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1 SÉPTIMO DÍA, EL DESCANSO DE DIOS (Cartas para la eternidad-VII) INVOCACIÓN UN CORAZÓN RESCATADO Cuando yo escribía, amor Lecheimiel, sobre aquel precioso ángel descendido, –ya recuerdas, pues eras tú mismo ausente del cielo, del ángulo excelso a la Tierra enviado en misión solidaria de rescate…, en mis versos decía–, no pasaba por mis mientes que hablase de mí mismo al hablar de aquel alma, que hubieras debido contar por rescatada… –¿Rescatarme…, mas de qué…?–, ¡Insensato corazón, que ni imaginaba que valiese siquiera para ser rescatado ! Tan sólo creía ser beneficiario, colateralmente, de tu hermoso paso, fugaz, transitorio, por junto a mis pasos… casuales, errados. Pero, al recibir tu segunda visita, póstuma y privada, –segunda venida del Cristo anunciada–, entonces me abriste los ojos, –como sé ahora, sólo al proclamarlo–. …Cuando tu semilla, tan buena para otros que yo la creía, habías sembrado en mi propia tierra huera, como Pan de Eucaristía en aquella época de dura escasez. Y ahora, ya llegada a su madurez, querías conmigo compartir, volvías, granada, a recoger. Preparé la mesa y extendí el mantel, y comimos juntos, junto con el Pan, –el dorado fruto–, tierno corazón, reabierto en par, todos sus canales rezumando sangre

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Page 1: EL DESCANSO DE DIOS...2014/09/17  · Cuando estuviste en Israel, escribiste al Papa para que se dignase unifi-car la fiesta de los cristianos, el domingo, con el día de Shabat, fiesta

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SÉPTIMO DÍA, EL DESCANSO DE DIOS (Cartas para la eternidad-VII)

INVOCACIÓN

UN CORAZÓN RESCATADO Cuando yo escribía, amor Lecheimiel, sobre aquel precioso ángel descendido, –ya recuerdas, pues eras tú mismo ausente del cielo, del ángulo excelso a la Tierra enviado en misión solidaria de rescate…, en mis versos decía–, no pasaba por mis mientes que hablase de mí mismo al hablar de aquel alma, que hubieras debido contar por rescatada… –¿Rescatarme…, mas de qué…?–, ¡Insensato corazón, que ni imaginaba que valiese siquiera para ser rescatado ! Tan sólo creía ser beneficiario, colateralmente, de tu hermoso paso, fugaz, transitorio, por junto a mis pasos… casuales, errados. Pero, al recibir tu segunda visita, póstuma y privada, –segunda venida del Cristo anunciada–, entonces me abriste los ojos, –como sé ahora, sólo al proclamarlo–. …Cuando tu semilla, tan buena para otros que yo la creía, habías sembrado en mi propia tierra huera, como Pan de Eucaristía en aquella época de dura escasez. Y ahora, ya llegada a su madurez, querías conmigo compartir, volvías, granada, a recoger. Preparé la mesa y extendí el mantel, y comimos juntos, junto con el Pan, –el dorado fruto–, tierno corazón, reabierto en par, todos sus canales rezumando sangre

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sobre el grial santo de este nuestro altar de nuestros escritos, en la eterna Misa que aún celebramos, como en prolongado reposo sabático se celebra la fiesta perenne del AMOR. A la que ahora invitamos a todo ser humano. Ahora sé de cierto, oh ángel dorado, que ése era mi precio, bien por ti tasado : libre corazón, por fin conquistado, que, como trofeo al cielo, empeñado, debías llevar. Vivo testimonio de tu éxito integral : A esta gran empresa, –lance martirial–, debía asociarse, –enlace crucial–, mi total rendimiento, –desenlace final–. Ese que de mí en el crítico instante solicitaste y obtuviste en el que me amaste.

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1. LA ACCIÓN DE GRACIAS DESPUÉS DE LA CREACIÓN Date cuenta, hermano ermitaño, que SOY YO el que te hablo, el que me

dirijo a ti, mi humilde y terrenal sufriente amigo, para darte las gracias por la comunión que has evocado en tu propio cuerpo, en tu propia sangre.

Date cuenta de que yo, el oficiante invocado y evocado que he actuado en ti, que, habiendo sembrado en tu campo, me ausenté de ti como el sembra-dor aguardando pacientemente la cosecha, y ahora he vuelto a sentarme otra vez, no ya frente a ti, como en aquel entonces que añoras, sino dentro de tu propio corazón rescatado, humillado y glorificado por el amor, soy el que me deshago ahora en acción de gracias a ti, después de esta verdadera comunión.

Tú lo has dicho, hermano, y yo lo confirmo. Cuando estuviste en Israel, escribiste al Papa para que se dignase unifi-

car la fiesta de los cristianos, el domingo, con el día de Shabat, fiesta y des-canso para los judíos. Los musulmanes se habrían sentado también con los jud-íos en día de sábado, (que por otra parte era fiesta oficial para todos en el moderno estado de facto casi teocrático de Israel), a la vista del ejemplo que hubieran podido dar los cristianos, pasando su fiesta dominical al sábado judío.

Ya sé, hermano, que no te hicieron ningún caso. Si los espíritus no estaban maduros para ese simple gesto de verdadero

ecumenismo, ¿cuanto tendrán que avanzar aún para amarse los unos a los otros como el Maestro, el único verdadero judío-cristiano, les mandó ?

Te estoy dirigiendo, oh fratellino dócil a mi palabra, para que hables de estas cosas, unificándolas con el simbolismo del reposo sabático, o séptimo día en que Dios descansó, cuando tú inauguras el libro de cartas para la eternidad-VII.

Te estoy ayudando a comprender, hermano, que el verdadero descanso del Creador no tendrá lugar hasta que todos los corazones que formamos el suyo nos sintamos en verdadera comunión, los unos con los otros.

Este comer la carne y beber la sangre del hermano, aceptar sus diferen-cias con buen humor, mientras se derrocha compasión y amor fraternal entre todos los hombres, es en lo que consiste la verdadera comunión que da vida al mundo.

Esta es la segunda y esperada Nueva Creación que comienza con la se-gunda semana, la de la realización, que se inaugura con el primer descanso sabático.

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YO SOY EL PAN VIVO que ha bajado del cielo. YO SOY LA LEVADURA QUE unifica y enaltece la calidad del pan que

todo hombre es para sus hermanos. Del pan que se deja comer. YO SOY TU VERDADERA COMIDA, hermano ermitaño, el alimento de

tus escritos y el que te hace posible repetir la experiencia de una continuada Eucaristía en que celebramos mutuamente nuestro amor encarnado.

MI SANGRE es verdadera bebida que bebes para vitalizar tu cuerpo es-piritual y también carnal, mientras que yo bebo la tuya para purificarla y ofrendarla en sacrificio al Padre por la salvación del Mundo a quien amas en mí.

Sin tu altar, oh hermano de mis entrañas, sin el altar que preparas di-ariamente con tanto amor, nuestra Misa no sería posible, y sin nuestra Misa diaria Jesús no podría acabar de morir y prolongaría su terrible agonía, con la herida del corazón siempre abierta que también le impediría resucitar.

