el cura hidalgo

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I.° edición: marzo 2007 1." reimpresión: mayo 2007 (D 2007 Francisco Ignacio Taibo Mahojo O 2007 Ediciones B México, S.A., para el sello Zeta Bolsillo Bradley 52, colonia Anzures. 11590, D.F. (México) www, edicionesh. com www.edicionesb.com.mx 1SUN: 970-710-245-4 Impreso por Quebecor World. Tollos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda rigurosamente prohibida, sin autorii EL CURA HIDALGO Y SUS AMIGOS 53 viñetas de la guerra de independencia PACO IGNACIO TAIBO II ZETA

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Una parte de la historia que no se habia dicho hasta entonces.

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Page 1: El cura Hidalgo

I.° edición: marzo 20071." reimpresión: mayo 2007

(D 2007 Francisco Ignacio Taibo Mahojo

O 2007 Ediciones B México, S.A.,para el sello Zeta BolsilloBradley 52, colonia Anzures. 11590, D.F. (México)www, edicionesh. comwww.edicionesb.com.mx

1SUN: 970-710-245-4

Impreso por Quebecor World.

Tollos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidasen las leyes, queda rigurosamente prohibida, sin autorii

EL CURA HIDALGO Y SUS AMIGOS53 viñetas de la guerra de independencia

PACO IGNACIO TAIBO II

ZETA

Page 2: El cura Hidalgo

Nota del autor

IEsta es la séptima versión de un texto que ha idocreciendo a petición de los lectores, al que le heido añadiendo narraciones. No se trata de unahistoria de la Independencia Mexicana, de laque me considero un apasionado e inculto in-vestigador, tan solo una serie de viñetas pesca-das aquí y allá. Se tituló originalmente Leccionesde historia patria en recuerdo del libro de Gui-llermo Prieto; en una segunda edición se llamóEl cura Hidalgo y SMS amigos; luego un par deediciones más, tituladas Abuelitos alucinados enguerra de hombres libres y El grito, los gritos, yfinalmente algunas ediciones piratas.

Sus últimas versiones fueron utilizadas co-mo material para una serie de conferencias enlos campamentos contra el fraude electoral delverano de 2006.

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Y está dedicado a todos aquellos que alra-"« ve* se imaginaron al cura Hidalgo con pek

f n,dame' en *"

Intenciones y preguntas

Cada uno puede celebrar la independencia a sugusto. A mí me atrae la idea de reconstruir nues-tro santoral laico, recuperar abuelitos alucina-dos en guerra de hombres libres, humanizarpersonajes, difundir rumores, contar anécdo-tas. Acercar el pasado para poderlo tocar.

Mucho deben tener estas historias de subver-sivas para que urja tanto olvidarlas, expurgarlasde los libros texto, reconstruir independencias in-sípidas y lejanas, sin contenido. Una goma de bo-rrar gigantesca atenta contra nuestra memoria.

¿Qué tan lejos se encuentra el pasado?¿Qué tan otros somos? ¿Qué tanto han des-truido las repeticiones mecánicas, los esque-mas, las horribles estampitas, los miedos delpoder, las imágenes de aquellos otros millaresde mexicanos en guerra santa por la indepen-

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ciencia? ¿Qué tan cerca se encuentra su necesi-dad de independencia de nuestra necesidad deindependencia?

¿Puede entenderse la historia nacional deotra manera que como un nudo de pasiones yconflictos violentos, en los que la revolución,la revuelta popular, no necesita justificaciones,porque se justifica por sí misma y en las condi-ciones materiales que la producen, ante un po-der que no le ofrece a la sociedad otra salida?

No se trató de una asonada, de un golpe mi-litar, una conjura palaciega. En los orígenes, elmovimiento independiente fue una terrible ycruenta guerra social, que abrió la puerta a unadevastadora guerra, una revolución que duróonce años.

