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El bosque protector Pirineos: aludes y torrentes Orgullosos de sus faldas multicolo- res y en claro desafío al cielo, innumera- bles picos del Pirineo oscense se erigen en guardianes seculares de dos sinuo- sos valles por los que discurren los ríos Aragón y Gállego. Con un pasado que se pierde en la noche de los tiempos, su figura actual ha sido esculpida por la actividad cons- tante de glaciares y torrentes, que han dado lugar a escarpadas pendientes por las que hoy trepa una importante masa forestal que, contribuye a paliar, en bue- na medida, la constante erosión a la que se ve sometida. Al abrigo de estos bosques bulle la vida en todas sus formas, dotando de singular belleza a unos parajes que, sin embargo, tras su amable haz esconden un envés ciertamente hostil. La presencia humana, con su acti- vidad agropecuaria, unida a los factores altitudinal y climático han contribuido a que en la historia de esta vieja cordillera se hayan escrito dramáticas páginas, en las que figuran desaparición de propie- dades, importantes daños en las vías de comunicación y dolorosas pérdidas de vidas humanas. Este desolador paisaje es hoy el duelo silencioso de una tragedia fechada un fatídico 7 de agosto de 1996, en el tristemente conocido Camping de las Nieves, próximo a la villa de Biescas. La impresionante tormenta que la tarde de aquel día descargó en el So- bremonte, consiguió en muy poco tiem- po que el torrente Arás mostrara toda su furia y arrastrara a su paso las frágiles tiendas y caravanas, y con ellas a sus habitantes. Algunos de los rincones más bellos del Pirineo aragonés encierran un riesgo latente que no debemos olvidar. Por debajo de la villa de Biescas, el to- rrente Arás, normalmente con muy poco caudal, se convirtió de manera súbita en una riada de lodo y piedras que se cobró 86 víctimas. En este capítulo mostraremos có- mo en las cabeceras de Canfranc y de Tena el hombre ha luchado por convertir este territorio en un lugar más seguro. El torrente Arás, situado sobre una morrena lateral de un antiguo glaciar, en la mayor parte de su cuenca de recep- ción aparece como un caos de material inestable muy susceptible a la erosión torrencial y tiene su lecho de deyección en el lugar donde se localizaba el cam- ping de Las Nieves. © Luis G. Esteban

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Page 1: El bosque protector · la vegetación, no han cejado en su em-peño de acercarse a la Estación. El 2 de febrero de 1986 un alud, en Estiviellas, arrastró más de medio millón de

El bosque protectorPirineos: aludes y torrentes

Orgullosos de sus faldas multicolo-res y en claro desafío al cielo, innumera-bles picos del Pirineo oscense se erigen en guardianes seculares de dos sinuo-sos valles por los que discurren los ríos Aragón y Gállego.

Con un pasado que se pierde en la noche de los tiempos, su figura actual ha sido esculpida por la actividad cons-tante de glaciares y torrentes, que han dado lugar a escarpadas pendientes por las que hoy trepa una importante masa forestal que, contribuye a paliar, en bue-na medida, la constante erosión a la que se ve sometida.

Al abrigo de estos bosques bulle la vida en todas sus formas, dotando de singular belleza a unos parajes que, sin embargo, tras su amable haz esconden un envés ciertamente hostil.

La presencia humana, con su acti-vidad agropecuaria, unida a los factores altitudinal y climático han contribuido a que en la historia de esta vieja cordillera se hayan escrito dramáticas páginas, en las que figuran desaparición de propie-dades, importantes daños en las vías de comunicación y dolorosas pérdidas de

vidas humanas. Este desolador paisaje es hoy el

duelo silencioso de una tragedia fechada un fatídico 7 de agosto de 1996, en el tristemente conocido Camping de las Nieves, próximo a la villa de Biescas.

