoGeorge Washington y su familia la

ocupaban. Un enorme prado ajardinado,pleno de árboles, arbustos y caminossombreados, rodea la mansión; alsuroriente de la misma, y a cortadistancia, se encuentra la tumba deWashington, bajo cuya dirección seconstruyó allí para albergar susdespojos mortales y los de su esposa,rodeados de dos mil hectáreas dehermosos terrenos que un día lespertenecieron. Los Washington eran,evidentemente, una familia deimportantes recursos económicos queposeía una de las mejores y másproductivas fincas de Virginia.

John Washington fue el primer

miembro de la familia en llegar aaquella colonia inglesa y pronto se hizocon esa magnífica plantación,originalmente llamada Little HuntingCreek, posteriormente heredada por suhijo Lawrence Washington quien, a suvez, se la pasó a su hija Mildred; ésta sela vendió en 1726 a su hermanoAugustine, el padre de GeorgeWashington, quien con su familia semudó a ella en 1735. La parte central dela mansión fue posiblemente construidapor estas fechas. Lo cierto es que elsegundo Lawrence Washington, mediohermano mayor de George, la heredó desu padre, Augustine, en 1743, y se fue a

vivir allí con el futuro libertador de esepaís. Lawrence fue quien le cambió elnombre a Mount Vernon [MonteVernon], en honor del almirante EdwardVernon bajo cuyas banderas habíaservido en el sitio de Cartagena deIndias con un contingente denorteamericanos reclutados para eleventual ataque y toma de la ciudad.

Lawrence era un profundoadmirador del Almirante; lo idolatraba.Al punto que cuando supo de lainvasión, sintió la inmensa alegría deestar bajo su mando y ayudar a tomarpara Inglaterra las fabulosas posesionesespañolas del Caribe que, sin duda, se

abrirían para una fácil conquista.Aquellos incalculables tesoros que, sedecía, ocultábanse tras los muros depiedra y fortificaciones de Cartagena,serían también, pronto, en parte suyos.

Lawrence Washington no era tonto.Conocía que, a diferencia de las casas ypalacios de las posesiones colonialesinglesas, sus homólogas españolas noestaban construidas de madera sino depiedra; una piedra que servía elpropósito de construir murallas ydefensas para que, guardando distanciacon las empalizadas británicasempleadas para protegerse de losataques de los indios, sirvieran de

sólido resguardo a los tesoros y riquezasa ellas confiados; simbolizaban tambiénla férrea voluntad española de sentarplanta, quedarse y convertir aquellastierras en sus reinos de ultramar, con unafisonomía arquitectónica y cultural delargo aliento. Es decir, organizar unacultura y un modo de vida,peculiarmente hispánico, de tal maneraque sus nuevas posesiones reflejaran loque había en España. Algo tendrían decodiciado aquellas tierras que pordoquier mostraban fortificaciones ydefensas: los fuertes o «llaves» de SanAgustín, en La Florida, ruta de regresode las flotas, llamada también la «Pasa

de las Bahamas», que estaba en la partemás norteña del gran arco antillano quese extendía desde La Florida hasta laisla Trinidad; las ciudades amuralladasde La Habana, San Juan de Puerto Rico,y Cartagena; los fuertes de San Felipe deSotomayor de Todo Fierro, SanJerónimo y Gloria, en Portobelo, yVeracruz con su castillo de San Juan deUlúa. Campeche y Bacalar eran las otras«llaves» de los ricos comercios delVirreinato de Nueva España y CapitaníaGeneral de Yucatán. Golfo Dulce, Omoay San Juan de Nicaragua, constituirían eleje del rico sector centroamericano queremata en el Darién y donde las «llaves»

de Portobelo y Chagres, y la de Panamá,en el Mar del Sur, marcaban eltriángulo mágico por donde fluían losvaliosos tesoros procedentes del Perú yque escapaban a la interceptación de losingleses. Éstos, en realidad, estabanrodeados por aquel humillantedespliegue de poderío militar yeconómico que, como un campominado, circundaba las rutas de sucomercio ultramarino.

Así, los ataques de los piratas nohacían más que confirmar que debía irseen busca de algo más que de simplestesoros y doblones de oro: detrás de lascostas, más allá de las murallas,

castillos y parapetos, se abría una tierraferaz de inmensas posibilidadesagrícolas, ingentes recursos madereros,mineros, comerciales e industriales. Noera sino tomar la «llave» del sur delImperio, Cartagena, y aquellas tierras seabrirían como flor en primavera y lacornucopia del mítico El Doradovertería su oro; Cumaná, la Guayana, laGuaira y Puerto Cabello, con sufabuloso comercio, no serían más loscentinelas del «Caño de la Invernada»,ruta de penetración de los navíosespañoles que buscaban los abrigos deTierra Firme; los casacas rojas del otroImperio serían sus nuevos guardianes. El

resto se daría por añadidura: bloqueadala flota española del Sur de América, laruina de España se precipitaría pordefinición y, tras su ruina, el sistemadefensivo de América Central, Américadel Norte y el Caribe, colapsaría.

Desde que el pirata John Hawkins, afinales del siglo XVI, dibujara aquelsistema, los ingleses acariciaron la ideade algún día apoderarse de aquellas«llaves» y de Cartagena, la primera. Loscerrojos, pues, quedarían abiertos paralos ingleses y sólo sería cuestión detiempo para que todo pasase a su podery dominio.

—A estos malditos españoles lesdaremos una lección que jamásolvidarán —espetó Lawrence unanoche en la cena en la que se celebrabael cumpleaños de su pequeño hermanoGeorge. Era el 22 de febrero de 1740 yéste sólo contaba con ocho años deedad, aunque ello no le impedía abrirsus ojazos llenos de asombro y fantasíapor una aventura guerrera que marcaríasu vida de manera definitiva. Éltambién, cuando fuera grande, tendríaque salir a conquistar el mundo, a

derrocar imperios, como lo haría suhermano.

—Yo quiero ir contigo, Lawrence—contestó el pequeño George.

—No, que eres muy niño todavía…—No le metas esas ideas en la

cabeza —refunfuñó su padre Augustin—. La vida no está para esas tonterías.Hay que trabajar y ganarse la vida comolos demás —dijo mientras se metía unacucharada de sopa en la boca—. Estatierra necesita músculo e inteligencia yyo no estoy ya para quedarme con todosestos trotes, hijos. Hay que atender lasplantaciones, rotar las siembras, innovarlos métodos, porque la tierra, como el

hombre, también se cansa. Déjate, pues,de cuentos, Lawrence, que hay muchopor hacer —concluyó ante la mirada desorpresa que ponían los otroscomensales.

—Lo que hay que hacer, padre, esdarle una lección a los españoles. Estánsaboteando nuestro comercio, detienennuestras naves, y cortan las orejas anuestros marinos —contestó Lawrenceagriamente.

—Ése es asunto de los ingleses; quemiren ellos cómo solucionan susproblemas con España. Y si les cortanlas orejas, ¡pues ésas no son nuestrasorejas! —respondió su padre con

énfasis.—Así es —dijo un invitado,

suspendiendo por un momento el bocadoque trinchaba—. No creo que tengamosnada que ver con esta nueva guerra quese plantea en Europa —concluyó.Lawrence ni siquiera hizo caso de laadmonición, y más bien, dijo increpandoa su padre:

—¿No lo dirás en serio, verdad,padre?

—Muy en serio.—¡Creo que ignoras que a Jenkins le

cortaron una oreja!—Pues bien merecido lo tendría por

andar en aguas españolas

contrabandeando.—No puedo creer lo que dices —

murmuró Lawrence irritado. —¡Se hancargado la oreja de Jenkins y de pasohan insultado a nuestro Rey Jorge! ¡Losespañoles merecen su castigo!

—¿Y qué han dicho del Rey? —preguntó Augustine intrigado, aunquepaciente.

—El capitán del guardacostasespañol, un tal Juan Fandiño, le hamandado un insolente mensaje conJenkins. Ha dicho: «Ve y dile a tu Reyque lo mismo le haré si a lo mismo seatreve». —Y tras una breve pausa,murmuró—: ¿Qué te parece? —Todos

murmuraron cosas incomprensibles.Lawrence Washington se refería a un

incidente ocurrido cerca de las costas deLa Florida cuando Juan Fandiño,capitaneando su nave La Isabel, capturaal contrabandista Robert Jenkins en sunave La Rebeca incurso en flagrantedelito. El capitán español le corta laoreja para que escarmiente; ofendido,este capitán mete la oreja en un frascode alcohol y se pasea, primero por elpuerto de Londres, luego por todas lastabernas, todos los pubs y metederos debuena y mala muerte y, posteriormente,por la corte inglesa, pidiendo audienciapara mostrársela al Rey, lo cual

consigue un día en 1739. El Parlamentotambién lo escucha; a él va, diciendo:

—Adivinad quien hizo esto aJenkins… —gritaba, exhibiendo elfrasco, y de tanto oír repetir el cuento entodos los mentideros políticos de laciudad, los legisladores, finalmente,respondieron:

—¡Los españoles! —Y pronto sedespierta un furor patriótico que esaprovechado por William Pitty parainiciar su carrera parlamentaria con ungran debate político acerca de laperfidia peninsular.

Pero al viejo Washington no loconvencen mucho los argumentos de su

hijo Lawrence porque, en el fondo,desprecia a los ingleses.

—…Bien merecido lo tendría porandar por donde no lo han llamado —volvió a refunfuñar Augustine tras unlargo silencio.

—Te noto antirrealista.—No merecen mi simpatía. Los

impuestos que ya estamos pagando nosólo le llenan la tripa a ese Rey sino queserían suficientes para que dejaran a losespañoles en paz y no ambicionaran loque no es suyo.

—¿Y desde cuando simpatizas conlos españoles que se han convertido enuna amenaza para nuestras fronteras?

Debes saber que su codicia ha sido tangrande que nos tienen confinados a estospequeños dominios del Atlántico. Sehan apoderado de todo. La tierra firmees suya y las islas también; es decir,estamos rodeados y lo estaríamos aunmás de no ser por los ingleses que sehan hecho con Jamaica y algunas otrasislas menores. —Y concluyó, tras unapausa obligada, pues en ese momento unesclavo negro llenaba su copa de buenvino francés—: Yo he adquirido elcompromiso de levantar cuatro milhombres en Virginia para la expediciónpunitiva.

—En primer lugar, se te olvida que

esta no es una guerra nuestra —dijoAugustine saboreando un sorbo de vino—. ¡Esta es la guerra de Walpole y sussecuaces! Y en cuanto a lo de«punitivo», no lo sé; no vaya a ser quelos terminen castigando.

—Te prevengo, padre. Esta no es laguerra de Walpole. Todo lo contrario.Se ha opuesto a ella con vehemencia,pero todo el pueblo inglés, con elparlamentario William Pitt a la cabeza,la pide. Tal vez tú ignores que losespañoles son un peligro para nuestrosistema de vida y gobierno colonial…

—¿A qué te refieres? —le preguntasu padre, esta vez claramente intrigado.

—Me refiero a que en lasposesiones españolas las razasinferiores están en pie de igualdad conlos blancos; en Cuba y Puerto Rico hayuniversidades donde los negros sonadmitidos sin reparo. El poder políticoestá distribuido en por lo menos elsetenta y cinco por ciento de lapoblación, independientemente, de quese trate de negros, mestizos o indios…Aquí el poder lo tenemos nosotros, lotienen los blancos, y tú no me podrásdecir que estos españoles no mantienenun sistema de vida que es anárquico yperjudicial para todo el entornocolonial…

—Creo que exageras, porque en laAmérica española hay tambiénesclavos… Trae más vino, John —exclamó girando la cabeza hacia elcorpulento negro vestido de libreablanca.

—Claro que los hay, padre, pero laproporción de gente libre esmuchísima mayor… En la llamadaNueva España, por ejemplo, casi no seencuentra ni un solo esclavo… Mira, tepongo un ejemplo: el rey de España haconcedido a toda una familia de colortodos los privilegios de los blancos,incluyendo el de arrodillarse sobrealfombras en la iglesia… ¿Qué te

parece? ¡Eso es escandaloso!—Bueno, debo conceder que eso es

intolerable… Que los negros searrodillen junto con los blancos en susiglesias…, pues, le viene bien a esoscatólicos y que coman de su propiococinado… Estamos viviendo tiemposterribles, Lawrence. Bueno…, pero estono será tan grave si nuestros esclavosno se enteran de lo que sucede en laAmérica española…

—Eso es, efectivamente, intolerable—interrumpió la conversación otro delos invitados, mientras las damasguardaban un respetuoso silencio en lamesa. Por lo general, estas cosas

políticas no eran de su incumbencia. —Yo creo que hace bien Inglaterra enarreglar esos asuntos en las coloniasespa ñolas —aclaró.

—Creo que bromeas, padre… —dijo Lawrence Washington mirando alviejo Augustine—. ¿Sabías que esosespañoles enseñan su catecismo a losindios en las misiones? ¿Y para qué selos enseñan? Nuestros teólogos ya hanconsiderado la inexistencia del alma deesas gentes… Eso es sabido, padre. Y,claro, como suponen que tienen alma,los tratan de manera distinta, cuandonosotros sabemos que hay que tratarlosfuerte, a látigo muchas veces, para que

entiendan quiénes son sus amos y cómocomportarse… Es posible quedesconozcas que los españoles no serigen por el Code Noir y que sus leyes,al contrario, favorecen la manumisión…—El esclavo negro que oía estaconversación permanecía anclado alpiso, sin inmutarse, perfectamenteinexpresivo, como si nada de esto leimportase.

—¿Qué dices, Lawrence? —preguntó Augustine, incrédulo.

—Pues, lo que oyes. Escucha: lalegislación española le da derechos alesclavo, por ejemplo, de buscarse unamo mejor; el de casarse como se le

antoja y con quien se le antoje; el derescatar su libertad al precio mínimo delmercado; el de ganársela por susservicios; el de ser propietario y el decomprar la libertad de su mujer ehijos… ¿Quieres que te siga enumerandolas diferencias?

—Veo que te has enterado muy biende los enemigos a quienes quierescombatir —agregó Augustine. Huboalgunas risillas disimuladas en la mesa.

—Así es. Y te pongo otro ejemplopara que compares: las leyes queInglaterra dictó en Barbados en 1688 ylas más recientes, las de las Bermudas,de 1730, permiten que no se persiga al

amo que mate a su esclavo alcastigarlo… Esto sería inadmisible enel sistema español. ¿Qué se creen esostipos? Además, tarde que temprano, todoel mundo sabrá que hasta los indios hanalcanzado un nivel de vida en muchoscasos comparable al de los blancos.Mira: son tales las riquezas que esosespañoles han acumulado, que enMéjico hay que trabajar menos paracomprar carne que en París o Londres…En Caracas se come siete veces máscarne por habitante que en París —concluyó meneando la cabeza conasombro.

—¿No será que vas tras esas

riquezas, hijo, y no tras otra cosa? —preguntó Augustine maliciosamente.Todos rieron y asintieron con la cabeza.

—Ja, Ja… No caería mal traerlas aVirginia… —anotó otro de loscomensales, mientras apuraba un buensorbo de vino.

—Bueno…, por ambas cosas. Porlas riquezas y restablecer el orden. Asíque lo mejor que puedes hacer esdesearme suerte, porque he decidido iren esa expedición bajo el mando delalmirante Vernon. Y que nos terminencastigando, es un decir; Vernon es unode los más brillantes militares deInglaterra; todos sabemos de su valor y

osadía. Este será un comandante quehará arrodillar al Imperio Español enAmérica.

—Cuando sea grande —dijointerrumpiendo aquella conversación elniño Washington— yo también harétemblar a los ingleses en Virginia. —Los comensales rieron estrepitosamente.

—Es mejor que no digas tonterías —contestó Lawrence—. Y menos vayas arepetir eso en la calle, pues nosacusarían de traidores.

—¿Y de dónde vas a levantar cuatromil hombres en Virginia? —preguntó elviejo Augustine ante la mirada decididade su hijo—. No se conseguirían dos

mil ni para trabajar el campo…—Para el trabajo puede que no haya

hombres, pero sí que los hay para laguerra. Sobre todo si es una guerracontra los españoles. Todo el mundosabe que ése es el factor que seinterpone a nuestro comercio. Ya tecontaré cuando regrese de mi próximoviaje a Jamaica. Allí me entrevistarécon Vernon, de quien ya he recibidonoticia de que quiere hablar conmigo…Algunos amigos en Londres le han dichoque yo soy el hombre que le habrá deayudar a conseguir la gente que falta.

—Bueno —propuso alguien—,brindemos por el éxito de la misión de

Lawrence contra España.—Brindemos —contestaron y todos

alzaron la copa.El viejo Augustine se dispuso a

comer la gran torta que le habían hechoal cumpleañero, mientras el resto de lafamilia le cantaba al párvulo susparabienes. Augustine sabía queLawrence habría de emplear recursosfamiliares en esta aventura y aquello nole gustaba nada. Pero era muy poco loque podía hacer; se sentía impotentepara contener los ímpetus de su hijoLawrence, a quien reputaba de soñadore iluso. Finalmente, estaba cansado depagar impuestos a los ingleses y

consideraba que lo que se empleara enaquella aventura serían más impuestosencubiertos en contribucionesvoluntarias… «Ah —pensó— estosmalditos ingleses terminaránarruinándome.» Pero lejos estaba desiquiera entretener la idea de que treintay siete años más tarde el pequeñoGeorge Washington haría realidad loque él, in pectore, deseaba: salir de losingleses.

Efectivamente, cuando mesesdespués Lawrence Washington seentrevistó con Vernon en Jamaica, supode primera mano lo que se proponíahacer el marino inglés y no pudo menos

que quedar admirado. ¡Los planes eranmuy superiores a lo que él jamásalcanzó a imaginar! Con un mapa en lamano, Vernon explicó a Lawrence elalcance de la misión y esto sólo redoblósu ánimo de levantar cuatro mil hombresen Virginia y pagarlos de su propiobolsillo, o del de su padre, si fuesenecesario.

Capítulo V

La manguala deKingston

Cuando los quemandan pierden lavergüenza, los queobedecen pierden elrespeto.

(Cardenal De Retz)

El puerto de Kingston bullía degente. Era un lugar sucio y apestoso conhorrendas escenas de pobreza ydesnudez. Los negros trabajaban comoanimales en medio de la más terribleinsalubridad. Tanto, que el propioLawrence Washington se conmovióapenas hubo sentado pie en el muelle.Pronto averiguó que en ese puertocundían las enfermedades venéreas acausa de la vida disoluta que profesabannegros y blancos, ingleses y criollos.En Jamaica era muy corriente que losingleses, a poco llegar, adoptaran las

más bajas costumbres, empezandoporque, si se trataba deadministradores de fincas, en cada unode los lugares administrados adquiríanuna negra o mulata a la que prontohacían su favorita a despecho de losgranjeros, o aun de los maridos, oamantes. Muy famoso era por aquellastierras un tal Tom Coldweather,administrador de cuarenta haciendas,que tenía en su haber unas treinta ocuarenta mancebas.

Lawrence, puritano por naturaleza, ymás bien de parcas costumbres, supoque aquellos ingleses, que mostrabangran recato en las tierras de Virginia, se

daban al desenfreno más contumaz nobien ponían pie en las Antillas. Cuandouno de aquellos administradores de laCorona llegaba de visita a alguna finca,traía consigo a otros amigos disolutospara que le hicieran compañía en susfechorías consistentes en lograr que elencargado de la plantación procurara laschicas más agraciadas de la hacienda.Después de hacerlas bañar y acicalarlos senos, las reunían en la casa y lashacían bailar al estilo contorneado yvoluptuoso de su África natal. Losingleses las contemplaban y, en mediode la algarabía, la música y el licor, lasescogían a placer. Llegado el momento,

tras desenfrenos y obscenidades y al sonde ritmos putangueros, se las llevaban alas diferentes alcobas, mientras susmaridos y amantes rumiaban los odiosocasionados por los celos. Pero lo quemás molestó a Lawrence, recapacitandoya sobre el terreno, fue el grado deamancebamiento que existía en aquellastierras. Y lo vio claro: al no estimularseel matrimonio, porque, según losingleses, se distraía a los capataces yencargados de la vigilancia de losnegros, prosperaba aquel estado deirresponsabilidad. Estas costumbresestaban generalizadas tanto paranegros como para blancos y, por

consiguiente, la prostitución era tambiéncosa muy difundida. Repugnaba saberque, entre los negros y mulatos, lospadres alquilaban a sus hijas y lasseñoras criollas a sus negras, hasta elpunto de que quien aspirara a poseeralguna bella mulata, debía pedirconsentimiento a su ama y pagar unprecio. Hasta los pastores anglicanosandaban corriendo detrás de lasmujeres bellas que, con las limosnasrecogidas de los fieles, pagaban mejorque nadie.

Menos le impactó al temperamentode Lawrence que en las Antillas dedominio británico los esclavos

estuviesen sometidos a punta de terror yescarnio. Los esclavos eranfrecuentemente torturados y azotados.Supo que un tal Sloane, relatando susviajes por Jamaica en 1708, narraba queel castigo que se daba a los esclavos porcrímenes cometidos, o en caso derebelión, consistía en clavarlos al suelopor medio de garfios en los cuatromiembros y luego ponerles fuegogradualmente desde los pies y lasmanos, quemándolos poco a poco hastala cabeza, en medio de los dolores ygritos más aterradores. A otros losazotaban hasta ponerlos en carne viva yluego les echaban pimienta y sal en la

piel, o cera derretida… En Inglaterra eIrlanda estaban mejor protegidas lasbestias del campo que los esclavos enlas Antillas británicas. La castración, elcorte de las orejas o la nariz, comoforma de castigo a los esclavos, estabaamparada por las cláusulas primera ysegunda de la Ley sobre Esclavos deJamaica y ésto, creyó Washington, erauna forma muy efectiva de mantener laobediencia, por inhumana que fuese.Esto lo escandalizaba menos que eldesenfreno sexual. Tampoco le impactómucho que los clérigos mandaran, porlos motivos más frívolos, a azotar y atorturar a sus esclavos, aunque sí le

pareció altamente reprochable que seentregaran al libertinaje, lo cual eraprácticamente desconocido dentro de loscírculos sociales de las colonias delnorte de América.

–¡Y eso que no habéis visto cómo setrata a los esclavos negros en lascolonias francesas! –le dijo alguien,intentando mejorar aquel dramahu mano.

En efecto, un agudo observador delas sociedades, el barón de Humboldt,escribía que donde mejor trato se daba alos negros era en Nueva España;después, en los Estados del Sur de los,hoy, Estados Unidos; después, en las

Islas Españolas; más abajo, en lasposesiones británicas y, por último, enlas Antillas francesas. Humboldttambién observaba que la legislaciónespañola era la más humana en materiade esclavitud hasta el punto de que unesclavo maltratado podía adquirir, porlo mismo, su manumisión y los juecessiempre se ponían del lado deloprimido. Razón tenía, pues,Washington al haber narrado a su padrelas diferencias culturales entre lascolonias inglesas y los reinos españolesde ultramar.

Kingston era un puerto donde estecontraste se apreciaba claramente; y no

tanto porque las condiciones objetivasde los esclavos bajo el régimen españolfueran superiores a la de sus homólogosbajo el régimen inglés, que lo eran, sinoque el sentido de lo humano no era unbien totalmente desconocido en laAmérica hispana; al contrario,abundaba. En los archivos del Tribunalde la Inquisición de Cartagena existe elproceso seguido por el Santo Oficio a unpadre jesuita, don Luis de Frías, por unencendido sermón pronunciado en 1614contra el maltrato a los negros. Al padreFrías se le había ido la mano y habíaafirmado algo que se consideró como unsacrilegio. Irritado, señalando con el

dedo al Santo Cristo, dijo que «dar unbofetón a un negro es dárselo a unaimagen viva de Dios y dárselo a unCristo es a un pedazo de palo o demadera, imagen muerta que tan sólosignifica lo que es». Este tipo demanifestaciones, en el fondo piadosas –aunque llenas de santa ira–, tenían quecalar hondo en la conciencia de losnegreros y de los dueños de esclavos,quienes con mucha frecuencia tenían queasistir a sermones como éstos; y no esdescartable que las mismas leyes deIndias, que amparaban indígenas, o lasactitudes sociales, que se compadecíande los esclavos, se vieran grandemente

influenciadas por las enseñanzas de uncatolicismo firmemente arraigado en laconciencia popular.

Cuando a las nueve de la mañana dellunes 13 apareció la primera vela porPunta Canoas como un punto casiirreconocible en la lejanía de un martambién plomizo, los catalejo.

Fondeados en Kingston, los trecenavíos de Vernon permanecíananclados, como tigres al acecho de la

presa, a la espera de lo que dijera elcomando de la Armada. La marinería, obuena parte de ella, iba y venía por elpuerto, tropezándose con vendedoresambulantes, prostitutas, mercaderes ycambalachistas. En las cálidas nochesaquellos ingleses se abalanzaban almuelle como lobos hambrientos deaventuras, riñas, juegos y juergas.Algunos dejaban la paga en los bares ycasinos, cuando no en los prostíbulos.Los escándalos eran frecuentes y lasmedidas disciplinarias preocupantes,porque ellas también incidíannegativamente en la moral de las tropas.Pero la indisciplina iba influyendo

adversamente en el ánimo de Vernon,marino acostumbrado a la más férreaconducta y exigencia para sí y para sushombres. Tanto, que había prohibido asu gente el beber puro aquel infernal ronque los enloquecía y que, según ellos,bebían para mantener la salud, sobretodo la del estómago, que se resentía deaquellas aguas tropicales; era sabidoque el agua les producía unas terriblesdiarreas, pero el ron, usado comoremedio, también producía riñas yescándalos con mujeres de mala vida.Por ello, el Almirante había dispuestoque cada pinta de ron se mezclase conun cuarto de agua, «para evitar las

pasiones brutales», según decía, y mediosubsanar ambos problemas. Lamarinería comenzó a llamar tan peculiarmezcla la «Grog Vernon», y pronto todoel mundo en Jamaica conoció alAlmirante más por ese nombre que porel de pila.

A principios del mes de octubre de1740, ocho meses después de aquelcélebre cumpleaños en que Lawrencedescubriera sus planes a su padre, seentrevistaron en Kingston por primeravez el Almirante y el aprendiz desoldado. Y la entrevista no fuedesilusionante. Al contrario, laadmiración que el segundo profesaba

sobre el primero fue creciendopaulatinamente hasta convertírsele en unverdadero héroe mitológico. Vernonlucía una casaca azul y peluca blanca, lacual se quitó después del saludoprotocolario a causa del calor.Washington llegó a Kingstonacompañado de varios pajes, comocorrespondía a su linaje, junto con unauxiliar de cámara, John Greene, quienno obstante merecer toda su confianza,era hombre locuaz y lengüisuelto, paradespecho de su amo. Muchas veces lohabía reprendido por tales libertades. Eldía que se entrevistó con Vernon acudióa la cita acompañado de éste y ambos se

trasladaron al navío fondeado a cortadis tancia del muelle.

–Qué mal huele este puerto –murmuró Lawrence al subir, lanzando unescupitajo por la borda.

–Apesta –contestó Greene.

(Texto de la imagen) Croquisexplicativo del gran proyecto deInglaterra para cortar los dominiosespañoles en América, 1740-1741. Enel mes de julio de 1740, salía de lospuertos en dirección a Jamaica laescuadra del Almirante Chaloner Ogle,con un elegido cuerpo de desembarcodirigido por el Gral. Cathcart. Enaquella isla, se les unirían los efectivosdel Almirante Vernon, que asumiría elmando absoluto de la expedición. Tieneentonces lugar la imponente empresade atenazar los dominios de las Indias:el grueso se dirigía a Cartagena deIndias para abrir el camino del Perú,

en tanto que, una escuadra ligeramandada por el Comodoro Anson,bordearía el dilatado litoralsudamericano para entrar en el Golfode Panamá interrumpiendo la «Carreradel Sur» de la flota española.

El Almirante los esperaba con unapequeña guardia de honor que muchosatisfizo a los visitantes, sobre todoporque a Washington lo seducíanaquellos formalismos cortesanos de laMetrópoli. Se sentía dueño de sí mismoy halagado porque, siendo él un simplecolono de una posesión británica enultramar, se le tratase con tanto respeto yconsideración; por eso, su ánimo yentusiasmo hacia aquella formidableempresa no hacía más que crecer porhoras. Para Vernon, en cambio, laimpresión fue otra. Encontró aLawrence Washington un tantodesabrido e informal, incluso tosco,

pese a que se esforzaba por dar laimpresión de ser un hombre de mundo.

Cuando llegaron a bordo y despuésde los saludos de rigor, el Almirante lehizo seña a Washington de que deseabaconferenciar con él en privado. Suauxiliar Greene quedó montando guardiatras la puerta cerrada del camarote,flanqueada por dos gigantescos marinosingleses. No le quedó más remedio queentablar conversación con ellos ybuscarse un acomodo mientras su amosalía de la reunión. Desde allí Greenealcanzaba a oír, si bienentrecortadamente, la conversación quese desarrollaba dentro. Particularmente

cuando un golpe de mar entreabrió lapuerta del camarote, tras la cual sedistinguieron perfectamente las siluetasde los conferenciantes. Sus voces sehicieron cada vez más audibles enmedio del peculiar chirrido producidopor los maderos del enorme navío detres puentes, mecido aquí y allá por losvaivenes del mar.

En el salón de guerra de la navecapitana, Edward Vernon y LawrenceWashington se inclinaron frente a unenorme mapa apuntillado sobre unamesa y cuando el gigantesco marino fuea ajustar de nuevo la puertecilla, Vernonlo increpó, diciéndole:

—Déjala entreabierta para que entrebrisa, que hace calor. —Y luego añadió,dirigiéndose a Washington—: ¿Veis estemapa, Lawrence? Mi plan de ataque esmuy simple. No nos hemos de contentarcon tomar a Cartagena, la plaza másfortificada de España en estas tierras,sino que echaremos mano de toda laAmérica del Sur y del Caribe. Para talefecto, el comodoro Anson tieneinstrucciones de penetrar por el estrechode Magallanes y, remontando las costasde Chile, destruir la Armada españoladel Pacífico y apoderarse de losGaleones del Mar del Sur. Una vezlogrado ésto, Anson deberá proseguir

hacia el norte hasta llegar a Panamá, nosin antes haber causado destrucción ysaqueo a Payta en el Perú. Por mi parte,yo atacaré La Guaira y la destruiré;pasaré a Portobelo, la conquistaré yesperaré allí a que las tropas de Ansonse tomen a Panamá, después de lo cualdividiré mi ejército invasor y procederé,primero, a cruzar el Istmo y enlazar conAnson para invadir las ricas tierras delPerú; con el destacamento de Portobeloy Panamá habremos cortado la gargantade las comunicaciones de la Américadel Sur con Centro y Norte América.Nueva España quedará aislada. En elentretanto, desde Portobelo avanzaré,

con el resto del ejército, hacia laconquista de la Plaza Fuerte deCartagena de Indias; cortaré losabastecimientos a la ciudad enviandodos fragatas y cuatro embarcacionesmenores con la misión de cruzar el ríoSinú hasta el estero de Pasacaballos;cerraré la mayor vía de abastecimientospor donde, además, les llega la carne yel maíz, principales elementos de sudieta; esta fuerza expedicionaria seráenviada con dos meses de anticipaciónpara que, más o menos, concuerde connuestro desembarco en La Boquilla, queestá a sotavento de Punta Canoa, lo cualharé con dos mil hombres y, pasando

por la espalda del cerro de la Popa,alcanzaré el Tejadillo, en el interior dela bahía; desde allí enviaré seiscientoshombres a Pasacaballos y me apoderarédel puesto; así quitaré presión a loshombres que en la boca del estero hancortado los abastecimientos de laciudad. Como veis, hay un pequeñocaserío llamado La Quinta que permitiráguarecer a la tropa y abastecerla de aguasuficiente proveniente de La Terrera, auna legua de distancia. En La Popa nosharemos fuertes con los 1.400 hombresrestantes y esperaremos al resto delejército invasor, otros tres mil soldados,que llegarán en una segunda oleada con

pertrechos, morteros y artillería de batirpara comenzar a castigar el castillo deSan Felipe de Barajas desde CerroPelado, cercano al mismo, y el cual nopodrá responder al fuego con susbaterías, pues éstas, se sabe, estáncolocadas del lado posterior quedefiende la bahía y la ciudad.

Washington escuchaba tan prolijosdetalles con una fascinaciónindescriptible. No le cabía duda de queese marino, con tanta información en sucabeza, conquistaría la Plaza másdefendida del Imperio.

—Simultáneamente —continuóVernon—, la escuadra bloqueará la

ciudad por mar, batirá el arrabal deGetsemaní y empezará el bombardeo delas murallas y ciudad de Cartagena.Tomado el Castillo, una tercera fuerzade desembarco de 5.500 hombres tocarátierra por el fuerte Manzanillo yenlazará con nuestras fuerzas de La Popapara comenzar el sitio de San Felipe ypenetrar las brechas abiertas en lamuralla por el lado del arrabal deGetsemaní. Tomado el Castillo, susbaterías castigarán la ciudad de talmanera que no habrá forma de resistir.Como veis en el mapa, la ocupación deSan Felipe es de vital importancia, puesestá en un promontorio desde el cual se

divisa la Plaza fuerte, y eso nos permiteun mayor castigo sobre ella. En totalserá una fuerza invasora conjunta de10.500 hombres la que se apodere deCartagena. De todas maneras, siCartagena no se rindiera por el choquede las armas, tendrá que rendirse por losapremios del hambre. TomadaCartagena, mi querido Lawrence,avanzaremos hacia Santa Fe de Bogotá yel enlace con las tropas de Anson, en elPerú, será cuestión de detalles. Comosabéis, el dominio sobre Cartagena nosdará el dominio sobre el río Magdalenay por allí llegaremos a las planicies deesa remota ciudad. Les habremos metido

una espina en la garganta y estos reinosten drán que capitular.

Lawrence Washington observabaatónito los detalles que, uno a uno, seiban desenvolviendo frente a sus ojos.Vernon lo trataba con una familiaridadenternecedora. Sólo atinó a decir:

—Milord, el único problema queveo con el plan es el bloqueo de laciudad por la escuadra. Entiendo que sedebe cruzar Bocachica con la tercerafuerza de desembarco y allí losespañoles tienen dos fuertes a lado ylado del estrecho que hacen imposiblesu penetración. Estas fuerzas quedaríancomprometidas allí y, por tanto, se

debilitarían las otras fuerzasdesplegadas en La Popa desde el norte yla operación correría peligro.

—Me parece una buenaobservación, Lawrence. Veo quetambién habéis estado estudiando losmapas. Un agente secreto queintrodujimos en su momento a Cartagenanos ha levantado un detallado plano dela ciudad y sus defensas, de la bahía ylas suyas y, en efecto, las que tienen losespañoles allí son formidables. Ya hehecho los primeros tanteos de su poderde fuego, en marzo y mayo de este año, yme dejaron impresionado. Tienen,además, una cadena submarina en

Bocachica que impide el acceso a labahía interior. En un principio creí quecon trece barcos podría sitiar y tomarmela ciudad, pero estaba equivocado. Hepedido refuerzos a Inglaterra y estoy a laespera de que me envíen más buques ynavíos de transporte; también estoyconsiguiendo voluntarios en esta isla.Me propongo levantar unos veinte milhombres para esta empresa, pero no sonsuficientes. A nosotros nos separa de laconquista de la ciudad la ventura quetengamos en efectuar un eficazmovimiento de distracción y penetraciónen las defensas de Bocachica. Y es allídonde vos entráis, Lawrence. Tenemos

necesidad urgente de que hagáis unaleva de cuatro mil hombres en Virginia yotras posesiones circunvecinas; esto eslo que necesitamos para completar loscontingentes que nos faltan, hacer eldesembarco por Bocachica yapoderarnos del fuerte de San Luis,inutilizarlo, levantar las cadenas que losespañoles han puesto bajo el mar paracerrar la entrada y, entonces sí, penetrarcon nuestra fuerza naval a la bahía parainiciar el bloqueo y bombardeo de laciudad y dar apoyo a nuestros soldadosde La Popa con la mencionada tercerafuerza de desembarco de 5.500hombres. O al menos así lo

intentaremos.—Ya veo —murmuró Lawrence.—Pero escuchad bien —continuó

Vernon—: el ataque a Bocachicadistraerá la atención de los españoles,que habrán de concentrar la mayorparte de sus fuerzas en el fuerte de SanLuis para no dejarnos pasar. Sinembargo, en caso de que no lolográsemos, es decir, de que no lolograseis, los habríamos debilitado tantoen el interior que nuestras fuerzas de LaPopa se tomarían el castillo de SanFelipe y con sus propias bateríasmartillaríamos la ciudad amurallada, lacual se rendiría con muy poca

resistencia, y nuestros 4.400 hombresbastarían para someterla. Ahora bien, silograseis forzar la rendición del SanLuis, amasaríamos 5.500 efectivos quecon su artillería y pertrechos se unirían alos 4.400 hombres que ya habríancapturado el castillo de San Felipe, oestarían a punto de hacerlo. Estos 9.900hombres darían la carga final sobre elcastillo y la ciudad, penetrando por lasgrietas que la artillería abra en lasmurallas. En cualquiera de los doscasos, pues, la victoria estaríaasegurada.

Lo que Vernon ocultaba a LawrenceWashington era que no tenía ningunaintención de forzar el castillo de SanLuis, porque lo considerabainexpugnable, particularmente si losespañoles tomaban la decisión deemplear a fondo sus defensas allí. Lalucha sería encarnizada, pues lacon centración de tropas españolas haríaque los combates de tierra contra lasfuerzas de desembarco fuesenextremadamente duros. Su secretaintención era sacrificar los hombres deWashington y, al distraer las fuerzasespañolas, desembarcar por LaBoquilla, avanzar hacia La Popa y,

sometiendo el fuerte de San Felipedesde ese punto, caer sobre la ciudad,tomándola rápidamente. Claro que elavance por La Boquilla era dificultoso,dadas las condiciones del terreno y elcruce que se debía hacer por el Cañodel Ahorcado; pero Vernon veníapreparado. Traía pontones que seríanarmados in situ y ello le permitiría hacerla maniobra que, presuntamente, no eraesperada por los españoles. Este era elplan maestro y difería bastante de lo quePointis había hecho cuarenta y tres añosantes. Además, llevaba escaleras deasalto perfectamente medidas paracoronar con éxito la cima de las

murallas del castillo de San Felipe,según la inteligencia que se había hecho.

El Barón había conquistado palmo apalmo las fortificaciones guardianas dela bahía, es decir, los fuertes de SanLuis y San José en Bocachica y, en elproceso, había perdido un gran númerode hombres y pertrechos. A juzgar porsus bajas, si los españoles hubiesen sidomás precavidos, en aquel entonces laconquista de la ciudad no habría tenidoéxito. Por eso Vernon ensayaría un plandiferente, más osado y astuto, que lepermitiría ahorrar hombres y esfuerzo.Recordaba que Pointis había atacado aSan Felipe desde el cerro de La Popa,

penetrando por el interior de la bahía.Él, en cambio, iría directamente haciaLa Popa y San Felipe, avanzando desdeel norte, sin exponerse al enormedesgaste que supondría un ataque frontalcontra el castillo de San Luis. Noimportaba que para tales propósitos sesacrificaran los efectivos de Virginiaque, de todas maneras, provenían de unacolonia al servicio de la Metrópoli; y,aun si aquellos hombres quedabanmachacados frente a sus muros, la tomade San Felipe haría que rápidamente serindiera la ciudad, con menorespérdidas para sus tropas de asalto ymayor gloria para Inglaterra. Para

consolar su conciencia, Vernon creíaque con una toma rápida de la ciudad lesahorraría sangre a los virginianos, detodas maneras, pues los españoles,entonces, habrían de rendirse también enBocachica.

Había, sin embargo, algunosobstáculos: el cruce del Caño delAhorcado, para lo cual emplearía lospontones; también el avance sobreterrenos pantanosos dificultaría lamisión. Pero Vernon contaba con que losespañoles acometerían el grueso de susefectivos en el canal de Bocachicacuando Washington efectuara el ataquede distracción. De otro lado, el avance

desde el río Sinú hasta Pasacaballos noera, tampoco, una empresa fácil ni corta.Sin embargo, este factor sorpresa era loque más lo entusiasmaba, ya que nadietomaría precauciones contra semejanteaudacia. Vernon estaba convencido deque éste era el mejor modo de hacer elasedio.

Lawrence lo miró y, sin sospecharsiquiera sus intenciones, exclamó:

—¡Pues, contad con esos efectivos!Mis virginianos se apoderarán del SanLuis y se constituirán en el cierre de latenaza. El cerrojo de Cartagena saltarápor los aires y aquella «llave» delImperio nos ayudará a abrir los demás

cerrojos que faltan. Almirante, soissimplemente genial —concluyó.

—Esa es la idea. Los españoles sequedarán sin puerto de refresco en elCaribe. Perderán su principal punto deapoyo. Las mercancías del sur delcontinente no tendrán por dónde salir; esdecir, la plata del Perú y el oro de laNueva Granada serán nuestros. Españaquedará sin recursos coloniales y ante lacatástrofe económica, cederá aInglaterra todas aquellas tierras acambio de una paz con pan. Estos no sonQuijotes sino Sanchos. El resto delImperio será cuestión de tiempo. Ya noshemos apoderado de algunas islas

antillanas y desde allí impediremos quesalgan mercancías provenientes deCentro América, Nueva España, LaFlorida, Cuba y Puerto Rico. Con eltiempo, esas posesiones también caerán.¡Haremos que los españoles nos besenel culo, Lawrence!, they will kiss ourass —enfatizó con una expresión típicainglesa, haciendo un gesto de alegría yoptimismo. Luego, agregó—: SuMajestad británica podrá proceder,entonces, a efectuar una invasión formalhacia Santa Fe de Bogotá, la capital dela Nueva Granada. En pocos añosestarán hablando inglés. Entonces ya notendremos más obstáculos para ser los

amos del mundo.—Bien ha dicho Su Excelencia,

seremos los amos del mundo, pero noaprenderán el inglés, que es el idiomade la civilización; son demasiadoestúpidos y fanáticos.

—Yeah, demasiado oscurantistas ypapistas —remató Vernon con un mohín.

—Sin embargo, debo contar convuestra ayuda para facilitar mi tarea. Espreciso que Su Majestad, el Rey,produzca algún tipo de incentivo paraque estos hombres se enlisten en tannoble empresa.

—Descuidad, que yo mismotramitaré esa petición ante el Rey —

contestó Vernon, sabiendo que enInglaterra el sentimiento popular,animado por William Pitt, el fogosoparlamentario de treinta años que reciéniniciaba su carrera, era reducir elejército británico; luego, nada sería másatractivo que hacer leva en las coloniasamericanas.

Aquella noche Greene seemborrachó por la alegría queexperimentó al saber que su amo sería

una pieza fundamental en la conquista ysometimiento del Imperio Español. Fuetanta su euforia que un espía, Don ÍñigoAzpilcueta, rubiete él, de grandes ojosazules e inmigrante por largo tiempo enlas colonias inglesas, y últimamenteresidente en Kingston por exigencias dela política exterior española, se le sumóaquella misma noche a su borrachera,mientras Lawrence Washington,encerrado en un hotel de mala muerte,construía sueños y planes para susfuturas aventuras comerciales, una vezabiertas las tierras del mítico ElDorado. En particular, una de las cosasque más atraía a Lawrence era el

lucrativo negocio de planchas de estañoy plomo que ahora se introducían decontrabando a los dominios españoles yque servían para hacer lozas vidriadasmanufacturadas por los tejares deaquellos reinos…

Azpilcueta, apodado el paisano,había sido comisionado por el gobiernoespañol para espiar a los ingleses enJamaica y allegar todos los datosposibles que permitiesen una mejordefensa de Cartagena y las plazas quelos ingleses se aprestaban a atacar. Elperfecto inglés que hablaba Azpilcuetapermitió conocer los detalles de lainvasión sin levantar sospecha de su

cuna española: presto y a la caza decualquier información que sirviera aEspaña y a su bolsillo, pronto se enteróde la llegada de aquellos extrañosvisitantes y un día le dio por seguirlos yvio que se enrumbaban hacia la navecapitana del almirante inglés. Allí, enese bullicioso y sucio puerto, herviderode intrigas y maleantes, todo se sabía.Por eso, cuando el acompañante delextraño personaje se desembarazó de suamo, Azpilcueta supo hacerse a unbanco junto a tan desenfrenado bebedor;fue así como entabló la más fructíferaconversación habida entre España eInglaterra y pudo conocer, al detalle,

los planes de la invasión.—¿Quieres que te consiga una

mulata sabrosona? —le preguntóAzpilcueta a Greene en formacoloquial, cuando éste ya estaba bienentrado en tragos.

—Shit, no —contestó Greene—. Mevoy borracho a Virginia, pero nopringado —dijo refiriéndose al terrorque le producían las enfermedadesvenéreas. Y concluyó—: Todas estasputas Antillas están podridas.

—Te equivocas —dijo Azpilcuetacon disimulo—. Yo he estado en lasAntillas españolas y esto no se ve allí.Las damas españolas son mis

preferidas; son modestas y nobles,tienen una vivacidad sana y alegre;tienen vida interior; sus ojos negros yvivarachos lo revelan… La vida en lasposesiones españolas no presenta estedesorden y suciedad…

—No me dirás que allí los amos noaprovechan a las mulatas…

—Sí, hombre. Algunos sí. Pero deotra manera. Hay cierto recato, y lasociedad no aprueba el desenfreno, ni ellibertinaje, ni el vicio… Es diferente,es católica y pacata. Tendrías que iralgún día.

—¿Cómo sabes eso? ¿No serásespañol tú, no?

—¿Yo español? No, hombre, no.Sólo que me gustan las mujereshispanas… Son dignas, limpias yhermosas —concluyó Azpilcueta conuna son risa.

Al día siguiente de este afortunadoencuentro, Azpilcueta viajaba a LaHabana a dar rendida cuenta a sugobernador de lo escuchado enKingston, quien inmediatamentedespachó correo a Madrid y Cartagenasobre el plan del agresor. Esta valiosainformación estratégica fue conocida porel marqués de Villarias, a la sazónministro de Estado, quien le dio plenacredibilidad y así se lo informó a la

Corte. Tales datos confirmaban laimpresión que tenía Don José Quintana,primer secretario del despacho deMarina e Indias, cuando el 16 de agostode 1739 despachaba un informe a DonPedro Hidalgo, entonces gobernador deCartagena, de que el 4 de agosto habíazarpado desde Portsmouth el almiranteVernon con misión de atacar a esaciudad. La Corte, alarmada, procedió aurgir a Don Sebastián de Eslava a tomarlas medidas necesarias que garantizasenla defensa de Cartagena de Indias comovirrey, que era, de la Nueva Granada,nombramiento que se había hecho segúncédula real expedida en 1737. Eslava

había tomado posesión de su cargo enabril de 1740 y desde entonces ejercíasu empleo en la ciudad amenazada, envez de hacerlo desde Santa Fe, dondecorrespondía, dada la grave situaciónque se veía venir sobre aquella plaza.No dejaba de ser curioso el largotiempo que había tardado el virreyEslava en tomar posesión de su cargo,algo que también incidió de maneranegativa en los planes de defensa quedependían, en mucho, de la disposiciónfinanciera de la Plaza y que solo elVirrey podía atender. Pero algo quetranquilizaba, en parte, a las autoridadesespañolas era la presencia del general

Blas de Lezo, quien ya estaba destacadoen Cartagena desde marzo de 1737, anteuna situación que se veía iba endeterioro permanente.

Capítulo VI

El desencuentro sobrela defensa deCartagena

Con sólo seis navíosse tomó a Portobelo.

(Medalla queconmemoraba la victoriade Vernon en Portobelo)

Cuando las noticias del detalle delos planes llegaron a manos de Don Blasde Lezo, éste juzgó necesario reunirsede urgencia con el virrey Eslava paradarle su impresión de lo que debíahacerse. Lezo había estado cavilandolargo tiempo sobre el Plan Maestro yllegó a la conclusión de que era precisohacer el más grande esfuerzo deresistencia en el fuerte de San Luis deBocachica y en La Boquilla, en primerainstancia, y en segunda, tras el Caño delAhorcado, construyendo trincheras yparapetos y destacando hombres, aun a

costa de debilitar las defensas delCastillo de San Felipe de Barajas, puessi éste fuerte era asediado desde LaPopa y Cerro Pelado, todo estaríaperdido para Cartagena. Se trataba,entonces, de hacer una defensa de dosescalones principales en la primeralínea, los cuales deberían estardispuestos, uno, en los baluartes de laplaya, y otro, tras el Caño del Ahorcado,por el nordeste; en el suroeste, enBocachica, el cerrojo tendría que ser aprueba de perforación, pues rota estadefensa, los ingleses se precipitaríaninconteniblemente hacia la tercera línea,rompiendo la segunda, que era más

débil. En últimas, pensó, si los inglesesllegasen a cambiar de planes y se veíaque el principal punto de ataque era SanLuis, pues entonces habría también quecambiar rápidamente el plan de defensay acometer todas las tropas a ese fuerte,impidiendo que el enemigo pudiesemontar una cabeza de playa enBocachica. Para esto era preciso contarcon un contingente móvil que desde laretaguardia pudiera ser trasladado confacilidad hacia el frente. Es más, pensóLezo, habría que tener un destacamentomilitar con artillería tras el Caño delAhorcado para hacerle dificultoso alenemigo el avance hacia La Popa, en

caso de realizarse el plan originalinglés. Era preciso evitar, a toda costa,que el enemigo se acercase con artilleríade tierra a los fuertes.

—Vuestra Merced —un día dijo alVirrey—, si los ingleses desembarcanel grueso de sus tropas en Bocachica yen la Boquilla, nosotros tenemos queimpedir que se consolide la cabeza deplaya atacando por tierra a las fuerzasenemigas. Debemos tener dispuesto unsegundo contingente de defensa tras elCaño del Ahorcado, en caso de que serompa la línea, para impedir que losingleses pasen hacia La Popa. Lo másimportante es no permitirles emplazar

piezas de artillería, porque, si no, todoestará perdido para los fuertes.

—Pero, considerando la situación—contestó Eslava—, los ingleseshabrán de acometer el grueso de sustropas a un desembarco en La Boquillapara un avance sobre La Popa yposterior asedio de San Felipe, con locual nuestras defensas se tienen queconcentrar, precisamente, en el extremonoreste de La Popa, para hacer alargarsus líneas y luego cortarles la salidajusto por ese caño, mediante unmovimiento que les tapone laretaguardia. Debéis tener en cuenta quese proponen hacernos creer que su

ataque principal va a ser por Bocachicay nosotros no podemos morder eseanzuelo acometiendo tropas donde no senecesitan.

—De acuerdo, Excelencia; pero notenemos la certeza de que este plan selleve a cabo por parte de Vernon segúnse nos ha instruido. Por otra parte,nosotros no podremos resistir un embateenemigo por La Popa, pues allí no hayfortificaciones suficientementeresistentes. Debemos hacer trincheras yconstruir defensas parapetadas al bordedel Caño del Ahorcado para impedirque el enemigo lo cruce. De otro lado,debemos fortalecer Bocachica para

evitar ser cogidos en tenaza con undesembarco en Manzanillo, en La Popay San Felipe. Además, sugiero quedebemos esperar a ver los movimientosde los ingleses y actuar comocorresponde. Es decir, si el enemigodecidiera cambiar de planes, nosotrosdebemos ajustar los nuestros a los suyosy defender a toda costa el primer anillodefensivo en vez de refugiarnos en elsegundo o en el tercero. Me parece quees desaconsejable aguardar a que elenemigo ataque a La Popa, pues, tomadoese cerro, las baterías del San Felipequedarían neutralizadas y el enemigotendría ventaja suma sobre nosotros

dada la topografía existente —concluyó señalando en el mapa desituación.

—El «paisano» nos ha dadoinformación fidedigna —contestó elVirrey con su acostumbrada frialdad—,pues es un espía al servicio de SuMajestad y es de mucha confianza yvalía para nuestra causa. No tengo razónpara pensar que Vernon a estas alturasde la incursión vaya a cambiar deparecer. ¿O, por qué habría de hacerlo,General? En cuanto al peligro de unatoma de La Popa, eso es muy relativo,pues el inglés se enfrenta a todasnuestras tropas desplegadas allí,

acuarteladas en San Felipe y en laciudad misma, tras sus murallas. Vuestroplan debilita en extremo la defensa de laciudad al mandar todos los efectivoshacia las playas y el Caño. Por otraparte, olvidáis que la escuadra de DonRodrigo de Torres y la del marquésD’Antin, están fondeadas en Santa Martadesde mediados de diciembre y cogerána la de Vernon por la espaldaacorralándolo contra el litoral, lo cualtambién frustrará el bloqueo desuministros que intentan enPasacaballos. Ése es mi plan. Torres esun experto y sazonado marino y, quéduda cabe, causará graves daños al

inglés, con lo que las tropas de asaltoquedarán sin apoyo naval y con sussuministros cortados. Será entoncescuando nosotros demos cabal cuenta deellas con todo nuestro poderconcentrado y cortada ya su retirada.Obtendremos una grande y resonantevictoria —dijo tras breve pausa— conel enemigo aniquilado por nuestrainfantería. Ya veréis, General, que deaquí saldrán en estampida hacia el mar,al que no llegarán, en busca de unasembarcaciones que habrán sido hundidaspor la escuadra de Torres.

—Vamos por partes, Vueced. Yo notengo razón para pensar una cosa o la

otra, independientemente de la valía yconfianza que le tengáis al «paisano»;pero en la guerra, como vos sabéis desobra, los planes trazados no sonsiempre fijos y hay circunstancias queobligan al mando a cambiarlos. Y enrelación con un asalto frontal del ingléscontra nuestras defensas, no os faltarazón; el auxilio del almirante Torresserá fundamental y ése es un granmarino; no pienso así mismo de losfranceses, que nunca lo han sido. Pero,independientemente de eso, confiáisdemasiado en el auxilio de lasArmadas; ni vos ni yo somoscomandantes de ellas y mucho me temo

que Vernon, quien también sabe de mar,no se atreva a atacar mientras tenganoticia de que las dos Armadas acechanel momento oportuno para saltar sobrela presa por la espalda. Con lo cual, siyo fuera Vernon, desembarcaría primeroen Bocachica y, simultáneamente, batiríael fuerte de San Luis desde el mar. Esmás, también desembarcaría en Barú,para tomarme el de San José y ayudar abatir al de San Luis desde allí. Estesilencio de Vernon me parece que estáindicando que no se atreve a dar el pasode la invasión por La Boquilla y por elSinú mientras Torres esté por estasaguas, porque ello implicaría alargar

demasiado sus líneas de avance. Esto osobligaría a establecer una línea dedefensa al sur de La Popa paracontrarrestar el desembarco inglés porManzanillo, lo cual nos cogeríademasiado tarde para construir lasdefensas requeridas allí. —Y agregócon premonitorio énfasis—: Así, nosiendo ni vos ni yo comandantes de lasArmadas francesa y española, mucho metemo que se cansen de esperar un ataqueque nunca llega y pongan proa haciaEuropa. Seríamos, entonces, nosotroslos acorralados, resistiendo cuantopudiéramos. Si yo fuera vos, confiaríamás en mis propios recursos que en los

ajenos y me andaría muy desconfiado deuna ayuda incierta. Insisto, pues, en queal inglés no se le debe dar laoportunidad de desembarcar artillería enninguna de nuestras costas y se le debebatir en la playa misma, con lo cualdebemos trasladar, una vez conocidoslos planes del enemigo, el grueso de lastropas, con todos sus pertrechos, a laprimera línea de defensa. Y en cuanto albloqueo de víveres en Pasacaballos, esono me preocupa, siempre y cuando elasedio no sea prolongado; y que no losea, está garantizado con frustrar losplanes de Vernon en la primera línea decombate.

El virrey Eslava no contestó a estaaguda observación de Lezo, y se limitóa decir:

—El problema, General, es que vosno sois Vernon ni sois yo, ni vais acambiar sus planes ni los míos… —conlo cual terminó la conversación, pero aLezo le quedó claro que Eslava ya teníatomada una decisión que, a su juicio,podía ser apresurada y queinmovilizaría las tropas donde nocorrespondía. Es más, que el Virrey nohabía tenido en cuenta el peligro querepresentaba para las defensas de laciudad una toma de La Popa, pero nopor La Boquilla, sino porque hubiese

caído el San Luis y desembarcado sustropas en Manzanillo, al interior de labahía. Esto era tan simple que norequería de mucho esfuerzo mental paracomprenderlo ni de mucha experienciamilitar como para desconocerlo. Lastropas del Virrey serían así cogidasprácticamente por la espalda, sin líneasdefensivas ni trincheras para guarecerse.

Lezo se marchó con la impresión deque aquél no había sido un buen primerencuentro con Eslava y que susdiferencias en la apreciación del teatrode la guerra se agudizarían con eltiempo. Y razón no le faltaba, pues elVirrey tenía entre ceja y ceja ganarse un

cargo mayor en la Península a través deun brillante desempeño en la defensa deCartagena. Y este brillante desempeñotenía que ver con el acorralamiento delas tropas de Vernon entre dos fuegos.Esto le impedía arriesgarse a cometer elmás leve error que pudiera costar caro asu ambición personal. La expectativa deun aplastante triunfo sobre el asaltante,conducido mansamente al matadero, seconvirtió en una idea fija para el másdirecto representante de los interesesreales en la Nueva Granada. Su cargo lohacía el responsable mayor de la Plazay, políticamente, el superior del generalde la Armada española a quien

tam bién se había confiado su defensa.Por eso, cuando a principios de

marzo de 1741 la escuadra D’Antin pusorumbo a Europa por no tener suficientesaprovisionamientos en América, puestoque los franceses no disponían allí debases de apoyo, el Virrey debió cifrarahora todas sus esperanzas en Torres;pero cuando el famoso marino español,días más tarde, también levó anclasrumbo a La Habana porque elaprovisionamiento de su flota se hacíademasiado oneroso para la ciudad deSanta Marta, Eslava debió de quedarmustio de preocupaciones sin fin. Ypensaba: «Él mismo nos dijo en

diciembre del año pasado que esperaríaen Santa Marta indefinidamente a queVernon llegara», repitiéndoselo una yotra vez, sin atinar a saber por qué habíasido tomada tan infausta determinación.

Lo más probable es que el Virreyhubiera ocultado esta información aLezo hasta donde había podido, lo cualexplica la solicitud que éste le hicierael 13 de marzo, el día de la invasión, decomunicar al gobernador de Santa Martaque todavía no saliese el Almirante aauxiliar a Cartagena, previendo noalertar a Vernon antes de que éstecumpliera con sus planes originales deinvadir por La Boquilla, en el nordeste;

le daba, pues, el beneficio de la duda alVirrey.

La ocultación de esta información, yel empecinamiento del responsablemáximo de la defensa de Cartagena,probaría ser de vital importancia en eleventual despliegue de hombres en lospuntos de ataque y, en consecuencia, dela permeabilidad de la primera línea dedefensa; Lezo todavía albergaba ciertasdudas sobre los planes de Vernon y auncontemplaba la posibilidad de que elVirrey, después de todo, tuviera razónen sus apreciaciones sobre la defensade la Plaza. A Lezo tampoco le cruzópor la mente que, justo en ese momento,

Torres ya había abandonado SantaMarta.