¿Puede ser vista la historia insurgente comouna vieja obra de teatro donde los comporta-mientos de cada cual son sujeto de explicaciónmediocre, donde todos tienen raáxm y razones,donde no hay causas ni partidos, culpables oinocentes? ¿Se puede enfriar la historia al gus-to de algunos fríos historiadores sentados sobresus frías posaderas, en frías sillas de biblioteca?

¿Puede acercarse uno a la historia sin bus-car la identificación del presente en el pasado,la continuidad de las voluntades o la herencia?

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Yo no puedo.Peligroso en tiempos de insurgentes andar

recordando los gritos completos, con todo y elremate de «Muera el mal gobierno». Peligrosointentar recuperar el sentido de palabras que sehan ido vaciando de contenido, como patria,heroísmo. Palabras que suenan asociadas a lacursilería y a la demagogia.

Mucho mejor secarlas y olvidarlas, conver-tir el estudio de la independencia en castigoa escolares que tienen que memorizar cuatropendejadas, nombres de plazas, estaciones demetro, monumentos.

Hay un homenaje que es deshomenaje, hayuna memoria que es desmemoria.

Si aquellos nos dieron la patria, ¿quiénesluego nos la quitaron?

¿Quiénes pretenden hacer de Hidalgo uncura iluso, de Morelos un recalcitrante y obsesoregordete, de Guerrero un terco analfabeta, deMina un necio gachupín metido en cosas que nole importaban, de Iturbide un libertador?

Qviizá sea el momento de decir: «¡Viva elcura Hidalgo y sus amigos! ¡Vivan los héroesque nos dieron patria! Sus fantasmas siguenentre nosotros.»

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LA HISTORIA COMONOVELA IMPERFECTA

En el año 1792 Miguel Hidalgo fue a dar a Co-lima exilado de rectorías y cargos de Vallado-lid. Por liberal y mujeriego, dirían las malaslenguas.

Y estando en Colima, durante algunos me-ses juntó chatarra, pedacería de cobre, palma-torias de velas, cucharas herrumbrosas, quesus feligreses no querían; las jaladeras viejasde un cajón, un barreño oxidado... Con esteinnoble material tenía la intención de fundiruna campana.

El chatarrero que se habría de hacer cargode la fundición le oyó decir que quería hacer«una campana que se oiga en todo el mundo.»

Finalmente fue fundida, pero la historia,que es como una novela imperfecta, hizo quela campana no lo acompañara a su futuro cu-

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rato de Dolores y que no fuera esa la campanaque habría de llamar a arrebato a los ciudada- ? (

nos del pueblo la noche del 15 de septiembre. ;La mencionada campana se quedó en Coli- |

ma y al paso de los años fue fundida para ha- í'j~ • • 1 1 - 'ícer cañones para un regimiento de gachupines ^

realistas. *

I— 14 —

MOLIERE

El cura llegó a San Felipe en enero de 1793en un segundo exilio interior. Para combatirel aburrimiento de las tardes decidió crear ungrupo de teatro de aficionados. Parece ser queel asunto tenía segundas intenciones porquequería conquistar a una jovencita de la regióna la que le propuso entrar en la compañía, Jo-sefa Quintana, de «dulce mover de ojos.»

Buscando la obra apropiada, recurrió a su ar-senal de lecturas prohibidas y censuradas, y en-contró entre ellas una obra de Moliere que leresultaba particularmente grata: El Tartufo. La-mentablemente la obra no había sido traducidaen la conservadora España y se vio obligado a ha-cer su propia y, por tanto, primera traducción.

Con El Tartufo en la mano el grupo dirigido porel cura se puso en acción y la obra fue estrenada.

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Y sí, también conquistó a su primera actriz,Josefa, con la que habría de tener dos hijos.

