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RIIM Revista de Instituciones, Ideas y Mercados Nº55 | Octubre 2011 | Año XXVIII Dossier sobre Raymond Aron Compilado por Eugenio Kvaternik Adriana María Suárez Mayorga La concepción aroniana de la historia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5 Pablo Antonio Anzaldi Aron, lector de Clausewitz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39 Cecilia I. Aversa Los orígenes de la inestabilidad democrática en Aron . . . . . . . . . . . . . . 71 Eugenio Kvaternik Raymond Aron: vivir en la ciudad y hacer la guerra . . . . . . . . . . . . . . . 93 Ensayos: El desafío populista en América Latina Carlos Rodríguez Braun Valores liberales y un nuevo populismo latinoamericano . . . . . . . . . . . 133 Jorge Avila Economic Denationalization as an Antidote against Populism . . . . . . . 151 Edición semestral de ESEADE

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RIIMRevista de Instituciones, Ideas y Mercados

Nº 55 | Octubre 2011 | Año XXVIII

Dossier sobre Raymond AronCompilado por Eugenio Kvaternik

Adriana María Suárez MayorgaLa concepción aroniana de la historia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5

Pablo Antonio AnzaldiAron, lector de Clausewitz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39

Cecilia I. AversaLos orígenes de la inestabilidad democrática en Aron . . . . . . . . . . . . . . 71

Eugenio KvaternikRaymond Aron: vivir en la ciudad y hacer la guerra . . . . . . . . . . . . . . . 93

Ensayos: El desafío populista en América Latina

Carlos Rodríguez BraunValores liberales y un nuevo populismo latinoamericano . . . . . . . . . . . 133

Jorge AvilaEconomic Denationalization as an Antidote against Populism. . . . . . . 151

Edición semestral de ESEADE

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Darío Fernández MoreraPopulism in Latin America and the United States:

the Case of the Tea Party Movement. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 163

Roberto Cortés CondeArgentina, From Economic Modernity to Populism . . . . . . . . . . . . . . . 181

Artículos

Gustavo GamalloMercantilización del bienestar en la Argentina.

Hogares pobres y elección de escuelas privadas . . . . . . . . . . . . . . . . . . 189

Carlos HoevelRosmini’s Economic Vision and the Post-Crisis Global Economy. . . . 235

Reseñas

Celestino CarbajalLudwig von Mises, Seis lecciones sobre el capitalismo . . . . . . . . . . . . 259

Gabriel ZanottiFrancisco Leocata, Filosofía y ciencias. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 271

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RIIMRevista de Instituciones, Ideas y Mercados

LIBERTAS NUEVA EPOCA

RIIM es una publicación académica de aparición semestral que tiene por finalidad

la publicación de artículos originales en español e inglés en las áreas de economía,

ciencias sociales y humanidades, con especial énfasis en las instituciones, ideas y

tradiciones que hacen posible el funcionamiento de una sociedad libre. Cuenta con

un consejo editorial interdisciplinario, y los trabajos publicados están sujetos a la

aprobación de un referato anónimo.

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of an interdisciplinary Editorial Board. The Journal publishes original academic

production, in Spanish or English, in the field of economics, humanities and the social

sciences, with emphasis on institutions, ideas and traditions associated with the

principles of a free society. All contributions are subject to prior approval following

a blind peer review process.

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Alejandra Salinas (Editora General), Carlos Rodríguez Braun, Mario Serrafero,

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Marcelo Barrios, Ricardo D. Bindi, Alfredo Blousson, Francisco Cárrega, Juan José

Gilli, Daniel González, Leonardo Gargiulo, Delfina Helguera, Pablo Iannello, Carlos

Newland (Rector), Adrián Pin, Alejandra Salinas, Alicia Saliva, Eliana Santanatoglia,

Florencia Thomsen.

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Edición impresaI.S.S.N. 1851-1066

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Uriarte 2472

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Este número puede ser adquirido en formato impreso en la sede de Eseade.

Edición digitalI.S.S.N. 1852-5970

Los números anteriores están disponibles sin cargo en:

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tinas que figuran en el catálogo LATINDEX administrado por CAICYT-

CONICET.

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Revista de Instituciones, Ideas y Mercados Nº 55 | Octubre 2011 | pp. 5-38 | ISSN 1852-5970

LA CONCEPCIÓN ARONIANA DE LA HISTORIA*

Adriana María Suárez Mayorga**

Resumen: En este artículo se reflexiona sobre la concepción que tenía Ray-

mond Aron de la historia y del oficio del historiador. La primera entendida

como una reconstrucción o reconstitución a la que sólo es posible aproxi-

marse por la propia experiencia y el segundo concebido como una inter-

pretación ligada tanto al método empleado como a las fuentes recopiladas

por el investigador.

Abstract: Raymond Aron’s conceptions about History and the historian’s

craft are discussed in this paper. The first one is understood as a reconstruction

or a reconstitution to which an approach is only possible by the self experience.

The second one is conceived as an interpretation, related equally to the

method employed and to the sources that were gathered by the researcher.

Raymond Aron fue un intelectual comprometido con su época; nacido en

1905 en París y fallecido en 1983 en la misma ciudad, tuvo la posibilidad

de vivir la mayor parte de los acontecimientos que dieron forma al siglo

XX; de hecho, el haber presenciado el desarrollo de dos guerras mundiales,

la crisis financiera de 1929, el ascenso del nazismo y el surgimiento de los

totalitarismos de izquierda y de derecha que marcaron irremediablemente

el devenir del mundo occidental, hicieron de él un testigo de primera mano

de la situación imperante durante dicha centuria.1 La experiencia de esa

* Se agradece al Lic. Eugenio Kvaternik por las observaciones realizadas a este artículo. ** Historiadora de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá; Magíster en Historia

Iberoamericana del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC); Magísteren Historia de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá. Estudiante del Doc-torado en Ciencias Sociales (Universidad de Buenos Aires). Su correo electrónico es:[email protected]

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realidad le imprimió a sus disquisiciones un carácter crítico que con el

paso del tiempo –y a pesar de las múltiples oposiciones que suscitaron sus

escritos dentro del entorno académico– fueron ratificando su pertinencia

para comprender el escenario político que iba a resultar de tales procesos.

El camino para llegar a ser reconocido como uno de los pensadores

más importantes del siglo pasado no fue, sin embargo, fácil; en su propio

país “Raymond Aron tuvo que luchar durante años contra la indiferencia del

medio universitario. La ignorancia y la manipulación de sus ideas y de sus

análisis se explican porque, pese a sus denodados esfuerzos, no logró sus-

traerlos al efecto perverso de la hegemonía de una sola corriente de pensa-

miento y de la politización del conocimiento. Durante la mayor parte de su

vida Aron tuvo que soportar la descalificación de su trabajo por parte de

una comunidad universitaria que lo consideraba el ideólogo de la burguesía,

enemigo de la paz o un maestro indigno de enseñar, según lo denunció Jean-

Paul Sartre en 1968 en respuesta a su crítica al movimiento estudiantil”.

Incluso, “no fue sino hasta finales de los años setenta que Raymond Aron

recibió el reconocimiento que merecía” (Loaeza, 1997: 369).

Es de anotar que la “precisión” de “algunas de sus propuestas” frente a

la construcción del discurso histórico ocasionó que varios de sus biógrafos

le atribuyeran la condición de historiador (Loaeza, 1997: 367); empero, si

bien es cierto que su frecuente propensión tanto por teorizar sobre la disciplina

como por recurrir constantemente a ella para abarcar los temas que le inte-

resaba examinar podrían legitimar que se le otorgara ese calificativo, también

lo es (para ser justos con el propio pensamiento aroniano) que él nunca se

asumió como tal.2 La importancia de remarcar esta cuestión radica en que

es precisamente la que permite establecer sobre qué parámetros conceptuales

se van a cimentar las argumentaciones contenidas en el presente artículo.

En esencia, el propósito cardinal de las páginas que siguen es reflexionar,

a través del estudio de dos de las obras más relevantes dentro de la teoría

aroniana del conocimiento histórico –en particular, Dimensiones de la

conciencia histórica (Aron, 1983) e Introducción a la filosofía de la historia

(Aron, 1984)– cuál era la concepción que Aron tenía tanto de la historia

como del oficio del historiador.

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La concepción aroniana de la historia | 7

Tal elección temática puede parecer paradójica a la luz de la constatación

precedente pero tiende a desvanecerse tan pronto como se comienza a pro-

fundizar en los planteamientos que el mencionado intelectual galo formuló

sobre la materia. De hecho, lo que sin duda se constata al leer sus escritos

es que él nunca despreció o subestimó a la disciplina histórica; por el contrario,

“precisamente porque” era consciente de su “fuerza” se dedicó a teorizar

sobre ella con el fin de encarar a los distintos regímenes e ideologías que

“inútilmente” intentaban “manipularla” (Loaeza, 1997: 373). Esta inclinación

de Aron por denunciar las arbitrariedades que en su nombre (o con su legi-

timación) continuamente cometían las distintas naciones del orbe –aunque

en especial las que proclamando ser las poseedoras de la verdad absoluta

ponían al mundo occidental “por modelo y juez de la civilización” (Aron,

1983: 32)– es además la piedra de toque alrededor de la cual se va a sustentar

la hipótesis que aquí se quiere proponer: a saber, que a pesar de que en más

de una ocasión él insistió en que no tenía la formación profesional de un

historiador, la historia fue una disciplina fundamental en el desarrollo de

su pensamiento, testimonio de lo cual no sólo son las numerosas observaciones

que efectúo al respecto, sino especialmente sus análisis, sobre la realidad

(pasada y presente) de la sociedad europea.3

En la misma línea de disquisiciones, no parece errado insinuar que la

propia naturaleza humana de Aron fue la que lo encaminó a constituirse en

un hombre de su tiempo, es decir, en un ser en permanente compromiso

con el entorno sociopolítico que lo rodeaba, con la civilización a la que

pertenecía (pese a que no era partidario del uso tiránico que a veces se

hacía del término) pero sobre todo, con el ideal de razón que invariablemente

priorizó.4 La clave para entender su capacidad de aprehender la realidad de

la cual fue espectador se cimentó en su condición de “pensador original”,

interesado por cultivar un “género” que “él mismo definiría como “histo-

riografía del presente”, es decir, por el análisis de las vicisitudes interna-

cionales del siglo XX”. Es preciso aclarar, empero, que para él este género,

antes que un tema per se, era un simple “aspecto de una más amplia indagación

sociológico-política sobre las instituciones” de dicha centuria, razón por la

cual creía que la forma correcta de abarcarlo era a través de la aplicación

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“de un método de investigación” particular y de “una visión de las tareas

(y los límites) de la ciencia social en la cual” tales instituciones se habían

“forjado” (Panebianco, 2006: 26).

En procura de examinar con mayor detenimiento las ideas anteriormente

expresadas, metodológicamente la exposición se dividirá en cuatro apartados:

en el primero, se comentarán algunos datos biográficos de Aron haciendo

especial énfasis en la influencia que tuvieron los acontecimientos históricos

del siglo XX en su crecimiento académico e intelectual. En el segundo, se

enfocará la mirada en los dos textos sobre los cuales se sustentará la argu-

mentación, procurando establecer qué tipo de problemas epistemológicos

fueron los que permearon estas obras; esta disertación facultará a posteriori

para explicar brevemente cuál es la diferencia entre una postura positivista del

acontecer histórico y la visión aroniana de la historia. En el tercero, se comen-

tará cuáles son los planteos principales de la teoría de Aron con respecto

tanto a la disciplina como al oficio del historiador. Finalmente, en el cuarto,

se formularán una serie de conclusiones tendientes a examinar cómo se con-

cibió la relación pasado-presente-futuro dentro de este esquema conceptual,

para lo cual se enunciarán de manera sucinta algunas de las observaciones

que el mencionado filósofo galo efectuó acerca de lo él denominó “el alba

de la historia universal” (Aron, 1983: 273).

En medio de la convulsión

La historia personal de Raymond Aron podría articularse, sin temor a caer

en el anacronismo, al decurso histórico de la centuria pasada: en su transición

de la infancia a la adolescencia fue espectador de los enfrentamientos que

se desencadenaron tras el estallido de la Gran Guerra; en su madurez, pre-

senció las crisis y las revoluciones suscitadas durante el período de entre-

guerras; y en los decenios próximos a su muerte, asistió al inicio de la

“edad de oro” de la economía occidental y al surgimiento de los conflictos

que se desencadenaron después de finalizada dicha confrontación (Baverez,

2005: 38).5

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Nacido en “una familia de origen judío, oriunda de Lorena, perfectamente

integrada, profundamente patriótica y republicana”, él rápidamente se “con-

solidó como un producto ejemplar del sistema escolar y universitario de la

III República”, circunstancia que lo “llevó del liceo Condorcet a la Escuela

Normal Superior y más tarde a la cátedra de filosofía”. Sin embargo, según

lo comenta uno de sus principales biógrafos, el hecho de estar “impregnado

de la filosofía del Iluminismo” y de haber sido “educado en el culto a

Platón y a Kant”, lo incapacitaron para comprender “la caída de Europa y

del mundo en la violencia y en el terror masivo” que la época de la Guerra

total dejó tras de sí, motivo por el cual su “personalidad” y los lineamientos

cardinales de su “pensamiento” terminaron sufriendo transformaciones sus-

tanciales con el paso de los años (Baverez, 2005: 38-39).

El advenimiento del nazismo señaló un antes y un después para el inte-

lectual francés; en particular, “la doble ruptura de Aron con el socialismo

y el pacifismo de su juventud” tuvo lugar en Alemania entre 1930 y 1933,

lugar al que se “había trasladado para, por un lado, perfeccionar su vocación

de filósofo y, por el otro, protestar contra el nacionalismo estrecho que

impregnaba Francia” (Baverez, 2005: 39). En el período comprendido “entre

1934 y 1938 fue profesor durante un año en el Liceo El Havre”, reemplazando

a “Sartre, quien estaba en la Casa Académica de Berlín”. Este ambiente lo

inspiró para consagrarse a la escritura de “tres libros: “La sociología alemana

contemporánea” (1935), “Ensayos sobre la teoría de la historia de la Alemania

contemporánea” (fines de este mismo año) y su “Introducción a la filosofía

de la historia” (1938)”, texto que presentó como su tesis doctoral “tres días

después de la entrada de las tropas alemanas en Viena” (Galván Díaz,

1986: 164).6

El viaje que llevó a cabo por Alemania durante la década del treinta le

permitió impregnarse (como sucedió con otros de sus compatriotas contem-

poráneos) de dos de las escuelas filosóficas que iban a dominar el continente

europeo en el transcurso de las décadas subsiguientes: a) la neokantiana, des-

arrollada especialmente a partir de los estudios de Dilthey, Rickert y en menor

medida, de Georg Simmel; y b) la fenomenológica, que estando regida por

la obra seminal de Edmund Husserl, terminó convirtiéndose (gracias al trabajo

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de discípulos como Sartre y Heidegger) en la base del existencialismo moderno

(Strong, 1972: 180-181). En concreto, el efecto que tuvo en Aron “el trabajo

de Dilthey consistió fundamentalmente en revisar la aproximación a la cuestión

kantiana sobre la base del conocimiento por fuera del problema de la natu-

raleza”, con miras a enfatizar sobre “el problema de la historia”. Es así que,

“mientras Kant había hablado de las correspondencias “naturales” entre el

individuo y el mundo exterior, los neokantianos comenzaron a hablar de las

correspondencias históricas. Esto movió rápidamente la línea hacia el rela-

tivismo”, ya “que si las correspondencias eran históricas más que naturales

entonces no necesariamente eran las mismas para todos los hombres” (Strong,

1972: 180-181, mi traducción).

La escuela fenomenológica, por su parte, pese a que aceptó muchas de

las correcciones efectuadas por los neokantianos, estableció el énfasis de

un modo diferente: su preocupación no se centró tanto en los problemas de

la sociedad –como lo había hecho Simmel– sino primordialmente en la cons-

titución de la intencionalidad del observador y/o actor. Tal directriz alcanzó

su máxima expresión en el pensamiento de Max Weber, sociólogo alemán

que revolucionó las ciencias sociales al poner en entredicho la tradición

positivista que había dominado la metodología de los estudios emprendidos

desde finales del siglo XIX. En específico, él negó que el conocimiento obje-

tivo de la realidad social planteado por el positivismo fuera posible, tesis

que en contrapartida lo llevó a aseverar “que nuestra apreciación de esa

realidad –que es la que las ciencias sociales supone investigar y entender–

siempre” estaría “formada” y se correspondería “con las herramientas uti-

lizadas” para examinarla. Siguiendo esta perspectiva, Weber afirmaba que

se debía “aceptar únicamente una definición metodológica de la verdad”:

ésta es, que las preguntas que uno hacía determinaban las respuestas que

se iban a obtener (Strong, 1972: 180-181).7

Tomando en consideración el marco previo, la contribución específica

de Aron a la teorización del problema del conocimiento científico residió

esencialmente en restablecer el nexo que tenía el hombre con el mundo

social: el intelectual, según él, debía tomar posición en favor de aquellos

que parecían ofrecer a la humanidad la mejor oportunidad, premisa que no

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sólo implicaba que no podía negarse a verse involucrado con el contexto

que lo rodeaba sino que además, cuando fuera necesario que participara en

la acción, debía aceptar las consecuencias de sus actos así fueran extrema-

damente duras (Strong, 1972: 183).

Historiográficamente se afirma, para retomar la argumentación central

del apartado, que el advenimiento de la Segunda Guerra Mundial fue una

de las causas primordiales de la paulatina reconfiguración del sistema expli-

cativo de Aron; incluso, la mayoría de sus biógrafos comentan que al momento

de iniciarse los enfrentamientos, en 1939, él dictaba la clase de Filosofía

social en la Universidad de Toulouse, cátedra que no se prolongó por mucho

tiempo más debido a que pronto abandonó la academia para alistarse en la

fuerza aérea. Al parecer, el momento decisivo dentro de este devenir ocurrió

después de que él, “destinado en un puesto meteorológico situado en el eje

de la brecha alemana de las Ardenas”, evidenció “de lleno el choque de la

derrota y del desastre”. Luego de la rendición francesa ante los ejércitos

liderados por el régimen nazi, pero sobre todo, tras “haber tenido conoci-

miento” (por medio de su esposa) del discurso pronunciado por el general

Charles De Gaulle en la BBC con miras a exhortar al pueblo galo para que

continuara la resistencia contra la invasión alemana (acto conocido con el

nombre del Llamamiento del 18 de Junio de 1940), Aron decidió embarcarse

hacia Londres, ciudad a la que partió el 24 del mismo mes “con una división

polaca” (Baverez, 2005: 40).

Una etapa “destacada” en su “carrera” durante los años que van desde

1940 hasta 1944 fue justamente “la de su colaboración con la revista

mensual francesa, editada en Inglaterra, “La France Libre””. De “esta expe-

riencia” nacieron “otros dos libros: “El hombre contra los tiranos” y

“Del armisticio a la insurrección nacional””. En su función de “escritor

político, ensayista para decirlo con más propiedad, Aron estuvo a cargo

del análisis de la situación de Francia durante la guerra” y de hecho, “fue

el redactor de una sección, titulada “La crónica de Francia”” (Galván Díaz,

1986: 165).8

La destitución de su cargo en la Universidad por ser judío fue otro serio

golpe para la formación intelectual de Aron; la destrucción de sus libros

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(suceso ocasionado a causa de su inclusión “en la lista Otto”) fue en alguna

medida el gesto fundacional del constante recelo que en adelante mantuvo

con el mundo académico de la segunda mitad del siglo XX. En conformidad

con los postulados de Francisco Galván Díaz, tanto su “compromiso anti-

comunista” como su “respaldo al RPF” le significaron verse “sometido a

un auténtico exilio interior” que no sólo se puso de manifiesto en su total

marginación del escenario universitario y de la intelectualidad de la época

sino, especialmente, de su propia condición de observador, circunstancia

que, no obstante, le permitió gozar a posteriori de “una libertad y una

independencia de criterio únicas en la Francia” de entonces (Galván Díaz,

1986: 165-166).

Los años de la postguerra le significaron la publicación del Gran sisma

y La guerra en China, obras a las que le siguieron textos como El opio de

los intelectuales y Pensar la guerra: Clausewitz. En esta misma etapa, Aron

fue elegido para la cátedra de sociología en La Sorbona; con su nombramiento

en dicha plaza consiguió claramente “unificar la docencia con la producción

de libros y el ejercicio periodístico”, vocación que confirmó en 1957 cuando

salieron a la luz La tragedia argelina, y una recopilación de tres ensayos

denominada Esperanza y miedo del siglo. En los años siguientes publicó

Argelia y la república (1958), viajó a Estados Unidos y a Cuba (1961) y

editó Paz y guerra entre las naciones (1962), escrito en donde se enfocó

en “demostrar cómo podrían estudiarse las situaciones globales”, introdu-

ciendo para ello nociones tales “como sistemas homogéneos y sistemas hete-

rogéneos”. Igualmente, en 1963 se imprimieron sus Dieciocho lecciones

sobre la sociedad industrial, libro en donde retomó “algunas de las ideas

presentadas” durante el curso que dictó en el período lectivo 1955-1956

(Galván Díaz, 1986: 165-166). Finalmente, entre 1968 y 1972 colaboró

con la radio Europe número 1; y durante los años transcurridos entre 1970

y 1983 se desempeñó como profesor de Sociología de la Cultura moderna

en el Collège de France, centro de enseñanza ubicado en París al que per-

maneció adscrito hasta que murió.

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La concepción aroniana de la historia | 13

Meditando sobre la conciencia histórica

Es innegable que las reflexiones de Raymond Aron en torno a la historia

están fuertemente permeadas por su formación filosófica; empero, Pierre

Hassner asevera que “con la excepción de una carta del Profesor Henri Gou-

hier”, citada por Aron en sus Memorias y escrita con “ocasión de la aparición

de “The Century of Total War””, todavía en algunos círculos académicos

no existe la suficiente atención acerca de qué tanto el historiador le debía

al filósofo. El aludido autor inclusive argumenta que en la Introducción a

la Filosofía de la Historia (uno de los trabajos primigenios del intelectual

galo sobre la materia), la insinuación del título efectivamente apuntaba a

ratificar dicha preeminencia, pues la idea que permeaba el texto era la de

la existencia de una racionalidad histórica fragmentada y múltiple en sentido

dual (desde el lado subjetivo, a partir de la pluralidad de interpretaciones y

desde el lado objetivo, a partir de una concepción de las relaciones entre

necesidad y causalidad tomada de Cournot) que lo facultaba para sostener

que la lógica de la sociedad industrial, la lógica de las relaciones interestatales

y la lógica de los movimientos ideológicos podían ser incluidas en una dia-

léctica que era a la vez inteligible e imprevisible (Hassner, 1985: 32).

La novedad de esta aproximación, “combinada con la sagacidad de los

juicios de Aron y su cuasi-enciclopédico conocimiento”, no sólo le permitieron

identificar (“mejor de lo que lo hicieron el resto de sus contemporáneos”) las

características fundamentales del siglo XX, sino sobre todo, ponerlas en pers-

pectiva, logrando de esta forma separarlas tanto por sus rasgos comunes

como por aquellos que les eran singulares. La escogencia de ese camino le

permitió a Aron efectuar un análisis del significado histórico y de las probables

consecuencias de tales acaecimientos, reflexión que sin embargo siempre estuvo

mediada por su asunción de que, en lo concerniente “al sentido último de la

historia humana”, él “simplemente no sabía cuál era” (Hassner, 1985: 36).9

El conocimiento científico para Aron, como se señaló anteriormente,

dependía de la relación del hombre con el mundo social, vínculo que según

él estaba estrechamente ligado a la existencia de una conciencia histórica

en el ser humano. Todos los individuos pensaban históricamente, máxima

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que quería significar que siempre actuaban buscando “espontáneamente

los precedentes en el pasado” y esforzándose “por situar el momento presente

en un devenir” (Aron, 1983: 38). Lo interesante de este postulado es que

“la conciencia del pasado” quedaba de esta forma definida como “constitutiva

de la realidad histórica”, lo que no sólo significaba “que la realidad y el

conocimiento de esa realidad” eran “inseparables”, sino también que “el

hombre no” tenía “realmente un pasado más que” si poseía la “conciencia

de tenerlo”. En otras palabras, en tanto que los seres humanos no tuvieran

conciencia de lo que eran y de lo que fueron, era imposible que lograran

acceder “a la dimensión propia de la historia” (Aron, 1983: 13).

La traducción de este planteamiento al ámbito específico de la investi-

gación histórica se articuló alrededor de dos postulados: a) que la realidad

social estaba conformada por una multiplicidad de órdenes parciales que

bajo ninguna circunstancia podían ser reducidos a un “orden global”; y b)

que esta imposibilidad de descubrir un decurso universal en la sociedad

moderna era precisamente la que exigía que la función del historiador

científico no fuera simplemente la de un erudito que ponía orden sobre el

caos de los hechos, sino también la de un sabio que sacaba a la luz las

regularidades inscritas en el objeto (Strong, 1972: 184).10

Intentar entender la teoría aroniana sobre la construcción del discurso

histórico obliga igualmente a retroceder en el tiempo hasta la centuria en

la cual se sentaron las bases científicas de la disciplina; como es sabido, la

profesionalización de la historia a mediados del siglo XIX hizo imperiosa

la definición de unos parámetros que le aseguraran a ésta un carácter siste-

mático, propio de las ciencias modernas. Ser profesional encarnó desde

este instante poseer, entre otras cosas, la “certificación de haber aprendido

la autodisciplina necesaria para la superación de intereses personales, sesgos

o problemáticas puntuales” que impedían alcanzar la verdad histórica, acon-

tecer que fue legitimado gracias a la fundación de los primeros institutos

de investigación, de los primeros departamentos universitarios y de las pri-

meras revistas especializadas (Appleby, 1998: 79).11

El éxito de esa estrategia estuvo estrechamente ligado a la difusión de

una nueva concepción del tiempo que, siendo deudora de la noción de

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La concepción aroniana de la historia | 15

progreso imperante en la época, terminó por homogeneizar y estandarizar

“la vivencia del presente”, generando así la creencia de que “los hombres

ya no estaban condenados a cometer los errores pasados” puesto que “el

análisis de la experiencia humana” los habilitaba para “crear un futuro mejor”.

El corolario de todo ello fue la creación de nacientes “pedagogías de inves-

tigación” que se fundamentaban en una metodología concreta que respaldaba

“la interpretación de los hechos” a través de un examen riguroso de los

manuscritos encontrados en los archivos o en las bibliotecas, indagación

que iba a permitir la enunciación de leyes referentes al pasado que en adelante

regirían los destinos de toda la humanidad (Appleby, 1998: 61-62).

La fe tanto en las verdades absolutas de la historia como en la definición

de leyes científicas perennes sobre el decurso humano encontró en Leopoldo

von Ranke su más grande predicador; incluso, desde los tempranos años

cuarenta del siglo XIX, él había sido el responsable de aseverar que la

tarea del historiador sólo era mostrar cómo habían “sido realmente las cosas”,

premisa que a la postre se convirtió en el lema de batalla de la corriente

positivista (Appleby, 1998: 78; Carr, 1983: 51).12 Los investigadores que

se suscribieron a ésta, ansiosos por consolidar su defensa de la historia como

ciencia, coincidieron en señalar que la disciplina precisaba de ciertos “indicios

materiales” que, siendo analizados en una suerte de “laboratorio en donde

eran sometidos a sofisticadas técnicas” para asegurar su fiabilidad, harían

posible el desarrollo de generalizaciones establecidas sobre la base de un

“modelo científico”. Esta tarea suponía, al igual que en la tradición de la

“filosofía empírica del conocimiento, una total separación del sujeto del

objeto”, escisión que se sustentaba en la idea de que los “hechos incidían

en el observador desde el exterior” y eran, por ende, “independientes de su

conciencia” (Appleby, 1998: 27; Burke, 1992: 6; Carr, 1983: 51).

Los preceptos epistemológicos que alimentaron la concepción rankeana

de la historia derivaron en la instauración de una teoría particular; de acuerdo

con la opinión de este intelectual, la manera de “adquirir conocimiento” his-

tórico era “a través de la percepción de lo particular”, para lo cual era

indispensable que el historiador se resistiera a la autoridad “de las ideas

preconcebidas” (White, 1992, 161-163). La investigación histórica debía

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entonces presentarse, dentro de esta línea de pensamiento, con el “tono

distante del narrador omnisciente” que, situado “por encima de las supers-

ticiones y los prejuicios”, declaraba “una verdad aceptable para cualquier

otro investigador” que aplicara idénticas “normas a los mismos documentos”

(Appleby, 1998: 77).13

La aceptación de la noción de un discurso histórico único e infalible

fue puesta en duda desde muy temprano por Aron, quién desde la publicación

de su “Introducción a la Filosofía de la Historia” maduró “una concepción

del papel de las ciencias sociales y de la relación entre el científico social

y la política” a la “que, desde ese entonces”, permaneció, “en lo esencial,

siempre fiel”. En aquella obra, “inspirándose críticamente en Wilhelm Dilthey

y sobre todo en Max Weber”, el filósofo francés recuperó “la tesis fundamental

del historicismo alemán sobre las diferencias entre ciencias de la cultura y

ciencias de la naturaleza”, exaltó “la centralidad de la “comprensión” en

las ciencias del hombre” y desmontó “las pretensiones científicas de las filo-

sofías de la historia en su vertiente hegeliano-marxista, spengleriana o

comtiana” (Panebianco, 2006: 26-27).

La diferencia radical de la teoría aroniana frente a los postulados positivistas

que dominaban los círculos intelectuales del momento fue “su propuesta de

una concepción original (para su tiempo y para la cultura académica francesa

hacia la cual Aron” se dirigía), “de las tareas de la ciencia social”; según él,

“dado que los éxitos históricos” eran “indeterminados y que los actores his-

tóricos” modificaban “el curso de la historia con sus decisiones y acciones”,

la labor “del científico social” era la de “favorecer decisiones razonables”.

La fórmula acuñada para lograr este objetivo consistía en que “el científico

social” pusiera “a disposición de los actores, estadistas o simples ciudadanos,

el conocimiento acumulado sobre los “determinismos parciales” (es decir,

“las regularidades descubiertas en los comportamientos o en las interacciones

sociales)” con el fin de ayudar a los hombres “de acción a tomar” conciencia

“no sólo de los vínculos que dotaban de sentido sus actuaciones, sino también

de la forma en la que podían “hacer un buen uso” –o mejor, “un uso razo-

nable”– de su libertad de decisión”. Lógicamente, “en la base de esta con-

cepción existía un doble rechazo”: por un lado, el de “la visión prometeica

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de la ciencia social, propia del positivismo”, que soñaba “con una política

guiada por la ciencia”; y por el otro, el “de los éxitos nihilistas del pensamiento

de Weber, para quien las decisiones políticas eran “puras elecciones de

valor, arbitrarias e irracionales” (Panebianco, 2006: 27).14

Indiscutiblemente, la conceptualización aroniana de la historia debe com-

prenderse a la luz del sustrato anterior. La primera observación que se debe

hacer al respecto es que si bien es difícil confinar la obra de Aron dentro de

un campo específico del saber, es posible argüir que en términos generales –

y corriendo el riesgo de reducir lo irreducible–, la filosofía de la historia de

Aron se puede sintetizar en una fórmula que él enunció a finales de la década

del treinta: “el hombre está en la historia, el hombre es histórico; el hombre

es una historia” (Baverez, 2005: 46-47).15 Lo interesante de esta definición es

que, aparte de encarnar una crítica al positivismo atrás mencionado, también

significó una contribución filosófica al problema de la existencia humana.16

En cuanto a lo primero, el filósofo francés permitió el nacimiento de lo que

algunos autores han denominado “la epistemología de la sospecha en las

ciencias sociales”, es decir, el surgimiento de una teoría del conocimiento

basada en la idea de que “no hay ninguna verdad absoluta, sino verdades par-

ciales”. Frente a lo segundo, el planteo aroniano supuso el reconocimiento de

que “el hombre” era capaz de “superar su historicidad” a través de “la búsqueda

del conocimiento y el compromiso”, constatación que iba dirigida a señalar

que mientras aquél ejerciera “su libertad” podría “apartarse de la contingencia

para acceder a una parte de universalidad” (Baverez, 2005: 46-47).

Cabe subrayar que la aceptación de ambos planteamientos llevó a Aron

a situarse en las fronteras de la incredulidad científica que para ese momento

rondaba a la historia, motivo por el cual se expuso al peligro de darle la

razón a aquellos intelectuales que, invocando el relativismo, habían colmado

a la disciplina de un halo de escepticismo que prácticamente la ubicaba en

el ámbito de la ficción. Empero, la apuesta del filósofo galo para frenar cual-

quier posibilidad de ser incluido dentro de dicho grupo fue rehusarse a admitir

la existencia de ese “relativismo absoluto que, al disolver a su vez los valores

y la historia”, abría claramente “el camino al totalitarismo” (Baverez,

2005: 46-47).

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Frente a lo anterior, no es de extrañar que la revisión de tales disqui-

siciones fuera el caldo de cultivo en el cual cristalizó –lustros más tarde–

Dimensiones de la conciencia histórica, publicado por primera vez en

francés en 1961. Los estudios allí reunidos (escritos, como el propio

Aron lo expresaba en el Prólogo, “en el curso de los últimos quince años”),

buscaban básicamente esclarecer, desde distintos ángulos, un mismo tópico:

“el de la historia que vivimos y que nos esforzamos en pensar” (Aron,

1983: 9).17 En tal dirección, es factible afirmar que la pretensión primordial

de aquél al condensar bajo una única obra tales reflexiones fue demostrar

dos cosas: a) cómo nuestras preocupaciones e intereses actuales determi-

naban la visión que teníamos de la historia; y b) cómo nuestro conocimiento

histórico afectaba el comportamiento que manifestábamos en el presente

(Barber, 1962: 592). De hecho, como Aron mismo lo expresaba, los ensayos

compilados en el libro sacaban “a la luz los vínculos entre los problemas

del saber histórico y los de la existencia en la historia”, intentando “hacer

inteligible nuestra conciencia” de ésta “por referencia a los rasgos más

importantes de la época presente” y permitiendo a la vez “comprender

mejor” el entorno “por referencia a nuestras ideas y nuestras aspiraciones”

(Aron, 1983: 9).

Es tangible, a la luz de las influencias historiográficas que marcaron el

pensamiento aroniano, que una cuestión que sirvió para articular las distintas

temáticas condensadas en Dimensiones … fue la de la relación entre la feno-

menología y las ciencias sociales; de hecho, retomando en buena parte el

discurso formulado desde la década del treinta, Aron se preocupó por

discurrir acerca de la existencia de un movimiento dialéctico al interior de

la disciplina histórica que era el que la habilitaba para entender, por medio

de la demarcación de un campo de análisis concreto, cuál era el papel

cumplido por el hombre en la historia. Una aserción de este calibre implicaba,

entre otras cosas, que la experiencia vivida (al igual que la conciencia de

ella) era un elemento esencial en la construcción de la historia, pues mientras

“los individuos y las sociedades” no conocieran su pasado iban a seguir

sufriendo las consecuencias de aquello que ignoraban. Lo interesante de

esta concepción fue, en última instancia, que autorizó al filósofo francés

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para decretar que el hombre era “a la vez el sujeto y el objeto del conoci-

miento histórico” (Rossire, 1962: 330; Aron, 1983: 13).

Es de resaltar que en la teoría aroniana esa conciencia del devenir estuvo

asimismo ligada a la idea del acontecimiento; hasta entonces, según lo denun-

ciaba el propio Aron, las ciencias sociales se habían contentado con “aceptar

el término acontecimiento como sinónimo de contingencia o accidente”,

confundiéndolo de esta forma “con el hecho concreto en su conjunto espacio

temporal o con una coincidencia de series”. En contrapartida, lo que él

propuso fue admitir que el acontecimiento puro era “puntual y fugitivo” en

la medida en que se desvanecía al acabarse; que era, por ende, “el contenido

de una percepción” no estable (o sea, que no estaba consagrada para “un

presente duradero”) y que por lo tanto, era “inaccesible más acá de todo

saber”. Ello quería decir, en suma, que a lo máximo a lo que se podía pretender

con miras a hacerlo inteligible era a evocarlo o a reconstituirlo, pero siempre

teniendo en mente que esta reconstrucción iba a ser realizada por un narrador

(Aron, 1984: 53).

El corolario de tales disquisiciones fue la asunción –totalmente contraria

a los postulados positivistas– de que la historia no podía pretender alcanzar

una objetividad semejante a la de otras ciencias, condición que sin embargo,

en ningún momento hacía poner en duda su cientificidad; en un cierto sentido,

pues, lo que afirmaba Aron es que era preciso convenir que las interpretaciones

dadas por la disciplina se configuraban básicamente alrededor de la existencia

de quienes las creaban, noción que implicaba anular la escisión sujeto-objeto

(Rossire, 1962: 331). Este planteo acerca de la pluralidad de las perspectivas

históricas no derivó, como se ha estado insistiendo, en la exaltación del rela-

tivismo; por el contrario, para el intelectual francés éste podía ser superado

desde el instante en que el historiador dejaba “de pretender un distanciamiento

imposible”, admitía su punto de vista, y en consecuencia, se volvía “capaz

de reconocer” las proposiciones de los demás incluso cuando parecían

contradictorias (Aron, 1983: 22).

El rasgo por excelencia del historiador era, dentro de este horizonte, su

habilidad para comprender al hombre tal cual se integraba en la sociedad

y analizar rigurosamente los diferentes tipos de conjuntos que de allí se

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formaban; por ello, su función principal radicaba en intentar “penetrar en

la conciencia del prójimo”, en ser, “por relación al ser histórico, el otro”

(“psicólogo, estratega o filósofo”, su posición era siempre observar “desde

el exterior”), en asumir que él nunca podía “pensar a su héroe, como éste”

se había “pensado a sí mismo, ni ver la batalla como el general” la había

sufrido, “ni comprender una doctrina de la misma manera que su creador”

(Aron, 1983: 21-22).18 La única forma de “interpretar un acto o una obra”

era entonces reconstruyendo a cada uno de estos a partir de su propia sub-

jetividad, condición que para Aron no era nefasta para la conceptualización

de la historia como ciencia, siempre y cuando quedara claro que los límites

del relativismo derivados de este proceso eran minimizados por el rigor

del método empleado (Aron, 1983: 21-22)19. En sus propios términos:

(…) el relativismo que la propia historia del conocimiento histórico demuestra,

no nos parece en absoluto fatal para la ciencia si se interpreta correctamente.

La conciencia que tenemos de él marca un progreso filosófico, lejos de

darnos una lección de escepticismo. Los límites del relativismo histórico depen-

den en primer lugar del rigor de los métodos mediante los cuales se establecen

los hechos, de la imparcialidad necesaria y accesible del erudito, siempre que

él se dedique a descifrar los textos o a interpretar los testimonios. Dependen

además de las relaciones parciales que, a partir de ciertos puntos dados, se

pueden derivar de la realidad misma. La relación causal entre un acontecimiento

y sus antecedentes, una vez valorada la responsabilidad propia de cada uno

de ellos (…) comporta tal vez una parte de incertidumbre, pero no de relatividad

esencial. La relación entre un acto y sus motivos, un rito y un sistema de

creencias (…) se prestan a un sistema de comprensión que deriva su inteligi-

bilidad de la textura misma del objeto (Aron, 1983: 21-22).

La lección que se desprendió de dichos raciocinios fue primordialmente

que la comprensión de la historia estaba ligada de manera irrefutable al

rol capital de la decisión (de la selección) efectuada por el historiador. Tal

elección entrañaba, además, la concepción de que el entendimiento “de

los hombres unos por otros” era “en esencia un diálogo, un intercambio”

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que, de todas formas, no estaba exento de cierta cientificidad. En realidad,

“el esfuerzo científico del historiador” se afincaba justamente en no “suprimir

ese elemento” subjetivo, sino en “eliminar” del conocimiento histórico

“lo arbitrario, la injusticia” y “la parcialidad”, cometido que en la labor

diaria de la disciplina se lograba a través del uso adecuado del método

(Aron, 1983: 72).

La superposición de estos postulados al ámbito específico de la formación

intelectual de Raymond Aron fructificó, en síntesis, en la formulación de

una determinada concepción de la historia que, pese a no ser comprendida

en toda su magnitud por sus contemporáneos, sin duda alguna simbolizó

un paso importante en la configuración de la disciplina actual. Efectivamente,

a diferencia de la mayoría de las corrientes epistemológicas que permearon

los estudios históricos durante mediados del siglo XX, él no sólo se negó

a escoger entre ciencia e historia sino también a diferenciar entre el intelectual

comprometido con la academia y el pensador que disfrutaba de la libertad

e independencia de la razón. Aron admitió la noción de necesidad en la

historia –o al menos le concedió una probable causalidad– e inclusive,

consintió el carácter fundamentalmente contingente de la experiencia histórica,

arguyendo que éste era permeado, pero no determinado, por el juego coyun-

tural de las fuerzas globales (Kolodziej, 1985: 9).20 Empero, a lo que él jamás

accedió fue a afirmar su naturaleza providencial, es decir, a justificar en

nombre de la disciplina la existencia de “una verdad política” o de “una

norma válida” para ser instaurada “en todos los tiempos y en todos los

lugares” (Aron, 2005: 13-15).

La mirada en profundidad

El otro tópico que surge al adentrarse en la temática del presente escrito es

qué era, en esencia, la historia para Aron. El mecanismo que él empleó

para resolver esta pregunta fue examinar qué significaba la palabra en sí o

mejor, qué denotaba: de acuerdo con su reflexión, tanto en francés (Histoire),

como en inglés (History), como en alemán (Geschichte), dicho término hacía

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referencia tanto a la realidad histórica como al conocimiento de esa realidad,

es decir, “designaba a la vez el devenir de la humanidad y la ciencia que

los hombres” se esforzaban “por elaborar sobre” éste, ambigüedad que le

parecía bien fundamentada porque corroboraba su idea de que “la realidad

y el conocimiento de esa realidad” eran “inseparables” (Aron, 1983: 13).21

Una definición primigenia que se desprendió de tal constatación fue que la

historia era la “narración, el relato o la historia de los muertos narrada por

los vivos”, aseveración que progresivamente se transformó en un lema

particular: “es el conocimiento del pasado humano” (Aron, 2005: 36).22

La primera inquietud que Aron manifestó frente a esta definición fue

que se extrapolara hacia un enfoque que proclamara a la historia como una

unidad; según él, el único rango de uniformidad ostentado por ella era el

que procedía del “método, de la cuestión o de la perspectiva, pero no del

objeto mismo”. Esto entrañaba, entre otras cosas, que era inadmisible

aseverar que “el pasado humano, considerado globalmente”, conformaba

“una unidad en sí” o incluso, constituía una unidad con respecto al cono-

cimiento que adquiríamos de él (Aron, 2005: 38).23 La segunda precaución

que a raíz de este planteamiento quiso remarcar fue que el conocimiento

de lo histórico no se restringía a “ubicar el pasado según la flecha temporal”:

los verdaderos relatos históricos no eran, por ende, los que narraban una

sucesión de acontecimientos sino los que se esforzaban “por recuperar o

redescubrir el sentido, la estructura, la organización” y “el sistema de

valores de cierta sociedad”.24 La asunción de ambos razonamientos lo

llevaron finalmente a matizar la definición inaugural, adoptando un punto

de partida “más sencillo, más modesto e inmediatamente dado”, el cual

se condensa en la cita siguiente:

(…) todos nosotros, hombres y mujeres de una [comunidad] existente en la

actualidad, conservamos en torno nuestro huellas de lo que ha sido; conser-

vamos (…) documentos o monumentos a partir de los cuales podemos más

o menos reconstruir lo que han vivido los que nos precedieron. En este

sentido, el conocimiento histórico, o la Historia en tanto que conocimiento

es la reconstrucción de lo que ha sido, a partir de lo que es. Es la reconstrucción

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de lo que ha sido en cierto lugar y en cierto tiempo. [Y es una reconstrucción

que] se desprende de nuestra propia experiencia del presente (Aron, 1983:38).25

La historia, en consecuencia, era para la teoría aroniana una reconstitución,

“por y para los vivos, de la vida de los muertos” que nacía del interés

actual que tenían los seres humanos de “explorar el pasado”. Esa recons-

trucción dependía esencialmente de la conciencia histórica de cada uno de

ellos, la cual inevitablemente estaba marcada por la experiencia acumulada

en el transcurso de su vida (Aron, 1983: 13,38).26 Es de anotar, por otra parte,

que el conocimiento que se iba adquiriendo con el paso del tiempo era jus-

tamente el que imponía –“por así decirlo”– “la necesidad de atribuir impor-

tancia y significación a la fortuna cambiante de las armas, las leyes, las

ciudades, los regímenes”, etc., pero bajo ninguna circunstancia el entendi-

miento que de allí resultaba podía convertirse, según Aron, en un justificante

para el predominio de una determinada ideología (Aron, 1983: 39).

En otras palabras, el mencionado intelectual galo era un convencido de

que la historia tenía un sentido regido por la razón, pero tal admisión no

implicaba que coincidiera en consentir –como sucedía con algunos de sus

contemporáneos positivistas– que éste podía ser, o bien conocido de antemano,

o bien impuesto a quienes (léase, países, comunidades o personas) no com-

partían el mismo grado de desarrollo; así pues, él sostenía explícitamente

que “confundir esta idea de razón con la acción de un partido”, “con una

técnica de organización económica” o con un régimen en particular era

“librarse a los delirios del fanatismo”, pues indudablemente el hombre

alienaba su humanidad tanto si renunciaba a buscar como si imaginaba

“haber dicho la última palabra” (Aron, 1983: 54).

En términos estrictamente epistemológicos, la aceptación de que el his-

toriador estaba mediado por su propia experiencia representó poner en entre-

dicho el carácter científico de la disciplina, noción que como se ha estado insi-

nuando, Aron refutaba categóricamente. De acuerdo con sus postulados, la

existencia de la ciencia histórica –que en su naturaleza era dialéctica– se

fundamentaba en la pretensión de “establecer o reconstruir los hechos según

las técnicas más rigurosas”, fijando la cronología, tomando “los mitos y

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leyendas como objetos para llegar a la tradición” y a través de éstos, alcanzando

el “acontecimiento” que les había dado origen. En tal dirección, mientras

que en la metodología positivista la ambición suprema del historiador “era

saber y hacer saber” cómo había sucedido todo (es decir, aproximarse a la

realidad pura), en el pensamiento aroniano se aceptaba que, más allá de las

conquistas realizadas por los eruditos experimentados en los métodos históricos,

el propósito cardinal de todo aquél que se interesara por estos temas debía

ser arribar a la reflexión crítica (Aron, 1983: 14-15).27 El “ser histórico”, por

consiguiente, “no era ni el que duraba y acumulaba experiencias ni el que

recordaba: la historia implicaba” entonces una “toma de conciencia mediante

la cual el pasado se reconocía como tal” y se “le restituía una especie de pre-

sencia”. Igualmente, el “origen del conocimiento histórico no se hallaba en

la memoria ni en el tiempo vivido, sino en la reflexión, que hacía a cada uno

espectador de sí mismo” y “en la observación”, que era la que asumía “la

experiencia del prójimo como objeto” (Aron, 1984: 112).

En relación con esta idea, vale la pena resaltar que Aron era perfectamente

consciente de que ningún historiador iba a ser capaz jamás de dominar

todo “el conjunto de los materiales” acumulados a lo largo de los miles de

siglos que llevaba existiendo la civilización occidental; por ello, continua-

mente se empeñó en sostener que era necesario aceptar que el “triunfo de

la ciencia histórica” implicaba paralelamente tanto la victoria de “los espe-

cialistas”, como el éxito de las colaboraciones con otras áreas afines del

saber. En conformidad con lo anterior, él admitió en numerosas ocasiones

que disciplinas tales como la demografía, la economía, la sociología, la etno-

logía y la lingüística habían contribuido “a la comprensión de los períodos

llamados históricos”, pero análogamente también advirtió que dicha coo-

peración no se podía configurar “yuxtaponiendo hechos o enumerando sus

sectores”. A su juicio, para citar uno de los ejemplos que daba, “añadir un

capítulo sobre las causas económicas e ideológicas a un relato de las peripecias

diplomáticas del siglo XX” no bastaba “para reconstituir el orden del devenir

que se quería captar” (Aron, 1983: 15-16,112-119).

Es pertinente insistir en que la aserción precedente no demeritaba en

nada su asentimiento alrededor de la cientificidad de la historia ya que,

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como él mismo lo aseveraba, el ejercicio de reconstituir el pasado en sus

dimensiones exactas no se basaba simplemente en la “investigación erudita

y en la explicación rigurosa”, sino también en la determinación de los

límites que le habían dado origen. La reconstitución del pasado, por con-

siguiente, no era un fin en sí mismo, pues en la medida en que estaba ins-

pirado en un interés actual debía igualmente tender hacia un fin actual

(Aron, 1983: 15-16).

La traducción de este argumento al ámbito concreto de la relación pasa-

do-presente representó sacar a la luz el lazo “inevitable y legítimo” entre

“el historiador y el personaje histórico”, “entre el monumento y los hombres”

que se dedicaban a contemplarlo y sobre todo, entre el observador y el actor.

Lo cierto es que esta última apreciación se erigió en la teoría aroniana en

un sustrato inmejorable para abordar el problema del método: según el filó-

sofo galo, la ciencia histórica no era una “reproducción pura y simple de

lo que” había sido, así como la física tampoco era una “reproducción de

la naturaleza”; si bien en los dos casos el objetivo ulterior era “elaborar

un mundo inteligible a partir de lo dado en bruto”, lo que las diferenciaba

era el tipo de reconstitución que se proponían efectuar. Mientras para la

primera disciplina el interés era estudiar el devenir de las sociedades y de

las culturas humanas (es decir, abocarse a lo singular), para la segunda el

énfasis se situaba en la obtención de un “conjunto sistemático de leyes”

que pudieran ser aplicadas invariablemente –o sea, aproximarse a lo gene-

ral– (Aron, 1983: 17-18).28

En ambos escenarios, sin embargo, el común denominador era la premisa

de que ninguna ciencia tenía la capacidad de abarcar la totalidad de lo

real, motivo por el cual era preciso la creación de un método “propio de

selección” que desentrañara lo que merecía ser explicado o lo que servía

para explicar aquello que merecía serlo. En el contexto específico de la dis-

ciplina histórica, dicho método estaba basado en la escogencia de una deter-

minada manera de construir los hechos, de elegir los conceptos, de organizar

los conjuntos y de poner en perspectiva los sucesos o períodos. Este pro-

cedimiento, lejos de ser un acto preliminar “terminado de una vez para

siempre”, era un accionar que continuamente se encontraba orientando el

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curso de la investigación; ciertamente, la condición esencial de la selección

histórica era que se hallaba dirigida por las preguntas que desde el presente

se formulaba el historiador: toda historia, por ende, significaba la toma de

conciencia por parte del “testigo, heredero u observador lejano” de lo que

había acontecido (Aron, 1983: 19, 134,168).29 En sus términos:

La ciencia histórica llega a tres tipos de conclusiones: el relato puro, las rela-

ciones de causalidad [y] una representación global del devenir que parece

el término último aun cuando ella inspire ya la tradición conceptual y la elec-

ción de los acontecimientos. Las relaciones de causalidad son objetivas, pero

los términos aislados, es decir, las cuestiones planteadas corresponden a

los problemas del historiador. Por supuesto, [no hay que olvidar que] la selec-

ción de regularidades tiene [también un] carácter político (Aron, 1984: 90).

Es importante recalcar que la validez de esa elección se encontraba estre-

chamente ligada a la aceptación del sistema de referencia al que pertenecía;

esto quiere decir que pese a que no podía ser universalmente válida, su

carácter rigurosamente científico podía ser estipulado en la medida en que

la “selección decisiva” que resultara de los interrogantes planteados fuera

contrastada sistemáticamente con la realidad. Tal operación, como se ha

señalado previamente, debía efectuarse partiendo de la idea de que el his-

toriador era incapaz de desprenderse de sí mismo, de su presente, para exa-

minar su tema de estudio –o como el mismo Aron lo expresaba, aún si

fuera factible hacerlo, ¿debía?– (Aron, 1983: 20-21).

La no separación entre objeto y sujeto, propia de la disciplina, lo llevó

incluso a asegurar que la objetividad histórica reposaba en el entorno aca-

démico occidental en una “concepción demasiado simple de la selección”,

razón por la cual él creía que era imperativo otorgarle una nueva significación.

En su opinión, si se suponía que “el conjunto de la construcción histórica”

estaba “orientado por la pregunta planteada o por los valores de referencia,

la reconstitución en su totalidad” tenía que llevar “la marca de las decisiones

del historiador; tenía que ser, por lo tanto, “solidaria con un punto de vista,

con una puesta en perspectiva” que se podía “reconocer en el mejor de los

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casos como legítima y fecunda, pero no imperativamente verdadera para

todos” (Aron, 1983: 20-21).

Esta alusión remitía directamente al postulado aroniano de la no uni-

versalidad de la historia, enunciado que a su vez estaba estrechamente vin-

culado a dos aspectos capitales de su filosofía: a) qué era el conocimiento

histórico; y b) cuál era su sentido. En lo concerniente al primer tópico, la

posición del intelectual galo apuntaba en una única dirección: a saber, que

el redescubrimiento del pasado debía realizarse a través de la doble dinámica

que el historiador desempeñaba cuando, ubicado en su propio presente, hacía

el esfuerzo de situarse al mismo tiempo en la realidad histórica que estaba

analizando (logrando así entablar un diálogo entre el ayer y el hoy). La

puesta en marcha de este proceso suponía además la asunción de que el

conocimiento histórico estaba impedido para brindar una versión única de

los hechos o inclusive, para definir cuál era el horizonte que todas las

sociedades, las épocas y las culturas debían alcanzar. La presencia de una

significación única era, por lo tanto, inconcebible para la teoría aroniana

de la historia ya que ésta se apoyaba en la aceptación de que tanto las

colectividades como los individuos, se reconocían en su singularidad pre-

cisamente a través del contacto mutuo (Aron, 1983: 22-23).30

En lo concerniente a la segunda cuestión, la tesis que Aron se dispuso

a demostrar fue que la labor de captar el sentido de un acto o de un hecho

histórico se fundamentaba primordialmente en hallar las intenciones de los

actores, en elucidar las tradiciones de las sociedades y en dotar de significación

a las actitudes incluidas en los gestos de los hombres a través de la selección

de los acontecimientos que se iban a priorizar. A su juicio, la construcción

de estos sucesos (la unidad) dejaba de ser arbitraria tan pronto como ellos

se relacionaban con el contexto (el conjunto), procedimiento que, para ser

posible, tenía que asentarse en la información que los documentos, los monu-

mentos, los testimonios y las obras, le proporcionaban al historiador (Aron,

1983: 25-28).31

El desarrollo de dicha construcción estaba igualmente articulado al manejo

de los datos; de acuerdo con Aron, la antítesis evidencia-inferencia que deci-

monónicamente se había enunciado en las ciencias sociales era falsa para

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la disciplina histórica porque tanto los registros (records) como los restos

(remains) del pasado que se iba a examinar habían sido conservados por

“la selección ciega del tiempo”, premisa a la cual se aferraba para agregar

que “el establecimiento de los hechos (pasados)” por medio de los documentos

(rasgo primigenio del historiador) dependía directamente de las preguntas-

problema que cada época se encargara de suscitar. Mirada desde un ángulo

diferente, esta proposición terminó derivando en la idea de que la recons-

trucción de los acaecimientos se hallaba fuertemente vinculada a su inter-

pretación, lo que entrañaba que el profesional de la disciplina no podía

asegurar nada que no fuera compatible con las fuentes que se había dispuesto

a recopilar (Aron, 1983: 57-61).32

El riesgo que comportaba un argumento semejante era confundir al his-

toriador con el cronista que se limitaba a acumular una serie de hechos,

pero para evitar tal desenlace Raymond Aron se empeñó en corroborar que

la génesis de la comprensión histórica (o la comprensión de los actores)

residía en entender lo diferente a partir de lo similar o viceversa, procurando

que en el proceso la imagen dada jamás se constituyera en un retrato definitivo

“del pasado, sino a veces, definitivamente” en un retrato “válido” (Aron,

1983: 61-69,72). La continua preocupación del intelectual francés por discurrir

sobre el acontecimiento estimuló que buena parte de los especialistas sobre

la materia coincidieran en declarar que el “carácter evenementielle” que

adoptaba el quehacer histórico “en los esquemas aronianos” era un síntoma

indiscutible de que “la historia por excelencia” para él era “la historia política”,

entendiendo aquí este término tanto en su referencia a “la realidad política”

como tal, como a la “conciencia que el hombre común tenía de ella” (Molina

Caro, 2008: 221).33

Es pertinente indicar que el énfasis que Aron puso en la condición “acon-

tecimental” de la disciplina se erigió en una suerte de punto de inflexión

para que él pudiera introducirse en algunos de los debates epistemológicos

que se encontraban en boga a mediados del siglo XX. La alusión a conceptos

tales como determinismo, incertidumbre e imparcialidad, marcaron en con-

secuencia la pauta para sus disquisiciones sobre la realidad histórica pues,

a su juicio, la forma en que el historiador se aproximaba al pasado siempre

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estaba permeada por la condición relativa e inmaterial de aquello que des-

conocía y que procuraba comprender a partir de las experiencias vividas o

de las significaciones que él mismo le otorgaba a dichas experiencias (Aron,

1983: 75-89,177). Tal modo de proceder impedía, por ende, que fuera posible

efectuar una demostración irrefutable de lo que había sucedido, constatación

que sin embargo no debía desembocar ni en la exaltación del escepticismo

ni en la ratificación de una totalidad histórica, es decir, de un porvenir inevitable

hacia el cual iba a dirigirse toda la humanidad (Aron, 1983: 321).

Indudablemente, la médula de la teoría aroniana sobre la historia giraba

en torno a la concepción de que el conocimiento histórico nacía fundamen-

talmente de la curiosidad: el historiador, en su pretensión de buscar los orígenes,

no se contentaba simplemente con interesarse por “los individuos, las personas

o las colectividades” en su singularidad, por comprobar el acontecimiento o

por buscar sus causas en el pasado, sino que además sentía la necesidad de

ampliar “poco a poco” el marco de su investigación. Esta actitud no era

efecto únicamente de la “continuidad de la historia humana” sino también de

su propio interés por indagar, circunstancia que a la vez traía “consigo el

enriquecimiento de la documentación y del saber” (Aron, 1983: 120).34

En síntesis, el legado que Aron quiso dejar a la luz de los planteamientos

atrás reseñados fue que el investigador no debía renunciar a establecer períodos

o a caracterizar épocas haciendo uso de aquellos sucesos que consideraba de

particular relevancia, ya que uno de los fundamentos de su oficio era preci-

samente el disfrutar de cierta libertad en la elección de los criterios que iba

a aplicar para su análisis. No obstante, él también advertía que para que

dicha selección ratificara el carácter científico de la historia, el requisito indis-

pensable que ésta debía cumplir era que estuviera sustentada en los resultados

que sólo el rigor del método crítico anteriormente explicado le podía conferir

(Aron, 1983: 112-121).35 En palabras de Ángelo Panebianco:

[En] relación al método de análisis, se aclara eso que Aron entiende cuando

defiende la idea de que el estudioso deba saber mantener, en la explicaci6n

de los éxitos históricos, un equilibrio entre la consideración de las deter-

minantes “macro-sociológicas” y el peso que tienen las convicciones y las

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decisiones de los individuos. De aquí surge nítidamente el cuadro en cuyo

interior, según Aron, se desarrollan las luchas y los dramas humanos, aquella

combinación de necesidad y libertad que deja abierto el futuro, la autentica

libertad de elección de los hombres, no obstante que esté influenciada por

las condiciones históricas y por la historia misma –como le gustaba repetir

a Aron–, hecha de hombres que no siempre saben cuál historia están haciendo

(Panebianco, 2006: 28).

El planteamiento final

La convicción que permeaba todo el pensamiento aroniano era que el cono-

cimiento histórico, correctamente utilizado, era útil para que cada ser humano

llegara a dilucidar cómo el ámbito en el que vivía se había convertido en

aquello que sus propios ojos podían observar.36 Los acaecimientos del pasado,

por consiguiente, no eran esencialmente diferentes de la comprensión del

futuro: el acercamiento a aquello que se ignoraba pero que merecía ser recor-

dado, suponía entonces el reconocimiento tanto de la coyuntura histórica

como de la condición humana, debido justamente a que el individuo com-

prometido con su época estaba obligado a interrogarse sobre la importancia

del devenir que lo rodeaba y sobre el sentido que, “más allá del saber y de

las máquinas”, quería darle a su existencia. Lógicamente a lo que apuntaba

esta afirmación era a ratificar que el nexo pasado-presente-futuro era impres-

cindible en la reconstrucción de la historia –aunque sobre todo, de la historia

particular de la humanidad que había subsistido a los episodios “llenos de

dolor humano, de crímenes sin precedente, de promesas desmedidas” que

se habían producido después del estallido de la Primera Guerra Mundial–

(Strong, 1972: 189; y Aron, 1983: 132-133 y 273).37

La situación inédita en la que se encontraban los hombres y mujeres de

mediados del siglo XX era percibida por Aron como un indicio imponderable

del ascenso de una nueva etapa en el desarrollo global; por ello, siendo un

opositor furibundo a las propuestas de quienes, legitimados en el relato

histórico, ponían a la civilización occidental como modelo a seguir y “encon-

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traban en la procesión de imperios o regímenes sociales las etapas” del

progreso mundial, llama la atención que él mismo opinara que jamás la

humanidad había estado tan cerca, como lo estaba en su época, de constituir

una unidad. El rasgo singular del tiempo en el que se hallaba inmerso era,

por ende, que se colocaba ad portas del alba de la historia universal (Aron,

1983: 273-274).

Es innegable que la ambigüedad que se desprende de tales proposiciones

resulta bastante extraña si se toma en consideración que uno de los deno-

minadores comunes del sistema explicativo aroniano fue el rechazo a cualquier

determinismo que, inspirado en la consolidación de las filosofías unitarias,

tendía a imponer al otro, al diferente, una serie de cláusulas u obligaciones

que supuestamente estaban encaminadas a la consecución de su bienestar.

En tal dirección, es sugerente que, luego de las críticas constantes que

Raymond Aron realizó a lo largo de su formación intelectual (expresadas

tanto en la Introducción… como en algunos de los escritos que conformaban

Dimensiones…) con respecto a las “historias universales o a las sociologías

de la cultura” que pretendían entender el mundo a través de un único lente,

él terminara construyendo un relato (aún aceptando que su profesión no

fuera la de historiador) en donde se ratificaba la ausencia de toda pluralidad

(Aron, 1983: 32-36).38

Más allá de querer brindar una respuesta a tal interrogante, lo que aquí

interesa es dejar formulada dicha inquietud situándola, eso sí, dentro de los

parámetros del pensamiento aroniano: pese a ser consciente de que ante la

ciencia las viejas civilizaciones del Extremo Oriente se habían venido

abajo y la civilización mecanizada había dado la vuelta triunfal al planeta,

Aron nunca titubeó en afirmar que la duda que consumía por entonces a

Occidente se basaba en una dualidad fundamental; a saber, si prefería aquello

que aportaba a los demás o aquello que destruía. El corolario de todo esto

fue que el miedo de los occidentales a ser víctimas de sus propias creaciones

acabó permeando no sólo la comprensión de la realidad sino también la ima-

ginación del futuro, premisa que desafortunadamente (en la medida en que

sigue nublando la interpretación que hace de la historia) no ha perdido

vigencia hasta el día de hoy (Aron, 1983: 36).

