el aporte de las videastas documentalistas a la escena boliviana … · 2017-06-14 · prácticas y...

27
Número 16 - Año 2017 - ISSN 1852 – 4699 p.1 El aporte de las videastas documentalistas a la escena boliviana en el retorno democrático: sensibilidades, prácticas y discursos Por María Gabriela Aimaretti Resumen Centrado en el período del retorno democrático en Bolivia, a partir de 1982, este trabajo presenta un panorama de las prácticas y reflexiones realizadas por las jóvenes mujeres documentalistas bolivianas. Afines a un feminismo incipiente en algunos círculos universitarios, ellas se propusieron crear desde una perspectiva que reivindicara su lugar en tanto que mujeres, y reflexionar sobre su hacer y los prejuicios subyacentes, tanto en el medio audiovisual —fuertemente masculino y machista–, como en la mirada que tenían sobre sí mismas. Ello redundó en la gestación de espacios de colaboración horizontal, producción de textos críticos y la activación, a nivel regional, de una red de videastas latinoamericanas que, si bien tuvo una vida breve, fue para ellas una experiencia de encuentro y discusión fecunda. Palabras clave Audiovisual Boliviano, retorno democrático, Movimiento del Nuevo Cine y Video Boliviano, videastas, práctica documental. The contribution of documentary filmmakers to the bolivian scene in the democratic return: sensibilities, practices and speeches Abstract Focusing on the period of democratic return in Bolivia, starting in 1982, this paper presents an overview of the practices and reflections carried out by young female bolivian documentarians. In line with an emerging feminism in some university circles, they proposed to create from a perspective that claims their

Upload: trannhan

Post on 02-Nov-2018

219 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

Número 16 - Año 2017 - ISSN 1852 – 4699 p.1

El aporte de las videastas documentalistas a la escena

boliviana en el retorno democrático: sensibilidades,

prácticas y discursos

Por María Gabriela Aimaretti

Resumen

Centrado en el período del retorno democrático en Bolivia, a

partir de 1982, este trabajo presenta un panorama de las

prácticas y reflexiones realizadas por las jóvenes mujeres

documentalistas bolivianas. Afines a un feminismo incipiente en

algunos círculos universitarios, ellas se propusieron crear

desde una perspectiva que reivindicara su lugar en tanto que

mujeres, y reflexionar sobre su hacer y los prejuicios

subyacentes, tanto en el medio audiovisual —fuertemente

masculino y machista–, como en la mirada que tenían sobre sí

mismas. Ello redundó en la gestación de espacios de colaboración

horizontal, producción de textos críticos y la activación, a

nivel regional, de una red de videastas latinoamericanas que, si

bien tuvo una vida breve, fue para ellas una experiencia de

encuentro y discusión fecunda.

Palabras clave

Audiovisual Boliviano, retorno democrático, Movimiento del Nuevo

Cine y Video Boliviano, videastas, práctica documental.

The contribution of documentary filmmakers to the bolivian scene

in the democratic return: sensibilities, practices and speeches

Abstract

Focusing on the period of democratic return in Bolivia, starting

in 1982, this paper presents an overview of the practices and

reflections carried out by young female bolivian documentarians.

In line with an emerging feminism in some university circles,

they proposed to create from a perspective that claims their

Número 16 - Año 2017 - ISSN 1852 – 4699 p.2

place as women, and reflect on their work and on the prejudices

underlying the audiovisual environment —strongly masculine and

sexist–, as well as the look that they had upon themselves. This

resulted in the creation of spaces for horizontal collaboration,

the production of critical texts and the activation, at the

regional level, of a network of Latin American videographers who,

although having a short life, was for them an experience of

encounter and fruitful discussion.

Keywords

Bolivian audiovisual, democratic return, New Cinema and Bolivian

Video Movement, videomaker, documentary practice.

A contribuição do documentalistas de videastas para a cena

boliviana no retorno democrático: sensibilidades, prático e

falas.

Resumo

Centrado no período do retorno democrático em Bolívia, a partir

de 1982, este trabalho apresenta um panorama das práticas e

reflexões levado a cabo pelas mulheres jovens documentalistas

boliviano. Família para um feminismo incipiente em alguns

círculos universitários, eles pretenderam criar de uma

perspectiva que reivindica o lugar deles/delas contanto que as

mulheres e meditar no deles/delas fazer e nos preconceitos

subjacentes na média audiovisual —fortemente masculino e

machista–, como no olhar que você / eles se esteve usando.

Redundou isto na gestação de espaços de colaboração horizontal,

produção de textos críticos e a ativação, a nível regional, de

uma rede de videastas americano latino que, embora ele/ela teve

uma vida breve, era para eles uma experiência de encontro e

discussão fértil e em desenvolvimento.

Palabras chave:

Boliviano Audiovisual, retorno da democracia, Movimento do Novo

Cinema e Vídeo Boliviano, videomakers, a prática documentário.

Número 16 - Año 2017 - ISSN 1852 – 4699 p.3

Datos de la autora:

Doctora en Teoría e Historia de las Artes, UBA.Investigadora

asistente del CONICET. Docente universitaria (UBA).

Investigadora en los Institutos Luis Ordaz, Artes del

espectáculo y Gino Germani (Universidad de Buenos Aires).

Este texto fue presentado en las Terceras Jornadas de discusión

de avances de investigación: “Entre la dictadura y la

posdictadura: Producciones culturales en Argentina y América

Latina” (21-23 de marzo de 2016) organizadas por el Grupo de

Arte, Cultura y Política en América Latina, dirigido por Ana

Longoni (Instituto Gino Germani) en la Biblioteca Nacional, CABA,

Argentina.

Fecha de recepción: 9 de marzo de 2017.

Fecha de aprobación: 5 de mayo de 2017.

Hacer(se) un sitio en la Historia

La recuperación de la democracia en Bolivia fue una verdadera

conquista. Tras siete años de dictadura banzerista (1971-1978),

vinieron cuatro de transición: una transición saboteada por la

cúpula militar que dio por tierra en dos oportunidades con las

elecciones presidenciales a través de golpes de Estado

(noviembre de 1979 y julio de 1980). Pero en 1982 se abre un

inédito proceso: un momento “constitutivo” (Zavaleta Mercado,

1983, 1986) cuando prácticamente todos los sectores sociales, y

especialmente los sectores populares, asumieron colectivamente —

hicieron propia– la bandera democrática como creencia, valor y

práctica, concretándose así el retorno de las libertades e

instituciones.

En este nuevo tempo histórico y político, y en todas las esferas

de reproducción social, la juventud tuvo una participación

sinérgica. En el ámbito de la cultura y las artes, y

específicamente en el campo audiovisual, los jóvenes hicieron

“de la carencia virtud”. En efecto, en un marco adverso, donde

Número 16 - Año 2017 - ISSN 1852 – 4699 p.4

las condiciones materiales eran precarias y deficientes —falta

de insumos técnicos, infraestructura, espacios de formación,

regulaciones y leyes, instituciones de fomento– los “recién

venidos” al medio aportaron entusiasmo, creatividad y

solidaridad, en lo que a la postre se convirtió en un verdadero

recambio generacional. Muy pronto comprendieron que la clave

para hacer posible y revitalizar el espacio audiovisual local

era no sólo la autogestión sino la organización colectiva,

traducida en la creación de un ámbito horizontal de trabajo con

sus instrumentos de articulación y proyección hacia la esfera

pública que contribuyeran a generar condiciones de continuidad y

visibilización de sus creaciones. Así, pequeñas productoras que

trabajaban en relación a la TV universitaria, proyectos de

comunicación alternativa vinculados a organizaciones populares y

de base, técnicos, realizadores independientes y comunicadores

sociales, se aglutinaron bajo el Movimiento del Nuevo Cine y

Video Boliviano (MNCVB), que dio nuevo empuje y vida al

documental vernáculo, que hasta ese momento tenía a Jorge Ruiz

como representante histórico, y a Luis Espinal como generación

intermedia trabajando exclusivamente para la televisión.

