el desafio (divaldo pereira franco)

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EL DESAFIO Divaldo Pereira Franco El médium David procuró concentrarse, intentando entrar en sintonía con el Amigo desencarnado. La mente desaliñada, repleta de clichés sensuales, le impedía mantener el pensamiento en una onda de equilibrio que le propiciase la dilatación del campo periespiritual, indispensable al fenómeno de la psicofonía y del comando del centro de los movimientos por parte del desencarnado. Las ideas vulgares cultivadas creaban un envoltorio de energía densa, negativa, que no permitía la exteriorización parcial del Espíritu encarnado y la captación de la que provenía del cirujano espiritual. Del área genética del médium en búsqueda de armonización interior se percibían ondas oscuras, saturadas de bajo tenor vibratorio, traduciendo promiscuidad y cansancio de las células generadoras de vitalidad, que se

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EL DESAFIO (DIVALDO PEREIRA FRANCO)

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EL DESAFIO Divaldo Pereira Franco

El médium David procuró concentrarse, intentando entrar en sintonía con el

Amigo desencarnado.

La mente desaliñada, repleta de clichés sensuales, le impedía mantener el

pensamiento en una onda de equilibrio que le propiciase la dilatación del

campo periespiritual, indispensable al fenómeno de la psicofonía y del

comando del centro de los movimientos por parte del desencarnado. Las ideas

vulgares cultivadas creaban un envoltorio de energía densa, negativa, que no

permitía la exteriorización parcial del Espíritu encarnado y la captación de la

que provenía del cirujano espiritual.

Del área genética del médium en búsqueda de armonización interior se

percibían ondas oscuras, saturadas de bajo tenor vibratorio, traduciendo

promiscuidad y cansancio de las células generadoras de vitalidad, que se

debatían en una lucha tenaz contra los agentes psíquicos destructores que

intentaban invadirlas, para desarticular su mitosis durante la profase (* )

dando inicio a procesos patológicos irreversibles.

Por otro lado, el Dr. Hermann se acercó al sensitivo y lo envolvió con vigorosas

vibraciones que lo alcanzaron, rompiendo la camada sombría que le

imposibilitaba el perfecto acoplamiento psíquico. El esfuerzo conjugado de

ambos resultó en un buen fenómeno mediúmnico. No obstante, observamos que

el receptor, en razón de las barreras a que su conducta censurable diera lugar,

tuvo convulsiones, proyectando los ojos un poco fuera de las órbitas y tomó una

postura diferente de la de su personalidad, demostrando, de ese modo el

dominio del comunicante que le obnubiló casi totalmente el centro de la

consciencia.

Abordando a los presentes con expresiones afectuosas, a pesar de su estilo

rudo, solicitó que le fuese traído el primer paciente.

En ese momento, los trabajadores espirituales de la Casa, bajo el comando de

Vicente, establecieron las defensas vibratorias hasta entonces no conseguidas

en razón de la perturbación reinante en el recinto. Aprovechándose del

momentáneo clima de expectativa general y de algunas mentes que

sinceramente se concentraron en Dios y en las ideas superiores, esos laboriosos

servidores distendieron telas magnéticas que circundaron la sala, en cuanto

una lámpara proyectaba irradiaciones semejantes al láser, con potencial

bactericida, responsable por la asepsia, anestesia y hemostasias en los

pacientes durante la incursión quirúrgica.

Simultáneamente, otros Espíritus que habían sido médicos en la Tierra, se

aproximaron al cirujano-jefe, responsabilizándose por diferentes

especialidades, ya que el Dr. Hermann prefería operar las neoplasias,

especialmente las de carácter maligno aún sin metástasis, lo que le permitía

dar sueltas a su presunción, presentando ruidosos espectáculos que divertían a

la asistencia y perturbaban a algunos facultativos invitados o que curiosos,

concurrían para ver sus demostraciones. Lo que debería ser realizado con

unción y respeto, con el falso pretexto de comprobar la inmortalidad del alma,

se convertía en escenario para la exhibición teatral.

La primera paciente era portadora de una pequeña tumoración de mama

(displacía), que la afligía sobremanera. Atemorizada por los resultados de la

tomografía y del consejo médico para efectuar una cirugía menor, se

consideraba engañada, recelando que se tratara de un cáncer, habiendo

recurrido, por eso, al auxilio espiritual.

La pobre temblaba, víctima que era de un acentuado desequilibrio nervioso y se

le notaba el rostro y los ojos congestionados por efecto de las últimas noches

mal dormidas y del llanto continuo.

Indicándole que se acostara sobre la mesa en la que se efectuaban las

curaciones, ahora transformada en quirúrgica, el Dr. Hermann pidió a la

auxiliar que le quitase la blusa y el sujetador, palpando la región afectada. De

pronto se dio cuenta de que el problema no revestía ninguna gravedad, lo que

le permitiría realizar una bella actuación quirúrgica.

