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AMOR AL PRÓJIMO VICENTE PÁEZ MUÑOZ DE MORALES 1

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AMOR AL PRÓJIMO

VICENTE PÁEZ MUÑOZ DE MORALES

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ÍNDICE Página

El amor al prójimo es inseparable del amor a Dios 3

Precepto del amor al prójimo…………………………. 5

El amor al prójimo es signo inequívoco de ser

discípulo de Cristo y distintivo de la vida divina… 6

Clases de prójimo……………………………………….. 7

Misericordia……………………………………………….. 8 Ejercicio de la misericordiaObras de misericordia corporales…………………….. 10

Obras de misericordia espirituales……………………. 16

Amor al prójimo enemigo………………………………. 31 El perdón de Jesús en el Evangelio…………………… 11

El amor al enemigo consiste esencialmente en no odiar y no vengarse……………………………….. 23

El hombre se siente más veces

ofendido que ofensor……………………………………… 24 Amarás al prójimo como a ti mismo………………. 30

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AMOR AL PRÓJIMO “Amarás al prójimo como a ti mismo” (Mt 22,39).

EL AMOR AL PRÓJIMO ES INSEPARABLE DEL AMOR A DIOS

El amor al prójimo es una consecuencia lógica del

amor a Dios porque el prójimo es Dios participado en el hombre, miembro del Cuerpo Místico de Cristo. Nace de Dios (1Jn 5,7), se vive personalmente, se demuestra comunitariamente, se extiende a todas las cosas, y revierte finalmente a Dios. Es el tema fundamental de la vida cristiana y sobre el que tratará el examen final en el día del juicio (Mt 25, 31ss).

Amar al prójimo sin amar a Dios es: - Compasión por el que sufre; - satisfacción que se siente por hacer el bien al prójimo; - amor humano atractivo o enamoramiento; - filantropía o amor al género humano;

Pero no amor cristiano o caridad.

Entre dos extremos viciosos: amar al prójimo sin amor a Dios o amor a Dios sin amor la prójimo, es preferible el amor al prójimo sin amor a Dios, porque el que hace el bien al prójimo por cualquier motivo, aunque sea humano, sociológico o político, hace el bien a Cristo de alguna manera en los miembros de su Cuerpo Místico, aunque no quiera, “porque cuanto hicisteis a estos hermanos míos más pequeños, a mi me lo hicisteis” (Mt 25, 40).

El amor cristiano al prójimo no es necesario que sea mutuo, pues se puede amar a otro, sin ser amado por él,

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porque el motivo supremo por el que se ama desde la fe católica es Dios. El amor humano para que sea cristiano tiene que estar divinizado. Amor humano correspondido o no correspondido, por amor Dios adquiere categoría sobrenatural. El amor humano no correspondido, sufrido y aceptado y padecido es dolor cristiano con gozo espiritual.

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PRECEPTO DEL AMOR AL PRÓJIMO

El amor al prójimo está claramente mandado en la Sagrada Escritura. “El amor puede ser mandado porque antes es dado” (Deus charitas est nº 14; 1 Jn 5,7).

En el Antiguo Testamento muchos doctores de la Ley

entendían que el prójimo era el israelita o el extranjero que moraba en Israel. En cambio, en el Nuevo se extiende a todos los hombres, de manera que a nadie se puede excluir del amor cristiano. Pongamos dos ejemplos:

- “Quien ama a Dios ame también a su hermano” (1 Jn

4,21), porque el amor a Dios y al hermano es un mismo amor con dos versiones diferentes, como una sola medalla con el anverso y reverso o una moneda con la cara y la cruz.

- “Si alguno dice: amo a Dios, pero aborrece a su hermano, miente, pues el que no ama a su hermano, a quien ve, no es posible que ame a Dios a quien no ve” (1 Jn 5,20), pues al prójimo se le ve con los ojos de Dios y se le ama con su corazón.

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EL AMOR AL PRÓJIMO ES SIGNO INEQUÍVOCO

DE SER DISCÍPULO DE CRISTO Y DISTINTIVO DE LA VIDA DIVINA

“En esto reconocerán todos que sois mis discípulos, en que os amáis unos a otros” (Jn 13, 35).

El amor mutuo entre los cristianos es signo de ser discípulo de Cristo y puede ser un apostolado para que puedan convertirse los que no creen en Dios.

El amor humano al prójimo, correspondido, tiene su recompensa, pues amando a quien te ama, se ama uno a sí mismo en el otro. Sin embargo, amando a quien no te ama, se ama a Cristo en el prójimo. El amor del hombre a Dios es lógico porque ama a quien recibe todo bien, pero el amor de Dios al hombre es ilógico, en cierto sentido humano, porque ama al hombre de quien no puede recibir nada, porque es Amor absoluto y eterno. El amor divino es dádiva gratuita. Jesús en la homilía de la institución de la Eucaristía nos mandó que nos amáramos unos a otros, como Él nos amó. Y si Él nos amó dando la vida por nosotros, nosotros debemos dar la vida por los hermanos (1 Jn 4,11).

“Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos. El que no ama permanece en la muerte” (1 Jn 3,14)

El amor cristiano, esencia de la naturaleza de Dios,

es vida, y sin vida en Dios hay muerte, que es el pecado, muerte del alma.

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CLASES DE PRÓJIMO

Según la doctrina de Santo Tomás de Aquino el amor al prójimo se extiende a todos los seres que poseen la comunicación de la bienaventuranza o la capacidad de conseguirla. En concreto son:

- Los ángeles y bienaventurados del Cielo, que tienen la misma gracia que los hombres, pero glorificada;

- las almas del Purgatorio, destinadas a la posesión de la bienaventuranza, que poseen la gracia divina en estado de purgación;

- los que están en estado de gracia y santos porque viven la misma vida de Dios, hecha gracia;

- los pecadores, por muy pecadores que sean, porque mientras viven en este mundo pueden recuperar la gracia divina y conseguir la bienaventuranza;

- y los enemigos de Dios y de la Iglesia, pues, aunque hayan perdido la fe, tienen la capacidad de la salvación eterna por la omnipotente misericordia de Dios.

Solamente están excluidos los demonios y condenados en el infierno, porque están eternamente desconectados de la bienaventuranza.

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MISERICORDIA

La misericordia, dice San Agustín, es una especie de compasión interna ante la misericordia ajena, que nos mueve e impulsa a socorrerla si nos es posible. Es un vocablo compuesto de dos palabras latinas míserum cor, que significan corazón misericordioso.

La misericordia o compasión para con el prójimo es una de las virtudes más recomendadas en la Sagrada Escritura, porque el hombre está plagado de miserias, de todo tipo, por culpa del pecado original, que necesitan misericordia.

Recogemos aquí algunos textos señalados, por aquello de que para “muestra basta un botón”.

“El misericordioso se hace bien así mismo; el de corazón duro, a sí mismo se perjudica” (Pr 11,17).

“El que desprecia a su prójimo peca; bienaventurado el que tiene misericordia de los pobres” (Pr 14,21).

“El que hace justicia y misericordia hallará vida y honor (Pr 21,21).

“Guarda la misericordia y la justicia y pon siempre en Dios tu esperanza (Os 12,6).

“Prefiero la misericordia al sacrificio, y el conocimiento de Dios al holocausto (Os 6,6; cf 12,7).

“Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6,36).

“Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia (Mt 5,7).

“Vosotros, pues, como elegidos de Dios santos y amados, revestíos de entrañas de misericordia, bondad, humildad, mansedumbre, longanimidad, soportándoos y perdonándoos mutuamente siempre que alguno diere a otro motivo de queja” (Col 3,12-13).

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En el Nuevo Testamento las más bellas parábolas de Jesús nos hablan de la misericordia divina, como por ejemplo:

- la oveja perdida (Lc 15,1-17);- el hijo pródigo (Lc 15,11-32;- el siervo que debía diez mil talentos (Mt 18,23-25),- el buen samaritano (Lc 10,25-37); - la sublime alegoría del Buen Pastor (Jn 10,1-21).A estas parábolas se pueden añadir:- la escena emocionante de la mujer adúltera (Jn 8,1-

11);- el perdón de Jesús a la pecadora que regó con

sus lágrimas sus pies (Lc 7,36-50;- la conversión de Zaqueo (Lc 19,1-10);- el perdón de Jesús moribundo en la cruz al buen

ladrón (Lc 23,39-43);- y, sobre todo, el perdón que concedió a los que le

habían crucificado (Lc 23,34).

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EJERCICIO DEL AMOR AL PRÓJIMOOBRAS DE MISERICORDIA CORPORALES

En general, todas las cosas humanamente buenas o indiferentes, realizadas por Dios son objeto del amor al prójimo. La tradición cristiana, desde tiempos antiquísimos, desde antes de Santo Tomás de Aquino, las reduce a catorce: siete corporales y siete espirituales. Todas ellas y otras muchas se recomiendan en la Sagrada Escritura.

1 Visitar y cuidar a los enfermos2 Dar de comer al hambriento 3 Dar de beber al sediento 4 Vestir al desnudo5 Dar posada al peregrino 6 Redimir al cautivo7 Enterrar a los muertos

Vamos a hacer sobre cada una de ellas un breve comentario en titulares explicativos que inviten a la reflexión y la oración.

1 Visitar y cuidar a los enfermosAunque la filosofía del discurso humano sobre el dolor

ha dado diversas soluciones con razonamientos arbitrarios, más o menos convincentes, y las religiones humanas fundadas en revelaciones han explicado el misterio del dolor, a lo largo de la Historia, de muchas maneras, solamente la solución al misterio del dolor nos la ha dado la Iglesia Católica, basada en la Revelación: el pecado original fue la causa fundamental de todos los males. Consecuentemente la enfermedad es un castigo de origen que se transmite a todos los hombres de generación en generación.

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Jesucristo, verdadero Dios, al hacerse hombre, nos redimió mediante el misterio pascual de su vida, especialmente de su pasión, muerte y resurrección, asumiendo todas las consecuencias del pecado menos el pecado. Por eso, la enfermedad, dolor de la persona, tiene su explicación con la perspectiva de la salud eterna en la resurrección del último día.