¡Qué le iba a cruzar!, si en unconsejo de guerra celebrado el 12 y 13de diciembre de 1740, se habían reunidoen la Casa del Cabildo de Cartagena elvirrey Eslava, Blas de Lezo y RodrigoTorres, generales de la Armada, elmarqués D’Antin, comandante de laescuadra francesa, Melchor deNavarrete, intendente del Rey ygobernador de la Provincia deCartagena, junto con otros altos oficialesy capitanes de los buques, a discutir siel ataque de la escuadra de Vernon iba aser sobre Cartagena o sobre La

Habana. Aunque era posible que elvirrey Eslava todavía albergase dudassobre el destino final del ataque, locierto es que, por ser éste el responsabledel Virreinato, su mayor preocupaciónera asegurarse de que su jurisdicción, encaso de ser atacada, no sufriríamenoscabo. Fue por eso enfático endefender, con Lezo, la tesis de que elataque sobrevendría sobre Cartagena,arrancando de Torres su compromiso dedefenderla de cualquier agresión, y porello se había escogido la ciudad deSanta Marta, como el lugar ideal paraguarecer sus respectivas escuadras.Torres, por aquel entonces, había

recibido un pliego de instrucciones delpríncipe de Campo Florido en el que lecomunicaba que, como consecuencia delpacto entre los monarcas de España yFrancia, ambas escuadras quedabanunidas por los mismos intereses. Y talesintereses no eran otros que las bodas delinfante Don Felipe, hijo de Felipe V eIsabel de Farnesio, con la infanta LuisaIsabel, hija de Luis XV y MaríaLeczinska, que culminaron en laratificación del «Primer Pacto» defamilia el 2 de diciembre de 1740.

Aun así, y a la vista de talesinfortunios, como eran la marcha de lasdos Armadas, el Virrey no cambió de

parecer en sus planes, pues siemprepensó que un correo enviado a LaHabana pronto haría regresar a Torres acoger al inglés por la espalda, en casode que éste se atreviera a atacar aCartagena. Similares cábalas se hacía elalmirante Torres, cuya flota se componíade diez navíos, un paquebote y unbrulote que habían entrado en la ciudadel 23 de octubre de 1740,permaneciendo en ella hasta el 14 dediciembre; luego, ya en acuerdo con lasautoridades de la Plaza, puso rumbo aSanta Marta, ciudad situada algo asícomo a un día de navegación deCartagena en el mismo litoral Atlántico,

desde donde pensaba contrarrestarcualquier eventual ataque; la vista deaquella formidable escuadra habíadevuelto la confianza, así fuera por pocotiempo, a los habitantes de la heroicaciudad. «Sería cuestión de resistiralgunos días y, entonces, el inglés caeríaen la trampa», pensaba Eslava.

Pero los ingleses eran tambiénhombres de guerra y de mar; Vernonsabía a lo que se exponía permitiendoque sus tropas alargaran demasiado suslíneas desembarcando en La Boquilla ypenetrando hasta La Popa, con laincertidumbre de un ataque naval por laespalda y por cuenta de la escuadra de

Torres, que, aunque ya sola, presentabatodavía una temible línea de fuego.Además, Torres era un expertísimomarino. La situación no se veía, pues,demasiado clara. Por eso Vernon,cuando supo de la llegada de las dosescuadras al Caribe, se hizo a la mar ycomenzó a jugar al gato y al ratón,escondiendo sus buques en lainmensidad marina, siempremoviéndose, siempre alerta. Luego,cuando las armadas de Torres y D’Antinfondearon en Santa Marta, él hizo lopropio en Kingston y esperó paciente.Al conocer de la partida de lasArmadas, una para Francia y la otra para

La Habana, pensó que aquella sería sutan anhelada oportunidad de dar elzarpazo sobre Cartagena. Pero erapreciso variar los planes para noarriesgar tanto, pues Torres podríavolver sobre sus espaldas, aunque yapor aquellos días el Almirante habíarecibido de Inglaterra treinta y cinconavíos de línea de dos y tres puentes y130 embarcaciones de transporte almando del almirante Sir Chaloner Oglepara asestar el golpe decisivo. De otrolado, el comodoro Anson habíamarchado ya para el Pacífico a golpearla Armada española en esas aguas.Vernon, entonces, convocando un

consejo de guerra, y dando rápidamarcha atrás, reformuló su estrategia.Presentes estaban el almirante Ogle, elvicealmirante Lestok, el generalWentworth, este último responsable delmando de las tropas de desembarco einvasión a Cartagena, y el generalCathcart, comandante inmediato de lasmismas.

—Señores —dijo pausadamenteVernon—, me he visto precisado avariar los planes de ataque e invasión.Las circunstancias imponen prudencia ycautela. Torres está a nuestras espaldasen La Habana y continuar con los planesprevistos es demasiado arriesgado.

Nuestro ataque a La Guaira del 22 deoctubre no fue del todo exitoso, aunqueprobamos mejor suerte en Portobelo el22 de noviembre, y Cartagena será unahueso muy duro de roer. Hemos dejadoen Portobelo un destacamento militarpara informarle a Anson del cambio deestrategia que consiste en tomarnosprimero a Cartagena y después enlazarcon él en Panamá. Ahora bien, la tomade Cartagena tendrá que ser ejecutadacon un ataque frontal al castillo de SanLuis porque no podemos alargarnuestras líneas avanzando desde LaBoquilla hasta La Popa con losespañoles a nuestras espaldas. No

obstante, intentaremos un desembarcopor allí para distraer al enemigo einducirlo a hacer una concentración deefectivos en ese punto. Si llegara laescuadra española durante nuestro asaltoal San Luis, la podríamos mantener araya en alta mar mientras efectuamos unrápido repliegue de nuestras tropas y lasponemos a salvo en Kingston. Nosotrosno resistiríamos un ataque en dos frentesque comprometiera las líneas deabastecimiento. Por ello, he dispuestoque diez navíos se encarguen de ladistracción de la flota españolacolocados en todo el litoral desde SantaMarta hasta Cartagena en actitud de

vigilancia, mientras nosotros efectuamosel ataque al castillo de San Luis,primero, y de allí, si no viene Torres,procederemos a movernos con cautelahacia el interior de la bahía y, de serposible, desde la cabeza de playa en LaBoquilla. Desembarcaremos tropas deasalto en Manzanillo, avanzaremos haciael interior y nos tomaremos La Popa. Enel entretanto, nuestra Armada bloquearátoda salida de correo que pueda avisar aTorres en La Habana.

Este cambio de planes coincidía, agrandes rasgos, pues, con lo que Lezohabía previsto y advertido al virreyEslava.

—Esto último lo entiendo, milord —replicó Ogle. Y añadió—: Pero lo queme deja sorprendido es que hayáiscambiado la estrategia de enlazar conAnson. Esta parte es vital para larendición de todo el Imperio del Sur.

—En nada cambian los planes,Señor Ogle —agregó Vernon—.Simplemente, los hemos invertido.Antes enlazaríamos en Panamá yCartagena esperaría. Ahora atacaremosa Cartagena y Panamá esperará. Esdecir, primero abriremos la llamada«Llave de la Tierra Firme y del Perú».¿Cuál es el problema si el orden de losfactores no altera el producto?

—En la guerra, milord, no da lomismo 4 x 3 que 3 x 4; el 4, puestoenfrente, notificará a los españoles quevamos por el Potosí y que Cartagena noes más que su desembocadura; el 3, encambio, podría significar que noscontentamos con la desembocadura, conlo cual los españoles tendrán tiempopara reforzar sus defensas en el Perú —espetó Ogle con tanta rapidez queVernon se quedó unos segundos perplejoy sin habla.

—El problema, Señor Almirante, esque, como vos mismo decís, el 4significa la división de mis fuerzas yconsiguiente debilitamiento del asalto a

una plaza que veo cada vez más fuerte,según informes de nuestros espías. Blasde Lezo continúa haciendo previsionessobre nuestro ataque, y vos, como yo,sabéis de sobra que Lezo es un hábilcomandante. El siguiente problema,según lo veo, es la amenaza de Torresen La Habana. Si este hombre se llega aenterar de nuestro ataque, se nos vendráencima con toda su Armada.

—Pero de nada os servirá la fuerzamilitar en tierra si vuestra Armada esdestruida en la mar. No pasará muchotiempo sin que los españoles den buenacuenta de ella, atacándonos por laespalda y acorralándonos contra el

litoral —remató el almirante Ogle.—Es vital —dijo el general

Wentworth— que la Armada esté enforma para mantener los abastecimientosa la tropa de desembarco quecomandará el general Cathcart. Si hayabatimiento sobre la Armada, yo nopuedo responder por la operación entierra —concluyó con firmeza.

—Por eso es preciso taponar de talforma el litoral que no pase correoalguno para La Habana. Los buques setienen que emplear a fondo en esta tarea—agregó Ogle.

—Aun así, no es lo mismo queresista un ejército sin dividir dentro ya

de Cartagena, que lo haga unoinoportunamente dividido en dos. Deallí que no confíe, aunque se tomentodas las medidas, en que un correoespañol no pasará nuestras líneas debloqueo y avise a Torres. Por lo tanto,señores, mi decisión como comandantesupremo de esta operación ha sidotomada. Atacaremos a Cartagena contodas nuestras fuerzas y, para hacerlo,empezaremos por el castillo de SanLuis, pero con un movimiento dedistracción por La Boquilla. Una veztomado, avanzaremos por el canal haciael Fuerte de Manzanillo, ya dentro de labahía; nos dirigiremos hacia La Popa y

pondremos sitio al de San Felipe.Simultáneamente, tomaremos el Castillode Cruz Grande, frente a Manzanillo, enbocas de la ciudad, y por la Boquilladesembarcaremos una fuerza que intentesitiar a Cartagena por el nordeste.Tomado San Felipe, sus cañones batiránlas murallas, lo que nos permitiráavanzar en un movimiento de tres pinzassobre la ciudad, así: desde San Felipehacia Getsemaní; desde Cruz Grande ydesde La Boquilla hacia las murallas.Serán tres fuerzas incontenibles y, aestas alturas, aunque Torres se enterara,sería demasiado tarde.

—Volvéis, entonces, a

prácticamente el mismo plan de ataquede Pointis —observó Wentworth convisible preocupación—. Y esta vezCartagena está mejor defendida… Elapoyo naval tendrá que ser decisivopara que podamos llevar con éxito laoperación —enfatizó.

—Pues decidido está —concluyóOgle—, aunque yo os aconsejaríaatacar a Torres en La Habana, destruirsu flota en el puerto, y regresar al planoriginal.

—No tendríamos entonces suficienteacopio de fuerzas para emprender otramisión.

—Pero podríamos esperar —

murmuró Ogle.—¡Ya hemos esperado bastante! —

respondió Vernon—. Llevo en el aguacasi dos años, y mis hombres estánalcoholizados y desmoralizados con laquietud. Muchos están enfermos delacras de todo tipo. Yo mismo estoy apunto de reventar con tanta indisciplinay problemas. Ahora sí que no podemosesperar más tiempo con todos estosrefuerzos traídos de Inglaterra ylevantados en estas islas. Aquí nadacambia, con la sola excepción de lastormentas tropicales; parece que eltiempo se hubiera detenido en verano,un largo y prolongado verano que dura

años. ¡Años! —dijo levantando la voz, yconcluyó—: ¡Estoy harto de esperar,señores!

—Pero no os ha ido tan mal, milord—observó Lestok—. Inglaterra os hahonrado con una monedas y medallasconmemorativas —dijo sacando una desu bolsillo—. Dicen: Vernon SemperViret, «Vernon Siempre Victo rioso».

—Más importante es lo que dice elreverso: Porto Belo Sex. Solum NavivusExpugnate, «Con Sólo Seis Navíos seTomó a Portobelo». La siguientepodría decir: Con Sólo la Mitad de susHombres se Tomó a Cartagena —concluyó Ogle con cierta ironía,

mientras le daba volteretas por el aire.—No se diga más… Está decidido

—remató Wentworth.Por eso cuando Lawrence

Washington llegó con su contingente denor teamericanos, el almirante Vernon losaludó con estas palabras:

—Habéis traído menos hombres delos acordados: sólo 2.763 de los 4.000esperados, según me lo narráis. Eso nosobliga a variar los planes y a reforzarossustrayendo hombres de la operaciónprogramada hacia La Popa y San Felipe,con lo cual el plan inicial debe serabortado—. La idea de Vernon eraimprimir un sentimiento de deuda en

Lawrence Washington que fuera más quecorrespondido…

—Almirante, siento haberos fallado,pero fue prácticamente imposiblelevantar 4.000 hombres —contestóWashington—. Pero estos que traigosuplirán en esfuerzo y valor lo que lesfalta en número. Os lo prometo.

—Tendréis oportunidad de cumpliresta promesa frente al San Luis —contestó lacónicamente—. Yo osapoyaré batiendo con mis artilleros losfuertes y baluartes desde el mar. Iréis enprimera línea y, una vez que hayáisdesembarcado, os suministraré laartillería de tierra necesaria para batir

el San Luis.Lawrence Washington ignoró

siempre que Edward Vernon habíasobrepasado la leva de veinte milhombres que deseaba para la operación,pues ahora contaba con 23.600combatientes, incluidos sus 2.763colonos a quienes, con los milmacheteros negros de Jamaica, lanzaríaen la primera oleada de desembarquecontra el castillo de San Luis. Noobstante, la poca instrucción militar deaquellos reclutas hacía desconfiarsobremanera al Almirante de suscapacidades. Pero algo harían, sobretodo al servir de carne de cañón, pues

sus Red Coats e infantería de marinaserían reservados para los ataquessubsiguientes y, en todo caso, para elasalto final. Nadie podría decir queCartagena no había caído gracias a susvale rosos ingleses.

Era la primera vez que Inglaterrapedía apoyo a sus colonias de América.Virginia, Massachussets, NorthCarolina, Pennsylvania, Maryland,Connecticut y Rhode Island se sumaronal esfuerzo bélico, pero sólo habíanproducido 2.763 soldados, pese a que elrey Jorge II había prometido libertadpara todos los que, estando en lascárceles, se enlistasen en los reales

ejércitos y a pesar de que la guerracontra España era muy popular. Tanpopular, que de todos los puntoscardinales del imperio llegaronsolicitudes de apoyo: de Georgia yVirginia, de Aberdeen, Liverpool,Bristol, Londres, y hasta Kingston…, ycuando la guerra finalmente se declaróel 23 de octubre de 1739, las campanasde las iglesias se echaron al vuelo. Enprevisión de este suceso, la Marina yahabía despachado a Vernon hacia aguasdel Caribe desde el 4 de agosto de eseaño para dar un ataque sorpresivo, talcomo lo harían los japoneses contra losEstados Unidos dos siglos más tarde en

Pearl Harbor. Un día antes de ladeclaración de guerra de Inglaterracontra España, el 22 de octubre, Vernonhabía atacado a La Guaira, pero esta vezcon muy pobres resultados para susarmas, pues no había logrado capturar elpuerto, ni las naves cargadas de azogueque se disponían a salir rumbo a laMetrópoli.

El 22 de noviembre probó con máséxito su ataque a Portobelo,destruyendo la ruinosa fortaleza de SanFelipe de Sotomayor de Todo Fierro,San Jerónimo y Gloria, que sucumbierona su empuje. Esta victoria fue recibi daen Inglaterra con especial júbilo, pues

las dos cámaras del Parlamentoaprobaron votos de aplauso al Almirantey se acuñaron las medallas conmemorativas de la hazaña a las cualeshiciera mención el almirante SirChaloner Ogle en aquel consejo deguerra. Fue después de esta sonadavictoria que Vernon le escribe a DonBlas de Lezo la propuesta para elcorrespondiente intercambio deprisioneros, en los siguientes términos:

Señor: …Espero que por lamanera en que he tratado atodos, V.E. quedará convencidode que la generosidad a los

enemigos es una virtud nata delinglés, la cual parece másevidente en esta ocasión porhaberla practicado contra losespañoles… Habiendo yomostrado en esta ocasión tantosfavores y urbanidades, ademásde lo capitulado, tengo enteraconfianza del carácter de V.E.,que sabrá corresponder a mispaisanos con igualgenerosidad… El capitánPolanco debe dar gracias aDios de haber caído porcapitulaciones en nuestrasmanos, porque si no, por su

trato vil e indigno contra losingleses, habría tenido de otromodo un castigocorrespondiente… Y firma:

Soy de V.E. su más humildeservidor, E. Vernon

(Portobelo, 27 de noviembre de1739)

Y ante la expectante espera delataque, Lezo cumplidamente leresponde:

…Bien instruida V.E. delestado en que se hallabaaquella plaza, tomó la

resolución de irla a atacar consu escuadra para conseguir susfines, que son distintos a los dehacernos creer que eran ensatisfacción de lo que habíanejecutado los españoles…Puedo asegurar a V.E. que si yome hubiera hallado enPortobelo, se lo habríaimpedido, y si las cosashubieran ido a mi satisfacción,habría también ido a buscarlo acualquiera otra parte,persuadiéndome de que elánimo que faltó a los dePortobello, me hubiera sobrado

para contener su cobardía. Lamanera con que dice V.E. hatratado a sus enemigos es muypropia de la generosidad deV.E., pero rara vez ha sidovirtud de vuestra nación y, sinduda, la que V.E. ahora hapracticado será imitando la queyo he ejecutado con los vasallosde Su Majestad Británicadurante el tiempo en que me hehallado en estas costas… Nodudando que V.E. en todo lo queestuviere de su parte facilitaráel envío de españoles que sehallan en esa isla, apresados en

diferentes embarcaciones, concuya demostración solicitaréque se haga lo mismo con todoslos ingleses que se hallen en lospuertos de esta América. Yfirma, sin ninguna melosería:

Su más atento servidor, DonBlas de Lezo

(a bordo del Conquistador, 24de diciembre de 1739)

Las cartas revelan el temperamentode uno y otro marino: de garrote conmelosería, el primero; de francote yarrogante el segundo, sin falsa humildada la hora de tratar con el enconado

enemigo. Blas de Lezo no podía olvidarque fue, precisamente, a los ingleses aquienes debía la mutilación de supierna izquierda en 1704, en la batallade Gibraltar y, en el fondo, queríacobrarse aquella deuda impagada.

Así, para los españoles, el haberseenterado de los planes británicossupuso una doble expectativa, aunqueno una flexibilización de sus propiosplanes de defensa; para los ingleses,haberlos cambiado supuso un juego dedados cargados en su contra por elesfuerzo bélico que suponía un ataquefrontal contra el primer anillo defensivo.Pero aquí, finalmente, jugaba el número,

y los españoles estaban en francadesventaja con una opción o con la otra.Las cartas habían sido echadas ytambién enviadas.

Capítulo VII

Cartagena de Indias yel plan de defensa del

Imperio

Ven, Señor, en miayuda; apresúrate, Señor,a socorrerme.

(Salmo 69)

Don Pedro de Heredia, madrileño,había fundado el 20 de enero de 1533,en el poblado indígena de Calamarí, aCartagena de Indias, después de habersometido a los pueblos de la comarca;dicha fundación se realizó con todas lassolemnidades del caso; al frente de susescuadras, y escribano al lado, dijo:

—¡Caballeros! Tengo poblada laciudad de Cartagena en nombre de SuMajestad; si hay quien lo contradiga,que salga al campo donde lo podrábatallar, porque en su defensa ofrezcomorir ahora y en cualquier tiempo,

defendiéndola por el Rey mi señor,como su Capitán, Criado, Vasallo ycomo Caba llero Hijodalgo.

Repetidas tres veces estas palabras,los conquistadores respondieron:

—¡La ciudad está fundada! ¡Viva elRey nuestro Señor!

El título de ciudad le fue otorgadopor el rey Felipe II el 6 de marzo de1574 y el 23 de diciembre del mismoaño ya le era autorizado su escudo dearmas. Su acelerado desarrolloprovocaría las incursiones piratasiniciadas por Roberto Baal, el 24 dejunio de 1543, al que siguieron MartínCoté y Jean de Bautemps, en 1558. Diez

años más tarde, en 1568, John Hawkinsy posteriormente su discípulo, FrancisDrake, en 1586, consumaron los másdolorosos asaltos. Estaba situada, segúnhabía quedado consignado en las«Relaciones», en los 10 grados, 30minutos y 25 segundos de latitud borealy los 302 grados, 10 minutos de longituddel meridiano de Tenerife (según lasmediciones de la época, que dependíande cartas geográficas españolas;actualmente se diría 10 grados, 26minutos de latitud norte, y 75 grados, 33minutos de longitud oeste). La ciudad seasentaba sobre una bahía de unos veintekilómetros de largo, rodeada de

manglares y salpicada por una serie deislas, una de las cuales, la isla Cárex, oTierra Bomba, forma dos entradas a labahía a ambos extremos, norte y sur:Bocagrande y Bocachica. Los españoleshabían construido una escollera, oespecie de dique submarino, enBocagrande para taponar la entrada delos buques por esa parte de la bahía, conmiras a mejorar su defensa y el controldel tráfico marítimo; la entrada porBocachica, en cambio, se hacía a travésde un estrecho canal marítimoflanqueado por un lecho coralino debaja profundidad que obligaba a losbuques a formar una fila india para

acceder al puerto por el interior de labahía. Don Blas de Lezo conocía bienaquellas aguas, con todos sus recovecos,porque permanentemente estabamidiendo con los escandallos de plomolas diversas profundidades que seencontraban a lo largo del recorrido.Una serie de canales comunicaban laciudad con el interior del continente, elmás famoso e importante de los cualesera el Canal del Dique, que hacíaposible remontar el río Magdalena hastamuy dentro de la Nueva Granada; erapor allí por donde fluía el comercio que,ya en el interior, se desembarcaba y sellevaba a lomo de mula o en carretas

remontando los Andes hasta Santa Fe deBogotá, Tunja, Cali y Popayán. Eranmiles de kilómetros, entre lo fluvial yterrestre, que comprendían aquella rutacomercial. Para darnos una idea, unviaje de Cartagena a Santa Fe deBogotá, en el centro del Virreinato,podía durar más de un mes, atravesandosabanas enormes y calientes,deshabitadas serranías y monstruosascordilleras por helados pasos de 4.000metros de altura.

La Ciudad Heroica estaba biendispuesta y construida. Sus calles erande buena proporción, anchas yempedradas, lo cual hablaba de su

prosperidad e importancia; en ellascabían ampliamente dos coches,vehículo habitual para una tercera partede la población. Su zona comercial eraenvidiable, pues sus tiendas ostentabanlas más hermosas sederías y paños quepodían conseguirse en el extranjero.Hasta allí llegaban las sedas de laChina, los encajes de Holanda, losmantones de Manila, en fin, todas lasmercaderías de las Indias Orientales, elPerú, el Japón, las Islas Filipinas, envirtud de las vías de comunicaciónabiertas por los galeones y resguardadaspor la Mari na de Guerra.

Las casas eran todas de

mampostería, bien fabricadas yelegantes, al mejor estilo de la época;todas tenían balcones abiertos, apoyadossobre canes, con pies derechos ytejados, adornados con balaústressimétricos y rejas de madera en lasventanas, que se prefería al hierro quepronto se oxidaba por el aire salobre delmar; sus paredes exteriores estabanpintadas de distintos colores y no fuesino en la república que comenzaron ablanquearse con cal; desde hace algunosaños se le han venido restituyendo aCartagena sus colores originales,alegres y acogedores: terracotas,dorados de oro viejo, amarillos,

rosados, en fin, una explosión degamas… En Cartagena, a diferencia delos grandes palacios europeos,ostentosos y refinados, el impacto visuallo causa la repetición de los elementosprincipales de las balconadas, a manerade sustitución de las formas más cultasde la arquitectura palaciega. Las casasmás apetecidas eran las esquineras,porque sobre ellas se podían hacer losbalcones más vistosos, encaramadosjusto donde dobla la esquina; esto leimprimía un especial carácter a la casacartagenera, amén de que desde allí sepodía dominar la visual de las cuatrocalles. La provisión de agua de las

viviendas se efectuaba por los aljibesque cada casa tenía en su patio interior;muchos de estos aljibes se abastecíanpor la canalización del agua lluvia haciaellos, recogida en los techos de lascasas. En prácticamente cada viviendahabía una huerta y patio con jardín; enlos extramuros de esa bella ciudad, losricos tenían casas de campo fabricadaspara su recreo y produccióneconómica. Los templos eran tambiénde buena factura, aunque sus adornosinternos eran sobrios y a veces pobresen comparación con los de Quito oLima. Un edificio soberbio era el delPalacio de la Inquisición, con rejas en la

planta baja y balcones en el pisosuperior, la portada barroca conpilastras hundidas flanqueando la puerta,que ostentaba un hermoso frisodecorado; esta edifi cación sufrió gravesdaños en el sitio de Vernon y tuvo queser reconstruido en 1770. El Palacio,originalmente, había sido construido en1630 y, según expuso el Tribunal alConsejo de Indias en 1747, una bombahabía desmantelado la casa, por lo quehabía sido preciso derribarla. Tenía estePalacio la característica de que en lafachada posterior, que daba a la calle dela Inquisición, había un hueco enrejadoque hacía de buzón secreto por donde se

depositaban las denuncias queoriginaban los procesos inquisitorialesdel Santo Oficio.

El sombrío que daban los aleros delas viviendas, ininterrumpidos a todo lolargo de la ciudad, no sólo cobijaban delos rayos del sol, sino de las lluvias, asus habitantes, lo cual hacía de estaciudad un pequeño paraíso tropical.Estos aleros reemplazaban los árboles,que por ninguna calle se veían en laciudad. Cualquier transeúnte se podríapreguntar por qué en climas donde lasombra se cotiza tan alto, los españolesno plantaron árboles en las calles paraproporcionar este tipo de cobijo; es

posible que fuese una forma de librarsede los bichos e insectos tropicales quetantas molestias y enfermedadescausaban. Lo inexplicable era por quétampoco plantaron árboles en lasciudades de tierras altas y frías, dondelos mosquitos y demás insectos no eranproblema…, a no ser que lo hicieranporque los aleros protegían de laslluvias, pues, en toda la América, lasciudades españolas se caracterizaronpor poderse recorrer a pie, al amparo delos elementos, por aquellos útilescobertizos.

En Cartagena, como en España, se ledaba mucha importancia a los portales

de las casas principales, fabricados depiedra coralina, o de ladrillo estucadoen los medianos y pequeños, enimitación del estilo toscano. Ladecoración de las pilastras era austera,pues en la ciudad nunca se usaron lascolumnas circulares ni el frontóntriangular. Los portones, elementoesencial de los portales, se derivaronde la arquitectura residencial andaluza yconsistían de doble hoja de madera ytenían como elemento decorativo unosclavos, o estoperoles, fundidos enbronce que sus propietarios sees meraban en mantener brillantes.

Toda esta riqueza arquitectónica,

como portadas, molduras, cornisas,balaústres, y aun el diseño interior de lavivienda, había sido traída del mundoclásico por los españoles y, enCartagena, como en el resto deAmérica, se adaptó poco a poco a laexistencia de materiales autóctonos. Laciudad estaba defendida por una gruesamuralla que la circundaba porcompleto. Las murallas eran lugar deenamorados, de citas clandestinas, o desimple discurrir familiar. Para lasparejas eran ideales, pues al amparo dela noche y de los mortecinos mecherosde aceite y lánguidas antorchas, podíandecirse sus secretos y requiebros, sin

que las dueñas, celosas damas decompañía, sospecharan la intención delas palabras, o el alcance de los besosfurtivos robados en la clandestinidad delas sombras. Eran una delicia paratodos, ricos y pobres, pues tambiéndesde allí se podían ver los carruajes,hermosamente adornados, que a tiro decaballos, ruidosa, pero deliciosamente,se deslizaban graciosos por lasempedradas calles, iluminandolevemente sus flancos con sus dosfaroles encendidos. La entretenciónconsistía en chismosear sobre quiénesvenían y con quiénes iban los notablesde aquella próspera ciudad costera

enclavada en el litoral atlántico delVirreinato de la Nueva Granada.

Cartagena era una ciudad noble, que,sin poseer las riquezas de Lima, teníafama proverbial por la limpieza de suscalles, el decoro de sus damas, lagallardía y simpatía de sus gentes. Eraun puerto antillano, pero había una grandistancia con la apariencia quepresentaba Kingston. El muelle, aunquebullicioso y lleno de vendedoresambulantes, estibadores y buscavidas,no era maloliente, y hasta la prostituciónse ejercía con cierto decoro. No era rarover en el sombrero de los caballeros unacinta de perlas o lazo de diamantes,

aunque eran más comunes los sombrerosde jipijapa, que eran tejidos de paja,muy livianos, los cuales proporcionabanmás frescura y comodidad en esastierras; comúnmente, las gentes andabanvestidas de colores claros y tejidoslivianos, dadas las condicionesclimáticas. Pero hasta las mulatas yesclavas intentaban ir a la moda concadenas de oro y brazaletes de perlas.Su andar era tan escandaloso yencantador, que muchos españolesquedaban irremediablemente prendadosde tanta hermosura y llegaban hasta adesdeñar a sus propias mujeres porellas. Algunas llevaban refajo de seda,

con borlas de oro y plata colgando atodo lo largo del refajo, corpiño detalle, y cinturón de valor adornado conpuntillas de oro o plata; los senos setrasparentaban, aunque los cubrían conmadroños que colgaban de cadenas deperlas. Las damas más finas iban conmás discreción vestidas, pero todas,normalmente, fanfarroneaban ycondongueaban sus cuerpos con alegríay voluptuosidad, cuando no concoquetería, subyugando a cautos eincautos.

Los cartageneros tenían costumbresmuy arraigadas: tomaban chocolate contorta de cazabe y nadie podía explicarse

por qué en clima tan tórrido las gentesinsistían en tomárselo caliente, ni porqué en cambio el gazpacho andaluz lesresultaba una sopa tan extraña como fría.Era una costumbre tan firme que nadiedejaba de hacerlo, ni los esclavos. Elchocolate podía conseguirse encualquier esquina calentado por lasnegras que lo vendían, después deldesayuno, y después del almuerzo, queera la comida en España. Pero nomenos los cartageneros gustaban de lamiel de caña y del tabaco, éste últimoreservado para las señoras encopetadasy de clase que se lo fumaban poniendodentro de la boca la parte encendida del

extremo, costumbre que no dejaba deimpresionar al maravillado visitante.Sin embargo, lo que más los asombrabaeran los velorios. Al muerto se locolocaba en la estancia principal de lacasa, cuyas puertas se dejaban abiertaspara que deudos y amigos lo visitaran;pero también iban unas mujeres vestidasde negro, por lo general de baja estopa,las cuales abrazaban el cadáver,lloraban y gritaban. Eran plañideraspagadas por los familiares del difunto,costumbre traída de España y que aúnse mantiene en los pueblos de la costacolombiana. Por supuesto, la gentetomaba aguardiente en los velorios y en

las fiestas; estas últimas se animabancon el baile del fandango, más común enlos festejos populares y para celebrar lallegada de la Armada de Galeones.

Cartagena era también una ciudad decontrastes. Centro clave del comerciode esclavos, presentaba al visitante dosextremos; por un lado, la formadegradante en que traían los esclavosdel Asiento y, por otra, la capacidad decompasión que podía tenerse; por una, elchoque de los guerreros en los primerosaños de la conquista y, por otra, laenergía de los que defendían ladignidad de los hombres. Así, por RealCédula, expedida por el emperador

Carlos I, el 9 de noviembre de 1528, seprohibía terminantemente la esclavitudde los aborígenes; luego, la gestión delos teólogos españoles en Roma diocomo resultado la expedición de la BulaSublimis Deus, por medio de la cual seordenaba que los indios no fuesenprivados de su libertad aunqueestuviesen fuera de la fe.

San Pedro Claver, el «esclavo delos negros para siempre», había sidouno de esos personajes en la historia dela ciudad que había dejado una tremendaimpronta sobre los alcances de lacaridad con el prójimo. Sus blancasmanos se habían posado sobre

trescientas mil cabezas de dolientesesclavos que llegaron a ese puerto enépocas de su ministerio, que allíempezó en 1615 y continuó hasta 1650.Luchó y se martirizó hasta lo indeciblepara resaltar su amor por encima delodio que le producía la trata de negros.Para darnos una idea, el jesuita NicolásGonzález relata:

Yo lo acompañé a un cuartooscuro donde estaba unaenferma negra, en medio de uncalor terrible y un olorinsoportable. A mí se mealborotó el estómago y me caí

por tierra. El Padre Claver,aparentando no sentir nada, medijo: «Hermano mío, retírese».La enferma estaba sobre unossacos. La viruela habíainvadido su cuerpo, excepto losojos. El Padre Claver searrodilló cerca, sacó de suseno el Cristo de madera quellevaba siempre consigo, ysentado en el suelo la confesó ydio la extremaunción y, viendoque la pobre esclava se quejabapor la dureza de los sacos sobrelos que yacía, alzó a la negra yla puso sobre el manteo con sus

propias manos, le aplicóesencias aromáticas, arregló ellecho y la volvió a poner en sulugar.

Estos extremos y contrastes no eraninusuales en el espíritu español. Hechossimilares nos cuenta el médico AdánLobo:

Era el año de 1645. Estabade visita en la casa de donFrancisco Manuel, en el barriode Getsemaní. De pronto se oyóen la pieza vecina un grito demujer: ¡No… no, mi padre,

déjeme, no hagáis eso! Un malpensamiento me atravesó miespíritu, pues era amigo dePedro Claver, su admirador,pero me dio una curiosidadmalsana. Entré en la piezarápidamente y algo como unrayo cayó sobre mi alma: vi alPadre Calver lamiéndole lasheridas pútridas a una pobreesclava negra. Ella no habíapodido soportar tantapostración del Padre y ese fuesu grito de angustia.

¿Alguien se podría imaginar a un

clérigo inglés lamiendo las heridas deun esclavo negro, o conviviendo con losleprosos, como el Padre Claver lo hacíaen el Hospital de San Lázaro enCartagena? La «Leyenda Negra» tejidacontra España nunca dio cuenta de estosacontecimientos, ni del hecho de queEspaña fuese la primera y únicapotencia que había empeñado gran partede su esfuerzo intelectual en cómodefender mejor a los naturales de lastierras conquistadas, y no en cómoexplotar con mayor eficiencia aquellosdominios. Tal era la ardiente pasión delos teólogos y juristas de la Corona.

El núcleo urbano cartagenero estaba

localizado en la isla de Calamarí,separado del arrabal de Getsemaní porel Caño de San Anastasio, aunque unidoa éste por un puente; dicho caño es unaprolongación del Caño del Ahorcado,que conduce a la Ciénaga de Tesca.Getsemaní era una pequeñaprotuberancia de tierra flanqueada porCaño Gracia que corría al pie mismodel castillo de San Felipe de Barajas,situado en el próximo cerro de SanLázaro; este fuerte bloqueaba el accesoa la ciudad desde el continente. Un pocomás al interior estaba el cerro de laPopa, que se levantaba por encima detodos los promontorios como un viejo

galeón visto desde atrás. Flanqueaban laciudad por La Boquilla, hacia elnororiente, dos baluartes, el de Crespo yMas, que constituían la primera líneadefensiva, con el fuerte de San Luis yde San José en el canal de Bocachica.Hemos de suponer que esta últimabatería había sido así nombrada por sucreador, Don Pedro Mas, oficial de DonBlas de Lezo.

Su población, de escasos siete milhabitantes, se dividía, de una parte, encriollos blancos, usualmente la clasedominante y poseedora de las riquezasmuebles e inmuebles de la ciudad; deotra, los chapetones, nombre con que se

conocía a los españoles peninsulares,usualmente funcionarios de laadministración pública y, con algunasexcepciones, quienes detentaban losnegocios más prósperos. Claro, habíaespañoles que habían llegado a buscarfortuna y, al no encontrarla, quedabanmarginados de toda actividadproductiva y usualmente se acogían a lacaridad de los conventos,particularmente el de San Francisco,que repartía una sopa diaria a losindigentes. El grueso de la poblaciónera, sin embargo, negra o mestiza, yentre esta última se encontraban loscuarterones, quinterones y mulatos; es

decir, mezclas de todo calibre entreindio y blanco, blanco y negro o indio ynegro. La clase más baja, y quizás másdespreciada, era la que tenía esta últimamezcla, aunque los españoles enAmérica, tanto criollos comopeninsulares, no discriminaron nunca aestas poblaciones en el mismo y atrozsentido en que fueron discriminadas enlas colonias inglesas, francesas uholandesas.

Cartagena algo había decaído desdeel ataque y saqueo de los franceses y ladisminución de la importancia de laCarrera de Indias, la Flota de Galeones;su comercio no era ya tan esplendoroso

en 1741 como lo había sido hasta finalesdel siglo anterior. El dinero no sequedaba allí por mucho tiempo, pues ensus alrededores no había minas, nicultivos, ni industria que permitiese unvolumen permanente de circulante.Cartagena vivía del comercio, perotambién del llamado «situado fiscal»remitido anualmente desde Quito y SantaFe, la capital del Virreinato de la NuevaGranada, que lo enviaban para mantenertropa y demás empleos y serviciospúblicos. Pero, estratégicamente,Cartagena seguía siendo de vitalimportancia para el Imperio, pues era la«llave» de entrada y salida para el sur

del continente y para enlazar elcomercio con la Metrópoli. De allí quela Corona desde tiempo atrás hubiesedecidido fortificarla como a ningunaotra plaza en América. Con todo, nopodía decirse que era pobre, pues laprosperidad de sus comercianteshablaba por sí sola.

Don Blas de Lezo había zarpado deCádiz hacia Cartagena el 3 de febrero de1737 al mando de una flotilla compuesta

por el navío El Fuerte, de sesentacañones, El Conquistador, de sesenta ycuatro, ocho mercantes y dos navíos deregistro, y es posible que hubierallegado al puerto indiano a mediados deabril. Esta era la última flota de laArmada de Galeones con que concluiríala Carrera de Indias, sistema decomercio que había durado doscientosaños. No bien hubo arribado al puerto,se puso febrilmente a trabajar en sudefensa, pues ya la situación entreInglaterra y España estaba tensa. En elParlamento inglés se oían voces quepedían la guerra, y aunque el rey Jorgeno era partidario de ella, su posición y

la de su ministro Walpole se hacía cadavez más impopular.

El plan de defensa de Cartagena deIndias era, en realidad, el plan dedefensa del Imperio Español enAmérica. Era allí adonde se iba adecidir la suerte de todas las posesionesde ultramar en aquella parte del mundo.Habida cuenta de su peculiar situación,es en el año 1566 que se da inicio a lasprimeras obras de defensa cuando,reinando Felipe II, tras los ataques deHawkins y Drake, se ordena algobernador, Don Antón Dávalos deLuna, erigir en la isla de Manga el fuertedel Boquerón; este fuerte fue

remplazado en el siglo XVIII por el deSan Sebastián del Pastelillo, construi doéste por el ingeniero militar JuanBautista McEvan. En 1567 se levantauna fortaleza con guarnición en PuntaIcacos, en el meridiano de la isla deTierra Bomba, pero no fue sino hasta1587 que se toma muy en serio lafortificación de la ciudad. El Reyespañol manda a dos comisionados, DonJuan de Tejada, mariscal de campo, y alingeniero italiano Bautista Antonelli,quienes habrían de proyectar para ladefensa de Cartagena un sistema defortificaciones exteriores de doblesflancos en los baluartes, orejones y

plazas bajas que le dieron notablerenombre a la arquitectura militarespañola. La ciudad contaría conmurallas, baluartes, revellines,contraguardias y fo sos; se mejoraría yreforzaría el fuerte de Punta Icacos y seconstruiría otro en la isla Cárex (TierraBomba) para cruzar fuegos con elanterior; adicionalmente se instalaríanunas baterías en los caños delAhorcado, San Anastasio y la Caleta.Sin embargo, éste no sería el únicoproyecto de fortificación, pues existíanpor lo menos otros dos; pero lo cierto esque estos proyectos se van combinandoy las construcciones comienzan a

levantarse lentamente en tres grandesperíodos, el primero de los cuales tomalugar en el siglo XVI; el segundo en elXVII y el tercero en el XVIII. Nosotrosestaremos mayormente preocupados porlo que aconteció en el XVII y primeramitad del XVIII. Para más fácilcomprensión, habremos de separar entres líneas, o anillos de defensa, lo quese había dispuesto en la Plaza y queconsistía en una serie de defensasescalonadas, construidas en lasinmediaciones de Cartagena, con elpropósito de establecer los suficientesobstáculos fortificados para impedirotra toma de la ciudad:

Primera línea de defensa. Estaprimera línea partía de la base de queCartagena, con murallas hacia la playadel Mar Caribe, no sería atacadafrontalmente porque ningún buque podíaacercarse lo suficiente como para batirla ciudad, tal como ya se explicó. Así,pues, se pensó en echar el primercerrojo por el canal de Bocachica, queconstituía la única entrada via ble a labahía que daba acceso al puerto ymuelles de la ciudad. En 1661 fueterminado el castillo llamado San Luisde Bocachica, en la isla Cárex, o TierraBomba, ordenado a construir por elgobernador Luis Fernández de Córdoba;

el ingeniero Juan de Somovilla fue elencargado de ejecutar las obras enforma de polígono con cuatro baluartes,fiel copia de los que por la épocaexistían en España. Tenía, además, fososllenos de agua, atravesa dos por unpuente. Poseía el castillo aljibes,cuarteles, almacenes, doble claustro ynaves para la casa del castellano y, porsupuesto, capilla. La defensa del canalde Bocachica se completaría con unabatería localizada casi enfrente, en laisla Barú, llamada San José, deveintidós cañones, con el propósito decruzar fuegos con el castillo.

Con la invasión de Pointis, en 1697,

se demostró que estas defensas no seríansuficientes para impedir la toma de laciudad, con lo cual se procedió aconstruir una segunda línea defensiva;por lo pronto, se había reforzado yreconstruido esta primera línea,destruida por Pointis; el trabajo derecons trucción del San Luis estuvo acargo del ingeniero militar Juan deHerrera y Sotomayor en 1728, quienhizo obras en la cortina del este, dondeestaba la puerta principal. En total, ellado que daba al mar medía unos 117metros de largo y las murallas teníanunos tres metros y medio de altura pordos de espesor y contaba con sesenta y

cuatro cañones que batían la entrada dela bahía. El mismo ingeniero fueresponsable de la construcción de tresbaterías más en esta isla para reforzar laprotección del castillo de cualquierdesembarco al norte de éste, su puntomás débil. Estas tres baterías sellamaron Chamba, con cinco cañones,San Felipe, con seis y Santiago, connueve. El San Felipe se ejecuta a partirdel proyecto del ingeniero Cristóbal deRoda, de 1602; constaba de dos caras ydos flancos con orejones y un continuoparapeto. También construyó lasbaterías del Varadero y Punta Abanicospara reforzar los fuegos de la batería

San José, en caso de que el enemigodecidiera desembarcar en la isla Barú,donde estaba localizada, para destruirlay debilitar la defensa que presentaba elcastillo de San Luis. Más hacia eloriente estaban los puestos dePasacaballos que resguardaban amboslados de la boca del estero del mismonombre y punto clave para elabastecimiento de la ciudad. Aquí nohabía sino siete cañones y, aunque elpuesto era de gran importancia, esposible que los españoles no pensasenque fuese posible asaltarlos por laretaguardia, tal y como Vernon se lohabía planteado inicialmente. Tal vez

fuese por esa misma dificultad que elAlmirante quería causar la sorpresa. Porlo menos 114 cañones, sin contar conlos siete de Pasacaballos, cerraban elacceso a la bahía de Cartagena por suúnica entrada, el canal de Bocachica yesto era, a todas luces, una temiblebarrera de fuego, casi infranqueable, queprotegería los abastecimientos a laciudad y resguardaría la bahía de unaincursión enemiga. Por el norte, habíados baluartes, el de Crespo y Más, conveinte cañones entre los dos, quedefendían las playas de un posibledesembarco y avance hacia La Popa,punto verdaderamente neurálgico. Se

creía que estos baluartes no debían estarmás reforzados porque, de todasmaneras, un avance hacia La Popatendría la dificultad de cruzar el Cañodel Ahorcado, tarea nada fácil.

Segunda línea de defensa.Navegando por el canal de Bocachicahacia Cartagena, y sobrepasando laparte más oriental de la isla Cárex, seencuentran dos salientes de tierra, amanera de brazos, que forman una bocade acceso a la parte más interior de labahía, ya en las goteras de la ciudad yfrente a la isla de Manga, próxima éstaal arrabal de Getsemaní. Es en la puntade estos dos salientes donde se decide

construir dos fuertes, el de Cruz Grande,a la izquierda, con unos diez cañones, yel del Manzanillo a la derecha, contreinta, para batir con sus fuegoscruzados los buques que pudiesen forzarla entrada por Bocachica. Fue elingeniero Herrera quien efectuó sureconstrucción por la misma época,después de los destrozos causados porPointis. El castillo del Manzanillo fueuna réplica, en su proyecto inicial, delde San Luis de Bocachica, pero nuncallegó a su esplendor porque Felipe V noautorizó la ejecución de tal proyecto. Detodas mane ras, llegó a prestarimportantes servicios en el ataque de

Vernon. En la isla de Manga, según secruza esta boca, se encontraba el fuertede San Felipe del Boquerón,posteriormente llamado San Sebastiándel Pastelillo, cuya cortina del oesteostentaba dieciséis cañones, y lasrestantes dos cortinas contaban con ochoy siete cañones cada una; la misiónprincipal del fuerte era coger con fuegosfrontales a los buques que lograrancruzar la boca, o, estando en ella,batirlos; adicionalmente, dar ciertocubrimiento al frente de tierra. En total,pues, había fuegos cruzados y frontalesen esta segunda línea defensiva sobre lapequeña bahía de las Ánimas. Tierra

adentro, al este de Manga y ya en la zonacontinental, se alzaba el convento de LaPopa, alrededor del cual se habíanconstruido casi improvisadamente unamuralla y terraplenes que tenían comopropósito resguardar al castillo SanFelipe de Barajas que se alzabamajestuoso, más al occidente, sobre elcerro de San Lázaro. En La Popaestaban emplazadas unas diez baterías,número evidentemente insuficiente paradetener un avance por tierra hacia SanFelipe, cuyo flanco oriental podía serfácilmente batido desde La Popa; esteflanco no disponía de artillería, pues loscañones estaban ubicados al lado

opuesto que daba hacia la bahía,precisamente para defender la ciudadamurallada. Se ve, entonces, que losespañoles tenían plena confianza en quecualquier asalto sobre la ciudad seríacontenido y abortado en la primera líneade defensa y que ninguna tropaalcanzaría a llegar hasta la segunda. Entotal, unos ochenta y un cañonesconstituían esta segunda línea de defensade la ciudad.

Tercera línea de defensa. Eran lasmurallas de la ciudad, propiamentedichas, también resguardadas por elcastillo de San Felipe de Barajas,terminado de construir el 12 de octubre

de 1657 y cuyo toponímico se lo debe alnombre del monarca Felipe IV con elque lo bautizó el gobernador Don PedroZapata. En 1739 Don Blas de Lezoordenó que se levantara un hornabeque,especie de fortificación exteriorcompuesta de dos medios baluartestrabados con una cortina, o muralla, enla parte norte del cerro. Más de ciencañones enseñaban el poder militar detan formidable fortaleza, llena deorificios por donde asomaba la fusileríaque también la defendería. Calles yrampas inclinadas desplegaban unsistema de ingeniería militaracondicionado para que las balas de

cañón del enemigo golpeasen y se devolviesen en dirección contraria, dadala pendiente; un sistema de túnelesinternos, vías de escape y escondrijos,convertían el Castillo en una encrucijaday laberinto de trampas contra el enemigoque osase penetrarlo. El Castilloformaba un conjunto de fortificacionesseparadas entre sí en la superficie, perounidas por caminos subterráneos, parapermitir la retirada de la tropa a una uotra parte del recinto amurallado, o amedida en que el enemigo consiguiesetomarse las distintas fortificaciones.Oscuros túneles con nichos a lado ylado, estratégicamente colocados,

permitían a las tropas españolasdisparar sin ser vistas contra un enemigoque tenía una tenue luz solar a susespaldas; una red de galeríassubterráneas para contraminas,comunicada por pozos con el exterior,servía de ducto de ventilación; tambiéneran útiles para demarcar los puntosconvenientes a ser volados en unmomento dado. Conducían estasgalerías, o túneles, en pendiente hacialos pozos salobres y se iban achicandoen el techo hasta permitir que sólo de lacabeza hasta la nariz quedase sinsumergirse en el agua; si los inglesesperseguían por allí a las tropas en

retirada, la tendrían más difícil dado queellos eran usualmente más altos, lo cuallos obligaría a caminar con las rodillasdobladas, posición insostenible porlargo tiempo; también podría obligar lesa doblar la nuca, sumergiendo, con ello,la cabeza en el agua.

Cartagena presentaba una posiciónestratégica envidiable: no era posibleatacarla por mar, aunque el costadonorte de sus murallas diera sobre laplaya; allí el mar era poco profundo y laresaca hacía peligrar cualquier bote dedesembarco. Intentar un desembarco erafactible, pero, sin apoyo naval, susbaterías y fusilería darían buena cuenta

de quienes lo intentaran. De otra parte,los grandes navíos no podían acercarselo suficiente como para ponerla alalcance de sus tiros. Con todo, la ciudadpodía ser atacada por tres puntosdiferentes: por Bocagrande, mediante undesembarco de tropas, pero con difícilapoyo de artillería naval, dadas lascondiciones del terreno y el apoyo delos baluartes de las murallas; por LaBoquilla, al norte, mediante undesembarco y toma de dos baluartes quedefendían la zona y un cruce dificultosopor el Caño del Ahorcado hacia LaPopa y San Felipe por la espalda; porManzanillo, forzando la entrada por

Bocachica, y des embarcando tropa quealcanzase La Popa, no sin antes habersetomado el fuerte de su nombre. Taleseran los puntos neurálgicos, pero elmayor de los cuales lo presentabacualquier avance hacia este último,siempre y cuan do se diera pordescontada la toma del primer cerrojode defensa en Bocachica.

Como se dijo, la ciudad podría seratacada mediante un desembarco por lazona de Bocagrande, sobre el brazo detierra que frente a la isla Cárex, al norte,forma la boca cerrada por el diquesubmarino. Para hacer este ataque casiimposible, se construyeron los baluartes

de San Ignacio, de San Fran ciscoJavier, de Santiago y Santo Domingoque desplegaban un gran poder de fuegosobre una infantería que vendría sinapoyo de artillería de tierra, puesdebido al terreno arenoso y movedizo,se dificultaba sobremanera lamovilización de tales piezas. De otrolado, la lentitud del despliegue de lasmismas las haría fácil presa de laartillería defensiva. Cerrando la únicapuerta de acceso al recinto amurallado,por el lado del arrabal de Getsemaní, selevantó el fuerte de la Media Luna,escarpado y erizado de artillería, ydefendido con fosos, en previsión de un

ataque por tierra desde La Popa. Ésteera un importante soporte al castillo deSan Felipe, situado más al oriente. En1631 se inició la construcción delbaluarte llamado El Reducto, que dabacobertura al mencionado arrabal, el cualfue rodeado de una muralla alta yescarpada. Getsemaní, a su vez, estabaunido al recinto amurallado de laciudad, localizada en la isla deCalamarí, por un puente sobre el cañode San Anastasio que podría ser voladoen cualquier momento para dificultar elavance del enemigo sobre Cartagena.Calculamos que las defensas de tierrade la ciudad podían haber albergado

algo más de 620 bocas de fuego,distribuidas en todos los baluartes,fuertes y castillos.

Por aquel entonces la balística,ciencia de la artillería, no estabatodavía muy desarrollada y muchos delos cañones emplazados en una cureñade madera carecían de la inclinaciónadecuada y, por lo tanto, padecían de unrelativo bajo alcance de tiro. Pero losartilleros experimentados de aquelentonces, por la práctica y no por lateoría, sabían que la inclinación delcañón, su pendiente respecto del blanco,era vital para lograr un mayor alcance yefectividad. El problema era la rigidez

del aparato en el que estaban montados,o lo dispendioso que resultaba ajustarlesla inclinación, desencajándolos yvolviéndolos a encajar unos peldañosmás abajo. Blas de Lezo, curtido en milcombates artilleros, conocía losrudimentos de tales secretos y sedispuso a inventar un simple pero eficazmecanismo para suplir la deficiencia yganar en rapidez y eficacia; consistíaaquél en una especie de rampa demadera en cuya parte superior había unahendidura para encajar las ruedas de lacureña, pero que permitiera el retrocesodel cañón con cada disparo; ellopermitía alzarlo a la altura deseada y,

con ello, alargar su tiro sin alterar elcalibre o la carga de pólvora; permitíatambién usar la misma pieza para tiroslargos y cortos. Los artilleros deentonces a veces suplían esta deficienciasobrecargando de pólvora la cámara delcañón para darle más impulso alproyectil, pero esta operación erariesgosa, pues si no se hacía concuidado, se corría el riesgo de que elcañón explotara en manos del artillero.La rampa permitía salvar este obstáculosin riesgo para el operario. Por eso, elgeneral Lezo dispuso que para ladefensa de Cartagena se emplazarancañones con distinta elevación para

acortar o alargar los tiros contra losbuques enemigos de manera rápida yflexible, dotados de grana dasexplosivas, bolaños de piedra y bolasde hierro macizo, que eran losproyectiles más usuales de la época.

Una primera experiencia de labondad de este sistema la había tenidocuando el 13 de marzo de 1740 Lezodesmontó de su nave capitana un cañónde dieciocho libras que, emplazado entierra con la cureña sobre la rampa,alcanzó con varios disparos a losbuques ingleses; en uno de ellos, losdisparos cayeron sobre la vela dejuanete y la de velacho que, estando en

la proa, tuvieron el efecto de dejar sinrumbo al barco, el cual dio varios girosde trompo a causa de los fuertes vientosque soplaban de popa, para finalmentequedar sotaventado. Otro fue tambiénherido en la cubierta, como si una lluviavertical de hierro se hubiera desatadosúbitamente, llevándose consigo lasjarcias y aparejos que se desgajaroncomo racimos de plátanos. En total,cinco habían sido alcanzados. El inglésse vio obligado a retirarse y Lezorebozó de contento al haber probado conéxito su invento, aunque, a causa de éste,Vernon escribiera a Inglaterra que «laplaza se hallaba en tan buen estado de

defensa que podría resistir el embate de40.000 hombres». Con esto se procurómás abastecimientos que los quenormalmente hubiese podido conseguir.Similarmente, normalizó el calibre delos cañones para evitar la confusión demunición que suponía alimentarlos depiezas de distintos grosores; ellotambién simplificó los inventarios demunición y administración de lospolvorines, los cuales fueron dotados decureñas de repuesto, en caso de quefuesen destruidas durante losbombardeos. Pero, definitivamente, elmás importante aditamento de la defensafue soldar dos balas de cañón con un

perno y dispararlas simultáneamente conel propósito de desarbolar másfácilmente los navíos que se acercaran alos fuertes; también ensayó soldarlas aunos eslabones de cadena para causar elmismo efecto. El General estabaconvencido de que ésta sería el armamás contundente contra el invasor naval,porque aquellas palanquetas y cadenasactuarían como cuchillas contra lasarboladuras, jarcias y aparejos de losbuques de guerra británicos. Algunosoficiales llegaban a rascarse la cabezacon duda y asombro frente a tan inusualartefacto.

Don Blas de Lezo, no obstante el

parecer del virrey Eslava, había tambiénmandado a construir parapetos en laparte más angosta del Caño delAhorcado, a la orilla opuesta delinvasor, en caso de que Vernondecidiese montar el principal ataquedesembarcando en La Boquilla; estoayudaría a contener cualquier avancehacia La Popa de norte a sur. El Virrey,a la hora de emplear los caudales de laciudad, era muy cuidadoso, y la mayorparte de las veces tacaño y corto devisión, porque temía emplear recursosque fueran a desperdiciarse. Lezoreforzó también las defensas del FuerteManzanillo, previendo un desembarco

que permitiera avanzar al enemigo desur a norte hacia La Popa; el Generalcreía que este fuerte era clave en ladefensa, pues el que no cayera en poderdel enemigo, distraería suficiente mentesus fuerzas allí y debilitaría la avanzadaque se hiciera hacia La Popa, centroverdaderamente neurálgico al que habíaque salvaguardar a toda costa. Sudefensa era clave para la integridad delSan Felipe, cuyo flanco más débil era,precisamente, ése, por estar en unaelevación superior a la del Castillo ymuy próximo a él. Por supuesto, seempleó a fondo en dotar al castillo deSan Luis y a la batería San José en el

canal de Bocachica de todos loselementos indispensables para su tenazdefensa, pues sabía que si esta puertaera forzada, muy poco habría que haceren adelante. En La Popa se puso unaempalizada adicional con terraplén y secavó un foso.

Día a día, este hombre, tuerto,lisiado de un brazo y con una pata depalo, se paseaba incansable por losfuertes y baluartes inspeccionando hastael último rincón y previendo los másmínimos detalles. El toc toc de su patade palo era un sonido harto conocido enCartagena, particularmente por que paracaminar sobre la piedra usaba aquella

pata herrada cuyo modelo le habíamandado a hacer su padre treinta ytantos años antes en su pueblo dePasajes. El mismo toc toc sobre lacubierta del barco, pero con la pata demadera, era otro de esos sonidos hartoconocidos, aunque más sordo y sonoro.Blas de Lezo y Olavarrieta era, sinduda, el personaje de aquellas murallasy contornos, de aquellos cálidos mares aquien, de cuando en cuando, se le veíasantiguarse con aquel mismo crucifijo deplata que desde hacía cuarenta añoscargaba en su bolsillo y que le habíadado fuerzas para resistir todas laspenurias, todas las heridas y todas las

soledades de sus cincuenta y dosrecorridos años.

Capítulo VIII

Medio-hombre

Los españoles sabenhacer barcos, pero nohombres.

(El almirante Nelsonen 1793)

Vernon y Lezo se habían enfrentadoya en 1704 en la batalla por Gibraltar;Vernon había salido con doscientasguineas dentro del bolsillo y Lezo conuna pata de palo en la pierna izquierda.El primero sintió la alegría de larecompensa por los méritos de la guerra;el segundo el terrible dolor de sentir supierna amputada «a palo seco», es decir,sin anestesia. Risas y voces de contentoprofirió el primero; lágrimas y gemidosde dolor el segundo, que mordía el traposucio que le habían puesto entre losdientes mientras el cirujano cortaba los

tejidos, aserraba el hueso y cauterizabala herida sumergiendo el muñón enaceite hirviente. El primero pidiówhiskey para celebrar el triunfo; elsegundo, ron para mitigar el dolor.Aquello fue espantoso: el joven Lezo, desólo quince primaveras, yacía en unaimprovisada mesa de cirugía en elfondo de la nave capitana; cuando lofueron a operar sólo pidió que cuatrohombres lo sujetaran fuertemente de losbrazos y piernas para soportar aquellacrudelísima, pero necesariaintervención. Su pierna estaba astilladapor un impacto de cañón y corría elpeligro de gangrena si no se intervenía

rápidamente. Los gritos de suscompañeros heridos, la sangrederramada por doquier en aquellaestancia, iluminada apenas por farolesde aceite, y sus propios quejidos, hacíaninsoportable y tremebunda aquellaescena de dolor.

España estaba en plena guerra civil.Francia era su aliada, mientras queInglaterra apoyaba las pretensionessobre el trono que albergaba elproclamado Carlos III para destronar aFelipe V, el primer Borbón. El 6 deagosto de 1704, Rooke, comandante deflota anglo-holandesa, compuesta porcuarenta y nueve buques de guerra, se

había apoderado de Gibraltar en nombrede Carlos III, y el 24 del mismo mes,reforzados por los buques del almiranteShovell, los aliados se aprestaron aatacar la flota franco-española al mandodel conde de Toulouse, compuesta porunos noventa y seis barcos de guerra,entre ellos, cincuenta y un navíos delínea, seis fragatas, ocho navesincendiarias, doce galeras y transportes,con 3.500 cañones y 24.000 hombres.Ambas flotas eran poderosas. Elenemigo contaba con sesenta y ochonavíos de línea, 23.000 hombres y 3.600cañones respaldándolos. El encuentro sellevaba a cabo a la altura de Málaga y el

joven marino, Blas de Lezo, participabade lleno en el combate naval cuando fuebrutalmente herido.