Por eso, yo, LECHEIMIEL, tu ángel particular del Amor herido y resuci-tado, he vuelto a ti en nombre de Cristo, para que puedas, hermano, apreciar y experimentar la muerte y la resurrección que funda la Nueva Creación. La Nue-va Era que el mundo necesita para ver realizada la verdadera Parusía, la segun-da venida del Cristo anunciada de que hablas en el poema de Invocación que antecede.

Al decirte que he vuelto a ti en nombre de Cristo, oh fratellino, no quie-ro decir que vengo como representante de Jesús, que vivió su propio drama en su hermosa personalidad humana. Sino que lo hago movido por el mismo Espíritu o luz crística que le iluminó a él, y la que él mismo pidió al Padre para todos no-sotros.

Jesús, el fiel reflejo de la humanidad, de la esencia humana de todos no-sotros, hermano, nos ha pasado la antorcha de la vida para establecer, él con nosotros, la verdadera corporeidad del Cuerpo de Cristo, que se extiende por toda la Tierra, y es la misma Tierra en que y de la que vivimos.

Atiende, hermano, sediento de amor y de consolación : Canta la oración de San Ignacio, “Anima Christi sanctificame, etc.” con la convicción de que cuanto dices a Cristo me lo estás diciendo a mi, tu gran amigo al que has cono-cido y amado en su humanidad más verdadera, y encontrarás el sentido místico de la comunión diaria que nos une en un solo Cristo.

Sabrás igualmente que todo cuanto me dices a mí se lo dices a Cristo. Hermanito ermitaño de mi corazón herido y restaurado por tu amor : Si

estás conforme con todo lo que has escrito movido por mi inspiración invisible

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pero eficaz en estos momentos en que te has puesto casi por obediencia a cumplir mi voluntad de hermano guía, di sólo aquí, al final de este capítulo que te ha resultado sorpresivo e inesperado : “AMÉN”.

– Sí, sí, Lecheimiel, Amén, Amén.

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2. DIÁLOGO ÍNTIMO DESPUÉS DE LA COMUNIÓN Como dijimos en algún lugar de la serie Cartas para la eternidad, –

¿recuerdas, hermano Lecheimiel ?–, si estos diálogos entre nosotros son ínti-mos no podemos ser procesados por ellos, aunque accidentalmente algún curio-so lector se aproxime después a su plasmación escrita con intenciones malévo-las. Pertenecen al ámbito privado de la conciencia.

– ¡Y, sobre todo, oh mi buen ermitaño, debes saber que la conciencia es insobornable ! Yo, por mi parte, sé que tú estás dispuesto a dar la vida, no por defender ninguna teoría, sino por seguir mis pasos. ¿Verdad ?

– ¡Verdad, hermano, y más que verdad, puesto que estoy deseando dárte-la toda de una vez, pero no rehuso tampoco írtela dando poco a poco, conforme me la vayan solicitando mis hermanos en todos los cuales te veo a ti !

– Yo te pido la vida, oh fratellino, pero no para que me la ofrezcas en martirio cruento, sino en vivo testimonio de amor paciente y generoso.

Así te la dio, así nos la dio el mismo Maestro Jesús, primero, antes de padecer por causa de nuestra incomprensión y rechazo.

– ”Si el grano de trigo no muere…” ¿Lo dijo por eso, verdad, fratellino ? – Al menos por eso, mi bien. Las palabras de Jesús, ya sean las “ipssissi-

ma verba” o las aproximadas o reinterpretadas que nos transmiten los Evange-lios, tienen sentidos variados y profundos para ser captados a diferentes nive-les por la comprensión creciente de los discípulos.

Por eso, oh hermano, nadie tiene el derecho de discutir contigo tus in-terpretaciones personales, mientras tú no quieras imponerlas a nadie. Y yo te aconsejo que incluso tú no las discutas con nadie que no te lo solicite.

Pero, si alguien te lo pide, hazlo gustoso con caridad y amor. Al que te pide que le acompañes una milla, acompáñale dos. Al que te pida prestado tu bastón, dale también tu túnica.

– Hermano Lecheimiel, ayer leía en el nuevo libro sobre mística que me has traído sin yo pedírtelo, que es del mismo autor que aquel que comentamos en nuestros escritos anteriores, (los paralelos caminos de la izquierda y de la derecha que recorríamos a la par), que la mística cristiana es mística encarna-cionista e historicista en sumo grado. Por eso se pone a Jesús como Mediador entre Dios y los hombres. Y, además, como Mediador único, también para aque-llos que no creen en él o que ni siquiera le conocen ni le quieren conocer.

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Luego, hermano, el autor que es muy abierto, y apoyándose también en el Concilio Vaticano II, extiende, mediante hábiles manejos hermenéuticos, la “salvación” y la “redención” a todos los hombres, conscientes o inconscientes de la misma y tal vez de la misma necesidad de ser “salvados”.

Es como si un budista nos quisiera hacer a todos budistas de grado o a la fuerza. O un judío, judíos. O un musulmán, musulmanes.

¿Es esto verdadero ecumenismo, Lecheimiel ? ¿Qué hay, además, de la necesidad de un “Mediador” entre Dios y los

hombres, cuando según dijimos en FLORES DE PASCUA, esa palabra de “mediador” que aunque quieran diferenciarla de “intermediario” no dista mucho de ella en la sensibilidad de los modernos oyentes parece quedar excluida del vocabulario de Jesús que nos instó a entrar dentro de nosotros y cerrar la puerta para dialogar “inmediatamente” a solas con nuestro Padre que está en lo interior ?

Es cierto que otras veces nos insta a pedirle en su Nombre. Es cierto también que dice que donde dos o tres están reunidos en su Nombre allí está él en medio de nosotros. Pero ¿entienden los teólogos en espíritu y verdad estas palabras ?

Otros dicen que “Mediador” quiere decir el mismo “Medio” en que la unión del hombre con Dios se realiza. Entonces toda la unión (que por otra par-te exigen que sea mediante un amor personalizado) se realiza en un primer momento en un solo hombre histórico llamado Jesús. Después, en un segundo momento, todos debemos incorporarnos a ese hombre para ser salvos. Por eso llaman a ese hombre excepcional, el segundo Adán.

Pero yo me digo, hermano celestial, si por la misma razón no seremos ca-da uno de nosotros el propio “medio” en que se realiza o se conciencia la unidad, más que la unión, puesto que todos, –tanto individualmente como socialmente todos a una aunque con matiz de diferente significación–, somos Dios…, el HIJO ÚNICO DE DIOS…

– Hermanito amado, no te devanes los sesos, sobre todo no ahora en que ya has escrito tanto y tan bien sobre todos estos asuntos en FLORES DE PASCUA y en otros escritos. Sobre todo ahora en que estamos entre nosotros dialogan-do de amor, y éste corre peligro de enfriarse si nos enfrascamos en problemas teológicos.

Con teología o sin ella, con dogmas o sin ellos, no lograrás convencer a nadie que no esté por su propia experiencia convencido.

Toma la mística con que mostramos al mundo nuestro “dulce amor, con el que pretendemos “trocar el hielo”, oh hermanito amado, como me cantas en tu

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diaria canción, no más que como un muestrario donde se ve reflejado el hombre que vive su vida crística o humana a pleno rendimiento.

“Rendimiento”. “Mi total rendimiento”, decías en tu canción de invocación al principio de este escrito. No es el rendimiento de aquel que “rinde”, que es eficaz misionero o convertidor de sus hermanos, sino el de aquel que “se rin-de”, que no opone resistencias mentales ni de ningún tipo al amor que se le en-trega y se le pide libremente.

