el critón, sócrates y el espíritu de la ciudad

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Historia Junio, 2011

de

la

filosofa

antigua

II

El Critn, Scrates y el espritu de la ciudad

Tanto en temtica como en poca, el Critn se encuentra muy cercano a la Apologa. Aunque Croiset coloque al Critn despus del Eutifrn, Guthrie no es de este pensar y coloca al Eutifrn posterior al dilogo que nos ocupa1. Sera lgico pensar que, al ser tan cercanos el Critn y la Apologa, deben haber sido escritos por la misma poca, pero hablar de una escritura consecutiva en los dos dilogos es ms difcil de sostener. Como la Apologa, el Critn tiene como temtica el fin de Scrates. Mientras la Apologa tratara de reconstruir la situacin acaecida durante el juicio de Scrates, el Critn trata la estancia de ste en la crcel y sus ltimos momentos de vida (en el dilogo se habla de la muerte de Scrates al da siguiente o, a ms tardar, al segundo da), momentos en los que rechazar la posibilidad de huir y exiliarse para salvarse. Como vemos, la temtica es muy cercana, por lo que una distancia demasiado larga entre ambos dilogos es bastante improbable. Como afirma Guthrie, a diferencia de la Apologa, en la que se narra un juicio pblico, el Critn es un cara a cara entre dos personas, ninguna de las cuales era Platn. En consecuencia, poda dar rienda suelta a su imaginacin2. La fidelidad del texto con lo verdaderamente ocurrido queda quizs un poco ms en entredicho que lo que est la Apologa; sin embargo, que el dilogo (dicha conversacin es histrica, as lo afirma Guthrie) no haya discurrido literalmente como lo presenta la obra de Platn no significa que ste no represente de manera fidedigna lo que es el espritu socrtico. Por lo tanto, si bien no puede afirmarse que el Critn un testimonio histrico, s debera apreciarse en la capacidad de expresar de manera completa y bien argumentada el pensamiento socrtico que le llev a rechazar la huida y afrontar la muerte.

1

Hay dificultades a la hora de encontrarle lugar en el orden de dilogos al Eutifrn, para ms vase GUTHRIE, Historia de la filosofa griega. IV, Platn: el hombre y sus dilogos: Primera poca; Gredos, Madrid, 1990., Pg. 1052

p. Cit. Pg. 97.

2

La escena es lgubre. Scrates se encuentra durmiendo plcidamente en la celda. En las sombras se encuentra Critn, observando en silencio al filsofo dormir. Al despertar, Scrates se sorprende de ver a su amigo esperndole, sin turbarle. Critn no entiende la parsimonia de su amigo, no comprende cmo a un da de su muerte (puesto que Scrates morira el da posterior a la llegada de la nave sagrada que vuelve de Delos, nave que posiblemente llegase a Atenas ese mismo da, tal el la noticia que Critn le lleva) Scrates puede estar tan tranquilo. La visita de Critn est motivada por la esperanza de que el filsofo acepte huir, que escape y se exilie, que entienda que su muerte sera demasiado dolorosa para sus amigos y familiares, y que acepte la ayuda de stos, quienes le ofrecen la libertad. Scrates la rechaza y argumentar este rechazo es lo que se propone este dilogo. Como ya hemos dicho, el valor de esta obra no debe residir en su consideracin como un fragmento histrico, sino como una exposicin del espritu socrtico, una explicacin a la sorprendente negativa de Scrates ante la posibilidad de salvar la vida. La negativa de Scrates resulta impactante. Su defensa a ultranza de la ley nos es ya extraa 3. El paradigma del que parte el filsofo nos completamente ajeno. ste es compartido por la cultura de la poca y est presente ya en Homero; se trata, en palabras de Javier Aguirre Santos, de la idea de que la realidad, en su totalidad, est regida y ordenada segn el parmetro fundamental de la Justicia4. La ley es una traduccin civilizada del orden ontolgico, el reflejo natural orden csmico en el mbito humano. Sabemos que este paradigma entrar en crisis y ser cuestionado a la luz de los cambios que traer la aparicin del nuevo orden social: la polis. Sobre todo a finales del s. VI, la crisis y las convulsiones sociales y polticas pondrn en jaque el, hasta ahora, imperante modelo del cosmos. Observamos el nacimiento de un nuevo kosmos. El nuevo kosmos aparece con el nuevo siglo (siglo V a.C.)5, el siglo de la Ilustracin, momento de muda intelectual en el que se cambian antiguos valores,3