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¿Hay alguna forma de superar este decurso de las cosas? La conclusión

a la que se llega ahora parece ser, paradójicamente, la misma a la que

arribó Aron décadas atrás:

En la medida en que la humanidad vive ahora una historia única, deberá

adquirir otro dominio racional, no ya sobre los instintos biológicos sino sobre

las pasiones sociales. Cuanto más vivan en el mismo mundo hombres de

razas, religiones y costumbres distintas, más deben mostrarse capaces de

tolerancia, de respeto mutuo. Deben reconocer recíprocamente su humanidad

sin ambición de reinar ni voluntad de conquistar. Fórmulas triviales que el

lector suscribirá sin esfuerzo. Pero que se reflexione en ello: exigen del

hombre una virtud de una nueva especie. (…) Nunca los hombres han tenido

tantos motivos para no matarse más entre ellos. Nunca han tenido antes tantos

motivos para sentirse asociados en una sola y misma empresa. No concluyo

de ello que la edad de la historia universal sea pacífica. Lo sabemos: el

hombre es un ser razonable, pero ¿lo son los hombres? (Aron, 1983: 305,308).

notas

1 Es de recordar que la “reconstrucción histórica del gran conflicto entre Atenas y Esparta”efectuada por Tucídides en su “Guerra del Peloponeso” tuvo una gran influencia en losestudios realizados por Aron acerca de las “guerras del siglo XX”. Este filósofo francés“admirará” especialmente de aquél su capacidad “para representar el drama histórico sinolvidar la acción causal de los factores, diríamos hoy, macro-sociológicos, pero, al mismotiempo, sin perder de vista la importancia de las elecciones, de las decisiones que loshombres toman en el curso de la guerra y que contribuyen a determinar su éxito” (Panebianco,2006: 27).

2 De hecho, en uno de sus textos más célebres él afirmó: “ningún historiador serio tendríala pretensión que usted me sugiere, pero yo no soy historiador. Filósofo y sociólogo, nolo sé” (Aron, 1983: 273).

3 Sobre este tema en concreto, se recomienda remitirse al capítulo VI de Dimensiones dela conciencia histórica, el cual se titula “Naciones e imperios” (Aron, 1983: 181-272).

4 Según Baverez, el pensamiento de “Raymond Aron descansa sobre tres pilares: una filosofíadel hombre en la historia, una definición liberal de la libertad, [y] su apuesta a favor dela razón” (Baverez, 2005: 46).

5 Sobre este tema remitirse, entre otros, al libro Historia del siglo XX (Hobsbawm, 1995).

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6 Llama la atención que “la producción de artículos y ensayos” de este período “fuera con-siderada por el propio Aron como detestable”, debido a que de acuerdo con su propioanálisis, para entonces él todavía “no sabía observar la realidad política” ni “tampoco sabíadistinguir de una manera radical lo deseable y lo posible” (Galván Díaz, 1986: 162-163).

7 De acuerdo con Galván Díaz, Raymond Aron fue el primero en llevar a “Weber a Francia”.No obstante, también que comenta que “a los miembros de la Escuela de Frankfurt no losconoció en Alemania, sino después de 1933 en París” (Galván Díaz, 1986: 163-164).

8 Panebianco explica que Aron adquirió cierta “fama de editorialista” de “1947 a 1977 enLe Figaro y después en L’Express” (Panebianco, 2006: 26).

9 La traducción del inglés es mía. Según el planteo de Hassner, la “confesión de su ignorancia”se ajustaba tanto “a la conclusión de su Introducción a la filosofía de la historia como ala conciencia histórica de nuestro tiempo” (Hassner, 1985: 36).

10 La pretensión básica de esta última aseveración era mostrar que los procesos históricosno podían ser entendidos a través de respuestas fabricadas de antemano: “para actuar sobrela historia” primero había que “comprenderla” y para comprenderla, era necesario comenzarpor leerla a través de una determinada clave conceptual que en el pensamiento aronianoacabó siendo construida en torno a “dos antagonismos fundamentales: la democracia y eltotalitarismo; la nación y el imperio” (Baverez, 2005: 41-42).

11 Esta homogenización del presente también tuvo sus detractores, rechazo que alcanzó sumáxima expresión en el romanticismo alemán.

12 Según Augusto Comte, “todo avance del conocimiento” dependía de “la postulación deleyes generales, resultantes de la observación directa de los fenómenos”, precepto quefue rápidamente acogido por los historiadores (Appleby, 1998: 72; Putnam, 1988: 186).

13 Una de las consecuencias más palpables de este devenir fue precisamente la emancipaciónde la historia de la filosofía (Appleby, 1998: 79).

14 Es necesario indicar que en toda la obra de Aron, “los nombres de algunos pensadoresclásicos serán constantes. Así, surge el nombre de Auguste Comte, del cual Aron rechazala filosofía de la historia (la ‘ley de los tres estadios’) pero del cual recupera la pioneradescripción de la ‘sociedad industrial’ y la idea de que con el industrialismo se ha producidouna radical fractura en la historia de las sociedades humanas. Surge el nombre de KarlMarx, del cual Aron, inflexible adversario del marxismo, reconoce sin embargo la genialidady también la perdurable utilidad de su pensamiento, de ciertas intuiciones sobre el fun-cionamiento de la sociedad capitalista”. Y finalmente, surge “también el nombre de Weber.Con el pensamiento de Weber, Aron dialogará toda la vida, pero es errónea la interpretaci6nque se hace de Aron al definirlo simplemente como un sociólogo ‘weberiano’, un epígono”de aquél. “De Weber, Aron adopta algunos aspectos de su metodología, pero no encuentrasatisfactorias todas las soluciones indicadas por el sociólogo alemán: no comparte, porejemplo, la conexión que Weber estipula entre explicación ‘comprensiva’ y explicacióncausal. Sobre todo critica enérgicamente la clara distinción de Weber entre los hechos ylos valores, y no está dispuesto a seguirlo sobre la dirección, radicalmente anti-iluminista,de la negación de la existencia de un fundamento racional de las decisiones políticas”(Panebianco, 2006: 27-28).

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15 Incluso si se delimitara el alcance del pensamiento aroniano a sus contribuciones en materiade las ciencias políticas (que fue el campo que lo convirtió en un autor mundialmente reco-nocido), los resultados de ese proceso serían parciales. Ello se debe, primordialmente, aque el corpus de sus investigaciones es extremadamente complejo y extenso como paraadmitir ser categorizado o condensado en pocas palabras, pues sus escritos se distinguieronpor abarcar “un amplio rango de disciplinas y profesiones, incluyendo la historia, la filosofía,la sociología y la economía” a través de la apelación a variadas audiencias que, aparte deestar inscritas en contextos diferentes, también respondían a sistemas teóricos ubicadosen diversos niveles de análisis (Kolodziej, 1985: 6).

16 Es de anotar que, en relación con este texto, Aron aseguró años después que para élIntroducción a la filosofía de la historia sólo había significado un capítulo, “el más formal,de la teoría del conocimiento histórico” (Aron, 1983: 9).

17 De acuerdo con Aron, la diferencia de este libro frente a Introducción a la filosofía de lahistoria es que este último “expresaba una intención propiamente epistemológica” (Aron,1983: 9).

18 Frente a esta cuestión Aron exponía lo siguiente: “debemos colocarnos en el lugar del otro,establecer lo que sabía, concebir lo que ha querido. Si adjudicamos un acto a una persona,se trata de todo un saber y de toda una jerarquía de valores que estamos en el derecho dereconstruir. ¿Es una tarea imposible, exterior a la ciencia? De ningún modo: en realidad,desde que se trata de hombres o periodos alejados no tenemos otro recurso. La comprensiónhistórica aumenta, apunta no tanto a captar individuos como a abarcar una concepcióndel mundo” (Aron, 1984: 144).

19 En textos posteriores Aron revisó esta postura de su juventud, según la cual para accederal conocimiento del pasado se requería empezar por el conocimiento de uno mismo,luego por el conocimiento del otro, y finalmente por el análisis del "espíritu objetivo o lamentalidad objetiva" que era la que permitía realmente "comprender al otro" (Aron, 1995:38;Aron, 1984: 65).

20 La noción de contingencia era definida por Aron como el “surgimiento, en un momentodel tiempo, en un punto del espacio, de algo que no era consecuencia necesaria por ley”(Aron, 1983: 73).

21 Téngase en cuenta, de todas formas, que dos de esos tres idiomas también tenían palabrasque permitían hacer la distinción entre la disciplina y el relato del cual ella iba anutrirse –en inglés, se hallaba el vocablo Story y en alemán el nombre Historie– (Aron,1983: 13).

22 Este autor comenta que en Francia se podía usar la palabra historiographie para nombrarla manera como se escribía la historia pero su diferencia con el acto cognoscitivo como talno era tan clara: “a veces se utiliza tanto para designar el fenómeno subjetivo del conocimientohistórico como el fenómeno que se supone objetivo u objetivado” (Aron, 2005: 36).

23 Es de anotar, sin embargo, que para Aron no todo “conocimiento retrospectivo” era historia(Aron, 1984: 108).

24 Aron entiende por relato “la descripción de una sociedad o la organización de una sociedad”(Aron, 1983: 38).

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25 Cabe advertir que las palabras contenidas en estos signos de puntuación [] no pertenecenal texto original; de hecho, se utilizan para mantener la coherencia gramatical del texto.Este mismo sistema narrativo se empleará a lo largo de todo el escrito, a menos de quese especifique lo contrario.

26 La conciencia histórica, “en sentido estricto y fuerte de la expresión”, comportaba paraAron “tres elementos específicos: la conciencia de una dialéctica entre tradición y libertad”(lo que los filósofos llaman historicidad), “el esfuerzo por captar la realidad o la verdad delpasado” y “el sentimiento de que la sucesión de las organizaciones sociales” y de “las creacioneshumanas a través de los tiempos no es cualquiera ni indiferente”, sino “que concierne alhombre en lo que éste tiene de esencial” (Aron, 1983: 103). Asimismo, es pertinente mencionarque para Aron la conciencia histórica era también conciencia política.

27 En lo tocante a la dimensión dialéctica de la historia, Nicolás Baverez comenta lo siguiente:“para Aron, la historia era una dialéctica” que enfrentaba en un “orden siempre aleatorioy recompuesto, la acción humana y la necesidad, el drama y el proceso histórico. Por unlado, la dinámica de la sociedad industrial y del mercado, de la democracia y de la igualdad;por otro, la acción de los héroes, ya sean hombres de acción o de pensamiento” (Baverez,2005: 34). Este precepto estaba fundamentado, como el propio Aron lo admitía, en lastesis acuñadas por Nietzsche en sus Consideraciones inactuales. Si se quiere profundizaren la concepción nietzscheana de la historia se recomienda ver, entre otros, Suárez Mayorga(2000).

28 Cabe insistir en que estos planteamientos fueron tomados por Aron de los filósofos neokantianos(aunque en especial, de Dilthey, Rickert, Simmel y Max Weber). La comparación de lahistoria con la física facultó a Aron para adentrarse en la distinción entre ciencia y filosofíade la historia; a grandes rasgos, lo que él asevera al respecto es que, pese a que siemprehabía una “cierta especie de filosofía presente en todas las interpretaciones históricas”, loque caracterizaba a la segunda era que los filósofos se abocaban explícitamente a desentrañartodos los elementos propios de esa filosofía con el fin de sistematizarlos y construir una“interpretación del pasado entero” con base en la “idea de verdad”. Los historiadores, encontrapartida, no tenían por misión concentrarse en fijar la verdad de la evolución humanasino simplemente en precisar “la realidad del devenir” (Aron, 1983: 23-24).

29 Para Aron, toda reconstrucción del pasado era, por consiguiente, una selección.30 En relación con este punto, Aron estaba claramente en oposición al Plan de la Naturaleza

descrito por Kant. En sus palabras: “la historia es libre porque no está escrita de antemanoni determinada como una naturaleza o una fatalidad”; es “imprevisible”, así como lo es“el hombre para sí mismo” (Aron, 1984: 84).

31 Para este autor, las obras contenían “también el testimonio de las ideas y los sentimientosde quienes” las habían creado (Aron, 1983: 59).

32 En la terminología aroniana: “el conocimiento histórico no consiste en relatar lo que haocurrido según los documentos escritos que se han conservado por accidente para nosotros,sino, sabiendo lo que queremos descubrir y cuáles son los principales aspectos de todacolectividad”. Luego de esto debemos “ponernos en busca de los documentos que nosabrirán el acceso al pasado” (Aron, 1983: 113).

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33 Para Aron, el historiador era un estudioso ubicado en un momento determinado deltiempo que, por su propia naturaleza, siempre se esforzaba por situarse en el devenir.

34 Es ostensible que algunas de las propuestas aronianas sobre la historia estaban influenciadaspor las tesis (ciertamente revolucionarias para la época) que la escuela de Annales habíacomenzado a elaborar en torno a la disciplina histórica desde su fundación en 1929.Inclusive, con respecto a las fuentes utilizadas por el historiador, Aron basaba sus ideasen la argumentación proporcionada por Lucien Febvre en su libro Combates por la Historia.En concreto, la cita que él reseñaba de su compatriota era la siguiente: “Sin duda la historiase hace con documentos escritos. Cuando los hay. Pero puede hacerse, debe hacerse sindocumentos escritos, si éstos no existen. Con todo lo que la ingeniosidad del historiadorpueda permitirle utilizar para fabricar su miel, a falta de flores usuales. Así pues, conpalabras. Con signos, paisajes y mosaicos. (…) En una palabra, con todo lo que, siendodel hombre, depende del hombre, sirve al hombre, expresa al hombre, significa la presencia,la actividad, los gustos y las maneras de ser del hombre” (Aron, 1983: 120).

35 Aron condensaba estos planteamientos finales en la frase siguiente: “No pretendo, porsupuesto haber alcanzado la imparcialidad; insisto en que la vía de la imparcialidad pasapor el método cuyas etapas acabo de recordar para no confundirlas: relato, análisis, inter-pretación y crítica” (Aron, 1984: 279)

36 El programa de trabajo aroniano podía resumirse, tal como lo comenta Panebianco, entres aspectos: a) “conciencia sobre los límites del saber científico-social; b) “énfasissobre la libertad, no obstante que no es ilimitada, de los actores históricos”; y c) “visiónde la ciencia social como un humilde instrumento de servicio” (Panebianco, 2006: 27).

37 Frente a esta cuestión Aron expresaba que no había presente histórico sin recuerdos –pasado– y sin presentimientos –futuro– (Aron, 1983: 181).

38 No se puede desconocer que Aron sabía que la redacción de un texto semejante iba agenerarle críticas significativas por parte de sus colegas, testimonio de lo cual es que alcomienzo de El alba de la historia universal dedicó unas cuantas líneas a plantear sudefensa. Según él, su escrito no iba a ser un relato como el de Tucídides ni una “síntesiscomo la de Burckhardt a propósito del Renacimiento italiano”; por el contrario, iba a serun ensayo “limitado en su perspectiva por las limitaciones inevitables de la personalidaddel autor, marcado por la experiencia y las aspiraciones de un hombre comprometido enun país, en una generación, en un sistema intelectual” (Aron, 1983: 274-275).

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Revista de Instituciones, Ideas y Mercados Nº 55 | Octubre 2011 | pp. 39-70 | ISSN 1852-5970

ARON, LECTOR DE CLAUSEWITZ*

Pablo Antonio Anzaldi **

Resumen: Este artículo analiza la teoría política de Raymond Aron desarro-

llada a lo largo de tres décadas, en la cual política, guerra y tecnología se

analizan y fundamentan en una rigurosa y original interpretación de los

escritos de Clausewitz. Se señala aquí que el Clausewitz de Aron construyó

los cimientos de una teoría política integral.

Abstract: This paper examines Raymond Aron’s political theory, construed

along three decades, in which politics, war and technology are analyzed and

based in a rigorous and original interpretation of Clausewitz’ writings. It points

out that Aron’s Clausewitz set a rationale for an integral political theory.

Raymond Aron fue uno de los pensadores más consistentes y multifacéticos

del siglo XX. Se cuenta entre los pocos o muy pocos que resistieron con natural

lucidez el encandilamiento que las tendencias pasajeras ejercieron sobre tantos

intelectuales franceses en su tiempo. La presión del ambiente pudo serle útil

como acicate para la investigación serena y concluyente, pero nunca fue arras-

trado por otra marea que la que emergía de su especial talento. Hay en su

pensamiento una particular moderación política que resulta de la combinación

entre el dominio de la teoría y la fina percepción de las realidades.1

Como intérprete, Aron es invariablemente confiable porque dijo o escribió

algo siempre valioso sobre muchos de los grandes pensadores políticos de

* El presente artículo está basado en la tesis de Maestría “La teoría de las relaciones Inter-nacionales de Raymond Aron: fundamento y desarrollo” (PUC, 2007).

** Magíster en Ciencia Política (Pontificia Universidad Católica de Chile). Magíster enDefensa Nacional (Escuela de Defensa Nacional ). Posgrado en Ciencia Política ySociología (FLACSO). Candidato a Doctor en Ciencias Políticas (UCA). Correo elec-trónico: [email protected]

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Occidente. La obra de Carl von Clausewitz ha sido objeto privilegiado de

la consideración aroniana y su hermenéutica se consagra –en clave racio-

nalista– como la más importante. Las sucesivas aproximaciones a Clausewitz

configuran distintos momentos de un pensamiento sobre la historia viviente

a escala planetaria.

Nuestra estrategia investigativa interpreta al pensamiento aroniano como

un proceso de desarrollo en el que pueden establecerse tres fases o momentos,

determinados por tres respectivos modos de conceptuar la relación entre la

política, la guerra y la técnica.2 Las distintas presentaciones de su trayectoria

intelectual aparecen como un progresivo ahondamiento en el “círculo virtuoso”

entre la teoría clausewitziana y la realidad política del mundo. El primer

momento –los años ‘50– se fundamenta en la tesis de la primacía de la

técnica sobre la guerra y de ésta sobre la política. El segundo momento, corres-

pondiente a la publicación de Paz y guerra entre las naciones, en 1962, se

focaliza en la construcción de una teoría crítica de las Relaciones Internacionales,

y expresa una concepción de transición, en la que destaca una fuerte pero

provisoria interpretación de Clausewitz. El tercer momento, correspondiente

a la publicación de Pensar la guerra. Clausewitz, en 1976, despliega la tesis

de la primacía de la política sobre la guerra y la técnica, y se fundamenta en

una interpretación racionalista del pensamiento del autor alemán.

Este artículo busca explorar la unidad esencial de todos estos momentos

en el pensamiento de Aron, y ofrecer un fragmento preliminar para el estudio

de lo que Aron escribió sobre Clausewitz. Sugerimos que en Pensar la guerra

Aron alcanza la más alta comprensión del pensamiento de Clausewitz,

pues lo desliga del lenguaje de las Relaciones Internacionales y lo reconstruye

afrontando la política, la guerra y la paz como dimensiones existenciales

de la historia. De ese modo, Clausewitz recobra esplendor expresivo y

potencia analítica para clarificar los procesos contemporáneos.

La meditación sobre Clausewitz nos acerca al movimiento inagotable

de la historia porque representa algo más significativo que lo que ofrece el

panorama de las teorías generales de las Relaciones Internacionales (Arenal

Moyúa, 1994; Hoffmann, 1991). Aron era ajeno a las ilusiones utopistas de

la paz y a las ilusiones militaristas de la guerra. Tampoco condescendía

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Aron, lector de Clausewitz | 41

con las posturas afectadas del realismo clásico, como el reduccionismo a

los “intereses nacionales” y la “política de poder”. Cuando Hitler decidió

la operación Barbarroja, ¿estaba respondiendo al “interés nacional”? Cuando

Stalin –después de una depresión ocasional– decidió arrasar los campos para

resistir en la profundidad del territorio ruso, ¿respondía a los imperativos

de la “política de poder”? Para Aron la política no sólo implica cálculo

sino también pasiones, ideales, fines, odios. Si la tendencia a refugiarse en

una hipótesis teórica hasta el punto de hacer irreconocible la realidad es un

peligro que trató de evitar, no es porque restase importancia a las ideas

sino más bien lo contrario: Aron pensaba que la realidad política funcionaba

en consonancia con las ideas. Nunca soltó amarras con la historia política,

en tanto le proporcionaba los materiales de la realidad; ni circunscribió su

meditación a una única tesis fuerte (en rigor una hipótesis), para así captar

las ideas que operaban en la realidad.

Aron fue un liberal ilustrado, algo usual en el siglo XIX pero un tanto

extraño hoy día. Al poner su simpatía del lado del ideal nos enseña que el

ideal debe conciliarse con situaciones históricas, políticas y sociales. La

sociedad liberal es profundamente pacifista y rodea a las personas con toda

clase de ilusiones, preocupaciones menores y satisfacciones. Aron es un

liberal que remueve los espejismos generados en el movimiento espontáneo

de la sociedad liberal y presenta una imagen de la vida en la que hombres

serios luchan entre sí por fines serios. Pensar sobre la guerra es un esfuerzo

penoso que requiere pericia e imaginación, porque es difícil entender por

qué los hombres se matan. Aron y Clausewitz nos enseñan a tomarnos en

serio la guerra, entre otras cosas, porque para ellos la guerra es una de las

posibilidades de la política y ésta es el destino de la vida del hombre sobre

la tierra.

Los años ‘50 y ‘60

En Un siglo de guerra total (Aron, 1973), publicado originalmente en

1951, la guerra y la política emergen como fenómenos independientes y en

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tensión. La guerra es jerárquicamente superior en el orden de determinación

del proceso histórico:

Las guerras son esencialmente impronosticables. Pero las guerras del siglo

XX lo son mucho más que las del pasado. Las mismas situaciones que

preparan una guerra moderna se destruyen al nacer. Es la batalla en y por

sí, y no el origen del conflicto o del tratado de paz, lo que constituye el

hecho importante y produce las consecuencias de mayor alcance (Aron,

1973: 14).

La guerra invierte la relación de efecto de determinadas condiciones

cobrando entidad independiente. La batalla es el factor autónomo en el

proceso mismo de la guerra. La tesis de la primacía de la técnica avala la

independencia y superioridad de la batalla sobre la política. El mismo

Aron escribirá sobre esas páginas, años después, que “el tema de la tecni-

ficación del mundo pertenece tanto a Saint Simon y a Marx como a Spengler

y Heidegger. Lo que se discutía inmediatamente después de la guerra y se

sigue discutiendo todavía hoy es el porvenir que trae consigo la revolución

técnica, el destino que reserva a Occidente” (Aron, 1985:288). Su afirmación

de “que la fuerza motriz de la evolución de aquél tiempo era técnica” recapitula

la línea de pensamiento que destaca la gravitación de la técnica y su peligro.

El ámbito de los medios se mueve por sí mismo, independiente de los orígenes

y fines. La guerra es políticamente inmanejable. La “sorpresa técnica”

destrozó los límites diplomáticos y las consideraciones políticas, los fines

se tornaron ilimitados, la guerra impuso su lógica destructiva a la política,

desenvolviéndose como guerra a muerte. La capacidad destructiva de la

guerra determinó la pérdida de influencia de los diplomáticos y la disolución

de la tradición diplomática de los Estados europeos. La guerra aparece como

una realidad autónoma, como “guerra total”, una guerra a ultranza. El

dinamismo de la guerra total impone sus propios objetivos, políticamente

dislocados. De principio a fin, la dinámica de la guerra total arrastra a los

actores hacia la destrucción. La exigencia de rendición incondicional a

Alemania en la Primera Guerra Mundial emerge como un epifenómeno de

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la guerra total y no como una política seleccionada entre otras posibles (Aron,

1973). La guerra se apoya en la técnica. La técnica es infundada, real por

sí misma y arco último que ajusta al conjunto.

En esta primera fase, el pensamiento aroniano describe una sucesión abi-

garrada de fenómenos empíricos. Se trata, pues, de una fase pre-clausewitziana

en relación a la evolución posterior de su pensamiento que resaltaremos en

los próximos párrafos.

En 1962 la publicación de Paz y guerra entre las naciones (en adelante

Paz y guerra) marca un hito en la producción teórica aroniana y en la historia

de la disciplina de las Relaciones Internacionales. Las fuentes teóricas del

voluminoso texto adquieren una dimensión en cierto sentido inabarcable,

ya que implican una muy amplia producción teórica, que incluye conceptos

y análisis provenientes de varias ciencias humanas. El esfuerzo aroniano

de ordenación conceptual se motiva en el objetivo de escribir un libro que

adquiera la vigencia de un clásico. Aron recupera la idea según la cual las

grandes crisis son aclaradas en los grandes libros, como La república de

Platón, La política de Aristóteles, El Leviathán de Hobbes y el Tratado

político de Spinoza; así como en Locke, Montesquieu y Rousseau, que escri-

bieron en el período comprendido entre la revolución inglesa y la francesa

(Aron, 1963:19). Las crisis de la ciudad antigua y de la cristiandad europea,

las revoluciones inglesa y francesa, se beneficiaron con grandes intérpretes

que se inscriben en la tradición del pensamiento occidental. La evocación

de las grandes crisis del pasado y sus filósofos muestra la autoconciencia

aroniana de la relación entre la bipolaridad soviético-norteamericana y su

propio pensamiento.

La tarea crítica de rescate del pensamiento de Clausewitz se inicia en

Paz y guerra. Clausewitz proporciona la base sobre la que Aron edifica la

teoría. La primera parte del libro denominada “Teoría, conceptos y sistemas”

integra conceptos de distintos registros teóricos: una cierta interpretación

del pensamiento de Clausewitz, combinada con figuras inspiradas en el con-

ductismo y la teoría de sistemas. Aron construye una síntesis teórica con

elementos de diversa procedencia –sometidos a examen crítico– lo que cons-

tituye una novedad en la disciplina de las Relaciones Internacionales. A

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pesar de la variedad de autores trabajados y perspectivas examinadas, Paz

y guerra encuentra en Clausewitz el núcleo de la teoría de las Relaciones

Internacionales. Pero el pensamiento del autor alemán ha sido desigualmente

interpretado. Por ello Aron distingue conceptos fundamentales como guerra

absoluta y guerra real, y relaciona la teoría de Clausewitz con una idea de

lo político como fenómeno problemático y conflictivo. En función de ello,

examina dos fuentes de hostilidad: la posición geopolítica y la diferencia

ideológica, que se imbrican en la circunstancia política, particularmente en

la enemistad norteamericano-soviética:

Los dos son enemigos –aunque se asemejen– porque la presencia de uno de

ellos trae consigo la eliminación del otro (una vez más dejando aparte el

caso de los neutrales). Casi no importa saber si los representantes de uno u

otro campo hacen la misma cosa (no la hacen); basta con que se persigan

unos a otros para que la hostilidad sea inevitable (Aron, 1963:640).

La imposibilidad de la formación de una voluntad general originada en

las voluntades particulares de los Estados patentiza la contradicción funda-

mental entre la Organización de Naciones Unidas y el idealismo wilsoniano

que la inspira, por un lado, y los Estados nacionales fundados en el principio

de soberanía y decisión sin juez ni ley superior, por otro. En la enemistad

norteamericano-soviética, en cambio, la estatalidad se presenta mediatizada

por la lucha revolucionaria mundial, impulsada desde los Estados revolu-

cionarios. Aron lleva el razonamiento hasta la hipótesis de construcción de

una federación planetaria que deje atrás la era de la estatalidad, y organice

a la Humanidad entera bajo una única institucionalidad. En una situación

imaginaria de ese tipo –cuyas condiciones de posibilidad son tan difíciles

que dependen del azar– postula la continuidad de la lógica de la enemistad:

¿Puede concebirse una sociedad humana sin enemigos? (…) no es equivocado

decir que el orden político es inseparable de las hostilidades (…) por debajo

de un Estado planetario, los grupos no vivirían en paz si, como las conciencias

según Hegel, cada uno quiere la muerte del otro (Aron, 1963: 877).

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La tesis de la conflictividad esencial de lo político recuerda al ascenso de

la experiencia de la conciencia desde la certeza sensible hasta el saber absoluto

en la Fenomenología del espíritu, el esplendente libro de Hegel que Aron

estudió en el seminario de Alexandre Kojève. (Por otra parte, Aron presenta

una proximidad evidente con la distinción de lo político como amigo-enemigo

que expuso Carl Schmitt con diversos fundamentos: antropológico (Schmitt,

1984), jurídico internacionalista (Schmitt, 1979) y teológico (Schmitt, 1985).

No hay espacio aquí para ahondar en esta proximidad). Sin embargo, la impronta

racional de Aron lo mantuvo apartado de toda escatología, ateniéndose más

bien a la prudencia como conocimiento de la circunstancia política.

La reconstrucción del pensamiento de Clausewitz

¿Cuándo leyó Aron por primera vez a Clausewitz? Las respuestas aportadas

por Aron son contradictorias:

Leí por primera vez la obra maestra de Clausewitz hace unos veinte años,

hacia 1955, cuando se publicó la traducción francesa de la señora Naville,

en tanto reflexionaba sobre las consecuencias politicoestratégicas de los

armamentos nucleares. En la era atómica, la subordinación de los jefes

militares a los jefes del Estado o del gobierno adquieren un carácter de evi-

dencia y necesidad (Aron,1989:4).

Esa primera lectura es cuatro años posterior a la publicación de Un

siglo de guerra total en 1951, afirmación que se contradice con el comentario

que el mismo Aron hiciera en otra oportunidad, respecto de su colaboración

en la revista de asuntos bélicos Combate de la Francia Libre, editada desde

Inglaterra durante la Segunda Guerra:

Era la segunda vez que entraba en contacto, esta vez por su intermedio, con

el pensamiento de Clausewitz. La primera vez fue durante mi permanencia

en Alemania antes de la guerra (Aron, 1984:74).

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Como nuestro trabajo no es biográfico, sino teórico político, las diferencias

en los relatos revisten una importancia anecdótica. En cualquier caso el

pasaje de la construcción teórica de Un siglo… a Paz y guerra, y de ésta a

Pensar la guerra, constituye un camino de esclarecimiento y asimilación

de la teoría clausewitziana. Si bien Aron aborda en las dos últimas el problema

teórico e histórico de la política y la guerra, sugerimos que la teoría de la

política mundial puede buscarse más provechosamente en Pensar la guerra

que en Paz y guerra, pues el núcleo teórico clausewitziano de la primera

alcanza una coherencia y altura sorprendentes, y despeja la extensión mul-

tidisciplinaria de la segunda.

Una de las diferencias fundamentales entre ambas obras se manifiesta

en el pasaje de una concepción instrumental de la guerra a una concepción

política existencial, la totalidad política, que es el esquema superior que

encuadra la condición instrumental y construye conocimiento mediante sín-

tesis conceptuales. En Paz y guerra, la paz y la guerra se presentan como

funciones del diplomático y del soldado, lo que remite a la concepción webe-

riana del político como profesión (Weber, 1997: 1062-1106) y también al

conductismo. En Pensar la guerra, en cambio, Aron reconstruye el pensa-

miento de Clausewitz en De la guerra como teoría dialéctica concreta de

la política, y devuelve la imagen de un pensador radicalmente distinto al

que Liddell Hart llamó el “Mahdi de las masas” (1933:119).

El concepto de totalidad política

Aron nos recuerda que Clausewitz no concluyó el Tratado, como llama

al libro De la guerra (Vom Kriege) que el autor alemán tenía en preparación

(Aron, 1989:75-6).3 Comenzado en 1816, debía revisarse a partir de la

Nota final y la Advertencia de 1827 y modificarse en su conjunto, si bien

sólo el capítulo primero del libro primero puede considerarse terminado.

Al no haberla completado Clausewitz, la revisión es una cuestión abierta

y conjetural. Por cierto, las variaciones bosquejadas y el capítulo men-

cionado despliegan herramientas, principios y conceptos para la reinter-

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pretación y comprensión mediante una lectura activa, tan imperiosa como

difícil.

Aron se embarca en dicha tarea y emancipa a la obra de las condiciones

técnico-militares de la época que abundan en las partes tácticas y operacionales.

En este sentido, rescata el concepto de totalidad política como uno de los

núcleos teoricos fuertes del libro. La interpretación aroniana es un análisis y

reconstrucción expositiva del pensamiento de Clausewitz sobre la política

como totalidad moviente por la tensión dialéctica entre paz y guerra.

Aron encuentra dos sentidos del témino política en Clausewitz: politics

o situación política, y policy o línea política/plan político del jefe de Estado

(inteligencia del Estado personificado). La guerra es parte del intercambio

político en el primer sentido. La política, como situación o acción, puede

ser una de paz o guerra. Así:

Clausewitz pasa del condicionamiento de la guerra por la política a la idea

decisiva de la acción política por las armas, punto de vista superior que funda

la unidad del concepto de guerra pese a la diversidad de guerras y la dualidad

de las especies. No es la concepción inicial de la guerra absoluta lo que

permite subsumir en un solo concepto la diversidad histórica de las guerras

sino la naturaleza intrínsecamente política de la acción bélica. Ya el Mariscal

de Sajonia evite a menudo la batalla o Napoleón la busque siempre, la guerra

sigue siendo guerra porque, en uno y otro caso, los Estados actúan políti-

camente por la violencia, sean cuales fueren las modalidades de esta última

(Aron, 1989:105).

La unidad de composición extrínseca de las profesiones en la que el

diplomático es agente de negociación y el soldado agente de guerra es

relevada en Pensar la guerra por una totalidad orgánico-estructural concreta,

la totalidad política, en la que la paz y la guerra aparecen como posibilidades

y situaciones de la que emergen los instrumentos. La interpretación de

Aron descubre en Clausewitz una teoría de la política integral, que anticipa

y crea las condiciones para el desarrollo que cobraría en el Siglo XX en

autores como Carl Schmitt y el mismo Aron:

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Ya no se trata de oponer las guerras donde interviene mucho la política a

aquéllas que no parecen politizadas. Se trata de reconocer dos proposiciones

fundamentales: las guerras moderadas a la manera dieciochesca o las guerras

de estilo napoleónico son igualmente políticas; unas y otras expresan, en su

diversidad, la diversidad del comercio entre los Estados según las épocas.

Las guerras a muerte, de estilo napoleónico, parecen pura guerra, mientras

que las del Rococó son ante todo políticas. Pero unas no son menos políticas

que otras (Aron, 1987:333).

La guerra y la paz son posibilidades fundamentales de la política. Este

descubrimiento aroniano está decisivamente determinado por Clausewitz,

para quien “en su punto de vista más elevado, el arte de la guerra se transforma

en política, pero, por supuesto, en una política que libra batallas en lugar

de escribir notas diplomáticas” (Clausewitz, 1960: 568). Punto de vista

más elevado, el de la totalidad que Aron rescata al afirmar que “la política

se vale de cañones o de notas; recurre a la violencia tanto como a la palabra”

(1989:333). En correspondencia con ello, la representación de la totalidad

implica que la política posee prioridad ontológica y formal sobre las funciones

del diplomático y del soldado.

El jefe político-estatal es la inteligencia del Estado personificado: opera

sobre la totalidad política, en la paz y en la guerra. El jefe militar también

es político, pero concentra su actividad en una parte de la política, la que

intercambia disparos. Como la parte al todo, el jefe militar se subordina al

jefe político. La distinción de niveles en la totalidad política permite ordenar

las definiciones: la política es la inteligencia del Estado personificado, la

estrategia es la combinación y explotación del resultado de las batallas, y

la táctica es la conducción de la fuerza militar en la batalla. En caso de

reunirse las capacidades diplomáticas y militares en una única persona, sea

civil o militar, será, objetivamente, política.

La comunidad de pensamiento de Clausewitz y Aron resulta ostensible:

La identidad de naturaleza entre el acto bélico y el acto político plantea dos

proposiciones mayores: la política-objeto determina la guerra y los caracteres

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que ella presenta; la política-sujeto la conduce con miras a los fines que

sugiere o impone la política-objeto; el instrumento militar, como cualquier

otro instrumento, debe ser manipulado de acuerdo con su naturaleza y sus

leyes, pero el instrumento se somete a la voluntad de quien lo manipula. El

acto de fuerza sigue siendo intrínsecamente un acto político, un elemento

de la dialéctica de las voluntades enfrentadas (Aron, 1987:178).

El sistema conceptual

Para Aron, Clausewitz plantea la relación entre teoría y práctica, en tanto

“análisis abstracto y observación, filosofía y experiencia, no deben despre-

ciarse ni excluirse recíprocamente: cada término es garantía del otro”

(1989:74). Clausewitz se aproxima al dualismo filosófico kantiano, aunque

las dificultades de preservar la tensión entre los esquemas trascendentales

y los fenómenos de la experiencia lo inclinan hacia ésta, en sentido inverso

a la precipitación idealista de la filosofía alemana post-kantiana:

El autor jamás se apartó de las exigencias del rigor filosófico, pero cuando

el hilo de éste último se volvió demasiado delgado, el autor prefirió romperlo

y atenerse a los fenómenos correspondientes de la experiencia (1989:74).

Manejando la teoría y preservando la referencia empírica, Aron recons-

truye el sistema conceptual del autor alemán y constata que las definiciones

de la guerra parecen divergentes, ya que:

(…) una definición de la guerra en dos términos, ‘la guerra es un acto de

violencia destinado a constreñir al adversario a ejecutar nuestra voluntad’

(I,1,2) a una definición en tres términos: ‘Extraña trinidad compuesta por

la violencia original de su elemento, que es necesario considerar como

una pulsión natural ciega, por el juego de la probabilidad y el azar, que la

transforma en una libre actividad del alma, y por la naturaleza subordinada

de un instrumento político, mediante el cual retorna al puro entendimiento’

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(i, 1, 28). En cada una de estas etapas del camino que conduce de la definición

original a la definición trinitaria, nuevos conceptos clave enriquecen el aná-

lisis” (Op. Cit., p.82).

En el punto de partida, Aron explica la diferencia entre la definición

monista y la trinitaria, dilucidando los conceptos de guerra absoluta y guerra

real. En el pasaje de uno a otro se desplegará un “sistema conceptual” cuya

comprensión es la clave de acceso a la teoría clausewitziana y, en sentido

contrario, su desconocimiento es la fuente de los malentendidos. El pasaje

de lo más simple y abstracto a lo más concreto y rico en determinaciones

mediante adiciones y variaciones es un modo filosófico que Aron denomina

“método de la modificación”. En función de esto, señala que:

(…) las proposiciones verdaderas en esta etapa inicial del análisis, en el nivel

conceptual, no tienen validez definitiva. Se aplican a la guerra en sí, aislada

de sus orígenes y sus fines, no a la guerra real, pero Clausewitz quiere demos-

trar precisamente que no se puede ni se debe separar una guerra real de sus

orígenes y fines (Aron, 1989: 83).

En su breve introducción Clausewitz explica el pasaje de los conceptos

puros (“simples”) a los conceptos sintéticos (“complejos”), en los que articula

el juego de la diferencia entre los conceptos de guerra absoluta y guerra real:

Nos proponemos considerar, en primer lugar, los diversos elementos de

nuestro tema; luego sus distintas partes o divisiones y finalmente el todo en

su última conexión. Procederemos, de este modo, de lo simple a lo complejo.

Pero en esta cuestión, más que en alguna otra, es necesario comenzar por

referirse a la naturaleza del todo, ya que en esto la parte y el todo deben ser

considerados simultáneamente (Clausewitz, 1960:9).

El primer momento establece la analogía entre la guerra y el duelo.

Aron se detiene en la frase que afirma que “no hay violencia moral fuera

del concepto del Estado y de la ley”. Subraya tres conceptos en la definición

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monista: violencia, objetivo y fin. Para Clausewitz, la violencia moral sólo

es concebible en el interior de los Estados y bajo la ley. Fuera de ellos, el

derecho y los usos aparecen como “restricciones insignificantes” (1960:14).

Entre duelistas la violencia es excluyentemente física y no puede haber

violencia moral, pues ésta sólo es concebible dentro del Estado y bajo la

Ley. La concepción clausewitziana supone la natural inocencia (no puede

haber violencia moral sino únicamente física) del estado de naturaleza y

del estado de guerra, con lo que se inscribe en el interior de la huella hob-

besiana. En particular, la inocencia del estado de naturaleza en la política

entre los Estados legitima a la guerra. Sin embargo, esa posición no lo

hace especialmente belicista, ni partidario de una eclosión indiscriminada

de acciones armadas. Por el contrario, la legitimidad de la guerra en Clausewitz

requiere la consideración del supuesto de la estatalidad de los contendientes

y de la particular situación histórico espiritual de los siglos XVIII y XIX,

en la que la guerra justa es aquella en la que intervienen enemigos justos,

esto es, Estados soberanos (Schmitt, 1979: 174-201). Por ello, para ser rec-

tamente apreciada, la definición del duelo debe ser mediatizada con la

comprensión del conjunto del libro de Clausewitz y respecto de la totalidad

histórico espiritual. Aron ubica las citas en su encadenamiento sistemático:

Las proposiciones verdaderas en esta etapa inicial del análisis, en el nivel

conceptual, no tienen validez definitiva. Se aplican a la guerra en sí, aislada

de sus orígenes y sus fines, no a la guerra real, pero Clausewitz quiere demos-

trar precisamente que no se puede ni se debe separar una guerra real de sus

orígenes y sus fines. ¿Por qué la guerra, según esta consideración abstracta,

conduce necesariamente a los extremos? ¿Por qué este ascenso deriva de la

lógica, o la esencia, del duelo o la lucha? Su razón última es la acción recíproca

de las fuerzas y las voluntades enfrentadas, cada cual intentando imponer

su ley a otra (Aron, 1989:83).

Esta acción recíproca presenta tres aspectos: intención hostil, fuerza

moral, y fuerza física (medios). El choque de los duelistas conduce a un

ascenso a los extremos en el que la magnitud de las fuerzas está recíprocamente

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determinada en un proceso creciente, que termina con el abatimiento de uno

de los contendientes y la victoria del otro. El duelo como tipo ideal es el

punto de partida que se superará en el ascenso hacia formas más concretas:

Esta primera etapa del análisis nos sugiere una serie de parejas conceptuales:

objetivo militar y fin político, intención hostil y sentimiento de hostilidad,

entendimiento y sensibilidad, medios materiales y fuerza moral, ascenso a

los extremos. En definitiva, y sobre todo, ninguna de las fórmulas que figuran

en los cinco primeros parágrafos se aplica a las guerras reales, se aplican

todas a la guerra según el concepto o la filosofía, al acto de violencia

aislado del medio social que lo condiciona y del fin que cada actor quiere

alcanzar, en otros términos aislado de la política en los dos sentidos de la

palabra, politics y policy (Ibid.).

Como muestra Aron, las dificultades de comprensión de la trama filosófica

de De la guerra determina los errores interpretativos, tanto en simpatizantes

como en detractores. Los casos emblemáticos del conde Schlieffen y de

Ludendorff, por el lado de los adherentes, y de Liddell Hart, por el de los

detractores, conciben el concepto de guerra absoluta como imperativo

categórico y reflejo de la guerra real. Aron reflexiona si Schlieffen fue a

Clausewitz lo que Lenin a Marx: “brillante jefe, mediocre intérprete”

(1989:29).

El Tratado de Clausewitz, acorde al modo idealista alemán, no pasó la

prueba de la interpretación de los jefes militares de una época positivista e

ideologizada. Clausewitz aclara la cuestión desde el inicio:

Hay que reconocer que el espíritu humano difícilmente se sometería a esta

ensoñación lógica. De ello resultaría a menudo un inútil despilfarro de fuerzas

que necesariamente encontraría un contrapeso en otros principios del arte

de gobernar; se requeriría una tensión de la voluntad que no estuviera en

equilibrio con el fin fijado, y que en consecuencia no podría ser provocada,

pues la voluntad humana jamás extrae su fuerza de sutilezas lógicas (Clau-

sewitz, 1960:13).

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La primacía del arte de la conducción política adecua la relación entre

concepto absoluto y situación real, y resguarda la proporción entre medios

y fines. Aron establece la puntuación de su hermenéutica deteniéndose

particularmente en esa frase aclaratoria, que pasó desapercibida a tantas

generaciones de lectores:

Nunca se insistirá demasiado sobre este texto, el único donde Clausewitz,

de manera irrecusable, explícita, previene contra una interpretación falsa

de sus conceptos o su método: lejos de que la guerra absoluta sea un ideal

al cual conviene acercarse, el arte político ordena mantener el equilibrio

entre los intereses en juego y los esfuerzos que insumen. La necesidad

abstracta del ascenso a los extremos no constituye en ningún momento un

imperativo praxeológico. Cuando se consideran las guerras reales, la posi-

bilidad de descenso determina y debe determinar la conducción tanto como

la necesidad abstracta del ascenso (Aron, 1989:85).

La guerra absoluta es el concepto abstracto. La introducción de las deter-

minaciones concretas constituye un paso hacia su expresión definitiva. El

pasaje de lo absoluto como elemento lógico hacia lo real como reunión de

las múltiples determinaciones en el concepto de lo concreto, patentiza la

politicidad constitutiva de la guerra:

La segunda etapa del camino que conduce de la definición monista a la

definición trinitaria comienza con la confrontación del concepto (o la defi-

nición abstracta) con la realidad, según el método denominado de modificación

(…) Los luchadores ahora encarnados en Estados poseen un territorio, recur-

sos, aliados. La guerra se desarrolla a través del espacio, lleva tiempo, no

surge como un relámpago, se inserta en el curso de las relaciones interestatales

(Aron, 1989:85).

El ascenso a los extremos es la tendencia intrínseca del concepto lógico

de guerra absoluta. Aron entiende que este concepto se asemeja con la guerra

de la primera especie, y se diferencia de la denominada segunda especie de

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guerra, pues ésta desemboca en la paz negociada y la observación armada.

La confusión entre guerra absoluta y primera especie de guerra introduce

una dificultad adicional al pensamiento de Clausewitz, entre la tesis de la

guerra absoluta como formalidad intelectual y la identificación de la misma

con la primera especie de guerra. Aron apunta que la guerra absoluta no es

una directiva para la acción, sino una herramienta formal que encuentra una

especie que la reproduce rara vez y otra que la modifica habitualmente.

En el desdoblamiento entre el dinamismo de la definición abstracta y el

de la definición concreta, Aron transcribe el siguiente párrafo de Clausewitz:

Estas dos especies de guerra son, por una parte, aquélla donde el fin es

abatir al enemigo, ya quiérase aniquilarlo políticamente o quiérase desarmarlo,

y por lo tanto constreñirlo a cualquier clase de paz; y, por otra parte, aquélla

donde sólo se quieren efectuar algunas conquistas en las fronteras del propio

imperio, ya quiérase conservarlas o hacerlas valer como moneda de cambio

útil en el momento de la paz. Las formas intermedias entre una especie y

otra deben subsistir, pero la naturaleza enteramente diferente de ambas empre-

sas debe penetrar por doquier y separar lo inconciliable” (Clausewitz,1960:76).

Esta segunda etapa desarrolla las oposiciones en un sentido concreto y

patentiza los problemas políticos y estratégicos que Clausewitz descubre

en toda guerra. El pasaje de lo abstracto a lo concreto es un progreso en la

elaboración de síntesis a partir de la incorporación de dimensiones empíricas

en el movimiento dialéctico entre el punto de partida, el duelo, y el punto

de llegada, la totalidad política. El desplazamiento en el sistema conceptual

de lo absoluto hacia lo real implica, al mismo tiempo, un movimiento

desde el plano universal hacia un entramado de conceptos adecuados para

el análisis de la realidad particular. Paso a paso, la dinámica interna del

pensamiento de Clausewitz se perfila como herramienta de análisis cada vez

más precisa y mejorada:

La segunda etapa, según el método de la modificación, va de la abstracción

a la realidad, de lo cual resultan los conceptos o temas siguientes: guerra

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Aron, lector de Clausewitz | 55

absoluta y guerra real, relación entre fin político y objetivo militar, tendencia

a la proporcionalidad entre la magnitud del primero y la importancia del

segundo, modificación de dicha proporcionalidad por las tensiones o las

pasiones, leyes de probabilidad, desarrollo de la guerra en el espacio y el

tiempo (Aron, 1989:85).

La guerra entrelaza las tensiones entre fin político y objetivo militar, y

se desarrolla inmersa en el juego de las pasiones y sujeta a la intervención

intempestiva de la fortuna. La fuerte influencia que Maquiavelo ejerció en

la formación intelectual de Clausewitz, subrayada enérgicamente por Aron,

se integra en la síntesis de lo real concreto como modo teórico de pensar

la guerra, consumando una suerte de “revolución teórica” en relación al

empirismo de Jomini y al dogmatismo racionalista de Von Bullow. No hay

recetario ni fórmulas para triunfar en la guerra, ya que el movimiento de

las intenciones, sentimientos, fuerzas y azares que intervienen colocan al

jefe político y militar en la situación de hacer un esfuerzo superior al de

Newton (Clausewitz, 1960:545).

En un paso por ordenar el dinamismo de las guerras concretas y combinar

adecuadamente la relación entre orden y desorden, Aron descubre que la

lógica subyacente de Vom Kriege se desenvuelve con una particular dialéctica,

que Aron denomina dialéctica de la polaridad. Como esquema trascendental

de abordaje de las guerras concretas, la dialéctica de la polaridad posibilita

comprender el fundamento de la guerra de la segunda especie, el descenso

hacia la observación armada y la paz negociada:

Esta tercera etapa aporta, pues, el concepto de polaridad, la asimetría del

ataque y la defensa, la oposición entre lo intelectual y lo afectivo, entre el

entendimiento y las cualidades morales. Estas últimas no se oponen solamente

a las fuerzas materiales, se oponen a las abstracciones de la teoría pura y a

los cálculos del entendimiento (Aron, 1989:85).

Finalmente, Aron encuentra en la cuarta etapa expositiva un último

paso en el tránsito hacia la guerra real como totalidad concreta, que reúne

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en un nuevo plano las ideas anticipadas en el plano abstracto en el que se

presenta la guerra absoluta. La situación política enfrenta Estados que per-

siguen fines contrapuestos. La primacía de los fines expresa la racionalidad

de la política entre los pueblos civilizados. De la racionalidad de la política

se deriva la racionalidad de la guerra, que la prolonga y continúa. La totalidad

de la política como unidad de las posibilidades de la paz y la guerra sobre-

determina la función instrumental y el dominio de las intenciones hostiles

sobre los sentimientos hostiles:

Retomando la idea ya utilizada una primera vez: la política. Los dos sentidos

de la política se distinguen claramente: la guerra entre pueblos civilizados

surge de una situación política y es provocada por un motivo político. El

fin político constituye, pues, la consideración suprema en la conducción de

la guerra (Aron, 1989:87).

Esta cuarta y última etapa reasume los elementos expuestos en las etapas

previas, subordinándolos a la primacía de la política. El concepto de polaridad

sistematiza la relación entre las fuerzas materiales y morales, el ataque y la

defensa, lo intelectual y lo afectivo, que encuentran orden y sentido a partir

de la función determinante de la política, considerada como inteligencia

del Estado personificado y conocimiento amplio de la situación (Clausewitz,

1960:25).

La reconstrucción del sistema conceptual clausewitziano posibilita

entender por qué a pesar de lo inconcluso, Vom Kriege es una extraordinaria

obra retórica, que puede organizarse desde ciertas claves hermenéuticas

desplegadas en el libro primero y en la Advertencia de 1827. El interés

que ha preservado Vom Kriege a través de los años se corresponde con

sus numerosas cualidades, con el despliegue de conceptos llenos de sentido

y con las dificultades de interpretación de una obra que se percibe excep-

cional. Entre sus pliegues coexiste una interpretación instrumental de la

guerra en función de una teoría de la política en tanto inteligencia del

Estado personificado, y una morfología de la política como totalidad

existencial histórico concreta.

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Aron, lector de Clausewitz | 57

En efecto, para expresar la dimensión interna de las guerras reales,

Clausewitz crea la notable categoría de “extraña trinidad” (wunderliche

Dreifaltigkeit). De cuño romántico y reminiscencias teológicas la extraña

trinidad no es un concepto abstracto, construido para superarse a medida

que avanza en los niveles de concreción. Por el contrario, es un predicado

de lo real, que representa a la guerra real en tanto posibilidad estructural

de la política:

(…) la definición trinitaria aporta, no obstante, una novedad decisiva: sólo ella

vale para las guerras reales y ella vale para todas las guerras reales. Aléjense

más o menos de la guerra absoluta, las guerras no son menos guerras desde

el momento en que nos remitimos a la definición trinitaria, que sirve de fun-

damento tanto a la teoría como a la historia y la doctrina (Aron, 1989:88).

El tránsito de una especie a otra, en principio determinado por el cambio

en las relaciones entre fin político y objetivo militar, transforma la fisonomía

de la guerra. El pensamiento dialéctico de Clausewitz se anuda en la cons-

tatación de la “guerra como camaleón”: sigue siendo tal, pero cambia de

color. La guerra como camaleón remite a la historicidad y complejidad de

las guerras, ya que “la guerra es un camaleón en los dos sentidos del término,

la guerra es otra de coyuntura en coyuntura, compleja en cada coyuntura”

(Aron, 1987: 40).

El primer aspecto, la confluencia del odio (Hass), la enemistad (Feindschaft)

y la violencia primitiva de su esencia (ursprüngliche Gewaltsamkeit) como

ciego impulso natural (blinder Naturtrieb), se corresponde con el pueblo (Volk).

El segundo aspecto está constituido por notas más elevadas: el juego del

azar y las probabilidades que remiten al talento y valor de la actividad libre

del alma, correspondiente al jefe militar y su ejército. La diferencia con la

escuela de base geométrica se manifiesta en la apreciación de las operaciones

militares como un verdadero arte, y del jefe militar como artista. La teoría

del genio militar expuesta en el capítulo tercero del Libro primero desarrolla

la teoría del genio de origen kantiano, que concibe la creación artística como

fenómeno superior e independiente de las reglas del arte. En el tercer aspecto,

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58 | RIIM Nº55, Octubre 2011

finalmente, la guerra es un instrumento político e implica el dominio del enten-

dimiento del gobernante político.

La metamorfosis de la guerra es un movimiento estructuralmente deter-

minado por la primacía de uno u otro de los componentes de la trinidad, no

es un devenir caótico. La organización y gravitación relativa de cada aspecto

determina la especie de la guerra.

La unidad de los tres momentos sintetiza los momentos instrumental y

existencial, y configura una peculiar razón dialéctica cuya diversa modalidad

concreta de articulación en cada caso determinan la especie de guerra:

Ya que todas las guerras reales comportan, aunque en proporciones diferentes,

los tres elementos –pasión del pueblo, libre actividad del alma del jefe militar,

entendimiento político y dirección de la guerra por el Estado–, ¿por qué no

buscar las causas de la guerra que asciende a los extremos, así como las causas

de las guerras que descienden hasta la observación armada? (Aron, 1989:107).

La extraña trinidad de la guerra posibilita captar la particular combinación

histórico-concreta que aproxima o aleja a una guerra real del concepto absoluto

de guerra. “Las guerras que se aproximan a la perfección no son más ni menos

políticas que las otras: la política misma determina su carácter absoluto” (Aron,

1987:91). La trinidad se presenta existencialmente en la guerra:

La definición trinitaria aporta, no obstante, una novedad decisiva: sólo ella

vale para las guerras reales y ella vale para todas las guerras reales. Aléjense

más o menos de la guerra absoluta, las guerras no son menos guerras desde

el momento en que nos remitimos a la definición trinitaria, que sirve de fun-

damento tanto a la teoría como a la historia y la doctrina (Aron, 1989: 88).4

Sobre el método de Clausewitz

En un horizonte alejado en el tiempo de la relación entre el idealismo alemán,

el romanticismo y las ciencias naturales, el desmontaje de la gravitante

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Aron, lector de Clausewitz | 59

herencia positivista en la construcción del discurso científico puede apro-

ximarnos a la comprensión del vocabulario científico de Alemania a comien-

zos del siglo XIX. Como hemos visto, Aron denomina “método de la

modificación” al movimiento que ensambla los conceptos de guerra absoluta,

guerra real y dos especies de guerra.

Los autores post-marxistas vincularon el método de Clausewitz con Kant

y con Hegel (Lenin, 1979). En el libro primero de Pensar la guerra, Aron

dice que no pone en duda “que el pensamiento o el método de Clausewitz

es en alguna medida dialéctico. Queda por saber en qué sentido” (1987:272).

Aron constata en Vom Kriege la polaridad de conceptos: guerra absoluta-

guerra real, fuerzas morales-fuerzas materiales, ataque-defensa, medios-

fines, etc. Hay por lo tanto un método dialéctico, entendiendo por tal una

concepción amplia de manejo de las oposiciones. No obstante, la tesis de

la influencia hegeliana sobre Clausewitz parece discutible:

¿En qué se basa la tesis del hegelianismo de Clausewitz? En un primer hecho,

irrecusable; comandaba la Escuela General de Guerra en Berlín mientras

Hegel enseñaba en la Universidad y reinaba allí sin rival. En un segundo

hecho, también irrecusable: el método clausewitziano puede ser llamado dia-

léctico. Queda por saber si este método debe algo a la filosofía hegeliana

(Aron, 1989:274).

La proximidad física e institucional entre Hegel y Clausewitz en el Estado

prusiano5 no le parece a Aron un elemento de prueba suficiente para acreditar

influencia intelectual (Aron, 1987:275). Por el contrario, Aron despeja las

coincidencias fortuitas y se concentra en la analítica teórica:

La esencia de la dialéctica histórica de Hegel, la síntesis que supera las con-

tradicciones en el tiempo y otorga un sentido racional al devenir no aparece

en ningún momento en el Tratado. No puede aparecer: en la medida en que

se atisba una filosofía clausewitziana de la historia, pertenece a la posteridad

de Maquiavelo; la política sólo edifica obras perecederas, carcomidas por el

tiempo, que dejarán indiferentes a nuestros bisnietos… ¿Se dirá que a falta

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de una dialéctica histórica la dialéctica conceptual de Clausewitz sí se aproxima

a la de Hegel? También aquí se impone una respuesta negativa… Antes que

buscar reminiscencias hegelianas, más valdría evocar la polaridad de la elec-

tricidad positiva y la electricidad negativa (1989: 275-276).

La interpretación aroniana distingue la identidad fundamental de la seme-

janza formal, ya que una dialéctica que se asemeja a la electricidad remite

a la época en general más que a la filosofía hegeliana en particular. Pero la

generalidad de la época no excluye las necesarias precisiones. La común

utilización de un método que emplea conceptos puros progresivamente

sustituidos por conceptos reales no parece suficiente para establecer una

influencia. El problema se resuelve en el planteamiento de la relación entre

los conceptos y la realidad:

Esta relación, que hemos estudiado en diversas ocasiones (…) se presta

quizás a interpretaciones diversas. Lo que en cambio no se presta a ninguna

duda es que la dualidad de las nociones y la realidad vivida no desemboca

jamás en el concepto hegeliano, en el universal concreto (1989: 277).

El universal concreto hegeliano invierte la concepción más extendida

de lo universal como abstracto y lo particular como concreto. Para Hegel,

lo universal puede ser abstracto o concreto. Lo universal abstracto implica

un movimiento de negación de lo universal por lo particular y éste a su vez

puede invertirse, negándose esta primera negación, y obteniéndose un uni-

versal concreto, que representa la “totalidad del concepto”. Lejos de estar

vacía y ser pobre en determinaciones, es absolutamente rica en contenido,

siendo lo universal abstracto un momento aislado e imperfecto del concepto

que es, así, universal concreto. El paralelismo entre guerra absoluta (universal

abstracto) y guerra real/ extraña trinidad (universal concreto) presenta una

semejanza formal que no anula la diferencia sustantiva:

El concepto puro de la guerra excluye en cuanto tal todo principio de mode-

ración, no conduce por sí mismo al segundo momento. El análisis conceptual

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Aron, lector de Clausewitz | 61

no revela, en el primer momento, la presencia de un segundo que niegue el

precedente. La diferencia entre el modelo de la lucha entre dos hombres y

el de la guerra entre dos Estados es la que introduce múltiples modificaciones

y permite concebir el descenso a la observación armada (Aron, 1989: 276).

El pasaje del concepto de guerra absoluta al de guerra real y extraña

trinidad está determinado por la modificación y agregación de variables.

Para Aron, despliega una operación de sustitución y adición más que una

negación de la negación. Poco dado a enunciaciones apresuradas, y refractario

a las primeras impresiones, Aron descarta la influencia hegeliana y entiende

que, en relación a Kant, la concordancia parece más verosímil:

Si se quiere encontrar un origen filosófico a la extraña trinidad del primer capí-

tulo, yo pensaría más bien en la tabla kantiana de las categorías (1989: 277).

La extraña trinidad resuena a la tabla de las categorías,6 que agrupa las

doce posibilidades que tiene un juicio para que el fenómeno (lo que se

muestra) sea pensable como objeto (Kant, 1995). Refiere, por lo tanto, a la

objetualidad del objeto, a las condiciones de posibilidad del objeto en tanto

tal. En cambio, la síntesis entre objetividad y fenómeno empírico depende

del esquematismo trascendental, que brota de la obscuridad de la imaginación

trascendental.

La filosofía crítica kantiana plantea el conocimiento como construcción

de la unidad de los niveles puro (intuiciones puras espacio y tiempo; cate-

gorías; juicio, esquemas trascendentales) y empírico, fenómenos sensibles

que impresionan la receptividad de los sentidos. El dualismo kantiano resulta,

pues, de la operación de enlace mediante la imaginación trascendental de

los niveles puro y empírico.

La articulación entre guerra abstracta, dos especies de guerra y extraña

trinidad parece otorgar objetividad empírica a la objetividad trascendental

de las categorías de cantidad, respectivamente: unidad, pluralidad y totalidad.

Aron sostiene que el método de modificación implica una particular dialéctica

en la que no hay negatividad sino polaridad. “Si hay que elegir entre la

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influencia de Kant o la de Hegel, nadie debería titubear: la de Kant es más

verosímil que la de Hegel” (1989: 278), aunque se trate de semejanzas for-

males más que estructurales (1989: 281).

Aron también considera la posible influencia de Montesquieu, y explora

una serie de tentativas que abonan esa hipótesis: la propia manifestación

de Clausewitz en la Primera Nota donde afirma que El Espíritu de las

leyes le sirvió “vagamente” de modelo al escribir capítulos cortos y “mal

eslabonados”. La coincidencia en el uso del término naturaleza, o bien como

esencia o bien como “caracteres intrínsecos de una cosa”: ambos usos

están en el soporte de la guerra absoluta, como guerra según su naturaleza;

y en el de guerras reales, cada una de acuerdo a su propia naturaleza.

Finalmente, Aron sugiere que a Clausewitz “para comprenderlo, el intér-

prete debe situarlo donde le corresponde, entre los que Meinecke revistó

en su libro Die Entstehung des Historismus, y no ver en él un lector de

Kant y Hegel” (1989:282).

La tradición historicista alemana ha desplegado un proceso de investi-

gación, desentrañamiento y ordenación del sentido de la historia en el que

convergen progresivamente la filosofía de la historia y la historia de la

filosofía. Clausewitz puede inscribirse en esa saga en tanto el orden conceptual

encuadra al desorden real, abriendo espacios novedosos de análisis y sus-

citando nuevas intelecciones y exploraciones.

Teoría política a la altura planetaria

En el libro segundo de Pensar la guerra, Aron extracta ciertas tesis centrales

de Clausewitz para el análisis de la situación histórica del siglo XX. El punto

de partida es el examen de las armas nucleares, cuya capacidad destructiva

amenaza la existencia de toda la especie humana y pone en duda la naturaleza

política de la guerra que las utilice. Aron no desconoce la semejanza entre

guerra absoluta, primera especie de guerra y uso de armas nucleares. Por

el contrario, introduce la cuestión de las armas nucleares en el interior del

esquema clausewitziano de transición de una especie de guerra a otra:

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Aron, lector de Clausewitz | 63

La destrucción de Hiroshima y Nagasaki por bombas atómicas indica la

culminación del ascenso, la aplicación bárbara del principio de aniquilación

interpretado en sentido material. Esos mismos acontecimientos parecen cons-

tituir retrospectivamente el origen de un movimiento en sentido contrario.

Del exceso del potencial destructivo renace el espíritu de moderación. La

amenaza sustituye a la acción; la disuasión, a la decisión (Op.Cit.: 105).

El arma atómica, en lugar de despertar la voluntad guerrera y romper

el molde diplomático, desarrolla la otra posibilidad fundamental de la política,

la que modera los objetivos y adecua los fines. Aron discute polémicamente

con la tesis que entiende a las armas nucleares como armas absolutas, pues

pone en cuestión la separación entre fin político e instrumento militar. El

pasaje de la guerra de aniquilamiento hacia la observación armada –desde

la primera a la segunda especie de guerra– encuadra la disuasión.