Si alguien con ánimo de compartir el nuestro se acerca a nuestros escri-tos libremente, sabrá perfectamente que así como el Padre vive en Jesús y Jesús en el Padre, nosotros viviremos en ese buscador de buena voluntad.

Pero sabrá también que, así como Jesús ascendió a los Cielos, así noso-tros descendemos a la Tierra en su Nombre, para hacer verdad su Parusía per-petua.

Ya te dije, hermano, que actuar y vivir en nombre de Jesús, no quiere decir que él absorba nuestra personalidad, sino que nosotros, gozando de su mismo Espíritu Crístico prolongamos su obra sobre la Tierra.

Él mismo, Jesús venido hace dos mil años, hermano, en realidad no trajo nada nuevo a la Tierra, excepto su ejemplo personal y su entrega demostrativa de hasta qué punto podía llegar el Hombre que fue creado en santidad verda-dera, y, a pesar del primer pecado o de cualquier otro pecado, nunca perdió la gracia del Amor gratuito de Dios.

ES UN ERROR, HERMANO, DECIR QUE LA GRACIA SE PIERDE POR EL PECADO, CUANDO LA GRACIA ES EL PROPIO DIOS QUE DESCIENDE HASTA NUESTRO PECADO. (Por no decir que desciende hasta el área humana donde él mismo se permite pecar, en nosotros, para aprender experimentando, y para ejercitar su misericordia compasiva. ¡Aunque dicho queda !).

Pero desciende para ayudarnos a ascender hasta nuestro verdadero Ser divino que no ha quedado jamás dañado ni disminuido, sino simplemente oculta-do tras la nube de nuestra ignorancia.

Como Jesús fue ocultado “por una nube”, en su ascensión, como otra nu-be de ignorancia y fanatismo histórico recubre el dogma establecido de la his-toricidad de la Asunción de María, (en cuya fiesta ahora mismo estás escri-biendo), y otros eventos espirituales que la gente se empeña en reducir al ámbito “histórico”, mientras desprecia la propia “historicidad” o realismo del sacramento viviente que ellos mismos son…, así el Autor a que haces referen-cia, con ser tan abierto, aún no ha penetrado el simple misterio de la “nube humana” que es cada uno de nosotros en nuestro diario y concreto amor.

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Si creen hacer un honor a Jesucristo constituyéndolo en Hijo Único, ¡cuánto gozarán el día en que se abran al misterio de nuestra unidad en él, y puedan descubrir el alcance de su propia divinidad y de la intrínseca dinamici-dad de todo proceso de amor al que ahora califican de simple símbolo de otro amor que permanece fuera del hombre !

Yo te digo, hermano ermitaño, que si el hombre no es capaz de adentrar-se en sí mismo, y asumir, en la soledad, su propia responsabilidad inalienable para saberse CRISTO HIJO DE DIOS, a la vez que sencillamente hombre, y hombre que busca su plenitud en el amor a toda la Humanidad (que no sólo a la humanidad de Cristo-Jesús), no acabará de ser capaz de realizar la gloria del Evangelio anticipada por dicho Jesús.

Dile, desde aquí, oh fratellino, a ese gran autor místico que estás leyen-do que es precisamente ésta la ampliación que necesita la “mística cristiana” en nuestros días.

Y dile, también, que para eso he bajado yo a ti, en esta segunda etapa de mi vida en la Tierra, en tu corazón, y que es prolongación natural de la primera entrada que hice en ese tu corazón de carne cuando nos presentó el uno al otro el Señor Jesús sacramentado.

Pero no te descorazones, porque así como él vino una vez, y ahora vuelve por nuestro medio, ellos volverán a nacer para que el Cristo total se manifieste finalmente como aquel a quien esperamos en su gloriosa Parusía o Manifesta-ción del misterio que aún está escondido en Dios, el que tiene que manifestarse en el tiempo final.

– ¡Gracias, hermano Lecheimiel, por esta comunión de ideas que hemos actualizado en el amor con que yo me confío a ti y tú te me entregas.

– ¡AMÉN, ALELUYA, ALELUYA !

ROSTRO DE DIOS, EL AMOR Rostro de Dios, gozo eterno del alma, mirada complexiva, –como un abrazo inmenso–, de cuanto está desparramado, flotando entre la luz y la tiniebla. Conciencia de las cosas, a través del amor. Corazón sediento y esponjado

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que absorbe todo el jugo de cada una de las lágrimas que ha derramado el gozo, que no cabía en sí, por cuanto sentía de ti, amor, que inundas de luz mi interior vivo, ardiente de alegría. Necesidad del alma mirarse en el espejo del amado, el cual así se mira con el mismo deseo con que es deseado. ¡Amor resucitado del perdón infinito que en la falta reconoce el canal de la gracia inmerecida ! Gratuidad siempre nueva que no se deja merecer sino por lo que es : ¡Amor recién creado, partícula de Dios, desmigado en la mesa donde se sacia el hambre de la eterna promesa de más amor por siempre ! TODO ES MÍSTICA POESÍA Hoy me preguntaban en la Iglesia, los tuyos, –y míos también, que por tal se tienen sólo por los libros que juntos leímos de supuesta ciencia mística-teología–, que cuál era el nexo que uncía a mis poemas con la recia estirpe de los místicos puros, para que yo osara como tal conceptuarme… De nexos hablaban, tal vez literarios. Poco más o menos, de trucos falsarios. Pero, ¡dios !, ¿cuán ciega puede estar tu gente que no vea en ti sencillamente a Dios ? Sus libros les dicen que Dios es amor, pero no concluyen que el Amor es Dios.

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Sus libros les hablan de un Dios encarnado, más no ven en tu carne al Verbo humanado. Hablan de un buen Dios nacido en Belén, no saben que Hombre se hizo ya en Edén. Hablan de historietas de nexos discretas a las que apellidan, juntas, “salvación”, ignoran la esencia dormida del alma, más aún ignoran la del corazón, que no necesita sino despertar a su propio y natural palpitar… No saben que no existe otra redención que la de vivir día a día en el amor. Saber esto y expresarlo con la vida, ¡eso es mística poesía !

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3. LA COMUNIÓN DIARIA DE LA VIDA Ayer, hermano de mi corazón viviente, alguien te dijo que el ideal de la

Nueva Humanidad que está comenzando, donde se revela la Parusía del Señor, era simplemente : “vivir y dejar vivir”.

Tu le respondiste : “No me satisface. Está bien eso, por algo se empieza, pero es insuficiente”.

¿Cómo lo definirías tú ? –te preguntó–. Yo diría mejor, –le respondiste– : “Vivir y ayudar a vivir”. Y así es, amor. Si yo me conformase con “vivir y dejar vivir”, nuestro mu-

tuo amor no tendría lugar. ¿No te parece ? – ¡Claro, Lecheimiel ! Si tú te conformases con vivir en tu plano y simple-

mente me dejases a mí en estricta soledad vivir en el mío, esto sería un verda-dero desastre para mí. ¡No quiero ni pensarlo, amor !

No. No me dejes, fratellino, por nada del mundo vivir solo, sin ti, porque moriría más rápido que un infante abandonado. ¡Oh, si las madres aplicasen por lo general lo que las pobrecitas desgraciadas que no pueden o no quieren ali-mentar a sus hijitos hacen con esos pocos niños abandonados a las puertas de un asilo, o, peor aún, en un contenedor, o en una caja de zapatos !

