el bistec y las palomitas de maÍz

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EL BISTEC Y LAS PALOMITAS DE MAÍZ (Lygia Bojunga) 1- CARTA DE AMIGO 2- EN EL SALÓN DE CLASE El profesor de geografía preguntó: -¿Cómo es tu nombre? -Turibio Carlos -¿Cómo? -Turibio Carlos- se levantó. Y levantó también un poco la voz-: Pero en la casa me dicen Tuca. -¿En la escuela también te podemos decir Tuca? Y Tuca se atrevió: -Está bien. El profesor de geografía decididió: -Listo- Y escribió en la ficha: “Tuca”. El salón rió: era la primera vez que oían a Tuca hablar, él no comenzaba ninguna charla, no se metía en ningún grupo, y a la hora del recreo siempre se quedaba estudiando. Fue sólo que el salón se riera para que Tuca se desanimara de nuevo: enterró los codos en el pupitre, se tapó la cara con las manos, fijó los ojos en el cuaderno abierto, y quedó convencido de que el grupo se había reído de su nombre. ¡Epa, Guillermo! El otro día miré el mapa para ver dónde queda Pelotas. ¡Uy! Cómo quedamos de lejos de repente, ¡ay! Ni siquiera se me había ocurrido que Pelotas quedara allá, en la punta de Brasil. Mi papá dice que los cariocas se mueren del frío allá en el sur cuando llega el invierno. Por eso se me ocurrió que tú tienes que venir a pasar vacaciones de julio en Río. Aquí en mi casa, claro. Primero para que no te mueras del frío. Segundo, para que vayamos juntos a la playa como lo hacíamos antes. Hoy fue el primer día de clases. Me pareció muy raro que tú no estuvieras ahí. ¿Te acuerdas? Nosotros nos conocimos en primero. Después pasamos juntos a segundo. Y tú dijiste: ¿el año que viene pasaremos juntos a tercero? Y así fue. Y entonces nos pusimos de acuerdo en que pasaríamos juntos a cuarto. Y así fue también. Y entonces ya ni siquiera nos pusimos de acuerdo porque era claro que pasaríamos juntos a quinto. Y entonces tú llegas y te mudas para Río Grande del Sur. Oye, francamente… Sólo tú te fuiste. El resto del grupo sigue siendo el mismo. Pero entraron dos niñas nuevas. Una es muy presumida pero, en compensación, se llama Renata, que me parece un nombre bonito. La otra parece simpática, pero no se desprende del lado de Renata. Así es muy difícil.

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EL BISTEC Y LAS PALOMITAS DE MAÍZ (Lygia Bojunga)

1- CARTA DE AMIGO

2- EN EL SALÓN DE CLASE

El profesor de geografía preguntó:-¿Cómo es tu nombre?-Turibio Carlos-¿Cómo?-Turibio Carlos- se levantó. Y levantó también un poco la voz-: Pero en la casa me dicen Tuca.-¿En la escuela también te podemos decir Tuca?Y Tuca se atrevió:-Está bien. El profesor de geografía decididió:-Listo- Y escribió en la ficha: “Tuca”.El salón rió: era la primera vez que oían a Tuca hablar, él no comenzaba ninguna charla, no se metía en ningún grupo, y a la hora del recreo siempre se quedaba estudiando. Fue sólo que el salón se riera para que Tuca se desanimara de nuevo: enterró los codos en el pupitre, se tapó la cara con las manos, fijó los ojos en el cuaderno abierto, y quedó convencido de que el grupo se había reído de su nombre. Cuando la clase terminó, todos salieron al recreo pero Tuca no se movió. Rodrigo salió a comprar un sándwich y regresó para terminar un trabajo. Ni se fijó en Tuca: se inclinó sobre el cuaderno y empezó a escribir. Los ojos de Tuca se fueron hacia el sándwich. Al llegar, ¿quién dijo que se irían de allí?Rodrigo agarró el sándwich, le dio una mordida y fue entonces cuando vio que los ojos de Tuca también habían mordido el pan.La boca de Rodrigo masticó.Los ojos de Tuca masticaron también. La boca dio otra mordida, los ojos mordieron también. La boca paró de masticar; los ojos de Tuca miraron para saber qué había pasado, se tropezaron con los ojos de Rodrigo, se asustaron; regresaron corriendo hacia el cuaderno. De repente Rodrigo, con aire distraído, ofreció el sándwich:

