el ciclo de la revolución mexicana

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Año I, Número 3, 2a. quincena de Octubre 2010 Año I, Número 2, 1a. quincena de Octubre 2010 A brió las puertas a un modelo de desarrollo en el que en el que, colocado el Estado en el centro, abrió las puertas, no sin contradicciones y ti- tubeos, a cambios en prácticamente todos los órdenes de la vida social. Forjó tradiciones, comportamientos, hábitos y lenguajes que, hasta hoy en día, constituyen la cultura política dominante. Al igual que otras grandes revoluciones, como la francesa, la rusa, la china y la cubana, la Revolución mexicana ha generado, desde hace tiempo, importan- tes controversias y debates sobre su significado, reali- zaciones, alcances, etc. En marzo de 1947, Daniel Cosío Villegas escribió de terribles perspectivas sobre el futuro de nuestro país en La Crisis de México. Aunque ya antes, pero sobre todo después, otros intelectuales y políticos decretaron la “muerte irremediable” de la Revolución Mexicana, la de Cosío Villegas fue, sin dudas, una de las primeras y más significativas valoraciones críticas. Él inaugura el alejamiento de un emergente sector de la intelectualidad que luego de un excesivo entu- siasmo, se decepcionó del proceso revolucionario y adoptó una actitud crítica hacia el sistema político y la conducta general del país. Con el tiempo, sus tesis constituirán el sedimento ideológico que en la actuali- dad nutre distintas corrientes de pensamiento y de ac- ción política. El ilustre pensador e historiador señaló: Parece indudable que si la situación actual de México ha de juzgarse con severidad, difícilmente puede evitarse la conclusión de que el país pasa por una crisis gravísi- ma. Su magnitud hace suponer que si se la ignora o se la aprecia complacientemente, si no se emprende enseguida el mejor esfuerzo para sacarlo de ella, México principiará por vagar sin rumbo, a la deriva, perdiendo un tiempo que no puede perder un país tan atrasado en su progreso, para concluir en conf iar sus problemas mayores a la inspiración, la imitación y la sumisión a Estados Unidos… Sin embargo, el país no vagó sin rumbo y a la de- riva. A mediados del siglo XX, el impulso reformador de la Revolución Mexicana estaba vivo y comenzó a rendir frutos en varios campos. Gracias a los artículos constitucionales 3, 27 y 123, al Estado y las institucio- nes surgidas de la Revolución y a las reformas estruc- turales realizadas por Lázaro Cárdenas, el país marchó hacia una nueva etapa. La segunda mitad del siglo testificó la industriali- zación y la urbanización del país, la expansión de los sistemas de salud y de educación pública y, con ellos, las esperanzas de vida de una creciente población. A la distancia, es posible advertir que Cosío Ville- gas carecía de sustento cuando afirmaba que la crisis (deMéxico) proviene de que las metas de la Revolución se han agotado, la grado de que el término mismo de Re- o. El proceso político-social de México entraba a una nueva etapa. El inicio de la guerra fría y la he- gemonía de Estados Unidos sobre el llamado “mundo libre”, establecieron circunstancias frente a las cuales no podía sustraerse el país. Además, superada la ines- tabilidad política de los veintes, afianzados los con- sensos nacionales creados bajo el gobierno de Lázaro Cárdenas y recreados durante el sexenio de Manuel Ávila Camacho y, como consecuencia, establecidas y vigentes las instituciones y reglas para la sucesión y el ejercicio legítimo del poder político, las necesida- des propias de desarrollo del país, marcaron derrote- ros muy precisos. En sentido figurado podría decirse que la Revolución se bajó del caballo, dejó la carabina 30-30 y6 se puso overol; tomó el gis y el pizarrón, se hizo profesionista, aspiró a casa y patrimonio familiar; obtuvo luz eléctrica y servicios de salud; descubrió la radio, los electrodomésticos y, posteriormente, la tele- visión. Cambió, en efecto, de estilos y procedimientos, de lenguaje y de actores sociales, lo cual constituyó, digamos libremente, “un amoldamiento” y no una re- gresión histórica o un estancamiento, como aseguró el autor de La Crisis de México. El pesimismo de Cosio Villegas era resultado de una visión parcial de los propósitos y realizaciones de la Revolución. Para él, los objetivos del proceso revolu- cionario fueron la condenación de la tenencia indef inida dep poder por parte de un hombre o de un grupo de hom- bres; otra, que la suerte de los más debía privar sobre la de los menos y que, para mejorar aquélla, el gobierno tenía que convertirse en elemento activo de transformación; en fin, que el país tenía intereses y gustos propios por los cuales debía velar, y, en caso de conflicto, hacerlos prevalecer sobre los gustos e intereses extraños. Aún reconociendo que el régimen posrevoluciona- rio consagró el principio de no reelección, que la re- forma agraria y el movimiento obrero fueron posibles debido a los principios emanados de la Revolución y que el tono nacionalista se hizo patente en las políti- cas educativas, culturales y en la política internacional, para el autor de Historia Moderna de México, todos los revolucionarios fueron inferiores a la obra que la revolu- ción necesitaba hacer: Madero destruyó al porf irismo, pero no creó la democracia en México; Calles y Cárdenas acaba- ron con el latifundio, pero no crearon la nueva agricultura mexicana (…) fueron magníficos destructores, pero nada de lo que crearon para sustituir lo destruido ha resultado sin disputa mejor. Dicho punto de vista dejaba de lado rasgos esen- ciales de la realidad política y social del país que le impidieron comprender de manera más objetiva y completa el posterior desarrollo nacional. Al ver una sola cara de la moneda y acentuar hasta el extremo sus tintes oscuros, Cosío Villegas cerraba la posibilidad de entender que a partir de la realidad histórica del terre- no en que actuaba, y no de otro ideal o imaginario, el Estado de la Revolución Mexicana resolvió el proble- ma de la creación de una autoridad con legitimidad e hizo posibles reformas sociales, políticas y económicas que consolidaron a la nación. Pero nada es para siempre. El modelo de Estado y de sociedad que emergieron de la Revolución Mexica- na llegaron a su fin, comenzaron a agotarse en algunos de sus aspectos, sin rupturas catastróficas, no cuando lo dictaron la urgencia de un político o la decepción de un pensador, sino cuando la dialéctica misma de su desenvolvimiento social planteó la necesidad y abrió la posibilidad de nuevos cambios y reformas. Ya en 1968 se mostraron síntomas de agotamiento de las reglas y métodos de conducir al país que imperaron durante varios decenios. Las siguientes dos décadas, plagadas por crisis económicas y devaluaciones, conflictos elec- torales, emergentes movimientos sociales autónomos y la ruptura del partido oficial, pusieron de manifies- to que había terminado un ciclo, el de la Revolución Mexicana. El hecho fundamental del siglo XX mexicano fue la Revolución Mexicana. Este acontecimiento, o conjunto de aconte- cimientos, dieron vida a un tipo de Estado que organizó la vida económica, política y cultural del país a lo largo de casi todo el pasado siglo. Arrancó con un atropellado recambio en las elites y terminó con amplias transformaciones sociales, encabezadas por nuevas fuerzas que se hicieron del poder y se mantuvieron en él gracias a una compleja pero continuada alianza con grupos campesinos y sectores de la clase obrera, alianza que los subordinó pero a la vez reconoció como ac- tores sociales. En sentido figurado podría decirse que la Revolución se bajó del caballo, dejó la carabina 30-30 y se puso overol; tomó el gis y el pizarrón, se hizo profesionista, aspiró a casa y patrimonio familiar; obtuvo luz eléctrica y servicios de salud; descubrió la radio, los electrodomésticos y, posteriormente, la televisión. * Reincidente no incluye sección de Sociales A brió las puertas a un modelo de desarrollo en el que en el que, colocado el Estado en el centro, abrió las puertas, no sin contradicciones y ti- tubeos, a cambios en prácticamente todos los órdenes de la vida social. Forjó tradiciones, comportamientos, hábitos y lenguajes que, hasta hoy en día, constituyen la cultura política dominante. Al igual que otras grandes revoluciones, como la francesa, la rusa, la china y la cubana, la Revolución mexicana ha generado, desde hace tiempo, importan- tes controversias y debates sobre su significado, reali- zaciones, alcances, etc. En marzo de 1947, Daniel Cosío Villegas escribió de terribles perspectivas sobre el futuro de nuestro país en La Crisis de México. Aunque ya antes, pero sobre todo después, otros intelectuales y políticos decretaron la “muerte irremediable” de la Revolución Mexicana, la de Cosío Villegas fue, sin dudas, una de las primeras y más significativas valoraciones críticas. Él inaugura el alejamiento de un emergente sector de la intelectualidad que luego de un excesivo entu- siasmo, se decepcionó del proceso revolucionario y adoptó una actitud crítica hacia el sistema político y la conducta general del país. Con el tiempo, sus tesis constituirán el sedimento ideológico que en la actuali- dad nutre distintas corrientes de pensamiento y de ac- ción política. El ilustre pensador e historiador señaló: Parece indudable que si la situación actual de México ha de juzgarse con severidad, difícilmente puede evitarse la conclusión de que el país pasa por una crisis gravísi- ma. Su magnitud hace suponer que si se la ignora o se la aprecia complacientemente, si no se emprende enseguida el mejor esfuerzo para sacarlo de ella, México principiará por vagar sin rumbo, a la deriva, perdiendo un tiempo que no puede perder un país tan atrasado en su progreso, para concluir en conf iar sus problemas mayores a la inspiración, la imitación y la sumisión a Estados Unidos… Sin embargo, el país no vagó sin rumbo y a la de- riva. A mediados del siglo XX, el impulso reformador de la Revolución Mexicana estaba vivo y comenzó a rendir frutos en varios campos. Gracias a los artículos constitucionales 3, 27 y 123, al Estado y las institucio- nes surgidas de la Revolución y a las reformas estruc- turales realizadas por Lázaro Cárdenas, el país marchó hacia una nueva etapa. La segunda mitad del siglo testificó la industriali- zación y la urbanización del país, la expansión de los sistemas de salud y de educación pública y, con ellos, las esperanzas de vida de una creciente población. A la distancia, es posible advertir que Cosío Ville- gas carecía de sustento cuando afirmaba que la crisis (de México) proviene de que las metas de la Revolución se han agotado, la grado de que el término mismo de Re- volución carece de sentido. El proceso político-social de México entraba a una nueva etapa. El inicio de la guerra fría y la hegemonía de Estados Unidos sobre el llamado “mundo libre”, es- tablecieron circunstancias frente a las cuales no podía sustraerse el país. Además, superada la inestabilidad política de los veintes, afianzados los consensos nacio- nales creados bajo el gobierno de Lázaro Cárdenas y recreados durante el sexenio de Manuel Ávila Camacho y, como consecuencia, establecidas y vigentes las insti- tuciones y reglas para la sucesión y el ejercicio legítimo del poder político, las necesidades propias de desarrollo del país, marcaron derroteros muy precisos. En sentido figurado podría decirse que la Revolución se bajó del caballo, dejó la carabina 30-30 y6 se puso overol; tomó el gis y el pizarrón, se hizo profesionista, aspiró a casa y patrimonio familiar; obtuvo luz eléctrica y servicios de salud; descubrió la radio, los electrodomésticos y, poste- riormente, la televisión. Cambió, en efecto, de estilos y procedimientos, de lenguaje y de actores sociales, lo cual constituyó, digamos libremente, “un amoldamiento” y no una regresión histórica o un estancamiento, como aseguró el autor de La Crisis de México. El pesimismo de Cosio Villegas era resultado de una visión parcial de los propósitos y realizaciones de la Revolución. Para él, los objetivos del proceso revolu- cionario fueron la condenación de la tenencia indef inida dep poder por parte de un hombre o de un grupo de hom- bres; otra, que la suerte de los más debía privar sobre la de los menos y que, para mejorar aquélla, el gobierno tenía que convertirse en elemento activo de transformación; en fin, que el país tenía intereses y gustos propios por los cuales debía velar, y, en caso de conflicto, hacerlos prevalecer sobre los gustos e intereses extraños. Aún reconociendo que el régimen posrevoluciona- rio consagró el principio de no reelección, que la re- forma agraria y el movimiento obrero fueron posibles debido a los principios emanados de la Revolución y que el tono nacionalista se hizo patente en las políti- cas educativas, culturales y en la política internacional, para el autor de Historia Moderna de México, todos los revolucionarios fueron inferiores a la obra que la revolu- ción necesitaba hacer: Madero destruyó al porf irismo, pero no creó la democracia en México; Calles y Cárdenas acaba- ron con el latifundio, pero no crearon la nueva agricultura mexicana (…) fueron magníficos destructores, pero nada de lo que crearon para sustituir lo destruido ha resultado sin disputa mejor. Dicho punto de vista dejaba de lado rasgos esen- ciales de la realidad política y social del país que le impidieron comprender de manera más objetiva y completa el posterior desarrollo nacional. Al ver una sola cara de la moneda y acentuar hasta el extremo sus tintes oscuros, Cosío Villegas cerraba la posibilidad de entender que a partir de la realidad histórica del terre- no en que actuaba, y no de otro ideal o imaginario, el Estado de la Revolución Mexicana resolvió el proble- ma de la creación de una autoridad con legitimidad e hizo posibles reformas sociales, políticas y económicas que consolidaron a la nación. Pero nada es para siempre. El modelo de Estado y de sociedad que emergieron de la Revolución Mexica- na llegaron a su fin, comenzaron a agotarse en algunos de sus aspectos, sin rupturas catastróficas, no cuando lo dictaron la urgencia de un político o la decepción de un pensador, sino cuando la dialéctica misma de su desenvolvimiento social planteó la necesidad y abrió la posibilidad de nuevos cambios y reformas. Ya en 1968 se mostraron síntomas de agotamiento de las reglas y métodos de conducir al país que imperaron durante va- rios decenios. Las siguientes dos décadas, plagadas por crisis económicas y devaluaciones, conflictos electora- les, emergentes movimientos sociales autónomos y la ruptura del partido oficial, pusieron de manifiesto que había terminado un ciclo, el de la Revolución Mexicana. El hecho fundamental del siglo XX mexicano fue la Revolución Mexicana. Este acontecimiento, o conjunto de aconte- cimientos, dieron vida a un tipo de Estado que organizó la vida económica, política y cultural del país a lo largo de casi todo el pasado siglo. Arrancó con un atropellado recambio en las elites y terminó con amplias transformaciones sociales, encabezadas por nuevas fuerzas que se hicieron del poder y se mantuvieron en él gracias a una compleja pero continuada alianza con grupos campesinos y sectores de la clase obrera, alianza que los subordinó pero a la vez reconoció como ac- tores sociales. En sentido figurado podría decirse que la Revolución se bajó del caballo, dejó la carabina 30-30 y se puso overol; tomó el gis y el pizarrón, se hizo profesionista, aspiró a casa y patrimonio familiar; obtuvo luz eléctrica y servicios de salud; descubrió la radio, los electrodomésticos y, posteriormente, la televisión. REVOLUCIÓN MEXICANA Maria del Lourdes Herrera Feria Jesús Márquez Carrillo Gloria Tirado Villegas María Elsa G. Hernández Martínez Evelyne Sánchez SURTIDO RICO Demetrios Carcharias REINCIGRAMA Torcuato Serapio INVESTIGACIÓN ¿Dónde está Diego?