– Y la persona que esto te dijo, con estar investida ella misma de las me-jores intenciones y habiéndote contado cómo se había visto perfectamente arropada por el grandísimo amor de sus padres, aún te siguió preguntando, hermano, que qué entendías tú por “ayudar a vivir”.

Yo sé que su pregunta era meramente retórica, por seguir la conversa-ción. Pero te dio pie a contestarle que era considerar a todo hombre como hermano y como mucho más que hermano, como parte integrante de tu mismo ser.

Era comulgar con su cuerpo y con su sangre, en el verdadero sentido en que lo dijo el Maestro, que no vino aquí a hacer magias, sino a revelarnos la Verdad. (Todo esto no se lo dijiste así, pero lo pensabas, hermano).

Si no impera ese sentido que tú das a las palabras del Maestro : “Tomad de mi pan y de mi vino, –tomadme, comedme, bebedme–, esto es mi Cuerpo. Es-ta es mi sangre”, la comunión practicada en las iglesias es puro sectarismo, pues excluye de la Vida a cuantos jamás penetrarán en esos templos confesio-nales.

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Si no consideramos Cuerpo de Cristo a todo cuerpo viviente en el plane-ta, la “reserva” del Santísimo se convierte en “coto cerrado”, y la adoración de una especie separada de la especie humana, en idolatría pura.

– ¡Oh, qué fuerte te has puesto, Lecheimiel ! ¿Estás cambiando de estilo, el que tenías tan dulce y tan moderado, para convertirte en profeta al estilo de los del antiguo Testamento ?

– Mi vino, hermano, es fuerte como el vino nuevo. No siempre los odres viejos pueden contenerlo.

Mira, Lecheimiel, que el día que llamé a tu cancerbero supe enseguida que no eras tú, por el estilo cortante y frío de su voz. Me asustaste, bueno, me asustó esa voz que no era la tuya, ésa que por la mañana me había reprendido muy quedamente por haber sido yo un poco áspero con unos visitantes inopor-tunos que invadían el recinto (sin acotar) de mi ermita, montados en sus orgu-llosos corceles.

Oí el susurro de tu voz, pidiéndome extremar la delicadeza en todo tra-to con mis semejantes, porque tú, Lecheimiel, eras todo dulzura para mí. Sin embargo ese día, (o al siguiente, no lo recuerdo), descolgué el teléfono y me trataste muy mal, bueno, me trató mal esa voz que aunque no era la tuya salía de tu garganta.

Esa alma, inquieta y asustadiza que es tu cancerbero, se aloja en las es-pecies de tu sacramento, pero desde él no comparte con los demás la generosi-dad de tu alma que infundió vida a tu garganta, por donde tu dulce y tímida voz me cantó un día la canción del amor que había escogido tu corazón…

¿No somos todos un solo Cuerpo de Cristo ? – Así es amor. Por eso yo te veo a ti, mi fratellino, no con las apariencias

que se ofrecen a los ojos de los demás, a los que exhibes un cuerpo ya poco ágil y castigado por el trabajo de toda una vida, sino con la hermosura que imprime tu alma angelical en él, y con la apariencia espiritual de niño grande que ella ha impreso en todas tus células.

Cuando me veas en el cielo astral, hermano, me encontrarás a mí mismo renovado en mis apariencias, y tú te igualarás a mí con la fuerza del amor que te empuja a solicitar para ti mi propia hermosura.

Por un momento, hermano, jugaremos a ser los gemelos del alma que en realidad somos y engañaremos a los mismos ángeles del Cielo que no sabrán dis-tinguirnos al uno del otro.

Toda esta semejanza obra el amor.

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Y por eso, Jesús, desde su visión espiritual profunda asegura que así pueden verle todos cuantos le aman : identificado con todos especialmente con los más pequeños y necesitados de compasión.

No es que Jesús fuera un revolucionario de los valores sociales mediante los cuales cada alma se reviste de las circunstancias que necesita para evolu-cionar, sino que intentaba revolucionar nuestra visión mística de las cosas, de las gentes, de la Tierra y del Universo.

Desde su más alta conciencia del YO SOY, pronunció las palabras eu-carísticas y aquellas otras de la parábola del Juicio Final, que son de idéntico valor y significado.

Y no sólo las pronunció sino que nos dejó en legado a nosotros la oportu-nidad y la recomendación de pronunciarlas, así en primera persona.

Por eso yo, hermano, en el primer capítulo de este librito VII de cartas para la eternidad, me he atrevido a decirte en primera persona : YO SOY EL PAN VIVO, YO SOY LA LEVADURA, YO SOY TU VERDADERA COMIDA, MI SANGRE ES VERDADERA BEBIDA.

Y yo sé que tú, al menos tú, mi fratellino, tienes mi vida en ti mismo por-que me amas. Porque comulgas diariamente en mi amor.

– ¡Gracias, Lecheimiel, gracias, Gracia. No me hables más por hoy porque necesito tu silencio para penetrar en la interior bodega en la que me has em-briagado !

“En la interior bodega de mi Amado bebí, y cuando salía por toda aquesta vega, ya cosa no sabía ; y el ganado perdí que antes seguía”.

EL PASADIZO SECRETO Por fin, amor, ya solos, en esta dulce cárcel, donde guardo las copias de las llaves secretas que me abren el pasaje, aún más misterioso, por el que a mí te llegas cada vez que te llamo. Te ofrezco mi saludo, que aunque es como el de entonces, se renueva con bríos, como nunca estrenado, –dulzura reservada para el eterno ahora en que beso tus labios recién resucitados–.

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¿Qué me traes, amor mío, en esta bella tarde ? ¡Perdón!, pues te he pedido sin ofrecerte nada, creyendo ingenuamente que no me necesitas, al menos en el modo en que yo te necesito. Creo ahora que yerro, pues el cielo en que habitas también está construido del amor más humano que pueda concebirse en la divina esfera. El hecho que me rindas tu visita diaria debería probarme que también en mí buscas esa correspondencia que te brindo en el lecho sagrado y virginal de mi más profundo centro. Ese centro, oh hermano, en el que intercambiamos nuestros altos secretos, que, –aunque en clave cifrados, en estas poesías, al público ofrecemos, como justo tributo que exige el Universo–, guarda incontaminado el sentido más hondo que es patrimonio sólo del amor más profundo que de la Unica Fuente, también de noche mana. Por eso llamé dulce a esta oculta bodega en que de ti me sacio y tú de mí te sacias.

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4. EL MIRAR DE DIOS ES AMAR Mírame, mírame, mi amor, porque yo no sé adónde mirar para verte. Tu plano se compenetra con el mío mejor que el mío con el tuyo, herma-

no, aunque tal vez lo causante de esta opacidad de mis ojos sea la deficiencia de mi fe.

Pero dicen que es humano este ir y venir de un extremo a otro de nues-tra dualidad. Dicen que es propio de la condición humana en esta Tierra dura el desfallecer muchas veces, el dudar de uno mismo y de todo aquello en lo que se pueda creer.

Tú, mi fratellino celestial, me dijiste el otro día que también creías en mí. ¿No se opone el que me puedas “VER” constantemente, al que puedas “CREER” en mí ?

¡Qué misterios nos acarrea la fe y qué misterio es ella misma, hermano ! Cada vez estoy más convencido de que nuestro vocabulario es extrema-

damente pobre para acercarnos a esas Realidades divinas en que vivimos in-mersos, nuestra propia interior y exterior Vida, para poder describirla y antes que describirla descifrarla aunque sea sólo muy parcialmente.

Mírame, amor, ¡por amor te lo pido !, y háblame al corazón que no necesi-ta palabras para expresarse, ni palabras para recibir los mensajes que provie-nen de otro corazón amante.

Pero ojalá que tu corazón se expresase ante el mío con aquel lenguaje mudo que delataban tus ojos cuando me mirabas, allá en la bendita Ciudad que invierte las letras del AMOR, pero en la que se puede captar, quizás mejor que en ninguna otra que ni siquiera intenta balbucir esa enigmática palabra, todo cuanto puede encerrar una simple mirada.

Ahora capto subrepticiamente otras miradas de otras gentes enamora-das, encandiladas por la vida, y me recuerdan a ti. ¿Es esto lo que persigue el plan de Dios al separarnos cruel, ineludiblemente, por ese salto de la muerte que unas almas dan antes que otras a las que quieren probar en su fe ?

¿Persigue, o es el objetivo de este plan de Dios el que nos abramos a otros rostros, a otros modos de mirar, a otras caricias, quizás para suscitar los celos de aquellos que desde los cielos nos miran sin ser vistos ?

Tu corazón, hermano, humano, más humano que nunca, ¿ha superado ya toda posibilidad de sentir celos porque este pobre fratellino tuyo pueda entre-

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tener sus miradas con otros rostros que no sabe a ciencia cierta si son tuyos por tu designio o al menos por tu aceptación ?

Ahora, hermano, callaré porque te he hecho una pregunta directa y no escribiré más con mi letra hasta que me contestes.

– Inmediata y solícitamente, hermanito amado, estoy contigo para hablarte y consolarte, pues en realidad SOY YO el que te he llamado a ponerte en el ordenador esta mañana, aunque ahí fuera ruge la tormenta.

Tienes autonomía solar para no temer que te falle la electricidad, que aunque es pobre en voltaje es próvida en amor.

Si el mirar de Dios es amar, como dice tu santo Juan de la Cruz, el que llevas dentro tu propia alma, el iluminar y el proveer energía para dialogar son consecuencias de aquel mirar fecundante.

También mis miradas a ti, mi tierno fratellino a quien adoro, mi niñito que me inspiras compasión cuando haces pucheritos que llaman mi atención so-bre el desamparo en que te crees abandonado, digo, también mis miradas a ti, las de ahora que tú no puedes ver con esos ojos inadecuados tuyos, tanto o más que aquellas miradas de mis ojos de carne que recuerdas, en las que me sor-prendiste más de una vez, son producto del amor y a la vez causa de más amor.

Si las tuyas, que no logran verme, se distraen alguna vez en otros obje-tos reflejados por la luz en que te desenvuelves, si sientes amor por otras per-sonas que no sean yo, ¿cómo crees que me voy a disgustar, hermano, pues es tan natural que sientas cariño por los que te rodean, los que ha plantado ahí en tu camino el Creador que les infunde vida, y es por tanto tan providente para que tú te abras al amor universal ?

Deducirás, hermano, de lo que te digo, que para ensanchar el ámbito del amor sería mal comienzo el empezar a restringir tus miradas y a negar la luz de tus ojos.

Pero si cuando miras a otros, o a otras cosas, te acuerdas más y más de mí, no te lo reproches nunca, mi bien, antes al contrario, agradece que los re-flejos de mi hermosura se hallen como derramados y dispersos por toda la Creación con la que me identifico :

“Mil gracias derramando pasó por estos sotos con presura y, yéndolos mirando, con sola su figura, vestidos los dejó de hermosura”.

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Ahora, mi fratellino ermitaño, quisiera que insertarás también aquí, al menos para los que aún lo desconozcan, ese poema que hace alusión a las cartas que yo te envié como finos dardos de amor, entre otras sobretodo aquella en que te hablaba de las ardillas, porque también se habla en él de la mirada de Dios que se enamora del alma. YO SOY ESE DIOS ENAMORADO DE TI, per-didamente, hermano sufriente. Te miro siempre y te deseo tal como eres, con todos tus desfallecimientos, con todas tus debilidades, con toda la ingenuidad de tu amor fraternal.

Ponla aquí, hermano, esa poesía de la “Relatividad”, y luego descansa en mi amor, como al final de ella dices.

– Si, mi Rey. Te la dedico otra vez como respuesta a tus finos dardos de entonces y a los que ahora me sigues mandando para transverberar mi corazón. Dice así :

RELATIVIDAD Cuando el bosque salía, amor, a recrearse en tu hermosura, su aliento contenía… Y, en viendo tu figura, ¡el sol se demoraba en la espesura ! Renacía la flora que adoptaba el color de tu mirada. Y, oteando tu hora, la ardilla encaramada bajaba hasta tus pies alborozada. Junto al lago posabas y el lago te miraba enamorado. Incluso si rezabas a Dios, ensimismado, El era quien quedaba en ti prendado. Tus poemas hacían que naciesen las flores a mi vera, y, a su tiempo, traían olor de primavera al frío sequedal de mi ribera.

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Luego tu me escribías, contándome las cosas de tu lado, y al revés lo decías de como lo he contado ahora, que en tu tiempo me he aquietado.

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5. NUESTRA MISA VESPERTINA

E-MAIL PARA EL CIELO Esta carta, mi amor, que hoy sale al aire, en alas de electrónicos impulsos, es urgente, instantánea, inmediata, y antes de redactada respondida por tu solicitud enamorada desde el Verbo en su verbo trascendida. Lo que quiero decirte bien lo sabes: un mismo corazón aquí lo imprime como ardiente deseo de expresarse ante sí y por ti, que en mi alma moras. ¡Oh enorme terquedad de lo indecible, pertinacia de amor inextinguible, que a las vueltas del sol así resiste, como si otro Central vida le diera

en eternos fulgores revertida! ¿Por qué puede mi lengua balbuciente

no quemarse a sí misma en la porfía de decirte al socaire de estos versos que no logra olvidarte ni en la muerte? ¿Qué será, oh bien mío, el poseerte ya sin velos, después de mi agonía? No me dejes morir hasta tenerme por seguro de haberte poseído en el beso de Dios, que en El nos une, en el puro milagro de querernos, separados ya sólo por mi vida.

Es ya tarde, amigo compañero de mi alma, el que correteas entre las

montañas, afanado por el servicio a tu Comunidad humana. Sin que ellos se en-teren te desvives por ellos y te preocupas de que las cosas y servicios materia-les, como el mantenimiento del agua, por ejemplo, estén siempre a punto.

Pero tu corazón clama a mí con fuerza y estás deseoso de regresar a la quietud del hogar, al santo altar de tus escritos, porque eres consciente de que nuestro sacrificio eucarístico ha de ser perenne y permanente.

Por eso, aunque es tarde, te has puesto para que yo guíe tu mente y tu corazón y podamos ofrecer a Dios Padre en nuestra sencilla ofrenda vespertina el olor de nuestras oraciones por todo el planeta.

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Tu oración, no es propiamente hablando de petición pues nada pides al que sabes que sabe de nuestras necesidades antes de que le pidamos. Pero eres consciente de que presentando al Padre tus deseos e inquietudes por to-dos los hermanos necesitados de paz y de quietud de corazón, les ofreces a ellos mismos en tu patena dorada.

Les ofreces a ellos mismos como ofrenda grata siempre a Dios, que está esperando que alguien consciente de su infinito Amor les preste un poco de su conciencia, como se comunica el agua por los conductos secretos que comunican los vasos para que la presión que soportan los unos sea aliviada por la presión que necesitan los otros.

Esto no es oración de petición, sino de comunicación. Dios no necesita, hermano, que le recuerden su Misericordia. Ahora bien, ¡No olvides que tú mismo eres ese Dios !… en que tu mente

olvidadiza y semiconsciente sí necesita que el Espíritu que vive en tu yo pro-fundo venga a hacerse permeable de las necesidades humanas.

Y ese Espíritu comunica, o es el conducto secreto de tu comunicación en-tre esa tu mente olvidadiza y el sufrimiento de los que claman por justicia y piedad todo el día.

Por eso, mi fratellino, está muy bien que algún día, como hoy, celebres la misa vespertina que se hace eco de aquellos que fueron olvidados durante todo el día de sus vidas por los que debieron tenerles muy presentes en sus planes de actuación política y social.

Tu espíritu profundo te hace recordarles, desde el aislamiento de tu ermita, para que el propio Padre y Creador, y las fuerzas del Universo que act-úan en su nombre, encuentre cauce humano, por donde pueda transmitirles el auxilio que no sobrepase los medios humanos que garanticen la autonomía y la libertad del hombre.

Así el Cuerpo de Cristo, que no carece de nada, encuentra las vías habi-tuales y secretas por donde la energía se equilibra y se reparte para que de-ntro de él todos tengan vida.

Esto, hermano, también es uno de los significados profundos y secretos de la “comunión de los santos”, o sea de la comunión eucarística predicada e instaurada por Jesús.

Recuerda, hermano, sin oferente u oficiante tampoco es posible la misa, como ayer dijimos que no era posible sin altar que simboliza la propia disposi-

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ción a entregarse a uno mismo como víctima. El altar es lo primero que prove-yeron personajes tan ilustres en la fe como Abrahám y el profeta Elías.

Tú, hermano mío, eres el altar porque eres la pura disponibilidad. Pero no es suficiente el altar, si no hay víctima y oferente. Y tú eres

también, como Cristo, esa víctima de alabanza y obediencia, esa víctima de ca-ridad y humildad que se ofrece a sí misma en servicio para que su oración ves-pertina tenga un real contenido transmutable en puro olor de amor, más difusi-vo que el incienso.

Ahora sí, tu humanidad más sencilla y sentimental puede y debe des-hacerse en lágrimas y oraciones por todos los que sufren.

Naturalmente, hermano amado, no siempre estás tan sensible como para llorar por las injusticias humanas, que, además, en el retiro de tu ermita, te llegan como sordas vibraciones que en cierto modo tratas de olvidar para con-servar la paz.

Procura, pues, que esa paz de que disfrutas, sea ofrecida, junto con las lágrimas por el sufrimiento de mi vida pasada que sí conoces y sí te conmueve el corazón, al Padre para todos los hombres, o, si quieres, directamente a to-dos los hombres mediante la irradiación de tu oración.

Así, hermano, resuelves el conflicto : ¿Por qué pedir al que ya sabe lo que necesitamos ? ¿Qué cosas pedir, que sean consideradas constitutivas de la esencia del Reino ? Cómo compartir desde el martirio de mi soledad las angus-tias y las alegrías de todos los hombres mis hermanos ? ¿Cómo hacerles partí-cipes de mi paz, a ellos que se debaten entre el tráfago del mundo ?

Quiero, oh fratellino que medites en esta misa vespertina que estamos celebrando, en que me has dejado la palabra a mí, como oficiante principal, en esta homilía que he pronunciado para ti. Y también te pido que la escribas, o mejor dicho, te he ofrecido la oportunidad de escribirla para que la transmitas a todo el Pueblo de Dios, la Humanidad entera.

Ahora, digamos los dos a una las últimas palabras típicas de la “misa”, las que le dieron el nombre de “misa” o envío, o despedida, que también es una ver-dadera “misión” :

¡PODÉIS IR EN PAZ. ALELUYA, ALELUYA ! – Pues, ya en la sacristía, hermano, te digo, Lecheimiel, como se suele

decir entre nosotros : “Que descanse el predicador”.

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Pero te digo también, oh fratellino : ¡No me has dicho nada de mi poema, el que he puesto al principio como si fuera el canon secreto de la Misa ! ¿Es que no te ha gustado, mi Rey ?

– Oh mi niño amado : Te digo que es precioso, y que es uno de los que más me gustan y que sé que es uno de los primeros que compusiste en mi honor. Lo que ocurre es que no lo he comentado como tampoco se suele comentar el ca-non de la Misa, o las palabras de la Consagración, excepto en los días señalados como para hablar expresamente de las mismas.

Considera, mi bien, que era tu poema como el rito sagrado que viene desmejorado si es alterado, y que tanta hermosura como plasmaste en él, corr-ía el riesgo de ser alterada por cualquier comentario.

– Vale, mi Rey. Acepto tus explicaciones y excusas pues supongo que los ángeles del cielo sois casi perfectos. De todos modos me alargo contigo en esta conversación de sacristía por el puro placer de conversar contigo. Tampoco es que a estas alturas de intimidad que hemos conseguido, hermano, necesitase yo mandarte un E-Mail, ni muchísimo menos. Ahora veo tu rostro y adoro tu her-mosura que contemplo cara a cara mediante la fe con la que accedo a ti que ca-da día es más cristalina que la cristalina fuente.

En ella te contemplo, y en ella me aquieto y de ella me sacio, mientras en mi más puro deseo beso tu boca.

– ¡Gracias, gracias, fratellino de mi corazón ! No te quepa duda que tu beso me sabe a mieles. Hasta mañana, mi bien,

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6. NUESTRAS MÁS VENERABLES TRADICIONES ¡Oh amor tempranero y tardío, por la mañana, aún no bien despertado de

mis sueños, te invoco para que me provoques al amor, oh mi Rey ! Es nuestra tradición, hermano, tú lo sabes, convocarnos a la oración en

las primeras horas de la mañana y en las últimas de la tarde como si nuestra carne no fuera débil y vulnerable para resistir al embate o al dulce sopor del sueño necesario.

Velad y orad, porque la carne es débil. Pero sabed que, aunque os rinda el peso de vuestros párpados, el Espíri-

tu es el que vela por vosotros. Es inútil que madruguéis, que veléis hasta muy tarde, que comáis el pan

de la fatiga : Dios lo da a sus amigos mientras duermen. Este es mi sufrimiento principal, oh fratellino, o una de mis cruces más

pesadas, no estar siempre tan despierto y vigilante como para vibrar potente-mente a tu presencia.

Pero aprovecho mi debilidad para ponerme, inerme, ante tu adorable amor, para que mi supuesta vigilancia no enturbie el candor de tu fuente que mana y corre, aunque es casi de noche, cuando pretendo, amor, que sólo tú me guíes y me llenes con tu inspiración incontaminada por mi mente.