Mientras escribo esta pequeña historia mesiento particularmente orgulloso. Por fin tengoun guante blanco que devolverle a aquel profe-sor de secundaria que rne hizo odiar la historiade México. Contra su Hidalgo rígido y bobali-cón, este picaro traductor de Moliere, bordan-do la doble herejía en las aburridas tardes deSan Felipe.

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EL PADRE DE LA PATRIA NOCREÍA EN LOS REYES MAGOS

En un artículo escrito hace cincuenta años porel historiador Juan Hernández Luna (el álterego de mi compadre), analizaba el mundo inte-lectual de Miguel Hidalgo.

Personaje sorprendente, Hidalgo había pa-sado veintisiete años de su vida en las univer-sidades católicas (las únicas existentes) en elmundo novohispano, sumergido en la teolo-gía, la escolástica, el recuento de las plumas delos ángeles. Y sin duda como resultado de es-ta experiencia, al paso de los años, el cura noparecía tenerle demasiado respeto a las insti-tuciones universitarias, en particular a la Realy Pontificia Universidad de México en la quedecía había «una cuadrilla de ignorantes». Yparecía no darle demasiada importancia a nohaberse doctorado, a causa de la enfermedad

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de su padre, cosa que el conservadurísimo his-toriador Lucas Alamán, bastante dado a la ca-lumnia, lo atribuía a que se había jugado a lascartas en Maravatío el dinero para pagar losestudios.

De su paso por el mundo académico Mi-guel Hidalgo había sacado quizá lo más im-portante: el conocimiento y la capacidad deleer y escribir en italiano, francés, español ylatín, a los que su experiencia vital había aña-dido el hablar otomí, náhuatl y tarasco.

Hidalgo no parecía tenerle mucho respetoa la Biblia estudiada «de rodillas y con devo-ción», porque había que leerla con «libertadde entendimiento», lo que le permitía dudarquién era el buen ladrón, si Dimas o Gestasy tener muy serias dudas sobre la existenciade los Reyes Magos, o dudar de la presen-cia de un buey y una muía cerca del pesebreen Nazareth donde nació Jesús. Cuestionabatambién lo inútil que resultaba arrojar aguabendita sobre los muertos porque «carecen desentido del conocimiento»; criticaba a SantaTeresa por ser una «ilusa» que se azotaba mu-cho y ayunaba, y por eso «veía visiones»; yalgo muy peligroso, llamaba a la Inquisición«indecorosa», según se registró en la denuncia

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que el chismoso de Fray Martín de Huesca hi-/i) contra él en 1800.

De lo que no hay duda es que entre sus lec-luras favoritas se contaba el Corán, las obrasilc teatro de Moliere y Racine y los escritos deVoltaire, Diderot y Rousseau.

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LA CONSPIRACIÓNIMPOSIBLE

V '

De aquellos torrenciales meses de agosto de1810, cuando el ciclón golpeó las costas ydestruyó las casas de Acapulco y las embar-caciones en Veracruz, nos queda la lujurio-sa prosa de los soplones y los traidores, lashistorias entredichas en las denuncias anóni-mas o firmadas, y muy pocas remembranzasde los supervivientes. Pero sobre todo quedael rumor.

Se decía entre los barberos del Bajío que alos europeos los iban a agarrar y poner en unbarco en Veracruz, pero solo a los solteros, alos casados se les iba a perdonar. Decían tam-bién que «ellos» iban a tomar todo el maíz dela Alhóndiga y ponerlo en la calle para que elpueblo lo tomara de balde, o que «ellos» ibana sacar a todos los presos de las cárceles.

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Detrás del rumor estaba una conspiraciónque tenía un millar de afiliados. Allende en sujuicio hablaría rnás tarde de tres mil, que seríanen su mayoría curiosos y mirones, porque a lahora de la verdad resultaron muchos menos ycuriosamente, más tarde, muchos nías.

No partía de las grandes ciudades de laNueva España: la Ciudad de México, Pueblay Veracruz, sino del centro del país: Santiagode Querétaro, San Miguel el Grande, Celaya,Guanajuato.