El tema de la legitimidad ya resulta clsico en la filosofa poltica. Quizs lo ms potente sobre el tema corre a cargo de Weber en su ya clsica Economa y sociedad. El tipo de legitimidad que ondea Scrates es una legitimidad casi religiosa que nos deja perplejos.4

AGUIRRE SANTOS, J. Introduccin de A vueltas con la Ley. A propsito del Critn de Platn, Iralka ed., Bilbao, 1995; pg. V5

Siempre teniendo en cuenta que esta estructura cronolgica del tiempo es completamente posterior a dichos hechos y por lo tanto resultara ridculo adjudicarles a los griegos de la poca una consciencia de nuevo siglo.

3

pensamientos y juicios. Mientras la poca del mundo homrico (s. VIII a.C.) se caracterizaba por una oligarqua aristocrtica, el s. VII por una aristocracia controlada por el pueblo (momento de Soln y los recortes que realiza a la aristocracia) y el s. VI por ser el siglo de las tiranas (las cuales preparan el suelo sobre el que se nacern las situaciones necesarias que dan lugar a los primeros pasos de la experiencia democrtica 6), el siglo V ser el siglo de la democracia, siglo en el que los tiranos son derrocados y nobles y masa se unen. Rodrguez Adrados7 distingue en esta poca tres etapas: la primera (hasta los aos 60) caracterizada por el equilibrio entre nobleza y pueblo (poca de Esquilo); la segunda (desde 462 hasta la muerte de Pericles) por el afianzamiento del poder popular; y la tercera (desde la muerte de Pericles hasta la derrota ateniense frente a los espartanos) por ser un continuado declive y degradacin de la democracia. En resumidas cuentas, presenciamos la aparicin y afianzamiento de la polis como sistema poltico, econmico y humano de organizacin social. Lo que nos interesa ahora es un pensamiento que subyace en el planteamiento predemocrtico, a ese universo que ya se ha roto en el siglo V: sin ley no hay polis.8Platn se hace deudor de este pensamiento tradicional sobre la ley. La ley no es una convencin arbitraria y utilitaria, y en esto va en contra del pensamiento sofista de la poca9. No hace falta nombrar el carcter antidemocrtico del pensamiento platnico. Su creencia sobre el carcter degenerativo de la polis democrtica es ms que conocido. La democracia para Platn es injusta e inoperante, debido a la corrupcin de la clase dominante, a la demagogia de los polticos, etc. Este desprecio se une al desprecio por los sofistas, en gran medida 10 estandarte y base del

6

El nacimiento de las ideas democrticas se encuentran profunda y genialmente analizadas en RODRGUEZ ADRADOS, La democracia ateniense, Alianza, 2000, segunda parte: La lucha de la idea democrtica.7 8

Ibdem.

Herclito, lo haba dicho antes: Fr.44, Es necesario que el pueblo defienda su ley tanto como sus murallas.9

Volveremos ms adelante con el tema de las leyes.

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No todos los sofistas son simpticos con la democracia: as vemos a Critias, miembro de los Treinta Tiranos, por poner un ejemplo. No podemos hablar de los sofistas como si de un grupo homogneo se tratase. Habra que hablar de ellos como de un talante intelectual, como hace MELERO, A. (Ed) Sofistas. Testimonios y fragmentos. Gredos, 1996, pg. 7.