La enfermedad puede considerarse en sentido espiritual como una medicina para quienes la padecen por sus pecados, pues el castigo no sólo sana y expía la culpa sino que preserva de pecados futuros y mueve a hacer el bien. Muchas aflicciones de la vida presente son permitidas por Dios únicamente para humillarnos y probarnos. No se puede admitir la teoría de Bayo que en el siglo XVI afirmó que las tribulaciones de los justos son castigos por sus propios pecados, pues hay inocentes que cargan con los pecados de los hombres por razones misteriosas que solamente Dios sabe.

En la enfermedad muchos encuentran el camino de la salvación, pues con la salud iban de pecado en pecado, camino de la perdición. Algunos pecadores, de buen corazón, encuentran en la enfermedad una ocasión para mejorar su vida y comprender y ayudar al que sufre. El buen enfermo ya no es esclavo de la concupiscencia, de la ambición, de la ansiedad del poder, de los honores, pues al reconocer que es hombre débil y necesita la ayuda de los demás, practica la gratitud y consigue virtudes que en la vida de pecado no tenía.

La enfermedad, cristianamente llevada, es también una fuente de gracias para el sufre con paciencia y experiencia, para quienes rodean al enfermo, para los médicos, enfermeras y cuidadores en hospitales o en casas, pues además de proporcionar al que sufre medios para sobrevivir, aprenden la ciencia del saber y la experiencia del

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hacer. Para quienes vivimos la fe sabemos que con el dolor se suple lo que faltó a la pasión de Cristo (Col 1,24).

Otra saludable gracia que reporta la enfermedad es aprender que no merece la pena trabajar tanto para conseguir tan poco, y que se pueden hacer muchas cosas sin el demasiado trabajo, que suele ser muchas veces amor propio, afán desmedido de riquezas, y apostolado camuflado por egoísmo oculto, frecuentemente inconsciente.

En una dimensión eclesial sabemos que el enfermo es un mimbro del Cuerpo Místico de Cristo que sufre, a quien se le presta un servicio de misericordia, objeto especial del amor de Cristo, que durante su vida pública amó, cuidó y curó a los enfermos.

Es obra de misericordia también ejercer esta misión por razones de justicia cuidando a los enfermos con la mayor delicadeza posible y perfección humana, viendo a Cristo que sufre en el prójimo. Con esta perspectiva se realiza mejor la caridad misericordiosa y se enriquece el trabajo humana y espiritualmente.

La visita a los enfermos es un modo excelente de practicar el amor a Cristo doliente en los miembros de su Cuerpo Místico. Se debe realizar no sólo por compasión humana, que entonces sería una obra humana, sociológica o política, encomiable, sino en cristiano haciendo una obra de virtuosa misericordiosa con espíritu sobrenatural de fe, cumpliendo la voluntad de Dios manifestada por Jesús en el Evangelio: “Venid benditos de mi Padre…, porque estuve enfermo y me visitasteis” (Mt 25, 34- 40).

El cristiano que trabaje en la atención al enfermo, aunque sea por razones de profesión o humanitarias, debe purificar la intención, en el momento de hacer las obras de misericordia en justicia o caridad, pues realizadas en estado de gracia adquieren valor sobrenatural. En esta misión hay

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que extremar la virtud de la caridad en la prestación de los servicios necesarios y posibles, ayudando al enfermo espiritualmente en lo posible, aunque sólo sea con la oración.

El enfermo, en general, suele ser egoísta, y exigente muchas veces, por manera de ser, mala educación o poca virtud, y distintos condicionamientos que exigen las virtudes de paciencia y abnegación. Hay prestarle con caridad y silencio todos los servicios necesarios, cumpliendo exactamente las prescripciones facultativas, aguantando en todo lo posible sus impertinencias, y comprendiendo sus debilidades.

2 Dar de comer al hambriento Socorrer al que tiene hambre es una obligación de

justicia que tiene que cumplir con urgencia no solamente el Estado, sino también un deber del ciudadano, y una caridad del cristiano, pues el hambre no tiene espera. Esta obra de misericordia con el hermano que tiene hambre hay que cumplirla, sin mirar su condición humana de color, ideológica, religiosa, o cultural, aunque se haga por oficio remunerado. Pero la verdadera obra de misericordia consiste en compartir libremente y por amor a Cristo nuestros bienes con el que tiene hambre. No consiste solamente en dar una limosna al menesteroso en momentos de apuro, sino también en prestar ayudas a quien padece necesidades en unas circunstancias accidentales de su vida, por el paro y otras que sobrevienen de maneras imprevistas.

En el mundo de hoy en que Dios ha dado inteligencias para llegar a la luna, comunicarse en el acto con todo el mundo por internet, conquistar con asombro el espacio, hay que trabajar porque desaparezca el hambre, pues hay bienes suficientes en la Tierra y medios suficientes para erradicar el hambre en todos los países.

