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EL BIOMBO LACADO Los casos del juez Di Robert van Gulik Traducción: Juan Jiménez Ruiz de Salazar

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EL BIOMBO LACADO Los casos del juez Di

Robert van Gulik

Traducción:Juan Jiménez Ruiz de Salazar

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Título original: The Lacquer Screen Copyright © 1962 by Robert van Gulik

Copyright © 2015 Quaterni de esta edición en lengua española para todo el mundo

© Quaterni es un sello y marca comercial registrados

Traducción: Juan Jiménez Ruiz de Salazar

EL BIOMBO LACADO. Los casos del juez Di. Reservados todos los derechos.Ninguna parte de este libro incluida la cubierta puede ser reproducida, su contenido está protegido por la Ley vigente que establece penas de prisión y/o multas a quienes intencionadamente reprodujeren o plagiaren, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución en cualquier tipo de soporte existente o de próxima invención, sin autorización previa y por escrito de los titulares de los derechos del copyright. La infracción de los derechos citados puede constituir delito contra la propiedad intelectual. (Art. 270 y siguientes del Código Penal). Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra a través de la web: www.conlicencia.com; o por teléfono a: 91 702 19 70 / 93 272 04 47)

ISBN: 978-84-942858-4-4EAN: 9788494285844IBIC: FFH

QuATeRNICalle Mar Mediterráneo, 2 – N-628830 SAN FERNANDO DE HENARES, MadridTeléfono: +34 91 677 57 22Fax: +34 91 677 57 22Correo electrónico: [email protected]: www.quaterni.es

editor: José L. Ramírez C.Revisión: Raquel Ramos CuderoDiseño de colección: QuaterniDiseño de cubierta: Manuel Dombidau | www.dombidau.comMaquetación: Grupo RCImpresión: Grafilur, S.A.Depósito Legal: M-9774-2015Impreso en españa

20 19 18 17 16 15 (4) el papel utilizado en esta impresión es ecológico y libre de cloro

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El biombo lacado

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Verano

Otoño Invierno

Primavera

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Primer capítulo:

En el que se presenta el señor Shen

Permanecía de Pie justo a la entrada de su biblioteca, completamente confuso. Su visión estaba borrosa, no se atrevía a andar hasta su escritorio. apoyado con la espalda contra la jamba de la puerta en busca de fuerza, cerró los ojos y, alzando las manos lentamente hacia su cabeza, se presionó las sienes. el insufrible dolor de cabeza estaba ahora transformándose en un sordo y acuciante dolor. Sus oídos habían dejado de pitar. ahora podía escuchar en el distante patio de su residencia los familiares ruidos de sus sirvientes, volviendo a sus quehaceres después de la siesta. Pronto, su mayordomo llegaría con el té de la tarde.

con un tremendo esfuerzo, recuperó la compostura. descubrió con alivio que sus ojos estaban mejorando. enseguida levantó las manos y las observó con cuidado. no vio ninguna mancha de sangre. Levantó la mirada hacia el gran escritorio que tenía de madera pesada y lujosa. en su superficie pulimentada, observó cómo se reflejaban las flores que había en el jarrón de jade verde: estaban marchitándose. reflexionó ociosamente que su esposa tendría que renovarlas, pues siempre las elegía ella misma del jardín. de repente, un vacío se asentó en la boca de

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su estómago. Se tambaleó nervioso hasta el escritorio. Jadeando pesadamente, lo rodeó, apoyándose en su suave borde. entonces se dejó caer en el sofá.

agarró con fuerza sus brazos, preparándose para otro mareo. cuando pasó, abrió los ojos y vio el alto biombo situado contra la pared de enfrente. rápidamente, apartó la mirada, pero el biombo parecía moverse con ella. Un violento escalofrío recorrió su alta y deslucida figura. instintivamente, se ciñó con más fuerza su bata de andar por casa que estaba suelta. ¿Era ese el final? ¿Se estaba volviendo loco? Un sudor frío perlaba su frente, pensaba que iba a ponerse enfermo. Inclinó la cabeza y miró fija-mente el documento que su consejero había colocado en su escritorio, intentando desesperadamente recuperar el hilo de sus pensamientos.

con el rabillo del ojo, vio entrar a su mayordomo, cargado con la bandeja para el té. Quiso responder a su obsequioso saludo, pero tenía la lengua seca, hinchada y pesada. cuando el anciano, vestido sobriamente con una larga túnica gris y un gorro negro, le acercó respetuosa-mente una taza de té, el magistrado la tomó rápidamente con sus temblorosas manos y la saboreó. Si bebía más, se sentiría mejor. ¿Por qué no se iba el viejo chocho? ¿A qué esperaba? Movió los labios para soltar una pulla enfadado. Entonces se fijó en el gran sobre que había en la bandeja.