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El hecho fundamental del siglo XX mexicano fue la Revolución Mexicana. Este acontecimiento, o conjunto de acontecimientos, dieron vida a un tipo de Estado que organizó la vida económica, política y cultural del país a lo largo de casi todo el pasado siglo. Arrancó con un atropellado recambio en las elites y terminó con amplias transformaciones sociales...

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Año I, Número 3, 2a. quincena de Octubre 2010

Año I, Número 2, 1a. quincena de Octubre 2010

Enrique Condés Lara.

Año I, Número 1, 2a. quincena de Septiembre 2010

Bicentenario

Gloria Tirado Villegas

Desde la facultad

Mariano Torres Bautista

Estela Munguía Escamilla

Rosario Torres Domínguez

Surtido rico

Demetrios Carcharias

Musica para camaleones

Oscar López Hernández

Engaño

El fraude del eslabón perdido

Documentos

Sentimientos de la Nación

Plan de Iguala

REINCIGRAMA

Torcuato Serapio

El mole se volvió imprescindible en las fies-

tas: la del pueblo, la del santo patrono, la

del casamiento, el bautizo, y hasta en los

velorios. La receta original del mole, atri-

buida a una monja del convento de Santa

Rosa, pasó de familia en familia, de generación en ge-

neración, hasta lograr tantas versiones como textura y

picor distintos hay. Se atribuye también a San Pascual

Bailón, cocinero de un convento, el lograr tan excelentes

manjares, leyendas construidas una y otra vez que nos

llevan a esos espacios de recogimiento y menesteres casi

milagrosos. Es el caso también de los chiles en nogada, que a

diferencia del mole se elaboran solamente en el mes de

agosto, cuando se cosechan todas las frutas que inte-

gran la receta. “Una cocina como la poblana no podría

existir sin la presencia de la gente del cielo”, dice Paco

Ignacio Taibo en El mole de todos los moles. Tampo-

co sin las monjas, agrego.

Cuenta la historia que fue don Agustín de Iturbide

a quien le prepararon por vez primera los chiles en

nogada, creados, para variar, por las monjas o madres

contemplativas agustinas del Convento de Santa Mó-

nica. Iturbide no imaginó la veneración que se tendría

a este manjar con que se deleitó sin conocer el inge-

nio de las madres. La leyenda relatada una y otra vez,

no resulta ingenua en una ciudad donde mayoritaria-

mente hicieron presencia las fuerzas realistas y donde

imperó un sistema de autodefensa de los insurgentes.

En esta ciudad fue bien recibido el personaje más con-

troversial de este episodio histórico, pues era la plaza

más importante en la estrategia para ser reconocido

como Emperador.

Según don Enrique Cordero y Torres, la leyenda

cuenta que eran tres hermanas, hijas de legítimos pa-

dres criollos, que se encontraban en la ciudad de Méxi-

co cuando entró a esa ciudad el Ejército de las Tres

Garantías. Las hermanas fueron enamoradas por tres

apuestos oficiales. Cuando la familia regresó a Puebla,

las jóvenes quedaron de verse allá con sus enamorados,

pues muy pronto don Agustín iría a Puebla, la primera

ciudad de la nación proclamada libre.

Las jóvenes pidieron a las monjas un platillo para

halagar a Iturbide. Uno de los oficiales les dijo que al

generalísimo le agradan mucho los guisos regionales,

“es un excelente gastrónomo; obséquienle un platillo

en el que se empleen materiales que tengan los colo-

res de la recién instituida bandera mexicana. ¡Será una

gran sorpresa!”

Y así lo hicieron. Las monjitas emplearon chiles

del tiempo, de San Martín Texmelucan; les quitaron

las venas y la capa que cubre el chile. Los rellenaron

con picadillo menudito de carne de res o de puerco,

de la matanza famosa de San Antonio del Puente o de

Cholula, y en su caso de Tecali, ya que los animales de

ahí eran bien cebados. Mezclaron la carne con mil sa-

bores: jugo de clavo y canela; pasta semiseca de la mo-

lienda; duraznos de las huertas de Huejotzingo, man-

zanas, de las mejores de Zacatlán; peras de la famosa

huerta de los padres carmelitas, de esta levítica Puebla

(todo esto molido), y como aderezo piñones, pasas, al-

mendras, etc. Pasta única que ni el propio patrono de

las cocineras, San Pascual Bailón, hubiera imaginado.

Después “capiaron” los chiles con huevos de los

ranchos de Tepeaca, Amozoc o Acajete, friéndolos,

aunque fuese muy costoso, con la deliciosa mantequi-

lla de Chipilo. ¡Aquí ya estaba el color v erde!

Hicieron una salsa de nuez, de preferencia de Cal-

pan, donde hay muy buenas y abundantes nogaleras,

como en otras partes del territorio poblano; la licuaron

un poco con el mejor de los vinos, también regional,

que los hay rivales de los extranjeros. La tarea más pe-

sada y tardada de todo era pelar cientos de nueces y

en ella emplearon una legión de ayudantes. La salsa

se echó en abundancia sobre los chiles, cubriéndolos

totalmente. Aquí estaba ya, también, el color blanco.

Por último, sobre la nogada pusieron abundante-

mente sépalos o dientecillos de granadas, de las únicas

para esta exquisitez: de Tehuacán, que por su exclusi-

vidad se le llama a esta importante ciudad “de las gra-

nadas”. Finalmente el color rojo estaba aquí.

Y más aderezo: hojitas frescas, verdes, de perejil,

esparcidas en el platillo poblano. Y ¡cumplido en abso-

luto el encargo!, amén.

El 3 de agosto arribó a Puebla don Agustín de

Iturbide, cabeza de la primera Regencia de la Nación

Mexicana, ya libre y soberana. Fue la apoteosis. En el

banquete le sirvieron los chiles en nogada, el platillo

guisado ex profeso para él en un banquete de ciento

cincuenta cubiertos, servido en la casa de las tres her-

mosas jóvenes de nuestra relación. Realmente fue una

sorpresa para el Libertador, para sus ayudantes que

promovieron la hechura del exquisito platillo y para

todos los comensales.

El ofrecimiento tocó hacerlo al Superior de los

Agustinos, quien advirtió que en este mes se celebraba

al santo Patrono de la Orden, el día 28, y que “en nom-

bre de esa comunidad religiosa, principalmente de las

madrecitas de Santa Mónica, se adelantaba la cuelga al

Excelentísimo Señor Jefe del Estado Mexicano, ya que

su nombre era Agustín”.

Los chiles en nogada no podían haber nacido en

mejor momento, y representar los tres colores de la

bandera. Son el crisol del mestizaje, de esa extraña

combinación de dulce, picante y salado. Es el platillo

barroco por excelencia. En Puebla se sigue la tradi-

ción, aunque de la receta original a la actual hay pe-

queñas variaciones. Hoy, a favor de las amas de casa,

ya se pueden adquirir las nueces peladas y disminuir el

tiempo de elaboración sin el auxilio de una legión de

ayudantes. Los chiles en nogada son un platillo caro por los

ingredientes que lleva y el tiempo de elaboración. Re-

quiere de muchas manos que al mismo tiempo estén

pelando, desvenando o capeando. Es sin duda el pla-

tillo más representativo de nuestra ciudad. El chile ya

desflemado disminuye el picor y el extranjero lo puede

comer sin reparo alguno. El mexicano está acostum-

brado a que el extranjero pregunte: “¿esto pica?”, y le

aseguramos que lo comerá sin problema, pero el mexi-

cano lo preferirá con el picor acostumbrado en nuestra

cultura gastronómica. Elegidos como el platillo que

representa a Puebla en sabor del Bi-Centenario, se

ofrecen en todos los restaurantes de la ciudad.

* La autora, Doctora en Historia por la UNAM, es in-

vestigadora del ICS y H de la BUAP.

Gloria A. Tirado Villegas*

Después “capiaron” los chiles

con huevos de los ranchos de

Tepeaca, Amozoc o Acajete,

friéndolos, aunque fuese

muy costoso, con la deliciosa

mantequilla de Chipilo. ¡Aquí

ya estaba el color verde!

En nuestra herencia gastronómica los chiles en Nogada han logrado desde hace años el respeto de muchos

paladares de vecinos y avecindados. El mole, el pipián y los chiles en nogada ocupan su lugar entre los platillos

preferidos. Estos platillos se volvieron comida de grandes fiestas apenas fueron creados.