¡Epa, Guillermo!El otro día miré el mapa para ver dónde queda Pelotas. ¡Uy! Cómo quedamos de lejos de repente, ¡ay! Ni siquiera se me había ocurrido que Pelotas quedara allá, en la punta de Brasil.Mi papá dice que los cariocas se mueren del frío allá en el sur cuando llega el invierno. Por eso se me ocurrió que tú tienes que venir a pasar vacaciones de julio en Río. Aquí en mi casa, claro. Primero para que no te mueras del frío. Segundo, para que vayamos juntos a la playa como lo hacíamos antes. Hoy fue el primer día de clases. Me pareció muy raro que tú no estuvieras ahí. ¿Te acuerdas? Nosotros nos conocimos en primero. Después pasamos juntos a segundo. Y tú dijiste: ¿el año que viene pasaremos juntos a tercero?Y así fue. Y entonces nos pusimos de acuerdo en que pasaríamos juntos a cuarto. Y así fue también. Y entonces ya ni siquiera nos pusimos de acuerdo porque era claro que pasaríamos juntos a quinto. Y entonces tú llegas y te mudas para Río Grande del Sur.Oye, francamente…Sólo tú te fuiste. El resto del grupo sigue siendo el mismo. Pero entraron dos niñas nuevas. Una es muy presumida pero, en compensación, se llama Renata, que me parece un nombre bonito. La otra parece simpática, pero no se desprende del lado de Renata.Así es muy difícil.¡Ah! Hay una novedad. Nuestra escuela está dando becas de estudio para pobres. Por eso también ahora hay un niño nuevo: un becario. Oí decir que vive en las barriadas; se llama Turibia Carlos y se sentó en el mismo puesto en el que tú te sentabas. Pero no habla ni mira a nadie.Tal vez el trabajo de tu papá deje de ser bueno y ustedes vuelvan aquí a Río. No es que quiera que tu

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-¿Quieres?Tuca no sabía qué responder, acabó asintiendo. Agarró el sándwich con las dos manos. Miró el pan. Le clavó los dientes. -Puedes comértelo todo- dijo Rodrigo.Y no había terminado de hablar cuando ya el sándwich había desaparecido. Rodrigo salió del salón sin decir nada. Regresó con dos sánwiches más. Le dio uno a Tuca. Se miraron. Comieron sin hablar. Y por primera vez, Tuca habló con un compañero:-¡Upa! Nunca vi tanta mantequilla en un solo pan. Comenzaron a conversar. Primero de la edad: ¡Rodrigo tenía once años y Tuca ya iba a cumplir catorce! Rodrigo lo miró aterrado:-¿De verdad?-¿No los aparento?-Bueno…- y Rodrigo miró su pan. Tuca era tan menudo que él había pensado que tenían la misma edad. Entonces hablaron de los estudios. -¿Sabes que yo era el primero de la clase en mi escuela?Otra vez Rodrigo quedó aterrado: durante aquellos primeros días de clase había notado que Tuca no entendía nada. -Por eso fue que gané la beca para estudiar aquí.Rodrigo sólo dijo:-Hmmm.Tuca se rió a medias.-“Escuela de ricos” como le decimos- suspiró: había terminado el sándwich-. Pero, ¿sabes? No sé cómo van a ser las cosas. -¿Cuáles?-Creo que no voy a resistir la presión: aquí los estudios están más adelantados, todo es distinto, no sé, sólo sé que hasta ahora no he sido capaz. Y lo peor es eso –miró el cuaderno con gesto de fastidio y de frustración-: las tales matemáticas. -¿No hiciste la tarea que nos pusieron?-¿Y cómo? No entiendo nada. Rodrigo miró la hora:-Yo ya casi acabo la mía. ¿Quieres que te explique después?