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pensamiento democrtico. stos, con la razn como arma, provocan una relativizacin de las leyes y, en definitiva, del Estado. Como contrapeso a toda esta degeneracin democrtica, Platn reivindica la figura de Scrates, como defensora de los valores tradicionales: ciudadana, responsabilidad y racionalidad (pero una racionalidad no dedicada a minar los valores tradicionales, sino para fortalecerlos y hacerlos universalmente vlidos). Para poder adentrarnos en el dilogo en s cabra hablar introductoria y brevemente de las razones que llevan a Scrates a juicio. Para hacerlo tenemos que irnos hasta antes de la Guerra del Peloponeso: la presin que la hegemona ateniense en la Liga de Delos (Pentecontecia) realiz entre las ciudades griegas, sustentada en su invencible poder martimo (talasocracia), gener el estallido de la guerra entre la Liga de Delos (Atenas y sus aliados) y la Liga del Peloponeso (Esparta y aliados). Tras varias etapas, en el 404 a.C. Atenas se rinde tras un prolongado asedio. Tras la derrota se impone en Atenas el breve pero descarnado gobierno de los Treinta Tiranos (entre los cuales se encontraban amigos y familiares de Platn). Scrates entra en escena al haber sido tanto maestro de Critias como amigo ntimo de Alcibades (el primero, uno de los ms poderosos de los Tiranos11; el segundo, el traidor que cambia sus alianzas, de Atenas a Esparta y de esta a Persia, en la Guerra del Peloponeso, reavivndola cerca del 410 a.C.). Tras caer este breve gobierno (que lleva a cabo miles de asesinatos a enemigos polticos 12) y restaurarse la democracia, existe un cierto descontento hacia Scrates. Si bien la vuelta a la democracia fue pacfica y los demcratas que volvieron del exilio forzado por la breve tirana se mostraron muy moderados y conciliadores sin llevar a cabo demasiados actos de venganza, s se dieron, inevitablemente, unos pocos actos de justicia castigando a algunos de los responsables del lamentable episodio. Uno de esos ajusticiamientos vengativos resulta ser el de Scrates.11

En Jenofonte (Helnicas, II, 3.2) nos encontramos la lista completa de los Tiranos: Polcares, Critias, Melobio, Hiploco, Euclides, Hiern, Mnesloco, Cremn, Termenes, Aresias, Diocles, Fedrias, Querleo, Anecio, Pisn, Sfocles, Eratstenes, Caricles, Onomacles, Teognis, Esquines, Tegenes, Clemedes, Erasstrato, Fidn, Dracntides, Eumates, Aristteles, Hipmaco y Mnesitides.12

No podemos dedicarnos todo lo que queremos a las cuestiones propiamente histricas. As, no nos explayamos debidamente en este episodio tan interesante dentro de la historia antigua, aquel por el que Trasbulo y los revolucionarios invaden Atenas, restableciendo as la democracia, pero sin revanchas. Este hecho, el que no haya venganzas (y s la realizacin de los pactos de amnista respetados sorprendentemente bien), como se esperaran de cualquier episodio similar, es como poco, intrigante y merecedor de un reconocimiento.

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El juicio de Scrates, adems, fue llevado por l de tal manera que su condena fue casi forzada: demostrando desprecio por los magistrados que lo juzgaban, haciendo gala de una soberbia demasiado marcada como para pasar desapercibida (exiga que se le pagase por la labor realizada), etc. Se defendi de una manera demasiado violenta e inoportuna: inmodesta y orgullosa, negndose a preparar un discurso de antemano13 y rechazando el discurso que por l prepar Lisias14. La condena de Scrates, segn varios autores (entre ellos el profesor Solana Dueso), no resulta tan injusta y criminal como voces como la de Platn pretenden hacer ver. En lugar de abjurar y retirar sus comentarios y actitudes crticas para con la democracia y sus ciudadanos, Scrates se mantuvo en su posicin y neg rectificar ante ignorantes15. Podra decirse que el orgullo de Scrates le busc la muerte, una muerte por cicuta. Una vez intentado aclarar la situacin contextual del dilogo, cabra adentrarse ya en l. Cmo hemos dicho, los personajes son dos: Critn y Scrates. El primero visita al filsofo en su celda. All intenta convencerle de huir y salvar la vida. Scrates rechaza tal opcin. Critn le pide que lo reconsidere, le argumenta que no desea que la gente piense que l y los dems amigos de Scrates podran haberlo salvado pero no lo hicieron (Kr. 44c). Ante esto, Scrates desarrolla la primera argumentacin que vertebra el texto: hay juicios que valen y otros que no, y no hay que tener en mente aquellos juicios que no importan: los de la gente (o pollo). Esta gente, incluso intentando calumniar, no son capaces ni de realizar el mal (Kr. 44d). Esto es as, en palabras de Guthrie porque el saber es en cualquier esfera el requisito del recto obrar16. Vemos un reflejo de la doctrina del intelectualismo moral socrtico. Incluso el que hace el mal a sabiendas es mejor persona que el que hace el mal por ignorancia. El saber es la base de todo comportamiento, y la masa ignorante, la que conforma la ciudad democrtica, no puede hacer ni el bien ni el mal (si pudieran hacer este ltimo, tambin podran hacer el bien), puesto que nada saben sobre el Bien o la Justicia. De prestar atencin a una opinin, hay que hacerlo de la opinin de aquel solo nico capaz de deliberar sin error en cuestiones de justicia e injusticia, es decir en cuanto a la verdad pura concierne (48a). La razn se impone al13 14 15 16