Al rasgar la manga del pantalón paradescubrirle la herida, el joven Lezosintió que le arrancaban el alma. Arribala batalla continuaba. Se alcanzaba aescuchar la sorda cadencia del cañoneoy de cuando en cuando el impacto dealguna bala sobre el buque, que primeroestremecía el maderamen, y luego hacíavibrar por varios segundos, como elaleteo de una mariposa, el metal de loscandiles. Al mando de la flota aliadaiban los almirantes Rooke y Shovell, yVernon con ellos, como joven aprendiz

de marino, pues había nacido enWestminster, Inglaterra, el 12 denoviembre de 1684, lo cual lo hacíacinco años mayor que Lezo. Su padre,James Vernon, había pertenecido a lapequeña burguesía inglesa ydesempeñado varios cargos de relativaimportancia, como que fue secretario delduque de Monmouth y del rey GuillermoIII. Es posible que haya tenido mayoreducación que Lezo, pues pudo asistir alColegio de Westminster; su padre loquería abogado, pero la verdaderavocación de Vernon era el mar. Ingresóa la Armada, enrolándose en elShrewsbury, la nave capitana del

almirante Rooke.Lezo también hacía su aparición en

batalla como un aprendiz deguardiamarina. No sería la última vezque, ignorándose mutuamente, seencontraran en batalla: la segunda fuedos años más tarde, después de suconvalecencia, durante el asedio deBarcelona en 1706. La última ocasiónde encuentro sería treinta y cuatro añosmás tarde en Cartagena de Indias, peroesta vez con pleno conocimiento mutuo.

Aquel 24 de agosto de 1704 el jovenguardiamarina había recibido unimpacto que le fracturó la tibia y elperoné y expuso una carne macerada y

perforada con un millar de astillas dehueso que descollaban bajo la manga delpantalón, la que pronto se empapó ensangre y pólvora cuando éste cayó atierra, revolcándose del dolor. Se habíaestrenado mal en el arte de la guerra. Labala había golpeado el costado delbuque, rompiendo la escotilla del cañónde estribor, y había rebotado contra lacureña y desgajado su pierna izquierdapor debajo de la rodilla. Suscompañeros lo condujeron rápidamente,en medio de lastimosos quejidos, a laimprovisada sala de cirugía queusualmente estaba por debajo de la líneade flotación de los buques para guarecer

al personal sanitario del fragor de labatalla. Reconocido lo extenso de lalesión, el médico exclamó:

—Lo siento, pero debemos amputarrápidamente. Bébete, hijo, un buen tragode ron y tírate en esta mesa.

—Hágalo cuanto antes, señor, queme muero —respondió Lezo con losdientes apretados entre las mandíbulas ycon las lágrimas empapando su rostro.En su mano derecha apretaba un Cristode plata que su madre le había regaladopara que lo llevara siempre consigo.Después de santiguarse apuró un largotrago de ron, luego otro, casi mediabotella; tosió por la falta de costumbre,

cerró los ojos y estiró como pudo supierna adolorida.

El cirujano tuvo que obrar muyrápidamente, como las circunstancias deaquel entonces lo exigían; en primerlugar, por la imparable hemorragia queaumentaba al abrir la carne y descubrirel hueso, o lo que de él quedaba; ensegundo lugar, por el intenso dolor quepodría hacer morir al paciente sin que seconcluyera la operación. A cada corte,su tierno cuerpo se convulsionaba yretorcía como una culebra toreada, alpunto que los cuatro hombres eran casiinsuficientes para mantenerlo en laposición adecuada. El ayudante del

cirujano de a bordo, el barbero delbuque, cauterizaba con un hierro al rojovivo los puntos por donde brotaba lasangre con la fuerza de los manantiales,casi imposible de detener, aunque eltorniquete que le habían puesto en elmuslo, cerca de la rodilla, parecíaretardar el mortal flujo. Por eso,mientras los minutos que transcurríaneran eternos, quizás veinte o treinta, larapidez con que debía obrarse era laclave de la supervivencia. A no ser porel olor a carne chamuscada, diríase queel niño paciente —porque era casi unniño— no sentía el dolor de lasquemaduras y mucho menos el

chasquido de la carne achicharrada; talera el sufrimiento producido por lamanipulación del hueso despedazado ypor los cuatro cortes verticales que erapreciso practicar para descubrir unhueso arremangado de carne. Aquelloera más un amasijo de sangre y tejidosque una extremidad humana.

Del fracturado miembro lo único quehabía que tener en cuenta era no dejarastillas que laceraran la carne que luegosería cosida como una morcillaalrededor del hueso mutilado. Esto eraimportante porque, entonces, había quevolver a operar para poder usar unaprótesis de palo. Por eso, una a una

fueron aserradas las astillas conhabilidad y presteza. En realidad, lalabor del serrucho había sidorelativamente fácil, dada la fragilidaddel miembro; pero con cadamovimiento de la sierra, hacia atrás ohacia delante, un intenso gemido seescapaba de los trémulos labios deaquel valiente niño que ahogaba susgritos con el trapo metido en su boca…hasta que ya no pudo más y perdió elconocimiento, circundado por un lago desudor y lágrimas. Fue sólo allí cuandosoltó el Cristo que cayó de su mano alsuelo. Vino bien el desmayo, porque yano sintió la aguja que cosía el muñón,

aunque súbitamente despertó cuandosumergieron su reborde en aceitehirviente para evitar las hemorragias einfecciones. Dolor sobre dolor. Esta vezdio un alarido, se convulsionóviolentamente y volvió a caerdesmayado por segunda vez, y ya no sedespertó más, como anunciando que sunaturaleza lo había desconectado por untiempo de aquella terrible realidad.Algún compañero levantó el crucifijo yse lo introdujo en el bolsillo delchaleco. Ya nunca más se desprenderíade él.

—Vas a vivir —le dijo el cirujanocon un gesto de satisfacción; y agregó,

con la cara empapada de sudor propio ysangre ajena—, porque eres un zagalmuy fuerte—. Pero Lezo no oyó aquellasalentadoras palabras.

El hecho es que el joven Lezo habíasoportado la amputación con unestoicismo y valentía dignos de losmejores cuentos épicos, al punto que elcomandante de la escuadra franco-española, el conde de Toulouse,Alejandro de Borbón, hijo del Rey Sol,Luis XIV, dirigió una carta a su padredándole cuenta de la valentía de aquelmarino que como ninguno habíasoportado el dolor. Porque muchoshabía que se suicidaban en plena sala de

cirugía, para evitar el sufrimiento, silograban hacerse a una pistola al menordescuido de algún compañero. Lejosestaba Lezo de imaginar que otrocélebre herido, aparte del propio hijodel Rey Sol, sería aquel Ducasse,almirante ya, que había asaltado ysaqueado a Cartagena de Indias en 1697como cualquier vulgar corsario. Ahora,aliado de España por la fuerza de losacontecimientos, derramaba sangre poraquel país contra quien la había hechoderramar siete años antes. Losacompañaban en el infortunio las 2.700bajas anglo-holandesas y las milquinientas franco-españolas habidas en

trece largas horas de combate y, aunqueambos bandos reclamaron la victoria, locierto es que Gibraltar no pudo volver aser español en aquellos momentosporque la ofensiva por tierra fuepermanentemente castigada por lasfuerzas navales adversarias. A las ochode la noche hubo silencio de cañones enel mar y sólo entonces pudieron losnavíos retirarse a descargar los heridosa tierra. Ésta había sido la batalla navalmás importante de toda la guerra desucesión española.

Blas de Lezo tuvo que contentarsecon convalecer por largo tiempo, sincalmantes ni analgésicos, en algún lugar

de Andalucía e irse acostumbrandolentamente a su pata de palo que, a nodudarlo, causaba grandes dolores a sumuñón que no se acostumbraba a que loembutieran en el receptáculo de madera.Cuando el dolor se le hacíainsoportable, se empujaba dos o trestragos de ron, destilado en Cuba, y seiba a la cama. Pero, es preciso decirlo,su vida sólo pudo ser salvada acondición del sometimiento asemejante tortura física que muchasveces sobrepasaba la capacidad deaguante de cualquier hombre. Sus penasse vieron, no obstante, recompensadascuando Luis XIV lo hizo «Alférez de

Bajel de Alto Bordo» y Felipe V loquiso nombrar su asistente de cámaraen la propia corte y lejos del mar, dadasu severa lesión; como aquello no fueposible debido a la negativa de aquelorgulloso jovenzuelo, el rey lo premiócon una «merced de hábito» que sóloestaba reservada para los más cercanosy encumbrados personajes del Reino.Pero Lezo era un hombre de mar y noiba a contentarse con una vidasedentaria, así fuera junto al mismísimorey. De otro lado, prefería estar junto asus compañeros que ser blanco de lamirada de unas gentes empolvadas queescondían bajo sus peluquines la

curiosidad y antipatía que podíadespertar su pata de palo resonando porlos lujosos salones de Madrid. No, queno; no iba a ser él quien se sometiera alas burlas de aquellos monigotesdecadentes y encopetadas damasparloteras que sólo podían gustar delsonido de sus ropas almidonadas y aquienes el toc toc de la pata podíadespertar de su aburrida complacencia.Blas de Lezo quería ser un gran generalde marina y sabía que, con su probadovalor, sin palancas ni intrigascortesanas, de seguro lo lograría. Ahoralo que más le dolía era no poder volvera bailar, actividad que realmente lo

apasionaba. Por eso buscó en el mar elrefugio de sus penas, convirtiéndose enun hombre tímido y casi acomplejado,pero orgulloso, como el que más, de sushazañas que España ignoraría por casitres siglos.

Lo que Lezo más quería era ir apasar su convalecencia a Pasajes,Guipúzcoa, pequeña población costeraen la cual había nacido junto a orillasdel mar cantábrico, en el norte deEspaña. Pero no era posible.Restablecido de su pierna izquierda, yya más o menos adaptado a su pata depalo, el joven se reintegró al servicio ypronto fue destinado a socorrer a

Peñíscola; ésta, enclavada en el reino deValencia, ocupaba un promontorio quese internaba en el Mediterráneo y podíaconsiderársele estratégica por estar enmedio de una provincia rebelde enpoder de los partidarios de Carlos III deAustria, aspirante al trono español,quien se disputaba con Felipe V, ya enel trono, la sucesión legítima del mismo.Corría el año 1705. Carlos III estabaapoyado por Inglaterra, que temía que,al ocupar el trono un nieto de Luis XIV,tal alianza familiar formase un poderosorival contra aquella isla que, porprincipio, jugaba siempre a mantener elequilibrio del poder en Europa.

Peñíscola había declarado su lealtad alrey gobernante y Don Blas de Lezo seaprestó a llevarle auxilios yaprovisionamientos. Pero no bien habíaconcluido esta misión, cuando fueencargado de hostigar el comercio deGénova, pues el Duque de Saboya sehabía manifestado seguidor delpretendiente austriaco, renegando de suyerno, Felipe V. Frente a Génova unarápida acción del guipuzcoano liquidó elnavío Resolution de la Armadabritánica que quiso oponerle resistencia.El joven alférez continuó navegandocon la escuadra patrullera delMediterráneo y volvió a tener

oportunidad de destacarse en uncombate que dio como resultado elapresamiento de varios barcos ingleses.Su acción fue tan valerosa que elcomandante de la escuadra locomisionó, como premio, a remolcarlosal puerto donde Lezo había nacido,Pasajes, para que allí la población y lasautoridades le rindieran el homenajedebido. Así, aquel joven de dieciséisaños entró al puerto arrastrando losnavíos ingleses y el júbilo fueexcepcional. Las autoridades civiles,eclesiásticas y militares salieron asaludarlo y darle la bienvenida. Supadre, Don Pedro Francisco, y su madre,

Doña Agustina, estaban en primera filadel muelle cuando las naves atracaron.Solo que Doña Agustina se echó allorar al verlo cojear con tanhorripilante prótesis de palo; Blas, eltercero de sus ocho hijos, algunosmuertos en la infancia, había corrido conesa terrible mala suerte.

Blas había nacido el 3 de febrero de1689, el día de San Blas, y había sidobautizado el 6 de febrero; lo precedíanen bautismo su hermano, Agustín,bautizado el 5 de mayo de 1685, y PedroFrancisco, el 28 de abril de 1687. Enaquella época los bautismos ocurríanpocos días después del nacimiento, dada

la tremenda mortalidad infantil existente,y el temor de los padres de que el almade los no bautizados se fuese al limbo,según la doctrina. La antigua parroquiade San Pedro estaba enclavada en elaltozano donde hoy se encuentra sucementerio, resguardado por un pórticorománico cegado y otro decaracterísticas góticas que se abren alcampo santo. Lezo y sus hermanos, portanto, no fueron bautizados en la iglesiaactual de San Pedro, que empezó aconstruirse en 1765 y fue terminada en1774.

Sus dos hermanos mayores lo habíanabrazado hasta las lágrimas; su

hermanito Francisco, de seis años, secogió de la pata y no la soltabapreguntándole qué era aquello. JoséAntonio, de diez, y María Josefa, deocho, con más edad para entender losucedido le preguntaban los detalles,agarrándolo de la manga de la camisa,mientras la música marcial lo saludaba,el alcalde lo abrazaba y todo el pueblofestejaba su venida.

Pasajes era un pequeño puerto

natural, situado en uno de los vérticesque forman el Golfo de Vizcaya, sobreel agitado mar Cantábrico, abrigado delmar y de los vientos tempestuosos pordos montes, el Jaizkíbel y el Ulía, que, alado y lado, flanqueaban la tambiénpequeña bahía de aguas profundasencerrada entre los cabos del pasaje.Los dos montes, al hundirse en el mar,dejan una amplia boca por dondepenetran los barcos al interior del puertopara cuya defensa se había levantado enel siglo XVI una torre de aspectocircular, hecha de piedra. Un siglo mástarde, en 1621, se levantaba el fortín deSanta Isabel, situado a la izquierda del

puerto, según se entra en él. Los fuegosde sus baterías defendían muy bien laentrada, ayudados por una cadena que setemplaba para no dejar pasar los barcosenemigos, en caso de peligro.Correspondió al capitán Villalobosproponer esta peculiar defensa, en 1617,que debía situarse a la entrada del canal;estaba fabricada con trozos de mástilesguarnecidos de hierro y trabados,aprovechados de los navíos que allí sehabían ido a pique. La cadena se recogíacon un torno y con ella se cerraba denoche la boca para impedir la sorpresa,que muchas veces consistía en abrasarlos navíos surtos en el puerto mediante

algún bajel dotado de artificios defuego. El trabajo quedó formalizado en1636.

A ambos lados de la bahía seencontraban dos núcleos urbanos aderecha e izquierda del canal, Pasajesde San Pedro, cuna del marino, bajojurisdicción de San Sebastián, distantecinco kilómetros, y Pasajes de San Juan,justamente al frente, bajo jurisdicciónadministrativa de Fuenterrabía. Enrealidad, eran dos hileras de casas, unasblancas, otras verdes, allá ocres, acullámarrones, de grandes balconadasproyectadas sobre el canal, con anchostejados rojizos formados por tejas

árabes de barro. En casi todas se venropas colgadas, flotando y secándose alviento como banderas de la intimidad; alpie de las casas, el mar, y a mano elpuerto, con olor a faena, atestiguada porlas redes, los cabos, las embarcacionesamarradas, yendo y viniendo por labahía. Pasajes era una poblacióndedicada a las faenas del mar; sushombres eran duros y experimentadosmarinos y constructores de grandesembarcaciones. Sus astilleros tuvieronmerecida fama. Las primitivas zabras,carabelas y naves del siglo XV,utilizadas en las rutas de Flandes y delMediterráneo, dieron paso a la

construcción de buques de alto bordo,empleados en expediciones ballenerasa Terranova y Groenlandia, además delas de la carrera de Indias. Una pequeñachalupa hacía, y hoy todavía hace, peroa motor, el tránsito obligado entre lasdos poblaciones cuyos habitantes secomunicaban, y comunican, entre sípermanentemente por este medio; ambasestaban a la vista, muy cerca la una dela otra, a unos dos o tres minutos deremo, a tiro de piedra. No obstante lopequeño del poblado, San Pedrocompetía en aquel entonces con SanSebastián como puerto marítimo, dada laeficiencia de su infraestructura

portuaria. Hoy, San Pedro y San Juanconstituyen un solo municipio de muyescasa actividad y trascendenciaeco nómica.

La casa de Don Blas de Lezo era unaamplia mansión solariega de tres alturaspor la calle, y de cuatro por el muelle,cuya entrada se hacía por la calle Viejao de San Pedro, hoy distinguida con elnúmero 32. Esta calle, la principal,presentaba accesos al muelle, con casasde varias plantas entre muroscortafuegos, con balconadas abiertashacia la ría. La casa de los Lezo seextiende por encima de la estrecha calle,formando también un pequeño pasadizo

y, justo debajo del mismo, como dandoabrigo de cobertizo, se alza la segundaplanta de la misma, que no es única eneste aspecto, pues es común que sobrelas calzadas se formen estos pasadizosque dejan al descubierto las vigas quesostienen las edificaciones. Su aspectoes sobrio, con grandes balconadas haciael puerto y bahía, pero que en aquelentonces no asomaban sobre callealguna, porque calle no existía, ya que elmar lamía los propios cimientos de lacasa por ese costado. Hoy esta viviendaestá dividida en pisos ocupados pordistintas familias, pero es de suponer,tanto por su tamaño como por su

construcción, que en aquel tiempo fueseocupada por gentes de buen y holgadovivir. Su interior da una apariencia depróspera sobriedad. ¡Ah!, y un poco másallá, la casa de aquella niña tanhermosa, Ana Urriolagoitia, la niña desus sueños. Recordaba cómo jugaban enla calle con los otros niños y cómo sucorazón daba un vuelco cada vez queAna se le acercaba. Sí, la dulce Ana. Elbeso que le dio aquella vez en la mejillael día de su cumpleaños… «Eso era,indudablemente, una clara señal deamor», pensó al recordar aquel suceso.

Por las tardes, Blas la esperaba enla esquina para, furtivamente,

intercambiar con ella dos palabras.También lo hacía a la salida de Misa yera, en ese momento, caminando hacia lacasa, cuando más podía disfrutar de sucompañía. Ella iba con un gorritoadornado por una rosa; su largo pelotrenzado danzaba y flotaba a su espalday contrastaba con la pañoleta amarillaque ataba a su garganta. Tras el cortorefajo y falda bien confeccionada, seadivinaba un cuerpo esplendoroso. ¡Poreso deseaba que siempre fuese domingo!Pero, luego, cuando tuvo que partir, sele había deshecho el corazón y, porprimera vez, había experimentado lo queera un beso en los labios. Ella se lo

había dado con la alegría de la tiernainocencia. Había jurado que volvería yque pediría su mano. Pero eransueños… Nadie podría querer ahora aun marino sin pierna… «¿Será que seasoma a la ventana? Humm…, pero,mejor sería no verla», pensó; «no enestas condiciones». Lezo seavergonzaba de su miembro mutilado.En cambio, la joven Ana lo observabadiscretamente, resguardada tras lascelosías, y pensaba, con encontradossentimientos, en aquellos amores lejanose imposibles…

La vista de aquellos parajes dondeestá situado el puerto conmueven por su

belleza natural. Desde la casa de losLezo, a la izquierda, se extiende la bahíainterior, mucho más pequeña que la deCartagena de Indias, más recogida yestrecha, pero que se abre allende laboca hacia un mar oscuro y tempestuosoque bate amenazante sobre las rocas,escarpados y filudos rastros de colinassumergidas. Son «rocas descarnadascomo cabezas de muerto», al decir deVictor Hugo, quien veía figuras humanasen ellas y hasta algún perro pétreo queladraba al mar y «donde un trueno enestas gargantas ya no es un trueno; es unpistoletazo monstruoso que estalla en lasnubes, cae en la cima más cercana y

rebota en la montaña con un ruido seco,siniestro y formidable». Así se habíaformado el recio carácter de nuestrojoven marino, carácter que loacompañaría toda la vida.

Camino del podio que le teníanpreparado al joven Alférez para quedirigiera unas palabras al pueblo, ydesde el palco de honor observara lasdanzas y disfrutara los cánticosdedicados a su nombre, Don Pedro

Francisco, con las palabras cargadas deemoción, le dijo:

—Hijo, no sabes cuán orgulloso mesiento de ti. Créeme que, a pesar de lapena que me causa, prefiero vertecojeando que perdiendo batallas. A tucorta edad has hecho más por Españaque nadie que yo conozca…

Blas sonrió orgulloso de sí mismo,aunque sabía que en boca de muchospaisanos estaría ya la palabra ankamotz,que en vasco significa «patamocha», dedonde sale la voz «mocho», quesignifica sin punta, que es chato y romo.

—…Pero, hijo —continuó el viejoLezo—, esa horrible pierna

seguramente te la ha hecho la Marina.No hay derecho. Yo te mandaré a haceruna mejor con Iñaki, ¿te acuerdas?, es elmejor carpintero del pueblo. Hay queencapsular la punta en hierro, para queno se desgaste al caminar. Empero,debes tener otra en casa, o cuando estésen el buque; esa sí debe ser toda demadera, para que no haga tanto ruido nirasguñe la madera. Te mandaré a hacerlas dos.

—Gracias, padre. Esta es horrible—dijo mirándosela.

—Continúa llevando en alto loscolores de España y las sílabas de tuapellido. Dios te bendiga, hijo.

Aquel día, por mandato delayuntamiento, hubo vino y licor gratispara todo el pueblo. Los festejosduraron hasta altas horas de la noche yen casa de los Lezo Olavarrietadesfilaron amigos, parientes yconocidos, todos queriendo saludar alvaliente Blas y oír de su boca lospormenores de sus aventuras. Desde losbarcos pesqueros los pescadoresgritaban consignas y a Blas no lequedaba más remedio que asomarse albalcón, abrir la ventana y devolver elsaludo.

Toda esta fanfarria prodigada porlos notables del pueblo reafirmaba en la

familia Lezo el «expediente de nobleza»ganado en 1657 cuando se falló a sufavor un juicio contra los ayuntamientosde San Sebastián y Pasajes. Había entresus antepasados quienes se habíandistinguido en las letras, como Domingode Lezo, canónigo y administrador delarzobispado de Sevilla; catedrático defilosofía en Alcalá y provisor enCórdoba y obispo de Cuzco, Perú, en elsiglo XVI; políticos, como Don Pedrode Lezo, su tatarabuelo, quien fueraalcalde de Pasajes, a principios delsiglo XVII; y, por supuesto, no podíafaltar el gran marino, Don Francisco deLezo y Pérez de Vicente, abuelo del

joven Lezo, quien tenía un galeónllamado Nuestra Señora de Almonte ySan Agustín, de donde es posible queBlas tomara su afición por la mar. Era,pues, esta familia suficientementeacomodada y respetable en el pueblocomo para que todos se sumaran a lapleitesía que se le quería rendir.

De repente, a Blas le pareció ver,fugazmente, la niña amada tras loscristales de una ventana de la casavecina. Se entristeció, porque había sidoapenas eso, una fugaz mirada de la jovenque, quizás, ya estuviesecomprometida. Y no podría ser de otramanera, pues el hecho de que no hubiese

salido a recibirlo lo denunciaba.

La situación de España en aquelmomento era, verdaderamente,calamitosa. Y lo era de dos maneras:una, por la situación internacional quehabían suscitado las pretensiones altrono español del aspirante austriaco, elproclamado Carlos III, y sus aliadosque lo respaldaban. Otra, por lasituación interna del país, que no podíaser peor: España carecía de lo más

básico para defenderse, pues no teníaejército ni armada. Escasos 10.000soldados de infantería, cinco mil decaballería y veinte barcos de guerra,componían todo su arsenal militar.Aquella marina no era digna de unamonarquía tan extendida por toda latierra, sobre todo cuando buena parte deesos barcos se usaban para resguardarlos mercantes que cruzaban el Atlánticorumbo a los reinos de ultramar. De otraparte, las armas del ejército de tierraeran anticuadas para afrontar lasnecesidades de la guerra de aquellostiempos. Tampoco había las finanzasnecesarias para financiar un conflicto de

esas magnitudes que, según se calculaba,exigía cuatro veces más de lo que laTesorería disponía para atender lasnecesidades bélicas. En vista de estapenosa situación, el rey francés, LuisXIV, decidió ayudar a su nieto, el rey deEspaña, Don Felipe V. Así, desde el añoanterior, en 1704, las tropas francesashabían entrado en la Península al mandodel marqués de Puységur y del duque deBerwick. España, como podía, hacíaleva de hombres y recursos para afrontarlos peligros que entonces se hacíaninminentes: Barcelona había caído el 9de octubre en poder de la alianzainvasora que ahora se aprestaba a

proteger los fueros de Cataluña, acambio del apoyo de los catalanes alArchiduque, según había quedadoestipulado en el acuerdo de Génova dejunio de 1705. Aunque este apoyocatalán no era de manera algunaunánime, en muchas partes de laprovincia había un resentimientoantifrancés que hacía aquella situacióndemasiado delicada. Por lo demás, enseptiembre el sublevado general JosephNebot se apoderaba de Tortosa yTarragona, y en diciembre, su hermano,Rafael Nebot, se sublevaba en Valencia.A principios de 1706, las dosprincipales ciudades del Mediterráneo

estaban en poder de los partidarios delArchiduque. Poco tiempo había duradola dicha de Lezo en su pueblo natal, nosólo porque Ana, el amor de su vida, yatenía pretendiente, sino porque serequería de sus urgentes servicios en laArmada.

Felipe V había organizado unejército al mando del mariscal Tessé yen marzo de 1706 el propio rey se hacíapresente en Caspe para comandar sustropas. Los ingleses habían bloqueado elpuerto para evitar que la escuadrafranco-española apoyase lasoperaciones de asedio y toma delpuerto. El joven Lezo es, pues, llamado

con urgencia a incorporarse a laescuadra que debía abastecer a lossitiadores, cosa que hace con presteza.Entre otras cosas, porque quería huirrápidamente de una comarca que lehabía negado el amor y que le traíarecuerdos muy dulces que se habíantornado amargos.

En esta ocasión al alférez Lezo lehabían asignado el mando de una flotillade naves que traía abastecimientos a lastropas de Felipe V que sitiabanBarcelona durante esta guerra desatadapor el archiduque Carlos. En aquelmomento el joven Vernon servía en elBritannia bajo el almirante Showell

quien, finalmente, tendió a Lezo unaemboscada, al ver que sus barcospenetraban el cerco de sus buques en laciudad de Barcelona y abastecían a losejércitos sitiadores de Felipe V.Viéndose Lezo súbitamente cercado, suingenio lo llevó a cargar sus cañonescon unos casquetes de armazón delgadacon material incendiario dentro, que, alser disparados, prendían fuego a losbuques británicos; adicionalmente, habíamontado paja húmeda en parrillas dehierro que, al ser incendiada, producíauna espesa cortina de humo. Estas tretasle habían permitido huir junto con todasu flotilla. Los ingleses, enfurecidos,

decían:—Esto no es jugar limpio, pues este

hombre emplea un arma desconocida.Se ha enloquecido—. El joven Vernoncontemplaba, admirado, el ingenio de suenemigo, del que decían, era un jovenpata de palo comandante de la flotillade abastecimientos, cuyo nombre eraBlas de Lezo. Ese nombre, que en aquelmomento no decía mucho, lo habría derecordar más tarde, cuando, yaalmirante, habría de vérselas con elmismo osado marino.

—God damned —diría entonces—,it’s the same bastard!

Los ingleses lo perseguían porque

sabían de sus capacidades e inventiva;en otra oportunidad, en el mismo sitio,volvió a emplear igual estratagema,cargando sus buques con fardos de pajahúmeda para establecer una cortina dehumo que le permitiría llevar auxilios alos sitiados. Lezo, pues, se hacía de unnombre en poco tiempo e ibacosechando laureles y fama; pronto fuedestinado al fuerte de Santa Catalina, enTolón, donde estaba localizada unaimportante base naval francesa. Fue allídonde por vez primera probó suerte yadquirió experiencia en la defensa de unfuerte amurallado, algo que le serviríaen el futuro para la defensa de Cartagena

de Indias. Pero fue allí también, duranteel asedio al fuerte por parte de losaliados saboyanos, que una bala decañón dio contra el parapeto donde Lezose guarecía y, desprendiendo unapequeña esquirla de piedra, se laincrustó en el ojo izquierdo.Nuevamente, dolor intenso eintervención del cirujano del Fuertequien, como pudo, le sacó el pequeñofragmento del ojo, con tan mala suerteque también se le fue la vista. Al pocotiempo, experimentó fiebre acompañadade un intenso dolor de cabeza. Eran tanseveros los dolores, que tuvieron queponerle un pañuelo amarrado alrededor

de la cabeza, el cual empapaban conalcohol para calmárselos. O por lomenos así lo creía, mientras se ayudabaa mantener la presión del pañueloapretándose las dos sienes con lasmanos. Tan sólo tenía dieciocho años yya estaba tuerto y mocho, aunque, parafortuna suya, no habían tenido que vaciarel ojo, porque aquello hubiera supuestoun mayor sufrimiento.

Lezo se sintió verdaderamenteacongojado por esta nueva mutilación ypensó que ya jamás ninguna mujer sefijaría en él. Entró en una profundadepresión que sólo era consoladahablándole a aquel crucifijo de plata

regalado por su madre. Por eso lepreguntaba: «¿Por qué, Señor, haspermitido que me quede ciego de unojo? ¿Qué mal habré hecho yo en la vidapara merecer tal infortunio? ¿Por qué,Señor, por qué? ¿Quién va a querercasarse con un lisiado como yo?» Y enla soledad de su habitación llorabadesconsoladamente besando su crucifijoy anhelando volver a Pasajes a serconsolado por su madre. Era muy joventodavía.

Tres meses duró su nuevaconvalecencia, tras lo cual recibióinstrucciones de trasladarse al puertofrancés de Rochefort, en el Atlántico.

Allí recibió el ascenso a teniente deguardacostas, en 1707, y con él, unapequeña alegría. Es en este puerto dondeLezo acaba de cosechar gloria y fama,pues con una reducida fuerza lograapresar once barcos enemigos ydescollar en el reñido combatesostenido con el barco inglés Stanhope,al mando del capitán John Combs, en1710, al que sometió mediante elabordaje y remolcó a puerto. Blas deLezo había maniobrado su navecruzando fuegos con la inglesa hastaacercársele lo suficiente; entoncesordenó que se tiraran los garfios sobreel bordo. Cuando los ingleses vieron

aquello entraron en pánico. Losespañoles se deslizaron como monossobre el enjambre de cables y sogas,los unos, y saltando de una cubierta aotra, los otros. El combate fue feroz; elcuchillo, la daga y la espada fueron lasprincipales armas. Los que no pasaronal navío abordado disparaban suspistolas y rifles, dando buena cuenta delos sorprendidos ingleses. Aquí volvió aresultar Lezo herido, esta vez,levemente, pues nuestro osado marinono se escondía de los cañones y balasdel enemigo, sino que permanentementearengaba a su tropa y ponía el pechopara infundir valor en la batalla. Fue

ascendido a capitán de fragata en esteaño de 1710 en premio a sus méritosmilitares. Allí permanecería hasta 1712,año en que la situación política entreEspaña y Francia hacía que las dosnaciones se distanciaran,particularmente porque aquella última,fatigada de la guerra y vencida enmuchas batallas, retiraba su apoyo aFelipe V. Nieto y abuelo también sedistanciaron; en consecuencia, losservicios de Blas de Lezo en la Armadafrancesa ya no tenían sentido y esentonces cuando pasa, en 1712, aintegrar la flota del almirante DonAndrés del Pez, prestigioso marino

español. Lezo tiene veintitrés años y yaha entregado parte de su humanidad porla causa de España. Todavía faltaría porentregar su brazo derecho.

Lo cierto es que Andrés del Pezquedó tan favorablementeimpresionado con el sentido del deberque desplegaba Lezo que, una vezterminada la comisión de éste en suescuadra, emitió varias certificacionessobre su comportamiento y conductadurante el servicio, lo que le valió elascenso a capitán de navío. Dos añosmás tarde, cuando Barcelona agonizabaentre sus cenizas, asediada por losejércitos de Felipe V, Blas de Lezo

participaría en el bombardeo que de díay noche se practicaba sobre la ciudad.Lezo, comandando el navío Campanella,de setenta cañones, ferozmente atacabala ciudad y bloqueaba su puerto bajo elcomando general de Ducasse, el excorsario del asalto y saqueo deCartagena, entonces respetable almirantepor voluntad del gobierno francés. Susacciones intrépidas lo llevaron aacercarse imprudentemente a la ciudadpara mejor batir sus defensas, hasta queen una de esas incursiones una bala demosquete le atravesó el antebrazoderecho, rompiéndole los tendones yparalizándole el brazo del codo hacia

abajo, con excepción de la mano queconservó algún movimiento; Lezo siguiócombatiendo, pese a la herida sufrida, lacual fue curada en su puesto de mando.Sangró profusamente, pero la bala habíasalido al otro lado y, por lo tanto, nohubo necesidad de intervenciónquirúrgica distinta de las atenciones decauterización para evitar infecciones;tales cauterizaciones eran, de todasmaneras, dolorosas, pero soportables encomparación con la amputación de supierna.

Ya curado, Lezo se obstinó en seguircombatiendo desde su buque, sin dartregua al enemigo; ni siquiera reposó el

mínimo tiempo en su camarote, con locual el vendaje tuvo que ser cambiadorepetidas veces debido a la sangre quecontinuaba fluyendo y lo empapaba. Unavez más el joven marino pensó en sumala suerte y se despidió de todaesperanza de conquistar a alguna bellamujer para hacerla su esposa. Corría el11 de septiembre de 1714 y Lezo habíacumplido veinticinco años de edad,todavía demasiado tierno como parahaber perdido ya una pierna, un ojo y unbrazo. Todavía le faltaba perder la vida,y el honor y la gloria por la causa deEspaña. Pero resolvió que aquellasheridas decían más que todas las

condecoraciones que pendían de supecho.

El año siguiente, 1715, fue unoventuroso para la causa de Felipe V,pues, decidido a reconquistar la isla deMallorca, todavía fiel al pretendienteaustriaco, designó a Don Pedro de losRíos comandante de una flotaexpedicionaria de siete navíos, diezfragatas, dos galeotes, veintiséistransportes y 25.000 hombres para quela tomase por la fuerza. El capitán Lezocomandaba el Nuestra Señora deBegoña, y el 15 de junio desembarcaronen Alcudia con el grueso de la tropa. Elmarqués de Rubí, comandante de la

plaza y virrey del archiduque Carlos, serindió sin disparar un tiro. La Guerra deSucesión Española había terminado y,con ese capítulo cerrado de la historia,empezaba uno más para el admirablemarino: el Mar del Sur, donde tambiénse abría una nueva etapa, un nuevo ciclode vida para Don Blas de Lezo yOlavarrieta.

Capítulo IX

Hombre y medio

Los españoles sabenhacer hombres, pero nobarcos.

(Atribuido a JoséPatiño, Ministro deMarina)

En 1716, cuando Blas de Lezo partehacia el Mar del Sur escoltando unaflota de galeones, hacía tres años queEspaña e Inglaterra habían firmado elTratado de Utrecht, abriendo paso tantoa la paz como al abuso derepresentación por parte del rey deFrancia, Luis XIV, quien en nombre desu nieto Felipe V hizo gravesconcesiones a Inglaterra. El Tratado deUtrecht, propiamente dicho, había sidofirmado el 27 de marzo de 1713 por losministros plenipotenciarios, marqués deBedmar, por España, y Lexington, porInglaterra, habiendo sido ratificados el 1

de julio del mismo año por el duque deOsuna y el marqués de Monteleón,ministros de España, y el conde deStrafford y el obispo de Bristol,ministros de Inglaterra. Sin embargo,desde 1711 se habían gestionado losllamados «preliminares de Londres»,firmados el 8 de octubre de aquel año,uno de carácter secreto y el otro decarácter público; este último garantizabaque nunca las coronas de España yFrancia se unirían en un solo cetro,mientras que el primero concedió aInglaterra la ocupación de Gibraltar yMenorca y la concesión del llamado«Asiento de Negros» por treinta años a

la Compañía del Mar del Sur de esepaís, además de conceder un territorioen el Plata para su venta.Adicionalmente, exoneraba de pagos lasmercaderías inglesas que se trafica sen através del puerto de Cádiz. Esto era unevidente abuso de autoridad del reyfrancés, pues aunque Felipe V habíaenviado poderes a su abuelo para firmarlos «preliminares» el 6 de septiembrede 1711, lo prevenía, no obstante, deque cualquiera otra exigencia deberíaconsultársela antes de otorgarla. Estospreliminares fueron ratificados ytomados como definitivos el 11 de abrily 13 de julio de 1713. A cambio de

renunciar a los derechos sobre el tronode Francia y ceder los Países Bajos alemperador Carlos VI de Austria,pretendiente al trono español y porquien se había desencadenado laGuerra de Sucesión, Felipe V fuereconocido rey de España y de lasIndias. Reconocía, además, el Rey deEspaña, el monopolio del «asiento»consistente en introducir 144.000esclavos a razón de 4.800 por año en losdominios españoles de ultramar en unnavío de quinientas toneladas conocidocomo el navío de «Permiso»; a cambio,España recibía un pago de treinta y trespesos y medio por cabeza. Este tratado

sentaba las bases para futuros einterminables conflictos que veintiséisaños más tarde volverían a enfrentar lasdos naciones.

Las Antillas se llenaron de navespiratas y corsarias de los ingleses,franceses y holandeses que volvieron aimitar a sus predecesores JohnHawkings y Francis Drake, quieneshabían asaltado a Cartagena en el sigloXVI; imitaron a John Oxcham, quien en1577 atravesó por tierra el Istmo dePanamá y surcó las aguas del Pacífico,habiendo terminado ahorcado en Limapor orden del virrey Francisco deToledo; al corsario francés Silvestre,

quien se introdujo en Veragua y seconvirtió en asaltador de poblados; aWilliam Parker, quien había destrozadoa Portobelo en 1602; a L’Olonais,bucanero que ensangrentó el litoraldesde el Istmo hasta el Darién; alfilibustero Thomas Mansvelt, quienasaltó con una violencia inusitada lasfundaciones de Costa Rica y asoló suscostas; imitaron a Henry Morgan, elpirata, quien había arremetido contraCuba y Portobelo y con el corsarioCelier atacaron y se tomaron a Chagre,pasando luego a Panamá, ciudad queincendiaron y saquearon. En fin, losnuevos corsarios, piratas y filibusteros

hacían de las suyas, no sólo amenazandolas naves, sino haciéndoles pagar peajesy obligándolas a pagar rescates pormercancías y hombres retenidos yrequisados.

No quedó más remedio a la Coronaque reforzar sus flotas mercantes connavíos de guerra, autorizar el derecho de«visita» a los barcos del «asiento»inglés y confiscar las mercaderías decontrabando que se encontrasen. A partirdel segundo cuarto del siglo XVIII lasituación se agudizó con Inglaterra, paísque protestó enérgicamente del «abuso»español. Hacia 1739 la situación erainsostenible; con anterioridad a esta

fecha ya había declarado el ministroplenipotenciario de España en Londres,Giraldino, que la monarquía jamásdejaría de ejercer los derechos de visitaen los puertos y mares de las Indias, queeran sus dominios. Cuando el ministrode Relaciones Exteriores, duque deNewcastle, dio este informe alParlamento, la Cámara de los Comunesdesaprobó la política española y pidióuna respuesta armada. El 14 de enero de1739 fue firmado el llamado «Acuerdode El Pardo», que pretendía distensionarlos ánimos, pero todo fue en vano; laCámara inglesa rechazó el documento ysucedieron graves desórdenes públicos.

Por aquella época el capitán delguardacostas español Isabel, Juan deLeón Fandiño, cortaba la oreja alcapitán Jenkins, produciéndose unaindignación de marca mayor en elpueblo inglés. Por su parte, Felipe Vreclamaba a la compañía inglesa 68.000libras por sus derechos al «Asiento deNegros», lo cual no hizo más que llevaral paroxismo de la ira al Parlamento,que comisionó al embajador inglés enMadrid, el señor Keene, a reclamar laabolición del «derecho de visita»; esteacto fue acompañado de la movilizaciónde una poderosa escuadra a Gibraltarpara intimidar al rey español, quien no

cedió en sus pretensiones ni en susderechos. La guerra se declaraba, comoes sabido, el 23 de octubre de 1739.

Era en este clima de disputasinterminables y crisis creciente que Blasde Lezo, años antes de la declaratoria dehostilidades, zarpaba para La Habana enel Lanfranco, de sesenta cañones,custodiando una flota mercante, almando de Don Fernando Chacón. Sumisión inicial era limpiar de corsarioslas Antillas y en esa tarea se aplicavarios meses hasta su regreso a Cádiz,ciudad en la que se queda hasta 1720,fecha en que se le asigna el mando deNuestra Señora del Pilar, navío que con

una escuadra hispano-francesa zarpahacia el Perú a limpiar aquel virreinatode corsarios que asolaban sus mares. Enefecto, el pirata John Clipperton,enviado por Inglaterra en 1719 a aguasdel Mar del Sur, estaba haciendo de lassuyas con dos barcos de setentacañones cada uno, el Success y elSpeed-Well: había secuestrado a losmarqueses de Villarocha y era precisodarle caza. Pero el Cabo de Hornostiene un mar tempestuoso y bravío y enciertas épocas del año su cruce espeligrosísimo. Allí les sorprendió unatormenta que obligó a varios de losbuques a regresar a Buenos Aires; el

comandante español de la escuadra, DonBartolomé Urdizu se vio obligado aretroceder, pero Lezo siguió comocomandante de las naves quecontinuaron con él hacia el Callao,puerto de Lima. Fue en esta ciudaddonde Lezo hubo de encontrar el amorde su vida, Doña Josefa Pacheco deBustos.

Lima era una ciudad esplendorosa y,al decir de muchos, más rica y lujosa

que Méjico. Las gentes, como en el restode América, vivían en casassingula res, y no en altos edificios, comoen Europa, donde la gente se apiñaba,sin agua corriente y en condiciones devida insalubres y difíciles; losdesperdicios humanos eran arrojadosdesde lo alto de las ventanas y no conpoca frecuencia caían sobre losdesprevenidos transeúntes. De allí quela peste y las epidemias hubieran sidotan corrientes así en la Europa medievalcomo en la de aquellos siglos; estadiferencia hacía la vida más placenteraen las ciudades españolas de América,pues cada casa contaba con aljibe y

letrina que evitaban talesinconvenientes y vida insalubre. Elaljibe estaba, usualmente, en el patiocentral, y la letrina, en el llamado«solar», especie de patio en la parte deatrás de la vivienda. En Londres, porejemplo, el pavimento estabadestartalado, al decir de un cronista dela época, el fraile inglés Gage, y susplazas y calles eran receptáculos dedesperdicios y basuras. El buen frailehabía elaborado una comparación entrelas ciudades americanas y las europeasy, en general, coincide con lasapreciaciones de Ulloa y Jorge Juan, conlas del Padre Cobo y el Padre Lizarraga,

quienes hicieron amplios y detalladosestudios sobre las ciudades de laAmérica española. Decía el fraile Gageque el alcantarillado de Londres era tanmalo que en tiempos de lluvia seformaban verdaderos torrentes en lascalles que, con todo y basuras animalesde los puestos de mercado, iban adesembocar a las zonas residenciales.

Las mujeres limeñas, el encantosecreto de Lezo al pisar esa tierra,tenían una gracia natural; un movimiento,estilo y atavío, como pocas podíanalardear en el Nuevo Mundo. Por debajode la falda llevaban unas enaguasblancas de las que cuidaban no se

saliera el borde; aquello llamabademasiado la atención, pues el rítmicovaivén de la falda, que sólo llegaba amitad de la pantorrilla, hacía tanevidente la enagua que la gente decía,«aquella anda buscando novio»; de lapantorrilla, hasta poco más arriba deltobillo, colgaban finos encajes deFlandes, a veces transparentes, haciendoel ruedo del fustán. Ningún encaje queno fuese de Flandes se considerabadigno de ser portado por una damaperuana. Las damas más finas y ricasllevaban bordados de oro y plata sobreel faldellín de terciopelo, o telaguarnecida a veces de encajes y cintas.

Llevaban además un jubón que cubríahasta la cintura, atado a las espaldas concintas y sobre las que algunas agregabanun ajustadorcillo ceñido al cuerpo. Laslimeñas eran exquisitas y discretas.

El mayor encanto era, para Lezo, elpie que asomaba por encima del zapato,cuya suela era en forma de 8. No teníatacón, y su pie, en comparación con elde las españolas, era pequeño, y a feque así lo deseaban. Las piernas lascubrían con media de seda blanca o decolor, que permitía una sensualtransparencia a través de la fina tela.Tenían cabello abundante, comúnmentenegro, y Lezo pronto advirtió que las

rubias eran oriundas de Guayaquil y quesu pelo, si se dejaba suelto, podía llegarhasta la rodilla; casi todas llevabanpeinado en seis trenzas enrolladas sobrela nuca y prendidas con agujas curvas deoro, ocultas por madroños de diamantesa manera de adorno sobre las agujas, delas cuales pendían hasta los hombrossendos rollos de trenza. En la parteanterior y superior, se ponían variostembleques de diamantes y con el mismocabello se hacían unos rizos, a manerade cachumbos, que bajaban hasta lassienes y las orejas, caracoleandograciosamente. Algunas colgaban dellóbulo de las orejas pendientes de

diamantes, o de seda con perlas, al igualque en el cuello y en los brazos, amanera de collares y brazaletes; en lasmuñecas llevaban pulseras, con piedraspreciosas o semipreciosas, y sobre elvientre se po nían una joya redonda, muygrande, sujeta a un cinto que les ceñía lacintura. El ámbar era su perfumefavorito, el que también frotaban sobrelas flores que llevaban en cabeza ycuerpo. Por eso, al capitán Blas de Lezose le antojó que la Plaza Mayor de Limase había convertido en un jardín cuandovio tanta dama vestida de tan ricamanera como jamás había visto mujeralguna en ninguna parte. El aseo y

primor era prenda tan usada, que diríaseque sólo por aparentarlo y llevarlohabía tanto esmero en damas tandelicadas. Hasta las mestizas portabanriquísimos trajes y alpargatas ceñidascon cordones de seda y oro, sayas yjubones, con bordados en telas finas,prendedores y cadenas de oro… Y no sediga de los indios que ostentabancamisetas de brocados, telas, rasos yfelpas, perlas, diamantes, esmeraldas yrubíes en los lláutos de sus cabezas…¿Qué sociedad era ésa? ¿De quérecóndito escondrijo provendría tanextraña prosperidad? Evidentemente,esto era lo que más atraía a los ingleses

y demás potencias europeas; los piratasno eran dados a atacar poblacionespobres.

Pero, lo que más llamó su atenciónfue aquel agrado que desplegaban lasdamas, aquella simpatía y delicadeza enel trato, mezclado con cierta altivezespañola que no permitía que suvoluntad fuese esclava, ni siquiera desus maridos, aunque se evidenciaba elafán de complacerlos en todo. ¡Québueno, pensó el Capitán, poderse hacercon una de estas jóvenes que,manteniendo las obligaciones que elmatrimonio imponía, preservaban unadiscreción y amistad tan firmes, que no

podía ser comparable a nada en elmundo!… Y qué limpia lucía la gente encomparación con lo que se veía enEuropa, donde los malos olorescorporales se disimulaban con elperfume, según se había aprendido delos franceses. Más tarde se enteró deque en América la gente se bañaba todoslos días, aun contra la supersticióneuropea de que el baño diario era malopara la salud; los mismos españoles, ymás aún sus descendientes, prontoaprendían esta extraña costumbre, talvez tomada de aquel jefe indio que secubría las carnes de polvo de oro y setiraba a la fría laguna de Guatavita,

enclavada en el altiplanocundi boyacense, para rendir homenaje asus deidades y dar paso al mítico ElDorado. «¡Tal vez, debido a eso, seevitaban los malos olores queabundaban en Europa!», dijo para sí.¡Él también se bañaría todos los díaspara no desagradar la nariz de losamericanos!

¡Qué alegres y dulces le resultabanlas limeñas! ¡Qué curiosas tertulias encasa de aquellas personas, hombres ymujeres, donde brillaba el ingenio,apasionaba la música, seducía la danzay estimulábase la cultura! Pero bajó lamirada a contemplar, con uno solo de

sus ojos, la triste pata de palo queasomaba bajo la bota arremangada de supantalón. «Nadie me querrá así», pensóy su rostro se ensombreció. Lezo habíaoído decir que en la remota Santa Fetambién se estilaban las tertulias, lacortesía brillaba en todas las acciones ylos forasteros eran, como en Lima, bienrecibidos y considerados. ¡Qué tierrasfascinantes éstas de América! ¡Qué ricoscaballeros que, con bien templado acerode Toledo, cintillos y cadenas de oro ensus pechos, se paseaban en ricos jaecesy costosas libreas, sombreros de variaplumería, vistosos trajes de sedas delOriente, traídos al Perú por los galeones

de la carrera de Manila! ¡Qué caballerosaquellos, quienes, a la menorprovocación, también jugaban con lavida en fino despliegue de nobleza,valor y gallardía españolas! ¡Con razónLawrence Washington, y con él losingleses, ambicionaban apoderarse delrico filón del Cerro de Plata de Potosí,desde donde la riqueza fluía a unasociedad que, con sus vasoscomunicantes de comercio eintercambio en toda América, y el restodel mundo, des parramaba aquellosbeneficios que financiaban el arte, lasiglesias, las universidades, laarquitectura y… hasta las guerras que

libraba España en Europa!

El capitán Blas de Lezo se tomóunos días para reponerse del viaje yesperar a su comandante Urdizu quellegaría a esta ciudad, una vez hiciera ladebida reparación de sus buques. Elcapitán fue atendido por el nuevo virrey,fray Diego Morcillo y Rubio de Auñónrecién posesionado de su cargo en Lima.Una vez llegado el resto de los barcos,Urdizu y Lezo se pusieron a la caza del

pirata Clipperton con muy poca fortuna.Clipperton huyó hacia Guatemala ydespués de cobrar el rescate volvióhacia el Perú y bombardeó a Arica ycapturó varios barcos mercantes,apoderándose de su carga. Este pirataterminó sus días en las islas Filipinas,donde fue capturado y ejecutado. Lezopatrulló estas aguas durante tres años,desde el sur de Chile hasta el Ecuador;la limpieza de las costas del Mar delSur le granjeó la buena voluntad de losmandos de la Marina de Guerra, hastaque en 1723, el 16 de febrero, a la edadde treinta y cuatro años, Don Blas deLezo es nombrado general de la Armada

española. Este evento es celebrado enlos círculos militares y de gobierno conuna gran manifestación de cariño yaprecio por el joven general. El Virrey-Arzobispo Morcillo lo quiere agasajarcon una fiesta en el palacio virreinal deLima a la cual invita a la más altasociedad y gente distinguida de laépoca. A ella acuden gentes de toda lacomarca, del norte y del sur del país,particularmente porque quierencongraciarse con las autoridades ymostrarse en la capital. Había en Limano menos de cincuenta condes ymarqueses y por lo menos un tercio desu población era gente de la mayor

distinción de todo el Perú.El Virrey-Arzobispo es saludado

como corresponde a su rango, con todoel protocolo que aquella incipientenobleza era capaz de prodigar; allíbrillaban el oro, la plata, el brocado,los damascos, las sedas y las plumas delos más rancios sombreros y vestidos.Abajo, a la entrada del palacio,aguardaban regios carruajes que ennada envidiaban y en mucho superaban alos de Madrid, tales eran sus galas,adornos y aparejos; y nada se diga delos nobles caballos que los tiraban.

Blas de Lezo es presentado a todoslos notables y damas de alcurnia; entre

ellas hay una jovencita que le llama laatención: Doña Josefa Pacheco deBustos, hija de Don José CarlosPacheco de Benavides y Solís y DoñaNicolaza de Bustos, quienes han venidodesde Locumba, Arica, en el norte deChile, y han aprovechado su estancia enLima para finiquitar algunos negociospendientes que venían gestionandodesde hacía algún tiempo. Llegan a Limaunos días antes y se instalan en la ciudadcomo corresponde a los de su clase: congran dignidad y decoro. Varios baúles ymenajes traídos en carroza componíanel ajuar de tan estupendos visitantes.Cuando la joven entra al Gran Salón,

despierta la atención del General que nola pierde de vista, pero que se sabedemasiado lisiado como para pretenderel favor de la dama. Es también muytímido para hacerle algún requiebro, osiquiera posar la mirada sostenida en laagraciada dama, particularmente porquesólo habría de hacerlo con un ojo. Sevale de uno de sus subalternos para quecon disimulo la acerque hasta donde élestá e intercambien algu nas palabras.

Poco se sabe qué fue lo que viodoña Josefa en Lezo que la atrajo; nadade si fue «amor a primera vista» o amorde conveniencia provocado por suspadres y parientes. Pero algo se puede

intuir. Locumba estaba muy lejos y erapequeño; las posibilidades de encontrarallí a una persona que cumpliera conlos requisitos familiares, de linaje y defuturo, que sus padres esperaban de unpretendiente, eran escasas. Esta sepresentaba como una oportunidad queno debía desperdiciarse. Tal vez fueeso. Tal vez lo otro. Quizás ambascosas. Lo cierto es que Lezo quedóinstantáneamente prendado de la joven yasí se lo manifestó en el transcurso de lanoche. No sabemos si Doña Josefa erabonita o fea, pero su trato debía de sersuave y agradable. Impedido parabailar, pasó largo tiempo sentado con la

joven a su lado, mientras la músicasonaba y las parejas se divertíanensayando pasos y gracejos. Apenastuvo ocasión, el marino levantó condisimulo la copa y brindó por la damacon un gesto. Ella agradeció el detalle.Lezo sabía que ésa era su única y,quizás, última oportunidad de conquistaruna mujer para su vida. Entabló esamisma noche amistad con sus padres yellos no dejaron de percibir el interésque su hija había despertado en elGeneral; por eso permanecieron quincedías más en Lima antes de tomar rumboal sur. Tanto interés, que durante dosaños, a partir de entonces, se cartearon

hasta que las esquelas fueron cobrandouna mayor intensidad en pasión ysentimientos. Es posible que DoñaJosefa no fuese una mujer que pudiesellamarse bella; pero era amable ycálida y su estampa reflejaba lo quepodía esperarse de una mujer de sutiempo: dulce y cariñosa, pero, sobretodo, consagrada a su hogar. Había sidolevantada con profundas conviccionesreligiosas y se la había entrenado paralos menesteres caseros con granesmero y dedicación. Sabía cocinar,dirigir la casa, cuidar la hacienda.

Dos veces más vinieron los padrescon Doña Josefa a Lima para facilitar el

encuentro de los dos jóvenes y una vezfue Don Blas a Locumba a visitarla.Pero a diferencia de lo que en Américase decía en relación con los amoríos adistancia, «amor de lejos, amor dependejos», a ellos les ocurrió todo locontrario. El vínculo fue creciendo hastaque se hizo insoportable la distancia. Ensu pueblo, la joven echaba de menos lafanfarria y la gran vida de la capital; elteatro, los toros, los bailes que lefascinaban y aquel gustillo que sentía dedar paseíllos por las grandes avenidasde Lima… ¡Ah, y el comercio! Entrar enlas tiendas, probarse vestidos, soñar conla gran vida capitalina… ¡Qué lujo se

veía allí! Era el Perú la más ricaposesión de España en toda América y,con Méjico y la Nueva Granada, los másimportantes virreinatos. Por eso, volvera su pueblo era como un demérito. Porel contrario, estar con Blas era como sise abriera todo un mundo de aventurassin fin que contrastaba con aquelaburrimiento de Locumba…

Todo dicho, el matrimonio se pactóel 5 de mayo de 1725 y se celebró en lahacienda de Don Tomás de Salazar, enla Magdalena, cerca de Lima. El mismoMorcillo, quien entonces sólo ejercíacomo Arzobispo de la capital del Perú,ofició la ceremonia religiosa y ya para

aquellas calendas los padres de la noviahabían conseguido casa en Lima paraestar más cerca de su hija; para ellohabían encargado a su hijo mayor,Sebastián, de los negocios en Locumba,y Don José Carlos se aprestaba aensancharlos con su presencia en lacapital del Perú. Todos recibieron conalegría aquella noticia. Ellos mismosprestaron su concurso para que DonBlas se estableciese como correspondíaa su rango y dejase de vivir en hoteles,buques y pensiones como untrashumante marino; procuraron que sehiciese a una casa en la capital y no esimprobable que hayan colaborado

económicamente para su adquisición,aunque los sueldos atrasados que ledebía la Marina ayudaron bastante. Lasuegra se entretuvo en escoger mueblesy sugirió decoraciones para la nuevavivienda. La hija estaba radiante. Secasaría con uno de los más valientesmilitares de toda España y se sentíaorgullosa; más ahora, cuando habíarealmente aprendido a apreciar lasvirtudes de aquel joven lisiado que, trassus heridas, ocultaba un alma grande,como pocas, y tras sus desfiguraciones,una apuesta figura. Además, ¡qué leimportaba a ella su pata de palo, subrazo medio muerto y su ojo ciego, si

todavía le quedaba una pierna, otrobrazo y otro ojo, para caminar a su lado,y abrazarla y mirarla con ternura…! Alfin y al cabo, su corazón también lo teníaintacto. Pronto quedó embarazada, conlo cual Lezo podía pasearse orgullosopor las calles de Lima del brazo de sumujer.

El pequeño Blas nació en mayo de1726 y fue bautizado el 1 de junio delmismo año. Doña Josefa había tenido unbuen parto; cuando supo que era varón,se alegró por su padre; ella sabía que éldeseaba ardientemente un varón paracontinuar su apellido. Dejó caer lacabeza sobre la almohada y se dispuso a

soñar con el futuro… ¡Ella habíaaprendido a amarlo tanto! «Menos malque el pequeño Lezo tenía dos piernas,dos ojos y dos brazos, y eso más quecompensaba», pensó. Pero también Blas,padre, sintió gran regocijo porque nosólo por las guerras se podía demostrarsu hombría, sino por aquel hijo que lenacía, pues la maledicencia de lasgentes daba a entender que tambiénestaba lisiado de sus partes nobles… Nopodía olvidar aquella vez, cuandocojeando por una calle de Lima, algúntravieso jovenzuelo que andaba con supandilla le había gritado: «Ahí vamedio-hombre», y había echado a

correr. ¡Qué vergüenza había pasadofrente a los demás transeúntes que nopudieron sino ocultar una sonrisa depicardía! «¡Ya no era medio-hombre,sino hombre y medio!», pensó para susadentros.