La cara de Tuca se veía tan contenta que a Rodrigo le pareció mejor fingir que no se había dado cuenta: se volteó hacia los cuadernos y comenzó a escribir. Ese día sólo alcanzó para darle una corta explicación a Tuca. Pero al día siguiente se tomó toda la hora del recreo para explicarle mejor. Era la primera vez que le daba clase a alguien. Y por lo visto le gustaba: ni se dio cuenta de cómo pasaba el tiempo. Cuando la campana sonó, incluso se asustó:-¡¿Ya?!Y Tuca dijo:-Oye, amigo, entendí todo lo que me enseñaste; creo que vas a tener que ser profesor. Y al día siguiente Rodrigo siguió explicando.Y Tuca se fue animando, “¡sí, ahora sí entiendo!”

3- CARTA DE AMIGO

4- ¿TE GUSTAN LAS PALOMITAS DE MAÍZ?

Hola Guillermo, ¿cómo estás?¿Te acuerdas de cuando hablábamos de lo que queríamos ser cuando grandes? Tú siempre sabías lo que querías ser, sólo que a cada rato cambiabas: médico, arquitecto, escritor.Yo no ¿te acuerdas? Yo nunca tenía muchas ganas de ser nada. Y la última vez que hablamos hasta te dije: creo que no voy a ser nada, pues no se me ocurre lo que quiero ser.Pero ahora vas a quedar loco: esta semana ¡por fin!, descubrí lo que quiero.Adivina.Piensalo bien.La respuesta está en el próximo renglón y boca abajo

¡Sí, eso mismo!¿Lo dudas? Al principio yo también lo dudé.Todo empezó por culpa de Tuca, el becario que llegó a la escuela y que se sienta en donde tú te sentabas. Comencé por explicarle las matemáticas. Pero ahora le doy clases de todo. A ver si alcanza al grupo. O si no, puede perder la beca. Nunca se me había ocurrido que me iba a gustar enseñar, pero, ¿sabes? Cuando Tuca entiende lo que le explico, siento algo así como… no sé, no te lo puedo explicar. Sólo sé que se siente bien. Por eso decidí que voy a ser profesor. ¿Y tú? ¿Sigues cambiando de profesión todo el tiempo?Mira a ver si escribes, compa. Abrazos de Rodrigo.

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-¿Que qué?Tuca murmuró más alto:-¿Te gustan las palomitas de maíz?(Estaban a mitad de clase de portugués)Rodrigo asintió.-Mi hermana prepara palomitas de maíz todos los sábados…Rodrigo hizo cara de “¿ah, sí?”Y al cabo de un rato, Tuca terminó la frase:-… pero las palomitas de maíz sólo son sabrosas en el momento.-¿Que qué?-Las palomitas de maíz sólo son sabrosas en el momento en que se preparan…-Ah, sí.Tuca se quedó callado. Pero después continuó:-… si no fuera por eso, te traería palomitas para que nos las comiéramos aquí en la escuela –la clase terminaba cuando finalizó el asunto-. ¿Quieres ir a comer palomitas de maíz el sábado a mi casa?Rodrigo asintió.Ese día, cuando se despidieron, Tuca decidió lo siguiente:-El sábado vengo a buscarte aquí abajo: no vas a saber subir al cerro tú solo. Es que yo vivo allá arriba, ¿sabes?-Entonces nos encontramos en mi casa: almorzamos y después vamos. Tuca no respondió en seguida. Miraba sus zapatillas. Después preguntó lentamente:-¿Almorzamos en tu casa?-Sí. Se miraron.-De acuerdo entonces.Y así fue. El sábado al mediodía, Tuca llegó a la casa de Rodrigo. Él nunca había estado en un edificio de esos: con portero, alfombra, espejos por todos lados, ascensor que subía con suavidad, empleada que abría la puerta para que ellos entraran.Entró.Y cuando vio el tamaño de la sala y cuando entró al cuarto en donde Rodrigo tenía (¡¿sólo para él?!) un televisor, un equipo de sonido, un armario que cubría