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3 Dar de beber al sediento La bebida es el complemento natural del alimento del

hombre, pues el agua es necesaria para la vida humana y para los bienes de la tierra. El agua no cuesta nada o poco, y es una caridad misericordiosa calmar la sed del sediento, como es evidente. Pero ha de hacerse siempre con espíritu evangélico, viendo en el necesitado a Cristo, conforme al dicho evangélico: “Lo que hagáis a uno de estos a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40).

Citamos algunos ejemplos de la Sagrada Escritura.“Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene

sed, dale de beber” (Pr 25,21-22). “A los que tengan sed, llevadles agua” (Is 21,14).

“Venid benditos de mi Padre…, porque tuve sed y me disteis de beber” (Mt 25,35).

“El que diere de beber a uno de estos pequeños sólo un vaso e agua fresca en razón de discípulo, en verdad os digo que no perderá su recompensa” (Mt 10,42).

Es una tarea importante y necesaria el abastecimiento

de agua potable a los pueblos y la conducción de aguas de riego para el cultivo del campo. Además de ser una obra de justicia social es también una obra de misericordia para remediar muchos males.

4 Vestir al desnudoEsta obra de misericordia no consiste solamente en

socorrer con ropa al que no puede vestirse por circunstancias históricas o razones humanas, incluso de vagancia, sino también a quien está necesitado de vestir dignamente según las costumbres y necesidades de los tiempos y los pueblos. Es un pecado tener almacenada ropa en los armarios, que no se usa, mientras que hay muchos pobres o necesitados de ropa para vivir vestidos dignamente o con decoro. Hay de cumplir el mandamiento del Señor:

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“Porque estuve desnudo y no me vestisteis” (Mt 25,43). “Estaba desnudo y me vestisteis” (Mt 25,36).

5 Dar posada al peregrino Las Órdenes monásticas antiguas consideraban la

hospitalidad cristiana como una obligación sagrada. La Regla de San Benito dedica todo un capítulo a prescribir minuciosamente cómo han de recibirse a los huéspedes a quienes hay que acoger como al mismo Cristo, especialmente a pobres de quienes nada se puede esperar.

En los tiempos pasados era frecuente alojar en casas cristianas o centros de espiritualidad a los que hacían peregrinaciones a lugares santos. Hoy también se hace en casas de acogida a los peregrinos de la ruta de Santiago. En nuestros tiempos y en España la hospitalidad al peregrino no suele ser muy necesaria, porque gracias a Dios el peregrino o viajante tiene medios suficientes para pagar un hospedaje sencillo o cómodo, evitando el lujo innecesario. Sin embargo, existen casos especiales en que la caridad exige el alojamiento a familiares, amigos y conocidos en circunstancias de catástrofes, enfermedades, problemas importantes económicos, como por ejemplo el paro. Entonces encaja dentro de esta obra de misericordia en sentido acomodaticio dar posada al peregrino.

6 Redimir al cautivoApenas hoy se puede ejercer esta obra de

misericordia, pues existen en todos los Países leyes penales que hay que cumplir rigurosamente, pero sí es obra de misericordia visitar a los presos amigos, vecinos o compañeros que por circunstancias especiales pagan condena, para llevarles consuelo, hacerles compañía, en cumplimiento del Evangelio: “Estuve en la cárcel y no me visitasteis” (Mt 25, 43).

San Pablo escribiendo a los Hebreos dice: “Acordaos de los presos, como si vosotros estuvierais presos con ellos,

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y de los sufren malos tratos, como si estuvierais en su cuerpo” (Hb 13,3).

Por distintas causas de la vida no todos los presos son culpables de sus delitos delante de Dios, aunque lo sean ante la ley delante de los hombres, pues existen excusantes humanos que el juez no contempla en rigurosa interpretación de la ley. La ira de un momento apasionado, las circunstancias del ambiente, el desequilibrio mental, la mala educación, los problemas sociales inminentes y graves inducen no pocas veces al delito irresponsable. A todos, pero de una manera especial a los delincuentes legales, no culpables en conciencia, hay que tener compasión y comprensión, por aquello que leí en un cementerio: “Odia el delito y compadece al delincuente”.

7 Enterrar a los muertos El cadáver de un cristiano, que fue en su vida templo

de Espíritu Santo (1ª Co 6,16), en espera de su restauración en el fin del mundo. En el cementerio, que significa en griego dormitorio, duermen los muertos esperando despertar en el último día en la resurrección. Esta obra de misericordia se puede cumplir acompañando a los familiares y amigos, rezando por ellos, en privado o silencio, y si es posible y pastoral también en público, según los casos. El acompañamiento a los familiares es una ocasión oportuna de practicar la caridad, que nunca se olvida y en algunos casos no se paga con nada, y que no debe ser correspondencia social.