A partir de la selección de algunos hechos, de la calificación de acontecimientos y perso-najes, de la valoración de procesos y resulta-dos, que se explican o atribuyen a causas o designios divinos, o bien a leyes y tendencias sociales, a necesidades sociales, o a las aspiraciones de los pue-blos y a la acción arrojada, perseverante o visionaria de ciertos hombres o agrupamientos, la historia oficial desemboca invariablemente en una justificación de largo aliento del status social y político, de la conduc-ción de una institución o del predominio de un grupo o un personaje en un partido político. Dicha visión no oculta necesariamente deficien-cias, carencias o males; sin embargo, las endosa a los enemigos, a las fuerzas del mal, al atraso, a los destruc-tores sin corrección y corrompidos, a los herejes; que no serían los enemigos de la clase o grupo director, sino de todos. Las fuerzas malignas y los destructores sin reme-dio no serían desde esta óptica las que se oponen al proyecto e ideología del grupo que ha sentado sus rea-les en un país, en una institución o en un partido, sino al bien de todos, de la civilización y los más profundos valores y creencias de una nación; de las normas, fun-damentos y fines de una institución; de la ortodoxia y programa de un partido. En cambio, los intereses de la clase, grupo o personalidad en el poder, serían identifi-cados como los intereses de todos; su papel conductor y guía estaría entonces legitimado, ni más ni menos, que por la historia; su presencia en el poder se enten-dería y aceptaría y su permanencia en él se justificaría y, más aún, sería necesaria. La historia oficial se erige en LA HISTORIA cuando prevalece un gran consenso en torno a los va-lores, concepción o visión de la vida del grupo o clase social que detenta el poder; cuando su forma de ver las cosas, de actuar, de definir lo correcto y lo incorrecto, de entender las relaciones sociales y legales se han ex-tendido y penetrado en todas las capas de la sociedad o en buena parte de ellas. Se resquebraja cuando se pierde o retrocede ese gran consenso. QUIEBRE DEL CONSENSOEl punto de partida a partir del que se empieza a po-ner en entredicho verdades consagradas, puede ser consecuencia de una gran catástrofe social como una guerra o una crisis económica mayúscula, de una frac-tura en las elites gobernantes, como ocurrió en México

en 1910 y en 1987, de la aparición de actores sociales con nuevas expectativas. Paulatinamente, emergen entonces nuevos héroes al lado de los más acreditados, algunos villanos ya no lo son tanto y algunos próceres tampoco lo son en la misma medida. No solamente se empiezan a colocar de otra manera las piezas sino que aparecen otras nuevas; hay una revaloración de he-chos históricos clave, surgen nuevos elementos, dudas, cuestionamientos; se abren paso versiones alternativas, se replantean responsabilidades, atributos y saldos. La historia oficial no satisface ya, como antes, de la mis-ma manera; se le encuentran fallas y defectos. Cobran relieve datos y sujetos poco apreciados anteriormente. Hay debates, discusiones y contribuciones. Empiezan a verse las cosas de otra forma. Pasan a un primer pla-no y se extienden los cuestionamientos sobre el pasa-do y el presente; cada vez son más los que demandan explicaciones, construidas sobre bases, argumentos y perspectivas que no puede ofrecer, ni caben, en la ya la resquebrajada historia oficial. Y queda en entredicho la legitimidad histórica del grupo en el poder.LA POLÉMICA SE EXTIENDELa quiebra de lo que hasta hace unos cuantos años fue la historia oficial, no la única, pero sí la que predomi-naba sobre otros enfoques y versiones, ha dado lugar a una controversia que desborda con mucho los ámbitos académicos y en la que están involucrados muchísimos más mexicanos de los que a primera vista apreciamos. Se encuentra en la prensa escrita y en la audiovisual; en las opiniones de la gente; en las maneras de referis-te al pasado y al presente. Se expresa en las pretensiones, aparentemente ino-centes por rebautizar calles y avenidas con los nombres de Juan Pablo II, la Virgen de Guadalupe, Agustín de Iturbide (afortunadamente se le pasó la oportunidad a Marcial Maciel), en lugar de Benito Juárez, Lázaro Cárdenas y otros; en los intentos por desaparecer al Pípila y a los Niños Héroes de los libros de texto gra-tuito y, más recientemente, en la eliminación de toda nuestra historia prehispánica para ceder esos espacios a otros personajes y a otras materias. En los importan-tes conatos por reacomodar, ocultar o minusvalorar los procesos inquisitoriales de condena, excomulgación y ejecución de Miguel Hidalgo. En Puebla, por suerte, cambiaron el nombre de la avenida Maximino Ávila Camacho, señor de horca y cuchillo, por el de Juan de Palafox y Mendoza.

Los embates en contra del estado laico se apoyan en un enfoque de nuestro pasado y del presente sobre el pa-pel de la religión católica y la misión conductora de la iglesia que revisa, viendo hacia atrás y no solamente hacia el lado derecho, la vapuleada historia oficial priísta. Pero, lo que hay que destacar en todo caso es cómo las fuerzas sociales disputan su visión de la historia en los libros, las calles y avenidas, el calendario cívico, los monumentos, el nombre de las escuelas, de los puentes y de los museos. UNA CONTIENDA POR EL FUTURONo es una contienda por el pasado del país, por apro-piarse del patrimonio o la autoría de lo ocurrido (de lo bueno naturalmente, no de lo malo); sino del futuro, de cómo deben o deberían ser las cosas, del rumbo que habría que seguir, de las medidas a tomar. Cada mo-numento, cada nombre de una calle o de una escue-la, cada contenido de un libro de texto gratuito, cada programa escolar o plan de estudios, cada programa de televisión incide en el imaginario colectivo; crea o recrea sentimientos, identidades, afinidades, adhesio-nes o repulsiones; forja las imágenes, las referencias, los valores y símbolos que integran la personalidad de un individuo, un grupo social o una nación. Y es en ese marco en el que están situados el Bi-centenario del inicio de la Guerra de Independencia y el Centenario del inicio de la Revolución Mexicana. ¿Qué hay que celebrar?, preguntan algunos, si el país está hecho un tiradero. Qué nos aportaron, preguntan de otro lado, otros; para qué sirve eso, con qué se come. Apologético parece ser que esta vez, quebrado el con-senso básico que sustentó la historia oficial durante décadas, no lo será, aun cuando hay quienes desearían que no se hiciera mucho ruido. Los caminos de la vida no son como los imaginá-bamos, dice filosófica canción. Porque además de lo anterior, lo relevante en esta ocasión reside en que las cosas están un poco “alrrevesadas”. En efecto, la vida ha llevado a los herederos de los grupos contrarios de lo que se va a celebrar, a organizar los festejos y los eventos correspondientes. Realistas festejando la independencia y el establecimiento del republicanismo; conservadores festinando el triunfo de liberales; porfiristas agasajando a zapatistas, villistas y carrancistas por igual; cristeros aplaudiendo la educación laica y la separación Estado-Religión. La comedia se anuncia interesante, aunque con riesgos de terminar en una gran farsa. A ver cómo le ha-cen. Y a ver cómo nos va a todos.

Enrique Condés Lara.

BicentenarioM l H FG T Vl e. G GDesde la facultadM T BReincigramaT sMúsica para camaleoneso l HCanasta básicad c La Historia Oficial, esto es la que se hace desde el poder, tiene un propósito legitima-dor; pretende justificar el presente a partir del pasado. Destacar la obra, realizaciones, misión histórica, bondades y aciertos en la construcción de una nación, una institución, algún partido político desde la óptica e inte-reses de una clase social en el poder, o de un grupo o cierta personalidad que maneja un or-ganismo o determinada formación política.

Año I, Número 1, 2a. quincena de Septiembre 2010

reincidentes 2 ok.indd 1

05/10/2010 07:15:19 p.m.

* Reincidente no incluye sección de Sociales

Abrió las puertas a un modelo de desarrollo en el

que en el que, colocado el Estado en el centro,

abrió las puertas, no sin contradicciones y ti-

tubeos, a cambios en prácticamente todos los órdenes

de la vida social. Forjó tradiciones, comportamientos,

hábitos y lenguajes que, hasta hoy en día, constituyen

la cultura política dominante.

Al igual que otras grandes revoluciones, como la

francesa, la rusa, la china y la cubana, la Revolución

mexicana ha generado, desde hace tiempo, importan-

tes controversias y debates sobre su significado, reali-

zaciones, alcances, etc.

En marzo de 1947, Daniel Cosío Villegas escribió

de terribles perspectivas sobre el futuro de nuestro país

en La Crisis de México. Aunque ya antes, pero sobre

todo después, otros intelectuales y políticos decretaron

la “muerte irremediable” de la Revolución Mexicana,

la de Cosío Villegas fue, sin dudas, una de las primeras

y más significativas valoraciones críticas.

Él inaugura el alejamiento de un emergente sector

de la intelectualidad que luego de un excesivo entu-

siasmo, se decepcionó del proceso revolucionario y

adoptó una actitud crítica hacia el sistema político y

la conducta general del país. Con el tiempo, sus tesis

constituirán el sedimento ideológico que en la actuali-

dad nutre distintas corrientes de pensamiento y de ac-

ción política. El ilustre pensador e historiador señaló:

Parece indudable que si la situación actual de México

ha de juzgarse con severidad, difícilmente puede evitarse

la conclusión de que el país pasa por una crisis gravísi-

ma. Su magnitud hace suponer que si se la ignora o se la

aprecia complacientemente, si no se emprende enseguida el

mejor esfuerzo para sacarlo de ella, México principiará por

vagar sin rumbo, a la deriva, perdiendo un tiempo que

no puede perder un país tan atrasado en su progreso, para

concluir en confiar sus problemas mayores a la inspiración,

la imitación y la sumisión a Estados Unidos…

Sin embargo, el país no vagó sin rumbo y a la de-

riva. A mediados del siglo XX, el impulso reformador

de la Revolución Mexicana estaba vivo y comenzó a

rendir frutos en varios campos. Gracias a los artículos

constitucionales 3, 27 y 123, al Estado y las institucio-

nes surgidas de la Revolución y a las reformas estruc-

turales realizadas por Lázaro Cárdenas, el país marchó

hacia una nueva etapa.

La segunda mitad del siglo testificó la industriali-

zación y la urbanización del país, la expansión de los

sistemas de salud y de educación pública y, con ellos,

las esperanzas de vida de una creciente población.

A la distancia, es posible advertir que Cosío Ville-

gas carecía de sustento cuando afirmaba que la crisis

(de México) proviene de que las metas de la Revolución

se han agotado, la grado de que el término mismo de Re-

volución carece de sentido.

El proceso político-social de México entraba

a una nueva etapa. El inicio de la guerra fría y la he-

gemonía de Estados Unidos sobre el llamado “mundo

libre”, establecieron circunstancias frente a las cuales

no podía sustraerse el país. Además, superada la ines-

tabilidad política de los veintes, afianzados los con-

sensos nacionales creados bajo el gobierno de Lázaro

Cárdenas y recreados durante el sexenio de Manuel

Ávila Camacho y, como consecuencia, establecidas y

vigentes las instituciones y reglas para la sucesión y

el ejercicio legítimo del poder político, las necesida-

des propias de desarrollo del país, marcaron derrote-

ros muy precisos. En sentido figurado podría decirse

que la Revolución se bajó del caballo, dejó la carabina

30-30 y6 se puso overol; tomó el gis y el pizarrón, se

hizo profesionista, aspiró a casa y patrimonio familiar;

obtuvo luz eléctrica y servicios de salud; descubrió la

radio, los electrodomésticos y, posteriormente, la tele-

visión. Cambió, en efecto, de estilos y procedimientos,

de lenguaje y de actores sociales, lo cual constituyó,

digamos libremente, “un amoldamiento” y no una re-

gresión histórica o un estancamiento, como aseguró el

autor de La Crisis de México.

El pesimismo de Cosio Villegas era resultado de

una visión parcial de los propósitos y realizaciones de

la Revolución. Para él, los objetivos del proceso revolu-

cionario fueron la condenación de la tenencia indefinida

dep poder por parte de un hombre o de un grupo de hom-

bres; otra, que la suerte de los más debía privar sobre la de

los menos y que, para mejorar aquélla, el gobierno tenía

que convertirse en elemento activo de transformación; en

f in, que el país tenía intereses y gustos propios por los cuales

debía velar, y, en caso de conflicto, hacerlos prevalecer sobre

los gustos e intereses extraños.

Aún reconociendo que el régimen posrevoluciona-

rio consagró el principio de no reelección, que la re-

forma agraria y el movimiento obrero fueron posibles

debido a los principios emanados de la Revolución y

que el tono nacionalista se hizo patente en las políti-

cas educativas, culturales y en la política internacional,

para el autor de Historia Moderna de México, todos los

revolucionarios fueron inferiores a la obra que la revolu-

ción necesitaba hacer: Madero destruyó al porfirismo, pero

no creó la democracia en México; Calles y Cárdenas acaba-

ron con el latifundio, pero no crearon la nueva agricultura

mexicana (…) fueron magníficos destructores, pero nada

de lo que crearon para sustituir lo destruido ha resultado

sin disputa mejor. Dicho punto de vista dejaba de lado rasgos esen-

ciales de la realidad política y social del país que le

impidieron comprender de manera más objetiva y

completa el posterior desarrollo nacional. Al ver una

sola cara de la moneda y acentuar hasta el extremo sus

tintes oscuros, Cosío Villegas cerraba la posibilidad de

entender que a partir de la realidad histórica del terre-

no en que actuaba, y no de otro ideal o imaginario, el

Estado de la Revolución Mexicana resolvió el proble-

ma de la creación de una autoridad con legitimidad e

hizo posibles reformas sociales, políticas y económicas

que consolidaron a la nación.