Justo hacía dos años se habíaposesionado el nuevo Virrey de su cargoy, desde entonces, la reorganización dela escuadra del Pacífico marchaba aritmo frenético. Don José deArmendáriz, marqués de Castelfuerte,era un hombre dinámico y se habíatrazado el propósito de fortalecer laHacienda mediante la reactivación delcomercio y para ello era menester dar

buena cuenta de los piratas que asolabanaquellos mares. Sin embargo, lareorganización de la escuadra trajocontratiempos; en primer lugar, elnepotismo del Virrey, intentando colocarfamiliares y validos suyos en puestos dela Armada, ocasionó variosenfrentamientos con Don Blas de Lezoquien, apoyado en una vieja ley deFelipe III, promulgada en 1623,ordenaba que tales cargos fueranocupados por personas de suficienteidoneidad; en segundo lugar, los gastosde mantenimiento de una escuadra quecrecía en la medida en que más y másbarcos piratas eran capturados, también

crecían, y el Virrey juzgó oportunodesmantelar algunos de ellos parareducir los costos. Esto contó con laoposición del General quien preveía queel creciente poderío de su flota era lamejor arma disuasoria contra futurosataques, sobre todo porque lasrelaciones con Holanda e Inglaterra ibanponiéndose cada vez más tensas enrazón de la eficiencia de las capturas.Los intercambios entre Lezo y el Virreydebieron ser fuertes e inamistosos, puesel General era hombre de pocas pulgas yaún de menos palabras, y las que decíaeran lo suficientemente toscas comopara no dejar duda. Por supuesto, al

Virrey no le hacía ninguna gracia el tonopoco diplomático del militar y se sintióofendido. La situación llegó a tal punto,que Lezo se vio precisado en 1727 aescribirle a Don José Patiño, entoncesMinistro de Marina, que le concediesela baja del servicio «para retirarme a mitierra a criar mis hijos y cuidar yestablecer mi familia con los pobresterrones de mi casa, pues ni siquiera elsueldo de comandante me es suficientepara mi manutención…, además de queen lo que va corrido se me debenmuchos pesos, aparte de los desaires ypesadumbres que aquí experimento».Era también una forma oportuna de

cobrarle los sueldos atrasados.El General se quejaba agriamente de

los tratos recibidos del Virrey, aunquelo que más le dolía era el «juicio deresidencia» al que fue sometido parademostrar su incompetencia en laslabores asignadas. Esta fue la venganzadel marqués de Castelfuerte por haberLezo cuestionado la propiacompetencia de sus validos. Sinembargo, el juicio se falló a su favor,pero ya Lezo estaba deshecho por lapena causada y hasta la salud se leafectó. Era la primera vez, aunque no laúltima, que su salud se veía atacada porun problema emocional. Don José

Patiño, inteligente conocedor de lapsicología de los hombres y de lasnecesidades de la Marina de Guerra, noconcedió la petición de baja del heroicomarino, pero sí ordenó su traslado a laPenínsula, lo cual se hizo medianteReal Orden del 13 de febrero de 1728.Lezo permaneció en el Perúrestableciéndose de su enfermedad y,finalmente, decidió marchar a laPenínsula una vez pudo conseguir eldinero para el pasaje y suestablecimiento en Cádiz. Tuvo queesperar todo este tiempo porque supenuria era tal que si la Marina no leenviaba lo adeudado, ni siquiera tendría

con qué sufragar los costos del viaje ylos gastos que supondría instalarse enEspaña; su suegro acudió en su auxilio.

Había permanecido en tierrasperuanas diez años. Llegó a Cádiz el 18de agosto de 1730, después de habermanifestado a sus suegros su inmensoreconocimiento por haberlo mantenido aél, a su mujer y a sus hijos durante todoeste tiempo, y prometió resarcirlos decuanto gasto les había causado. Aunquesus suegros se opusieron a recibircompensación alguna, Blas insistió enque deudas eran deudas, al tenor de loque su padre le había enseñado, porque,según decía, «no hay plazo que no se

cumpla, ni deuda que no se pague».España pagaría la que con él habíaadquirido, pero entonces ya muyvencido el plazo y harto disminuida porel paso de los años. Sus sueldosatrasados le fueron reconocidos desde el23 de febrero de 1726, es decir, más decuatro años, como Comandante de laEscuadra Virreinal del Perú, aunque,efectivamente, el dinero contante ysonante que, en ese caso, lo debíaabonar el Virreinato del Perú, no lorecibió sino hacia enero de 1737,transcurridos siete años de permanentesreclamaciones y once de deudaimpagada. En efecto, el marqués de

Castelfuerte se negaba sistemáticamentea pagar las sumas adeudadas, a pesar deque el propio Rey intervino a favor deLezo:

[…] He tenido a biencondescender con su instancia yen su conformidad os ordeno ymando que luego, que sepresente el expresado Don Blasde Lezo representado en esteDespacho, deis orden a losoficiales reales de esa Ciudadpara que de cualesquiera[maneras] que hubieren oentraren en las cajas de su

cargo le den y paguen sinembargo de cualesquieraórdenes.

Felipe V, 3 de noviembre de1731

En febrero y septiembre de 1732vuelve Lezo a recordar al secretario deMarina, José Patiño, que sigue sincobrar los sueldos atrasados. La excusade Castelfuerte era que no había dinerocon qué pagarle, y así dilataba el pagoque es reclamado una y otra vez hasta1735. En septiembre y noviembre de1736, el Rey vuelve a dirigirse al Virreydel Perú y, por fin, al año siguiente, los

sueldos le son restituidos. Fue así comoCastelfuerte se desquitó de las injuriasy desobediencias del marino. En elentretanto, la Real Hacienda tuvo quesocorrer a Don Blas, quien prestoprocedió a embarcar las sumasadeudadas a su suegro en el primerbarco que de Cádiz salió para el Perú,entregándoselas a alguno de suconfianza. Las sumas adeudadas a Lezodebieron reintegrarse a la RealHacienda después de que el Virreinatolas entregara al General. Cuando Lezovio partir el barco en el que enviaba eldinero a su suegro, sintió la pesadumbrede quien, no resuelto a asumir su nueva

vida, tampoco quiere dejar enteramentela vieja, ya que tantos y tan gratosrecuerdos le traían aquellas lejanas yespléndidas tierras de Perú. El barco sellevaba algo de su propia alma.

El 28 de diciembre de 1731 DonJosé Patiño, ministro de Marina, Indiasy Hacienda, firmaba un despacho en elque señalaba el distintivo que debíadesplegarse en la nave capitana de DonBlas de Lezo, la Real Familia, distintivo

que era el reconocimiento de sujerarquía y mando y que se distinguíadel pabellón de Marina con el escudo dearmas de Felipe V sobre fondo blanco.La bandera morada llevaba el escudo deEspaña, alrededor del cual estaba lamáxima condecoración de Francia, lasórdenes del Espíritu Santo, y el Toisónde Oro, tan afecto a las casas realesespañolas, en cuyos extremos aparecíancuatro anclas. Este distintivo seconserva hoy en el Museo Naval deMadrid. La despedida del año viejo y elcomienzo del nuevo no podía ser másfeliz para el marino y su familia, quienesveían en ese gesto una recompensa por

tantos años de privaciones y sacrificiospersonales; sobre todo, viniendo delpoderoso Patiño, quien había ascendidometeóricamente al poder después de lacaída en desgracia de Jan WillemRipperdá, favorito de Felipe V.Ripperdá había sido colmado dehonores y títulos nobiliarios (fuenombrado Duque y Grande) por unosacuerdos diplomáticos alcanzados conViena en 1725 en los que, entre otras, semencionaba la posibilidad de un pactomatrimonial que uniera las dos casasreinantes; Viena también prometía ayudapara que a España le devolviesenMenorca y Gibraltar, ahora en poder de

los ingleses. Pero la ambigüedad de lascláusulas hizo inviable el tratado yprovocó amenazas de guerra por partede Inglaterra.

La caída de Ripperdá catapultó aPatiño a las secretarías que antesestaban en manos del desgraciadoministro y pronto pudo comprobarse lainfluencia que el nuevo funcionarioganaba en la Corte: en 1729, mientras elRey hacía estancia de cinco años enSevilla, el gobierno de Madrid pasó amanos suyas y en 1730, mediando laenfermedad de su hermano, DonBaltasar Patiño, marqués de Castelar,asumió la secretaría de Guerra. Su

mayor logro había sido la restauraciónde la marina española y la creación dela toma de conciencia de que Españanecesitaba una fuerza de combatecreíble y permanente.

Pese a todo, España construíamejores hombres que barcos; losingleses los hacían más livianos y ágilesy su ventaja táctica consistía en ganarleel barlovento al enemigo para luegoatacarlo en condiciones favorables.Frente a los pesados galeonesespañoles, que empleaban mucha genteen sus dotaciones, los inglesespresentaban barcos no sólo más rápidos,sino de mejores cualidades veleras y

con tripulaciones más aptas para estetipo de combate y maniobra marinera.Es posible que el hecho de que Sevillahubiese sido la ciudad receptora delcomercio y tráfico americano, con todaslas limitaciones de calado del ríoGuadalquivir, los mantuviese, pormucho tiempo, panzudos en su diseño. Sibien los galeones, sin remos y alterosos,eran excelentes navíos tanto mercantescomo de guerra, y en su momento habíanrepresentado una innovación españolaen el arte de navegar, los nuevostiempos exigían diferente tipo debuques.

El traslado de Sevilla a Cádiz en

1717 del Consulado y de la Casa deContratación, determinantes en suestablecimiento como puerto deentrada y salida del comercio, tendríamucho que ver con la mejora del diseñode los buques de guerra españoles. Aunasí, Inglaterra ya se había colocado a lacabeza de Europa en diseño naval ynadie la igualaba en ceñir en un ángulode 67.5 grados de la proa con ladirección del viento. Los marinosespañoles conocían esta ventaja eintentaron siempre suplirla concombates más cercanos, dada la mayorrobustez de sus naves y mayor calibre desus cañones, pero, sobre todo, con el

abordaje, al cual temían los inglesescomo a la peste. «They give us the runfor the money», decían los ingleses,alabando el valor de los españoles.

—Viva el Rey Nuestro Señor —brindó Lezo con sus amigos, quienescelebraban la distinción recibida porLezo en su casa de Cádiz.

—¡Viva! —contestaron.Cádiz era una bella y próspera

ciudad. Tenía el particular encanto deque sus calles parecían túneles de airefresco en verano, particularmentecuando en agosto el resto de Andalucíase calcina. La casa de Lezo,posiblemente situada en lo que es hoy

la calle de Isabel la Católica, quedaba apocos metros de distancia, hacia labahía, del monumento erigido a SanFrancisco Javier en 1737, justo entiempos del último año en que el marinopermaneció en esa ciudad. A menos dedoscientos metros, y en sentidocontrario, está la Iglesia de SanFrancisco, adonde solía acudir a Misacuando algún domingo lo cogía en elpuerto. Pero lo importante era que elembarcadero le quedaba muy cerca desu residencia y podía, inclusive,trasladarse caminando al muelle yraudo embarcar hacia cualquier misiónque se le confiara. Pasando el

monumento, comenzaban lasfortificaciones de la ciudad consistentesen una muralla erizada de cañones ydominada por baluartes, entre ellos el dela Candelaria, que pondrían a prueba almás osado aventurero o enemigo que seatreviera a incursionar dentro de labahía con hostiles intenciones. Lezoobservaría más adelante que la ventajade Cádiz sobre Cartagena de Indiasconsistía en que sus fortificaciones sealzaban a una altura considerable sobrela bahía, y esto en aquellos tiempos erauna ventaja importante.

Su escuadra, que era la mismaEscuadra Española del Mediterráneo, se

componía de otros dos buques, el SanCarlos, de sesenta y seis cañones, queserviría en la defensa de Cartagena deIndias durante el ataque de Vernon, yluego sacrificado por el propio Lezo, yel San Francisco, de cincuenta y doscañones. Con tales navíos se aprestabael general de la Armada a patrullar lascostas del mar que en otro tiempo habíasido de exclusividad hispana y que hoyera navegado con impunidad por losenemigos jurados de la Corona. Pocodespués se le sumarían veintidós navíosmás, para un total de veinticinco, quecomponía toda la escuadra española,dentro de la nueva política imperial de

restituir a España su antiguo poderíonaval.

El 9 de noviembre de 1729 habíasido firmado por el embajadorbritánico, William Stanhope, y Patiño,el tratado de Sevilla en el que seacordaba la sucesión del infante DonCarlos a los estados italianos deLivorno, Porto Ferraio, Parma yPiacenza. Esto pronto daría a Don Blasde Lezo la oportunidad de participar enuna misión de alta responsabilidad queconsistía en el traslado del infante DonCarlos a Italia en calidad de duque deParma, Toscana y Placencia. Elalmirante Charles Wager, enviado por la

corona británica, al mando de dieciséisbuques de guerra, se unió a la flotaespañola al mando de Don EstebanMarí; en total, veinticinco barcos deguerra, siete galeras y cuarenta y seisbarcos de transporte, llevaron seisregimientos de soldados españoles (seismil hombres) a las guarniciones deParma, y al joven duque, quien seembarcó en Antibes el 22 de diciembrede 1731. Esto representó para el generalLezo una importante misión, más quetodo de prestigio personal, dada laimportancia del personaje custo diado.

De regreso a Cádiz, su puerto base,pronto se presentó una nueva

oportunidad de brillo, cuando la coronaespañola se vio precisada a reclamardos millones de pesos que el Banco SanJorge le debía y no concurría a pagarlospor más esfuerzos que se hicieron en sureclamación. El marqués de Marírecibió la encomienda de destacarvarios navíos de guerra a Génova pararecoger los dineros depositados anombre del Rey. Cuando la orden dezarpar hacia Génova le fue entregada,Lezo alistó seis buques que raudosentraron a su puerto y se colocaronfrente al esplendoroso palacio Doria,ante la mirada atónita de los genoveses,quienes corrieron a apartarse del camino

del cañón, presos del pavor, cuandovieron que largaban la bandera realsobre la popa en señal de asumirhostilidades.

—¡Arbolad la bandera de guerra! —ordenó Lezo, y su orden fue seguida portodos los buques que pronto desplegaronsobre la popa lo que era el signoindiscutible de las intenciones de laArmada.

El Senado genovés, entonces, sereunió de emergencia ante la presenciade los buques de guerra colmando elpuerto, sin saber por qué estaban allí,aunque claramente intuían susintenciones. Lezo guardó silencio y los

barcos permanecieron inmóviles yamenazantes, con las banderas de guerradesplegadas. Entonces, el Senado,reunido en pleno, envió un mensaje alcomandante de la escuadra inquiriendosobre sus propósitos. El Generalcontestó lacónicamente al mensajero:

—Decidle al Senado que aguardoimpaciente el pago de dos millones depesos por parte del Banco San Jorge queadeuda a la Real Hacienda española;que el plazo se ha vencido y la deuda hade pagarse.

El mensajero regresó a la ciudad conlas noticias, pero, infortunadamente, elbanco no tenía cómo levantar ese dinero

en tan corto plazo y solicitó, porintermedio del Senado, que se loampliaran. Se comprometió a pagarlosen el curso de un mes, mientrasrecaudaba los fondos necesarios. Elmensajero volvió a la nave capitana aentregar la razón al general Lezo y éstecontestó:

—El plazo está vencido y he sidocomisionado para llevar a España eldinero. Decidle a vuestro Senado que elbanco debe producir los dos millones oabriré fuego sobre la ciudad. Doy unplazo de veinticuatro horas paraconseguir el dinero.

Pero el Senado no creyó que el

comandante se atrevería a tanto,arriesgando, con ello, un conflictointernacional. Y Génova no estaba sola.Sin embargo, transcurridas tan sólodieciséis horas sin que el dinero hubiesellegado abordo, el General ordenó abrirlas poternas de los cañones, cuyassiniestras bocas apuntaban hacia laciudad. La alarma pronto cundió y lasgentes, particularmente comerciantes ynotables, se congregaron para exigir alas autoridades el pago inmediato de ladeuda. El dinero fue recaudado deltesoro público y el banco secomprometió a restituirlo lo más prontoposible. Pero cuando el dinero llegó a

bordo escoltado por una comitiva denotables y de autoridades locales, Lezola recibió fríamente, diciendo:

—No he de recibir el dinero hastaque en señal de desagravio lasautoridades de Génova hagan un saludoexcepcional a la bandera española queondea en mis mástiles; de lo contrario,ejecutaré el plan de bombardeo.

La perplejidad de las autoridadesgenovesas no tuvo límites. La comitivase precipitó a tierra a ordenar undespliegue militar sin precedentes,acompañado de banda y toda laparafernalia musical, además de salvasartilleras, para rendir honores a una

bandera que no era la suya y que Lezomandó a izar lentamente en el puerto y ala vista de todos. Era la insignia deFelipe V, usada y desplegada por laMarina en tiempos de guerra. El Generalcontempló la ceremonia con una levesonrisa en los labios desde la navecapitana. Satisfecho, ordenó levaranclas tocando sus propias músicasmarciales a bordo de sus navíos ydisparando tres salvas en señal decontento y des pedida.

—Os dejo la bandera como recuerdomío y de España —les gritó, mientrasla nave se alejaba del puerto.

El año de 1732 Blas de Lezovolvería a tener la oportunidad dedemostrar sus habilidades comomarino, a propósito de los planes deFelipe V de recobrar para España lafortaleza africana de Orán, que se habíaperdido a los musulmanes. Para estepropósito habrían de servir los dosmillones reclamados, menos quinientosmil que Lezo había entregado alcontador mayor del infante Don Carlosen Liorna. Patiño fue el encargado dedirigir esta operación, para lo cual

levantó una fuerza militar compuesta de30.000 hombres, 108 cañones y sesentamorteros, que fueron embarcados endoce barcos de guerra, siete galeras y ungran número de otras embarcaciones detransporte al mando del conde deMontemar, José Carrillo de Albornoz,quien se hizo cargo del éxito de toda laoperación. El 15 de junio partió la flotade Alicante rumbo a Orán. Blas de Lezocomandaba el Santiago, navío de sesentacañones, que formaba parte de la flota almando inmediato del teniente generalFrancisco Cornejo, con Blas de Lezocomo segundo comandante. El 25 delmismo mes estaban frente a Orán,

aunque el asalto se efectuó el 29 por lascondiciones desfavorables de la mar.Habiendo consolidado una cabeza deplaya, los españoles se aprestaron aasaltar la fortaleza, cuando recibieronnoticia de que Bey Hacen, jefe de laPlaza, había huido. Entrados en el fuerte,las tropas se apoderaron de 138cañones, siete morteros y cincobergantines. Pero aún había quedeshacerse de la amenaza deMazalquivir que dominaba las alturas.El avance español hacia el sitio intimidólo suficiente a sus defensores, que el 2de julio capitularon. España celebró lareconquista de Orán con gran alborozo;

Montemar y Patiño recibieron el Toisónde Oro como condecoración máxima dela casa real. Pero una sorpresa esperabaa Lezo y fue la posterior alianza entre elBey Hacen y el Bey argelino, quieneslograron reunir una importante infanteríaque se dispuso a asaltar Mazalquivir. Elnuevo gobernador de Orán, ÁlvaroNavia Osorio, marqués de Santa Cruz deMarcenado, acudió a su defensa y en esaempresa perdió su vida junto con la demil quinientos hombres. Decidió Patiño,entonces, solicitar los servicios de DonBlas, quien acudió en ayuda de losdefensores con los navíos Princesa, desetenta cañones y el Real Familia, de

sesenta piezas, más otros cinco barcosde guerra y veinticinco de transporte.Las nueve galeras con que el Bey deArgel bloqueaba el puerto se dieron a lafuga. No contento con esto, Lezopersiguió a la flota enemiga, hasta queen febrero de 1733 avistó la navecapitana; la persecución no se hizoesperar. El Bey de Argel huyó hacia laensenada de Mostagán, en la costaargelina, que a la sazón estaba defendidapor dos fuertes, los cualesinmediatamente abrieron fuego sobreLezo. No obstante el peligro, Don Blas,maniobrando tan decidida comoosadamente, abordó la nave enemiga,

reduciendo su tripulación. El 15 defebrero de 1733, Lezo entrabavictorioso en Barcelona.

Así había sido su vida hastaentonces: llena de aventuras, pletóricade vicisitudes y plena de satisfacciones.Su última aventura sería en Cartagena deIndias, cuatro años más tarde, ante elescenario de guerra más espectacularque ocurriría en aguas americanas, ycasi en cualesquiera aguas, desde lostiempos de Felipe II. Don Blas de Lezozarpaba de Cádiz hacia Cartagena el 3de febrero de 1737 al mando de unaflotilla de galeones y buques de guerraen lo que sería la última carrera de

Indias. Permanecería en esa ciudaddesde abril del 37 hasta el 7 deseptiembre de 1741, fecha en queagonizaba y moría víctima deldesengaño y la peste. En estos cuatroaños habría de preparar las defensas deaquella plaza para contener la mayorArmada que el mundo había visto en dossiglos, desde la Armada Invencible, yque le tomaría otros dos para volver averla en Normandía.

Capítulo X

Empieza la batalla

El ánimo que faltó alos de Portobelo mehabría sobrado paracontener su cobardía.

(Carta de Blas deLezo al almiranteVernon)

Vuestros insultosquedarán mejor

respondidos con la bocade mis morteros.

(Respuesta delalmirante Vernon a Blasde Lezo)

De acuerdo con los planes delvirrey Eslava, los ingleses deberíanatacar haciendo primero un desembarcopor La Boquilla, inutilizando lasbaterías de Crespo y Mas, cruzando elCaño del Ahorcado y avanzando haciaLa Popa donde él había dispuesto que

los esperarían seiscientos hombres que,tras la empalizada y corral de piedra,defenderían sus posiciones con diezcañones. Sus hombres conservarían laventaja, dado lo elevado del terreno, locual también favorecería la acción delos artilleros; de otro lado, la fusilería,tras los parapetos construidos, losmantendría inmovilizados el tiemposuficiente para que la artillería dierabuena cuenta de ellos. El foso excavadotambién serviría de talanquera contra elinvasor. Tal como el Virrey lo habíadispuesto, la escuadra del almiranteTorres cogería a Vernon por la espalda,impidiéndole reembarcar sus fuerzas en

retirada, las cuales también seríancortadas con los 180 hombres quetendría dispuestos en Cartagena paraque, saliendo de las murallas, lescerrasen el paso en el Caño, reforzadospor cuatrocientos marinos de Don Blasde Lezo quien, a su vez, saldría de labahía para complementar la escuadra deTorres, cerrándole uno de los flancos alalmirante Vernon y aprisionando suescuadra. Obligado a retirarse por laúnica salida que le quedaría, Vernonabandonaría sus buques de transporte,los cuales serían hundidos por laescuadra combinada española de Lezoy Torres. Este sería el momento en que

daría la carga final con sus seiscientossoldados defensores de La Popa,ayudados por trescientos del San Felipey doscientos cincuenta del fuerteManzanillo que se sumarían al esfuerzo.Es decir, 1.150 hombres se lanzaríansobre los invasores y serían cortadospor los 580 de la retaguardia. Las tropasdesembarca das por Vernon tendrían querendirse y la victoria sería enorme paralas armas de España y del Virrey; sugloria también. Esto previsto, envióhacia Santa Marta un correo por tierra,tan pronto se divisaron las primerasvelas enemigas en el horizonte, con elpropósito de que éste siguiera hacia La

Habana a avisar al almirante Torres deque el temido ataque había llegado.

También dispuso el Virrey que elresto de sus hombres se distribuyera dela siguiente manera, según se puederazonablemente concluir: el castillo deSan Luis, cien hombres; la batería deSan José, cien hombres; las baterías deChamba, San Felipe y Santiago, quedefendían el San Luis, cincuentahombres cada una, con un total de 150;las baterías de Varadero y PuntaAbanicos, que defendían la batería deSan José, veinticinco cada una; lasbaterías de Crespo y Mas, parapresentar una débil línea de resistenciaen La Boquilla y hacer caer a losingleses en la trampa, logrando su

avance hacia La Popa: cincuentahombres cada una y un destacamento deotros cincuenta en Pasacaballos. Entotal, la primera línea de defensacontaba con 750 hombres, pero su partemás débil, evidentemente, estaba en lasbaterías de La Boquilla. El Virreycontinuaba convencido de que elprincipal ataque se desarrollaría en LaPopa, entrando por La Boquilla, paratomarse el castillo de San Felipe, ydesde allí bombardear a la ciudad; losingleses, pues, caerían en la trampatendida, por lo cual consideró que lastropas dispuestas en el San Luis y SanJosé serían suficientes para cerrar la

boca de acceso a la bahía de Cartagenapor Bocachica; dadas estas defensas, elinglés jamás se atrevería a forzar estecerrojo. Con la misma idea dejó unapequeña guarnición de cincuentahombres en Cruz Grande, la segundalínea de defensa, y asignó 250 soldadosal fuerte Manzanillo, en esta mismasegunda línea, para, en caso denecesidad, reforzar sus seiscientoshombres de La Popa, moviéndolos haciaallí y, en todo caso, dar la carga finalcon ellos también. Viéndolo así, el planno estaba mal; sólo que Vernon habíadecidido no ejecutar el suyo comoEslava lo tenía asumido: lanzaría un

desembarco de distracción en LaBoquilla y emplearía a fondo susefectivos en Bocachica para forzar elcerrojo de la bahía.

Por aquellos días, un correo quehabía logrado evadir el cerco que estabatendiendo Vernon sobre Cartagena avisóque un sobrino del General, el tenientede navío Francisco Ignacio de Lezo,había sido capturado en El Fuerte, unode los cinco barcos que traíansuministros de víveres, municiones yotras vituallas para la Plaza. Vernonaprovechó tan inesperado botín, pues élmismo había permanecido escondidocon sus naves en la ensenada de Cabo

Tiburón, aguardando a confirmar así quelas escuadras española y francesa sedirigirían a socorrer la ciudad. Losbarcos de provisiones habían sidocapturados hacia febrero de 1741.

Cuando el general Lezo llegó aBocachica y comenzó a ver cómoaparecían en el horizonte más y másvelas que, como una tempetad, seacercaban a la boca de la bahía, no lecupo ninguna duda de que el ataque y

desembarco se desarrollaría por allí, taly como lo había previsto en suconversación con el Virrey. Cuando lashoras fueron pasando, aquel bosque develas se fue haciendo cada vez másespeso y el General comenzó a abrigarserias dudas sobre la resistencia que sepodía hacer en aquella primera línea dedefensa. Evaluada la situación, loprimero que hizo, pues, fue hablar con elcastellano del San Luis, el coronelCarlos Suillar de Desnaux, a quien dijo:

—Coronel, la situación la apreciomuy grave. Vos no tenéis los medios dedefensa, pues cien hombres en San Luisy cien en San José, más los escasos 150

de las otras baterías, no son suficientespara sostener esta posi ción.

—Creemos que el ataque principalno se va a llevar a cabo por este lado,mi General. Los ingleses harán algunasmaniobras de distracción, pero suinterés, según conocemos, esdesembarcar al norte, por La Boquilla.

—Pamplinas. Los ingleses atacaránpor este lado, para forzar la entrada a labahía. No os engañéis. Y esto esindependiente de que tambiéndesembarquen en La Boquilla y adondemás se les ocurra. Es preciso reforzar laprimera línea de defensa con más tropa,trayéndola de Cartagena. Allí hay

acantonados 580 hombres que considerovitales para la defensa de las playas delcastillo. No se debe permitir undesembarco de hombres y artilleríacerca del San Luis, o la primera línea dedefensa será perforada.

—Pues tendréis que hablar con elVirrey, quien así ha dispuesto lade fensa —adujo Desnaux.

—Así lo haré —concluyó elGeneral.

Lezo comprendió también que nopodría hacer frente con sus navíos a tanpoderoso enemigo y decidió darlesinstrucciones de aguardar tras lascadenas el desarrollo de los

acontecimientos. En el entretanto,regresó a su casa de Cartagena donde eldía martes 14 de marzo fue informadopor el capitán de una balandra francesa,despachada de Leogano por el generalde esa colonia, que había más de treintay seis navíos de guerra y más de cientotreinta velas desplegadas en toda lacosta cartagenera. Lezo se dirigió, tanpronto como pudo, a donde el Virrey ainformarle de primera mano la situación,tanto la que le había comunicado elcapitán, como la que él mismo habíavisto.

—Vuecencia —dijo Lezo alfranquear, sin anunciarse, las puertas del

despacho del Virrey—, la situación esbastante grave. A mi juicio, debemosreforzar dos puntos: el castillo de SanLuis y La Boquilla, para impedir que losbotes y lanchas del enemigo alcancentierra. Los barcos están haciendo unrecorrido exploratorio por las costascon el propósito de desembarcarhombres y artillería.

El virrey Eslava dio un pequeñosalto de sorpresa y se pusoinmediatamente de pie. Lezo también sesorprendió al ver que el coronelDesnaux estaba allí presente, cuandodebería estar en el frente a la espera deinstrucciones. Una especie de presagio

asaltó su cabeza de que algo no muyclaro estaba aconteciendo; quizásDesnaux estaría recibiendo órdenesdirectas, saltándose el conducto regular;quizás el Virrey estaba inmerso en unaconspiración contra él… Transcurridosunos segundos y habiéndose recuperadolos tres de su sorpresa, el Virreyinterpeló:

—Si queréis reforzar la primeralínea de defensa, proporcionadme loshombres de vuestros propios marinos,pues yo ya he dispuesto los que tengo.

El semblante del General se mudó,pasando del asombro inicial a la iracontenida. Clavó el único ojo sano que

tenía en el rostro del Virrey, intentandoignorar y despreciar al coronel CarlosDesnaux, que permanecía en su sillacomo si lo hubiesen clavado a ella,comprendiendo lo incómodo de aquellasituación.

—Los hombres que tengo son losnecesarios para la defensa y operaciónde los navíos —dijo Lezo pausadamentecomo para que el Virrey no pusiera enduda la autoridad de sus palabras—. Notengo más disponibles que loscuatrocientos que ya tenéis acantonadosen Cartagena. Si Vuestra Merced mehubiese hecho caso, ya tendríamos todoarreglado. Si el castillo de San Luis cae,

seréis cogido por la espalda en La Popa.—Y añadió, aumentando el volumen yvelocidad de sus palabras—: ¡ViveDios que los hombres que tenéisinutilizados en la segunda y tercera líneadeberían estar ya en la primera!

El Virrey lo miró descompuesto ygritó, intentando esquivar aquellamirada que lo traspasaba como uncarbón encendido:

—¡Inutilizados, decís! ¡Quédesfachatez mostráis, General! ¡Dadmecuarenta hombres, artillería ypertrechos para montar en CastilloGrande una mayor defensa!

—¡Creo que no entendéis la

gravedad de la situación, Señor Virrey!—dijo ya en tono mayor el General,girando torpemente sobre su talón y patay deteniendo su mirada sobre el coronelDesnaux, que se había puesto ya de pieante la inminencia de lo que se venía—.¡Me pedís cuarenta hombres para elcastillo de la Cruz Grande, cuando elproblema no es ese! ¡Entended! —espetó Lezo haciendo un bruscoseñalamiento con su mano—: debemosdesplazar hombres hacia La Boquilla ySan Luis para impedir el desembarcodel enemigo; o de lo contrario,comenzad a cavar trincheras al sur de LaPopa! ¿Por qué me mencionáis,

entonces, Cruz Grande?—¡Voto a Dios que éste es el único

castillo importante que está con defensasinferiores a las necesarias! —volvió agritar Eslava, temblando de la ira.¡Dadme los hombres que necesito allí!¡Y es una orden, General! Podéisretiraros… —dijo indignado el Virrey,ante lo cual Lezo, girando de nuevo ydando un portazo, exclamó:

—¡Me cago en diez, que noentiende!

Después de una breve pausa pararecomponerse, el Virrey se dirigió aDesnaux, diciéndole:

—¡Vos mismo habéis oído cuán

impertinente es este hombre! ¡Su tonobordea la insurrección! ¡Hace lo que leda la gana y no acata órdenes ni razones!Se cree que está por encima de laautoridad a mí confiada por Su Majestadsobre esta Plaza… ¡Haced, pues, lo quehemos acordado, Coro nel!

Blas de Lezo procedió a transmitirla orden dada por el Virrey alcondestable Manuel Briceño para quedesembarcase del navío San Felipe loshombres, la artillería y pertrechosnecesarios para su uso en el castillo.Briceño no pudo salir de su asombro,pues era desvestir un santo para vestirotro y, precisamente, en momentos en

que el San Felipe era necesario para laprotección de la boca de entrada a labahía. Los oficiales mayoresprotestaron, porque los navíoscomenzaban a quedar sin la fuerzasuficiente, pero era una orden que habíaque cumplir. Lezo se sintió, nuevamente,apabullado por un virrey que no teníareparos en dar las instrucciones másimprocedentes con tal de que sus planesno fuesen alterados ni menoscabados.Pero lo que más lo irritaba era ver quela línea de mando era irrespetada por lamás alta autoridad del Virreinato,minando con ello la disciplina debida enlas filas. Tenía ya la plena convicción

de que Vernon no caería en la trampatendida por Eslava y que su avance seríasistemático y moderado, demoliendo,primero en Bocachica, la línea másexterior de defensa y avanzando alinterior de la bahía con el método de unamáquina de guerra. Por otra parte, laspequeñas guarniciones de las baterías deCrespo y Mas serían sacrificadas parael cumplimiento del plan maestro dedefensa del Virrey, y esto le costabatrabajo entender al curtido general. Poreso el 14 de marzo anotó en su diario deguerra: «…Reparando de que muchotiempo a esta parte D. Sebastián deEslava no me ha respondido nunca

ninguna proposición y advertencias quele he hecho convenientes para la defensade esta ciudad y castillo y todo ha sidocallar y manifestar displicencia».

Pero en algo debió tocar el durocruce de palabras al Virrey, que al díasiguiente envió a Don Blas un refuerzode 242 hombres y 15.000 raciones decomida para el castillo de San Luis, locual también juzgó el General que erainapropiado. En realidad, en el castilloquedarían ya 342 hombres quenecesitarían por lo menos cuarenta díasde abastecimientos, lo que daría unasnecesidades de 41.040 raciones decomida; esto, sumado a la dificultad del

transporte de tres leguas desde la ciudada Bocachica, estaba indicando laimprevisión e improvisación del Virreyen materia de defensa de la ciudad. Lezono pudo estar más que indignado. Susbuques, ahora vitales para la defensa,tendrían que distraerse llevandopertrechos y víveres. ¿Cómo no habíasido esto previsto por el mayorresponsable de la ciudad? Él mismo selo había advertido desde hacía tiempo,pues su opinión era reforzar con todoslos hombres y pertrechos los dos puntospor donde sería factible la invasión:Bocachica y La Boquilla. Por ello elGeneral escribiría al marqués de

Villarias, Don Julián de la Cuadra,ministro de Felipe V:

Muy señor mío: …Quisieraomitir lo prolijo de estanarración…, pero lascircunstancias que hanprocedido de abandono yomisión en esta grave materia,no obstante anticipadas órdenesde Su Majestad para elresguardo de esta plaza yencargo con que me hallo parasu consecución, me precisan aexponer, aun contra mi genio,que sólo los efectos de la

Divina Providencia han sidocausa para lograr por enteroque esta ciudad y comercio noexperimentasen su total ruina,sin que causa humana en lonatural pudiese contrarrestarlas fuerzas que vinieran por ellamentable estado en que sehallaban… Parece mentira queuna ciudad amenazada delenemigo, con anticipadasnoticias del Rey para suresguardo, no tuviese unrepuesto de víveres para seismeses y fuese tal la escasez delos depositados, que precisase

valerme a la fuerza de las quetenía para las tripulaciones demis navíos…

Lezo se curaba, pues, en salud, puesya había tenido una experiencia similarcon el Virrey del Perú y aquello nohabía quedado suficientementedocumentado. Por ahora, iría dejandolas cosas bien claras.

La anotación no podía ser más justa,pues insinuaba graves negligencias porparte de quien también había sidoencargado de velar por la defensa de laciudad y quien, técnicamente, era elresponsable político de la Plaza, y quien

podía administrar recursos públicos yallegarlos de otras provincias. Sabidoera que el gobernador de la misma, DonPedro Fidalgo, había sido encargado desu defensa por el Primer Secretario deMarina e Indias, Don José Quintana,cuando el 16 de agosto de 1739 le habíaenviado comunicación de que Vernonhabía zarpado de Portsmouth; peroFidalgo había muerto el 23 de febrerode 1740, apenas siete meses después dela fecha de aquella comunicación. En sureemplazo fue nombrado Don Melchorde Navarrete, quien como pudo, intentóorganizar la defensa: ordenó retirar elganado que pastaba en sus costas;

colocó en Tolú un ejército que pudieracontrarrestar cualquier desembarcoenemigo y equipó los destacamentos deindios cuyo número ascendía aseiscientos. Pero faltaban muchasprovisiones y pertrechos,particularmente raciones y pólvora, puesla que había era de mala calidad. Eneste sentido, Navarrete, comogobernador encargado, elevó queja alGobierno el 4 de enero de 1740. Sabíaque en Don Blas de Lezo habíaencontrado un colaborador infatigable yque había desplegado todo su ingeniopara dotar a Cartagena de los medios asu alcance que contribuyeran a su eficaz

defensa; pero, aun así, lo que había erainsuficiente. Por ello, si Eslava habíallegado al puerto como gobernador enpropiedad el 21 de abril de 1740(habiendo sido nombrado el 20 deagosto de 1739), la impresión era quedebía haberse esforzado más en laconsecución de recursos y en noabandonar esta tarea a manos de susubalterno, el propio Don Blas, a cuyocargo estaba tan sólo la defensa militarde la Plaza. Esto se trasluce cuando, enla misiva, Lezo explica que solicitóayuda a Santa Fe de Bogotá y que estaciudad se la negó por falta de recursos:«…Solicité en tiempo oportuno los

recursos necesarios a este importante fina las colonias francesas y al reino deSanta Fe, no consintiendo en ello por elmotivo de no tener caudales…». ¿Nodebería haber estado a cargo de Eslavaesta solicitud, como responsablepolítico y administrativo, y no bajoresponsabilidad de un general de laArmada?

El día 15 de marzo, el grueso de laArmada Invencible inglesa estabafondeado en la ensenada de PuntaCanoa, frente a La Boquilla. El Generalya no pudo contenerse y se volvió adirigir al palacio virreinal, dondeconfrontó a Eslava, entrando

directamente a su despacho sin solicitaraudien cia ni anuncio:

—¡Vive Dios que van a masacrar aesos muchachos en las baterías de LaBoquilla, Señor Virrey, y vos seréisresponsable de lo que allí suceda! —entró diciendo al despacho de Eslava,quien se levantó inmediatamente de susilla al ver la impetuosidad del General.Lezo continuó, señalando al Virrey—:La Armada de Vernon está fondeada enla ensenada de Punta Canoa y va adesembarcar hombres y pertrechos porallí. Es imperativo que hagáis algo; delo contrario, me veré precisado a sacara mis marinos de Cartagena y

trasladarlos a La Boquilla para evitaruna masacre.

—¡No sacaréis a nadie deCartagena, General! —contestó elVirrey enfadado en grado sumo. Yañadió—: Yo atenderé eso enviandohombres desde La Popa.

—Como digáis, Vuecencia, perosabed que es preciso enviar suficientesrefuerzos a esas baterías —dijogolpeando la mesa—. Yo, francamente,no entiendo qué hacéis con tantossoldados en La Popa cuando senecesitan en el frente… Y, en todo caso,tras el Caño del Ahorcado, para nodejar pasar al enemigo, y no donde los

tenéis. ¡Os repito, seréis el únicoresponsable de que esta plaza caiga enpoder del enemigo y de que masacren alos ejércitos del Rey! —Y diciendoesto, salió del despacho del Virrey,dando un portazo que se sintió en lospasillos, por lo que varios funcionariossalieron a ver qué pasaba y cuál era laescandalera. La gente se quedó atónita,pues nadie se había atrevido a hablar deesa manera al Virrey de la NuevaGranada, Teniente General DonSebastián de Eslava, Lazaga, Berrío yEguiarreta, Señor de Eguillor, yquedarse en su puesto tan impávido…,particularmente cuando se salía con el

característico toc toc de una pata que seoía a leguas y anunciaba un portador queno era, precisamente, el más gallardo einfluyente gentilhombre del reino. Nopermitiría que este generalucho,mediohombre y de paso incierto, paramás señas, se cruzara en su camino de lamanera en que lo estaba haciendo. Ymenos aun que desde el pasillo se leoyera decir: «¡Que los hombres y laartillería deberían estar dispuestos trasel Caño, para parar al enemigo, y noescondidos en La Popa, para dejarlopasar!», dejando un rastro deimprecaciones tras de sí. El Virrey sesentía humilladísimo, pues Lezo había

dejado la impresión pública de suincom petencia militar.

Lezo tenía en mente escalonar lasdefensas con un primer peldaño en LaBoquilla y un segundo tras el Caño delAhorcado, que era una vía de agua queestaba entre La Popa y las playas de LaBoquilla, donde Vernon tendría quetender pontones para cruzarlo; lo difícildel terreno dificultaría sus maniobras, locual, era de suponer, permitiría una másfácil defensa desde la otra orilla delcaño para mantener al invasor lejos delos castillos y, sobre todo, no darletregua en el asedio con bateríasempotradas en tierra. Pero ya el

General, a estas alturas, comenzó adudar seriamente de que Cartagenapudiese ser defendida con solvencia ytemió su caída. Por eso se dirigió a sucasa y, abriendo la puerta de un golpe,dijo a voces:

—Josefa, debes salir de Cartagenacuanto antes, mientras queda tiempo.Debes partir hacia Mompox a ponerte asalvo, porque esta Plaza se va aperder. Este maldito Virrey estácometiendo cada cagada que no te laimaginas…

—¡Que dices! —interrumpió Josefa—; ¿que te deje aquí? ¿De qué me estáshablando? Yo voy a permanecer en

Cartagena el tiempo que tú estés aquídefendiéndola, Blas. Ni sueñes que mevoy a Mompox a aguardar y aguardarnoticias retrasadas sobre lo que aquíestá pasando… El Virrey podrácometer todas las cagadas que quiera,pero mientras tú estés aquí, yo mequedaré contigo. Sé que no permitirásque esta ciudad caiga en manos de losingleses, por más imbécil que seaEslava… Aquí me quedo, Blas. Con locual Lezo no tuvo más remedio queresignarse a la decisión de su mujer.Pero ello también le sirvió de acicatepara redoblar su determinación dedefenderla costare lo que costare.

¡Ningún inglés entraría a mancillar elhonor de su Dama!

El Virrey, en el entretanto, así vueltoa ser presionado por Lezo, decidió el 16de marzo enviar dos piquetes decincuenta granaderos a La Boquilla,comandados por el capitán PedroCasellas, con lo cual las baterías deCrespo y Mas quedaron con cienhombres cada una, todavía insuficientespara resistir un desembarco masivo. Loshombres fueron sustraídos de lasguarniciones de La Popa, quedando éstacon quinientos soldados. El Virreydebió pensar que, ante tanta insolencia,estaba ya concediendo suficiente,

porque desde aquel momento suresentimiento contra Lezo fue cobrandouna dimensión insospechada que se iríaacrecentando con el tiempo y con laguerra.

Desde el baluarte de la Merced elmismo 16 de marzo en las horas de latarde el Virrey pudo observar con sucatalejo que el enemigo intentabadesembarcar en La Boquilla y que elfuego de las baterías comenzaba ahacerle daño. Sus lanchas dedesembarco fueron alcanzadas convarios impactos y las que llegaron a laplaya fueron contenidas por la fusilería;los sobrevivientes intentaron avanzar

para consolidar una cabeza de playa,pero pronto tuvieron dificultades con elterreno. Este primer intento fue unfracaso, y desgraciadamente parecióconfirmar las apreciaciones del Virreyen el sentido de que, en primer lugar, nose necesitaba de tanta fuerza paracontener el desembarco; y en segundo,que, frustrado el desembarco, frustradatambién la trampa tendida. «Este malditogeneral me ha hecho hacer lo que noquería», pensó agriamente y se lamentóde haberlo escuchado. En Cartagenasonaban los primeros vítores a lastropas del Rey.

Los ingleses se demoraron todavía

cuatro días en decidir lo que iban ahacer y por dónde desembarcar.Exploraron las playas, reconocieron elterreno, observaron las fortificaciones,contaron las baterías y, una vez hechoesto, comenzaron a concentrar susefectivos entre Bocagrande y Bocachica,lugar donde fondearon cuatro navíos ydos paquebotes. Los cartagenerosobservaban estas maniobras con elcorazón oprimido por la angustia y conel estómago hecho un nudo. Los hombresque marchaban al frente se despedíande sus familias, amigos y conocidos. Laciudad estaba, como nunca, silenciosa yse respiraba un ambiente de zozobra

ante la inminencia del ataque. Nadiecesaba de comentar sobre los enormesefectivos de que disponía el enemigo ymuchos dudaron de que Cartagenapudiera resistir un sitio como ése,particularmente cuando se veía queimpunemente Vernon se paseaba frente ala bahía como un tigre olfateando supresa. A nadie se le escapaba que estavez el General no había sacado susbarcos fuera de la bahía y eso era unsíntoma inequívoco de debilidad. ParaLezo estaba claro, más allá de todaduda, de que el ataque principal severificaría por Bocachica, asediando lasbaterías de Chamba, San Felipe y

Santiago, que defendían el castillo deSan Luis, el cual también recibiría elcastigo combinado de tierra y mar. Asílas cosas, Vernon convocó un consejode guerra con el general Wentworth y elalmirante Ogle para trazar el plandefinitivo a bordo de la nave almiranta.

—Hemos fallado en el plan dedesembarco en La Boquilla porque elterreno no nos es favorable —comenzópor decir Vernon—. Debemosconcentrarnos en Bocachica,desembarcando en esta isla que veis alfrente, la Cárex, para liquidar lasbaterías que protegen al San Luis yavanzar contra él bombardeándolo

desde tierra y mar. General Wentworth,detallad los planes de desembarco y quela operación sea dirigida por Cathcart.Aseguraos de que los colonos marchanen primera línea de desembarcocomandados por Washington; losnegros macheteros de Jamaica debenser, entre ellos, los primeros. Nuestroshombres deben ser guardados para elfinal, en todo lo que podamos. Debemosasegurarnos que esta operación ha de serun completo éxito. Como veis, nuestrointento de desembarco en La Boquillaha sido repelido y el movimiento dedistracción no ha funcionado del todobien; si los españoles nos rechazan en

este segundo intento, creo que tendremosque regresar a Jamaica con el rabo entrelas piernas, por lo que también creo,generales, que ni vuestros puestos, ni elmío, estarán a salvo de la ira de losbritánicos.

—Yo no estoy tan seguro de quelogréis vuestros objetivos con tropasque no han sido probadas, milord —dijoWentworth—. Pienso que esos colonosno darán la talla. Y los negros, menos.Son flojos y cobardes. En cuanto aldesembarco, Señor, debéis darme todoel apoyo naval que haga falta. Yo nopisaré tierra hasta tanto vos no hayáisneutralizado las tres baterías que

defienden el San Luis.—Algo harán los colonos

americanos en debilitar las líneasespañolas y ello ayudará a evitar bajasnuestras. No se diga más. Tendréis elapoyo necesario de mi Armada, generalWentworth. Almirante Ogle, alistaos abombardear las tres baterías y aablandar el castillo desde el mar —concluyó el almirante de la otra ArmadaInvencible.

—Como ordenéis, milord.—Espero que hayáis dispuesto los

navíos de patrulla para que no escapeningún correo a La Habana. De esodepende el éxito de nuestra operación

—señaló Vernon.—He dispuesto cuatro navíos y ocho

fragatas para esa operación, Señor —contestó Ogle—. Patrullan todo ellitoral.

—Disponed también de tres navíosque sirvan de hospitales —ordenóVernon.

—Sí, Señor —respondió Ogle.La noche del 17 de marzo Lezo fue

sobresaltado por el fuego de las bateríascosteras que disparaban contra unalancha inglesa que se había aproximadoa la ensenada donde estaba el baluarteSantiago, como explorando el terreno,pero rápidamente se retiró. Así, desde el

17 de marzo hasta el 20, los navíosingleses se aproximaban al litoral paramedir el alcance de los cañones yviraban rápidamente, con todos los rizostomados a las gavias, cuando lasbaterías costeras respondían el reto.Ante esta situación, Don Sebastián deEslava dispone la noche del 17 que, enuna balandra a cargo de Don Pedro Mas,se envíen 155 marinos de refuerzo aBocachica, sustrayéndolos de la reservade 460 que quedaban tras los muros dela Plaza. Ese día consigna Blas de Lezoen su diario de guerra que DonSebastián de Eslava le escribediciéndole que «sólo se hallaba con

trescientos hombres dentro de la Plaza,por tenerlos destacados todos fuera deella, y que me componga con lo que meenvía».

Es decir, el Virrey había yadispuesto de los 180 hombres deejército que tenía reservados enCartagena, enviando a cincuenta deellos, granaderos todos, hacia lasbaterías de Crespo y Mas, y losrestantes 130 a La Popa, por constituireste plan la obsesión del Virrey. Laexplicación de continuar re forzando, asífuera débilmente, aquellas baterías,queda explicada por las dudas que, detodas maneras, tendría que albergar

Eslava sobre la realización de su plan.Estas baterías, contarían, entonces, contres compañías de granaderos y susdefensas se habrían incrementado a 150hombres, mientras que las de La Popa a630, pues no existe evidencia alguna deque se hubiese dispuesto otra cosa. En elcostado nordeste de La Popa, el Virreyhabía comenzado a excavar trincheras ya poner empalizadas y obstáculos parael eventual asedio del enemigo a esepunto, intentando impedir que se lotomara. Pero Lezo había recomendado alvirrey Eslava hacer justamente locontrario: atrincherar las tropas en elcostado sur del Cerro, pues era

previsible que, si las defensas deBocachica caían, el inglésdesembarcaría en Manzanillo y atacaríapor esa parte del Cerro. La Popa,entonces, quedaría amenazada, comoamenazado quedaría el castillo de SanFelipe.

Así, pues, vacilante, el Virrey no sedecide plenamente a acometer loshombres necesarios a la defensa delpunto neurálgico ya que, no queriendoser débil en ninguna parte, había logradoserlo en todas y con ello sellaba eldestino de la primera línea de defensaque, sin duda alguna, la constituía demanera principalísima el castillo de San

Luis, en la entrada de Bocachica.Particularmente, porque al día siguienteocurre algo totalmente inesperado yfuera de todo contexto: ¡cuál sería lasorpresa de Don Blas de Lezo cuandoel día 18 le llega comunicación en elÁfrica, barco que servía de enlace entreel puerto y el frente de batalla, de que elVirrey carecía de hombres y que erapreciso que le devolviera la tropa que eldía anterior le había enviado!

—Señor —llega agitado Pedro Mas—, el Virrey solicita se le devuelvan loshombres enviados anoche.

—¿Qué decís?—Como lo oís —replica Mas—. Ha

llegado comunicación escrita. Hela aquí,leed. Pero, como si fuera poco, dice quetambién le faltan víveres.

Lezo toma el papel y exclama:—Maldita sea —añadiendo—; este

cabrón está loco. Llamadme a Desnaux ya Alderete. Que suban a bordo, ¡que nosvan a joder!

Lezo llamaba así a Suillar deDesnaux, por su segundo apellido, puesno ha sido cosa rara en España llamarpor el apellido que más suena, así sea elsegundo. Poco después se hacenpresentes los dos oficiales y Lezo lesexpli ca la situación:

—Nos quitan los hombres que nos

han dado. ¡Dizque debemosdevolvérselos al Virrey! ¡Esto es unapura mamadera de gallo, como dicen poraquí! —dijo haciendo uso de unaexpresión que en la jerga localsignificaba «tomadura de pelo»—. ¡Queno se está tomando la guerra en serioeste Virrey! De paso nos informa que notiene víveres, como esperando quenosotros se los enviemos oinformándonos que nos va a dejar aquícomien do mierda —agregó.

—No lo puedo creer —replicóAlderete—. Yo tenía dispuesto queparte de estos hombres estuviesen traslas baterías, en los matorrales,

esperando el desembarco de los inglesespara caerles por sorpresa. Yo noentiendo nada, mi General. Las bateríasno podrán resistir un ataque sostenido dela escuadra inglesa, y lo único quepuede preservar la defensa del San Luises una carga contra la playa, en caso dedesembarque.

—El San Luis podrá resistir —selimitó a decir el coronel CarlosDesnaux.

—No podrá resistir si el enemigoemplaza baterías en tierra —comentóagriamente Lezo, fulminándolo con unamirada—. Volvemos a quedar ennuestras platas: 342 hombres en el San

Luis y 150 en las baterías. Esto no sirvepara mierda. Don Pedro, disponed elreemplazo de estos 155 hombresextrayéndolos de mis seis navíos y deellos destacad cincuenta hombres parael capitán Alderete. ¡Embarcad de nuevolos 155 hombres que nos envió el Virreyy que se vaya para la gran puta mierdaeste cabrón que está más loco que unacabra!

—Señor —dijo Desnaux—, vuestraspalabras podrían ofender al Vi rrey.

—Coronel —contestó Lezo—, hayveces que yo uso palabrasacadémicamente y otrascoloquialmente… —Y tras una pausa,

añadió—: Y éstas han sido usadasacadémicamente —dijo con énfasis.

Los oficiales se quedaron atónitos,aunque Alderete sonrió con picardía. Éltambién había comenzado a despreciaral Virrey tanto como Lezo.

—Desmantelaréis gravemente losnavíos, mi General; están muy justitosde tripulación y gente de combate —comentó Mas.

—No queda más remedio… Decidlede viva voz al Virrey que él tendrá laculpa de lo que aquí pase. Indicadle queese es mi comentario.

—Sí, Señor —respondió Mas.—Haremos lo que podamos, mi

General —concluyó Alderete contristeza. Desnaux no supo qué comentar.Intuyó que la brecha que separaba algeneral Lezo del Virrey era insalvable yque él, de alguna manera, tendría quecuidarse para no caer dentro de ella.

Ese mismo día se aproximó un navíode setenta cañones y dio fondo enfrentede Bocagrande que, aunque había sidodesarbolado por las baterías costeras,estaba acompañado de otro del mismoporte con el evidente propósito deregistrar las posibilidades dedesembarco. En efecto, el navíodesarbolado presentaba fracturas en elpalo del trinquete y de mesana, y sólo

tenía intacto el palo mayor, aunquealgunas de sus velas todavíafuncionaban. Pero eran evidentes susdestrozos y desgarraduras ocasionadospor el nutrido fuego de las baterías detierra. Una vez inspeccionada la costa,las dos naves se dieron a la fuga, aunquela primera con mucha penuria y retraso.La preocupación de Lezo y sus oficialescrecía por momentos. El 19, las vísperasdel gran ataque, ocho de los tantosnavíos que estaban anclados frente a LaBoquilla, vinieron sobre la ensenada deChamba, ante lo cual el General de laArmada dio instrucciones de que sedispusiera de otros veinticinco hombres

de los navíos para marchar haciaChamba en caso de que los inglesesdecidiesen desembarcar allí; un oficial,con cuatro soldados, fue destacado paraobservar los movimientos enemigos.

El 20 de marzo, ya medido elalcance de las defensas, toda laescuadra enemiga, salvo los buquespatrulleros, se dirigió contra Bocachica.Se iniciaba la primera fase del combatey la batalla por Cartagena empezaba enforma. Los artilleros estaban preparadosy tensos con la mirada puesta en losbuques que ominosamente se ibanacercando con la majestad yparsimonia de las circunstancias,

rompiendo las olas suavemente con laquilla. Las maestranzas de la artilleríaaguardaban impacientes la orden defuego junto a las grandes cucharas decobre empleadas para cargar de pólvoralos cañones. Lezo ordenó cargar lasbaterías con los extraños proyectiles, enforma de mancuerna, soldados medianteun perno que los sujetaba. La pólvoraestaba lista en las recámaras y loshombres tensos al pie de los candilesenvainados. El mar parecía un plato; sepodían casi divisar los rostros yfacciones de los ingleses, que tambiénvenían tensos y con las mandíbulasapretadas, cuando al punto de mira el

artillero mayor ordenó:—¡Encended los candiles!Los artilleros obedecieron como

movidos por un resorte, encendiendo lasmechas de los candiles en los hornillospreviamente dispuestos; luego losmovieron, ya encendidos, muy cerca delas mechas de los cañones, aguardandola siguiente orden, que pronto se dio:

—¡¡Fuego!!—Fire!! —al otro lado contestaron

los británicos, y los cañones bramaronescupiendo el fuego ensordecedor de lamuerte.

—¡Fuego!—Fire! —se repetía sin cesar,

mientras a lado y lado del frentesaltaban astillas, piedras, fragmentoshumanos, piernas, brazos, cabezas ysangre, en medio de los escombros,polvo, jarcias y trinquetes que tambiénsaltaban y se desplomaban ante la fuerzade los demonios. «¡Muerte al hereje!»exclamaban los unos, y «Fuck you,dons!», respondían los otros y aquellosgritos de odio se ahogaban con elestallido de la pólvora. La escena quedóoscurecida por el humo que cegaba alos defensores y asaltantes; las órdenesse confundían con los quejidos de losheridos y las imprecaciones de loscombatientes. Vernon volvía a maldecir

a Lezo por la sorpresa que le habíancausado los artefactos enramados quedesgajaban y rompían sus velas,cuerdas, palos y trinquetes como hierrocaliente atravesando mantequilla.Aquellas palanquetas y proyectilesencadenados se hacían visibles porquedaban tumbos y volteretas por los aires,marcando en el cielo despejado unaextraña parábola que al precipitarsesobre el blanco arrastraba tras de sícuanto encontraba a su paso.

«Fuego» y «Fire» eran las dospalabras que se disputaban elpredominio del mundo civilizado,palabras que por siglos habían resonado

en los mares y habían sido pronunciadaspor la boca de los cañones y repetidasen el eco de las montañas, y aun por lasgeneraciones siguientes que, tomándolasde las pasadas, las transmitían impresasen los genes de las que aún no habíannacido. Con ellas España e Inglaterradefendían el predominio de los mares yla tierra conocida y conquistada. Eranlas primeras palabras que asomaban ala boca de los infantes, muchos díasantes de decir «mama» y las últimas quemusitaban los soldados y los marinoscuando el postrer suspiro afloraba ensus labios. «Fuego» y «Fire» eran otraespecie de bautismo de fuego católico y

anglicano que se encendía en los labiosde los combatientes cuando lasgargantas rugían las vocales yconsonantes de aquellas ominosaspalabras, que, cual oración al destino, secondensaban en el aire comoinconfundibles señales de heroísmo,muerte y destrucción.

Eran las 10:30 de la mañana; ochonavíos de guerra bombardeaban losfuertes, desde la batería de Chamba,

hasta la de San Felipe y Santiago, yellos mismos recibían el feroz castigode los bravos de España; elbombardeo de estas dos últimas fueparticularmente intenso porque a ellas seacercaron dos navíos de setenta yochenta cañones, respectivamente, y auna distancia de escasos trescientosmetros comenzaron a golpear susfortificaciones; por lo menos 280cañones batían 106 de la defensa,aunque algunas veces los inglesesconcentraban sus fuegos en un blancoespecífico, maniobrando en forma demedia luna abierta. Esto les permitíaconcentrar hasta 140 cañones contra

veinte de los baluartes. Estaban tancerca los navíos, que los grumetes sesubían a los mástiles y gavias y desdeallí apuntaban sus fusiles a losdefensores y, cuando alguno de aquelloscaía desde lo alto, se podía oír el sordogolpe contra la cubierta de madera y elgrito ahogado del hombre quesúbitamente sabe que va a morir.

Las balas de cañón golpeaban murosy terraplenes, causando gran destrozo ahombres y material de guerra que traslas débiles murallas volaban por losaires en medio del polvo y la humareda.Los revellines que se habían logradoconstruir a toda prisa antes del ataque no

habían sido suficientementeconsistentes como para detener el fuegodel cañón y dar cobertura adecuada a lascortinas de defensa de las baterías.Había miembros esparcidos pordoquier y hasta fragmentos de un cráneodestrozado adherido a las paredes de lamuralla. Alderete y sus hombres hacíanlo que podían, resistiendo un fuegodemoledor y salvaje, acompañado de unestruendo ensordecedor, dada la pocadistancia de la boca de los cañones; sushombres caían como moscas y algunossólo atinaban a pegarse contra los murosde la cortina, como bajo medioparaguas, para escapar del fuego de la

fusilería que con ventaja les apuntabadesde lo alto; de cuando en cuandoasomaban las narices para disparar ymuchos caían abatidos, dada la ventajade la altura.