En buena medida el Movimiento se crea como respuesta frente a la

hegemonía creciente de las empresas de televisión privada, la

ausencia completa de una política comunicacional estatal y

legislación acorde, y la creciente penetración cultural

massmediática de los EE.UU. Decían dos de sus integrantes: “El

realizador o videasta debe tomar una posición al respecto: estar

dentro o fuera del circuito de comunicación dominante. No puede

actuar de otro modo frente al ilógico y desordenado accionar de

los canales de televisión (…) frente a la irracionalidad con que

se emiten los mensajes y contenidos televisivos” (Romero y de la

Quintana, 1988: 57).

En esta escena de los ochenta 1 las mujeres no cumplieron un

papel subsidiario sino co-protagónico. Pero si la historia del

video y la comprensión de su papel durante el proceso

democratizador —objeto general de una investigación en curso que

llevamos adelante– han sido temas casi sin problematización; el

Número 16 - Año 2017 - ISSN 1852 – 4699 p.5

lugar de las mujeres-creativas y sus prácticas documentales han

recibido aún menor atención, minimizando su relevancia en

términos culturales, sociales y de conciencia de género. La

excepción que confirma la regla proviene de dos integrantes de

aquel proceso de recreación del audiovisual vernáculo: Liliana

de la Quintana (1992) y María Eugenia Muñoz (2009). La primera

reunió una serie de fichas biográficas de realizadoras locales,

mientras la segunda reseñó las líneas fundamentales del video

local sin olvidar la contribución de sus compañeras. Recuperando

esos aportes y a la luz de entrevistas personales, este trabajo

presenta un panorama de las prácticas y reflexiones de las

jóvenes bolivianas procurando situar su labor en un contexto

político mas amplio —el retorno democrático– y un marco

productivo específico —la producción audiovisual, en la cual se

abocaron fundamentalmente al documental.

Afines a un feminismo incipiente en algunos círculos

universitarios, Raquel Romero, Liliana de la Quintana, Danielle

Caillet y Cecilia Quiroga entre otras, se propusieron —cada una

con un enfoque singular– no sólo crear desde una perspectiva que

reivindique su lugar en tanto que mujeres; sino reflexionar

sobre su hacer y sobre los prejuicios subyacentes tanto en el

medio audiovisual —fuertemente masculino y machista– donde hasta

ese momento la mujer ocupaba un lugar infravalorado y nunca

había conseguido ejercer la dirección; como en la mirada que

tenían sobre sí mismas. Ello redundó en la gestación de espacios

de colaboración horizontal, producción de textos críticos y la

activación, a nivel regional, de una red de videastas

latinoamericanas que, si bien tuvo una vida breve, fue para

ellas una experiencia de encuentro y discusión fecunda.

I. Ellas: las de Otra mirada

Como en buena parte de los países latinoamericanos, la dirección

audiovisual en Bolivia —sea en el cine o televisión, en ficción

o documental– había sido una tarea prácticamente exclusiva de

los varones. Recién a mediados de los sesenta y setenta —en el

marco de la modernización y la politización de las prácticas

Número 16 - Año 2017 - ISSN 1852 – 4699 p.6

culturales–, despunta una camada de realizadoras en la región:

en Cuba, Sara Gómez; en México, el Colectivo Cine Mujer (1975-

1987: Rosa Martha Fernandez, Beatriz Mira, Mari Carmen de Lara y

María Eugenia Tamez); en Venezuela, Margot Benacerraf; en

Colombia, Marta Rodríguez; y en Argentina, Dolly Pussi y Narcisa

Hirsch, son algunos nombres. Aún queda mucho por estudiar no

sólo respecto de cada una de estas experiencias —en términos

estéticos e históricos–, sino sobre todo de las matrices

culturales, prejuicios y prácticas machistas que entraron en

tensión y contradicción a propósito de la “dirección a cargo de

mujeres”.

Los retornos democráticos en todo el Cono Sur, el desembarco de

nuevas tecnologías como el súper 8 y el video —más baratas y

livianas que el celuloide–, y la recepción productiva de

potentes y trasgresores marcos interpretativos respecto de las

relaciones de género, crearon condiciones favorables para que en

América Latina las mujeres accedieran al espacio y la práctica

de la dirección audiovisual, y tuvieran voz y voto en

organizaciones nacionales y regionales. Ello implicó la

ampliación de roles y esferas de acción y creación: si desde

siempre “ellas” se habían dedicado al vestuario, el maquillaje,

la continuidad, ocasionalmente el montaje o el sonido, y con

frecuencia a la producción —roles en estrecha sintonía con

labores domésticas: costura, cocina, aseo, decoración y

administración del hogar, etc.–; ahora también dirigían y

buscaban expresar su perspectiva y sensibilidad, concientes —en

mayor o menor medida– de los condicionamientos culturales y de

poder que atravesaban sus saberes y su quehacer mismo.

En consonancia con la región, en la ciudad de La Paz la

efervescencia social y juvenil provocaron un impulso renovador

en todos los ámbitos de participación ciudadana y creación

cultural, dando lugar a una coyuntura en la cual mujeres

absolutamente diferentes entre sí como Danielle Caillet, Raquel

Romero, Liliana de la Quintana y Cecilia Quiroga, comenzaron a

dirigir y organizarse procurando, simultáneamente, vincularse

con sus colegas varones en relaciones más simétricas. ¿Quiénes

Número 16 - Año 2017 - ISSN 1852 – 4699 p.7

son ellas, cuál es su trayectoria de trabajo y cuáles sus

intereses?

Danielle Caillet, francesa de nacimiento y boliviana por

adopción desde 1966, fue fotógrafa, ceramista y artista plástica,

y es considerada la primera realizadora audiovisual boliviana.

Casada con el cineasta Antonio Eguino, fue parte de la primera

formación del Grupo Ukamau hasta 1971, y realizó la foto fija de

Yawar Mallku (Grupo Ukamau, 1969) y la inacabada Los caminos de

la muerte (Grupo Ukamau, 1970). Cuando el grupo se fracturó y

Jorge Sanjinés partió al exilio, ella decidió quedarse en

Bolivia. Posteriormente, realizó la foto fija de Chuquiago

(Antonio Eguino, 1977) mientras también desarrollaba la

actividad de la crítica cinematográfica. Pionera en el

cortometraje, Caillet realizó en 1980 el documental Warmi, un

retrato socio-cultural de la mujer boliviana de los sectores

populares —campesina, minera y fabril– que gana el trofeo de

Plata en el Festival de Bilbao (España), y en 1984 Contraplano,

apuntes de la guerra del pacífico, documental sobre el rodaje de

la película Amargo mar (1980) realizada por su esposo. En 1984

realizó los documentales La Sagárnaga — un retrato poético sobre

una de las calles más concurridas y populares del centro de La

Paz–, Vicenta Juaristi Eguino, y Un techo, una puerta. Hizo

series documentales biográficas en televisión dedicadas a

rescatar exclusivamente las perspectivas y experiencias de

artistas y referentes bolivianas —titulada “Nosotras”–: desde la

escultora Marina Nuñez del Prado y la escritora Adela Zamudio,

hasta Juana Azurduy.