Pero nada es para siempre. El modelo de Estado y

de sociedad que emergieron de la Revolución Mexica-

na llegaron a su fin, comenzaron a agotarse en algunos

de sus aspectos, sin rupturas catastróficas, no cuando

lo dictaron la urgencia de un político o la decepción

de un pensador, sino cuando la dialéctica misma de su

desenvolvimiento social planteó la necesidad y abrió la

posibilidad de nuevos cambios y reformas. Ya en 1968

se mostraron síntomas de agotamiento de las reglas y

métodos de conducir al país que imperaron durante

varios decenios. Las siguientes dos décadas, plagadas

por crisis económicas y devaluaciones, conflictos elec-

torales, emergentes movimientos sociales autónomos

y la ruptura del partido oficial, pusieron de manifies-

to que había terminado un ciclo, el de la Revolución

Mexicana.

El hecho fundamental del siglo XX mexicano fue la Revolución Mexicana. Este acontecimiento, o conjunto de aconte-

cimientos, dieron vida a un tipo de Estado que organizó la vida económica, política y cultural del país a lo largo de casi

todo el pasado siglo. Arrancó con un atropellado recambio en las elites y terminó con amplias transformaciones sociales,

encabezadas por nuevas fuerzas que se hicieron del poder y se mantuvieron en él gracias a una compleja pero continuada

alianza con grupos campesinos y sectores de la clase obrera, alianza que los subordinó pero a la vez reconoció como ac-

tores sociales.

En sentido figurado podría decirse

que la Revolución se bajó del

caballo, dejó la carabina 30-30 y

se puso overol; tomó el gis y el

pizarrón, se hizo profesionista,

aspiró a casa y patrimonio familiar;

obtuvo luz eléctrica y servicios

de salud; descubrió la radio, los

electrodomésticos y, posteriormente,

la televisión.

REVOLUCIÓN MEXICANA

Maria del Lourdes Herrera Feria

Jesús Márquez Carrillo

Gloria Tirado Villegas

María Elsa G. Hernández Martínez

Evelyne Sánchez

SURTIDO RICO

Demetrios Carcharias

REINCIGRAMA

Torcuato Serapio

PGR

¿Dónde está Diego?

* Reincidente no incluye sección de Sociales

Abrió las puertas a un modelo de desarrollo en el que en el que, colocado el Estado en el centro, abrió las puertas, no sin contradicciones y ti-

tubeos, a cambios en prácticamente todos los órdenes de la vida social. Forjó tradiciones, comportamientos, hábitos y lenguajes que, hasta hoy en día, constituyen la cultura política dominante.

Al igual que otras grandes revoluciones, como la francesa, la rusa, la china y la cubana, la Revolución mexicana ha generado, desde hace tiempo, importan-tes controversias y debates sobre su significado, reali-zaciones, alcances, etc.

En marzo de 1947, Daniel Cosío Villegas escribió de terribles perspectivas sobre el futuro de nuestro país en La Crisis de México. Aunque ya antes, pero sobre todo después, otros intelectuales y políticos decretaron la “muerte irremediable” de la Revolución Mexicana, la de Cosío Villegas fue, sin dudas, una de las primeras y más significativas valoraciones críticas.

Él inaugura el alejamiento de un emergente sector de la intelectualidad que luego de un excesivo entu-siasmo, se decepcionó del proceso revolucionario y adoptó una actitud crítica hacia el sistema político y la conducta general del país. Con el tiempo, sus tesis constituirán el sedimento ideológico que en la actuali-dad nutre distintas corrientes de pensamiento y de ac-ción política. El ilustre pensador e historiador señaló:

Parece indudable que si la situación actual de México ha de juzgarse con severidad, difícilmente puede evitarse la conclusión de que el país pasa por una crisis gravísi-ma. Su magnitud hace suponer que si se la ignora o se la aprecia complacientemente, si no se emprende enseguida el mejor esfuerzo para sacarlo de ella, México principiará por vagar sin rumbo, a la deriva, perdiendo un tiempo que no puede perder un país tan atrasado en su progreso, para concluir en confiar sus problemas mayores a la inspiración, la imitación y la sumisión a Estados Unidos…

Sin embargo, el país no vagó sin rumbo y a la de-riva. A mediados del siglo XX, el impulso reformador de la Revolución Mexicana estaba vivo y comenzó a rendir frutos en varios campos. Gracias a los artículos constitucionales 3, 27 y 123, al Estado y las institucio-nes surgidas de la Revolución y a las reformas estruc-turales realizadas por Lázaro Cárdenas, el país marchó hacia una nueva etapa.

La segunda mitad del siglo testificó la industriali-zación y la urbanización del país, la expansión de los sistemas de salud y de educación pública y, con ellos, las esperanzas de vida de una creciente población.

A la distancia, es posible advertir que Cosío Ville-gas carecía de sustento cuando afirmaba que la crisis (de México) proviene de que las metas de la Revolución se han agotado, la grado de que el término mismo de Re-volución carece de sentido.

El proceso político-social de México entraba a una nueva etapa. El inicio de la guerra fría y la hegemonía de Estados Unidos sobre el llamado “mundo libre”, es-tablecieron circunstancias frente a las cuales no podía sustraerse el país. Además, superada la inestabilidad política de los veintes, afianzados los consensos nacio-nales creados bajo el gobierno de Lázaro Cárdenas y recreados durante el sexenio de Manuel Ávila Camacho y, como consecuencia, establecidas y vigentes las insti-tuciones y reglas para la sucesión y el ejercicio legítimo del poder político, las necesidades propias de desarrollo del país, marcaron derroteros muy precisos. En sentido figurado podría decirse que la Revolución se bajó del caballo, dejó la carabina 30-30 y6 se puso overol; tomó el gis y el pizarrón, se hizo profesionista, aspiró a casa y patrimonio familiar; obtuvo luz eléctrica y servicios de salud; descubrió la radio, los electrodomésticos y, poste-riormente, la televisión. Cambió, en efecto, de estilos y procedimientos, de lenguaje y de actores sociales, lo cual

constituyó, digamos libremente, “un amoldamiento” y no una regresión histórica o un estancamiento, como aseguró el autor de La Crisis de México.

El pesimismo de Cosio Villegas era resultado de una visión parcial de los propósitos y realizaciones de la Revolución. Para él, los objetivos del proceso revolu-cionario fueron la condenación de la tenencia indefinida dep poder por parte de un hombre o de un grupo de hom-bres; otra, que la suerte de los más debía privar sobre la de los menos y que, para mejorar aquélla, el gobierno tenía que convertirse en elemento activo de transformación; en f in, que el país tenía intereses y gustos propios por los cuales debía velar, y, en caso de conflicto, hacerlos prevalecer sobre los gustos e intereses extraños.

Aún reconociendo que el régimen posrevoluciona-rio consagró el principio de no reelección, que la re-forma agraria y el movimiento obrero fueron posibles debido a los principios emanados de la Revolución y que el tono nacionalista se hizo patente en las políti-cas educativas, culturales y en la política internacional,

para el autor de Historia Moderna de México, todos los revolucionarios fueron inferiores a la obra que la revolu-ción necesitaba hacer: Madero destruyó al porfirismo, pero no creó la democracia en México; Calles y Cárdenas acaba-ron con el latifundio, pero no crearon la nueva agricultura mexicana (…) fueron magníficos destructores, pero nada de lo que crearon para sustituir lo destruido ha resultado sin disputa mejor.

Dicho punto de vista dejaba de lado rasgos esen-ciales de la realidad política y social del país que le impidieron comprender de manera más objetiva y completa el posterior desarrollo nacional. Al ver una sola cara de la moneda y acentuar hasta el extremo sus tintes oscuros, Cosío Villegas cerraba la posibilidad de entender que a partir de la realidad histórica del terre-no en que actuaba, y no de otro ideal o imaginario, el Estado de la Revolución Mexicana resolvió el proble-ma de la creación de una autoridad con legitimidad e hizo posibles reformas sociales, políticas y económicas que consolidaron a la nación.

Pero nada es para siempre. El modelo de Estado y de sociedad que emergieron de la Revolución Mexica-na llegaron a su fin, comenzaron a agotarse en algunos de sus aspectos, sin rupturas catastróficas, no cuando lo dictaron la urgencia de un político o la decepción de un pensador, sino cuando la dialéctica misma de su desenvolvimiento social planteó la necesidad y abrió la posibilidad de nuevos cambios y reformas. Ya en 1968 se mostraron síntomas de agotamiento de las reglas y métodos de conducir al país que imperaron durante va-rios decenios. Las siguientes dos décadas, plagadas por crisis económicas y devaluaciones, conflictos electora-les, emergentes movimientos sociales autónomos y la ruptura del partido oficial, pusieron de manifiesto que había terminado un ciclo, el de la Revolución Mexicana.

El hecho fundamental del siglo XX mexicano fue la Revolución Mexicana. Este acontecimiento, o conjunto de aconte-cimientos, dieron vida a un tipo de Estado que organizó la vida económica, política y cultural del país a lo largo de casi todo el pasado siglo. Arrancó con un atropellado recambio en las elites y terminó con amplias transformaciones sociales, encabezadas por nuevas fuerzas que se hicieron del poder y se mantuvieron en él gracias a una compleja pero continuada alianza con grupos campesinos y sectores de la clase obrera, alianza que los subordinó pero a la vez reconoció como ac-tores sociales.

En sentido figurado podría decirse que la Revolución se bajó del

caballo, dejó la carabina 30-30 y se puso overol; tomó el gis y el pizarrón, se hizo profesionista,

aspiró a casa y patrimonio familiar; obtuvo luz eléctrica y servicios de salud; descubrió la radio, los

electrodomésticos y, posteriormente,la televisión.

REVOLUCIÓN MEXICANAMaria del Lourdes Herrera Feria

Jesús Márquez CarrilloGloria Tirado Villegas

María Elsa G. Hernández Martínez Evelyne Sánchez

SURTIDO RICODemetrios Carcharias

REINCIGRAMA Torcuato Serapio

INVESTIGACIÓN¿Dónde está Diego?

2

Después del 18 de noviembre de 1910, la activi-dad rebelde en el estado de Puebla fue escasa y aislada, siendo quizá la más importante aque-

lla que descolló Juan Cuamatzi y, en menor medida, la que emprendió Calixto Barbosa desde Ajalpan. Cua-matzi “parcelero, tejedor textil y vendedor ambulante”, al levantarse en armas (18/XI/1910) intentó favorecer la resistencia de Serdán, dinamitando las vías férreas del ferrocarril interoceánico, y constituir en las faldas de la Malinche un núcleo de apoyo al movimiento. La represión contra los anti-releccionistas poblanos hizo que muchos se sumaran a esa guerrilla, cuyas acciones recorrieron el valle poblano- tlaxcalteca. Además los vínculos de Cuamatzi con los obreros textiles desde las huelgas de 1906- 1907, le permitieron, poco antes de su muerte, sublevar las tan importantes fábricas de Metepec y la Carolina (7/II/1911). Acaso de espal-das a la Junta Revolucionaria, constituida (10/I/1911) como centro coordinador de operaciones.

En el exdistrito de Tehuacán varios antireleccio-nistas estaban en contacto con Madero y con Serdán. Sin embago, se levantó en armas fue Calixto Barbosa, próspero “agricultor y comerciante” de Ajalpan, quién asumió la revuelta del área poco después (22/XI/1910) de haberse consumado la gesta de Santa clara. Las fuerzas insurrectas de Ajalpan operaron en el distrito de Tehuacan y, conjuntando tropas del cabecilla oaxa-queño Manuel Oseguera, se batieron con los federales en la región de la Cañada, Oaxaqueña. Hasta el deceso de Barbosa (12/V/1911) y su posterior licenciamiento (16/VII/1911) sobre la base de los arreglos de Ciudad Juárez (21/V/1911).