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OBRAS DE MISERICORDIA ESPIRITUALES

Las obras espirituales de misericordia son mejores y superiores a las corporales, según os enseña Santo Tomás de Aquino, la teología católica y la doctrina de la Iglesia. Son muchísimas como las obras corporales, como dijimos, pero se vienen agrupando por tradición en siete, que están contenidas en la Sagrada Escritura:

1ª Enseñar al que no sabe2ª Dar buen consejo al que lo necesita3ª Corregir al que yerra4ª Perdonar las injurias5ª Consolar al triste6ª Sufrir con paciencia los defectos de nuestros

prójimos7ª Rogar a Dios por los vivos y difuntos

1 Enseñar al que no sabeLa ignorancia inculpable de los que quieren saber y

no pueden por causas humanas o históricas es una miseria del entendimiento que tiene el objeto de conocer la verdad, pues priva al hombre de muchos bienes humanos, espirituales y sobrenaturales. El saber lo necesario para vivir dignamente o para satisfacer las exigencias naturales del hombre es un bien supremo del hombre. Por consiguiente, enseñar al que no sabe es una obra de misericordia encomiable, incluso para quienes imparten la ciencia por profesión o vocación personal. El cristiano que enseña disciplinas humanas, lo debe hacer con influencias cristianas y espíritu evangélico, pues incluso en las matemáticas cabe Dios. Santa Teresa de Jesús decía que Dios andaba entre los pucheros. Enseñar a leer y escribir a los analfabetos, ampliar estudios a los que necesitan saber es una obra de misericordia digna de encomio, que Dios premia, aunque sea con fines justamente lucrativos.

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Más valiosa aún es ejercer la misericordia enseñando las verdades eternas, en catequesis, conferencias, publicaciones, libros, revistas y también difundiendo la fe por los medios de la comunicación social de la radio y televisión. Es, por supuesto, más importante enseñar las verdades de la fe que la ciencia puramente.

2ª Dar buen consejo al que lo necesita Nadie es tan sabio y santo que no necesita consejo.

El que no consulta nunca o pocas veces es un soberbio ignorante o un iluminado fatuo; y el que en la búsqueda de la verdad busca consejo, es sabio y santo.

No es fácil saber aconsejar a quien lo necesita. Los padres deben educar cristianamente a sus hijos en la verdad en el periodo de la formación, mientras están bajo la autoridad patria, y aconsejarles también, si pueden, cuando han llegado a la mayoría de edad o han elegido estado; y los hermanos y amigos se deben aconsejar unos a otros, si piden consejo y hay confianza suficiente de amistad cristiana. La virtud de la prudencia enseña cómo se debe aconsejar, cosa difícil, pues cada uno aconseja a otros lo que le parece mejor en conciencia, aunque luego resulte que el consejo no era bueno, pues Dios premia el consejo que se da de buena fe y recta conciencia, y no el resultado del consejo equivocado.

Para aconsejar es necesario estar seguro de la verdad que se aconseja y hacerlo con profunda y entrañable caridad. No se debe aconsejar a quien se sabe que no va a admitir el consejo o le va a ser contraproducente. Para aconsejar a los demás con garantía, eficacia y acierto hay que utilizar la humildad y la paciencia y saber escoger el momento oportuno para el consejo. No aconsejes, por regla general, a quien no te ha pedido consejo, a no ser en charlas en las que se predica lo que parece que es lo mejor.

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3ª Corregir al que yerra En esta obra de misericordia está contenida la

corrección fraterna, que es la advertencia hecha al prójimo culpable. Debe hacerse en privado por pura caridad y en estilo evangélico a quien hay obligación de corregir o se presta a ser corregido, pues la corrección pública o judicial corresponde a los Tribunales de Justicia. Corregir sin autoridad jurídica o moral es faltar a la caridad.

Se advierte al prójimo que por ignorancia o negligencia hace el mal que se puede corregir, pero caritativamente con palabras acertadas, evitando los malos modos y con la posibilidad de éxito.

Hay obligación grave de practicar la corrección fraterna. Santo Tomás dice que es mayor acto de caridad la corrección fraterna, por la que apartamos al prójimo de un daño espiritual que curarle de las enfermedades corporales o remediarle con limosnas sus necesidades materiales (II-II 33,1)

La materia de corrección son los pecados graves del prójimo ya cometidos y los futuros principalmente, y en casos de comunidad de hermanos también los veniales. La debe hacer el Superior o Autoridad de una Comunidad y también los hermanos entre sí, difícilmente aconsejable, como lo comprueba la experiencia. Corregir al Superior en las cosas graves es obligación de la Comunidad, pero debe hacerse a la autoridad máxima, aunque se sepa que va a ser inútil.

Las condiciones generales para la corrección fraterna son ante la Autoridad son:

- Que el pecado o defecto moral que se ha de corregir sea importante, cierto y público;

- con miras al bien personal y común;- que se prevea que el prójimo no se corregirá sin

ella;- y que el que la haga sea la persona más idónea;

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- eficacia o esperanza de que el amonestado se va a corregir, porque si se sabe que la corrección va a ser contraproducente y el corregido no se va a enmendar y va a ser peor, debe omitirse, a no ser que se deba hacer en justicia para el bien e la Comunidad;

- posibilidad de hacerla sin grave molestia. No es razón suficiente para omitirla el supuesto de que se va a indignar el corregido, pero sí puede haber razón para omitirla el hecho de que el corrector va a sufrir grave venganza, calumnia, notable pérdida de fortuna. Sin embargo, hay obligación de corregir al que hace grave daño, aunque sea a costa de un mal personal.