Consciente del “atraso” de las mujeres en lo que respecta a

profesionalización —debido al machismo dominante y la represión

patriarcal que confinó al género a labores de reproducción

biológica y el orden doméstico, obturando otras formas de

participación y protagonismo social–, Caillet reclamó una

perspectiva de trabajo que se inspirase en la complementariedad

entre lo femenino y lo masculino, presente en la cosmovisión

indígena andina:

Warmi […] propone un punto de vista femenino pero no

Número 16 - Año 2017 - ISSN 1852 – 4699 p.8

feminista […] La liberación de la mujer en un país del

tercer mundo no es una lucha de sexo […] es más bien la

lucha común del hombre y de la mujer contra la

dependencia, el analfabetismo, el hambre y la

enfermedad. Para mí, tomar la iniciativa de realizar

una película sobre la mujer viene a ser el desenlace

normal de todo un movimiento, proceso de maduración

profesional y concientización social […] Bolivia es un

país que venera a la imagen de la mujer a través de su

folklore, su leyenda y su religión […] pero sin embargo

[…] no quiere decir valorización de los roles

específicos de la mujer trabajadora (Caillet, 2008: 46).

De ahí que sus documentales buscaran abonar a una apertura en la

conciencia social respecto de la mujer y su vida cotidiana:

tanto en lo que hace a su esfera íntima, como pública; las

expectativas sociales que pesan sobre ella, como las

mentalidades masculinas. Ícono y referente de la avanzada

femenina en la producción de imágenes en movimiento —aunque sin

una filiación significativa con el MNCVB–, Danielle Caillet

falleció en 1999.

Por su parte, Raquel Romero estudió Comunicación Social en la

Universidad Central de Venezuela (Caracas) durante la década del

setenta. Tuvo como guía y luego como compañero de trabajo a

Mario Handler, director uruguayo exiliado. Su formación teórico-

práctica se complementó con el trato con muchos realizadores y

técnicos del llamado cine militante o cine de intervención

política que pasaban o residían temporalmente en Caracas debido

a persecuciones ideológicas y amenazas. Por ello para Romero su

estancia en Venezuela significó no sólo la posibilidad de

estudiar y crecer laboralmente, sino también de cultivar una

sensibilidad y conciencia política: “Salir de Bolivia me

permitió una mirada más regional de las diferentes situaciones

de violencia y vulneración de los DD.HH. en América Latina (…)

Volví a Bolivia con la intención de trabajar en un cine con

contenido político, de denuncia. (…) Estábamos empapados de toda

Número 16 - Año 2017 - ISSN 1852 – 4699 p.9

esta lucha, esta lucha política a nivel latinoamericano”.2

Retornó a su país de origen en la segunda mitad de 1979 y fue

parte del cuerpo docente del primer espacio de formación

audiovisual de carácter institucional que tuvo Bolivia: el

Taller de Cine de la Universidad Mayor de San Andrés, del que

fue la única profesora mujer. Fue “una más” de:

Toda la gente que volvía, que volvía a Bolivia, a

trabajar a Bolivia con mucha ilusión, con muchas ganas

de hacer cosas nuevas, diferentes, generar no sólo

nuevas relaciones de poder, no solamente un cambio en

la mentalidad sino también, con mucha esperanza de

poder, a partir de la reinstauración, de la supuesta

vuelta a la democracia, promover y recoger toda la

lucha de la gente.3

Autopercibiéndose como “realizadora audiovisual”, “creativa”,

Romero recuerda que entre sus contemporáneos había necesidad de

abrirse a las problemáticas urbanas, a las miradas de género y

las diversidades, tópicos que en general no entraban en los

rígidos cánones del cine militante anterior, ni en el documental

institucional. En lo personal, y aún sin tener muy definida una

visión de género, le interesaban temas como las trayectorias de

participación política de las mujeres de su país —sobre todo de

los sectores populares–; la lucha incansable de los organismos

de DD.HH por la libertad y la justicia —en especial de ASOFAMD

(Asociación de Familiares de Detenidos, Desaparecidos y Mártires

por la liberación Nacional de Bolivia) y la Asamblea Permanente

por los DD.HH.– y las nuevas perspectivas de reivindicación

indígena vehiculizadas, entre otrxs, por Silvia Rivera desde su

cátedra de Sociología y el THOA (Taller de Historia Oral Andina).

Desde esos campos de interés Romero realizó los documentales en

video: Por el derecho a una vida digna (1988) para la APDH, La

mujer minera y la organización (1986) junto a Liliana de la

Quintana y Beatriz Palacios, una memoria de las trabajadoras en

poblaciones mineras justo antes del proceso de relocalizacion;

Voces de libertad (1989) junto a Silvia Rivera, en torno de la

Número 16 - Año 2017 - ISSN 1852 – 4699 p.10

experiencia de organización de trabajadoras anarquistas urbanas;

Participemos (1990) para la Fundación San Gabriel, cuyo tema es

la intervención de los Centros de Madres en el manejo de los

Municipios; Con ojos de mujer (1990 en Puno, Perú), que trata

sobre la vida de las mujeres en una comunidad aymara; y Ese

sordo del alma con otras videastas del Movimiento, en torno de

la violencia a la mujer de clase media.4

Según Romero la discriminación y los prejuicios machistas

abundaban en el sector audiovisual e incluso en el Movimiento,

aún cuando sus miembros compartían un espíritu progresista y

cierta adhesión a la izquierda nacional. El subagrupamiento

femenino dentro del MNCVB surge, justamente, como reacción a la

discriminación sufrida y reproducida por las mismas videastas

quienes reconocían cierto “miedo a la tecnología”. Así se

configuró un espacio de intercambio y reconocimiento mutuo que

corrió paralelo al avance de las organizaciones feministas en el

país y, por supuesto, la región. La videasta considera que uno

de los logros del período fue demostrar —a hombres y congéneres–

que las mujeres no sólo podían desempeñarse como continuistas,

vestuaristas o productoras, sino estar a la cabeza de un equipo

como directoras, sorteando todo tipo de obstáculos externos e

internos que van desde la escasez de tiempo físico y recursos

económicos, hasta miedos e inseguridades: “Fue muy difícil pasar

a la realización que, en líneas generales, es muy machista,

piramidal, vertical, militar en la forma de organización […]

¡Los camarógrafos querían dirigir ellos!”. Por contrapartida,

entre las voces masculinas “disidentes” se encontraba la del

histórico guionista del cine boliviano Oscar “Cacho” Soria: “Él

nos decía: ‘¡Ustedes tienen que decir su voz, hablar,

expresar!’”.5 Incluso a nivel de clase fue necesario romper con

ciertos tabúes: los sectores medios urbanos —dentro del que se

incluía a buena parte de los integrantes varones del Movimiento–

se negaban a reconocer su propio machismo e incluso admitir la

violencia de género en el hogar, cuestiones que las

documentalistas también se encargaron de poner al descubierto y

abordar.6

Número 16 - Año 2017 - ISSN 1852 – 4699 p.11

Para Raquel Romero quien, hay que subrayarlo, fue nada menos que

secretaria ejecutiva del comité ejecutivo del MNCVB en sus

primeros años de actividad:

Hacer cine y video en América Latina es también hacer

historia, preservar mitos y respetar la identidad

cultural de nuestros pueblos. Es mostrar un continente

controversial y mestizo, que esconde detrás de la cara

adusta del andino o el rostro impasible del guarayo una

cultura plena de imágenes e imaginación. Como mujer el

desafío es mayor: es necesario romper barreras,

recorrer distancias y asociar la sensibilidad femenina

a la técnica y a la electrónica, para crear, porque no

decirlo, una posibilidad de ver el mundo de manera

diferente: verlo con ojos de mujer (Romero, 1992: 9).