Durante tres horas y media fuevomitado sobre ellos un fuegomortífero, el que, finalmente, hacia lasdos y media de la tarde, obligó a sudefensor, el capitán de Batallones deMarina, Don Lorenzo de Alderete, aretirar se al castillo de San Luis, frente atan graves pérdidas de hombres. Así queno hizo más que clavar su artillería,dejándola inutilizada para el enemigo.El Capitán y sus hombres arrastraron

como pudieron a los heridos e,impensadamente, a algunos muertos,aunque muchos fueron abandonados porsu estado y dificultad para llegar a ellos;aquellos que retrocedían, unas vecesarrastrándose y otras corriendo, con lasmandíbulas crispadas, sofocados por elcalor y el esfuerzo, sudorosos yjadeantes, progresaron hacia el Castillo,cuyos defensores los recibieron convítores por su valentía. Los cincuenta almando de Alderete que habíanpermanecido ocultos en la espesura,tuvieron también que ser retirados haciael Fuerte, pues los ingleses no hicierondesembarco alguno. Aquellas cien

manos ayudaron a aliviar la carga de losheridos. Al abrirse la puerta del refugioamurallado, Alderete hizo un alto paracontemplar su entorno y una mueca dedesconsuelo afloró en su rostroennegrecido por el sudor y la tierra. Loslamentos desgarradores y el olor asangre y pólvora eran lo másconmovedor de aquella escena.

El general Blas de Lezo dio la ordende evacuar por mar hacia Cartagena alos heridos y prestó toda lacolaboración que pudo con sus lanchasque se desplazaron hacia el Fuerte, trasBocachica, para cumplir su cometido.Quedaban desmanteladas, pues, las tres

baterías en las que se apoyaba ladefensa, por tierra y mar, del San Luis ytambién abiertas las playas exteriorespara un desembarco. Quinientos oncehombres se apiñaron en el San Luis adefenderlo, con todo el valor de queeran capaces, acompañados de loscarpinteros necesarios para reparar lascureñas rotas de los cañones, según noslo narra la anotación del General en sudiario de guerra. Las bajas habían sidociento treinta y seis, por lo que de ellose desprende.

En el San Luis y el San José, porprimera vez, fue utilizado el sistema derampas bajo los cañones para alargar

los tiros y disminuir los tiempos de losmismos, con tan buen resultado queVernon se vio precisado a aguantar unalluvia de fuego inesperada, aunquereaccionó temerariamente dando conbanderines la señal para que un navío detres puentes se acercara al San Luis parabatirlo. Valerosos marinos aquellosingleses, quienes tuvieron que aguantarcon graves pérdidas en hombres ymaterial el fuego de apoyo que el fuertede San José daba al San Luis, ambosarrojando unos tiros demasiado largospara ser creíbles. Vernon volvió apensar: «Este Lezo se las ingenia parasalir con lo inesperado», y recordó los

viejos tiempos en que un jovenzuelointrépido hizo de las suyas frente aBarcelona incendiando buques inglesescon un inusual proyectil disparado porlos cañones.

—God damn you, Lezo —vociferabaVernon sin cesar, paseándose por lacubierta. ¿Cómo era posible queaquellos cañones tuvieran tanto alcance?¿Qué clase de proyectil era ése cuyacadena lo arrastraba todo tras de sí ydesgajaba lo que encontraba a su paso?

El duelo duró hasta el anochecer yDon Blas de Lezo se vio precisado acomprometer la nave capitana, LaGalicia, y el navío San Felipe, a ayudar

a hacer frente al poderoso navío inglés.Las cadenas de la boca fueron bajadas ylos dos barcos españoles se lanzaroncontra el inglés en un desesperadointento por hundirlo. Lezo esperabaestas oportunidades, confiando en queno habría de enfrentarse al grueso de laflota inglesa, sino que podría habérselascon pocos navíos, separadamente, y éstaera una de esas raras oportunidades. EnConsejo de Guerra, Lezo habíaestablecido un plan de combateconsistente en que los marinos debían ira aferrar las vergas con bozas decadena, para evitar que cayeran bajo elcañoneo enemigo si se rompían las

drizas en la batalla. Dispuso que los másdiestros manejaran los timones de losdos buques y se prepararon cabosauxiliares por si se rompían las cañas olos pinzotes. Cada pieza de artilleríaestaba servida por un artillero y dosayudantes, salvo las del alcázar y las delcastillo de proa. No obstante, en elcastillo de proa se dispuso que losmaestres de campo hicieran las vecesde cabos de proa, y para ello también sedispuso que dos sargentos acompañadosde varios hombres armados con rifles sesituaran a cada banda para no darlerespiro a los artilleros enemigos ydificultarles el empleo de sus cañones.

Así dispuesto, se reforzó este plan conla movilización sobre el beque dehombres armados con fusiles para quenadie, en los buques enemigos, pudieraservir las piezas con tranquilidad. Por siacaso, también determinó que sepreparara infantería armada con sables,espadas y hachas de abordaje, por si laocasión se prestaba a hacer uno enforma, cosa que los ingleses evitaban acualquier precio. Se emplazaron versosespañoles de cuatro libras en elcastillo, el alcázar y las cofas, quefueron cargados con metrallaantipersonal. Las hachas no sólo eran unarma ofensiva de corte, sino que tenían

un elemento en forma de pico quepermitía aferrarse a las bordasclavándolas con firmeza. También setomaron medidas por si los inglesesintentaban hacer esta maniobra,poniendo el grueso de la marinería comoreserva en la plaza de armas, provistade armas blancas, chuzos, hachas,sables y espadas, para oponerse acualquier intento de abordar los barcosy, en caso de necesidad, apoyar el asaltoa los barcos enemigos. Los carpinteros,calafates y sus ayudantes, tambiénestaban dispuestos para cerrarcualquier brecha de agua que se abrieraen el combate.

El cruce de disparos fue intenso;todas las armas fueron empleadas,aunque las maniobras de los inglesesevitaron que se pudiera efectuar el tantemido abordaje. En la escotilla de proa,un capitán con tres hombres, tresalféreces y un sargento socorrían conmuniciones a la infantería y retiraban losheridos. Bajo la escotilla mayor, haciael centro de la nave capitana, estabainstalado el hospital que atendía, comopodía, a los heridos. El San Felipe fueespecialmente útil en este encuentroporque sus baterías bajas rompieroncontra el costado del navío enemigo,particularmente contra su amura,

maltratándolo en demasía, mientras LaGalicia cruzaba fuegos y servía de cebopara un intento de abordaje por parte desu apoyo, el San Felipe. En la toldilla,los pilotos y el Estado Mayor de la naverodeaban a Don Blas de Lezo, que nocesaba de impartir órdenes. Subiendo alalcázar del enorme navío, ordenó querápidamente se desplazaran marinos alos corredores de popa para hostigar aun buque inglés de refuerzo que seaprestaba a auxiliar a la nave en peligro.Luego, ordenando una peligrosamaniobra, dispuso que sobre la gavia deproa se apostara un cabo con doshombres con granadas y artificios de

fuego para lanzarlas sobre la cubiertaenemiga, cosa que se hizo con premura.El fuego no alcanzó a extenderse, perolos ingleses se vieron en aprietos.Finalmente, el poderoso navío inglésdecidió que en esas circunstancias erapreferible darse a la fuga. No obstante,en La Galicia hubo muchas bajas, entremuertos y heridos, las que fue precisotrasladar esa noche a Cartagena en elÁfrica que sirvió de transporte yhospital de primeros auxilios. Desde lacasa del marqués de Valdehoyos sepodía divisar la nave capitana que,erguida y serena, desplegaba las lucesde su alcázar de popa como una

imposible fortaleza flotante en untranquilo lago de Venecia.

Ya entrada la noche, varios navíosvolvieron a empezar el fuego sobre elcastillo de San Luis; el resplandor delos cañones, la silueta de los buquesespectralmente proyectada en las aguas,el estruendo de sus disparos y de cuandoen cuando la explosión de los impactos,hacían pensar en un fantásticodespliegue de fuegos artificiales, comoel de las fallas de Valencia, si no fuerapor lo mortíferos que resultaban. Elcielo nocturno era trazado por las balasde los cañones que, calentadas al rojovivo en las hornillas, se disparaban para

causar mayores incendios y destrozos.Las chispas de los proyectilesimpactados saltaban como artificiososvolcanes de súbito activados. Losfogonazos se encendían y apagaban,rasgando el silencio de la lejanía ensucesión inmediata de destello y trueno.Parecían fugaces meteoros que en lasnoches oscuras y despejadas cruzan elcielo como lluvia de estrellas a mitaddel estío. Cualquiera diría que enBocachica se celebraban las fiestas dela fundación de Cartagena, según era elderroche de luces y truenos, aunquetambién pareciera aquello la cercanía deun Júpiter tonante que, cabalgando

sobre el filo del horizonte, veníadispuesto a devorar hombres yhaciendas.

«Ampáranos, Virgencita linda»,decían los niños temblando lacrimosos,quienes, abrazados a sus padres, cubríancon las manecitas sus tiernos oídoscomo queriendo huir de la tempestadque se acercaba. Así era como seapreciaba, desde el casco amurallado, elchoque de las dos civilizaciones quedominaban y se disputaban el mundo, sinque nadie atinara a predecir su resultadoinmediato. Pero cuando llegaron alpuerto los muertos y heridos, loscartageneros se miraron perplejos sin

saber si habían ganado o perdido. Losgemidos lastimeros de los heridos seconfundían con el llanto de las viudas,las novias y los familiares de los caídosque, allí en el muelle, los buscaban y seabrazaban a ellos; otros no podían salirde aquel marasmo emocional. Habíatantos que lloraban a tantos otros, quepor primera vez no había sido necesariopagar las plañideras.

El cañoneo duró toda la noche demanera intermitente y hacia las 5:45 dela mañana, poco antes del amanecer,Lezo ordenó que se retiraran laschalupas y los botes que de nocheguardaban las cadenas submarinas

contra la penetración de cualquierintruso. Aquel 20 de marzo loscartageneros no pudieron dormir ymuchos amanecieron en las calles yparques comentando los acontecimientosy el castigo que sobre las defensas caía;no eran pocos los que se preguntaban siel primer anillo de resguardo podríaresistir semejante bombardeo.Entonces, un aire de abatimientocomenzó a traslucirse en los cansadosrostros de los habitantes de la Heroica,porque ya, a esas horas, la duda sobre susuerte comenzó a ser parte cotidiana desu existir.

A lo lejos, ¡pero tan cerca de

Cartagena!, se apagaban lentamente losestruendos del ataque, los destellos dela pólvora encendida, las siluetas de lasnaves de guerra y hasta las velas blancasque con la llegada del sol de levantecobraban un color amarillo, espectral,como de cirios encendidos en unréquiem de dolor. El crepúsculomatutino se cerraba rojizo sobre losbuques incendiados, que más semejabancadáveres flotantes que el Diablo sellevara consigo; se cerraba rojizo sobreel incendio de los bosques, hasta nosaberse con certeza si era el cielo o latierra lo que se consumía.

A los primeros rayos del sol de

aquella hora crepuscular, se comenzarona distinguir las espirales de humo de loque había sido el primer gran combateque se antojaba un salvaje himno a losdioses de la guerra, mientras abajo, enlos rescoldos de la fiera lucha,confundíanse hombres con animalessalvajes en la imaginación de quienesobservaban aquel absurdo teatro… Eracomo una lejana tempestad, como elchoque de las potencias celestiales.Pero también a lo lejos, intramuros, seoían los ruidos alegres de algunosgrupos de personas que comenzaban acelebrar, con burlas a los ingleses,música, cantos, bailes y cohetes, aquella

efímera victoria. El cabildo cartageneroconvocó la Banda Municipal, quecomenzó a entonar música patriótica conuno que otro «¡Viva el Rey! ¡Mueran losingleses!». Eran los que se atrevían aponerle cara alegre y caribeña,folclórica si se quiere, aldesenvolvimiento de aquella tragedia enel crepúsculo del Imperio. Otros secontentaban con ofrecer rogativas, y, enlas misas celebradas, clamar en lenguamuerta su rogativa por la vida, la otravida, la que dominaba toda la esfera delsaber católico: «Domine, non sumdignus, ut intres sub tectum meum: sedtantum dic verbo, et sanabitur anima

mea… Domine, non sum dignus…»,repetían tres veces golpeándoselevemente el pecho con el puño antes detomar la Hostia, como si el viento de lamuerte se los fuera a llevar en el actocual cometas de agosto…, y era tal laconvicción con que aquello se repetía,que no se necesitaba conocer susignificado exacto para entender lafuerza y propósito que se ocultaba trasaquellas palabras cargadas de unmilagroso simbolismo.

Blas de Lezo se había tirado ya en elcamastro de su camarote, agotado por elcansancio, cuando el último cañonazo seapagó en sus oídos como un colosal

«adiós, que ya pronto volveré»…, y sehabía sumido en el profundo reposo delos que no reposan con su suerte.

Capítulo XI

Se encarniza la lucha

El que domina la mar,domina el comerciomundial; el que domina elcomercio mundial,domina las riquezas delmundo.

(Sir Walter Raleigh)

El amanecer del día 21 de marzo fuecomo tantos otros amaneceres en laszonas tórridas. Las nubes, amenazantes,escondían un sol que iba cobrandoferocidad por momentos, envuelto engrises velos aquí y allá teñidos delrojizo tinte de los veranos. Comosiempre, el mar plomizo iba cobrandovetas verdes y azules, a veces de platareluciente, que adivinaba los tesoros quedel lejano Potosí llegaban a Cartagena.Cuatro navíos de guerra amanecieronarrimados a la batería de San Felipe,distante del San Luis unos dos

kilómetros, ya por fuera del tiro de lasbaterías costeras. Eran los mismosbuques que el día y noche anteriorhabían combatido; cuando ya la luz seposesionó del todo, se pudo comprobarel efecto de los cañonazosintercambiados: el navío más grande, detres puentes y noventa cañones, estabaprácticamente desguazado y en un estadolamentable; temiendo ser alcanzado, elbuque se fue retirando, mientras losotros tres le daban cobertura. Losmuertos habían sido arrojados por laborda y ahora flotaban en las plomizasaguas de Cartagena.

A las once y media de la mañana, ya

con un sol canicular, dieron fondo losefectivos navales más importantes de laarmada de Vernon desde la batería deChamba, distante unos cuatrokilómetros, hasta un promontorioestratégico donde Don Blas de Lezohabía mandado a fabricar una bateríaque, por orden del virrey Eslava, no sehabía construido, obrando éste porpersuasión de Don Agustín de Iraola,capitán de artillería y consejero para ladefensa de la Plaza. Según Lezo pudoapreciar, aquella batería había hechofalta para la defensa de la batería deSantiago y la de San Felipe, dos de lastres batidas por Vernon, distantes a uno

y dos kilómetros, respectivamente, delcastillo de San Luis. De haberseconstruido, habría sido más difícil parala armada de Vernon acercarse de lamanera que lo hizo a la costa a batiraquellos baluartes, según el mismo Lezoanotó en su diario.

Para esas horas Vernon ya sabía queel águila española estaba herida y quesería cuestión de tiempo atenazarla yreducirla para que no pudiera másemprender el vuelo. Rayando las doce,un navío de ochenta cañones hizo suaparición contra el San Luis, pero antesde que pudiera ponerse en línea recibiótal fuego del Castillo que no tuvo más

remedio que marcharse a todo trapo,presa del temor; la marinería habíaalcanzado a arriar sus masteleros yvergas, cuando el Capitán dio la ordende largar nuevamente las velas bajo unalluvia de balas de los cañones quelevantaban columnas de agua a babor yestribor como géiseres desafiantes.Algunas estremecieron la cubierta ysacudieron peligrosamente el buque.Lezo se levantó de su catre y, saliendo acubierta, ordenó a su piloto avanzarhacia la cadena de Bocachica para,traspasándola, perseguir la nave intrusa;se hicieron señales para bajar lascadenas submarinas mientras le daba

cobertura el San Felipe, que imitaba susmovimientos. Dos bombardas y unafragata de cuarenta cañones salieron alpaso del General a defender el navíoinglés y se produjo un nutridointercambio de disparos; una bombacayó a escasos metros de la popa de LaGalicia, la nave capitana, obligándolo adetenerse; otra más pasó raspando laproa del San Felipe, ante lo cual Lezodio la orden de sacar apresuradamenteel depósito de pólvora de dichos navíospara que, accionada por las balasincendiarias, no fueran a volar por losaires. Pero el intercambio no pasó amayores y los buques regresaron a su

refugio habitual tras las cadenas quefueron de nuevo templadas.

Vernon observaba los movimientosde sus barcos y las maniobras de Lezodesde cierta distancia. Ponía el catalejoen La Galicia con la esperanza de ver alfamoso marino y constatar lo que de élse decía: que era mocho, manco y tuerto.Pero el movimiento del buque hacíadifícil mantener el catalejo fijo y entreel ir y venir de tantos hombres eraimposible adivinar quien era el tal Lezo.Acariciaba sus sueños de llevar a aquelmarino atado a Inglaterra y reparar lahumillación de los buques inglesescapturados y llevados a rastras por Don

Blas, algo perfectamente conocido enInglaterra. Estaba en estasentretenciones, cuando una fragata seacercó al buque insignia y, haciendoseñales, manifestó su intención de hacerpasar a alguien a bordo a hablar con elAlmirante. Otorgado el permiso,lanzaron una lancha que con treshombres se aproximó al navío deVernon. El Almirante los recibió en elacto.

—Señor —dijeron al verlo—,venimos a comunicaros que hemoscapturado un correo que de Santa Martase dirigía a La Habana. Llevaba unmensaje de urgencia para la flota del

almirante Torres.—¿Y qué decía el mensaje? —

preguntó con ansiedad Vernon.—Que estabais atacando a

Cartagena de Indias y pedía urgentesocorro para la Plaza. He aquí elmensaje. —Y diciendo esto lo extendióa Vernon.

—No sé leer español —contestó elAlmirante con displicencia, retirando elpapel.

—Pues ésa es la traducción que seha hecho, señor. Tenemos al correo abordo hecho prisionero. Es un mozoaltanero y hasta peligroso. ¿Quéhace mos con él?

—Echadlo por la borda. —Pero trasuna pausa, rectificó—: No, mejor no;conservadlo. A lo mejor nos puedaservir de algo.

Vernon se llevó la mano a labarbilla y tras unos segundos decavilación se le iluminó la mirada.

—Ajá —dijo—, conque Torres yano podrá auxiliar a Cartagena. —Y en sucara se proyectó una inmensa sonrisa desatisfacción. —¡Consejo de guerra!Convocad un consejo de guerra—,ordenó a su ayudante y dio media vueltay se internó en el salón de guerra delbuque, volcándose sobre los planos quetenía desplegados en la mesa de trabajo.

Vernon volvía a cambiar de idea.Volvería al plan inicial de penetrar porLa Boquilla hasta La Popa y sitiar pordetrás al San Felipe de Barajas. Ya nohabía peligro. Penetraría profundamentesin temor a ser cogido por las espaldas;ésta ya no sería una maniobra dedistracción, sino un segundo avance enpinza que con la ruptura del cerrojo deBocachica se atenazaría en dos flancossobre Cartagena. Llevaría al virreyEslava y a Lezo prisioneros a Inglaterray atados con un cordel de cuello ymanos. Londres se volcaría a mirar elespectáculo de la humillación española.Por fin la América sería británica.

A la puesta del sol llegaba el capitánAgresote con 350 hombres de tropa arelevar el destacamento de Aldereterefugiado en el Castillo y otroshombres que, agotados, debían buscaralivio.

—Coronel Desnaux —lo interpelóLezo—, enviad algún negro baqueanocon unos hombres para reconocer losmontes y ver si capturamos a algúninglés. Debemos enterarnos de qué estápensando el enemigo; estoy dispuesto a

recompensar a cualquier prisionero concincuenta pesos por su información.También he encargado al capitán Juande Agresote para que haga lo mismo conocho hombres. Debemos saber quétraman.

Esta operación no dio comoresultado ninguna captura, pero elmiércoles 22 de marzo a las siete ymedia de la noche el capitán Agresotevolvió informando que había encontradoa poca distancia de la batería de SanFelipe un puesto avanzado con docehombres quienes, aparentemente, habíandesembarcado subrepticiamente paralocalizar una cabeza de playa desde la

cual emplazar baterías para iniciar unataque por tierra contra el Castillo. Erauna avanzada de exploradores. Agresotetambién informó a Lezo que el enemigohabía puesto doce morteros en tierra contodos sus pertrechos.

Efectivamente, el inglés estabadesembarcando impunemente mientraslos valientes defensores se parapetabantras las murallas y terraplenes delCastillo. Lezo confirmaba sus peorespresentimientos. Ahora era necesarioque el Virrey, en persona, visitara elfrente y se diera cabal cuenta de lo queestaba pasando. Si el desembarcoprogresaba, ¡el San Luis caería sin

remedio y con éste la primera línea dedefensa! Era preciso, pues, abortar conun ataque la cabeza de playa paracapturar el mayor número de pertrechos,municiones, hombres y material deguerra. Pero este ataque debía hacerseen masa y con la arremetida de laArmada española, la artillería delCastillo y la carga masiva de hombresde infantería que no podrían serextraídos en su totalidad del Fuerte.¡Eslava debía trasladar hombres desdeCartagena y aun desde La Popa, asabiendas de que las pérdidas seríangrandes dada la cobertura que laArmada inglesa les prestaba!

El Virrey abordó La Galicia a lascinco y media de la tarde, después dehaber conferenciado con Desnaux, elcomandante del Castillo.

—Señor Virrey —le dijo Lezo—,podéis mandar al capitán Don MiguelPedrol a reconocer el terreno y constatarque el enemigo está desembarcando.Necesito hombres para atacar laavanzada inglesa y no permitir que elenemigo se consolide.

—No tengo hombres disponibles,General. Esto lo sabéis de sobra.Tendréis que apañaros con lo quetenéis.

—Es imposible hacer un ataque con

tan pocos hombres; necesito por lomenos mil adicionales para efectuarloexitosamente. A estas alturas elenemigo debe haber desembarcadoquinientos y sería imposible romper elapoyo de la Armada con menossoldados. Aquí nos estamos jugando lasuerte de la Plaza, Señor —concluyóenfáticamente. El Virrey entró en unsilencio revelador. Lezo anotaba en sudiario: «Pero no dijo D. Sebastián deEslava ni sí ni no, y con estas omisionesvamos dejando al enemigo que haga loque quisiere». Eslava pernoctó esanoche en la nave de Lezo mientras lasbombas continuaron cayendo hasta la

madrugada.Muy temprano, a eso de las cuatro

de la mañana, Blas de Lezo se hizotrasladar al Castillo para sondear aDesnaux. Corría el 23 de marzo. A lasseis regresó a la nave y encontró alVirrey desayunando.

—¿Cuantos buques del enemigo hansido inutilizados, General? —preguntóel Virrey.

—Dos navíos de tres puentes hanquedado muy maltratados. Otros dosnavíos de setenta cañones y uno desesenta y seis están fuera de combate,con los costados de estribordesguazados; nos hemos dado cuenta de

su situación por los rumbos que lasmaestranzas les pusieron. Hay otro decincuenta cañones que está mediodeshecho. En total, cinco grandes navíosde guerra están fuera de combate y selos atribuimos a la batalla del día 20.

—Muy bien, General. A propósito,he meditado vuestra petición, de obtenermás hombres para lanzar un ataque.Ayer por la tarde conferencié con elcoronel Desnaux y él es del parecer queno conviene debilitar a Cartagena ni aLa Popa. Le he dado vueltas al asunto enmi cabeza y tengo que decir que estoy deacuerdo con Desnaux. Por ahora noconviene efectuar ningún ataque. —Esta

era la forma en que Desnaux se cubríalas espaldas: complaciendo al Virreyen sus apreciaciones.

—Cuando Vuestra Merced quierahacerlo, no podrá —respondiótajan temente Lezo.

—Por lo pronto os enviaré desdeCartagena al capitán Agustín de Iraolapara que os asesore en el tema de laartillería. Creo que su ayuda os será degran valor. Disponed que salgan algunospiquetes del Castillo hacia lasbarracas de la playa y continuadobservando los pasos del enemigo —dijo Eslava y hacia las siete se marchó aCartagena.

A esa hora comenzaron losbombardeos, con tan mala suerte, queuna bomba cayó sobre el almacén devíveres del Castillo y destruyó todocuanto había, causando varias bajas.Lezo procedió a reenviar víveres paradoce días y reemplazó como pudo losmuertos y heridos de su propiatripulación. Las raciones comenzaban aescasear y la situación empezaba a versecrítica. Media hora más tarde, elGeneral era avisado que dos prisioneroscanarios fugados de un navío de setentacañones habían llegado y queríanentrevistarse con él. Los fugitivos leinformaron que los planes de Vernon

eran tomarse el castillo de San Luis,desembarcar en Manzanillo y avanzarhacia La Popa de sur a norte, al tiempoque desembarcar en La Boquilla yavanzar hacia La Popa de norte a sur,atenazando el puerto y forzando elcastillo de San Felipe; que un correoque iba hacia La Habana había sidointerceptado en alta mar con una carta alalmirante Torres pidiéndole auxilio…Lezo escuchó la narración sin inmutarse.«Conque Torres estaba en La Habana yEslava no me había dicho nada», pensóel General con visible disgusto. Y dandoun manotón en la mesa, preguntó a loscanarios:

—¿Cuántos hombres piensandesembarcar en La Boquilla?

—Catorce mil —respondió uno deellos—. Desde el día 22 hasta hoy estándesembarcando al norte de Chamba yhan mandado una avanzadilla a lascercanías del San Luis para alertar devuestros movimientos. Hemos oídodecir que después de tomarse esta Plazairán hacia Veracruz —narró el fugitivo.

—Catorce mil son demasiadoshombres. No lo creo posible, sobre todosi piensan desembarcar en La Boquilla.Pero eso nos da una idea de lacantidad de gente que van a acometercontra el San Luis. ¿Cómo os

captu raron?—Íbamos de Canarias a Curaçao en

un barco cargado de vino, cuando nosapresaron. Hay otros prisionerosespañoles y franceses en sus barcos.Provienen éstos de una balandrafrancesa que venía a Portobelo conochenta mil pesos; la balandra la tienenen Jamaica y su tripulación ha sidorepartida en todos los navíos. Hemosoído también que los ingleses esperan unconvoy de refuerzo; que ayer un capitány cinco hombres murieron en un navío yque el fuego costero del día veinte leshizo mucho daño. Que tienen por lomenos cinco navíos ave riados.

Esta declaración, consignada en eldiario de Lezo, confirmaba su propioinforme de los daños al virrey Eslava.

A las dos de la tarde de ese mismodía Don Blas de Lezo recibíacomunicación del Virrey en la que loalertaba que el enemigo estaba a puntode recibir treinta navíos más derefuerzo, lo cual constataba lo dicho porlos prisioneros escapados. El Virreysolicitaba al General que dispusiera devíveres para abastecer la ciudad, a locual Lezo respondió lo acostumbrado:«Que si el Virrey hubiese obradotomando las precauciones necesarias,nada de esto estaría pasando». En la

nota de respuesta, Lezo le añade:

Sírvase comunicarmeVuestra Excelencia cómo ha dedisponer la retirada de estefrente de guerra en caso de quesea necesario, pues esta tropa yla gente de mar y la del Castilloy baterías habrán de servirpara la defensa de la Plaza,porque me recelo que si losenemigos ponen batería decañón en tierra, se habrá deperder todo esto; debéisconsiderar lo dificultoso deconseguir la retirada en caso

forzoso, pues este castillo nopodrá resistir otro ataque decuatro navíos. Este punto esdigno de vuestra mayorreflexión.

Blas de Lezo, viernes 24 demarzo de 1741

Los temores del general Lezoestaban bien fundados. Una cuidadosainspección del Castillo daba comoresultado su falta de acondicionamientocontra un ataque frontal de esaenvergadura; faltaba echar a tierra todoslos merlones, que son los parapetossituados entre las cañoneras, y

sustituirlos con costales de fiquerellenos de arena, en lo posible, y poneruna empalizada y construir revellinesque protegieran la muralla de losimpactos directos del cañón; losmerlones estaban hechos de ladrillos,caracoles y piedras, que explotaban enmil pedazos al recibir el impacto de losproyectiles, causando gran destrozo yheridas a los soldados. Lezo habíarecomendado hacerlos de arena y tierraapisonada para amortiguar los impactos,algo con lo cual estuvo de acuerdo elcoronel-ingeniero Carlos Desnaux. Losmerlones, la parte más débil de unamuralla y entre los cuales se abren las

troneras de los cañones, saltaban comopan centrifugado esparciendo trozos demampostería y esquirlas por los aires.La fragmentación ocasionada por elimpacto de los proyectiles tenía elmismo efecto de una moderna granadade mano. Por eso mismo Lezo habíarecomendado echarlos a tierra yreemplazarlos con costales repletos dearena que, apilados unos sobre otros,actuaran como las trincheras en losfrentes de batalla, amortiguando el golpedel proyectil y quitándole masa alimpacto.

Lezo era uno de los pocos militaresque había comprendido que el carácter

de la guerra estaba cambiando y que elsistema de defensas amuralla das tendríaque ser revisado. No era quedesconfiara totalmente del sistema,pero había que revisarlo y mejorarlo,pues sus rígidas cortinas eransusceptibles de ser quebradas ydemolidas. La artillería presentabanuevas exigencias que no toda mente delos tiempos que corrían estaba encondiciones de aceptar. Echar losmerlones por tierra era, pues, unapropuesta demasiado atrevida para sertenida seriamente en cuenta y, por ello,no pocas bajas se debieron a esta faltade visión y reacondicionamiento. La

comparación con las bajas en lossectores parapetados con sacos daba larazón a Lezo. Dichos sacos estabanhechos de una fibra vegetal, llamadafique, sumamente resistente y con lacual, hasta hace muy poco, seempacaban las cargas de café, harina yotros comestibles para su transporte. Enaquel entonces el fique era ampliamenteusado en el Virreinato para elaborartodo tipo de empaques y ya Lezo habíanotado su utilidad en estos menesteres.

La otra gran falla había sido nodespejar totalmente de árboles lasinmediaciones del Castillo, para lo cualel Virrey no dispuso del dinero

necesario cuando aquello era vital parauna defensa que mereciera su nombre.La recomendación había sido despejarla zona hasta una distancia de tiro decañón, lo cual permitiría emplear afondo la artillería contra un invasor quese atreviese a poner sitio al San Luis portierra. Como el fuerte tenía una formairregular, en figura de tetrágono, deberíahaber tenido cuatro contraescarpas, queson las paredes inclinadas del foso, y nodos como las que presentaba: la unadesde la puerta principal, no totalmenteterminada, y la otra en la parte quemiraba hacia el fuerte de Santiago. Susmurallas y parapetos parecían no tener

el espesor correspondiente, pues sóloacusaban escasos dos metros y hasta1,40 m, respectivamente; además,faltaba algo más de un metro para sercompletada la muralla en su partetrasera respecto de la batería deSantiago. Tampoco sus subterráneosestaban en la mejor forma dispuestos, niacusaban un grosor a prueba de cañón;similar cosa ocurría con los depósitosde pólvora. Menos aún la puerta deacceso al Castillo era invulnerable, puesno tenía puente levadizo, ni obra frontalalguna que la protegiera de un impactodirecto. En los años siguientes, estasdeficiencias fueron corregidas con la

construcción de otra fortaleza a laentrada de la bahía, pero ya paraentonces Inglaterra habría dejado deinsistir en conquistar el ImperioEspañol.

Sin embargo, Carlos Suillar deDesnaux hizo lo que había podido conlos recursos allegados por el Virrey:logró amurallar las ventanas yrespiraderos que estaban descubiertos,de tal manera que resistieran losimpactos; taló árboles y desgajó ramas ymaleza en cien metros a la redonda,particularmente hacia la parte que miraa las baterías de San Felipe y Santiago,para evitar la demasiada aproximación

del enemigo, aunque no alcanzó a talarlo suficiente como para alejarlo deltodo. Era todavía posible que elenemigo se escondiera en la espesurapróxima al Castillo y desde allí lanzarasu artillería, escondida entre la maleza.Con sesenta y cuatro trabajadoresenviados desde Cartagena por Eslavase hicieron fajinas y trabajos parafortificar y emplazar baterías en elcamino cubierto a fin de impedir que laArmada diese fondo delante del Castilloy lo bombardeara; pero estas obrastampoco se concluyeron, pues fuemenester repartir las fajinas con las dela batería de San Sebastián, emplazada

en Varadero, adonde se tuvieron quedesplazar cincuenta y cuatro hombres ybuena parte de los materiales de obra.

Al recibir la carta de Lezo, Eslavaresponde: «Conviene mantenerse todo loque se pueda en el Castillo para dar mástiempo, pues de esto depende laseguri dad de la Plaza».

—¿Habéis oído, capitán Mas, lo queeste loquito nos dice? Que debemosmantenernos en el Castillo lo másposible para dar más tiempo…¿Tiempo a qué? ¿A que venga Torresde La Habana en nuestro auxilio? Losmarinos canarios nos han informadoque el correo enviado por el Virrey fue

capturado… ¡y ya nadie vendrá ennuestro auxilio! Debo convocar a unajunta urgente de los capitanes de loscuatro navíos y del castellano del SanLuis porque considero que nuestrasituación es insostenible…— Lezo serefería a cuatro de los seis navíos que enese momento resguardaban la cadena ybloqueaban el paso del canal deBocachica. Corría el 25 de marzo y estajunta quedó consignada en el diario deguerra del coronel Carlos Desnaux comoalgo que merecía anotarse dada sutrascendencia en el transcurso de lashostilidades. Cuando Desnaux se hizopresente, Lezo, volviéndose hacia éste,

le dijo:—Coronel Desnaux, he oído el

concepto de todos mis oficiales y voshabéis oído el mío propio. Handesembarcado 2.100 ingleses, segúninteligencia que hemos tenido. Nosotrosno estamos en posición de resistir pormucho tiempo los embates del enemigoen este castillo; mi apreciación es quedebemos retirar la guarnición de estaplaza mientras podamos hacer unaretirada en orden y sin sobresaltos… Siesperamos a que los ingleses fuercen laentrada, los hombres que nos harán faltapara la defensa del puerto caeránprisioneros en el San Luis y los que no,

estarán muertos, con lo cual sufriremosun desastre militar de marca mayor.Deseo oír vuestra opinión.

—Mi opinión, Señor, es quedebemos resistir —contestó Desnauxcon una frialdad pasmosa al tiempo queponía su mano sobre el arriaz de suespada que ostentaba una bellaguarnición de conchas—. Creo que, conel Virrey y yo, hacemos dos loquitos, sies que eso lo decís como un insulto, miGeneral —concluyó en tono altivo.

—Entonces, no lo toméis como uninsulto, sino como un diagnóstico, miCoronel. En tal caso, debe prevalecer laopinión de la mayoría que le ha dado la

razón a los cuerdos… —dijo Lezo consorna. Y añadió—: Es lo prudente, eneste caso. He aquí, Coronel, la decisiónescrita en este documento que todos hanfirmado y que vos debéis hacerlotambién.

—Con todo respeto, mi General,pero yo no firmaré ese papel —respondió frunciendo el ceño yrecalcando las palabras.

—¿Os negáis, entonces, a retirarvuestras tropas del Fuerte?

—Así es, mi General. Micomandante es el virrey Eslava y él noquiere que se abandone este puesto. Yodefenderé el Castillo hasta que tenga

brecha abierta y se puedan practicar losúltimos esfuerzos de defensa, esfuerzosque no ahorraré, ni sangre que noverteré, en procura de no entregarlo alenemigo.

—Muy bien, Coronel, os quedaréiscon la tristeza de haber sacrificadoinútilmente a vuestros hombres y de nohaber defendido a Cartagena con lainteligencia necesaria.

—Pero conservaré la alegría dehaberla defendido con el valorsuficiente —contestó Desnaux. Lezo leentregó una constancia de ladeterminación adoptada por la Junta yesto quedó consignado en su diario.

Aquel día, dieciséis cañonesemplazados contra el ángulo flanqueadodel baluarte y escondidos en la espesuraabrieron un mortífero fuego contra elCastillo. Desnaux ordenó responder elfuego día y noche sobre la espesura,calculando el escondite, aunque nopodía causar tanto daño como el queesperaba, dado el ángulo de tiro al quese enfrentaba. El enemigo, no obstante,sufrió muchas bajas, lo cual secomprobó a la mañana siguiente. Perohacia medio día las baterías de tierrareiniciaron su castigo, intentando hacerbrecha en la cara izquierda del Fuerte.Desnaux mandó a derribar los merlones

del parapeto y cortó cuatro troneras pordonde emplazó artillería adicional paradefender el punto. Blas de Lezo acudióen su ayuda con La Galicia, y entre losfuegos del Castillo y los del navíoabortaron, por lo pronto, la amenaza.Pero ya el Fuerte agonizaba. El Generaldispuso que sus hombres reemplazarantemporalmente a los de Desnaux parapermitirles descansar de la fatigaocasionada por el prolongado dueloartillero; en el entretanto, recibía partedel capitán Don Miguel Pedrol en elsentido de que el enemigo se habíarepartido hacia izquierda y derecha en labajada entre San Felipe y Santiago, y

que, al ser notada su propia avanzadapor los vigías de los navíos de guerraingleses, éstos habían abierto fuegocontra ellos. Comunicábale que sedisponía a atacar al flanco derecho delenemigo apenas viese la oportunidadpara ello, ante lo cual el General ordenóque Agresote saliera en su apoyo, puesel ataque parecía a estas alturasdemasiado aventurado. Un paqueboteinglés hizo su aparición cerca del SanLuis y comenzó a bombardearlo por susflancos de mar; el fuego fue respondidocon solvencia y, en el intercambio, elpaquebote no salió muy bien librado.

La situación, sin embargo, se

deterioraba por momentos para losdefensores. El improvisado hospital yenfermería comenzaba a rebasar susposibilidades de atención. Eran muchoslos heridos allí apiñados y las precariasmedicinas de la época comenzaban aescasear. Hacían falta vendajes,torniquetes, gasas, emplastes… y hastaron para sedar a los heridos. Los buquesde Lezo suministraban lo que podían;iban y venían a la ciudad llevando ytrayendo vituallas, pertrechos y losheridos más graves; los suministros erantasados por Don Blas de la mejormanera, siempre atendiendo que no sefuesen a desperdiciar. Los cadáveres

insepultos comenzaban a heder. El mararrojaba sus muertos a tierra yahinchados y destrozados por el hierro ylos elementos.

En uno de esos correos, el día 27,sobre las once de la mañana, llegaba elvirrey Eslava quien, subiendo alGalicia, dijo a Lezo:

—Éste es el refugio de la Plaza,General. Sé que sois de la opinión queSan Luis debe abandonarse y sushombres evacuarse. Pero no; nodebemos abandonarlo. La situación laveo difícil, pero debemos resistir yhacer la última defensa para ganartiempo.

—Para resistir nos tiene el Rey,pues somos sus vasallos. Pero aquí noganamos tiempo, Excelencia. Aquí loperdemos.

—¿A qué os referís, General?—Al hecho de que estamos solos y

nadie va a venir en nuestra ayuda.—Os equivocáis de nuevo. El

almirante Torres ya debe estar enantecedentes del ataque y prontoasomará por estos mares con todas suflota para dar cabal cuenta del enemigo.

—Aquí no vendrá Torres ni nadieque se le parezca, Señor Virrey.Vuestro correo ha sido interceptado yhecho prisionero. Ni el almirante Torres

ni las autoridades de La Habana sabennada. Estamos solos. Por lo tanto, elequivocado sois vos. —Dicho loanterior, el Virrey quedó estupefacto; deuna sola pieza. Los segundos de silenciotranscurrieron como horas y un comosoplo helado recorrió la humanidad delVirrey, Teniente General, Lazaga,Berrío y Eguiarreta, Señor de Eguillor yComandante Supremo, Jefe Político yAdministrativo del Virreinato de laNueva Granada, Defensor de Cartagenade Indias, Don Sebastián de Eslava.

Los oficiales de Lezo, que asistían ala reunión, también sintieron el soplohelado, soplo militar y político que,

como en los pasillos de losparlamentos, va filtrándose por laspuertas entreabiertas, las ventanas amedio cerrar, las rendijas de lascrujientes maderas de las naves, para ira dar a los muros del castillo de SanLuis de Bocachica, recorrer losterraplenes y escarpas, transitar portúneles y depósitos, estremecer lasguarniciones, helar a los soldados ydespelucar al coronel-ingeniero DonCarlos Desnaux, castellano de la Plaza.Estaban solos. Y esa idea, después dehacer tránsito por las bocas de losoficiales y los soldados, de los marinosy pilotos, de las amas de casa, de los

jefes de hogar, en fin, del pueblo deCartagena, quedó fijada en la mente delos defensores y en la de los que en laretaguardia doblaban la rodilla pararogarle al Todopoderoso su piedadsobre Cartagena. Hasta aquelparroquiano de la Misa de marras habíarecriminado a su mujer, diciendo: «ElObispo tenía razón. Un castigo ha caídosobre nuestra ciudad.» Y desde esemomento los predicadores lanzaronanatemas contra los impenitentes yentonces empezaron las rogativas, laslimosnas, las penitencias, las promesas,el entrar de rodillas desde los atrioshasta el altar y los flagelos públicos que

algunas almas se hacían para salvar a laCiudad. Las señoras se calzaron zapatossin escote, se cambiaron aquellas faldasde escándalo y hasta manga larga seecharon; se cubrieron con velos ylloriquearon por las esquinasconfesando públicamente sus desvíos.Muchas decidieron hacer votosperpetuos de respetar el baño diarioponiéndose un camisón sobre lasdesnudas carnes, tal como loaconsejaban los curas; otrasprometieron jamás dejarse levantar elcamisón por sus maridos y sólo copularpor el ojete ribeteado de seda que seabría en los camisones a la altura del

pubis, obedeciendo el consejo eclesialdel sexo como imperativo reproductivo.

Las dos casas conocidas delenocinio que había en la Plaza secerraron y en sus puertas se colgó unletrero que decía: «Volveremos aatender cuando pase la guerra y se vayanlos ingleses». Algún descomedidopatrón, empero, había mandado a haceruna pintada en sus paredes que, amanera de burla, o preocupación,preguntaba: «¿Y si se quedan?». Nadierespondió esa pregunta, pero todalujuria fue suspendida y desde aquelmomento, hasta terminada la guerra,tampoco nadie consintió en aparearse,

como una forma de agradar a Dios yexpiar los pecados. Ese día, lunes 27, sedetuvo el fuego, se silenciaron losmorteros, se acallaron los cañones.Estas cosas extraordinarias solíanocurrir en lunes, cualquier lunes, porqueCartagena era así, una ciudad mágica ysorprendente.

Desde que Lezo dijo aquellaspalabras había caído un extrañosilencio, como si el combate hubiese, derepente, cesado. Las golondrinas delverano hicieron un amplio círculo sobrelas naves de guerra y desaparecieroncon sus últimos chillidos en el horizonte;algunos soldados juraron que las

habían visto cagar en el aire antes dealejarse y atribuyeron aquel fenómeno alos reflejos del Virrey. Luego se hizomás notorio el sonido del mar y el soplodel viento, como si fuera el mismosilencio el que estuviera hablando.

—¡Mierda!, el Virrey se debe estarcagando con la noticia —un soldadocosteño murmuró, mientras los marinoslevantaban los ojos hacia arriba comobuscando nuevas señales; los soldadosse miraban y no atinaban a entender.Nadie entendía, hasta que alguien másdijo:

—Es el silencio de Dios —porquealgo así parecía. Eslava se quedó a

comer, y entre Lezo y él no seintercambió palabra alguna. Tampocolos oficiales con ellos ni entre sí.Partían el pan, tomaban el vino y comíanlas magras raciones compuestas,generalmente, de carne de buey, pescadoseco, arroz y galletas, en el comedor dea bordo como si estuviesen asistiendo aun entierro; el entierro de la esperanza.Uno de ellos atinó a decir: «Cuando lanoche es más negra, la lucecilla de laesperanza brilla más», pero nadie hizocaso ni comentario, y aquello pareciócomo salido de tono. Eslava se marchó alas cuatro de la tarde y Lezo anotó en sudiario: «Comió aquí y se volvió a las

cuatro sin decir más, ni disponer otracosa; su cauteloso silencio me ha dejadosiempre en la mayor perplejidad, sinsaber a qué atribuirlo». Escrito esto,cogió el espolvoreador y secó la tintadel papel.

Torres los había abandonado y éstafue otra idea que quedó en la mente delos comensales y de todos los quetuvieron conocimiento del hecho. Sedice que hasta los relojes detuvieron sumarcha como sincronizando la cuentaregresiva que para el primer portal dedefensa había apenas comenzado.Alderete comprobó, en efecto, que sureloj de bolsillo se había detenido

también porque una bala, quizás derebote, se lo había inutilizado. Sólo sesupo que las horas avanzaban cuandovieron a Lezo coger la espabiladerapara avivar la llama de los mecherosque ardían mortecinos en sucama rote…

Capítulo XII

Se rompe el cerrojo

¡Oh Redentor!, acogeel canto de los que unidoste alaban… Escucha, Juezde los muertos, únicaesperanza de losmortales, la oración delos que llevan el don quepromete la paz…

(Oración del Misal

Tridentino)

Don Sebastián de Eslava estuvohasta el día siguiente sumido en unmutismo mayor que el acostumbrado. Sucara estaba cenicienta y acongojada. Sele escapaba de las manos la tanesperada victoria sobre el inglés. Elmartes, 28 de marzo, se reanudó el fuegoy fue de tal magnitud, que Desnauxconsigna en su Diario que Vernon«destinando para esta empresa trecenavíos de guerra, los mejores que tenía,

y el día de Pascua a la una de la tarde,vinieron a felicitarnos los que con labatería de tierra y todos los morteros,en un fuego tan cruel, que no es posibleimaginarlo». Este mismo día un soldadoirlandés desertó de las filas inglesas yse acercó al castillo de San Luis; fueinmediatamente llevado a Don Blas,quien procedió a interrogarlo con unimprovisado intérprete:

—¿Por qué habéis desertado?—Porque soy católico —respondió

el soldado—, y éstos son herejesingleses que nos fuerzan a pelear poruna causa que no es nuestra. Nosotros,Señor, entendemos que la herejía inglesa

libra una enconada batalla contra elcatolicismo español desde hace siglos yuno de los dos dominará, finalmente, elmundo. No seré yo quien se preste a queellos lo dominen, Señor —concluyó confirmeza el soldado.

—Así es —dijo Don Blas—,llevándose la mano al chaleco paraacariciar su crucifijo—. Ésta es unaguerra entre Dios y el demonio. Por lopronto va ganando el demonio. —Y sequedó unos segundos pensativo, despuésde los cuales preguntó—: ¿Qué hace elenemigo en estos momen tos?

—Construye una batería de veintecañones de calibre 24 y otra de

morteros a dos tiros de fusil delCastillo, pero dentro del bosque. Siguendesembarcando tropa. Hay seiscientoshombres para la formación de lasbaterías de cañones y morteros. Elgeneral Cathcart ya ha desembarcado.

Para tener una idea de lo quesignificaba un cañón calibre 24,bástenos decir que medía algo más de3,50 metros de largo y pesaba más de3.000 kilos. Lezo sabía, pues, lo que seavecinaba sobre las defensas.

—¿Qué se dice de nuestro fuego? —preguntó impaciente.

—Que ha sido mortífero, por lo quese está esperando más tropa y ví veres.

—Llamad a Don Pedro deElizagarate para que conduzca a estedesertor a Cartagena, adonde el Virrey,y que le den cincuenta pesos por suinformación —ordenó Don Blas. Ycuando llegó el requerido Don Pedro, ledijo—: Informad al Virrey sobre esteparticular, a ver si cae en la cuenta demandarnos refuerzos…

El inventario que se hizo al díasiguiente, miércoles 29, sobre lasprovisiones existentes arrojó datosperturbadores; sólo quedaban dieciséisbarricas de carne y tocino para loscuatro navíos, el Castillo y las baterías,con lo cual, Lezo calculó, quedaban

provisiones para veinte días deresistencia. La pólvora y proyectilestambién estaban bajos; tanto que elVirrey envió balas desde la ciudad, puesya de los navíos no se podían sacar máspara abastecer el Fuerte. Losbombardeos habían desmantelado docecañones de calibre 24 y trece de 18, loscuales tuvieron que ser remplazados.También llegaron con el capitán Pedrolsesenta hombres para aumentar laguarnición del San Luis, una sumaevidentemente inferior a la necesitada;pero también las malas noticias.

El enemigo estaba desembarcando alotro lado del canal y amenazaba tomar

las baterías de Varadero y PuntaAbanicos que protegían el fuerte de SanJosé que, con el de San Luis, era parteesencial de la defensa de la Boca. Elfuerte de San José estaba comandadopor el capitán de batallones, DonFrancisco Garay, y Punta Abanicos porel teniente de navío Don JosephPolanco, ambos competentes y valerososcomandantes. Don Blas despachóinmediatamente dos botes con soldadosde infantería y de mar para sosteneraquel sitio que, con el Alférez de Navío,Don Jerónimo Loyzaga, pusieron a losinvasores en retirada; pero ya habíancausado serios destrozos a ambas

baterías. En ellas perecieron el propioLoyzaga, cinco soldados, cincomarineros y tres negros. Don JosephCampuzano, un oficial, había sidocapturado por el enemigo. Era evidenteque tales baterías estaban sinsuficientes soldados que lasdefendieran, pues con sólo trescientoshombres, los ingleses habían logradoincendiarlas en una operación«comando» llevada a cabo conhabilidad y arrojo. No obstante, elenemigo había encajado treinta hombresmuertos y un oficial que los comandaba.El fuerte de San José quedaba, así, sinprotección alguna y en eso le comenzó a

hacer com pañía al San Luis. El enemigoestaba empleando una táctica dedesmantelamiento progresivo, pelandola cáscara, si se quiere, para luegocomerse el plátano.

Pero si los ingleses formabanoperaciones «comando», los españolesno se quedaban atrás; en una maniobrarelámpago, ejecutada el 30 de marzo,Don Miguel Pedrol había emboscado alos norteamericanos al otro lado, haciaSan Felipe y Santiago, poniéndolos enfuga. Inmediatamente Don Blas de Lezoordenó se ocuparan esas baterías y sedesclavaran los cañones. El capitánAgresote fue el encargado de cubrir los

flancos con su infantería de marinamientras se llevaba a cabo estaoperación. Los enemigos no tuvieronoportuna cobertura de la Armada, por loque pudo salvarse buena parte de laartillería allí abandonada en el rápidorepliegue del Capitán de Batallones deMarina, Don Lorenzo de Alderete.

Llevábanse a cabo talesoperaciones, cuando el virrey Eslavahizo su aparición en La Galicia. Lezoaprovechó la circunstancia paraindicarle al Virrey que el éxito de lacarga de Pedrol podría estar indicandoque el enemigo no había podido todavíaconsolidar sus posiciones y que éstas

parecían no estar bien defendidas. Loinstó, una vez más, a montar unaofensiva de mayor envergadura paradesalojarlo de las cercanías del SanLuis y aprovechar el monte para que laArmada no pudiese apoyarlos en debidaforma y, de paso, demoler las obras queestaban haciendo para lanzar unposterior ataque contra el Castillo. Eldesertor lo había informado y ya eracosa sabida y reconocida de todos loque tenían entre manos. El intercambiono tuvo ninguna acogida y sí, en cambio,la consabida aspereza. Lezo volvió aregistrar en su diario de a bordo: «No sécómo conviene esta negación, cuando

antes le hemos oído decir (al desertor)tratándose de estas materias, que si losenemigos formasen batería haría que selos echase encima; por eso tendrá esto elparadero que se debe esperar».

Ese Jueves Santo hubo granprocesión de Semana Santa enCartagena. Lezo escapó a la Plaza paraasistir a la Misa solemne que seoficiaba, con presencia de los altoscargos militares y civiles. La ceremoniadel mandatum recordaba el gesto dehumilde caridad con el que Jesús habíasubrayado el nuevo mandamiento delamor fraterno que en aquellas costasestaba ausente. Don Blas asistió con su

mujer a la ceremonia, luciendo susmejores galas. El Virrey permanecíaensimismado y como ausente, quizáspensando en las grandesresponsabilidades que estaban a sucargo y en cómo aquella batalla por elImperio se complicaba cada día más. Suánimo estaba por el suelo por la noticiadel abandono del almirante Torres y laincontenible arremetida de los ingleses.

Ya en la mañana, doce sacerdotes,siete diáconos y siete subdiáconos, sehabían dirigido procesionalmente a lasacristía de la Catedral y de ellahabían extraído el óleo para el santocrisma en una gran ampolla cubierta de

velo blanco y el óleo de loscatecúmenos en otra ampolla, llevadasambas por un diácono. Un subdiáconollevaba el bálsamo, una especie deungüento perfumado, que serviría parala confección del santo crisma. En laprocesión, todos en coro cantaron:

—¡Oh redentor!, acoge el canto delos que unidos te alaban… Escucha,Juez de los muertos, única esperanza delos mortales, la oración de los quellevan el don que promete la paz…

Luego el obispo, Don DiegoMartínez, y tras él los doce sacerdotes,soplaron tres veces en forma de cruzsobre la ampolla del óleo y dijeron:

—Te exorcizo, criatura del óleo, porDios Padre omnipotente, que hizo elcielo y la tierra, el mar y todo cuanto enellos hay, que toda la fuerza deladversario, todo el ejército del diablo ytodo ataque y toda ilusión de Satanássea desarraigado y huya de ti…

La imagen de esta escena,proyectada en la mente de Don Blas, leevocaba las fuerzas imperialesbritánicas que, diabólicas, se estrellabancontra las crujientes fortificaciones deCartagena. El óleo de los enfermos,materia del sacramento de laextremaunción, fue bendecido, y pocosabría Don Blas de Lezo, en aquellos

solemnes momentos, que sería el mismoóleo que habría de emplearse en supropia agonía, meses más tarde…

Es difícil explorar la mente de DonSebastián de Eslava y las razones que enese momento lo movían a persistir enuna política de defensa que se mostrabadeficiente. El Virrey había quedadoperfectamente inhabilitado para tomardecisiones de fondo, dada latrascendencia de la noticia sobre el

almirante Torres. Parecía que su estadode ánimo se había venido al piso; que suvoluntad se había quebrantado de talmodo que ya no atinaba qué hacer. Eraalgo verdaderamente lamentable, pero,como Blas de Lezo decía, «ni rajaba niprestaba el hacha». Tal vez albergaba enlo recóndito de su mente la esperanza deque todavía alguien podría avisar aTorres de las vicisitudes de la Plaza.Ese día 31, el Virrey escribe a DonJulián de la Cuadra, marqués deVillarias, lo que ya no podía ocultarsesobre los verdaderos planes delenemigo. Dice Eslava: «Yo estoypersuadido de que el empeño es forzar

el Puerto batiendo antes a Bocachica, yesto último lo podrían lograr si searriesgan a perder algunos de los navíosde los que atacaren…». Y luegoreconoce las fallas en la defensa: «…Pues la muralla es endeble y el parapetono tiene el espesor correspondiente,pero después les queda la entrada delcanal en que está la cadena, defendidade los cuatro navíos que manda DonBlas de Lezo». Entonces, el Virreyestaba persuadido de que el fuerte seforzaría y el enemigo abriría el cerrojode la bahía. No obstante, nada hacía porimpedirlo. En la misma carta el Virreypretende una clarividencia: «También

podrán los enemigos pensar en ponerbatería en tierra si toman a Bocachicapara apartar nuestros navíos y entrarfrancamente dentro del Puerto… perocomo la defensa principal consiste enguardar el Puerto, se ha de hacer todo elesfuerzo posible para sostenerlo, porquede lo contrario lograrán los enemigosencerrarnos dentro de la ciudad…». Esdecir, falsear la verdad, pues, que yahabían puesto batería en tierra con todossus pertrechos, era cosa sabida desde el22 de marzo, toda vez que Agresote selo había informado a Lezo y Lezo alVirrey; como Lezo constata en su diarioel 25 de marzo: «Los enemigos

continúan en batir con doce morterospor tierra…»; el Virrey estaba,entonces, en plenos antecedentes de loque estaba ocurriendo en Bocachica.

Una mirada a otra carta suya alSecretario de Marina, Don JoséQuintana, fechada a 9 de mayo de 1741,nos puede dar la dimensión de sudespiste, o el tamaño de sus intencionescontra el General. Dice en ella Eslava,refiriéndose a estos precisosacontecimientos:

…Paso a poner en sunoticia cómo, no siendosuficiente todo el armamento

del almirante Vernon pararendir el castillo de Bocachica,desembarcó la mayor parte desu tropa en aquel terreno,donde construye una batería dedieciséis cañones que por laespesura del monte no se pudodescubrir hasta el día 1 deabril.

¡Esta desinformación ocultabaclaramente el conocimiento que desde el22 de marzo se tenía del desembarcoenemigo con su artillería!

Si se recuerda, el desertor tambiénhabía informado de los planes ingleses

el día 28 y desde días antes Lezo veníainsistiendo al Virrey que el enemigohabía desembarcado y los estabanhostigando con morteros. ¿Qué pretendíael Virrey con esta desinformación y faltade coincidencia en las fechas? ¿Podríaaseverarse que sólo el 1 de abril sehabía descubierto una batería en tierra?¿Y cómo los eventuales investigadoresde los hechos podrían no preguntarse sitambién tardaron tanto en enterarse deldesembarco, o que el desembarco notendría el propósito de traer artillería atierra? Se necesitaría ser muy ingenuo.Pero había algo más: era evidente queEslava ya por esas fechas estaba

atrapado en sus propios y monumentaleserrores y era posible que se le abrieraun juicio de responsabilidades, todo locual era preciso ocultar tras un velo dedesinformaciones y aun de acusacionescontra su subalterno. Repárese tambiénque el diario de Don Blas había sidoescrito in situ, día a día, y reflejaba loscotidianos acontecimientos de la batalla;al contrario, la carta del Virrey alSecretario de Marina era unarecordación de hechos pasados ycarecía de la precisión de un diariopuntual. Pero, aun así…, ¿qué pretendíael Virrey? No hay que esforzarsemucho para entender, ante todo, que

pretendía exculparse de cualesquieraerrores que fuesen atribuidos a supersona en la defensa de Cartagena; ensegundo lugar, que Eslava, ya porentonces, aspiraba a que el triunfo sobrelos ingleses le fuera totalmenteconcedido a él y a sus buenos oficios.Se comenzaba a configurar un cuadro deadversidades que influiría, hacia laspostrimerías de su carrera, en la suertefinal del heroico general de la ArmadaEspañola. Más importante aún,¿constituía aquello la venganza delVirrey por los múltiples incidentespersonales habidos con Lezo? Eraposible.

Lo cierto es que el Virrey regresó ala nave de Lezo para continuartomándole el pulso a la guerra y pasóallí la noche del 30 de marzo; regresómuy temprano a Cartagena, hacia lasseis de la mañana del 31. El fuegoenemigo comenzó muy temprano, hacialas seis y media, y duró todo el día hastalas diez y media de la noche; ese mismodía se reparó que ya se había puesto enfuncionamiento la nueva batería y que apartir de ese momento el San Luiscomenzaría a recibir los fuegos detierra, algo realmente temido por elGeneral y sus hombres. Este Viernes dePasión, el día de duelo más grande de la

cristiandad, Lezo volvió a Cartagena aasistir a las ceremoniascorrespondientes a la Semana Mayor, yaprovechó para hacer su más granderogativa por Cartagena de Indias,crucificada como Él. Hubo unasolemne Tamborrada con procesiónencabezada por la Cofradía de losCruzados de la Fe, precedida por ungrupo de graves tambores y bombos,que, en fúnebre cadencia, lánguidamentegemían a lo largo del itinerario quecomprendía los alrededores de laCatedral. A las tres de la tarde se hizopresente en la Catedral para escuchar elsermón de las siete palabras. Lo

acompañaban Don Lorenzo de Alderetey Don Juan de Agresote, dos de susmejores compañeros. Desnaux no pudoasistir, dadas las condiciones delcastillo de San Luis: a la una de la tarde,el enemigo se había presentado a hacerun ataque general, «destinando trecenavíos, los mejores y más grandes»,según él mismo anotó en su diario.