—esta carta, Señoría —dijo el viejo mayordomo—, la acaba de traer un visitante, un tal señor Shen.

Miró la carta, desconfiando aún de sí mismo como para levantar su temblorosa mano y cogerla. La dirección, escrita con una letra manuscrita valiente y oficial, decía: «a Kan Teng, magistrado del distrito Weiping. Personal».

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en la esquina inferior izquierda estaba el gran sello rojo de la Prefectura.

—como está marcado como «personal» —dijo el mayordomo con su seca y precisa voz—, he pensado que sería mejor que os la trajera directamente a vos, Señoría.

el magistrado cogió el sobre y alcanzó mecánicamente su abrecartas de bambú. como todos los magistrados de distrito, de los que había cientos, no era más que un simple engranaje en la colosal maquinaria administrativa del poderoso imperio chino de los Tang. Y, aunque tenía la máxima autoridad en el distrito de Weiping, no era más que un funcionario al servicio de la prefectura de Pienfú. el mayordomo estaba en lo cierto, un visitante que portaba una carta personal del Prefecto no podía esperar. ¡Gracias al cielo, ya podía volver a pensar de forma correcta!

abrió la carta con el cuchillo. contenía una hoja de papel oficial, en la que había escritas apenas unas líneas:

Confidencial. Al portador de este mensaje, Jen-Djieh Di, magistrado del distrito de Penglái, le hemos otorgado una semana de vacaciones en Weiping. Después de asistir a una conferencia en la Prefectura y antes de regresar a su puesto. Deberá estar de incóg-nito. Dad al susodicho Di toda asistencia que pudiera requeriros.

El Prefecto.

Lentamente, el magistrado Teng dobló la carta. Su colega de Penglái no podía haber llegado en un momento más extraño. ¿Y por qué estaba de incógnito? ¿Esperaban

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problemas? El Prefecto era conocido por sus métodos poco convencionales, así que podría haber enviado a este tal di para una investigación secreta. ¿debería hacerle esperar diciendo que estaba enfermo? No, eso exacerbaría las sos-pechas de sus sirvientes, pues había estado perfectamente bien durante toda la mañana. rápidamente, se tomó de un trago el resto del té.

ahora se sentía mejor. Pensó que su voz sonaba casi normal al dirigirse a su mayordomo.

—Sírveme otra copa. después, dame mi ropa formal. el anciano ayudó a su señor a ponerse una larga túnica

de brocado marrón y le dio un sombrero cuadrado de gasa negra. el magistrado se ató un fajín a la cintura.

—Ya puedes traer al señor Shen —dijo—. Lo recibiré aquí, en mi biblioteca.

en cuanto el mayordomo se marchó, el magistrado Teng se acercó andando al amplio banco de ébano reservado para las visitas. estaba apoyado contra la pared lateral, debajo de una pintura de un paisaje dibujada en un pergamino. Se sentó en la esquina izquierda y se aseguró de que solo pudiera ver la mitad del biombo lacado desde allí. Volvió a su escritorio. menos mal que ya podía caminar bien de nuevo. Pero ¿soportará su mente el encuentro? Mientras estaba ahí, de pie, perdido en sus pensamientos, la puerta se abrió y entró su mayordomo, quien le dio una tarjeta roja de visita en la que había escritos dos grandes caracteres que componían el nombre «mo Shen». en la esquina inferior izquierda se había añadido con letra más pequeña «repre-sentante».

Un tipo alto, de hombros anchos, con una larga barba y bigotes a juego, entró e hizo una reverencia, con los brazos unidos en las amplias mangas de su deslucida túnica azul.

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Su desgastado sombrero negro no mostraba ninguna marca de rango. el magistrado Teng respondió a su reverencia y pronunció unas palabras de bienvenida. después hizo un gesto a su invitado para que se sentara en el banco, a la izquierda de la mesa baja para el té. Él, por su parte, se sentó al otro lado, e hizo un perentorio gesto al mayordomo, que continuaba pululando por la puerta, para que se marchara.