A partir de marzo de 1911 arreció la ola de revuel-tas en la entidad. Algunas de extremadamente locales se fueron engarzando hasta cubrir extensas áreas. Así Francisco J. Ruiz, salido de Petlalcingo, al incorporár-sele jefes maderistas de las plazas tomadas, cubre los distritos de Huajuapan, Teposcolula y Nochistlán, en Oaxaca; Pablo Torres Burgos ( ? 1911) con el grupo que dirige Zapata, insurrecciona pueblos entre Atlixco y Acatlán, y los guerrilleros tlaxcaltecas (Marcos Her-nández, Máximo Rojas y Domingo Arenas) propagan la rebelión en zonas limítrofes poblanas. La Sierra Norte empero, permanece un tanto al margen.

Por otra parte, al término de la revolución made-rista y con la llegada al poder, Madero al poder en-frentó problemas graves en Puebla. Los zapatistas con influencia en una parte considerable del Estado (dis-tritos de Huejotzingo, Cholula, Atlixco, Matamoros,

Chiautla y Acatlán) no depusieron las armas porque consideraban que el reparto agrario debía ser previo a cualquier licenciamiento; los obreros de la ciudad ca-pital paralizaron virtualmente la industria entre fines de 1911 y principios de 1912 al estallar la huelga 36 fábricas textiles demandado mejores salarios y con-diciones de trabajo, y en la Sierra Norte donde Juan Francisco Lucas –que se sumó mediante unas escara-muzas casi a finales del periódo- era el hombre fuerte, Madero tuvo que ceder y admitir una representación del mismo en el congreso local aún en contra de los revolucionarios. Quizá entonces los distritos de Te-peaca, Tecamachalco y Tehuacan estuvieron en rela-tiva calma.

Así las cosas, en un principio, el alto clero y los em-presarios textiles apoyaron el régimen de Victoriano Huerta (22/II/1913-15/VII/1914). Pero no así el ejér-cito licenciado en Tehuacan y los rebeldes zapatistas; Lucas quedó a la expectativa e incluso entró en nego-ciaciones con el nuevo régimen. Para los grupos apo-yaron a Madero o se opusieron a Díaz la usurpación de Huerta era un golpe contrarrevolucionario que de-bía combatirse, aunque sus coincidencias fueran nulas.

El movimiento que iniciara (19/II/1913) el Go-bernador de Coahuila, Venustiano Carranza, en de-fensa de la Constitución estaba lejos del sentir común de los revolucionarios tlaxcaltecas cuyo radicalismo había sido casi derrotado en la entidad y en sus co-nexiones poblanas (Distrito de Huejotzingo, Cholu-la, Puebla y Tepeaca) estaban siendo reprimidos. Los compañeros de Zapata por su parte no podían enarbo-lar una legitimidad que siempre combatieron.

Las áreas que partiendo de lógicas distintas po-drían identificarse con el constitucionalismo eran la Sierra Norte y el Sur de Tehuacan. Después del licen-ciamiento de las tropas en Tehuacan, las contradiccio-nes por el control de la municipalidad de Ajalpan se exacerbaron, pero al menos en 1912 pudo llegar a la presidencia Francisco J. Barbosa (hermano del difunto Calixto) para el período (15/II/1913-14/II/1914); en la práctica amenazas de asesinato alentados desde Te-huacan y pueblos vecinos lo impidieron. El presidente municipal electo se refugió en la Sierra Negra y co-menzó a fraguar la revuelta, sobre la base de relaciones familiares y lealtades de pertenencia. A escasos días de iniciado el movimiento en el norte estuvo en posibi-lidades de pronunciarse (27/II/1913), llevando entre sus hombres a Donato Bravo Izquierdo (1890-1971). Dentro del constitucionalismo sus tropas libraron

unas 12 peleas hasta 1915, año en que regresó al pue-blo a implantar la línea oficial de Carranza lo mismo que el control económico y político de la zona.

En la Sierra Norte, lo que menos le importaba a Lucas era la defensa del régimen depuesto sino su per-manencia como “Patriarca de la Sierra”, el cacicazgo que con una nueva centralización del poder podría ser afectado. De esta suerte el apoyo a Madero, las nego-ciaciones con Huerta y la posterior lucha contra él, se inscriben en la actitud propia de adecuarse a las cir-cunstancias de un proceso con posibilidades de triun-fo, si este garantizaba cierta autonomía regional.

Cuando en el norte del país la rebelión contra Huerta crecía y Carranza desde Piedras Negras y Monclova sentaban las bases legales del movimien-to, se levantó en Tetela de Ocampo (6/VI/1913) Juan Francisco Lucas. Gabriel Barrios (1888-1964) un campesino de Cuacuila, Zacatlán, días antes había reunido 120 hombres que puso a las órdenes del “Pa-triarca”, quién de inmediato le otorgó el grado de Ca-pitán 2º en la brigada “Juan N. Méndez”, librando el primer combate un mes más tarde (16/VII/1913). De esta suerte se inició en el estado la revolución cons-titucionalista. Sus frutos se verían más tarde, cuando dueña de la situación derrotara al zapatismo.

* El autor es doctor en educación, con especialidad en historia, por la Universidad Autónoma de Aguasca-lientes; labora actualmente en el Centro de Estudios Universitarios de la FFyL de la BUAP.

Censos 1900 (28 de octubre) 13 607 259 Periodo intercensal 1.09*1910 (27 de octubre) 15 160 369 Periodo intercensal -0.51*1921 (30 de noviembre) 14 334 780 Periodo intercensal 1.71*1930 (15 de mayo) 16 552 644 * Tasa anual en por ciento.

Aclaración: con la información antes presentada tenemos un panorama de posibles efectos de la Revolución Mexicana (muertes por diversas causas incluidas las epidemias, los que dejaron de nacer y la emigración internacional).

Manuel Gamio calcula las pérdidas ocasionadas por la Re-volución en dos millones: 300 000 emigrantes definitivos, 400 000 emigrantes temporales, de 200 000 a 300 000 muertos en el campo de batalla, 300 000 muertos a consecuencia de la influenza española, y un número indefinido de defunciones ocasionadas por el tifo y la desnutrición.

Peste bubónica 1902 Mazatlán hizo emigrar a 6 000 personas*Tifo 1903 10 000 muertes*Hambre 1915 9% del total de las muertes registradasSarampión 1925 15 000 muertes*

*Aproximaciones

Precio del maíz en 1915 1 500% de incrementoPrecio del frijol en 1915 700% de incrementoPrecio del arroz en 1915 800% de incremento

Los salarios reales descendieron una cuarta parte entre 1898 y 1911; este descenso fue más intenso en el sector agrícola.

México: participación de la población del área urbana de la ciudad de México, de la población urbana, no urbana y de las

35 ciudad mayores en la población total (%) 1900-1930

Población 1900 1910 1921 1930Población total 100.0 100.0 100.0 100.0Población urbana 9.5 11.8 14.6 17.5Población no urbana 89.5 88.2 86.0 82.5Población de las 35ciudades mayores 9.4 10.7 13.0 15.9Área urbana de laciudad de México 2.5 3.1 4.6 6.3

Fuente: reconstruido con base en Unikel, Garza y Chiapetto, 1976. Fuente: Consecuencias demográficas de la Revolución Mexicana de Manuel Ordorica y José Luis Lezama en El Poblamiento de México, tomo IV, Secretaría de Gobernación, 1993.

3

Pero también en ese año se cumplieron cien del inicio del movimiento de Independen-cia y el gobierno de Porfirio Díaz había tomado previsiones para que la celebración de ese primer centenario, no solo fuera in-

olvidable, sino que además sirviera para que su régi-men fuera identificado como el heredero directo de esa tradición fundadora de la nación mexicana.

Por instrucciones del mismo general Porfirio Díaz y bajo sus propios lineamientos, desde el 7 de abril de 1907 se había formado una comisión encargada de los festejos, cuya tarea era sincronizar perfectamente inauguraciones, desfiles, procesiones, recepciones di-plomáticas, cohetes, repiques, cañonazos, discursos, músicas, luces, verbenas, serenatas y exposiciones a lo largo de todo el mes de septiembre.

Y llegado el momento, los días del mes de sep-tiembre fueron insuficientes para programar todas las actividades que se propusieron para celebrar la Inde-pendencia de México y también para sofocar las se-cuelas de descontento y rebeldía que había dejado el último proceso electoral, del cual Porfirio Díaz había salido electo, una vez más, para gobernar a México de 1910 a 1916.

Las voces de la inconformidad resonaban en oídos sordos; confiados en sus mecanismos de control, los hombres del poder se daban el lujo de ignorar a quie-nes reclamaban espacios de representación social.

Fuera del boato de la celebración, grupos estudian-tiles se reunieron durante el mes de septiembre de ese imprevisible 1910, en las instalaciones del Hipódromo de Peralvillo con el propósito de celebrar el Primer Congreso Nacional de Estudiantes en donde expusieron, debatieron y acordaron propuestas para mejorar el es-tado de la instrucción pública y superior en México. Allí, el estado de Puebla estuvo representado por una delegación de estudiantes de El Colegio del Estado de Puebla que, entre los varios trabajos que presentaron vale destacar uno, el de Joaquín Ibáñez Jr., que intituló “Manera más conveniente de integrar el profesorado en las Escuelas Superiores”. En su argumentación, el autor lamenta tocar llagas muy profundas y dolorosas de nuestro actual sistema administrativo, pero desde su punto de vista es evidente que: el profesorado que tiene actualmente a su cargo la instrucción en las Escuelas Su-periores de la República no satisface en lo general los f ines ya instructivos, ya educativos que se deben realizar en la enseñanza dado el actual ideal pedagógico que anhela el estado de nuestra civilización… hay por tanto deficiencias que corregir, lagunas que llenar, vicios que extirpar y an-helos que satisfacer…

En su condición de estudiantes, se consideraban directamente afectados por los procedimientos a tra-vés de los cuales se elegía a su planta de profesores y por ello, declaraban que : …nos toca por lo tanto tratar de encontrar un método que sustituya al actual de nom-bramiento del profesorado, en el cual no ha habido el pro-pósito de seleccionar a los intelectuales que garantizaran el mejor éxito de la enseñanza, puesto que los empleos en ella, han sido prodigados para satisfacer exigencias políticas y por esa causa los agraciados se han empequeñecido a nues-tros ojos y muchos de ellos han perdido la respetabilidad que debería llevar aparejada la personalidad autorizada del maestro.

Su exposición revela tanto el conocimiento que te-nían de los mecanismos de control que funcionaban dentro de su institución como su decisión de parti-cipar en el cambio de ese entorno desfavorable a sus intereses: Dado nuestro actual sistema de gobierno en el cual se ha llegado a creer que la amistad está por encima de las más estrictas obligaciones del gobernante y puesto que en ese mismo sistema administrativo, se concede al Ejecutivo ya federal, ya de los estados, la facultad de nom-brar y remover libremente a los profesores de las Escuelas Superiores y Profesionales no nos debe extrañar que estos puestos hayan sido convertidos en su mayor parte en becas,

gratif icaciones u obsequios que se hacen a los amigos con grave perjuicio para el grupo estudiantil, siendo más infa-lible para obtener una cátedra una tarjeta de recomenda-ción que el haber obtenido el mismo Premio Nobel.

El trabajo abunda en las condiciones en que se daba la instrucción superior en El Colegio del Es-tado, así como en las terribles consecuencias que ello acarreaba a los estudiantes; proponía la realización de exámenes de oposición como el método más eficaz para seleccionar a los mejores profesores. Si llegamos a conseguir que cada profesor sea quien más conocimientos tenga en la rama del saber cuya enseñanza le está enco-mendada, habremos dado un paso gigantesco en la educa-ción nacional. Más aún, presentaba la forma como los alumnos debían intervenir en la selección del profeso-rado. Pero… apenas estamos en septiembre de 1910 y esta propuesta, junto con otras que persiguen abrir los espacios institucionales a una mayor participación de los nuevos actores sociales, en ese momento, no pare-cían tener visos de realización efectiva.

Sin embargo, la revolución estalló en Puebla dos meses después, con el 18 de noviembre como fecha memorable, y las formas utilizadas por el régimen por-firista, representado por el general Mucio Martínez en Puebla, para mantener el control de la población fue-ron evidenciadas una y otra vez por los estudiantes de El Colegio del Estado.