toda la pared (una puerta estaba abierta, uf, cuánta ropa ahí dentro); y cuando Rodrigo preguntó:-¿Tienes sed?-Sí – y fueron a la nevera (¡qué es esto!, ¡qué cocina más grande! ¡y esa cocinera con uniforme!, ¡qué cantidad de comida dentro de la nevera!) y Rodrigo llenó un vaso con jugo de naranja-: Toma –los ojos de Tuca quedaron como hipnotizados por el contenido de la nevera. Cuando la puerta de la nevera se cerró Tuca pensó que a Rodrigo ya no le iba a parecer tan formidable subir todo el cerro para ir a comer palomitas de maíz allá arriba. Fue en ese momento que con el rabillo del ojo vio los bistecs que la cocinera estaba condimentando. ¿Era impresión suya? ¿O era un bistec como el bistec de la esquina? Los dos ojos se posaron sobre el bistec y a Tuca se le fue olvidando la vida.

5- EL BISTEC DE LA ESQUINA

Cuando Tuca salía de la escuela, iba derecho a ayudar a un amigo a lavar carros. Es decir, realmente no era un amigo, era más bien un patrón.O mejor, realmente no era un patrón, era más bien un socio.Es decir, no era realmente un socio… Un momentico: vamos a comenzar otra vez: cuando Tuca salía de la escuela, iba derecho a ayudar a un tipo a lavar carros. El tipo era el aseador de un edificio por allá en la Calle San Clemente. Ganaba salario mínimo. Entonces, para que el dinero no se quedara así de mínimo, lavaba los carros de los que vivían en el edificio y ganaba el doble.Un día Tuca pasó por ahí en busca de posibilidades, pues no conseguía empleo. Entre charla y charla, el aseador le preguntó a Tuca que si no quería ser socio en el negocio de lavar carros.-¿Socio? ¿Cómo?-Tú lavas algunos de los carros y yo te doy el 10% de todo lo que me gane.A Tuca le pareció excelente. Y aquel mismo día comenzó a trabajar.

Pero las cosas fueron como sigue: apenas Tuca llegaba, el aseador se iba para el bar de la esquina a tomarse unos cuantos tragos; cuando regresaba se tiraba en algún rinconcito del garaje; al poco rato, ya roncaba.Y Tuca seguía lavando él solo todos los carros que había para lavar.Un día a Tuca le pareció que estaba trabajando demasiado solo y que la tal matemática del 10% no era del todo clara: reclamó.Al aseador no le gustó:-Mira, hermano, hay por lo menos cien muchachos que viven todo el día en la calle, locos por tomar este empleo. Mira a ver: te estoy haciendo un gran favor. No necesito que me lo agradezcas de por vida –hizo cara de pocos amigos-. Pero no quiero reclamos. Si no te gusta, te puedes ir. Así, sin más. ¿Te parece?Las monedas que Tuca recibía en el garaje le ayudaban a llevar comida a la casa. Entonces ¿qué era lo mejor, es decir, lo peor? ¿Continuar con las extrañas matemáticas o perder la oportunidad?Y Tuca siguió lavando carros.A veces el portero del edificio llamaba al aseador. Tuca respondía como este le había enseñado:-Está lavando un carro allá afuera: lo voy a llamar –y corría hasta el bar a avisarle.El aseador se tomaba el trago de un golpe y salía corriendo. Tuca lo seguía. Pero sin ninguna prisa. Sólo para pasar muy despacio por el restaurante de la esquina. ¡Qué belleza! Se llamaba El Paraíso de los Bistecs. Desde la calle se veía todo lo de adentro a través de la pared de vidrio. Pero no se escuchaba nada de lo bien cerrado que estaba, de tanto aire acondicionado que había dentro. Qué genta la que comía, y el mesero para acá y para allá, tan hermoso de mirar: así, como cuando uno mira un acuario. ¿Quién dijo que Tuca resistía? Paraba y se ponía a mirar.Había una mesa cerca del vidrio. Y siempre, ¡siempre!, los clientes comían bistec.El acompañamiento del bistec cambiaba mucho: con arrozcon ensaladacon espárragos