El ascenso a los extremos en el esquema de la Destrucción Mutua Ase-

gurada entre las superpotencias nucleares enfrentadas –los Estados Unidos

y la Unión Soviética– cede el lugar a la realidad política concreta. En función

de ello, Aron analiza críticamente la literatura estratégica estadounidense,

puntualmente On Escalation de Herman Kahn (1965) y The Strategy of Con-

flict de Tomas Schelling (1964) en tanto muestran un modo de entender la

estrategia basados en un razonamiento formal, despojado de contenido

político e histórico concreto (incluso escoge esos autores porque les reconoce

una particular calidad intelectual). Ambos ofrecen distintos escenarios de

crisis y guerras nucleares posibles: armas contra recursos, armas contra

ciudades, armas contra armas, primer atacante, represalia gradual, represalia

masiva, etc. Para Aron la confusión reside, una vez más, entre el esquema

teórico y el concepto político concreto:

El movimiento de ascenso deriva necesariamente del esquema del duelo

entre dos luchadores que quieren imponerse mutuamente su voluntad. El

movimiento de descenso puede resultar del control del entendimiento polí-

tico sobre las pasiones, sobre la conservación de la proporcionalidad

entre el objetivo y los esfuerzos, sobre la comunicación entre los duelistas,

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cada cual adivinando lo que quiere el otro, luego lo que debe temer y lo

que es lícito esperar (1989:133).

El pasaje del movimiento de ascenso al movimiento de descenso describe

una onda en la que el duelo de voluntades es sustituido por el entendimiento

político, que introduce cierta proporción entre la magnitud del esfuerzo y

la calidad del objetivo. Una consideración atenida a la historicidad de la

estatalizad –lo que Schmitt encuadró como la historicidad del “nomos de

la tierra”– muestra la fuerza estabilizadora que el marco histórico-político

ejerce sobre el entendimiento político, que en Clausewitz es inteligencia

del Estado personificado y decide concretamente sobre la cuestión de la pro-

porción entre esfuerzos y fines. No es, pues, un cálculo abstracto, sino un

concepto ensamblado en una situación política concreta.

La crítica de Aron a los exponentes norteamericanos de la estrategia

toma como modelo la crítica de Clausewitz a la escuela estratégica de Von

Bülow: es la crítica al dogmatismo, a la universalización de una particularidad,

a la elevación al plano estratégico de una situación táctica (Aron, 1987:134).

La verdad resulta de la reunión de las determinaciones concretas en el con-

cepto, y ésta condición se opone críticamente al modo abstracto, entendido

como el razonamiento basado en principios universales sin la investigación

sobre el caso concreto:

No hay solución que combine las ventajas de las doctrinas opuestas; conviene

elegir en función de la coyuntura concreta, con todos sus elementos políticos

y psicológicos, no a partir de un esquema y de razonamientos abstractos

(1989: 137).

El significado de Vom Kriege trasciende la traducción conceptual de

las guerras napoleónicas, se abre como teoría política de la guerra y contiene

un método de análisis cuya dialéctica interna confluye en las guerras reales.

En consecuencia, el conocimiento de la historia de la guerra radica en el

desentrañamiento de las relaciones entre la totalidad de la formación social

y el instrumento militar:

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Aron, lector de Clausewitz | 65

Tomemos como punto de partida la historicidad de todas las guerras y la

complejidad interna de cada guerra. Clausewitz insiste sobre uno de los

factores de esta historicidad, la relación entre el ejército y el pueblo, más

no ignora los otros: las armas, los inventos de la ciencia, la organización de

los poderes públicos, la naturaleza de las entidades políticas, los límites y

las reglas de la sociedad de Estados (1989: 139).

La vigencia de Clausewitz no es dogmática, sino teórico política y está

sujeta a la investigación de la historicidad de la guerra, de su metamorfosis

en función de las realidades políticas y las totalidades histórico-concretas,

“sociales”.

La naturaleza de la guerra no se manifiesta como devenir caótico de

la existencia. Refractario a las visiones impresionistas y a los aforismos

de ocasión, Aron como lector de Clausewitz plantea un análisis de la

realidad concreta de la bipolaridad atómica. En la medida que supera la

apariencia y el efecto ilusorio, desentraña el núcleo político de la cosa

real. La crítica de Clausewitz al dogmatismo de su época es el antecedente

que Aron resignifica frente a lo que entiende como exponentes de un nuevo

dogmatismo. Por cierto, puesto en su contexto, lo dogmático se interpreta

como atenido a combinaciones lógicas sin consideración suficiente de

materiales empíricos. En algún sentido, la crítica aroniana al dogmatismo

recuerda la apreciación de Kant sobre Hume en tanto lo “despertó del

sueño dogmático”, así como también al Marx de la Crítica de la economía

política. Para Aron, la idea de la superación de la naturaleza política de

las guerras por las armas atómicas reitera el dogmatismo en una nueva

fase histórica. Frente a la imagen del paroxismo nuclear, juzga la utilidad

de las armas atómicas como aval de la disuasión en el descenso hacia la

observación armada y revela que la carrera armamentística abre una serie

de modalidades posibles de guerra (1989:140).Los arsenales atómicos de

las superpotencias rivales no determinan ni el apocalipsis ni la paz perpetua,

sino la continuidad de la metamorfosis de las guerras y de su naturaleza

política. La elucidación de Vom Kriege dispone una caja de herramientas

teóricas para investigar la situación concreta. Esta nueva indagación de

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la realidad política mundial produce una modificación conceptual y semán-

tica en relación a la denominada “guerra fría”.

Aron distingue la paz y la guerra por la naturaleza del medio. Ni sim-

bólica ni social, la guerra es violencia organizada y la paz es la ausencia

de violencia organizada. La distinción específica de la guerra como violencia

organizada fundamenta la crítica a la tesis que universaliza y extiende la

violencia a las esferas social y simbólica. La extensión de un concepto

de guerra de ese tipo –propio de cierta teología de la liberación y de

cierta sociología de la violencia– amenaza con deformar el contorno, el

contenido concreto y la consistencia comprensiva del concepto de guerra

(Aron, 1976:191). En consonancia, la distinción paz / guerra por la natu-

raleza del medio configura una teoría para entender la rivalidad entre los

Estados Unidos y la Unión Soviética como una situación política, no como

una guerra (Aron,1985:631-632).Una carrera armamentística que no des-

emboca en una guerra es una situación novedosa de la política, pero no

un vuelco de la historia:

La suspicacia sostiene la carrera armamentista; el interés común frena el

ascenso a los extremos y lo encauza hacia la observación armada. Las

dos decisiones, relativas a los armamentos y la disuasión, son insepara-

blemente políticas y estratégicas, una y otra dependen del entendimiento

(1989: 179).

Las armas atómicas sitúan a los contendientes en un lugar paradójicamente

moderado: ninguno de los dos es tan insensato como para desatar un holo-

causto común. Los fines políticos de los EE.UU. y la URSS no contemplan

el suicidio común (en cambio, Hitler hubiera preferido el hundimiento mutuo).

La carrera armamentística favorece la disuasión y desplaza la guerra hacia

los países periféricos. La capacidad destructiva de las armas atómicas es

un acicate para la razonabilidad. La política domina a la condición técnica.

Las armas nucleares son un instrumento. La determinación de la influencia

de las armas atómicas en la situación de rivalidad sin guerra está dominada

por la comprensión política:

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Aron, lector de Clausewitz | 67

Ninguno de los dos Grandes contempla una victoria de aniquilación que

excluya la capacidad de segundo golpe por parte del rival; la guerra de los

dos Grandes, suponiendo que erróneamente se asimile a una rivalidad con

una guerra, pertenece a la segunda especie (busca de conquistas limitadas

a las fronteras sin decisión radical) Ahora bien, en la guerra de la segunda

especie, tampoco subsiste ninguna necesidad, ni siquiera en abstracto. La

Razón no impone ninguna ley. El entendimiento político-estratégico prevalece,

el estoque o el florete sustituyen al espadón (Aron, 1979: 179).

Para Aron no hay tal guerra fría, sino una rivalidad política entre el

Occidente liberal y el campo socialista. El modelo abstracto del duelo y

el ascenso a los extremos están excluidos. La observación armada nuclear

entre las superpotencias desplaza la guerra a la periferia del sistema

internacional.

Conclusiones

Como hemos visto, la evolución del pensamiento de Raymond Aron está

enlazada a la profundización en el pensamiento de Clausewitz. El encuentro

entre ambos alcanza su nivel plenario en Pensar la Guerra. Tanto en el plano

de las categorías como en su integración al análisis de la política mundial,

las cada vez más penetrantes lecturas de Vom Kriege realizadas por Aron

otorgan una renovada vigencia a las tesis clausewitzianas. En considerables

fragmentos de Pensar la Guerra se hace difícil distinguir cuando Aron habla

por si mismo y cuando habla Clausewitz: tal es la identidad y la mimesis

que el autor francés alcanza con el autor alemán.

Su prosa clarificante preserva la potencia retórica de Clausewitz al tiempo

que lo actualiza en una sistematización impresionante referida a la realidad

política y al campo de la cultura. Pensar la guerra se cuenta entre los más

grandes libros en la historia de la teoría política. Por cierto, en la disciplina

de las Relaciones Internacionales suele considerarse a Paz y guerra como

la palabra final de Aron en la materia. Sin embargo, parece –como hemos

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tratado de demostrar– que Pensar la guerra alcanza un grado superior de

desarrollo y configura, por lo tanto, una obra aún más importante.

La interpretación aroniana del proyecto teórico de Clausewitz restablece

una teoría dialéctica, abierta y orgánica. La crítica a las interpretaciones

usuales posibilitan que la vigencia de Clausewitz emerja ante todo en la

“fidelidad al método, es decir, en la investigación de la historicidad de la

guerra, de su metamorfosis en función de las totalidades histórico-concretas,

del análisis de la situación política y de los objetivos políticos de los Estados

en pugna. A propósito, en los años de la bipolaridad norteamericana-soviética,

Aron nunca eludió el apoyo razonado a una de las opciones. En este sentido,

la indagación sobre Clausewitz fue decisiva para configurar un pensamiento

de la contradicción política a escala planetaria. Desde la caída del muro de

Berlín, la intensidad de la bipolaridad fue relevada por nuevos escenarios

en constante devenir y configuración. En la personalidad intelectual y política

de Aron, la radicalidad del pensamiento de Clausewitz se adecua al aspecto

paradójico de un liberalismo político y combativo nacido de la oposición a

la tiranía soviética y la crítica al marxismo leninismo.

Por otra parte, Clausewitz y Aron descubren el velo que oculta la situación

política y la totalidad histórico política, de la que emergen los modos de

guerrear. Toda guerra es política porque se origina en una situación política,

pone en juego contradicciones entre objetivos políticos y desemboca en un

cierto tipo de paz, configurada como situación política con arreglo a objetivos

políticos.

Por cierto, Clausewitz sin la interpretación de Aron hubiese seguido

siendo un autor importante, pero sujeto a controversias interminables y

desiguales. A partir de Pensar la guerra, Vom Kriege encuentra un pensa-

miento en paralelo que renueva la relación entre las partes y el todo en el

interior del texto, y que desarrolla una hermenéutica en la que convergen

los horizontes de época. De este modo, Clausewitz adquiere una renovada

vigencia y Aron, una vez más, confirma su talento clásico.

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Aron, lector de Clausewitz | 69

notas

1 La caracterización de Aron como exponente de la gran tradición ilustrada francesa delos siglos XVIII y XIX más que como cientista social del siglo XX fue señalada por eldestacado politólogo e internacionalista chileno Manfred Whilhelmy (Conversación pri-vada: 2007).

2 La cuestión acerca de la autoconciencia de Aron sobre la trayectoria de su propio pen-samiento pertenece a la biografía, por lo tanto, está fuera de nuestra investigación.Conviene destacar algunos indicadores como la alusión al género “filosófico-periodístico”(Aron, 1983:279), y cuando manifiesta “insatisfacción” ante el tratamiento de Clausewitzen Paz y Guerra entre las Naciones (Aron, 1988:4). De todos modos, la hermenéuticapertenece al lector más que al autor. Por otro lado, la ubicación temporal de las fasesdel pensamiento aroniano es aproximada y ha sido trazada en función de la apariciónde los textos.

3 La Advertencia de 1827 sostiene que existen dos especies de guerra y ambas continúanla política por otros medios. Agrega, además, que “en cuanto al libro VIII, el plan de guerra,es decir la preparación conjunta de una guerra, ya existen varios capítulos en preparación,pero éstos no pueden siquiera ser considerados como verdadero material; sólo constituyenun trabajo simple y tosco a través de la masa con el fin de reconocer, en el curso mismodel trabajo, los puntos importantes”. La Nota Final señala que sólo el capítulo primerodel libro 1 debe considerarse terminado (Aron, 1989:75-6).

4 De modo tal que, por ejemplo, las guerras de gabinete del primer equilibrio europeo enel Siglo XVIII encontraban en el entendimiento político y la conducción militar su elementodeterminante, mientras las guerras de la edad media y, en otro sentido, las guerras revo-lucionarias de base campesina del siglo XX se nutren del pueblo.

5 Hegel era el filósofo más famoso de su tiempo. Bástenos con recordar que a sus clases,en la Universidad de Berlín, concurrían unos doscientos alumnos, mientras que a las deSchopenhauer lo hacían apenas media docena.

6 Tabla de las categorías: 1. De la cantidad: Unidad, Pluralidad, Totalidad; 2. De la cualidad:Realidad, Negación, Limitación; 3. De la relación: Inherencia y subsistencia (substantiaet accidens), Causalidad y dependencia (causa y efecto), Comunidad (acción recíprocaentre agente y paciente); 4. De la modalidad : Posibilidad-imposibilidad, Existencia–no-existencia, Necesidad-contingencia.

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Revista de Instituciones, Ideas y Mercados Nº 55 | Octubre 2011 | pp. 71-92 | ISSN 1852-5970

LOS ORÍGENES DE LA INESTABILIDAD DEMOCRÁTICA EN ARON

Cecilia I. Aversa*

Resumen:¿Cuál es el origen de la inestabilidad política en los regímenes demo-

cráticos modernos no consolidados? ¿Cuáles son sus consecuencias? ¿Cómo

contrarrestarlas? Este análisis intentará responder estos interrogantes a partir

del esquema conceptual ideado por Aron e intentará demostrar, asimismo, cierto

paralelismo y/u originalidad respecto de su sucesor Samuel P. Huntington.

Abstract: Which are the origins of political instability in unconsolidated

modern democracies? Which are its consequences? How can they be

counteracted? This analysis attempts to answer these questions by using the

conceptual framework developed by Aron. It also intends to show the presence

of some parallelism and / or originality in relation to his successor, Samuel

P. Huntington.

Introducción

Las crisis de gobierno experimentadas tras la tercera ola de democratización

(Huntington, 1991) cuestionaron las representaciones y el sustento mismo

de la democracia moderna. De ahí la importancia de retomar el estudio

conceptual-filosófico de un representante del pensamiento político del siglo

XX, Raymond Aron, cuyas reflexiones acceden a la universalidad por ins-

cribirse en la lucha perenne contra la demagogia y la inestabilidad política.

* Candidata a Doctora en Ciencias Políticas (Universidad Católica Argentina). Licenciadaen Ciencias Políticas con Especialización en Relaciones Internacionales (UCA). ProfesoraAsistente (Licenciaturas en Ciencia Política y en Relaciones Internacionales, UCA). Correoelectrónico: [email protected]

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El objetivo del trabajo es analizar el esquema filosófico ideado por

Aron para comprender los desequilibrios inherentes a los regímenes políticos

en sociedades como la francesa, en la que el enfrentamiento entre el “mito

de la revolución” y la Restauración, esto es, el conflicto entre el cambio y

la tradición, la modernización versus conservación del orden existente, había

hecho avanzar al régimen por un estadio más imperfecto que aquel transitado

por las democracias maduras como la norteamericana, que sí había logrado

conciliar un régimen de participación estable con libertades ciudadanas

garantizadas.

Esta puja entre igualdad y libertad –inscripta en la tradición política de

Montesquieu, Constant, Tocqueville y Elie Halévy– aparece en las primeras

páginas de Introducción a la filosofía política. Democracia y revolución,

cuando Aron afirma:

Durante un siglo y medio, la reflexión política en Francia se ha centrado en

la oposición entre los principios de la Revolución y del Antiguo Régimen.

Tocqueville formuló el problema de nuestra civilización, y lo que pretendo

abordar es justamente esto: siendo un hecho el camino hacia la igualdad,

¿conservamos la libertad política como un anacronismo o hay posibilidad

de combinar una sociedad igualitaria con la libertad? (Aron, 1999: 42).

Es a partir de esta preocupación preliminar que Aron se interesó por el

estudio de las peripecias del régimen democrático, en el marco de un análisis

más amplio en torno a la relación democracia-totalitarismo, que permitió

predecir una fórmula autoritaria propia del siglo XX. Es también a partir

de ello que forjó su explicación sobre los orígenes de la inestabilidad política

en las sociedades democráticas.

El trabajo comienza con una introducción conceptual de la democracia

moderna, complementado por la herencia del pensamiento liberal francés.

Teniendo presente el contexto político-social de una Francia fisurada por

cambios abruptos y convulsionados durante el período de entreguerras, el

análisis considera al régimen democrático en dos aspectos fundamentales:

a) el de la oposición democracia/totalitarismo, y b) el del binomio demo-

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cracia/pretorianismo, como paso previo al análisis de las causas y efectos

de la inestabilidad política que, según las perspectivas de Raymond Aron

y Samuel P. Huntington, caracterizan a los regímenes inmaduros.

La conceptualización de la democracia moderna

Lo que distingue a la democracia moderna de aquellas descriptas por Aris-

tóteles y de aquellas surgidas tras la Segunda Guerra es su carácter liberal

(Lefort, 1994). Se entiende por “liberalismo” una concepción del Estado

con poderes y funciones limitados por mecanismos constitucionales (común-

mente englobado bajo los términos “Estado de derecho” y “Estado mínimo”),

opuesto al Estado absoluto y al Estado social. Y por “democracia” se entiende

una forma de gobierno en la que la mayoría detenta el poder, y que es contraria

a las formas autocráticas como la monarquía o la oligarquía (Bobbio, 1989).

El liberalismo como teoría del Estado es moderno, mientras que la demo-

cracia como forma de gobierno es antigua, ya que remite a la organización

de los antiguos atenienses. De ahí las dos concepciones clásicas de la

democracia: la democracia de los antiguos (democracia directa) y la demo-

cracia de los modernos (democracia representativa), donde el titular del

poder es siempre el pueblo pero cambia la forma, amplia o restringida, de

ejercer ese derecho.

También existen dos maneras de concebir a la libertad: la libertad negativa

entendida como cesión de poder y la libertad positiva entendida como par-

ticipación del poder o, lo que es lo mismo, y en términos de Benjamin

Constant (1989), la libertad de los antiguos (o política), cuyo fin es la dis-

tribución del poder político entre los ciudadanos de una misma patria, y la

libertad de los modernos (civil o individual), destinada a garantizar la

seguridad del goce de la independencia privada.

La democracia moderna puede ser concebida como consecuencia natural

del liberalismo si se la considera en su aspecto formal, como gobierno del

pueblo, y no en su significado sustancial, como gobierno para el pueblo

(Bobbio, 1989). Es en este último sentido que puede afirmarse que la

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democracia moderna es resultado del siglo XVIII, cuando las insurrecciones

desembocaron en el fortalecimiento del Estado-Nación frente al debilitamiento

–y en ciertos casos la extinción– del absolutismo monárquico.

Al momento de analizar el problema inherente a la relación libertad-

igualdad, resulta propicio considerar a la democracia en su sentido ético o

sustancial. Para Bobbio, se trata de valores antitéticos, en cuanto “no se

puede realizar con plenitud uno sin limitar fuertemente el otro” (…) “la

única forma de igualdad que no sólo es compatible con la libertad, sino

que es exigida por ella, es la igualdad en la libertad que inspira los principios

de la igualdad ante la ley e igualdad de derechos” (Bobbio, 1989: 41).

Aunque democracia y liberalismo se hayan hecho prácticamente inter-

dependientes –ambos parten del supuesto del individuo y reposan en una

concepción de la sociedad esencialmente individualista – su interdependencia

no significa correspondencia perfecta. La expresión “fecundidad del anta-

gonismo” de la democracia liberal señala la tensión entre, por un lado, una

concepción orgánica de la sociedad, que privilegia la armonía, la tradición

y la costumbre, la subordinación controlada de las partes al todo y la represión

del conflicto como elemento de desorden y disgregación social (nivelación

que, según lo advirtieron Tocqueville (1993) y Mill (1991), puede conducir

fácilmente al despotismo), y por otro lado, una corriente para la cual el

contraste entre las opiniones e intereses diferentes es condición necesaria

para el progreso técnico y moral de la humanidad. Para pensadores como

Kant y Humboldt, es la variedad de los caracteres individuales en disputa

lo que conduce, precisamente, al desarrollo de todas las disposiciones de

la naturaleza y al perfeccionamiento recíproco (Bobbio, 1989).

Como consecuencia de las dificultades conceptuales y filosóficas para

conciliar las demandas de limitación y de distribución del poder, Bobbio

identifica en la literatura tres grandes combinaciones básicas en el estudio

del fenómeno democrático: a) liberalismo y democracia son compatibles,

puede existir un Estado liberal y democrático sin exclusión de un Estado

liberal no democrático (perspectiva liberal conservadora) y de un Estado

democrático no liberal (perspectiva democrática radical); b) liberalismo y

democracia son antitéticos, la democracia destruye al Estado liberal (pers-

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pectiva liberal conservadora) o sólo se realiza en un Estado social que ha

abandonado el ideal del Estado mínimo por completo (perspectiva demo-

crática radical); c) liberalismo y democracia son complementarios, la demo-

cracia realiza plenamente el ideal liberal y el Estado liberal es condición

necesaria para la práctica democrática (Bobbio, 1989: 59).

La herencia del liberalismo francés

En su origen el liberalismo en Francia fue de naturaleza política, y tuvo un

doble objetivo: por un lado preservar los logros de la Revolución, combatiendo

los intentos de restauración del Antiguo Régimen, y por otro extraer ense-

ñanzas de la instauración del gobierno despótico del Terror (Lefort, 1994).

La reflexión sobre estos sucesos brindó una singular agudeza al debate sobre

la Restauración, debate que logró estructurar el liberalismo pero sin conferirle

unidad, al coexistir entonces dos grandes expresiones inspiradas en Benjamin

Constant y François Guizot (Roldán, 2005).

El objeto de Constant fue analizar el fenómeno de la soberanía del pueblo,

entendida como la supremacía de la voluntad general sobre la voluntad

particular. Su preocupación radicaba en su carácter ilimitado, que suponía

introducir en la sociedad un grado de poder que era perjudicial en sí mismo,

independientemente de quien lo ejerciera. Para Constant, la soberanía

debía existir de un modo limitado, y el límite era la independencia individual.

En contraste, la revisión de la relación política-sociedad condujo a Guizot

a construir un principio opuesto a la soberanía popular: el principio de la

soberanía de la razón. Mientras que Constant intentaba resolver el imperativo

de conciliar la soberanía popular con la libertad de los modernos, François

Guizot buscaba compatibilizar las condiciones de eficacia del gobierno repre-

sentativo con las transformaciones sociales igualitarias que constituían el

principal legado post– revolucionario (Roldán, 2005).

La tradición liberal francesa hizo suya como ninguna otra la inquietud por

comprender la irrupción del principio igualitario. Raymond Aron expresó una

vertiente de esa tradición que reflexionó sobre la libertad pero preocupándose

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por la igualdad. Aron resultó socialdemócrata por ser, ante todo, un liberal (Kva-

ternik, 2011: 107). Aunque nunca expresó una admiración explícita por el régimen

democrático, frente al autoritarismo político que parecía gestarse ante sus ojos

–y al que de hecho se anticipó al percibirlo como una amenaza tangible– con-

sideró que de todas las formas de gobierno la democracia era la alternativa más

eficaz, siempre que se realizara a través de instituciones idóneas.

Aunque siempre evocó en su espíritu el caso francés, Aron trabajó en

un espacio geográfico universal al que intentó comprender en términos de

“lo mejor posible”. Así, apreció en la evolución del régimen democrático,

un progreso contingente, parcial e imperfecto: contingente por depender

de la naturaleza del hombre, parcial por tratarse de un ideal inalcanzable

en la práctica e imperfecto por el carácter mismo de la realidad que responde

a los errores, la corrupción, las frustraciones y las imperfecciones humanas.

El antagonismo entre democracia y totalitarismo y entre democracia ypretorianismo

La democracia es para Raymond Aron “la organización de la competencia

pacífica con miras al ejercicio del poder” (Aron, 1999: 42). Esta definición

se realiza a través de instituciones y no de ideas trascendentes tales como

la soberanía popular, la libertad, la igualdad, etc. Puede decirse, en términos

de Montesquieu, que el principio de la democracia es para Aron una com-

binación de tres cualidades básicas: la pasión partidista, el respeto a las

reglas y el sentido del compromiso (Aguilar, 2005).

Dejando de lado la democracia directa por considerarla un caso extremo,

Aron (1999) considera que la organización de la competencia electoral es

un factor esencial, y por eso los partidos son una institución inseparable

del fundamento mismo de los regímenes democráticos pluralistas.

Para que la competencia sea realmente pacífica, se necesita a su vez el

respeto a las reglas y a los principios jurídicos, y fundamentalmente el

respecto a la Constitución, que es el instrumento mediante el cual se organiza

la competencia por el poder. En efecto, establecer una Constitución “es

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fijar las reglas según las cuales los ciudadanos eligen a sus representantes,

y según las cuales, a continuación, los representantes eligen a quienes

ejercerán las funciones que les han sido encomendadas” (Aron, 1999: 50).

Por ser una mera construcción legal, todas las constituciones son arbitrarias,

y su verdadera justificación radica en su eficacia para organizar la competencia

electoral y disciplinar las ambiciones propias de los hombres (Aron, 1963).

Como “la opinión que los ciudadanos se forman de su régimen es parte

integrante de la calidad o de la falencia del propio régimen” (Aron, 1963:

171), es también fundamental que los ciudadanos se comprometan con su

Constitución, pues de lo contrario la lucha o competencia electoral se pone

en juego a través de ella. Debe existir entonces un verdadero compromiso,

un reconocimiento de la legitimidad de los demás que permita encontrar una

solución asequible para todos los ciudadanos evitando, al mismo tiempo,

el estancamiento nocivo y la indecisión (Aguilar, 2005).

En este sentido, Juan Linz (1987) afirma que la legitimidad debe estar

presente en la totalidad del juego de interrelaciones y feedbacks entre los

sistemas político y social. Esto supone la creencia generalizada, incluso

por parte de la oposición “leal”, de que a pesar de sus limitaciones y fallas

las instituciones políticas existentes son mejores que otras, y que por tanto

aquellos que ejercen legalmente la autoridad pueden exigir obediencia. Esto

resultaría lógico, porque en una democracia “los ciudadanos son libres de

no estar de acuerdo con la ley, pero no de desobedecerla” (Linz, 1987: 39).

Esta legitimidad se verá fortalecida o debilitada por la eficacia y la efectividad,

entendiendo por eficacia la capacidad para satisfacer los intereses materiales

e ideales de los individuos en sociedad –y como Mancur Olson (1992) lo

ha demostrado, los intereses de los sectores organizados–, y concibiendo a

la efectividad como “la capacidad para poner en práctica las medidas for-

muladas con el resultado deseado” (Linz, 1987: 49).

Desde una perspectiva distinta a Aron, Samuel P. Huntington se interesó

por el grado de gobierno democrático con que cuentan los países en vías

de modernización, esto es, el nivel de déficit o arraigo de la comunidad

política y del gobierno eficaz, representativo y legítimo en sociedades

pluralistas donde los diversos grupos que interactúan plantean, al mismo

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tiempo, su integración a la vida política. Para Huntington, el nivel de comunidad

política de una sociedad refleja la relación entre sus instituciones políticas,

definidas como “la expresión conductista del consenso moral y del interés

mutuo” (Huntington, 1972: 21), y las fuerzas sociales que la integran. Cuanto

más complejas y heterogéneas sean estas fuerzas, el mantenimiento de la

comunidad dependerá en mayor medida del desempeño de las instituciones.

Citando a Sydney Verba, Huntington entiende por cultura política “un

sistema de creencias empíricas, símbolos expresivos y valores que definen

la situación en la cual la acción política tiene lugar” (Huntington, 1985:

11), y afirma que entre ésta y las instituciones políticas existe una relación

dialéctica: la falta de confianza en la cultura crea obstáculos para la formación

de instituciones públicas, y las sociedades carentes de un gobierno estable

y eficaz tienen deficiencias en la confianza mutua entre sus ciudadanos, en

la lealtad hacia los intereses nacionales públicos y en sus aptitudes y capacidad

organizativa (Huntington, 1972).1

Para Aron (1999), la ausencia o debilidad de la organización de la com-

petencia, del respeto a las reglas y principios y del sentido del compromiso

constituye un terreno fértil para el surgimiento de dos problemas básicos que

pueden socavar, con distinta intensidad, las bases de los regímenes constitu-

cionales pluralistas. Una idea decisiva es que todo sistema de competencia

electoral se inserta en una determinada estructura social que no puede modificar

por sí mismo. Esto significa que puede existir –y de hecho existe– una diso-

ciación entre la potencia social o económica (“fuerzas en movimiento”) y el

poder político (“fuerzas de resistencia”). El resultado de esta dualidad de

convicciones cada vez más opuestas es la dispersión del poder y, de manera

progresiva y casi fatal, el debilitamiento de la unidad nacional (Aron, 1999).

El otro riesgo o amenaza es la inestabilidad de los regímenes democráticos,

que se corresponde con dos evoluciones contradictorias que ignoran las

necesidades de la unidad nacional: la primera es el conservadurismo, parálisis

o, en términos de Linz, los problemas insolubles cuya fuente básica es que

la autoridad fija objetivos para los cuales no puede procurar los medios

necesarios, y se niega a renunciar a aquellos una vez que se ha hecho patente

que no puede disponer de éstos (Linz, 1987: 58-59). La segunda paradoja es

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la ampliación de las funciones del Estado, producto de una aparente necesidad

de un Estado cada vez más amplio, pero a la vez un Estado cuyo prestigio y

capacidad de acción y decisión disminuyen velozmente (Aron, 1999; 1963).

Para Huntington (1972), la diferencia fundamental entre los diversos

grados de gobierno democrático no sólo responde a los niveles de institu-

cionalización y participación política antes mencionados, sino también a la

relación entre ambos. Al igual que Aron (1999), considera que pueden existir

sistemas de elevada institucionalización en relación con su participación –

como en el caso de los regímenes cívicos– y sistemas donde, por el contrario,

la institucionalización se ve superada por la participación, como sucede en

los llamados regímenes pretorianos (Huntington, 1972). En estos sistemas

corrompidos el poder está fragmentado, la política carece de autonomía y

existe una politización general de las fuerzas sociales que se enfrentan sin

“reconocer intermediario legítimo para moderar los conflictos ni tampoco

fijar acuerdos sobre los medios autorizados para solucionar tales conflictos”

(Huntington, 1972: 176).

Tanto el régimen totalitario, en el que el Estado ampliado absorbe y mono-

poliza los mecanismos básicos de la organización de la competencia pacífica,

como el régimen pretoriano, en el que el Estado se muestra incapaz de con-

trarrestar los efectos nocivos de una sociedad fragmentada y politizada, se

encuentran atrapados en un círculo vicioso: en sus formas más simples las

sociedades carecen del principio de compromiso y del sentido de comunidad,

lo que obstaculiza el desarrollo de instituciones políticas; en sus formas más

complejas, la debilidad e insuficiencia de las instituciones políticas impide el

desarrollo y arraigo de esos sentimientos comunes. En estas sociedades las

pautas de conducta tienden a perpetuarse, y existen fuertes tendencias que

estimulan a preservar esa situación (Aron, 1963; Huntington, 1972).

La realidad democrática: la inestabilidad inherente al régimen

Para Aron (1999) todo régimen político comporta factores de inestabilidad,

pero éstos son más notables en el caso de las democracias, que son inestables

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por naturaleza. La primera causa de la inestabilidad está ligada al propio

sistema de la lucha pacífica por el poder que entraña la “organización del

descontento” en el sentido que el grupo expulsado del poder, cargado de

ambiciones para recuperarlo, tiende a actuar demagógicamente con el

pueblo incitándolo a protestar. Aunque no exista democracia sin demagogia

–para Aron no hay oposición que no sea demagógica–, la verdadera difi-

cultad radica en que si el sistema de transmisión no funciona, la lucha

entre los que pretenden alcanzar el poder conduce fácilmente a la inesta-

bilidad (Aron, 1999).

La segunda causa responde al vínculo conflictivo ya mencionado entre

el sistema de competición y la estructura social desigual en la que el régimen

está inserto. Si los elegidos son los privilegiados, estamos frente a la presencia

de una democracia aristocrática, y en tal caso aparece un factor que resulta

decisivo: la disociación y la rivalidad entre el poder social y el político. En

casos como éstos, la sociedad desigual se expone a la interacción entre grupos

rivales y antagónicos que prosiguen sus disputas a través del sistema de

competencia, lo que supone, simplificando, que a través del régimen de

lucha pacífica por el poder se ejerce la lucha de clases sociales (Aron, 1999).

La tercera y última causa de la inestabilidad se relaciona con la forma

en que la democracia se defiende de los enemigos que ella misma crea:

siendo por esencia un régimen que combina el respeto a las minorías y a

los grupos mayoritarios no es fácil ver cómo puede prohibirse a los que no

aceptan el sistema que participen en él a su manera. En esencia, las demo-

cracias encierran dos clases de defectos, y por eso tienen dos clases de

enemigos: por un lado, los que denuncian la disolución de la unidad nacional

a causa del juego de partidos (revolucionarios de derecha), y por otro los

que sueñan con la unidad social y el destierro de quienes detrás de la

escena parlamentaria manipulan el juego en su propio beneficio (revolu-

cionarios de izquierda) (Aron, 1963).

El problema de la intensidad del conflicto que puede soportar un sistema

de competición se torna más difícil cuando el mismo refiere al propio

orden político. Lo cierto es que, por definición, la competición pacífica

por el ejercicio del poder está hecha para aquellos que aceptan las reglas

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Los orígenes de la inestabilidad democrática en Aron | 81

de esa competencia pacífica. A partir del momento en el cual los individuos

plantean que están contra el sistema y quieren destruirlo, los que acepten

el sistema tendrán el derecho de defenderlo fijando ciertos límites a las liber-

tades, y esto no es contrario al principio (Aron 1999).

Frente a una situación de este tipo, Aron plantea tres soluciones posibles:

la tiranía, la dictadura (en su acepción romana) o la “ausencia de solución”,

que supone aguardar hasta que los acontecimientos decidan por sí mismos

(Aron 1963: 191). Estas alternativas guardan cierta relación con las herra-

mientas que, según Linz, se encuentran a disposición de la autoridad para

superar la crisis política: el fortalecimiento del poder central, la extensión

de la base del régimen con el fin de cooptar a la oposición “desleal” o bien

permitir que continúe el proceso de polarización de la oposición (Linz, 1987).

Esta última solución se aplica a las situaciones en las que el número de

disidentes es demasiado grande y se corre el riesgo, al ponerlos fuera de la

ley, de destruir el régimen democrático. En estos casos extremos, es preferible

aceptar una semi-parálisis y preservar el hilo de seda de la legalidad, de

modo que se desdibuje “el filo de la espada” y pueda salvarse algo, aunque

más no sea la paz civil (Aron, 1963: 192).

En líneas similares, Huntington (1991) también considera que la esta-

bilidad es una dimensión fundamental del sistema político, porque lo que

diferencia a los regímenes identificados como democráticos es justamente

las diferencias en lo relativo a su estabilidad. De ahí su particular interés

en el estudio de las circunstancias bajo las cuales el orden se resiste a ser

alcanzado en sociedades en tránsito hacia la modernización política, carac-

terizadas por los intentos de racionalización de una autoridad única, nacional

y secular, la diferenciación de funciones y estructuras políticas y la canali-

zación de la creciente participación política de los grupos sociales antes

excluidos.

La tesis primordial de Huntington es que gran parte de la inestabilidad

se explica por el desequilibrio entre participación e institucionalización. Más

específicamente, la inestabilidad aparece como resultado del rápido cambio

social y la veloz movilización política de los nuevos grupos, junto con el

lento desarrollo de las instituciones políticas (Huntington, 1972: 16). De

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ello se infiere que lo que produce el desorden político no es la ausencia de

modernidad, sino los esfuerzos por lograrla. Los países pobres “pueden ser

inestables, no porque sean pobres, sino debido a que tratan de enriquecerse”

(Huntington, 1972: 48). La diferencia entre los países subdesarrollados y

los modernos “es una demostración muy gráfica de las tesis de que la moder-

nidad significa estabilidad y la modernización inestabilidad” (Huntington,

1972: 47-49).

La secuencia parece simple: el cambio económico y social –la urbani-

zación, la educación, la industrialización y la expansión de los medios de

comunicación– amplían la conciencia política, socavando los fundamentos

de la autoridad tradicional y generando demandas para la creación de nuevas

instituciones. A medida que se extiende la esfera de la movilización social

se intensifican las discrepancias entre los nuevos grupos. Entonces, o las

aspiraciones de estos grupos son asimiladas al sistema o simplemente crecen

con mayor rapidez que la capacidad de la sociedad para satisfacerlas, lo

que genera una separación entre las necesidades y su satisfacción que convierte

a los grupos en una fuente de antagonismo contra el sistema y proporciona

un índice razonable de inestabilidad política y social (Huntington, 1972).

El logro de la comunidad política en vías de modernización implica

para Huntington la integración “horizontal” de los grupos comunales y

también la asimilación “vertical” de las clases sociales. El principal desafío

a la estabilidad consiste entonces en la creación de instituciones políticas

que respalden los cambios económicos y sociales y que permitan crear una

autoridad y un orden legítimos (Huntington, 1972).

Huntington propone una alternativa: la fuerte organización partidaria.

Si los partidos políticos cuentan con altos niveles de institucionalización

y participación pueden convertirse en fuente de legitimidad y autoridad,

porque la participación sin organización desata las fuerzas sociales per-

turbadoras y reaccionarias, mientras que la organización que carece de par-

ticipación puede degenerar fácilmente en camarillas personalistas. Los par-

tidos políticos deben contar con el apoyo de las masas y, fundamentalmente,

deben gozar de un alto grado de adaptabilidad para asimilar las fuerzas

sociales producidas por la modernización. “Movilización” y “organización”,

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Los orígenes de la inestabilidad democrática en Aron | 83

esos lemas cardinales de la acción política comunista, definen el camino

a seguir para alcanzar la fuerza del partido y aplacar los efectos de la ines-

tabilidad (Huntington, 1991; 1972).

Los males: la corrupción del “todavía no” y la corrupción del “no ya”

Aunque Aron considera que es una verdad irrefutable que las democracias

sean débiles, contradictorias e inestables, también afirma que son el mejor

de los malos regímenes o, lo que es lo mismo, el mejor de los regímenes

posibles (Aron, 1999), y que son las diferencias de grado las que justifican

que en ciertos casos pueda hablarse de regímenes sanos y en otros de regí-

menes corrompidos (Aron, 1963).

La corrupción asoma cuando los factores que conducen a la inestabilidad

política sobrepasan los límites tolerables para la funcionalidad del sistema

democrático. Las democracias se corrompen “bien por la exageración,

bien por la negación de sus principios” (Aron, 1999: 117), lo que significa

que la debilidad no sólo radica en la carencia de los principios que le dan

vida al régimen sino también en pensar que todo se resuelve a partir de ellos,

dado que ambos desvirtúan igualmente la relación gobernante-gobernado.

El mismo Aron (1999) afirma que esto fue ya formulado por Platón, para

quien la corrupción aflora cuando los gobernantes se parecen a los gobernados

y viceversa. Más aún, cuando el respeto a los intereses individuales termina

anulando el interés colectivo y la rivalidad de poderes amenaza con producir

la parálisis del régimen imposibilitando el cambio, se llega a una situación

de corrupción total (Aron, 1963).

Aron (1963) sostiene que las democracias pluralistas comparten con

los demás regímenes la potencialidad de corromperse tanto por exceso de

oligarquía, cuando una minoría impide que las instituciones realicen la

idea del gobierno de los ciudadanos, como por exceso de demagogia, si los

diferentes grupos llevan al límite sus reivindicaciones y la autoridad no es

capaz de salvaguardar el interés general. En otros términos, los regímenes

corrompidos en el sentido del “todavía no” (los que no han echado raíces

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profundas en la sociedad) sufren de un exceso de oligarquía, mientras que

los regímenes corrompidos en el sentido del “no ya” (corrompidos por el

tiempo) adolecen de un exceso de demagogia (Aron, 1963:141,145). Esta

expresión de Aron supone que así como hay algunos regímenes pluralistas

que se corrompen por falta de arraigo en la sociedad, otros son corrompidos

porque dejan de funcionar por desgaste a lo largo del tiempo.

Las especies de corrupción “se distinguen según su causa principal,

que puede situarse en las instituciones, si la corrupción surge cuando el

sistema de partidos deja de corresponder a los grupos de interés o no hace

surgir de él una autoridad estable; en el espíritu público, si se corrompe el

compromiso; o en la infraestructura social, si la rivalidad social es incapaz

de ser dominada por el poder político” (Aron, 1963: 141).

A nivel de las instituciones políticas, la corrupción aparece como con-

secuencia del sistema de competición y supone que la regla constitucional,

el sistema de partidos o el desacuerdo entre aquélla y éste son, en mayor

medida, responsables de una debilidad e inestabilidad incompatibles con

el bien común (Aron, 1963). En estas situaciones, el espíritu de autoridad

requerido para la consecución de ese bien es suplantado por el espíritu de

facción, tanto a nivel de los partidos políticos como a nivel de los individuos

y grupos que claman por un respeto exagerado a los intereses privados, un

ejemplo típico del exceso de espíritu democrático. De esta manera, la rivalidad

entre los poderes políticos debilitados, que procuran defender al mismo

tiempo intereses contradictorios, amenaza con la parálisis y la pérdida de

la capacidad para actuar. Esto parece aún más evidente si se considera que

las democracias que más duraron son las que mantuvieron un gran número

de instituciones fuera del sistema de competición (Aron, 1999).

La corrupción del espíritu público del compromiso es propia del régimen

democrático, y aparece vinculada a la disociación entre el poder político

y el social. Supone que tanto gobernantes como gobernados pierden el

respeto por las leyes en general y por la regla constitucional en particular,

lo que implica que o bien se subsumen en el sueño de la uniformidad de

las opiniones y reivindicaciones o bien llevan estas pasiones al punto de

hacer desaparecer la posibilidad del acuerdo (Aron, 1963). La corrupción

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no implica que los socialmente fuertes sean diametralmente distintos que

los que detentan el poder político, porque puede haber corrupción a través

de un proceso inverso, es decir, que la corrupción puede existir también si

el poder social es el único detentor del poder político y lo manipula libre-

mente. Por eso, la buena democracia “es aquella donde el poder político

no está por completo en manos de los privilegiados, pero tampoco en las

manos de sus enemigos” (Aron, 1999: 128).

La corrupción que se sitúa en la infraestructura social se vincula direc-

tamente a la mala gestión de las tareas que los regímenes han de realizar,

y su resultado mediato es que los enemigos de la democracia, sea que se

trate de grupos obreros, comunistas, socialistas de izquierda o fascistas, se

tornan más fuertes que sus partidarios y generan una situación propicia

para la disolución de la unidad nacional (Aron, 1999; 1963).

El “método inductivo” utilizado por Aron en su análisis sobre la corrupción

de los regímenes pluralistas no le impide plantearse en el plano del deber

ser una fórmula para contrarrestar los problemas fundamentales de la vida

común (Maestre, 2005). Esta fórmula se integra de tres presupuestos básicos:

en primer lugar, es preciso que la distancia entre el poderío social y el político

sea justa, ni demasiado grande ni demasiado pequeña; en segundo lugar, el

principio que sirve de base al régimen debe ser respetado; y en tercer lugar,

el régimen debe tener una eficacia suficiente, la cual se mide en relación a

dos objetivos, que son la salvaguardia de la unidad de la colectividad por

sobre la multiplicidad de los conflictos y la modernización de la economía

(Aron, 1963).

El remedio: la noción de libertad política y social de Aron

Aron sostiene que resulta fácil oponer la realidad a la idea para demostrar

que la democracia es un régimen imposible, porque nunca el pueblo podrá

gobernarse por sí mismo o porque la igualdad que dicho régimen postula

nunca será realizada. El obstáculo que presenta la transcripción de la idea

de democracia en la competencia electoral no es que la misma sea imperfecta

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–de hecho es propio de las instituciones transcribir de manera imperfecta

las ideas–; la verdadera dificultad radica en la traducción de tres conceptos

fundamentales: la soberanía popular, la libertad y la igualdad (Aron, 1999).2

Para el pensador francés, la idea de soberanía popular supone que el

poder político debe expresar el sentimiento del pueblo, o al menos el de la

mayoría del pueblo, lo que puede conducir a la omnipotencia o dictadura

de la mayoría si aquellos que dicen representarla centralizan todo el poder.

Sucede que al mismo tiempo la democracia postula la constitucionalidad

del poder, que implica el respeto de las reglas y los principios aplicables a

todos –incluyendo la oposición–. De esto resulta la primera contradicción

inherente al régimen entre las dos ideas englobadas bajo el concepto de sobe-

ranía popular: expresar la voluntad del pueblo y respetar la oposición.

El sistema también implica al menos un tipo de igualdad: la igualdad

política. Aunque las sociedades industriales son igualitarias en sus aspiraciones,

son jerárquicas en su organización al presuponer la subordinación de todos

los ciudadanos a las decisiones de unos pocos (Aron, 1969). De ahí que uno

de los problemas esenciales de la democracia moderna gire en torno a la

relación libertad-igualdad: algunos proclamarán el máximo de igualdad entre

los individuos (democracia de tendencia igualitaria) y otros, como Aron, el

máximo de autonomía respecto del Estado (democracia liberal). Porque la

justificación más pertinente de la democracia “no radica en la eficacia del

gobierno de los hombres que se gobiernan por sí mismos, sino en la protección

que aporta contra los excesos de los gobernantes” (Aron, 1999: 86).

La tercera dificultad radica en la noción de libertad, con frecuencia

definida en su sentido negativo, al identificarla con la ausencia de coerción

(libertad de coacción o “libertad independencia”). La esencia de la coacción

“es la amenaza de infligir a otro, si no se somete a nuestra voluntad, un

castigo que la mayoría de las veces supone el empleo de la fuerza. El que

sufre la coacción pierde la capacidad de utilizar su inteligencia para elegir

medios y fines, pierde su libertad al volverse instrumento de aquél a cuya

voluntad se somete” (Aron, 1992a: 193).

Aron sostiene que esta definición inicial no debe excluir tres ideas liga-

das al concepto: “la participación en el orden político, la independencia

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del pueblo gobernado por hombres de su misma raza o nacionalidad y la

potencia del individuo o de la colectividad para satisfacer sus deseos y

alcanzar sus fines” (Aron, 1992a: 192). Por razones filosóficas, algunos

pensadores suelen confundir la libertad con la libertad política, a la que

Aron define como “la facultad de ejercer por medio del voto una influencia

sobre la elección de los gobernantes” (Aron, 1992a: 236). Pero existen

otras formas de libertad independientes de la competición electoral, libertad

que por sí misma no basta para garantizar las restantes (Aron, 1999). Debe

reconocerse que existen las libertades y no la libertad3 (Aron, 1999; 1966).

De ahí que los regímenes democráticos no se definan por una noción de

libertad, sino por “un diálogo permanente en que sus interlocutores con-

servan diferentes definiciones de las libertades: las llamadas formales

(libertades personales y políticas) y las llamadas reales (libertades o derechos

sociales) (Aron, 1992b: 232-233).

La definición de libertad propuesta por Aron tiene una acepción política

y social e “implica al mismo tiempo libertad from y libertad to” (Aron, 1966:

205). Esto significa que la libertad tiene un sentido negativo (la no prohibición

mediante la amenaza de sanción) pero también un sentido positivo funda-

mental que alude a la capacidad de hacer (Aron, 1992b: 239), o lo que es

lo mismo, y en los términos de Constant (1989) ya mencionados, la libertad

civil debe ir asociada a la libertad política.

Desde esta perspectiva, existiría un nexo claro entre la noción de libertad

y la de poder. Escribe Aron:

Un régimen despótico es aquel en el que, en definitiva, un hombre quiere

ser libre con respecto a todo y a todos. Un régimen de libertad, por vaga

que resulte la expresión, implica una distribución menos desigual del poder

gracias a un sistema complejo de dependencia de gobernantes respecto de

los gobernados y no solamente de los gobernados respecto de los gobernantes

(Aron, 1966: 210).

Este sistema complejo es la construcción jurídica, el conjunto de reglas

y principios consagrados en la norma fundamental. Por eso se afirma que

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“la condición esencial de la libertad es el reino de la ley, y no la dominación

del hombre por el hombre” (Aron, 1992a: 127). Una sociedad libre es, en

definitiva, aquella que logra instrumentar y sostener el gobierno de los hom-

bres por las leyes como principal garantía contra la impaciencia y la ambición

totalitaria.

Conclusiones

El estudio de los orígenes de la inestabilidad democrática se constituyó en

una preocupación básica y fundacional del liberalismo político de Aron,

quien sintetiza el pensamiento de sus predecesores, también interesados en

el estudio de las antinomias de la libertad en el marco del régimen democrático

y presenta, a su vez, una riqueza propia.

En este trabajo se ha señalado que, al igual queAron, Huntington considera

que la democracia sólo puede convertirse en una forma de gobierno idónea

si se realiza a través de instituciones autónomas que se correspondan con

las fuerzas sociales, que promuevan el respeto a los principios jurídicos y

que contribuyan a enraizar el sentido del compromiso en la comunidad. En

otras palabras, para ambos pensadores el mejor antídoto frente a la inesta-

bilidad y la corrupción del régimen supone la creación de instituciones

políticas que expidan reglas aplicables a todos los ciudadanos y que éstas,

a su vez, sean respetadas por la sociedad en su conjunto como condición

sine qua non para la extensión de la participación a las fuerzas sociales ante-

riormente excluidas.

Sólo de esta manera podrían neutralizarse las principales causas de la

inestabilidad que, en términos de Aron, son la demagogia propia de la “orga-

nización del descontento”, el conflicto entre el sistema de competición y la

estructura social desigual, y la dificultad del régimen para defenderse de

los enemigos que él mismo crea. En términos de Huntington, la inestabilidad

surge de la falta de racionalización de la autoridad, el desfasaje entre las

aspiraciones y las expectativas como consecuencia de la disociación entre

el poder social y el poder político (esto es, la incapacidad para asimilar la

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Los orígenes de la inestabilidad democrática en Aron | 89

movilización de las fuerzas sociales producidas por la modernización), y

el efecto desintegrador de la violencia que, en determinadas situaciones,

puede ser promovida por las fuerzas sociales descontentas.

La verdadera dificultad radica para Aron en que “aunque nuestras socie-

dades sean democráticas por esencia, es decir, que no excluyen a nadie

de la ciudadanía y que tienden a extender el bienestar a toda la ciudadanía,

sólo por tradición o por supervivencia respetan los derechos individuales,

las libertades personales y los procedimientos constitucionales” (Aron,

1966: 70).4

Aunque parte de la literatura considera que el pensamiento de Raymond

Aron implica una contingencia ligada al contexto histórico, político y

social en el que se gestó y desarrolló, los principios por él propuestos para

superar la contradicción entre democracia y totalitarismo, en parte repro-

ducidos por la obra de Huntington y su binomio democracia / pretorianismo,

siguen siendo perfectamente actuales.

En efecto, la modernización social ha prosperado en los países en

desarrollo de Asia, África y América Latina, pero el avance hacia ciertos

objetivos propios de la modernización política sigue siendo limitado. Estas

democracias constitucionales no han logrado consolidarse porque “el régi-

men es, como toda obra humana, artificial, y aparece como particularmente

artificial cuando en vez de surgir del propio suelo (como en América del

Norte o Europa Occidental) se importa sin encerrar un fuerte espíritu de

compromiso” (Aron, 1966: 83). El compromiso permite conciliar con éxito

el dogmatismo de la democracia con el dogmatismo del liberalismo, la

participación política con la salvaguarda de las libertades, el Estado de

derecho o el rule of law.

El tiempo terminó dándole la razón a Raymond Aron cuando, tras la

tercera ola de democratización, algunos países –fundamentalmente latino-

americanos– volvieron a enfrentar la histórica amenaza de la ingobernabilidad.

Estos regímenes inmaduros o no consolidados, débiles, frágiles y desorga-

nizados, concibieron intentos convulsionados por neutralizar las consecuen-

cias funestas de la “crisis de época” experimentada. Sin embargo, aunque

el régimen logró sobrevivir, el déficit de entusiasmo y de confianza ciudadana

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sentó las bases para el surgimiento de una nueva democracia “anómica”,

en la que la política se asemeja más a un ámbito para la interacción entre

intereses conflictivos que a un medio para construir propósitos y prioridades

comunes (Crozier, Huntington et al, 1975: 161).

notas

1 En líneas similares, afirma Mancur Olson que no importa cuán inteligentemente cada indi-viduo persiga sus intereses particulares, ningún resultado social de tipo racional podráemerger espontáneamente sin instituciones políticas que hagan surgir resultados colecti-vamente eficientes (Olson, 1992).

2 Pierre Rosanvallon (2006; 2003) identifica estas y otras debilidades y afirma que son treslas indeterminaciones conceptuales que desafían la realización de la democracia moderna.En primer lugar la referida al sufragio universal, cuyo sustento es la noción de igualdadpolítica que requiere construir artificialmente una identidad de los individuos con la ciu-dadanía (comúnmente llamada “imaginario igualitario”). En segundo lugar la indetermi-nación de la idea de representación, dado que la democracia directa es en la actualidadimposible. Esto conlleva un problema: el poder del pueblo es un imperativo político queimplica definir un régimen de autoridad (instituciones y formas políticas), y también socio-lógico porque supone definir al sujeto que ejerce dicha autoridad (el pueblo). Por últimola realización de la noción de soberanía popular que remite a dos equívocos: el inherentea los procedimientos representativos y el referido a la dualidad de la idea moderna deemancipación, que se nutre al mismo tiempo de la noción de autonomía individual y departicipación en un proyecto colectivo de ejercicio del poder (Roldán, 2000).

3 Además de la participación en la formación o en el ejercicio del poder, Aron (1999;1966) identifica la libertad de estar protegido contra la arbitrariedad de los que detentanel poder (libertad-seguridad o libertad-respeto de los derechos personales), la posibilidadde realizarse en la vida social y la capacidad de no ser absorbido por los grupos intermediarioso por el grupo nacional (libertad-capacidad o libertad-plenitud de una persona) y la facultadde poder escoger ideas, la manera de vivir, el partido político y la religión (libertad-opción o libertad-autonomía respecto de las obligaciones sociales y estatales).

4 Esta idea ha sido tomada con posterioridad por Giovanni Sartori (1995), para quien noson pocos los casos en los que el “demo-poder” o implementación de la ley popular haprecedido a la “demo-protección” o protección del ciudadano frente a la tiranía, que escondición necesaria y definitoria del régimen democrático.

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Los orígenes de la inestabilidad democrática en Aron | 91

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Revista de Instituciones, Ideas y Mercados Nº 55 | Octubre 2011 | pp. 93-131 | ISSN 1852-5970

RAYMOND ARON: VIVIR EN LA CIUDAD Y HACER LA GUERRA*

Eugenio Kvaternik**

Resumen: Como Tucídides, Aron nos legó un lúcido análisis sobre los prin-

cipios y las realidades de la política nacional e internacional. Se abordan

aquí, entre otros aspectos del “vivir en la ciudad” y “hacer la guerra”, su

visión de las guerras modernas, de la crisis democrática, su concepto de

libertad, y la relación democracia/liberalismo, comparando su pensamiento

con otros pensadores contemporáneos.

Abstract: As Thucydides, Aron gave us a lucid analysis of the principles

and realities of “living in the city” and of “making war”. We address his

vision on democratic crisis, his concept of freedom, and the relationship bet-

ween democracy and liberalism, also highlighting his contributions in

comparison with other contemporary thinkers.

* Agradezco a la beca Federico Zorraquín/ ESEADE 2011 que me posibilitó concluir estetrabajo.También a Liberty Fund y a Enrique Aguilar, que en noviembre de 2004 organizaronun seminario sobre el pensamiento de Raymond Aron, dándome la oportunidad de comenzara trabajar en el presente ensayo. También a la DAAD del gobierno alemán y al InstitutoIberoamericano de Berlín y a Peter Birle, que me posibilitaron varias estadías en lascuales pude proseguir este proyecto. Agradezco a Mariana Caro y a Adriana Suárez susobservaciones a las diferentes versiones por las que pasó el texto final, y a AlejandraSalinas, quien encontró para el trabajo un título mejor del que yo había elegido.

** Licenciado en Ciencia Política. Profesor Titular de Ciencia Política (UBA-ESEADE).Correo electrónico: [email protected]

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I. Vivir en la ciudad

Introducción

La primera parte del ensayo explora la visión de Aron sobre las viscisitudes

de los regímenes políticos democráticos en general, y las de los franceses

en particular. El criterio que guía la interpretación de nuestro autor es la idea

de la autonomía de la política, que comienza a partir de una reflexión sobre

las relaciones entre el régimen político democrático y la estructura social.

Mucho antes que Lipset (Lipset, 2001), Raymond Aron se interesaba por

el vínculo entre la moderna democracia de masas y el conflicto de clases,

al poner su énfasis en el vínculo existente entre la competición política

pacífica propia de las democracias y la estructura social de una sociedad,

afirmando que “a través del régimen de lucha pacífica se ejerce la lucha de

clases” (Aron,1999:105). Pero a diferencia de Lipset –quien, para decirlo

en palabras de Giovanni Sartori (1999), practica una reducción sociológica

de la política– a partir de la reivindicación de la autonomía de lo político

Aron se sitúa en la tradición que ve a la política como una variable formativa

de los procesos sociales, es decir, su centro de interés no son las clases

sociales sino el régimen político.

Para Aron, la competencia electoral es bastante más que la forma civilizada

de la lucha de clases; es el principio esencial del cual se deriva el resto de

los atributos propios de la democracia política moderna (1999:43): la exis-

tencia de partidos políticos, de una oposición legítima y el respeto de los

partidos minoritarios. Estos elementos se refuerzan recíprocamente: la

continuidad de la competencia garantiza que habrá oposición, y que ésta

no recurrirá a la violencia.

Luego de definir la democracia por la competencia, Aron enuncia –en

analogía con Montesquieu– que el principio de la democracia es la aceptación

del compromiso. De modo tal que el compromiso y el fair play constituyen

el fundamento de un sistema de competencia pacífica.1 Si bien el autor no

lo dice expresamente, no es difícil deducir por qué no sólo la existencia de

la oposición obliga al compromiso; también la formación de coaliciones,

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Raymond Aron: vivir en la ciudad y hacer la guerra | 95

necesaria para vencer en una elección, obliga a compromisos entre opiniones,

intereses diferentes en el seno de un partido, y con más razón si la coalición

está compuesta por varios partidos.

Inestabilidad y decadencia en Aron y Huntington

Pero en la competencia pacífica germina también la semilla que conjura

los males que pueden azotar a una democracia. A la pregunta clásica ¿cómo

se corrompen las democracias? Aron ofrece dos respuestas: se corrompen

tanto cuando exageran como cuando niegan su principio (Aron, 1999:117).

En analogía con Aristóteles, para quien a cada régimen sucedía su contrario

–en palabras de Aron, “exageraba su principio”– también para nuestro

autor la competencia política pacífica puede degenerar en su contrario. Como

Aristóteles, y también como Pascal, para quien la aplicación exagerada de

un principio acaba en el principio contrario (quien crea al ángel, también

crea a la bestia, decía el filósofo francés), para Aron la democracia se corrompe

por obra de una exageración del espíritu de compromiso.

Fenómeno particularmente visible en los gobiernos parlamentarios frag-

mentados (como la democracia francesa de la IV República) en estos regí-

menes, nos dice Aron, llegan al poder los hombres que no contrarían a nadie,

agradan al paladar de todos los intereses y todas las opiniones, por más

contrarias que éstas sean. Eso es particularmente grave en escenarios de

crisis, donde es necesario un líder con temperamento de mando, y dado

que el sistema de compromiso produce temperamentos conciliadores, carece

del mínimo de autoridad necesario a cualquier gobierno.

La segunda manifestación de la corrupción del espíritu democrático, fruto

también de la perversión del espíritu de compromiso, se manifiesta en la rela-

ción entre gobernantes y gobernados. Aron hace suyo el argumento de Platón,

para quien la corrupción ocurre cuando “los gobernantes se parecen a los

gobernados y viceversa, o lo que es lo mismo, cuando los gobernantes pierden

el sentido de la autoridad y hacen la corte a los gobernados”,2 es decir, cuando

quienes deben mandar se comportan como quienes deben obedecer, y quienes

deben obedecer mandan. Un aspecto importante “de esta transformación de

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los gobernantes en gobernados y viceversa, es el respeto exagerado a los inte-

reses privados, cosa que también es un ejemplo típico del exceso de espíritu

democrático” (Aron, 1999:123), lo que da lugar a un verdadero gobierno de

intereses privados, o sea, a la ausencia de un gobierno propiamente dicho.

En un régimen de competencia pacífica todos los grupos e intereses se

organizan para defenderse, y si todos los intereses terminan por ser defendidos,

se llega a la corrupción total de la democracia: la imposibilidad del cambio

o de la acción, en una palabra, la imposibilidad de gobernar.

Quienes están familiarizados con la teoría de la inestabilidad política

de Samuel Huntington (1968) reconocerán en esta descripción varios de

los procesos y atributos de lo que este autor denomina “pretorianismo”. Hun-

tington acude al ejemplo de la Roma imperial del siglo II d.c., cuando la

guardia pretoriana vendía la dignidad imperial al mejor postor, como ejemplo

de un caso extremo de la colonización del interés público por un grupo pri-

vado. Pero en Huntington el poder de los grupos privados no sólo vacía a

las instituciones de su condición de depositarias del interés general, disuelve

también las relaciones de autoridad porque los gobernantes obedecen y los

gobernados mandan, sin importar si los gobernados son la multitud, los indi-

viduos aislados o los grupos de interés. En este escenario la violencia

acaba por convertirse en la moneda principal de las transacciones políticas,

dando lugar a una arena hobbesiana de grupos enfrentados entre sí. Huntington

sostiene que en la arena pretoriana “los grupos actúan desnudamente en la

arena política con los medios que le son propios: los militares dan golpes,

los sindicatos hacen huelgas, los estudiantes protestan, los ricos corrompen”

(Huntington, 1968:196).

El análisis de Aron es más blando que el de Huntington, pues a diferencia

de éste no contempla la violencia como dato clave de la política pretoriana,

pero al igual que éste detecta en la debilidad del Ejecutivo las causas de

la “decadencia” de la III República y la “corrupción” de la IV. Aron no

descubre la etiología de la decadencia en el exceso de movilización,

como postula Huntington, sino en el exceso de competencia electoral.

También con anterioridad a Huntington, ve en la autonomía de las insti-

tuciones respecto de los intereses privados la clave del secreto de las demo-

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cracias que perduran. A tal efecto, y puesto que la competencia electoral

conduce a una primacía del interés privado sobre el público, para preservar

este último Aron ofrece su propia receta de autonomía institucional, pro-

poniendo sustraer algunas instituciones del influjo de la competencia elec-

toral. El antídoto a los males que se derivan de la exageración del principio

del compromiso y del exceso de la competencia, lo ofrecen las democracias

que han logrado mantener un número suficiente de instituciones fuera

del sistema de competición. Una monarquía constitucional, una adminis-

tración no politizada, instituciones sustraídas al espíritu de partido, una

prensa que no sea sistemáticamente partidista: tales son los medios a través

de los cuales se disminuyen los riesgos de la corrupción de la democracia

(Aron, 1999:126).3

La diferencia básica entre estas dos visiones es que mientras Aron analiza

las causas de la decadencia en la política democrática, Huntington se ocupa

de las consecuencias y los desafíos que la movilización –este fenómeno

universal de la política de masas– tiene sobre cualquier tipo de régimen, sea

o no democrático. El vínculo entre debilidad institucional y movilización se

manifiesta en los movimientos de masas totalitarios en la crisis política de la

República de Weimar, en la debilidad de las instituciones tradicionales frente

a la movilización generada por las revoluciones anticoloniales en los países

de Asia y África; en la crisis institucional que tiene por efecto a los golpes

militares y como causa la movilización populista en América Latina, y en el

desafío de la movilización de los negros, las mujeres, los grupos estudiantiles

y los movimientos en favor de la reforma política en los Estados Unidos en

la década del sesenta (Huntington, 1981).