Segn la Apologa de Jenofonte (2-5) CICERON. De Oratore, I, 54. SOLANA DUESO, J. Ciudadano Scrates, Mira Edit., Zaragoza, 2008. GUTHRIE, p. Cit. Pg. 103

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nmero. Es a la razn a la que debe atenderse, y no a la presin de la masa ignorante. Puesto que es a la razn a la que debe seguirse, Scrates intentar llevar a su amigo (a esta altura ya reducido a una triste mascota del filsofo a la cual ste lleva por donde quiere obligndole a decir y a concluir lo que el amo desee) por la va de la razn para analizar si realmente sera bueno y justo que escapase de la prisin. Ante esto comienza a exponer otra de las argumentaciones base: nunca es bueno obrar injustamente, jams, en ninguna circunstancia. Obrar injustamente es, esencialmente, un mal. Nunca debemos ser injustos ni responder una injusticia con otra injusticia (Kr. 50b). Y, sobre todo, cuando convenimos una cosa justa, hay que cumplirla y no faltar a nuestra palabra (Kr. 49e). De hacerlo, el Estado perdera su estabilidad (50b). Ante esto ltimo (50b) cabran reflexionar un par de cuestiones. En primer lugar nos encontramos, como dice Guthrie, ante la primera aparicin de una cuestin () acerca de si uno, como regla de conducta, se puede hacer a s mismo la siguiente pregunta: Qu ocurrira si todos se comportara como yo? 17. Es la primera vez que aparece explcitamente la temtica de la regla de conducta y el imperativo moral de tamiz kantiana. Si yo violo la ley, qu impide que los dems, por el mismo razonamiento (recordemos que Scrates intenta fundamentar toda actuacin suya en un razonamiento base), lleguen a la misma conclusin y la violen tambin? No perdera toda fuerza un Estado en el cual las personas violasen sistemticamente las leyes promulgadas? El Estado adquiere su poder, su capacidad de accin, con la renuncia del ciudadano a violar la ley, dicha renuncia no es tcita, metafrica; se trata de una renuncia fctica, consciente, efectivamente pronunciada. Estamos, pues, cara a cara con una teora proto-contractualista, en la que el ciudadano se compromete a acatar las decisiones de la justicia (50c) renunciando a ir contra stas. Sobre este compromiso es donde se basa el Estado. Este acatamiento a la justicia se traduce en Scrates en un acatamiento a las leyes concretas del Estado. Parece que vemos en Scrates una identificacin entre ley y justicia. Tal unin resulta un elemento arcaico dentro del pensamiento filosfico de Scrates, y no son pocos los puntos que mezclan elementos racionales e irracionales como los religiosos. Rodrguez Adrados nombra la equivalencia entre Piedad y justicia. Para Scrates las leyes no escritas o justicia general tienen un fundamento divino18). Tambin puede meterse dentro de17 18

GUTHRIE, p. Cit. Pg. 104 RODRIGUEZ ADRADOS, p. Cit., Pg. 389

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esta categora la voz del demonio que Scrates tanto nombra. Este rasgo en Scrates no es poco frecuente en los griegos de la poca. La razn resulta lo ms divino que hay en el hombre y, por lo tanto, la bsqueda racional no es para un griego necesariamente contradictoria de la inspiracin divina19. El proceso racionalizador de la filosofa vemos que es incompleto en Scrates, precisamente en el elemento que slo los sofistas logran racionalizar: la moral, que pasa de teonmica a autnoma. Rodrguez Adrados afirma que podemos considerar a Scrates como el final de una corriente de pensamiento religioso, que conecta (y Scrates es esa conexin) con el pensamiento ilustrado de la poca, esto le llevar a purificar la idea de divinidad, racionalizndola20. Este es un paso que lo pone por delante de Sfocles o de Herdoto, pero lo sita por detrs (si tal ordenacin posee un delante y un detrs) del pensamiento sofista, ms laico y relativista (aunque no del todo en algunos casos).21