Cuando la puerta se cerró, el barbudo miró a su anfitrión a través de unos ojos que se mantenían claramente sagaces y alerta.

—Llevo mucho tiempo queriendo conocerle, Teng —dijo con una voz profunda y agradable—. incluso cuando estaba aún destinado en la capital, escuché cómo todo el mundo le alababa por ser uno de nuestros mayores poetas. Y, por supuesto, también debido al excepcional administrador que es.

el magistrado hizo una reverencia. —es demasiado amable, di —dijo—. entonces, igual

que ahora, garabateo de vez en cuando algunos versos, simplemente para pasar el rato. difícilmente me hubiera atrevido a esperar que un atribulado colega, conocido por su afición a la literatura y, aun más, por su dedicación a la resolución de crímenes, se dignaría siquiera a mirar mi humilde trabajo. —Se detuvo. el mareo estaba de vuelta y encontraba difícil continuar con los intercambios habi-tuales de cortesías. Dudó un momento antes de seguir—: Su excelencia, el Prefecto, ha remarcado que está aquí de estricto incógnito. ¿Supone eso que su visita está conectada con alguna investigación criminal? Perdone mi brusquedad, pero…

—¡Para nada! —dijo el juez di con una sonrisa pesa-rosa—. no sabía que la carta de presentación del Prefecto

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eL JUez di Toma eL TÉ con eL maGiSTrado TenG

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estuviera escrita con tanto cuidado. ¡espero que no le haya causado ninguna preocupación innecesaria! el hecho es que encuentro mis deberes en Penglái bastante agotadores, sin duda debido a mi falta de experiencia. Penglái es mi primer puesto como magistrado de distrito, ¿sabe? Justo pensaba tomarme unas breves vacaciones cuando me convocaron a la conferencia sobre defensa costera en la Prefectura. mi dis-trito está situado frente a la península de corea al otro lado del mar, y nuestros vasallos coreanos están algo rebeldes últimamente. el Prefecto me tuvo ocupado desde la mañana hasta la noche. Un alto funcionario de la capital también estaba presente… y, bueno, ya sabe cómo es estar a las órde-nes imperiosas de gente de tan alto rango. La conferencia duró cuatro días y seguro que, cuando vuelva a Penglái, me encontraré con infinidad de problemas que arreglar. Por tanto, pedí unas cortas vacaciones que pasar como turista en este distrito, famoso por sus muchos lugares históricos y por la belleza de sus paisajes, tan exquisitamente descritos en su poesía. esa, y solo esa, es la razón por la que pedí permanecer de incógnito, y por la que me hago pasar por Shen mo, un agente de la comisión.

—Ya veo —dijo su anfitrión, asintiendo, mientras pen-saba: «De vacaciones, ¡y unas narices! Si el Prefecto hubiera dicho tal cosa en su carta, podría haber lidiado con él durante uno o dos días»—. ¡es, sin duda, un alivio poder excusarse de toda la pompa y la circunstancia relacionada con nuestro puesto durante un tiempo y poder pasear libre como un simple ciudadano! Pero ¿qué sucede con su séquito?

—de hecho —respondió el juez di—, solo me he traído a uno de mis tenientes, un tipo hábil llamado Tai chiao.

—¿no incentiva eso, a… una indebida familiaridad por parte de su subordinado? —preguntó dudoso Teng.

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—¡debo confesar que ni se me pasó por la cabeza! —respondió el juez con una sonrisa divertida—. ¿Podría recomendarnos un pequeño, pero limpio, hospicio donde quedarnos? Y ¿cuáles son los monumentos más importan-tes que uno puede ver por aquí?

Teng tomó un sorbo de su taza. —me preocupa que su deseo de anonimato me niegue el

placer de tenerle aquí como mi honorable invitado. Ya que, sin embargo, insiste, le recomiendo quedarse en el Hostal Grulla Voladora, que tiene una excelente reputación y que, además, no se encuentra lejos de este tribunal. en cuanto a las vistas, le presentaré a mi consejero y ayudante general, Yoo-Te Pan. nació y se crio aquí, y conoce este pueblo como la palma de su mano. Permítame llevarlo hasta él, tiene su despacho al otro lado de la cancillería.

el magistrado se levantó. cuando el juez siguió su ejemplo, pudo ver cómo este se tambaleaba de repente. Se estabilizó por sí mismo, sujetándose al brazo del banco con ambas manos.