Maniéndose de un instrumento cortante y sin desinfectarlo comenzó el trabajo,

que se nos figuraba hábil y grotesco, en vista de la introducción de los dedos

con el objetivo de separar los tejidos que envolvían el nódulo displásico. Ante el

temor de la señora, la exhortaba rudamente, a la fe en Dios y en él,

consiguiendo, en pocos minutos, extirpar el pequeño tumor. Exhibiéndolo,

informó que se podía hacer el estudio patológico y se constataría la presencia

de células cancerosas. Acto seguido, lo arrojó dentro de un recipiente reservado

a la recepción de las piezas extraídas. Unió los bordes de la incisión, de la cual

no brotaba sangre, colocó esparadrapo y envolvió con gasa la zona operada y

sonriendo delante de la exclamación general, mandó a la paciente que se

retirara, convocando a otro enfermo.

El nuevo paciente era portador de una catarata, que le amenazaba la visión del

ojo izquierdo, tal la dimensión que había asumido. Asistido por un joven médico

oftalmólogo desencarnado y miembro del equipo, hizo la remoción de la

película opaca y colocó una almohadilla de algodón, sujetada por un

esparadrapo al ojo, recomendando efectuar la curación tres días después.

Desfilaron casi ochenta pacientes, difiriendo en poco los problemas que los

afligían. La mayoría cargaba perturbaciones psicosomáticas, en cuanto

algunos otros, presentaban diversas enfermedades. No obstante, no fue

realizada ninguna cirugía de gran porte o en órganos esenciales y de difícil

acceso, pese a que tal incursión fuese posible. Eran solamente tentativas que

provocaban más asombro que renovación moral, ayudando en la propaganda

de los efectos.

El amigo Vicente, percibiendo mi perplejidad y los mudos interrogantes, vino en

mi socorro con discreción y respeto.

-“Nuestro Dr. Hermann -dijo con cierta melancolía- podría realizar un trabajo

precioso en favor del prójimo, imprimiendo dignidad al fenómeno mediúmnico

y a la inmortalidad del alma. Moralmente afín con el instrumento que utiliza,

cuando constata un grave problema de salud, que no puede resolver, apela a la

información de que se trata de carma y el paciente debe recurrir a la Medicina

terrenal, como si no lo fuesen todos los fenómenos afligentes que proceden del

pasado remoto o cercano...

“Ciertamente la función de la mediúmnidad no es la de promover curas, como

arbitrariamente suponen y pretenden algunos desconocedores de la misión del

Espiritismo en la Tierra. Si ellos estuvieran vinculados a la Doctrina, sería

incomprensible tal comportamiento. Pero, en una Sociedad Espírita la tarea

principal es la de la iluminación de la conciencia ante la realidad de la vida, sus

fines, la mejor manera de actuar, preparando a los individuos para la

liberación del yugo de la ignorancia, la gran generadora de innumerables

males. A pesar de eso, el amor de Dios permite que nosotros también, los

desencarnados, tratemos de auxiliar a las criaturas humanas, cuando están

enfermas, sin entregarnos a la injustificable competición con los médicos

terrenales, haciendo creer que todo podemos...”

Guardó silencio por breves minutos y luego prosiguió:

-“Los curados, cual ocurrió en los tiempos de Jesús, prosiguen como antes, con

rarísimas excepciones, retornando cuando adquieren nuevas enfermedades y

mandando a otros enfermos, que suceden en espectáculos lamentables. No

tienen el cuidado de remover las causas morales de sus dolencias mediante la

adopción de una conducta recta, de un trabajo de socorro fraterno, de

educación personal, de modo que puedan entender los fundamentos de la vida y

transformados interiormente, contribuyan en favor de una sociedad más justa

y más feliz. Solamente cuando el hombre asuma sus culpas, de ellas

rehabilitándose; sus responsabilidades, aplicándolas en una vivencia correcta;

su conciencia, actuando con equilibrio, es que ocurrirá su integración plena en

la vida, con salud y paz.

Utilizando los mecanismos escapistas a los que se aferra y escamoteando el

deber, solo logra postergar el enfrentamiento con los problemas que genera,

con los dolores que desencadena por tanto, consigo mismo. Nadie se evade,

indefinidamente de su realidad.

“Buscamos de auxiliar estas labores que fueron instaladas en nuestra Casa, a

pesar nuestro, porque los necesitados aunque ignorando los problemas reales

que los tipifican, son acreedores de compasión y amor, constituyéndonos una

oportunidad para el entrenamiento de la paciencia y la caridad. Sin embargo,

creemos que frente a la conducta del pobre médium, en breve esos servicios

serán interrumpidos y entonces retornaremos a las bases del compromiso que

quedó olvidado.”