Era un grupo de hombres y mujeres conpocas artes en el asunto de conspirar, un grupode confabulados amateurs, provincianos, quesuplían con el ardor de las palabras, la fortalezadel verbo en las tertulias chocolateras, sus ha-bilidades para preparar una revolución. Decíancosas como «Seremos unos tales si aguantamoseste año», o escribían en las paredes del cuartel:«Independencia, cobardes criollos.»

Curas ilustrados y con hijos, boticarios depueblo, músicos, licenciados, notarios, peque-ños comerciantes, administradores de correos,soldados que nunca habían hecho .guerras, per-tenecientes a un regimiento provincial que sededicaba a cuidar los caminos.

El centro parecía estar en el salón quere-

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Uino de los Domínguez, donde el pusilánimecorregidor controlaba el radicalismo de su es-posa, Josefa. Ahí se reunían el abogado Parra,el farmacéutico Estrada, el presbítero Maria-no Sánchez, con el infatigable Ignacio Allende,un oficial viudo y buen jinete de cuarenta y unaños que había conectado y armado una red demilitares subalternos y paisanos a lo largo detodo el centro del país.

Muy en la periferia del complot se encon-traba un cura de pueblo, el de Dolores, avejen-tado (solo tenía cincuenta y siete años), MiguelHidalgo, que había dudado mucho antes de su-marse al complot.

Querían la independencia para la NuevaEspaña, el fin de la sociedad de castas.

Los soplones, los funcionarios, los bien en-terados, en los últimos dos meses cuando lasnoticias de la conspiración comenzaron a fil-trarse, los miraban con una cierta ambigüedad;a veces decían de ellos que «la cosa estaba enmanos de gente poco temible», que eran unosconspiradores de «poca ropa», que organiza-ban bailes entre los soldados de Celaya paraconquistarlos, que leían poemas, o que provo-caban en las fiestas insultando a los gachupinesy hablaban de independencia y revolución.

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rPara hablar de ellos se usaban metáforas no-

vedosas como que «electrizaban a jóvenes sinreflexión». Y se hablaba mucho de amolar yafilar los sables, pero lo que se afilaba eran loszapatos en los bailes que se sucedían en el en-tresuelo de la casa de Domingo Allende.

La verdad es que era la conspiración más con-denada al fracaso'que había tenido lugar jamásen nuestra tierra. Nunca antes un grupo clan-destino había estado tan repleto de indecisos,rodeado de traidores, soplones, advenedizos.

No podían triunfar.

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TRAIDORES Y CHAQUETEROS

El alzamiento estaba previsto para el prime-ro de octubre. Pero desde agosto comenzarona llegar a las instituciones virreinales multi-tud de denuncias. Un tal Galván, empleado decorreos que había tratado de infiltrarse en laconspiración utilizando a su hermano mayor,que estaba legítimamente en el asunto, resultóbloqueado por falta de confianza y solo pudotransmitir rumores a las autoridades.

Un peluquero le contó a la esposa del hijode un tal Luis Frías, que a su vez lo transmitióa las autoridades, que iban a coger a todos losgachupines y llevarlos a Veracruz.

Un mozo de hacienda llamado Luis Gutié-rrez delató a Allende: «Mi amo va a Querétaro,anda con el empeño de acabar a todos los ga-chupines del reino.»

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A estas denuncias se habría de añadir la deun cura, que violando el secreto de confesión,avisó al comandante de brigada y al corregi-dor que había hombres armados con lanzas yse aprestaba la sublevación.

El 10 de septiembre José Alonso, sargento delregimiento de Celaya, le pidió a su amigo JuanNoriega en la Ciudad de México que pusiera enlas manos del virrey una denuncia que señalabaque Allende estaba convocando a militares y ve-cinos de San Miguel y San Felipe a un alzamien-to por la independencia; señalaba que se debíapasar a la acción de inmediato porque la mayo-ría de los oficiales estaban comprometidos.