Liliana de la Quintana estudió Comunicación Social en la

Universidad Católica Boliviana en la ciudad de La Paz, y cine en

el Taller de Cine de la UMSA, donde fue discípula de Luis

Espinal: educador, comunicador, periodista, cinéfilo y luchador

social, quien marcó con su ética y compromiso humanitario la

perspectiva política y profesional de la joven documentalista.

Con apenas 22 años, en 1981 funda con su esposo Alfredo Ovando

la empresa productora “Nicobis”, uno de los pocos

emprendimientos autogestivos y autofinanciados que poseía

infraestructura y equipos de producción. Trabajaron para la TV

Universitaria y también haciendo realizaciones por encargo: esas

labores permitieron acumular cierta práctica y sobre todo

recursos para poder abocarse a proyectos que eran de su interés.

Algunos documentales fueron co-dirigidos con Ovando como La

danza de los vencidos (1982); Cortometrajes bolivianos (1982);

Lucho vives en el pueblo (1983); Café con pan (1986) y La chola

Remedios (1990). 7 De la Quintana era la directora de los

proyectos en materia de investigación y guión, mientras Ovando

se encargaba de la cámara y la difusión itinerante del material.

Sin embargo, la documentalista también dirigió por su cuenta

algunos videos significativos como: La mujer minera y la

Número 16 - Año 2017 - ISSN 1852 – 4699 p.12

organización, junto a Raquel Romero y Beatriz Palacios; La

siempreviva (1988), sobre la organización de las trabajadoras

floristas de La Paz, con guión de Elizabeth Peredo, y Ese sordo

del alma con otras videastas del Movimiento; además de trabajos

por encargo a organismos internacionales y programas de salud y

educación a nivel nacional con temáticas referidas a derechos de

la mujer, su lugar en expresiones de la cultura popular y el

folklore, etc.

Autopercibiéndose como “cineasta comprometida”, De la Quintana

contó que aunque ella nunca se sintió discriminada por Ovando,

sí fue testigo de que otras de sus compañeras se sintieran de

ese modo en su trato con los varones del campo. Por otra parte:

“Como mujer la dificultad fue el peso y la magnitud de los

equipos, que están hechos físicamente para los hombres. Y además

cuestionar el rol de la mujer dentro de la producción

audiovisual”.8

Las cuatro líneas de trabajo que han definido la producción de

Nicobis responden y coinciden, como es obvio, con sus campos de

interés. La primera es el documental social y político, videos-

proceso que acompañan a los movimientos sociales y sus luchas

históricas, tanto del pasado reciente como del presente. La

segunda es la línea del documental etnográfico, que abreva en la

tradición campesina indígena y las heterogeneidades culturales

de las periferias urbanas. La línea documental feminista, la

tercera, se interna en la problemática de la(s) mujer(es) y

trabaja en sintonía con los círculos intelectuales afines (THOA

—Silvia Rivera– y Taypamuc —Elizabeth Peredo–). Por último, la

cuarta línea gravita sobre el universo infantil, utilizando la

animación por computadora, técnica y formato en la que Nicobis

fue pionera.

Sobre la perspectiva ética y política en sus documentales, la

realizadora subrayó el cuidado de no caer en una mirada

miserabilista: la preocupación central fue dar cuenta de la

creatividad y la búsqueda de los sectores subalternizados, por

resistir y cambiar sus condiciones de existencia. En efecto,

según su opinión hacer cine y video resulta un desafío y un

Número 16 - Año 2017 - ISSN 1852 – 4699 p.13

compromiso con la realidad y el tiempo presentes: “Es búsqueda

permanente, es cuestionamiento obligatorio, es exigencia de

calidad, es entrega, es amor por la vida” (De la Quintana, 1992:

13).

Cecilia Quiroga, cuya formación estuvo en el campo de la

Sociología, fue guionista y realizadora de programas de TV y

documentales en video. Participó como miembro activa en el MNCVB

y desarrolló tareas de investigación sobre cine y video

comunitario hasta su fallecimiento en 2014. 9 Tempranamente se

vinculó a la TV universitaria y al documental, así como también

a prácticas de difusión alternativa:

Mi trabajo como realizadora está estrechamente ligado

al campo social, educativo y de documentación. Pienso

que es en esta área, donde cobra más sentido el video

como un instrumento independiente de la televisión (…)

El video histórico y educativo, tal como lo entiendo,

cumple una función social importante, permite la

diversificación de géneros, el desarrollo de un trabajo

artístico y creativo y tiene como reto abrirse campo en

la televisión imponiendo su propio estilo (Quiroga,

1992: 23).

Desde 1989 la Unidad de Comunicación del Centro de Promoción de

la Mujer “Gregoria Apaza” produjo, a través del Taller de

Reporteras Populares, una serie de video-reportajes en aymara a

mujeres de El Alto titulada “Warmi Arupa”, que traducido

significa “Palabra de mujer”, del cual Quiroga fue parte: “Los

objetivos de esta producción televisiva son, por una parte, ir

abriendo espacios donde se pueda dar a conocer la situación de

subordinación en que vive la mujer aymara en las ciudades y, por

otro, potenciar las capacidades expresivas desmitificando

medios” (Quiroga, 1990: 15).

Junto al THOA, Quiroga dirigió el documental A cada noche sigue

un alba (1986) cuyo tema es la memoria del movimiento anarquista

en Bolivia durante las primeras décadas del siglo XX; y en 1987,

junto a Esperanza Pinto realizó Intensos fulgores, un video de

Número 16 - Año 2017 - ISSN 1852 – 4699 p.14

ficción que retrata la vida cotidiana de una mujer de clase

media en los años veinte y establece una comparación con la

época actual en pos de la problematización sobre los roles

sociales asignados —ayer y hoy–, el crecimiento en la

(auto)consciencia política y las formas de organización y

participación en la lucha social.

Aunque su producción como realizadora sea escasa, es necesario

nombrar también como parte de esta nueva camada de

documentalistas y pujantes protagonistas de la escena de los

ochenta a Beatriz Palacios, desaparecida en 2003. Su labor se

desarrolló casi por entero dentro del Grupo Ukamau liderado por

Jorge Sanjinés, al cual se unió hacia 1974 durante el exilio

peruano-ecuatoriano. En ese marco tuvo a su cargo tareas de

difusión alternativa y como asistente de dirección, siendo

además productora del largometraje Fuera de aquí (1977). En su

vuelta a Bolivia es productora y co-directora junto a Sanjinés

del único documental del grupo Las banderas del amanecer (1983)

que, utilizando documentos, archivos visuales y testimonios

orales, repone las luchas sociales en pos del retorno

democrático desde 1978 hasta 1982.

Ella forma parte del núcleo inicial de jóvenes que funda el

MNCVB pero, según algunos testimonios, permaneció siempre más

concentrada en su trabajo dentro de Ukamau sin apartarse de la

línea militante que el grupo practicaba desde la década del

sesenta. Palacios fue miembro de jurados internacionales y del

Consejo Superior de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano.