En contraste, para Aron, la movilización campesina o urbana no juega

rol alguno a la hora de explicar la caída de los tres monarcas en la Francia

del siglo XIX (Luis XVI en 1791, Carlos X en 1830 y Luis Felipe en

1848), como tampoco en el mantenimiento de la III República entre 1780

y 1940, ni la caída de la IV en 1958. Las masas campesinas habían votado

en sentido conservador en las dos elecciones libres con sufragio universal,

en 1848 y 1871: “la masa campesina aceptaba cualquier régimen siempre

que las conquistas de la revolución no fuesen cuestionadas” (Aron, 1957:140).

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Siguiendo a Tocqueville (1992), para Aron son las querellas entre las

elites francesas, a las cuales el sistema censitario reservaba el derecho de

voto, las que explican el fin de la Restauración en 1830 y de la monarquía

burguesa en 1848: “los campesinos podrían haberse puesto de acuerdo

entre ellos; republicanos, legitimistas y bonapartistas jamás” (Aron

1957:141).

Manifestación de las dificultades que tuvieron para enraizarse a lo

largo de dos siglos todos los regímenes en Francia, Aron señalaba que

paradójicamente el propio monarca solía ser el principal factor que impedía

el arraigo del régimen. En efecto, frente a las rebeliones de 1789 y 1848

los reyes se negaron a emplear al ejército en contra de los rebeldes. Fenómeno

aún más asombroso cuando se contrasta la debilidad de Carlos X en 1830

y de Luis Felipe en 1848, frente a la fortaleza y el vigor de los republicanos

en 1848 y 1871 (Aron, 1957:140).

Aron generaliza y se hace eco para todos los casos de la afirmación de

Tocqueville sobre el rol que tuvo el rey Luis Felipe en la caída de la monarquía

burguesa en el año1848.4 En su contraste entre las monarquías y las repúblicas,

la división de las elites y la actitud del monarca eran la razón suficiente de

la crisis de las primeras, mientras que por el contrario las movilizaciones

urbanas no lograban tumbar a las segundas, y contribuían menos a reformar

las instituciones que a cristalizar sus vicios (Aron, 1957:141).

A pesar de su capacidad de movilización y de sus éxitos electorales, los

movimientos de masas antiparlamentarios acababan en el fracaso. Así ocurrió

con las ligas de la derecha radical en los años treinta, que en la jornada del

6 de febrero de 1934 derribaron al gobierno de Daladier, pero no lograron

hacer lo mismo con la República. Otro tanto sucedió con el gaullismo como

movimiento de masas. A pesar de su éxito electoral en 1951, el Rassemblement

du Peuple Francais (RPF) –creado por De Gaulle para combatir al egoísmo

partidario y la incipiente fragmentación parlamentaria– comenzó a disolverse

al año siguiente, cuando en contra de la orden de su fundador, que quería

una fuerza pura, sin compromisos ni componendas con los partidos del abo-

rrecido sistema, una veintena de diputados gaullistas votaron a favor de la

investidura del conservador Antoine Pinay como Primer ministro.

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Señalando el contraste entre los desenlaces exitosos de las rebeliones

urbanas en el siglo XIX y su fracaso en el siglo XX, Aron afirma que:

Las revoluciones del siglo XIX fueron la obra de las multitudes parisinas.

En otras ciudades de Francia ocurrieron rebeliones que la policía reprimió.

Las multitudes parisinas fueron irresistibles cuando los regimenes no se

defendían. Contra la República carecieron de fuerza (Aron, 1957:149).

La querella de las elites es suficiente para tumbar a las monarquías, mien-

tras que la movilización de las masas no alcanza para derribar a las repúblicas.

Entonces, ¿cómo y por qué cambian los regímenes en Francia? La respuesta

la ofrece la naturaleza del problema: su mayor o menor gravedad distinguen

a una crisis de la otra: “la Asamblea cambia de gobierno cuando sobreviene

una crisis secundaria, y Francia de régimen cuando la crisis es grave” (Aron,

1958:127).5 A partir de esa constatación, Aron nos ofrece su visión de la

crisis y el cambio en un régimen democrático.

Como ya mencionamos, la segunda causa de la corrupción de una demo-

cracia ocurre cuando ésta niega sus principios, es decir, cuando los enemigos

de la democracia se hacen más fuertes que sus partidarios (Aron, 1958:117-

128).6

En Espoir et peur du siècle el pensador francés introduce a modo de pró-

logo los argumentos que luego desarrollará en forma sistemática en su

texto Démocratie et totalitarisme.7 La crisis de la IV República Francesa

fundada en 1945 es el objeto que concentra su atención, pero como su

reflexión es teórica y generalizadora incorpora la crisis de la república de

Weimar, el primer caso de crisis de una democracia de masas que Aron vivió

y analizó como estudiante en Alemania (Aron, 1993).

Las dos variables independientes que, según Aron, explican la crisis

democrática son: 1) la falta de arraigo o baja legitimidad del régimen.

En el caso de Francia, ninguna de las sucesivas monarquías o repúblicas

fue aceptada como legítima por el conjunto de la población (1965:160-

172) y, 2) la inestabilidad y la ineficacia de los gobiernos (Aron,

1965:Cap.8).

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La historia francesa con sus cuatro repúblicas, sus dos imperios y sus

dos monarquías es un ejemplo evidente de que ninguno de esos regímenes

logró arraigar y consolidarse:

Ningún régimen francés, desde hace casi dos siglos, ha arraigado jamás en

el suelo y en la conciencia de Francia, al punto de resistir una crisis nacional.

La incertidumbre de la opinión francesa sobre el régimen legítimo tiene como

consecuencia inevitable, cada vez que el país debe resolver un problema

difícil, la puesta en cuestión de la organización de los poderes públicos (Aron,

1965:366-67).

Por otro lado, el funcionamiento o fracaso de un régimen democrático se

planteaba además en el plano de la eficacia, o sea de su capacidad para resolver

los desafíos que enfrenta (Aron, 1997a:158).8 Desde su punto de vista, la IV

República sucumbió al no resolver la crisis de Argelia; pero no porque no supiera

conservar la posesión colonial, sino porque no supo desprenderse de ella.9

Quien esté familiarizado con el paradigma de la crisis democrática de

Juan Linz (1978), reconocerá en estas tres variables de Aron una anticipación

del esqueleto del paradigma de la ruptura democrática desarrollado por el

autor español.

¿Acaso otro régimen político con instituciones menos desacreditadas

hubiese logrado evitar la crisis? Tres años antes del fin de la IV República,

en El opio de los intelectuales Aron había escrito que, a menos que se con-

sidere la incapacidad de actuar como la suprema virtud del Estado, nadie

podría aprobar la IV República (Aron, 1991b:75).

En 1948 el pensador francés había adherido al RPF porque lo veía

como la respuesta necesaria e inevitable a una crisis y a una amenaza: la

crisis era la de una democracia parlamentaria en la edad de las masas,

cuyos datos nuevos eran la fuerza de los grupos de interés y de los sindicatos,

y la economía dirigida, mientras que la amenaza provenía del totalitarismo

comunista. Conjugando la pasión y la razón de su condición de “observador

comprometido”, afirmaba que si el RPF no hubiera existido, habría que

haberlo inventarlo (Aron, 1948:226-236).

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La gravedad de la crisis de la IV República a pocos años de su creación

era tal que Aron la comparaba a las crisis que atravesó la III República.

Frente a las crisis políticas o económicas, el juego de los grupos centristas

que oscilaban en el parlamento de un lado a otro se suspendía a favor de

un Poincaré o un Clemenceau:

La tregua parlamentaria y el llamado a un salvador pertenecían a las reglas

no escritas de la III República. Lamentablemente entre las dos guerras después

de la desaparición de Poincaré ningún salvador se hizo presente. La IV Repú-

blica ha llegado ya a este punto, ella necesita de un salvador (Aron, 1948:269).

Para Aron la constitución de un conglomerado formado por los socialistas,

los independientes y el MRP –equivalente francés de la democracia cristia-

na– como una alternativa centrista entre los gaullistas y los comunistas

para superar el régimen de partidos existente y crear una mayoría homogénea

era una réplica y una imitación del RPF y no tenía futuro. Comparable a la

república de Weimar en tanto sistema polarizado entre fuerzas antisistema,

Aron vaticinaba que podría tener como desenlace el totalitarismo (es decir,

el destino de Weimar) pero mantenía la esperanza de que Francia se reformase

a favor del restablecimiento de las instituciones democráticas y liberales,

como luego sucedió (Aron, 1948:200,269-270).

Hacia 1958 la crisis política se agravaría debido a la sublevación del

ejército en Argelia, aliado del grupo de presión de los colonos franceses.10

El RPF había desaparecido como fuerza política organizada a partir de 1952,

pero ahora en su lugar y frente a la sublevación se hacía presente el salvador,

De Gaulle, como Aron lo había pedido y vaticinado diez años antes. El

cambio en las circunstancias políticas francesas entre 1948 y 1958, de la

amenaza comunista al golpe de Estado, reafirmó las expectativas de Aron

respecto de De Gaulle. Lo expresó con claridad en el prólogo escrito en

1959 para el ensayo El político y el científico de Max Weber:

En circunstancias trágicas, cuando está en juego la vida de la nación, o la

constitución ha de ser restaurada, los pueblos desean seguir a un hombre

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al mismo tiempo que obedecer a las leyes. Es entonces cuando se impone

el demagogo, el que la República romana llamaba el dictador y los actores

políticos del pasado conocían como el legislador. En los momentos críticos,

los regímenes vivos hacen surgir a las personas capaz de salvarlos (Aron,

1975:44).

Literalmente, Francia encontró a De Gaulle cuando estaba en juego la

vida de la nación, luego de la derrota de 1940 y la ocupación alemana, y

cuando en 1958 hubo que restaurar la constitución y hacer cumplir las leyes.11

Hasta aquí expusimos el pensamiento de Aron sobre el funcionamiento

de las instituciones democráticas, ilustrando su opinión sobre las causas y

efectos de la inestabilidad política, especialmente el caso francés. Sin embargo,

además de interpretar la realidad histórica que le tocó vivir, Aron supo

analizar también con lucidez las ideas que nutren a la democracia liberal,

y las tensiones conceptuales en torno a la pluralidad de realidades y valores

que la caracterizan. De ese análisis nos ocuparemos en las próximas dos

secciones.

El concepto de libertad: contrapunto entre Aron y Hayek

La definición de las nociones de liberalismo y democracia presupone,

valga la redundancia, una determinada concepción de la libertad. Para ilustrar

la posición de Aron frente a estas cuestiones, nada mejor que recurrir a su

comparación con Friedrich von Hayek, pues nuestro autor nos brinda su

definición de la libertad en un contrapunto con el pensador whig (así denomina

Hayek a su filosofía para diferenciarla del equívoco que genera la palabra

liberal, por su asociación a los liberales norteamericanos proclives a la inter-

vención estatal).

Para Hayek, la libertad es un “estado en el cual una persona no está some-

tida por la coerción a la voluntad arbitraria de otra o de otros” (Hayek,

1990:11). Esta acepción se conforma al significado original del término,

según el cual los hombres se dividen en libres y no-libres o esclavos. Mientras

los primeros actúan de acuerdo a sus propias decisiones y planes, los segundos

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lo hacen sometidos a la voluntad de otro. Actuar de acuerdo a sus propios

fines y no conforme a las necesidades creadas por aquellos que buscan

obligarlos a hacer lo que ellos quieren, supone para Hayek que el individuo

tenga asegurada una esfera privada, un conjunto de circunstancias en su

entorno dentro de las cuales los otros no pueden interferir.

La libertad se entiende como una relación de una persona con otras

personas, y no se aplica a entidades colectivas, como cuando se habla de

la libertad de un pueblo que se sacude del yugo extranjero. Frente a ella, la

coerción por otros hombres es la única forma a través de la cual se infringe

y limita esa libertad (Ibid., 1990:12-14).

A la objeción de que esta visión de la libertad es puramente negativa,

Hayek responde que la libertad pertenece a la misma clase de conceptos

que también se definen por la negativa, como la paz (ausencia de guerra),

la tranquilidad y la seguridad. La libertad describe la ausencia de un obstáculo

particular –la coerción ejercida por otros hombres– y se vuelve positiva sólo

a través del uso que de ella hacemos (Ibid.,1990:19).

Desde este punto de vista, la libertad es una sola, y las diferencias y

variaciones son de grado (puede haber más o menos libertad), pero no de

calidad (libertad de y libertad para) (Ibid.,1990:12). No habla de libertad

“interior” o metafísica, pues lo opuesto a la libertad interior no es la coerción

por otros hombres, sino la influencia de emociones temporarias o la debilidad

moral e intelectual (Ibid.,1990:15). Tampoco confunde la libertad individual

con la “capacidad de hacer lo que quiero”, según él esta idea de la libertad

como omnipotencia está en las antípodas de la libertad individual. Según

Hayek, una vez que se pasa a identificar la libertad con poder,

No hay límites a los sofismas por los cuales la palabra ‘libertad’ puede ser

usada para apoyar medidas que destruyan la libertad individual. Así no hay

fin a las argucias por las cuales la gente puede ser exhortada a ceder su

libertad en nombre de la libertad (Ibid.,1990:16-17).

También para Aron esta visión negativa consistente en la no-coacción

y la existencia de una esfera privada ajena a la interferencia de otros

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individuos; junto con la obediencia a reglas despersonalizadas, constituyen

requisitos fundamentales y necesarios de la libertad. Pero estas dos ideas

no alcanzan, según él, para definir una filosofía de la libertad, y ni siquiera

para precisar en nuestra época las normas de una sociedad libre (Aron,

1997:210).

En lugar de diferenciarlas de manera tajante como lo hace Hayek,

para Aron los diferentes significados de la palabra libertad se emparentan.

El uso corriente del término libertad “revela generalmente un parentesco

entre fenómenos que por diferentes que sean en apariencia se designan

con la misma palabra” (Aron, 1991:85, cursiva nuestra). En otros términos,

comparando las diferentes nociones de libertad, Aron nos dice que las

semejanzas son mayores que las diferencias. Por un lado, se encuentra la

libertad efectiva (medida según la definición de Hayek) y por el otro el

sentimiento de libertad: una no coincide y no es proporcional a la otra.

Para Marx, los proletarios no poseían un sentimiento de libertad al estar

privados del poder mínimo necesario, sin el cual el derecho a escoger, se

vuelve ilusorio. De la misma manera, para los argelinos la libertad que

les aseguraba la ley francesa no alcanzaba a superar el sentimiento de

humillación que les provocaba la discriminación. Por ello en cada época

el sentimiento de libertad depende más que nada de una circunstancia

(énfasis de Aron, 1997:211).

Para Aron es difícil concebir individuos libres en un pueblo que no es libre.

La libertad de un pueblo no es condición suficiente de la libertad de los indi-

viduos –como correctamente sugiere Hayek y lo confirman los despotismos

post-colonizadores–, pero sí su condición necesaria, como sugiere el pensador

francés. Además del caso argelino, Aron veía el parentesco entre los diferentes

significados de la libertad en las revoluciones burguesas de 1848 y en los

levantamientos contra la dominación comunista en Hungría y Polonia en 1956.

Estas últimas, al igual que sus antecesoras del siglo XIX eran nacionales,

sociales y liberales: eran nacionales porque el régimen servía a una potencia

extranjera, la Unión Soviética; sociales por la explotación a la que los sometía

el Partido Comunista; y liberales por la reivindicación de las libertades

civiles y políticas, en contra del despotismo (Aron, 1991:60-61;95-96).

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Esta distinción/oposición entre libertad efectiva y sentimiento de libertad

es el hilo conductor de su reflexión sobre la naturaleza de la libertad en la

sociedad occidental de los años sesenta, donde la democracia liberal y el

Estado-benefactor emparentan, para decirlo en sus términos, las libertades

formales y las libertades reales, ya que las libertades personales “no alcanzan

para dar un sentimiento de libertad, menos aún una libertad efectiva de forjar

su destino a aquellos que viven de un salario inseguro” (Ibid.:56). En nuestra

época, dice, el sentimiento de libertad es incompleto si a las libertades

formales o personales, no se agregan las reales, entendidas como la libertad

de la necesidad y del miedo (want and fear). Esta definición se aparta en

dos aspectos de la noción clásica de libertad: en primer lugar, porque entiende

que, de acuerdo al credo de las sociedades modernas, “ninguna condición

social debe considerarse independiente de la voluntad racional del hombre”

(Ibid.:67). Esta libertad de la necesidad y del miedo, del hambre y la guerra,

fue ignorada por los Founding Fathers americanos o por Tocqueville, para

quienes el hambre y la guerra pertenecían al ritmo de la existencia humana.

Para ellos, el ataque a la libertad provenía exclusivamente de un gobierno

sin límites, o el de un hombre corrompido por el exceso de poder (Ibid.:64-

65). Lo que antes era fruto del destino o de las circunstancias, deviene

ahora fruto de la voluntad humana.

En segundo lugar, de este supuesto inicial se deriva que la noción de

libertad real equipara la libertad a la capacidad de hacer algo, y al mismo

tiempo, la falta o ausencia de libertad a la incapacidad de hacerlo. Inicialmente

Aron concede que ser libre de hacer algo y ser capaz de hacer algo (énfasis

nuestro) son nociones radicalmente opuestas. Nadie nos impide ser millonarios

o convertirnos en presidentes de nuestro país, somos libres de hacerlo aun

cuando la mayoría de nosotros no sea capaz de serlo. Una vez aceptada dicha

distinción, Aron cita a Herbert Spencer, para quien la ausencia de un sistema

de escuela pública, es decir gratuita, no afecta la libertad de un chico de

adquirir una educación y desarrollar sus facultades, incluso si los padres

no son capaces de pagarle la educación (Ibid.:211). De acuerdo a este razo-

namiento, en una sociedad que carece de escuela gratuita, el obrero que

carece de recursos para educar a sus hijos, no debe ser considerado como

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no-libre. Simplemente carece de los medios necesarios, no es capaz de

hacerlo, de la misma manera que yo no puedo afirmar que soy no-libre por

no ser millonario, simplemente no soy capaz de serlo, a pesar de que soy

libre para lograrlo.

Las cosas cambian, empero, una vez que se admite que la incapacidad

se debe a la intervención de otras personas: a partir de ese momento la

incapacidad se convierte en no-libertad (unfreedom) y la no-libertad se

confunde con la no-capacidad (Ibid.:210). De ahora en más, la incapacidad

para educar a los hijos equivale a la no-libertad, porque un hombre privado

del pan de la instrucción “no es víctima de las cosas sino de los hombres”

(Ibid.1:64-65). Aquí aparece con nitidez su ruptura copernicana con Hayek,

para quien el peor ataque a la libertad individual es el que la identifica y

equipara con la libertad entendida como poder o capacidad, pues ello conjura

inevitablemente una extensión de la esfera del Estado.

Aron arriba a la síntesis entre libertades formales y las reales a través de

un diálogo con Marx y Tocqueville: uno y otro creían en la libertad, uno y

otro tenían por objetivo una sociedad justa. Mientras Tocqueville abandona

a sí misma la actividad económica regulada por las leyes, y teme que los

individuos pierdan la libertad-independencia y la libertad-participación, Marx

ve en la actividad económica la fuente de la servidumbre. Por lo tanto, mientras

para el primero la condición de la libertad era el régimen representativo, el

segundo la encuentra en la revolución económica y social (Ibid.:49). Relativizar

–como hacía Marx– las libertades formales, la libertad de palabra, la libertad

de escribir, de elegir autoridades, en razón de que en la existencia real el

individuo se encuentra sometido a la tiranía de la necesidad y al poder del

patrón, no debe llevar a la falsa conclusión de que las libertades reales son

un lujo de los privilegiados (Ibid.:56-57).12 En cambio, según Aron, Tocqueville

veía en la historia un proceso que iba de la igualdad social a la igualdad política,

y de ésta a la repartición de los ingresos; de la democracia política al Estado

de bienestar; de las libertades formales a las libertades reales (Ibid.:51).

Al reflexionar sobre la revolución húngara de 1956, Aron daba la razón

a su idea de que el sentimiento de libertad depende de las circunstancias, y

mostraba sus diferencias con el contenido de la libertad en Occidente. Revo-

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lución anticlimática, victoriosa contra el régimen estalinista de Rakosi, pero

vencida por los tanques soviéticos, Aron resaltaba más sus rasgos nacionales

y liberales, que sus aspectos económicos. Los revolucionarios no querían

devolver sus propiedades a los terratenientes o a los capitalistas, pero el

campesino seguía apegado y reivindicaba la tierra a pesar de la colectivización,

y la nacionalización del comercio era un error desde el punto de vista técnico

(Ibid.:56-57). En Hungría, las libertades formales eran las libertades reales.

Para Aron, la revolución húngara fue la que más se acercó a la que soñó

Marx en 1843: “la filosofía es la cabeza de esta emancipación, el proletariado

será su corazón”. En Hungría, son los intelectuales los que ponen en movi-

miento la revuelta y los obreros que se lanzan a las calles ponen fin al régimen

estalinista (Ibid.:54). Cabe señalar, entonces, las dos lecturas de Aron: en

Occidente, donde hay libertad, el escritor nos revela su naturaleza; en el

bloque soviético, donde no la hay, nos revela su aspiración.

Volviendo a su reflexión sobre el liberalismo de Hayek, Aron sostenía

que, al igual que Tocqueville, el pensador whig es demócrata porque es

liberal, y no a la inversa (Ibid.:123). Siguiendo con esta idea podemos sostener

que, mientras que del otro lado de la cortina de hierro Aron es un liberal

tout court que no necesita ser socialdemócrata, en Occidente es socialde-

mócrata porque es liberal, y no a la inversa. En otras palabras, en Europa

Oriental Aron es un whig como Hayek: la libertad se identifica con el fin

de la coerción. Nuevamente, son las circunstancias las que definen el con-

tenido de la libertad: los intelectuales y obreros húngaros que reivindican

la libertad de prensa y el pluripartidismo son whigs para quienes la libertad

equivale al fin de la coerción.

Derrotado el fascismo, el comunismo era para Aron –como bien señala

Pierre Manent– el enemigo por excelencia, no sólo de la democracia, sino

también una amenaza mortal para la civilización y la humanidad (Manent,

1983). Pero, según su costumbre, la razón no está oscurecida por la pasión

del momento, sino al servicio de la convicción permanente. Por ese motivo,

incluso en sus escritos más polémicos como El opio de los intelectuales,

Aron nos regala una universalidad que lo sitúa más allá del contexto y de

la polémica sobre la guerra fría.

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El liberalismo de Aron es un liberalismo que se defiende, pero no es un

liberalismo a la defensiva. A diferencia de otros grandes pensadores como

Carl Schmitt, Aron tenía en claro que el conflicto posterior a 1945 no era

entre el comunismo y el anticomunismo, sino entre la democracia y el

totalitarismo. Por ello –tal como desarrollaremos más adelante– la guerra

fría no era para él una guerra sino una diplomacia que ocasionalmente recurría

a la violencia.

La discusión con Hayek en torno al contenido de la libertad, con su

ilustración a través de las circunstancias históricas del Welfare State occidental

y de los regímenes comunistas de los años ‘60, constituye la prueba de

que, en palabras de J.C. Casanova (1983), el liberalismo de Aron era más

filosófico e histórico que institucional.

Aron y Sartori sobre libertades personales y democracia electoral

El pensamiento de Aron destila además otros temas que dominan el debate

en la teoría política contemporánea, a saber: a) las relaciones entre las

libertades personales y la democracia electoral, y b) las relaciones entre el

liberalismo político y el liberalismo económico.

En relación al primero, el Aron de los años ‘60 era optimista: creía en

la compatibilidad entre la libertad formal y la real, tal como sucedía en las

naciones avanzadas de Occidente. Era más pesimista en cuanto a los vínculos

entre libertades personales y la democracia electoral en los países nuevos.

Veamos porqué.

Aron habla de la libertad como seguridad, que consiste en el goce de

los derechos reconocidos a todos los ciudadanos por las leyes y libertad polí-

tica de participar en la competencia por el ejercicio del poder. Estaba claro

para él que la libertad-participación no garantizaba la libertad-seguridad,

es decir, el respeto por los derechos personales. Puede existir una sociedad

donde se vote libremente, pero donde se vaya a prisión por crímenes difí-

cilmente definibles (Aron, 1975:76-78).

Haciendo un balance sobre el estado de la democratización en la primera

mitad del siglo XX, afirmaba que la competición electoral había hecho

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Raymond Aron: vivir en la ciudad y hacer la guerra | 109

grandes progresos, mientras que el respeto por las libertades personales había

ido en regresión. En efecto, ya a comienzos de los ‘50 advertía que los

occidentales se distraen introduciendo regímenes electorales en Indonesia,

Egipto, la India y otros países donde coexisten las urnas con las ametralladoras

(Ibid.:78).

De todos modos Aron era consciente que, aun si en las modernas demo-

cracias de masas la participación electoral no era una condición suficiente

de la libertad personal, sí era una condición necesaria. En las sociedades

modernas, la alternativa de un Rechtstaat como algunos regímenes tradi-

cionales del pasado, donde se respetan las libertades individuales pero

no la libertad política, era inviable.13 Inevitablemente, la suspensión de

la participación política llevaría a la suspensión de la libertad personal

(Ibid.:81).

La inviabilidad de dar marcha atrás en materia de libertades políticas

surgía del dinamismo económico del sistema de competencia política. Como

consecuencia de la industrialización, la educación, la elevación del nivel

de vida y la acción de los sindicatos, la acción propia del sistema de com-

petición tiende a acentuar la evolución de las sociedades industriales en

sentido igualitario: “las sociedades industriales, con la democracia política

desarrollan una suerte de obsesión por los problemas económicos” (Aron,

1999:149). La razón de la obsesión consiste en que “el sistema de competición

comporta el afán de los candidatos por convencer a los electores de los bene-

ficios que obtendrán si los candidatos son electos. El lenguaje de los intereses

parece ser cada vez más, el único lenguaje que el candidato se atreve a

usar” (Ibid.:150).

Las reflexiones de Aron de los años ‘50, recobraron actualidad con motivo

de las democratizaciones de la tercera ola y de la introducción de la democracia

en países que no la habían conocido. Así, al preguntarse cuán lejos puede

viajar el gobierno libre, Giovanni Sartori ataca la misma cuestión. Para

Sartori, la libertad de –la ausencia de constricción externa– y su instrumento,

el constitucionalismo liberal, pueden ser exportados e implantados en cual-

quier tipo de suelo. Tanto los ciudadanos de un país rico como los pobres

de un país atrasado tienen y comparten la necesidad común a todo individuo

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de la protección contra la arbitrariedad (Sartori, 1995:101-102). Aron, en

cambio, estaba menos convencido de que el liberalismo pueda ser importado,

ya que es una tradición o una supervivencia más que un producto de impor-

tación. Pero ambos autores concuerdan en lo que no puede ser importado:

el espíritu de compromiso. Sartori encara el problema del compromiso demo-

crático a partir del desafío contemporáneo del fundamentalismo religioso:

el compromiso es imposible por definición cuando la política se mezcla

con la religión, ya que la intensidad religiosa convierte a la política en una

guerra. La condición necesaria del compromiso es la secularización. De

donde se puede concluir, que dado que la secularización es un producto de

la evolución interna de una sociedad, tanto su importación como la de su

retoño, el compromiso, no sean factibles.

Finalmente, ambos coinciden en que el liberalismo y la democracia

son aspectos diferentes de la vida política, pero que no pueden ser separados.

Hemos visto que para Aron la vuelta a un Rechtstaat del pasado donde se

respetan las libertades civiles pero no las políticas era inviable, dado que

la limitación de la participación política llevaría a la suspensión de la

libertad personal. Sartori, en cambio, abre una avenida intermedia: el

dilema no es entre el retorno imposible a un Estado predemocrático o

una democracia de baja calidad, sino entre una democracia con rule of

law y menor inclusión electoral, o una con mayor inclusión electoral

pero con mayor inseguridad jurídica. La primera, afirma Sartori, es mejor

que la segunda (Ibid.,104).

Liberalismo político y liberalismo económico

Se ha afirmado con razón que, al no sucumbir a la ideología (tentación por

así decir, consustancial a la reflexión política), Aron jamás fue un liberal

doctrinario, un fanático de la abstracción denominada mercado (Manent,

1983:47). A pesar de ser cierta, esta afirmación no deja de ser equívoca, pues

el gran pensador francés fue un observador atento del “dinamismo económico

del sistema de competición política” (Aron, 1975:149) Su libertad no era

ni la de Milton Friedman (sinónima a la del consumidor cuando elige un

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Raymond Aron: vivir en la ciudad y hacer la guerra | 111

producto) ni su idea de los derechos del individuo y del ciudadano se

inclina hacia una sociedad por acciones a la Robert Nozick (quien tolera

una sola forma de Estado, el mínimo).

Más arriba hemos mencionado que, describiendo al Estado benefactor

y sus regulaciones económicas y sociales a favor de los asalariados, fruto

de la fuerza de los partidos obreros y sindicatos, para Aron las sociedades

democráticas industriales tienen una obsesión por los problemas económicos,

y que el lenguaje de los intereses parece ser el único lenguaje que los can-

didatos se atreven a usar. En una afirmación que suena como una anticipación

de la teoría olsoniana14 que relaciona la estabilidad y ausencia de amenazas

con la proliferación de los grupos de interés, nuestro autor nos dice que

cuando las democracias se desarrollan con tranquilidad, cuando no cuentan

con enemigos, tendrá más ventaja quien lleve las mejores promesas a los

grupos de interés (Ibid.:159).

Pero al amortiguar los choques de la competencia económica, Aron llega

a la conclusión de que “la competición por el poder, o sea, la democracia

política, parece, a la larga, incompatible con el liberalismo económico”, y

que el mayor error de los liberales ha sido “haber pensado que el liberalismo

político y el económico irían a la par”. De esta manera y dando razón así

al pensamiento socialdemócrata, argumenta que el liberalismo político defi-

nido como el sistema electoral parlamentario de competencia por el ejercicio

del poder “lleva de manera casi fatal, a un sistema de economía en parte

dirigida, y en parte socialista” (Ibid.:151).

Para Aron, “el funcionamiento de una economía liberal apenas tendrá lugar

en un sistema de competición pacífica por el poder con organización de grupos

de interés” (Ibid.:152). Su visión anticipa los argumentos de la escuela del

Public Choice que, en autores como James Buchanan y Mancur Olson,

señala el impacto nocivo de la fuerza de los grupos de interés sobre el fun-

cionamiento del mercado. Contradicción que en los años ‘80 –es decir treinta

años más tarde y con motivo de la crisis del Welfare State– cuestionó de manera

momentánea la viabilidad del compromiso entre el capitalismo y la democracia

o, como diría Bobbio (1987), entre el movimiento obrero y el capitalismo

maduro. En parte porque no fue un liberal doctrinario, y en parte porque del

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clima optimista de los años ‘60 no extrae pronósticos negativos, Aron consi-

deraba esos procesos e instituciones como mecanismos idóneos para garantizar

las libertades reales. Como hemos visto, el contenido de la libertad tenía

para él un componente necesario –la ausencia de coerción– y otro componente

que varía según las circunstancias. Al morir antes del debate de los años ‘80,

queda sin respuesta cuál hubiese sido para nuestro autor el contenido de la

libertad en las nuevas circunstancias de la crisis del Estado benefactor. Pero

atento como era Aron a las circunstancias para definir el contenido de la libertad

no podemos descartar que hubiese definido el contenido de la libertad en direc-

ción a un menor intervencionismo estatal, una mayor libertad para los mercados

y un menor poder de los grupos de interés en aras de la elección individual.

Para Aron el apogeo del welfare state europeo y la promesa prometeica

que impulsaba a los nuevos países descolonizados a saltar y quemar etapas

para alcanzar la modernidad, era una confirmación de la intuición a la

Tocqueville, para quien la marcha hacia la igualdad de condiciones era inevi-

table, mientras que el vínculo entre la igualdad y la libertad era aleatorio.

Aron señalaba que ambos procesos expresaban una contradicción: estas

sociedades eran democráticas en el sentido amplio que Tocqueville daba a

esa palabra, “porque no excluían a nadie de la ciudadanía y tendían a difundir

el bienestar”; pero que en revancha “sólo eran liberales por tradición o por

sobrevivencia”, si por liberalismo se entiende el respeto a los derechos

individuales y los procedimientos constitucionales. La ambición de construir

o reconstruir el orden social, respondía más a los sentimientos propios de

las elites que a las aspiraciones de las masas, y reflejaba más la ambición

marxista que la modestia liberal (1991:71-72).

Estas observaciones a las circunstancias europeas de los años ‘60 con-

servan una sorprendente lozanía para entender algunos aspectos de la situación

actual de la democracia en América Latina. En contraste con Sartori, para

quien el liberalismo o la demo-protección pueden importarse, con los ejemplos

de Chile y Uruguay a la vista podemos glosar la visión de Aron de que el

liberalismo es una tradición o una sobrevivencia. Sin duda, una tradición

puede interrumpirse, pero esto no equivale a que vaya a desaparecer. Con

más de cien años de práctica del gobierno constitucional y después de largas

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Raymond Aron: vivir en la ciudad y hacer la guerra | 113

dictaduras militares, ambas naciones han restaurado una tradición, han vuelto

a insuflar bríos a una supervivencia. Como Croce dijera de la dictadura

fascista en Italia, también Pinochet en Chile y los militares en Uruguay

fueron un paréntesis, una excepción a la tradición liberal.

Hasta aquí hemos presentado las ideas de Aron acerca del vivir en la ciu-

dad, resta ahora conocer su visión sobre la guerra.15

II. Hacer la guerra

Aron y Tucídides

Aron sostenía que para Tucídides, “La política es dialéctica cuando se desarrolla

entre hombres que se reconocen recíprocamente [aclaramos, los miembros

de una misma ciudad]. Ella es guerra cuando opone a los hombres que, no

obstante de reconocer recíprocamente su libertad, se consideran extranjeros

unos a los otros, miembros de ciudades, cada una celosa de su independencia

total. Simultáneamente nos damos cuenta porque la guerra es la culminación

de la política, al mismo tiempo que su negación” (Aron, 1964:116-117). En

una analogía que ya habia anticipado Thibaudet 16 –para Aron la Primera

Guerra Mundial es el equivalente de la guerra del Peloponeso. El miedo que

inspira a Esparta –ciudad moderada y conservadora– la pujanza de Atenas

–democracia imperialista–, es similar al que inspira Alemania a Francia y

a Inglaterra, que temían por sus libertades (Ibid.:133-135).

Al estudiar las causas de la Primera Guerra Mundial Aron permanece

fiel a su epistemología, que combina el azar con la necesidad. Siguiendo

a Cournot, nos dice que todo acontecimiento deriva de varias series de

hechos. Las series obedecen a un determinismo estricto, pero su encuentro

es casual, fruto del azar. La guerra del ‘14 es el fruto del encuentro de

varias series: el asesinato del archiduque Francisco Fernando es el término

de una serie, las actividades de los grupos paneslavistas serbios; la otra

serie la constituyen la diplomacia de Austro-Hungría en los Balcanes, la

de Alemania y la de Rusia. La guerra es a la vez un acontecimiento necesario

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y azaroso. La necesidad se manifiesta en las series, y el azar en su encuentro

(Aron, 1986:219).

Al considerar las responsabilidades de los diferentes Estados en el des-

encadenamiento del conflicto Aron las reparte casi salomónicamente entre

los imperios Centrales que “cometieron los actos que hicieron la guerra posi-

ble”, y los Aliados, que cometieron los actos “que hicieron a la guerra

segura…”. Por lo cual “todos los interesados quisieron, desearon o al menos

aceptaron la guerra” (Ibid.:213).

Sin embargo, esta visión desarrollada en 1937 en la Introducción a la

philosophie de l´Histoire cambia después de la Segunda Guerra Mundial,

que lo induce a entender ahora el eslabonamiento de las “guerras en cadena”.17

Al considerar nuevamente los orígenes de la Primera Guerra, Aron se “obliga

a absolver la causa aliada (…) Fue el gabinete de Viena el que tomó la ini-

ciativa que toda Europa reputó de belicosa” (Aron, 1973:9). El asesinato del

archiduque austríaco hizo que Austria arrojase el guante a Serbia y su pro-

tectora Rusia. Aun cuando se demostrara que la Entente –Francia, Inglaterra

y Rusia en particular– estuvo demasiado presta en recoger el guante, la

mayor porción de la culpa en la secuencia de acciones y reacciones recae

sobre los iniciadores (Ibid.:9).

Vista así, la guerra fue el resultado de un fracaso diplomático que, unido

a la “sorpresa técnica”, convirtió a la guerra en hiperbólica (Ibid.:11-14).

Fue la técnica la que impuso la organización del entusiasmo, condenó al

fracaso los esfuerzos diplomáticos, echó por la borda la vieja sabiduría diplo-

mática y contribuyó a la difusión del espíritu de cruzada y finalmente produjo

una paz que creó la situación de la cual nació la segunda guerra (Ibid.:20).

La técnica congeló las hostilidades en una guerra de trincheras, es

decir, produjo el salto de la guerra de movimiento a una guerra de posición;

la paridad de las fuerzas y la duración de las hostilidades transformaron el

conflicto en una carnicería. La movilización civil a favor de la guerra y la

introducción de las ideologías, junto al uso de la artillería relajó la distinción

entre combatientes y no combatientes de las guerras del siglo anterior. Técnica

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Raymond Aron: vivir en la ciudad y hacer la guerra | 115

de destrucción total, movilización total y cruzada ideológica, son los trazos

distintivos de la guerra hiperbólica.

Este escenario lleva a nuestro autor a replantear las relaciones entre

responsabilidad y causalidad, introduciendo una nueva variable, la culpa-

bilidad, que no estaba presente en su reflexión de 1937.

Alguien es causalmente responsable, si ha cometido actos que hicieron

muy probable cierto acontecimiento. Pero la responsabilidad no equivale a

culpabilidad. Alguien es culpable si se dan estas dos hipótesis o situaciones.

La primera ocurre cuando el acto se considera inmoral, contrario a las cos-

tumbres o excesivo. El ultimátum austríaco a Serbia fue excesivo para las

costumbres diplomáticas de la época (Aron, 1996:278).18 La segunda situación

se manifiesta cuando las consecuencias de un acto parecen desproporcionadas

con lo que estaba en juego, y el acontecimiento se transforma en una catástrofe

de tal envergadura que, visto retrospectivamente, quienes lo causaron aparecen

como criminales.19

Sin duda, dice Aron, al dar carta blanca a Austria para emprender una

expedición punitiva contra Serbia, Alemania asumía un riesgo de guerra

general. Pero asumir un riesgo de guerra general no implica voluntad de

desencadenar la guerra general. Precisamente uno de los tópicos de la

discusión sobre los orígenes de la guerra gira en torno a esta pregunta

¿aceptación del riesgo de guerra general o voluntad de guerra general?

(Ibid.:281-282).

El razonamiento de Aron revela la tensión entre la necesidad de mantener

en el plano teórico la distinción entre la aceptación del riesgo de guerra y

la voluntad de guerra general, con la dificultad de verificarla en el plano

de los hechos. Ante la dificultad para establecer la culpabilidad a partir de

las intenciones, pareciera que no queda otra alternativa que hacer el juicio

a partir de las consecuencias. La guerra del ’14, al poner fin a medio siglo

de paz europea y llevar a una paz como la de Versalles, congeló en lugar

de cicatrizar los odios entre vencedores y vencidos, y condujo a la crisis

de los años ‘30 y finalmente a la Segunda Guerra Mundial, fue una catástrofe

de proporciones históricas que transforma en culpables a quienes la des-

encadenaron. 20

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116 | RIIM Nº55, Octubre 2011

La Segunda Guerra Mundial

Hiperbólica como la Primera, que se originó en una “falla diplomática”, la

Segunda Guerra “perfeccionó” sus trazos distintivos: la técnica de destrucción

total, la movilización total y la cruzada ideológica. Si en la guerra del ‘14

la artillería había limitado (por no decir destruido) la distinción entre com-

batientes y no combatientes, iniciada por los alemanes con el bombardeo a

París y los gases venenosos, los bombardeos aéreos pusieron fin ahora al

respeto a la ciudades abiertas, ante la dificultad de definirlas en razón de

que la guerra industrial había acrecentado el número de objetivos militares

(Aron, 1973:32). A esto se agregó la estrategia aliada de bombardeo indis-

criminado de las ciudades a fin de quebrar la voluntad de resistencia de la

población alemana. Siempre de acuerdo a la lógica de la movilización

total, pero ahora no de la propia población, Hitler recurrió tanto a prisioneros

de guerra como a obreros extranjeros para sostener el esfuerzo bélico

(Ibid.:34).

El espíritu de cruzada que en la Primera Guerra enfrentó las ideas de

1914 del nacionalismo alemán (Mommsen, 1990:207-221) con la autode-

terminación de los pueblos del Presidente americano Wilson, enfrentó en

la Segunda la cruzada soviético-occidental contra el fascismo con los sueños

de dominación continental de Hitler. Por sus consecuencias (la destrucción

de toda Europa y la sovietización de una mitad del continente), la Segunda

Guerra alcanza la envergadura de una catástrofe aún mayor que la de la

Primera. Aron se interroga tanto sobre las estrategias que podrían haber limi-

tado estas consecuencias (un desembarco de los aliados en los Balcanes

hubiese impedido la sovietización de Europa Oriental), como por los motivos

que conspiraron contra la adopción de tal estrategia.

Pero a diferencia de la primera, donde junto a la sorpresa técnica son

las decisiones de los estadistas de los Imperios Centrales las que desencadenan

una dinámica de carácter hiperbólico, ahora Aron invierte los vínculos

entre las causas y los efectos, y nos dice –a manera de disculpa– que en la

Segunda los estadistas aliados “se sometieron pasivamente al dinamismo

de la guerra hiperbólica” (Aron, 1973:46). Es la guerra hiperbólica la que

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Raymond Aron: vivir en la ciudad y hacer la guerra | 117

otorgó su impronta a las decisiones de los estadistas occidentales y no al

revés. Propagaron el mito de que la Naciones Unidas eran el heraldo de la

justicia, y el enemigo la encarnación del pecado. Incapaces de pensar en la

paz que viene después de la guerra, tal como sus antecesores de la Primera

guerra “pretendían saber la causa por qué luchaban, pero ninguno dijo

para qué estaba luchando” (Ibid.:21).

Error de Roosvelt, quien víctima de la falsa ilusión ideológica de “una

democracia teórica, cuyas dos expresiones equivalentes eran el parlamentarismo

y el sovietismo”, pero también de Churchill, víctima del error opuesto, es

decir, del exceso realista según el cual siempre el enemigo de mi enemigo es

mi amigo, “el mismo día en que los Ejércitos alemanes invadieron Rusia

pronunció un discurso que automáticamente creó una alianza anglo-rusa”

(Ibid.:41-42). Finalmente nos dice Aron, los occidentales inseguros frente a

los propósitos reales de los soviéticos, deberían de haber respetado el viejo

canon de la astucia maquiavélica, que recomienda respetar cierta fuerza al

enemigo cuando no se está seguro de un aliado (Ibid.: 89). Fue nuevamente

esta dinámica hiperbólica –que según Aron es el modo de hacer la guerra de

las democracias de nuestra época (Ibid.:45)– la razón de esta amnesia del

sentido común diplomático. Pero en su perspectiva de las causas de la guerra,

es la voluntad de conquista de Hitler la que cataliza la cooperación entre las

democracias capitalistas y los soviéticos para derrotar a Alemania. Es decir,

la locura de los ingleses y americanos al ayudar a destruir la única barrera

contra la expansión del comunismo fue una locura, si bien “una locura fue

que el mismo hubiera obligado a los anglosajones a cometerla” (Ibid.:40).

A la luz de los párrafos precedentes, si Hitler hizo la guerra “posible",

los Aliados la hicieron “segura”. Entonces, si bien todos aceptaron la guerra,

para Aron sólo Hitler es culpable, porque su anhelo de conquista continental

desencadenó coaliciones que terminaron en la destrucción y la sovietización

de media Europa.

Iniciada con una analogía entre la Primera Guerra Mundial y la guerra

del Peloponeso, Aron culmina su reflexión con un eco que recuerda a Tucí-

dides: para ambos, la guerra es a la vez el instrumento y la negación de la

política.

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Aron y Clausewitz

El título del libro Clausewitz, penser la guerre (Aron, 1976) revela que a

través de cuáles lentes Aron piensa la guerra. Según el escritor francés, Clau-

sewitz ofrece

Una teoría de la guerra instructiva tanto para las generaciones que vendrán,

como para los contemporáneos. Su sueño es el mismo de Tucídides, el Ktema

eis aei, el monumento edificado, para siempre. De esta ambición se desprende

la actitud común al historiador griego y al estratega prusiano: la distancia,

el rechazo a la emoción aparente, el esfuerzo por la objetividad total (Aron,

2005:44).

La teoría de Clausewitz es contemporánea de las guerras de maniobra del

Antiguo Régimen y las guerras de movimiento de la Era napoleónica Por

su parte, con la aplicación del paradigma del pensador alemán a las guerras

de la Edad europea que terminan en 1914, y a las de la Edad planetaria que

comienzan con la Primera Guerra Mundial, Aron se convierte en el intérprete

“de las generaciones que vendrán”. Su reflexión cubre tanto las guerras de

la unificación alemana de Bismarck como la Primera Guerra y la Guerra

Fría, pasando por la guerra de guerrillas y las guerras de liberación nacional,

y a través de las cuales Aron despliega la virtualidad “del monumento edi-

ficado para siempre”.

La guerra absoluta y la guerra real

Según Aron la aproximación de Clausewitz al tipo ideal de la guerra absoluta,

tiene su origen en una metáfora que concibe a la guerra como un duelo

(Zweikampf). En un duelo entre dos luchadores, cada uno de los contrincantes

intenta derribar al otro (Niederwerfen)21 e impedirle prolongar la resistencia.

Derribar por tierra a alguno de los luchadores equivale en la lucha entre

los Estados a desarmar al contrincante (Aron, 1976, vol.1:110).Esto se

puede lograr de dos maneras. La primera consiste en abatir o en aniquilar

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Raymond Aron: vivir en la ciudad y hacer la guerra | 119

al enemigo (Niederwerfen) para imponerle la paz; Clausewitz la denomina

guerra de aniquilación. En la segunda manera el objetivo es conquistar

algún territorio o provincia en las fronteras del adversario para ser usada

en las negociaciones de paz; Clausewitz la denomina guerra de observación

armada. Según Aron, la primera consiste en vencerlo por K.O y la segunda

en vencer por puntos (Ibid.:103).

El duelo entre los luchadores, que resume según Clausewitz los rasgos

de lo que denomina la guerra absoluta, los condena a ir necesariamente hacia

los extremos (bis zum Äußersten), a escalar el conflicto. Esto depende de

tres factores: la hostilidad, los recursos físicos de los luchadores –la fuerza

relativa de cada uno– y los recursos morales, es decir, la voluntad. Por la

acción recíproca de la hostilidad, la fuerza y la voluntad, cada uno de los

luchadores busca imponer su ley al otro y lleva la escalada hacia los extre-

mos.22

Luego de bosquejar los rasgos de la guerra absoluta Clausewitz define

–a contrario– los rasgos de la guerra real. Verdadero camaleón, la guerra

real a diferencia de la absoluta y del duelo entre los dos luchadores, involucra

a tres actores: el pueblo, el ejército y el Estado. Singular trinidad en la que

el pueblo encarna “la violencia originaria propia del fenómeno y que se

expresa en el odio y la enemistad, que deben ser vistas como un impulso

ciego y natural”; el ejército y su comandante encarnan “el juego de las

probabilidades y el azar que lo convierten en un libre ejercicio del espíritu”,

y el Estado o el gobernante evidencian la “naturaleza subordinada propia

de un instrumento de la política (…) a través del cual recae en el ámbito

propio del intelecto” (Clausewitz, 1972:213).

Aron sintetiza e ilustra la naturaleza camaleónica del fenómeno con los

ejemplos de la Segunda Guerra Mundial, la Guerra de guerrillas de Mao,

y la Guerra Fría: la ideología maoísta da preponderancia al primer elemento

(el pueblo), los occidentales al segundo (el ejército) y los soviéticos al tercero

(el Estado). “La verdad está en el pueblo” dicen los ideólogos de Pekín;

“la diplomacia es violenta”, afirman los americanos; “la intención política

es la ley suprema”, dicen los teóricos de Moscú. Cada uno, concluye Aron,

debe aprender algo de los otros dos (Aron, 1976, Tomo II:278).

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La Guerra Fría y el entendimiento político

El modelo abstracto de la guerra absoluta, es decir, el duelo entre los dos

luchadores que tiende hacia los extremos, no toma en cuenta ni el origen

ni los fines de la guerra (Aron, 1976, vol.1:110). Por el contrario, no podemos

separar la guerra real de sus fines y sus orígenes: los Estados no son como

los luchadores, se conocen y volverán a encontrarse después de finalizada

la guerra y firmada la paz. Es la política la que establece el contraste entre

la guerra absoluta y la guerra real, evitando la escalada hacia los extremos;

el Estado no se reducirá jamás a la simplicidad del luchador (Aron, 2005:34).

Como lo manifiesta la famosa fórmula, la guerra es la continuación de la

política por otros medios.

Aron lo ilustra con el comportamiento de la Unión Soviética y los Estados

Unidos, a propósito del uso de las armas nucleares durante la Guerra Fría.

La ascensión a los extremos –sueño puramente lógico, según Clausewitz–

destino posible de los actores atómicos,

se frena de inmediato en el momento en que uno substituye los luchadores

del modelo simplificado por los sujetos históricos: los estados se conocen,

saben también, aproximadamente, lo que deben temer. La comunicación

entre los enemigos, fundada sobre la experiencia histórica, contribuye, en

períodos no revolucionarios, a moderar los excesos guerreros. La pregunta

que no cesa de ponerse Glucksmann –¿quién limitará las guerras limitadas?–

no recibe una respuesta diferente en la edad nuclear que en la era napoleónica:

el entendimiento político (Aron, 1976, Tomo II:237).

“Hermanos enemigos” (Aron, 1963), los actores atómicos tienen a la

vez intereses opuestos e intereses comunes. La ideología dicta los primeros,

el entendimiento político los segundos. La ideología los lleva a confronta-

ciones limitadas, la necesidad común de la supervivencia a evitar el holocausto

nuclear.23

La Fórmula es el canon que lo lleva a afirmar que la Guerra Fría no es

una guerra sino un conflicto, una rivalidad (Ibid.:238-239), a no ser que

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Raymond Aron: vivir en la ciudad y hacer la guerra | 121

por un gusto excesivo por las metáforas se conciba una rivalidad como una

guerra. La guerra, de acuerdo a Clausewitz, requiere que se combine el medio

específico de la guerra (el recurso uso a las armas) con la intención política.

Sin intención política, dos grupos de hombres pueden combatirse, pero no

se hacen la guerra. A la inversa, dos Estados con objetivos incompatibles,

si no recurren a las armas tampoco se hacen la guerra (Ibid.:271). El conflicto

entre las dos superpotencias no es una guerra, porque las armas atómicas

no transponen el umbral de la amenaza. La confusión nace de rotular como

guerra lo que luego de 1945 es una diplomacia que, en mayor medida que

la tradicional, integra la violencia (Ibid.:239).

Más allá de la bipolaridad ideológica a nivel planetario, las dos super-

potencias actúan como los Estados del pasado: “No se libran una lucha a

muerte, y su rivalidad se mantiene dentro de ciertos límites, compatibles

con la no-guerra y aún con la atenuación de las tensiones bélicas en tiempos

de paz” (Ibid.:258).24 La distensión entre las dos superpotencias revela

sencillamente la conducta tradicional de un Estado, de cualquier Estado,

en tiempos de paz.

Sólo en las regiones periféricas el conflicto se asemeja a la guerra. Cuando

al menos alguno de ellos reivindica una ideología universal, “las relaciones

entre las sociedades, al margen de las relaciones entre los Estados revisten,

por una parte el carácter de un conflicto civil, de una lucha partisana”

(Ibid.:249). Esto ocurre claramente cuando “la ideología de vocación universal

de uno de los grandes estados encuentra, para encarnarla y extenderla, un

partido al interior de otros Estados” (Ibid.:249).

Imbricación de luchas externas e internas, militares e ideológicas, que

encontró su punto culminante en el período inmediato posterior de la Segunda

Guerra Mundial, y que recuerda según Aron a las guerras de religión europeas

de los siglos XVI y XVII. Por la imbricación entre las luchas externas e

internas, estos conflictos tienen, según Aron, aspectos de guerra extranjera

y guerra civil, y se sitúan en el medio de los polos, con elementos de la estra-

tegia de aniquilamiento –la guerra civil– y de la observación armada –la

guerra extranjera: “La guerra civil exige lógicamente una victoria radical

de uno de los partidos, una guerra extranjera tolera compromisos” (Ibid.:246).

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Podemos ahora comparar el pensamiento de Aron acerca de la Guerra

Fría con la visión de Carl Schmitt y la de Samuel Huntington. En lugar de

la dialéctica amigo/enemigo de Schmitt, que reclama una gran decisión a

favor de uno u otro de los contrincantes, las armas atómicas para Aron

convierten a los protagonistas en “hermanos enemigos” y conducen a la

disuasión en lugar de la decisión; una cosa y la otra (sowohl als auch) en

vez de una cosa o la otra (entweder oder). La paz se ubica en el centro y el

conflicto en la periferia; los protagonistas piensan la guerra, en lugar de

hacerla. Es decir, los expertos en seguridad, los institutos académicos y los

Estados mayores teorizan sobre las probabilidades y consecuencias de los

conflictos atómicos limitados.

Por otro lado, con el conflicto entre las civilizaciones Huntington (1996)

anuncia una enemistad cultural, más radical e intensa que la oposición ide-

ológica de la Guerra Fría. Como Donoso Cortés o Schmitt, Huntington

conjura “una gran decisión en favor de Dios o el ateísmo”, es decir, a favor

de una u otra civilización.

En contraste con la escatología explícita de Schmitt y la escatología con-

tenida de Huntington, la visión de Aron sobre la Guerra Fría lo emparenta

con Tucídides: ambas reflexiones destilan un espíritu de detachement, la

renuncia a la emoción del momento,25 la austeridad de la razón, templada

solamente por la calidez del estilo.

Conclusiones

Las comparaciones entre las intuiciones de Aron y la de autores como Lipset,

Sartori o incluso Germani,26 podrían inducirnos a una primera valoración del

aporte intelectual de Aron como un precursor de la ciencia política contemporánea.

Poco citado –salvo excepciones como Daniel Bell, seguidores como Francois

Bourricaud o discípulos como Stanley Hoffman–, Aron sufrió el destino ingrato

que les cabe a los precursores. Sin embargo, catalogarlo como un precursor

empequeñecería la significación de su obra y el alcance de su pensamiento,

extendido a cuestiones históricas, filosóficas, sociológicas y metodológicas.

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Raymond Aron: vivir en la ciudad y hacer la guerra | 123

Como intenté señalar en estas páginas, considerarlo como un teórico de

la lucha política pacífica y a la vez un teórico de la guerra podría ser un

punto de partida insoslayable para situar su reflexión en una justa dimensión.

Así, Aron revela la misma pulsión que encontramos en Tucídides, para quien

el destino del animal político era el de vivir en la ciudad, y el destino de

las ciudades era hacerse la guerra. Al igual que el escritor griego, el francés

demostró interés y pasión tanto por su “ciudad” (expresados en sus escritos

sobre las tres repúblicas francesas que le tocó vivir: la III, la IV y la V),

como por analizar los fenómenos bélicos (en su escritos sobre las dos guerras

mundiales, la Guerra Fría y la guerra de guerrillas).27

Puede decirse que su reflexión sobre vivir en la ciudad, sobre los avatares

de la democracia francesa, tiene dos etapas. En la primera –apenas instaurada

la IV República y hasta fines de los años ‘40– su preocupación es la amenaza

que se cierne sobre la supervivencia del régimen republicano: el comunismo.

En los años finales de la IV República, en cambio, orienta su reflexión el

anhelo de que Francia deje de ser “el hombre enfermo de Europa” (como

lo había sido el Imperio turco antes de la Primera Guerra Mundial. Ver Aron,

1983:126) y que logre dotarse de instituciones estables, de “un régimen

honorable que la ponga a la altura de sus vecinos y aliados europeos” (Aron,

1996:727).28

En su tesis doctoral Introducción a la filosofía de la historia (escrita a

principios de los años ‘30 cuando era asistente en la Universidad de Colonia

en Alemania) encontramos las claves para entender a Aron. Según relataría

décadas después, Aron había elegido ser un “observador comprometido”,

es decir, ser actor y observador a la vez, y escribió el libro “para mostrar

los límites dentro de los cuales se puede ser observador y actor a la vez.

Eran los límites de la ‘objetividad histórica’”. Este subtítulo no significaba

que despreciase la objetividad sino, por el contrario que cuanto más objetivo

se desea ser “mayor necesidad se tiene de saber desde qué punto de vista,

desde qué posición uno se expresa y observa el mundo” (Aron, 1983b:275).

Su texto de 1937 trasciende el grado meramente académico y se convierte

en una tesis en sentido filosófico, es decir, el hilo conductor que nos permite

entender su obra posterior, su prólogo y su epílogo, porque ofrece los elementos

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para una posterior rendición de cuentas. Esto es, nos permite ver de qué manera

el pensador cumplió con el proyecto de ser un “observador comprometido”.

Por un lado, ese compromiso le exigía ser “responsable a cada instante, siempre

inclinado a preguntarme ¿qué podría hacer en lugar de quien gobierna?” (Aron,

1983:56), y lo emancipaba así de posturas como la de Alain, el filosofo en

boga que predicaba l´homme contra les pouvoirs e inclinaba al ciudadano a

arrogarse inmediatamente la irresponsabilidad.

Por otro lado, en repetidas ocasiones recurrió al ejemplo de la opción

entre la guerra y la paz, para ilustrar de qué modo el análisis del intelectual

no difiere de los dilemas a los que se enfrenta el hombre de Estado, donde

se revelan las aporías del ser humano como sujeto histórico, “ser que conoce

lo posible y tiende a lo imposible, que sufre la historia y la quiere elegir”

(Aron, 1986:411). Siguiendo a Max Weber, si bien diferenciaba las esferas

respectivas del científico y del político, al analizar las relaciones entre causa

y efecto Aron buscaba responder también a las necesidades del hombre de

Estado, sin por ello otorgar status científico a las decisiones de éste.29

Quien decide, gobernante o ciudadano, no sólo plasma el curso de los

acontecimientos en una dirección u otra; toda decisión o elección se confunde

con una decisión sobre uno mismo, porque ella tiene por origen y por

objeto su propia existencia. Con más razón para el observador comprometido,

actor y observador a la vez (Aron, 1986:416).

La decisión difiere en su significado según las circunstancias: en las

épocas de tranquilidad en las cuales el régimen político no se pone en cuestión,

La vida privada se desarrollaba al margen de los asuntos públicos, y donde

la profesión no tenía nada que temer (o casi nada) del poder, la política

aparecía como una especialidad, libra a algunos profesionales, ocupación

como las otras, más apasionante que seria (Aron, 1986:416).

En los períodos críticos, las decisiones políticas revelan en cambio su

naturaleza de decisiones históricas (Ibid.:408). Aron, que abominaba de la

monserga del compromiso permanente, distintivo usual de las almas bellas

de la profesión intelectual, asumió en cambio sus engagements en todos

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los episodios de crisis histórica. Sus decisiones fueron tanto políticas como

personales. Lo fue su decisión de abandonar Francia e ir a Londres con De

Gaulle, luego de la invasión alemana y de la instalación del régimen de

Vichy; lo fue su opción por la Alianza atlántica en contra del neutralismo,

su opción por el RPF de De Gaulle ante la amenaza comunista, y su opción

por la independencia de Argelia en 1957. Su obra intelectual ilumina esas

decisiones y es también en parte fruto de ellas.30

A modo de conclusión, remitámonos nuevamente al pensador griego

Tucídides –historiador y teórico– de quien Aron admiraba el arte de pasar

del acontecimiento al concepto sin solución de continuidad (Aron, 1964).

Nosotros descubrimos y admiramos en el pensador francés una capacidad

similar: periodista y teórico, poseía del primero la maestría para capturar

el instante, y del segundo el rigor para destilarlo en un concepto. Su capacidad

de síntesis quedó acuñada en las famosas fórmulas sobre la guerra fría como

un escenario de “paz improbable, guerra imposible” (Aron, 1948); en la

definición sobre la naturaleza del equilibrio bipolar, mezcla de conflicto y

cooperación entre las dos superpotencias nucleares, “hermanos enemigos

obligados a una dialéctica de la disuasión, la persuasión y la subversión”

(Aron, 1963:210); en su diagnóstico sobre la malaise política francesa, con

regímenes que combinaban los vicios del parlamentarismo de notables con

los vicios del parlamentarismo de partidos, en una mezcla de cambio e inmo-

vilismo, de crisis menores que se resolvían con un cambio de gobierno y

de crisis mayores que obligaban a mudar de régimen: Francia era “inmutable

y cambiante” (Aron, 1959).31

Si en su Guerra del Peloponeso Tucídides logró plasmar el anhelo de

que su obra se convirtiese en edificio para todos los siglos, Aron nos legó

una “posesión” más modesta pero de todas maneras importante, ya que no

entenderemos del todo el siglo XX sin leer sus escritos. Más allá de las cir-

cunstancias históricas, aquellos para quienes, como el que escribe, Aron

fue su primera gran revelación intelectual, podrán preguntarse cómo hubiese

reflexionado, qué respuesta hubiese dado Aron frente a tal o cual problema.

El pensador francés será siempre para algunos una suerte de imperativo cate-

górico, moral e intelectual.

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notas

1 Si bien Aron titula este acápite “La corrupción que se debe a las consecuencias delpropio sistema de competición”, su argumento se centra en las consecuencias nocivas aque puede dar origen el espíritu de compromiso. Como se verá más adelante, en el capítulo5 del libro el autor desarrolla desde otra óptica cuál es la acción propia del sistema decompetición (Aron, 1999:61-62).

2 Este texto es una impresión del curso que Aron dio en la Escuela Nacional de Administraciónen el año 1952 y que fue corregido por su autor (Aron, 1999:123).

3 Atentos a la experiencia nacional e internacional, y tal como lo recoge la literatura espe-cializada, agreguemos un sistema judicial y bancos centrales independientes.

4 Al enumerar las causas de la revolución de 1848, y repasando los vicios de la clasedominante, Tocqueville señala que el rey Luis Felipe contribuyó a aumentarlos, ya que“fue el accidente que convirtió la enfermedad en incurable” (Tocqueville, 1964:31).

5 El 6 de febrero de 1956 el entonces presidente del Consejo de Ministros, el socialistaGuy Mollet, recibido a tomatazos por manifestantes de los colonos franceses, se vio obligadoa cambiar la designación del Residente –el representante del gobierno francés en Arge-lia–, el general Catroux, que tenía fama de liberal, por R. Lacoste, más cercano en susopiniones a la posición de los ultra-argelinos. Este episodio es considerado el precedentedirecto de los episodios que en 1958 pusieron fin a la IV República.

6 Hay una tercera causa, la disociación entre el poder político y el poder social, que seráanalizada más adelante.

7 Nuestras citas son de la reedición de 1998, una elaboración del curso de 1957-58.8 Los otros tres planos que a su juicio afectaban el funcionamiento o no de un régimen,

eran el de la cultura política, el del diseño constitucional y el de la intensidad del conflictode clases. Ninguna de estas razones son incompatible entre sí, y pueden presentarsejuntas.

9 “El coraje militar era de ‘aguantar’, el coraje político era el de poner fin a una guerra vana”(Aron, 1958:115).

10 Alianza inusual o sorprendente porque hasta ese momento el ejército había tenido comoobjetivo principal y siguiendo los principios de la guerra contrarrevolucionaria que loenfrentaba a los atentados del nacionalismo argelino, ganarse el apoyo de la poblaciónmusulmana.

11 Esto no implicaba que Aron compartiese ni la interpretación ni la condena política ymoral absoluta que hacía el general De Gaulle al régimen de Vichy y de Petáin.

12 Aron sostenía que la objeción marxista no había perdido frescura, frente a cierta complacenciade los privilegiados, inclinados a desentenderse de la miseria de la mayoría siempre quesus libertades formales fueran respetadas. Pero fiel a su idea de que la libertad tiene uncontenido dado por las circunstancias, inmediatamente agrega que “el día que, con laexcusa de la libertad real, la autoridad del Estado se extienda al conjunto de la sociedady tienda a no reconocer esfera privada alguna, son precisamente las libertades formaleslas que reivindican los intelectuales y las masas” (1991:55).