Caído el régimen, desterrado Porfirio Díaz, rele-vado el general Mucio Martínez de su cargo el gober-nador de Puebla y designado en su lugar, como go-bernador interino, el licenciado J. Rafael Isunza, quien se había desempeñado en el cargo de director de El Colegio del Estado, los estudiantes reiteraron una y otra vez, la solicitud de que se separara de su cargo a empleados y profesores, pues su permanencia en ellos era explicable durante la administración de Mucio Martínez como un premio a los ‘servicios’ que pres-taban como policías secretos, pero en la actualidad esos mismos ‘valiosos servicios’ no eran utilizados y esos señores nunca ocuparon sus puestos por sus propios merecimientos sino por su constancia en aquello de arrastrarse.

La prensa estudiantil denunció que la administra-ción martinista dio lecciones prácticas de cómo casti-gar la honradez y cómo premiar la delación, la hipo-cresía y la traición. La tendencia del régimen a prostituir todas las energías sociales, se ocupó de corromper a la ju-ventud estudiosa y a esa ingrata misión comisionó los ele-mentos que en el profesorado le eran ‘incondicionalmente’ adictos, para que fueran ayudados en esa tarea les agregó otros seres ineptos que vieron de esta manera el único modo de escalar los puestos a los que por medio del mérito jamás llegarían.

Estos profesores y personal administrativo de dudosa ocupación, pues no eran claras sus funciones dentro de El Colegio del Estado, se ocupaban de vi-gilar, controlar y delatar a los estudiantes y profesores. Un informe negativo de su parte podía ocasionar el despido, la pérdida de la cátedra para el profesor, de la pensión o beca para los alumnos; no mantener una buena relación con ellos conducía al estancamiento de carreras profesionales, al descrédito o en el mejor de los casos al anonimato social; en contrapartida, una enorme dispensa de favores premiaba a quienes les servían de espías y operadores políticos entre alum-nos y profesores: jugosos salarios, prebendas, convites y éxito profesional. Curiosamente, sólo estos agentes del gobierno porfirista incrustados en El Colegio del Estado que actuaban a ojos vistas, pensaban que pasa-ban desapercibidos para la comunidad académica.

Los estudiantes de El Colegio del Estado creyeron que con el triunfo de la revolución maderista, era in-necesaria la presencia de esos personajes y solicitaron al gobierno interino del Estado que los librara de ellos. En lo inmediato sus demandas fueron atendidas, pues el gobierno del Lic. Isunza, comprendiendo los mo-tivos de los estudiantes, el 11 de mayo de 1911 acor-

dó que: sean separados de sus puestos los señores Erasto Zamitez, subprefecto del Colegio del Estado y Manuel L. Márquez, profesor de Academia práctica de ciencias natu-rales del mismo. Y mucho ‘temen’ los estudiantes, que va-yan a correr la misma suerte los señores diputados Enrique Orozco y Manuel Lobato, quienes también se desempe-ñaban como profesores de El Colegio. Ingenuamente los alumnos declararon: ¡Por f in, el sol de justicia…, nos alumbra!

Las razones que movilizaron a los estudiantes en ese entonces obedecían a una preocupación que Ibáñez expuso claramente en su ponencia en 1910: A nadie se le oculta la verdadera crisis por la que está atravesando la Enseñanza Superior of icial. Si no acude el Estado con los elementos más sanos que pueda emplear y no concede la independencia necesaria para la buena integración del profesorado, vendrá el desprestigio consiguiente y la socie-dad deseosa de satisfacer su sed de progreso, prestará todo su apoyo a la Enseñanza privada para constituir la Uni-versidad Libre. Esta se desarrollará con todos los recursos de que pueda allegarse del concurso social, y si bien el logro de este f in habrá sido un paso hacia el progreso científ ico, es probable que las conquistas logradas por el laicismo en la enseñanza y aún la subsistencia de los principios liberales que tantos sacrif icios han costado a nuestra Patria sufri-rán un serio detrimento en su viabilidad misma.

Su preocupación de entonces, debería mantener-nos atentos hoy, a doscientos años del inicio del mo-vimiento de Independencia y a cien años del inicio de la Revolución.

*La autora es historiadora, profesora e investigadora del Colegio de Historia. FFyL-BUAP

1910 fue un año de augurios, elecciones, celebraciones y ciclos cumplidos. El cometa Halley apareció en el cielo de abril y su avistamiento evocó malos presagios y despertó temores entre la gente, convencida de que este tipo de eventos solo podía ser signo de desgracias.

Sin embargo, la revolución estalló en Puebla dos meses después, con el 18 de noviembre como fecha memo-rable, y las formas utilizadas por el

régimen porfirista, representado por el general Mucio Martínez en Puebla, para mantener el control de la pobla-ción fueron evidenciadas una y otra

vez por los estudiantes de El Colegio del Estado.

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Yo soy rielera tengo a mi JuanÉl es mi vida y yo soy su querer

Cuando me dicen que ya se va el trenAdiós mi rielera ya se va tu Juan…

(La rielera, de Samuel Lozano)

En agosto de 1910, cuando Samuel Lozano recorría como de costumbr esas calles de Dios en busca de posibles con-sumidores de la golosina que vendía, topó con una multitud que participaba en una manifestación organizada por el Partido Antirreeleccionista para dar la bienvenida a Francisco I. Madero a la ciudad de Puebla. Lo escuchó con atención, y con igual interés oyó hablar a Vito Alessio Robles, a Benito Rous-set y a Juan Sánchez Azcona. Y quedó conmovido con tales discursos y aren-gas. Fue testigo de la aparición de gen-darmes y policías que en forma violenta disolvieron el mitin en la plazuela San José (esta plazuela sería llamada Fran-cisco I. Madero desde 1917).

Don Samuel fue tras de Benito Rousset; no lo perdió de vista, lo siguió hasta verlo entrar al estudio fotográfico de su propiedad. Pronto, con tal amistad, se transformó en un activo simpatizante maderista. Su peculiar inspiración para los corridos lo convirtió en un propagan-dista nato, tanto haciendo y repartiendo material impreso como cantando sus propios corridos, como El Corrido Anti-rreeleccionista que por su impacto de in-mediato fue del dominio popular. Acuñó así el ideal de difundir sus corridos.

Su actividad lo llevó a enfrentar tro-piezos con la policía, como ocurrió en 1913, en la ciudad de México, cuando al salir del cine Alcázar fue aprehendido y llevado junto con otras personas a la ya repleta delegación de las calles de Vic-toria. Horas después a todos los presos los subieron a los trenes de la estación Colonia para ser trasladados en leva a Torreón y reforzar las fuerzas federales, ya muy mermadas por los guerrilleros de Francisco Villa, en los combates de Ciudad Lerdo. La derrota de los fe-derales no se hizo esperar y él estuvo a punto de ser fusilado. Por fortuna al identificarse como autor de El Corrido Antirreeleccionista y de otro más dedica-do a Madero, lo soltaron.

Estando en libertad y con esas expe-riencias en los escasos días de combate, se quedó por el norte haciendo gala de sus composiciones, que cantaba acom-pañado de su guitarra y vendía en hoji-tas de papel a centavo. Así compuso Los crímenes de Huerta.

Generalmente se sentaban a escu-charlo cuando cantaba y un buen día unos ferrocarrileros le solicitaron que ha-blara de los riesgos del oficio y de la so-ledad en que quedaban las mujeres. Con esa inspiración que le venía, a los quin-ce días compuso La rielera, esa canción que trascendería hasta convertirse en el himno de los ferrocarrileros., La gracia y sencillez de esos versos y la alegría de la música convirtió a Samuel Lozano en uno de los corridistas más reconocidos en el país, aunque otras de sus canciones

quedaron como de “autor desconocido”. Los estribillos de La rielera han

sido modificados y se han cantando en movimientos populares, en las huelgas del 1958-1959, en el movimiento estu-diantil de 1968, por ejemplo. La letra original es un poco diferente a la que conocemos y en honor a su autor la transcribo tal cual:

La auténtica RieleraEl maquinista en caminoSiempre en su sitio va fiel,cuando la locomotorava caminando en el riel.

Toditos los garroterosy fogoneros también llevan en riesgo su vidaentre las ruedas del tren.

Yo soy rielera tengo a mi Juanél es mi vida yo soy su querer,siempre me dice cuando se vaAdiós mi rieleraya se va tu Juan.

Si porque me ven polainaspiensan que soy militaryo soy puro garroterodel ferrocarril Central.

Traigo mi par de pistolaspara salirme a pasearuna es para mi queridala otra es para mi rival.

Yo soy rielera … (etc.)

Toditos los maquinistasno pueden tener mujerporque de noche trabajanY mucho la dejan de ver.

Cuando dice el conductor que es hora de caminarle llevo su canastitacon la que va a refinar.

Yo soy rielera… (etc.)Voy a esperar a mi Juanpa’que me de la molcachaQue en la quincena le dan.

Adiós muchachas de LerdoGómez Palacio y TorreónYa se van los garroterosYa se acabó el vacilón.

Yo soy rielera… (etc.)

En esos años, el ferrocarril era el medio de transporte más importante y la revolución se hizo a caballo y en los ferrocarriles. Los conductores, telegra-fistas, mecánicos, fogoneros jugaron un papel importante. Los trabajadores del riel luchaban por tener las mismas con-diciones de trabajo que los ferrocarrile-ros extranjeros. Así que la rielera viajó de norte al centro por las vías del ferro-carril para adentrarse en un corrido que rinde homenaje a los todos los rieleros.

* La autora, Doctora en Historia por la UNAM, es investigadora del ICSI de la BUAP.

Solución alReincigrama de este número

LAZAROALVARO

EVIITIONC

NTDOLORESPA

TOTSERISCOS

ARREVANFORO

SOSESIRS

OTPOEDAD

ASINPEZD

LAKEMAOLOBA

DAYPERLANON

EASANDINOAT

AMALEDINO

STALINSERDAN

SOLUCION

5

TorcuaTo Serapio

Demetrios Carcharias*

Si habéis intentado practicar las posiciones del Kama Sutra, ¡y quién no!, os habréis dado cuenta de que ese libro no fue hecho para nosotros, los occidentales. Basta oír el nombre de algunas de las posiciones de ese famoso texto del amor hindú (El acróbata, La sirena voladora, La danza de las palomas, La catapulta) para comprender que, si

no lleváis años practicando yoga, sólo con intentar alguna de ellas os estaréis condenando a acabar con una hernia, una rótula desencajada, tortícolis, luxaciones, etc. Y si por casualidad sois de la vieja escuela y la curiosidad jamás os ha empujado a intentarlo no os aventuréis ahora por ese campo minado sin haber memorizado antes las posiciones. Y sé bien de lo que os estoy hablando.

Pretender ejercitar vuestras habilidades sexuales mientras seguís las ilustraciones del libro es una soberana locura. Si lo habéis hecho, un diálogo, tomado de la vida real, como el que aquí apunto: “Mira, tienes que poner tu pierna derecha sobre mi hombro izquierdo y mante-ner tu rodilla izquierda pegada a mi rodilla derecha, ¡y no flexiones la pierna porque me sal-go!”, expresado al mismo tiempo que estirabais el cuello para alcanzar a mirar el libro abierto a un lado de la cama, seguramente tuvo que haberos conducido a la sala de emergencias del hospital más cercano.

Pero ahora, y aquí viene la buena noticia, para involucrarnos en tan singular combate al estilo oriental ya no será necesario arriesgar el buen estado de nuestro esqueleto. En poco tiempo saldrá al mercado el Kama Pod.

Si hay que hablar de maravillas modernas, ésta a no dudarlo, es una de ellas. Imaginad una máquina silenciosa, algo parecida a las máquina de ejercicios que podéis ver en los gimnasios más exclusivos, pero de mayor tamaño, de líneas muy estilizadas y sumamente resistentes. Ahora imaginad que esa máquina os sostiene gentilmente, a vosotros y a vuestra pareja, y os levanta, y os ayuda a levantar, o mejor dicho, levanta vuestra pierna derecha aquí, allí el torso, después ambas piernas, luego os hace girar, os pone boca abajo o boca arriba o de cabeza, mientras que a vuestra pareja la hace danzar un baile parecido que tiene como fin que vuestras partes sexuales, incluida la boca por supuesto (el Instituto de Fisiología de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México, reconocido mundialmente, acordó en su ultima asamblea plenaria considerar la boca un órgano sexual), entren en contacto suavemente.