Seguramente a través suyo, el Movimiento pudo generar, estrechar

y diversificar lazos de colaboración no sólo con los cubanos,

sino con buena parte de los cineastas latinoamericanos.

Fue constante en su trayectoria el posponer sus propios

proyectos en pos de actividades de gestión solidaria entre

cineastas del Tercer Mundo, o bien garantizando la consecución

de films del grupo —el más recordado de la década sin duda es La

Nación clandestina (1989), con más de tres años de preparación.

Con todo, Palacios co-dirigió con Raquel Romero y Liliana De la

Quintana el documental La mujer minera y la organización. Sobre

Número 16 - Año 2017 - ISSN 1852 – 4699 p.15

su perspectiva respecto de la práctica cinematográfica explicó:

Hago cine porque encuentro que es el medio más poderoso

de comunicación de las mayorías de mi país, porque el

cine construye conciencia de la realidad y rescata

momentos importantes de nuestro pasado histórico que

son necesarios para ampliar nuestra reflexión social.

Pero no solamente hago cine porque es un instrumento

vital en la tarea de pensarnos y repensarnos sino

porque me gusta, porque me fascina la magia del cine,

la posibilidad de capturar la vida fugaz, de fijar,

casi siempre momentos de belleza, de emoción, de

trascendencia humana o social o histórica (Palacios,

1992: 7).

Interlocutora y cómplice crítica, es justo dar cuenta también

del significativo aporte de Silvia Rivera, socióloga, docente,

intelectual y feminista con quien prácticamente todas las

documentalistas que mencionamos entablaron una relación de

aprecio y colaboración. Rivera es una referente insoslayable en

lo que refiere a recuperar la memoria y las prácticas de

organización y lucha de lxs trabajadorxs informales urbanos en

las primeras décadas del siglo XX, tema de varios de los films

que hemos mencionado, sin olvidar que ella fue el corazón mentor

del THOA, espacio de reflexión, investigación y revaloración de

las identidades indígenas y cholas. De ese maridaje potente

entre producción intelectual y creación audiovisual de carácter

femenino señaló:

Yo creo en las Ciencias Sociales tanto como en la

realización Videográfica o Cinematográfica. Creo que la

mujer es muy perceptiva para lo cotidiano, es muy

perceptiva para los detalles y a partir de los detalles

creo que es capaz de leer o crear metáforas sobre la

vida y los significados de la realidad, pero también

creo que en una sociedad como la nuestra la mujer tiene

una sensibilidad muy especial para las diferencias. De

alguna manera las mujeres luchamos para que se nos

Número 16 - Año 2017 - ISSN 1852 – 4699 p.16

respete como seres distintos del hombre y que seamos

nosotras quienes definamos esa diferencia (…) creo que

tenemos mucha capacidad de escuchar y de percibir las

demandas de otros sectores de la sociedad que también

luchan por la diferencia (…) (Rivera, 1992: 31).

Con esa perspectiva, buscando recuperar las memorias de los

primeros sindicatos artesanales y diversas prácticas de la

oralidad en Bolivia, realizó los documentales A cada noche sigue

un alba junto a Cecilia Quiroga, y con Raquel Romero Voces de

libertad.

Semejante es la trayectoria de Elizabeth Peredo: psicóloga

social, investigadora, activista y guionista (La siempreviva);

quien también formó parte de los primeros grupos feministas y de

trabajo interdisciplinario abocados a investigar problemáticas

de identidad, etnicidad y organización laboral en mujeres de

sectores populares, tema recurrente en la filmografía documental

femenina. En una coyuntura de desencanto por las adscripciones

partidarias tradicionales, frustración tras la interrupción del

proceso de transición por el golpe de García Meza, y luego

brutal ajuste económico; la Universidad, los espacios culturales

y la producción audiovisual se convirtieron en nodos de refugio,

encuentro y creatividad, y, lejos de permanecer aislados,

entretejieron lazos de retroalimentación.

Fue así que en la primera mitad de los ochenta Peredo se sumó a

un círculo de intelectuales provenientes de la sociología, la

antropología, la psicología y la educación (Grupo Taypamuc), que

se interesó de un modo absolutamente original por la temática de

las identidades femeninas y las formas de organización sindical

anarquistas. Ello redundó no sólo en largos trabajos de campo e

investigación, sino en la sistematización de aportes teóricos e

históricos que influyeron y fueron influídos por los

documentales que mencionamos bajo una relación de reciprocidad.

Fue así que se construyeron herramientas de comprensión sobre

una sociedad profundamente racista que había obturado del

análisis histórico la contribución de las mujeres en las luchas

Número 16 - Año 2017 - ISSN 1852 – 4699 p.17

sociales y contra el autoritarismo: justamente, los

audiovisuales supieron darle rostro a esas “vertientes

subalternas de rebelión (…)”.10

Como hemos visto, detrás de cada nombre hay una serie diversa de

prácticas documentales, proyectos y saberes —técnicos, políticos,

históricos e ideológicos– puestos en juego. Más cerca de la

esfera artística —Caillet– o la militancia —Palacios–; en

articulación con organizaciones de base —Quiroga– o en medio del

clima de reverdecer universitario —Peredo–; volcadas a la

investigación y la docencia —Romero, Rivera– o desarrollando

proyectos autogestivos de largo aliento —De la Quintana–; las

preocupaciones temáticas son semejantes y recurrentes, y se

desplegaron entre principios de los ochenta y la primera mitad

de los noventa, luego de lo cual tanto el MNCVB como su

subagrupación femenina se dispersaron. Sin embargo, antes de que

eso sucediera y a la par de las experiencias que iban recogiendo

—hechas de logros y fracasos–, algunas documentalistas se dieron

tiempo y energía para volver sobre sus pasos: eran conscientes

de la necesidad de filmar con una mano/un ojo, y reflexionar,

discutir, escribir y socializar, con la Otra.

II. Ellas: las de la palabra Otra

El Movimiento tuvo una herramienta de discusión y canal de

difusión de sus propuestas tanto hacia el campo de producción

audiovisual como al público en general: la Revista Imagen fue el

órgano que hizo visible la vida de la entidad (propósitos,

plataformas intelectuales, ciclos, concursos, etc.).

Emprendimiento editorial autogestivo emanado de la propia

asamblea del Movimiento, se financió con el aporte de los

miembros, algunos auspicios de comercios “amigos”, la venta —por

lo demás muy económica– de los ejemplares y el apoyo de la

universidad, la Cinemateca Boliviana y el diario católico

“Presencia”. Aunque en las entrevistas ninguna de las videastas

expresó que fueran discriminadas para escribir y divulgar sus

reflexiones en Imagen, lo cierto es que la mayoría de las notas

Número 16 - Año 2017 - ISSN 1852 – 4699 p.18

están firmadas por varones. No obstante, es necesario observar

la conformación del comité editorial: exclusivamente masculino,

suma en el cuarto número (1987) a Maria Teresa Flores y Liliana

De la Quintana quien, simultáneamente, cumplía dentro del Comité

Ejecutivo del Movimiento el rol de Secretaria de Difusión y

Cultura. En el quinto número de Imagen, a fines de 1988, se

produce un nuevo cambio significativo: otra mujer, la egresada

de la Facultad de Humanidades de la Universidad Mayor de San

Andrés María Eugenia Muñoz, cubre el rol de jefa de redacción, y

Teresa Flores queda como responsable de publicidad.