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13 Es posible que Aron tuviese en mente la Prusia absolutista del siglo XIX y/o la monarquíaburguesa de Luis Felipe entre 1830 1848. Este último era un régimen liberal con Estadode derecho, parlamento, y una opinión pública relativamente independiente, pero dondeel cuerpo electoral estaba restringido a los 300.000 contribuyentes con derecho a voto.

14 Si bien sus consecuencias últimas lo alejan de este autor (Olson, 1982).15 El actual contraste entre Chile y Uruguay con Venezuela representa un nuevo acertijo

para las tensiones entre libertad e igualdad. Chávez, abanderado de la igualdad, logróreducir la pobreza a la mitad, pero Chile y Uruguay, así como Brasil, parecen habertenido logros más sólidos en materia de reducción de la pobreza respetando las libertadespúblicas, de los que tuvo Chávez restringiéndolas. Frente a este panorama podemoshacer nuestra la conclusión de Aron en los ‘60: "Las sociedades occidentales de hoy endía tienen un triple ideal: la ciudadanía burguesa, la eficiencia técnica y el derecho decada uno de elegir el camino de su felicidad. No tengamos la ingenuidad de creer que esfácil realizar las tres simultáneamente" (1991a:70). Con más optimismo que el suyo, opinoque Uruguay y Chile demuestran que, si bien no es fácil, al menos es posible.

16 Albert Thibaudet (1922) señala el paralelismo entre la guerra del Peloponeso y la PrimeraGuerra Mundial.

17 Este es el título en el original francés Les guerres en chaine y de su traducción norteamericanaA Century of Total War. Tanto el traductor de la edición argentina como el de la americana,extrapolan la idea de la guerra total a la guerra fría. Pero Aron se inclina ya en este texto,pero sobre todo en su obra sobre Clausewitz, a definirla como un substituto de la guerratotal. Los hermanos enemigos piensan la guerra y se libran a una diplomacia que hace aveces uso de la violencia, pero que lejos está de ser una guerra total.

18 Fue excesivo porque Austria exigía que en la investigación del atentado participasen fun-cionarios austríacos.

19 Aron dice que en 1914 nadie consideraba que la guerra fuese un crimen. Desencadenarla guerra no era un acto criminal porque los europeos desde siempre se habían hecho laguerra. Fue por su carácter hiperbólico, por las consecuencias no deseadas de la guerraque esta adquirió un carácter monstruoso (1996:278). Podemos agregar que todavía tampocoAron en 1937 pensaba que los responsables eran también culpables.

20 En 1888 Bismarck se había referido en forma premonitoria a la posibilidad de que en losBalcanes un país diese el pretexto para encender un conflicto mundial, señalando preci-samente la desproporción como fruto de una decisión errónea, entre lo poco que estabaen juego, es decir un conflicto menor, y su resultado, una catástrofe de proporciones his-tóricas. A propósito de Bulgaria, sostuvo que “ese pequeño país entre el Danubio y losBalcanes, no es ningún objeto los suficientemente relevante, como para involucrar a Europaen una guerra de Moscú a los Pirineos, del mar Báltico hasta Palermo, cuyo resultado nadiepuede prever y al final de la cual uno no sabría los motivos que desencadenaron el conflicto”(Golo Mann, 1971). Como dice Golo Mann, que en 1914 se tratase de Serbia y no deBulgaria, no implica desde el punto de vista filosófico ninguna diferencia. En rigor,como sostiene A.J.P. Taylor, a pesar de sus intentos de mantener a Alemania alejada delintríngulis balcánico, una vez asumido su compromiso de que sus alianzas con Austria

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Hungría tenían como único objetivo preservar y garantizar la monarquía de los Habsburgo,siempre existía el riesgo de que Alemania se viese envuelta en las querellas austríacas enlos Balcanes. Más allá de sus reiteradas afirmaciones de que no estaba dispuesto a sacrificarlos huesos de un sólo granadero pomeranio en los Balcanes o en el Mediterráneo, Bismarckcreó las condiciones para que sus sucesores, atados a esa alianza, crearan las condicionesque llevaron al conflicto de 1914 (Taylor, 1992:259).

21 En alemán significa en sentido literal derribar, echar por tierra.22 Las condiciones para este escenario son que la guerra sea: 1) Un acto aislado. Es como si se

originase de repente, y no tuviese ninguna relación con la vida anterior del Estado. 2) Frutode una única decisión o fuera el fruto de una serie de decisiones simultáneas. 3) Una decisiónlimitada a sí misma, sin consecuencias para el resultado político que genera, como si esteúltimo a través de un cálculo anticipado no repercutiera ya sobre la guerra (Aron, 2005).

23 “La sospecha mantiene la rivalidad de los armamentos: el interés común frena la ascensióna los extremos y conduce a la observación armada” (Aron, 1976, Tomo II:238).

24 “Es en los terceros países alineados o no alineados que la rivalidad ruso-americanaasume una intensidad, por instantes, una violencia que la acerca a la guerra” (Ibid.:249).

25 Son los términos con los cuales Aron define a Tucídides y que nosotros aplicamos aAron. La afinidad entre ambos aparece con claridad en Aron (1964).

26 Según Samuel Amaral (s/f), Germani reconoce que el concepto de “masas disponibles”fue acuñado por Aron para entender el origen del nazismo, mientras que Germani loaplicó a los origenes del peronismo. La expresión figura en Aron (1936:299-320) y Aron(1973: 283).

27 Este pasaje que Aron escribió a propósito del historiador griego, sintetiza su propio pen-samiento: “La política es dialéctica cuando se desarrolla entre hombres que se reconocenrecíprocamente [aclaramos, los miembros de una misma ciudad]. Ella es guerra cuandoopone a los hombres que, no obstante reconocer recíprocamente su libertad, se consideranextranjeros unos a los otros, miembros de ciudades, cada una celosa de su independenciatotal. Simultáneamente nos damos cuenta porque la guerra es la culminación de la política,al mismo tiempo que su negación” (Aron, 1964:116-117).

28 Aron acertadamente señalaba que el gobierno de Asamblea de la IV República no estabadominado ni por partidos disciplinados ni por personalidades independientes de los partidos,sino que acumulaba las características y las faltas de ambos tipos de parlamentarismos,tanto el dominado por los partidos como el dominado por las personalidades (Aron,1996:727).

29 “Una teoría de la acción es una teoría del riesgo al mismo tiempo que una teoría de lacausalidad (…) Una ciencia que analice las relaciones de causa y efecto, como MaxWeber deseaba para la teoría, es así también la misma que responde a las necesidades delhombre de acción. La teoría de la causalidad histórica basada sobre el cálculo retrospectivode posibilidades (que habría pasado si…) no es otra cosa que la reconstitución aproximadade las deliberaciones que tuvieron o pudieron tener los actores” (Aron, 1975:11).

30 Exiliado en Inglaterra luego de la ocupación alemana, y enrolado en la resistencia gaullista,su compromiso político no turbaba su equilibrio. Ocupada Francia por los nazis y divididos

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los franceses entre los seguidores de Petáin y los seguidores de De Gaulle, Aron se mani-festaba como un propulsor aislado de lo que el denominaba una política del entendimiento,donde “la estrategia está hecha de una táctica que se renueva indefinidamente (…) Lapolítica del entendimiento –Max Weber, Alain– busca salvaguardar ciertos bienes, la paz,la libertad, o alcanzar un objetivo único, la grandeza nacional, en situaciones nuevas quese suceden sin organizarse” (Introducción, p. 413). En esta caso para Aron el bien máspreciado era la unidad de los franceses, es decir, evitar la guerra civil. La firma del armisticiohabía dividido a Francia entre la zona ocupada por los Alemanes y la llamada zona libredel régimen de Petáin. El armisticio que puso fin a las hostilidades pero no al estado deguerra entre los beligerantes, le había permitido a Vichy conservar el imperio, la flota ylo que quedaba del ejército. Cuando la relación de fuerzas se modificase en contra deAlemania, existía la posibilidad de que Petáin y los atteintistes cambiaran de bando y seuniesen a los aliados. Aron diferenciaba claramente a estos últimos de los colaboracionistas,es decir la derecha radical partidaria de una alianza ideológica con la Alemania nazi. Adiferencia de De Gaulle y sus seguidores ortodoxos para quienes la política de Vichy visa vis de los alemanes significaba colaborar con el enemigo, para Aron la acusación másgrave que se le podía hacer a Vichy era que en noviembre de 1942 luego del desembarcode una fuerza anglo-americana Pétain no se hubiese trasladado al norte de África poniendofin a la colaboración, reanudando la guerra contra Alemania, y restaurando la unidad delos franceses divididos entre petainistas y gaullistas (Aron, 1983b:78-81).

31 Aron consideraba Paz y guerra entre las naciones como un libro del que años después veíalos defectos, por los aspectos periodísticos que debería haber evitado, y consideraba quesus mejores libros eran los que no tenían nada de periodístico: L’introduction a la philosophiede l´histoire, Historie et dialectique de la violence y Clausewitz (Aron, 1983b:269 y 274).Nosotros compartimos, por el contrario, el juicio de Pierre Hassner, para quienes libroscomo Le Grand Schisme y Les guerres en chaine, híbridos de teoría y periodismo, permitencomprender mejor la empresa intelectual de Aron y la significación histórica de nuestraépoca (Hassner,226).

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Revista de Instituciones, Ideas y Mercados Nº 55 | Octubre 2011 | pp. 133-149 | ISSN 1852-5970

VALORES LIBERALES Y UN NUEVO POPULISMOLATINOAMERICANO*

Carlos Rodríguez Braun**

Igual que la pornografía, el populismo es difícil de definir, pero lo recono-

cemos cuando lo vemos. Y lo que hemos visto en América Latina son

populismos inestables que sufren una deslegitimación cada vez más clara.

Sospecho que el populismo latinoamericano va a registrar una nueva trans-

formación en busca de una mayor estabilidad, y no la buscará en las variantes

más antiliberales del chavismo, y menos aún en el polvoriento castrismo.

Podría alcanzarla con una aproximación al liberalismo, lo que sería un fenó-

meno inédito, pero temo que es más probable que la política latinoamericana

no abrace la causa de la libertad sino la del Estado del Bienestar.

El populismo ha demostrado que genera expectativas que no puede cum-

plir, y su fracaso además es visible en períodos más breves (Cammack,

2000:152), lo que resulta letal: en efecto, si algo parecido a una teoría del

populismo pudiera elaborarse, subrayaría precisamente esta relación con el

tiempo, al debatirse entre la demagogia de sus líderes y lo que Guy Hermet

llama “la impaciencia irreflexiva de sus clientes” (Hermet, 2003:11). Esta

peligrosa preferencia temporal, peligrosa para el poder y destructiva para

la economía, también tiene lugar cuando el intervencionismo adopta un

carácter institucional, tal como sucede en los países desarrollados, pero

con una diferencia: el populismo está asociado a personas, incluso adopta

su nombre, con lo cual enlaza su destino a los avatares de esas personas,

habitualmente más convulsos que los que registran los sistemas políticos

* Ponencia pronunciada en la reunión regional de la Sociedad Mont Pelerin, “The PopulistChallenge to Latin American Liberty", organizada por la Fundación Libertad (Rosario),del 17 al 20 de abril de 2011 en Buenos Aires. Reproducida aquí con permiso.

** Doctor en Ciencias Económicas (Universidad Complutense de Madrid). Catedrático deHistoria del Pensamiento Económico en la misma universidad. Email: [email protected]

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que permanecen a grandes rasgos inalterados aunque cambien los dirigentes

de las Administraciones Públicas.

El carácter autodestructivo del populismo es tan innegable que los

intentos políticos de intervenir en los mercados a la antigua usanza de

los gobiernos populistas (nacionalizaciones, controles de precios) son des-

acreditados ante la opinión pública. Existe un aprendizaje que da como

resultado que los latinoamericanos valoren un país como Chile más que

uno como Venezuela, y respeten más a los mandatarios de Santiago, Bogotá,

Brasilia o México que a los de Caracas, La Paz, Managua o Quito (Dorn-

busch y Edwards, 1991:12; Isern Munné, 2004; Walker, 2006:44). Y han

demostrado que aprecian a España, emigrando en grandes números: el que

la presión fiscal en términos de gasto público total derivada del Estado

del Bienestar se sitúe en torno al 50 % del PIB, y no haya bajado del 40

% en los años del “neoliberal” Aznar, no es objeto de recelo o crítica. Si

este aprecio va a cambiar en el futuro, ello se deberá no sólo a los mayores

impuestos sino a la combinación entre ellos y las dudas sobre la sosteni-

bilidad del sistema.

El ficticio neoliberalismo, entendido como un programa que recorta apre-

ciablemente el peso del Estado y abre las puertas a empresas privadas en

una economía de mercado, también afectó a América Latina, donde varios

gobiernos en los años 1990 fueron caracterizados por haberse plegado a

una suerte de populismo liberal. Exploraremos en primer lugar ese populismo

liberal, que fue más populista que liberal, y no pudo eludir las contradicciones

del populismo clásico. Seguidamente compararemos las políticas interven-

cionistas del populismo y las de las naciones democráticas desarrolladas,

que no son tan distintas como la opinión pública y la discusión académica

suele considerar. Ambos equívocos nos permitirán concluir con una pers-

pectiva de la transformación del populismo en América Latina en busca de

una mayor estabilidad económica y política, y de las posibilidades que

tiene el liberalismo de contrarrestar el nuevo mensaje populista democrático

y antiliberal.

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Valores liberales y un nuevo populismo latinoamericano | 135

Populismo y liberalismo

Las diversas acepciones del populismo fueron estatistas (Almonte y Crespo

Alcázar, 2009:26; Aguinis, 2005:18); el populismo es desde larga data inter-

vencionista, nacionalista, proteccionista, autárquico, xenófobo, paranoico-

conspirativo, contrario a la globalización, y hostil a los países ricos como

Gran Bretaña en el siglo XIX, Estados Unidos en el XX, y en los últimos

tiempos exhibe antiespañolismo.

Sin embargo, en los años 1990 diversos gobernantes latinoamericanos,

en particular Carlos Menem en la Argentina, adoptaron políticas que se opo-

nían a la tradición populista, como la privatización de empresas públicas y

la apertura comercial tanto interior como exterior. Estos gobernantes fueron

asociados al liberalismo, y algunos liberales equivocadamente los respaldaron

(Gallo, 1992; Rodríguez Braun, 1997).

El llamado neoliberalismo fue un sistema oportunista que nunca respetó

el fundamento liberal: la limitación del poder (Novaro, 1996:100). Aportaré

una anécdota personal. Un grupo de analistas conversamos con Menem en

Barcelona en marzo de 1994. Le formulé dos preguntas. En primer lugar:

¿por qué adoptó unas políticas económicas liberalizadoras sin haber dado

antes ningún indicio de que su gestión podría marchar en esa dirección?

Me respondió con una sonrisa: porque si anuncio que lo voy a hacer, no

me vota nadie. Esto, al revés de lo que parece, tiene poca gracia, porque

hace depender la libertad del capricho del poderoso. Hablando de libertad

y poder, la segunda pregunta fue, precisamente: ¿qué piensa usted de los

límites del poder político como garantía de la libertad ciudadana? Revela-

doramente, no contestó porque, según me dijo, no entendía la pregunta.

En efecto, las políticas privatizadoras y aperturistas no bastan para definir

un gobierno como liberal, porque pueden ser neutralizadas por otras de sentido

contrario, y porque el liberalismo no descansa sólo sobre la economía sino

sobre instituciones, una cultura política y un fondo moral común

(Gallo,1992:124-5). Las medidas liberalizadoras, entonces, pueden coincidir

con expansiones de la coacción pública en términos de impuestos, gastos y

deuda, como sucedió con Menem y también con Felipe González en España,

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otro mandatario acusado de neoliberal y bajo cuya gestión el peso de las

Administraciones Públicas alcanzó el récord del 50% del PIB.1 Hoy mismo

en España se acusa de neoliberal a un José Zapatero que ha extendido la coac-

ción fiscal y ha recortado libertades en varios ámbitos. Además, el pseudo-

liberalismo neoliberal reprodujo algo del populismo tradicional: el cambio

de las constituciones para que los líderes providenciales puedan continuar

ocupando la jefatura del Estado. Esto ya lo hizo Juan D. Perón en 1949, y

los populistas latinoamericanos compartieron con posterioridad la norma casi

sin excepción. Lo han hecho Hugo Chávez y Evo Morales, pero también

Menem, Fujimori, e incluso Uribe, nunca incluido en este grupo, y por buenas

razones. Carlos Malamud (2010, capítulo III) - que condensa con acierto la

concepción populista del poder así: “el poder es para siempre, ni se comparte

ni se reparte”- recuerda el ejemplo de Daniel Ortega en Nicaragua, ilustrativo

por lo despótico y ridículo, que manipuló la Corte Suprema de Justicia para

que declarara que el artículo de la Constitución que prohibía la reelección

sucesiva atentaba contra los derechos humanos de los candidatos.

El populismo tiende a ser contrario a los valores liberales, y en su

forma clásica floreció bajo el intervencionismo que se extendió desde los

años 1930, personificado en el pensamiento económico por Keynes pero

que estaba en el ambiente en todo el mundo, como lo prueba el auge del

fascismo y otras variantes del socialismo (Rabello de Castro y Ronci,

1991:158; Sturzenegger, 1991:83-6). Ahora bien, el populismo no responde

a un modelo único, y su intervencionismo puede albergar componentes de

liberalización más o menos intensos por razones de oportunismo que el

populismo puede explotar precisamente en ausencia de la cultura y las tra-

diciones liberales compartidas a las que hemos aludido (Bazdresch y Levy,

1991:228). Su discurso tiene puntos en común con el fascismo y también

con el socialismo, aunque ningún populismo fue socialista en el sentido de

propugnar la completa socialización de los medios de producción. Al contrario,

lo habitual es que se presente como un sistema que integra al empresariado,

aunque con adjetivos que califiquen positivamente como “nacional”, y le

hace desempeñar importantes papeles políticos, empezando por el corpo-

rativismo de los pactos o diálogos “sociales” tripartitos, con el Gobierno y

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Valores liberales y un nuevo populismo latinoamericano | 137

los sindicatos. Dada la política del llamado desarrollo hacia adentro, el

empresariado bienvenido por el populismo ha sido por regla general pro-

teccionista, ineficiente y oneroso. Pero las empresas no han sido hostigadas

de modo global por la política populista.

El intervencionismo populista ha tenido una doble dimensión, tanto micro

como macroeconómica, desde el control, en ocasiones disparatadamente

minucioso, de precios y salarios, o la nacionalización de empresas sumi-

nistradoras de servicios públicos, hasta la manipulación del crédito, el

establecimiento de un amplio abanico de aranceles, llegando incluso hasta

la autarquía comercial, la sobrevaluación del tipo de cambio, y políticas

monetarias y fiscales que impulsaban la inflación y el déficit público (Cardoso

y Helwege, 1991:46-7). A pesar de las apariencias, empero, el Estado populista

no ha sido muy grande en comparación con otros, como tampoco lo ha

sido su presión fiscal, caracterizada por su selectividad redistributiva, dado

que tendía a financiarse castigando especialmente a algunos grupos, discri-

minados política y también económicamente, como los agricultores o los

importadores. Esto lo ha tornado dependiente de las exportaciones, preci-

samente una variable que las políticas populistas han tendido a perjudicar.

Con ciclos abruptos de crecimiento y crisis, las políticas populistas

conducen a callejones sin salida, donde las medidas destinadas a satisfacer

realmente los intereses de los empresarios no competitivos y supuestamente

los de los trabajadores tropiezan con al menos tres cuellos de botella: la

balanza de pagos, la Hacienda pública y la estabilidad de precios. Si la sol-

vencia del razonamiento populista es endeble, su credibilidad resulta dañada

por la comprobación de que sus políticas son insostenibles, y sus beneficios

a corto plazo resultan menores que los costes impuestos por la corrección

de los desequilibrios que generan (Bazdreschy Levy, 1991:254-5).

A medida que la reiteración de estos fracasos erosiona su capital político,

es comprensible que se abra camino la hipótesis del fin del populismo.

Después de todo, es razonable pronosticar que el instinto de supervivencia

de los gobernantes les hará apartarse de estrategias desprestigiadas. Cabe,

sin embargo, anotar otra hipótesis, inquietante para los valores liberales: el

populismo puede no extinguirse sino transformarse en una agenda política

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sostenible, que modifique su intervencionismo no sólo sin atenuarlo sino

profundizándolo, y que al mismo tiempo atenúe los problemas de inestabilidad

y agotamiento que ha padecido hasta hoy.

Populismo y democracia

Las relaciones entre populismo y democracia suelen ser calificadas de

antitéticas (Torre, 2001:178; Aguinis, 2005:17; Krauze, 2005; Rabello de

Castro y Ronci, 1991:157). El populismo tiene contradicciones con la demo-

cracia al subrayar el papel de líderes carismáticos que no necesitan inter-

mediarios institucionales entre ellos y los ciudadanos, porque se supone que

emanan del pueblo, al que protegen frente a perversas oligarquías nacionales

y extranjeras. Así,

El populismo toma literalmente lo de ‘gobierno del pueblo por el pueblo’ y

rechaza todos los frenos y contrapesos ante la voluntad popular. Otros ele-

mentos constitutivos de la democracia - el imperio de la ley, la división de

poderes o el respeto a los derechos de las minorías- son impugnados porque

constriñen la soberanía del pueblo (Jagers y Walgrave, 2007:337-338).

Esto, sin embargo, no debería conducir a la conclusión de que todo el

contenido del populismo es incompatible con la democracia tal como la

conocemos en los países desarrollados, o que ésta no guarda relación alguna

con el populismo. Una cosa es que el populismo se vea arrinconado en un

sistema político estable con una sociedad civil más o menos articulada (Rabe-

llo de Castro y Ronci, 1991:151; Bazdresch y Levy, 1991:256), y otra cosa

es que en ese contexto resulte ausente del todo.

Recordemos la indefinición del populismo: “carece de color político…y

puede ser de derechas o izquierdas. Es un estilo político habitual, adoptado

por toda suerte de dirigentes en todos los tiempos. Es simplemente una estra-

tegia para recoger apoyos” (Jagers y Walgrave, 2007:323). El populismo

puede cambiar, como se vio con Alan García en el Perú, o con Menem, un

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peronista que apoyó la globalización y la apertura económica, contra el

antiguo nacionalismo de su partido, aunque, como hemos dicho, expandió

el papel del Estado, y además debilitó la división de poderes y extendió la

corrupción gracias a una Justicia adicta, y emprendió peligrosas alquimias

monetarias, todo ello característicamente antiliberal, a lo que cabe añadir

el mantenimiento de las redes clientelares, como la estructura sindical. La

falta de homogeneidad y el oportunismo, señales del populismo, son abru-

madores en este caso, y de ahí que se haya hablado de neopopulismo para

referirse a Alberto Fujimori en Perú, o a un Menem que privatizó las empresas

públicas que había nacionalizado su propio partido en tiempos de Perón a

partir de 1946. Carlos Torre sugiere que el populismo no es un fenómeno

transitorio, y tampoco está ligado a una fase económica, la de sustitución

de importaciones (y el proteccionismo que conlleva), ni resulta en exclusiva

de una crisis, sino que cabe asociarlo con el intervencionismo redistributivo

(Torre, 2001:172,185,189); y eso marca precisamente las políticas de las

democracias más estables. El populismo, como hemos indicado, tiene un

componente personal, pero allí radica una de sus deficiencias a la hora de

tropezar consigo mismo merced a la inestabilidad económica y política, y

al descontento ciudadano. Los resultados de la política populista son más

atribuibles a una persona que en una democracia estable. Si los líderes popu-

listas lo aprovechan cuando las cosas van bien, lo sufren más cuando van

mal. En cambio, en los países desarrollados los gobiernos cambian pero nin-

guno se ha opuesto seriamente el Estado del Bienestar.

La exhibición que realizan de su cercanía con el pueblo no es una pecu-

liaridad de los populistas latinoamericanos (Jagers y Walgrave, 2007:322).

Las facetas populistas de la política española, por ejemplo, han sido señaladas

por Recarte (2010, 279-283). Las muestras están en todas las formaciones

políticas, incluida la derecha, que en España y Europa se autodenomina

Popular. En España, los socialistas insisten en su proximidad con “los humil-

des”, y Zapatero definió el PSOE como “el partido que más se parece a

España”. Cambiando el énfasis del partido por el de la persona, típica del

populismo, el mensaje se equipara al del eslogan de Fujimori: “un presidente

como tú” (Torre, 2001:182).

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Apuntemos una vez más que el populismo postula el acuerdo con empre-

sarios: los conflictos absolutos con ellos en América Latina, al estilo de Allende,

son raros (Bazdresch y Levy, 1991:224). Perón habló de la “tercera posición”

mucho antes que Anthony Giddens, y en líneas parecidas se expresaron Mac-

millan y muchos políticos en los años 1930, incluidos los fascistas (Vargas

Llosa, 2005:12). Es cierto que en las últimas décadas la reiteración de esos

acuerdos con los empresarios han tendido a ser, sobre todo en los países des-

arrollados, diferentes de los abiertamente proteccionistas del populismo, pero

el argumento político general de la necesidad de los llamados pactos sociales

es similar, y seguramente más efectivo a la hora de legitimar el poder en re-

gímenes no populistas. En todo caso, el populismo está preparado para este

tipo de estrategias de concertación democrática, que ha llevado a la práctica

en contextos dispares; por volver al caso argentino, el peronismo anudó alianzas

interclasistas con burguesías industriales proteccionistas, pero supo modificar

las coaliciones con la política más aperturista de Menem, y volverlas a modificar

después con Duhalde y los Kirchner (Torre, 2001:174,177).

La izquierda puede apoyar al populismo, como con Chávez y Morales,

y antes con Cámpora y Perón, pero en los últimos años –aunque sin romper

lazos con el chavismo y sus ramales latinoamericanos– ha manifestado una

creciente predilección por los modelos redistributivos más estables como

los de Chile o Brasil. Un ejemplo es Paramio, quien no condena el populismo

“en la medida en que introduce medidas sociales y económicas favorables

a las mayorías”, pero la alternativa de la izquierda ante el populismo debe

resolver su contradicción fundamental: “puede derivar fácilmente en políticas

económicas poco o nada responsables, ya que su prioridad es la redistribución

clientelar en lugar de la inversión y la transformación de la sociedad” (2006:72).

Reconoce la dificultad debida a que el populismo tiene en América Latina

un tirón electoral generalmente mayor que la izquierda, y por eso no es casual

que la izquierda tenga peso ahora donde ya lo tenía antes (Chile, Brasil,

Uruguay), y acierta al señalar la clave redistributiva en un marco de estabilidad

política y crecimiento económico. Esta clave, asimismo, no excluye a la dere-

cha, como se ve en las democracias avanzadas y en América Latina con

Piñera. Lo que sí excluye es la promoción de los valores liberales.

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Con la redistribución institucionalizada como eje, el populismo puede

transformarse y superar sus deficiencias en un marco democrático, donde

la demagogia quede atrás o más probablemente resulte integrada como

parte tolerada, cuando no aplaudida, de un sistema político, como se ha

dicho de Colombia, un país donde hay clientelismo sin populismo (Urrutia,

1991:374; Rabello de Castro y Ronci, 1991:151). México también ha

sido considerado como protegido contra el populismo por su entramado

institucional (Aguilar Rivera, 2006:41). Guy Hermet dice que ningún polí-

tico respetable se declarará populista “cuando todos recurren a una dosis

de populismo para ser elegidos” (2003:6,14). Los demás ingredientes del

populismo también podrán sobrevivir, incluidos la personalización del

gobierno, la demonización de la oposición, la hipertrofia del Poder Eje-

cutivo, el debilitamiento de los frenos y contrapesos, y la urgencia de

presentar resultados plausibles y visibles. Parafraseando a Constant podrí-

amos pensar en el populismo de los antiguos y los modernos, o también

en la izquierda carnívora y vegetariana, siendo aparentemente preferibles

las segundas alternativas (Mendoza, 2008).

Pero hay que subrayar que no estamos hablando del paso del interven-

cionismo a la libertad sino de un intervencionismo a otro más estable. En

el plano político la reivindicación de los premios y castigos cambiaría: ya

no se trataría de trabajadores excluidos contra minorías oligárquicas, o de

empresas nacionales/pequeñas contra extranjeras/grandes. En una democracia

desarrollada hay grandes grupos identificables excluidos masivamente, pero

son los incapaces de organizarse y resistir la opresión, como los contribu-

yentes, los consumidores, los fumadores, etc. Esto explica en sentido inverso

por qué los socialistas en Europa exhortan al gasto público en la ayuda

exterior, porque la opinión pública puede distinguir a millones de pobres

en otras latitudes, y aceptar la tributación supuestamente en su nombre. La

política encuentra nuevos sujetos de su acción (homosexuales, mujeres,

medio ambiente) y puede imponer su intervencionismo con una retórica de

estilo populista, la “ampliación de derechos”, mientras que disuelve el

coste de su acción entre una clase media contribuyente cada vez más amplia

y menos resistente.

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En el plano económico estaríamos ante gobiernos ahora sí preocupados

por el déficit público y la inflación, que emprenden políticas que no interfieren

con el mecanismo de precios y la asignación de recursos en el mercado,

frente al populismo clásico (Bazdresch y Levy, 1991:228). Podemos pasar

del viejo populismo contrario a la globalización a un populismo difuminado

en el Estado del Bienestar, con libertad de comercio pero una elevada fis-

calidad aparentemente demandada por unos ciudadanos que, como en Europa,

pueden acabar teniendo una redistribución que ya no se hace ocasional y

arbitrariamente a través de los salarios o de la manipulación política de los

precios relativos, incluido el tipo de cambio, sino a través del gasto público,

y cuyo desenlace, que desconcierta a políticos y medios de comunicación,

son sociedades con impuestos altos pero salarios relativamente bajos, como

sucede con millones de los llamados “mileuristas”.

No pienso que la transición sea sencilla. Al contrario, resultará difícil

porque los países latinoamericanos padecen carencias institucionales que

impiden el funcionamiento de un Estado normal, y más aún de un Estado

del Bienestar. Este último no es sólo gasto, redistribución e impuestos: es

un nuevo modelo de Estado que se basa en una tradición intervencionista

y una cultura política que cambia la visión liberal sobre conceptos esenciales

como derecho, justicia o ciudadanía. Es algo que no se trasplanta con facilidad

entre continentes. Ahora bien, cabe sugerir que el caso de América Latina

es propicio para la transición, por tres razones: la economía, la política y

los valores.

Los países desarrollados no son ricos porque tienen Estados grandes sino

que tienen Estados grandes porque son ricos. América Latina registra un

largo período de crecimiento que ha podido sortear comparativamente la crisis

económica. En la política también sobresale una circunstancia inédita: la gene-

ralización de la democracia, lo que distingue a la región frente a otros países

emergentes con gran dinamismo económico. Y quizá lo más importante es

que en la cultura política latinoamericana se extienden nuevos valores y con-

sensos que la aproximan a la del Primer Mundo. Los ciudadanos cuestionan

cada vez menos la economía de mercado y cada vez más las medidas que

remiten al viejo populismo, como el proteccionismo, los déficits públicos o

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Valores liberales y un nuevo populismo latinoamericano | 143

la inflación. Cabe destacar la aceptación de la democracia y las demandas de

intervención pública, tanto en su dimensión redistributiva como en el aspecto

ancestral de la seguridad, tal como se ha visto en tiempos recientes en ciudades

de México y Brasil. Se considera problemático que en la región se paguen

pocos impuestos, queja que suele asociarse a pobreza y desigualdad, y nunca

a una presión fiscal elevada –cuando a veces se reconoce este hecho, de

inmediato se añade que la presión tributaria es alta para los infortunados que

pagan, y se fantasea con que podría ser menor si lo fuera también la evasión

y la economía sumergida. Es corriente asimismo la idea de que en América

Latina “no hay Estado”, supuesta realidad que jamás es celebrada.

El potencialmente nuevo escenario estable intervencionista y redistributivo

sería sostenible superadas las trabas que la arbitrariedad populista erige

contra el desarrollo económico. Esta idea reformista prevalece en ámbitos

latinoamericanos. Así como hace medio siglo respetables académicos o

miembros de la Alianza para el Progreso pedían la reforma agraria, ahora

otros igualmente ponderados y reformistas proponen programas redistri-

butivos (Cardoso y Helwege, 1991:47,59,65; Ocampo, 1991:363-4). La solu-

ción pasaría no por el liberalismo sino por una combinación de apertura de

mercados y gasto social, otra vez una tercera vía, “un mejor equilibrio

entre mercado y Estado” (Barnechea, 2005:19).

Un liberal tan reconocido como Arnold Harberger llegó a apuntar: “gobier-

nos de centroizquierda han aplicado políticas económicas bastante buenas

en los últimos años: González en España, Mitterrand en Francia” (1991:365).

Pero las gestiones de estos mandatarios fueron deficientes y fueron criticadas

en su momento por muchos liberales. Los gobiernos de González en España

dieron lugar a unas elevadas tasas de paro y a un gasto público desbocado.

Cuando Harberger los elogia parece que los valores liberales enfrentan

dificultades, porque las políticas que aplaude tuvieron apreciables capítulos

antiliberales. No fueron, en cambio, suspiremos aliviados, populistas.

Gerardo Bongiovanni dice que el populismo no es teóricamente definible

porque es un truco, un modus operandi que vale para todo apelando al pueblo

(2007:19-21). Pero por eso no es descartable que supere sus ineficiencias

intervencionistas a la hora de fomentar el crecimiento económico y adopte

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la forma de redistribución institucionalizada. En el nuevo populismo, por

tanto, los líderes personalistas y carismáticos serían reemplazados por el

Estado del Bienestar, más legitimado a la hora de estabilizar, profundizar

y prolongar la coacción. Los índices de libertad económica celebrarían la

mayor apertura comercial de América Latina, su menor intervencionismo

microeconómico, su mayor seguridad jurídica, su menor déficit, su inflación

moderada y la ausencia de oscilaciones bruscas en los tipos de cambio.

Sólo añadirían como nota al pie que, en ese escenario idílico similar al de

Europa, la clase media latinoamericana ha terminado pagando unos impuestos

también parecidos a los de Europa.

Conclusiones

Hemos visto que el populismo es esencialmente antiliberal. También hemos

explorado la conjetura de una transformación del populismo, que podría

integrarse en una democracia intervencionista estable, algo que desde el

punto de vista liberal representaría un paso atrás y una consolidación de la

coacción.

Pensemos, por ejemplo, en que el abandono de las nacionalizaciones

masivas o los controles de precios exhaustivos en el marco de una expansión

del Estado sería peor para los valores liberales, por la máscara que muchos

tardarían más en descifrar si la comparamos tanto con el viejo y torpe populismo

estatista como con el comunismo completamente expropiador, hoy aún más

desacreditado que el populismo clásico. La preocupación por el déficit público

puede ocultar un acusado incremento en gastos e impuestos. La economía de

mercado, pues, hostigada por el intervencionismo populista tradicional, puede

serlo aún más por los sistemas democráticos modernos con un Estado del

Bienestar consolidado. ¿Qué hacer ante un nuevo escenario que plantea a los

valores liberales una amenaza superior a la del viejo populismo?

Se pueden aprovechar las contradicciones del sistema. Si la mutación

populista desembocará en una democracia reconocible como tal, entonces

no podrá silenciar las voces opositoras con la crueldad ni la eficacia con

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que lo hizo en el pasado. Si hay posibilidad de crítica, las voces liberales

podrán denunciar las pérdidas de libertades con menos riesgos que bajo el

populismo clásico. Con ese mayor margen de acción podremos indicar en

los países que se mantengan aferrados al populismo más personalista y menos

institucional las incompatibilidades entre los mensajes y la política del popu-

lismo, su incapacidad a la hora de cumplir sus promesas, los pésimos resul-

tados prácticos de su intervencionismo, su corrupción, su abuso del poder,

su clientelismo, su sectarismo, su culto a la personalidad, y las muestras más

ridículas y grotescas en las que siempre cae el populismo, sin ignorar su

recurso a cierto grado de violencia bajo el amparo de los llamados “movi-

mientos sociales” a los que nunca se puede reprimir –si están a favor del

Gobierno o comparten su ideario total o parcialmente.

En la medida en que la política latinoamericana evolucione hacia la

democracia normalizada, los liberales podremos aprovechar para denunciar

otras contradicciones: las que padece el Estado del Bienestar en las economías

más avanzadas. La reciente crisis lo ha debilitado y sus partidarios alegan

que la culpa es de la libertad. En todas las crisis han hecho lo mismo, y han

pretendido superarlas con aún más impuestos. Sin embargo, como en cada

oportunidad, la presión fiscal es más elevada que en los anteriores períodos

de turbulencias, y la sostenibilidad del sistema se agrieta por la combinación

de costes crecientes y prestaciones limitadas.

Una consideración final: ¿puede el liberalismo ser popular sin ser popu-

lista? No se trata, como hemos visto, de que el populismo adopte algún rasgo

liberal –sobre todo en economía–, algo que puede hacer sin que quepa hablar

con propiedad de populismo liberal, igual que resulta equívoco hablar de

nacionalismo liberal o socialismo liberal, al tratarse de teorías, regímenes

o estilos políticos de variable oportunismo pero sistemático anti-individua-

lismo. Dada su tendencia a expandir la coacción política y legislativa, lo

mismo valdría para la democracia liberal. Mezclar el liberalismo con cual-

quiera de los tres conduce a combinaciones vaporosas en donde caben muchas

cosas salvo la libertad.

Bryan Caplan opina que el liberalismo popular es posible aunque poco

probable; dice que su última muestra fue la revuelta fiscal de finales de los

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setenta y comienzos de los ochenta, y no le sorprende la anemia ulterior,

porque “el hombre de la calle tiene poca simpatía por el liberalismo” (2006).

Es concebible que los valores liberales puedan ser defendidos como bene-

ficiosos para el pueblo, y hacerlo con el éxito con que lo han hecho los popu-

listas antiliberales, pero sin mentir. Lógicamente, para lograr este objetivo

no hace falta aliarse con el populismo o convertirse en populista, lo que

exigiría el sacrificio de los principios, aunque siempre cabe argumentar

tristemente que el único líder latinoamericano que no sacrificó sus principios

liberales, Mario Vargas Llosa, perdió las elecciones presidenciales en Perú

frente al populista Fujimori (Gallo,1992:127).

A la hora de las propuestas positivas, el liberalismo popular enfrenta

los problemas que detectó Douthat al sospechar de las posibilidades liberales

del movimiento Tea Party, en particular el que los políticos que se dicen

liberales no cuestionan los llamados derechos sociales (2010:12). Y Stromberg

apuntó que no está claro que pueda existir un populismo inteligente enraizado

en la tradición liberal (2010:7). En efecto, no se ve cómo podría ese populismo

inteligente vadear la contradicción que estriba en que el populismo descansa

sobre la manipulación de las masas. En cuanto al Tea Party, sus facetas libe-

rales son ciertas, pero la hostilidad al Gobierno no basta para definir el

liberalismo, como tampoco basta la reivindicación de menor gasto público

o menos impuestos. Populistas, socialistas o nacionalistas, como también

conservadores, pueden abogar de modo ocasional u oportunista por ideas

liberales –en general, sólo económicas– y dejar al margen el individualismo

y la tolerancia. En el reino de las terceras vías todo es posible, incluso que

los liberales sean cortejados por corrientes de opinión que pretenden que

sean cualquier cosa menos lo que son.

notas

1 Para una fantasía políticamente correcta conforme a la cual en los años de Menem secontuvo el Estado a favor de una “primacía absoluta” del mercado (véase Méndez y MoralesAldana, 2005). Para los ingredientes liberales del primer socialismo latinoamericano véaseRodríguez Braun (2008).

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referencias

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Revista de Instituciones, Ideas y Mercados Nº 55 | Octubre 2011 | pp. 151-162 | ISSN 1852-5970

ECONOMIC DENATIONALIZATION AS AN ANTIDOTEAGAINST POPULISM*

Jorge C. Ávila**

Populism and Latin America, especially Argentina, are very good friends.

Since the Great Depression, a shock from which the country has been unable

to recover, Argentina is a classical example of populism. Its economic decline

for the last eighty years attests in this sense. As populism is a hybrid of

interventionist policies that go away and come again according to

circumstances, in the long run, this non-system is possibly more harmful

than socialism. Public opinion becomes too baffled to find populism guilty

of economic failure.

My question is this: How do we set a limit to populist economic policies?

International experience suggests that denationalization of key economic

fields may prove a durable limit to populism. In the following paragraphs, I

will discuss a) the origins and consequences of Argentine populism, b) a

program for denationalization, c) the ideas of an Argentine fore-runner of

denationalization, d) denationalization as an experiment in human design, e)

the need of non-reversible policies or the economic logic of denationalization,

and f) the role of education in moving from populism to a long-lasting market

order. I will conclude, in the final paragraph, that the role of education as a

change factor is unclear.

* Lecture given at Mont Pelerin Society’s Regional Meeting, “The Populist Challenge to LatinAmerican Liberty”, organized by Fundación Libertad (Rosario), and held April 17-20,2011 in Buenos Aires. Reproduced here with permission. I gratefully acknowledge commentsby Alberto Benegas Lynch Jr., Marcos Gallacher, J. Streb and G. Toranzos Torino.

** PhD in Economics (University of Chicago). Professor of Economics (University of CEMA,Buenos Aires). Email: [email protected] Webpage: www.jorgeavilaopina.com

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Argentine Populism: Ways and Results

Though the Argentine economic decline has become a classic reference, let

me make just a few remarks to add perspective. A century ago, the economic

organization of this country was one of the most liberal and efficient in the

World. Argentine prosperity was founded on three pillars: openness to trade,

gold standard, and fiscal federalism (Ávila, 2010:II,37-45). Exports were a

large fraction of GDP, mortgage loans were half the GDP, and the provinces

collected almost all their revenues by themselves. British railway capitalists

demanded no risk premium for the huge investments they were sinking in

the country, and per-capita income was the same as the Anglo-Saxon average

(USA, Great Britain, Australia, and Canada).

In 1930, international circumstances forced Argentina to abandon the

Anglo-Argentine Treaty for Amity, Trade and Navigation that was the legal

foundation of Anglo-Argentine trade and investment for more than a century

(Ferns, 1966). We think the Great Depression was the triggering factor of a

regime change that led the country to commercial autarky and political

isolation. In a few years, Argentina lost her historic bond to Britain, a

superpower at that time, and found herself pushed to the outdoors.

Around 1935 the country’s economic organization changed dramatically.

In the coming decades Argentina would become a very closed economy (only

more open than Brazil and Iran), experience a classic hyperinflation, several

banking panics and two defaults on her debt with the resulting highest country-

risk premium of the world for a thirty-year period (ten percentage points per

annum on average); at the same time, the country would convert into a unitary

state from the fiscal standpoint. In the last years, Argentine per-capita income

has fallen to forty per cent of the Anglo-Saxon average (Ávila, 2012, II).

Populism has reached its maximum possibilities in present-day Argentina.

There is no real limit to currency devaluation, beyond the political cost of

uncontrolled inflation (bank runs are unlikely because banks are not trustworthy

and deposits are pretty low); there is no real limit to trade interference, in

spite of Mercosur, and there is no limit either to the power of the President

over provincial governors due to political management of federal funds.

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Populism generally involves tinkering with property rights, through

nationalization when property is given up with or without proper compensation,

or through policies leading to sizable changes in the market value of affected

property. Argentina has undergone both types of violation of private property.

There is no difference between them as to their long-run impact upon capital

accumulation and growth. Recent examples of the first kind are the

nationalizations of pension funds and water utilities; recent examples of the

second kind are very frequent currency devaluations, freezing the tariffs of

public utilities, banning of meat and wheat exports, and so on.

Denationalization in Practice

An economic organization founded on protectionism, central banking and

fiscal centralism, all leading to nationalism and international isolation, should

be considered one of the basic causes of Argentine populism over the last

eighty years. This kind of organization is prone to populism due to its intrinsic

unaccountability and reversibility. In this setting, Presidents tend to deal not

with Congress, powerful governors and foreign powers, but with local interest

groups, provincial beggars and peripheral countries. An organization like

this entails a low cost of repudiation of the rules governing the economy. In

turn, a low cost of repudiation entails a high probability of reversion of

economic rules and consequently a high country-risk premium. Through this

process, populism ends up hindering investment, productivity, and growth,

apart from federalism and basic civil liberties.

The Argentine case is a good example of path dependence. The Great

Depression meant two things for the country: the demise of the Anglo-

Argentine Treaty and the loss of key export markets. The consequences of

these facts were political isolation and protectionism. In a few years,

international trends and political isolation led to foreign exchange controls,

central banking, and nationalization of tax collection. In this way, a regime

characterized by unaccountability and reversibility was born. Migué (1993:59)

pointed out in this sense that “broad historical trends… are consistent with

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the thesis that spending and regulatory instruments can be more easily

employed on a large scale when trade barriers are steep.”

A proposal to establish a limit to populism consists of taking away from

the jurisdiction of the national government the key fields of international

trade, money and banking, and tax collection. Regarding trade,

denationalization means to place foreign trade under the jurisdiction of a

free trade agreement with a superpower. For instance, an FTA with the USA

would force the Argentine government to comply with a definite tariff

structure and common rules regarding intellectual property, protection of

investments, official supplies, the environment and the labor market. Thus,

to denationalize in this field is equal to supranationalize.

Regarding money, denationalization means to substitute a world reserve

currency for the national currency. Regarding banking, it means to place

local commercial banks under the same jurisdiction as foreign resident banks.1

To denationalize in this field is equal to internationalize.2

Regarding public finance, denationalization means to decentralize the

collection of tax revenues. This involves making provinces accountable for

collecting most revenues so that political power is effectively divided. To

denationalize in this field is equal to provincialize.

The only purpose of denationalizing foreign trade, money and banking

is to make sure that key areas of the economy remain safe from the discretion

of the Argentine jurisdiction. The really high cost of repudiation of

supranational and international agreements should discourage interventions

of the national government in those areas. In this way, the country-risk

premium should go down and capital accumulation within national borders

should go up.

The goal of denationalizing tax collection is to restrict the power of

central government.

Think that twenty-four small populist governors should be less harmful

than a domineering populist President. Tax competition among provinces

should lead to lower taxes, better spending, and more effective democracy.3

We must warn nevertheless that the reversion cost of tax decentralization is

low. Why? Because the recreation of a centralized system by a future

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government won’t involve a repudiation of international agreements, that

could stigmatize and isolate the country.

Alberdi and the Cost of Repudiation

My thesis is not new. Friedrich Hayek (1978) wrote a proposal for denationalizing

money, which I have enjoyed reading, though it does not fit altogether in

the Argentine history of institutional reversibility. Juan Baustista Alberdi

(1854), the 19th century Argentine social thinker, wrote perceptively on the

stabilizing influence on domestic institutions of treaties with superpowers

(Britain, France, and the US at his time):

We must sign treaties to surround with equal immunity every ship, every

railway, canal, wharf, factory, where waves the flag of the friend nation to

which belongs the one who exploits those industries, making use of the civil

right consecrated by the Constitution. (…) This will be the only way to

preserve them from the dangers of the unending civil war; that is, to attract

them from abroad, to fix them to the country, and to get a fall in the interest

rate by way of reducing the risks that make it soar.

Our “shining city in the hill” would take the form of a confederation of

small provincial republics, active player in world trade and investment thanks

to treaties with superpowers, with a currency and banking system imported

from the “islands of stability” of the world.

Would Alberdi have approved of this picture? There is evidence that he

would have done so regarding the trade side of the picture. On the money

and banking side, though he didn’t write down any specific preference, we

think that after learning about a system that led to hyperinflation and repeated

banking restrictions, he would have shared our view on this matter. Now,

on the fiscal side of the picture Alberdi did have a specific preference. Since

the challenge at the time he wrote was to create a central government, he

preferred to build a strong federation. Nevertheless, after 150 years of growing

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concentration of political and financial power in the hands of the central

government, we think that he would have revised his view on this matter.

Better than most Argentine thinkers, Alberdi knew that, for a city to shine,

the Leviathan has to be restrained.

Non-Reversible Policies

A good policy is a necessary condition for capital accumulation. The sufficient

condition is a good and non-reversible policy. Regarding trade reform, the

successful British (1846) and Chilean (1973-2003) unilateral openings are the

exceptions that prove the rule, while the successful forced Japanese opening

(1950’s), the successful supra-national Spanish opening (from the 1970’s on),

the successful bilateral Mexican opening (from the 1990’s on), and the successful

bilateral Argentine opening (1862-1930) are the rule itself (Ávila, 2010, II).

Rodrik (2000) stresses that a trade reform often involves importation of

institutions from abroad, adding that “perhaps the major NAFTA contribution

to the Mexican economy was the factor of irreversibility and locking in of

the economic reform that the agreement provided.”

Reversibility, repudiation cost and country-risk point to the same idea.

Because of its low expectations of reversibility we think that a supra-national

trade opening is superior to a unilateral one from the economic point of view.

When investors perceive a low degree of reversibility, the process of resource

reallocation, from the import-substituting sector to the export sector, speeds

up and foreign investment jumps.

The same argument makes advisable the denationalization of money and

banking in the unstable and populist country. For Argentina, a floating

exchange rate policy is a dangerous thing and convertibility of the local

currency is doomed to reversion. What is left, then?

Dollarization should be the appropriate policy. It is nevertheless rejected

by every politician I know, even when Argentina is the fourth most dollarized

country after Bolivia, Nicaragua and Russia, which also underwent

hyperinflation, bank runs, civil unrest or civil war (Feige, 2003; Feige et al.

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2000;2002). Euroization may be an attractive option for an anti-American

country like Argentina.

Five banking panics in the last thirty years, the low level of deposits in

resident banks and the sizable deposits of Argentine residents in Uruguayan

and American banks attest to the suitability of an offshore banking system.

Not only to foster savings but also to recreate long-term credit to resident

families and firms.

Is Denationalization an Experiment in Human Design?

According to Hayek (1988:7,76-77) the “spontaneous extended human order

created by a competitive market” is more efficient in creating wealth and

preserving civil liberties than the “deliberated arrangement of human

interaction by a central authority.” Hayek calls the latter human design. Yet

in the last thirty years we have witnessed a portentous exercise in human

design: Spain has become a member of the European Union. Spain and the

rest of the EU have free trade in goods and services, free mobility of labor

and capital resources, a common currency, and, I’ll dare to say, even a

common banking system. The Spanish risk premium has thus fallen sharply,

triggering the Spanish economic miracle.

The EU has denationalized trade, money and banking, while preserving a

decentralized collection of taxes. Let’s focus on the challenging replacement

of the Spanish peseta for the euro, the common currency whose rate of expansion

is controlled by the European Central Bank. Hayek (1978:viii to xv) opposed

the creation of a common currency, suggesting instead the development of a

competitive, transnational, private money and banking system.

What monetary and banking arrangement is better for the populist and

unstable country?

Hayek discarded his own proposal for the case of a populist country:

Many countries would probably try, by subsidies or similar measures, to

preserve a locally established bank issuing a distinct national currency that

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would be available side by side with the international currencies, (…) There

would then be some danger that the nationalist and socialist forces active

in a silly agitation against multinational corporations would lead

governments, by advantages conceded to the national institution, to bring

about a gradual return to the present system of privileged national issuers

of currency (Ibid.: 96).

The Hayek system has but a small chance to settle down in a populist

country, because that system is fundamentally reversible. That’s why we

prefer to import money and banking institutions from abroad. Being the

Hayek system the outgrowth of a competitive process of discovery, it should

be more efficient than the denationalization of money and banking. Yet the

latter appears to be more stable. The general argument of Hayek is valid for

socialism, not much for populism. This non-system wouldn’t allow competition

the time needed for the discovery process to produce its fruits.

How do We Get from Populism to a Lasting Market Order?

The traditional answer to this important question is education. Plain observation

led me not to believe in the power of education as a source of economic

growth. I think education is a consequence, not a cause, of growth. Douglass

North wrote two revealing passages on this question. The first one says that

education is not a sufficient condition for growth and it highlights the need

for efficient institutions.

Richard Easterlin’s presidential address to the Economic History Association

in 1980 reflected the widespread optimism that education was the solution

for economic growth. But while investment in education may be a necessary

condition, it is clearly insufficient, as the recent evidence from third world

countries and particularly Eastern Europe economies will attest. Easterlin’s

own data (and his discussion) point to poor countries such as Rumania and

the Philippines that had long histories of educational investment above the

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threshold level that he thought would make a difference but did not result in

sustained growth; the former Soviet Union had both high levels of formal

education and a skilled labor force. Equally important are the incentives

which lead economic and political organizations to invest in productive

institutions (North, 1998: 21).

The second passage says that economic decline not necessarily induces

perceptions leading to appropriate reforms in the ruling classes of the affected

country:

But it is a fact of history; one of the most enduring and significant lessons

to be derived from the past. It is not that economies in the past have not been

aware of their inferior or declining competitive positions. They have. But

perceptions about the reasons are something else again. Spain’s long decline

in the seventeenth century from the most powerful nation in the western

world since the Roman empire to a second rate power was a consequence of

recurrent war and fiscal crises. The policies that were considered feasible in

the context of the institutional constraints and perceptions of the actors were

price controls, tax increases and repeated confiscations. As for the perceptions

of the actors here is Jan De Vries description of the efforts to reverse the

decline: ‘But it was not a society unaware of what was happening. A whole

school of economic reformers… wrote mountains of tracts pleading for new

measures… Indeed in 1623 a Junta de Reformación recommended to the new

king, Philip IV, a series of measures including taxes to encourage early

marriage (and hence population growth), limitations on the number of

servants, the establishment of a bank, prohibitions on the import of luxuries,

the closing of brothels, and the prohibition of the teaching of Latin in small

towns (to reduce the flight from agriculture of peasants who had acquired a

smattering of education) (…) (De Vries, 1976, p. 28). As the foregoing

quotation makes clear there is no guarantee that economic decline will induce

perceptions on the part of the actors that will lead to reversal of that decline,

improving performance (North, 1994:4)

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We know that education increases individual productivity and the standard

of living within an efficient institutional setting. Yet for the populist country

the key question is whether or not education influences perceptions in a way

conducive to a long-lasting market order.

North’s observation on Rumania and the Philippines and the absurd policy

suggestions of the educated members of the seventeenth-century Spanish

think tank, raise serious doubts on the usefulness of education to identify

the causes of national economic failure.

Concluding Remarks

We have provided an answer to the question posed at the beginning: yes, we

can establish a limit to populism through denationalization of key economic

fields. We have also advanced possible ways to achieve this goal: tax

decentralization, which brings the citizen closer to government decisions

and heightens political competition; supranational trade agreements, which

make local industry face foreign competition in a way perceived as irreversible

by entrepreneurs and investors; and the importation of money and banking

institutions in view of its relative stability.

As far as I know, there are three ways to turn a populist country into a

long-lasting market order. First, most reformers are strong believers in the

potential of education. They think that educated people will make better

choices on the economic organization of the country. We think this is a

daring hypothesis. Second, following specially North (1996:10-11), most

economists think that the economic reform might be the outcome of a

revolution; that’s to say, the result of a conflict between organizations with

different interests over the existing institutional framework. Some economists

and historians argue that this hypothesis was proven right for Argentina

in the 19th century. It didn’t work, however, in the 20th century. Populism

has been able to thrive in the last eighty years mainly because of the

dispersion of the export sector’s political power and also because of ‘path

dependence’.4

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Last but not least, we’ve got a default hypothesis: the way of the world.

It says, in short, that Argentina is the problem and the world is the solution.

In this final case, the reform would take on the shape of international and

supranational agreements, reflecting a mix of world and regional pressures

and opportunities.

notes

1 Central banks of foreign commercial banks become the lenders of last resort of local banks,and local banks comply with the regulations established by foreign surveillance authorities.

2 Alberto Benegas Lynch Jr. pointed out to me that the fundamental benefit of the existenceof nations and frontiers is to decentralize power. I agree. Let me add that supra-nationalizationand inter-nationalization entail transferring jurisdiction from the government of the populistcountry to many supra-national treaties and many bodies of surveillance.

3 North and Weingast (1989) have argued that “de facto federalism” was behind the vastexpansion of British enterprise in the 18th century: “The fragmentation of power betweenthe king and the Parliament effectively prevented the national government from imposingtaxes and regulations on commercial enterprises and (…) such governmental activityoccurred instead at local levels. Not only did the localities impose most taxes and regulations,but they were actively engaged in competition with one another for commercial advantage;as a result, taxes and regulation remained relatively light.”

4 The country’s terms of trade (or the incentives for the exporting sector to lobby for tradeliberalization) have not been really high during this period. For this reason, we shouldn’tdismiss the possibility that many years of high terms of trade may prompt the kind ofconflict that eventually would lead to economic reform.

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Revista de Instituciones, Ideas y Mercados Nº 55 | Octubre 2011 | 163-179 | ISSN 1852-5970

POPULISM IN LATIN AMERICA AND THE UNITED STATES:THE CASE OF THE TEA PARTY MOVEMENT*

Darío Fernández-Morera**

This paper outlines some differences in the conception, inception, and practice

of populism in Latin America and the United States, using the concrete

example of the Tea Party movement. Underlining these distinctions is the

proposition that, just as not all populism is the same, not all populism is

necessarily bad from the point of view of the preservation of liberty and the

promotion of responsible individuals in a free society.

Populists in both Latin America and the United States have shared a

mistrust of what they consider intellectual, political, and economic elites

–the last two sometimes conflated into the same multimillionaire individual.

These elites constitute what a number of commentators, in the case of the

United States, have called a new “ruling class.” It includes “government

workers,” that is, bureaucrats who for all practical purposes are “lifers,”

people whose only job ever has been for the government, who cannot be

easily laid off, and who in many cases can retire with generous pensions and

health benefits at the ripe old age of 55.1

However, one important distinction between populists in Latin America

and the United States resides in their attitudes toward the Republican process

and the wealth redistribution political agenda.

Populism in Latin America normally presents two fundamental

characteristics. One is a “top-down process of political mobilization that either

bypasses institutionalized forms of mediation or subordinates them to more

* Lecture given at Mont Pelerin Society’s Regional Meeting, organized by Fundación Libertad(Rosario) on the topic “The Populist Challenge to Latin American Liberty”, and heldApril 17-20, 2011 in Buenos Aires. Reproduced here with permission.

** PhD in Comparative Literature (Harvard University). Associate Professor of Literatureand Hispanic Studies (Northwestern University). Email: [email protected]

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direct linkages between the leader and the masses.”2 The other is “an economic

project that uses widespread redistributive or clientelistic methods to create

a material foundation for popular-sector support.” One does not have to

believe, with Eric Voegelin, that socialism, fascism and National Socialism

are all political forms of the Left to argue that they do share a number of

characteristics also found in Latin American populism. The most clearly

shared one is trust in the power of the state, when correctly and disinterestedly

applied, to improve the condition of the masses. Naturally, such beneficial

power requires a certain, shall we say, strength on the part of the state and a

necessary drastic extension of its intrusion into the economic life of the

citizens, as well as the elimination of competing sources of influence, such

as religion, especially –though not only– organized or institutional Christianity

None of these features, however, characterizes populism in the United

States. In the United States, populism is usually averse to wealth redistribution,

perhaps because populists believe that it ends up taking away wealth from

the populists. A similar disparity exists regarding Republican institutions of

mediation and subordination. Unlike American Labor Unions and their

occasional allies (such as community activists, university students, and

faculty), which use intimidation and graded violence to achieve ends that

the Republican process would deny them (a direct method perfected by

Chicago-born neo-Marxist activist Saul Alinsky3), contemporary American

populism as represented by the Tea Party Movement not only continues to

trust the Republican political mechanisms, but even calls attention to the

documents of the American Founding Fathers to justify that trust.

Before examining these differences further, one should look at their

genesis. Populism has different origins in Latin America and the United

States. In Latin America, the revolutionary momentum of populism usually

has centered around a caudillo, a more or less charismatic figure, frequently

with a military background and a perceived or real personal courage, sometimes

a lawyer, sometimes a literary man, sometimes both –but, most important,

a figure who promises to improve the condition of the masses by re-distributing

wealth from those who have more to those who have less, once he and his

party or followers achieve government power.

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Rarely have the better-known of these Latin American populist leaders

run a business. Víctor Haya de la Torre was a literary man and lawyer; Juan

Perón, a military man; Hugo Chávez, a military man; Fidel Castro, a gangster

student of law and eventual lawyer at the U of Havana4; Che Guevara, a

caricature of a military man, and certainly a leader who never worked for a

living5; Abimail Guzmán, a professor (Ayn Rand would have loved this) of

Kantian philosophy at the University of Ayacucho. Evo Morales is an

exception, having been a coca farmer. If one goes one step further and includes

among the caudillos some personalities superior in every way to those in

the previous list, such as the great Simón Bolívar, we are still left with military

men at the helm of revolutionary movements –men who by the sheer force

of their personalities have generated the political movement.

What about the Amerindian masses in Latin America? They offered no

alternative conception of politics: before the Spanish conquest they had been

ruled, especially in the most successful and culturally advanced

commonwealths, by autocrats who commanded quasi-totalitarian, quasi-

socialist empires. In other words, the Amerindians, too, were ruled and

inspired by their own versions of a caudillo and a powerful government at

his command.

It is worth mentioning one other feature of Latin American life that does

not lend itself to generating the kind of populism that characterizes the United

States: the way institutions of higher education have come into being. In

Latin America, in most cases, the major, most prestigious universities, at

least until relatively recently (I count among these recent exceptions the

Universidad Francisco Marroquín in Guatemala, an extraordinary phenomenon

in every way), were founded either by the state or by the centrally directed

Catholic Church- not by groups of private citizens, religious or otherwise,

acting on their own initiative, for their good and the good of their fellow

men, and not based on a business model whereby students paid for their

education, with varying support for people of lesser means. In other words,

in Latin America, organized educational life, which is normally the breeding

ground for the intellectual and cultural life of a nation, resulted from a top-

down process.

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Now let us examine the case of the United States and how its earliest

revolutionary movement, which I will argue was a populist movement, came

into being. Let us start with some of the principal “Founding Fathers” of the

United States, who led the American Revolution and were as close to being

part of a political and cultural elite as one can find at the inception of the

American Republic: men such as Hamilton, Washington, Jefferson, Franklin,

Adams, and Madison. Alexander Hamilton had for years administered a

business, and therefore knew how to meet a payroll. Washington had run a

plantation and the fact that he used slave labor did not alter his need to match

income with expenses, including the maintenance of the slave force, and

therefore his need produce enough to make his business viable. As a plantation

owner in Virginia, Thomas Jefferson had a similar experience. Benjamin

Franklin managed a printing business and therefore knew the difficulties of

meeting a payroll and produce enough to make his business viable. Only

James Madison and John Quincy Adams were lawyers (not that there is

anything wrong with being a lawyer; some of my best friends are lawyers);

but even lawyer Madison had lived with parents who had to run a business,

a tobacco plantation. None of these men was a professional soldier. One

might count Washington a partial exception, for he did serve in his youth.

However, from 1759 to the outbreak of the revolution in 1776 Washington

dedicated himself to the management of his property, not to professional

soldiering.

It was precisely as a result of such real-life market experience that

Washington, along with the other American farmers, who made up a majority

of the population, saw themselves exploited by the mercantilist policies that

favored English businesses. In other words, these American revolutionaries,

leaders and masses alike, knew well the real world of the marketplace and

how this world relates to political and personal liberty.

No mere abstract ideas were at work among these people, but real,

everyday concerns. Of this critical mass of the revolution made up of farmers,

shopkeepers, and other small businessmen, most knew how to read and write

not through government-organized or top-down Church-organized elementary

schools, but through small, privately run, “dame” schools where Christian

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religious texts were part of the children’s education.6 With limited forms of

home entertainment, people who could read did so voraciously, and the

revolutionary pamphlets made an impact on this population. But both those

who could read and those who could not were also exposed to the revolutionary

sermons of the Christian preachers at their churches –preachers and churches

being an often neglected factor in the genesis of the American revolution no

less than in the genesis of American traditions and life.7 The Christian

religion, or at the very least the Christian churches and their church-based

social networks and traditions, would continue to play a central role in their

lives. As the naturalized Frenchman John de Crevecoeur (1735-1813) had

noticed and later Alexis de Tocqueville (1805-1859) had confirmed, these

people derived their virtues and cohesion largely from their concern with

family, neighborhood and religiously-based social networking, if not with

religion itself.