Ms arriba hemos dicho que tanto Platn como Scrates se mostraban deudores de un pensamiento tradicional que tiende a igualar las leyes a la ciudad. Las leyes (oi nmoi) y la ciudad (oi plis) se identifican de tal manera que es imposible pensar una ciudad sin leyes (la ciudad somos en realidad nosotras afirman las Leyes en el dilogo). Formar parte de una ciudad supone la aceptacin del pacto por el cual las leyes se respetan. El hombre debe respeto a las leyes. Scrates entiende esto y le suma a la relacin de respeto el carcter de deuda: Scrates le debe todo lo que l es a las leyes (50e), estableciendo as una relacin que Jos Luis Garca Ra asimila a una relacin paterno filial, un tipo de comparacin que revela el carcter no recproco de la unin; por ello, el concepto de lo justo no puede ser el mismo visto desde uno u otro de los trminos de la relacin22. La apelacin o cualquier tipo de no-aceptacin no tienen lugar en el modelo de Scrates. El imperativo que dicta qu hacer no es del tipo moral, es ms bien de tipo jurdico-legal: el deber siempre y en todas partes manda ejecutar lo que el Estado y la patria ordenen

19 20 21

Ibd. Ibd.

Para profundizar ms en la unin de elementos racionales e irracionales unidos en el pensamiento de Scrates, me remito al ya citado libro de Rodrguez Adrados, La democracia ateniense, Alianza, 2000, Tercera parte, Scrates y Platn y su nuevo planteamiento, pp. 388-394.22

GARCA RA, J.L. El discurso de las leyes en el Kritn, en A vueltas con la Ley. A propsito del Critn de Platn, Iralka ed., Bilbao, 1995; pg. 26

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(51b). Como Garca Ra dice, hay que hacer lo que, en cualquier momento, ella mande o convencerla de lo contrario23. Esta consideracin tan positiva sobre la ley viene de lejos. No es extraa a la cultura griega esta exaltacin de las leyes, lo vemos en la filosofa (Herclito), lo vemos en la literatura (Sfocles y su Edipo en Colonna con las palabras de Teseo a Creonte; o en Aristfanes y su Plutos cuando el sicofante le habla al hombre justo de los chivatos especializados). Scrates (y Platn) se muestra(n) deudor(es) de esta tradicin. Mas, con todo, Garca Ra hace hincapi en una extraa contradiccin: si Scrates acepta las leyes como un imperativo al que debe seguir una comunidad para mantenerse como tal; si la Ley tiene siempre la ltima palabra y ante ella hay que callar, por qu Scrates, en su juicio, rechaz todas las acusaciones que se le hicieron y nunca reconoci como justa su condena si tal vena del Estado? La respuesta se encuentra en el propio Scrates, Pero el Estado () nos ha tratado mal (50c) (en otras trad.: La ciudad nos ha tratado injustamente y no ha realizado el juicio correctamente). La ciudad, los magistrados, en su juicio, no han actuado con Justicia. Con esto, Scrates puede perfectamente posicionarse en contra de la condena, aunque no incumplirla: hacindolo rompe la ley, y eso s que es inadmisible para el filsofo, como he querido demostrar ms arriba24. Segn Garca Ra nos encontramos aqu con la clave: no hay necesidad de que el contenido de la dke sea justo, lo que s es injusto es su no acatamiento25. Al aceptar que los magistrados que lo condenaron, haciendo uso de las leyes, actuaron sin Justicia, cometiendo, por lo tanto, acto injusto26 abre la posibilidad de que la ley tenga un efecto (hecho posible por la ignorancia, s, pero posible al fin y al cabo) injusto; por lo tanto, ley y justicia quedan separadas (y slo se encontrarn, o por casualidad o por conocimiento moral del que las aplique). Como argumenta Julin Pacho Garca, es este hecho, el de separar ley y justicia haciendo posible as que la ley sea injusta,23 24

p. Cit. pg. 27

Adems, con dicho acto, demuestra que, al acusarle y condenarle por corruptor de jvenes, sus jueces estaban en lo cierto puesto que es indudable que todo aquel que va contra las leyes puede con justicia ser considerado como capaz de corromper a la juventud y a los espritus dbiles (53b-c).25 26

p. Cit. Pg. 32.