Con ese diseño de roles y responsabilidades más equitativo, no

resulta azaroso que la sección temática especial de la revista

en aquel quinto número, esté dedicada a la relación “imagen-

mujer”. Por su originalidad y autoreflexividad, y puesto que son

sus autoras algunas de las documentalistas que presentamos en la

sección anterior —sabiendo que en las ediciones siguientes de

Imagen no aparecerán textos de discusión de estas

características–, comentaremos los artículos. Presentando a

Danielle Caillet, María Eugenia Muñoz y Raquel Romero, el

editorial les pondera como: “Puntos de vista que, creemos, deben

convertirse en tema de discusión por la imperiosa necesidad que

tenemos para que la mujer acceda de una manera permanente a la

producción y realización audiovisual en nuestro país” (Revista

Imagen, Editorial, 1988/1989: 1). De un modo singular y

partiendo de su propia experiencia de trabajo, las tres

reflexionarán sobre el peso específico de la mirada femenina

dentro de la práctica del video boliviano que, aunque no lo

expliciten, gravita casi exclusivamente en la órbita del

documental.

En su texto Caillet señala que, en el marco de un país

subdesarrollado como Bolivia, con significativos porcentajes de

pobreza, analfabetismo e inestabilidad política, el cine debía

informar, concientizar y motivar. Frente a la propuesta del

“tercer cine” (Octavio Getino-Fernando Solanas), un cine de

intervención política —que, como dijimos, fue fundamentalmente

masculino– Caillet postula:

Número 16 - Año 2017 - ISSN 1852 – 4699 p.19

la creación de otro cine, el cual trataría de la

problemática de un mundo ignorado: el mundo de las

mujeres de extracción popular en los países

subdesarrollados que no solamente deben aguantar las

humillaciones de la miseria sino también las vejaciones

del machismo. Un cine que combatiría la doble

explotación (…) y fomentaría la integración de este

mismo potencial femenino al proceso de desarrollo. Este

nuevo cine, el cual podría llamarse ‘POTENCIAL-MUJER’,

de temática novedosa, refutaría, como primera medida, el

denigrante papel secundario que se le atribuye a la

mujer en las películas comerciales y algunas del cine-

combate como también su función como provocadora sexual,

su pasividad (…) Su propósito fundamental sería romper

el esquema de nuestra sociedad patriarcal imponiendo

percepciones renovadas con respecto al rol de la mujer

(Caillet, 1988/1989: 2).

En la necesidad de impulsar un cine desde y con las mujeres de

los sectores populares bolivianos, Caillet observa que es

necesario atender su heterogeneidad interna constitutiva —

cultural, geográfica y de clase–: “la mujer” no es una

entelequia abstracta y deshistorizada, y la riqueza de

experiencias de género ofrece no sólo desafíos sino también

posibilidades. La documentalista insiste en la necesidad de que

quienes faciliten ámbitos de visionado y producción audiovisual,

adapten la transferencia de medios y códigos visuales a partir

del reconocimiento de la multiplicidad de matrices culturales y

horizontes de percepción y lenguaje, justamente en función de

una eficaz apropiación de las herramientas: nunca será igual

mirar y producir un video para y con una mujer campesina, una

fabril, una estudiante o una palliri.

Aún ponderando sus intenciones, la reflexión de Caillet tropieza

a veces con un enfoque esquemático respecto de los

condicionamientos étnico-sociales: “Tomando en cuenta la

estricta lógica del idioma aymara, se escogerá un desarrollo

Número 16 - Año 2017 - ISSN 1852 – 4699 p.20

lineal, un encadenamiento causal, haciendo omisión del flashback

y la anticipación (…) respetando el medio ambiente de la mujer

campesina, el estilo cinematográfico tendrá que ser lento,

reiterativo y global (…)” (Ídem, 3). La propuesta no termina de

explicar ni profundizar en la relación cultura-práctica

audiovisual femenina, y da poco margen de apertura y aliento

hacia el hallazgo de nuevos recursos narrativos y formales que

las participantes pudieran encontrar, recreando o incluso en

tensión con su propio ámbito socio-cultural y lingüístico. Con

todo resulta muy significativa la interpelación de Caillet a

trabajar desde y con imaginarios culturales Otros en función de

una mayor movilización, participación y concientización política

y de género: “La novedad formal del cine “potencial-mujer”

residiría no solamente en su expresión feminista sino también en

su especificidad gramatical concorde al esquema mental de cada

uno de los núcleos culturales” (Ídem). Más aún, y aquí parece

haber una crítica al documentalismo social y al cine de

intervención política, en un gesto que también revela las

propias limitaciones de su quehacer: “(…) dejando de lado

demagogia, paternalismo y autoritarismo, sólo existirá un cine

del pueblo en manos de sus propios integrantes” (Ídem).11

Con un epígrafe literario de Margueritte Duras (“Hiroshima mon

amour”) —marca autoral sin explotar por otro redactor en los

números anteriores de la revista–, la joven María Eugenia Muñoz

parte de la asunción del audiovisual no como mera técnica sino

como expresión y vehículo ideológico, y del realizador/a como

sujeto responsable frente a la humanidad. Distingue entre dos

principios que regirían la actividad humana y natural —

masculino-activo y femenino-pasivo/de conservación– y se centra

en el carácter femenino del cine. Frente a sociedades

tecnologizadas y violentas que no buscan el equilibrio entre

estos dos principios, la respuesta más acertada —según su

perspectiva– es la oposición a toda forma de coerción a la

libertad y la dignidad humana, y desde el campo de la cultura,

proponer un cine femenino que traduce como “un cine

introspectivo, que se ocupe del inmenso universo psicológico del

Número 16 - Año 2017 - ISSN 1852 – 4699 p.21

hombre (…) un cine que rescate el sentido mágico y sagrado del

mundo, que de más oído a las voces interiores y subterráneas,

que reclaman más silencio (…)” (Muñoz, 1988/1989: 5). Aunque

aquí se observa un contradictorio esquematismo donde “lo

femenino” es el equivalente a ternura, belleza, magia e

introspección; resulta interesante que la autora no ligue esos

caracteres a una marca biológica específica, insistiendo en que

puede encarnarse tanto en la mirada y la práctica de una mujer

como de un varón.12

Por su parte, a la hora de problematizar las condiciones de

posibilidad/limitaciones y los rasgos distintivos del trabajo

audiovisual de las mujeres en Bolivia, Raquel Romero integra

distintos enfoques de análisis —político, cultural, económico,

de género. Denuncia con agudeza autocrítica las taras que cercan

la tarea de las documentalistas y videastas en general: los

prejuicios, discriminaciones y marginamientos “externos”, las

autoinhibiciones, miedos y autoboicots “internos”; y las

múltiples interacciones y mediaciones entre lo impuesto (desde

afuera) y lo asumido (desde adentro). Señala:

Nuestro “acostumbramiento” a ser el soporte de la labor

masculina nos ha hecho sentir y pensar que hay

situaciones creativas y de dirección, para las cuales no

tenemos condiciones (…) pero se trata de falacias que

debemos romper nosotras mismas (…) Hay que romper las

barreras educativas y culturales que nos han

condicionado a estar “detrás de” o a “colaborar con” (…)

Nuestro esfuerzo y nuestro trabajo serán los únicos

argumentos válidos que nos abrirán los espacios cerrados,

a veces por nosotras (…) Nuestro mayor compromiso

consiste en valorizar los problemas femeninos,

contextualizarlos dentro de una lucha global y sobretodo

lanzarnos a la búsqueda de estilos y lenguajes propios,

con una visión femenina del mundo… (Romero, 1989: 6-7).