—¿Se siente bien? —preguntó ansioso el juez. —¡no es nada, solo un ligero mareo! —dijo con una

fina sonrisa Teng—. Estoy un poco cansado. —Miró exas-perado al mayordomo, que acababa de entrar. este hizo una profunda reverencia ante su señor.

—Lamento molestaros, Señoría —dijo con voz grave—, pero la sirvienta acaba de informarme que la señora no ha aparecido todavía después de la siesta y que la puerta de su habitación permanece cerrada.

—es verdad, olvidé decírtelo —dijo el magistrado Teng—. después de la comida del mediodía, recibió una llamada urgente de su hermana mayor para que fuera a su casa del campo. informa a los sirvientes. —al ver la

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duda reflejada en el rostro del mayordomo, Teng preguntó irritado—: Bueno, ¿a qué esperas? ¿No ves que estoy ocu-pado?

—Tengo que informaros también —tartamudeó el anciano con vergüenza evidente— de que alguien ha roto el gran jarrón que hay frente a esos aposentos. Yo…

—¡dímelo más tarde! —lo interrumpió el magistrado. después, condujo al juez di hasta la puerta.

mientras lo llevaba atravesando el jardín que separaba la residencia del magistrado del tribunal, Teng dijo de repente:

—deseo sinceramente que no me niegue por completo el placer de su conversación durante su estancia aquí, di. Visíteme cuando prefiera. Tengo un auténtico problema que me gustaría hablar con usted en algún momento. Gire a la izquierda aquí, por favor.

cruzaron el gran patio principal del tribunal. cuando llegaron al edificio, Teng guio al juez hasta una pequeña oficina muy ordenada. El esbelto hombre que se sentaba detrás de un escritorio ocupado por documentos oficiales se levantó de un salto al ver a su jefe. Hizo un gesto a una sirvienta que estaba intentando ocultarse en una esquina para no llamar la atención, después se acercó cojeando e hizo una profunda reverencia.

—este es el señor Shen un… representante —dijo con tono medido el magistrado—, que trae una carta de pre-sentación del Prefecto. desea quedarse aquí unos días para apreciar los paisajes de nuestro distrito. dale toda la infor-mación que necesite. —después se giró hacia el juez di—. deberá disculparme ahora, pero debo prepararme para la sesión vespertina del tribunal. —Hizo una reverencia y se marchó.

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el consejero Pan acomodó al juez en una gran silla situada al otro lado de su escritorio e hizo las típicas pre-guntas de cortesía. Pero parecía preocupado y nervioso. como el magistrado Teng había sido bastante brusco con él, el juez supuso que un caso especialmente difícil debía aguardarlo durante esa sesión en el tribunal, pero cuando preguntó al consejero al respecto, Pan respondió rápida-mente:

—¡oh, no! Solo tenemos los asuntos rutinarios con los que trata el tribunal. ¡Por suerte este es un distrito bastante tranquilo!

—Lo pregunto —dijo el juez di— porque durante nues-tra conversación el magistrado hizo referencia a algunos problemas acuciantes a los que se enfrentaba.

Pan alzó sus cejas grises. —nada de lo que yo tenga constancia —dijo. La misma

sirvienta volvió en ese momento—. ¡Vuelve más tarde! —le soltó, y ella desapareció rápidamente. entonces, Pan continuó hablando con expresión contrita—: ¡Esas estú-pidas chicas! Parece que alguien rompió un gran jarrón antiguo delante de las habitaciones de la señora Teng. mi señor tenía en alta estima ese jarrón, pues era una herencia. ninguna de las sirvientas quiere admitir su culpa, así que el mayordomo me pidió que las interrogara y encontrara al culpable.

—¿No tiene el magistrado ningún otro ayudante? —pre-guntó el juez—. Por lo general, un magistrado tiene tres o cuatro tenientes como equipo propio, ¿no es así? Y normal-mente se los lleva consigo a cada nuevo puesto.

—Sí, es cierto. Pero mi señor no siguió esa costum-bre. es un hombre con una disposición un tanto distante, ya sabéis, un tanto extraño, si se me permite decirlo. Yo

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mismo pertenezco al personal permanente de este tribunal. —Frunció el ceño y continuó—: ¡El magistrado debe estar muy molesto por ese jarrón! creo que no tenía muy buen aspecto.

—¿Sufre alguna enfermedad crónica? —preguntó el juez—. Yo también he notado la palidez de su rostro.