Modo de hacer la corrección fraternaDebe hacerse:- con caridad comprensiva, empezando con

habilidad y astucia alabando lo bueno que tenga el que ha de ser corregido;

- paciencia, sabiendo esperar y dando al corregido motivos de esperanza;

- humildad, prudencia y discreción, extremando la dulzura y la suavidad en palabras y modos, y sin dejarse llevar de autoritarismos, apasionamientos, rigor justiciero y severidad exageradamente legal.

4ª Perdonar las injurias En esta obra de misericordia vamos a tratar del amor

al prójimo enemigo.

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AMOR AL PRÓJIMO ENEMIGO

El amor al enemigo, precepto universal.El perdón de Jesús en el Evangelio.El amor al enemigo consiste esencialmente en no

odiar y no vengarse. El hombre se siente más veces ofendido que

ofensor.Las ofensas familiares son más perdonables.

El amor al enemigo, precepto universalDel amor cristiano no se puede excluir a nadie, ni

siquiera al enemigo a quien hay que amar como a Cristo en los miembros de su Cuerpo Místico.

Jesús en el Sermón de la Montaña dijo: “Si al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda” (Mt 5,23-24).

Son muchos los textos de la Sagrada Escritura sobre el amor al enemigo. Citemos algunos.

“Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro padre celestial” (Mt 5,43-45).

“Si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas” (Mt 6,14-15).

- “Si tu hermano peca, corrígelo, y si se arrepiente, perdónalo. Y si peca contra ti siete veces y si siete veces vuelve a ti para decirte: Me arrepiento, lo perdonarás” (Lc 17,3-

4).

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Las palabras del Señor son claras y tajantes: No se puede hacer ofrendas al Señor con un corazón enemistado con el hermano. Negando el perdón a nuestros hermanos el corazón se cierra y se hace impermeable a la misericordia de Dios. Así nos lo enseña la Iglesia en el Catecismo de la Iglesia católica del Papa Juan Pablo II: “Al negarse a perdonar a nuestros hermanos y hermanas, el corazón se cierra, su dureza lo hace impermeable al amor misericordioso del Padre; en la confesión del propio pecado, el corazón se abre a su gracia” (Cat 2840).

El perdón a los enemigos no es un consejo de perfección evangélica sino un precepto universal para todos los hombres.

El modo de perdonar al enemigo es condicional, como nos enseñó Jesucristo en el Evangelio: “como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”, pues Dios nos perdona de la manera que nosotros perdonamos.

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EL AMOR AL ENEMIGO CONSISTE ESENCIALMENTE EN NO ODIAR Y NO VENGARSE

El perdón al enemigo consiste en no odiar y no vengarse, por propia cuenta, del mal que se ha recibido. No se opone a exigir la justicia, que es necesaria y, a veces, obligatoria, para que no cunda el delito en los malhechores, y se castigue el mal; ni obliga a reanudar la amistad que antes se tenía con el amigo convertido en enemigo; ni al trato humano especial. Basta con tratar al enemigo con un comportamiento normal en casos extremos de necesidad, como se suele hacer con un extraño. Excluye dos cosas: el odio y la venganza en el corazón, incompatibles con el perdón.

Odiar no es sentir la ofensa en lo más íntimo del corazón, por aquello de que sentir no es consentir; ni tampoco el simple recuerdo de la ofensa y del ofensor, pues es lo más normal del mundo recordar los males que se han recibido del enemigo, pero sin odio ni venganza. Se suele decir una frase que conviene explicar: yo perdono pero no olvido. Perdonar pero no olvidar en el sentido de que se guarda en la memoria la ofensa que se ha recibido para vengarse de ella no es perdonar, sino odiar o vengarse. Sin embargo, perdonar pero no olvidar por razones simplemente temperamentales es compatible con el perdón, aunque repela la presencia de la persona del enemigo, se sienta rebelión en la sensibilidad o se revuelva el interior al recordar la ofensa. Perdonar y olvidar totalmente en el corazón y en la memoria, es problema de santos muy especiales o de personas naturalmente buenas, pero no es lo normal ni precepto evangélico.

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EL HOMBRE SE SIENTE MÁS VECES OFENDIDO QUE OFENSOR

El hombre, por instinto natural, se siente más veces

ofendido que ofensor, como lo demuestra la experiencia de la vida. Sucede en esto como en los accidentes de tráfico, que casi siempre decimos que hemos recibido un golpe y, pocas veces, que lo hemos dado. Nos cuesta reconocer nuestros fallos y nos molesta que se nos reprendan o se nos digan. El mal que se recibe, generalmente, es por culpa del otro, orgullo que se esconde en el pliegue más recóndito del corazón, y es tan astuto que sale al exterior en defensa propia, incluso contra la verdad. Este estilo de autodefensa instintiva aparece ya en el paraíso terrenal en la historia del pecado original. Cuando Dios preguntó a Adán la razón de su desobediencia: “¿Por qué has comido del árbol prohibido? Adán respondió: la mujer que me diste por compañera me dio del árbol y comí. El Señor dijo a la mujer: ¿Qué es lo que has hecho? La mujer respondió: La serpiente me engañó y comí” (Gén 3,11-13).

El comportamiento de Adán y Eva fue infantil, como la de un niño. ¿Quién reconoce la verdad de su pecado delante de los hombres? ¿Quién se considera pecador en su propia conciencia?

Las ofensas familiares y entre amigos y compañeros se deben perdonar con más comprensión y misericordia. Atenta la caridad cristiana el hecho de que los padres, hijos, hermanos, familiares y amigos rompan las relaciones familiares y humanas generalmente por problemas económicos. Pero desgraciadamente es muy corriente.

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El perdón de las injurias está claramente preceptuado en la Sagrada Escritura, principalmente en el Evangelio predicado por Jesucristo y en muchos textos del Nuevo Testamento, que no es este lugar para hacer un resumen de los textos.

El motivo principal de perdonar a quien nos ha ofendido es el ejemplo del Señor que perdonó a quienes lo crucificaron con aquellas palabras de su último testamento antes de morir: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34).

En verdad, muchos pecadores, con sus actos, considerados pecados en la ciencia de la Teología Moral, no ofenden a Dios porque no saben lo que hacen, pues si conocieran realmente a Dios con el conocimiento de la fe, no ofenderían a Dios. La misericordia de Dios es tan infinita que tiene en cuenta los condicionamientos humanos del desconocimiento de Dios de los pecadores y de sus debilidades naturales humanas, como el ofuscamiento de las pasiones, las limitaciones de la libertad, y las circunstancias de los actos pecaminosos.

En la oración del padrenuestro nos manda Jesús perdonar a los que nos han ofendido, poniendo por condición el perdón de Dios a nosotros al modo como nosotros perdonemos a los que nos han ofendido.

Muchos santos aprendieron a perdonar a sus enemigos copiando al pie de la letra el ejemplo de Jesús.

Santa Teresa de Jesús sentía una alegría singular cuando se enteraba de que alguien la calumniaba o injuriaba, y si no fuera porque los hombres injuriándola ofendían a Dios, deseaba que todo el mundo la ofendiera.

Santa Juana de Chantal perdonó al que mató a su marido de tal manera que llegó a ser madrina en el bautismo de uno de sus hijos, acción heroica que llenó de admiración

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San Francisco de Sales, cofundador con ella de las Salesas.

El santo Cura de Ars al recibir una bofetada de uno de sus enemigos, le contestó con una sonrisa en los labios: “Amigo, la otra mejilla tendrá celos”

Conocí en un pueblo de Madrid a una señora a quien le mataron a su esposo y a su hijo estudiante de teología en el Seminario en la guerra civil, que llevaba a la cárcel la comida al asesino de su marido y de su hijo.

Las características principales son:- Pronto, ahora mismo, cuanto antes, como nos

enseña la Palabra de Dios: “No se ponga el sol sobre vuestra iracundia (Ef 4,26);

- sin límite, sin poner tope a nuestro perdón, como nos enseña el pasaje evangélico: “Entonces dijo Pedro a Jesús: ¿cuántas veces he de perdonar a mi hermano? ¿Hasta siete veces? Le dijo Jesús: No digo hasta siete veces sino hasta setenta veces siete” (Mt 18,21-22), frase que significa siempre.

- de corazón, perdón salido de lo más profundo del alma o sobrenaturalizado venciendo los naturales impulsos de la naturaleza.

“Si peca tu hermano contra ti, corrígele, y si se arrepiente, perdónale. Si siete veces al día peca contra ti y siete veces se vuelve a ti diciéndote: Me arrepiento, le perdonarás (Lc 17,3-4).

En consecuencia, hay que perdonar al enemigo siempre, aunque se exija la justicia, se sienta en la sensibilidad, y no se borre de la memoria, circunstancias conciliables con el perdón.

5ª Consolar al tristeEl mal presente llena el alma de un abatimiento y

angustia que repercuten fuertemente sobre el cuerpo, al

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quede enfermar e incluso producirle la muerte. Son muchas las personas que han muerto de pena.

Consolar al triste es muchas veces difícil porque la pena que padece puede ser una enfermedad psicopática o psicológica. Y es sumamente fácil porque se puede consolar al que sufre con palabras humanas normales, no con discursos apocalípticos y frases de empalagosa piedad, sino con la presencia activa de la ayuda material, y sobre todo sabiendo escuchar pacientemente y con la oración silenciosa.

