el arpa que sonaba sin ser tocada

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Con el arpa bajo el brazo, se puso en camino. Entonando bellas canciones, caminaba por el bosque, cuando oyó un forcejeo como de dos personas que disputaban. Se detuvo, y vio a dos geniecillos del bosque que luchaban furiosamente. Al oír la música de Iván dejaron de pelearse y se pusieron a bailar. Preguntándoles éste la causa de su disputa, le contestaron: - Veníamos los dos paseando, cuando encontramos entre unas matas un mantel maravilloso, El Arpa que sonaba sin ser tocada. Lejos del mar y de los bosques, en una gran llanura, se levantaba una hermosa ciudad gobernada por el Zar y la Zarina. Habían tenido una hija, Nestsyenaya, que les llenó de alegría. Unos años después les nació otra, tan bella y encantadora como la mayor, a la que llamaron Betsyenaya. Grandes fiestas se celebraron con motivo de sus nacimientos. Cerveza, hidromiel y vino corrieron por las fuentes tres días. Todo el pueblo amaba a los Zares y a las pequeñas princesas. El Zar rodeó a sus hijas de los más exquisitos cuidados. Servíanse con cucharas de oro, dormían sobre colchones de plumas y se vestían con costosísimas pieles. Tres ayas las vigilaban continuamente y setenta y siete criadas y otros tantos guerreros estaban también a su servicio. En medio de estos cuidados, las niñas fueron creciendo, hasta convertirse en dos bellísimas doncellas. Un día que el Zar paseaba por el jardín de Palacio oyó grandes voces y lamentos. Al intentar saber la causa de aquel alboroto, vio que se dirigían hacia él las ayas y servidores de sus hijas. Lloraban desconsolados, porque un remolino de viento se había llevado a las dos princesitas cuando se hallaban cogiendo flores en el jardín. No podían explicar bien cómo había ocurrido. Un fuerte viento les llenó los ojos de polvo, y cuando quisieron recordar, las princesas habían desaparecido. El Zar, furioso, quiso castigarlos severamente, pero, tranquilizándose, comprendió que eran inocentes y ninguna culpa tenían de la pérdida de sus hijas. Desde el momento en que faltaron las princesas todo era dolor y pesadumbre en Palacio. El Zar no comía ni dormía; la Zarina, desconsolada también, trataba de animar a su esposo. Aquel bullicio palaciego desapareció. Así pasaron dos años. Un hijo les nació a los Zares, que les devolvió la alegría. Se llamó Iván y se le rodeó de más cuidados aún que a sus hermanas. Iván creció y creció, y llegó a ser un joven hermoso y romántico, aficionado a la música y con muy poca vocación por la guerra.

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El Arpa Que Sonaba Sin Ser Tocada

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Page 1: El Arpa Que Sonaba Sin Ser Tocada

Con el arpa bajo el brazo, se puso en camino. Entonando bellas canciones, caminaba por el bosque, cuando oyó un forcejeo como de dos personas que disputaban. Se detuvo, y vio a dos geniecillos del bosque que luchaban furiosamente. Al oír la música de Iván dejaron de pelearse y se pusieron a bailar. Preguntándoles éste la causa de su disputa, le contestaron:- Veníamos los dos paseando, cuando encontramos entre unas matas un mantel maravilloso, El Arpa que sonaba sin ser tocada.

Lejos del mar y de los bosques, en una gran llanura, se levantaba una hermosa ciudad gobernada por el Zar y la Zarina. Habían tenido una hija, Nestsyenaya, que les llenó de alegría. Unos años después les nació otra, tan bella y encantadora como la mayor, a la que llamaron Betsyenaya.

Grandes fiestas se celebraron con motivo de sus nacimientos. Cerveza, hidromiel y vino corrieron por las fuentes tres días. Todo el pueblo amaba a los Zares y a las pequeñas princesas.

El Zar rodeó a sus hijas de los más exquisitos cuidados. Servíanse con cucharas de oro, dormían sobre colchones de plumas y se vestían con costosísimas pieles. Tres ayas las vigilaban continuamente y setenta y siete criadas y otros tantos guerreros estaban también a su servicio.

En medio de estos cuidados, las niñas fueron creciendo, hasta convertirse en dos bellísimas doncellas.

Un día que el Zar paseaba por el jardín de Palacio oyó grandes voces y lamentos. Al intentar saber la causa de aquel alboroto, vio que se dirigían hacia él las ayas y servidores de sus hijas. Lloraban desconsolados, porque un remolino de viento se había llevado a las dos princesitas cuando se hallaban cogiendo flores en el jardín. No podían explicar bien cómo había ocurrido. Un fuerte viento les llenó los ojos de polvo, y cuando quisieron recordar, las princesas habían desaparecido.

El Zar, furioso, quiso castigarlos severamente, pero, tranquilizándose, comprendió que eran inocentes y ninguna culpa tenían de la pérdida de sus hijas.

Desde el momento en que faltaron las princesas todo era dolor y pesadumbre en Palacio.El Zar no comía ni dormía; la Zarina, desconsolada también, trataba de animar a su esposo. Aquel bullicio palaciego desapareció. Así pasaron dos años.

Un hijo les nació a los Zares, que les devolvió la alegría. Se llamó Iván y se le rodeó de más cuidados aún que a sus hermanas. Iván creció y creció, y llegó a ser un joven hermoso y romántico, aficionado a la música y con muy poca vocación por la guerra.Jamás consintió que se cortaran las cabezas a los vencidos ni se torturase a los prisioneros. No le gustaba el manejo de las armas y pasaba el tiempo cantando al son de su arpa, que tocaba sin que nadie la pulsara.

Un día su padre le dijo que le inquietaba mucho su falta de ardor guerrero; los enemigos del Imperio, cuando vieran que el joven Zar no se ocupaba de la defensa de su reino, le atacarían y le vencerían, haciéndole su esclavo.Iván contestó:

- Querido padre: las ciudades y los imperios no se toman por la fuerza sino por la astucia y el ingenio. Así pienso yo triunfar sobre mis enemigos. Sé que mis dos hermanas desaparecieron misteriosamente de Palacio. Ninguno de vuestros valientes guerreros se ha atrevido a buscarlas; yo, sin embargo, lo voy a intentar. Si a los tres años no vuelvo, escoged un sucesor

El Zar, emocionado, le bendijo y le dio los más ricos tesoros para facilitarle su empresa. Iván no los aceptó y aseguró que le bastaría con su para lograr su propósito.

Con el arpa bajo el brazo, se puso en camino. Entonando bellas canciones, caminaba por el bosque, cuando oyó un forcejeo como de dos personas que disputaban. Se detuvo, y vio a dos geniecillos del bosque que luchaban furiosamente. Al oír la música de Iván dejaron de pelearse y se pusieron a bailar. Preguntándoles éste la causa de su disputa, le contestaron:

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- Veníamos los dos paseando, cuando encontramos entre unas matas un mantel maravilloso, que basta extenderlo para que aparezcan sobre él exquisitos manjares, unas botas de siete leguas con las que se puede dar la vuelta al mundo en pocos minutos y una gorra encantada que hace invisible al que se la pone. Como los dos deseábamos estas tres cosas tan maravillosas, hemos empezado a discutir y terminamos pegándonos.

Iván les propuso arreglar el pleito: el primero que llegara al final del camino, ése se las llevaría. Los geniecillos salieron corriendo, y, mientras tanto, Iván, calzándose las botas de siete leguas, huyó llevándose el mantel y la gorra. Cuando llegó a una encrucijada de tres caminos, y sin saber por cuál dirigirse, Iván llamó a una choza, que resultó ser de la bruja Baba-Yaga.

- Voy en busca de mis hermanas -le dijo-. ¿Sabéis vos, por ventura, dónde las podría encontrar?- Sé dónde vive Nestsyenaya, la casada con el Ogro del bosque. De los tres caminos que de aquí

parte el del centro es el que conduce a su magnífico palacio; pero ten cuidado, porque es muy peligroso y el palacio está muy bien guardado.

Iván, animoso, le dio las gracias y echó a andar por el camino que le había indicado la bruja.Pronto divisó el palacio. La puerta de la verja estaba guardada por un demonio. Iván trató de

escalar la tapia y lo consiguió; pero una vez arriba rozó con sus pies unos hilos y un millar de campanillas empezaron a sonar. Sin vacilar, se echó a tierra, al ver en un balcón del palacio a su hermana Nestsyenaya.Los hermanos se saludaron muy felices, cuando, de pronto, un gran trueno anunció la llegada del Ogro a palacio. Iván, poniéndose su boina encantada, se hizo invisible. El Ogro venía de mal humor, había oído sonar las campanillas y estaba seguro de que algún intruso se había internado en su palacio. Probablemente habrían sido los gorriones, que con sus alas habrían rozado los hilos de la tapia. No, de ninguna manera; él estaba seguro de que algún hombre ruso había entrado y deseaba devorarlo.

Iván, quitándose la gorra, apareció ante el ogro y, haciendo una profunda reverencia, dijo:- Señor, no me comáis; soy muy huesudo. Voy a extender este mantel, y de seguro que os

agradarán más estos manjares.Y haciéndolo como decía, deslumbró al ogro con los exquisitos platos que sobre él aparecieron.Comieron y bebieron hasta hartarse, y al fin el Ogro se quedó profundamente dormido.- Me despido de ti, querida hermana -dijo Iván-, quisiera encontrar a nuestra hermana

Beztsyenaya. ¿Puedes decirme dónde se encuentra?- Tendrías que buscarla en el fondo del océano, pues está casada con el Ogro de los mares -dijo

Nestsyenaya-. El camino es difícil y probablemente el Ogro te devorará.Iván se despidió de ella y marchó resuelto en busca de su segunda hermana.Al llegar a la orilla del mar, vio una lancha de pescadores que salía hacia las islas de Rock-Salt.

Les pidió un sitio en la barquichuela y se internaron mar adentro. De pronto se desató una gran tempestad. Los pescadores pensaron que el Ogro de los mares deseaba una presa; echaron a suertes entre todos los que iban en la barca, y le tocó a Iván, que sería arrojado al agua. En seguida se tranquilizó el mar, y el pobre Iván, con su arpa, sus botas, su mantel y su gorra, se precipitó al fondo del mar, yendo a caer junto al palacio del Ogro de los mares. Allí lo vio sentado en su trono, con Beztsyenaya a su lado.

- ¡Querido hermano! -dijo alegremente Beztsyenaya-. ¡Bien venido!- Sí, bienvenido -dijo también el Ogro-. Tengo mucha hambre, y me vas a saber muy bueno.- Señor -contestó Iván-, soy todo hueso, y además en nuestra familia se considera una grave

falta de educación el devorarse unos a otros.Pero el Ogro se disponía a hacerlo, cuando Iván empezó a cantar al son de su arpa, que tocaba

sin que nadie la pulsara. Tan bonita era su canción, que el Ogro, emocionado, olvidó su gran apetito y le pidió más canciones. Después Iván extendió su mantel sobre la mesa y comieron y

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bebieron hasta hartarse. Al poco tiempo, el Ogro roncaba profundamente. Iván preguntó a su hermana cuál sería la forma de libertarla de tan terrible ogro.

- Es muy difícil - contestó ella-. Al otro lado del océano existe un gran imperio gobernado por una Zarina. Si pudieras penetrar en su jardín, te haría su esposo y ella es únicamente la que podría libertarnos. Pero es muy difícil llegar hasta allí y nadie ha logrado burlar la guardia que rodea su palacio.

Iván respondió, animoso, que no tenía miedo, y, despidiéndose de su hermana, montó sobre un caballito de mar, que le había de conducir a las costas del imperio de la Zarina. Cuando hubieron llegado a la playa, Iván se puso su gorra, despidiendo al caballito de mar, que pronto desapareció bajo el agua. Los guardias que vigilaban la costa y las murallas del jardín de la Zarina no vieron a Iván, ya que su gorra le hacía invisible, y éste pudo llegar hasta el estanque del jardín. Allí se bañaban veinte jóvenes y la Zarina, la más bella de todas. Iván se quitó la gorra, haciéndose así visible.

La Zarina, comprendiendo que merecía ser su esposo, por haber logrado burlar la guardia, le introdujo en su palacio de cristal.

Al día siguiente se celebraron las bodas, en medio del mayor regocijo, Iván pidió a su esposa que libertara a sus hermanas. Ella lo hizo inmediatamente y pronto las princesas pudieron reunirse con sus padres.

Iván vivió muy feliz con su encantadora esposa y escribió a su padre diciéndole: "Habréis visto, querido padre, que más vale el ingenio que la fuerza. He conseguido con mi arpa, que suena sin pulsarla, resultados más asombrosos que los que hubiera conseguido con la mejor espada del mundo”.