The Christian religious factor would have an impact also on the

development of intellectual and cultural life among the early generations of

Americans in the United States. In contrast to Latin America, most of the

great universities of the United States were founded, not by government, or

by a centralized Church, or by intellectual elites, but by groups of religious

and well-educated common people, all of them Christians, some of them

ministers in one Church or another, all working independently from the state

as well as from centrally organized religions. My own university, Northwestern,

was founded by a group of Methodists, and the two mottoes on the seal of

the school are taken right out of the Christian Gospels: one of them is in

Latin, Quaequmque sunt vera, “whatsoever things are true,” taken from Saint

Paul’s Epistle to the Philippians 4:8; the other is in Greek, Ο λογος πληρηςχαριτος και αληθεια, “the word, full of love and truth,” taken from Saint

John 1:14. Of course, today most students and professors don’t think about,

and in some cases don’t even realize, this, blissfully ignoring that they owe

to religious people (oh the horror!) their place of work and study. But the

point is that these early Americans were self-reliant, yet very involved in

the civic life of their small communities, a civic life which included a very

strong Christian component. Basically, they wanted to be left alone to carry

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on their family life, their town life, their economic life, and their religious

life. Their safety net consisted of family, neighbors, and church.

These early Americans were what today one would call “provincial”

people - concerned primarily and in a progression of less and less concern,

with their family, friends, neighbors, town, region, state, and, lastly, with

other regions of the United States. The signers of the Mayflower Compact

of 1620 were not members of an intellectual class; they were not inspired

by philosophical ideas but by their religion and their experiences as a

persecuted religious group; and their inspirational leader was not some

charismatic fellow, but the God of the Christian Gospels. John Winthrop’s

great sermon, “City Upon a Hill,” fondly recalled by Ronald Reagan more

than once7, was not inspired by the ideas of an intellectual elite, but, again,

by his religious readings (Ronald Reagan himself was a twentieth-century

version of this provincial American Middle Class, what neo-Marxist professors

continue despectively and anachronistically to call a “bourgeoisie,” and

consequently he was profoundly despised by the intellectual elites of the

United States).

The American Revolution and the early United States were therefore a

people’s revolution and a people’s country- a land where individuals concerned

primarily with their families, friends, neighbors, towns, region, and state, in

that order of importance, made momentous decisions without following a

charismatic leader or some abstract ideas. The thinking process in the political

actions of these farmers and their leaders was no different from the thinking

process in their decisions on when to plant, what to plant, how to cope with

the weather and plagues, how to take their produce to market, and how and

for how much to sell it. They were not ideological or even philosophical

decisions. They were practical ones, fitting a practical people, as all farmers

must be.

These people’s idea of “liberty” was very concrete, very basic. No statues

to goddess Reason, or parades to celebrate Liberty, or even grandly literate

essays celebrating freedom bore the primary responsibility here. An analogous

type of decision making took place in the lives of the American shopkeepers

and other small businessmen.

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These people did not need leaders to make business and personal decisions

and they did not need leaders to make political decisions. They read

revolutionary pamphlets that used ideas traceable to Locke or listened to

revolutionary sermons that used ideas taken from the Christian Gospels, but

they processed pamphlets and sermons with a practical sense of immediacy,

of how the ideas in those texts would affect their livelihood, families, neighbors

and towns. Their process of decision making was very different from that

of today’s university student or professor who makes a decision for a line

of political activism on the basis of the written or heard word alone, or at

best on the basis of how the student and the professor think their political

action will affect poor people in Africa, or oppressed women in the Middle

East, or those two thirds of the world that some academicians tell us go

hungry every night—not on the basis of how the student and the professor

think their political action will affect their father, mother, sister, children,

extended family, neighbor, and town, not to mention their own livelihood,

which today’s university students and tenured professors don’t have to worry

about, since they are kept by parents, scholarships, taxpayers, and tenure.

The American Revolution then was a populist revolution with no statist

potential, no caudillo potential, and therefore no populist potential in the

Latin American sense. It was very middle class, very selfish, very provincial,

very what the neo-Marxists academicians today still refer to with the despective

and potentially murderous term: “bourgeois.”

In Federalist 1, 9, 10, 37, 51, 63, 71, and 78; in the various Antifederalist

papers (such as the Cato Letters, Brutus I-V, George Mason’s Objections to

the Constitution, Federal Farmer I-III, etc.)8; in the Constitution of the United

States and its Amendments9 (with the exception of the sixteenth)- in all these

foundational documents there is a profound mistrust of the power of

government. This mistrust is the opposite of the socialist vision of the state,

presented quite poetically by Leon Trotsky in his Terrorism and Communism

(1920) as a lamp which, before going out, shines most brightly; that is, the

state under socialism will reach its maximum power, it will penetrate

everywhere- before of course going away in the Radiant Future of communism,

as the prophet Marx prognosticated.10 The Founders’ mistrust of government

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power accounted for the creation of what has been, until relatively recently,

one of the most marvelous political systems in the history of the world.

Crevecoeur noticed what joined together these otherwise peevish early

Americans: their religion and their language.11 He also noticed that they

were, for the most part, tillers of the earth- in other words, an agrarian people,

with merchants and lawyers by and large making up the rest of the population,

and all of them Europeans or the children of Europeans. Their work,

Crevecoeur observed, was founded on what they considered the basis of

human nature: self-interest. Therefore these people probably would not have

understood why they had to give part of their hard-earned money as aid to

other nations; why they or their sons had to be sent abroad to fight and often

to die in order to improve the well being of other nations12; and why they

had to allow to become part of the political and cultural life of their towns,

regions, and nation people who did not share their language, which was

English, their views on religion, which were broadly Christian, their views

on the family, which were derived from their religion, and their views on

politics, which conceived their nation as a Republic. In short, these masses

who carried out the American Revolution and built the United States were

what an outstanding member of the journalistic elite, the great H. L.

Mencken, influenced by such elitists as Friedrich Nietzsche and George

Bernard Shaw, would later call derisively “the booboisie.”13

The Tea Party Movement claims to follow on the steps of these early

Americans. Neo-Marxists characterize it as an unholy mixture that includes

“racism” and “right wing populism.”14 Tea Party people do see themselves

as twenty-first century versions of the largely agrarian and therefore

conservative American revolutionaries of 1776, who carried out what was

arguably a conservative revolution.15

Unlike Latin American populist movements, the Tea Party has no

recognized charismatic figure. The winner of the Conservative Political

Action Conference in February 2011, a conference with a heavy Tea Party

attendance, was the very uncharismatic, common-looking, very Middle Class

old physician, Ron Paul,16 with the handsome and big money-backed governor

Mitt Romney second, and the very charismatic and very attractive Sara Palin

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third.17 Radio and TV commentator Glenn Beck is not a candidate supported

by the Tea Party, for contrary to what one hears in the media, he is not part

of the political vision of the Tea Party, merely one among a few media

personalities who support it, and none of them among that TV elite which

includes the likes of Oprah Winfrey and David Letterman. Businessman

multimillionaire Donald Trump, who also attended the CPAC, pointed out

that Paul cannot be elected. Trump was probably right, but he was booed

for his words.

In their effort to discredit the Tea Party, outstanding members of the

political and media elites have consistently resorted to epithets and ad

hominem arguments. Former President Jimmy Carter called Tea Party

followers racists.18 A New York Times editorial called them bigots.19 A

National Public Radio senior vice-president for fundraising called the Tea

Party so Christian fundamentalist as not to be even Christian; according

to him, Tea Partiers were regrettably “white, middle America gun-toting,”

“scary,” “not just Islamophobic, but really xenophobic,” “seriously racist,

racist people.”20 Rather tellingly, this representative member of the ruling

elite complained that “the thing that I guess I am most disturbed by and

disappointed by in this country is that…the educated, so-called elite is too

small a percentage of the population so that you have this very large

uneducated part of the population that carries these ideas.”21 The NPR

vicepresident’s comments reveal a mentality analogous to that shown by

presidential candidate Barack Obama in April of 2008, who said at a San

Francisco fundraiser that Pennyslvania’s “small town voters” are “bitter”

and “cling to guns or religion or antipathy to people who are not like them”

because of fears of losing their jobs.22 A Washington Post Op-ed columnist

likened the Tea Party’s “white faces” to those of the racists protesting at

the University of Alabama in 1956.23 Black adherents of the Tea Party, of

which there are a few, have been called Uncle Toms, or simply deranged.

Neo-Marxists see Tea Party blacks as confused, incapable of realizing their

true condition without the help of the neo-Marxist intellectuals, who alone

can raise their political class consciousness (or, in this case, for Marxism

is infinitely flexible, their racial consciousness). Journalists have dug up

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words and actions dating back twenty years, such as one Tea Party candidate’s

attending a witchcraft session in her youth (one wonders what will happen

to a graduate from my university, running for political office twenty years

from now, who on February 28, 2011, watched with great interest at

Northwestern’s Ryan Auditorium a live performance where a naked woman

was pleasured by her “partner” with a mechanical device as part of an

optional viewing in a Human Sexuality psychology class taught by a

professor who is, as the university put it in its initial defense of the professor,

“at the leading edge” of his discipline, a live performance intended not

only to increase the students’ knowledge, but also to help liberate them

from their hang ups about the wonderful diversity that exists in expressing

human sexuality).24

Its enemies also mock the Tea Party because some of its “crazy” supporters

claim that Barack Obama was born in Kenya.25 Tea Partiers offer a number

of arguments to back their claim, including the presumed testimony of

Obama’s grandmother, his half-brother and his half-sister (Obama’s father

had many wives and many children, none of whom he seems to have taken

care of), declarations on video by Michelle Obama, an NPR interview of its

correspondent in Kenya, as well as some discrepancies in his birth documents.26

Interestingly, Northwestern University has an exhibit in the library showing

how Kenyans consider Obama a Kenyan, which is rather surprising, since

only his father, educated at Harvard, was born in Kenya.27 So Kenyans and

many Tea Party supporters have this in common: both consider Obama a

Kenyan. This exhibit at Northwestern, which started in September of 2010,

was planned even before the Presidential election that Obama won. It has

lasted longer than any exhibit at the library that I can recall and is still going

on as of the writing of this paper.

Media personalities have eagerly set traps in their TV interviews of Tea

Party favorites, while notable gaffes by such media darlings as President

Obama and Vice-President Joe Biden have gone unremarked.28 The ambushing

of Sarah Palin conducted by Katie Couric on CBS News is now a classic of

its kind.29 In an ABC TV interview, a Congresswoman supported by the Tea

Party, Barbara Bachman, was repeatedly asked by the anchorman if she

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believed that Obama was an American citizen.30 This anchorman is a former

aid to President Clinton - a good example of the interchangeability that exists

today within the media, politics, and business elite of the United States.

The mixture of contempt and fear towards the Tea Party is hardly limited

to the left wing elites. The dislike of the Republican Party establishment for

the Tea Party is well known. Last year I attended a conference sponsored by

a classical liberal institution, where more than half the participants not only

voiced their opposition to the Tea Party as a political force, but went further,

mocking its adherents for their risible efforts to understand the Constitution

of the United States and such staples of the United States’ Republican system

as the Federalist Papers. Almost all the participants opposed to and mocking

the Tea Party were university professors of Political Science and History,

probably surreptitious Social Democrats, the exception being an ex-member

of the George W. Bush administration. Not surprisingly, one could not tell

from the words of this member of the Republican Party if he or she (I will

not tell) had any sympathy for either conservative or libertarian philosophical

principles; this person seemed to be what one calls in the United States,

usually in a praising manner, “a pragmatist,” interested only in administering

well and making grow the agency of which he or she was a head. The

university professors invited to this conference found particularly amusing

that Tea Party activists dare organize little study groups of the

Founders’ writings. The professors’ assumption seemed to be that only

academicians had the capacity, and therefore the right, to understand and

discuss the Founders’ideas. Now, here is what one may call a prima facie

case to justify the contempt felt for the intellectual elites by American

populists. Curiously, the Tea Party and such a member of the Old World

intellectual elite as Eric Voegelin unknowingly shake hands in their common

animosity against this “cognitive elite,” who with what they claim is superior

knowledge look down on the rest of the population, and who are best

represented in the United States by the academic intellectuals.31

In view of such enmity from both the Left and the Right, it is significant

that the Tea Party has done so well at the ballot box. In the Congressional

elections of November 2010, fifty percent of Tea Party favored candidates

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won their Senate races; and one third of Tea Party-favored candidates won

their House of Representatives races, helping the Republican Party to ride

an electoral wave that ended with a win of 66 House seats.32 More than one

million people, and probably close to two million, flooded the streets of

Washington DC on September 14 2010 in a harbinger of what was to come

in the November elections. This in the face of a massively unfavorable

barrage from the Mainstream newspapers and television, not to mention left

wing blogs on the internet, all of them portraying Tea Party people as racist,

ignorant, crazy, or all of the above.

The Tea Party victories ran also against the predictions of most main

stream analysts of both the Right and the Left. Even good political observers,

such as Mario Vargas Llosa, predicted that the Tea Party would not achieve

great gains in the November 2010 elections.33 He was wrong of course.

Despite their visceral dislike of the Tea Party, and their consistent putting

down of its importance, the intellectual and media elites have found it

necessary to deal with some of its claims. They have accused the Tea Party

of unjustifiably co-opting the writings of the Founders, including the United

States Constitution. However, since it is difficult to maintain this argument

if one actually reads the documents, the intellectual elites have built a fall-

back position: to argue that the Constitution itself is not sacred, but a flawed

text, like any human endeavor, and therefore open to correction.34

Therefore the Tea Party’s insistence on respect for the Constitution has

limited value. This is a defensible and reasonable argument, but is not followed

by its logical complement, namely that the Constitution itself provides the

means to its correction through a process of Constitutional modification that

includes a vote of ¾ of each of the states’ legislatures in favor of any

amendment. Instead of advocating this Republican process, the “updating”

of this “living Constitution” desired by the enemies of the Tea Party is to

take place on the one hand through the courts’ interpretation of the law of

the land –a method which naturally favors the elites, in this case politicians

who name and approve the elite judges who will interpret the law of the

land– and on the other hand through the de facto action of government

agencies not directly responsible to voters35 –agencies which are organized

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by the ruling elites in Washington D.C, and which the earlier mentioned ex-

functionary of the Bush administration exemplifies.

The Tea Party is what the neo-Marxists in academia label with the standard

epithet “bourgeois.” The neo-Marxists are close to the mark. The Tea Party

is a middle class, bourgeois movement if there is one. The Republican Party

operative’s dislike of the Tea Party at the conference mentioned earlier is

symptomatic of the fact that the Tea Party’s populist critique of the present-

day political situation in the United States goes beyond anything contemplated

by the Republican Party establishment, which, it can be argued, is as much

a part of the ruling elite as the Democratic Party operatives. This symbiotic

entity made up of the Republican and Democratic parties’ establishment is

what John Kass, speaking of Chicago and of Illinois politics in general, has

called “The Combine.”36

The Tea Party traces the decline of American liberties not just back to

the 60’s, usually demonized by neoconservatives, some of whom once

belonged to the Democratic Party; nor does it trace this decline back to the

New Deal of the 1930’s, as other conservatives do; instead, it traces the

decline to as far back as professor Woodrow Wilson’s “progressive” presidency,

which circumvented and twisted the United States Constitution, or even

earlier, to Abraham Lincoln’s power grab in his effort to preserve the Union

and thwart the dreams of independence of the Southern States.37

Reading Professor Wilson’s speeches in the light of historical events

does show that this academician was one of the biggest liars in the history

of American politics, no easy feat in a roster that includes such giants of

lying as Franklin Delano Roosevelt, Barack Obama, and the Bush presidential

family.

The Tea Party is the closest thing to the Hayekian Spontaneous Order

ever produced by United States’ politics. José Ortega y Gasset, who did not

know much about the United States, nonetheless got it right when he said

that this country was the paradise of the masses.38 True, but the masses in

the United States, no less than the elites, at least until recently, have been

and have had a genesis quite different from the masses and the elites in Latin

America and Europe. This Ortega did not understand.

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notes

1 See among many Angelo M. Codevilla’s “America’s Ruling Class and the Perils ofRevolution,” American Spectator (July 10-August 10, 2011) online at http://spectator.org/archives/2010/07/16/americas-ruling-class-and-the/print A substantial percentage ofpoliticians (famously, Senator Edward Kennedy) and high level bureaucrats (for example,Secretary of the Treasurer Timothy Geithner) have never held a non-government job. Theteachers in the Chicago public schools can be fired only after one year of litigation andthe chance of “rehabilitation,” according to the Teachers Union, or only after five years oflitigations, according to the Chicago Tribune: Karen G.J. Lewis, “First Hand Experienceon Improving CPS,” Chicago Tribune, March 7, 2011; Editorial, “A Parent Revolution,”Chicago Tribune March 2, 2011.

2 I select two of the five “core properties” listed by M. Kenneth Roberts, “Neoliberalismand the Transformation of Populism in Latin America: The Peruvian Case,” World Politics48, no. 1 (1995): 88.

3 Tony Salazar, “Great Information About Demonstration Tactics,” Patriot Action Network(March 5, 2010).

4 Cfr. Humberto Fontova, Fidel: Hollywood’s Favorite Tyrant (New York: Regnery, 2005)5 Álvaro Vargas Llosa, The Che Guevara Myth and the Future of Liberty (Washington, D.C.:

The Independent Institute, 2006); a documentary DVD by Agustín Blázquez, Che: The OtherSide of an Icon (AB Independent Productions, 2010) available at http://www.cubacollectibles.com/cuba-108-cc7.html For a review of this documentary see http://pajamasmedia.com/blog/cuban-filmaker-stonewalled-in-trying-to-tell-the-truestory-of-che/

6 Mary Cobb, Sampler View of Colonial Life (Brookfield, Conn.: Millbrook Press, 1999),38-40.

7 Political Sermons of the American Founding Era: 1730-1805, ed. Ellis Sandoz (Indianapolis:Liberty Fund, 1998), 2 vols

8 The last time in his “Farewell Address to the Nation,” January 11, 1989.9 These foundational documents are now available online at http://www.teachingamericanhistory.org/

library/index.asp?subcategory=71 and http://www.teachingamericanhistory.org/library/index.asp?subcategory=73

10 Leon Trotsky, Terrorism and Communism (Ann Arbor: The University of Michigan Press,1963), 170. The 10 points of the Communist Manifesto outline such an extension of thepower of government, including the capacity to move masses of people from the cities tothe countryside- social cleansing, as the Red Khmer, among other faithful followers ofMarx, carried out to the letter.

11 J. Hector St. John Crevecoeur, Letters from an American Farmer, 1782, in Letters froman American Farmer, (New York: Fox, Duffield, 1904), Letter III: What is an American?

12 The main Founding Fathers’ documents against military intervention for humanitarianreasons in other countries are George Washington’s Neutrality Proclamation of April 22,1793, at http://oll.libertyfund.org/?option=com_staticxt&staticfile=show.php%3Ftitle=1910&chapter=112540&layout=html&Itemid=27%20(1); his Farewell Address of 1796

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at http://avalon.law.yale.edu/18th_century/washing.asp; the Helvidius-Pacificus Debate,excerpted at http://teachingamericanhistory.org/library/index.asp?document=429, and JohnQuincy Adams great speech of July 4, 1821 at http://economicthinking.blogspot.com/2007/07/john-quincy-adams-july-4-speech.html. The best arguments for humanitarianintervention on liberal principles are the works of Fernando Tesón, such as “Eight Principlesfor Humanitarian Intervention,” Journal of Military Ethics, Vol. 5, No. 2, 93-113 (2006).

13 A Companion to American Thought, ed. Richard Wightman Fox and James T. Kloppenberg(Oxford: Blackwell, 1994), 447.

14 http://www.socialistalternative.org/news/article15.php?id=141715 David Servatius, “Anti-tax-and-spend group throws ‘tea party’ at Capitol,” Deseret News,

March 7, 2009 at http://www.deseretnews.com/article/705289328/Anti-tax-andspend-group-throws-tea-party-at-Capitol.html

16 Ron Paul’s very non-elite biography can be seen at Lewrockwell.comhttp://www.lewrockwell.com/ orig8/ paul-carol1.html

17 Jeff Zeleni, “Conservatives’ Straw Poll Shows Unsettled Republican Field,” The Caucus,The Politics and Government Blog of The Times, February 12, 2011 athttp://thecaucus.blogs.nytimes.com/2011/02/12/ron-paul-repeats-as-cpac-straw-poll-winner/

18 “TV’s Tea Party Travesty,” Media Research Center, at http://www.mrc.org/specialreports/2010/TeaParty/Scorning.aspx

19 Tobin Harshaw, “”Are Tea Parties Racist? Is Al Qaeda?” The New York Times, July 16,2010; for the Times, anyone who opposes Obama is a racist: see the earlier Nicholas D.Kristof, “Obama and the Bigots,” The New York Times, March 9, 2008.

20 James Taranto, “”The Other White Meat,” The Wall Street Journal. Best of the Web (March8, 2011), reporting on a recorded interview of Ron Schiller at http://online.wsj.com/article/SB10001424052748704758904576188711705044054.html ?mod=WSJ_Opinion_MIDDLETopOpinion. Schiller is now working for the Aspen Institute, another eliteinstitution where President and CEO Walter Isaacson claims Schiller “shares the valuesthat we share as a community,” an assertion in consonance with the general stance of mostelite intellectual think tanks.

21 Complete interview carried by Real Clear Politics at http://www.realclearpolitics.com/video/2011/03/08/npr_senior_exec_wed_be_far_better_off_without_federal_funding.html

22 Jeff Zeleny, “Opponents Call Obama Remarks ‘Out of Touch,’” The New York Times (April12, 2008) at http://www.nytimes.com/2008/04/12/us/politics/12campaign.html?ref=politics

23 Colbert I. King, “In the faces of Tea Party shouters, images of hate and history,” WashingtonPost (March 27 2010).

24 John Kass, “An OMG Moment at Northwestern. A peep show during class? Beats somelecture on Indoeuropean languages or trying to figure when you’ll flunk out of EngineeringGraphics 103,” Chicago Tribune, March 3, 2011, at http://articles.chicagotribune.com/2011-03-03/news/ct-met-kass-0303-20110303_1_nustudents-dorm-peep-show

25 Bob Unruh, “NPR describes Obama as ‘Kenyan-born,” Worldnetdaily April 8, 2010 athttp://www.wnd.com/index.php?fa=PAGE.view&pageId=138293. The NPR interviewercalls Obama “a son of Africa,” although his mother was an American blonde. A video

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posted on and repeatedly taken down from YouTube shows Michelle Obama referring toKenya as Obama’s “home country” (“Michelle Says Barack’s home country is Kenya”) isas of this writing at http://www.youtube.com/watch?v=dBJihJBePcs Other videos shownby the “birthers” (as those who argue that Obama was born in Kenya are often calledpejoratively in the media) include an interview with the Kenyan Ambassador,http://www.youtube.com/watch?v=zH4GX3Otf14&feature=related a British TV piece onObama’s “home country” at and on Obama’s “birth place,” and a video of Obama talkingto students, http://www.youtube.com/watch?v=pT1PBlud8GQ&feature=relatedhttp://www.youtube.com/watch?v=6zsQ-v7kD5Q&feature=related

26 “Obama Born In Kenya? His Grandmother Says Yes,” by Tishrei, Israel National NewsOctober 12, 2008 at http://www.israelnationalnews.com/blogs/message.aspx/3074 See alsothe previous note. A challenge to Obama’s American citizenship is now back in court: seehttp://www.supremecourt.gov/Search.aspx?FileName=/docketfiles/10-678.htm

27 http://www.library.northwestern.edu/highlight/2010/november/africa-embracingobamaand http://timeoutchicago.com/arts-culture/museums/95675/presidential-selection

28 For a wonderful collection of Obama gaffes see http://www.facebook.com/note.php?note_id=463364218434. Biden is even more notable for putting his foot in his mouth.

29 http://www.cbsnews.com/stories/2008/09/24/eveningnews/main4476173.shtml30 http://www.realclearpolitics.com/video/2011/02/17/bachmann_on_obamas_birthplace_

that_isnt_for_me_to_state.html31 I have examined this intellectual species in my American Academia and the Survival of

Marxist Ideas (Westport, Conn.: Praeger, 1996). At the conference in question I pointedout that the writings of the Founders were not rocket science, but intentionally clearlyargued pieces addressed to the general educated public of their time, who did not needuniversity professors in order to understand them. For the professors’ gnostic ancestry seeunder “Gnosis” the Dictionary of Voegelinian terminology at http://watershade.net/ev/evdictionary.html#gnosis. For politics as religion among the intellectual elite, see EricVoegelin, “Religionersatz: Die gnostischen Massenbewegungen unserer Zeit,” Wort undWarheit 15 (1960): 16; Political Religions (Lewiston, New York: Edwin Mellen, 1986;translation of Die politischen Religionen, 1938); Emilio Gentile, Politics as Religion(Princeton: Princeton University Press, 2006; translation of Le religioni della politica: Frademocrazie e totalitarismi, 2001).

32 http://www.foxnews.com/politics/2010/11/02/poll-closing-key-east-coast-racesbalance-power-line/

33 Mario Vargas Llosa, “Las caras del Tea Party,” El País (October 24th, 2010).34 Andrew Romano, “America’s Holy Writ: Tea Party evangelists claim the Constitution as

their sacred text. Why that’s wrong,” Newsweek’s Education Site (October 17 2010) athttp://www.newsweek.com/2010/10/17/how-tea-partiers-get-the-constitutionwrong.html

35 Angelo M. Codevilla’s “America’s Ruling Class and the Perils of Revolution.”36 John Kass, “In Combine, cash is King, corruption is bipartisan,” Chicago Tribune (March

23, 2008).

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37 W. James Antle III, “The Tea Party: A Mixed Bag,” Chronicles: A Magazine of AermicanCulture (July 2010), 13; Norman Podhoretz, “The Neo-Conservative Anguish Over Reagan’sForeign Policy,” New York Times Magazine, May 2, 1982; Robert Lekachman, “Kristol’sRed Persuasion?” The Nation, September 21, 2009.

38 Jose Ortega y Gasset, La rebelión de las masas (Madrid: Revista de Occidente, 1930),chapter xiii, “El mayor peligro: el Estado.”

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Revista de Instituciones, Ideas y Mercados Nº 55 | Octubre 2011 | pp. 181-187 | ISSN 1852-5970

ARGENTINA, FROM ECONOMIC MODERNITY TO POPULISM*

Roberto Cortés Conde**

Between its national organization consolidated in the years from 1853 to

1860 and the eve of World War I, Argentina embarked itself in a modernization

process of an intensity and depth never heard of before. The achieved

modernization was the result of a new trend of economic growth, which had

begun thanks to the technological revolution that helped reduce the costs of

maritime and land transportation. This fact made it possible to bring the

produce of the Argentine pampas into the European markets.

In response to the free institutions and the property rights guaranteed by

the 1853/60 National Constitution, foreign capital arriving in Argentina

invested in an extended network of railroads and made it possible for

immigrants to work in the fertile Argentine lands. By the 1880’s, Argentina

not only had become an open economy, it had also turned into an open society.

In the middle of the enormous transformation that Argentina during this

period, one factor of stability was the strong economic growth that allowed

a no less impressive social progress. Social mobility at that time was

impressive.

However, the speed and depth of the modernization process was not

spread equally throughout the country. Existing regional differences from

the colonial era were accentuated. Immigrants remained mainly in the central

region, a circle of 600 km around Buenos Aires city. This region grew fast,

but the rest of the country fell behind.

* Lecture given at Mont Pelerin Society’s Regional Meeting, “The Populist Challenge toLatin American Liberty”, organized by Fundación Libertad (Rosario), and held April 17-20, 2011 in Buenos Aires. Reproduced here with permission.

** PhD in Economics. Professor, Universidad de San Andrés. Email: [email protected]

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Political Asymmetries

The traditional elite led the socioeconomic transformation with firmness and

courage, but under a system of limited democracy. This process underwent

a severe crisis when, besides the tensions within the criollo elite –divided

about what direction the country would follow: would it be open to Europe

or closed to the world?– new conflicts emerged. The early XX century

witnessed the political participation of the sons of the immigrants, who not

only had won the right to vote but who also, thanks to universal schooling,

received education. So, the entrance to modernity took place in Argentina

in a very unstable framework.

The emergence of new political actors renewed the resentment among

those who defended the regime prior to the 1853/60 Constitution, and who

rejected the Buenos Aires portuaria elite, who was supposedly connected

with self-serving foreign interests and secularized cultures. In effect, in the

middle of those frenetic changes, some people began to think that the

secularization movement initiated in the 1880’s with the laws of civil marriage,

civil birth certificates (Registro Civil) and a public secular education had

gone too far, and that it was a threat to traditional order.

The World Crisis and the End of the Belle Époque

The climate of instability that characterized the Argentine political scenario

towards 1914 was suddenly also affected by international events. Before

World War I irrupted, there were few doubts about the advantages of progress,

science and civilization. But the war changed all expectations. It lasted for

four years, after which millions of losses in human lives and material

resources demanded an enormous mobilization of resources. The governments

interfered with the markets in order to redirect production to meet postwar

needs. ¿Was it possible to believe in the advantages of progress and science

in a world were extreme cruelty led millions of people to poverty, when

not to death?

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The Bolshevik 1917 Russian revolution and the fall of the German,

Austrian and Turkish Empires were also manifestations of a world falling

apart. The world economy did not go back to pre-war stability, and the

1930’s crisis was for many people the beginning of the end of the capitalist

system.

The post-war crisis had unprecedented consequences. The liberal

democracies that had promised progress and political participation for the

majority of the people had seemingly failed. Reactionary movements

demanded a strong State, and an organic democracy expressing corporate

interests quickly spread. Many people looked for a return to a past with order

and hierarchies supported by civil and religious strong authorities.

The dissolution of norms and the lack of security in a world that fell apart

was accompanied by deep resentment (consequence of the post-war

agreements), which resulted in authoritarian regimes and in the decline of

free trade.

The international markets with whom Argentina had engaged in active

trade were suddenly closed. Protectionist measures and competitive devaluation

in the developed countries won the day, harming Argentine exports and the

economy at large. These traumatic changes were accompanied by a crisis

that questioned the legitimacy of the political system, and after seven decades

of constitutional continuity, in 1930 a military coup d’ état ousted president

Yrigoyen.

After the coup, the Argentine society was split among those who openly

rejected universal suffrage and the democratic system, and those who, although

accepting it, were in favor of voting restrictions. In this scenario, there was

a lack of consensus as to which were the rules of the game in a plural

democracy. Authoritarian ideas prevailed across the board: while the right

demanded a return to the traditions of the colonial society (“uncontaminated”

by the French Revolution’s rationalist ideas), the nationalist popular left

rejected the constitutional tradition of 1853-60 on the grounds that it had

been imposed by an oligarchy linked to British imperialism, and defended

instead the “spontaneous” democracy of the popular caudillos. In both cases,

they demanded a return to the pre-modern past.

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In a process of ideological change, the moderate wings of the right and

the left alike suffered the extortion of their respective extremes, which paved

the way for further polarization.

The 1943 Coup d’état and Perón

Starting with the Second World War, the dramatic fall of agricultural prices

in international markets and the Argentine discriminatory policies against

the farming sector created a severe and long agricultural depression, prompting

massive migrations from rural to urban areas, especially to Buenos Aires.

These masses were the source of manpower for the new industries fostered

by a policy of import substitution, which contributed to an important economic

expansion during the war years of forced autarchy. This period was also the

origin of a new demographic trend: the criollos from the provinces moved

to areas that were formerly occupied by foreign immigrants.

In the middle of these economic and social changes, in 1943 a second

coup d’etat was carried out by a group of military officers with Nazi

sympathies. As a revenge for their displacement by the moderates in 1932,

the GOU officers, as they were called, attempted to create a more authoritarian

political movement. However, this pro-fascist group did not succeed in their

attempt, and shortly after the movement was taken over by someone who

shared their sympathies: coronel Juan Domingo Perón.

As Secretary of Labor, Perón organized a political movement from within

the government and sought the support of labor unions (he organized them

by having the Law of Professional Associations approved by Congress,

similar in contents to the Italian Carta del lavoro). The law granted the unions

a monopolist right to represent workers, while simultaneously keeping the

unions under government supervision and control.

But the basis of his support went further. Perón created a political movement

that bonded directly the leader with the people. Political intermediaries

existed only nominally and were subordinated in military terms to the high

command of the leader. Actually, during Perón’s life there was really no

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Peronist Party as it is now known in the Western world. Despite the absence

of a political structure, the majority of the people felt represented by their

leader, and the popular sectors improved their living conditions and attained

a more respected position in society.

Although Argentina remained formally a liberal regime, during the Perón

years the constitutional spirit was de facto suspended. Representatives in

Congress followed the orders of the President, and the Judiciary submitted

to the Peronist National doctrine dictating that their first duty was to obey

the leader. A new authoritarian political regime was implemented: society

was under the rule of a leader to whom everybody owed obedience and

loyalty. The peronismo identified its movement with the nation, and those

who opposed them were enemies of the nation. An internal frontier was

drawn, with an enemy within. Peronism also appealed to nationalists by

claiming the need to defend the country from foreign capitalists’ exploitation.

The Left: From Internationalism to Popular Nationalism

In Argentina, the political left had its origins in European traditions, among

other reasons because many of its members were immigrants or descendents

of immigrants. During the Spanish Civil War and WW II, opposition to

fascism was an important cleavage within European politics. Initially,

peronismo was too closely linked to the military and to axis sympathies to

have any appeal to the left. However, to everybody’s surprise, Perón won

the 1946 presidential election with the workers’ support. Strictly speaking,

under Marxist theory, the working class could not be fascist. How would

the left react? Could it confront the (peronist) working class? This was a

dramatic dilemma that took years to be solved, prompting many people in

the left to move closer to the nationalist popular movement.

The other events that induced changes in the left were the post WWII

decolonization movements in Asia and Africa. While the wars of independence

in XIX-century America had been fought by a majority of European

descendents, the anti-colonial revolts in post War II were fought by non-

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Europeans who rejected the Western culture and traditions associated to the

colonial past.

In Argentina, the rejection of a cosmopolitan European culture after WW

II coincided with the popular nationalist demand for the restoration of the

role of the caudillos as an example of an early spontaneous democracy.

Populist Economic Policies

During Perón’s tenure, in the aftermath of the WW II, the goal of his

economic policies was to avoid unemployment by preserving obsolete and

inefficient enterprises that had emerged during the protectionist war years,

but which had resulted in a very low productivity. This conflicted with the

need to keep the workers’ support, which was dependant on the maintenance

of high real wages. Because pursuing both goals was contradictory, the

government kept real wages high by means of intervention in food markets,

services and housing; by controlling prices through the rate of exchange;

by granting subsidies and imposing tariffs, and by freezing rents. Those

polices caused the decline of agricultural production and of exports; a

budget deficit; a lack of investment in public enterprises such as energy

and transportation, and a shortage of housing. All in all, the consequences

were the lack of capitalization in infrastructure, a chronic deficit in the

balance of payment and in public accounts, which led to reiterated economic

crisis, devaluations, recessions, etc.

Crisis of Legitimacy

In a world in crisis, Argentine representative democracy was attacked from

different sides and it did not have the possibility to become consolidated in

the political culture of the country. The attack not only came from authoritarian

attempts but also from a deformed interpretation of democracy as solely

consisting in popular suffrage, electing a leader endowed with absolute power.

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In addition, constitutional reforms allowed the governments to perpetuate

their tenure in office.

Once the military intervention in Argentina’s politics ended in 1983,

authoritarianism and corruption continued. Populist movements were supported

by captive audiences in the more backward areas of the country (in the

Northern provinces and in the suburban belt of Buenos Aires), where millions

of people still live in conditions of extreme poverty, and where local caudillos

are the only link they have with society.

In conclusion: the Argentine case is the case of a society that achieved

rapid modernization but that, in the joint context of a world and domestic

crisis, later on deviated into populism. It could well be that the acute speed

and depth of the modernization process in a traumatic world had something

to do with that deviant path.

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Revista de Instituciones, Ideas y Mercados Nº 55 | Octubre 2011 | pp. 189-233 | ISSN 1852-5970

MERCANTILIZACIÓN DEL BIENESTAR. HOGARES POBRES Y ESCUELAS PRIVADAS*

Gustavo Gamallo**

Resumen: En base a fuentes estadísticas disponibles, se describe el aumentode la asistencia a las escuelas públicas de gestión privada en la Argentinaen las provincias más pobladas entre 1997 y 2009, y muestra el significativoincremento en los hogares correspondientes al quintil 2 que optan por esetipo de escuela. En segundo lugar, en base a técnicas cualitativas de inves-tigación, se analizan las preferencias de las familias de los sectores popularespara elegir ese tipo de escuelas y las razones del rechazo a la educación ofre-cida por las escuelas estatales. Por último, se precisa el problema de lamercantilización del servicio educativo y sus efectos sobre el acceso a laeducación de los diferentes grupos sociales.

Abstract: Based on available statistical sources, the article first describesthe increase in the attendance to private schools in the most populatedprovinces in Argentina in the present decade. It also shows the significantrise of quintile- two homes that tend to choose this kind of school. Secondly,on the basis of qualitative research techniques, the article analyses thepreferences of low income families that choose this kind of schools, and thereasons for their rejection of public schools. Finally, we address the problemof the mercantilization of educational services and its effects on the accessto education of different social groups.

* Agradezco el apoyo de la Beca de Investigación Federico J. L. Zorraquín 2009-2010 delInstituto Universitario ESEADE. La investigación forma parte de la tesis de Doctoradoen Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, titulada “Mercantilización delbienestar. Escuelas privadas en la Ciudad de Buenos Aires (2002-2009)”, actualmente endesarrollo.

** Sociólogo y Magíster en Políticas Sociales (UBA). Profesor Asociado del Instituto Uni-versitario ESEADE. Profesor Adjunto de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA) y de laFacultad de Derecho (UBA). Email: [email protected]

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Presentación

El artículo consta de tres partes. La primera analiza la evolución de la

matrícula de educación pública de gestión privada de Argentina en la

última década y caracteriza la demanda de escuelas estatales y privadas1

por niveles de ingreso. La segunda parte presenta los resultados del estudio

cualitativo en base a entrevistas en profundidad a padres y madres prove-

nientes de sectores populares que envían a sus hijos a escuelas públicas de

gestión privada en la Ciudad de Buenos Aires. Por último, se presentan

conclusiones respecto de la evidencia reunida y se avanza en algunas ideas

sobre el problema de la mercantilización del servicio educativo y sus efectos

sobre el acceso a la educación de los diferentes grupos sociales.

I. Asistencia a escuelas estatales y privadas

La matrícula escolar en escuelas públicas de gestión privada

En 2007, el 27,1% de la matrícula escolar de educación común se encontraba

en las escuelas privadas. Si bien no ha habido variaciones bruscas en la

última década, es constante y sostenida la tendencia creciente del sector edu-

cativo de gestión privada como proporción de la matrícula total durante la

última década. Tanto a nivel del promedio nacional como de las provincias

grandes (Buenos Aires, Ciudad de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe y

Mendoza reúnen el 62% de la matrícula de educación común y aproxima-

damente el 75% de las unidades educativas de gestión privada), los valores

de 2007 son superiores a los de 1998 (Cuadro 1).

El comportamiento de la matrícula del sector privado educativo de las

provincias seleccionadas es claramente superior al promedio nacional: la Ciudad

de Buenos Aires con el 49,1%, Buenos Aires con el 33,4%, Córdoba con el

32,8% y Santa Fe con el 29,7%; las excepciones son Mendoza (por debajo

del promedio nacional) y el interior de la Provincia de Buenos Aires (en el

umbral del promedio nacional). A la vez, es clara la tendencia de crecimiento

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de la matrícula privada a partir de 2004 tanto para el conjunto del sistema como

para las jurisdicciones seleccionadas. La Provincia de Buenos Aires es el

caso más acentuado: comienza la serie con el 29,4% (en tercer lugar debajo

de Córdoba) y llega a ocupar el segundo puesto con el 33,4%, sostenido por

el significativo crecimiento que se observa en el conurbano. La profunda crisis

socioeconómica (2001-2002) no afectó el tamaño relativo de la matrícula

privada, con la salvedad de la caída en Ciudad de Buenos Aires (casi 2 puntos

porcentuales –pp– entre 2000 y 2002) y la menos significativa en Córdoba.

La participación de la matrícula de escuelas privadas por nivel educativo

presenta rasgos comunes en las provincias analizadas (Cuadro 2): en todos

los casos, el nivel superior no universitario muestra valores más elevados

que los restantes, con 20 pp para el promedio nacional (46,1%) respecto de

la educación básica (26%) y diferencias significativas en las provincias selec-

cionadas; a la vez, el bajo peso absoluto que tiene el nivel superior no uni-

versitario hace que el subtotal de educación básica sea similar al total. En

segundo lugar, el nivel secundario tiene una matrícula de gestión privada

relativa mayor que el nivel primario en el total nacional (28,2% y 23,2%

respectivamente), en Córdoba (40,7% y 24%), en Santa Fe (30,7% y 25,5%)

y en Mendoza (20,6% y 15,4%); en cambio, tanto en Ciudad de Buenos

Mercantilización del bienestar en la Argentina | 191

Cuadro 1. Educación común. Matrícula de escuelas públicas de gestión privada 1998–2007 (inicial, primaria, secundaria y superior no universitaria). Total nacional y cinco provincias.

Provincias seleccionadas 1998 2000 2002 2004 2006 2007

Total nacional 24,7 24,8 24,6 25,7 26,7 27,1

Ciudad de Buenos Aires 47 47,5 45,8 47 49,4 49,1

Buenos Aires 29,4 29,6 29,9 30,9 32,5 33,4

Conurbano 32,6 32,7 32,8 34,2 36,1 37

Resto Buenos Aires 24 24,4 24,9 25,9 26,9 27,6

Córdoba 31,4 30,8 30,1 31,4 31,8 32,8

Santa fe 27,3 27,6 27,6 28,8 29,6 29,7

Mendoza 16,2 16,4 16,4 18,2 19,3 19,6

Fuente: elaboración propia en base a Anuarios Estadísticos del Ministerio de Educación de la Nación, años seleccionados.

riim55:riim55 7/11/11 18:28 Página 191

Aires como en la Provincia de Buenos Aires, los valores son semejantes.

En tercer lugar, en el nivel inicial (con excepción de Córdoba), los valores

relativos son más elevados que en los otros niveles (exceptuando el nivel

superior no universitario).

Algunas de esas jurisdicciones ofrecen un comportamiento similar al

de países de la región con fuertes incentivos a la expansión de la educación

privada: los tres con mayor proporción (excluyendo al nivel superior no uni-

versitario, 2006) son Chile (52,2%), Guatemala (37,1%) y Ecuador (32,4%)

(Pereyra, s/f), similares a los guarismos de Ciudad de Buenos Aires (46,9%),

Provincia de Buenos Aires (33,1%) y Córdoba (30,7%). Guatemala tiene

la peculiaridad que el 59,8% de la matrícula del nivel medio corresponde

al sector privado, a diferencia de los otros dos que distribuyen de manera

semejante entre los niveles analizados.

Asistencia escolar por grupos de ingreso

Un segundo ejercicio es analizar la asistencia de los alumnos a los tipos de

gestión escolar según los ingresos de los hogares urbanos.2 Para esa apro-

192 | RIIM Nº55, Octubre 2011

Cuadro 2. Educación común. Matrícula de escuelas públicas de gestión privada segúnnivel (inicial, primaria, secundaria y superior no universitaria). Total nacional y cincoprovincias. 2007

Provincias seleccionadas Inicial Primaria Secundaria Sub TotalBásica

Superior No Univers.

Total nacional 31 23 28,2 26 46,1

Ciudad de Buenos Aires 54,4 44,5 46,3 46,9 62,5

Buenos Aires 37,1 32,2 32,3 33,1 40,9

Conurbano 43,4 36 35 36,8 44,5

Resto Buenos Aires 28,8 26,1 27,8 27,2 36,9

Córdoba 26,6 24 40,7 30,7 58,6

Santa fe 32,9 25,5 30,7 28,5 46,1

Mendoza 22,9 15,4 20,6 18,3 38

Fuente: elaboración propia en base a Anuario Estadístico del Ministerio de Educación de la Nación, 2007.

riim55:riim55 7/11/11 18:28 Página 192

ximación es necesario identificar el comportamiento demográfico de los dis-

tintos grupos sociales con relación a la presencia de niños, niñas y adolescentes

de 5 a 17 años en el hogar (Cuadro 3, 2006). Los hogares del quintil 2

tienen el promedio de menores por hogar igual al promedio de la población

urbana (1,2), en tanto los hogares de los quintiles superiores (3, 4 y 5) se

encuentran fuertemente por debajo del promedio. Por su parte, los hogares

del quintil 1 tienen un promedio de 2,2 menores de 5 a 17 años. En conse-

cuencia, los hogares urbanos más pobres son quienes tienen mayor número

de menores en edad escolar entre sus integrantes. De ese modo, casi el

45% de los menores entre 5 y 17 años habita en hogares del quintil 1; otro

25% habita en hogares del quintil 2 (Cuadro 3). Quiere decir que casi el

70% de los niños y adolescentes entre 5 y 17 años de la población urbana

que asisten a establecimientos educativos viven en hogares que se ubican

en el 40% de los hogares más pobres del país. Eso indica un fuerte des-

equilibrio en cuanto a la desigualdad en los ingresos, que afecta en forma

directa a la población urbana más joven del país.

Del conjunto de los estudiantes que concurren a escuelas estatales, el

56% pertenecen a hogares del quintil 1 (Cuadro 3). Si se agregan los estudiantes

Mercantilización del bienestar en la Argentina | 193

Cuadro 3. Niños y jóvenes de 5 a 17 años que asisten a un establecimiento educativo,según gestión estatal / privada, en hogares por quintiles de ingreso per capita familiar.Total de aglomerados urbanos- 2006. En porcentaje.

Quintiles de Ingreso per capita familiar

Tipo de gestión Promedio de niños y jóvenes de 5 a 17 años en el hogarEstatal Privada Total

1 55,2 14,1 43,9 2,2

2 24,8 23,9 24,6 1,2

3 11,5 21,7 14,3 0,8

4 6,3 22,9 10,9 0,6

5 2,2 17,2 6,3 0,4

Total 100 100 100 1,2

Fuente: EPH-INDEC (2° semestre).Nota: los quintiles de ingreso per capita familiar clasifican a los hogares con niños y adolescentes de las edades mencionadas queasisten a establecimientos educativos. Cada quintil tiene un mismo número de hogares, pero un número variable de niños y adoles-centes. Incluye hogares con ingresos declarados.

riim55:riim55 7/11/11 18:28 Página 193

de hogares del quintil 2, se alcanza al 80% de los usuarios de esas escuelas.

Vale decir, el sistema estatal es intensivo en niños, niñas y adolescentes pro-

venientes del 40% de los hogares más pobres de la población urbana. Por el

contrario, la distribución de los asistentes a escuelas privadas es más homogénea

respecto de los grupos de ingresos que en el caso de los asistentes a las escuelas

estatales: si bien se advierten diferencias importantes en el quintil 1 a favor

de las escuelas estatales y en los quintiles 3, 4 y 5 a favor de las privadas, el

quintil 2 muestra una notable paridad (Cuadro 3). En otras palabras, la asistencia

a las escuelas privadas tiende a estar mejor distribuida entre los grupos sociales

frente al desequilibrio que supone la concentración de los más pobres en las

escuelas estatales. Visto desde el lado de la demanda, parece haber oferta

privada para todos los grupos de ingresos.

Respecto del total de aglomerados urbanos (TA), cerca del 90% de los

estudiantes del quintil 1 concurren a escuelas estatales (Cuadro 4). El com-

portamiento de ese estrato social muestra una gran estabilidad en toda la

serie temporal. El factor demográfico que significa la fuerte presencia de

menores en los hogares de ese grupo explica que el promedio total de asis-

tencia al sector estatal sea de tal magnitud. Además, se observa una caída

en la asistencia a los establecimientos estatales de todos los grupos de ingresos

en el período (77,7% en 2003 al 72,6% en 2006 y a 69,3% en 2009): en tan

breve lapso, la caída es significativa.3 Dicho valor se ubica por debajo del

dato de comienzo de la serie (1997) donde la asistencia a establecimientos

públicos se encontraba en el orden del 74,6%. Vale decir, mientras se observa

un incremento en la asistencia al sistema estatal en el período 1997-2001,

a partir de 2003 se observa un cambio en la tendencia.

En el Área Metropolitana (AM), la participación de estudiantes en el sis-

tema estatal es algo menor que en el total de los aglomerados: en el lapso

1997-2001 se incrementa la participación en el sistema estatal, del 65,4%

al 72,1% y, a partir de 2003, vuelve a caer al 68,1% en 2006 y al 62% en

2009. Vale decir, la caída es un poco menor que en el TA, pero partiendo

de una proporción de menor participación del sistema estatal en el total de

la asistencia escolar en el período analizado. La asistencia de los estudiantes

del quintil 1 a las escuelas estatales crece en casi 13 puntos porcentuales

194 | RIIM Nº55, Octubre 2011

riim55:riim55 7/11/11 18:28 Página 194

entre 1997 y 2001, para estabilizarse a partir de ahí en valores cercanos al

90% en 2006 y al 80% en 2009 (Cuadro 5).

Es significativo el comportamiento del quintil 2 en el lapso 2003-2009:

el incremento de la asistencia al sector privado es de casi 14 pp en el TA

(Cuadro 4) y de casi 21 pp en el AM (Cuadro 5). Son hogares con ingresos

bajos, pero que muestran una tendencia que casi duplica el promedio general

en cuanto al pasaje al sector privado, tanto en el AM como en el TA. El reco-

rrido es similar al observado para el total de la población: incrementa su

participación en el sector estatal en el período 1997-2001, para caer en el

período recién mencionado.

Entre los sectores con mayores ingresos, el proceso de fuga al sector

privado de la educación es extraordinario desde 2003: los niños, niñas y

adolescentes del quintil 4 y quintil 5 han abandonado la escuela estatal. El

proceso es más pronunciado en el AM. En 2009, el 42,1% del quintil 4 y

el 25,1% de quintil 5 del TA concurren a la escuela estatal (Cuadro 4) en

tanto lo hacen en el AM el 34,2% y el 16,2% respectivamente (Cuadro 5).

En consecuencia, a nivel macrosocial la tendencia de asistencia a escuelas

privadas tiende a acompañar el ciclo económico: cae con la recesión y

crisis de fin (2001), y se recupera con la expansión económica posterior.

El Cuadro 6 presenta las tasas de asistencia escolar de la población de

referencia, tanto para AM como para el TA, en los años analizados. De

acuerdo con esa información, las tasas de asistencia escolar aumentaron en

el período 1997-2001, en ambos agrupamientos urbanos, para mantenerse

en niveles similares en los años posteriores. Dicho comportamiento fue

similar en todos los grupos de ingresos. Quiere decir, que la población escolar

posterior a 2001 está compuesta por un mayor número de estudiantes pro-

venientes de hogares pobres que la de 1997, especialmente del quintil 1 (la

más numerosa en términos demográficos) y con una contribución algo menor

del quintil 2.

En tal sentido, la tendencia señalada de una participación relativa creciente

del sector privado educativo, si bien tiende a recuperar los valores que pre-

sentaba antes de la crisis de fines de 2001, no puede explicarse por una

menor participación de los estudiantes pobres en el sistema educativo: no

Mercantilización del bienestar en la Argentina | 195

riim55:riim55 7/11/11 18:28 Página 195

196 | RIIM Nº55, Octubre 2011

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riim55:riim55 7/11/11 18:28 Página 196

Mercantilización del bienestar en la Argentina | 197

Cuad

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ingr

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riim55:riim55 7/11/11 18:28 Página 197

puede decirse que los niños y adolescentes pobres concurren menos a la

escuela en 2006 que en el período anterior y por eso se observa una proporción

creciente de estudiantes en el sector privado. Habrá que buscar las razones

en el comportamiento de quienes han decidido optar por el sistema privado,

vale decir, entre quienes pueden afrontar el costo del servicio. En la próxima

sección se avanza en el estudio de uno de esos grupos sociales: aquellos

que podrían identificarse como los hogares del quintil 1 y quintil 2 que se

volcaron hacia las escuelas privadas, un “público escolar” (Francois Dubet

y Danilo Martucelli, 1997) que no ha sido suficientemente estudiado.

198 | RIIM Nº55, Octubre 2011

Cuadro 6. Niños y jóvenes de 5 a 17 años que asisten a un establecimiento educativo,en hogares por quintiles de ingreso per capita familiar. Área Metropolitana y Total deaglomerados. 1997-2001-2003-2006. En porcentaje.

Áreageográfica

Quintiles de Ingreso per capita familiar

1997 2001 2003 2006

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4 95,6 98,8 97,5 98,6

5 98,1 99,2 97,5 97,8

Total 90,9 94,6 94,1 94,4

Fuente: ECV – INDEC (1997 y 2001) - EPH-INDEC (2° semestre 2003 y 2006).Nota: los quintiles de ingreso per capita familiar clasifican a los hogares con niños y adolescentes de las edades mencionadas queasisten a establecimientos educativos. Cada quintil tiene un mismo número de hogares, pero un número variable de niños y adoles-centes. Incluye hogares con ingresos declarados.

riim55:riim55 7/11/11 18:28 Página 198

II. Hogares pobres y elección de escuelas públicas de gestión privada

En esta sección se presentan resultados del estudio cualitativo, en base a entre-

vistas en profundidad, de las razones, preferencias y representaciones de los

padres y madres provenientes de sectores populares que envían a sus hijos a

escuelas privadas. Se analizaron las siguientes dimensiones del fenómeno:

noción de “lo privado” en las escuelas elegidas; las expectativas familiares

de la elección escolar; la motivación por la educación religiosa; el imaginario

de movilidad social a través de la concurrencia a esas escuelas; consideraciones

respecto de los grupos de pares y opinión sobre las escuelas estatales.4

Diversos estudios se han ocupado de las estrategias familiares de elección

escolar de los diferentes grupos sociales en escuelas tanto de gestión estatal

como privada. Otros estudios lo hicieron sobre las trayectorias escolares

en escuelas de uno y otro tipo. Ambos grupos de trabajos proporcionan

una rica evidencia pues identifican la construcción de diversas representa-

ciones sociales en torno a la escuela en general y a la escuela privada en

particular. Gabriel Kessler (2002) analizó la fragmentación de la experiencia

escolar al comparar trayectorias de cuatro grupos sociales: medios altos,

medios, medios bajos y los sectores periféricos en la Ciudad de Buenos

Aires y en el Conurbano Bonaerense evidenciando la segmentación vertical

y jerárquica de la oferta educativa en función de las características de la

“clientela”; y en Kessler (2004), estudió las trayectorias escolares de los

jóvenes en conflicto con la ley. En la investigación colectiva incluida en

Guiilermina Tiramonti (2004) se analizaron los cambios en los factores de

estratificación de la educación de nivel medio, su relación con las expectativas

de los distintos grupos sociales y la configuración de los sentidos de la

escuela para cada grupo social. Cecilia Veleda (2003 y 2007) estudió los

criterios de selección de escuelas del nivel medio por parte de las familias

de sectores medios del Gran Buenos Aires y sus efectos segregatorios para

los sectores populares. Cabe también mencionar los trabajos de Ziegler

(2004) y Tiramonti y Sandra Ziegler (2008) que abordaron el problema de

la escolarización de las élites y su dinámica de elección escolar. Carla Muriel

del Cueto (2007) indagó sobre los criterios de elección escolar de familias

Mercantilización del bienestar en la Argentina | 199

riim55:riim55 7/11/11 18:28 Página 199

de sectores medios altos que habitan en urbanizaciones cerradas, en especial

sobre la relación entre los modelos de socialización escolar y esos nuevos

estilos residenciales. En contraposición, Silvia Duschatszky y Cristina Corea

(2002) estudiaron la escolarización de jóvenes que habitan barrios en con-

diciones de extrema marginalidad de la ciudad de Córdoba. Muchos de estos

estudios, inclusive, propusieron diferentes tipologías de las estrategias de

selección escolar de los grupos sociales analizados.

En conexión y continuidad con el clásico de Cecilia Braslavsky (1985),

varios de los estudios analizados sostuvieron la visión del sistema educativo

fragmentado, con circuitos diferenciados, no solamente en relación con la

distinción entre escuelas estatales y escuelas privadas sino al interior de cada

uno de los subsistemas, entendido a partir de las bajas o nulas posibilidades

reales de pasar de un circuito a otro (no formalmente) y donde la selectividad

social de la población es alta. Esta generación de trabajos advierte “como

las familias participan activamente en la construcción de la segregación

escolar” (Mariano Narodowsky y Mariana García Schettini, Ob.cit.:13).

Es decir, consideran en forma especial los aspectos microsociales de la

producción de esa situación.

Un área de vacancia es la elección de escuelas privadas por parte de los

hogares pobres, un “público escolar” poco estudiado. Entre los pocos trabajos

identificados con esa dirección se encuentra el de Gómez Schettini (2007),

orientado al estudio de los criterios de elección de escuelas estatales y privadas

de los sectores de bajos ingresos en la zona sur de la CABA. La presente inves-

tigación se ubica temporalmente en un período distinguido por un fuerte

proceso de crecimiento económico y de aumento del empleo (el llamado “sexe-

nio de la bonanza” según señaló la CEPAL), es decir, que mejoró las condiciones

materiales de vida de la población. En ese sentido, se presenta una ocasión

para reflexionar sobre la evidencia acumulada en los estudios previos.

Una concepción de escuela “privada”

La primera indagación solicitó caracterizar las escuelas elegidas. Frente al

interrogante, los entrevistados establecen una definición particular: “semi”

200 | RIIM Nº55, Octubre 2011

riim55:riim55 7/11/11 18:28 Página 200

privadas, en el sentido que son reconocidas como escuelas no pertenecientes

al sector estatal pero, a la vez, no animadas por el lucro que exhiben las “pri-

vadas privadas”. El formato de instituciones sin fines de lucro ligadas a dife-

rentes congregaciones religiosas contribuye a construir esa percepción. Una

rectora entrevistada reforzaba el concepto cuando mencionaba que “nadie

deja la escuela porque no puede pagar” en estas instituciones. Una entrevistada

señalaba: 5

Semiprivada es porque la cuota no son como en la escuela privada. Porque

la escuela privada la cuota es más o menos de 200, 250, 300… y acá es de

45 pesos. Es mucha la diferencia.

[…] no te piden más que la matrícula, no te van a andar pidiendo más, si

tiene uniforme lo usan dos o tres años…

Es decir, los entrevistados advierten que con una cuota mensual al alcance

de familias de bajos ingresos (“accesible”) se puede cubrir el costo del

servicio educativo destacando que no reciben “requisitos exagerados” (mate-

riales escolares, excursiones, distintos uniformes, actividades extracurricu-

lares). Algunas de ellas incluso no tiene la exigencia del uso de uniforme

obligatorio. De todos modos, muchos entrevistados tienen más de un hijo

en edad escolar (cf. Cuadro 3), por lo cual esos costos se multiplican, a veces

moderados por políticas de becas para familias numerosas de algunos de

los establecimientos. Las escuelas suelen complementar el horario formal

con horas adicionales de apoyo escolar evitando el uso de profesores par-

ticulares y con actividades en contra turno que mantienen a los chicos en

las escuelas. En general reconocen la presencia del subsidio estatal que man-

tiene el arancel mensual al alcance del presupuesto familiar. Una entrevistada

manifestaba:

[…] el uniforme es económico, la cuota es económica, y está hecha para

recoger a los chicos que realmente quieren estudiar y no tienen cómo. Son

chicos que están mal mirados porque son de allá, son más morochitos…

acá no existe eso.

Mercantilización del bienestar en la Argentina | 201

riim55:riim55 7/11/11 18:28 Página 201

Se advierte en ese comentario la síntesis de una concepción que le otorga

a esas escuelas, pese a la no gratuidad, una función social incluyente respecto

del acceso al sistema educativo. Por otro lado, los entrevistados distinguen

estas escuelas privadas, que se atribuyen una “función social popular”, de

otras que son “puro negocio” dado que éstas últimas incluyen exigencias

nuevas “todos los meses” e “intereses si se atrasa en la cuota”, encontrándose

fuera del alcance de las familias entrevistadas. Desde esa consideración,

las moderadas exigencias económicas que la rodean establecen un primer

cerco entre este núcleo específico de escuelas privadas y las restantes. Algunas

menciones de los entrevistados ilustran la posición:

Los privados, lamentablemente, ven el signo pesos. Eso es ser privado.

[…] que la secundaria, está, casi, trescientos pesos. Aparte, libros, uniforme,

cuaderno.

Una entrevistada relataba una experiencia en otra escuela privada que

ejemplifica las opiniones recién expuestas:

Pero ahí, ellos te exigían, pagá lo que tenés que pagar, todos los meses

comprar tal cosa, esto o lo otro, y no, no me pareció… Las cuotas eran

altas, muy altas, más todos los meses tenía que comprar materiales, libros,

y bueno, para tres, para mí era mucho, y bueno entonces fui por ahí que lo

hice entrar a uno en primer grado y después vinieron todos atrás.

Algunas familias entrevistadas confiesan hacer ciertos cálculos micro

económicos donde, de un lado de la balanza, hacen pesar el costo de enviar

a sus hijos a escuelas estatales alejada del domicilio, lo cual supone apreciar

la gratuidad del servicio educativo, el costo del transporte, la alimentación

y la cooperadora escolar; del otro lado, el precio del arancel y el uniforme

de instituciones privadas. De esa ecuación, muchos construyen la decisión.

Por ejemplo, una entrevistada, madre de un joven concurrente durante el

ciclo lectivo anterior a una escuela técnica estatal, señalaba que el costo

diario en transporte y comida le significaba un gasto más elevado que el

202 | RIIM Nº55, Octubre 2011

riim55:riim55 7/11/11 18:28 Página 202

costo del arancel de una escuela privada, pese a que la escuela estatal a la

que concurría su hijo recibía una alta valoración en el relato:

[…] fue por el hecho de que mi marido justo se quedó sin trabajo y yo tenía

que contar con ocho pesos diarios mínimo para mandarlo a él a la escuela.

A un colegio que era técnico, es que quería seguir ahí mismo él. El problema

fue el dinero, porque yo sacaba cuentas de que en el mes yo iba a gastar por

lo menos trescientos pesos, y acá las cuotas son de ochenta pesos, setenta.

Se recogieron diferentes relatos del mismo tenor: familias que frente a

la posibilidad de elegir escuelas estatales consideradas de calidad pero

alejadas del domicilio prefieren por motivos económicos optar por una

escuela privada cercana de aranceles reducidos. Veleda encuentra que:

El factor económico aparece como el principal condicionante de la elección:

por lo tanto, si bien estos sectores expresan frecuentemente su preferencia

por las escuelas privadas, deben optar por las escuelas públicas cercanas al

domicilio (como un modo de ahorrar los gastos de traslado y rehuir la

exposición de los hijos a eventuales robos y ataques cada vez más frecuentes

en el conurbano bonaerense) (Veleda, 2003:50).

Es decir, la evidencia aquí recogida expone los mismos argumentos pero

para justificar la elección de una escuela privada de bajo costo, en este

caso cercana al domicilio. Como se verá luego, se encuentran también casos

opuestos: familias que hacen enormes esfuerzos económicos para solventar

el transporte de los estudiantes a las escuelas privadas.

Las autoridades de las escuelas entrevistadas coinciden en destacar que

apenas se abre el período de inscripción para el ciclo lectivo posterior rápi-

damente se saturan las vacantes ofrecidas. Una rectora entrevistada señalaba

que “en veinte días se cubren las vacantes” en tanto otra decía que “la gente

comienza en abril, mayo, a hacer reserva de vacantes”. Los padres y madres

entrevistados coinciden en señalar la dificultad de obtener vacantes para fami-

liares y vecinos interesados en las escuelas donde concurren sus hijos.