6ª Sufrir con paciencia los defectos de nuestros prójimos

El apóstol Santiago nos habla de la paciencia en estos términos:

Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor. El labrador aguanta paciente el fruto valioso de la tierra, mientras recibe la lluvia temprana y tardía. Tened paciencia también vosotros, manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca” (St 5,7-8.9b)

La paciencia es una virtud indispensable para la pacífica convivencia. Todos nos hacemos sufrir o nos causamos u ocasionamos disgustos, culpable o inculpablemente, muchas veces inevitables, con nuestros defectos naturales y temperamentales. Es más, los mismos actos piadosos, distintos a los propios, que no nos gustan nos dan ocasión para sufrir. Copiamos a continuación unas frases del libro siempre actual de la Imitación de Cristo en el capítulo de “Cómo se han de soportar los defectos ajenos”.

“Lo que el hombre no puede corregir en sí mismo o en los demás, debe soportarlo con paciencia hasta que Dios lo ordene de otro modo.

Piensa que tal vez conviene esto para probar tu paciencia, sin la cual son de poco valor nuestros méritos.

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Con todo, debes suplicar a Dios que te auxilie con el fin de que puedas sobrellevar benignamente tales impedimentos.

Si alguno, amonestado una o dos veces, no se enmendase, no porfíes con él, sino encomiéndalo todo a Dios, que sabe convertir el mal en bien, para que se cumpla su voluntad y sea glorificado en todos sus siervos.

Procura sufrir con paciencia los defectos y flaquezas de tu prójimo, porque tú también das mucho que sufrir a los demás.

Si no puedes hacerte a ti mismo cual quisieras, ¿cómo quieres tener a los demás a medida de tu deseo?

Queremos que los demás sean perfectos, y no enmendamos nuestras faltas.

Queremos que se corrija severamente a los otros, y nosotros no queremos ser corregidos.

Desagrádanos la excesiva condescendencia con los demás y no queremos que se nos niegue nada de cuanto pedimos.

Queremos que los demás estén sujetos a la ley, y no permitimos que se nos refrene en lo más mínimo.

Así se manifiesta cuán pocas veces tratamos al prójimo como a nosotros mismos.

Si todos fuesen perfectos, ¿qué tendríamos entonces que sufrir por Dios de parte de los hermanos?

Mas así lo ha ordenado Dios, para que aprendamos a soportar mutuamente nuestras flaquezas; porque nadie está exento de defectos y molestias, nadie se basta a sí mismo, nadie es bastante sabio para gobernarse por sí solo, sino que es necesario que nos soportemos, consolemos, ayudemos, instruyamos y amonestemos unos a otros.

Al tiempo de la adversidad es cuando mejor se descubren en cada uno sus grados de virtud.

Porque las ocasiones no hacen al hombre flaco; mas dan a conocer lo que es”.

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7ª Rogar a Dios por los vivos y difuntosOrar es una necesidad del hombre, ser humano,

porque se pide a Dios la gracia suprema de la salvación, el premio de la vida eterna y los medios sobrenaturales que se necesitan para conseguirla, que no están al alcance de las fuerzas humanas

Debemos pedir:- por los gobernantes para que el Espíritu Santo los

ilumine para gobernar los pueblos en justicia y verdad en orden al bien común de los hombres;

- por los padres, hermanos, familiares, amigos y bienhechores a quienes debemos gratitud por los beneficios que de ellos hemos recibido;

- por nuestros enemigos para que el Señor los convierta, comprendan la realidad y vivan en paz con Dios y con los hermanos;

- por los más necesitados, pobres espirituales y materiales que carecen de lo necesario para la vida, personal del alma y del cuerpo;

- En fin por todas las necesidades del mundo espirituales y materiales: por la propagación de la fe, la conversión de los pecadores, el reinado de Cristo en todos los corazones, familias y naciones del Orbe.

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AMARÁS AL PRÓJIMO COMO A TI MISMO

Amar al prójimo como a ti mismo no significa amarlo tanto cuanto uno se ama a sí mismo, se ama a los padres, hijos, hermanos y amigos porque no es un amor cuantitativo sino cualitativo, modal y sobrenatural, no natural. Valga una comparación. Amamos a todos los miembros del cuerpo, de igual manera, aunque no a todos con la misma preferencia e intensidad. De manera parecida que amamos más un ojo que un dedo de un pie que no se ve y no es tan necesario para la vida del cuerpo, pero a todos los miembros de nuestro cuerpo los amamos igualmente, debemos amar a todo prójimo, pero de distinta manera en intensidad. Por ley natural se ama más a un hijo o a un amigo que a un extraño o al enemigo, a quien hay que amar con amor de caridad por amor a Cristo, pero no con la misma sensibilidad y fuerza. En concreto: el amor al prójimo como a sí mismo no es tanto cuanto sino como a uno mismo. Hay dos razones para amar al prójimo: una humana, que también es bíblica: “lo que no quieras para ti, no lo quieras para nadie, o el bien que quieres para ti, quiérelo para los demás; y otra evangélica: el bien o el mal que se hace al hermano, se hace a Cristo (Mt 25,40)”.

Lo que alguien hace a un hijo es como si se le hiciera a la madre, pero no se le hace a la madre; como la ofensa que se hace a un crucifijo, es como si se le hiciera a Cristo, pero no se le hace a Cristo en persona sino en su imagen. En cambio, el mal que se hace al prójimo, se hace a Cristo en los miembros de su Cuerpo Místico.

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