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4. COMPROMISOS POLITICOS EN LAS ERAS DE LAS REVOLUCIONES CIENTIFICA E INDUSTRIAL Si la preocupación por la belleza ha sido un factor importante en el desarrollo de la física, no ha sido un factor menos importante en el desarrollo de la humanidad. Pues los hombres siempre han soñado con transportarse a un mundo bello, a un mundo en que pudieran descansar a salvo de todos los peligros y vivir en gozosa fraternidad con todos sus congéneres. Es posible que en el remoto pasado (así prosigue el sueño) haya existido alguna vez tal Edad de Oro en la tierra *. Pero la dura * Esta es la descripción que hace Ovidio del que una vez fuera paraíso terrenal en el remoto pasado: «Al principio hubo una Edad de Oro, en que los hombres, de mutuo acuerdo, sin amenazas de castigo, sin leyes, obraban de buena fe y hacían lo que era justo... Los pueblos del mundo, sin temores, disfrutaban de una existencia despreocupada y pacífica, y no se veían en la necesidad de utilizar soldados. La propia tierra, de por sí, libre de la azada y de los surcos de la reja del arado, producía espontáneamente todas las cosas, y los hombres se contentaban con los alimentos que crecían sin necesidad de cultivo... Fue la época de la eterna primavera» 1n . Estoy convencido de que, mientras no se elimine la propiedad, no podrá haber una distribribución justa o equitativa de las cosas, ni se podrá gobernar el mundo felizmente..: Confieso que, aun sin eliminarla, es posible que se puedan suavizar aquellas premuras que suponen una carga para gran parte de la humanidad; pero nunca podrán ser completamente extirpadas. Porque si hubiera leyes que, determinaran cuánta es la extensión de terreno y cuánto es el dinero que puede uno retener... estas leyes, digo, podrían tener ese tipo de efectos, como los que una buena dieta y un buen cuidado pueden tener sobre un enfermo de cuya recuperación se desespera: podrían aliviar y mitigar la enfermedad, pero nunca podrían ser lo suficientemente curativas, ni hacer que el cuerpo político recuperase unos hábitos saludables, mientras continuara existiendo la propiedad; y vendrá a ser como una complicación de enfermedades, que al aplicar el remedio a una dolencia se provoca otra; aquel que elimina uno de los síntomas produce otros, y mientras se fortalece una parte del organismo se debilita el resto. Tomás Moro Utopia

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4. COMPROMISOS POLITICOS EN LAS ERAS DE LAS REVOLUCIONES CIENTIFICA E INDUSTRIAL

Si la preocupación por la belleza ha sido un factor importante en el

desarrollo de la física, no ha sido un factor menos importante en el desarrollo de la humanidad. Pues los hombres siempre han soñado con transportarse a un mundo bello, a un mundo en que pudieran descansar a salvo de todos los peligros y vivir en gozosa fraternidad con todos sus congéneres. Es posible que en el remoto pasado (así prosigue el sueño) haya existido alguna vez tal Edad de Oro en la tierra *. Pero la dura

* Esta es la descripción que hace Ovidio del que una vez fuera paraíso terrenal en el remoto pasado: «Al principio hubo una Edad de Oro, en que los hombres, de mutuo acuerdo, sin amenazas de castigo, sin leyes, obraban de buena fe y hacían lo que era justo... Los pueblos del mundo, sin temores, disfrutaban de una existencia despreocupada y pacífica, y no se veían en la necesidad de utilizar soldados. La propia tierra, de por sí, libre de la azada y de los surcos de la reja del arado, producía espontáneamente todas las cosas, y los hombres se contentaban con los alimentos que crecían sin necesidad de cultivo... Fue la época de la eterna primavera»1n.

Estoy convencido de que, mientras no se elimine la propiedad, no podrá haber una distribribución justa o equitativa de las cosas, ni se podrá gobernar el mundo felizmente..: Confieso que, aun sin eliminarla, es posible que se puedan suavizar aquellas premuras que suponen una carga para gran parte de la humanidad; pero nunca podrán ser completamente extirpadas. Porque si hubiera leyes que, determinaran cuánta es la extensión de terreno y cuánto es el dinero que puede uno retener... estas leyes, digo, podrían tener ese tipo de efectos, como los que una buena dieta y un buen cuidado pueden tener sobre un enfermo de cuya recuperación se desespera: podrían aliviar y mitigar la enfermedad, pero nunca podrían ser lo suficientemente curativas, ni hacer que el cuerpo político recuperase unos hábitos saludables, mientras continuara existiendo la propiedad; y vendrá a ser como una complicación de enfermedades, que al aplicar el remedio a una dolencia se provoca otra; aquel que elimina uno de los síntomas produce otros, y mientras se fortalece una parte del organismo se debilita el resto.

Tomás Moro Utopia

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122 Brian Easlea Compromisos políticos 123 realidad de las condiciones modernas significaba que semejante vida ya no podía alcanzarse en este mundo. En el mundo real, la vida estaba caracterizada por el dolor y la enfermedad, por los desastres naturales, por la escasez de los recursos que satisfacen las necesidades básicas de la vida y por la competencia de los hombres por el poder, por el control de la riqueza accesible, por el derecho a entrar en el cielo futuro. Ciertamente la utopía era un lugar excelente, pero no podía ser un lugar terrenal.

Pero en el siglo XVII se iba a asistir a la realización de la revolución científica, acontecimiento que en opinión del historiador Herbert Butterfield, «eclipsa a todo lo sucedido desde el surgimiento de la Cristiandad». Y ello por buenas razones. Porque con la revolución científica venía a plantearse el supuesto de que la humanidad podía progresar, y de que la buena vida no tenía por qué ser necesariamente una vida situada después de la muerte sino que podía alcanzarse en la tierra. Los escritores utópicos de los comienzos del siglo XVII estaban conven-cidos de que una sabia utilización del nuevo conocimiento llevaría a la humanidad a la consecución de unas sociedades libres de la enfermedad, de la violencia y del trabajo esforzado, en las que la actividad humana consistiría en el cultivo pacífico y fraterno de los placeres intelectuales, sensuales y espirituales. La ciencia proporcionaría a la humanidad una comprensión de la naturaleza, y a partir de ahí le suministraría los medios técnicos para lograr una buena vida en la tierra.

Estimulados, pues, por su deseo de hallar la belleza en la naturaleza, los científicos proporcionarían a la humanidad las técnicas necesarias ; para la construcción de un mundo bello. La bella senda de la ciencia conduciría a un mundo también bello.

El objeto de este libro es tratar de hallar las razones de que el camino emprendido por la sociedad occidental haya desembocado en un mundo que en tantos aspectos resulta feo y brutal. En este sentido no sólo vamos a contemplar el camino que ha recorrido la ciencia (en el capítulo 10) sino también aquellos otros caminos que ha recorrido el hombre occidental, y, específicamente, el camino de la sociedad capitalista. Porque los utópicos herméticos habían declarado que no se podría alcanzar una sociedad justa y humana hasta que se hubiera abolido la propiedad privada y todos los bienes fueran comunes. Las consecuencias sociales del desarrollo de la sociedad inglesa durante los siglos XVIII y XIX -la sociedad que había sido testigo de la apoteosis de la revolución copernicana y que iba a hacer un uso industrial tan grande de la ciencia parecieron reivindicar las creencias de los herméticos. Algunos

proclamaron que progresivamente el duro camino inicial de la sociedad capitalista iría haciéndose más fácil. Para otros, sin embargo, el camino se haría cada vez más difícil, pero a partir de cierto momento se produciría un cambio radical, iniciándose un camino cuya naturaleza sería completamente distinta. Existía un compromiso con «paradigmas», y un debate entre «paradigmas». En este capítulo vamos a seguir brevemente los aspectos de este debate; y de este modo sentaremos las bases para la discusión y el análisis del importante debate entre paradigmas que- se generó a partir de la crisis universal de los años treinta, ese abismo social al que el camino capitalista iba a conducir a sus hasta entonces prósperos seguidores. Ello sentará entonces las bases para la identificación y el examen, no sólo del camino que actualmente han emprendido las sociedades occidentales tal como resurgieron del otro lado del abismo, sino también de los caminos alternativos que podrían haber emprendido y que todavía se tiene la oportunidad de emprender si el camino actual no termina en un desastre irremediable.

1. VISIONES UTÓPICAS EN LA ERA DE LA REVOLUCIÓN CIENTÍFICA En el Renacimiento había brotado una nueva sensibilidad. El hombre se

enorgullecía de su cuerpo y de su mente. El cuerpo humano desnudo ya no representaba el pecado sino la bondad y la belleza. Se había renunciado a la flagelación y mortificación de 'la carne; el cuerpo estaba destinado a proporcionar placer y alegría de vivir. Para los neoplatónicos, los humanistas y los herméticos, el Sol era el símbolo del propio Dios, y por buenas razones. «Como una caricia», declaraba. Ficino, traductor de los textos sagrados de los herméticos *, la luz del Sol «penetra en todas las cosas sencilla y suavemente», de igual modo que «el calor que lo acompaña alienta y nutre a todas las cosas»2. «Análogamente -decía Ficino a sus contemporáneos-, el Bien se extiende por todas partes, agradando y atra-yendo a todas las cosas. No opera por la fuerza, sino por el amor que lo acompaña». (El uso de la fuerza era algo aborrecible para los filósofos herméticos.) «Contemplad simplemente los cielos, ciudadanos de la patria celestial», invocaba; «el Sol

* Textos escritos en los siglos I I y I I I d.C., pero de los que en el siglo XVI se pensaba que pertenecían a la época de Moisés o incluso antes. Estos textos herméticos, supuestamente basados en los escritos del «Mago» egipcio «tres veces bendito» Hernies Trismegisto, se pensaba que eran una revelación divina de los secretos del mundo natural.

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124 Brian Easlea Compromisos políticos 125 puede significar el propio Dios para vosotros, y quién se atrevería a decir que el Sol es falso».

La actitud de Ficino es típica de la forma en que los herméticos enfocaban la naturaleza y la sociedad. Pese a que, como veremos con más detalle en los capítulos 10 y 12, los herméticos adoptaron una concepción mágico-animista de la naturaleza, sin embargo creían que podría lograrse un conocimiento de los secretos de la naturaleza mediante un cuidadoso estudio experimental y que estos secretos podrían y tendrían que usarse para el bien del hombre y al servicio del Amor. Pues (y esto era de gran importancia) los herméticos creían que el hombre no era una víctima pasiva de fuerzas que estaban más allá de su control sino una criatura que tenía el poder de entender estas fuerzas y por tanto de lograr el bienestar por sí mismo y para sus congéneres.

Para la nueva sensibilidad hermética, la posición central del Sol era, en general, totalmente aceptable y de hecho las referencias de Copérnico al Sol tenían mucho que ver con las de Ficino. No obstante, incluso antes de la publicación de De revo- lutionibus, ya se había desechado la creencia de que el hombre ocupase la posición central del Universo en función de su degeneración y perversidad básicas. En la Oración sobre la dignidad del hombre, de Pico della Mirandola, Dios le dice a Adán: «Te he colocado en el centro del universo para que desde ahí puedas contemplar mejor qué pasa en el mundo. No te. he hecho ni celestial ni terrenal, ni mortal ni inmortal, para que así, como un artífice libre y soberano, puedas moldearte y esculpirte a ti mismo en la forma que hayas escogido para ti»3. Todo lo inundaba un nuevo espíritu de indagación, una nueva actitud hacia el mundo que iba a desembocar tanto en los descubrimientos geográficos de los siglos XV y XVI como en la revolución científica del siglo siguiente.

Sin embargo, a pesar de este nuevo espíritu, la vida continuaba siendo inevitablemente dura. El destino de la mayoría continuaba marcado por la pobreza y el trabajo brutal, mientras la enfermedad acosaba tanto a los pobres como a los ricos. El hombre se encontraba todavía a merced de los elementos. No obstante, los nuevos descubrimientos geográficos sugerían que el orden social del feudalismo no era en absoluto sacrosanto, y que, cuando menos en la imaginación, y aunque nunca pudieran llegar a alcanzarse en la realidad, se podían concebir unas sociedades cualitativamente diferentes en las que la riqueza y los deberes fueran compartidos equitativamente. Tal es el tipo de sociedad que se describe en la Utopía, de Moro, publicada en 15164. El explorador portugués Rafael Hitlodeo, que

descubre la isla de Utopía, plantea que en Inglaterra la mayoría del pueblo vive en la pobreza para que unos pocos puedan vivir con gran riqueza. Su opinión, tras vivir en Utopía durante algún` tiempo, es que todos los demás gobiernos no son sino «un complot de los ricos que, pretendiendo dirigir los asuntos públicos, solamente persiguen sus fines particulares. Allí donde; las posesiones son privadas, donde el dinero es la medida de todas las cosas -dice Hitlodeo-, es difícil y prácticamente imposible que la comunidad pueda contar con un gobierno justo y disfrutar de la prosperidad». Así pues, Moro creía que si por lo menos el hombre estuviera a merced de su entorno natural, buena parte de la injusticia social podría eliminarse mediante la abolición de la propiedad privada. De este modo, tal como pone de manifiesto la cita que se da al comienzo de este capítulo, Moro planteaba (atribuyamos los puntos de vista de Hitlodeo a Moro) que si bien tal vez los males de esta sociedad pudieran remediarse parcialmente mediante leyes que restringieran la cantidad de propiedades que un individuo podría poseer, sin embargo, los males básicos persistirían y no podrían eliminarse sin reorganizar radicalmente la sociedad. En la regimentada sociedad de Moro nadie trabajaría más de seis horas al día. No obstante, eso sería suficiente para producir tal abundancia de bienes que probablemente, pensaba Moro, los ciudadanos de Utopía podrían trabajar menos de las seis horas adjudicadas por día. Pues, según declaraba Moro, «los magistrados nunca obligan a que el pueblo trabaje más de lo necesario, ya que el fin de la constitución es regular el trabajo de acuerdo con las necesidades del público, y permitir que todo el mundo disfrute del tiempo que sea necesario para mejorar sus mentes; que es en lo que ellos creen que consiste la felicidad de la vida». De cara a esta finalidad, todas las mañanas se dan conferencias públicas para el regocijo y esclarecimiento de los ciudadanos de Utopía. Tras el almuerzo, cuando ya se han terminado las seis horas de trabajo, los habitantes de Utopía se relajan en sus jardines de verano, nos dice Moro, mientras que en el invierno se entretienen mutuamente en los salones donde comen «con música y charlas». Así es como se hacen ricos los hombres, declaraba Moro, porque aunque ningún ciudadano de Utopía posea riqueza material alguna, el hombre es rico por que lleva «una vida serena y placentera, ni apremiado por la necesidad, ni acosado por las quejas interminables de su esposa». Y «sería tan fácil abastecer todas las necesidades de la vida -argumentaba Moro- si esa bendita cosa a la que se llama dinero, que pretendidamente se ha inventado para su consecu ción, no fuese en realidad la única que impide el conseguirlas>>.

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126 Brian Easlea Compromisos políticos 127 Moro suscribía enteramente la posición humanista del Renaci- miento. Los ciudadanos de Utopía contemplaban el placer de la vida «como el fin de todo lo que hacen», pero no los falsos placeres de una sociedad avariciosa. Pues aquellos «que se consideran realmente los mejores porque poseen vestidos refinados... están doblemente confundidos -nos dice Muro - tanto por la opinión que tienen de sus vestidos como por la, que tienen•, de sí mismos». De los verdaderos placeres, planteaba Moro, al-gunos pertenecen a la mente y otros al cuerpo. «Los placeres de la mente residen en el conocimiento y en ese deleite que la contemplación de la verdad comporta consigo», mientras que los placeres del cuerpo residen en darle deleite a nuestros sentidos, como «el que procede de satisfacer el apetito que la Naturaleza sabiamente ha otorgado para llevarnos a la propagación de la especie... el placer que surge de la música», y ése placer corporal «que resulta de una constitución del cuerpo vigorosa y evidente., cuando parece que espíritus vivos y activos actuaran en cada una de sus partes». Aquí puede verse con la mayor claridad el nuevo espíritu. Se renuncia al pesimismo medieval, al ascetismo cristiano y a la mortificación de la carne. Tanto el cuerpo como la mente han de utilizarse para la conse-cución del placer. Mientras Copérnico hablaba del «increíble placer de la mente» que proporciona la ciencia -y no lo que para él era el feo sistema del cosmos de Tolomeo--, el empirismo de Francis Bacon suponía evidentemente una manifestación de confianza en los órganos sensoriales del cuerpo. Puede plantearse justificadamente que semejante confianza prioritaria en el cuerpo y en la mente era un precedente necesario de la revolución científica del siglo XVII.

Y con la revolución científica llegaba una nueva esperanza para la humanidad. La emancipación de la imaginación humana de la cosmología aristotélico-tomista no sólo produjo una revolución científica sino también la toma de conciencia de que resultaban, o de que pronto resultarían accesibles los medios técnicos que permitirían la construcción de una sociedad en la que todos los ciudadanos se vieran libres del dolor, la enfermedad y el trabajo agotador y en la que disfrutaran de la educación suficiente como para gozar de los placeres del cuerpo y la mente que Moro había descrito. Los herméticos utópicos de principios del siglo creían que la sociedad podría ser y sería radicalmente transformada de manera que los hombres pudieran llevar una vida más humana. A dos de éstos, Andreae y Campanella, les parecía obvio que existían dos condiciones previas que debían ser abordadas antes de que pudiera lograrse una sociedad humana justa y feliz: la primera era la abolición

de la propiedad privada y la segunda la educación de todos los ciudadanos. Las técnicas científicas (la magia natural) capacitarían entonces a los miembros de esa sociedad para cultivar, los alimentos necesarios para todos, curar y prevenir .la enfer- medad y capacitar así a todos los hombres para usar y disfrutar al máximo del cuerpo y la mente que un Dios amoroso les había proporcionado. Los escritores utópicos apelaban a los .corazones y a las mentes de los hombres; sin embargo, no mostraban cómo se podrían construir las sociedades (sumamente regimentadas)- que deseaban a partir del orden feudal tan rápidamente cambiante en el que se hallaban.

El amigo de Kepler, Andreae, que había estudiado en Tubinga bajo su dirección y había estado sometido a una fuerte influencia de los textos herméticos, creía, al . igual que Campanella y Bacon, que el conocimiento de los secretos de la naturaleza, permitiría la construcción de una sociedad, justa y cristiana. - Mientras Kepler escribía sobre un futuro viaje a la Luna, Andreae escribía sobre la sociedad futura, Cristianópolis, que. los astronautas de Kepler dejarían tras de sí al partir; una socie- dad basada en la igualdad, el deseo de paz y el desprecio . por la riqueza, «ya que el mundo se tortura fundamentalmente por' lo opuesto a esto», declaraba Andreae. Hasta tal punto se orga- nizaba la sociedad ideal de. Andreae en busca del conocimiento" científico, que su ciudad más importante, la Ciudad de ' la Paz, aparece como «un solo taller... con toda clase de oficios». Sin embargo, el trabajo manual e intelectual no están separados, pues los habitantes creen que «ni es tanta la sutileza del mundo de las letras,' ni tanta la dificultad del trabajo como para que un hombre, si se le proporciona lo necesario, no sea capaz de dominar ambos». También los ciudadanos disfrutan de _ sus «escasas horas de trabajo» al día, especialmente teniendo en . cuenta que «desde mucho antes se les ha dado una formación rigurosa en el conocimiento de los asuntos científicos, y se. deleitan con las partes internas de la naturaleza»5. La ciencia, considera Andreae, permitirá la existencia de una comunidad en la que el amor de Dios hacia los hombres será manifiesto.

Campanella, hombre de inmensa fuerza de voluntad, que había pasado veintisiete años en prisión por participar en un intento de llevar a la práctica una utopía terrenal, ocho de ellos en una mazmorra, y a quien frecuentemente se le había sometido a torturas, no perdió, sin embargo, su fe en la posibilidad de realizar una sociedad muy diferente de aquella en la cual tanto sufriera él. Igual que Andreae admiraba a Kepler, Campanella, aunque hermético, admiraba a Galileo. En 1622, estando en la cárcel, Campanella escribió en defensa de Galileo, y

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cuando salió en libertad en 1629 se ofreció a defenderle ante la Inquisición, gesto valeroso que le obligó a marcharse a Francia. Nos encontramos, así, con que el gobernante de la sociedad ideal de Campanella, Hoh, es un hombro versado en las técnicas científicas, una sorprendente variante de la tradición que los habitantes de la Ciudad del Sol de Campanella intentan justificar comparando los méritos de «quien más sabe de lengua, o de lógica, o de Aristóteles, o de cualquier otro autor» con los de aquel que conoce las formas mediante las que Dios go-bierna el universo, «las leyes y las costumbres de la naturaleza y de las naciones»6. En el primer caso se «requiere un gran trabajo servil y memorístico, de modo que se pierde toda pericia». Más aún, es obvio que un hombre que «no ha contemplado sino las palabras de los libros y que ha entregado su mente con un resultado estéril a la consideración de los signos muertos de las cosas» no puede ser igual «a nuestro Hoh». Gracias a su conocimiento de todas las ciencias, adquirido mediante el aprendizaje y la experiencia práctica, Hoh es «el más hábil para gobernar..., nunca es cruel, ni malvado, ni tirano, en la medida en que posee tanta sabiduría». Campanella pinta una panorámica idílica de esta sociedad hermética. «Debido a que el deber y el trabajo se distribuyen entre todos... a cada uno sólo le toca trabajar cuatro horas por día. El resto de las horas se pasan aprendiendo gozosamente, discutiendo, recitando, escribiendo, paseando, ejerciendo la mente y el cuerpo, y en el juego.» La sanidad y la medicina se encuentran altamente desarrolladas, y como resultado la gente llega a los cien y algunos hasta a los doscientos años. En la Ciudad del Sol la gente no es rica porque tenga posesiones, ni pobre porque no tenga ninguna. Por el Contrario, la propiedad privada no existe, y, por lo tanto, plantea Campanella, todo el mundo es a la vez rico y pobre. «Son ricos porque no quieren nada, pobres porque nada tienen; y en consecuencia, no son esclavos de las circunstancias, sino que las circunstancias les sirven a ellos.» El objetivo de la sociedad era promover el gozo y la satisfacción. De cara a este fin, los habitantes de la utopía «científica» de Campanella «sólo tienen una oración, aquella que pide salud para el cuerpo y la mente, y felicidad para sí mismos y para todo el mundo, y la terminan con la petición de 'Como mejor le parezca a Dios'». Pues el Dios de los herméticos no era ya aquel que exigía la mortificación de la carne, sino el que había puesto al Sol en el centro del universo de manera que su luz pudiera alimentar a todos los habitantes de la recién descubierta familia de planetas.

De igual modo, Comenio, el educador checo fuertemente influenciado por

Andreae, insistía en la conveniencia de la paz y abogaba por la unidad de la humanidad. Se oponía, al incipiente imperialismo europeo, argumentando que «estos viajes de los europeos a las tierras extranjeras han traído el mal tanto a los europeos como a los pueblos de los que sacamos bienes mun-danos». El objetivo no debiera ser la explotación sino la unidad. «Todos somos ciudadanos del mundo, de la misma sangre, todos somos seres humanos. ¿Quién puede impedirnos que nos unamos en una sola república? Sólo hay un objetivo ante nuestra vista: el bien de la humanidad, y hemos de poner aparte toda consideración personal, nacional, sectaria»7.

Para Francis Bacon, propagandista de la revolución científica en Inglaterra, el objetivo de la ciencia no era sino el de acudir en ayuda del hombre. Aunque Bacon no veía la conveniencia de defender la abolición de la propiedad privada, sin embargo consideraba que del progreso de la ciencia no podía esperarse sino el bienestar cada vez mayor de la humanidad. Es cierto que a veces Bacon moderaba su optimismo con palabras de advertencia. Reconocía que las artes tecnológicas «tienen un uso equivoco o doble, y sirven tanto para promover como para impedir el daño y la destrucción, de modo que su virtud se destruye o devana en sí misma». Pero esto no ocurriría. «No nos alarmemos -decía Bacon- por la objeción de que las artes y . la ciencia puedan depravarse para fines malévolos o perniciosos y demás.» La gente podía confiar en los científicos, ante todo en los científicos. Pues, ¿acaso no estaban dedicados a mejorar la vida humana, a aliviar el estado del hombre? Por tanto,. no todos los descubrimientos científicos podrían hacerse públicos . o revelarse al Estado; podría suprimirse el conocimiento de aquellos que supusieran un daño para la humanidad. Los científicos de la Nueva Atlántida «celebran consultas para- decidir cuáles de los experimentos e invenciones descubiertas se publicarán y cuáles no; y juran mantener el secreto de ocultar aquellos que consideremos conveniente mantener ocultos»8. Fueran o no dirigentes privilegiados, a los científicos podría confiárseles la responsabilidad del conocimiento y del poder: porque, por encima de todo lo demás, el científico era un hombre dedicado al bien público.

Tal era en parte el espíritu de la revolución científica. La «nueva ciencia» iba a ser desarrollada, escribía Descartes, principalmente porque «plantea la preservación de la salud, que es sin duda la bendición más importante y el fundamento de todas las demás bendiciones de esta vida». Y las bendiciones de la vida .ya no estaban confinadas a los habitantes del planeta Tie-

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130 Brian Easlea Compromisos políticos 131 rra. Huygens, en su libro Los mundos celestiales descubiertos; o conjeturas concernientes a los habitantes, plantas y producciones de los mundos de los planetas, creía que los habitantes de otros mundos disfrutarían de «estas bendiciones», esto es, de «los placeres de comer y copular», del «oler las flores y los perfumes», de «la vista de formas y colores bellos», . de la «audición de la dulzura y la armonía de sonidos». El propósito" de la vida era disfrutarla. «Qué admirable providencia es -de-claraba Huygens- que exista algo como el placer en el mundo:» Análogamente, en Inglaterra los científicos también suscribían esta ética. En relación al Gresham College, que hasta 1710 fue la sede de la Royal Society, Glanvill escribía: La noble e ilustre Corporación No se ha formado como un fin en sí misma Sino para el bien público de la Nación Y el beneficio general de la Humanidad.

Sprat, por ejemplo, que en 1667 publicó una historia «oficial» de la Royal Society, defendía a los nuevos científicos contra «los hombres... de devoción austera [que] nos dicen que no podemos tener suficiente ocio como para reflexionar sobre otra vida, mientras nos encontramos tan completamente entregados a las curiosidades de ésta». Por el contrario, planteaba Sprat, lejos de pedir a los hombres que «desechen todos los pensa-mientos y deseos de la humanidad... la ley de la razón busca la felicidad y la seguridad de la humanidad en esta vida; y la religión cristiana persigue los mismos fines, tanto para esta vida como para la futura... »9.

Señalemos de paso que no todo el mundo dio su aprobación al objetivo que se habían propuesto los científicos de conseguir el dominio de la naturaleza. De hecho tuvo-que enfrentarse a la ridiculización burlona de Jonathan Swift, quien planteaba que los científicos nunca lograrían enriquecer la sociedad, sino que, por el contrario, lo único que conseguirían sería su empobrecimiento. En los Viajes de Gulliver, publicados en 1726, Gulliver se encuentra con que Lagado es precisamente este tipo de sociedad. Cuarenta años antes (le dicen a Gulliver), los habitantes de Lagado habían recibido una patente real de Lupata para establecer una Academia de Proyectistas con el fin de que la prosperidad del país pudiera incrementares. Por desgracia, sin embargo, debido a que ninguno de los proyectos se había podido llevar a cabo satisfactoriamente, toda la comunidad se encontraba al borde del colapso: las casas estaban en ruinas y la gente carecía de alimentos y de vestidos. La solución que. pro-

ponían los científicos era redoblar los esfuerzos para lograr una conclusión satisfactoria de los proyectos. El primer científico al que Gulliver se encuentra en la Academia lleva ocho anos trabajando sin éxito en un proyecto de extracción de rayos solares de los pepinos con el fin de almacenarlos para los días nublados del verano. Generosamente, Gulliver proporciona dinero al científico, que carece de fondos, para que adquiera un suministro de pepinos frescos. Otros científicos trabajan en, proyectos tales como la conversión del hielo en pólvora, la construcción-de casas empezando por el tejado y el ablandamiento de mármoles para su utilización como almohadas. En la Escuela de Lenguas hay un proyecto en marcha para el mejoramiento del idioma mediante la eliminación de todos. los verbos y participios, mientras que otros científicos con previsiones de mayor alcance tienen planes para la abolición total del lenguaje.

2. EL SURGIMIENTO DE LA SOCIEDAD CAPITALISTA Pero aunque los científicos de Lagado estuvieran dejando la sociedad en ruinas, los científicos de Inglaterra estaban logrando grandes éxitos en su objetivo de entender y dominar la naturaleza. Sin duda se habían producido numerosos fracasos, pero el sentimiento general era de confianza en la «nueva ciencia». El control de la naturaleza parecía estar al alcance de los científicos y de la sociedad en la que trabajaban. Al parecer,. los sueños de Moro, Andreae, Campanella y Bacon podrían llegar a realizarse, e incluso a superarse. Y, gracias a la nueva. ciencia, aquella sociedad en la que todos los ciudadanos serían educados y en la que todos contarían con el tiempo suficiente para disfrutar de los numerosos placeres del cuerpo y de la mente parecía ahora una posibilidad realizable.

Andreae, Campanella y Bacon eran pensadores utópicos; todos ellos deseaban la realización de lo que consideraban una sociedad justa y humana. Sin embargo, aunque los tres utópicos creyeran que sus utopías eran técnicamente posibles, lo que no hicieron fue mostrar cómo podrían realizarse, ni tampoco ana- lizaron la dirección en que se movía su propia sociedad ni otras. Si hubiera sido factible emprender tal análisis se habría puesto, de manifiesto que sus requisitos previos para la construcción de una sociedad justa y humana no eran sino ideales irrealizables mando ando menos en ese período histórico. Moro, Andreae y Campanella deseaban la abolición de la propiedad privada y del beneficio, pero el sistema gremial de la Edad Media, que había limitado estrictamente la competencia y los beneficios, que ha-

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bía prohibido la publicidad y que había intentado mantener niveles altos de producción, se encontraba ya' en un rápido declive. En su lugar empezaba a desarrollarse una sociedad de mercado en la que el éxito terreno sería socialmente aceptable y en la que el objetivo supremo de un número cada vez mayor de comerciantes, mercaderes y productores sería hacer dinero.

En Inglaterra, los primeros cercamientos, la guerra civil, el comercio de esclavos y el cambio técnico eran factores que en su conjunto contribuían al desarrollo de esta nueva forma de sociedad. A finales del siglo se introducía el sistema bancario; y «hacia 1750 el Banco de Inglaterra se había convertido en una institución nacional como banquero del Gobierno y de la mayoría de sus departamentos». La producción manufacturera empezaba a aumentar considerablemente y con ella el número de trabajadores asalariados. La industria algodonera de Lancashire, una de las fuerzas motrices de la nueva sociedad, se expandía considerablemente. Entre 1680 y 1760 la población de Liverpool, el mayor puerto algodonero, se decuplicó. De 1750 a 1770 la exportación de tejidos de algodón aumentó también de uno a diez, y a partir de 1770 los algodones británicos comen-zaron a dominar el mercado europeo10. Surgía una nueva sociedad, una sociedad que tendía a dividir a todos los hombres en dos clases, la de aquellos que poseían la propiedad privada -específicamente, los medios de producción- y la de aquellos otros que no la poseían, y que, en consecuencia, se veían obligados a vender su fuerza de trabajo a los propietarios de los medios de producción.

La cuestión que se planteaba era la de si ese tipo de sociedad -una sociedad basada en la propiedad privada- podría proporcionar a sus ciudadanos un incremento constante en el nivel de vida. Y sien esa sociedad los hombres podrían vivir juntos en una relación de camaradería creadora. Adam Smith no albergaba duda alguna respecto a la primera parte de la cuestión. La sociedad capitalista necesariamente proporcionaría la prosperidad material a todos sus ciudadanos, siempre que el gobierno no intentara obstaculizar el desarrollo del libre cambio y el libre juego de las fuerzas del mercado. Era, pues, una sociedad en la que el desarrollo de la ciencia y de las artes industriales tendría una aplicación en el estímulo del bienestar humano. Se trataba, por tanto, de una sociedad que había que impulsar.

3. EL COMPROMISO DE ADAM SMITH: LA PROMOCIÓN DEL

NUEVO ORDEN SOCIAL La función principal del gobierno, planteaba Smith, sería la de asegurar

la salvaguardia de la propiedad privada. Tal creencia se enunciaba en términos enfáticos. «La adquisición de propiedad estimable y extensiva requiere necesariamente el establecimiento de un gobierno civil», un gobierno que, «en la medida en que se establece para la seguridad de la propiedad; es, en realidad, una defensa de los ricos contra los pobres, o de aquellos que poseen alguna propiedad contra aquellos otros que no poseen ninguna»11. Pero la institución de la propiedad privada no era una desventaja para los pobres. Por el contrario, pensaba Smith, constituía una ventaja para el conjunto de la sociedad, tanto para los ricos como para los pobres. Pues, si los capitalistas individuales no se hallaban sometidos a una política de obstrucción por parte del gobierno, entonces cada capitalista, que no pretende sino «encontrar el empleo más ventajoso de cara a que su capital pueda dominar», se encontraría «dirigido por una mano invisible al estímulo de un objetivo que no forma parte de sus intenciones», esto es, el bien público. «El estudio de sus propias ventajas le conduce necesariamente a preferir lo que resulta más ventajoso para la sociedad.» Es más, planteaba Smith, «al perseguir sus propios intereses frecuentemente estimula los de la sociedad de forma más efectiva que cuando realmente intenta promocionar estos últimos». Por tanto, de acuerdo con el análisis económico de la sociedad capitalista hecho por- Smith *, el creciente bienestar material de todo el mundo quedaría asegurado si se podían garantizar la. competencia y el libre comercio. En la sociedad del laissez-faire «los ricos, dirigidos por una mano invisible, proporcionan prácticamente la misma distribución de las necesidades de la vida que si la Tierra hubiera sido dividida en porciones iguales entre todos sus habitantes». Smith, pues, abogaba por el mínimo de, intervención del gobierno en la economía; las únicas tareas públicas de las que, según él, era aconsejable que se encargara el gobierno eran aquellas en las que creía que el estímulo del beneficio no resultaría adecuado, tales como la construcción de carreteras y canales.

* No es nuestra intención en este capítulo describir las teorías económicas de Smith, Mill, Marx y Marshall. Sin embargo, en el capítulo 5 estudiaremos detalladamente las teorías económicas de los principales protagonistas del capítulo.

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Smith planteaba que uno de los factores más importantes para la

mejora de las fuerzas productivas del trabajo era «consecuencia de la división del trabajo». Famosa es en. este sentido su descripción del comercio de la manufactura de alfileres:

Un obrero que no haya sido adiestrado en esa clase de tarea... que no esté acostumbrado a manejar la maquinaria que en ella se utiliza... por más que trabaje, apenas podrá hacer un alfiler al día, y desde,' luego no podría confeccionar más de veinte. Pero dada la manera con 'que se practica hoy día la fabricación de alfileres... un obrero estira el alambre, otro lo endereza, un tercero lo va cortando en trozos iguales, un cuarto hace la punta, un quinto obrero está ocupado en limar el extremo... el importante trabajo de hacer un alfiler queda dividido de esta manera en unas dieciocho operaciones distintas12.

Smith explica que sabe de diez trabajadores que de esta forma sobrepasan los 48.000 alfileres por día; pero sin la división del trabajo cree que no podrían haber hecho más 'que 200 al día, tal vez ni siquiera 10.

Sin embargo, no todo iba bien. Pues, aunque la 'adopción de tal práctica pudiera proporcionar a la sociedad -tipa gran riqueza material, también podía proporcionar, advertía Smith, consecuencias indeseables de carácter no material. $n particular, la práctica generalizada de la división del trabajo creía Smith que podría conducir, a menos que el gobierno tomase medidas para remediarlo, a un empobrecimiento emocional e intelectual de la clase obrera. Porque

Un hombre que gasta la mayor parte de su vida en la ejecución de unas pocas operaciones muy sencillas... no tiene ocasión de ejercitar su entendimiento o adiestrar su capacidad inventiva en la búsqueda de varios expedientes que sirvan para remover dificultades que nunca se presentan. Pierde así, naturalmente, el hábito de aquella potencia y se hace todo lo estúpido e ignorante que puede ser una criatura humana. La torpeza de su entendimiento no sólo le incapacita para terciar en una conversación y deleitarse con ella, sino para concebir pensamientos nobles y generosos... 13.

No sólo se convierte en un hombre «mutilado y deforme», sino que, plantea Smith, «será también inepto para defenderlo [su país] en caso de guerra». Y esto, señala, constituye un motivo de gran preocupación para el gobierno. Teniendo en cuenta, pues, que «ése es el nivel a que necesariamente decae el trabajador pobre, o sea, la gran masa del pueblo, a no ser que el gobierno se tome la molestia de evitarlo», Smith recomienda al gobierno de «una sociedad civilizada» que se asegure de que «la masa del pueblo» sea instruida en «las más elementales enseñanzas de la educación».

Los herméticos utópicos habían defendido un sistema de educación que

llegara a todo el mundo de modo que cada uno pudiera disfrutar de los

placeres del cuerpo y de la mente qué Moro describiera. Smith insiste en una razón más para la d<> fensa de una educación universal. No sólo se debe inculcar un «espíritu marcial» a «la gran masa del pueblo», sino que además «un pueblo inteligente e instruido será siempre más ordenado y decente que uno ignorante y estúpido». La única consecuencia que podría tener la educación universal sería el bienestar público. Pues en un pueblo instruido, explica Smith, cada uno de sus ciudadanos se considera más respetable y más acreedor a que los superiores tengan con él ciertos miramientos, y, por ello mismo, está más dispuesto. a respetar debidamente a aquéllos. Es más capaz de penetrar en los íntimos designios de los facciosos y de los descontentos, vislumbrando lo que haya de cierto en sus manifestaciones y, por eso, se halla menos predispuesto a dejarse arrastrar por cualquier oposición indiscreta o infundada contra las órdenes del gobierno14.

Así pues, el compromiso social y político de Smith consistía en promover la competencia y el libre comercio. Una -sociedad capitalista perfectamente competitiva sería un orden social que se regularía por sí mismo y en el que el bienestar común surgiría de forma automática a partir del propio egoísmo individual. Las funciones principales del gobierno debían ser defender la propiedad privada y asegurar la educación universal. Indu-dablemente, el orden social capitalista continuaría teniendo sus, problemas, pero éstos, según creía Smith, podrían resolverse automáticamente con la acumulación de capital y conforme la sociedad en su conjunto se hiciera más rica. Por tanto, no habría necesidad alguna de un nuevo cambio social de carácter cualitativo: el orden social vigente podría asegurar la estabilidad social y un nivel de vida ascendente para todos los ciu-dadanos.

Pero hacia 1776, año en que se publicaba La riqueza de las naciones de Adam Smith, llegaba a su término la primera fase del desarrollo del capitalismo inglés. En la fase siguiente, la de la revolución industrial, no sólo se iba a desarrollar poderosamente la capacidad industrial de Inglaterra, sino que la sociedad se iba a precipitar en una crisis, dando lugar a un mo-vimiento de la clase obrera que según Marx y Engels recogería la tradición de lucha contra la propiedad privada que sentaran Moro y los herméticos utópicos. En el siguiente apartado repasamos brevemente algunos de los aspectos sociales del trauma de la revolución industrial.

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Hacia finales del siglo XVIII el campesinado como clase había sido virtualmente eliminado en Inglaterra, al contrario de la situación en Francia y en el resto del continente. La agricultura inglesa había llegado a «racionalizarse». El sistema de campos comunes, caracterizado por los «arrendamientos dispersos, los derechos de apacentamiento comunal y el régimen de aparcería», había resultado ineficaz y costoso. Por otra parte, los cercamientos [enclosures] suponían una reducción de los costos por hectárea y por tanto unos beneficios mayores en las zonas de cultivo extensivo. Al final del movimiento de cercamiento existían unos cuantos miles de propietarios que alquilaban la tierra a decenas de miles de arrendatarios que a su vez empleaban como jornaleros a aquellos campesinos que habían decidido permanecer en el campo en vez de buscar trabajo- en las ciudades próximas. De acuerdo con Kranzberg, «a comienzos del siglo XVIII, la servidumbre y el sistema gremial, dos obstáculos a la libertad de movimiento y empleo de los trabajadores, se habían venido casi totalmente abajo en Inglaterra... Y por tanto -decía Kranzberg-, los trabajadores ingleses, que en gran número se habían visto forzados a abandonar la tierra a causa del movimiento de cercamiento, pudieron moverse libremente de la granja a la fábrica»15.

De este modo, las Enclosure Acts [leyes de cercamientos] prepararon el terreno para la mecanización de la agricultura, proporcionando al mismo tiempo una oferta creciente de mano de obra para un número cada vez mayor de fábricas. La población de Inglaterra también creció rápidamente: de 6,5 millones en 1730 pasó a más de 9 millones en 1800 y a unos 16 millones en 1840. Este es el siglo al que con bastante justificación se ha llamado la era del desastre para la clase trabajadora. Arrancado de la tierra, sólo con grandes dificultades podía el campesino adaptarse a las nuevas y duras condiciones del sistema fabril. La alternativa al trabajo en una fábrica era la vida de delincuente. Y, por tanto, no resulta sorprendente que el código penal inglés se fuera endureciendo a lo largo del siglo y de la primera parte del XIX. En 1700 había unos 50 crímenes que eran castigados con la pena de muerte. Pero hacia 1750 el número se había triplicado y en 1800 existían 220 delitos capi-tales. La inmensa mayoría de los nuevos delitos castigables con la horca eran aquellos que atentaban contra la riqueza y la propiedad. Aunque se aboliera la horca por las prácticas de

brujería en 1736, la pena de muerte volvió a ser implantada por el robo de 40 libras de una casa o el robo de 5 en una tienda. En 1727 se convertía en delito capital romper las odiadas máquinas. Según Radzinowicz, debido «al carácter mixto de estas disposiciones, cada una de las cuales tenía una delimitación tan amplia que permitía la aplicación de la pena de muerte a una notable cantidad de variantes del mismo delito..., el alcance real de la pena de muerte era cuando menos tres o cuatro veces superior al número que parecían indicar las estipulaciones so-bre la pena capital»16. En 1810, Sir Samuel Romilly declaraba ante el Parlamento que «probablemente no hay ningún otro país en el mundo en el que exista una diversidad tan amplia y numerosa de acciones humanas castigables con la pena' de muerte como Inglaterra». Los delitos capitales se aplicaban por igual a hombres y mujeres, aunque a las mujeres que cometían el delito de falsificación, en vez de llevárselas a la horca, se las quemaba (y en 1779-1789 se las quemaba por acuñar moneda falsa). «Los adolescentes y los niños podían ser -y de hecho eran- sentenciados a muerte e incluso ejecutados», escribe Radzinowicz. Todavía en 1814 se ahorcó a un muchacho de catorce años en Newport por robar.

Durante este período se produjeron ataques-contra el sistema de asistencia a los pobres. Adam Smith había planteado que el gobierno se equivocaba tanto en su legislación de protección a los pobres como en la tolerancia de los- privilegios monopolistas. Porque, en su opinión, las Poor Laws [leyes de pobres] vigentes, que hacían del hecho de residir en una determinada parroquia una condición para acceder a la asistencia, eran responsables de restringir la movilidad laboral, y por tanto limitaban innecesariamente el índice de crecimiento económico. Ricardo, el influyente sucesor intelectual de Smith, se mostraba de acuerdo con este veredicto sobre la ley de pobres y decía de ella (en 1$21) que «todos los amigos de los pobres deben desear fervientemente su abolición». En términos menos mesurados, el reverendo J. Townsend, que se calificaba a sí mismo de «benefactor de la humanidad», protestaba porque la ley de pobres «tiende a destruir la armonía y la belleza, la simetría y el orden de ese sistema establecido en el mundo por Dios y la naturaleza»17. Planteando que la seguridad social que proporcionaba la ley de pobres no estimulaba al pobre para trabajar, Townsend manifestaba la opinión de que:

Parece ser una ley natural que los pobres, hasta cierto punto, sean imprevisores, de manera que siempre haya algunos que desempeñen los oficios más serviles, sórdidos e innobles en la comunidad. De esta suerte

4. LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL (1780-1850): EL CAPITALISMO EN CRISIS

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138 Brian Easlea Compromisos políticos 139 se aumenta el fondo de felicidad humana, los más delicados se ven libres de trabajos enfadosos [...] y pueden cultivar sin molestias vocaciones superiores...

Publicada primero en 1786 y después nuevamente en 1817,1a Dissertation on the Poor Laws del reverendo Townsend era una muestra representativa del cambio de opinión de un sistema relativamente humano de asistencia pública en favor de un sistema centralizado más duro en manos de los guardianes electos de los pobres, sistema que fue finalmente institucionalizado por la Poor Law Amendment Act de 1834 18.

¿Traicionadas las promesas de la ciencia?

Los utópicos herméticos habían pretendido la proscripción de la propiedad privada; la sociedad capitalista la sancionaba. Los utópicos herméticos habían manifestado que todos los bienes debieran ser compartidos en común; la sociedad capitalista santificaba una distribución desigual de la riqueza nacional. Los utópicos herméticos habían defendido un sistema universal de educación; sin embargo, no era éste uno de los rasgos de la sociedad capitalista durante la revolución industrial. Los utópicos herméticos, buscando el placer para el corazón y lamente humanos, habían pretendido la reducción del trabajo a unas pocas horas diarias; difícilmente podía ser éste uno de los objetivos de los propietarios de las fábricas. Incluso los netos, de los siete años en adelante, tenían que trabajar seis días a la semana, de 12 a 15 horas diarias. ¿Y el placer y el entendimiento de los corazones y las mentes de los hombres? En una carta al Sheffield Courant (1831), Thomas Arnold, rector de Rugby, declaraba: «Un hombre monta una fábrica y quiere manos. Yo le ruego, señor -pedía-, que observe las verdaderas expresiones que se utilizan, porque todas ellas son significativas. Lo que busca de sus congéneres es la prestación de sus manos; de su cabezas y corazones no piensa nada»19. Y un hecho de relevancia especial para el tema de este libro es que, conforme la ciencia fue teniendo una importancia práctica y tecnológica cada vez mayor a lo largo de los siglos XVII y XIX*, * «Al contrario de lo que generalmente se piensa», escriben Musson yRobinson, «[la revolución industrial] no fue simplemente un producto de artesanos incultos, exentos de formación científica. En el desarrollo de la energía a vapor, en el crecimiento de la industria química, de los decolorantes, de los tintes y la estampación, en la fabricación de cerámica, jabones y cristales, y en otras industrias, la aportación de los científicos fue importante, e industriales con formación científica utilizaron asimismo la ciencia aplicada en sus manufacturas» 19n.

los científicos y los «tecnólogos» parecieron colocarse de todo corazón al servicio de la riqueza privada y del espíritu comercial que Moro y los herméticos utópicos, acertada o equivocadamente, tanto habían deplorado. '

En 1802, Humphry Davy, científico y primer director del Royal Instituto, y posteriormente presidente de la Royal Society, declaraba que «la distribución desigual de la propiedad y del trabajo, la diferencia de rango y condición en la humanidad, constituyen las fuentes de energía de la vida civilizada, su causa motriz e incluso su auténtica alma»20. Y cuando en 1807 Samuel Whitbread presentó un proyecto de ley en el que se proponía la educación de todos los niños -medida que los herméticos utópicos habían considerado como un requisito previo esencial para la consecución de una sociedad justa y feliz-, Giddy, protector de las ciencias y posteriormente presidente de la Royal Society, contestaba (mostrándose en desacuerdo con Adam Smith) en los siguientes términos:

Por plausible que en teoría pueda ser el proyecto de proporcionar educación a las clases. laboriosas humildes, sus efectos resultarían perjudiciales para su moral y su felicidad; ello les enseñaría a despreciar la suerte que les ha tocado en la vida, en vez de hacer de ellos buenos servidores en la agricultura y en otros empleos a los que su rango en la sociedad les hubiera destinado; en lugar de enseñarles a ser subordinados, les volvería sediciosos y díscolos, como se puso de manifiesto en los países manufactureros; les permitiría la lectura de folletos sediciosos, libros malignos y publicaciones anticristianas; les volvería insolentes con sus superiores; y el resultado sería que en unos cuantos años la legislatura se vería obligada a dirigir contra .ellos el fuerte brazo del poder y a dotar al ejecutivo de leyes mucho más enérgicas que las vigentes21.

Eran muchos los que reconocían que la ciencia no había supuesto una ampliación general de la libertad. Andrew Ure, portavoz del nuevo orden social, acogía positivamente este hecho: «Cuando el capitalismo pone la ciencia a su' servicio; impone siempre la docilidad a la . rebelde mano del trabajo»22. Tanto Mill como Marx, cuyos planteamientos vamos a discutir en los dos apartados siguientes, deploraron este hecho. Sin embargo, ambos seguían confiando que en una sociedad futura la ciencia y la industria contribuirían a la emancipación de toda la humanidad.

La revolución industrial fue una época de disturbio y agitación. Entre 1778 y 1830 se produjeron constantes levantamientos en contra de la expansión de la maquinaria que amenazaba con hacer entrar por la fuerza en el sistema fabril a los artesanos de las aldeas y a los trabajadores de la industria a domicilio. En 1811 eran ahorcados públicamente en Lancaster y

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140 Brian Easlea Compromisos políticos 141 Chester trece ludistas y al año siguiente se ahorcaba públicamente en York a otros diecisiete. En 1830 la agitación parecía ser de índole revolucionaria. Durante los años 1841-1842 alcanzaba su punto culminante el movimiento cartista. Un americano llamado Colman, que visitó Inglaterra en 1845, describía en los siguientes términos su reacción (¿exagerada?) ante la condición de la clase obrera inglesa tal como él la había visto: «La naturaleza humana, condenada, defraudada, oprimida, aplastada, yace en pedazos sangrantes por toda la faz de la sociedad. Todos los días le doy las gracias al Cielo por no ser un pobre con una familia en Inglaterra»23. Investigando las causas del crimen en este período, Tobias llega a la conclusión de que «la delincuencia, y especialmente la delincuencia juvenil, era, en la primera mitad del siglo XIX, la delincuencia de toda una sociedad en violenta transición económica y social»24.

Pero ¿en transición hacia qué tipo de sociedad? Esta cuestión nos lleva directamente a tener en cuenta los planteamientos y compromisos políticos alternativos de John Stuart Mill y Karl Marx, planteamientos y compromisos que vamos a ver con cierto detalle. Pues no han declinado en importancia en la segunda mitad del siglo XX.

A Mill, con las experiencias de la revolución industrial tras de sí y testigo de las convulsiones sociales del continente, le resultaba difícil, a .mediados del siglo , ser tan optimista con respecto al futuro del

capitalismo como lo había sido Adam Smith. Antes al contrario, se veía viviendo en una «era de transición», una era en laque las instituciones sociales vigentes eran «meramente provisionales», una era de crisis en la que, escribía, «parecía inevitable una reconsideración general de todos los principios básicos»25.

Recordemos que Kuhn identifica un estado de crisis en la ciencia señalando «la expresión del descontento explícito, el recurso a la filosofía y el debate sobre los fundamentos». Y en un estado de crisis hay básicamente tres tipos posibles de compromisos de paradigma: continuar teniendo fe en el paradigma existente, abogar por cambios revolucionarios y buscar un compromiso entre estos dos extremos. Veremos que en la crisis social en la que Mill se vio involucrado él optó por el «debate sobre los fundamentos», y al hacerlo tuvo en cuenta las posi-

bilidades de tres tipos muy diferentes de objetivos sociales y políticos. Uno era la preservación del sistema de propiedad individual vigente, caracterizado por la institucionalización de la competencia y por la existencia de dos clases principales, los capitalistas y los trabajadores. El segundo objetivo contempla-do por Mill era la consecución del socialismo, que él definía como un sistema de «asociaciones de trabajadores» que competían entre sí con una «rivalidad amistosa». El tercer objetivo que Mill señalaba era lo que él denominaba «comunismo», sistema social al que describía como «el límite extremo del socialismo», en el que «no sólo los instrumentos de producción, .la tierra y el capital, son propiedad conjunta de la comunidad, sino que el producto se encuentra dividido y el trabajo distribuido con la máxima. igualdad posible»26. Trazando una analogía con nuestra clasificación de los paradigmas en competencia en las ciencias físicas, nos referiremos a los tres sistemas sociales de Mill como el sistema vigente (una sociedad competitiva, es-tructurada en clases), el sistema de compromiso (una sociedad competitiva sin clases) y el sistema revolucionario (una sociedad cooperativa sin clases). Empezando con las citas de la tercera edición (1852) de la obra más importante de Mill, Principios de economía política, intentamos cuando menos dar una idea de este debate de «paradigmas» que Mill emprendió consigo mismo y con sus contemporáneos.

Evaluación ética y objetivos sociales

Nos ocuparemos en primer lugar de las quejas específicas de Mill contra la sociedad en la que vivió, quejas que le hicieron prestar una atención solidaria a aquellos que abogaban por unas sociedades radicalmente diferentes.

En primer lugar, la sociedad industrial, en opinión de Mill, no había mejorado claramente «la suerte universal» de la humanidad: según él, la gran mayoría de la población seguía constreñida «por una vida igualmente penosa y aprisionante». Se sentía desilusionado al constatar que la gran riqueza de inventos mecánicos realizados no había supuesto un aligeramiento significativo del «trabajo cotidiano del ser humano». Para que esto fuera posible, planteaba -para que «las conquistas logradas a partir de los poderes naturales mediante la energía y el intelecto de los descubrimientos científicos» traigan «esos grandes cambios en el destino humano, que por su naturaleza... han de realizar»- tendría que hacerse frente cuando menos a dos condiciones previas: tendrían que establecerse «instituciones

5. EL COMPROMISO DE JOHN STUART MILL (1806-1873): EL PROGRESO MEDIANTE LA REFORMA

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142 Brian Easlea Compromisos políticos 143 justas», y habría que colocar la tasa de crecimiento de la población «bajo el control deliberado de una previsión juiciosa»27.

Sin embargo, Mill no sólo condenaba la distribución manifiestamente injusta de trabajo y riqueza característica de la sociedad vigente -que «el producto del trabajo se encuentre distribuido, tal como actualmente lo vemos, en razón inversa al trabajo empleado»-, sino que también era un crítico poderoso de la ética de esa sociedad. No podía creer que los «atropellos, sojuzgamientos, codazos y persecuciones que forman el tupo de sociedad existente constituyan la suerte más deseable de la humanidad». Por el contrario, consideraba que eran nada n ás que «los desagradables síntomas de una de las fases del progreso industrial». Mill defendía apasionadamente una situación material estacionaria en la que «a la vez que nadie vive en la pobreza, nadie desea ser más rico, ni hay temor alguno de ser relegado por los esfuerzos de los otros por salir adelante». En su opinión, los países ricos eran ya suficientemente ricos. «Sólo en los países atrasados del mundo -declaraba- continúa siendo un objetivo importante el incremento de la producción: en los más avanzados lo que se necesita, desde el punto de vista económico, es una distribución mejor, para lo cual uno de los medios indispensables es una limitación más estricta de la población».

Mill insistía en que se debía situar a la población mundial en un nivel estacionario. Incluso si el mundo pudiera abastecer a una población mucho mayor de la que existía, veía «muy pocas razones para desearlo». Los comentarios de Mill son de una gran importancia para el mundo contemporáneo y exigen una cita extensa: Un mundo en el que se haya extirpado la soledad constituye un pobre ideal. La soledad, en el sentido de poder estar solo, es fundamental para cualquier profundidad de meditación o carácter, y la soledad es la presencia de la belleza y grandeza natural, es la cuna de aquellos pensamientos y aspiraciones que no sólo suponen un bien para el individuo, sino que, a falta de ellos, la sociedad llegaría a encontrarse enferma. Tampoco es mucha la satisfacción que puede derivarse de la contemplación de un mundo en el que no quede nada a la actividad espontánea de la' naturaleza; un mundo en el que cada ápice de tierra esté dedicado al cultivo, produciendo alimentos para los seres humanos; toda la flora destruida o los pastos naturales arados, todo cuadrúpedo o pájaro que no sea de uso doméstico para el hombre, exterminado como si se tratara de un rival en la lucha por el alimento, todo arbusto o árbol superfluo arrancado, y apenas un lugar en el que crezcan libremente las flores y las plantas y no se les haya erradicado como si fueran cizaña en nombre del mejora-miento de la agricultura. Si la tierra ha de perder toda esa gran parte de su amenidad que debe a aquellas cosas que el aumento de la riqueza y la población extirparían de ella, con el mero propósito de hacerla capaz de aguantar a una población más extensa, pero no mejor ni más feliz,

sinceramente confío, en aras de la posteridad, en que nos daremos por satisfechos con lograr un nivel estacionario, antes de que la necesidad nos obligue a ello28.

Mill se tomó la molestia de recalcar que una situación material estacionaria no implicaba un estancamiento del nivel intelectual o moral. Por el contrario, él creía que aquella situación resultaría más favorable que el sistema vigente para desarrollar toda una diversidad de gustos y talentos, y para estimular toda una variedad de puntos de vista intelectuales. Bajo ningún concepto, pues, se trataba de que Mill estuviera fomentando el es-tancamiento de la vida mental y moral. Es más, su deseo ferviente de asistir a un «desarrollo multifacético de la naturaleza humana» era una de las razones de que rechazase un cambio social de carácter radical. «Ninguna sociedad --escribía- en l a . que lo raro sea motivo de reproche puede hallarse en un estado saludable»26. Su temor consistía precisamente en que para la sociedad comunista lo raro no sólo sería motivo de reproche,sino que seria 'imposible.

Los objetivos sociales de Mill eran, pues, el logro de una distribución justa del trabajo y la riqueza, una situación material estacionaria combinada con una garantía de libertad personal de la vida intelectual y moral, y un entorno que permitiera a los hombres la posibilidad de estar solos y de disfrutar de' la belleza de una naturaleza no cultivada. Estos eran sus objetivos. Para Mill era evidente el fracaso de la sociedad capitalista en la realización de estos objetivos. Pero ¿hasta qué punto consideraba Mill que era factible realizar cambios sociales radicales, y, en el caso de que así fuera, hasta qué punto le parecía conveniente? ¿Hasta qué punto esperaba que la sociedad socialista o la comunista pudiera satisfacer su criterio de la «buena vida» con más efectividad que el sistema vigente o que las posibles mejoras dentro de este sistema?

Sobre la posibilidad del cambio

Mill consideraba que no era realista suponer que las élites dirigentes fueran a abandonar voluntariamente sus privilegios. En su opinión, «todas las clases privilegiadas y poderosas... han utilizado su poder en, beneficio de su propio egoísmo», y este «mal... no podrá ser erradicado hasta que se derribe al propio poder»29.

Pero si bien no podía esperarse que las élites dirigentes abdicaran voluntariamente de su poder, ciertamente tendrían que esperar encontrarse con una oposición cada vez más fuerte al

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144 Brian Easlea Compromisos políticos 145 uso de ese poder, oposición, pensaba Mill, que venía desarrollándose gradualmente, y que continuaría desarrollándose, en las filas de las «clases trabajadoras». Es más, teniendo en cuenta que las «ideas de igualdad» se extendían rápidamente «entre las clases más pobres» y que el propio Mill creía que este proceso no podría detenerse «excepto a través de una supresión total de la discusión impresa y de la libertad de palabra», el mismo Mill se veía forzado en concluir que «la división de la raza humana en dos clases hereditarias, empleadores y empleados», no podría mantenerse permanentemente. «La relación de amos y trabajadores -escribía irá siendo gradualmente superada por la de asociación, en una de estas dos formas: en algunos casos por la asociación de los trabajadores con los capitalistas; en otros, y tal vez finalmente en todos, por las asociaciones de trabajadores entre sí... en términos de igualdad, colectivamente encargadas del capital con el que llevar a cabo sus operaciones, y bajo el control de directores técnicos elegibles y revocables por ellos mismos»30.

Lo importante, no obstante, era que tales cambios serían graduales, «sin violencia ni expropiaciones, ni' siquiera con alteraciones repentinas de los hábitos y las expectativas vigentes». «Eventualmente -confiaba Mill-, y quizá en un futuro menos remoto de lo que pudiera suponerse, tal vez asistamos... a un proceso de cambio en la sociedad, que combinaría la libertad y la independencia del individuo con las ventajas morales, inte-lectuales y económicas de la producción en serie»; un cambio que conduciría a «una transformación de la vida humana, de un conflicto de clases que luchan por intereses opuestos, a una rivalidad amistosa en la búsqueda del bien común para todos»31.

Sobre la conveniencia del cambio

Así pues, Mill no se oponía en principio al objetivo socialista tal como él concebía que debía ser, siempre que no se contemplaran trastornos repentinos del orden vigente. El comunismo, sin embargo, no resultaba recomendable. Es más, Mill se esforzó por dejar muy claras sus reservas básicas con respecto a la conveniencia de la sociedad comunista, reservas que se centraban en torno a dos áreas de problemas relacionadas entre sí: el futuro de la competencia y el futuro de la libertad individual. Veamos cada una de las principales objeciones de Mill al objetivo comunista de una sociedad cooperativa y sin clases.

En la medida en que los socialistas pretendían formar asociaciones de trabajadores, Mill se encontraba, en principio, de

acuerdo. Pero Mill consideraba que, idealmente, tales asociaciones debían competir entre sí en una «rivalidad amistosa», y en ello radicaba, como veíamos, la fuente de su discordancia fundamental con los pensamientos comunistas. «Disiento abiertamente -escribía- de la parte más conspicua y vehemente de sus enseñanzas, de sus arengas en contra de la competencia.» En palabras que parecían una reminiscencia, del pensamiento de Adam Smith, Mill proclamaba que «en vez de contemplar la competencia, como sostienen la generalidad de [los comunistas], como un principio pernicioso y antisocial, creo que, incluso en la actual situación de la sociedad y de la industria, toda restricción de ésta es un mal, y toda ampliación de la misma, incluso si de momento afecta ofensivamente a cierta parte de los trabajadores, constituye siempre un fin último». Sin duda, Mill estaba de acuerdo en que la competencia era «una fuente de desconfianza y hostilidad entre aquellos que desempeñan el mismo empleo». Pero si la competencia provocaba este mal, mayores eran los males que evitaba. Lo problemático de los comunistas, pensaba Mill, era su tendencia a pasar por alto «la indolencia natural de la humanidad». Porque si los hombres pretendieran alguna vez lograr una existencia a la que consideraran confortable, Mill pensaba que no sólo se produciría un peligro de estancamiento intelectual y moral, sino que incluso perderían tal vez la energía necesaria para evitar su propia degeneración. La competencia era, por tanto, un mal necesario; y protegerse en contra de ella era «protegerse en la pereza, en el embotamiento mental; ahorrarse la necesidad de ser tan activo y tan inteligente como los demás». La conclusión a que llegaba Mill era bastante categórica: «Puede que la competencia no sea el mejor estímulo concebible, pero en la actualidad es un estímulo necesario, y no hay nadie que pueda prever cuándo llegará el momento en que deje de ser indispensable para el progreso»32. Y recordemos que el progreso no significaba para Mill una mayor riqueza material, sino más cantidad de tiempo disponible para el cultivo de la vida intelectual y para el mejoramiento del «arte de vivir».

Relacionado con los temores de Mill de estancamiento intelectual y moral estaba su temor de que la realización de la sociedad comunista significaría la imposibilidad de la libertad individual. «La cuestión es -recalcaba- si [en la sociedad comunista] podría quedar un rescoldo para la individualidad de ca-rácter; si la opinión pública no se convertiría en un yugo tiránico; si la dependencia mutua absoluta, y la vigilancia de cada uno a cargo de los demás, no conduciría al amoldamiento a una uniformidad sumisa de pensamientos, sentimientos y acciones.» En la opinión de Mill éste era ya uno de «los males notorios» de

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la sociedad capitalista, «a pesar de una dependencia mucho menor del individuo con respecto a la masa de lo que existiría en el régimen comunista». Y de este modo, la amenaza para la li-bertad humana sería en su conjunto mayor en la sociedad -comunista. Indudablemente, Mill era de la opinión de que si la institución de la propiedad privada conducía inevitablemente a que el producto del trabajo se distribuyera en razón inversa al propio trabajo, entonces «si la alternativa estuviera entre-ésta [la propiedad privada] o el comunismo, todas las dificultades del comunismo, grandes o pequeñas, no serían sino como polvo en la balanza». Pero Mill declaraba que para que la comparación con el comunismo fuera válida había que compararlo cuando menos «con el régimen de propiedad individual, no tal cual es, sino como podría organizarse». En definitiva, Mill estaba convencido de que «el principio de la propiedad privada nunca ha sido sometido aún a un juicio equitativo en ningún país»33.

El programa de acción e investigación de Mill

Convencido, por una parte, de que el capitalismo, no había alcanzado aún el máximo nivel de su desarrollo, y por otra, de que la clase trabajadora era todavía completamente incompetente «para cualquier orden de cosas que supusiera una exigencia considerable de su intelecto o de su virtud»34, para Mill sólo había una acción que resultaba factible. Los socialistas debían continuar sus experimentos «a una escala moderada», posibilitando que fuera la experiencia la que decidiera «en qué momento y hasta qué punto cuál de los sistemas de propiedad comunitaria» podría utilizarse para sustituir al sistema vigente. Y entonces es cuando hace su aparición el compromiso con la «ciencia normal»: Mientras tanto podemos... afirmar que el profesional de la economía política, durante una época bastante larga, tendrá que ocuparse principalmente de las condiciones de existencia y progreso propias de una sociedad fundada sobre la propiedad privada y la competencia individual; y' que el objeto al que fundamentalmente ha de llegarse en la fase actual del progreso humano, no es la subversión del sistema de propiedad individual, sino el mejoramiento del mismo, y la participación plena de todos los miembros de la comunidad en sus beneficios35.

En los veinte años restantes de su vida, el compromiso de Mill con la reforma dentro del sistema capitalista vigente se reforzó considerablemente. En los borradores para un libro sobre el socialismo, escritos poco antes de su muerte,' Mill reprendía a los socialistas por afirmar que los salarios reales

declinaban en los países capitalistas. Tal aseveración, escribía, . «no concuerda con ninguna información rigurosa». Si acaso, declaraba, los salarios reales estaban aumentando en todas partes, no disminuyendo; y, más aún, el índice del aumento de los salarios reales también estaba en auge. El sistema vigente no es-taba «precipitándonos en un estado de indigencia y esclavitud generalizados del que sólo el socialismo puede salvarnos», les decía a los socialistas. Admitía la importancia de los males existentes, «pero éstos no progresan; por el contrario, la tendencia general es hacia su disminución». -

Así pues, Mill se siente justificado una vez más para lanzar una advertencia en contra de un programa de cambio revolucionario. «Una completa renovación de la fábrica social, tal como la que se contempla' en [la forma revolucionaria del] socialismo, estableciendo una constitución económica de la sociedad sobre bases enteramente nuevas, diferentes de las de la propiedad privada y la competencia, -por valiosa que sea como ideal, e incluso como profecía de las últimas posibilidades, no resulta accesible como recurso actual, ya que requiere de aquellos-que se encargarían de llevar a cabo el nuevo orden de cesas cualidades, tanto morales como intelectuales, que han de ser puestas a prueba y que en su mayoría aún están por crearse.» Mill no tiene duda alguna a este respecto: «Durante up largo, período por venir el principio de la propiedad individual dominará el campo»36.

6. EL COMPROMISO DE MARX Y DE ENGELS: EL PROGRESO

MEDIANTE LA REVOLUCIÓN Contemplando la misma realidad social que John Stuart Mill, Marx y Engels

llegaron a conclusiones muy diferentes. Al contrario que Mill, Marx y Engels creían que, lejos de poder solventar sus problemas, el capitalismo conduciría inevitablemente a una crisis universal, y que ésta no iba a producirse en un fu= turo remoto, sino próximo. Tal crisis, sin embargo, sería positiva. Pues daría paso a la construcción de una sociedad cualitativamente diferente que permitiría a todos los hombres y mujeres no sólo disfrutar de los frutos de la ciencia y de la industria «según sus necesidades», sino lograr la diversidad intelectual y espiritual que Mill tanto deseaba. Si bien Mill temía que los efectos de la sociedad comunista sobre la libertad humana fueran básicamente negativos, Marx y Engels consideraban que la sociedad comunista (en su versión) era la única que podía garantizar la dignidad y la libertad humana para todos y cada uno.

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Aunque Marx pensaba que era un error clasificar a Mill, y a los

hombres como él, «con el rebaño de los apologistas económi-cos vulgares», sin embargo pensaba que era inútil tratar, como Mill había tratado, de «compaginar la economía política del capital con las reivindicaciones del proletariado, a las que ya no era posible seguir desconociendo». En opinión de Marx, Mill trataba de «reconciliar lo irreconciliable», y no había provocado más que un «insípido sincretismo»37. Lo que se necesitaba, y. lo que «inevitablemente» se produciría, era un cambio revolucionario. Marx y-Engels se comprometieron con todas sus energías emocionales e intelectuales en el desarrollo y divulgación de esta creencia.

Evaluación ética y objetivos sociales

Marx y Engels no subestimaban las realizaciones científicas y técnicas de la burguesía. Como reconocían:

En el siglo corto que lleva de existencia como clase soberana, la burguesía ha creado energías productivas mucho más grandiosas y colosales que todas las pasadas generaciones juntas. Basta pensar en el sojuzgamiento de las fuerzas naturales por la mano del hombre, en la maquinaria, en la aplicación de la química a la industria y la agricultura, en la navegación de vapor, en los ferrocarriles, en el telégrafo eléctrico, en la roturación de continentes enteros, en los ríos abiertos a la navegación, en los nuevos pueblos que brotaron de la tierra como por ensalmo... ¿Quién, en los pasados siglos, pudo sospechar siquiera que en el regazo de la sociedad fecundada por el trabajo del hombre yaciesen soterradas tantas y tales energías y elementos de producción?38.

Así pues, Marx y Engels acogían con gran entusiasmo el desarrollo de las fuerzas productivas por parte de la burguesía. Pues consideraban que tal desarrollo proporcionaría las bases materiales necesarias sobre las que posteriormente podría construirse una sociedad sin clases y, en consecuencia, libre de la explotación.

No obstante, pese a su concepción favorable del papel histórico del capitalismo, los escritos de Marx y Engels manifiestan constantemente su angustia por la mutilación del individuo que acompaña a aquél, incluso aunque no le concedieran sino un carácter temporal. Por necesaria que fuera la fase capitalista en la evolución de la humanidad, no dejaba de ser también, como se lamentaban Marx y Engels, una fase brutal y deshumanizante.

Así, en el primer volumen de El capital Marx coincide con Adam Smith al declarar que:

[en la sociedad capitalista] todos los métodos para desarrollar la producción se trastuecan en medios de dominación y explotación del productor, mutilan al obrero convirtiéndole en un hombre fraccionado, lo degradan a la condición de apéndice de la máquina, mediante la tortura del trabajo aniquilan el contenido de éste, le enajenan -al obrero- las potencias espirituales del proceso laboral en la misma medida en que a dicho proceso se incorpora • la ciencia como potencia autónoma, vuelven constantemente anormales las condiciones bajo las cuales trabaja, lo someten durante el proceso de trabajo al más mezquino y odioso de los despotismos.

Así, concluye Marx que «a medida que se acumula el capital, tiene que empeorar la situación del trabajador, sea cual fuere su remuneración [...]. La acumulación de riqueza en un polo es al propio tiempo, pues, la acumulación de miseria, tormentos de trabajo, esclavitud, ignorancia, embrutecimiento y degradación moral en el polo opuesto»39. De este modo, lo que se necesitaba era algo más que un simple aumento de salarios que, en opinión de Marx, no sería «otra cosa que una mejor remuneración de los esclavos, que no conferiría su función y dignidad humanas ni al obrero ni al trabajo»40.

Pero no sólo el trabajador se hallaba degradado por el modo capitalista de producción; tampoco el capitalista podia vivir como un ser humano. Es cierto (escribía Marx) que el' capitalista «comparte con el atesorador el afán absoluto de enriquecerse. Pero lo que en éste se manifiesta como manía individual, es en el capitalista el efecto del mecanismo social, en el que dicho capital ista no es más que una rueda del engranaje»41. Bajo el sistema de propiedad privada, explica Marx, «todo hombre especula con crear al otro una nueva necesidad para obligarle a un nuevo sacrificio, para colocarlo en una nueva relación de dependencia e inducirle a un nuevo modo de disfrute y, por ende, de ruina económica»42. De este modo, para el capitalista «todo nuevo producto representa una nueva posibilidad de engaño y pillaje mutuo». En consecuencia, el capitalista se encontraba tan explotado emocionalmente como ,el trabajador. Porque «cuanto menos pienses, ames, teorices, cantes, pintes, hagas versos, etc., más ahorrarás», le dice Marx al capitalista, «mayor será tu tesoro, que no se comerán la polilla ni el polvo, mayor será tu capital. Cuanto menos seas tú, cuanto menos exteriorices tu vida, más tendrás, mayor será tú vida enajenada, más esencia enajenada acumularás. Todo lo que el economista te arrebata en cpa.nto a vida y a humanidad te lo repone en dinero y en riqueza, y cuanto no puedes tú lo puede tu dinero»43. Por otra parte (prosigue Marx), «si tomamos al hombre como hombre y su actitud ante el mundo como una actitud humana, vemos que sólo podemos cambiar amor por amor, confianza por confianza, etc. Quien

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quiera gozar del arte necesita ser un hombre artísticamente culto; quien desee influir sobre otros hombres tiene que ser un hombre que ejerza sobre ellos una influencia realmente estimulante y propulsora»44. Pero en la sociedad burguesa no existe «más vínculo que el del interés escueto, el del dinero contante y sonante». «Se reserva al capital toda personalidad e iniciativa.» Pero tras la inevitable revolución, decían Marx y Engels, «a la vieja sociedad burguesa, con sus clases y sus antagonismos de clase, sustituirá una asociación en que el libre desarrollo de cada uno condicione el libre desarrollo de todos»45.

Ese era el utópico objetivo de Marx. Fromm lo plantea en estos términos: «El fin de Marx era la emancipación espiritual del hombre, su liberación de las cadenas del determinismo económico, su restitución a su totalidad humana, el encuentro de una unidad y armonía con sus semejantes y con la naturaleza»46.

Sobre el carácter «inevitable» de la sociedad comunista según Marx

Marx estaba convencido de que el orden social del capitalismo no era más que un estadio transitorio, aunque necesario, en la evolución de la sociedad hacia el reino de la libertad humana. Respecto al método dialéctico que empleaba, Marx escribía:

En su figura racional [la dialéctica] es escándalo y abominación para la burguesía y sus portavoces doctrinarios porque en la intelección positiva de lo existente incluye también, al propio tiempo, la inteligencia de su negación, de su necesaria ruina; porque concibe toda forma desarrollada en el fluir de su movimiento, y por tanto sin perder de vista su lado perecedero; porque nada la hace retroceder y es, por esencia, crítica y revolucionaria.

La burguesía no podía hacer nada, en opinión de Marx, para impedir la crisis final del capitalismo; las contradicciones inherentes al modo de producción capitalista generarían automáticamente las condiciones sociales que llevarían a la negación y sustitución del capitalismo. Pues «las leyes naturales de la producción capitalista» operan y se imponen «con férrea necesidad»47. De hecho, declaraba Marx, la burguesía era perfectamente consciente de tales contradicciones. En particular, «el movimiento contradictorio de la sociedad capitalista se le revela al burgués práctico, de la forma más contundente, durante las vicisitudes del ciclo periódico que recorre la industria moderna y -en su punto culminante: la crisis general. Esa crisis nuevamente se aproxima -escribía en 1873-, aunque aún se halle en sus prolegómenos»48. De acuerdo con Marx, la competencia cada vez

mayor entre los capitalistas reduciría el número de aquellos que controlan a las fuerzas productivas, a la vez que provocaría un incesante aumento cuantitativo del proletariado, de su capacidad de organización y de su militancia. Lo que vendría tras una gran depresión y un nivel de desempleo generalizado no se ría un nuevo resurgimiento de la economía, sino la revolución y la expropiación de los propietarios: Los progresos de la industria, que tienen por cauce automático y espontáneo a la burguesía, imponen, en vez del aislamiento de los obreros por la concurrencia, su unión revolucionaria por la organización. Y así, al desarrollarse la gran industria, la burguesía ve tambalearse bajo sus pies las bases sobre que produce y se apropia de lo producido. Y a la par que avanza, se cava su fosa y cría sus propios enterradores. Su muerte y el triunfo del proletariado son igualmente inevitables49. ¿Inevitables?

Sobre el carácter inevitable de la sociedad comunista según

Engels En su trabajo Del socialismo utópico al socialismo científico,

Engels intenta convencer al lector del triunfo final del comunismo. Al hacerlo, sin embargo, expone toda una serie de puntos débiles de sus propios planteamientos. «Las últimas causas de todos los cambios sociales y de todas las revoluciones políticas -escribe Engels- no deben buscarse en las cabezas de los hombres ni en la idea que ellos se forjen de la verdad eterna ni de la eterna justicia, sino en las transformaciones operadas en el modo de producción y de cambio» 50. De esta forma, Engels pretende diferenciar su teoría y la de Marx de las de los «socialistas utópicos». Más aún,

este conflicto entre las fuerzas productivas y el modo de producción... radica en los hechos, en la realidad objetiva, fuera, de nosotros, independientemente de la voluntad o de la actividad de los mismos hombres que lo han provocado. El socialismo moderno no es más que el reflejo de este conflicto material en la mente, su proyección ideal en .las cabezas, empezando por las de la clase que sufre directamente sus consecuencias: la clase obrera51.

¡Nada más que el reflejo! Seguramente es un error describir la concepción por parte de los trabajadores de una sociedad cua-litativamente diferente, así como la acción adecuada para la realización de tal sociedad, como nada más que el reflejo (¿automático?) del conflicto entre las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción. Pero aun asi, ¿por qué ha de lan-

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zarse a la acción el proletariado necesariamente contra la bur-guesía? He aquí la respuesta de Engels: «El modo capitalista de producción, al convertir más y más en proletarios, a la inmensa mayoría de los, individuos de cada país, crea la fuerza que, si no quiere perecer, está obligada a hacer esa revolución52.

¡Si no quiere perécer! Así pues, no hay alternativa para los trabajadores. O establecen una sociedad sin clases, o llegarán a encontrarse totalmente degradados como seres humanos. Han de optar, pues, por lo primero. Engels continúa:

La realización de este acto que redimirá al mundo es la misión histórica del proletariado moderno. Y el socialismo científico, expresión teórica del movimiento proletario, es el llamado a investigar las condiciones hi históricas y, con ello, la naturaleza misma de este acto, infundiendo de este modo a la clase llamada a hacer esta revolución, a la clase hoy oprimida la conciencia de las condiciones y de la naturaleza de su propia acción53.

Pero es aquí donde parece residir la dificultad fundamental: el proletariado se encuentra oprimido y, más aún,-mentalmente

. degradado. Y, sin embargo, el proletariado ha,<>- ser receptivo a la idea de una sociedad sin clases y actuar : f i consecuencia. Pero ¿cómo podrá garantizarse el desarrollo dl esta conciencia revolucionaria? Engels no entra en este problema, limitándose a plantear que cuando la competencia capitalista desemboca en el monopolio del capital, la explotación resulte evidente «que t iene forzosamente que derrumbarse». Pues'«~ pueblo to leraría una producción dirigida por los trusts;` una explotación tan descarada de la colectividad por una pequeña cuadrilla-de cortadores de cupones»54. Insiste en el punto .de que la nueva sociedad ya es realizable:

Por primera vez, se da ahora, y se da de un modo efectivo, la posibilidad de asegurar a todos los miembros de la sociedad, por medio de un sistema de producción social, una existencia que, además de satisfacer plenamente y cada día con mayor holgura sus necesidades materiales, les garantice el libre y completo desarrollo y ejercicio de sus capacidades físicas y espirituales55.

Y la posibilidad debe convertirse en una acción- triunfante. A pesar de haber rebajado previamente, según parece, la autonomía de la voluntad humana, Engels opta ahora por, recalcar la gran importancia de la voluntad humana de cambiar la realidad social:

Las fuerzas activas de la sociedad obran, mientras no las conocemos y contamos con ellas, exactamente lo mismo que fuerzas de la naturaleza: de un modo ciego, violento, destructor. Pero, una vez conocidas, tan pronto como se ha sabido comprender su acción, su tendencia y sus efectos, en

nuestras manos está el supeditarlas cada vez más de lleno a nuestra voluntad y alcanzar, por medio de ellas, los fines propuestos. Tal es lo que ocurre, muy señaladamente, con las gigantescas fuerzas modernas de producción56.

El resultado final sería una sociedad auténticamente libre:

Las leyes de su propia actividad social, que hasta ahora se alzaban frente al hombre como leyes naturales, como poderes extraños que lo sometían a su imperio, son aplicadas ahora por él con pleno conocimiento de causa y, por tanto, sometidas a su poderío. La propia existencia social del hombre, que hasta aquí se le enfrentaba como algo impuesto por la naturaleza y la historia, es a partir de ahora obra libre suya. Los poderes objetivos y extraños que hasta ahora venían imperando en la historia se colocan bajo el control del hombre mismo. Sólo desde entonces éste comienza a trazarse su historia con plena conciencia de lo que hace. Y, sólo desde entonces las causas sociales puestas en acción por él comienzan a producir predominantemente, y cada vez en mayor medida, los efectos apetecidos. Es el salto de la humanidad del reino de la necesidad al reino de la libertad 57.

Así pues, Mill, Marx y Engels llegaban a compromisos diame-tralmente opuestos con relación al desarrollo de la sociedad ca-pitalista. Mill creía (aunque con, inquietud) que el capitalismo sobreviviría durante un largo período de tiempo y que aún tenía que proporcionar al hombre aquellos beneficios de los que era intrínsecamente capaz. El deber del científico era colaborar en la mejora del sistema social existente. Marx y Engels, por su parte, creían que la sociedad capitalista era intrínsecamente inestable, que necesariamente despojaba al capitalista y al trabajador de dignidad y libertad, y que inevitablemente estaba abocada a experimentar una serie de crisis universales. Marx y Engels se comprometieron con la tarea de asegurar el triunfo de la clase revolucionaria -mol proletariado- en ese futuro período de crisis universal.

¿Qué líneas siguió, entonces, el desarrollo del capitalismo inglés durante la segunda mitad del siglo XIX?

La aristocracia terrateniente y la clase burguesa ascendente aguantaron la tormenta de los años 1830 y 1840, la «era de tran-sición». No sólo no se produjo una revolución, sino que la represión se mitigó y las condiciones de vida del proletariado fueron haciéndose menos severas. Aunque las leyes fabriles de 1819 estipularan que no podían trabajar en las fábricas niños menores de nueve años, y que los menores de dieciséis años no podían trabajar más de doce horas diarias,. los propios jueces de, paz

7. LA EVOLUCIÓN DEL CAPITALISMO INGLÉS: 1850-1900

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eran frecuentemente empresarios y en consecuencia las leyes raramente se aplicaban. Sin embargo, a principios de los años cuarenta las leyes ya

se aplicaban con mayor rigor y en 1867 las mujeres y los niños no podían trabajar en las fábricas durante más de diez horas diarias. Indudablemente, la Poor Law Amendment Act hacía que la reside

ncia en los hospicios resultara casi incompatible con la salud, pero aproximadamente a partir de 1850 los parados y los incapacitados recibieron una asistencia en cierto modo más favorable. En 1837 el número de crímenes castigados con la pena de muerte se había reducido a quince, y en 1870 sólo había dos, el asesinato y la alta traición. La sociedad capitalista inglesa parecía encontrarse a salvo. La clase obrera ya no poseía una conciencia revolucionaria, sino que los trabajadores estaban decididos a obtener una participación más justa en lo que pudiera dar de sí un orden social cuya estructura institucional ya no se ponía seriamente en tela de juicio. Thomas Cooper, un antiguo cartista, escribía tristemente en 1872 sobre el cambio de actitud que observaba:

Mis penosas impresiones se vieron confirmadas. Es cierto que en nuestros tiempos de carísimo millares de trabajadores de Lancashire vestían harapos; y a muchos de ellos les faltaba el alimento. Pero su inteligencia quedaba patente por todas partes que uno fuera. