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Zael Ortega Pérez ¿Cómo relacionar la ética a la mostración de una obra y de un artista, tomando en cuenta su teleología? A modo de advertencia quiero resaltar que, la presente interrogante, por importante y prometedora que parezca, me ha parecido una empresa sumamente difícil de realizar. Por un lado tenemos una ciencia abstracta e ideal: la ética, la cual generalmente está pensada a partir del lenguaje lógico; y por otra parte, la estética, estructurada a través de un lenguaje emotivo y prácticamente indecible. Sería una actitud un tanto testaruda y a la vez infructuosa preguntarse si el arte conlleva una práctica ética, un bien absoluto, una virtud. Por consiguiente, en este breve escrito únicamente analizaremos los posibles vínculos entre el arte, la ética y la estética, con sus respectivas directrices metodológicas. De esta forma, podríamos comenzar con dos importantes interrogantes y una breve introducción, haciendo algunos comentarios generales. ¿La ética es una ciencia ideal, y cuál es su tarea?. Si hay problemas de la ética que posean sentido, y que en consecuencia admitan solución, la ética será una ciencia. Porque la solución correcta de sus problemas constituirá un sistema de proposiciones verdaderas, y un sistema de proposiciones verdaderas acerca de un objeto constituye precisamente la “ciencia” de ese objeto. Ella otorga conocimiento y nada mas, su única meta es la verdad; lo que significa que toda ciencia como tal es puramente teórica. Así también las interrogantes de la ética son problemas puramente teóricos. Los investigadores de la ética solo tratan de hallar soluciones correctas; su aplicación practica, en caso que sea posible, no corresponde al dominio de la ética. Si alguien estudia dichas interrogantes para aplicar los resultados a la vida y la acción, su preocupación por la ética tiene un fin practico; pero la ética misma nunca tiene otra meta que la verdad. ¿Cuál es el problema central de la ética, y por qué su método es psicológico?. El problema central de la ética es solo el interrogar acerca de la explicación causal de la conducta moral; frente a él, todos los demás se reducen al nivel de meros problemas preliminares. El problema moral en esta forma fue formulado con la mayor claridad por Schopenhauer, cuyo sano sentido de la realidad lo llevo aquí al camino correcto y lo guardó de la formulación kantiana del problema y de la filosofía poskantiana del valor. El problema que debemos situar en el centro de la ética es un problema puramente psicológico. Porque indudablemente el descubrimiento de los motivos o leyes de todas clases de conducta, y por lo tanto de la conducta moral, es un asunto puramente 1

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Page 1: El arte como fuente ética

Zael Ortega Pérez

¿Cómo relacionar la ética a la mostración de una obra y de un artista, tomando en cuenta su teleología?

A modo de advertencia quiero resaltar que, la presente interrogante, por importante y prometedora que parezca, me ha parecido una empresa sumamente difícil de realizar. Por un lado tenemos una ciencia abstracta e ideal: la ética, la cual generalmente está pensada a partir del lenguaje lógico; y por otra parte, la estética, estructurada a través de un lenguaje emotivo y prácticamente indecible. Sería una actitud un tanto testaruda y a la vez infructuosa preguntarse si el arte conlleva una práctica ética, un bien absoluto, una virtud. Por consiguiente, en este breve escrito únicamente analizaremos los posibles vínculos entre el arte, la ética y la estética, con sus respectivas directrices metodológicas. De esta forma, podríamos comenzar con dos importantes interrogantes y una breve introducción, haciendo algunos comentarios generales.

¿La ética es una ciencia ideal, y cuál es su tarea?. Si hay problemas de la ética que posean sentido, y que en consecuencia admitan solución, la ética será una ciencia. Porque la solución correcta de sus problemas constituirá un sistema de proposiciones verdaderas, y un sistema de proposiciones verdaderas acerca de un objeto constituye precisamente la “ciencia” de ese objeto. Ella otorga conocimiento y nada mas, su única meta es la verdad; lo que significa que toda ciencia como tal es puramente teórica. Así también las interrogantes de la ética son problemas puramente teóricos. Los investigadores de la ética solo tratan de hallar soluciones correctas; su aplicación practica, en caso que sea posible, no corresponde al dominio de la ética. Si alguien estudia dichas interrogantes para aplicar los resultados a la vida y la acción, su preocupación por la ética tiene un fin practico; pero la ética misma nunca tiene otra meta que la verdad.

¿Cuál es el problema central de la ética, y por qué su método es psicológico?. El problema central de la ética es solo el interrogar acerca de la explicación causal de la conducta moral; frente a él, todos los demás se reducen al nivel de meros problemas preliminares. El problema moral en esta forma fue formulado con la mayor claridad por Schopenhauer, cuyo sano sentido de la realidad lo llevo aquí al camino correcto y lo guardó de la formulación kantiana del problema y de la filosofía poskantiana del valor. El problema que debemos situar en el centro de la ética es un problema puramente psicológico. Porque indudablemente el descubrimiento de los motivos o leyes de todas clases de conducta, y por lo tanto de la conducta moral, es un asunto puramente psicológico. Sólo la ciencia empírica de las leyes que rigen la vida de la psiquis y ninguna otra, puede resolver este problema.

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Debemos reconocer que la relación ética-estética es tormentosa. Platón, en la antigua Grecia, había propuesto expulsar a los artistas de su ciudad ideal. Él colocaba límites a la libertad artística. De alguna forma hizo el mismo tipo de protesta, sobre la tragedia y el teatro, que actualmente se le imputa a la TV. ¿Y es que acaso el arte tiene que enseñar cosas buenas?... Para Platón esta manifestación debía mostrar el patriotismo y otras virtudes más espartanas que atenienses. Y es que la belleza es difícil de abordar. Ella nos despierta un interés. Kant sostenía que apreciamos las cosas de manera distinta. No es lo mismo lo que nos despierta un plato delicioso (ciertamente, el placer que sienten todos los animales), que una obra de arte. A cada cual le puede gustar o disgustar el sabor de una comida. Nadie va a comer algo que no le gusta, porque otra persona dice que está equivocado, que el plato es sabroso. El placer del gusto es el más rebelde de la persuasión. Sin embargo, en la belleza entra el gusto y el aprecio sensorial. La belleza se separa de las otras formas de agrado. La comida me puede gustar por recompensa física. Hasta los placeres de la razón moral, como apreciar la bondad en las otras personas, son interesados. No obstante, el placer de la belleza no está ligado a nada. La belleza la reconocemos sin aprobación moral ni utilización personal. A mí me pueden mostrar un hermoso castillo hecho con la vida de miles de personas, me puede parecer una lástima que hayan asesinado a tantos, pero me seguirá pareciendo bonito. Esto, en cierta medida, justifica a Platón. Para el filósofo a la gente debe gustarle lo útil, lo moral. No es verdad que la estética sea un buen modelo para la ética. La estética necesita novedad. No puede ser lo mismo de siempre. No podemos seguir reproduciendo cuadros impresionistas o cubistas al igual que en épocas pasadas. El arte es una necesidad de originalidad. Es estimulantemente bello, aquello que no estamos acostumbrados a ver. En la ética no existe ningún tipo de novedad. La idea de tratar a

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los seres humanos como fines y no instrumentos, de ponernos en su lugar, ya es conocida desde hace tiempo y no debe cambiarse. Incluso se puede sentir gracia cuando preguntan por los nuevos valores éticos. A lo que se responde que no existen nuevos valores. La novedad está en que los viejos se cumplan. Lo que importa para la ética es que a través de las novedades y lo original, se debe recordar lo estable, lo que dura. La estética busca nuevas formas de comprender. La habilidad del poeta está en transformar a los malos en semejantes. Actualmente, el oído y la vista se van acomodando con el tiempo. De allí que la belleza no sea estática, crea nuevos espacios en la realidad. En nuestros días, el cine sustituye a la realidad. Malo sería si se pretendiera mostrar un mundo reconciliado que no sea el real. Claro está, se ha intentado colocar algo que no tenga nada que ver con la ética en la estética. Sin embargo, en la mayoría de las veces el intento es fallido. La ética pretende que nos portemos bien. No sabemos qué pretende la estética.

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Aunque es necesario estar claros en que al arte le atraviesan las mismas tentaciones que a la ética y que a cualquier otra actividad humana. También el arte está tentado de negar la diferencia, pretendiendo reducirla a una unidad inexistente o a una pluralidad casi infinita de pequeñas unidades incomunicables e incomunicadas entre sí. El arte también conoce la tentación de la ideología, de lo racional, de lo hermético. El arte también nos puede aprisionar en un mundo de ilusiones en vez de abrirnos. El arte nos puede hacer pequeños dioses profundamente a-éticos ó seres humanos profundamente éticos siempre en tensión simbólica entre lo idéntico a sí mismo y lo totalmente otro, siempre creadores. No caigamos pues, en ilusiones. Después de siglos, el arte, como la religión, nos han ayudado mucho, han cambiado radicalmente a individuos, han marcado épocas, pero no han cambiado mágicamente la sociedad, ni la cambiarán hoy tampoco. Pero el arte, en todas sus manifestaciones, tiene un potencial que no tiene ninguna otra manifestación teleológica humana para la ética personal, social y pública, y éste potencial inagotable radica en su naturaleza simbólica y en su fuerza para simbolizar y revelar. Por naturaleza simbólica entendemos la conciencia que tiene siempre el arte de ser, desde su raíz misma, parte y expresión de otra realidad, con la que forma un solo ser, a la que busca y persigue incesante y obsesivamente.