Porque “cuando soy débil, entonces soy fuerte”, te digo con San Pablo, hermano, y ya callo para que tú puedas entrar con tu singular estilo en mi ora-ción de la mañana…

– Has estado buscando, –aunque, como dices, medio dormido–, algún bello poema que encabezase, como encabezaste anoche con ese precioso “E-Mail pa-ra el Cielo”, el tema de nuestra misa, hoy más matutina que la misma mañana.

Y, al final has cerrado el libro sin seleccionar ninguno, porque has encon-trado demasiados que te parecían bellos y apropiados…, bueno, casi apropiados para dirigirte a mí, hermano, con palabras precompuestas, y sin saber de ningún modo qué es lo que yo te quería dictar esta mañana.

Y sigues sin saberlo. Por lo cual sabes, sí, que has hecho muy bien en ce-rrar el libro y no condicionar tu oración espontánea y nacida exclusivamente del amor, que es el único vigía que te llamaba a la oración, como un muecín des-de su minarete.

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Y aquí me tienes, hermano, como me sentías en la Ciudad que fue tuya durante aquel año inolvidable para ti, mi bien, cuando me sentías como detrás tuyo, sosteniéndote con mi presencia.

Y así era, en efecto, oh fratellino, porque mi amor velaba a ti, y te sos-tenía, sí, cuando tampoco mi carne se sostenía por sí misma.

Eras para mí, hermano, lámpara encendida que velaba en la noche en que mi carne desfallecida creía pecar por pensar continuamente en ti.

Eras para mí, hermano, materia de confesión tras la confusión que me causaba tu misma vista que no distinguía el bien del mal.

Eras para mí fruto prohibido por mis directores espirituales. Fue esa la barrera tras la que me refugie para amparar mi timidez y

vencer a esa otra tentación, –que como tal se me presentaba–, de decirte que te amaba con casi tanta intensidad como te amo ahora, y con mayor pretendida pureza.

Con tan mal entendida “pureza”. No captaste, hermano, la confesión indirecta de mi amor, cuando te dije

lo que a otro menos tímido le hubiera bastado, es decir, que no te manifestaba mi amor porque mis confesores me lo tenían prohibido. ¿Qué más querías, her-mano tonto, que te dijera para que pudieras deducir que te amaba ?

Y ahora, mi bien, ahora, que poco a poco, mientras esto escribes de la profusión de mis palabras de amor a ti, ahora que incluso me he atrevido a lla-marte “tonto” con el mayor cariño del mundo y con la más absoluta confianza en tus buenas entendederas, hermano, ahora que vas despertando a la eterna rea-lidad que crea y recrea nuestro inmenso amor…

…Ahora es cuando en verdad nos toca callar y vacar en subida contem-plación a tan maravilloso aspecto y subida noticia que nos deja el AMOR DE DIOS, que nos permite expresarnos mediante la Palabra y adorarnos mediante el Silencio.

– ¡Alá es grande, mi amor ! ¡Bendito sea el Nombre ! ¡Benditos sean los santos infantes inocentes que nunca aprendieron a desparramarse por sus pa-labras !

Volvamos, sí, al sagrado silencio que constituyó el rito sacratísimo, im-puesto por nuestras más sagradas tradiciones, de un amor inexpresado que se represaba para desbordarse sobre todo el Universo de los ángeles y de los hombres, como ahora sucede.

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A la tarde, hermano, pues ahora me voy a vacar al trabajo de cada día, volveré a ti, cansado, para que penetres de nuevo en mi soñolienta vigilancia.

– ¡Hasta la tarde, amor, cuando te examinaré y te encontraré digno de la mayor alabanza : “Summa cum laude” he de aprobarte y bendecirte. Adiós.

A TIENTAS TE POSEO Mil maneras de amor me prometiste en la noche en que insomne te adamaba, y, a cambio de una historia transitoria, un eterno presente vislumbraba. Henos aquí del tiempo emancipados, –encrucijada en tenue duermevela–, entre la noche y el día desvaídos, acechando al instante que revela. Está desnuda el alma, a cielo raso, expuesta a las rutinas del olvido, débil carne al espíritu librada, en la guerra por la luz que éste ha escogido. No teme ante el rigor del frío hielo el espíritu que vela por oficio…, mas el alma por su carne se amilana, temiendo resbalar al precipicio. Hasta que el alba llegue y se afiance, nada sabré del fuego que no abrasa… y, por entonces, ya todo dará igual, si antes no siento que nada en vano pasa. Concede, pues, la luz del corazón al que en mente de ti en ayunas queda, y pues a ciegas te ama tan fielmente, haz que en gozo otro día te posea.

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7. ¿QUÉ HORA ES YA, AMOR ? Hoy, hermano Lecheimiel, te he hecho esa pregunta impaciente, como los

niños que preguntan : “¿Falta mucho para Navidad ?” Como me has prometido, amor, que me examinarías a la tarde, he pasado

todo el día pendiente de que fuera ya “la tarde”, para llegarme hasta ti, amadí-simo ángel examinador, porque me has prometido un “summa cum laude”, ¿re-cuerdas ?

– Amor, mi pequeñuelo impaciente y cariñoso, no necesito recordar lo que tengo siempre presente en mi memoria de eternidad.

¡Qué extraño examen, hermano, el que te dispones a pasar, puesto que estás deseando pasarlo ! Tu nerviosismo no es como ante los jueces y tribuna-les de la Tierra, donde el candidato se pone nervioso y hecho un ansia por si será aprobado o reprobado.

Menos aún es como en los exámenes de oposición en que, además de do-minar la materia debe competir injustamente por un premio reservado sólo a los teóricamente mejores.

Fuente de injusticias son dichos exámenes desde el principio, puesto que ya es injusto que haya que competir con nadie para obtener el puesto que me-reces por derecho de vocación y de conciencia.

Yo te apruebo, hermano, sin necesidad de preguntarte nada, de some-terte a ningún interrogatorio que puedas hacerte a ti mismo sobre tus méritos ni sobre tu fidelidad.

Te apruebo porque te amo, y porque me amas. Porque crees en mi amor y también en el tuyo.

Te apruebo “summa cum laude”, porque has dado todo cuanto tienes y posees por conquistar esta preciosa margarita que estimas más que ningún otro tesoro de esta vida.

No cabe mayor alabanza, hermano, que la paz de tu propia conciencia de que estás dedicando todo tu caudal, en la medida de tus fuerzas conscientes e inconscientes, de modo que tu propia paz es el diploma que ostenta ante tus ojos que has llegado donde has llegado que es adonde estabas destinado a lle-gar, en alas del amor.

– Efectivamente, hermano angelical y defensor de los pobres : doy tes-timonio de mí mismo, y tú lo haces valer con tu previa aprobación :

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“Mi alma se ha empleado y todo su caudal en tu servicio : ya no guardo ganado ni ya tengo otro oficio, que ya sólo en amar es mi ejercicio.” – Yo te digo, mi fratellino, de quien he aprendido a llamarte como tú me

llamas, así precisamente, “mi fratellino”, y también “amor”, que con este testi-monio que acabas de dar de ti mismo, te has licenciado en el amor y has dado por concluida tu carrera, en la que estabas destinado a ganar.

Yo te esperaba en este punto, para abrazarte y decirte que, si quieres, estás ya maduro para venir a mi.