La situación del Castillo se tornaba,pues, desesperada, ya que éste noresistiría los fuegos cruzados de tierra ymar, y cualquier brecha abiertaimplicaría el intento de una toma por lasfuerzas de asalto. Por eso el Generaldispuso dotar el San Luis de veinticuatro

piezas de calibre 24 y 18, poderososcañones que en España, los primeros,medían 3,54 metros de largo y pesaban3.013 kilogramos; los segundos medían3,60 metros, con un peso de 3.050kilogramos; además procedió adesmantelar parte de la artillería quetenía a bordo de sus navíos, dejándolos,como él mismo dice, «con lo máspreciso», aunque ésta era una verdaderalargueza en su apreciación, porque másadelante leemos en su diario que, si dela Plaza no se envían repuestos nos«quedaremos todos sin ninguno». Noobstante estas penurias, Lezo se lasarregla para enviar gente a construir una

batería nueva, de cuya localización noestamos ciertos, pero que podría haberestado emplazada en las inmediacionesdel San Luis para darle cobertura encaso de un ataque frontal. Era la mismaque el Virrey había desautorizado en elpasado.

Los ingleses, viendo el desplieguede gente, enviaron botes espías a la zonay Lezo se vio precisado a reforzarla conhombres y material de guerra para evitarsu desmantelamiento nocturno. Lasnoticias seguían siendo tandesalentadoras como alarmantes. Uncorreo avisaba que el enemigo habíapenetrado profundamente hacia el estero

de Pasacaballos para cortar lossuministros de víveres que llegaban a laciudad desde el Sinú y Tolú.Rápidamente se embarcaron 120hombres al mando de Pedro deElizagarate para trabar combate con elinvasor que se había atrevido a tanto.Los vigías de señales indicaron que elnavío inglés fondeado enfrente de lo quequedaba de la batería de Santiago hacíaseñas de alargar sus velas de foque ycontrafoque, lo cual fue interpretadocomo que se disponían a desembarcarmás gente en La Boquilla, lo que ocurriópoco después. Lezo envió más hombresa reforzar la batería nueva. Pero esa

misma noche del 1 de abril la bateríanueva abrió fuego contra el invasor, algoque cogió de sorpresa a los ingleses,que respondieron el fuego sin saberexactamente de donde provenía y sinatinar a dar en el blanco.

Los días que transcurrieron fueronverdaderamente críticos; el día dePascua de Resurrección, domingo 2 deabril, dos buques de setenta y ochentacañones cada uno, apoyados condieciséis cañones de tierra y docemorteros, abrieron fuego sobre el SanLuis a las siete y cuarto de la mañana.Luego se fueron incorporando otrosbuques, como nos lo narra Desnaux en

su Diario:

Los enemigos queexperimentaban por todosmedios tan vigorosa laresistencia, se determinaron ahacer un ataque general,destinando trece navíos, losmejores y más grandes; y a launa de la tarde del día dePascua se presentaron alcastillo al mismo tiempo que labatería con sus diez y seiscañones, y los morteros congranadas y bombas hacían portodas partes un terrible fuego a

aquel breve recinto, hasta queentrada la noche se retiraronlos navíos muy maltratados delos cuatro nuestros y delcastillo, habiendo logradoúnicamente arrasar losparapetos del frente del ataquey desmontar la mejor artillería.

Lezo maniobró La Galicia y laatravesó de tal manera que comenzó aresponder al pasaje del bosque de dondeprovenían los disparos de artillería. Elduelo se prolongó hasta las seis de latarde, habiendo La Galicia disparado760 tiros que seriamente averiaron las

baterías enemigas, precisándolessuspender la ofensiva desde la una hastalas tres y media de la tarde, hora en quese reanudó su castigo con el apoyo deotro navío que comenzó el fuego contrala batería nueva. Lezo se vio compelidoa destacar trescientos hombres areforzarla, en prevención de cualquierataque terrestre, con lo cual habíaquedado ya al límite del colapso militaren cuanto a refuerzos se refiere. Noteniendo más tropas de refresco, niguarniciones a su disposición, elGeneral debió ver que no era más quecuestión de tiempo para que se rompierala línea. Esa noche sintió la angustia de

los derrotados, que, sin haberlomerecido, han sido abandonados a susuerte. Ya no quedaba más que rezar, yesa noche lo hizo en el silencio de sucamarote llevando las cuentas delrosario con los dedos de las manos hastaque se quedó dormido en la silla,deseando, quizás, que no amaneciera.

Pero amaneció de nuevo y erapreciso dar orden de que se retirara lagente de la batería para no soportar elcastigo de la Armada. A las seis empezóde nuevo el fuego de cañón sobre elCastillo, pero esta vez el buqueatravesado fue el San Felipe, querespondió el cañoneo con eficacia.

Nicolás Carrillo, capitán de laCompañía del Regimiento de España,hizo su aparición subiendo a bordo deLa Galicia. Venía de Cartagena a ver sihabía algún parte de guerra para elVirrey. Y lo había:

—Decidle al Señor Virrey queencuentro irregular de su parte haberpermitido a los enemigos fabricarbaterías sin haberle hecho oposiciónalguna —interpeló Lezo, visiblementedisgustado.

—El Señor Eslava halla dificultaden proveeros de las tropas necesariaspara una ofensiva, porque él mismo estádeteniendo el avance del enemigo por

La Boquilla; allí han desembarcadoseiscientos hombres que, aunque sonmuy bisoños, ponen en peligro a laciudad. Parece que son de losregimientos colonialesnorteamericanos. Además, mi General,aunque a esta hora quisiera proveeros delos hombres y el material necesarios, yano habría tiempo de trasladarlos; lascondiciones del terreno tampoco sonfavorables.

—Es muy extraño, pues el enemigoha usado de las mismas dificultades paralograr lo que nosotros no hemos hecho,pese a que tenemos mejor conocimientodel terreno que ellos. De otra parte, no

habría sido tarde su traslado si sehubiese realizado a tiempo, cuando yo loadvertí. Podéis decirle al Virrey que esmejor morir atacando con las armas enla mano que aguardar a morir,encerrados, a manos del enemigo.

—El Virrey no quiere que seconsolide una avanzada inglesa terrestreen La Boquilla, mi General.

—¿Que no quiere qué…? Si es enesto en lo que yo he venido insistiendo,¡y ahora él es el que no quiere! —En esemomento entró el coronel Desnaux, conel rostro bastante descompuesto:

—Mi General, la fortaleza está enmuy mal estado. La cortina que da al

mar caerá entre hoy y mañana; se haceimperativo hacer una salida para atacaral enemigo —dijo agitado.

—Ese ha sido mi dictamen siempre,mi Coronel. Días más o días menos, estoestá perdido. Sugiero que se lo digáisvos mismo al Virrey para que dé laorden de una ofensiva general. —Eranlas diez y media de la mañana. En esemomento ocho navíos de dos y trespuentes, trayendo sólo el velacho y lasobremesana, cargaron con toda su furiacontra el Castillo y los buques de Lezo.

—¡Barco enemigo a babor! —gritóel vigía, y acto seguido hubo toque azafarrancho.

—¡Fuego! —respondió el jefe deartilleros. El buque se estremeció conlos fuegos disparados como si estuvieramovido por una fuerza descomunal.Pronto los impactos de las navesenemigas comenzaron a hacer el dañoprevisto: varios cañonazos golpeandebajo del filo del agua; tres pasan elpalo mayor y dos el trinquete y variosotros impactan en la cámara y loscamarotes. Al enemigo le fue precisoremolcar uno de los navíos suyos, detres puentes, que quedó hecho añicospor los fuegos del Castillo y laartillería naval que le fuedesmantelando los mástiles y las vergas

hasta hacerle perder completamente sugobierno. Los proyectiles enramados deLezo estaban haciendo su oficio,cortando palos y aparejos y llevándosepor delante cuanto podían. Habíanresultado ser un arma temible por loeficaces en desarbolar navíos. Peroestaban usando los últimos quequedaban. Los ingleses maldecían cadavez que veían alguno de aquellosextraños artefactos dar volteretas porlos aires y cortar como a mantequilla lasarboladuras.

—Estos son los flagelos del Reynuestro Señor —dijo en voz baja,pensando en los artefactos que podrían

parecer los viejos flagela romanosusa dos para azotar a los reos.

—¿Decís algo, Señor? —interpelóel capitán Alderete que estaba a su lado.

—No, no… es que pienso que porcada latigazo que el Rey, Dios loguarde, se inflige en sus días dedisciplina, yo les mando uno a ellos…—dijo mientras Alderete lo miraba sincomprender.

Los muertos y heridos seamontonaban en ambos bandos; en lospuentes y las cubiertas se veíandescolgados y apilados los cadáveresdestrozados por las balas. Las cubiertasestaban resbaladizas por la sangre

vertida. Pero la desventaja era grande.Los seis buques de Lezo no dabanabasto para los relevoscorrespondientes; los ingleses, encambio, atacaban y relevaban conbuques de refresco de manerapermanente. El San Carlos y el SanFelipe fueron quedando lentamentedesmantelados; pocos palos lesquedaban en pie; sobre sus cubiertasquedaban desgarbadas velas y jarcias ental cantidad que los marinos seenredaban con ellas y caían al correr deun lado para el otro. Algunas de susbaterías estaban inutilizadas, pero labandera de la Armada española todavía

ondeaba en los navíos. Lezo dio ordende retirar a los hombres de la bateríanueva que estaba recibiendo unespecial castigo y ya acusabademasiadas bajas y destrozos. Elenemigo continuaba desembarcandogente y dándole apoyo naval. Tambiénse observaron desembarcos al abrigodel cañón en la zona de Varadero, con locual quedaba amenazado directamente elfuerte de San José que daba apoyo alSan Luis.

—¿Y es que el Rey se flagela,señor? —preguntó el Capitán,aprove chando el respiro.

—Ah, es una vieja costumbre del

Rey, según se dice en los cotilleos dePalacio.

Desnaux regresó al Castillo paradirigir su defensa. El bombardeo durótoda la noche y se prolongó hasta el díasiguiente; el ataque se saldaba con éxito,pues estaba logrando su objetivoprimordial: debilitar hasta lainmovilidad a los españoles. Elenemigo tenía ya la determinación deentrar a saco y doblegar las defensas.Nadie durmió esa noche. El mismoVirrey, anonadado por la intensidad delfuego que desde Cartagena se sentía,decidió trasladarse esa misma noche aLa Galicia para conocer de cerca la

penosa situación en que se hallaba ladefensa y pudo vivir en carne propia elferoz combate. El águila española estabaherida de muerte y el león británicorondaba. Vernon lo sabía.

El día 4 de abril continuaron lasarremetidas inglesas y las andanadas deartillería se sucedían una tras otra sindescanso. Lezo resistía. Solicitó aDesnaux le enviase mil balas de calibre18 y 24 para abastecer a sus navíos.Eslava y el General permanecían encubierta y llegó un momento en queambos se sentaron alrededor de unapequeña mesa a considerar un plano desituación. Las balas zumbaban y caían

con un ruido ensordecedor. La Galiciarespondía el fuego enemigo y suscostados se zarandeaban ante elestallido de la pólvora. El humo delcañoneo dejaba escasa visión paracontemplar los mapas y los ojos de losmarinos lloriqueaban irritados. Pero erauna constante en la marina española einglesa que sus capitanespermanecieran impasibles ante el fuegoenemigo; es más, muchos de susoficiales los imitaban en la inmovilidaddando las órdenes correspondientes.Este era un signo externo de valentía yserenidad ante la muerte y el peligro.Así se calibraban los buenos marinos y

hombres de guerra en España y enInglaterra. El virrey Eslava, hombre deguerra él mismo, no cedería tampoco ala tentación de refugiarse bajo cubiertay, con Lezo, permanecía sentado, frentea frente, volcado sobre los planos, casisin parpadear.

Los gritos de «¡Fuego!», «¡Fuego!»de los jefes artilleros eran ahogados porel estallido atronador de los cañones.Los dos jefes de la defensapermanecían impávidos como en unduelo personal para saber quién semovía primero cuando alguna balagolpeaba el cercano mástil, caía en lacubierta o rozaba sus cabezas. A lo

sumo se les veía parpadearinstintivamente, pero había allí un reto,un duelo tácito, para saber quién era elmás valiente; quizás, porque deantemano se sabía quién era el mástorpe.

Una bala, redonda como una pelota,como las que antaño se disparaban,golpeó la punta del mástil, a la altura dela vela de penguito, rebotó y cayóestruendosamente muy cerca de los piesdel General, justo cerca de la piernabuena. El General la miró rodar conindiferencia, pero Eslava torció el gestopor lo cerca que también de él habíacaído. Otros dos cañonazos agujereaban

la vela de trinquete y la vela mayor, conlo cual se podía deducir que losingleses comenzaban a disparar másbajo, como si quisiesen entrar en elduelo. Varios otros disparos zumbaronlos oídos de los militares y ambos semiraron para ver quién cedía ysolicitaba bajar de la cubierta. Estabanen este desafío personal cuando otrabala golpeó la mesa directamente,haciéndola volar en pedazos por losaires; el Virrey recibía una herida en unbrazo y Lezo la recibía en un muslo y enuna mano. Así había quedadoconsignado para la Historia. Eran lasnueve de la mañana. El médico de a

bordo vino inmediatamente a atender alos dos destacados heridos, aunque sevio que las heridas no eranparticularmente graves.Nerviosamente, por estar tan expuesto,procedió a arrancar las astillas demadera clavadas en los miembros delGeneral y del Virrey. Los demás heridosfueron llevados a la ciudad en unabalandra francesa. Se presentía eldesenlace. Lezo ordenaba a Don JosephMozo, capitán de otra balandra, y a DonJuan de Almanza, capitán de unbergantín, cargar pólvora y llevarla a laciudad para cubrir el asalto final queVernon haría sobre ésta. El glorioso

final del castillo de San Luis seacercaba galopante.

El saldo de la batalla había sidopenoso para ambos bandos. Los inglesesperdieron cuatro navíos y los españolestenían la mitad de su armadaprácticamente inutilizada y el Castilloen ruinas. Los revellines y empalizadaestaban destruidos. El Virrey se retiró alas dos de la madrugada a la ciudad adisponer de barcas, lanchas y canoaspara comenzar la retirada del Castillo yde los navíos, pues ya la situación erainsostenible. A esa hora cesó el fuegoenemigo, que volvió a reanudarse al díasiguiente, 5 de abril, fecha luctuosa, en

verdad, para las armas de España. Seavecinaba el más desigual combatecuerpo a cuerpo.

A las cinco y media de la mañanacomenzó, de nuevo, el baño de fuego.Las balas rojas de parte y parte trazabansurcos oblicuos en el cielo. Nuevosnavíos ingleses se hicieron presentes enlo que era ya una guerra de desgaste.Cuatro navíos con 280 cañones seacercaron y comenzaron a bombardeara los navíos españoles impunemente,porque el fuego del Castillo ya no eranutrido ni efectivo. La Galicia prendiófuego dos veces y hubo que apagarla concubos de agua que requirieron el

esfuerzo de la marinería que en esemomento debía estar en combate. Desdela lumbre del agua hacia arriba, por labanda de babor, La Galicia era un soloagujero; parecía un colador. Presentabatambién algunos agujeros por debajo desu línea de flotación que fue precisotapar; el agua se achicó con bombas. Alcastillo de San Luis se le habíaderrumbado toda la muralla desde elángulo de tierra hasta el ángulo de mar,presentando una brecha de talenvergadura que ya el enemigo podíacargar por tierra. Así lo ordenó Cathcartal observar el colapso de la cortina.Desnaux, agitado por el desconcierto, se

presentó a donde Lezo, quien estaba abordo de La Galicia, y le dijo:

—General, la situación esangustiosa. No puedo resistir más. Si elene migo carga, todo está perdido.

—Comunicádselo al Virrey,Coronel, que él os dará las providenciasnecesarias, siendo él, como es, vuestrojefe. Lo único que puedo deciros es quesi el Virrey no toma la decisión desolicitaros la retirada, yo os proveerélas lanchas para evacuar la gentemañana, si es que el enemigo no cargadurante el día de hoy.

Desnaux se aprestó para lo peor. Enese momento recordó los consejos de

Lezo en el sentido de que era inútil todaresistencia y que era necesario evacuarla gente en orden mientras se pudiera. Elenemigo, en efecto, tenía ya la artilleríaa menos de cien metros y, tras un largocastigo, terminó cargando ese mismodía; intentó penetrar por las brechasabiertas que se empeñaron en batir másy más, particularmente la del baluartedel lado derecho. Cathcart comandaba elejército invasor y desde su cuartelgeneral impartía órdenes precisas ysistemáticas, amparado por una cortinade fuego de la artillería naval. «¡Dad lacarga!», instruyó el general Cathcart.Washington dividió su ejército de

colonos en tres columnas que se fueronabriendo paso a través del nutridofuego de fusilería que se disparabadesde las ruinas del Castillo. Loshombres que caían eran sustituidos porlos que venían detrás en una sucesiónincesante de autómatas decididos. Losnorteamericanos habían resultado mejorde lo esperado, aunque encajabanexcesivas bajas. El coronel Desnauxfue herido en diferentes partes delcuerpo con las ruinas de un cañonazo.

—Las maestranzas de artillería notienen ya plomo para la fundición debalas, mi Coronel —se acercó unaestafeta diciendo.

—Calad las bayonetas —gritóDesnaux.

—Orden de calar las bayonetas —respondieron a la voz.

Y las bayonetas fueron caladas yempleadas cuando el fuego de fusileríano fue suficiente para detener al invasorque tendía puentes sobre el foso ycomenzaba a penetrar la muralladesplomada en número mayor de 2.000.El Fuerte era atacado por mar y tierra.Al Coronel le quedaban menos detrescientos soldados y la embestida eraimposible de contener. Sacó banderablanca; pero el enemigo no detuvo elfuego con la evidente intención de

masacrar a todos sus defensores yarendidos. La bandera había quedadoperforada. Desnaux registra en su diarioque se oyeron voces de mando quedecían: «Pasad a todos a cuchillo».Washington no quería perder laoportunidad de lucirse; aquelloshombres destrozados presentaban lamejor ocasión para hacerlo y no podíadarles cuartel. Era necesario causar laimpresión de que los había derrotadoen franca y proporcionada lid, y unarendición condicionada por la artilleríano le era suficiente. Aspiraba a lucir ensu pecho la medalla británica del Valor.

El choque entre los dos ejércitosfinalmente llegó. Agotadas lasmuniciones en las recámaras, y sintiempo para la recarga, la bayonetabrilló en la tarde diamantina. Hay queentender que eran cinco los pasos aseguir en aquellos tiempos para dispararun fusil; primero, se mordía el papel delextremo del cartucho hasta desgarrarlo(y precisamente por esta necesidad nosentaba plaza de soldado ningún mueco);luego, se depositaba una porción depólvora sobre la cazoleta del fusil;después, se vertía la pólvora restantedel cartucho por la boca de fuego y seintroducía la bala; por último, se

retiraba la baqueta del cañón, se tacaba,y se volvía a colocar en su alojamientodel cañón; ya cargado el fusil, seprocedía a apretar el gatillo que, a suvez, accionaba un pedernal que eragolpeado en el rastrillo, lo cualproducía una chispa que hacía arder elcebo, cuyo fuego se comunicaba por eloído a la carga de pólvora en el interiordel cañón. De allí que eraimportantísima la disciplina del disparo,pues mientras unos hombres seguían larutina de los pasos, otros ya estabandisparando, los que luego eranrelevados, sucediéndose unos a otroscomo máquinas de muerte. Por ello

resultaba tan importante mantener lasformaciones que, en este caso, ya sedesordenaban ante el empuje delenemigo.

Así, los machetes de los jamaiquinosse estrellaron contra los fusiles de losdefensores, cuyas culatas tambiénentraron en acción. Hondo, muy hondose clavaban aquellas puntiagudasbayonetas prendidas al cañón de losfusiles; los heridos eran rematados en elpiso sin compasión de lado y lado. Lastripas de algunos soldados colgaban y sevio quienes intentaban, a grito herido,metérselas de nuevo en el vientre. Perola superioridad del número era ya

demasiada y dominaba la escena; elmero empuje de la masa de hombrespresionando las entradas de la muralladesplomada hacía retroceder ydesorganizaba las exiguas fuerzas deDesnaux. Hasta que sonó la señal deretirada.

Desnaux había ordenado la retiradacon toque de trompeta ante laimposibilidad de una rendiciónhonorable; los soldados huían hacia elcamino de las barracas de la playa y searrojaban al agua. Lezo hizo señalespara que los botes de los navíos fueranbajados y recogieran la gente del mar.El San Carlos, el África y el San Felipe

prestaron toda la colaboración a aquelpequeño Dunkerke estableciendo unacortina de fuego para que el enemigo nocayera sobre las tropas en retirada queahora huían en desbandada. Pero por unmomento el Castillo fue bombardeadopor los navíos españoles y a losingleses les tocó el turno de huir endesorden, amparándose del fuego delcañón. A las cinco de la tarde,aprovechando el respiro, se comenzó aver la guarnición del Castillo salir porlas grietas, los parapetos y cuantaventana había, escapando del enemigo.En el interior del Castillo, algunossoldados destacados para ese propósito,

detenían con fuego de fusilería a losgranaderos ingleses, dando tiempo a quehuyera el resto de la guarnición. Losúltimos hombres de España y Américaque como héroes cubrían esta retiradatambién, infortunadamente cayeron bajoel fuego español que buscaba laprotección del mayor número; la guerraera así de cruel. Pero los ingleses nodaban cuartel. Concentraron su mortíferofuego en los tres aludidos navíos, hastaque el San Carlos y el África se fueron apique; el San Felipe cogió fuego ymuchos de sus marinos se lanzaron alagua huyendo de las llamas. Se oían losgritos de los heridos afectados por el

agua salobre del mar que carcomía lacarne viva de las heridas. La Galiciacorrió en su auxilio, pero el navíoestaba también ingobernable. Habíallegado el fin.

—¡Abandonad el buque, General!Cartagena os necesita y no debéis caerprisionero. Los ingleses comienzan abajar las cadenas y se aprestan a entrar ala bahía —sugirió el capitán de LaGalicia, Don Juan de Agresote. Lezocogió su diario de guerra, su únicotestimonio para la historia de aquellosacontecimientos, y abandonó el buque;pensó: «será lo único que me defenderá,y hablará de mis advertencias, si se

pierde la Plaza». Lezo tenía bienpresente sus antiguas dificultades con elVirrey del Perú y no quería que serepitiera la historia. Esta vez estaríaarmado para defenderse. Estando enestas cavilaciones, reparó en que, si elbote era alcanzado por algún proyectil,no podría salvarse nadando…; suslesiones, nuevas y viejas, se loimpedirían. Además, ¿de qué serviría eldiario hundido en las aguas?

—Bajad cuantos botes podáis ycargadlos de pólvora y munición. Echada pique el navío, Capitán —ordenóLezo.

—Sí, Señor, pero subid pronto al

bote —gritó el Capitán. Los ingleses seaproximaban y Lezo sabía lo que leesperaba si caía prisionero.

Las lanchas fueron arrojadas al mary cargadas con pólvora y cartuchos.Lentamente se fueron alejando del barcoherido. Procedió a repartirlos a losotros navíos, los buenos y desguazados,que permanecían en las inmediacionesrespondiendo, como podían, el fuegoenemigo. Lezo contemplaba desde sulancha aquel espectáculo de muerteinútil, pavor y desorden, algo que élhubiese querido prevenir. Tambiénobservaba cómo cincuenta botesenemigos desembarcaban más gente en

la ensenada, rumbo a Varadero, altiempo que una nueva fuerza invasoraforzaba el camino hacia el fuerte de SanJosé. Sus defensores lo abandonaroncuando vieron que en el San Luisondeaba ya la bandera británica; susdefensores fueron recogidos por laslanchas y botes disponibles de laArmada española; o de lo que quedabade ella. En ese momento ordenó Lezo aDon Félix Celdrán ir a bordo de lafragata el Jardín de la Paz y echarla apique con sus cuarenta barriles depólvora, pero la situación era de talemergencia que Celdrán no pudo másque prenderle fuego. El enemigo se

acercaba a zancadas. Lezo y su gentetuvieron que huir hacia Bocagrande; elVirrey también salió hacia el mismositio a encontrase con el General parahacer una evaluación de la gravesituación, en tanto que el oficial ManuelMoreno alcanzaba a Lezo paracomunicarle que La Galicia peligraba yque pronto sería tomada por el enemigo.Lezo ordenó el rescate de los cuarentahombres y su capitán, quienes todavíapermanecían en la nave, y volvió a darinstrucciones para que el heroico navíofuese hundido. Nada de esto se pudolograr. El enemigo se había apoderadode la embarcación y hecho prisioneros a

sus supervivientes, quienes, hasta elúltimo momento, intentaron impedir elabordaje.

Cuando Desnaux se encontró conLezo y el Virrey en Bocagrande, seaprestó a dar un parte de guerra.

—Señor Virrey, Señor General,como sabéis, la fortaleza ha caído.

—¿Cómo se portaron los hombres,Coronel? —preguntó el Virrey.

—Como valientes, señor. Losneogranadinos han sido tan valientescomo los españoles.

—Todos son españoles, Coronel.Los de allende y aquende el mar. Es lamisma raza heroica —replicó Lezo con

un mohín.—Noté que en la carga a bayoneta

los ingleses retrocedieron y hubominutos de clara confusión —añadió elCoronel.

—Temen a los nuestros, Desnaux —agregó el general Lezo, recordando susviejos tiempos cuando abordó elStanhope—. Siempre ha sido igual enlos abordajes; allí nosotros hemostenido gran ventaja a lo largo de lasguerras navales… —En ese momento,también llegaba el alférez Ordigoisti,encargado de llevar las estadísticas deguerra, para dar el parte de que enBocachica el enemigo había perdido

setecientos hombres, entre ellos elIngeniero en Jefe.

El General volvió a intercambiarrecriminaciones con el Virrey,recordándole que el 24 y 25 de marzolo había prevenido sobre la importanciade realizar una retirada ordenada delSan Luis y salvar a aquellos hombrespara la defensa de Cartagena,propiamente dicha. Los acontecimientosse habían precipitado de tal manera queel virrey Eslava se sentía aplastado porellos. No obstante, pudo aún defenderse:

—Pero vos, General, por estarosocupando en tareas de escritor y no enlas tareas de la guerra, también tenéis

responsabilidad en estosacontecimientos… Inclusive, habéispreferido salvar vuestro diario que avuestros hombres… —dijo como si unrayo de maledicencia hubiese cruzadopor su mente. Estas palabras, dichas alcalor de los enfrentamientos, cobrarían,más adelante, una inusitadatrascendencia.

El castillo de San Luis habíarecibido el fuego de 6.068 bombas y18.000 cañonazos, según Lezo anotó ensu diario puntual. Estas cifras proveníandel alférez Ordigoisti que de maneracuriosa llevaba un minucioso registroestadístico de todo cuanto acontecía; el

alférez era un burócrata militar que,como ocurría en casi todos losmenesteres de la América española,formaba parte del batallón de gentedispuesta a ocuparse de tales detalles.Esta manía por lo puntual había sidoheredada de los tiempos de Felipe II.

Se habían logrado rescatar cuatropiquetes compuestos de artilleros,marineros y trabajadores; en total,doscientos hombres, aproximadamente.Las bajas habían sido de más de 370hombres entre muertos, heridos ycapturados. Lezo había perdido cuatronavíos, La Galicia, el San Carlos, el SanFelipe y el África, de los cuales el

primero había sido capturado, aunque enmuy mal estado. El enemigo, por suparte, había perdido diez navíos quequedaron imposibilitados de hacer fuegoo volver a entrar en combate; a juzgarpor datos imprecisos, se puede calcularen cerca de 1.800 las bajas sufridas porVernon en esta primera fase de laguerra, contando la gente perdida en losnavíos.

A las cuatro de la mañana del día 6de abril, ya todo consumado, Lezo hacíasu arribo a la ciudad después deveintiún días de ausencia en Bocachicay diecisiete de combate de día y denoche. A esa hora, es verdad, poca gente

había en el muelle para recibirlo; perohabía una hilera de paisanos, quienesaguardaban, impacientes, las noticiasque ellos mismos ya conocían. Por eso,cuando el General bajó de laembarcación, la gente le abrió calle,aunque nadie supo si para honrarlo opara mirar al vencido. Unos cuantos,más listos, aplaudieron; a otros se lesvinieron las lágrimas. Atrás quedaba laotra gente de Cartagena que,aterrorizada, ni siquiera se atrevía asalir al muelle de miedo de que el inglésviniera detrás de Lezo. Los curiososcallaron sus congojas y cesaron losaplausos al paso del militar que sin

gorra y sin casaca golpeaba con su toctoc las puertas mismas de Cartagena,que fueron abiertas para que entrara sudefensor. La sangre manchaba supantalón y su camisa. Todos confiabanen él, porque no había más remedio;pero todos callaron.

—Qué aspecto tienes, Blas —dijoDoña Josefa cuando abrió la puerta almarino—. ¿Qué es lo que ha ocurrido?

—Ruégale a Nuestra Señora de laSoledad y Desamparo para que Dios seapiade de nosotros. Se rompió laprimera línea. Cartagena está perdida,Josefa, y estamos solos —dijo elGeneral al llegar a casa, ahogando un

ge mido de dolor—. Debes partir.—No partiré y descansa ahora, que

es tarde y debes estar agotado. A Diosgracias, estás sano y salvo… Ah, peroestás sangrando…

—…del corazón —dijo Lezo yagregó—: Sí, es muy tarde. Tú lo hasdicho, Josefa —y cayó fulminado comopor un rayo de cansancio y desilusión.No alcanzó a oír lo que su mujersuspiró:

—No lo está mientras tú estés connosotros. Lo sé; lo sé —y se dispuso adecir sola las oraciones de la noche envista del reposo profundo de sumarido…

El silencio de Dios, nuevamente,había tendido su largo manto sobre laheroica ciudad que ahora se aprestaba avivir el día más glorioso de su historia.

Capítulo XIII

Solos

El hombre solitario esun dios o una bestia.

(Aristóteles)

¡Dios mío, Dios mío!,¿por qué me hasabandonado?

(Salmo 22:2)

Blas de Lezo durmió hasta las nuevede la mañana y a esa hora se aprestó adesayunar y salir para dar instruccionessobre la defensa. Distribuyó lamarinería con sus condestables yoficiales en los baluartes y baterías. Seredujo la tropa a piquetes de cincuentahombres para tener mayor movilidad ypoderse desplazar a donde conviniera.Fueron acuartelados en el convento deSan Francisco ocho piquetes concuatrocientos hombres y otros 250fueron despachados para servir laspiezas de artillería. Los dos navíos del

Rey que quedaban indemnes, y quehabían sido resguardados tras el diquesubmarino de Bocagrande, recibieroninstrucciones de fondear entre el castillode Cruz Grande y Manzanillo paracerrar el paso del enemigo que entraríapor la bahía. Se abrieron los RealesPolvorines de la Marina, cuyas reservasde cañones, balas y pertrechos fueronsacadas y puestos a disposición delVirrey, quien los distribuyó a laartillería; también le entregó cienfusiles y cien pistolas. Del buque ElDragón fueron sacados pertrechos ymuniciones para reforzar las baterías detierra, entendiendo que estos barcos no

podrían hacer frente por mucho tiempo ala Escuadra inglesa. La idea eraenfrentarla hasta donde se pudiera yluego hundirlos in situ para bloquear, enesa garganta, el paso de los navíosingleses hacia la parte más interior de labahía en las puertas mismas deCartagena. Don Blas dispuso tambiénque unas embarcaciones mercantesfondeadas en Cruz Grande se hundieranen la garganta, junto con dos balandras yun bergantín, con el mismo propósito. Seintentó hacer, pues, una barrerasubmarina que impidiera la navegaciónenemiga. Pero pronto se comprobó queéstos eran esfuerzos infructuosos,

porque el mar allí era profundo y seengullía lo que le tiraran. Lezo se sintiódescorazonado.

Había muchos heridos que estabansiendo atendidos en iglesias yconventos. Las provisiones empezabana escasear y las autoridades tuvieronque imponer una severa restricción alconsumo de alimentos. Las gentescomenzaron a cazar gatos, perros yburros para comérselos. Lasautoridades tuvieron que esconder lospocos caballos que quedaban paragarantizar que los oficiales pudieseninspeccionar el campo de batalla y hacerlas previsiones necesarias para la

defensa. Algunas mujeres más seaprestaban a salir en la última caravanaque abandonaría la ciudad rumbo aMompox hacia las dos de la tarde del 7de abril; en las calles se veían loscarromatos cargados de enseres yefectos personales que se enviaban a esaciudad tratando de ponerlos a salvo delenemigo; las señoras y doncellas quequedaban también debían guarecerse deunos frenéticos salvajes que entrarían asaquear y a violar. Las monjas, sinembargo, decidieron permaneceratendiendo a los heridos, aunque ya seles había dado dispensa de salir de susclaustros y tomar rumbo al interior del

país para también ponerse a salvo comolas demás mujeres. Algunos ancianosmarcharían con las damas cartageneras.Era preciso desocupar la ciudad depersonas que no contribuyeran a sudefensa porque amenazaban convertirseen una carga para el resto de ciudadanoshabilitados para el último combate. Loshombres más jóvenes y, en todo caso,disponibles para pelear, se quedaríanprestando el servicio. Todos eran útiles;los que sabían y aun los que no sabíanhacerlo. Se comenzaron a dar clasesrápidas del manejo de los fusiles y delcombate cuerpo a cuerpo con bayonetacalada. Se improvisaron piquetes de

soldados que repartían instrucciones yorganizaban cursillos de emergencia. Laciudad era un hervidero de actividad,tensión y nervios. Las madres sedespedían de sus hijos y sus maridos.Vernon se aproximaba. El almiranteTorres no vendría en defensa de laciudad. Todo el mundo lo sabía.Esta ban solos.

Lezo, subiendo a bordo de losúnicos navíos que quedaban de suescuadra, reunió la marinería y susoficiales y les dijo:

—Soldados de España peninsular ysoldados de España americana: Habéisvisto la ferocidad y poder del enemigo;

en esta hora amarga del Imperio nosaprestamos para dar la batalla definitivapor Cartagena de Indias y asegurar queel enemigo no pase. Las llaves delImperio han sido confiadas a nosotrospor el Rey, nuestro Señor; habremos dedevolverlas sin que las puertas de estanoble ciudad hayan sido violadas por elmalvado hereje. El destino del Imperioestá en vuestras manos. Yo, por miparte, me dispongo a entregarlo todo porla Patria cuyo destino está en juego;entregaré mi vida, si es necesario, paraasegurarme que los enemigos de Españano habrán de hollar su suelo, de que laSanta Religión a nosotros confiada por

el Destino no habrá de sufrir menoscabomientras me quede un aliento de vida.Yo espero y exijo, y estoy seguro queobtendré, el mismo comportamiento devuestra parte. No podemos ser inferioresa nuestros antepasados, quienes tambiéndieron su vida por la Religión, porEspaña y por el Rey, ni someternos alescarnio de las generaciones futuras queverían en nosotros los traidores de todocuanto es noble y sagrado. ¡Morid,entonces, para vivir con honra! ¡Vivid,entonces, para morir honrados! ¡VivaEspaña! ¡Viva el Rey! ¡Viva CristoJesús!

—¡Viva! —gritaron a una los

marinos, tirando las gorras a lo alto yentonando los aires marciales de laguerra—. ¡Muerte al hereje! —exclamaban al son de los tambores queotrora hacían temblar a Europa,haciendo que huyeran despavoridos losrebeldes de Flandes.

Al otro lado de la bahía, enBocachica, Vernon se reunía con sussoldados y oficiales en las ruinas de loque un día había sido el poderosocastillo de San Luis; desde lo alto de sushumeantes escombros y parado sobre labandera de guerra española, bajo el airepestilente de los muertos, que todo locontaminaba, se dirigió a los soldados,

diciendo:—¡Soldados de la Inglaterra

invencible! Habéis coronado con éxitola empresa más difícil que hasta ahorase os había encomendado. Los colonosamericanos han realizado una magníficatarea de toma y conquista del fuerte quese erigía amenazante ante nosotros.Ahora os disponéis a conquistar laciudad perla de las Antillas, laconsentida de España, la niña de susojos. Heriréis el Imperio Español en supropio corazón. Pero esta tarea no seráfácil. Requerirá los mejores hombres ylos mayores esfuerzos. Inglaterra esperaconfiada que tanto sus hombres como

sus colonos americanos entreguen a suRey el glorioso tesoro de ver humilladala arrogancia de estos salvajes, de versus banderas arrastradas por el lodo y suosadía abatida por nuestras armas.Soldados: la hora de Inglaterra hallegado. Las tierras americanas sonnuestras. ¡Arrojad al español de ellas!

—¡Arrojémoslo! —gritaron en coroy echaron salvas de victoriaanticipada. Tres descargas de artilleríaenmarcaron sus palabras. Washington seabrazó con Vernon y tanto elalmirantazgo como el generalatobritánico se dieron la mano y brindaroncon ron la próxima gran victoria que se

aveci naba.Los carros de la guerra se estaban

preparando para el gran choque. Vernonordenó que la fragata Spencer corriera aInglaterra a avisar que la caída deCartagena era inminente, pues ya elprincipal obstáculo había sidoconquistado. No había tiempo queperder; Bocachica, con sus muertos,quedaría atrás mientras él avanzaríaraudo hacia el interior de la bahía. Sólodejaría un pequeño destacamento desoldados que se encargaría,tardíamente, de quemarlos en unadescomunal pira que, finalmente, noardió lo suficiente. La fragata enviada

por el Almirante llegaba a Inglaterra el17 de mayo con las alentadoras noticiasde pasadas y próximas victorias; elpueblo británico rebozaba de alegría.Los vítores a Vernon no se hicieronesperar y su nombre se pronunciaba entodas las calles y hogares, en los baresde la ciudad y hasta en el Parlamento.Sus amigos políticos mandaron acuñarunas medallas y monedasconmemorativas de aquella gesta. Enellas aparecía el Almirante recibiendola espada de Blas de Lezo, quien,arrodillado, la entregaba a suconquistador. En el Museo Naval deMadrid se conservan treinta y ocho

ejemplares distintos; también en elMuseo Nacional de Colombia; tienenuna leyenda que dice: «La arroganciaespañola humillada por el almiranteVernon». En el reverso se ve la Armadainglesa fondeada en el puerto deCartagena, con otra leyenda que reza:«Los héroes británicos tomaronCartagena, abril 1, 1741». Los festejosen Londres, con fuegos artificiales yborracheras públicas, duraron variosdías. Estaban ebrios de victorias.Inglaterra prevalecería sobre España; elRey sobre el Papa; la materia sobre elespíritu.

Del 6 al 11 de abril el enemigo se

lamió las heridas y se reorganizó parallevar a cabo el asalto final. Pero noenterró los muertos, que ya hedían ycontaminaban el ambiente, las aguas ylos alimentos. No había tiempo nifuerzas para ello. Un espía informó deesto al general Lezo quien, pensativo,meditó sobre el hecho. «Quizás —pensó— la peste que caiga sobre ellos nosayude. Dios Todopoderoso, apiádate denosotros.»

En los días precedentes al 11 setapiaron las puertas de entrada a laciudad, se pusieron sacos de tierra, y secomenzó a hacer un foso alrededor delcastillo de San Felipe para que, puestas

las escaleras de asalto, no alcanzaran elborde superior de la muralla. Tambiénse empezaron a hacer con tierraapisonada y sacos de arena losparapetos y merlones del baluarte deSanta Isabel, y no fueron pocos losmerlones que se echaron abajo para sersustituidos con los costales repletos detierra. Las balas del cañón enemigoencajaban mejor en el mullido elemento.

Vernon convocó un consejo deguerra para decidir sobre el curso deacción. Volcado sobre los planos deCartagena indicó a sus oficiales lospróximos rumbos. Los ingleses habíansido detenidos en La Boquilla y a estas

alturas las dificultades del terreno y elfuego español habían impedido sumarcha hacia La Popa. El Virrey resistíaallí con solvencia, según habían sido losconsejos originales de Lezo en elsentido de no permitir dejar consolidarallí una cabeza de playa. El Virrey,finalmente, había entendido laimportancia de una recomendación quehabía sido desatendida en Bocachica yacatada, finalmente, en La Boquilla, conbuenos resultados. Por lo pronto, laPlaza no peligraba por ese lado. PeroVernon hacía planes de reforzar sudesembarco en La Boquilla y lanzar,penetrando la bahía, otro desembarco

en Manzanillo, asediar su fuerte, yavanzar hacia La Popa,independientemente de que sus fuerzasde La Boquilla lograran o no enlazar denorte a sur con las suyas que seaprestaban a lanzarse sobre Cartagenaen la operación descrita.

Por lo pronto, trasladaba su cuartelgeneral a Punta Perico, en la misma islaCárex, o Tierra Bomba. Esta punta eraideal porque desde allí se podía divisar,a tres kilómetros de distancia, el castillode Cruz Grande y el fuerte Manzanillo,que flanqueaban la entrada a la bahíainterior de Cartagena. Era el sitio idealpara hacer observaciones sobre el

terreno en que se desarrollarían lasoperaciones navales y militares.

El 10 de abril Don Sebastián deEslava convocó un consejo de guerra enel que se discutió la posibilidad deechar a pique los navíos El Dragón y ElConquistador para mejorar la líneadefensiva. A ese consejo asistieron DonCarlos Desnaux, Félix Celdrán, Pedrode Elizagarate y el propio Don Blas deLezo, quien se opuso rotundamente a laidea. En cambio, los mencionadosoficiales estuvieron de acuerdo enhacerlo, pues, según se dijo, estosnavíos no podrían resistir el fuegoenemigo y cumplirían un mejor papel en

el fondo del mar, impidiendo el tránsitoenemigo por la altura de sus mástiles.

—Los navíos deberán resistir hastalo último, Excelencia, y luego podránser echados a pique. El fuego de misnavíos tendrá que hacer el mayor dañoposible a la flota enemiga antes de serliquidados. Esta es la mayor locura queyo haya oído en mi vida.

—Pues no lo será tanta, ya que estosoficiales concuerdan conmigo en quedebemos hacerlo prestos, sin esperar aque sean abatidos. —Y luego,dirigiéndose a Desnaux, ordenó—:Coronel, haced un reconocimiento delcastillo de Cruz Grande y dependiendo

de cómo juzguéis la situación de ladefensa, se tomará la decisión de echarlos navíos a pique —concluyó el Virrey.

La conclusión de la visita deDesnaux era que el Castillo no podríaresistir dos días de asedio. El Virreyprocedió a enviar comunicación escritaa su castellano para que «clavase laartillería, echase la pólvora en el aljibey se retirase con su gente», abandonandoel Castillo, según ha quedadoconstancia en el diario de guerra delGeneral, quien también recibió la ordende echar a pique los navíos.

—Esta es la mayor locura que se vaa hacer en la defensa de Cartagena,

Vueced. Me parece asombroso quedecidáis echar a pique los navíos sindisparar un solo cañón de los cientoveinticuatro de que dispongo en losbuques. Además, he de insistir, el puntodonde han de hundirse los navíos no esel más correcto, pues la medida sobre laprofundidad del mar que nos dan losescandallos en ese sitio, es excesiva, yno habrá forma de impedir que elenemigo pase por encima de ellos. ¡Conesto abriréis el segundo cerrojo de laciudad!

—Pues, locura o no, General, todosme dicen que es el único remedio quequeda para evitar la entrada del inglés.

Los buques no pueden hundirse máshacia afuera porque el enemigo loimpediría. Así, los cañones de laEscuadra deben trasladarse a la ciudadantes de ejecutar la orden. Y no hay mástiempo qué perder —concluyó el Virrey.

—Haré lo que ordenéis, SeñorVirrey. Vos mismo sabéis que lasbalandras y el bergantín no hancumplido su cometido de taponar lagarganta; por eso sabed que pienso queos habéis declarado como el mayorenemigo de la Marina española convuestros actos, que no comparto. —ElVirrey lo miró con furia y odiocontenidos, porque sabía que aquella

acusación podría convertirse en cabezade proceso en un eventual juicio deresponsabilida des. Lezo, a su vez, hacíaesta misma anotación en su Diario deGuerra.

Con gran pesadumbre, Don Blas deLezo procedió a ordenar a Don Pedro deElizagarate que la decisión había sidotomada y que procediese a notificar alos capitanes de los navíos. Elizagaratecomentó:

—Teníais razón en vuestrodiagnóstico; el Virrey está loco. Allí lasaguas son muy profundas.

A las siete de la noche, sin que sehubiera disparado un tiro, o precisado

su hundimiento, El Dragón y ElConquistador comenzaban a serdesmantelados para ser arrojados alfondo del mar, en la garganta interior dela bahía. De los dos navíos se extrajeronunos 124 cañones que fuerontrasladados a tierra, además de pólvora,municiones, pertrechos, víveres y otrasvituallas. Pero baste detenernos un pocoen este escenario para hacer resaltar loilógico del esquema: según Desnaux, elcastillo de Cruz Grande no resistiría dosdías de asedio y, por tanto, había quedesmantelarlo e inutilizarlo;consecuentemente, los buques debíanser hundidos para evitar el paso del

enemigo. Salta a la vista que si losbuques hundidos iban a hacer encallar alenemigo, deteniéndolo allí, ¿para quédesmantelar un castillo cuyos fuegoscruzados con el de Manzanillo haríangran daño a un enemigo inmovilizado yatascado, sin mucha posibilidad demaniobra, en medio de la boca? ¿Y porqué no cavar trincheras y foso alrededordel Castillo para mejor defenderlo?¿Acaso las líneas de abastecimiento noeran más cortas, dada la proximidad dela ciudad? Esta decisión combinadaresulta paradójica. Ahora bien, ¿nohubiera sido más eficaz hacerresistencia con los navíos y los fuertes,

lograr el mayor daño al enemigo yhundirlos justo cuando la resistencia sehiciese insostenible, logrando,simultáneamente, detener al enemigoentre dos fuegos, pero ya bastanteaveriado por los tres puntos de ladefensa que presentarían una línea de154 cañones? ¿Y, acaso, el hundimientode los navíos ingleses, los que fueran,junto con los españoles, no lograrían elmismo efecto, pero con pérdidas para elenemigo? Esta había sido, sin quererlo,la mayor victoria del almirante Vernonen el sitio de Cartagena: la destrucciónde lo que quedaba de la Armadaespañola sin disparar un tiro. Pero nada

de raro tenía que así fuera. Era lunes,los asombrosos lunes de la CiudadHeroica.

El 11 de abril a las once de lamañana se acercaron dos botes inglesesnavegando detrás de la fragata francesa,El León, que venía, tardíamente, a traervíveres para la escuadra del almiranteTorres, habiendo podido eludir el cercoinglés. Los barcos ingleses pasaron porencima de los buques hundidos sinningún tropiezo, pues el agua, tal comohabía sido advertido por Lezo, era allídemasiado profunda; el General estabaen el fuerte de San Sebastián delPastelillo, distante unos cuatro

kilómetros de la boca de Cruz Grande,cuando los botes ingleses se acercarontemerariamente al Fuerte. Don Blas deLezo, en persona, apuntó los cañones ehizo fuego sobre el enemigo, que seretiró inmediatamente. La fragatafrancesa fue también hundida en la líneade defensa marina para ver si semejoraba el sistema. La fallidaesperanza era que los buques de grancalado no pudieran pasar la línea, unavez que los navíos de guerra españolesestuviesen en el fondo del mar, quizásapilados uno encima del otro sobre lasbalandras y el bergantín. Lo curiosohabía sido que a esa hora el fuerte

Manzanillo no hubiese disparadoningún cañón y los botes hubiesenpenetrado el interior de la bahía sinresistencia alguna. Lezo estabaindignado con el Virrey por la falta decontrol sobre los hombres que ahoramanejaban la artillería de tierra yestaban bajo su jurisdicción de mando.Tanto, que, avanzando hacia el puesto demando del Virrey, lo increpó diciendo:

—¡Os he entregado más decuatrocientos hombres de mar para queel capitán de artillería los dirigiese enlas baterías, y ni siquiera están en suspuestos para estos casos, Señor Virrey!¡Estáis comprometiendo gravemente las

de fensas de Cartagena, Señor!Este fue otro desencuentro fatal para

su mutuo entendimiento en aquel teatrode operaciones. A esa hora otraembarcación inglesa, esta vez un navíode setenta cañones, se acercó y abriófuego contra el castillo de Cruz Grande,que ya había sido evacuado. Cuando elenemigo vio que no respondía el fuego,se aprestó a desembarcar botes ylanchas para tomarlo. La banderainglesa pronto ondeó en el Fuerte, con locual toda la Armada se fue acercandoominosamente, al son de músicas deguerra y batir de tambores, quecomenzaron a causar un impacto

psicológico adverso en la gente de laciudad, particularmente en la del arrabalde Getsemaní. Lezo anotó en su diario:

…Lo que antes [losingleses] no hicieron mientrasreconocieron que había genteen él y se mantenían los navíosdel Rey […]; y con justa razónme opuse a que se abandonaseel Castillo y se echasen a piquelos navíos, pero he reconocidoque muchos meses a esta parteha despreciado este caballerotodo cuanto he dicho.

Al día siguiente Don Blas de Lezorecorría a caballo los parajes de laensenada de Manzanillo y Albornoz einstruía a la tropa sobre la forma deproceder en caso de desembarco. En eltejar de Gabala dejó tres piquetes desoldados (150 hombres), uno en laquinta, uno en el desembarcadero, otroen el tejar de Gracia y otro más en lascercanías para cerrarle el paso alenemigo y proteger el fuerte en suexterior. Ese día, 12 de abril, secompletaba el desmantelamiento de losnavíos españoles y se aprestaban aecharlos a pique. Pero la Armadainglesa ya estaba demasiado cerca y no

había quedado más remedio queincendiarlos, sin tiempo para hundirlos.Ambos quedaron barrenados y a medioincendiar. El Conquistador fue abordadopor los ingleses, mientras un navío desetenta cañones con un pescante,virándolo, lo llevaba remolcado hacia elcastillo de Cruz Grande, salvándolo asípara el enemigo. El otro buque fueabrasado por las llamas y no cumplió sucometido de bloquear la boca bajo elagua. Una vez más, Lezo ganaba yEslava perdía, pero Cartagena tambiénperdía.

A las nueve y cuarenta y cinco de lamañana del 13 de abril comenzó el

bombardeo sobre la ciudad amurallada,mientras otra escuadra asediaba,simultáneamente, a Manzanillo. Lasbombas habían caído por primera vezsobre la Heroica. Lezo ordenó a suspiquetes a permanecer alerta toda lanoche y retirarse al bosque antes de lamadrugada para evitar las bajascausadas por la artillería. En efecto,esa mañana se abrió fuego sobre el tejarde Gracia, ya en tierra firme y tras laisla de Manga que, aunque sin tropa niciviles, sus edificaciones encajaron elcastigo del enemigo. Lo curioso fue quesólo tres cañonazos fueron respondidosdesde la ciudad amurallada, según Lezo

anota en su diario, lo cual podríasignificar que reinaba algún tipo de caosdentro de ella. Parecía evidente que laoficialidad no estaba cumpliendo conlas órdenes, o que éstas eran demasiadoconfusas. Esto era verdaderamentesorprendente, y el General no llegaba aexplicárselo. ¿Acaso faltaba pólvora ymunición? ¿No habían abierto lospolvorines para ese propósito? ¿Acasono la habían suministrado a tiempo?¿Qué clase de comandante era el Virrey?

En todo caso, Lezo entendió que laPlaza no estaba preparada, en esemomento, para una defensa efectiva yque si el enemigo se decidía a atacar en

forma, la ciudad podría sucumbir. Elenemigo había osado penetrar campantepor la segunda línea de defensaconstituida por los fuertes de CruzGrande, ya desmantelado, y Manzanillo,situado en la boca misma de acceso aCartagena. Pero es posible que elenemigo interpretara ésto como algúntipo de trampa encaminada a tenderleuna celada y no hizo movimientos deataque frontal, porque, si los hubierahecho, el resultado hubiera sidocatastrófico para Cartagena.

Es en ese momento cuando Lezodecide enviar un comunicado al Virreysugiriéndole, nuevamente, que se

fabricase una trinchera desde el Caño deGracia hasta el caserío de la Quinta y dela Quinta hasta la Ciénaga de Tesca, yque se esperase al enemigo allí; esto conel propósito de que las tropas de LaPopa defendieran el flanco sur, tal ycomo el General lo había previsto en susprimeros enfrentamientos con el Virrey.En el entretanto, los barcos seguíandescargando su artillería sobre la zonade Manzanillo y hasta un paquebote deseis cañones y ocho pedreros entródentro del Caño de Alcivia y comenzó acañonear el puesto comandado porJoseph de Rojas, quien no permitió queotra lancha de desembarco dejara

hombres en tierra. Los ingleses tenían yaprácticamente rodeado el sitio escogidode desembarque y cruzaban fuegos conlas baterías apostadas en tierra y en elFuerte. Don Sebastián de Eslava pasórevista a las tropas el día 15, pero nocontestó los requerimientos ysugerencias del General; éste,reaccionando con entereza y decisión,llamó a su oficial de órdenes, DonPedro Elizagarate, y con él enviósolicitud al Virrey de relevarlo delmando, «porque, para retirarme conignominia, prefiero que envíen a quienquisieren, porque lo demás era vivirengañado bajo apariencias de aparentes

disposiciones nada convenientes alservicio del Rey y deshonra a loshombres de mi carácter». Entonces, elvirrey Eslava procedió a relevar delmando externo al general Lezo y leordenó entrar en la ciudad. PedroCasellas fue el oficial encargado deremplazarlo en Manzanillo quien, comose recordará, había sido el competentecomandante de las baterías de Crespo yMas.

Ese mismo día, por la noche,desembarcaron 1.500 hombresdispuestos a consolidar una cabeza deplaya desde la cual se aprestarían alanzar una ofensiva general contra el

castillo de San Felipe, localizado a unoscinco kilómetros al norte de Manzanillo,una vez tomada La Popa. Los británicostambién desembarcaron en la isla deManga y emplazaron morteros para batirel castillo de San Felipe desde su orilla,separada por el Caño de Gracia. Todala noche las fragatas y las bombardasapoyaron el desembarco enemigo. Lasbombardas eran naves cuyamaniobrabilidad era lenta y pesada,pero servían muy bien de plataformas delanzamiento de fuego de morteros. A lamadrugada siguiente el castigo artillerono había cesado y ya 3.000 hombres sehacían fuertes en el Playón, entre el

caserío de la Quinta y el tejar deGabala; la Compañía de Granaderos deEspaña, traída recientemente a la zona,huyó al ver el avance decidido de latropa inglesa en número avasallador;sólo catorce hombres de dicha compañíapermanecie ron firmes y cuando llegaronlos Piquetes de Marina, con 350hombres, traídos por Don Blas, yarelevado de todo mando efectivo, y loscien hombres del Regimiento deInfantería Aragón, se unieron a ellos y seenfrentaron al enemigo. El combate fueduro; algunos heridos del bando españolrasgaban la camisa y se hacíanimprovisados torniquetes para contener

la sangre de las heridas; a otros se lesveía en el suelo con apósitos en lafrente, mientras otros se parapetabandetrás de los arbustos. No estabandispuestos a rendirse, pues su generalestaba allí, con ellos.

Se había visto desertar a un soldadoportugués de la Compañía deGranaderos y pasarse a las filasenemigas. Este incidente le fuecomunicado a Blas de Lezo al punto quellegó con sus hombres; el deber loimpulsaba a hacer caso omiso de sureciente relevo de mando.

—General —le dijeron—, tenemosentre las filas a un traidor. Es un

portugués de nombre Juan Fernandinhode la Compañía de Granaderos. Lohemos visto pasar a las filas enemigas…—Pero no hubo tiempo para másexplicaciones, porque en ese momentola carga inglesa fue sobrecogedora; losespañoles comenzaron a retroceder anteel feroz ataque de fusilería. Eranincontenibles. Pero, afortunadamente, laretirada se iba logrando hacer de manerapausada y ordenada.

El enemigo entró en Gabala y laQuinta, asegurando el área mientras losespañoles retrocedían hasta el Playón deSan Lázaro. La compañía deGranaderos, diezmada, había quedado

totalmente aislada del Cuerpo deEjército que defendía las laderas delSan Felipe. En el Playón seatrincheraron como pudieron, mientraseran cercados totalmente por el enemigoque no daba tregua. Para ellos, lasituación no sólo era desesperada sinocatastrófica. A Blas de Lezo lo habíanlogrado poner a salvo con unos cuantossoldados que lo escoltaban para que noquedara atrapado con el resto de laCompañía. La amenaza sobre San Felipeera más que evidente. El Virrey ordenó,entonces, hacer una batería nueva en lasfaldas del Castillo que apuntara hacia eltejar. Toda la noche prosiguió el

bombardeo, mientras las tropasbritánicas avanzaban, imparables, haciael cerro de La Popa. Como Lezo habíaprevisto, las empalizadas y trincherasque se habían construido quedaban delotro lado, al costado nordeste, pordonde no iban a atacar los británicos.No había nada que hacer. La Popa nopodía ser defendida. Los buquesenemigos apoyaban el avance muy porfuera del alcance de la artillería detierra de los fuertes. El Virrey hizotrasladar al costado sur su ejércitoacantonado al nordeste del Cerro, pero apecho descubierto, bajo el fuego de laArmada, la resistencia se desbarató.

El 17 caía el convento de La Popa yla bandera británica comenzaba a ondearen él. La situación no podía ser mássombría para la Ciudad Heroica. Sesituaban a menos de un kilómetro de SanFelipe y en terreno elevado. Estaban alas puertas mismas del burgo. Loscartageneros divisaron esa insignia y seaterrorizaron. Cartagena vivía momentosde inminente peligro. La ciudadamurallada estaba al borde del colapsoy sólo había que apoderarse del Castilloy comenzar a batirla desde allí. ElVirrey había asumido el mando efectivoy directo de todas las tropas, incluyendolas de Marina.

El soldado portugués, el desertor delas filas españolas, había caídoprisionero cuando se había adelantadodemasiado con unos compañerosingleses enfilados en el ataque. Habíasido conducido al Castillo adonde DonBlas, después de interrogarlo,inmediatamente ordenó su ejecución:

—¿Habéis desertado de losgranaderos del Rey y os habéis pasado alas filas enemigas?

—Sí, Señor —contestó elprisionero.

—Entonces, habéis traicionado alRey. ¡Colgadlo! —ordenó Lezo.

Cuando el Virrey se enteró de que

Lezo había ordenado la ejecución delsoldado, hizo llamar al General. Eslava,mirando a Lezo con displicencia, dijo:

—El prisionero no ha de ser colgadoporque está herido. En cuanto a vos,General, podéis marcharos a la ciudad,que yo me ocuparé de la defensa de SanFelipe. Vos no tenéis ya mando alguno.