Recordemos que “símbolo”, en su sentido originario griego, eran aquellas dos partes en que se rompía una moneda o una medalla en el preciso momento de hacer un pacto o establecer un acuerdo, en testimonio y señal de que se había hecho. Cada parte solamente existía en función de la otra y ambas en función de un día poder ser juntadas y en su coincidencia exacta, poder restituir la memoria del acontecimiento originante. Así es el arte, una forma de ser parte de otra y en función de la cual existe. El arte es siempre diferencia que tiende a la mismidad sin lograrlo nunca. El arte es símbolo, mediación estética, como la ética es mediación moral. El arte existe evocando y anunciando lo otro como parte de su ser total y queriéndolo reconstituir. Como dijo de sí mismo un teólogo, también podría decir el artista: tengo conciencia de haber sido visitado y desde entonces no hago más que decirme y buscar por quién.

El arte es diferencia en búsqueda de mismidad, y ojalá que siempre sea así, de lo contrario no sería arte. Un arte que llegó a su mismidad, ya dejó de serlo: es el ser, es la realidad. Un arte que no descubre su naturaleza simbólica, es una racionalización, es un puro signo pegado a una idea, un concepto a un significado, no es arte. El arte es la diferencia creada, simbólica, eternamente refiriendo a la mismidad. El arte es comprensión, es reencantamiento, es tolerancia, es libertad. El arte es democrático y fuente de democracia. El arte no sustituye la ética racional, argumentada y fundada, la ética crítica, pero sí la nutre, la inspira y la ayuda a superarse. El arte, en el logro de su tensión simbólica, nos puede devolver a lo que somos, a quiénes somos, nos puede devolver al proyecto humano cuando nos salimos de él, nos puede inspirar en su lenguaje simbólico el proyecto que debemos construir, puede inspirar y nutrir nuestra ética, personal, puede contribuir a sostenernos en una ética necesaria pero nada fácil, que no conoce atajos. Porque como no se hace arte ni religión haciendo simplemente ética, tampoco se es correctamente ético siendo un gran artista o siendo una gran creyente.

Arte y ética están mediatizadas por la diferencia y la suponen, hasta el punto que queriéndola superar, la reproducen. Por ello arte y ética son encuentro, en nuestro caso, de un artista consigo mismo, con lo que ha

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sido, es y pretende ser. Difícil imaginarse un artista que se encuentra éticamente si no se encuentra creadoramente, al igual que lo contrario.

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Hasta aquí, desde términos puramente “antiteleológicos”, podríamos decir que la finalidad del arte no es otra más que sí mismo. Esto debido a lo siguiente: según la ética ideal, el mundo visible tal como lo concibe nuestro conocimiento, es una manifestación de la voluntad. Pero esa manifestación se presenta en la lucha permanente, en un devenir en el que se mezclan por igual creación y destrucción. Esto quiere decir que la voluntad esta en lucha consigo misma y que el mundo es una manifestación de esta simultanea afirmación y negación de la voluntad. Cuando llega a la conciencia humana, la voluntad se hace refleja y lo que antes quería inconscientemente, ahora lo quiere de manera conciente. Y el conocimiento puede aquietar, negar esa voluntad: el hombre puede satisfacer sus deseos, pero puede también oponerse a ellos por motivos que le suministra su inteligencia.

Estos focos de la voluntad llevan a una lucha generalizada de los hombres entre sí, haciendo de la vida un espectáculo desolador. ¿Hay algún modo de salir de este circulo? ¿Tiene prevista la voluntad algún escape a esta situación? Cuando la conciencia tiene ante sí todo este cúmulo de desgracias que la vida lleva consigo, es cuando la luz de la inteligencia tiene que decidirse por la afirmación o negación de la voluntad de vivir. Si elige la primera, ya sabe su resultado: una carrera de satisfacciones de deseos que terminan en la decepción y el vació. Si se decide por la segunda, se abre un nuevo panorama: la inteligencia que está al servicio de la voluntad, puede emanciparse de esta y crear un mundo nuevo; los que se deciden por este camino son excepciones porque actúan en contra del orden natural de las cosas. Dos son las formas como la inteligencia puede oponerse a la voluntad: el arte y la moral.

La experiencia artística es una forma privilegiada de la desvinculación de la voluntad. El arte tiene la facultad de llegar al conocimiento de las ideas, los “eidos”, las esencias universales de las cosas, que es la primera objetivación de la voluntad. En ese conocimiento, el sujeto es puro cognoscente que se desprende de su individualidad y que precisamente por eso, llegar al conocimiento esencial. Por tanto, este conocimiento lleva consigo la ruptura del condicionamiento espacio-temporal y de la individualidad alcanzando el reino de lo uno y lo universal. El arte es representación, emancipado de la voluntad de vivir. Y eso conlleva un cambio radical tanto en el sujeto como en el objeto de conocimiento.

Empecemos por el segundo. El objeto de la intuición estética no es algo empírico, particular, sino la idea de la cosa. Y la idea no es agotada por las cosas particulares en sus intuiciones empíricas. Por tanto, la idea no es el concepto general de las cosas que se forman a posteriori en un proceso lógico de abstracción, sino el ser supraindividual, fuente inagotable de todo conocimiento empírico. Al contemplar el objeto como expresión de la idea, lo sacamos de su individualidad y relativismo; estéticamente “vemos” en la cosa individual lo general que hay en ella, mientras que en el concepto lógico no hacemos mas que pensarlo. Por eso el conocimiento artístico es algo intuitivo, ajeno a la abstracción racional. La idea es pues el puente entre la unidad metafísica de la voluntad y la pluralidad de los fenómenos. Ella no existe en el espacio ni en el tiempo, sino que se expresa en las figuras espacio-temporales artísticas.

También el sujeto sufre una modificación esencial en la experiencia artística. El transito del conocimiento objetivo empírico al intuitivo de las ideas se hace desligándose del servicio de la voluntad. Para adueñarnos de una idea, necesitamos un acto de renuncia a nosotros mismos, apartando aunque sea provisionalmente, el conocimiento respecto de la voluntad. Así consideramos las cosas como si no afectaran nuestro querer y nos hacemos uno con la idea:

“Tenemos por lo tanto, que el conocimiento puro y emancipado de la voluntad se produce cuando la conciencia de las cosas exteriores que nos rodean se sublima de tal modo, que hace desaparecer la de la propia personalidad. Al olvidarnos de que formamos parte del mundo es cuando verdaderamente lo concebimos de

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una manera puramente objetiva. Las cosas se nos presentan más bellas, a medida que la conciencia de lo exterior crece y la conciencia individual se va desvaneciendo” (Arthur Schopenhauer).Al desaparecer la voluntad, desaparece también la individualidad con su cadena de ajetreo, dolores y preocupaciones. Precisamente por su identificación con la idea y el olvido de sí mismo, la conciencia del objeto hace disminuir la del sujeto particular que se disuelve en la imagen, en la representación.

Así pues, el hombre puede elegir entre dos existencias, una como voluntad, como individuo, a cuyo servicio se pone la inteligencia. Otra como observador; aquí la inteligencia se impone a la voluntad haciéndose puro sujeto del conocimiento, desligado de intereses individuales y fundido con la esencia o idea de las cosas.

El arte es una de las formas de abordar el problema de la existencia; en él, la inteligencia se dirige a la contemplación objetiva del mundo, queriendo desentrañar la verdadera naturaleza de las cosas y de la vida. El resultado es una nueva expresión de la esencia de la vida. Esa expresión se hace en el idioma de la intuición, no en el del lenguaje abstracto.

La expresión artística es directamente inteligible; presenta una imagen visual de la esencia de la vida, muestra las cosas como son. Lo que hace el arte es tomar las cosas tal y como las muestra la sabiduría de la naturaleza, y reproducirlas en términos más puros y precisos. Pero la obra de arte no entrega su secreto si aquel que la contempla no aporta su esfuerzo y empatía.

Las obras de arte pues, manifiestan directamente aunque de modo implícito, toda su sabiduría; exigen preparación y actitudes especificas en quien las contempla. Y aunque el espectador ponga su contingente propio y necesario, la obra de arte se deja siempre un reducto incognoscible por el que se ha de volver una y otra vez sobre ella. Es decir, se reserva la ultima palabra y deja siempre algo que pensar. Lo mejor que hay en el arte es de naturaleza demasiado espiritual para ser presentado en conceptos claros o en sensaciones fugaces; la imaginación es la que debe concebirlo, pero la obra de arte es la que fecunda a aquella.

El fin del arte no es otro que el facilitar la inteligencia de las ideas. Estas, por esencia son objeto de la percepción sensible y sus atributos determinativos son inagotables, no pudiéndose comunicar mas que por vía intuitiva. No sucede lo mismo con la noción o concepto, el cual es algo que el pensamiento por si solo puede percibir con claridad, determinándolo y agotándolo. Para comunicar fríamente el contenido del concepto bastan las palabras, siendo inútil el rodeo del lenguaje artístico. Una obra de arte será un fracaso si esta basado en meros conceptos; si quiere inspirar algo preciso, producirá repugnancia en el espectador.

Tratar de reducir obras artísticas a verdades abstractas con el pretexto de que aquellas quisieron expresar éstas, es una insensatez. El artista piensa cuando realiza su obra, pero el móvil de su actividad no es transmitir precisamente, sino conmovernos para elevarnos a la inmortalidad. Las mejores obras son las que sin espíritu de reflexión, nos llevan a una inspiración súbita. De todo esto se desprende que el concepto, por útil y necesario que sea para la vida y por fecundo que se muestre en las ciencias, para el arte es estéril. En cambio, la idea intuitiva es la única y verdadera fuente de inspiración artística. Precisamente porque la idea es siempre intuitiva, es por lo que el artista no tiene una conciencia abstracta de la intención y fin de su obra; ante él se agita no un concepto sino una idea.

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Desde un plano mucho más específico y enriquecedor, se podría decir que Ética y Estética forman parte del sentido del mundo, están entonces fuera de él y pertenecen a lo inefable, a lo que se muestra. Lo que es trascendental. Lo que se contempla. Donde hay hechos no hay ética. La ética es algo intrínsecamente sublime. Los términos que la designan son simulacros. Van mas allá del mundo. La ética dice algo sobre el sentido ultimo de la vida. La ética no añade conocimiento, porque ese sentido ultimo no lo es y manifiesta además una tendencia humana de la que no cabe ironía.

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El arte supone una ética, es decir, que toda estética conlleva una ética aparejada. El arte es entonces el simulacro y la ética sigue siendo lo inefable. El arte muestra justamente eso inefable.

Es evidente que el placer forma parte constitutiva del dominio estético, es por así decir, característico y propio. Se tematice como se tematice, una estética sin goce es bastante inverosímil. Por el contrario, el placer no forma parte de la ética en el mismo modo. Casi todas las éticas se han presentado como antihedonismos porque se esfuerzan en probar que el se han presentado como antihedonismos porque se esfuerzan en probar que el se han presentado como antihedonismos porque se esfuerzan en probar que el se han presentado como antihedonismos porque se esfuerzan en probar que el placer no es el bien mayor.

La ética tiene un sustituto para el placer. En las éticas del deber es la satisfacción, la satisfacción del deber cumplido, y en las éticas del ser, es la felicidad. Felicidad y placer se oponen mediante dicotomías profundas que pasan por pares como mediato-inmediato, superior-inferior, etc. Pero es que todo filósofo sabe, y cualquier persona con sentido común también, que obrar mal puede producir placer. La necesidad entonces de encontrar la superior felicidad cuando se funda una ética es urgentísima. Y nada tiene de raro que se conforme con una noción indeterminada como la de felicidad.

De todas formas, vincular placer inmediatamente a estética y deber a ética es en el fondo falaz. El arte da lo que promete, goce estético. La virtud ¿tiene recompensa?, ¿acaso no es posible ser virtuoso e infeliz porque no esté en la teleología del mundo premiar la virtud?. Tenemos entonces un placer en presencia, proporcionado por la estética, si bien adquirido con esfuerzo, y una felicidad solo prometida, en este caso por la ética, mientras que el esfuerzo que exige es igual o mayor.

Finalmente, la estética sigue ofreciendo su goce y su inmanencia. Esta bien armada para suplantar a la ética en este punto. Si ética y estética se disputaran el paisaje normativo, ¿podría la ética resistir?. Su punto fuerte ha sido de modo secular la teleología. Pero hoy, las teleologías son refutadas por el pensamiento del fin de la modernidad como también fueron refutadas por el romanticismo naturalista.

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