—oh, no —respondió el consejero—. nunca se ha que-jado por su salud, y últimamente estaba excepcionalmente alegre. Hace un mes o algo así, se resbaló en el patio y se torció el tobillo, pero ya está completamente sanado. es el calor del verano lo que le molesta, supongo. ahora, veamos qué lugares deberíais visitar primero, señor Shen. está…

empezó una larga descripción sobre los paisajes de Weiping. al juez di le pareció un hombre docto, que había leído mucho y que tenía un profundo interés en la historia local. Lamentó tener que levantarse después de un rato y decir que tenía que marcharse porque su compañero de viaje estaba esperándolo en una casa de té, en la esquina tras el tribunal.

—en tal caso —dijo Pan—, dejadme llevaros a la salida de emergencia que hay en la parte trasera. eso os evitará dar un rodeo por la puerta delantera del tribunal.

Llevó al juez de vuelta a la residencia del magistrado; a pesar de su pierna de madera, andaba con facilidad. atra-vesaron un largo y oscuro corredor carente de ventanas que parecía rodear la casa.

—¡en cierto modo esta salida es también algo único de nuestra ciudad! —dijo con una sonrisa Pan mientras abría la pequeña puerta de hierro que había al final—. Se construyó hace más de setenta años como entrada secreta, cuando hubo una rebelión armada aquí. como sabréis, en ese momento, el gobernador, el famoso…

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el juez di le cortó rápidamente, agradeciéndole su ayuda profusamente. Salió a la silenciosa calle trasera y caminó en la dirección que le había indicado.

encontró la casa de té donde había dejado a Tai chiao a la vuelta de la esquina. aunque la siesta acababa de ter-minar, la terraza al aire libre estaba completamente llena. La mayoría de las mesas estaban ocupadas por gente bien vestida, que sorbía ociosamente el té o mordisqueaba semillas de sandía secas. el juez caminó directamente hacia una mesa donde un hombre fortachón estaba sentado, cubierto de una sencilla túnica marrón y un sombrero negro redondo. estaba ocupado leyendo un libro. cuando el juez cogió la silla frente a él, el hombre se levantó de un salto. el juez di era alto, pero Tai chiao le sacaba unos cuantos centímetros. Tenía el cuello grueso, amplios hombros y la cintura estrecha de un boxeador profesional. Su rostro lampiño, bastante hermoso, se iluminó con una sonrisa.

—¡estáis de vuelta antes de lo que os esperaba, magis-trado!

—¡corta con lo de «magistrado»! —le avisó el juez—. ¡recuerda que estamos de incógnito! —cogió el montón de ropas que había en la silla y lo puso en el suelo. al sentarse, dio una palmada y ordenó al camarero que trajera otra tetera.

Un hombre muy delgado, en los huesos, prácticamente, que estaba sentado en una silla, solo, en una mesa que estaba en una esquina, levantó la mirada de repente. Tenía un rostro feo, mugriento y repulsivo. Una fina y larga cicatriz recorría su mandíbula hasta llegar al hueco vacío donde hubiera tenido su ojo derecho. Se llevó una larga mano, cuyos dedos semejaban patas de araña, a la mejilla, intentando evitar un tic nervioso. después puso sus codos

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picudos en la mesa. Se inclinó hacia delante, mientras intentaba captar lo que decían el juez y su compañero, pero el ruido de la conversación que había en otras mesas ahogó sus voces. decepcionado, se contentó con observarlos fijamente con un ojo malévolo.

Tai chiao miró alrededor.—¿Veis a ese tipo que se sienta solo en esa mesa detrás

de mí? —dijo al ver al hombre feo, apartando la vista al momento—. ¡Parece un asqueroso insecto que haya rep-tado fuera de su refugio en este mismo momento!

—Sí, no parece muy agradable. Pero, bueno, ¿qué estás leyendo?

—es una guía de Weiping que me ha prestado el cama-rero. ¡Fue una idea excelente interrumpir nuestro viaje aquí! —acercó el libro abierto al juez—. mirad, dice aquí que en el Templo del dios de la Guerra hay un grupo de estatuas de tamaño real de una docena de nuestros antiguos generales más famosos, realizadas por un gran escultor de la antigüedad. Después están los magníficos baños termales que…

—¡el consejero del magistrado ya me acaba de hablar de todo eso ahora mismo! —lo interrumpió el juez con una sonrisa—. Vamos a estar bastante ocupados disfrutando de los paisajes. —Sorbió el té—. mi colega de aquí, Teng, me ha decepcionado un poco, ¿sabes? Como es un poeta tan famoso, me lo había imaginado como un tipo alegre y un brillante causeur1. Pero parece más bien un palo viejo, y casi un ordenanza. Parecía enfermo y preocupado.