—Pues, con mando o sin mando, soyde la opinión de que este hombre debeser ahorcado sin más contemplaciones.Ni siquiera en momentos de tantopeligro para las armas del Rey soiscapaz de dar ejemplo a la tropa. Y encuanto a lo de irme a la ciudad, sabedque he de permanecer en San Felipe

haciendo cuanto pueda, porque soyhombre de guerra y porque tengoórdenes del Rey de defender esta plazay, por tanto, aquí he de permanecer que,aunque sin mando, he de actuar comosoldado raso. —Su respuesta fue tantajante, que el Virrey no dijo más; lascartas ya estaban echadas. La distanciaentre el virrey Eslava y Blas de Lezo eraya insalvable. Esto era unainsubordinación que el jefe político ymilitar de la Plaza no toleraría.

—Coronel Desnaux, que curen a estehombre las heridas —ordenó Eslava.

Don Blas de Lezo estaba, para todoslos propósitos prácticos, sin nada qué

hacer en la defensa de la CiudadHeroica, como desde hacía mucho lallamaban. Empero, no duraría mucho sudestitución. A las 8:30 de la noche losingleses hicieron toque de llamada ysacaron bandera blanca paraparlamentar la recogida de muertos yheridos. Un soldado con tambor y unnegro se acercó al Castillo, bandera enmano, y gritó:

—Pedimos unas horas de graciapara recoger a nuestros muertos y curara nuestros heridos.

—Os concedemos la gracia para querecojáis los muertos, pues los heridosya los hemos recogido nosotros y están

siendo atendidos en la ciudad. Además,los heridos son nuestros prisioneros.Decidle a vuestro capitán que lasmonjas curan sus heridas y los cuidancon esmero —contestó Alderete desdelo alto de la muralla.

El 18 de abril llegaba comunicaciónde Vernon a los habitantes de la ciudadexhortándolos a darle obediencia acambio del libre comercio con losingleses y ejercer libremente su religión.La comunicación iba dirigida a DonTomás Lobo, clérigo de Cartagena. Laescuadra inglesa concentraba ahora suataque en el Playón de San Lázaro,apoyando sus tropas de asalto con el

reblandecimiento de las fortificaciones.El Castillo respondía ya con todo elfuego de que era capaz. La aparenteinsuficiencia de los primeros momentosdel ataque había sido superada.Cartagena se veía entoncesestremecida por el ruido ensordecedorde las bombas, el rugir de los cañones,el impacto de los proyectiles; la guerrahabía llegado a sus puertas. Lapoblación que quedaba en la ciudad sehabía refugiado al otro extremo de lamisma mientras que cada hombre enedad de combatir estaba prestando suservicio al frente, ora atendiendoheridos, ora disparando artillería, ora

fusiles, ora llevando agua para apagarlos incendios que provocaban las balasincendiarias. Las casas y edificacionesde la ciudad se desbarataban con losimpactos del cañón.

La lucha por consolidar eldesembarco en La Boquilla también seencarnizaba; las baterías resistían, peseal cañoneo continuo de los navíosingleses; los soldados españoles salíanen piquetes a hostigar al enemigo, que seveía en dificultades para lograr elavance y acercar lo suficiente sus piezasde artillería. Finalmente, fue desalojadode sus posiciones el comandante delregimiento de Aragón, el capitán

Antonio de Mola, quien se presentó alpalacio virreinal esa misma madrugadaa solicitar refuerzos; el virrey Eslava leconcedió doscientos hombres, quemarcharon inmediatamente con él haciael frente, para cerrar la brecha que sehabía abierto en las defensas del litoral,al este de la ciudad. El enemigo fuecontenido nuevamente y no pudolanzarse por la brecha abierta haciaCartagena. Pero el frente suramenazaba derrumbarse. Allí, en LaPopa, los hombres del Virreyretrocedían hasta las inmediaciones delcerro de San Lázaro donde se erguía,ciclópeo, el castillo de San Felipe. El

enemigo avanzaba incontenible. Untoque de trompeta señaló la retirada quese hizo, por fortuna, en orden hacia elCastillo. Los hombres, en su ascenso,luchaban como podían para que suspo siciones no fuesen rebasadas.

Don Blas de Lezo volvió a insistirante Eslava sobre la necesidad dereorganizar las fuerzas y reemprender unataque para desalojar totalmente alenemigo de la zona ocupada,aprovechando la oscuridad de la noche yla desprevención de sus fuerzas, asícomo de la circunstancia de que losingleses habían decidido no persistir ensu persecución. Se estaban replegando

hacia La Popa. Pero Eslava volvió amalgastar la oportunidad que se lebrindaba. Evidentemente, el Virrey erarefractario a luchar a campo traviesa yprefería parapetarse tras las murallas ylos baluartes. Esto ya había quedadosuficientemente claro. Los soldados delVirrey estaban a salvo dentro de lasmurallas, pero no así el fuerte ni laciudad.

El enemigo no había persistido en suarremetida, porque se necesitaba elapoyo artillado de la Armada y de lasbaterías de tierra, particularmente las deLa Popa, que no estaban listas todavía;una vez en forma, podrían tomarse el

castillo de San Felipe de Barajas,último reducto de las defensas.Cartagena estaba a tiro de as.

Capítulo XIV

San Felipe, el últimocerrojo

Esta escuadra sólo haquedado para conducircarbón de Irlanda aLondres.

(Carta de Lezo aVernon)

Hemos quedado

libres de estosinconvenientes.

(Lezo al virreyEslava)

La suerte del castillo de San Felipede Barajas estaba prácticamentesellada. Sólo un milagro salvaría elFuerte; con él, a Cartagena de Indias, ycon Cartagena, el Imperio Español. ElCastillo se encuentra en direcciónsureste de la ciudad amurallada, eninmediaciones del arrabal de Getsemaní,

situado a menos de un kilómetro. ElCastillo estaba construido de talmanera que sus baterías ocuparandiferentes planos en la topografía, unasmás altas, otras más bajas, con el fin depoder batir desde distintas alturas elterreno y al enemigo. Las baterías deSan Lorenzo y Santa Bárbara, con susreductos intermedios, por ejemplo,dominan con fuegos rasantes ylaterales todo el terreno comprendidodesde el Playón del Cocal hasta el piedel Cerro. Las baterías estabandispuestas de suerte que todas se dieranapoyo mutuo y, si las más bajas caían enpoder del enemigo, pronto recibirían el

fuego de las más altas, dificultándose asísu ocupación permanente. La batería deSan Carlos era la que mejor se situabapara batir los cerros cercanos, aunque eldominio de las alturas del cerro de LaPopa constituía un grave peligro para elCastillo.

Pero la penuria dentro de sus murospor la falta de provisiones era muygrande. La falta de agua se hacía sentir yno había quedado más remedio quecomerse los últimos escuálidos caballosque quedaban ante la imposibilidad dedarles pienso o hierba; esto erapreferible a verlos perecer de hambre,aunque los comandantes sabían que

aquellos animales podrían servir en unmomento dado, así fuera para dar unadébil carga. La carne fue cortada a tirasy salada como convenía en aquellosclimas. Nuevamente se almacenó enporciones para mejor dotar de racionesa la tropa. La oficialidad españolasabía que no podían resistir esasituación mucho tiempo aunque losingleses fuesen contenidos en el campo.¡Algo había que hacerse!

El Virrey estaba ahora encerrado enaquel Fuerte, asediado por el enemigoque acampaba en las estribaciones delcerro San Lázaro. Eslava se paseadurante horas con las manos

entrelazadas en las espaldas, sin saberqué hacer ni qué camino tomar. Sentía lapresión de la oficialidad que, de algunamanera, le hacía saber la necesidad detener a Lezo al frente de las fuerzas.Todos sabían que el General, con susola presencia, infundía respeto yánimo a la tropa. Parecía un tigreenjaulado. Finalmente, tomando una duradecisión y en un acto de humildadreprimida, el Virrey convoca a Don Blasde Lezo y le dice:

—General, reasumid la defensa delCastillo y reincorporaos a la guerra.

—No, si antes no admitís que teníarazón en lo que os prevenía —responde

Lezo con la grave serenidad de quiensabe que tiene la situación en susmanos.

—Teníais bastante razón, General—dijo el Virrey a regañadientes.

—Haré lo que pueda, Señor Virrey,pero nada os garantizo —gruñó altivo ypresentando plaza de soldado.Inmediatamente, Lezo llamó a Desnaux yordenó con pasmosa frialdad castrenseque el soldado portugués fuese colgadoy exhibido desde lo alto del castillo deSan Felipe con un letrero que dijera:«Esto espera a los traidores». Eslava nose opuso. La muerte era el ferozdisuasivo con la que los médicos y los

soldados debían acostumbrarse.Las bombas de las baterías

emplazadas en la isla de Mangacontinuaron cayendo toda la noche sobrela ciudad y el Castillo, que tambiénrespondía el fuego. En el entretanto,Lezo ordenaba la excavación de un fosoalrededor del Fuerte, tarea que fueejemplar y aceleradamente ejecutada denoche por trescientos hombres; este fosoya había sido recomendado por Lezo,pero el ahorro de recursos que se habíapropuesto Eslava no había permitidocompletarlo a tiempo. Ahora se teníaque terminar a toda prisa y bajo el acosodel enemigo. La idea era no permitir que

las escaleras del inglés alcanzasen lacima de las murallas. «Maldito Virrey—pensaba Lezo— ya se ha hechodemasiado tarde para dar una cargacontra el enemigo en la playa y ahoratambién se hace fuerte en La Popa.»

Pero dos ideas adicionales delGeneral decidieron la suerte de lasarmas españolas. En la tarde del 19 deabril ordenó completar la excavación detrincheras en la ladera sureste del Cerrocon el propósito de que sus hombressalieran del Castillo y las ocuparan. Élmismo recorrió a pie el campo de lo queiba a ser el principal escenario delúltimo combate. Se trataba de una larga

y zigzagueante trinchera en forma de zetaque descendía por la ladera y quepermitía cubrir varios flancos a la vez yno ser desbordada en una primera carga.Había decidido, pues, batirse con losingleses en el campo y no permitir quelo asediaran dentro de los muros. Deotro lado, esta decisión iba a permitirque la artillería enemiga se desviase decastigar las murallas, intentando abrirbrecha en ellas, y se concentrase en sushombres atrincherados. Allí esperaría arecibir la carga del enemigo. Para esafaena Lezo pidió reclutamientovoluntario de las mujeres que habíandecidido quedarse con sus maridos, y

hombres no aptos para la lucha, quienesfueron desplazados desde la Plaza ydesde el arrabal de Getsemaní, dando unlargo rodeo por el costado oriental delCastillo y al amparo de las baterías deManga, para así ayudar a terminar deexcavar las trincheras que todavía noestaban concluidas. Había queconectarlas con el foso y entre símismas, para facilitar elaprovisionamiento de los hombres alresguardo de sus paredes. Las mujeresse emplearon en una doble labor:cientos de ellas iban y venían cargadascon provisiones y herramientas de todotipo desde la ciudad amurallada.

Trabajaron como mulas, principalmentede noche, y a la luz de los candiles,hombro a hombro con un enjambre deviejos y de niños. Algunos voluntariosfueron alcanzados por las bombaslanzadas desde Manga, pero nadiecedió al pavor causado por el enemigo.Los neogranadinos, como lodemostrarían más tarde en las luchasindependentistas, y en las guerrasfratricidas del siglo XX, eran, como lospeninsulares, huesos duros de roer ytenían profundo sentido del honor. Nadiequería dejar entrever a su compañeroque el «macho» se le venía a menos.

La segunda idea de Lezo fue

despachar dos soldados españoles a lasfilas enemigas a actuar como desertores;su misión era desviar el grueso delejército hacia la cortina oriental delFuerte bajo el engaño de que por allí laescalada de la muralla sería más fácil.Pero esta idea fue recibida conescepticismo y preocupación. Elcoronel Desnaux advirtió a Lezo que elajusticiamiento del portugués no haríaque los ingleses tragaran ese anzuelo.

—Ahorcarán a los supuestosdesertores, mi General. No debemostomar ese riesgo —gruñó el Coronel,incrédulo.

—Aquí ya no hay riesgos por tomar,

mi Coronel. Aquí lo que hay es lacerteza de que Cartagena caerá, por loque el riesgo está en no arriesgarse —concluyó Lezo con decisión.

En el entretanto, la orden deejecución del portugués se llevaba acabo con todas las solemnidadesmilitares correspondientes. La noche del19 de abril los ingleses comenzaron aanunciar que se aprestaban a asaltar laenorme fortaleza haciendo un inusual y

constante golpe de tambores mayores.Era un seco y permanente bum, bum, queanunciaba el asalto final, empleado, talvez, para asustar y acobardar a losdefensores. Desde las murallas sedivisaba el campo iluminado por cientosde antorchas. El Padre Lobo fue traídoespecialmente para que confesara al reoy le diera la absolución, cosa que hizodespués de escuchar un pormenorizadobalance de sus faltas. El eco del bumbum sirvió de marco a una extrañaconversación que surgió del fondo de unmiedo terrible a la muerte:

—Creo que hice esto, Padre, porquemi país ha sido siempre aliado de los

ingleses…—Yo no sé de política, hijo, pero

me parece que tú eras aliado de España.—No creo que merezca la pena de

muerte, padrecito. Cristo dice que hayque perdonar al enemigo —dijo casilloroso y con poca disimulada angustiael soldado.

—Bueno —responde el Padre conasombro—, es mucho más complicadoque eso. Cristo lo que dice es que hayque perdonar al enemigo personal, ypara designarlo usa la palabra inimicus,que denota eso en latín; nunca dijo quehabía que perdonar al enemigo público,pues jamás usó la palabra hostis, que así

lo denota. Infortunadamente, tú teconvertiste en un enemigo público…, tesumaste a los enemigos, y para colmo,herejes. Mira, hijo, sé cuánto sufres,pero, si en algo te consuela, piensa quetodos hemos nacido con una sentencia demuerte sobre nuestras cabezas. A ti sólote han adelantado la fecha… —Y el curaagachó la suya en signo de reflexión.

—¿Usted cree que me iré al cielo,Padre? —fue lo único que Fernandinhoatinó a preguntar, perplejo, utilizandomás los ojos ansiosos que las palabrastan extrañamente acentuadas que usaba.

—Por lo menos por esta traición ypecado no te irás al infierno, pues por

ello te han condenado y eso es lo únicoque te puedo garantizar —contestó elbuen Padre, pensando en que el salariodel pecado es la muerte, como estabaescrito y que, como Santo Tomás decía,la pena capital formaba parte de lacaridad evangélica. Después de unabreve reflexión, añadió—: Recuerdaque Cristo no se rebeló ante la muerte,por más injusta que pudiese haber sido.Por el contrario —dijo recordando elEvangelio de San Juan— enseñó quePilato no habría tenido ningún poder amenos que le hubiese sido dado desdearriba. Debes resignarte a la pena ybuscar consuelo en el Cristo, que, no

siendo pecador como tú, asumió conresignación la injusta sentenciaimpuesta, hijo mío, y con ello le otorgóesa jurisdicción al Estado… —Y elcura, ya visiblemente conmovido, y sinatinar a saber si lo había consolado,alejó su mirada del sentenciado.

Alguien entró y aconsejó al reo queprimero hiciera del cuerpo, pues erasabido que a veces los ahorcadosmanchaban los pantalones. Luego elsoldado marchó en compañía del Padrey dos guardias hacia el improvisadocadalso compuesto por una viga demadera que sobresalía de la techumbrede un puesto de guardias, arriba, en lo

alto del San Felipe, que dominaba elhorizonte ahora visible por las antorchasinglesas. Fernandinho pudo guardar lacompostura hasta el final, aunque nopodía reprimir el temblor que le sacudíatodo el cuerpo. Se arrodilló junto albanco que serviría de cadalso y pidióque el Padre le diera una últimabendición. La cara se la cubrieron conuna improvisada capucha negra. Debajode sus pies se puso el banco, se leataron las manos a la espalda y se leapretó la soga al cuello. Como letemblaba el cuerpo, fue preciso sujetarsus piernas y sostener el banco para queno se volcara, ahorcándose

prematuramente. Cuando el banco estuvoestabilizado, empezó el redoble rápido ymonótono de tambores, mientrasLorenzo de Alderete leía la sentenciaemitida por traición a sus compañeros,al Rey y a España. Con voz solemne fueleyendo despacio y cadenciosamente lasumaria sentencia, muy al estilocastrense, subrayada ahora por lacadencia unísona y sincopada de lostambores que anunciaban el luctuoso,aunque aleccionador, desenlace:

—Esta es la justicia que el ReyNuestro Señor y sus reales ejércitosmandan a hacer a este hombre por latraición efectuada contra su persona y

contra España el pasado 15 de abril de1741. El reo fue visto pasarse alenemigo y es confeso de traición. Quiental hizo, que tal pague.

La guarnición contemplaba sinpestañear aquella escena. En los rostrosapenas se dibujaba el asentimiento a lajusticia militar. Acabada la brevelectura, se suspendió de golpe elredoble y acto seguido Alderete dijoron camente:

—Dios se apiade de tu alma —eindicó con la cabeza que el verdugotumbara el banco, lo cual fue hecho deun puntapié.

El soldado emitió un gemido hueco,

ahogado, se contorsionó por unos largossegundos y luego, incapaz de vivir, sedescolgó flácido. Su cuerpo fue,entonces, suspendido desde lo alto de lamuralla para que todos lo vieran,incluidos los ingleses, muchos de loscuales no llegaron a explicarse aquellaextraña exhibición. Un par de antorchasiluminaron sus despojos y esa nochepara todos fue evidente lo que aquellose proponía: el soldado que desertara alas filas enemigas y traicionara al Rey,sufriría las mismas consecuencias. Elominoso cartel colgado del reo loaclaraba.

Así las cosas, los fingidosdesertores salieron hacia el campoenemigo y, con dos raídos traposblancos, dando voces a los ingleses,fueron inmediatamente capturados yllevados adonde el general De Guise,quien atentamente los escuchó,haciéndose traducir cada palabra de losagitados soldados. Pronto otroscomandantes se enteraron del suceso. Lanoticia fue recibida con reservas, dudasy aprehensiones por parte de laoficialidad, sobre todo del coronel

Grant, quien dijo al general De Guise:—Esto es una trampa, milord.—No lo creo. El enemigo está

desmoralizado y comienzan a pasarse anuestro campo. Empezaron losportugueses. Ahora son los españoles.

—El ahorcamiento del portugués hatenido que servir de lección y dudo quealguien más se atreva a hacerlo —concluyó Grant.

—Por eso mismo no lo creo. Noserán tan estúpidos en pensar que, trasese ajusticiamiento, pueden tendernosuna trampa tan infantil. Estosdesertores son en verdad desertores,Coronel, y hay que atender las noticias

que traen. Utilícelos para buen provechode nuestras fuerzas.

Y fue así como quedó montada ycreída la trampa más infantil einverosímil en la historia de la guerra.Los supuestos desertores se aprestaron aconducir a los ingleses en la oscuridadde la madrugada hacia la ladera oriental,donde, según habían explicado al altomando inglés, había un punto por dondeescalar.

La noche del 19 de abril el enemigocontinuó desembarcando más morterosy hombres. Se aprestaban, muy tempranoen la madrugada, a tomar por asalto elCastillo. Pero el gran problema había

sido la escasa cobertura que, a juicio deWentworth, la Marina británica habíadado a las tropas de asalto, comoresultado del intenso fuego de artilleríaproveniente del castillo de San Felipe,del fuerte de San Sebastián delPastelillo y el apoyo de la ciudadamurallada. Los navíos británicoshabían recibido tal castigo que no lesquedó más remedio que retirar losbuques fuera del alcance del cañón. Selimitaron a enviar bombardas de nochepara continuar lanzando bombas contrala ciudad y los castillos, cosa queprovocó la prolongación de losincendios. La penuria de los

cartageneros iba en aumento a causa delagua que tenían que emplear parasofocar las llamas que todo lodevoraban. Las casas de los pudientes,que tenían aljibes propios,suministraban ahora el agua para laciudad y sus habitantes.

Durante las horas siguientes losespañoles continuaron cavando el fosodefensor y las trincheras; esta operaciónera nocturna, porque a lo largo del díalos ingleses los acosaban con el fuegode los navíos y bombardas que, de todasmaneras, eran también castigados porlas baterías costeras. Los navíosingleses se encontraban frente a la

desventaja de la altura del castillo deSan Felipe de Barajas que, cual unColoso, dominaba el Cerro San Lázaro ydesde allí batía con mayor facilidad alenemigo. Vernon pronto observó queesta desventaja obraba muy en contrasuya y, por tanto, insistió en que suablandamiento y eventual toma debíaverificarse por tierra, sin importar loshombres sacrificados en la operación.Para él era más importante poner a salvosu Armada.

Los defensores, atendiendo lasórdenes de Lezo, también empezaron adesbrozar el monte que había alrededorde la huerta de Belesain y Gaviria,

adonde estaban las últimas avanzadasespañolas que habían sido rebasadas,pero no dominadas y, por supuesto,atrincheradas en uno de los flancos demayor peligro. Éstas quemaron laschozas y tejares para obtener una mejorvisión sobre el enemigo que tambiénestaba empeñado en hacer trincherasparalelas y reducir aquellas avanzadasque, como un bolsón, permanecíanaisladas de las fuerzas principales delCastillo. El enemigo se había hechofuerte en la isla de Manga, emplazandomorteros y artillería en la orilla este dela Isla, separada del Castillo por elCaño de Gracia, desde donde

disparaban sus bombas contra ambosfuertes, el de San Felipe y el de SanSebastián del Pastelillo.

El enemigo continuó desembarcandohombres, morteros, artillería ypertrechos hasta el amanecer del 20 deabril, en previsión de lo que, se suponía,iba a ser una ofensiva a gran escala.Mucha artillería inglesa fue subida alcerro de La Popa para poder batirestratégicamente el Castillo. Loshombres se iban concentrando también alo largo de la cañada que va desde elcaserío de La Quinta hasta el tejar deGabala. Fueron bajados algunoscaballos de las embarcaciones para que

la oficialidad tuviera mayor capacidadde movilidad y visión sobre el terreno.Wentworth inspeccionaba la situaciónde las trincheras y del campo de muerte,además de conferenciar con susoficiales y generales sobre cual sería lamejor forma de lanzar el ataque,mientras Lezo, al mando nuevamente dela situación, ordenaba que se trajesenlas reservas de marinos que teníaacantonadas en Cartagena ydesabasteció totalmente la ciudad;fueron introducidos al castillo de SanFelipe al amparo de la noche. Cuandopidió a los civiles que se retirasen traslas murallas y ordenó volar el puente de

San Anastasio que daba acceso a laciudad amurallada desde Getsemaní,todo el mundo comprendió que lasituación era verdaderamente crítica.Tras las gruesas murallas, la gente nohizo otra cosa que encender velas a laVirgen y a los Santos y rezar elRosario, reunidos por grupos, en lasesquinas, cuando no en las Iglesias, paraimplorar victoria sobre el enemigo y lapaz sobre la ciudad. La explosión,sacudiendo los cimientos de las casascircunvecinas, se había oído en todo elrecinto amurallado e interrumpió, por uninstante, los rezos y las súplicas que,con más vigor, volvieron a empezar.

Lezo se estaba jugando sus restos. Asítambién lo entendieron los ingleses.

Wentworth, no obstante susuperioridad, tenía algunas reservassobre este segundo ataque. El graveproblema era la falta de un apoyo navalefectivo que derrumbara las defensasespañolas, tal y como se había hechocon el castillo San Luis. Exasperado porla cautela de Vernon, quien no seatrevía a plantar cara con su flota sinoque, más bien, efectuaba incursionesmáso menos sostenidas contra la Plaza,se trasladó a su cuartel general y loincrepó diciendo:

—Almirante Vernon, bien sabéis que

soy hombre decidido en la guerra y quevalor no me falta para afrontar los másgraves peligros. Pero no soy tonto.Mientras yo he dado una carga frontalcontra el cerro San Lázaro, vosescondéis vuestros navíos en el mar,alejados del cañón del fuerte y de laciudad. En estas circunstancias no puedoser yo responsable del éxito de laoperación ni su eventual fracaso puedeser atribuido a mi mando, ni a mishombres, que ya han puesto su cuota desangre en esta campaña.

—General, no estaréis insinuandoque mi Armada no ha puesto la suya —contestó mientras observaba con el

catalejo, desde Punta Perico, eldesembarco y emplazamiento de laartillería.

—Nada de eso, Almirante. Bien séque habéis puesto la vuestra. Pero no laestáis poniendo aquí, en el ataque final aCartagena. Yo he soportado casi todaslas bajas y sostenido como he podidolos combates. Hemos sido detenidos entodo el frente por los españoles ynuestra carga al Cerro nos haocasionado más bajas de las quecreíamos o de las que nos era posibleencajar.

—Pero no estáis reparando en quemis posibilidades para enfrentarme a los

fuegos combinados del Castillo, de lamuralla y del fuerte del Pastelillo, sonmuy limitadas. Esto se vio en losprimeros días de mi incursión con laArmada. Ya he perdido tres navíos ycuatro fragatas han sido seriamenteaveriadas.

—Eso es cierto, pero no vendríaisaquí con la ilusión de que vuestra flotaiba a regresar intacta a Inglaterra…

—¿Pero qué decís Vos del hecho deque tampoco habéis hecho progresoalguno en Manzanillo, donde no hayfuegos cruzados y mi Armada os estádando el apoyo necesario?

—Pues es evidente, Almirante, que

no se puede atacar todo a la vez, sinoque hay que establecer prioridades. Miataque en cuatro puntos distintos hadebilitado la contundencia de cualquierade ellos, y esta imprudencia se debe avuestra insistencia de tomárselo todo ala vez. El ataque al fuerte de Manzanillodebe suspenderse y, por el contrario,debemos concentrar tropas para reducirel fuerte de San Sebastián del Pastelilloy luego sí proceder a tomarnos el de SanFelipe. Tenemos que inutilizar ese fuerteprimero porque estamos cogidos entredos fuegos. Ahora bien, elabastecimiento de pertrechos ymuniciones a mis fuerzas se ha

convertido en un verdadero dolor decabeza. Carecemos de losabastecimientos necesarios parasustentar los ataques de manerasimultánea… Además, estamos escasosde agua y víveres y mis soldados estánenfermos.

—Lo que sucede, General, es quehabéis atacado a Manzanillo, perotambién habéis avanzado de esapenínsula hacia La Popa, dividiendo allívuestras fuerzas. Después de la toma deLa Popa, hemos sido detenidos en todoel frente de batalla…

—Si no hubiera dividido allí misfuerzas no se habría podido emprender

el asalto al cerro de San Lázaro,Almirante. Debéis tener en cuenta quetengo aislado y neutralizado unregimiento de España contra el playónde San Lázaro. Si no me hubiese tomadoLa Popa, ¿cómo diablos suponéis queestaría sitiando a San Felipe? ¿O cómosuponéis que he de cruzar el caño deGracia desde la isla de Manga? ¿Anado? Mis maniobras han sidoimpecables: he aislado un regimiento ytengo acorralados a los españoles contrael Castillo. El gran problema queesquiváis con vuestras apreciaciones,Almirante, es que no me estáis dando lasuficiente cobertura naval para avanzar

sobre San Felipe y estáis insistiendo enmantener el ataque al Manzanillo. Yoestoy diciendo que éste debesuspenderse, que debemosconcentrarnos en la toma del Pastelillo,primero, y luego arremeter contra el SanFelipe. ¡También estoy insistiendo envuestro apoyo naval!

—Mis cañones navales no llegan alCerro, a menos que me aproximedemasiado y me meta en la boca dellobo por el caño de Gracia. NingunaArmada puede soportar tres fuegosdesde tres flancos distintos. El peligrode suspender el ataque al Manzanillo esque dejaréis vuestra espalda

descubierta en vuestro avance por LaPopa y eso no lo puedo consentir. Hayque reducir al enemigo para evitar unataque por detrás. Lo que estáisinsinuan do es que me suicide, General.

—Lo que estoy insinuando es que meprestéis el debido apoyo para avanzar ypara esto se requiere de una grancoordinación de fuerzas, pero tambiénde un gran realismo militar en cuanto alas bajas se refiere. Es cierto quetendréis graves pérdidas, pero si no,¿cómo rayos queréis tomaros aCartagena? ¿O acaso creíais que estoiba a ser un paseo militar? Ya tengodesembarcados 4.000 hombres entre

Manga, Manzanillo y La Popa, perorequiero de vuestro apoyo naval paraescalar el cerro San Lázaro y tomar elCastillo, o de lo contrario esa gente serámasacrada. Los españoles han cavadotrincheras en la ladera sureste del Fuertey se requiere algo más que el batimientode las murallas para tomarse el Castillo:se requiere de una intensaconcentración de fuego sobre murallas ytrincheras, Almirante. He de concentrarel grueso de estos 4.000 hombres en elataque a San Felipe y desde Mangaapoyaré con morteros y artillería;también moveré artillería y morteros aLa Popa, pero es vital vuestro apoyo,

repito, para que estos hombres se tomenel Castillo.

Pero Vernon no iba a arriesgardemasiado lo que quedaba de su flota;dejaría el esfuerzo principal en manosdel ejército de tierra. Por eso, cuandoWentworth se reunió con Cathcart paraultimar los detalles del ataque, éste lerespondió indignado:

—Señor, yo no estoy dispuesto allevar a mis hombres a una matanzasegura con resultados inciertos. Si nohay apoyo de artillería naval, nodebemos obedecer estas órdenes. Elgeneral De Guise está de acuerdo con miparecer.

—Si no obedecéis las órdenes,General, mucho me temo que eso sellame «insubordinación», y bien sabéisque Inglaterra os ahorcará por ello. Y atodos los que os acompañen.

—Esto es lo más estúpido que hayaoído jamás. Vernon quiere resguardarsus barcos a costa de nuestros hombres.

—Es cierto —respondió Wentworth—, pero es, infortunadamente, elcomandante supremo de la fuerzaexpedicionaria y hay que obedecer. Yoencuentro que es imposible razonar conese hombre. Está demasiado inflado deorgullo y de victorias precozmentecelebradas.

Así, finalmente se acordó atacar alcastillo de San Felipe por los cuatrocostados; dos cuerpos de infantería almando del general De Guise atacarían,por el sureste, mientras el grueso delejército atacaría por el este, al mandodel coronel Wynyard, al abrigo de laartillería de la ciudad, aunque aquellaera la parte más empinada del Cerro;por el norte, el coronel Grant haría unasmaniobras de distracción. En elentretanto, Cathcart había llamado aWashington a que liderara con susfuerzas de colonos un ataque por elnoroeste. Desde la toma del San Luis elprestigio de Lawrence Washington

estaba considerablemente aumentado yahora era un militar respetable. Sussoldados coloniales habían resultadomejor de lo esperado, pues sudesempeño había sido intachable enaquellas jornadas. Esta situación era,precisamente, la que hubiesen queridoevitar los ingleses que se habíanreservado para ellos la carga contraCartagena; ahora veían que su triunfotendría que ser compartido con unoscolonos a quienes en el fondodespreciaban. Pero éstas eran lasrealidades de la guerra que se imponíansobre el designio de los hombres. Elgeneral Wentworth dio su visto bueno al

ataque de Washington, quien se entregóa organizar lo que le correspondía.

Era evidente que, nuevamente, elpeso del combate se concentraría en sustropas, pues éstas quedarían bajocobertura del fuego del Castillo y de lasbaterías del Reducto de Getsemaní. Susvirginianos y resto de tropas colonialesya habían sido reunidas. Todos estosmovimientos y posicionamientos fueronhechos al abrigo de la noche. Laartillería y los morteros comenzaron aser emplazados en el sigilo de lassombras; a estas alturas, Vernon ya teníafirmemente decidido que no daría lacobertura naval pedida por Wentworth.

Meterse por el Caño de Gracia erademasiado arriesgado y la flota inglesaya estaba averiada en exceso como paraarriesgar más buques. A lo sumo,maniobraría suficientemente cerca de lasbaterías de Getsemaní, el fuerte deManzanillo y del Pastelillo, pero fueradel alcance de tiro del San Felipe.

El jueves 20 de abril, a las 3:45 dela madrugada las primeras avanzadasenemigas se aproximaron al Cerro por laparte que mira hacia la quebrada delCabrero. El aire estancado de lamadrugada impedía matizar el olorpestilente de los cadáveres insepultosque reptaba por la colina tras los

hombres como un perro faldero. Cincopiquetes del ejército de tierra, con 250hombres, dos de Marina, con cien, tresde Aragón, con 150, y tres de losgranaderos de España, con 150hombres, les hacían frente en lastrincheras del Fuerte. A esa hora, en laquieta madrugada, muchos se poníanpañuelos para espantar el nauseabundoolor que, ahora escalando la muralla, lesrecordaba la miseria humana y en loque quedaban los hombres después detantas pretensiones y banalidades. Traslas murallas estaban desplegados otrostrescientos soldados encargados de ladefensa interior del Fuerte. El coronel

Wynyard, poco antes, también habíaavanzado hacia la cortina del esteguiado por los desertores españoles;pero toda la noche estuvieron dandovueltas sin encontrar el punto y, al rayarel día, fueron sorprendidos por unadescarga de fusilería y metralla deartillería del Castillo que hizo estragosen sus filas.

—¡Traición!, ¡traición! —gritabanlos ingleses. Pero era demasiado tarde.Los supuestos desertores españoleshabían escapado. Los británicos notuvieron más remedio que encajar elfuego e intentar desplegar sus escalerasde asalto metidos, como estaban, en la

trampa mortal, mientras retiraban delcampo al coronel Grant, mortalmenteherido.

Cathcart, en el entretanto,comandaba el ataque central por elflanco sur del Castillo. Montado en sucaballo, desenvainando el sable yponiéndolo vertical sobre su pectoralderecho, dio la señal al trompeta mayorde tocar el avance del ejército; delpulido cobre salieron los primerossonidos de la última batalla que, estabanseguros, daría el triunfo a las armasingle sas; también serían los primeros enentrar al imponente Fuerte. «Long livethe King», gritaron los ingleses, quienes

dieron los primeros pasos del avance.En las primeras horas, sin embargo,

la avanzada del sur fue mantenida araya. Los hombres asomaban los fusilespor la trinchera zigzagueante, lanzabanuna densa carga de fusilería y se volvíana amparar para cargar de nuevo. Losingleses, que hasta el pie mismo de lacolina mantenían una perfecta formaciónde batalla, iban cubriendo los huecosdejados por los caídos. Oleada trasoleada marchaban incontenibles. Loscañones de La Popa bramaban. Sietehoras después de iniciados los primeroscombates, a las 10:45 de la mañana,2.800 hombres avanzaban en plena

formación por el sur, el oeste y el norte;los del este, en cambio, tenían seriasdificultades para reagruparse dado elnutrido fuego que recibían en la trampatendida. Los soldados defensoresdisparaban desde los parapetos ymerlones; disparaban con todo: con laartillería, con los fusiles, las pistolas…Wynyard ordenó a sus tropas escalar lamuralla, pese al nutrido fuego. Sushombres se fueron acercando a lacortina de defensa con escaleras,cuerdas y garfios. Muchos caían, perootros recogían los implementos deasalto, hasta que la nutrida masa seacercó a la muralla y comenzó a tender

las escaleras, pero éstas resultaron muycortas, dado el foso que habían cavadolos españoles. Desde lo alto se lesarrojaba piedras y balas de cañón yhasta aceite hirviendo que rompían suscráneos y calcinaba sus carnes. Pero leshabía quedado faltando dos metros paracoronar la altura y en esascircunstancias era imposiblesobrepasar el empinado obstáculo.¿Cómo había pasado esto? Wynyardjuraba que las escaleras de asaltoestaban bien medidas, según los datosde inteligencia. La sorpresa fuemayúscula, pues San Felipe debía caerpor el asalto directo a sus murallas por

ese lado, ya que la toma por el sur iba aser difícil, dado el atrincheramiento delos soldados de Lezo en su ladera. Conlos hombres allí detenidos eimposibilitados de actuar, Wynyard diola orden del toque a retirada. Lasescaleras fueron abandonadas sobre lamuralla y con sus patas dentro del fosoabierto. El ataque por el este habíafracasado.

Hacia las once de la mañana, milcien hombres se enfrentaban a 650españoles y neogranadinos que a mediamarcha de la cima, atrincherados por elsur, defendían el acceso al Castillo. Elfuego era tan intenso que se tenían quetraer al frente dosificadores de latóncargados con pólvora y reemplazar losque se iban vaciando de la tropa.Arriba, en el Castillo, las maestranzasde artillería se ocupaban en fundirplomo para moldearlo en las coquillasde bronce que automáticamente cortabandoce balas que eran rápidamenterecolectadas y llevadas a las trincheras.

Tampoco pudieron las escaleras de

Washington llegar a la cima de lamuralla por el lado occidental. Y allí síque el intrépido hermano del futurolibertador de las coloniasnorteamericanas soportó el feroz castigode la artillería de la ciudad y del Fuerte.El destacamento del norte tampoco tuvoéxito alguno, pues su fuerza no era demucha consideración y, además, habíasido cogido entre dos fuegos: a susespaldas tenían que soportar el durocañoneo de las baterías del Reducto,mientras que por el frente, soportabanel castigo de la artillería del Castillo.Desnaux, en su Diario, describe lasituación:

…Y por el frente que mira alnorte llegaron hasta la bateríabaja; pero con el fuegocontinuado de la tropa yartillería que estaba apostadaen el hornabeque y cortaduras,después de tres horas deporfiado combate, noadelantaron ni ganaron puestoalguno…

Aquello había sido una carnicería.El único fuego digno de consideraciónera el que se hacía al Castillo desde LaPopa por el flanco sureste; pero cuandolos ingleses vieron los hombres de Lezo

atrincherados en la pendiente de lacolina, supusieron lo peor:

—¡General! —gritó el artilleromayor a De Guise—, ¡los españoles handado el primer toque de corneta y sealistan para dar una carga sobrenuestros hombres en la planicie! ¡Esnecesario reposicionar nuestra artilleríacontra sus trincheras y dar cobertura anuestros soldados!

Así, las balas de la artillería inglesacomenzaron a caer sobre los soldadosatrincherados, despedazando terraplenesy parapetos construidos al filo de laprisa. La colina, empero, funcionabacomo una especie de glasis, o terraplén

en declive, que en los fuertes seconstruía para protegerlos del tirodirecto, pues su función era desviar oencajar los tiros. El hecho de habersacado los hombres al campo habíatambién desviado el poder de fuego delenemigo y la integridad del Castilloquedaba, por lo pronto, a salvo. Encambio, su propia artillería respondíabien a los atacantes y a sus baterías delsur. Los infructuosos esfuerzos deWynyard en la cortina este dieron comoresultado que el Coronel ordenara unrepliegue hacia el sur para reforzar elavance del general De Guise. Tal habíasido la orden dada por Cathcart ante lo

crítico de la situación. Washington yGrant no tuvieron más remedio queunirse también a esta iniciativa,intentando con ella forzar el Fuerte porla ladera sur donde estaban los hombresde Lezo, atrincherados. Ahora sí, elcombate se centraba en un solo flanco yliberaba tropa del interior paraacometerla a la defensa. Pero losingleses también habían liberado yconcentrado la suya. Sin embargo, elavance de los ingleses por la ladera eralento y costoso en hombres, pues elzigzag de la trinchera presentabamúltiples flancos de defensa que cogía alos atacantes entre varios fuegos a la

vez. Las balas zumbaban y rebotaban enlos cestones de las trincheras mientraslos ingleses hacían el descomunalesfuerzo de avanzar para desbordar a suenemigo.

Simultáneamente, otros tres frentesde guerra atacaban, por el litoral norte,las baterías de Crespo y Mas, con muypoco éxito y, si se quiere, muydébilmente; por el sur, el fuerte deManzanillo, y, por el suroeste, el de SanSebastián del Pastelillo, en la isla deManga, eran también atacados por mar ytierra. Este último fuerte estaba situadojusto al sur del castillo de San Felipe,separado de él por el Caño de Gracia de

tal manera que los dos fuertes se dabanapoyo mutuo. Don Sebastián de Ortega,capitán de Milicias, resistía enManzanillo con sólo veinticuatrohombres, todos neogranadinos, ymantenían a raya un enemigo quefuriosamente se acercaba paratomárselo; los ingleses eranpermanentemente repelidos, ora conartillería, ora con fusil, ora en combatecuerpo a cuerpo por aquellos valientescriollos. El ataque naval sobre elManzanillo se estaba llevando a cabocon mayor solvencia y Vernon mirabacomplacido porque estaba debilitandopaulatinamente a su enemigo y ahora sus

generales no tendrían mayor queja; perocuando observó desde Punta Perico quesus buques estaban recibiendo unfenomenal castigo de los fuegos deGetsemaní y San Sebastián delPastelillo, envió un correo a dar la señalde que los navíos debían retroceder. Sucorreo, enviado en una balandra, apenassi pudo hacer señales con losbanderines, pues también fue alcanzadopor los certeros disparos de laartillería. Sin embargo, para los inglesesera vital reducir el fuerte del Pastelilloo el San Felipe, puesto que justo suartillería alcanzaba hasta medio caminodel uno y del otro; así, el fuego de mutuo

apoyo causaba grandes bajas. Pero losingleses habían distraído mucha tropaen refuerzo de posiciones, en vez deconcentrarla en reducir el San Felipe.Esta dispersión fue un grave errortáctico, pues los hombres que atacabanel fuerte de Manzanillo debieronhaberse empleado en vulnerar el SanSebastián del Pastelillo que apoyabamás eficazmente al San Felipe, dada ladistancia que había entre aquel y éste.Así, el eje de la acción se centró en trespuntos dispersos, donde sólo uno, el SanFelipe, era clave para la eventual tomade Cartagena. No obstante, el fracaso delas operaciones de los flancos había

permitido concentrar más hombres en laladera de acceso al enorme Fuerte. PeroVernon había cometido el másimportante error de la guerra quesiempre la gana, no quien más aciertostiene, sino quien menos errores comete.

Al mediodía los españoles hicierontoque de oración y el fuego sesus pendió en la ladera del San Felipe…Cathcart, quien a prudente distanciacontemplaba el frente, no salía de su

asombro. Los ingleses volvieron aadmirarse de aquella otra escenasurrealista. Hombres con las carascubiertas de sudor, tierra y pólvora,aprovechaban el respiro para frotarselos ojos, secarse el sudor y poner larodilla en tierra…

—¿Qué ocurre? —preguntó Cathcarta De Guise con una sombra dedesconcierto.

—El fanatismo español no tienelímites, mi General —respondió DeGuise.

—Ordenad que se suspenda el fuego—dijo Cathcart sin entender del todo,pero con la caballerosidad propia de los

de su rango.El fuerte del Pastelillo, más

próximo, también suspendió sus fuegos ylos artilleros ingleses que lo asediabanvoltearon a mirar hacia el Caño deGracia para ver qué era lo que estabapasando al otro lado. Apagaron susmechas y se cruzaron de brazos; algunosremovieron sus gorras para rascarse lacabeza, perplejos. Sólo se oía el rumorde los cañonazos que en la distanciaanunciaban que el ataque continuaba enotros puntos, aunque también se fueronapagando lentamente. El frente habíaquedado sobrecogido por un silenciomístico. El Padre Lobo bajó al campo

de batalla y dijo:—El ángel del Señor anunció a

María…—Y concibió por obra del Espíritu

Santo —respondió Lezo y la troparepitió.

—Dios te salve María… —contestaba luego el Padre Lobo, y asífue dicha toda la oración. Los inglesesse miraban perplejos, sin comprendertotalmente la escena. Al Ángelus lesiguió una oración especial que fue leídapor Lezo en voz alta y repetida por todala tropa arrodillada; era el salmo 69,cuyos apartes el General había escritoen un papel que sacó de la casaca y

leyó:—Ven, Señor, en mi ayuda;

apresúrate, Señor, a socorrerme.Queden corridos y afrentados los queatentan contra mi vida. Tornen atrás yqueden afrentados, los que desean midesgracia. Haz que se salven tus siervosque en ti esperan, Dios mío. Sé paranosotros, Señor, Torre inexpugnable. Encuanto a mí, pobre soy y necesitado;ayúdame, Dios mío. Tú eres mi ayuda ymi libertador; no te demores, Señor.Gloria al Padre, al Hijo y al EspírituSanto —a lo cual respondió la tropa—:Como era en el principio, ahora ysiempre, por los siglos de los siglos,

Amén. —Y se dio la señal de empezarde nuevo la batalla.

El clarín de la guerra tocó de nuevo.La carga empezó nuevamente. El fuegode ambos bandos volvió a devorar loshombres. Don Blas de Lezo se dirigióhacia las inmediaciones de la batallapara observar su desenvolvimiento; losingleses habían hecho el toque de asalto,seguido de lo cual, los españoleshicieron el suyo y calaron las bayonetas.El choque de los hombres que bajabany los que subían no se hizo esperar.Cuando Lezo vio que el ejércitoenemigo, con fuerte empuje, ascendía yala ladera que conduce a San Felipe y los

soldados se disparaban a boca de jarroy se hundían las bayonetas, ordenó quese suspendiera el fuego de apoyo de lasbaterías porque apenas se distinguíaquien era quien en los dos ejércitos quechocaban. Los ingleses también tuvieronque suspender el fuego artillero. Noobstante, la ventaja del terreno queobraba a favor de los defensores fueparte en determinar las numerosas bajassufridas por los ingleses en su ascenso yllegó el momento en que el ataqueperdió fuerza y contundencia. Soldadosde ambos bandos rodaban cuesta abajoal ser alcanzados por el cañón. Losingleses echaron otros cuatrocientos

hombres frescos al combate pararecuperar el empuje del asalto;empujados y forzados por sus oficiales,los soldados ascendían penosamente laladera; pero todo fue en vano; el calordel mediodía estaba en pleno vigor y unsol de justicia comenzaba a hacer mellaen los atacantes. Los ingleses estabanjadeantes y sin aliento por la largalucha. La fatiga se había apoderado delenemigo y sus pérdidas en hombres ymaterial eran grandes. Cathcart, mirandoal cielo, y quitándose la gorra para conla manga de su uniforme limpiarse lafrente sudorosa, exclamó al comprenderque sus hombres habían sido detenidos

por aquella brasa incandescente:—El sol nos ha detenido. No han

sido los hombres de Lezo.En cambio, Lezo pensaba: «Gracias,

Señor, por haber detenido el sol, queahora los quema».

Nadie podía encajar tantas bajas sinsentirse desmoralizado y sin fuerzas.Los atacantes del fuerte del Pastelillotampoco corrían con mejor suerte. Lasbaterías del Fuerte y el fuego cruzadocon San Felipe impedían el avance. Nisiquiera pudieron los inglesesaproximarse a sus murallas defensivas ymucho menos intentaron escalarlas. Másal sur, el fuerte Manzanillo también

resistía el ataque. Las cosas no estabansaliendo tan bien para los ingleses queahora reparaban en sus grandespérdidas.

Los regimientos españoles de SanLázaro se replegaron un tanto haciaarriba y la artillería del San Felipecomenzó a batir nuevamente las filasenemigas, causándoles infinidad debajas. Lezo aprovechó el momento paraenviar doscientos marinos más al frentede batalla con municiones y pertrechosde guerra para reabastecer a lossoldados. Tres mil doscientos hombreshabían sido, finalmente, detenidos porochocientos hambrientos, pero

valientes soldados españoles yneogranadinos. La ventaja para losingleses era de cuatro a uno. En lastrincheras arreciaba el combate cuerpo acuerpo y los soldados hacían uso debayonetas, dagas y pistolas, si las tenían.Pero otra vez las dos líneas de ejércitoquedaron muy próximas y el fuego deartillería tuvo que ser suspendido denuevo. Similar cosa fue ordenada porlos británicos. La superioridad numéricadel enemigo, no obstante, amenazabadesbordar las filas españolas. La líneade combate estaba detenida casi a lospies de la muralla. Las trincheras habíansido rebasadas en algunos puntos y las

casacas rojas y azules seentremezclaban, exhaustas, en la zetazigzagueante, por dentro y por fuera deella, en un maremagno de confusión ysangre. Y es, justo en ese momento, queBlas de Lezo ordena a Desnaux sacar lasreservas del fuerte y lanzarlas al ataque:

—Coronel, ordenad abrir las puertasdel Castillo y lanzad mis trescientosmarinos de refresco al combate; quecalen la bayoneta.

—¡Abrir las puertas del Castillo, miGeneral! Esto supone un grave riesgo,pues el enemigo es muy superior y elresultado del combate en el campo esmuy incierto.

—Vos mismo hicisteis notar que losingleses temen la carga española delcuerpo a cuerpo, Coronel. ¡Hay que salircon todo!

—Es cierto, pero, ¡vais a dejar sindefensas interiores el Castillo y sinquien opere las baterías!

—Abrid las puertas, como osordeno, Coronel. No hay tiempo queper der. ¡Es ahora o nunca!

El coronel Desnaux ordenó laapertura de las puertas y se lanzaron a lacarga trescientos artilleros e infantes demarina quienes, a bayoneta calada, seenfrentaron frescos y energúmenoscontra un enemigo amorcillado. Todos

salieron gritando, en formidablealgarabía.

—¡A ellos, a ellos! ¡Matad a losperros herejes!

La carga fue de un empuje terrible.Aquellos hombres parecíanenloquecidos. Sabían que los inglesesno tendrían merced con ellos si llegabana entrar a saco. Pamplona no viomejores toros; aquellos enfurecidosespañoles y neogranadinos se lanzaroncomo fieras embravecidas en elencierro. Lezo los seguía detrás, espaday pistola en mano, cojeando con su patade palo que se enterraba en la tierrasuelta de las trincheras y por momentos

parecía que perdía el equilibrio. ElGeneral, con su mano en el arriaz de laespada, unas veces la blandía para darórdenes y otras la descansaba en elsuelo, desafiante, ordenando avanzar sincuartel. Las balas le zumbaban por losoídos, mientras sus hombres caían adiestra y siniestra. El ejemplo fueimitado por el resto del ejércitodefensor que comenzó a proferir gritosde victoria y muerte a los herejes; elcampo de batalla se había convertidosúbitamente en un tropel de hombresaullando como lobos, estrellándosecontra la vanguardia enemiga y dandoaliento a los defensores; los primeros

cuatrocientos ingleses de la fuerza dechoque comenzaron a retroceder,primero con asombro, luego con pánicoy en desorden; pronto, esto contagió alos demás asaltantes, que detuvieron,estupefactos, el ascenso, mientras otrosretrocedían queriéndose poner a salvo.Una gigantesca brecha se abrió en lasfilas enemigas, que no podía serreparada: a los ingleses les flaqueaba elánimo. La amenaza de partir en dos elcuerpo atacante se hizo evidente pormomentos. La situación fueinmediatamente captada por Cathcart,quien, en un intento por reagrupar latropa, ordenó el repliegue. Pero los

acontecimientos comenzaron a rebasarlas previsiones y, entonces, elenemigo, ya totalmente desconcertadopor la carga y viéndose incapaz dedetener aquella horda de valientes, tocóa retirada, abandonando escaleras,sacos de estopa, palas, picos y fusiles,y dejando la quebrada —por donde severificó el ataque— repleta de losmuertos y heridos que rodaban cuestaabajo cayendo en sus aguas. La retiradase había convertido en una estampida.Al ver esta escena, los combatientes dela muralla se sumaron a los alaridos devictoria. Cathcart no había visto nuncanada semejante en toda su carrera

militar. Los españoles persiguieron a lastropas inglesas que, presas del pánico,corrían hacia abajo, los unos rodando,los otros tropezando y cayendo y losotros, con la punta de la bayonetarascándoles las costillas. Los que caíaneran traspasados en el suelo; los queeran alcanzados, emitían un grito dedolor y rodaban a tierra; los que no,huían despavoridos, soltando las armaspara correr más rápido. Otros searrodillaban y pedían clemencia,entregando las dagas. Algunosexclamaban: «I am a Catholic»,intentando una oportunista aunquefallida, conversión que nadie

escuchaba. Otros más eran degollados ala vista de sus compañeros, mientras losoficiales galopaban hacia el mar y eranrescatados por las pocasembarcaciones que estaban en lasorillas, junto con algunos afortunadossoldados que las habían alcanzadoprimero. Cathcart fue el último en entrara una de las barcas, sin comprendertodavía lo que había pasado. El resto dela tropa fue hecha prisionera.

Los españoles y criollos no dabantregua. Persiguieron con loca furia a losingleses hasta La Popa, donde quedabansólo artilleros, y de donde el enemigotambién huyó despavorido. Luego se

abrieron paso hasta donde estaba lacompañía de Granaderos aislada ehicieron contacto con ella, salvándolade un aniquilamiento seguro. Losespañoles habían roto no sólo el cercodel castillo de San Felipe, sino losanillos que cercaban a la compañía deGranaderos en el Playón y al fuerteManzanillo. Los ingleses no pudieronevacuar mucha tropa que, arrinconadacontra el mar, soltaba las armas y serendía. Muchos se tiraron al agua, perolos barcos de Vernon estaban muydistantes para poder auxiliarlos; losingleses jamás contaron con que podíanser arrojados al mar. En realidad, las

únicas tropas que pudieron serposteriormente evacuadas fueron las quesitiaban el fuerte de San Sebastián delPastelillo, el cual heroicamente sedefendió con el puñado de hombres quele quedaba.

Sus baterías cayeron, finalmente, enpoder de los españoles y la bandera delos ejércitos reales volvió a ondearflamígera en el mástil de La Popa; Lezoordenó a sus unidades que desde elCerro entonaran los toques de guerra yse le rindieran honores militares a labandera. Cartagena, por primera vezdesde la invasión, respiraba con alivio,mientras los prisioneros eran

conducidos a filo de bayoneta hacia elinterior del Fuerte.

—Gracias a Dios —murmuró Lezo,santiguándose. Pidió agua y ordenó quese la llevara también a la tropa exhaustay sedienta. Luego pensó: «estos herejesestarán ya ardiendo en el infierno».

Cuando Vernon divisó con sucatalejo aquel maremagno y supo lanoticia de la derrota, lo único que atinóa murmurar, fue:

—Esto les pasó por haber dejado aesos malditos españoles invocar a susespíritus, observar sus agüeros, rezar asus santos y no sé qué tantas otras jodasque les han permitido hacer… God

damn you, Lezo! —Y escupió al suelocuando vio la bandera de su católicamajestad ondear en el mástil.

Aquella noche, los inglesesvolvieron a hacer toque de llamada y asacar bandera blanca para recoger a susmuertos y solicitar intercambio deprisioneros. Los españolesconcedieron. Milicianos indios ymulatos fueron enviados por el mandoenemigo a levantar cadáveres y buscarheridos. Retiraron seiscientos muertos,mientras que a la ciudad habían sidollevados, por parte de los defensorescuatrocientos ingleses heridos. Elsalvajismo de la lucha tenía estos visos

de humanidad. Cuarenta y tres oficialesingleses habían quedado tendidos en elcampo de batalla, entre ellos el coronelGrant, quien, agonizante, alcanzó a deciral aproximarse el general De Guise,cuando acudió en su socorro al saber dela trampa:

—Ya es demasiado tarde, milord. Elgeneral debe ahorcar a los guías, y elrey debe ahorcar al general —y expiró.De Guise no se atrevió a agregarpalabra; miró con vergüenza a sussoldados.

Pero aquéllos eran los muertos quelos ingleses habían retirado; el saldocompleto era aterrador. El alférez

Ordigoisti, encargado de llevar lamacabra estadística, daba parte alVirrey de que los ingleses habíansufrido mil quinientas bajas, con lo cualse quedaban en el campo novecientosmuertos, por incapacidad física derecogerlos. También informaba que,según la inteligencia hecha sobre elcampo enemigo, y por relatos deprisioneros y desertores, el ejércitoinvasor había perdido dos milquinientos hombres más a causa de lasenfermedades.

Los ingleses habían estado confiadosen que aquel día caería San Felipe ynunca imaginaron que la resistencia y

posterior lucha serían tan feroces. Eldesmoronamiento de la moral delatacante no se hizo esperar; losinformes decían que había demasiadosenfermos y bajas en sus filas y, además,que carecían de víveres. Aparentemente,los ingleses, en su afán por apoderarsedel Castillo, habían desembarcado máshombres que víveres, ocasionando conello un desequilibrio logístico. Pero,según se supo después, esta carencia eraya bastante generalizada en sus filas, alas que se repartía como se podía lasescasas provisiones. Lezo pensó,entonces, que la imprevisión de losingleses de no enterrar los muertos en

Bocachica había sido la ayuda que Dioshabía mandado a los cartageneros.Ayuda que se convirtió en una especiede bendición disfrazada, pues Lezomismo sería, eventualmente, una de susvíctimas.

—La peste —comentó— los estádevorando y la Providencia tienemuchas formas de ayudar a quienes lepiden por causas justas. —Pero era lamisma peste que a él también devoraría.

Un consejo de guerra fue convocado,inmediatamente después de este desastremilitar, por el almirante Vernon en supuesto de mando de Punta Perico.Wentworth se aproximó a él a pasos

agigantados, gritando:—¡Vos sois el culpable de esta

situación, milord ! No me habéis dado elsuficiente apoyo de vuestra Armada yme habéis hecho presión para efectuarun ataque de infantería a una fortalezaamurallada. Sois responsable ante elRey y el pueblo británico por estedesastre! —espetó Wentworth.

—No podéis acusarme denegligencia alguna, General, pues yo herecibido un castigo muy grande en misnavíos. Me era imposible acercarbarcos de guerra a esas aguas paraapoyaros —contestó en tono menorVernon, casi disculpándose.

—Pues la oportunidad de tomarnos aCartagena se ha desvanecido,Almirante. Yo no cuento más que con3.569 hombres para otro asalto y sinartillería naval esto no me es posiblerealizarlo.

—Pero vos tenéis artillería ymorteros en tierra.

—De nada me sirven, pues losespañoles se han hecho fuertes en laladera de San Lázaro y hasta en lamisma Popa, y ya es imposibledesalojarlos de allí con duelos deartillería. El terreno es escarpado ynuestros tiros no son efectivos. Vosdebéis derrumbar las murallas del

Castillo por el lado occidental. De locontrario, no hay caso. Además, deboinformaros que la mitad de estoshombres están enfermos, con vómitonegro, y parecen cadáveres ambulantes.Intentar otro desembarco y carga pararecuperar posicio nes es un suicidio.

—Os demostraré, General, que loque me pedís es un imposible militar. Osharé la prueba internando La Galicia, lanave capitana española capturada pornuestras fuerzas, y veréis lo que pasa.Vos mismo constataréis desde aquí loque va a suceder.

En el entretanto, los inglesescontinuaban bombardeando la ciudad en

rápidas operaciones que no plantabancara ante la artillería de los fuertes. Unade esas bombas había caído en la iglesiade Nuestra Señora de los Ángeles,rompiendo el muro y rodando hacia elAltar Mayor. En ese momento la iglesiaestaba atestada de gente que asistía auna Misa de rogativas por la salud deCartagena y la aniquilación de susenemigos. Bajo la bóveda de la capillaestaba el almacén de pólvora de DonBlas de Lezo. El fuego se propagórápidamente y fue verdaderamentemilagroso que ningún feligrés sufrieradaño ni la pólvora explotara. Cartagena,a esas horas, ardía, con un fuego que se

prolongó hasta el anochecer, envueltapor el resplandor rojizo de los tejadosen llamas.

El 26 de abril Vernon ordenó, talcomo quería demostrárselo aWentworth, que La Galicia entrara a labahía interior, vadeando por entre ElConquistador y El Dragón, que yacían amedio hundir y que para nada impedíanla navegación hacia la ciudadamurallada; iba a cumplir con sudemostración de impotencia. La situarona medio tiro de cañón de la Plaza, muycercana al carenero. A las dos de lamadrugada los centinelas del baluarte deSan Francisco Javier daban la voz de

alarma de que la nave capitana seacercaba con las velas hinchadas(todavía tenía algunas) y desplegandola bandera inglesa. Los españolesobservaban desde lo alto de los fuerteslos movimientos de lo que entonces fuesu nave insignia. Al amanecer del 27, lanave, apoyada con cuatro bombardas,comenzó a abrir fuego. En su mástilondeaba, orgullosa, la bandera de guerrabritánica. Blas de Lezo la contemplabacon tristeza; ¡aquel había sido su barco yhoy devolvía el fuego a sus compañerosde combate! Él mismo apuntó el cañón yordenó que todas las bateríasdisponibles, al primer cañonazo,

cerraran sobre la heroica nave. Y asífue.