Con claridad meridiana Romero no sólo insta a sus compañeras a

la recuperación conciente y activa de roles “cedidos” a los

Número 16 - Año 2017 - ISSN 1852 – 4699 p.22

varones, sino también a defender como válida y necesaria una

perspectiva que, aunque tachada de “sectaria” e incluso elitista

o frívola, otorgue visibilidad y audibilidad a la pesada “cadena

opresora” de segregación y marginalidad de la mujer: a sabiendas

de las grandes diferencias en sus expresiones y manifestaciones

concretas, se trata de una dolorosa realidad palpable en todos y

cada uno de los grupos sociales bolivianos.

Las prácticas en la gestión institucional a nivel nacional y

regional, la realización audiovisual, así como la elaboración y

socialización de las reflexiones con perspectiva de género

revisadas, vuelven comprensible la concreción el 1 de junio de

1989 —poco antes del Encuentro Latinoamericano de Videastas en

Cochabamba– del Manifiesto de las Videastas bolivianas al que

suscriben 12 mujeres del medio en pos de: la valoración de su

trabajo audiovisual, la ponderación de la temática femenina, la

lucha contra la discriminación, la validez de un sub-

agrupamiento dentro del Movimiento local y regional, la

divulgación de las labores y filmografías femeninas, la

realización de talleres de capacitación, y la canalización de

recursos económicos. Pedían también la apertura de una categoría

especial en el concurso nacional Cóndor de Plata y la legítima

remuneración por el trabajo realizado a fin de consolidar la

profesionalización.13

Las mujeres videastas del Movimiento también supieron generar

por sí mismas espacios de formación técnica: por ejemplo entre

marzo y abril de 1990 organizaron un taller de sonido a cargo de

Oscar Vargas, planeando para mayo uno de iluminación y

posteriormente otro de edición.14 Incluso, llegaron a organizarse

a nivel regional. En 1989 y 1990 se realizaron en Lima el primer

y segundo Festival de Mujeres Videastas Latinoamericanas —

eventos organizados por miembros de la SAVI (Sociedad Argentina

de Videastas) y el MNCVB (Nicobis), entre otros–; y tanto en el

Encuentro Latinoamericano de Videastas de Montevideo como en el

de Cuzco (1990 y 1992 respectivamente) se constituyó una

comisión especifica de “Video y Mujer”, en cuyo marco se

Número 16 - Año 2017 - ISSN 1852 – 4699 p.23

intercambiaron opiniones y experiencias entre las realizadoras

de la región. Espacio de diálogo, de compartir problemas,

deficiencias, miedos y diagnósticos; pero también socializar

aportes, logros, audacias y aciertos.

Sin embargo, esta forma de articulación tuvo una corta vida y se

diluyó: “A algunas les dio miedo enfrentarse con otros hombres

(…)”, señaló Romero añadiendo que el bagaje feminista y sus

implicancias resultaban demasiado comprometedoras. Creemos que,

además de lo dicho, también influyeron variables económico-

financieras que dificultaron los trabajos en red y colaboración,

sumado a que cada realizadora fue centrándose en su propio

camino profesional, amén de que la unidad de Movimiento local

comenzaba ya a disgregarse a causa de disputas por recursos,

entre otros factores.

Corolarios posibles y abiertos

Siendo hasta ese momento prácticamente inédito semejante

protagonismo y visibilidad pública, el trabajo técnico y

creativo de las mujeres videastas significó una disruptiva

apertura y ampliación de la escena de producción audiovisual:

produjo nuevos interrogantes sobre temáticas conocidas; irrumpió

con paradojas incómodas para el imaginario social y puso en

juego una praxis autocrítica que se diferenció de los modelos

convencionales. Eso no significó un proceso armónico, falto de

contradicciones, dudas y retracciones: las prácticas y las

creencias respecto de su propio hacer estuvieron atravesadas por

prejuicios externos asumidos y reproducidos, autoinhibiciones e

inseguridades, y la continuidad creativa fue sumamente difícil

de sostener.

No obstante, el documental fue para ellas un ejercicio de

expresión visual y de pensamiento atento a voces/miradas Otras;

un instrumento de documentación, denuncia y educación no formal.

El video parece haber funcionado como una tecnología ética,

política y comunicativa de (auto)consciencia: un dispositivo

productor y visibilizador de diferencia, de “su” diferencia. Y

si fue así, si a través de la imagen las videastas buscaron y

Número 16 - Año 2017 - ISSN 1852 – 4699 p.24

crearon “su lugar” y le dieron su propia impronta, es porque no

sin esfuerzo y constancia, esa decisión implicó primero y ante

todo, la puesta en juego de una sensibilidad capaz de retornar a

un pasado marginado, reencontrarse con un tejido de prácticas,

saberes y experiencias de reivindicación y organización, y re-

conocerse como herederas de la historia de otras mujeres

bolivianas. Comprender y valorar esa presencia diferencial

dentro de las luchas populares en la búsqueda de las libertades

y derechos colectivos; mostrar y escuchar a “las invisibles” de

la historia de los oprimidos, iluminó una genealogía olvidada a

la que orgullosamente pertenecían, actualizaban y recreaban en

pos del presente y el porvenir.

Bibliografía

Caillet, Danielle (1988/1989), “La importancia de un cine

llamado ‘Potencial –mujer’” en Revista Imagen Año 2, Nº 5,

Diciembre 1988 y Enero 1989. La Paz.

____________ (1992). “Danielle Caillet” en Mirada de mujer.

Realizadoras bolivianas”, MNCVB, Nicobis y Círculo de Mujeres

Periodistas, La Paz.

____________ (2008). “Entrevista a Danielle Caillet. Ciclo

Cultural Portales (Cochabamba). Serie radial “Entrevistas y

Testimonios, 1980” reproducida en Danielle Caillet- Exposición

homenaje, Fundación Simón I. Patiño, La Paz.

Calderón Durán, Marcela (1990). “La mujer. Luz, cámara, mujer”

en Revista Imagen Nº 10 Año 3 Mayo 1990 (Suplemento dominical en

Diario Presencia).

De la Quintana, Liliana (1992). “Liliana De la Quintana” en

Mirada de mujer. Realizadoras bolivianas”. MNCVB, Nicobis y

Círculo de Mujeres Periodistas, La Paz.

Mesa, Carlos (1985). La aventura del cine boliviano. Gisbert, La

Paz.

MNCVB (1986). ”Movimiento del Nuevo Cine y Video Boliviano. Tres

años de actividad” en Boletín Imagen del Nuevo Cine y Video Año

1, Nº 1, Julio 1986. La Paz.

Muñoz, Maria Eugenia (1988/1989). “Lo femenino: el fiero combate

Número 16 - Año 2017 - ISSN 1852 – 4699 p.25

del amor y la ternura” en Revista Imagen Año 2, Nº 5, Diciembre

1988 y Enero 1989. La Paz.

_____________________ (2009). “Video boliviano del siglo XX” en

Historia del la cultura boliviana en el siglo XX. Tomo II:

teatro, cine y video. Agua del Inisterio, Sucre.

Palacios, Beatriz (1992). “Beatriz Palacios” en Mirada de mujer.