1 Persona capaz de mantener una agradable e interesante conversación.

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—Bueno, ¿qué podíais esperar? —preguntó Tai Chiao—. ¿No me dijisteis que solo tiene una esposa? ¡Eso es algo extraño para un hombre de su posición!

—no deberíais decir que es extraño —reprobó el juez—. el magistrado y su esposa son un ejemplo de amor conyugal. aunque llevan casados ocho años y no tienen hijos, Teng nunca ha tomado otras esposas o concubinas. Los círculos literarios de la capital los han apodado como «Los amantes eternos», no sin envidia, creo. Su esposa, Loto Plateado, es conocida también por su talento poé-tico, y tal interés en común ha formado un lazo poderoso.

—Puede ser buena poetisa —observó Tai chiao—, pero todavía pienso que su marido haría bien en añadir dos o tres jóvenes bonitas al mobiliario de su habitación, solo para inspirarse, quiero decir.

el juez no le escuchó. La conversación que se estaba llevando a cabo en la mesa de al lado había captado toda su atención.

—Sigo diciendo que el magistrado cometió un error en la sesión matutina. ¿Por qué se negó a anotar el suicidio del viejo Ko? —decía un hombre gordo con papada.

—Bueno —respondió un hombre con cara zorruna que se sentaba frente a él—, ya sabes que no se ha encontrado el cadáver. ¡Sin cuerpo, no hay certificado! ¡Esa es la mente burocrática!

—¡Pues claro que no hay cuerpo! —dijo enfadado el gordo—. Pero si saltó al río. Y la corriente de la zona es incómodamente rápida. no nos olvidemos de que encima lo hizo por donde más pendiente había, precisamente en la zona de la colina, que es bastante alta. no estoy diciendo nada malo sobre nuestro magistrado, por cierto, ya que es el mejor que hemos tenido en años. Solo digo

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que, siendo un oficial que recibe la paga puntualmente cada mes, no sabe nada de los problemas financieros que arrastramos los empresarios de la zona. no se da cuenta de que mientras el suicidio no se certifique, el banquero de Ko no se puede hacer cargo de sus negocios. como el viejo Ko tenía muchos asuntos pendientes, el retraso puede significar cuantiosas pérdidas para la familia.

el otro asintió con sabiduría. —¿Tienes alguna idea de por qué lo hizo? Espero que

no fuera por ninguna preocupación económica. —¡Por supuesto que no! —dijo rápidamente el

gordo—. era un buen negocio, esa empresa de sedas que tenía, la más grande de la provincia, diría yo. Había tenido problemas de salud últimamente. esa debió de ser la causa. ¿recuerdas el suicidio del año pasado de Wan, el vendedor de té que siempre se quejaba de dolores de cabeza?

el juez di perdió todo interés en la conversación y se sirvió otra taza de té. Tai chiao, que también había estado escuchando, le susurró:

—¡recordad que estáis de vacaciones, Señoría! ¡Y que todos los cadáveres que puedan flotar por aquí son propiedad exclusiva de vuestro colega Teng!

—¡Tienes razón, Tai chiao! ¿da esa guía de viajes una lista de joyeros de la zona? Debo comprar unas chuche-rías para mis esposas como recuerdo.

—¡Una lista tan larga como mi brazo! —respondió Tai chiao. Tras ojear rápidamente el libro, le enseñó una hoja al juez. este asintió.

—eso es bueno. Tendremos mucho entre lo que elegir. —Se levantó y llamó al camarero—. Vamos, he conse-guido la dirección de un buen hostal no lejos de aquí.

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el tipo feo de la mesa de la esquina se esperó hasta que pagaron y se marcharon. entonces se levantó rápidamente y se tambaleó hasta la mesa que acababan de dejar. cogió el libro con naturalidad y miró la página por la que estaba abierto. Un brillo maligno llenó su único ojo. Tiró el libro y bajó apresuradamente de la terraza. Vio al juez y a Tai chiao a lo lejos, parecían estar preguntando el camino correcto a un vendedor callejero.

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