Ese mismo día, el alcalde de Querétaro to-mó en sus manos el papel de desarticuladorde la conspiración y envió al capitán ManuelGarcía Arango a la Audiencia de la Ciudad deMéxico con un pliego donde se reseñaba la lis-ta de conspiradores: Hidalgo, Allende, Alda-rna, el capitán N.S., el licenciado Altamirano, elpresbítero J. Ma. Sánchez, el licenciado Parra,Antonio Téllez, Francisco Araujo. Las denun-cias incluían al corregidor Domínguez y los al-féreces del batallón de Celaya.

Ochoa insistió al día siguiente con otra car-ta al virrey y reiteró que no se podía confiar en

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1 )omínguez, corregidor de la ciudad, cuya es-posa «se expresa con la mayor locuacidad con-tra la nación española». Incluía una nueva listaen la que se añadía entre otros el nombre delcapitán Joaquín Arias de Celaya.

Arias, al saberse implicado en las denuncias,se acercó a Ochoa y confesó los pormenores dela conspiración. Personaje singular iba a sumar-se más tarde a la insurrección, probablementecomo espía, y tendría altos cargos militares en lacampaña de Hidalgo, hasta morir en la embos-cada de Acatita a manos de los propios realistas.

Ochoa, con estos elementos en la mano,acudió con Domínguez, quien a su vez esta-ba bajo las presiones del cura reaccionario deQuerétaro, Gil de León, y finalmente lo disua-dió para que actuara contra sus compañeros.

Por si fuera corta la lista de denuncias, el 13de septiembre el soldado Garrido denunció alintendente de Guanajuato, Riaño, que Hidalgole había dado un dinero y la orden de subvertira los soldados de su regimiento. Riaño detuvorápidamente al grupo de militares sin saber queen Querétaro Ochoa y Domínguez estaban ac-tuando en el mismo sentido.

En horas los grupos de Querétaro y Gua-najuato habían sido desarticulados. Parecía que

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Ja conspiración, corno tantas otras en años pre-cedentes, había abortado. Quedaba en manosde las autoridades del virreinato tan solo unaacción preventiva de carácter policial para atarlos cabos. El virrey Venegas, recién llegado a laNueva España, recibió el consejo de que envia-ra el escuadrón de dragones de México, pero laconspiración le pareció poca cosa y optó pordejar que se resolviera a localmente. De mane-ra que todo se limitó a ordenar a un escuadrónque fuera hacía San Miguel el Grande y Dolo-res para detener al viejo cura y a los oficialesdel regimiento de la reina. Del poco valor delos completados hablan Jos primeros interro-gatorios celebrados en Querétaro, donde conmuy contadas excepciones, todos los detenidosse dedicaron a denunciarse entre ellos, a invo-lucrar a los ausentes y a declararse inocentes.Salva la jornada las declaraciones de Epigme-nio González, asumiendo su responsabilidaden una independencia en la que creía; y el casode Téllez, quien fingió que se había vuelto Jocoy tocaba un piano inexistente mientras lo ca-reaban con el capitán Arias.

El arranque de Hidalgo un día y medio mástarde habría de cambiar la historia.

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JOSEFA

Pocos personajes asientan tan mal en los pape-les que la historia les otorga como Josefa Or-tiz, convertida por azar en madre de la patria,gracias a un único gesto político: haber avisadoa Hidalgo y Allende que la conspiración habíasido descubierta.

Tenía cuarenta y dos años, michoacana deValladolid, una dama regordeta, matrona deojos vivaces y abundante pecho. Muy conser-vadora en ciertas cosas, no permitía que sushijas fueran a bailes o al teatro y bien se cui-daba de que Allende o los oficiales del regi-miento de la reina coquetearan con ellas.

Casada con el abogado Miguel Domín-guez, corregidor de Querétaro, su salón seríael centro de la conspiración del chocolate y elcafé.