Naturalmente, el Kama Pod, cuenta con el hardware y el software más sofisticado, de modo que podéis programarlo de mil maneras. Podéis partir del nivel más bajo de princi-piante hasta alcanzar el más alto de avanzado. Entre uno y otro hay 75 niveles. Si pensáis que son demasiados niveles recordad que el Kama Sutra no es un libro occidental y la vida de los orientales tiene un ritmo mucho más pausado que el nuestro, o cuando menos lo tenía en el pasado. Según sus constructores, el tiempo promedio aconsejado para recorrer sin pausas todas las posiciones del Kama Sutra es de cinco días con sus respectivas noches, es decir 120 horas. ¡Claro que todas las posiciones se pueden recorrer en mucho menos tiempo! Podemos programar la velocidad a nuestro antojo. Pero de lo que se trata, según sus constructores, es que los practicantes alcancen el nivel de desarrollo espiritual que el Kama Sutra pretende. Lo cual significa que el órgano sexual masculino, para utilizar la jerga de los fisiólogos, debe permanecer en el órgano sexual femenino cuando menos tres horas en cada posición. La re-tención de la respiración y la retención del semen, elementos fundamentales del tantrismo de la mano izquierda, se da por sentado.

¡No pongáis esa cara! Lo fabuloso del Kama Pod es que no tenéis que convertiros en una especie de santón hindú para utilizarlo. Podéis utilizarlo un minuto, si no podéis más. Es más, podréis desactivar la sección de vuestra pareja y recorrer solo algunas o todas las posiciones suave o rápidamente y al ritmo de vuestra música preferida (trae un adaptador de MP3 y un manos libres para vuestro móvil). Después de algunos minutos dando vueltas en el Kama Pod vais a poder marchar a vuestro trabajo perfectamente relajado y feliz. Y si queréis utilizar el Kama Pod con una amiga pudorosa lo podéis hacer: la penetración es totalmente opcional. Podéis usarlo vestido y programar el acercamiento a unos cuantos milímetros o permitir un leve contacto para después apartarse. Las combinaciones son asombrosas. Lo malo, al princi-pio, será su precio. El prototipo es de titanio. Pero os apuesto que pronto tendremos algunas de estas máquinas maravillosas -procedentes de China seguramente- en la fayuca. Si es que no han llegado ya.

* Sociólogo griego-español avecindado en Puebla. Su tesis de doctorado: Las caries den-tales mal tratadas como detonante de la conciencia indígena será publicado próximamente por la Universidad Iberoamericana de Puebla.

HORIZONTALES

1. Revolucionario, presidente de México de 1934 a 1940

5. Siendo presidente de Méxi-co fue asesinado por José de León Toral

10. Siete en números romanos12. (Iliescu), sucedió a Ceauses

cu al frente del gobierno de Rumania

13. Símbolos del nitrógeno y tesla

15. (Ibarruri), comunista espa-ñola, apodada la Pasionaria

18. Apócope de papá19. Divinidad egipcia a quien

los griegos identificaban como Hermes Trismegisto

21. Indígenas del norte de México

22. Patria de Hipócrates23. Voz del arriero25. Se dirigen a un lugar26. En la antigua Roma, plaza

donde se trataban los asun-tos públicos

27. Se atreva29. Tratamiento de nobleza in-

glés30. Prefirió (inv.)31. Tiempo transcurrido desde

el nacimiento33. Preposición que denota ca-

rencia o ausencia34. Animal acuático36. Lago en inglés38. Fundador de la República

Popular China41. Hembra del lobo43. (Doris), actriz protagonista

en la cinta El hombre que sabía demasiado

44. concreción nacarada que se forma en el interior de cier-tas ostras, se usa en joyería

46. Impar47. Interjección de estímulo48. Revolucionario nicaragüen-

se, luchó contra la domina-ción de EU

50. Símbolo del astato51. Lo contrario al bien52. Unidad del grado de sensi-

bilidad para las emulsiones fotográficas

54. Revolucionario ruso, suce-dió a Lenin al frente del go-

bierno de la URSS55. (Carmen), revolucionaria

mexicana, una de las ini-ciadoras del movimiento de 1910

VERTICALES

1. Pausadas2. Símbolos de la impedancia y

vanadio3. Período de 24 horas (inv.)4. Caudal de agua (pl.)6. Amarres, ates7. Pronombre personal8. Prefijo negativo9. Puesta del sol o de otro astro

(pl.)11. Nombre dado por los judíos

a la ley mosaica14. Divinidad escandinava16. Unidad monetaria de Bul-

garia17. Río de Europa18. Signo de la multiplicación20. Revolucionario ruso, funda-

dor del Ejército Rojo22. (De León), rey inglés, hijo

de Leonor de Aquitania24. Del verbo espiar26. Revolucionario cubano, en-

cabezó el asalto al cuartel Moncada

28. En el gnosticismo inteligen-cia eterna emanada de la di-vinidad suprema

29. Secretaría de la que es titular Lujambio

32. Pueblo de escaso vecindario, generalmente sin jurisdic-ción propia (pl.)

35. Revolucionario francés, fun-dó el club de los Cordeliers

37. Alianza Anticomunista Ar-gentina (sigla)

38. Hombres en inglés39. Se consume con el fuego40. Percibí por medio del olfato42. La serpiente más grande co-

nocida44. Lengua sagrada de Ceilán

(Sri-Lanka)45. Camine48. Cloruro de sodio49. Escuchar51. Apócope de mamá53. Abreviaturas de norte y de

diámetro

1 2 3 4 5 6 7 8 9

10 11 12

13 14 15 16 17 18

19 20 21 22

23 24 25 26

27 28 29

30 31

32 33 34 35

36 37 38 39 40 41 42

43 44 45 46

47 48 49 50

51 52 53

54 55

REINCIGRAMATORCUATO SERAPIO

HORIZONTALES

1. Revolucionario, presidente de México de 1934 a 1940 5. Siendo presidente de México fue asesinado por José de León Toral 10. Siete en números romanos 12. (Iliescu), sucedió a Ceausescu al frente del gobierno de Rumania 13. Símbolos del nitrógeno y tesla 15. (Ibarruri), comunista española, apodada la Pasionaria 18. Apócope de papá 19. Divinidad egipcia a quien los griegos identificaban como Hermes Trismegisto 21. Indígenas del norte de México 22. Patria de Hipócrates 23. Voz del arriero 25. Se dirigen a un lugar 26. En la antigua Roma, plaza donde se trataban los asuntos públicos 27. Se atreva 29. Tratamiento de nobleza inglés 30. Prefirió (inv.) 31. Tiempo transcurrido desde el nacimiento

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Así pues, compartimos con Alan Knight la opinión de que una reescritura de la histo-ria de la Revolución mexicana es necesaria a partir de las fuentes resguardadas en los ar-

chivos estatales y locales cuya catalogación, cuando se ha hecho, suele ser muy reciente.

Este pequeño artículo no tiene otro objetivo que incentivar nuevas investigaciones regionales sobre el tema a partir de una reflexión muy concreta basada en un documento de una extraordinaria riqueza y que merece ser citado en su totalidad. Se trata de una car-ta abierta redactada por integrantes de pueblos indo-mestizos del distrito de Zaragoza, en el Estado de Tlaxcala, dirigida al gobernador Próspero Cahuantzi, pilar del régimen porfirista en Tlaxcala, donde se ha-bla de este periodo como el “Prosperato”.

En esta carta que se encuentra en el Archivo His-tórico del Estado de Tlaxcala, podemos apreciar la ca-pacidad organizativa de estas comunidades que, lejos de contentarse con un papel de eternas víctimas de un régimen opresor, sabían alzar la voz y argumentar en contra de un poder que pretendía mantenerse de ma-nera indefinida. Vale la pena subrayar sus argumentos y también sus recursos:

1. Denuncian los abusos de poder por parte de “los Rurales” que identifican claramente como los hombres del gobernador, encargados de asustar y castigar a quienes estén en desacuerdo con el poder establecido;

2. Se quejan de los impuestos con los que cargan las comunidades rurales y que, lejos de servir para incentivar la producción, dejan en la miseria a los pequeños productores, castigando de esta forma a los que trabajan;

3. Hacen público que, frente a esta situación fiscal, el régimen extiende privilegios a algunos pocos acaudalados, por fines clientelistas evidentes, si-tuación que desvirtúa cualquier discurso que po-dría intentar legitimar el sistema fiscal existente;

4. Vinculan la propia persona del gobernador Ca-huantzi con la corrupción, subrayando que sólo algunos familiares y amigos cercanos tienen inte-rés en mantenerlo todavía en el poder;

5. Esbozan el retrato del buen gobernante, preocu-pado por el interés general, figura anhelada y le-jana de la realidad que Cahuantzi impone en el Estado;

6. Presentan sus dos principales recursos para con-vencer – con toda cortesía - al gobernador de ya no presentarse a la candidatura a una próxima pseudo-elección: su capacidad para organizarse entre los 18 pueblos y la posibilidad que tienen de acceder a los medios informativos para formar una opinión pública a su favor.

Este último punto es de importancia. Como bien lo ha subrayado François-Xavier Guerra en el caso de los movimientos de independencia, uno de los ras-gos de modernidad se encuentra en esta búsqueda de fomentar una opinión pública, independiente de las antiguas formas de sociabilidad – jerárquicas - de la sociedad del Antiguo Régimen. Es asombroso ver en este caso a comunidades indígenas, habitualmente presentadas como los núcleos de resistencia de las for-mas tradicionales de organización, tomar como arma a la opinión pública para denunciar la ilegitimidad de un Estado que se suele definir como principal impul-sor de la modernidad, acusándolo de descansar en an-tiguos vínculos de clientelismo.

Si bien faltaban algunos años todavía para el co-mienzo de la Revolución, una carta como ésta era la

señal de que los tiempos estaban cambiando… a con-dición de saber interpretarla.

A continuación el texto mencionado:

Tlaxcala, Octubre 19 de 1903

Sr. Coronel Próspero Cahuantzi TlaxcalaRespetable señor.

Al dirigir a Ud. la presente no nos impulsa un sentimien-to de antipatía, odio u otra injustif icada pasión, por la que segados quisiéramos exigirle a Ud. o al menos pedirle la ejecución de un acto indebido; por medio de la prensa y de las cartas abiertas dirigidas al Señor Presidente de la República y a Ud. hemos indicado los motivos políticos por los que de ninguna manera conviene la reelección de Ud. y principalmente la necesidad que existe de que en las próximas elecciones se nombrara un Gobernador interino que nos dejara en la más plena libertad para el sufragio. Entre las diversas causas que existen para procurar el que la reelección de Ud. no se verif ique numeramos dos que son primera, la tenaz persecución que se hace a toda clase de personas que no son adictas a Ud., reduciéndolas cons-tantemente a prisión, por medio de los rurales que condu-cen entre f ilas, a guisa de criminales a hombres, mujeres y niños, cuyas casas allanan los aprehensores y los vejan y maltratan del modo más cruel, por lo que muchos de nues-tros hermanos han tenido que abandonar sus hogares, fa-milias y pequeños intereses, para buscar en otros Estados un pequeño jornal, que los tiene en la miseria, porque no les alcanza para la subsistencia, llegando a tal grado nues-tra desesperación que hasta ha habido la idea de publicar un periódico sui generis, para consignar las mencionadas persecuciones con sus verdaderos y vivos detalles y la se-gunda es el sinnúmero de gabelas que reporta la clase pro-letaria, sin necesidad alguna toda vez que con ese cúmulo de impuestos y principalmente el ocho y el diez al millar nos han conducido a ser unos verdaderos esclavos del terru-ño, circunstancia bien significativa, cuanto que mientras los pobres soportamos el hambre en medio de tanto pade-cimiento, mientras que los ricos millonarios sentados en el festín de la fortuna saborean las franquicias que les brinda la suerte hasta el grado de que la familia de un millonario dueño de una gran fábrica de hilados después de disfrutar de diez años de la exención legal de contribuciones gozó de diez años más por una concesión especial y sin que podamos saber el motivo de esa gracia tan especial.

Basta lo que hemos manifestado en estas cuantas pala-bras para demostrar con toda evidencia lo conveniente que es bajo todos aspectos el evitar otra reelección de Ud. pero prescindiendo un momento de lo imprescindible, cuales son los puntos marcados, vamos a hacer a Ud. y le hacemos la súplica de que renuncie Ud. su candidatura y haga Ud. cuanto esté de su parte para que en la próxima elección de Gobernador, como nos permitimos indicar este regido el Estado por un Gobernador interino, porque sin ofender a Ud. y solo con la poderosa arma de la verdad, es indudable que la elección que se verif icará sólo sería un mito, puesto que Ud. y sus partidarios, entre los que se encuentran prin-cipalmente los redactores de La Antigua República, todos empleados y algunos hasta parientes de Ud. no tienen más pensamiento en política que la perpetuidad de Ud. en el poder.