—¡Fuego! —gritó el General,encendiendo la mecha, y la boca delcañón lanzó un rugido de muerte. Actoseguido todas las baterías del ángulosuroeste de la ciudad, el baluarte deSanta Isabel y el Boquete, el fuerte deSan Sebastián del Pastelillo y el de SanFelipe, desgarraron el aire con susestruendos y cegaron con el humo de susbocas los incrédulos ojos de lamarinería. «¡Fuego!», gritaban losartilleros de los baluartes del Reducto,Santa Isabel, San Francisco de Barahonay San Ignacio, y en seguida se apagaban

sus voces, ahogadas por el trueno y elsoplo de hierro que barría la cubiertadel navío y desmantelaba sus palos. LaGalicia respondía con gallardíasuprema, mientras su cubierta seanegaba de sangre y desolación. Vernony Wentworth miraban con sus catalejosla escena y la infernal lluvia de hierroque caía sobre la nave, hasta que elAlmirante murmuró:

—Estos españoles saben hacerbarcos…

—Pero no hombres… —respondióWentworth, y esta frase hizo carrera entodo el Imperio Británico,particularmente cuando Nelson la volvió

famosa en la batalla de Trafalgar. («Thedons know how to make ships but notmen», haciendo clara referencia al«Don» que usaban los españoles conaquello de «dons». Como se sabe, enesas épocas de rivalidad imperial, a losespañoles se les llamaba,indistintamente, Dons o Diegos.)

El enemigo logró hacer algún daño:un cañón en el baluarte de Santa Isabelfue desmontado, uno más partido por eltercio y otro perdió un muñón; en elreducto se reventó otro y a alguno más lesaltó el grano que tenía. La Galicia sebatió bien, pese a lo esperado porVernon. La nave comenzó a concentrar

el fuego desde la muralla de SanFrancisco hasta el reducto deGetsemaní, queriendo hacer brecha.Lezo dio aviso urgente a Desnaux paraque organizara con doscientos hombresla rápida construcción de un trincheróncon tierra para proteger la muralla, yaque los cinco cañones mejor situadoshabían quedado inutilizados y el resto dela artillería perdía buena parte delángulo de tiro con la nave. Los hombresfueron retirados de San Francisco paraempezar las faenas, las cualescomenzaron a ejecutarse por la noche;Don Pedro de Elizagarate envió otrosciento cinquenta hombres de la

marinería para apoyar el trabajo. Perotodos sabían que aquel ataque era unpálido reflejo, un último estertor, delpoderío inicial inglés.

—Lo único que me habéisdemostrado, milord, es que sí se podíadar apoyo a mi tropa. Si hubieraispuesto cuatro navíos más, habríamosabierto brecha en la muralla y eldesembarco habría sido un éxito —concluyó Wentworth con una sombra dedesilusión en su rostro.

Al día siguiente, hacia las once de lamañana, con el trincherón ya hecho y elnutrido fuego reiniciado, los marinosingleses cortaron los cables a La

Galicia, que estaba ya desarbolada y enlamentable situación, y se dejaron llevarpor la brisa hacia Manzanillo; lasbombardas también se pusieron a la velay se incorporaron al resto de los navíosque permanecían fondeados por fueradel alcance del tiro.

—Almirante, debemos retirarnos.Mis hombres se mueren por docenascada día —murmuró Wentworth—. Ylos que quedan vivos se ocupan deenterrar a los muertos —concluyó.

—Y yo tiro docenas por las bordas,General —respondió Vernon—. Enverdad, debemos retirarnos. Nadie estáen actitud de combate.

Por el día 28 de abril los enemigoscomenzaron a abandonar el caserío de laQuinta, los tejares y las trincheras; losespañoles pasaron rápidamente aocuparlas. Se hallaron muchoscartuchos, fusiles, armazones de tiendas,machetes, picos, azadas, carros yvíveres. Esto desconcertó un tanto almando español, que no entendía la razónde haber abandonado las trincherascavadas en esa zona, ni los puestos deejército. Algo estaba sucediendo, y erainexplicable, ya que se temía otro ataquede gran envergadura.

—Es la peste que se los estállevando —decía Lezo a sus atónitos

comandantes que constataban cómo, enefecto, no había sendero, ni camino, nilugar donde no se apilaran cadáveres ymás cadáveres que se iban pudriendocon la celeridad exigida por aquellasardientes tierras del Caribe. Nadieenterraba los muertos: los españoles porestar sitiados; los ingleses por estarexhaustos. —Es la peste que Dios les hamandado —repetía a otros. Nunca nadietampoco lo vio más contento.

El 29 los ingleses pidieron, yobtuvieron, un intercambio deprisioneros. Este mismo día el navío LaGalicia, desarbolado y desguazado porel castigo recibido, llegaba a las

inmediaciones de Manzanillo y allí,frente al Fuerte, los ingleses le prendíanfuego; luego procedieron a volar elcastillo de Cruz Grande y lo quequedaba del San Luis de Bocachica. El1 de mayo los españoles lograban unpequeño pero significativo triunfo, y erael desbloqueo del estero dePasacaballos por donde llegaban lossuministros a la ciudad. Se tomaronmuchos prisioneros. Este mismo día losingleses comenzaron a hacer su aguada,tras el ruido de las explosiones de lasruinas de los fuertes que volaban por losaires. Era un signo definitivo de quecomenzaban a retirarse y a cancelar los

planes de un nuevo ataque. El 3 elalmirante Vernon enviaba unas cartasabiertas al Pastelillo que, como notenían interés militar, podían serentregadas a sus destinatarios, Eslava yLezo; las cartas habían sido confiscadasen dos navíos que de Cádiz se dirigían aCartagena y que fueron apresados por laArmada británica que no dejaba entrarni salir noticia alguna. Por el día 4 demayo se escapó un prisionero español ycomunicó la gran escasez de víveres quepadecían los ingleses y lasenfermedades que los agobiaban; quequerían montar un nuevo ataque, peroque el prisionero lo dudaba, porque sus

hombres morían por docenas todos losdías. Cartagena se había convertido enun cementerio de hombres sin enterrarcuyos hedores pestilentes se elevaban alcielo y envenenaban el aire. Muchossoldados ingleses desertaban de las filasy se pasaban al bando contrario,trayendo consigo las lanchas y sereníesque lograban robar de los buques. Entreellos había un marino escocés que sehizo llevar a donde Lezo y le dijo enmal, aunque comprensible, español:

—Señor Comandante, he huidoporque quiero ser católico.

—Que llamen al padre Lobo paraque bautice a este cristiano —

respon dió el General.En eso estaban cuando, de repente,

avisaron que un estafeta portaba unmensaje para las autoridades españolas.Lezo comprendió que la retirada de losingleses era inminente y su derrotapalpable. Leyó el mensaje que decía:«Hemos decidido retirarnos, pero paravolver muy pronto a esta Plaza, despuésde reforzarnos en Jamaica». Lezocontestó a través de Oedigoisti:«Decidle a Vernon que para venir aCartagena es necesario que el rey deInglaterra construya otra escuadramayor, porque ésta sólo ha quedadopara conducir carbón de Irlanda a

Londres, lo cual les hubiera sido mejorque emprender una conquista que nopueden conseguir».

Por eso, a la hora de rendir el partede guerra al Virrey, cuadrándose contoda la solemnidad de que un militarpuede hacer gala, Don Blas de Lezo, leinformó:

—Señor Virrey, hemos quedadolibres de estos inconvenientes —fraseque revelaba la austeridad de suscomentarios y, a la vez, el estoicismocon que solía enfrentar los durosavatares del combate. Esta reveladorafrase quedó consignada para siempre ensu diario de guerra. Para Lezo aquellos

habían sido apenas meros«inconvenientes». No era la primera vezque un general español daba semejanteparte de guerra. Tampoco sería laúltima. Otro diría en Toledo, sinnovedad en el Alcázar, mi General.Eslava, admirado, respondió con unescueto,

—Gracias —lo cual Lezorespondió:

—Este feliz suceso no puede seratribuido a causas humanas, sino a lamisericordia de Dios—, dio mediavuelta y se marchó, dejando tras de sí elhabitual toc toc de su pata de palo. Asímismo lo había consignado en su Diario

puntual el 20 de abril de 1741.

Capítulo XV

El anochecer de lasvelas

Sometió a Chagres yen Cartagena conquistóhasta donde la fuerzanaval pudo llevar lavictoria.

(Epitafio en la tumbade Vernon)

Ante estas murallasfueron humilladasInglaterra y sus colonias.

(En memoria de Lezoen una placa inexistente)[1]

Anochecía en Cartagena. Losarreboles teñían el horizonte como unreflejo de sangre vertida por una causainjusta. El rojo se entreveraba apincelazos con las aguas negruzcas que,

como un pantano de hierro líquido,permanecían serenas, casi dormidas,aquel 20 de mayo de 1741. También seentremezclaban con las nubes negras yamenazantes que en mayo desatan otrastempestades en esa parte del Caribe. Lasgentes miraban al cielo para ver si el«riguroso de las lluvias» lavaba lascalles y los campos de tanta inmundiciay podredumbre. El sitio había duradosesenta y siete angustiosos días.

Hacía calor. El viento pestilente decadáveres se había apiadado de laciudad y soplaba en dirección oeste,aunque, a centenares, los muertoshinchados y hediondos, flotaban en las

aguas de la bahía; similar espectáculo seobservaba en todo el contorno desde LaPopa hasta San Felipe y desdeManzanillo hasta el caserío de la Quinta,donde por todas partes se apilabanmuertos y más muertos, destrozados porlas balas y desnudados por losgallinazos que merodeaban a sualrededor. De cuando en cuando ungolpe de viento en dirección contrariatraía el trágico recuerdo de la guerra porel hedor de los cadáveres insepultos.Cientos de gallinazos y otras aves derapiña circundaban el cielo y se posabansobre los cuerpos para arrancarles lasentrañas y los ojos. Docenas de ellos

permanecían con los vientres abiertos yun circundante reguero de vísceras ytripas sanguinolentas. Se veían perroshambrientos saciar el hambre con lasentrañas expuestas que eran, de cuandoen cuando, espantados por losimprovisados sepultureros. Hombressudorosos y cansados, a pico y pala, contrapos amarrados a bocas y narices,cavaban tumbas, pero la labor superabalos medios, hasta que Lezo dio la ordende quemar los cadáveres de los inglesesy de sepultar los de los españoles ycriollos:

—De todas maneras los ingleses sevan al infierno y allí se queman —

razonó. Y aquel razonamiento estabamás de acuerdo con lo creído por laSanta Madre Iglesia.

Pero, los campos de Cartagena, deuna forma o de otra, se habíanconvertido en cementerios. Las bajastotales de los ingleses, porenfermedades y combates, habían sidodescomunales: cerca de seis milmuertos, de los cuales dos milquinientos habían sido causados en lalucha y tres mil quinientos por el«vómito negro» y las «fiebrescarceleras»; los combates les causaronsiete mil quinientos heridos, de loscuales muchos murieron en el trayecto a

Jamaica. En Cartagena había sucumbidola flor y nata de la oficialidad imperialbritánica. También habían perdido seisnavíos de tres puentes, trece de dos ycuatro fragatas, además de innumerablesbarcos de transporte, al punto en que lossobrevivientes tuvieron que serapiñados, unos contra otros, porque nocupieron en las embarcaciones que lostransportaban. Los navíos de guerratambién fueron utilizados para la faena,y en sus cubiertas, a cielo abierto, seobservaban desparramados los heridoscalcinados por el ardiente sol delCaribe. Un cálculo no muy aventuradosupondría la pérdida de por lo menos

cincuenta barcos de una flota de 130embarcaciones de transporte.Similarmente destruidos o caídos enpoder de los defensores había unos1.500 cañones, innumerables morteros,tiendas, palas, picos, equipos ypertrechos de todo tipo. Esto supuso unagrave pérdida para la flota de guerra dela Armada británica que había quedadoprácticamente desmantelada porEspaña; tardó mucho tiempo enreponerse y alcanzar de nuevo elpoderío que ostentaba en 1741. PeroEspaña no se aprovechó de la ventajaobtenida para haber reducidomilitarmente a su rival de manera

definitiva.Los españoles, por su parte, habían

perdido ochocientos soldados, entreneogranadinos y peninsulares, y teníanmil doscientos heridos en los hospitalesde la Plaza, a más de la pérdida de seisbarcos de guerra y varias embarcacionesmenores; también habían experimentadola destrucción de los fuertes de San Luisde Bocachica, San José, Cruz Grande, ylas baterías de Chamba, San Felipe,Santiago y Punta Abanicos; grandementedañado quedaba el fuerte de Manzanilloy las baterías de Crespo y Mas, aunquemenos lesionado había salido el castillode San Felipe de Barajas. Calculamos

la pérdida de cañones, por esteconcepto, en unos 395, descontados yalos 124 que se salvaron de El Dragón yEl Conquistador. La ciudad tambiénhabía experimentado muchos daños,particularmente en viviendas privadas,iglesias y edificaciones oficiales. Laciudad y sus fortificaciones, castillos,baterías, fuertes y trincheras, habíanrecibido el impacto de por lo menos28.000 cañonazos y ocho mil bombas.Éstos, a su vez, habían disparado 9.500tiros de cañón de todo calibre a lo largode la duración del sitio, dato quetambién suministraba el alférezOrdigoisti a las autoridades locales.

Pero Inglaterra calló sus pérdidas;un silencio sepulcral, como el quehabían dejado en los campos de batalla,cubrió aquellos hechos. Se prohibióescribir partes oficiales sobre la batallacontra Cartagena. La vergüenza eraenorme, porque esta otra «ArmadaInvencible», puesta en la mar contraEspaña, también había sido derrotada.Es sabido que la única de la cual laHistoria da cuenta es la española, la deFelipe II, el odiado rey en torno al cualse había tejido la Leyenda Negra. Y era,precisamente, por lo que no conveníadivulgar la derrota de esa otra grandeArmada, más poderosa aún, que pudiera

eclipsar aquellos episodios del Siglo deOro en que España poseía el mayorpoderío naval y militar que naciónalguna pudiese ostentar. Con la estrellainglesa rumbo a su cenit, erainapropiado que un acontecimiento deéstos pudiera hacerle sombra y, menosaún, que fuera ampliamente conocidopor las generaciones futuras.

Por eso, cuando el 23 de septiembrede 1742 (óigase bien, un año y cuatromeses más tarde) llegó a Jamaica lafragata Gibraltar con órdenes de queVernon se presentara en Inglaterra, elAlmirante sintió que un frío le recorríala columna, de la primera cervical al

coxis. Allí, en Jamaica, ahora se sentía agusto; rehuía la vergüenza depresentarse ante el Parlamento y a laCorte de Su Majestad. Se sentíaacorralado y casi había decidido vivir,por un tiempo, como un ermitañocualquiera. El capitán Fowke, le dijo:

—Es preciso que VuestraExcelencia se presente ante elParlamento —ante cuyas palabrasVernon, alejado mentalmente de aquelescenario, contestó:

—…Jamaica es tan hermosa,Capitán; su clima tan espléndido. EnInglaterra se acerca el invierno y aquíhay un esplendoroso verano

permanente que dura años y años… —dijo secamente.

Para la llegada de Vernon lasautoridades británicas dispusieron quenadie se acercara al puerto ni que elAlmirante fuese recibido porsimpatizantes y amigos que pudieranhacer fanfarria al respecto. Un cordónde policía espantaba a los intrusos quevenían a proferirle maldiciones. Erapreciso esconder los hechos, aun los desu llegada. Por eso tampoco se le juzgó.Llegó a Londres el 14 de enero de 1743.Horacio Walpole, ya ex primer ministro,fue a visitarlo a su casa y, cuando salióde ella, exclamó a su acompañante:

—Ha sobrevivido a supopularidad… Tendremos almirantepara muchos años…

La retirada de los ingleses deCartagena dio comienzo el 8 de mayo yduró hasta el 20; es decir, Vernon tardó12 días en reembarcar sus soldadosmoribundos y los pertrechos que pudo.Lo que no dejaba de sorprender era elrápido colapso de la ofensiva británica;evidentemente, se habían acumulado

grandes problemas, apenas disimuladospor el arrojo de los atacantes. En elasalto al castillo de San Felipe sehabían jugado sus últimas fuerzas, queestaban ya al límite de la resistencia.Inglaterra había sido vencida enAmérica; sus colonias también. En suviaje de regreso, LawrenceWashington había recordado lo que supadre le había dicho aquel 22 de febrerode 1740, en el cumpleaños de supequeño hermano:

—En primer lugar, se te olvida queesta no es una guerra nuestra. ¡Esta es laguerra de Walpole y sus secuaces! Y encuanto a lo de «punitivo», no lo sé; no

vaya a ser que los terminen castigando.—Y se había cumplido tal y como elviejo lo había presentido.

Pero no por ese fracaso Washingtondejaría de admirar al Almirante, auncuando éste lo hubiera conducido a laprimera (y la última hasta el presente)derrota que Norteamérica sufriría entierras hispanas; de todas maneras él,Washington, había alcanzado fama ybuen nombre entre los ingleses; y sushombres también.

Ese día, 8 de mayo, se observó ungran despliegue de transportes,dieciocho en total, que comenzaron aabandonar la bahía con tropa. Hacia las

16:30 la nave almiranta de Vernon levóanclas y se dirigió hacia el exterior de labahía. Era lunes. Y los lunes sucedíancosas extraordinarias, como estaretirada del Almirante. El 9 continuaronvolando las ruinas de lo que que daba enBocachica. Su venganza por la derrotase cebaba ahora con las ruinas, nopudiendo ya emprenderla contra loshombres. El 10 salieron otras cuarentaembarcaciones de transporte escoltadaspor dos navíos de guerra; el 11 levaronanclas dieciséis, escoltadas por otrosdos navíos, y el 13 de mayo cuarentamás de transporte y dos bombardas,escoltadas por seis navíos de guerra. En

los días siguientes siguieron saliendoembarcaciones de todo tipo y el 17 elalmirante Vernon se alejaba deCartagena escoltado por una balandra,un bergantín y seis navíos de guerra; elAlmirante ponía proa a mar abierto ycuando ya Cartagena se divisaba comoun punto perdido en el horizonte, salió acubierta y echándole una postrer miradade odio, exclamó escupiendo en el agua:

—God damn you, Lezo!El 18 y 19, por órdenes suyas, se

quemaban varios navíos de guerra ydiferentes tipos de embarcaciones frentea Bocachica. Las últimas velas, once entotal, salieron de aquella boca de mar el

día 20 de mayo; eran cuatro balandras ysiete navíos y fue el último día en que sevieron los pabellones británicosflamear, derrotados y en jirones, sobreel horizonte. No se oyeron músicasmarciales. Al día siguiente de estaocurrencia, el Virrey, preocupado portodos los acontecimientos que habíanrodeado aquella lucha, comenzó aentretener la idea de escribir su propiodiario. No podía permitir que Lezo fuerael único que tuviera uno. Sería su legadopara el Rey y para la historia.

La otra Armada Invencible delalmirante Vernon tenía un aspectopatético. Los buques flotaban como

espectros sobre el Mar Caribe; másperecían despojos espectrales, especiesnáufragas, que buques de guerra: lasvelas hechas jirones, los mástilesfracturados, los aparejos colgando; losunos arrastrando penosamente a losotros, los más averiados y desvalidos,pero todos dando tumbos, apenas congobierno. Hay que recordar que laArmada Invencible de Felipe II habíasido derrotada, primordialmente, por lastormentas del Mar del Norte y lainexperiencia de su comandante. LaArmada inglesa fue derrotada en uncolosal mano a mano, donde se pusierona prueba el valor, la resistencia y las

armas de unos y otros.Así, los hombres de aquel despojo

flotante se apiñaban en las cubiertas ycamarotes de los buques sin apenasespacio para respirar. El calor de loshabitáculos comunes y el sudor de losheridos provocaban unos hediondosvapores emanados de la sangreputrefacta, las heridas abiertas y elvómito de los enfermos; los quejidos delos hombres agonizantes y febriles, sinnadie quien los atendiera ni lavara susheridas, eran conmovedores. Losenfermos tenían que soportar lapresencia de los muertos durante horas,antes de que fuesen sacados y arrojados

por la borda. Algunos gritabanimprecaciones contra Vernon; otros sedesgañitaban pidiendo socorro para suspenas. No había agua ni medicamentos.Tampoco comida. El hambre, la peste ylas infecciones abatían más pronto quelas heridas sufridas en combate. Así,hacinados, fueron trasladados a Jamaica.El capitán de un barco mercante que vioaquello no pudo menos que exclamar,soltando el catalejo: «Aquello que veono flota; es un espectro que va a laderiva…». Cartagena estaba a salvo.También el Imperio Español enAmérica.

Edward Vernon murió dieciséisaños después de aquellos sucesos, el 29de octubre de 1757, y durante todo estetiempo repitió sin cesar que el culpablede sus males había sido Wentworth porsu incompetencia militar. Su sobrino,lord Francis Orwell, lograba, despuésde su muerte, que, a regañadientes, se leerigiese un panteón en Westminster; ensu lápida se lee el epitafio másescandalosamente falso y ambiguo en laHistoria universal de la Guerra; todopara esconder la derrota:

Sometió a Chagres y enCartagena conquistó hastadonde la fuerza naval pudollevar la victoria.

Frase lapidaria, en realidad, quedemuestra cómo los ingleses quisieronsiempre ganarlo todo, hasta lo queperdían; con España sus apuestasfueron: «Con cara gano yo y con cruzpierdes tú». Como se ve, tambiénemplearon los epitafios para desviar laira pública y cubrir aquel descalabrocon eufemismos, cuando no con velos deperfidia. Así, después de tan aparatosodescalabro militar, se ocultó todo lo que

pudiese significar el más leve recuerdode la mayor de las humillaciones quenación alguna hubiese experimentado:las monedas conmemorativas de supresunta victoria se recogieron yescondieron, aunque algunas se salvaronde la destrucción; unas pocas reposan enel Museo Británico.

Cuando los ingleses se marcharon deCartagena, no hubo alegría en la ciudad;el desánimo cundía. No obstante, DonBlas de Lezo y el virrey Eslavaenviaban al capitán Don Blas deBarreda y Campuzano a dar la noticiadel triunfo a España. Pero, las pérdidasmateriales y la carga espiritual habían

sido demasiado grandes. El hambre y lapeste se enseñoreaban sobre la ciudad.La gente se ocupaba en reparar susviviendas derruidas y escarbar en losmercadillos de barrio lo que podía. Nohabía dinero. Había que esperar a quelas riquezas escondidas en Mompoxhicieran su arribo a Cartagena, lo cualcomenzó a verificarse a principios dejulio, cuando se vieron largas filas decarromatos, hombres blancos y negros,mujeres y niños, mulas y bueyes,cargando menajes hacia la CiudadHeroica. Habían guardado la debidacuarentena, evitando las enfermedades.Todos marchaban en silencio, sin

alegría, como en las largas procesionesdel Viernes Santo. Veían las ruinas delo que hasta ayer había sido unaespléndida ciudad. Se sentíanabandonados.

La Historia también había sidoabandonada de la verdad; todos estabansolos.

Capítulo XVI

La muerte y olvido deun héroe

Homo homine lupus(«El hombre es lobo

para el hombre.»HOBBES)

No hay amigo delamigo, ni los deudos sonya deudos, ni hay

hermano para hermano, sianda la ambición pormedio.

(José Echegaray)

Después de la victoria de Lezo enCartagena, Don Sebastián de Eslavavolvió a rumiar los rencores producidospor los enfrentamientos con el General yescribía al rey de España el 1 de juniode 1741 pidiéndole castigo para éste porinsubordinación e incompetencia. Leinformaba que adolecía de «achaques de

escritor que le inducía el país o susituación». Con esto quería prevenirsede cualquier conocimiento que el Reytuviera del diario puntual de Don Blas,donde narraba, día a día, losacontecimientos de aquella batalla;también pretendía hacer aparecer a Lezocomo un general en vías de locuramanifestada en las letras. Fue entoncescuando solicitó a Desnaux hacer unDiario «espontáneo e independiente»,ése sí sobrio y por fuera ya de losacontecimientos de la guerra, queconsignara todo lo acaecido, incluyendolos desvelos y aciertos del Virrey en ladefensa de la Plaza. No contento con

esto, decidió escribir su propio diariopara hacerlo coincidir con el encargadoa Desnaux y comisionó a Don Pedro deMur, su ayudante general, a llevarlos asu Majestad, Don Felipe V, y, de paso,hablar directamente con el marqués deVillarias para describirle laincompetencia de Lezo en elcumplimiento de su misión, así como susdesacatos a la autoridad virreinal. Enparticular, también quería, medianteinformes verbales adicionales quefueron comunicados a las autoridadesespañolas, dar la impresión de queLezo, en cierta forma y medida, habíaconcentrado más sus esfuerzos en

escribir que en guerrear, lo cual locolocaba en una especie de decrepitudmental.

El diario de Don Sebastián deEslava presenta varias curiosidades. Enprimer lugar, está formado de lospliegos remitidos al Rey por conductodel Ayudante General del Virrey. Ensegundo lugar, el diario está escrito entercera persona, es decir, no como sihubiese sido elaborado, o dictado, porel propio Virrey, sino como comentarioscuya autoría proviene, presuntamente,de Don Pedro de Mur a partir de lashistorias referidas por el Virrey. Esto seconstata en anotaciones como la que

indica que «…es forzoso el referirlas,según las expone D. Sebastián deEslava, Virrey de Santa Fe, con fecha 21de mayo, según las individualiza suayudante general, D. Pedro de Mur, queha venido a España con tan importantesnoticias…». Como se ve, el Virrey lasrefiere con fecha 21 de mayo, y suayudante las hace propias, laspersonaliza, las «individualiza»… De locontrario, no se podría explicar el que,si su legítimo autor hubiese sido elVirrey, éste le pudiera escribir, sinninguna modestia o decoro, que, «pararesistir a tantas fuerzas, sólo había en laciudad y sus fuertes la acreditada

experiencia del Virrey de Santa Fe, D.Sebastián de Eslava…». Este autoelogioes, pues, inconcebible, y tiene queprovenir de la pluma de su áulico.Tercero, el diario atribuye victoriasdonde apenas hubo un precariocontraataque que no pudo impedir eldesmantelamiento de las baterías deVaradero y Punta Abanicos, dejando sinprotección y apoyo al fuerte de SanJosé, mediante una acción de«comando» británica. Eslava nomenciona que fue Lezo quien impartiólas órdenes del contraataque, llevado acabo por el Alférez de Navío, DonJerónimo Loyzaga, y que fue lo que

puso a los invasores en retirada, talcomo quedó registrado en el diariopuntual del General. Cuarto, no precisaen qué fecha se supo que los ingleseshabían desembarcado en la playa deChamba, ni cuándo estabandesembarcando baterías de tierra, puntoclave para asegurar una defensa creíblepor medio de un contraataque oportuno aaquellas fuerzas. Tampoco menciona porqué no reparó en este detalle, ni cuáleseran las dificultades que encontrabapara no hacerlo. Quinto, se atribuyeacciones de mando que no lecorrespondió hacer, como cuandoasegura que «plantaron luego una

batería de doce morteros para granadasreales, y el Virrey, que desveladoacudía repetidamente, así al castillo deBocachica, como adonde lo pedía lanecesidad, dispuso que saliese elcapitán D. MiguelPedrol, el teniente D.Carlos Gil Frontín y el alférez D. Josephde Mola, todos tres del batallón deAragón, con un piquete de sesentahombres escogidos, a reconocer lasoperaciones de los enemigos…».

Como se recordará, dicha acción fueejecutada el 30 de marzo por MiguelPedrol, quien actuaba por órdenes deBlas de Lezo, y le fue comunicada alVirrey cuando éste hizo su aparición en

La Galicia, la nave de Lezo, quienaprovechó para narrarle al Virrey eléxito de la operación y, de paso, instarloa arremeter contra los invasores portierra, aprovechando el hecho de que taléxito se debía a que no había podido elenemigo consolidar todavía su cabezade playa. Sexto, sólo menciona a Lezoen el incidente de las heridas recibidaspor ambos a bordo de su nave LaGalicia, y en la retirada del día 6 deabril, roto el primer anillo defensivo,como si el General no hubiese sido parteen la defensa de Cartagena. Séptimo, eldiario es un solo bullir de elogios alVirrey, quien estaba en todas partes,

impartía órdenes a diestra y siniestra,construía defensas, hornabeques, puestosde avanzada, dirigía tropas alcombate… Sin embargo, por un deslizdel subconsciente, dice: «Poco antes delas tres de la mañana dieron principiolos enemigos al avance por elhornabeque, sufriendo el gran fuego denuestras baterías del castillo a metralla,y de nuestras obras con el fusil,habiendo ayudado mucho la constancia,y al acierto, la asistencia de D. Blas deLezo a la batería de la Media Luna»,refiriéndose al ataque frontal contra elcastillo de San Felipe. De esta guerra,pues, según fue narrada por el virrey

Eslava, el gran ausente fue Don Blas deLezo, Comandante del Apostadero.Seguramente, quería dar la impresión deque había permanecido todo el tiempooculto tras los parapetos escribiendo sudiario…

Pero hay un último detalle que no senos debe escapar. El Diario de Lezo,como todo lo castrense, y loparticularmente suyo, es escueto, sobrio,seco hasta lo telegráfico; Lezo noredondea la información; no la proyecta,no le da contenido literario ni dimensióntáctica. En ella denota su escasaformación académica y hasta cultural. Esabrupto, tosco. Lezo era un brillante

marino, instintivo, un hombre de marcurtido en mil guerras. Tal vez estacircunstancia pudo pesar en la falta decomprensión de las autoridadesespañolas a la hora de evaluar uno yotro informe; uno y otro Diario.

La última vez que el Virrey vio aLezo fue en el Te Deum que se ofreciópor la victoria. Ese día se echaron alvuelo las campanas de todas las iglesiasde la ciudad y el Virrey se mostrabaparticularmente desagradado porque elpueblo de Cartagena daba vítores alhéroe a quien ahora, muycariñosamente, llamaban medio-hombre. Don Blas estaba contento aquel

día. Había aprendido finalmente aaceptar el remoquete porque ya noencontraba en él mala intención, sinoque describía, más que a su cuerpo, alestado de minusvalidez que existía en laciudad frente a la superioridad deVernon y que, pese a éste, había logradoganar la batalla. Pero Eslava estabaceloso. El 28 de junio volvía a escribiral Rey pidiendo de nuevo el castigo parael heroico marino. Cuando Lezo seenteró de estas misivas, cayó en unprofundo abatimiento moral quedeterminó el debilitamiento paulatino desu cuerpo y lo hizo fácil presa de lapeste que, como un lobo hambriento, iba

devorando hombres. La victoria se leiba escapando de las manos como elagua que se recoge con ellas y se vaescurriendo por entre los dedos. Elhombre, lobo también, se engullía aotros hombres. Lezo estaba solo en suvictoria y pronto se encontró muy soloen su derrota. No volvió a salir de sucasa. Presa de abatimiento, y viendopróximo el desenlace, envió cartas a susamigos en la corte de Madrid intentandosalvar su reputación y solicitándolesintercedieran ante el Rey para que se leconcediese un título nobiliario por susmás de cuarenta años al serviciodestacado y heroico de la Marina.

Deseaba que su viuda e hijos sequedasen con algo suyo, enrecompensa a tantas privaciones yausencias. También dispuso que suDiario, burlando las órdenes del Virrey,le fuese enviado al Rey, a quien escribióuna carta:

Señor: Por el diario queacompaño reconocerá V. M. ladefensa que se hizo en el asedioque padeció esta Plaza y suscastillos contra la superiorfuerza de los ingleses que laatacaron y que, en conformidadcon las reales órdenes de S.M.,

he contribuido con las fuerzas ami cargo a la mayor custodia deeste antemural… 31 de mayo de1741.

También le enviaba copia del Diarioal marqués de Villarias, ministro delRey, a quien decía:

He sabido por una copia deun diario que pude hacer a mismanos, el cual D. Sebastián deEslava ha forzado a nombre deD. Carlos Desnaux, o paradisculpar sus omisiones o paravestirse de mis triunfos…, tan

siniestro y falto de verdad,como justifican los documentosque incluyo… y que el que seremitirá por D. Sebastián deEslava en nombre del ingeniero,lleva la nota de sobornado conla esperanza que le ha dado desu adelantamiento [ascenso],porque sólo ha tirado contra miestimación y el cuerpo deMarina para oscurecer sudesempeño, habiendo llevadocasi todo el peso del combate yporque no logre la gloria deque llegue a los reales oídos seryo quien sostuvo los intentos

enemigos a la entrada delpuerto, ciudad y fuera de ella,como a todos es notorio…

Desnaux, pues, también escribía undiario amañado para justificar laconducta del Virrey, haciéndoloaparecer como una espontánea narraciónverídica de los hechos por un tercero endiscordia. Cobra relevancia el dato quearroja Lezo sobre el tema del ascenso deDesnaux aparentemente prometido porel Virrey a cambio de tan señaladofavor; importa también el hecho de queel General se apoya en una evidenciaque era de pública notoriedad, a saber,

sus esfuerzos y desempeño en la defensade Cartagena. El Diario y cartas de Lezotuvieron que ser enviadas a España porel «correo de las brujas», pues el Virreyimpidió que fuesen enviados por losconductos regulares y para ello dioórdenes perentorias a sus lugartenientes.Ahora Lezo era el sitiado por suspropios compañeros de armas y, por unmomento, temió que sus diarios fueseninterceptados y confiscados por losagentes del Virrey.

La casa del General era una sobriavivienda, muy cartagenera en estilo, conportal hecho de piedra coralina y portónde dos naves, adornado con estoperoleso clavos cabezones de bronce fundido ala cera perdida. Era de un solo piso,austera, y se la había dado en alquiler elmarqués de Valdehoyos, a quien poraquellas calendas adeudaba muchosmeses de pagos atrasados. Pero era unavivienda digna, fresca, con un buen patiointerior y solar trasero que tambiéndisponía de una pequeña huerta. Lezo ysu mujer habían vivido allí los últimoscuatro años de su vida, muy felices, porlo menos hasta antes de empezar las

hostilidades con los ingleses y lasfricciones con el Virrey. Su casa erafrecuente sitio de reunión de vecinos ygentes que estimaban a la familia Lezo y,muy particularmente, a su mujer, quienlos obsequiaba con pequeños agasajos yquerenduras. Los vecinos intimaron conellos porque, además, era una forma desentirse seguros, particularmentecuando llegó la noticia a Cartagena deque Inglaterra había declarado lashostilidades contra España; todosdeseaban saber cómo Lezo estabaconduciendo las defensas y los planesque se hacían para repeler la invasión.La casa, milagrosamente, había

escapado de los daños causados por elbombardeo, quizás por su proximidad ala muralla y al hecho de que los tirossobrevolaban muy por encima de ésta.

Don Blas de Lezo no podía olvidarla última amenaza proferida por Vernon,en el sentido de que volvería sobre laPlaza para atacarla de nuevo, una vez sereforzara en Jamaica. Sus previsiones dehombre de guerra no podían dejarescapar tales palabras. Veía conpreocupación que, después del sitio, nose estaban emprendiendo las obrasnecesarias en Cartagena para sureconstrucción y puesta en marcha desus defensas. Esto nos da una idea de la

clase de hombre que era: previsivo,visionario. Afortunadamente, la cartaque dirige al marqués de Villarias nosda cabal testimonio de lo afirmado.Escribía el 30 de mayo en la mismacarta el General:

Y por último, la ciudad se haquedado en el mismo estado queestaba el día 28 de abril que sehizo el último fuego, sinhaberse construido obra algunapara su defensa, pudiendo losenemigos a su voluntad entrardesde la boca hasta la bahía sinoposición alguna.

Como se puede apreciar, el virreyEslava no había desplegado ningunaactividad que valiera la penamencionarse, ni aplicaba esfuerzos endefender una Plaza potencialmenteamenazada, así fuera reorganizando, queno reconstruyendo, nuevas defensas, pordébiles que fueran. Don Sebastián deEslava no era un hombre de acción; eraun burócrata.

Por eso Lezo, desilusionado, pero,más que eso, humillado, quiere yamarcharse; la vida militar, aun con todaslas glorias cosechadas, llegaba ya a sufinal y, con éste, todos sus desencantos yabatimientos. Se siente traicionado y

más solo que nunca. Termina su misiva aVillarias, diciéndole:

Y respecto de que en estepuerto ya no me queda quéhacer, ni me quedan oficiales,tropa y gente de mar de misnavíos, por haberse reunido enD. Sebastián de Eslava casitodas mis facultades y habermeseparado del encargo expedidopor el Rey, suplico a VuestraExcelencia, se sirva hacerloconocer del Rey para que en subenignidad me permita poderpasar a Europa por cualquier

vía… y para que por este mediono padezca las vejaciones queexperimento…

En Cartagena, el contagio de la pesteiba en ascenso. La muerte a diariovisitaba las familias más conocidas y norespetaba rango ni condición. Con susdefensas corporales minadas por laamargura, el 15 de agosto Blas de Lezo,encerrado en su casa, agobiado por latristeza y la decepción, comenzó asentir fiebres y vómitos, pese a que sumujer intentaba por todos los mediosmantener en alto su estado de ánimo. Lafiebre se manifestó por dos semanas y

luego le sobrevinieron unos dolores decabeza. A medida que pasaban los díasla fiebre iba en aumento; sin embargo, elsíntoma más preeminente era el dolor decabeza y una constante tos acompañadade náuseas. También le dolía el vientre.Luego sobrevinieron los escalofríosacompañados de variaciones en latemperatura del cuerpo. Sin embargo, laperfidia humana le resultó ser máspesada de cargar que la misma guerra yla enfermedad; aunque sus heridasestaban ya muy curadas, las de sucorazón apenas comenzaban a abrirse ycon ellas su vencida humanidad.

—Llamen al médico —indicaba

Doña Josefa. Y allí mismo losangraban, con lo cual se debilitabamás su ánimo.

La noticia de la gran victoria llegabaa España y Don Felipe V, orgulloso delo que se interpretó en la época como lavenganza contra la «otra ArmadaInvencible», colmó de premios ydistinciones a la guarnición deCartagena. El virrey Eslava fueascendido a Capitán General de losReales Ejércitos; luego le fue concedidoel título de Marqués de la Real Defensade Cartagena de Indias. Carlos Desnauxfue ascendido a General de Brigada.Una mención honorífica condecoró a los

soldados de todas las compañías. Laciudad se engalanó como pudo; lasautoridades celebraron el hecho. Loscomandantes de guarnición se dabanparabienes y, abrazándose, sefelicitaban mutuamente. Los altosmandos sonreían y se frotaban lasmanos… Eslava había salvado laciudad; Lezo, en cambio, había perdidosus navíos. Y su honra. Y su vida.

—¿Y qué dirá de mí el Rey? —preguntaba febril y a veces delirante.Vino a verlo varias veces Don Lorenzode Alderete, el capitán de Batallones deMarina, quien muy cerca de él habíaestado en el transcurso de aquellos

acontecimientos. También vinieron unpar de veces Don Pedro Mas y Juan deAgresote. Le daban ánimo. Y no faltóverse por allí a preguntar por su salud elalférez Goyzaga, pero su timidez yjuventud lo hicieron marcharse pronto.Temió por su carrera militar. Algunosvecinos y amigos de la familia tambiénse acercaron. Otras personas,agradecidas con el General, vinieron asu casa. Eran visitantes espontáneos quese preguntaban la razón de su ausenciaen los festejos y condecoraciones.

—Todo se aclarará —le decían.—¿Y qué había de aclararse? —se

preguntaba Lezo, si todo estaba tan claro

—. ¿Y el marqués de Villarias, quédice? ¿Y mis sueldos atrasados, dóndeestán? Se necesitan para sostener la casay, en el evento de mi muerte, para quemi mujer regrese a España. Mi mujerdice que los víveres están caros yescasos…

—Lorenzo —le dijo un día aAlderete, cogiéndole el brazofuertemente—, mi última voluntad esque se erija un monumento, o una placa,que diga «Ante estas murallas fueronhumilladas Inglaterra y sus colonias»;esto deberá quedar en un sitio visible,en la entrada de la muralla de la ciudad,o en el castillo de San Felipe. Decídselo

al Virrey —concluyó con vozentrecortada. Desde entonces susdescendientes transmitieron estainformación a unos y a otros, quienessiempre se preguntaron si aquella placahabía sido, finalmente, puesta enCartagena. Y cuando Alderete se locomunicó al Virrey, éste frunció loshombros y contestó:

—Desvaría. —Tal vez pensaba que,en su último aliento, Lezo le queríarobar su tan exclusiva victoria. De estaúltima voluntad también se sabe porqueAlderete se lo narró a su familia y,aunque no quedó por escrito, susdescendientes, similarmente, la

conocieron por tradición. Todavía no seha erigido el monumento; ni la placa.

—Josefa, llámame al barbero, quequiero morir limpio y afeitado —dijopresintiendo que la vida se leescapaba…—. Ah, y entiérrame con mispatas, porque seguramente las voy anecesitar al otro lado —le dijobromeando. Había sido una de laspocas bromas que este curtido marinohabía hecho en toda su vida.

Afuera llovía. El agua caía acántaros del grisáceo cielo que escondíaun sol perezoso como incandescente.Cuando la fiebre subía demasiado, DoñaJosefa le aplicaba compresas de agua

fría en la frente que se secabanrápidamente. El tintineo de la lluviasobre los tejados y las ventanas hacíatemer un riguroso «invierno», como allíllamaban a la estación lluviosa, y setemía que esta circunstancia pudierallegar a agravar al enfermo. La lluviachorreaba por los cristales rotos de lasventanas y se colaba adentro de la casa,animada por el viento de septiembre,como si estuviesen echando baldazos deagua. En Cartagena casi no habíaquedado casa con cristales buenos. Poreso se tuvieron que cerrar los postigos,con lo cual aumentaba la penumbra. Elcielo tronaba como si un nuevo

almirante del rayo amenazara la ciudad.Era San Pedro «sacudiendo los cueros»,como algunos decían.

—Josefa, dile a mis hijos cuánto losamo y que el más triste remordimientoque llevo es no haber pasado mástiempo con ellos; pero explícales quetenía que cumplir con otros deberes…—murmuró con una voz ya muy débil.

El suelo de la campiña se convertíaen un lodazal sin cuento, mientras porlas calles circulaban ríos inconteniblesque arrastraban piedras y arena. Era unade esas lluvias que parecían quererlavar los pecados e ingratitudes de loshombres. Ni siquiera había sol, pero el

calor continuaba sofocante, y Lezoempapaba las sábanas y fundas de lasalmohadas con un sudor de muerte. Unaesclava negra lo refrescaba con unabanico gigante, de aquellos que seusan para avivar el fuego de las estufas.Los sentidos sensoriales se le fueronapagando y una como vaga expresión enla mirada se hizo cada vez más notoria.A veces se le observaba mirandofijamente las sábanas de la cama. El 4de septiembre pidió la confesión. Elobispo, Don Diego Martínez, acudiópresto a dársela, junto con el SantoViático; cuando golpeó la puerta, DoñaJosefa salió a recibirlo y, después de

hacer una inclinación y besar su anillo,como mandaba la costumbre, lo hizopasar. Las criadas y visitantesocasionales también hicieron profundasreverencias. El Obispo entró, diciendo:

—Paz a esta casa —a lo cual DoñaJosefa, las criadas y los visitantes,respondieron, según el rito:

—Y a todos los que en ella moran—con lo cual el Obispo se hizoconducir a la habitación del enfermo, yrociándola con agua bendita, dijo enlatín:

—Asperges me, Domine, hysopo, etmundabor… —mientras rociaban lahabitación y al enfermo con agua

bendita. A eso se respondió:—Miserere mei, Deus, secundum

magnam misericordiam team. —Actoseguido, abrió el ritual y entre todosrecitaron el Confiteor y después de decirel Misereatur e Indulgentiam, invitó alos oyentes a rezar por el enfermo. Yluego, solemnemente, prosiguió:

—En el nombre del Padre y del Hijoy del Espíritu Santo, extíngase en ti todainfluencia del demonio por laimposición de nuestras manos y por lainvocación de la gloriosa y SantísimaVirgen María, Madre de Dios, de suilustre esposo, San José, de todos lossantos ángeles, arcángeles, patriarcas,

profetas, apóstoles, mártires,confesores, vírgenes y de la grancomunidad de los santos… —Y tomó,entonces, el santo óleo, aquel que habíasido bendecido el Jueves Santoreciente, y con el dedo pulgar hizo unaunción sobre cada uno de los sentidosdel General quien, en ese momento,comprendió la irrenunciabilidad de sumuerte. Se sintió doblemente atrapado:por el Virrey y por la muerte; ya nohabía salida, y un general que no latenga lleva a la ruina a su ejército.Todos estos pensamientos cruzaban sumente, cuando el Obispo aplicó el óleosobre los ojos, las orejas, nariz, los

labios, las manos y los pies, enjugandocon el algodón los restos del aceite.«Por esta santa unción y su benignísimamisericordia, te perdone el Señor lo quehas pecado con la vista.»Definitivamente, sólo le restaba morir.

Las mujeres lloraban, en silencio, laescena y de cuando en cuandovolteaban la cara para enjugarse laslágrimas. Luego lo confesó y le dio lacomunión. El Obispo, sin duda, salióconmovido de allí.

El 5 Lezo pidió su crucifijo y seabrazó a él con ternura. Continuaballoviendo. Dos lágrimas le brotaron delos ojos. La enfermedad, que no la

guerra, lo estaba rindiendo. Su rostrolucía demacrado, pálido como la cera.Ya no comía. Sólo pedía agua, quevomitaba con frecuencia. Luego leempezó una hemorragia interna que lodejó sin fuerzas. Asesaba; se sentía faltode oxígeno. Se le intensificaron losdolores del abdomen. El pulso lo teníadisparado. Nadie sabía qué hacer. Fueen 1948 cuando se aprendió a tratar lafiebre tifoidea y mantener al pacientecon los líquidos corporales enequilibrio. El contagio se preveníahirviendo lo que el enfermo había usado.Su mujer y las criadas rezaban el rosariojunto a su lecho de enfermo y pedían por

su pronta recuperación; él lo seguía conatención y a veces con desmayo: entrabaen un sopor parecido a la muerte. PeroDios tenía otros designios…

—Josefa…, he vivido con honor.Deseo morir con valentía. Sólo meacobardo ante la idea de dejarte sola ysin recursos… Ni siquiera hay dineropara mi entierro… En el cofre queguardo en el desván, tras los tiestos queestán contra la pared, hay unos pesos;apenas son suficientes para un ataúd…Dile al Obispo que permita que meentierren en la capilla de la Vera Cruzde los Militares; allí, junto al conventode San Francisco… Pídele al marqués

prestado para tu sostenimiento, mientrasllegan los sueldos. Luego vete a Españay reúnete con los hijos…

—¿Y por qué quieres que teentierren allí, Blas? —preguntaba sumujer, con lágrimas en los ojos,presintiendo que el fin se hallaba cercay habiéndose atrevido a pronunciaraquella terrible palabra.

—…Porque allí estoy cerca de lapólvora y del arsenal de mis navíos, quees alrededor de lo cual he vivido y elúnico recuerdo que dejo para lahistoria: pólvora, porque así ha sido mivida… Ah, pero defendiendo a España ydefendiendo a Cristo.

En las primeras horas de la tarde del6 la criada, dando voces, llamó laatención de Doña Josefa:

—Mire —le dijo emocionada— hayuna araña subiendo por la puerta de lahabitación de Don Blas…

—¿Y qué tiene que ver eso? —respondió intrigada la matrona.

—Pues que es de siete patas —dijola criada, sorprendida por tantaignorancia—, lo que significa que va ahaber una sorpresa en esta casa. A lomejor es que Don Blas se va arestablecer —concluyó con la certeza delos que apostaban por los números queaparecían en los peces y las ranas.

—¿Sorpresa? ¿Qué dices, mujer?—Eso siempre pasa, señora. Las

arañas de siete patas anuncianaconteci mientos imprevisibles…

Doña Josefa miró a la criada conescepticismo y dio la vuelta paracomprobar las siete patas de la araña.«¿Cómo podía la gente fijarse en esascosas?», pensó.

El 7 de septiembre, muy temprano,llamaron a la puerta de la casa.Sorprendió la hora porque todavía losgallos del amanecer se escuchaban enuno y otro patio. Era un mensajero conuna carta lacrada que, evidentemente,había llegado el día anterior y a la que

se encargó de proteger para que las alasdel sombrero de jipijapa que llevaba nodepositaran su contenido de agua delluvia sobre ella. Era un oficio dealguien importante. Doña Josefa lo abrióapresuradamente; las manos letemblaban y el corazón le latíafuertemente. La lectura del oficio laheló. Se trataba de un mensaje anónimo,quizás escrito por algún amigo de sumarido en la Corte, que le decía:«Lamento comunicaros que el Rey hasido persuadido de castigaros en brevepor los hechos acaecidos en la defensade Cartagena de Indias, a pesar de losbuenos oficios que varios consejeros

han hecho para que tal castigo no seejecute». Se le aflojaron las corvas ytuvo que apoyarse en la pared. Mandótraer un vaso de agua, que bebió degolpe. Se le escurrieron las lágrimascuando releyó el oficio que, como unaexhalación, cayó de sus manos. Cerró lapuerta y puso la aldaba y fue, entonces,cuando rompió a llorar amargamente.Así permaneció largo rato… No volvióa recoger la carta que en el suelo estuvo,por orden suya, hasta muchos díasdespués del deceso del General. Luegose acordó de la araña.

Los amigos a quienes Blas de Lezose había dirigido en sus cartas

debieron hacer un esfuerzo porenderezar las cosas ante el Rey yconseguir algún reconocimiento. Elinfluyente José Patiño ya tampocopodría ayudarle pues había muerto cincoaños antes, en 1736. Pero, por más quese intentó, las intrigas del Virrey nohabían podido ser contrarrestadas; eldaño estaba hecho y, además, losmismos métodos empleados por elGeneral para hacer llegar sus informescarecían de ese sello especial que da laformalidad de los correos oficiales.Había una cierta e injusta clandestinidaden ellos, a más de las intrigaspersonales, que había obligado a las

autoridades españolas a creer más laversión del Virrey y la de sus áulicos.

Ese día, 7 de septiembre de 1741, alas ocho horas, y cincuenta y dos añosde edad, Don Blas dejó, sin fuerzas ya,escurrir el crucifijo de sus manos; elmismo que lo había acompañado entantas otras batallas de su vida, de lasque siempre había salido victorioso.Comprendió que de ésta no lo podríahacer. Vernon, en cambio, moriría a lossetenta y tres años de edad, en 1757, y,en ese sentido, había obtenido suvictoria sobre Lezo: si no lo podíavencer, por lo menos sí sobrevivir.Triple victoria, pues ni siquiera había

recibido deshonores, sino, más bien,ocultamientos y cómplices silencios;además, una tumba conocida y, para elresto de ignorantes mortales, un epitafioque lo hacía entrar en el panteón de loshéroes nacionales. Tampoco murió depena, ni lo alcanzó la peste por él mismopromovida y, menos aún, laperversidad e ingratitud de loshombres…

—¿Quién era, mujer? ¿Era algúncorreo…? ¿Me escribió el Rey…? —preguntó lánguidamente.

—No era nadie, Blas… —Y Josefamiró el reloj. Eran las nueve. Lamisma hora en que habían aparecido las

velas en el horizonte de Cartagena.—…Me muero, Josefa —dijo

exhalando un suspiro—. Muyseguramente el Rey me otorgará el títulonobiliario que le he pedido… Pero no teolvides de cobrar mis sueldos… Mira,cómprate un billete de lotería de ésascuyos números salen marcados en lasranas y los peces… —Y, poco másadelante, continuó—: No ha venidonadie, ¿no es cierto? Entiérrame con micrucifijo de plata, que él me harácompañía… Ah, y con mis patas depalo… Dile a mis hijos que morí comoun buen vasco, amando y defendiendo laintegridad de España y del Imperio…

Gracias por todo lo que me has dado,mujer… Ah, pero te ruego que no metraigas plañideras a que giman y denalaridos sobre mi cadáver…; no lopodría soportar… —Y luego murmurócasi imperceptiblemente—: ¡Fuego!,¡Fuego…! —Fueron sus últimaspalabras, como dando la orden ainvisibles cañones de imposiblesnavíos, y sin que se tuviera certeza decual Imperio defendía.

A los pocos minutos, después deque, primero los labios, y luego la cara,se le fueran poniendo cenicientos comouna gran mancha de muerte que se ibaextendiendo sobre la vida, concluyó:

«Dios mío y Señor mío…», con vozagonizante, trémula, y entregó su almaaquel medio-hombre, el hombre ymedio, que había defendido el Imperiode la más grave amenaza que jamás seextendiera sobre el continente hispano.

Josefa se abrazó al cadáver y sequedó allí, sobre él, vertiendo lágrimasde dolor e ira porque en su memoria,una y otra vez, aparecía aquella infamecarta de advertencia. Sólo la consolóque su marido no hubiera llegado aconocerla.

Y no hubo dinero para su entierro.Ni una lápida. Ni una inscripción con sunombre. Ni siquiera un cortejo fúnebre

con la presencia de sus soldados. Todostemían las represalias del Virrey. LaMisa de difuntos fue pronunciada por elObispo.

—Requiem aeternam dona ei,Domine: et lux perpetua luceat ei —a locual se contestaba:

—Dale, Señor, el descanso eterno ybrille para él tu luz perpetua.

La iglesia estaba vacía. Lezo notenía deudos. Sólo su mujer y unoscuantos vecinos lo acompañaron.Alderete, su amigo, también asistió alentierro y ayudó a poner el ataúd en elcarromato tirado por mulas. El Obispo,conmovido por la situación en que

quedaba la viuda, le dio un dinero paraque sobreviviese el tiempo que hacíafalta hasta que llegasen las mesadassalariales y no pidió un solo centavopor las nueve Misas que se dijeron porsu alma. También garantizó al marquésde Valdehoyos el pago de losarrendamientos atrasados. Unos pocosamigos, muy íntimos de la familia, conDoña Josefa a la cabeza, marcharonllevando el féretro hacia su últimamorada. Era un día triste de lluvia, quemilagrosamente se suspendió a lamarcha de los dolientes. Tres truenos enla lejanía dieron, como salvas de honor,su último adiós a uno de los más

heroicos marinos de España. Losacompañantes miraron el firmamentocomo en busca de explicación. Hoy yanadie está seguro de que, en efecto, sucuerpo haya sido enterrado donde éldispuso. No hay rastro cierto. Pero nosconsolamos con la posibilidad de queasí fue.

El 21 de octubre de 1741 se emitíauna real orden por la cual se destituía aDon Blas de Lezo de su puesto decomandante y se le ordenaba regresar aEspaña con la intención de ser sometidoa juicio de responsabilidades. La muertelo había hecho escapar del último ultrajey vejación. Nadie nunca tampoco

escribió una verdadera biografía sobreel héroe. Años más tarde, demasiadotarde, su nombre era rehabilitado y se leconcedía el marquesado de Ovieco. Susdescendientes lo disfrutaron.

Casi coincidiendo con laterminación de esta biografía, Españabotaría al mar una fragata llamada Blasde Lezo el año 2003.

Requiescat in pace.

PABLO VICTORIA, es doctor eneconomía y doctor en filosofía. Ha sidocongresista y Senador de la Repúblicade Colombia, profesor universitario,escritor, historiador y columnista dediversas publicaciones.

Colombiano de nacimiento,actualmente reside en España. Estudió

en los Estados Unidos, donde obtuvouna licenciatura, maestría y doctoradoen economía. En la actualidad escandidato para un doctorado en filosofíapor la Universidad Complutense deMadrid. Su vida profesional haalternado en la empresa privada, en laque ha desempeñado importantespuestos ejecutivos y en la cátedrauniversitaria, pues es autor de varioslibros de economía. Es miembro de lasSociedades Nacionales de Honor de losEstados Unidos, Pi Gamma Mu y PhiTheta Kappa; ha sido mencionado en ellibro Who is Who in America y en larevista Dinero como una de las 100

personas más influyentes de Colombia.Entre los libros de su autoría se cuentanHacia una Economía Libertaria,Bogotá, 1974; Foundations ofEconomic Development, Nueva York,1 9 8 3 ; Macroeconomía analítica.Santafé de Bogotá, 1993; Fundamentosdel desarrollo económico, inteligenciavs. capital. Santafé de Bogotá, 1996; Elescándalo de la educación sexual enColombia, Santafé de Bogotá, 1997; YoAcuso, Santafé de Bogotá, 1997;Protestantes Vs. católicos, el juiciofinal, Santafé de Bogotá, 2000; LaSociedad postliberal y sus amigos. Elgenocidio del intelecto, Madrid, 2003;

El día que España derrotó a Inglaterra,Madrid, 2005; España contraataca,Madrid, 2007 y están por publicarse: Elcapitalismo en la Biblia; Memorias deun Golpe de Estado y Al oído del Rey (2tomos) en el que narra la verdaderahistoria de la independencia deAmérica.

Pablo Victoria ha sido tambiénperiodista de distintos diarioscolombianos, parlamentario y Senadorde la República. Su más connotadaintervención en el Congreso deColombia fue su acusación contra elpresidente Ernesto Samper por haberfinanciado con dineros de la mafia su

campaña presidencial, amén de otrasintervenciones contra la corrupciónpolítica que le valieron elreconocimiento nacional. Decidió ponersu familia a salvo tras varios años derecibir graves amenazas contra su vidapor parte diferentes bandas criminalesde extrema izquierda y grupos narco-terroristas. Su reciente incursión en lahistoria de España promete dar al lectoruna visión fresca de los acontecimientosque marcaron el Imperio Español eiluminar las sombras que lahistoriografía comprometida ha echadosobre sus hazañas.

Nota del editor

[1] A la finalización de este libro en2003 ninguna placa habíaconmemorando la gesta de Don Blas deLezo. Hubo que esperar a 2009, y quizása cuenta de la publicación de este yotros libros relatando las hazañas deDon Blas de Lezo, para que finalmentela ciudad de Cartagena de Indias,auspiciada por un grupo de ingenierosindustriales españoles, colocase dichaplaca, que reza lo siguiente:

«Esta placa se colocó parahomenajear al invicto almiranteque con su ingenio, valor y

tenacidad dirigió la defensa deCartagena de Indias. Derrotóaquí frente a estas murallas a laarmada británica de 186 barcosy 23.600 hombres más 4.000reclutas de Virginia, armadaaún más grande que laInvencible Española, que losbritánicos habían enviado almando del Almirante Vernonpara conquistar la ciudad llavey así imponer el idioma inglésen toda la América entoncesEspañola. Cumplimos hoyjuntos españoles y colombianoscon la última voluntad del

Almirante, que quiso que secolocara una placa en lasmurallas de Cartagena deIndias que dijera:

AQUÍ ESPAÑA DERROTÓ AINGLATERRA Y SUS

COLONIASCARTAGENA DE INDIAS,

MARZO DE 1741

Los Ingenieros SuperioresIndustriales de la ComunidadValenciana de Españaofrecieron esta placa en un actoconjunto con las AutoridadesColombianas el día 5 de

Noviembre de 2009»

Además, el 21 de noviembre de 2009, secolocó otra placa en la casa de Cádizdonde Blas de Lezo residió algunosaños y el 2 de Julio de 2010, elayuntamiento de Madrid decidiónombrar una Avenida en honor alAlmirante.<<