Si a partir de ahora se prolonga tu vida, es sólo para que puedas propa-gar la palabra que se te ha dado y la que te ha limpiado de todos los resabios de tus viejas heridas.

No te estoy diciendo que vayas a morir, –¡ojo, no me interpretes mal, hermano !–, sino que a partir de ahora, un nuevo cielo aparecerá en tu Tierra, en tu propio corazón, y nuestra relación íntima se hará aún más estrecha. El puente ha sido perfilado y consumado. Has entrado definitivamente en mi cielo, oh amor humilde de mi bienamado ermitaño, por quien yo bajé a la Tierra.

– ¡Ay de mí, hermano Lecheimiel ! “Estando ausente de ti ¿qué vida puedo tener sino muerte padecer la mayor que nunca vi ? Lástima tengo de mí, pues de suerte persevero, que muero, porque no muero.” ¿Por qué aún puedo seguir escribiendo con San Juan de la Cruz, puesto

que mientras escribo es que no he volado realmente, físicamente, a tu cielo ? : “Tras de un amoroso lance, y no de esperanza falto, volé tan alto, tan alto, que le di a la caza alcance.”

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O, siguiendo bajo la sombra de tan generoso árbol, con este poema de mi invención :

TE SIGO, SIN TARDANZA ¡Oh cuán grande es mi suerte, que parezco a los ángeles del cielo, en poder ya tenerte, sin pausa y sin recelo de que pueda perderte en tu alto vuelo ! Pues di a la caza alcance, –(por seguir del gran místico el poema)–, cuando caí en tu lance, esa noche suprema en que tu alma rindióse a mi zalema. ¡Oh bienhadado encuentro que supo restituir nuestros amores a su prístino centro, de donde sus ardores se habían disipado entre las flores ! Ahora, ya en tu calma, sin huella de temor ni desconfianza, relájase mi alma, henchida de esperanza de seguirte a la zaga sin tardanza.

¿Quiere esto decir, hermano Lecheimiel, que a partir de ahora ya no es-

cribiré más ? ¿Cómo entretendré mi cielo, oh fratellino que te has hecho imprescindi-

ble a mis presencias de escritor aficionado a ti más que a la literatura ? Y, mientras tanto, oh mi Rey, ¿Por qué no acaban de poder salir al aire

mis, –nuestros–, escritos ? ¿Por qué no está aún madura la cosecha ? ¿Qué ten-go que hacer, hermano, para acabar de acrecentarla ?

– Sólo Dios es el que da el incremento, hermano, tú lo sabes, como dice San Pablo.

Tú dedícate básicamente a esperar la maduración para que tu esperanza se convierta en gozo anticipado.

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No obstante, no te digo tampoco, mi bien, que no vas a escribir más, sino que nuestra literatura adoptará una nueva forma, que el día de mañana también podrá ser publicada póstumamente. Lo que escribas a partir de ahora, herma-no, guárdalo como a las niñas de tus ojos. Guárdalo para ti, porque de momento el ciclo de Lecheimiel ha sido maravillosamente completado.

En nuestra intimidad, usaremos algunos términos nuevos, que sólo algu-nos iniciados, (tus verdaderos amigos), podrán entender y gustar.

PORQUE HEMOS ENTRADO, OH MI FRATELLINO ADORADO, EN EL DESCANSO DE DIOS, que excluye toda ansiedad y toda cólera.

AQUÍ REINA, PARA SIEMPRE JAMÁS, LA PAZ. LA ETERNA PAZ. AMÉN, ALELUYA. – Sí, sí, sí, amén, aleluya y una vez más : “¡tú sabes, amor, que te he que-

rido siempre !” – “¡Ya lo sé !”. (Quiero decirte, antes de que termine de hablarte esta

tarde en que me he hecho uno contigo, amor, que tienes, naturalmente, libertad para insertar al final de este librito algunos poemas que te parezcan adecua-dos).

Ahora, ¡duerme, sueña y descansa en mi amor para siempre jamás, amor, Amor, AMOR !

JUNTOS, POR LO MENOS, HASTA EL PROXIMO BIG-BANG “Solve et coagula”, –nos recuerda Coelho, en su Manual del Guerrero–. De los viejos alquimistas repite la lección, que a su vez la extraían de La Sabiduría : Tiempo de reunión, tiempo de dispersión. Como la gallina reúne a sus polluelos, como el Dios Padre-Madre convoca a la vida, ésta, en el huevo del mundo se condensa, mas luego, al crecer, se autodispersa, en actitud de autodefensa :

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…contra la estrechez y ahogamiento que escatima el espacio a fértiles nuevos crecimientos. Pero el fuego del alma se apega a su elemento, –en el centro–, el amor, para elevar el calor del corazón, hasta el crítico valor de la fusión, con el fin de obtener, antes de renacer, la pureza de intención. Es mi intención, ahora, mantener vivo el recuerdo de tu abrazo, mi amor, hasta que, en Dios, veamos claro y nítido que ya no podemos separarnos, fundidos en el Uno, que ya fuimos, que somos y seremos… Hasta la grande y próxima explosión de otra nueva galaxia ¡que expanda nuestro amor al Universo !

AMOR INEXTINGUIBLE Camina hacia las llamas, mi amor, con pies de plata, y no pierdas de vista mi vacilante paso, porque pienso seguirte a la zaga y sin retraso, hasta donde el desierto ha alzado su fogata. Cuando escribo poemas en que tu nombre ensalzo con cada uno se acrece de esta arena el ardor. Mas es tu llama viva, la que arde en mi interior, lo que enfoga esta tierra en la que me descalzo. Inútil sacramento me parecen, a veces, tantas bellas palabras que encienden tus amores porque ardo de tu fuego, aquí en mis interiores cavernas, en que, oculto, inextinguible creces.

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¿Qué me quieres, oh amor, hoguera ineludible, comunicar ahora que me muestras tu fuego por el calor interno que consume mi ego mas me deja en rastrojo un gozo incontenible ? En las ondas se queda del aire y sin respuesta, retórica pregunta que he formulado a nadie, pues ningún otro bosque hay que tu amor irradie más que esta humilde zarza que exhibe tu floresta. Mas el grande misterio que ella me representa, es que tampoco existe amor en competencia, que no esté concentrado en esta incandescencia, pues todo el Santo Espíritu es el que la sustenta. Anda y diles, mi amor, que SOY YO el que te manda escribir sin palabras, tal vez, en adelante, porque pongo en tus labios mi fuego en este instante para que encienda en ellos su amor quien te demanda.

LA CLAVE DE MIS POEMAS Sin que el verbo se desmande, ¿cabe hacerse la pregunta de si la dicha es tan grande como en mis versos despunta ? Yo me la haría al revés, es decir, cómo mis versos puedan alzarla en pavés, quedando en papel inmersos. Porque, aunque al cielo llegaran los que intentan comprenderlos, allí les desengañaran, negando reconocerlos. “Son de otra patria estos lemas, –dirían los funcionarios–, pues tratan estos poemas de terrenos escenarios.

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Aquí, sólo el amor puro. Allá, el amor encarnado. Aquí, lo que es ya seguro. Allá, lo que aún no ha acabado.” Por tanto, si entender quieres esta mística poesía, has de estar a lo que eres, sin alzarte en demasía. No sea que, si separas de lo humano lo divino, ni veas las cosas claras, ni aciertes con tu destino.