La impresionante tormenta que la tarde de aquel día descargó en el So-bremonte, consiguió en muy poco tiem-po que el torrente Arás mostrara toda su furia y arrastrara a su paso las frágiles tiendas y caravanas, y con ellas a sus habitantes. Algunos de los rincones más bellos del Pirineo aragonés encierran un riesgo latente que no debemos olvidar. Por debajo de la villa de Biescas, el to-rrente Arás, normalmente con muy poco caudal, se convirtió de manera súbita en una riada de lodo y piedras que se cobró 86 víctimas.

En este capítulo mostraremos có-mo en las cabeceras de Canfranc y de Tena el hombre ha luchado por convertir este territorio en un lugar más seguro.

El torrente Arás, situado sobre una morrena lateral de un antiguo glaciar, en la mayor parte de su cuenca de recep-ción aparece como un caos de material inestable muy susceptible a la erosión torrencial y tiene su lecho de deyección en el lugar donde se localizaba el cam-ping de Las Nieves.

© Luis G. Esteban

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En los estudios preliminares se ponía de manifiesto la fuerza de las cre-cidas de este torrente y situaba por de-bajo de las confluencias de los barran-cos de Betés y Yosa el tramo amenaza-dor.

Era muy frecuente que cortara va-rias veces al año la carretera de acceso al valle de Tena, hasta el punto de que el coche de línea de la Hispano-Tensina tenía verdaderas dificultades para atra-vesar los acopios de lodo y piedra. En ocasiones los viajeros se ayudaban de unas barras de madera para alzar y transportar a modo de andas el autobús al otro lado del torrente y continuar el viaje.

Ante el historial de daños del to-rrente se acometió la construcción de algunos diques en la confluencia de los barrancos de Betés y Yosa y se realizó una repoblación de la cuenca mediante fajas y fajinas.

Sin embargo, la imposibilidad so-cial de repoblar la mayor parte de la ca-becera del Arás, dedicada a actividades agropecuarias que mantenían a los pue-blos del Sobremonte sin protección ar-bolada, ha hecho de este torrente uno de los más activos y peligrosos del valle de Tena.

A pesar de los esfuerzos realiza-dos por defender la carretera, la impre-sionante tormenta descargada aquella tarde de agosto superó cualquier previ-sión estimada y tras romper los diques transversales, obstruyó la entrada de la canalización, la desbordó, y se abrió pa-so por los viejos cauces de divagación del cono sobre los que se había ubicado inadecuadamente el Camping de las Nieves.

La frontera natural que hoy nos separa de Francia muestra en sus ver-tientes numerosos torrentes que lenta pero inexorablemente van cicatrizando su paisaje.

El choque de las placas africana y europea esculpió caprichosas formas en la zona, que van desde los plegamientos sinuosos hasta la verticalidad de los es-tratos calizos.

En al cabecera del río Aragón, la intensa actividad geológica, dio origen a un amplio abanico de colores, desde los claros de las calizas en las partes más bajas, pasando por los oscuros de los materiales carboníferos, de pizarras y

ampelitas, hasta coronar en rojos avi-natados, en la divisoria de aguas con el río Gallego.

A finales del Carbonífero, la ascen-sión de magma fundido originó enclaves graníticos como el batolito de Panticosa, la marmolera del pico del Infierno, en esta ocasión sobre caliza, o el pico Ana-yet que con sus 2.550 metros, se formó como consecuencia de episodios volcá-nicos que la orogenia alpina se encargó de elevar.

Los avances y retrocesos de anti-guos glaciares y el peso de miles de to-neladas de hielo deslizándose lentamen-te hacia los valles erosionaron los fon-dos y depositaron materiales que sirvie-ron de cierre de numerosos lagos que salpican de color turquesa este paisaje multicolor.

Coincidiendo con el periodo más frío en la zona, hace unos cuarenta mil años, un glaciar de unos treinta kilóme-tros de longitud, dos de anchura y qui-nientos metros de altura cinceló el valle del Gállego. Su lento discurrir arrancó, transportó y sedimentó los materiales morrénicos.