Realizadoras bolivianas”. MNCVB, Nicobis y Círculo de Mujeres

Periodistas, La Paz.

Quiroga, Cecilia (1992). “Cecilia Quiroga” en Mirada de mujer.

Realizadoras bolivianas”. MNCVB, Nicobis y Círculo de Mujeres

Periodistas, La Paz.

_____________ (2012). “Bolivia” en Cine comunitario en América

Latina y el Caribe. Fundación Nuevo Cine Latinoamericano y

Centro Nacional Autónomo de Cinematografía, La Habana.

Rivera, Silvia (1992). “Silvia Rivera” en Mirada de mujer.

Realizadoras bolivianas”. MNCVB, Nicobis y Círculo de Mujeres

Periodistas, La Paz.

Romero, Raquel y Liliana de la Quintana (1988). “El video y las

Nuevas Generaciones de Realizadores Bolivianos” en Revista

Contacto 25/26 Enero 1988. UMSA, La Paz.

Romero, Raquel (1989) “Mujeres realizadoras; lunares en el

espectro audiovisual” en Revista Imagen Año 2, Nº 5, Diciembre

1988 y Enero 1989. La Paz.

_____________ (1992). “Raquel Romero” en Mirada de mujer.

Realizadoras bolivianas”. MNCVB, Nicobis y Círculo de Mujeres

Periodistas, La Paz.

Susz, Pedro (1991). Filmo-Videografía boliviana básica (1904-

1990). La Paz, Cinemateca Boliviana.

Zavaleta Mercado, René (1983). “Las masas en Noviembre” en René

Zavaleta Mercado (comp.) Bolivia hoy. México, Siglo XXI.

_____________________ (1986), Lo nacional-popular en Bolivia.

Siglo XXI, México.

Publicaciones

Revista Imagen Nº 1 Noviembre-Diciembre 1986. La Paz.

Revista Imagen Nº 2 Año 1 Enero-febrero 1987. La Paz.

Número 16 - Año 2017 - ISSN 1852 – 4699 p.26

Revista Imagen Nº 3 Año 1 Marzo-Abril 1987. La Paz.

Revista Imagen Nº 4 Año 1 Septiembre –octubre 1987. La Paz.

Revista Imagen Nº 5 Año 2 Diciembre 1988 y Enero 1989. La Paz.

Revista Imagen Nº 6 Año 3 Abril-Mayo 1989. La Paz.

Revista Imagen Nº 7 Año 3 Junio-Julio 1989. La Paz.

Revista Imagen Nº 8 Año 3 Abril 1990 (suplemento dominical en

Diario Presencia)

Revista Imagen Nº 9 Año 3 Abril 1990 (Suplemento dominical en

Diario Presencia)

Revista Imagen Nº 10 Año 3 Mayo 1990 (Suplemento dominical en

Diario Presencia)

Revista Imagen Nº 11 Año 5 Julio-Agosto 1991. La Paz.

Entrevistas

Entrevista a Alfredo Ovando y Liliana de la Quintana: 6 de julio

de 2015.

Entrevista a Raquel Romero: 10 de julio de 2015.

Entrevista a Elizabeth Peredo: 31 de julio 2015.

Notas

1 Utilizamos la imagen de “escena de los ochenta” para metaforizar el proceso dinámico y conflictivo de configuración, desarrollo y dispersión de una serie de heterogéneas experiencias de producción en video que llevaron adelante jóvenes paceñxs desde el final de la dictadura de Bánzer (1977-1978) hasta comienzos de la década del noventa, y que convergieron en lo que se denominó el Movimiento de Cine y Video Boliviano (MNCVB). Nos inspira el título que Ana María Battistozzi dio en 2003 a una muestra sobre las experiencias de producción artística en los ochenta en Argentina, con epicentro en Buenos Aires, y que se exhibió en Fundación Proa: “Escenas de los ochenta”, se proponía mostrar el carácter interdisciplinar de aquellas propuestas que hibridaban teatro, música, performance, artes visuales, poesía, en medio de un clima epocal de contracultura y retorno democrático. 2 Entrevista personal. 3 Ídem. 4 En cine realizó Vencer el abandono (1982), Destrucción nacional (junto a Paolo Agazzi y Diego Torres, 1983) y Abriendo brecha (junto a Agazzi, 1984). 5 Ídem. 6 “Nosotros que venimos de un mundo de izquierda, revolucionario, de pronto nos damos cuenta de que en ese mundo el machismo también es muy fuerte, muy acendrado y que las mujeres no tienen por qué construir discursos propios porque el discurso es “de clase” y somos todos iguales, y todo es homogéneo y no puede haber diferencias. ‘¿Por qué

Número 16 - Año 2017 - ISSN 1852 – 4699 p.27

vas a diferenciar?’ ¡Eso es pequeño burgués, antirrevolucionario! (…) Esa fue una pelea muy fuerte con los hombres” (Entrevista personal con la autora). 7 La danza… obtuvo el primer premio en video en el Festival Cóndor de Plata (Bolivia, 1982); Lucho… obtuvo el premio al mejor cortometraje en el mismo festival en su edición de 1983, mientras Café con… recibió en 1986 el primer premio en el Concurso Internacional sobre la deuda externa (categoría programa de TV), convocado por el Instituto Cubano de Radio y Televisión.; y fue mención especial en el 8vo Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano (categoría video-reportaje). En 1989, La Chola… recibió el premio UNDA-AL en el XI Festival de Cine y Video Latinoamericano de La Habana. 8 Entrevista personal. 9 Ver Quiroga (2012). Allí la videasta reivindica las experiencias de los ochenta como preámbulo de la explosión del video indígena y el video comunitario posteriores (década del noventa). 10 Entrevista personal. Peredo recordó que uno de los primeros debates dentro del círculo de intelectuales feministas, y que podemos inferir también se filtró como interrogante entre las videastas al ser ambos grupos próximos en sensibilidad, fue el de la pertinencia/impertinencia del andamiaje teórico europeo para pensar el contexto andino, así como también los riesgos de la asimetría de clase, que podrían redundar en un “maternalismo asistencialista”. Simultáneamente hubo una tensión creciente respecto de la asunción/negación de contradicciones internas: mientras se transmitían ideas “de avanzada feminista”, no discutían ni la distribución de las labores en la familia y la casa, ni la condición de las trabajadoras del hogar. 11 La autora insistió con frecuencia no sólo respecto de la complementariedad entre lo femenino y lo masculino a la hora de transformar la sociedad; sino también en la importancia de los medios audiovisuales y culturales, como el video, en tanto que formas concretas de intervención social y “trabajo mixto”: una herramienta de sensibilización sobre el mundo compartido, con incidencia en las mentalidades (Caillet en Calderón, 1990). 12 Dice Muñoz: “(…) más que hablar del papel de la mujer en este medio de comunicación (que no veo por qué ha de ser opuesto o diferente al del hombre) valdría la pena hablar del papel de lo femenino en el cine” (Ídem). En este planteo queda soslayada la reflexión sobre la dimensión histórica en lo que hace a las relaciones de poder y dominación sobre la mujer en las sociedades modernas (de carácter patriarcal y machista). 13 Suscribieron al manifiesto: Raquel Romero, Patricia Flores, Liliana de la Quintana, María Teresa Flores, Gabriela Ávila, Beatriz Fernandez, Esperanza Pinto, María Eugenia Muñoz, Catalina Delgado, Cecilia Quiroga, Eva Urquidi y Carmen G. B. 14 No hay registros escritos sobre su concreción.