Habra que entrecomillar bastante este acto injusto, la injusticia de este acto no proviene por parte de los que lo realizan. stos desconocen la Justicia y el Bien, y por lo tanto, no pueden cometer voluntariamente un acto injusto (mucho menos el justo). Si alguno de sus actos resulta justo o injusto es porque lo quiere la casualidad (44d).

9

lo que constituye () un argumento a favor de la bsqueda de la mejor ley, as como el error que anida en la historia es buen argumento y hasta acicate a favor de la prosecucin de esa historia27. Separando ley y justicia se permite la existencia de leyes que sean injustas y leyes que sean justas. Al no articularse rgidamente las opciones, las posibilidades se abren, el cambio es posible. La ley pasa a ser perfectible. Tal idea tambin la encontramos en Kr. 51b: ejecutar lo que el Estado y la patria ordenen, a menos que consigamos cambiar sus mtodos, pero por medios legtimos28; y en Kr. 51e-52a: procura corregirnos y mejorarnos si tal vez practicamos el error. Las leyes pueden encaminarse a la mejora, siempre por medios reformistas, nunca revolucionarios, no violarla, intentar cambiarla dentro del sistema jurdico. Para ello hace falta el conocimiento por parte de los hombres, encaminarlas hacia el Bien y la Justicia, y utilizarlas desde la ignorancia. Podra concluirse que las leyes son necesarias puesto que son stas las que constituyen la esencia de la ciudad. Sin embargo, las leyes, aunque necesarias, no son suficientes: bajo un mal arbitrio, en una aplicacin ignorante estas leyes pueden convertirse en armas peligrosas que cometen crmenes como el que llev a Scrates a la muerte. Sin embargo, el problema no viene en las leyes y no son a ellas a las que hay que atacar o no obedecer, a lo sumo hay que cambiarlas y mejorarlas cuando resultan insuficientes o incorrectas. Sin una razn imperante en el modelo jurdico-legal, ste pierde su sentido y se dirige nicamente por la casualidad. Los hombres que manejan las leyes, todos los hombres de la ciudad, deben seguir la Justicia, y para ello deben conocerla. Slo mediante la mejora progresiva, teniendo como horizonte el Bien y la Justicia (valores intangibles, racionales y universales), las leyes mejoran, y su aplicacin con ellas. Aqu concluimos con este texto, cuyas lneas intentaron traer un poco de luz y comprensin, tanto al caso de Scrates y su muerte como al tema de la ciudad, el compromiso que el ciudadano con ella guarda, y lo que significa esa obediencia. Las leyes, la identidad de la ciudad y su transformacin. El ciudadano, su responsabilidad, su voto.

27

PACHO GARCA, J. En defensa de la ley perfectible o contra Scrates en A vueltas con la Ley. A propsito del Critn de Platn, Iralka ed., Bilbao, 1995; pg. 5128

Cursivas puestas por el autor del trabajo.

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Bibliografa

- PLATN, Critn, ed. Iralka, 1995, Irn. - GUTHRIE, W.K.C., Historia de la filosofa griega. IV, Platn: el hombre y sus dilogos: Primera poca; Gredos, Madrid, 1990. - AGUIRRE SANTOS, J. Introduccin de A vueltas con la Ley. A propsito del Critn de Platn, Iralka ed., Bilbao, 1995. - RODRGUEZ ADRADOS, La democracia ateniense, Alianza, 2000, segunda parte: La lucha de la idea democrtica. - SOLANA DUESO, J. Ciudadano Scrates, Mira Edit., Zaragoza, 2008 - GARCA RA, J.L. El discurso de las leyes en el Kritn, en A vueltas con la Ley. A propsito del Critn de Platn, Iralka ed., Bilbao, 1995. - PACHO GARCA, J. En defensa de la ley perfectible o contra Scrates en A vueltas con la Ley. A propsito del Critn de Platn, Iralka ed., Bilbao, 1995