La lenta actividad erosiva ha mol-deado las colosales graníticas, y esta-ción tras estación arroja sedimentos al pie de los picos que se mezclan con los últimos neveros del verano. Más abajo, en los pastizales de montaña pacen aje-nos a todo ello los rebaños.

La vieja cordillera así formada, ad-vierte de sus intrínsecos riesgos, vistién-dose de blanco en largos periodos in-vernales de copiosas nevadas, en los que almacena masas inmensas de nieve que terminan derrumbándose sobre los valles en estruendosos aludes que, a su paso, dejan una huella casi indeleble.

La necesidad de abrir nuevas vías de comunicación con el país vecino, puso a prueba el ingenio y la capacidad tecnológica de ser humano, para supe-rar tan gigantescas barreras de la natu-raleza.

La ubicación de la Estación Inter-nacional de Canfranc en el fondo de es-te valle, rodeada de poderosos torrentes y amenazada por frecuentes avalanchas de nieve, requirieron que se llevara a ca-bo uno de los trabajos hidrologico-fores-tales y de prevención de aludes más im-portante del Pirineo español. Sirva como dato que 22 años antes de la inaugura-

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ción de este edificio fue necesario pro-yectar un plan de obras defensivo, cuyo coste superó al de la propia estación y todas sus instalaciones auxiliares.

Aunque la Ley del Ferrocaril trans-pirenaico se promulgó en 1982, una se-rie de dificultades aplazaron hasta 1908 el comienzo de las obras del Túnel de Somport, pieza clave de esta línea de ferrocarril, cuya boca sur se situó defini-tivamente en el paraje de Los Arañones, una legua (algo más de cinco kilómetros y medio) aguas arriba del pueblo de Canfranc, donde también se edificó la Estación Internacional.

Antes de comenzar las obras del túnel, los técnicos llevaron a cabo, en sucesivos veranos los preceptivos reco-nocimientos de la zona. Observaron que era necesario corregir el curso de los poderosos torrentes Epifanio, Estiviellas y Cargates ya que amenazaban la viabi-lidad de las obras.

Este hecho motivó que en 1906 se iniciaran los trabajos de corrección ba-sados en el proyecto del Ingeniero de Montes Benito Ayerbe.

No obstante, la crudeza de aque-llos inviernos, que propiciaba la caída de grandes aludes, interrumpiendo el cauce del río Aragón, e incluso destruyeron las instalaciones para iniciar la perforación del túnel, pusieron en tela de juicio la ubicación de la estación.

Casualmente se observó que árbo-les entrecruzados en los barrancos eran capaces de detener parte de la violencia de los aludes. Esta circunstancia llevó al equipo técnico a diseñar y desarrollar un sistema genuinamente español que bau-tizarían con el nombre de diques vacíos.

Estas obras se complementaron con la construcción de banquetas de piedra seca y repoblaciones forestales para sujetar la nieve en las cuencas de desprendimiento y evitar la formación de los temidos aludes. Pero, apenas con-cluidas estas obras, el embate de los inviernos y la natural fatiga de los mate-riales aconsejaron su ampliación y res-tauración.

De esta manera se renovaron las banquetas con mampostería, se cons-truyeron pantallas, rastrillos y puentes

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de nieve, de madera, acero, y hormigón.Con todo, los aludes, cuyo arran-

que se produce por encima del límite de la vegetación, no han cejado en su em-peño de acercarse a la Estación. El 2 de febrero de 1986 un alud, en Estiviellas, arrastró más de medio millón de tonela-das de nieve y, a su paso, destruyó el gran dique de cierre de la cuenca supe-rior, construido a finales de los cincuen-ta; otros dos diques antiguos de la gar-ganta y una franja de bosque con árbo-les de grandes dimensiones, hasta cu-brir con una espesa de capa de nieve la fachada principal de la estación y aden-trarse, irreverente, en la nave de la Igle-sia.

En la actualidad, las obras casi mimetizadas por el paso del tiempo y por la progresión de la vegetación si-guen cumpliendo su labor defensiva.