Mercantilización del bienestar en la Argentina | 203

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El uso de uniforme que exigen algunas de estas instituciones (no todas

las escuelas de este tipo lo hacen) tiene dos consideraciones: una de carácter

simbólico y otra material. Por una parte, es percibido por algunas estudiantes

como un símbolo de distinción, valorado en forma positiva según la opinión

de los entrevistados. A la vez, esa distinción en tránsito de entrada y salida

de la escuela los coloca en una posición de confrontación real, no puramente

simbólica, con el entorno urbano: se convierten en “los chetitos del colegio

privado” recibiendo la reacción hostil de quienes no comparten el territorio

escolar en barrios que sufrieron la depresión y el deterioro de sus condiciones

materiales de vida. Esa conversión de extranjero en su propio territorio es

manifestada por una entrevistada:

¿Por qué esto ahora?, si vas a un colegio privado sos un tarado y te cabe

que te roben la mochila, te cabe el insulto…

Por otro parte, el uniforme es percibido como una manera de proteger

la vestimenta ordinaria, es decir, un costo anual limitado que reduce las

opciones disponibles en cuanto a la selección diaria de la ropa escolar. Como

señala una entrevistada:

Eso también es una cosa que a mí me gustó mucho del colegio privado, eso

también me ayuda mucho, porque cuesta, obviamente, comprarle el uniforme,

pero hacemos un solo gasto al año, ¿no? Comprás todo, de entrada, esa es

otra cosa que a mí me gusta del colegio privado porque vos le comprás

toda la ropa al principio de año y después con esa ropa ya va todo el año,

en cambio con otros colegios, yo veo también, o la ropa diferente de todos

los días….

Es decir, cierta razón práctica se incorpora en la forma de justificar las

ventajas de ese símbolo de identidad escolar: aquello que Pierre Bourdieu

(1988) denominó “el beneficio simbólico de la distinción”.

204 | RIIM Nº55, Octubre 2011

riim55:riim55 7/11/11 18:28 Página 204

Las bases de la elección escolar

El problema de la elección escolar fue especialmente tematizado en el debate

sobre las estrategias de reforma de los servicios de educación durante las

dos décadas pasadas (Gustavo Gamallo, 2002). Un asunto central en este

campo es la brecha entre los formuladores de política y los actores sociales:

en especial, la asimetría de información y la distinta forma de comprensión

y definición de las bases sobre las cuales los distintos grupos sociales

eligen la escuela donde enviar a sus hijos.

De acuerdo a lo recogido en las diferentes entrevistas, las expectativas

familiares respecto de la escolaridad de sus hijos pueden agruparse en dos

grandes núcleo sin que ellos sean mutuamente excluyentes: demandas de

cuidado y contención y selección de los grupos de pares. Unas difusas

argumentaciones pedagógicas aparecen por detrás de éstas, en especial aque-

llas que asocian la función de la escuela con una “salida laboral”. Margi-

nalmente, también aparece una razón poco aprehensible respecto de la influen-

cia que ejercen las condicionalidades de los planes sociales. En última

instancia, esas demandas se encuentran determinadas por razones de carácter

económico que condicionan el espectro de elección.

Cuidado y trabajo

El problema del “cuidado” es la razón contundente que esgrimen los entre-

vistados para fundamentar la elección escolar. La función cuidadora del

sistema escolar fue la menos ponderada: 6 estructuralmente asociada a la

posibilidad de que los adultos responsables participen activamente del

mercado de trabajo, en una coyuntura de auge de la actividad económica,

esa función adquiere una mayor importancia. En esa dirección, una primera

cuestión se vincula con la tranquilidad de los padres durante el desarrollo

de la jornada laboral, íntimamente asociada al problema de la continuidad

del calendario escolar por ausentismo docente y paros de actividades por

razones gremiales. Varios entrevistados coinciden en recordar el caso

“Fuentealba”7 como el único paro de actividades en esas escuelas; en cam-

Mercantilización del bienestar en la Argentina | 205

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bio, en las escuelas estatales señalan que “hay paros todo el tiempo”.

Una entrevistada señalaba:

Y… cuando hay paro no hay clase, y uno tiene que trabajar, y mi marido

también, no sé, entonces teníamos que trabajar, y entonces un amigo mío,

un vecino, me dijo… en ese tiempo era más fácil conseguir vacante…

[…] es que se quedan hasta el horario de salida. Y así tiene que ser, porque

vos estás trabajando, no es que estás en tu casa y no lo querés venir a

buscar, estás trabajando.

Vale decir, la demanda de cuidado se vincula con la necesidad de un

calendario escolar previsible, en especial para quienes tienen compromisos

laborales. Las escuelas donde envían a sus hijos cumplen con ese requisito

convertido, además, en uno de los reproches centrales a la escuela estatal.

Los padres entrevistados refieren a una trayectoria de la escolaridad de sus

hijos de al menos ocho años de duración pero en caso de las familias con

hijos mayores reconstruye un período aun más extenso, y cuya experiencia

se cristaliza en estas opiniones y decisiones respecto de la elección escolar.

Es obvio que para las familias con niños en el nivel primario esta cuestión

es más relevante: pero lo que se encuentra en el estudio son trayectorias de

pasaje por la escuela primaria de gestión estatal y que, frente al fenómeno

señalado, apuntaron hacia el cambio en el nivel medio. Luego se volverá

sobre este aspecto.

Cuidado y contención

Se advierte una segunda consideración del problema del cuidado, asociado

a la construcción de un parapeto de contención frente a un ambiente exterior

peligroso, amenazador y atemorizante. La escuela se expresa como un

lugar de contención en la doble acepción del término: incluir y reprimir;

vale decir, establece un límite que protege a los alumnos del “afuera” a la

vez que un espacio interior donde se modera la propagación y circulación

de la violencia. Tiene su base en una noción de “peligro” y en una sensación

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de miedo en relación a las condiciones de segregación residencial donde

crecen y se desarrollan estos chicos: la escuela es percibida como una frontera

y un refugio frente a esa amenaza. Una madre señalaba en referencia a los

peligros del entorno:

Es como que ellos buscan a que ellos no estén en la calle, no cierto, porque

en la plaza de enfrente, que ahí podés conseguir todo, podés conseguir droga,

(…) podés conseguir todo en la plaza.

La idea que afuera a media cuadra hay una jungla, donde todos se pelean

están todos fumando en la esquina, todas pintadas las chicas que parecen

muñequitas, fumando, con piercing, ‘eh… vos qué’, las polleritas re cortitas,

el lenguaje los ves a la salida, no cierto, tomando alcohol en la esquina; pele-

ándose en la puerta del colegio y nadie dice nada… Acá es un colegio

como que no permite que hagan esas cosas.

La consideración de un “afuera” que se transformó en amenazante es,

a la vez, el espacio territorial que muchos padres y madres disfrutaron en

su propia infancia o bien en un pasado lejano y se connota en forma nostálgica.

Como señalaba un entrevistado:

En el mismo barrio que nos criamos vemos, a dónde va y con quién está

porque ya sabemos que hay cuadras que antes se podía ir, ahora no.

La idea que resume esa percepción es que los chicos que asisten a estas

escuelas “viven en dos mundos distintos”: uno construido por las normas

que rigen la vida escolar y otro donde impera la ley de la selva. Un ejemplo

contundente de la convivencia con esas situaciones de ilegalidad y violencia

es el testimonio de dos directores entrevistados:

Cuando nosotros el año pasado teníamos una cocina de paco acá enfrente,

a mí me paraba la gente por la calle, que no eran padres ni nada, y venían

y me decían ‘mirá que enfrente hay una cocina de paco y están esperando

a que terminen las clases para hacerla bola en dieciocho mil pedazos’.

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En el barrio no existen lugares seguros de esparcimiento de los chicos. Acá

hay una plaza enfrente de la escuela, en esta plaza jugás al fútbol, y segu-

ramente te van a asaltar o te va a pasar algo.

No obstante lo dicho, esa frontera no es tajante y se desdibuja perma-

nentemente. Una directora entrevistada mencionaba conversaciones con

alguna madre quien le relataba, como criterio moral normativo, que aceptaba

comprar “cosas sin sangre” en el sentido de asumir el origen delictivo de

mercancías con la condición que no hubiera heridos en el hecho. La brecha

entre el marco interpretativo del acto y el marco normativo para la acción,

identificada en el estudio de Kessler (2006), se manifiesta como un fenómeno

persistente de anomia social. En una sugerente hipótesis, ese estudio señalaba

que en muchos barrios del Gran Buenos Aires el temor vino a ocupar el

lugar de regulador y organizador relevante de la vida social que anteriormente

ocupaba el mundo del trabajo:8 los testimonios de muchos entrevistados

sugieren que es también un factor decisivo en la elección escolar. Esa

consideración, advertida en las verbalizaciones de los entrevistados hace

necesario despejar la demanda de contención, en términos de una definición

de carácter “subjetivante”, tal como señalaron otros estudios en relación

con las expectativas familiares de los sectores medios respecto de la esco-

laridad de sus hijos (Kessler, 2002 y Tiramonti, 2004): se hace referencia

a la puesta en conflicto en el seno de la institución escolar contemporánea

entre la función de “socialización” (tendencialmente homogeneizadora) y

de “subjetivación” (tendencialmente afirmadora de identidades individuales);

en los sectores medios y medios altos, es cada vez más patente la segunda

función como demanda a las instituciones educativas, y especialmente rele-

vante para comprender la importancia creciente del sector privado en el

sistema educativo en esos grupos sociales. En cambio, la demanda de los

grupos sociales estudiados en la presente investigación se identifica en rela-

ción con una noción básica, primaria y elemental de sentir que “los chicos

están seguros” y que “los tienen controlados, vigilados, cuidados”. Por

ejemplo, algunas menciones seleccionadas de diversos padres entrevistados

indican:

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[…] esta escuela la protección más que nada, que los chicos se conocen, las

maestras ya lo conocen.

Es el segundo hogar verdaderamente, en todo el sentido de la palabra, porque

ellos están contenidos todo el tiempo; parte lo hacemos nosotros, pero todo

el resto lo hacen ellos.

Firman para salir y te llaman si se deben retirar. Una escuela que da con-

fianza

Por otro lado, la información que efectivamente tienen disponible y están

en condiciones de procesar las familias entrevistadas en función de sus recur-

sos simbólicos e interpretativos se vinculan con esas necesidades de pro-

tección, que pueden ser enunciadas con claridad: ni sofisticadas propuestas

pedagógicas ni afirmaciones sobre el rendimiento académico. Es una situación

típica de asimetría de información, largamente estudiada especialmente en

aquellos sistemas educativos que plantean la competencia en base a la infor-

mación sobre la calidad educativa como argumento de la elección escolar.

Se podría señalar que la demanda excluyente que satisfacen estas escuelas

es el cuidado y coincide con lo señalado por Tiramonti y Analía Minteguiaga

(2004:113 y 114):

En el caso de los sectores más bajos de la escala social, la contención aparece

definida desde un lugar diferente, ligado a la idea de brindar un espacio de

protección sólido frente a un contexto que se considera hostil y peligroso.

[…] la institución escolar es pensada por padres, directivos y docentes

como un ‘territorio’ en el que puede seguir articulándose una subjetividad

definida por la necesidad de protección y cuidado. […] para nuestros entre-

vistados la escuela aparece como un reducto donde se preservan, en alguna

medida, aquello elementos que hablan de un estado especial de inmadurez

y vulnerabilidad que reclama una asistencia, cobijo y cuidado especializados

[…] la tarea de ‘contener’ tiene un significado marcadamente ‘físico’ (la

escuela oficiaría como envase) en detrimento de sus connotaciones psico-

lógicas y afectivas; y sin duda, por encima de las pedagógicas.

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La noción de calidad educativa manifestada tiene su origen en esa

necesidad que si bien no se contrapone con su definición en términos de

aprendizajes académicos, ésta última aparece vagamente enunciada y definida

debido a la dificultad de muchas familias para establecer el contenido de

esa demanda pedagógica. Una directora ilustra con lucidez la interpretación

de la relación entre contención y aprendizajes desde el punto de vista de

las familias:

Desde le momento en que un pibe se demora en llegar a la casa y me llaman

a mí y me dicen, ‘directora, está mi hijo en la escuela’ y yo les digo ‘no’;

‘bueno porque todavía no llegó’ y yo les digo ‘bueno, ustedes búsquenlo

por su lado y yo empiezo a llamar a sus compañeros’. Hay digamos, a ver,

los padres no es que no se ocupan de lo académico porque no quieren, sino

porque no tienen recursos para hacerlo.

Como se mencionó, la segunda acepción del problema de la contención

se asocia al clima que se vive al interior de esas escuelas. La identificación

de un lugar donde “no permiten la violencia” es valorada positivamente en

contraposición con lo que se señala como el clima propio de las escuelas

estatales. De todos modos, en las entrevistas no se manifiesta un paraíso

escolar ajeno a enfrentamientos y tensiones entre los estudiantes o entre estu-

diantes y docentes, sino una percepción respecto de un modo de administración

y manejo de esos conflictos. Como señala una madre entrevistada:

Porque en una escuela pública, si bien, no hay herramientas como había anti-

guamente una contención de decir bueno, hay medida disciplinarias, y

decir bueno, si este chico, una cosa es que se pueden pelear como todos,

porque hay relación y rivalidad, pero de ahí a sacar armas, de ahí a ensañarse

de una forma mala o roba, entonces hay cosas que tiene que haber medidas,

tiene que haber medidas ejemplares porque sino, como está pasando ‘ vale

todo’, puedo hacer esto, puedo hacer lo otro, puedo estar criando estos valores

y principios a tu hijo, y por otro lado te muestran que todo lo que hacés no

vale nada.

210 | RIIM Nº55, Octubre 2011

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Otra dimensión significativa se asocia con el conocimiento y seguimiento

de la responsabilidad y los deberes de cada uno de los estudiantes. Si bien

las instituciones no ofrecen secciones de pequeño grupo (de hecho son

secciones numerosas al límite de sus posibilidades físicas), se valora que

las autoridades conozcan a los alumnos por sus nombres y que puedan de

ese modo mejorar sus estrategias de control. Es decir, que no sean secciones

pequeñas no significa que sean escuelas “superpobladas”, tal como se designa

a algunas escuelas estatales, y que permitan una mayor personalización en

el trato. Una entrevistada señala:

[…] desde el rector hasta el último empleado están siempre atrás de los

chicos, vigilándolos, mirándolos, custodiándolos…dentro de, mientras están

dentro de la escuela es como si estuviesen en la casa de uno. […] En los

secundarios estatales son alumnos, son treinta alumnos. Acá no, acá hay

treinta chicos cada cual con lo suyo, y se preocupan del problema de cada

uno. El que tiene un problema, recorre, recurre, a su tutor y el tutor, enseguida.

Si hay un problema que tienen que llamar al padre, llama al padre o a la

madre para que estén acá…

Aparte ellos acá, que vos decís, el apellido y ya saben quién es, quién no es.

La demanda de contención tiene un componente disciplinario, y los entre-

vistados lo contraponen permanentemente con lo que perciben que sucede

en las escuelas estatales:

Lo que pasa es que a veces ellos juegan con esto de… saber que en un

municipal, yo trabajo de portera en un jardín municipal y al lado hay una

primaria, y yo escucho… y acá no te echan, y capaz que acá ellos saben y

yo por lo menos al mío se lo dije, le dije, ‘a ver, por más que des todas las

materias, si tenés mala conducta no te renuevan la matrícula, a otra cosa

mariposa’. Entonces es como que se lo toman más en serio, tiene que ver

con un cambio de actitud en ellos, ‘bueno, me porto bien porque sino [men-

cionan el apellido de la directora del establecimiento] me la corta, me sacan

del colegio.

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Selección del grupo de pares

Otra poderosa razón es la selección del grupo de pares: se manifiesta una

idea respecto de que no se mezclen con los “otros”, que suelen ser los propios

vecinos, especialmente entre quienes viven en complejos habitacionales

densamente poblados. La escuela también contribuye a conformar una nueva

frontera respecto de otra posible territorialidad. Con enorme franqueza,

una madre con una hija en una escuela privada y otra hija en una escuela

estatal mencionaba que en discusiones entre ambas la primera acusaba a la

segunda de concurrir a un “colegio de villeros”, como referencia despectiva

a la escuela estatal:

La mía pelea con Sol, pelea con la otra que va al otro colegio. Sol le dice a

Cinthia que es colegio villero donde va ella, porque nada que ver, viste, cómo

hablan. […] ‘Yo colegio villero no voy’, me dice Sol. Tiene mucho que ver

también en los chicos como se expresan, el vocabulario que tienen, es impre-

sionante […] porque yo le veo con Cinthia y con Sol, son dos, es distinto.

Porque yo cuando le digo a veces ‘Sol, yo no sé si el año que viene te voy

a poder pagar un colegio’ ‘no, yo colegio villero donde va esta no voy’

cosas así, porque la otra vine y cuenta lo que pasa en el colegio donde va

ella.

Si bien aisladamente, dicha mención refleja esos procesos de segregación

escolar que se combinan y refuerzan con procesos de segregación más

amplios distinguiendo, entre los sectores populares, a un colectivo de tra-

bajadores frente a otro grupo poco caracterizado pero definido. El valor

positivo de la “mezcla” social, propia de la mitológica escuela estatal de

antaño, hoy se transformó confusamente debido a la masificación de la

educación media y se expresa en posiciones de aislamiento social al interior

de los sectores populares. De hecho, muchos de los entrevistados viven en

villas y complejos habitacionales, es decir, padecen las mismas condiciones

de segregación residencial, conviven cotidianamente con quienes se dife-

rencian en el territorio escolar.9 De allí que el pasaje al nivel secundario se

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riim55:riim55 7/11/11 18:28 Página 212

posicione como un escenario donde se cristalizan esos temores mencionados

y el “ambiente” en el cual van a convivir los de menor edad, los recién ingre-

sados, se establece como un motivo de preocupación y favorece el cambio

hacia las escuelas estudiadas. Una hipótesis respecto de las trayectorias iden-

tificadas en los sectores populares: una escolaridad primaria en la escuela

municipal del barrio y una secundaria en una escuela privada accesible por

parte de quienes pueden hacer el esfuerzo de costearla.

Esa demanda de protección y cuidado se expresa como poco razonable

en un contexto donde otros chicos padecen situaciones más graves y urgentes,

provocadas por la crisis afectiva y material de muchas familias. La com-

prensión de la situación del otro, si bien pierde el carácter discriminatorio

que aparecía en otras verbalizaciones, tiene un efecto semejante: si la escuela

no puede ocuparse de mi chico porque hay otro que está peor, se busca una

escuela donde el “riesgo social” esté mejor promediado entre el grupo de

pares. Como señala una entrevistada:

[…] para mi tiene que ver con la tranquilidad de esto, del diálogo permanente,

de que haya tiempo de, ‘mirá, reforzalo en esto, hablale con esto’ de que no

hay problemas quizás tan graves en la mayoría como para que les pueda

dar bolilla a otros temas que en otro lado sería más grave, entendés, porque

hay problemas mucho más graves porque te vienen unos siete pibes sin comer

y te vienen dos pibes golpeados, y entonces, obviamente, qué vas a priorizar,

al que te contestó mal o al que no hizo la tarea… por qué no te sentaste con

mamá y papá a hacer la tarea… no, tiene que ver con otra cosa, tiene que

ver con esto, básicamente, me parece a mí.

En algunos entrevistados se propone una lectura comprensiva del problema

social, en especial considerando la afluencia de población escolar de barrios

vecinos del Gran Buenos Aires a las escuelas de la ciudad para aprovechar

tanto la oferta educativa como los subsidios alimentarios:

[…] que la mitad te pone otra dirección porque también vos con eso tenés

acceso a cobrar Ciudadanía [se refiere al Programa “Ciudadanía Porteña”

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un programa de transferencia de ingresos del Gobierno de la Ciudad de

Buenos Aires], que en provincia hasta hace un par de años, no sé ahora, no

la tenía, o sea, tenías un montón más de beneficios, sobretodo una jornada

completa con comedor… mi hermana vive en provincia y trabaja todo el

día y no tiene una jornada completa con comedor, desayuno y merienda y

no tener que pagar más que una cooperadora o una cuota de materiales si

podés. No tenés estos beneficios.

Pero se advierte también un segundo grupo de pares: los otros padres.

En tal caso, la mención avanza sobre diferenciaciones entre las familias.

En suma, estas escuelas constituyen un “circuito de evitación” (Veleda, 2003)

de ciertos grupos de pares.

Distancia geográfica

La distancia geográfica es también un elemento que condiciona la elección.

Esa consideración tiene dos vertientes: por un lado, la proximidad de la escuela

al domicilio y, por otro lado, el problema opuesto: la elección de la escuela

independientemente de donde está ubicada. En el primer caso, la combinación

de las escuelas de las características mencionadas con la proximidad al domicilio

es un argumento de peso que resuelve fácilmente el problema de la elección

escolar aun en contra de lo que pueden considerarse la preferencia ideal. En

segundo lugar, la percepción de una situación diferente entre las escuelas de

la Ciudad de Buenos Aires y las de la provincia es un elemento de distinción

a favor de las primeras que hace que muchas familias elijan instituciones de

ese distrito. Pero vale señalar que las verbalizaciones son en general vagas y

poco precisas, no terminan de construir una afirmación de sentido contundente

respecto de en qué se basan esas diferencias. Muchas familias residentes en

el Gran Buenos Aires realizan un esfuerzo económico considerable (que incluye

el pago de la cuota y el arreglo para el transporte) para enviar a sus hijos a

las escuelas privadas de la ciudad seleccionadas en el estudio, especialmente

en dos casos: la escuela técnica y otra cercana a la conexión con el Partido

de Avellaneda. Una madre entrevistada señalaba:

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Es re complicado, mire, casi un malabar, yo por ejemplo, un remís a la mañana

para que lo traiga a la puerta del colegio, porque ahí, en provincia no se

puede viajar, a partir de las siete, ocho de la mañana no se puede viajar, es

imposible, entonces, obligadamente, yo no tengo otro acceso, como vienen

solos, los dos, vienen en remís, a la mañana. Se re complica, pero, para mí

seguridad.

En síntesis, el patrón en cuanto a la elección escolar oscila entre dos

polos: la proximidad geográfica y la decisión de desplazarse en busca de

escuelas de estas características.

La salida laboral

Otro componente de la elección escolar es la demanda por una salida laboral,

en especial la que ofrece orientación técnica y tiene una aceitada relación

con pasantías en el sector privado. Esa institución desarrolla una actividad

considerable para alcanzar ese objetivo, en especial frente a las condiciones

de exclusión de ciertos ambientes de trabajo que serían tal vez inalcanzables

para muchos de estos chicos. Un directivo señalaba:

La escuela tiene un sistema de pasantías laborales bastante interesante.

Creo que no hay muchas escuelas ni estatales ni privadas que lo tengan. Bus-

camos recrear el espíritu nuestro, una de las líneas es recrear la cultura del

trabajo. Yo no generalizo, pero muchas familias, o no tienen trabajo, o

viven de changas o viven de los planes asistenciales que se generan a través

de los gobiernos de la ciudad, gobierno nacional. Entonces recrear la cultura

del trabajo para nosotros es uno de los puntos centrales, a la par de la formación

evangélica, inculcar los valores cristianos […] cuando colocan un currículum,

manzana 4, casilla 25, puede ser excelente la familia, trabajadora como la

mayoría del barrio, porque se asocia, siempre, villa a delincuencia y no es

así, pero el hecho, ya, de vivir en una villa, ya los condiciona fuertemente,

entonces, hacerlo vía escuela la inserción laboral, es un camino que no te

digo es el único, pero en muchos casos es el único. Sería, por lo menos,

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muy difícil. Chicos que, las chicas que están trabajando en una empresa mul-

tinacional, llevamos chicos del barrio y se desempeñan bien, mayor, menor

dificultad, muy buena preparación, y bueno, solos no hubieran ingresado

nunca, quizás.

Y una entrevistada completa:

Es que yo tengo, hoy día, no cierto, sobrinos, que estaban acá y terminaron

quinto año, y tengo uno trabajando en Orbis, gracias al colegio, y tengo uno

trabajando, no cierto, en Edesur, gracias, también al colegio. Es que la pasantía

que hizo quedó efectiva. Y hay también chicas que quedaron en Bayer, que

hoy son, no cierto, encargadas y tienen un cargo alto, gracias al colegio.

De todos modos, en general la “salida laboral” no es una demanda resuelta

por la elección de estas escuelas. Las expectativas familiares someten a la

escuela a demandas no siempre en condiciones de satisfacer, tal como ilustra

el testimonio de una madre entrevistada:

A mi me hubiera gustado que hubiera ido a otro colegio, que tenga una salida

laboral… por ejemplo.

Las condicionalidades de los programas de transferencia de ingresos

Es difícilmente esperable que los padres y madres que aceptaron ser entre-

vistados puedan manifestar razones políticamente incorrectas respecto de

la elección de la escuela. Por ese motivo, el testimonio de una de las directoras

entrevistadas ilumina cierta influencia que en el plano microsocial están

operando los diferentes programas de transferencia condicionada de ingresos

del gobierno nacional y del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires que

solicitan como contraprestación la asistencia escolar de sus hijos.

[…] uno de los fenómenos puntuales que se está dando en la zona del sur

[…] son padres que están absolutamente afuera del sistema desde el punto

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de vista laboral, pero absolutamente metidos en el sistema en lo que son las

organizaciones de base. A partir de ahí, ellos lo que logran son los subsidios,

desde la tarjeta ciudadana de Ciudadanía Porteña hasta el seguro universal.

Entonces, ¿de qué depende que ellos cobren todas estas asignaciones? de

que tengan certificado de alumno regular. Entonces, hasta inclusive hay

una desatención, pero es instintiva, no es pensada, es que si los chicos

llegan hasta los diecinueve años en la escuela, o sea, si repiten, si no repiten,

si tienen que pasar a la pública, no les importa, el tema es tener a los pibes

en la escuela.

Puede anotarse este elemento entonces como parte de un abanico de

razones en la elección escolar.10

La educación religiosa

Como se dijo, todas las escuelas seleccionadas ofrecen educación religiosa.

Sin embargo, en los testimonios de los entrevistados no aparece una búsqueda

específica de la formación religiosa sino una asociación entre los peligros a

los cuales está expuesta la juventud, por un lado, y la contención y el

cuidado que ofrecen las instituciones dada su condición, por el otro. La per-

cepción es que a los chicos se les enseñan “cosas buenas” a través de una

“educación espiritual” y que es importante que aprendan a “respetar” a los

adultos. En un sentido amplio, es la búsqueda de una suerte de antídoto frente

“a la violencia en base al compañerismo, el amor, la ayuda”. Pero efectiva-

mente, la formación en valores trascendentes no parece ser una demanda cen-

tral, aunque se advierte que entre algunas personas entrevistadas la solicitud

está más presente. Es, en cierto modo, un componente que se relaciona

positivamente con la noción de protección ya desarrollada y una asociación

con formas de fomentar ciertos comportamientos entre los estudiantes. Una

directiva entrevistada mencionaba con toda sinceridad: “¿Formación espiritual?

nadie te dice eso” cuando inscriben a los chicos en la escuela reconociendo

en ese sentido un cambio dado que anteriormente (con cierta vaguedad e

imprecisión temporal) la escuela religiosa estaba íntimamente relacionada

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con una demanda de formación de ese tipo. Pero se admite una moderación

de ese reclamo en los tiempos presentes. Otro directivo entrevistado conecta

la propuesta religiosa con el clima escolar:

No sabría decirte si lo que buscan primero es la alternativa religiosa. Lo

que sí creo es que los valores del evangelio, el espíritu religioso de la escuela

lleva a que se crea un clima, y una forma de trabajo que protege en cierta

medida a los jóvenes, adolescentes de ese ambiente. […] Entonces yo no

creo que, no podría afirmar, que las familias dicen ‘porque es religioso busco

la escuela’, pero si, creo que los valores que nos inspiran llevan a que

exista un clima de trabajo y un ambiente dentro de la escuela que hace que,

preserva a los chicos fuera de ese ambiente, que es difícil, eh, no quiere decir

que esto, que es ideal la situación, pero sí los preserva. Se da algo muy

común, los chicos quieren venir siempre a la escuela, algunos por ahí aprueban

y siguen viniendo, y están en la escuela porque se sienten bien; desde lo

simple, un ambiente tranquilo, un ambiente donde se puedan reír, jugar,

donde puedan jugar a la pelota.

Algunas entrevistadas mencionan actividades filantrópicas, propias de

la misión pastoral de alguna de estas escuelas, que contribuyen a la formación

del carácter y los valores de los chicos. A la vez, se menciona el fomento

de valores cuyo contenido es propio de la formación ciudadana en una ins-

titución laica:

[…] no le digas gordo porque a vos no te gustaría… no le digas puto porque

es la elección de cada uno. Es poder sentarse a hablar con los pibes y que

no sea lo prioritario que no se rompan la cabeza, sino que sea prioridad que

no se insulten, que no se maltraten, que no se denigren siempre entre ellos….

Inclusive, se mencionan situaciones de tolerancia y amplitud frente a

otras convicciones y en comparación con otras escuelas religiosas, ortodoxas

en cuanto a la observancia de los sacramentos de cada credo. Como manifiesta

una madre entrevistada:

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riim55:riim55 7/11/11 18:28 Página 218

[…] yo después de haber ido a un colegio católico y, por ejemplo, que me

plantearan con el más grande, el que viene acá, no bautizarlo en la etapa

porque yo era madre soltera y no me lo querían bautizar, dije bueno, está

bien, […]. Después acá nunca me hicieron problema por esas cosas, y hay

colegios donde sí. Claro, hay colegio donde son más conservadores y acá,

bueno, tienen como una amplitud con respecto a eso….

[…] acá hay testigos de Jehová, hay evangélicos, hay mormones.

Un directivo entrevistado mencionaba algún caso respecto de la posición

contracultural de la escuela en relación con la ortodoxia religiosa de la familia

de origen de un alumno. En otras palabras, la elección escolar de la familia

se basaba en motivos estrictamente religiosos, para fortalecer la identidad

y la convicción de la fe; sin embargo, el elemento “público” del contenido

de la enseñanza construyó un principio valorativo de confrontación con el

fundamentalismo familiar. Vale decir, una escuela religiosa que promueve

la diversidad y la tolerancia y entra en conflicto con los valores trascendentes

ortodoxos que inspiraron a esa familia a elegir esa misma escuela. Es decir,

curiosamente, la escuela privada en esa situación refuerza valores públicos

respecto de los valores privados (familiares) religiosos.

En suma, las respuestas encontradas se alinean con las conclusiones

del estudio de Tiramonti, quien clasifica los perfiles institucionales de las

escuelas en función de la lectura particular que realizan los diferentes grupos

sociales respecto de sus propias expectativas. Para el grupo social que ocupa

la presente investigación, define:

Las instituciones que habitan este espacio están atadas a una función que

ellas mismas califican de ‘contención’, concepto abarcador de una amplia

gama de propuestas institucionales que se articulan con las estrategias de

supervivencia del sector que atienden. Están las instituciones religiosas cuya

propuesta tiene un claro componente pastoral a partir del cual se proponen

regular las conductas. Son escuelas que contienen una promesa de ‘protección

tutelar’ contra las tendencias de desintegración del medio. En estas institu-

ciones se reconoce aun una intención ‘civilizatoria’ y cierta confianza en la

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potencialidad de la socialización escolar. Su grupo de referencia está ame-

nazado por la perspectiva de la exclusión y la vida violenta. Mandar a los

hijos a la escuela es una apuesta desesperada por incluirlos en la ‘vida digna’,

expresión con la que se designa una existencia que combine trabajo y familia

(Tiramonti, 2004:31).

Movilidad social ascendente

Estudios respecto de la popularidad de las escuelas privadas subvencionadas

en Chile destacaban que, para una familia cuyos adultos observaban una

escolaridad formal inferior, la asistencia a esas escuelas era considerada

como un signo de movilidad social ascendente. Sin embargo, la evidencia

reunida en este caso no permite afirmar lo mismo: en general no aparece

esa percepción, sino que se subraya la demanda ya mencionada de una

escuela como frontera y refugio de lo que la rodea. Más difusamente se

advierte una elección de una escuela que le sirve a los chicos “para progresar”,

en relación con la propia condición de sus progenitores. Pero en modo alguno

la escuela privada es vista como un símbolo de progreso social en sí misma

sino como un medio para una escolaridad con una mejor contención y eso

justifica el esfuerzo económico de las familias. Tampoco se advierte en estos

grupos sociales una percepción que asocie la mejora económica general

que vivió Argentina desde 2003 y una mayor disponibilidad de ingreso

familiar con un efecto de sustitución de una escuela estatal por una privada.

Otras razones parecen más poderosas que una hipótesis de este tipo, al menos

para estos grupos sociales.11

Acerca de las escuelas de gestión estatal

Casi como un juego de espejo, los grandes reproches de los entrevistados

a la escuela estatal, al menos a la que conocen y a la que pueden aspirar,

se vinculan con las dimensiones mencionadas como las bases de la elección

de las escuelas privadas estudiadas: la falta de cuidado, la continuidad en

las clases y el deterioro de la infraestructura. En general, se comparte evidencia

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establecida en estudios anteriores.12 La percepción oscila entre la añoranza

de una situación mejor (“la escuela pública no es la misma ahora”) y la

crítica frente al “deterioro evidente”: cuando se indaga sobre el significado

de esa calificación, se puede sintetizar en la idea que “los profesores no

van y los chicos se van”.

La noción de falta de cuidado se componen a su vez de elementos diversos:

violencia entre los estudiantes, ausencia de disciplina y control, falta de aten-

ción de los profesores por la individualidad de los alumnos, pérdida de la

vocación docente. Algunas menciones seleccionadas indican que:

Los chicos joden, se hacen la rata, a nadie les importa.

Los chicos se roban y se pelean.

La mayoría de gente que conozco los manda acá, […] porque tienen el

concepto de que en un colegio del Estado no van a poder; que se ratean,

que no estudian, que copian fácil. […] La escuela del estado, si el chico no

se pone las pilas por sí mismo, no existe.

Pero el tema es que los chicos son muy jodidos. La escuela del Estado no

tiene contención con nadie; si tienen que pegar, le pegan. Y a mi no me

gustaría que a mi hija le estén pegando […] Salen de la escuela pegándose,

a dónde se ve que una nena salga golpeada de un colegio porque llevó una

zapatilla mejor, porque llevó un trapo mejor; porque así es acá.

La percepción de los entrevistados es de una escuela donde no se advierte

la responsabilidad sobre lo que sucede tanto adentro como afuera, donde las

autoridades no están en conocimiento de los acontecimientos cotidianos, y

donde no tienen control sobre el curso las acciones no deseadas de los alumnos.

En esa dirección, se dice que en las escuelas estatales se debe recomponer el

“principio de autoridad” dado que “no hay respeto” y sin eso no se puede

desarrollar la tarea educativa. En otras palabras, la demanda de los entrevistados

se orienta en relación con un principio de orden y de cierta ejemplaridad que

parece haber perdido la escuela estatal y exhiben en forma positiva, de acuerdo

a las valoraciones recogidas, las escuelas estudiadas. En ese contexto, el miedo

es un organizador de la decisión familiar:

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Por miedo. Miedo a que lo golpeen, miedo a estar peleando a trompadas

discutiendo con la gente.

La falta de cumplimiento del calendario escolar es otro componente de

la evaluación negativa de las escuelas estatales; en especial se destaca la

percepción de una elevada ausencia de los docentes y de la persistencia de

paros de actividades por motivos gremiales. Algunas menciones de los entre-

vistados señalan:

Mucho paro, mucho paro. Yo no sé si cumplen tanto las horas. Que tienen

que cumplir siempre, no creo. De los seis meses, cuántos meses estudió…

habrán estudiado seis meses, saque la cuenta. El año pasado habrán estudiado

muy poco.

Faltan mucho los profesores.

[…] yo siempre discutía con la maestra, porque yo me iba a trabajar temprano

y volvía tarde. Entones más de una vez, Ivana se llama mi nena, tiene vein-

ticuatro años ahora, me dice, ‘mami, yo hoy, no hubo profesor y me dijeron

que me vaya’; ‘y dónde te fuiste’; ‘me fui a los videos juegos’. Y bueno, en

el cuaderno no decía, ‘su hijo se retiró’.

Por último, otras menciones hacen referencias a escuelas con una infraes-

tructura deteriorada que afecta el normal desenvolvimiento de la actividad

escolar. Una entrevistada señalaba:

No hay clases. Era, en una semana, por lo menos, iba dos veces a clases, porque

después no había agua, no había luz, no había nada… Y entonces, bueno, uno

cuando uno trabaja no puede dejar a los chicos solos, y entonces yo vine a

buscar acá, y encontré y viene de la mañana hasta la tarde, jornada completa.

En ocasiones, la escuela estatal funciona como un destino amenazante

frente al bajo rendimiento de los estudiantes en las escuelas pagas a las

cuales concurren: “te mando al cole del Docke” le suele decir una madre

a su hijo. De todos modos, también se recogieron opiniones favorables al

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funcionamiento de las escuelas estatales en experiencias recientes durante

el nivel primario de los chicos que luego fueron cambiados a las escuelas

estudiadas; sin embargo, la imagen del nivel secundario de las escuelas

estatales tienden a articularse en relación con lo recién apuntado. Por último,

la consideración de las escuelas estudiadas, “semiprivadas” de acuerdo con

la definición recogida, son tal “como deberían ser las escuelas públicas”.

En otras palabras, son los modelos donde deben mirarse las escuelas estatales,

de acuerdo a las percepciones y testimonios recogidos.

III. Algunas conclusiones y precisiones

El proceso de mercantilización simbólica y material de la educación puesto

de manifiesto a través de la elección de escuelas privadas distingue diferentes

“públicos escolares”: así como el análisis de los registros estadísticos indica

la confluencia de diferentes grupos sociales “consumidores” de educación

privada en diferentes proporciones, el análisis fenomenológico da cuenta de

motivaciones distinguibles. Como señala David Riesman (citado por Howard

Becker, 1974), la ciencia social es, en parte, una “conversación entre las

clases” prestándole atención a problemas y modos de vida sobre sectores

sociales que jamás entrarían en contacto: en cierto modo, la advertencia de

esos modos de uso de la escuela privada por parte de los diferentes “públicos”

ilumina aspectos decisivos para la comprensión de su creciente uso.

Conviene puntualizar los dos sentidos del concepto de mercantilización:

primero, el desarrollado por Gosta Esping Andersen (1993 y 2000) en términos

del proceso que promueve la entrada de bienes y servicios a la esfera del

mercado y marca uno de los ejes de análisis fundamentales respecto del des-

empeño de los modernos Estados de Bienestar.13 Segundo, en la idea de

Dubet y Martucelli (Ob.cit.), como producto de la masificación escolar: la

transformación de la educación en un sistema de competencia donde padres

y madres se comportan como consumidores de un servicio que debe ser

sometido a examen y consideración. Aquello que, parafraseando a Julian

Le Grand (2001), puede denominarse como la “dinámica del rey”.14 En

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ambos sentidos debe entenderse el proceso mencionado: como el aumento

de la dependencia monetaria por parte de las familias para la satisfacción

de la necesidad educativa y como un atributo que asume la forma de elección

escolar por parte de ciertos públicos. De allí se sigue que lo que diferencia

y distingue tiene más valor que lo que iguala y homogeniza.

En el campo de las representaciones sociales, el llamado proceso de mer-

cantilización educativa entre los sectores populares se asocia con el tenor

de las expectativas familiares en un contexto de masificación educativa y

polarización social, esto es, un profundo deterioro de las condiciones mate-

riales de vida y de un fuerte proceso de desafiliación social y segregación

residencial cuyo origen se remonta más atrás en el tiempo.15 Los testimonios

recogidos de padres y madres entrevistados señalan una escuela que se

expresa como una frontera y un refugio frente a lo que en forma concluyente

entienden como manifestaciones de violencia capilar, cercana, recurrente y

cotidiana y su efecto en el deterioro y descomposición de las relaciones

sociales en sus círculos directos. Los relatos, a modo de justificación de la

decisión sobre la elección escolar, indican una notable preocupación por la

protección de sus hijos. La escuela expresa una intersección entre el presente

y el futuro y, en ese espacio, lo que constituye como la principal demanda

de los grupos sociales analizados es una escolaridad civilizatoria, donde la

idea del progreso y el combate a la “mala vida” a través de la educación

viene como consecuencia de una condición necesaria y anterior: el cuidado.

El pasaje del nivel primario al nivel medio constituye un escenario paradójico

donde aspiraciones de progreso y temores frente a un nuevo grupo de pares

encuentra solución en la oferta educativa analizada.

Un componente de esa concepción es la solicitud por una escuela que

funcione en sus aspectos básicos, es decir, donde se dicten clases todos los

días durante toda la jornada y en instalaciones con un nivel de conservación

adecuado permitiendo a las familias resolver sus compromisos laborales

mientras sus hijos quedan a buen resguardo. Difusamente, se manifiestan por

detrás algunas vagas ideas sobre la calidad de la enseñanza. En esa dirección,

la noción de calidad educativa se traduce, casi sin mediaciones, en una escuela

de cuidado y contención. A su vez, ésa parece ser la principal característica

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que expresan, al menos desde los relatos recogidos, las escuelas privadas

analizadas permitiendo en un mismo movimiento tomar cierta distancia de

los grupos sociales que se perciben como amenazantes y peligrosos. El

componente religioso, propio de la inspiración confesional, ofrece un contenido

más terrenal que trascendente, asociado a los valores mencionados.

Paralelamente, los entrevistados mencionan una opinión crítica respecto

de la escuela estatal, condicionada en su obligación de ofrecer educación

para todos en un contexto de masificación del nivel medio y mostrando su

incapacidad para lidiar con ese ambiente violento del cual se quiere escapar.

En consecuencia, el escenario de las experiencias escolares proporciona un

fragmento nítido: la escolarización de los sectores populares en instituciones

educativas religiosas sin fines de lucro, donde se desarrolla una oferta al

alcance de sus posibilidades económicas; en base al esfuerzo, las familias

se proponen la búsqueda tanto de una oportunidad de mejora como de un

ámbito de cuidado. El sentido de ese gesto de distanciamiento social, iden-

tificado en la no concurrencia a las escuelas estatales reprochadas, cobra

cuerpo a través de esa pertenencia. Tampoco quedan a salvo del escrutinio

de los entrevistados las escuelas privadas no accesibles. El rechazo se

manifiesta frente a aquello que se considera como una mercantilización

material extrema y abusiva del servicio educativo.

Pese a varios años de notable incremento del empleo, de la actividad

económica y de los ingresos salariales los relatos recogidos señalan su

limitado alcance respecto de aquellos sectores donde reina la informalidad,

los programas condicionados de transferencia de ingreso, la segregación

residencial, la baja calidad habitacional, el deterioro del hábitat, y la lesión

profunda de la sociabilidad barrial debido a la persistencia de situaciones

de violencia en sus distintas manifestaciones. Quienes están en condiciones

de buscar una vía de escape están dispuestos a pagar por una mercancía edu-

cativa caracterizada por su capacidad de protección, cuidado y contención.

La evidencia estadística presentada ilustra a nivel macrosocial el proceso

analizado a nivel microsocial. Alejandro Morduchowitz (2002) establece

que la expansión del sector privado educativo se originó desde fines de los

años cuarenta. Nada se ha dicho sobre las políticas estatales que llevaron a

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esa situación. Adelantando ideas en desarrollo, se ofrece la hipótesis de Paul

Starr (1993): el paro de los programas públicos y el rechazo por el gobierno

de ciertos tipos específicos de responsabilidad (“privatización implícita”)

o, en un nivel menos drástico, la limitación de servicios públicamente pro-

ducidos en volumen, disponibilidad o calidad, causan un giro de los con-

sumidores hacia unos sustitutos producidos en forma privada (“privatización

por desgaste”);16 algunos autores también denominan a ese proceso como

“autofocalización”: pese a que el servicio estatal está disponible para todos,

ciertos grupos sociales se sienten desincentivados a usarlos (Margaret Grosh,

1992). Si bien es posible encontrar acciones de fomento al sector privado

de educación en períodos recientes a través de subsidios a la oferta privada,

el modelo de financiamiento del sistema educativo argentino no sufrió sus-

tanciales modificaciones. En suma, la hipótesis referida es un hilo conductor

para reflexionar sobre el curso de los acontecimientos en el campo educativo

privado en los últimos tiempos.

Anexo metodológico

Fuentes estadísticas

Se procesó la Encuesta de Condiciones de Vida, Condiciones de Vida y

Acceso a Servicios y Programas Sociales (ECV) para observar la asistencia

de la población de 5 a 17 años a establecimientos educativos públicos y

privados en los dos años relevados (1997 y 2001) durante el último trimestre,

de la población escolar que asiste regularmente a los establecimientos edu-

cativos (5 a 17 años). Con idéntico criterio se procesó la Encuesta Permanente

de Hogares (EPH)/ INDEC (a partir de 2003 permite conocer la asistencia

de la población a establecimientos educativos por tipo de gestión estatal o

privada) en el segundo semestre de los años 2003 y 2006 y en el cuarto tri-

mestre para 2009.17 Por restricciones muestrales, solamente se puede analizar

la población de edad correspondiente al nivel primario (5 a 12) y secundario

(13 a 17) en forma agregada (5 a 17 años).

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Se clasificó a los hogares en “quintiles de ingreso per capita familiar”.

El ingreso per capita familiar fue calculado como la razón entre el ingreso

total que obtienen los miembros preceptores del hogar por todo concepto

(excluyendo solamente el aguinaldo si lo han percibido el mes anterior) divi-

dido por la cantidad total de los miembros que lo integran. Los “quintiles

de ingreso per capita familiar” son determinados a partir de: a) el ordena-

miento en forma ascendente de la totalidad de los hogares con ingresos decla-

rados en forma completa (sean éstos iguales o mayores a cero), en función

del valor de su ingreso per capita; y b) la distribución posterior de estos

hogares en cinco grupos de igual tamaño. De esta forma, los hogares del

primer quintil representan el 20% de más bajos ingresos per capita, mientras

que aquellos pertenecientes al último quintil constituyen el 20% de hogares

con mayores ingresos per capita. Si bien los quintiles per capita clasifican

a los hogares en grupos del mismo tamaño, como el tamaño medio de los

hogares tiende a disminuir a medida que aumenta el ingreso per capita, la

distribución poblacional según quintiles no lleva a la conformación de grupos

de igual tamaño. Debido a restricciones muestrales, solamente es posible

hacer el análisis de asistencia escolar por tipo de gestión por niveles de

ingreso en la población de referencia para el Área Metropolitana (AM) y

para el total de los aglomerados urbanos (TA).

Estudio cualitativo

El diseño de investigación presenta un enfoque microsocial basado en técnicas

cualitativas de recolección de información (entrevistas en profundidad).

Se seleccionaron cuatro escuelas para el estudio: todas ofrecen educación

común de nivel inicial, primario y medio, son de orientación religiosa, tres

de ellas titulan en distintas modalidades de bachillerato y otra en educación

técnica. Una sola tiene un turno nocturno. Tres escuelas se ubican en la

zona sur de la Ciudad de Buenos Aires y una cuarta en la zona sur del Gran

Buenos Aires. Dos escuelas tienen menos de 200 alumnos en el nivel, las

dos restantes entre 500 y 600. Todos los establecimientos educativos tienen

una larga trayectoria en la zona, pero una incorporó la oferta de nivel

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medio en 1989 y otras dos a mediados de la década del noventa. En todos

los casos, los establecimientos perciben la subvención estatal máxima (100

por ciento) y los aranceles mensuales que cobran a los alumnos oscilan desde

165 pesos, 100 pesos, 75 pesos y la restante de 45 pesos (ciclo lectivo 2010).

En todas las escuelas se reconoce un elevado nivel de morosidad en el

pago del arancel mensual.

La población que asiste a las escuelas seleccionadas proviene de hogares

cuyos adultos son trabajadores formales e informales, en general en empleos

poco calificados, muchos de ellos beneficiarios de programas sociales de

transferencia de ingresos; se caracterizan por residir en barrios populares,

villas y complejos habitacionales cercanos a las escuelas, si bien no todos

los asistentes son vecinos de las inmediaciones. En algún caso, también se

señala la fuerte presencia de población migrante de países limítrofes.

El trabajo de campo se desarrolló entre febrero y septiembre de 2010.

Las entrevistas a padres y madres de alumnos fueron realizadas en las insta-

laciones de las escuelas, con excepción de dos casos en los cuales se realizaron

entrevistas telefónicas a partir de contactos proporcionados por el propio esta-

blecimiento. Se combinaron entrevistas grupales con entrevistas individuales.

Si bien el criterio de selección de los padres y madres se basó en la asistencia

actual al nivel medio de los alumnos de las escuelas elegidas, la existencia

de otros hijos de esas familias en edad escolar permitió establecer una apro-

ximación hacia diferentes experiencias y trayectorias escolares en diferentes

combinaciones entre escuelas de gestión estatal y escuelas de gestión privada.

Fueron entrevistadas 22 personas de esta categoría. Complementariamente

se entrevistaron nueve informantes clave con el fin de ampliar la comprensión

del fenómeno bajo estudio (funcionarios actuales y de administraciones

anteriores del Ministerio de Educación del Gobierno de la Ciudad de Buenos

Aires, de la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires, y personal

directivo de los establecimientos educativos de gestión privada). Las entrevistas

fueron registradas en forma magnetofónica (con el consentimiento de los entre-

vistados) y se tomaron “notas de campo” en forma simultánea. Posteriormente

fueron transcriptas para el análisis de su contenido.

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notas

1 La Ley Nacional de Educación Nº 26.206 de 2006 definió a la educación como “pública”,distinguiendo escuelas de gestión “estatal” y de gestión “privada”, Para aligerar el textose utilizará la fórmula “escuelas privadas” para designar a las “escuelas públicas de gestiónprivada” y “escuela estatal” para designar a las escuelas públicas de gestión estatal”.

2 Agradezco la colaboración de Sonia Susini por el procesamiento de los datos de la Encuestade Condiciones de Vida (ECV) y de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH). Ver comen-tario sobre las fuentes en el Anexo Metodológico.

3 La información se basa en hogares con ingresos declarados en la EPH.4 En el Anexo Metodológico se detalla el diseño de la investigación.5 Las transcripciones de fragmentos de testimonios de personas entrevistadas se presentan

en párrafos diferenciados. Con excepción de los casos donde se aclara, los entrevistadosson padres y madres que envían a sus hijos e hijas a escuelas privadas de nivel medio.

6 El servicio educativo es un aspecto fundamental en la denominada “economía del cuidado”,rescatado especialmente por la crítica feminista a las instituciones de bienestar: la escuelaes productora pública extra hogar de servicios de cuidado de niños, niñas y adolescentes(Corina Rodríguez Enríquez, 2005) mientras los adultos participan del mercado laboral.La escuela permite “desmercantilizar” y “desfamiliarizar” esas responsabilidades de cuidado(mientras educa, cuida). Dicha concepción supone una transformación del ámbito doméstico,al convertirlo en un asunto público donde el Estado tiene injerencia. La participación dela mujer en distintos ámbitos de la vida social depende en buena medida de la liberaciónde esas responsabilidades domésticas de cuidado y los servicios estatales suelen cumpliresa función liberadora.

7 El maestro Carlos Fuentealba fue asesinado el 4 de abril de 2007 en Neuquén duranteuna protesta social. Días después hubo un paro general de actividades docentes en todoel país con una masiva adhesión.

8 “El miedo parecía ocupar el lugar vacante que antes había ocupado la organización fabrilcomo principio regulador: ésta marcaba sus rutinas diarias, los horarios de los hogares,determinaba períodos especiales (las vacaciones, los aguinaldos y su impacto en el comer-cio local), mantenía en vilo a la comunidad cuando acontecía algún conflicto (la huelga,el cierre o disminución de las fuentes de trabajo). La desestabilización del mundoobrero-popular también implicó la irregularidad de la vida local. Nuestra hipótesis esque la sensación de inseguridad vino de algún modo a llenar ese vacío. El temor compartidollevaba a regular horarios de entrada y salida del hogar, marcaba circuitos de pasaje yevitaba otros; la amenaza, se transformaba en un tema central de conversación entrevecinos y servía como criterio de demarcación y exclusión interna, entre peligrosos ysus potenciales víctimas” (Kessler, 2006:62). Señala en otro pasaje: “Estudiar el miedoes problemático: se trata de una emoción o sentimiento de difícil abordaje, sólo se accedea un discurso posterior o acciones con el que se lo relaciona. […] Es, por otro lado, unconcepto polisémico (para el investigador y para los individuos): con un gran parecidode familia a otras nociones, como angustia pero también inseguridad, incertidumbre o

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riesgo. Se debe sortear también un problema: puesto uno a mirar la sociedad a travésde esta lente, debe resistirse la tentación de concluir qué estamos sumidos en una infinidadde temores, sin diferenciar entre efímeros y permanentes ni entre sus gradaciones diversas”(Kessler, 2006:59).

9 Veleda (2003:50) mencionaba que “[…] los sectores medios-bajos se muestran esencialmentepreocupados por evitar las escuelas donde predominan alumnos provenientes de villas deemergencia. Este criterio surge reiteradamente en los discursos de las familias, lo cual con-tribuye a confirmar el fenómeno, ya constatado por otros estudios.”

10 Esa condición hace poco comprensible la Circular 79 de agosto de 2010 de la AdministraciónNacional de la Seguridad Social, suspendida en sus efectos, que interrumpe la parte pro-porcional de la condicionalidad educativa de la Asignación Universal por Hijo a los per-ceptores que envían a sus hijos a escuelas privadas.

11 De todos modos, en términos macrosociales el cuadro 4 y el cuadro 5 muestran un aumentode la escolaridad en escuelas privadas en el período 2003 – 2009 para todos los gruposde ingreso.

12 Veleda (2003:9) señalaba: “[…] la mayoría de las familias expresa abiertamente su pre-ferencia por éste último [sector privado] y su disconformidad con las escuelas públicas,a raíz de los paros y el ausentismo docente, el deterioro de las condiciones materiales(infraestructura y recursos didácticos) o la desatención e incluso el maltrato a los niños”.

13 Esping Andersen (2000:64), sobre nociones desarrolladas por Karl Polanyi ([1944]1992)y Claus Offe (1990), entiende que el concepto de desmercantilización “aspira a captar elgrado en que los estados del bienestar debilitan el nexo monetario al garantizar unosderechos independientes de la participación en el mercado. Es una manera de especificarla noción de derechos de ciudadanía social de T. H Marshall”. José Adelantado y otros(1998:143), completan la definición: “[…] la desmercantilización se podría entender comoel conjunto de restricciones económicas, políticas y culturales (incluidas las de carácterético) que limitan la entrada de bienes en la esfera mercantil, o intervenciones que extraenrelaciones sociales de la misma”.

14 La introducción de reformas orientadas a la demanda en la provisión de servicios socialesobedeció a un cambio radical en la forma de percibir la motivación de los proveedores yla autonomía de los usuarios por parte de los encargados de diseñar las políticas (Le Grand,2001). Las percepciones sobre la cuestión de la motivación se basaba en dos supuestosfundamentales: que los burócratas no estaban motivados por el interés personal sino porel interés público en el bienestar de la población y que los beneficiarios de esos servicioseran básicamente pasivos y que aceptaban los servicios que se les ofrecieran sin protestar.El cambio en las creencias (encarnado en el conservadurismo inglés en los ochenta) significóque cesara la convicción en la identificación del servicio público con el interés general yque la condición de los usuarios no era pasiva respecto de la oferta de los servicios sociales.Por lo tanto, las creencias y valores de quienes elaboran las políticas comenzaron a basarseen la idea de que los proveedores de servicios sociales estaban más motivados por su interéspersonal que por el altruismo y que los usuarios de los servicios sociales debían ser tratadosmás “como reyes que como siervos”.

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15 El régimen social de acumulación instaurado a partir de 1976, que Susana Torrado (2010)llama “aperturista”, se caracteriza por el aumento de la clase obrera autónoma, forma demanifestación de la ampliación de condiciones de empleo informal y precario, alimentadapor trabajadores asalariados urbanos que perdieron sus antiguas posiciones expresandoun proceso de movilidad social descendente intra e intergeneracional. Puntualizando: “[…]desde el punto de vista de los ingresos, la movilidad experimentada en todos los estratosde la clase obrera y en la mayor parte de los de la clase media fue abruptamente descendente,implicando un proceso de pauperización absoluta y pauperización relativa, de carácterinédito en la historia argentina reciente” (:56). Completa: “[…] se hizo más intensa la pola-rización entre los muy pobres y los muy ricos, destruyendo, en el camino, uno de losatributos distintivos de nuestro país: la existencia de amplios estratos medios formados yconsolidados a lo largo de casi un siglo” (:57). Sus efectos estuvieron espacialmente con-centrados en los tradicionales polos industriales: área metropolitana Buenos Aires, Córdobay Santa Fe (José Nun, 1987).

16 Comúnmente suelen utilizarse en forma indistinta privatización y mercantilización. Reservo“privatizar” a promover la participación de organizaciones privadas (con o sin fines delucro) en la producción de un servicio y “mercantilizar” a la puesta en marcha de unarelación mercantil entre los agentes. La primera se asocia a la fuente y forma de producciónde los satisfactores y la segunda se asocia a la posición de las familias o de los individuosrespecto del acceso a esos satisfactores.

17 Vale mencionar que las bases usuarias de la EPH posteriores al segundo semestre de2006 se encuentran severamente cuestionadas por los especialistas debido a la crisis ins-titucional del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC).

referencias

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Revista de Instituciones, Ideas y Mercados Nº 55 | Octubre 2011 | pp. 235-258 | ISSN 1852-5970

ROSMINI’S ECONOMIC VISION AND THE POST-CRISISGLOBAL ECONOMY*

Carlos Hoevel**

Abstract: Being one of the first Catholic thinkers to embrace the market

economy, Antonio Rosmini believed that it could not function devoid of

strong ethical and institutional foundations. The article presents his main

economic ideas and shows the relevance of his writings to understand the

causes of the recent global crisis. It also gives a Rosminian insight on the

possible actions to be taken in a post-crisis scenario.

Rosmini, the Crisis and the Catholic Liberal Tradition

Antonio Rosmini (1797-1855) is well known as one of the most important

thinkers of European Modernity developing a deep philosophical thought

comparable to Hegel’s or Kant’s. He was also a practical thinker who

elaborated a complex social and economic project for Italy and for Europe.

Rosmini lived in times very similar to ours, characterized by the passage

from protected, closed and particularistic societies to more free, open and

universal ones. If we experienced the end of the Communist regime, the

adoption of democracy worldwide and the rapid growth of a global market

* Text based on the Calihan Lecture given by the author at the Pontifical Catholic Universityof Santa Croce in Rome on December 4, 2008, on the occasion of his reception of theNovak Award. This prize is given by the Acton Institute of the United States to new andoutstanding academic research on the relationship between religion, economic freedomand a free and virtuous society. The author thanks Samuel Gregg and Marcelo Resico fortheir helpful comments on the first versions of the text.

** Dr. in Philosophy (UCA), M. A. in Social Sciences (University of Chicago). Professor ofPhilosophy of Economics and Director of the Center of Studies on Economics and Culture,Pontifical Catholic University of Argentina. E-mail: [email protected]

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economy, so did Rosmini experience the end of the Ancien Régime, the new

political ideas and practices of the American and French Revolution, and

the quick expansion of a market and industrial economy.

Also like us, this great Italian philosopher was shocked by the social

problems, wars and economic crisis that came with the changes. However,

this latter fact did not induce him to be against the transformation, as did

many traditionalists, corporativists, social romantics and collectivists of his

time. The opponents of economic and political transformation in times of

Rosmini accused the market economy of being the cause of almost every

evil: of favoring greed and consumerism; of fragmenting society; of favoring

the rich and generating exclusion. Not only did Rosmini not share these

accusations, but he was also firmly against the plans to replace, either violently

or gradually, the market economy and liberal institutions by a Romantic,

populist or technocratic conception of the State identified with the “People”

or with a professional bureaucracy of regulators, which many are proposing

today as a possible solution to the post-crisis global economy (Piovani, 1957).

In this sense, Rosmini can be considered one of the first Catholic thinkers

who supported the market economy and liberal political institutions, rejecting,

at the same time, the Hobbesian-Rousseaunian-Hegelian-Maistrian conception

of the relation between society, the economy and the State (Bulferetti, 1942).

Besides, he can also be considered one of the builders of the fruitful bridge

between the continental Catholic theological-philosophical tradition and the

Anglo-Saxon Scottish and American economic and political traditions, with

thinkers like Alexis de Tocqueville, Lord Acton, Lacordaire, Montalembert,

Luigi Taparelli D’Azeglio, Marco Minghetti, Fedele Lampertico, Luigi

Sturzo, Jacques Maritain, Wilhelm Röpke and with our contemporaries

Stefano Zamagni, Rocco Buttiglione, Brian Griffiths or Michael Novak

(Antiseri, 1995).

In what follows I will present Rosmini’s main economic ideas and show

the relevance of his writings to understand the causes of the recent global

crisis. I will also offer a Rosmanian insight on the possible actions to be

taken in a post-crisis scenario.

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A Natural-Law and Personalist Conception of the Market

It is remarkable that Rosmini, being a philosopher and a priest, had never-

theless a very sound knowledge of the market economy. On the one hand,

his family had been for many years the owner of a business –a silk industrial

establishment in the city of Rovereto in Northeastern Italy, where Rosmini

was born- that had almost 4,000 employees at the end of the eighteenth

century. Although during Rosmini’s life this business was in decline, it

nevertheless gave him first-hand knowledge of economic issues and liberated

him from the typical prejudices of intellectuals against the market and eco-

nomic life. On the other hand, he was also very acquainted with the works

of the most important economists of his time like the Italian civil economists,

Simonde de Sismondi, the utopian socialists and especially the Classical

economists like Adam Smith, Thomas Malthus and Jean-Baptiste Say,

from whom he learned not only very detailed and technical aspects of eco-

nomic science but also the principles and institutions on which a market

economy is based.

Perhaps one of Rosmini’s most interesting achievements was to give

these market economy principles an anthropological, ethical and Christian

basis. He argued, for example, that the institution of private property is not

a result of external economic or social reasons, but of the union of a good

with what he calls the “personal principle”, through which it becomes “part

of the person’s ownership by natural law” (ER, n. 245). Thus he conceived

private property as a kind of extension of the human person through which

she can flourish, which shares her absolute dignity and that should therefore

be as inviolable as she is. He also argued that economic freedom is a natural

right based on the idea that the right of ownership needs free economic

actions of labor, entrepreneurship, consumption and exchange through which

we can acquire, conserve and make our property productive:

Considered in general, competition through honest means is a natural right

relative to all kinds of earning. […] Such [right] comes about through

expeditious effort and greater industry (RI, n. 1676).

Rosmini’s Economic Vision and the Post-Crisis Global Economy | 237

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Therefore without economic freedom the right of ownership –and the

possibilities of the human person to flourish through it– would become

something sterile:

It is clear that by exercising our freedom we both develop our powers and

create external ownership for ourselves (RI, n. 302). This ownership is then

pervaded by freedom, because, as we said, ownership is only a kind of extra

instrument acquired by persons, in order to operate according to their ends

(RI, n. 302).

In this sense, according to Rosmini, “the idea of ownership essentially

embraces and contains that of freedom (of free use) (ER, n. 340),” meaning

that ownership is a co-principle that is completed and fed-back by freedom,

and that both are based on the principle of the human person understood as

the ultimate source of every right. Besides, Rosmini thought that whenever

freedom is not sufficiently developed, property tends to remain in the same

hands. On the contrary, free market economies are the best means to make

circulate and distribute property:

I agree with Adam Smith and with so many other economists –argues Rosmini-

that the most useful distribution of wealth is the one performed by the nature

of things. This distribution and direction of wealth is all the more perfect

when the place and time in which it is considered are vaster. It occurs thus

with all natural laws, the regularity of which is not discovered until they are

considered over an ample period of space and time (OIP, p. 136).

In other words, as a free market becomes wider in the number of suppliers

and consumers and this situation extends in time, prices become less and

less dependent on arbitrary decisions made by a few individuals, and reach

a mean point which reflects the decisions made on production, consumption,

investment or savings by a majority of people forming that market that will

be the best way possible, at that precise moment, of allocating resources

among the persons who make up this market. Therefore, he adds,

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[the artificial direction of wealth in (large) markets] is, to say the very least,

very dangerous because it cannot be directed without knowing all the laws

of its circulation, without calculating the mutual influence of the infinite

number of agents related among themselves and the irregularities and

particularities of their behavior. In this way, in the belief that one is doing

something to increase wealth, one disturbs it and prevents its growth (OIP,

p. 137)

Based on these reasons Rosmini criticizes all statist, socialist and

communist systems –whom he calls “statolatrists”– which tend to overrun

or suppress property and limit free competition. In order to obtain the benefits

of the market gained through a responsible, intelligent and laborious use of

one’s own capabilities Rosmini demands society the fullest possible protection

of the basic economic rights:

Generally speaking, the defense of private property is always present when

civil society has been constituted. If the private owner himself is incapable

of defending what he owns, society itself undertakes this responsibility (RI,

n. 887).

In fact, in Rosmini’s opinion, “no one can prevent another person from

earning except by occupying beforehand, through competition, what the

other would have earned” (RI, n. 1676). Therefore,

… to limit, by an act of will alone, other’s freedom to earn and in general

their freedom to acquire some other good or occupancy, in as infringement

of Right even if the limitation is supported with force. A private individual

could not do this; the government, therefore, cannot do it in favor of an

individual. Generally speaking market freedom is founded in natural Right

and is therefore inviolable (RI, n. 1676).

Thus, from a Rosminian perspective, it would be completely mistaken

to accuse the market economy in itself for the current or past global crisis,

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and it would be also completely unethical and economically catastrophic to

implement collectivist measures oriented to redistribute or nationalize private

property, manipulate market prices, subsidize supposedly-beneficial industries,

enlarge an ever increasing Welfare State, or close the economies to foreign

trade. Such kind of policies would go directly against economic growth as

well as social justice, natural right, ethics and the dignity of the human person

and consequently they would seriously damage the possibilities of building

a more human and Christian society (Campanini, 1983).

The Utilitarian and Rationalist Conception of the Market. A Critique

Rosmini had to deal in his time with a strong group of intellectuals, led by

the Italian economists Melchiorre Gioia and Giandomenico Romagnosi,

who tried to base the market economy on an utilitarian philosophy

(Giordano,1976). The supporters of this position based their assumptions

mainly on a utilitarian conception of human action, presented under the form

of (the later on) so-called rational choice theory. According to this conception,

economic agents involved in market activities behave always “rationally”,

meaning that they are necessarily moved in their economic actions of

consumption, production and exchange by the sole aim of what they call

“maximization of utility.” The utilitarian point of view thus holds that whatever

choice man makes, he always chooses guided by the idea of a personal

reward, profit or advantage because, in Rosmini’s depiction, “the only possible

rational order is that which leads every man to act according to his own

greatest utility” (RCS, p. 66). This is understood as an exclusively self-

interested behavior, conceived in naturalistic terms as neutral to the influence

of good or bad ethical values,1 and therefore as infallible, consistent and

predictable as the law of gravity:

Isn’t it true –argues Romagnosi quoted by Rosmini– that no one can act

according to any previously known norm other than that of his own advantage?

Can individuals go outside themselves and act for motives other than those

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which determine their own will? In a word, is it possible for anyone to act

except for self-love? Self-love is taken here as the general will to remain in

as satisfactory a state as possible. The law of self-interest is as absorbing and

imperative for human beings as the law of gravity is absorbing and imperative

for bodies (AMS, pp. 64-65).

The supporters of this position, then and now, believe in market

mechanisms not only as the solution for all economic problems but also for

every other problem of social and private life, including crime, education,

medicine, marriage, the family and even religion. Moreover, utilitarians

believe that even the rights and institutions on which markets are based are

also the result of other kinds of markets or spontaneous orders, such as the

markets of institutions or rights, supposing also their infallibility and rejecting

all space for any juridical or moral extra-market dimension. According to

this kind of utilitarian and rationalist liberalism, the more we open and extend

free market exchanges, the more people will automatically make “rational

choices” and by doing so they will maximize utility and happiness both for

themselves and for the whole economy and society. In Rosmini’s words, for

the utilitarian perspective,

… society is not, has never been and will never be anything else than a general

market in which each individual sells his goods and his services in order to

receive the goods and services of the others. In this exchange each individual

gives what he values less for what he values more; thus society becomes

advantageous to all (BE, pp.135-136).

According to Rosmini, the utilitarian interpretation of economic behavior

and market activities is not only an extreme simplification of real human

actions but also very harmful for economic, social and human flourishing.

In Rosmini’s opinion, it is simply not true that market activities are held

only by self-interested individuals neutral to moral values, and that all

individual choices and preferences are always rational and useful for the

economy. These assumptions are based, in his opinion, on a reductionist

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anthropology and on a poor observation of the market economy itself; although

in a market economy self-interest is very important, this does not mean that

people do not have other motivations.

Based on his famous philosophical theory of the “idea of being”, Rosmini

argues that the utilitarian explanations of human action leave aside what he

calls the “objective powers” of human beings, that is, the intelligence and

free will through which people become capable of recognizing objective

moral values independently from any “rational” calculus: “It is in accordance

to human nature the faculty of judging things disinterestedly, as they are,

and not according to our own utility, that is, estimating them according to

truth, not according to the passion of self-love” (SP, p. 74).

Therefore, he believes that in order to understand both human and

economic behavior we should take into account what he calls the appagamento,

that is, the state of contentment or happiness of the people which, according

to him, is born only from a free and virtuous acknowledgement of objective

moral values (D’Addio, 2000). Following his personalist conception of

human nature, Rosmini distinguishes this moral contentment or happiness

from every other kind of pleasure or subjective satisfaction. In fact, in his

opinion, “to experience pleasures and to be content are different things as

they are different things pain and unhappiness. Man can feel pleasure and

not be happy: he can feel pain and be happy. Here there is nothing more

than an apparent contradiction: it is a truth of every day life” (SP, pp.392-

393).2

Rosmini shows how most of the problems within a free market economy

begin precisely by the false identification between subjective utility or

pleasure and moral happiness that takes place within individuals. When

people search happiness in consumption, work or money, the result is an

endless and vain race to reach through inadequate means an end that can

only be achieved in the spiritual dimension. In fact, he writes:

… the very efforts people continually make to content their capacity by means

of some inadequate object are themselves the source of arousal relative to

the pleasure in view: the more individuals feel they enjoy such pleasure, the

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more they are strengthened in their vain hope of contentment through the

increase of the pleasure itself. No increase, however, can provide this

contentment […] (SP, p. 368).

This is explained, according to him, by

the unrestrained libido proper to human beings alone, and unknown to the

animals. Human desire for ever-increasing pleasure is never satisfied; people

prefer to die than renounce to it. […] It is no surprise, therefore, to see in

misers an increase in their longing and need for wealth as their riches grow

[…] Moreover, this capacity does not increase in arithmetical progression

but in geometrical progression, because what people gain in this way,

unceasingly intensifies their previous capacity. […] Finally, it produces blind

men and women who sell all their tranquility, health, chastity, blood, life

itself for the sake of money (SP, p. 370-371).

The Harmful Consequences of Unrestrained Competition

Rosmini believes that in an immoral or culturally poor environment, market

competition looses many of its beneficial effects. In fact, when desires exceed

the moral virtue or capabilities required to limit or satisfy them, competition

can thwart true moral contentment, hamper the development of personal and

virtuous freedom, and finally destroy the capability for economic respon-

sibility, initiative, and work deriving into an unequal fight between the few

stronger and an ambitious and frustrated weak majority:

Desires increase as competition […] becomes more universal. Sometimes

this competition is open to all equally by laws and custom. In fact, it is then

impeded by the great numbers who trample one another down in the rush to

fame and fortune. In this case, only a few manage to satisfy the desires and

activity they share with the many. The majority look upon their fortunate

rivals, with whom they have compared themselves so often, and see themselves

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at the bottom of the heap. Such numerous, frustrated desires and painful

comparisons are normally the source of great harm to public morality and

cause immense evils in society (SP, p. 412).

This ends by impeding and destroying competition itself. This can be

clearly seen, according to the Italian philosopher, in the international level

when a sudden and full competition is open among peoples of different

cultural development: “When competing with fully civilized nations primitive

nations are destroyed; those at the second level lose the means and will to

progress along the road of civilization; decadent nations are impoverished

and break up” (SP, p. 338).

Rosmini quotes the case of the American Indians for whom the competition

with Europeans, given their disadvantage in abilities, resources and culture,

was not an occasion for their progress but for their ruin and destruction:

As we saw, the American Indians perished in their poverty because they

could not compete with the rich when their desires had increased their needs.

Rich people can satisfy their needs with what is superfluous, but the poor

only with what is necessary. The Europeans exchanged their abundance for

things indispensable to the subsistence of the Indians who, when they had

satisfied their artificial needs, had nothing even to live on (SP, p. 337).

This is also true at the national level:

What has been said about competition between nations at different stages of

progress towards civilization must also be said about classes of people who

make up a nation. If we supposed the needs aroused in different classes of

people to be equal, they would require equal expenditure to satisfy them.

But equal pressure to spend is certainly not an equal burden for people with

different means; it is a greater, more harmful burden for those with lesser

means. For the hard-pressed families of artisans and peasants, ten pounds

wasted on carousing can be much more disastrous than a thousand pounds

wasted by a rich family on a banquet. Competition is not always the best

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thing for a nation, as some think; very often it profits only the rich, especially

the industrially rich (SP, p. 339).

Based on the anthropological evidence and on the empirical fact that

there are always people who err, or have unpredictable tastes or are immoral

(SP, p.327), Rosmini strongly criticizes the opinion of those economists who

believe that market policies should be based on a generalized free display

of subjective preferences of consumers, entrepreneurs and workers as the

magical formula for prosperity, without taking into account if these preferences

are based on virtuous or vicious moral states:

The assumption is false that human beings are always stimulated to greater

industry by the pressure of growing needs. Under certain circumstances, the

pressure simply provokes impoverishment and extreme misery, which leads

people to abandon what they really need with the purpose of satisfying the

irresistible urgency of these needs. … Thus, nothing could be more

disastrous…than a political system which demands the increase of artificial

needs of the members of society but fails to determine the quality or the limit

of these needs, or the classes in which these artificial needs may be increased

to advantage, or the social circumstances which make this increase desirable

(SP, pp. 329,339).

The Italian author certainly admires the virtues of the spontaneous

interaction of the individual interests evidenced in the market. According to

him, private interest “exercises a considerable degree of influence on the

shaping of the public good”. However he rejects the idea that “this should

occur always and without exception.” To affirm such thing is “the excess of

a true proposition and is this excess what is false” (SC, pp. 379-380). In a

word, Rosmini does not believe in markets’ infallibility for the simple reason

that these are not completely natural mechanisms, but interactions that depend

on personal freedom, and freedom, in its turn, works well or badly depending

on its greater or lesser accord with objective ethical values based on natural

law or, what is the same, on virtuous freedom:

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In my opinion –sustains Rosmini– one cannot agree with [Adam] Smith and

his followers in this: that private interest is perfectly educated and makes no

mistakes, not even considered in an entire nation. The truth is certainly the

opposite, since this depends on the degree of culture of the people (OIP, p. 139).

A Rosminian Understanding of the Causes of the Recent FinancialCrisis

The utilitarian ideas criticized by Rosmini have unfortunately inspired much

of the contemporary opening of global competition, deregulation and

privatization processes. On the one hand, in some emergent countries, free-

market reforms and integration to global markets, positive in themselves,

were implemented in careless, immoral and anti-juridical ways, and destroyed

many small and middle-size companies and employments by unjustly favoring

monopolist global corporations, by creating new powerful local mafias or

by subsidizing privileged industries, therefore bringing more poverty.3 For

example, during the 1990’s in Argentina, a combination of market reforms

with neo-statist and neo-populist policies based on excessive government

spending, debts, subsidies and regulation were the main cause of the severe

economic crisis of 2001.

On the other hand, in developed countries, the successive bubbles of

capital, technological and financial markets, but especially the recent global

financial crisis, have shown us, in an extremely short period of time and in

a very clear way, almost all the vices which, according to Rosmini, characterize

market behaviors without a moral basis. Undoubtedly, some of these vices

were the consumerism and irresponsible behavior of many of the mortgage

borrowers and lenders, and the greed of financial agents and CEO’s who

multiplied abstract instruments through securitization without any connection

with real property titles. However, from a Rosminian perspective, “we should

not marvel that the human heart behave like this.” In fact, “there is greater

reason to wonder at the attitude of certain economists crazy enough to

maintain that the wealth of nations may be increased by the sale of virtue,

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and that vice should be encouraged if the State would otherwise lose some

of its wealth. […]” (SP, pp. 370-371).

Indeed, it was mainly the temerity and arrogance of many consultants,

analysts and policy makers –especially the Federal Reserve officials– who

made them believe that the damage produced by toxic mortgages would be

finally diluted in the totality of the economic system. Their blind confidence

and euphoric triumphalism on the supposedly deterministic nature of market

mechanisms ignored the Rosminian anthropological insight that when the

spirit of the people is not content it will not be satisfied by the increasing or

spreading of incentives. On the contrary, this spreading will only multiply

the original evil geometrically, feeding the endless ambition even more:

The error in this case of superficial moralists is similar to that of superficial

hydrologists. When there is a river flooding and causing damage, they suggest

immediately to divide it into more channels hoping that the waters will be

weakened. But things happen contrarily to their poor forecasting: what

happens is that the waters suddenly fill the new channel without this making

lower the amount that runs in the first. The superficial moralist says the same

thing; give to passions new objects and thus you will weaken their strength

in relation to each of them. But passion, when it is disorderly, merely reinforces

itself according to the number of objects and it just not only throws with the

same impetus as before on various objects it but it desires them even more

than before […] (EO, p. 116).

In other words, economic agents do not always necessarily react in a

“rational” way by virtue of an invisible hand and therefore it is not always

true Bernard de Mandeville’s idea that “there is no human vice that is not

useful to someone who knows how to obtain a profit from it” (EO, p. 104,

note 2). On the contrary, nourished by easy money coming from an irresponsible

monetary policy, huge government spending and lack of a proper juridical and

political regulation, the subprime bubble –that in fact was truly a “moral

bubble”– derived in one of the biggest destructions not only of wealth but

especially of trust and moral capital in the history of modern economy.

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The Moral and Institutional Framework of Economic Competition

In a post-crisis global scenario, Rosmini’s vision can be useful because it

highlights the moral and institutional framework needed to cement a truly

virtuous economic freedom.

In the first place, what we most need now is not so much the endless

injection of billions of dollars and euros into the economy by neo-Keynesian

and neo-statist policies but the urgent recovery of moral balance and moral

contentment, which will be the only able to fill the spiritual hole that is

feeding the current fall of the economy. As stated by Rosmini, “no intelligent

and wise government promotes vices with the pretext of increasing public

wealth but prefers to promote virtues” (OIP, p. 157). Indeed, a global market

economy needs people with the virtues of moderation, temperance, justice

and personal responsibility that may rebuild the now broken links of trust,

reciprocity and friendship. Otherwise, the global economy might probably

become a war of all against all, as it was pointed out:

If we assume that this art of wealth is exercised by humankind organized

into a single society, or by a man who, through a spirit of love, makes the

interests of his peers his own, this art of wealth will be the external expression

of the most perfect beneficence. But if we assume it is exercised by each

individual on his own, economic science becomes an art of disputing the

possession of wealth, it becomes in this case the refinement and the perfection

of the universal war between civil nations. In this sense, I said that the

perfecting of economic science, assuming that it does not come across men

well-disposed by morality, produces only the increase in mutual hostilities

(CA, p. 5).

This moral balance should take the social and institutional form of a

competition bridled by personal rights. In his words:

I fully support free competition for every kind of good –argues Rosmini–

provided we do not misunderstand “competition”, an undetermined and

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equivocal word. I do not espouse competition as the sole source and principle

of justice, but as the effect, not the cause of justice, that is, as the effect of

justice which is anterior to and therefore determines the right of competition.

If this important distinction is ignored, the meaning of the word remains

uncertain and opens the field to many unfortunate sophisms (SP, p.337).

By juridical concurrence I mean concurrence by right, concurrence protected

by rational Right. Note carefully, I never speak about a truly unlimited

concurrence; the only concurrence I support is that limited by rational Right

alone (RCS, n. 2298, note 320).

According to this view, an economy based on a healthy competition

would need a series of institutions based on natural law (Ferrari, 1954). Such

institutions are the laws that protect private property and free competition,

and are designed to defend these rights but also to moderate their possible

abuses; a Political Tribunal to protect economic rights against the abuses of

individuals or of the State; a just tributary system designed to avoid excessive

wealth concentration both in the private and the public sphere; anti-trust

laws; and regulatory laws in relation to international commerce, among

others.

However, above all, the legal framework of the economy should be

oriented to avoid –in Rosmini’s words– “the mistake of those who exaggerate

social right to the destruction of extra-social right [that] inevitably produces

absolutism, just as the mistake of those who exaggerate extra-social right to

the destruction of social right [that] inevitably produces ultra-liberalism and

anarchy” (SP, n. 138, p. 52). Therefore, a market economy should be designed

pursuing a “harmonious conciliation between private freedoms and the

authority of the government, so that under the firmest authority, every one

retains the exercise of the greatest possible juridical freedom. Such is the

true and healthy liberalism […]” (SCS, p. 96).4 In fact,

if the government regulates only the modality of rights without disposing of

their value, all citizens enjoy concurrence for all social and extra-social goods,

because their right of relative freedom is maintained and guaranteed in all

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its extension […] Relative freedom for all must be recognized as an intangible

right which allows everyone complete free competition for all types of work

[…] When these conditions are guaranteed, it is clear that the result will

inevitably be the most natural and extensive development of all good initiative,

business, branch of knowledge and talent. […] The result of this universal

free concurrence for every unoccupied good, in conformity with activity and

merit, is the best possible economic-moral situation at least for the greatest

number if not all of the citizens (RCS, nn. 2072, 2075-2076).

Economic Policies Based on Freedom

According to Rosmini, economic policies should consider, in the first place,

“not directing the general course of wealth, but only of accelerating it”…

“The government, as said principle states, is in danger of disturbing the

legitimate order of wealth if it seeks to give it a direction, but not when it

seeks to increase the movement and activity of citizens in general, mainly

towards everything that activity is oriented to”… (the task of the government)

is to encourage “not so much this or that branch of industry in particular,

but industrial activity in general” (OIP, p. 137-138).

In fact, Rosmini is indeed a harsh critic of industrial policies based on

regimes of privilege, monopolies and special subsidies. While, on the one

hand, he states that the regime of “patents granted to inventors of something

useful” could never be called “privilege” or “favor,” on the other hand he

claims:

I cannot see, however, that the same comments could be applied to those

true privileges which are sometimes granted to a person who is allowed the

exclusive exercise of a trade or craft that he has not invented. If such a

privilege is granted, the natural freedom of all other persons is restricted by

their exclusion from the exercise of that trade or craft; if public authority

favors some person or family, or provides them with some advantage; all

other individuals are injured in their rights (RI, n. 1675).

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Because of this, the rights to economic initiative on the part of the citizens

should prevail, and the State should avoid any attempt to hinder, replace or

absorb them by competing with them or by monopolizing for itself particular

activities or sectors of the economy:

Civil society was not instituted to undertake some particular utility but, as

we said, to regulate the modality of rights. The protection and facilitation of

all the enterprises of the citizens and of other societies are directed to this

end. Hence civil government acts contrary to its mandate when it competes

with its citizens or with the societies they form to procure some particular

utility and even more when it reserves to itself the monopoly of enterprises

which it forbids to individuals or their societies (RCS, n. 2166-2167).

In this way, “industry and commerce must certainly be protected and

encouraged –but not through injustice, which never brings to the State any

true and solid good” (CSJ, p. 82). Thus, according to Rosmini, “each man

has the right to use his abilities to his advantage. Therefore, enterprise must

be free, as it constitutes part of juridical freedom” (CSJ, p.98). All this

“demonstrates the freedom of industry and internal commerce through an

argument coming from the principles of right. These principles exclude any

form of monopoly” (CSJ, p. 98).

Some Prudential and Subsidiary Interventions

Although Rosmini establishes industrial freedom as a general principle, he

also proposes what other Christian liberals later called “conforming” political

interventions in the market or “liberal interventionism” (Röpke, 1992). Our

author calls the regulation of the “modality” of economic rights, by which

“the mode of a right can be changed without the possessor of the right losing

any of his goods, his pleasures or his reasonable contentment” (RI, n. 1616).

Against both Keynesian and collectivist interventions, and an ultraliberal

conception of markets as self-regulated, Rosmini proposes some prudential

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and subsidiary interventions of the markets in order to repair their failures

and help them work in a normal way, being extremely careful of not damaging

their spontaneous orders, distorting the prices mechanism and especially not

suppressing economic rights:

The civil philosopher must keenly observe the laws through which operate

all the forces, which move the human commonalities left to themselves, that

is, left to operate according to their nature. But after having known these

immutable laws, he draws the art of regulating their natural course, so that

it does not end by being turmoil and deadly, but carries a good effect (OIP,

p. 177).

In particular, Rosmini believes that some policy instruments should be

oriented to what we modernly call business-cycles policies in order to

prevent periodical tendencies to unbalances and avoid extreme crashes of

the economy. This should not be understood as Keynesian measures of

inflating demand after the crisis has taken place (Röpke, 1936), but as a

prudential, gradual and preventive calibration of the different factors. These

cycle-policies should be implemented studying in detail what Rosmini calls

the “law of balances of society”, which has its center of gravity in the fragile

moral balance between the needs and desires of the people and the means

to satisfy them in their particular different situations, places and regions,

so as to mitigate –in a qualitative and not only in a quantitative way– the

effects of destructive tendencies as much as possible and encourage

constructive ones in order to “prepare in time for the evils which unexpectedly

occur to nations” (SS, p. 76).

Also, some subsidiary actions and temporary help for business and laborers

should be also encouraged, especially by means of general incentives which

he calls, after Gioia and other authors of the Italian civil economic tradition,

“knowledge, will and power,” that is to say, training in knowledge, initiative,

and the power of action of business enterprises. This would “increase in the

lower class knowledge of their own interests and the resolve to apply

themselves to these interests with foresight and activity” (SP, p. 335), and

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help them to acquire new labor capabilities and therefore be able to compete

with more equal opportunities:

The word “competition” has been much abused. Free competition for what

is good is a human right, but equal competition can only take place when

individuals are in the same circumstances (SP, p.302, footnote 286). Thence

it will be the task of the government to remove ignorance, prejudice, those

habits which are harmful to production, and –through prizes and other

incentives– encourage those who are more active and motivate those who

are less active […] In a word, the government must increase the three forces

from which is born the acceleration of production: knowledge, ambition and

power, by eliminating ignorance and inertia, seeking the formation of trade

organizations through which individuals may join forces (OIP, p. 138-139).

Furthermore, Rosmini includes, in the sphere of governmental industrial

policy, the encouragement of associationism and cooperativism among small

and medium-size producers –very typical of Italy–, who may allow for a

fairer competition with the larger producers in the market.

In addition, it is also necessary a direct State help to poor people or poor

countries with extreme and urgent needs: “Thus, it is inarguable that civil

government has, because of its own nature, the faculty or rather the obligation

to provide for the citizens’ extreme necessities, whoever the citizens may

be, given that it has been instituted for this purpose: to protect and regulate

all rights” (CRI, p. 266). This, provided the help is limited to a certain period

of time and space and is accompanied by proper accountability and not

arbitrarily generalized. Rosmini’s main advice in this respect is not to

asphyxiate morality, personal responsibility and spontaneous charity by State

assistentialism, and to leave space for gratuity, especially from civil and

religious associations.

Another prudential intervention recommended by Rosmini is the gradual

and not sudden or indiscriminate opening of national, regional and global

free markets in order to avoid the serious danger of neo-protectionist reactions.

“If we abstract from the special circumstances of nations and particular States

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–argues Rosmini– and consider only human beings in one and the same

family, free trade is obviously beneficial and moral and restrictions on free

trade are a disaster for the human race” (RI, n. 1676). However, he writes,

In a State where the prohibition system has prevailed and thus industry and

commerce have taken an exceptional course and shape, we cannot –without

damaging many– all of a sudden destroy that status quo which is against

nature by suddenly allowing a full liberty of industry and commerce. It is

wise to allow time for industry and commerce to back out of their false

direction and return to their natural and free ways. It is therefore appropriate

that customs duties be gradually decreased until the natural state of full liberty

is reached (CSJ, p. 142).

In fact, especially in countries where local capital investments, management

competence and capitalists’ initiative are not sufficient:

the condition of a people could be such as to benefit from some ramification

of commerce and industry that cannot flourish in that nation –and that for

several reasons: because the first investments need capital that cannot

immediately yield sufficient profits because of the competition from foreign

merchandise coming from countries where the businesses are already organized,

for the incompetence of those who start a new industry for the nation, and

because of the lack of initiative of the capitalists (CSJ, p. 142).

In this last case, he argues,

industry, crafts and ways of increasing wealth are not learnt instantly by the

uneducated for whose education time must be set aside. During the period

which must be dedicated to learning, any contact with cultured people is

usually fatal. The products of cultured peoples are inevitably better and less

expensive than those produced by less educated peoples whose industry is

still young and equipment primitive. This kind of unequal competition

endangers their nascent industry to some extent, because people will not

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work hard unless there is some hope of gain for themselves (SP, p.341).

Here I have no hesitation in accepting the opinion of those who maintain

that customs and other curbs of this kind can be advantageous for the special

regions for which they are established, provided they are moderate and used

for exceptional cases –in other words, they are simply provisional, temporary

laws (RI, n. 1676).

Rosmini advices to go in the direction of increasing commercial treaties

following a careful criterion of reciprocal compensation:

Relative to nations, it seems to me that it is always possible (when nations

are agreed in recognizing the obligation) to make just agreements or trade

treaties which would not be intended to balance materially the burdens

variously imposed on the import and export of products and manufactured

goods, but to maintain intact freedom of trade by allowing reciprocal

compensation and recompense in so far as free trade benefited one or other

of the parties (RI, n. 1676).

Building a new global rule of law in order to combat transnational

monopolies, accompany economic globalization with gradual free immigration,

protect national and regional cultures and thus reach gradually what he calls

the “natural state of plenty freedom” (CSJ, Chapter 9, Article 40).

Rosmini also defends the requirement of “savings, political prudence

and morality” (OIP, p. 352) for economic policies to be as least costly as

possible, to affect the mood of tax-payers to the least extent and to imply

the least harm to their moral and eudaimonological state, meeting the two

goals of “harming the tax-payer as little as possible, providing the State with

the greatest possible utility” (OIP, p. 352).

Besides, the pace of economic development should be oriented to produce

“external goods and pleasures but always after having thought about

contentment” (SP, p. 77). For this purpose, Rosmini proposes –as many

economists and countries are doing today– the establishment of what he

calls “political-moral statistics” that should study “the physical symptoms

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of the moral state of peoples”, taking into account “the nearness or distance

between spirits and contentment” and “the influence exercised by things

over human spirits themselves” (SP, p.414). This would lead to much more

accurate policies in very sensible areas to the happiness factor such as

consumption, labor or financial markets.

I would like to conclude this article by saying that Rosmini’s profound

philosophical mind and universal erudition in almost every field gave him

an acute understanding of the principles, institutions and policies on which

a market economy is based. What he offers to contemporary readers are not

technicalities, but a deep wisdom to orient the global market economy to its

true end:

Economists will tell us how to augment private and public wealth which,

however, is only one element of true social prosperity. People can be wicked

and unhappy even when wealth abounds. Wealth, moreover, is quite capable

of destroying itself. [Thus] we need a more elevated science than political

economy; we need some kind of wisdom to guide economy itself and determine

how and within what limits material wealth can be directed towards the true

human good for which civil government was instituted (SC, n. (7), Preface).

notes

1 “It is indifferent for production –argues Rosmini quoting his contemporary MelchioreGioia– if the owner of a net product, being hungry like a Erasitus, consumes for himselfhis goods, reduces them to ashes, throws them to the sea, gives them to his servants ordistributes it between singers” (BE, p. 29, note 24).

2 In other words, “when judging internally that he is content is different from the proximateprinciple of simple feeling” (SP, p. 253).

3 Thus illustrating Rosmini’s double diagnosis that “it is the most needy who get hurt whenmany people compete in the way we have described” and that this kind of unrelentingcompetition does not go to the most competitive but simply “to the strongest” (SP, p. 337).

4 As Lord Brian Griffiths –former adviser of Margaret Thatcher’s government and vice-president of Goldman Sachs International– pointed out last Fall at the Acton University inGrand Rapids, Michigan: “We believe in private property, free exchange and free markets,but that’s not the same as laissez-faire” (Griffiths, 2008).

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Foscolo e Melchiorre Gioja.A cura di Rinaldo Orecchia, Opere edite e inedite, vol. XLVIII,

Padova: Cedam-Casa editrice (our translation)

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OIP-1923, Opere inedite di politica. A cura del Prof. G. B. Nicola, Milano: Stab. Tipo. Lit. G.

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Rosmini House.

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Politici. A cura di Gianfreda Marconi en Opere edite e inedite di Antonio Rosmini, Edizione

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SP- 1994, Society and its Purpose, trans. by Denis Cleary and Terence Watson, Durham, U.K:

Rosmini House.

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Rosmini House.

Other bibliography

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Barucci, Piero, 1965, Il pensiero economico di Melchiorre Gioia, Milano:Giuffrè Editore.

Bulferetti, Luigi, 1942, Antonio Rosmini nella Restaurazione, Firenze: Le Monnier.

Campanini, Giorgio, 1983, Antonio Rosmini e il problema dello Stato, Morcelliana, Brescia.

D´Addio, Mario, 2000, Libertà e appagamento. Politica e dinamica sociale in Rosmini, Roma:

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Ferrari, Anton Filippo, 1954, “Diritto ed economia socondo il Rosmini”, en La problematica

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Piovani, Pietro, 1957, La teodicea sociale di Rosmini, Padova: CEDAM.

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Röpke, Wilhelm 1992 [1942], The Social Crisis of Our Time, Transaction Publishers, New

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258 | RIIM Nº55, Octubre 2011

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Revista de Instituciones, Ideas y Mercados Nº 55 | Octubre 2011 | pp. 259-269 | ISSN 1852-5970

LECCIONES SOBRE EL CAPITALISMO

Celestino Carbajal*

Reseña del libro de Ludwig von Mises, Seis lecciones sobre el capitalismo,

Instituto de Economía de Mercado, Madrid: Unión Editorial SA.**

Pues al fin y al cabo, existe una lógica del mundo social, lo mismo que existe una

lógica del mundo físico. Hay ciertas leyes que no se pueden violar impunemente. Tam-

bién en esta esfera debemos seguir el consejo de Bacon: “Tenemos que aprender a

obedecer las leyes del mundo social, antes de emprender la tarea de regirlo”.

Ernst Cassirer, El mito del Estado

Invitado por el Dr. Alberto Benegas Lynch, a mediados de 1959 visitó la

Argentina el profesor Ludwig von Mises, profesor en la Universidad de

Nueva York, para dar unas conferencias sobre política económica. Lo hizo

en el Aula Magna de la Universidad de Buenos Aires, que desbordaba de

un público deseoso de escuchar al ilustre economista, quien disertó en seis

conferencias publicadas ese mismo año por el Centro de Difusión de la Eco-

nomía Libre (esta primera edición no puede conseguirse en el comercio

hoy en día).

En 1979, la señora Margit von Mises (esposa del conferenciante, fallecido

en 1973), publicó las seis conferencias en inglés –a partir de notas y cintas

magnetofónicas que ella conservaba– con el título de Economic Policy. La

obra fue muy bien recibida en los Estados Unidos y hoy forma parte del

* Director del Posgrado de Administración Financiera. Profesor Titular, Decisiones de Finan-ciamiento, Escuela de Posgrado de Ciencias Económicas, Facultad de Ciencias Económicasde la Universidad de Buenos Aires. Correo electrónico: [email protected]

** N. E.: Este libro fue reimpreso recientemente como Política económica. Seis lecciones sobreel capitalismo, prólogo de Alberto Benegas Lynch (h), Madrid: Unión Editorial SA.

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fondo de publicaciones del Instituto Ludwig von Mises, siendo considerada

un excelente compendio de las ideas del autor en materia de política eco-

nómica. Al respecto, Fritz Machlup ha dicho sobre el libro que: “Refleja la

posición básica de su autor por la que sus seguidores le ensalzan y sus opo-

nentes le critican. Cada una de las seis conferencias constituye una pieza

única; ensambladas provocan el placer estético de una obra monumental

bien terminada”.

En 1981, el Instituto de Economía de Mercado de España tradujo la

obra al castellano y la publicó por medio de Unión Editorial con el título

Seis lecciones sobre el capitalismo. Las seis lecciones desarrollan temas

fundamentales que hacen a la doctrina librecambista y a propuestas de política

económica, de especial relevancia para los problemas que hoy tenemos

que enfrentar y resolver inteligentemente los argentinos. Por ello creemos

que es valioso recordar y difundir el análisis esclarecedor que nos obsequió

Mises hace 52 años.

También concientes de la importancia de su obra, el Instituto Liberal

de Brasil –una institución libertaria fundada en 1983 con la intención de

traducir y publicar obras de la tradición liberal–, en el 2010 celebró su

habitual conferencia anual, el Foro da Liberdade, y distribuyó entre los

6.000 participantes copias de las seis conferencias. Previo al Foro se lanzó

oficialmente el Instituto Mises Brasil, con la presencia de importantes figuras

del instituto homónimo de los Estados Unidos como Lew Rockwell, Joseph

Salerno, Tom Woods y Mark Thorton.

Nuestros vecinos brasileños se han servido de las ideas de Mises y las

difunden entre seis mil jóvenes que pueden interesarse en las mismas. En

la Argentina también tenemos necesidad de educar a jóvenes que piensen

con racionalidad y actúen con honestidad; a ellos en particular está dirigida

esta reseña, si bien el libro de Mises ofrece a todos una buena oportunidad

para reflexionar sobre la forma de dejar atrás la pobreza, ya que es evidente

que hasta el momento las políticas implementadas en tal sentido no han dado

los resultados prometidos.

En Seis lecciones Mises despliega su pensamiento de un modo que es

característico en su obra escrita. Los tres primeros capítulos tratan sobre

260 | RIIM Nº55, Octubre 2011

riim55:riim55 7/11/11 18:28 Página 260

cada una de las formas en que puede organizarse la vida económica de la

sociedad: capitalismo, socialismo e intervencionismo. Los tres capítulos

siguientes hablan de inflación, inversiones extranjeras, y pensamiento y polí-

tica. A continuación resumiremos las principales ideas de cada capítulo.

I. El capitalismo

El primer capítulo comienza estableciendo un corte en la historia económica

de Inglaterra a mediados del siglo XVIII. Antes de esa fecha era un país

agrícola en el que el 90% de su población, de cinco millones de habitantes,

estaba constituida por paupérrimos campesinos que tenían condiciones de

vida aún peores que los pobres de la India del siglo XX. Había poquísima

industria y la que había era sólo doméstica y artesanal.

En los cien años posteriores a la Revolución Industrial se produjo un

desarrollo industrial asombroso. Hubo progresos notables en las industrias

textil, metalúrgica, mecánica, energética, en la ingeniería industrial y civil

y en los transportes, se desarrollaron los ferrocarriles y los buques a vapor.

Se duplicó la población, llegando a mediados del siglo XX a cincuenta millo-

nes de habitantes.

Este enorme salto en la economía de Inglaterra fue posible por la libertad

económica y política que prevaleció y permitió desarrollar la empresarialidad

de su población y los mercados competitivos. Así fue posible aumentar el

ahorro y las consiguientes inversiones de capital que permitieron a su vez

aumentar la productividad del trabajo a un ritmo superior al del aumento

de la población.

Los principios del capitalismo, consolidados en Inglaterra a mediados

del siglo XIX, se extendieron pronto a Europa Occidental y al continente

Americano. Juan Bautista Alberdi los incorporó en nuestra Constitución

de 1853, lo que condujo a la Argentina a transformarse, en un lapso de cin-

cuenta años, en una de las primeras economías del mundo.

El capitalismo se fundamenta en la acumulación de capital –de aquí su

nombre– y en la libre competencia. Mises advierte que el mundo ha progresado

Ludwig von Mises, Seis lecciones sobre el capitalismo | 261

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gracias a la aplicación de los principios capitalistas y que, a pesar de esto, el

fenómeno capitalista sufrió un ataque sistemático por parte de diversos defen-

sores del socialismo, lo que eventualmente denigró el término en la inadvertida

mentalidad de muchos.

II. El socialismo

El socialismo rechaza la propiedad privada de los medios de producción.

El capitalismo la afirma. Los recursos productivos sirven para producir los

bienes que consume la gente; quienes detentan su propiedad son quienes

deciden cómo se utilizarán. La ciencia económica clasifica esos recursos

en dos clases: los llamados recursos originarios, trabajo y naturaleza, y los

derivados de los mismos, los bienes de capital, tales como materias primas,

materiales, herramientas, máquinas, edificios, etc. La recusación de la pro-

piedad privada de los factores de la producción se vuelve terrible cuando

caemos en la cuenta de sus consecuencias sobre los trabajadores, quienes

no pueden disponer a su arbitrio de su capacidad de trabajo y deben hacer

lo que les indique el Estado conforme a sus “planes” productivos. Mises

insiste en su advertencia de que la planificación centralizada aniquila la

libertad individual.

Por el contrario, es en la sociedad librecambista donde se reconoce simul-

táneamente que “yo dependo de ti y tú de mí”. Las partes tienen la opción

de intercambiar cosas o no, de acuerdo con las preferencias de cada una.

En una sociedad hegemónica, donde hay una autoridad suprema, no hay

margen para la libertad de las personas; éstas tienen simplemente que obe-

decer. Sociedades hegemónicas en el siglo XX fueron las comunistas y las

nacional-socialistas: en ambas, los individuos carecen de valor.

¿Por qué razón se creyó que el mundo se dirigía inexorablemente, como

Carlos Marx profetizaba, hacia el socialismo, cuando esto significaba la pér-

dida de la libertad? Mises ofrece tres respuestas para esta pregunta: 1) Por

mitología: el socialista siente que el gobierno es un ángel guardián y protector,

siendo este sentimiento una supervivencia del viejo mito de la bondad del

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monarca; 2) Por resentimiento y envidia hacia los ricos; 3) Por ignorancia

sobre el funcionamiento de los mecanismos sociales.

Por ello, tema de gran importancia teórica y práctica para Mises es el

que se refiere a la imposibilidad del socialismo para alcanzar, aunque sea

mínimamente, sus objetivos. Las razones aquí son más bien técnicas, mien-

tras que las de la primera parte fueron principalmente morales. En el

capitalismo la utilización económica de los recursos depende de las deci-

siones de los propietarios de los mismos. Los empresarios realizan sus cál-

culos mercantiles a partir de los precios fijados libremente en los mercados.

Así pronostican los resultados de sus operaciones. La condición de su éxito

es que el valor de lo que producen sea mayor que el valor de los insumos

requeridos para producirlo, o sea que el precio de venta cubra el costo de

producción. En el capitalismo se determina fácilmente la “economicidad”

de la actividad productiva del modo señalado. En contraste, en el socialismo

esta determinación es imposible, porque allí no existen precios establecidos

por los mercados, sino sólo razones de cambio fijadas por la autoridad,

que desconoce las preferencias de los consumidores y que carece por eso

de elementos suficientes para fijar el valor de los insumos y de los bienes

de capital en general.

III. El intervencionismo

El capitalismo es un sistema autorregulado cuyas leyes de funcionamiento

son irrevocables, y su desconocimiento está penalizado con el fracaso de

los designios del transgresor. El socialismo, en cambio, es un sistema volun-

tarista y autoritario, que desconoce en su propio accionar la existencia de

leyes económicas, por eso sus planes no logran alcanzar los objetivos pro-

puestos. Esto podía ser para algunas personas una conjetura más o menos

válida a mediados del siglo pasado, pero hacia finales del mismo fue evidente

cómo se autodestruía la Unión Soviética. Hoy el socialismo extremo o comu-

nismo ha desaparecido de casi todos los países en que gobernaba y lo que

hay es un socialismo aguado, que mantiene, en teoría, el voluntarismo que

Ludwig von Mises, Seis lecciones sobre el capitalismo | 263

riim55:riim55 7/11/11 18:28 Página 263

no reconoce leyes y cree ingenuamente que en materia económica basta

con proponerse algo para hacerlo realidad.

El intervencionismo pretende ser una tercera posición entre el capitalismo

y el socialismo, que espera poder construir tomando lo bueno y rechazando

lo malo de cada uno de los dos antagonistas. Según Mises, el intervencionismo

no genera una economía mixta, sino, a lo sumo una economía intervenida

con rumbo al socialismo pero faltando recorrer aun un trecho, largo o corto

según sea el caso.

Mises no acepta el concepto de que las economías actuales puedan con-

siderarse economías mixtas por el hecho de que el Estado gestione acti-

vidades que podrían ser atendidas por empresas privadas tales como ferro-

carriles, transportes, energía, telefonía etc. Considera que estas actividades,

en la medida en que las mismas se atengan a las reglas de los mercados

no intervenidos, no son en sí mismas intervencionistas. Piensa de todas

formas que esa gestión no será bien realizada por el personal del Estado,

ya que por condiciones políticas y administrativas esas entidades tenderán

a burocratizarse a costa de su eficiencia. Por otra parte, el Estado podrá

absorber por vía fiscal o financiera los déficits en que esas instituciones

incurran, lo que implica siempre una mala asignación de los recursos

económicos.

En contraste con el Estado intervencionista, la labor del Estado para

Mises debería limitarse a proveer la seguridad interna contra el accionar

delictivo y la seguridad exterior contra la amenaza de agresiones extranjeras.

IV. La inflación

Mises comienza esta lección de manera muy simple, a pesar de ser un

tema muy complejo. Afirma que, como la abundancia de cualquier bien

mueve los precios hacia abajo, también la abundancia de dinero mueve su

poder adquisitivo hacia la baja. Cuanto mayor sea la cantidad de dinero en

circulación, más altos serán los precios y más bajo el valor de la moneda.

Originariamente el concepto “inflación” se refería a la velocidad con que

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riim55:riim55 7/11/11 18:28 Página 264

aumentaba el dinero en circulación y en consecuencia los precios. De esa

forma se reconocía que la causa del aumento de los precios se encontraba

en la cantidad de dinero que por unidad de tiempo entraba en circulación

y no, como suele creerse erróneamente, en la codicia de los empresarios.

Hubo inflaciones en la Antigüedad, en la Edad Media y en el Renaci-

miento, mucho antes de que se generalizara la impresión de billetes iniciada

a fines del siglo XVII por el Banco de Inglaterra. Desde entonces la inflación

se asocia correctamente con los gastos del Estado, pero hay otras actividades

que también son inflacionarias, como los créditos que no provienen del

ahorro, o los pagos que los Bancos Centrales realizan por la compra de

monedas extranjeras. En realidad, lo que interesa no es tanto lo que se hace

con el dinero sino de dónde proviene. De aquí que no es el déficit del pre-

supuesto público por sí lo que provoca el aumento inflacionario de los precios,

sino cómo se financia ese déficit.

Mises nos recuerda que en todos los procesos inflacionarios hay perju-

dicados y beneficiados. En general se benefician los deudores, porque al

caer el valor de la moneda también cae el valor real de las deudas, o sea

los deudores terminan pagando menos de lo originariamente estipulado. Por

el contrario, los acreedores se perjudican porque cobran sus acreencias con

moneda de un menor valor real. Los grandes perjudicados son los que tienen

parte de su patrimonio en moneda corriente, en general asalariados y jubilados.

Contra lo que mucha gente cree, en el mundo actual no son los ricos los

acreedores sino los más pobres (por ejemplo, los aportes jubilatorios que

implican un crédito a favor de los asalariados). Los ricos son en general deu-

dores y por lo tanto beneficiarios de este fenómeno. De todos modos, esos

beneficios son finalmente relativos, aunque puede haber operadores que

conociendo la dinámica de estos procesos obtengan pingües ganancias espe-

culativas. Los efectos de la inflación dineraria no se extienden de manera

homogénea, lo que frecuentemente no se tiene en cuenta, provocando nume-

rosos problemas que no pueden ser tratados en la brevedad de las lecciones.

Mises advierte que las inflaciones terminan generalmente de manera

catastrófica, en las crisis por todos tan temidas. ¿Por qué, entonces, siendo

que perjudican a todos, no se puede acabar con ellas? Las razones son muchas,

Ludwig von Mises, Seis lecciones sobre el capitalismo | 265

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casi todas de índole política. Para explicarlo Mises nos retrotrae a la postguerra

mundial durante la década del ‘20, cuando la financiación de la guerra en

Gran Bretaña significó inflación y caída del valor de paridad de la libra

respecto al oro. Esta depreciación de la moneda británica afectó el orgullo

inglés, por lo que el gobierno instauró un proceso de revaluación de la

libra, que provocó un alza de los salarios reales perjudicando a las expor-

taciones británicas y aumentando las importaciones. Esta política aumentó

fuertemente la desocupación, sin mejorar la paridad monetaria. La experiencia

fue muy dura para los negocios y los trabajadores británicos.

Después de 1929 el problema consistió en que los sindicatos se resistieron

a una caída de los salarios nominales cuyo sentido era bajar los salarios reales.

La solución la proporcionó en aquel momento John M. Keynes, quien en defi-

nitiva propuso una política inflacionista que, aumentando los precios, bajara

los salarios reales manteniendo los nominales. En un primer momento esta

estrategia funcionó, pero después los sindicatos advirtieron que todo era un

engaño y que a los trabajadores lo que les interesaba eran los salarios reales.

La política propiciada por Keynes se impuso a otras más conformes con

la tradición económica clásica. A pesar de ser un liberal, Keynes se transformó

en un intervencionista hasta tal punto que, en el prefacio de su libro Teoría

general traducido al alemán consideró que el libro podía resultar más atractivo

en el país del Nacional Socialismo que en el propio Reino Unido.

V. Las inversiones extranjeras

El programa liberal propicia la libertad y el Estado de derecho. En algunos

países los salarios son mayores que en otros; esto no se produce porque haya

diferencia entre las personas sino porque allí donde los salarios son más

elevados es más alto el grado de capital invertido por hombre ocupado.

Es importante comprender que el empresario no puede pagar al asalariado

más valor de lo que su trabajo agregue al producto final. Es la productividad

marginal del trabajador lo que determina las tasas salariales, y esa produc-

tividad depende del capital invertido.

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La llamada Revolución Industrial comenzó en Inglaterra hace 250 años.

Fue este el primer país donde coincidió el desarrollo de la ciencia, de la

técnica y de la “empresarialidad” con fines productivos, con una doctrina

económica y política que propició el nacimiento de instituciones compatibles

con aquel desarrollo. A medida que el naciente capitalismo industrial se con-

solidaba en el país de origen, se fue desplazando hacia los países de Europa

Occidental primero y luego hacia Europa Oriental, Asia y el continente Ame-

ricano. Fueron los ahorristas ingleses quienes financiaron los ferrocarriles,

puertos, minería, los canales de Suez y Panamá, transportes marítimos y flu-

viales, empresas de electricidad, petroleras, telefónicas, empresas de gas,

frigoríficos, etc. Tanto fue así, que salvo Gran Bretaña, todas las naciones

hoy desarrolladas se financiaron al principio con capital extranjero.

La inversión extranjera se lleva a cabo cuando los capitalistas piensan

que no van a ser expoliados por el Estado. El inversor extranjero que, a lo

largo de una centuria, contribuyó al progreso de muchas naciones, con el

correr del tiempo se transformó para gran parte de la opinión en un “explo-

tador”. No fueron sólo los soviéticos que así lo pensaron. En la época que

Mises daba estas conferencias, el gobierno socialista de la India, a cuyo

frente se hallaba Jawarharlal Nehru, editó un libro con sus discursos, que

estaban a favor de atraer la inversión extranjera. Nehru decía textualmente:

“Propugnamos el socialismo; pero esto no quiere decir que estemos en contra

de la empresa privada; la ampararemos y prometemos a los empresarios que

aquí se instalen que no los nacionalizaremos ni expropiaremos durante al

menos diez años, plazo que incluso pudiéramos prorrogar”. ¡Y con tales

frases creía que iba a atraer al capital privado!

VI. Pensamiento y política

La disposición anímica de Occidente en la época de la Ilustración fue opti-

mista; se esperaban siglos de prosperidad, paz y libertad. Algunos de esos

sueños se plasmaron y otros no: subió el nivel de vida de la población pero

hubo, sobre todo en el siglo XX, cruentas guerras y revoluciones. Los sistemas

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constitucionales surgidos hacia mediados del siglo XIX decepcionaron las

expectativas. Apareció un fuerte antagonismo entre la economía y la política.

Se degeneró la libertad y el gobierno representativo. En los Parlamentos

los legisladores buscaron la satisfacción de sus intereses antes que el bien

común; los partidos políticos engendraron los grupos de presión y los

cabildeos.

Los representantes del pueblo no trabajan por el interés general sino

por los intereses de grupo. El país como tal es el único que carece de padrino.

El proteccionismo levanta a un pueblo contra otro. La democracia se va

transformando en la democracia del intervencionismo económico. El prag-

matismo ha cercenado la acción de los parlamentos transformándolos en

fabricas de regulaciones administrativas, desinteresándose de los grandes

principios políticos y preocupándose solo por los “precios de los maníes”

o de los subsidios a tal o cual grupo. El sistema se encamina hacia el incre-

mento sin límite del gasto público y del déficit fiscal. A los creadores de

los sistemas constitucionales, allá por el siglo XVIII no se les pasó por la

mente que los representantes del pueblo no velaran por el interés general.

Así comprendemos porque hoy en día es imposible que los parlamentos pue-

dan detener la inflación.

A pesar de estos lamentables resultados no hay que dejarse arrastrar

por el pesimismo. Hay que pensar en el caso de Roma a partir de Augusto

en los siglos I y II de nuestra era. Durante eso dos primeros siglos del imperio

romano la economía era, a pesar de un naciente intervencionismo, floreciente,

aunque incomparable con los niveles de bienestar alcanzados por nuestra

civilización actual.

A partir del siglo III aquella civilización comenzó a desintegrarse por

la continua depreciación de la moneda y la consiguiente inflación de precios

como también por un creciente intervencionismo en la vida económica.

Comenzó a faltar alimento en las grandes aglomeraciones urbanas y, a

pesar de severas prohibiciones, la gente emigró hacia el campo en busca

de medios de vida. Los romanos no pudieron comprender el origen de sus

tribulaciones y las ciudades terminaron por despoblarse y los gobiernos de

los diversos países que componían el imperio comenzaron a ser asumidos

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por las milicias bárbaras de los lindes del imperio. Así surgieron reinos

visigodos en España y el sur de Francia; francos en el norte; burgundios en

el este; longobardos en Italia y ostrogodos en los Balcanes. El Imperio

Romano se disolvió dando comienzo a quinientos años de la llamada edad

obscura.

Nuestra situación no es tan grave como la de los romanos. En nuestro

caso tenemos los conocimientos que nos proporciona la economía política

para saber acerca de la naturaleza de algunos de los más graves problemas

que nos aquejan. El socialismo y otras doctrinas intervencionistas no las

desarrollaron los asalariados sino que son producto de los intelectuales.

Carlos Marx no era un obrero sino hijo de un destacado abogado; Engels

era hijo de un acaudalado industrial textil; Saint Simon era de estirpe

nobiliaria y así otros.

Mises escribe: “Ideas y sólo ideas, pueden iluminar las densas nieblas

que nos circundan”. Hay que cambiar los malos idearios por otros buenos.

Afortunadamente hoy se puede hablar de temas que no se podía hace cien

años.

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Revista de Instituciones, Ideas y Mercados Nº 55 | Octubre 2011 | pp. 271-273 | ISSN 1852-5970

HACIA UN CRITERIO UNIFICADOR EN LA FILOSOFÍA DELAS CIENCIAS HUMANAS

Gabriel J. Zanotti*

Reseña del libro de Francisco Leocata, Filosofía y ciencias humanas, Editorial

de la Universidad Católica Argentina, Buenos Aires, 2010.

El panorama epistemológico y filosófico de las ciencias humanas es hoy

sumamente desordenado. No es pobre, sino desordenado, que no es lo mismo.

Hay gran diversidad de escuelas, muchas de ellas con propuestas de gran

riqueza de contenidos. Pero falta un criterio unificador, y a su vez hay diversas

propuestas para ese criterio unificador. El neopositivismo, sin embargo,

sigue siendo culturalmente ese criterio, a pesar de las críticas profundas de

Popper, Kuhn, Lakatos y Feyerabend para las ciencias naturales. La praxis

cotidiana de muchas ciencias sociales y humanidades diversas no parece

haber recogido esa crítica. Si no hay rigurosos testeos empíricos y estadísticas,

parece que no hay ciencias sociales, y las humanidades en general son dejadas

a la babel de filosofías diversas que el neopositivismo considera un sin

sentido.

Esas propuestas filosóficas diversas, a su vez, padecen de una total

incomunicación de sus respectivos paradigmas. Por un lado los diversos

neomarxismos y la Escuela de Frankfurt; por otro lado los post-modernismos

con una versión relativista de la hermenéutica. Las diversas filosofías del

lenguaje, a su vez (neopragmaticismo, estructuralismo, el giro lingüístico,

etc.) no parecen hacer pie en una filosofía específica. Y al lado de todo

ello, las diversas escuelas psicológicas (psicoanálisis freudiano o freudia-

no-lacaniano; psicologías cognitivas; logoterapia, etc.) se mueven en medio

de todo ello de manera autónoma y caótica.

* Doctor en Filosofía (UCA). Profesor Titular de Epistemología (Universidad Austral, UNSTA,UCEMA, ESEADE). Email: [email protected]

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Los que vienen de filosofías neo-escolásticas, como el tomismo, se

encuentran en una gran disyuntiva ante este panorama. Una alternativa es

rechazarlo in totum, tratando de absorber todas las humanidades y las diversas

ciencias sociales en la antropología filosófica de Santo Tomás de Aquino.

Otra actitud es intentar un diálogo con diversas propuestas contemporáneas,

pero, claro, no es fácil.

El P. Francisco Leocata, desde hace años, viene sistematizando una

propuesta filosófica que puede ayudar en esta compleja cuestión. Su punto

de partida es un diálogo entre la antropología y la metafísica de Sto. Tomás

de Aquino con su interpretación personalista de la fenomenología de Husserl,

tomando a este autor como un punto de referencia indispensable si se

quiere tomar lo mejor de la filosofía moderna y contemporánea sin reducirla

a Sto. Tomás. Desde esta visión de Husserl se puede tener una hermenéutica

fenomenológica, tomando lo mejor de Gadamer y Ricoeur, y, a su vez, tomar

lo mejor del giro lingüístico, insertando los juegos de lenguaje de Wittgenstein

en los mundos de la vida de Husserl. Ello permite, a su vez, tomar lo mejor

de las filosofías del diálogo, incluso las propuestas de razón dialógica de

la Escuela de Frankfurt. Todo esto lo ha hecho Leocata en sus profundos y

densos libros Persona, Lenguaje, Realidad (2003) y Estudios sobre feno-

menología de la praxis (2007).

Sobre esta base, este nuevo libro, Filosofía y ciencias humanas, trata

de aportar algunas soluciones al diagnóstico anteriormente efectuado. Después

de una excelente introducción histórica a la emergencia moderna y con-

temporánea de la psicología y la hermenéutica, comienza a elaborar una

propuesta donde la fenomenología de Husserl, re-interpretada desde el

acto del ser del yo en Santo Tomás, puede servir de orientación básica para

el fundamento y epistemología de las ciencias humanas. Para ello no sólo

re-establece la necesidad de esa fenomenología para los aportes de la her-

menéutica de Gadamer y Ricoeur, sino que agrega algo fundamental: la

distinción entre tres reducciones. La trascendental, interpretada desde el

acto del ser del yo, la eidética, como un legítimo ámbito epistemológico

para las relaciones inter-esenciales, no empíricas, de las ciencias humanas,

y la reducción vital, donde se tenga en cuenta la riqueza de la experiencia

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de lo humano para una reflexión psicológica que no se confunda a su vez

con un “fundamento último” de la psicología, que debe aportar los contenidos

clásicos sobre la espiritualidad, la intencionalidad y la corporeidad, pero

sin absorber en ellos la autonomía relativa de los temas psicológicos más

específicos. En ese sentido, otro de sus fundamentales aportes es una visión

centrífuga y a la vez centrípeta de las relaciones entre filosofía y psicología,

para no reducir la una a la otra: la filosofía, desde una fenomenología per-

sonalista, aporta los referidos principios fundamentales, y de ese modo hay

una fuerza centrípeta hacia la filosofía, pero otros temas más específicos y

terapéuticos tienen una fuerza centrifuga hacia la psicología, pero ya sin

contradicción con la antropología filosófica fundamental.

Esta propuesta es análogamente aplicable a la relación entre filosofía y

todas las ciencias sociales. Mi esperanza como lector es que esta propuesta

pueda servir como criterio unificador para una filosofía y epistemología de

las ciencias humanas y sociales actuales, fundamentándolas, sin reducirlas,

en los aportes clásicos del tomismo y de la fenomenología.

Estamos en presencia, por ende, de otro gran aporte de Francisco Leocata

a la filosofía contemporánea.

Francisco Leocata, Filosofía y ciencias humanas | 273

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RIIMRevista de Instituciones, Ideas y Mercados

Pautas para presentar trabajos

1. Objetivo: RIIM tiene por finalidad publicar trabajos en las disciplinas

sociales, económicas, de negocios y las humanidades, con especial énfasis

en las instituciones, ideas y tradiciones que hacen posible el funciona-

miento de una sociedad pluralista y libre. Los trabajos, que deben ser

originales, serán enviados por correo electrónico a [email protected]

para ser evaluados por la Editora General y anónimamente por expertos.

La aceptación o el rechazo se comunicará a partir de los 30 días y hasta

60 días después de recibido el trabajo.

2. Contenido: Las colaboraciones serán publicadas como dossier, artículo,

ensayo, debate, conferencia o reseña de libro. Un dossier es una com-

pilación de trabajos sobre un tema especial; un artículo busca dar respuesta

a una pregunta de investigación académica; un ensayo brinda el punto

de vista del autor sobre un tema; los debates y conferencias dan cuenta

de tales actividades. La extensión de los artículos varía entre 7.000 y

11.000 palabras (incluyendo gráficos, cuadros, notas y referencias biblio-

gráficas), la de ensayos, debates y conferencias entre 4.000 y 6.000 pala-

bras, y las reseñas entre 2.000 y 3.000 palabras.

3. Presentación: Con un asterisco en el título remitiendo al pie de la

primera página se indicarán comentarios, agradecimientos, etc.; con

doble asterisco en el nombre del autor remitiendo al pie de la primera

página se indicará su título y universidad, afiliación institucional y

dirección de correo electrónico.

4. Resumen: Los artículos, ensayos, y textos de debates o conferencias

deben ir precedidos de un resumen en inglés y español, de 50 palabras

cada uno, que informen sobre el núcleo temático del trabajo.

Pautas para la presentación de artículos | 275

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5. Bibliografía: Los trabajos deben tener una bibliografía al final, que

incluya sólo los textos citados en el cuerpo del artículo, que refleje el

estado actualizado de la literatura y que esté ordenada alfabéticamente,

con las siguientes formas:

a) Libro, hasta tres autores:

Conesa, Francisco y Jaime Nubiola, 1999, Filosofía del lenguaje, Bar-

celona: Herder.

b) Libro, más de tres autores:

Benegas Lynch (h), Alberto et al., 1984, Cristianismo y libertad,

Buenos Aires: Fundación para el Avance de la Educación.

c) Libro, compilador:

Yarce, Jorge (comp.), 1986, Filosofía de la comunicación, Pamplona:

Ediciones Universidad de Navarra.

d) Artículo, en libro con compilador:

Llano, Alejandro, 1986, “Filosofía del lenguaje y comunicación” en

Yarce (comp.), Filosofía de la comunicación, Pamplona: Ediciones

Universidad de Navarra.

e) Artículo, en publicación periódica:

Ravier, Adrián, 2006, “Hacia un estudio comparativo de las teorías

económicas defendidas por Joseph Schumpeter y Ludwig von Mises”,

Libertas 44 (Mayo), pp. 251-326.

f) Libro, consultado en Internet

Adam Smith, 1982 [1759], The Theory of Moral Sentiments, D.D.

Raphael y A.L. Macfie (eds.), vol. I de The Works and Correspondence

of Adam Smith, Indianapolis: Liberty Fund, en http://oll.libertyfund.org/

title/192.

g) Otras fuentes consultadas en Internet deben incluir nombre de autor u

organismo, año, título del texto, y alguna referencia al sitio web (com-

probar que estén disponibles al momento de remitir el artículo).

6. Referencias: las referencias que no agreguen información al contenido

del documento se incluirán en el texto principal entre paréntesis. Las

notas y referencias bibliográficas que agreguen información al contenido

al cuerpo del texto deben incluirse al final del artículo.

276 | RIIM Nº55, Octubre 2011

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7. Idioma: Se minimizará el uso de expresiones en un idioma distinto del

que se escribe. Asimismo se respetará el criterio gramatical de la lengua

en que se escribe: por ejemplo, en español sólo van con mayúscula los

nombres propios de personas y entidades, y los nombres de lugar y

eventos históricos; en inglés también van en mayúscula los meses del

año y los derivados de nombres geográficos.

8. Otros formatos:

Los trabajos se enviarán como documento adjunto en Word 2003, con

fuente Times New Roman Nº 12, a simple espacio. Todas las páginas

deberán numerarse.

El texto principal debe estar alineado a la izquierda, sin espacios entre

párrafos y sin sangrías ni tabulaciones. El título del artículo y los subtítulos

deben ir en negrita y en minúsculas.

Las citas extensas dentro del texto principal deben ir en párrafo aparte

con espacio anterior y posterior de 1, y sin comillas.

Se reserva el uso de la cursiva o bastardilla exclusivamente para las pala-

bras en idioma extranjero y los subtítulos dentro de cada sección.

Los gráficos y cuadros deben presentarse en archivo aparte (Excel o Word)

indicando el número (correlativo), título, fuente y notas. En su lugar deben

colocarse en el texto principal la referencia de número y el título.

Pautas para la presentación de artículos | 277

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RIIMRevista de Instituciones, Ideas y Mercados

Guidelines for Submission of Works

1. Contributions will be evaluated following a blind peer-review processbefore acceptance for publication.

2. Entries can be articles, essays, lectures and book reviews. Basically, anarticle will seek to provide an original answer to a question of academicresearch, while the essay will provide the author’s view on a subject.The length of articles varies between 7,000 and 11,000 words (includinggraphs, notes and references); essays and lectures range between 4,000and 6,000 words, and book reviews between 2,000 and 3,000 words.

3. An asterisk in the title will remit to the bottom of the first page to indicateany comments and acknowledgements; a double asterisk in the author’sname will remit, in the same page, to the author’s academic background,current affiliation and position, and email address.

4. Articles, essays and lectures should be preceded by a fifty-word abstract.5. Articles must have a bibliography at the end, including only the texts quoted

in the article. The bibliography should reflect the current state of theliterature on the subject, and should be organized alphabetically, as follows:a) Books: one to three authors

Conesa, Francisco; Nubiola, Jaime, 1999, Philosophy of Language,Barcelona: Herder.

b) Book: More than three authorsBenegas Lynch (h), Alberto et al., 1984, Christianity and Freedom,Buenos Aires: Foundation for the Advancement of Education.

c) Book: editor or compiler instead of authorYarce, Jorge (ed.), 1986, Philosophy of Communication, Pamplona:Ediciones Universidad de Navarra.

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d) Article in book with editor

Llano, Alejandro, 1986, “Philosophy of Language and Communication”

in Yarce (ed.), Philosophy of Communication, Pamplona: Ediciones

Universidad de Navarra.

e) Article in periodical

Ravier, Adrian, 2006, “Towards a Comparative Study of Economic

Theories Defended by Joseph Schumpeter and Ludwig von Mises,”

Libertas 44 (May): 251-326.

f) Text available on the Internet

Adam Smith, 1982 [1759], The Theory of Moral Sentiments, DD

Raphael and A.L. Macfie (eds.), vol. I of The Works and Correspondence

of Adam Smith, Indianapolis: Liberty Fund, in http://oll.libertyfund.org/

title/192.

6. The notes and references that do not add information to the contents of

the work will be included in the main text in parentheses. Example:

“Sarmiento includes Rivadavia among those who embodied the spirit of

this first group” (Sarmiento, 1999: 177-178).

The notes and references that add content to the body of the text should

be included at the end of the article. Example for endnote: 2. Constant

defines modern liberty as one based on a conception of man and individual

rights and freedoms, and the right to prevent limitations in the exercise

of these rights (Constant, 1988: 63).

7. Language: Expressions in foreign languages should be minimized.

Likewise, grammar rules for each language should be respected: for

example, in Spanish we only capitalize the names of persons and entities,

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All pages should be numbered. The main text should be aligned left with

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Guidelines for Submission of Works | 281

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