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con huevoEl color del bistec cambiaba un poco:en su puntopoco asadomuy asadoPero lo que nunca cambiaba era cómo el tenedor y el cuchillo se hundían profundamente en el bistec. Entre Tuca más miraba, más se impresionaba con aquella manera de hundirse, ¡qué carne tan blanda, Dios mío! Era tan impresionante que un día se acercó más, un poco más, y acabó por apretar la nariz en el vidrio. Un mesero salió a decirle que los clientes estaban perdiendo el apetito de tanto que Tuca miraba los bistecs.Desde entonces, Tuca pasaba despacio y miraba de reojo. Y sólo después de haber pasado muchas veces se fijó en una pequeña placa que había a un lado de la puerta: era la lista de los bistecs de la casa; nombre, acompañamiento, precio de cada bistec. Tuca era realmente malo en matemáticas, por eso terminó por quedarse un buen rato: calculando cuántos carros tendría que lavar para poder comerse algún día uno de aquellos bistecs.

6- EL ALMUERZO

Apenas Tuca se sentó a almorzar sus ojos perdieron la tranquilidad: de acá para allá, de allá para acá, miraba disimuladamente cómo el papá de Rodrigo cogía el tenedor, la forma como Rodrigo usaba la servilleta, lo que hacía la mamá de Rodrigo con el platito de al lado, y con los otros dos cuchillos, y con los otros tres tenedores, y con la otra cuchara, y ¡uf! qué montón de cosas sobre esa mesa, y los ojos para acá, para allá, para acá, para allá, sin poder aprenderse todo.La empleada le sirvió un plato a cada uno. Tuca vio que todos comenzaban a comer. ¿Ese sería todo el almuerzo? Miró con el rabillo del ojo a la mamá de Rodrigo. Untaba un pedacito de mantequilla en el pan. Tuca quedó hipnotizado de nuevo: la mano de ella tenía un anillo en cada dedo.

La mamá de Rodrigo vio que los ojos de Tuca no se desprendían de su mano; quiso librarse, preguntó:-¿Tú también eres como Rodrigo, hijo único?Tuca despertó:-¿Hmm?-¿Tú también eres hijo único?-No, tengo diez hermanos.La madre de Rodrigo se sorprendió:-¿¡Diez!?Tuca hizo que sí, hmm, ¡qué cosa tan deliciosa había en ese plato!La empleada levantó la vajilla y trajo el resto de la comida. Puso todo frente a la mamá de Rodrigo.La mamá de Rodrigo servía y la empleada distribuía los platos.Tuca se quedó mirando el enorme bistec que le había llegado. Se limpió la frente con la mano. Se secó la mano con la servilleta. Trató de tomar aliento. Cogió el tenedor y lo enterró en el bistec, ah, qué cosa más bella: tanta fuerza, ¿para qué? El tenedor se había enterrado de manera tan suave que había que ver, y Tuca, entusiasmado, cogió el cuchillo para cortar el bistec de la misma manera como su hermano mayor (el carpintero) agarraba el serrucho para cortar la madera. ¡Atacó! El bistec no aguantó: se escurrió fuera del plato, se deslizó por el mantel arrastrando en su compañía un huevo frito, dos rodajas de remolacha y un montón de granos de arroz. Todo fue a estrellarse en el tapete. Que era de color crema, muy clarito.-¡Ay! –gimió Tuca. Y más rápido que inmediatamente se levantó para recoger el almuerzo del suelo. -¡Déjalo! –ordenó la mamá de Rodrigo. Y tocó una campanita. La empleada llegó; primero dijo ¡uy! y después preguntó:-¿No sería mejor echar un poco de talco aquí en el tapete para que absorba la grasa?-Sí, sería lo mejor –la empleada salió corriendo-. ¡Y mira si puedes hacerle otro bistec al niño!-No hay necesidad: ¡no, por favor!- pidió Tuca.-Dame tu plato acá –la mamá de Rodrigo extendió la mano.