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Conocida es la historia de que al descubrir- 'se la conspiración, Domínguez no resistió las ipresiones y colaboró en las detenciones para •;evitar que se hiciera evidente su papel. Teme- yroso de que su mujer lo comprometiera, deci- idio encerrarla bajo llave para que no cometiera >;un desaguisado. '?

Curioseando en la biografía que le dedica jAlejandro Villaseñor descubrí que Josefa, co- ^mo muchas damas de la época, no sabía escri- ?bir, pero sí leer. Y eso me llevó en un rastreo ¡minucioso a la búsqueda de desentrañar si elmensaje enviado a Hidalgo había sido ver-bal o escrito. Porque Josefa cuando tenía quemandar una carta recortaba letras impresas deperiódico y las pegaba en papel de china utili-zando más tarde como mensajera a una mujerde la que lo único que se sabe es que tenía elnoble oficio de cohetera (sí, lanzaba cohetes enlas fiestas). En la imaginación de novelista veíala nota que dio origen a la independencia comouna de esas cartas anónimas de secuestro y veíaa Josefa desesperada, mientras comenzaban lasdetenciones en Querétaro, recortando apresu-rada letras de viejos periódicos.

Lamentablemente la historia es demasiadobella para ser cierta. Josefa debería saber escri-

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l ) i r porque en la colección de Genaro García seencuentran tres cartas facsimilares escritas cua-t ro años más tarde y firmadas por ella y lamen-lablcmente la firma de Josefa es igual a la letratic las cartas, o sea que hay que excluir que fue-ran escritas por otro y firmadas por ella.

Y además, el mensaje sin duda existió peroI ue verbal, y no fue uno, sino al menos tres.

En la tarde del 13 de septiembre, Josefa, ta-coneando tres veces desde el cuarto en que es-taba encerrada, transmitió una señal de peligroacordada con su vecino del entresuelo, el alcai-de de la cárcel, Ignacio Pérez, quien subió y es-cuchó a través de la cerradura que la conjurahabía sido descubierta.

Otros dos mensajeros convocados por lapropia Josefa o por Pérez, que la cosa nuncaquedará muy clara, son portadores del mis-mo aviso a los conspiradores de San Miguel elGrande y Dolores. Todo parece una comediade errores. Los enviados serían Francisco Ló-pez, que tardó dos días en llegar con el recadoporque se le cansó el caballo y terminó reco-rriendo el camino a pie, y Pancho Anayá, quese detuvo en la hacienda de Jalpa para ver uncoleadero y llegó cuando los hechos se habíanconsumado.

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Parece ser, y todo esto según las múltiplesdelaciones, que de eso se hace la historia cuan-do termina en derrota, que Josefa lo intentóuna vez más, pero se equivocó de mensajero,porque el capitán Arias ya se había cambiadode bando.

A causa de estas intervenciones y habiendosido señalada por varios de los delatores, inclu-so por un soplón anónimo que la definía como«agente precipitado», fue detenida e internadaen el Convento de Santa Clara, o en el de SantaTeresa, o en los dos.

Años más tarde, en una de las tantas repre-siones ordenadas por Calleja, fue detenida nue-vamente a pesar de estar embarazada, acusadade haber colaborado en la colocación de pas-quines antirrealistas en Querétaro.

Josefa tenía entonces cuarenta y cinco añosy catorce hijos, por cierto que el mayor deellos, de veinte años, había sido incorporadoel ejército realista por su padre para combatir alos insurgentes.

Trasladada a Ja Ciudad de México fue re-cluida en el convento de Santa María Ja Anti-gua. Poco después fue liberada y condenadacasi de inmediato a una nueva recJusión enotro convento, el de Santa Catarina de Siena en

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ul que pasó un año, o cuatro, liberada en juniotic 1817 con la obligación de permanecer en laCiudad de México.

Sobrevivió al proceso revolucionario ycuando en el imperio de Iturbide la nombra-ron dama de honor de la emperatriz Ana, senegó a aceptar el cargo, así como dos años mástarde se negó a recibir recompensas económi-cas por su participación en la conspiración quedio origen a la independencia. La fecha de sumuerte permanece en las sombras, algunos di-cen que ocurrió en 1829. Se sabe que sus restosse encuentran en la iglesia de Santa Catalina.

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LA LISTA DE LOS PADRES DELA PATRIA ESTARÁ INCOMPLETA

(DE LOS CRUELES DESTINOS)

> iTenía treinta y dos años y solo había sido unengranaje menor en la conspiración. Pequeñocomerciante de Querétaro, Epigmenio Gon-zález era propietario de un taller ubicado ensu casa de la calle de San Francisco. Junto a suhermano, que se llamaba (claro está) Emeterio,fabricaba las astas para las lanzas, y ayudadopor unos coheteros ya habían manufacturadounos dos mil cartuchos.

Cuando la conspiración fue denunciada, sunombre fue uno de los primeros en salir a laluz y el día 15 de septiembre los alguaciles re-gistraron su taller, encontrando un haz de lar-gos palos y un hombre rellenando de pólvoraunos cartuchos; dos escopetas, dos espadas yuna lanza. Antes de ser detenido Epigmeniotuvo tiempo de enviar un mensajero a los cons-

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M

piradores de Guanajuato. Luego llegaron losgendarmes y a jalóneos y empujones se lo lle-varon a la cárcel.

Mientras los acontecimientos de todos co-nocidos se sucedían, los participantes en laconspiración detenidos cayeron en un lamen-table rosario de entregas, debilidades, vaci-laciones y peticiones de perdón y clemencia.Epigmenio fue uno de los pocos que conservóla dignidad y no denunció a nadie.

Detenido en la Ciudad de México, mien-tras esperaba proceso, participó en la cons-piración de Ferrer. Nuevamente descubiertofue condenado a cadena perpetua en el régi-men de trabajos forzados y enviado al Fuertede San Diego en Acapulco, donde enfermó yquedó baldado. La humedad de los calabozosy los malos tratos hicieron que empeorara sucondición. Más tarde fue depprtado a Mani-la, donde siguió en régimen carcelario con unacondena de por vida.

Desde lejos, siempre desde lejos, asistió co-mo espectador impotente a los alzamientos ylos fracasos del largo rosario de combates dela guerra civil. Cuando en 1821 la defección deIturbide y su alianza con Guerrero consuma-ron militarmente la independencia, Epigmenio

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iiü|j;uía en prisión. Los españoles no reconocie-ron la nueva república y mantuvieron en cárcely reclusión a los presos políticos a los que noadmitían en su nueva calidad de mexicanos.

No sería sino hasta 1836, cuando se firmó lapospuesta paz, que Epigmenio fue liberado.

Había pasado veintisiete años en las pri-siones imperiales. La liberación resultó tan te-rrible como la cárcel. Sin dinero, enfermo, sinpoderse pagar el viaje para retornar a México,por fin consiguió de las autoridades locales pa-saje para España y allí, tras mucho peregrinar,un comerciante se compadeció de sus desven-turas y le prestó los dineros.

Se podían contar ya veintiocho años fuerade su país. Cuando al fin llegó a Querétaro, desus viejas amistades, de los conspiradores ori-ginales, no quedaba nadie, ni siquiera su paren-tela le había sobrevivido, con la excepción deuna anciana tía.

Se acercó al nuevo gobierno y le pregunta-ron: «¿Y usted quién es?» Y Epigmenio Gon-zález contestó muy orgulloso: «Yo soy uno delos padres de la patria, el primer armero de larevolución». Y le dijeron: «No, cómo va a ser,la lista oficial es: Hidalgo, Allende, Aldama,Morelos... Para ser padre de la patria hay que

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