Permanecimos en profundas reflexiones, constatando la excelencia y

oportunidad de los argumentos del amigo, considerando, sobre todo, la

transitoriedad del cuerpo, que siempre está sujeto a las alteraciones

consecuentes de su estructura frágil y compleja, invariablemente víctima de la

conducción irregular que le impone el Espíritu reencarnado.

El hombre-Espíritu es un ser eterno y sus experiencias en el cuerpo le

constituyen una metodología para el aprendizaje de los valores elevados y la

fijación de ellos en lo íntimo.

No pude permanecer en más amplias reflexiones porque, en ese momento, una

agitación y gritería sin freno tomó cuenta del recinto pequeño.

Se trataba de una señora de parcos recursos económicos, visiblemente

mediumnizadas, en largo proceso de obsesión que era traída a la fuerza por

varios hombres, simples y ruidosos. El sudor les corría bañando sus cuerpos,

traduciendo el esfuerzo de que se veían objeto. La aturdida, desgreñada, con los

ojos un tanto fuera de las órbitas, las manos crispadas, la boca en un rictus de

crueldad, pálida y anémica por la prolongada vampirización que padecía,

cuando fue empujada en la dirección del Dr. Hermann, lanzó una carcajada

burlona, diciendo:

-“Yo te conozco, charlatán - gritó con voz muy fuerte.

Percibí que los dos desencarnados, se vieron sin la necesidad del instrumento

ocular de los médiums.

El cirujano se acercó y aplicó una ruidosa bofetada en el rostro de la obsesa,

disculpándose:

-“Se trata de un episodio histérico y éste es el mejor recurso disponible en el

momento.”

Noté que las personas estaban aterrorizadas, recelosas.

El obsesor, indiferente al golpe que la sensitiva sufrió, sin temerle, volvió a la

carga, vociferando:

-“Vengo a desenmascararte y demostrar que tú no tienes fuerza para

apartarme de aquí. Yo te conozco. Por eso, impedí que la trajeran antes y al

aceptar ahora, resolví enfrentarte... Vamos, expúlsame, si puedes...

La situación era angustiante.

Irritado, el médico solicitó a una de las auxiliares que trajese determinado

medicamento con alta dosis somnífera y mal disimulando su rebeldía, lo aplicó

en el músculo de la enferma espiritual.

Contaba con los resultados favorables, lo que no sucedió, por cuanto el

adversario se vanaglorió:

-“Yo consigo neutralizar la acción de la droga y ella no quedará entorpecida.”

Fue entonces que el aturdido cirujano impuso a los auxiliares:

-“Retiren está loca de aquí y manden internarla para ser sometida a la

sonoterapia. Su alienación necesita de tratamiento prolongado, lo que no

puede ser hecho en tales circunstancias, en este lugar.”

La sufriente, fue literalmente arrastrada por hombres forzudos y conducida

fuera del recinto, en cuanto su agresor espiritual profería una estruendosa

carcajada...

Todos se encontraban desagradablemente sorprendidos.

Sin embargo, el Dr. Hermann, dando muestras de ser un hábil actor, pasó a

desviar la preocupación de los presentes, provocando risas y colocando al

lamentable incidente en un plano secundario.

Algún tiempo después, el espectáculo estaba terminado y las personas

retornaron a sus hogares.

El Dr. Carneiro nos propuso, entonces, acompañar al médium.

Delante del inesperado desafío, de resultados infelices, me encontraba

sorprendido.

En la primera oportunidad interrogué al sabio Mentor con respecto a lo

acontecido:

-“Por qué el Dr. Hermann no consiguió acallar y apartar del recinto al

atormentado obsesor que vino a perturbar?

-“Querido Miranda -me respondió, sereno- recordemos que nuestro médico no

obstante sus respetables títulos como hábil cirujano y generoso trabajador,

todavía no adquirió los requisitos honorables de la humildad y el amor, que son

las credenciales del ser con fuerzas morales para tentativas de esa naturaleza.

“Mencionemos que Jesús, después de retirar al Espíritu inmundo que atenazaba

al joven, cuyo padre Le había solicitado ayuda al descender del Tabor, cuando

fue interrogado por los discípulos sobre la razón por la cual El lo había logrado

y ellos no, asintió con bondad: - Porque para esta clase de Espíritus son

necesarios ayuno y oración, lo que hoy traducimos como conducta recta y

comunión con Dios en actos de ennoblecimiento.

“No dejamos de considerar los valores que adornan el carácter de nuestro

amigo, no obstante la escalera del progreso moral se identifica por la infinidad

de peldaños y rellanos, en los cuales se demoran todos aquellos que buscan la

ascensión.

Extraído del libro de Divaldo Pereira Franco “Senderos de Liberación”