El esfuerzo titánico de cientos de personas trabajando bajo condiciones extremas, en lugares alejados donde só-lo era posible llegar a pié o en caballería, ha dado su fruto.

Los torrentes siguen discurriendo ahora frenados por una obra civil, que se ha aliado con la restauración de la cu-bierta vegetal, fijando sus laderas, evi-tando derrumbamientos y favoreciendo la disminución de su pendiente, mitigan-do así su erosión progresiva.

Otra de las zonas necesitadas de protección era el valle donde se localiza

Balneario de Panticosa. Este valle es un claro ejemplo de la actividad glacial de la zona. Su fondo acogió varios gla-ciares procedentes de las cuencas de recepción que rodean la hondonada y el hielo se encargó de excavar la cubeta que hoy recoge su extenso lago.

El Balneario ocupa el fondo de un circo de alta montaña, a 1.636 metros de altitud, de paredes casi desnudas, con cotas superiores a los tres mil metros. La ladera norte, que domina el Garmo Ne-gro con 3.051 metros, forma una pen-diente casi ininterrumpida, mientras que los circos de Bachimaña y Brazato están escalonados por lagos glaciares.

La situación de riesgo en el Bal-neario de Panticosa era similar a la de la estación Internacional de Canfranc, sin embargo aquí los trabajos de corrección se limitaron exclusivamente a la preven-ción de las grandes avalanchas de nieve

El historial de daños por aludes en la zona eran bien conocidos y diversos documentos gráficos muestran los es-tragos ocasionados en la avalancha de 1929?, a pesar de que no fue de las de mayor intensidad. El carácter privado de las instalaciones retrasó las actuaciones hasta 1935.

La nieve, en esta ocasión, se en-señoreó del Casino, llenándolo hasta el techo y arruinó por completo el Hotel Continental, destruyendo salones, co-medores y la mayoría de las habitacio-

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nes. La central Hidroeléctrica de EIASA también salió mal parada.

Para prevenir la rotura de la tubería de alimentación, cuyo caudal se cifraba en 6000 litros por segundo, se comenza-ron los trabajos en esta zona y en el rin-cón noroeste en la ladera de Argüalas.

El paso del tiempo y el consiguien-te deterioro de las obras realizadas obli-gó, no sólo a la reparación de las anti-guas sino a la construcción de nuevos puentes nieve, rastrillos y diques rastrillo como los que ya se hicieran en Can-franc.

Mas abajo, la carretera de acceso sufría la constante incidencia de los alu-des, siendo necesario construir cubier-tas y túneles artificiales para salvar las trayectorias de caída.

La cabecera de los valles, en otro tiempo desnudos de vegetación, se vis-ten ahora con extensos bosques enca-ramados en las laderas en busca de las cimas.

Viveros fijos y volantes recrearon especies de coníferas autóctonas y en-sayaron otras capaces de fijar el suelo en el menor tiempo posible.

Pino silvestre y negro han formado gigantescas estacadas vivientes capa-ces de detener los aludes y frenar la caí-da de las gotas de lluvia, reduciendo considerablemente su capacidad erosi-va. A su abrigo, algunas frondosas de media luz o sombra rescataron su hábi-tat natural.

Asimismo, mediante labores de roza y limpieza de cepas viejas de haya, se recuperaron amplias extensiones de bosque mixto, que ofrecen en otoño un policromo paisaje.

De esta manera, el bosque gana día a día terreno a los apoyos artificiales construidos por el hombre y genero-samente se presta a luchar contra alu-des y torrentes.

Ha pasado un siglo desde que es-te vivero produjera las primeras plantas que hoy salpican las laderas de esta va-lle. Los que fueron en otro tiempo para-jes hostiles, como este, ahora se han convertido en lugares seguros, gracias a las técnicas empleadas, y a un aliado silencioso, el bosque que, aquí, más que en ningún otro lugar desarrolla su papel de bosque protector.

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