Es cierto que en algunos Estados, en casos verdadera-mente excepcionales la reelección indefinida de un funcio-nario es útil, conveniente y aun necesario, no sólo por el afecto que todos los ciudadanos profesan al Jefe de ese Esta-do, por sus méritos políticos y sociales, patriotismo, aptitud plenamente demostrada y un cumulo de dotes que obligara a esos altos Jefes a condescender con sus comitentes y per-

manecer en el puesto, pero hablando con toda ingenuidad esos casos de tal manera son raros que unos de esos funcio-narios viene al mundo de una manera tan remota que bien puede compararse a un cometa de órbita prolongada.

No hacemos a Ud. Señor Coronel, la ofensa de creer que Ud. se encuentra en el número, si número puede llamarse el escaso de los funcionarios a que nos referimos y si entre esos funcionarios no pudiere Ud. estar, es evidente que la reelección indefinida no debe subsistir para Ud.

Al permanecer Ud. en el puesto, y siempre bajo la pro-testa de que no tratamos en lo más mínimo de herir su susceptibilidad, no abrigamos la idea de que el propósito de Ud. sea el bien público y si estuviéramos equívocos, no sabemos cómo pudieran conciliarse las circunstancias de que hemos hecho mérito, con la permanencia de Ud. y si esperamos que cualquier otro gobernante lo que hará antes que todo será el poner en todo su vigor las garantías indi-viduales, haciendo que los expatriados regresen a sus ho-gares para ganar honradamente el pan de sus familias, que las cárceles ya no sean para las personas que no tienen más delito que su desafecto a ciertos funcionarios y que los po-bres lejos de ser torturados con gabelas imposibles de pagar y que los conducen a la ruina, vean sus cortas propiedades amparadas por la ley y que esas mismas propiedades les sirvan de felicidad y no de motivo para la ruina.

Esperamos de Ud. Señor Cahuantzi que acceda a nuestra solicitud y si nos concede Ud. tan distinguidos fa-vor, millares de Ciudadanos veremos con esto que ha hecho Ud. a nuestro Estado un grandísimo bien que con caracte-res indelebles gravaremos en nuestros corazones.

Somos de Ud. atentos seguros servidores.

540 firmas de ciudadanos de los pueblos siguientes:Santo Toribio Xicotzinco (municipalidad de

Zacatelco); Santa Inés Zacatelco; Teleocholco; San Francisco Tepeyanco, San Bernardino Contla; Sta Ana Chiautempan; San Damian Techoloc; San Ge-rónimo Zacualpan; Santa Apolonia Tecalco (muni-cipalidad de Natívitas), San Marcos Coutla (muni-cipalidad de Xicotencatl); San Francisco Tlacuiloca; Yauhquenehcan; La Ascención Huitzcolotepec; San Bartolome Tenango; San Antonio Acuamanala; Santa María Acuitlapilco; Sta Catarina Ayumetta; San Cos-me Mazatecochco.

*Doctora en Historia por la Universidad de Tolouse le Mirail, Francia; profesora-investigadora de la FFyL de la BUAP e investigadora asociada al FRAMESPA-CNRS (Francia).

Evelyne Sanchez*

Si bien la hostilidad a la reelección de Porfirio Díaz en los últimos años de su régimen es un tema conocido de la histo-riografía sobre la Revolución, así como los múltiples motivos que la generaron – y no debemos menospreciar entre ellos el descontento de porfiristas por no obtener tantos beneficios por sus servicios como lo esperaban -, esta misma reivindicación se propagó en la provincia en contra de los gobernadores sin que los historiadores le prestaran la misma atención.

7

“En realidad la revolución transformó a México mucho más profundamente de lo que podían imaginarse los insurgentes que tomaron las armas en 1910”

María Elsa G. Hernández Martínez*

Mención especial merecen esas mujeres, las del campo, “las olvidadas del Porfiriato” que habían sufrido desde su niñez. Al comenzar la Revolución, sin importarles las difíciles condiciones a las que se enfrentarían ya fuese por el clima, las distancias o las vejaciones, siguieron a sus hombres, porque la mayoría no eran sus maridos.

Dejaron casa y familia para acompañarles, lucharon y pelearon, por su vida y por su hombre; a pie, sin derecho a caballo, pri-vilegio que gozaba sólo el revolucionario,

ni mula que las llevara o que cargara sus humildes pertenencias, entre las que se encontraban unos po-cos enseres necesarios para tener listos los alimentos, que preparaban en cualquier rincón, huyendo por los cerros, escondiéndose entre las piedras o por los ríos.

Las soldaderas, las adelitas y las combatientes revo-lucionarias, cada una con un papel bien definido den-tro del ámbito revolucionario, marcaron una época. A todas ellas debemos reconocimiento y la obligación de rescatar su vida cotidiana, aunque en esta ocasión solo mencionaré aspectos de la diaria labor de las mujeres que participaron en la Revolución y de los alimentos que para guisaron durante los años de la Revolución.

Debemos recordar que para 1910 vivían catorce millones de mexicanos, y dos millones eran indígenas monolingües Durante los años revolucionarios se vi-vió un cambio radical en la vida familiar y social, no solo en Puebla sino en todo el país, en el cual la mujer jugó un rol muy importante.

Así, las soldaderas eran las que cargaban con el metate, el comal, el metlapil, las ollas, el hijo, o los hi-jos si los tenían, la ropa, el tenamaxtle para la lumbre, y el petate en donde giraba sus vidas. Sin importar si estaban embarazadas o recién paridas, se dormían des-pués que sus hombres, se levantaban de madrugada, cuidaban toda la noche las brasas entre las cenizas del tlecuile, para que al amanecer con solo agregar la leña, el fuego se avivara. Mal momento era para ellas si la lumbre no surgiera como se esperaba.

En el campo no se encontraba el carbón fácilmen-te y más si andaban escondiéndose de los federales. Al trabajo que de por sí ya tenían, se agregaba el de buscar la leña, la cual cargaban en la espalda. Todas las mujeres, desde la más vieja hasta la que por su tamaño ya se permitiese cargar unas cuantas varas, se iban al monte, o a las cañadas, a buscar la preciada leña. Se tenían que cuidar de los ladrones, de las alimañas y de los militares. Al regresar al campamento procedían a poner el nixtamal, el cual requería también conoci-miento: calentar el agua en un bote de los de llamados de manteca americana, con un puño de cal, agregar el maíz, dejar que siguiera calentándose, cuidar que no hirviera, mover, no permitir que se pegara, sentir que el hollejo se desprendía del maíz, retirar el bote, dejar-lo enfriar para que a la madrugada empezar amortajar el grano y obtener la masa, luego palmeaban metódi-camente las bolitas de testale hasta obtener una tortilla redonda y bien formada, ni demasiado seca ni dema-siado húmeda, y de esta manera tener las tortillas para el desayuno, almuerzo o cena. Por la tarde nuevamente el nixtamal, ya que si se guardaban las tortillas se po-nían duras, y ni pensar en guardar la masa para el día siguiente ya que se agriaba en unas horas.

Así, listas las tortillas, con una capa de manteca y bañadas por una salsa, calientes los frijoles, el atole de masa o el té insípido, el chile, los quelites, las ver-dolagas, se tenía lista la comida para que el revolucio-

nario se fuera a luchar. Calladas sumisas, sabían cuál era su labor, lo habían aprendido de sus madres, de sus abuelas, a base de regaños, de consejos --muchas veces acompañados de golpes--; y estando en la “bola” si no lo hacían bien serían el centro de la burla de sus compañeras y el abandono de su hombre por no saber ser “mujer”.

Día tras día, empleando la mayor parte del mismo en “echar” las tortillas junto al metate y al comal, las mujeres forjaron un nacionalismo.

“Las mujeres de clase baja conformaron también la nación mexicana al preservar y ref inar la cuisine precolombina de tortillas y tamales. Después de todo, tras siglos de es-fuerzos por hacerlos cambiar, los mexicanos siguen siendo un pueblo de maíz”

Las soldaderas viajaban arriba en los trenes, no te-nían derecho a entrar a los carros, eso lo hacían las mujeres que trabajaban en otros menesteres.

Con billetes falsos en las manos, con un exceso de circulante de papel moneda que no tenía respaldo me-tálico, las mercancías cada día eran más escasas, los comerciantes más reacios a recibir cualquier tipo de billetes, ni con el cartoncito del infalsif icable, se podía obtener un trozo de pan, sólo si se le enseñaba al pa-nadero español monedas de oro o de plata, contantes y sonantes, Con los tahoneros se conseguía un pan más barato, al que habían agregado aserrín a la harina, pero cualquier cosa era buena para matar el hambre.

Prevalecía el acaparamiento de los productos. Escaseaban el maíz y el frijol y éste último frecuen-temente estaba agorgojado. La falta de cosechas, ya fuese por la ausencia de animales de labranza o bien por la quema de los sembradíos, encareció los precios. Además, con el tifo flotando en el aire, acompañado de la escarlatina y la viruela, y para colmo de males con la influenza española en 1918, los padecimientos se extendieron por doquier.

La hambruna se comenzó a vislumbrar a partir de 1914 y en todavía en el 17 las cosas no mejoraban. Los precios se habían disparado y cada día se hacía más di-fícil encontrar qué comer. Los hurtos, los pillajes, los crímenes, los saqueos, los asaltos eran cosa de todos los días. La gente moría en las calles, tanto por las enfer-medades o por el hambre que había sentado sus reales.

Así, las soldaderas tenían que sortear innumera-bles problemas para lograr el alimento diario; aunque el campo y la vida dura, eran lo suyo. Conocedoras de las yerbas, las utilizaban para preparar sus comidas y so-lucionar alguna que otra enfermedad. Les sirvieron de alimento las calabazas si las encontraban, los elotes si no los habían robado ya, los chilacayotes, los quelites, conocidos también como pata de perdiz, oreja de tigre, quelite de coyote o lengua; los alaches, los huajes, el po-chote, el palo santo, las tetechas, la lechuguilla. Los ta-cos con terrón de sal, las ratas de campo, los tlacuaches, las chicatanas o los jumiles.

Las flores eran un bien muy preciado que se en-contraba en el campo y que ayudaban a darle variedad al alimento, como la flor de colorín también conocida

como gasparito o esquimile o pispirique, las verdolagas, la flor de cocuite o palo de sol, la flor de frijol, la chaya, la flor de palma de monte, la flor de ruda, la flor de biz-naga, el cualtomate, el chilacayote, la flor del maguey, la flor de ortiga, la flor de sábila, la flor de yuca, la flor de izote, la flor de arete, la flor de cacao, esta última muy apreciada para hacer otros atoles, la flor de cempasúchil, la flor de chile, la flor de girasol, la chondata, y la flor de melón. Tales son algunas de las flores y yerbas que usa-ron las soldaderas. Las encontraban en los campos que cruzaban, las recolectaban y las usaban para la comida diaria, la cual aderezaron con epazote o hierbabuena y con diferentes chiles como el costeño, el de agua, el de árbol, el bandeño, el chiltepin, el chile verde, el chilpotle, el habanero, el jalapeño, el manzano, el pasilla, el rojo, el chile seco, el chile serrano, el manzano, el pasilla, el chiltepin y el chile loco.

Así eran y trabajaban las soldaderas, mujeres vale-rosas que no han recibido ningún reconocimiento ni por la historia ni por la política nacional.

* La autora es licencia en Historia y, actualmente, di-rectora del Museo Universitario de la BUAP

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Emiliano Zapata 5947, San BaltasarCampeche, Puebla.1. Pilcher, 2001, pp.151.

2. Así fue la Revolución Mexicana tomo 6 Conjunto de testimonios. pp. 1069.3. Así fue la Revolución Mexicana. Tomo 6 Conjunto de Testimonios. pp. 1055. 4. Entrevistas: Irene Jiménez y Lorena Salazar5. Pilcher, 2001, pp. 20.6. Entrevista Sr. Joaquín Hernández Elizondo

7. Romero Ana Laura, Ulloa Berta, Así fue la ….pp. 867 tomo 5. 8. Castillo Aja Horacio, pp. 88. 9. Torres Cerdá, 2000, pp. 125-130. Ibíd. pp.133-134.

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