Tuca fijó los ojos en los anillos otra vez; el hambre había desaparecido; y habían aparecido una ganas irresistibles de hacer lo mismo que el hambre: desaparecer también.El papá de Rodrigo decidió iniciar una conversación:-Rodrigo nos contó que te ganaste una beca del gobierno –Tuca asintió-. Tuviste suerte, esa escuela cuesta una fortuna –Tuca asintió-. Como becario no tienes que pagar nada, ¿no es cierto? –Tuca indicó que no. Y los libros, los cuadernos, todos los útiles, ¿también te los dan? –Tuca hizo que sí-. ¿Todo? –Tuca hizo que sí-. ¡¡Pero qué suerte!! ¿Y te va bien allá? –Tuca indicó que no. La empleada regresó con el talco y con un cepillo; regó el talco sobre el tapete; la sala se perfumó. -¿Pongo más?La mamá de Rodrigo se levantó:-¿Habrá necesidad? –examinó el tapete-. Pasa el cepillo por aquí a ver si quedó alguna manchita.La empleada pasó el cepillo.-Todavía está manchado, señora. ¿Echo más?-Pero dicen que a los tapetes no les gusta que les pongan demasiado talco –se volteó hacia el papá de Rodrigo-: ¿Qué opinas tú, mi amor?-¿Sobre qué?-¿Pongo o no pongo más talco?El papá de Rodrigo se levantó para examinar el tapete.-Mire, aquí ya salió todo –dijo la empleada. Y cepilló un poco más.-Puede echar aquí un poco más –ordenó el papá de Rodrigo.Y cuando la empleada volteó el frasco, la tapa con huecos cayó y todo el talco se regó en el suelo (incluso salió una nube de talco volando por la sala).-¡Uy! –Rodrigo se levantó.-¡Rápido, rápido! Busca la aspiradora –ordenó la mamá de Rodrigo.La empleada salió corriendo. El papá de Rodrigo se agachó:-Cepilla por aquí, ey, ey –y le entregó el cepillo a la mamá.Rodrigo apuntó con el pie:-Aquí hay un montón, mira.

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-¡Ay, mi pobre tapete! Hay demasiado talco: se va a manchar, seguro.La empleada llegó corriendo con la aspiradora. La encendió.-¡Por aquí!-¡Aquí, mira!-¡No, primero aquí!Tuca y la mesa del almuerzo se miraron como si se despidieran; la servilleta secó el sudor que corría por la frente; la silla se fue hacia atrás para permitir que Tuca se levantase. Y de pie, con los ojos en el tapete, Tuca se quedó mirando cómo la aspiradora funcionaba.

7- LAS PALOMITAS DE MAÍZ

Apenas salieron del edificio, Tuca dijo:-Es mejor que nos quedemos aquí abajo: hace mucho calor para subir al cerro.Pero Rodrigo no quiso.-¿No dijiste que tenías un montón de hermanos? ¿Entonces? Será divertido conocerlos a todos. ¡Vamos!Hablaron poco hasta llegar al cerro.El camino de subida era estrecho. Tuca iba delante. Casi corría. Como queriendo escapar del conflicto que crecía dentro de sí: un Tuca que decía que los –amigos-que-son-amigos no se fijan si la gente vive aquí o allá; y el otro Tuca que no se lo creía y que estaba cada vez más arrepentido de la idea de ir a comer palomitas de maíz. Y tras los dos iba Rodrigo, intentando silbar para disimular. Intentando pero sin lograrlo: su alma casi se le salía por la boca a causa de la subida.Cuántas veces, cuando la luz de las casuchas brillaba en el cerro, Rodrigo había oído decir: ¡qué bonita que es la barriada de noche! Las luces parecen estrellas.Y Rodrigo iba mirando cada casucha, cada niño, cada animal: perros callejeros, cerdos, ratones, mirando todo lo que pasaba, ¡¿bonito?!, ¡¿estrellas?!, ¡¿en dónde?!No era sin razón que cuando llovía muy fuerte siempre se hablaba de las casuchas que se deslizaban por el cerro, y Rodrigo se detenía en el camino para pensar

cómo era que alguien podía vivir en esas casuchas que parecían que se derrumbarían al menor soplo.¿Ninguno de los niños tendría zapatos?¿Y aquel olor a basura? ¿No pasaría?Y trataba de silbar para disimular el miedo de ver a tanta gente viviendo así, como si fueran animales.Cuando llegaron a lo alto, Rodrigo ya no tenía aliento. Tuca se detuvo:-Yo vivo aquí. –Y entró.Sólo estaban los hermanos pequeños en la casa. Cuatro. Tuca presentó a cada uno. Los grandes todavía estaban “allá abajo en el rebusque”; y la hermana mayor había salido.-¿Y las palomitas de maíz?- preguntó Tuca en seguida-. ¿Se le olvidó hacernos las palomitas de maíz?-No- explicó uno de los hermanos- ella ya las hizo. Pero le dio miedo de que nos las comiéramos todas antes de que ustedes llegaran y entonces las guardó ahí –señaló con la cara una puerta que estaba cerrada. Hizo un gesto de complicidad y guiñó el ojo-: La vecina tiene la llave…Mientras el niño hablaba Rodrigo observaba la casucha: dos armarios pequeños, un espacio afuera para el fogón y para el tanque, y la puerta cerrada que el niño había mostrado y que debía ser otro cuarto; ¿o tal vez el baño? Juntando toda la casa, era más pequeña que la cocina de su casa; ¡y ahí vivían once!, ¡¿además de la madre?!

Una vez Tuca le había contado a Rodrigo:-Mi papá era marinero. Sólo iba a la casa de vez en cuando. Un día no volvió a aparecer.-¿Murió?-Nadie lo sabe-¿Y tu mamá?-Ella vive con nosotros. Pero la que hace de mamá en la casa es mi hermana mayor.-¿Por qué?-Es que mi mamá… está enferma.-¿Qué tiene?-Algo, no sé bien. Pero mi hermana es la mejor persona que he conocido hasta ahora: resuelve todos los problemas.

Tuca miró a Rodrigo:-¿Has visto el paisaje que tenemos desde aquí?-Muy bonito-En este rincón es donde estudio. Tiene que ser por la noche porque cuando salgo de la escuela me voy a lavar carros. Y también porque por la noche todo el mundo está dormido y es más tranquilo.-Sí.-Sólo que por las noches estoy cansado. Y tampoco debo dejar la luz encendida: se gasta energía. Por eso estudio en el recreo.-Sí.Se quedaron callados.Los niños más pequeños los miraban.Al cabo de un rato Tuca quiso terminar el conflicto que llevaba adentro:-Nos vamos, Rodrigo. Ahora sabes en donde vivo y si alguna vez quieres venir, la casa es tuya.-¿Y las palomitas de maíz?- preguntó Rodrigo.No hubo necesidad de más. Los niños comenzaron a hablar de las palomitas, a querer palomitas, a pedir palomitas. ¡Qué agitación! Tuca miraba el suelo. De repente salió corriendo. Consiguió la llave en casa de la vecina. Abrió la puerta cerrada.Era un cuarto con una cama, un armario viejo con una puerta abierta y unos colchones en el suelo.Había una mujer echada en un colchón.Había una olla volteada en el suelo.Había palomitas de maíz regadas por todas partes. Los niños invadieron de inmediato el cuarto y comenzaron a recoger las palomitas del suelo.Ninguno puso atención a la mujer que se quería levantar del colchón.Rodrigo miraba con ojos aterrados.Tuca lo miró. Miró a la mujer. Miró las palomitas de maíz que desaparecían.-Listo –decidió-, tú no querrás comer palomitas del suelo, ¿cierto? Entonces no tenemos más nada que hacer aquí –empujó a Rodrigo hacia fuera de la casucha-. Ya conoces el camino. Baja por ahí –le indicó.Rodrigo estaba aturdido:-¿Por dónde?

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-Ven y te muestro –y bajó adelante, corriendo. En un momento llegó a la curva que le había indicado. Respiró hondo. Recordó el perfume del talco. Miró a un lado: había un charco enorme en aquel pedazo de cerro: había llovido muy fuerte la víspera y una mezcla de agua y de basura se había atascado ahí.Rodrigo llegó con la lengua afuera: Tuca había bajado tan aprisa que más parecía un cabrito.-¡Oye! –reclamó-, así no puedo. Casi me matas en esa baj…Pero Tuca ya se había volteado hacia él y lo miraba con cara de rabia, gritando: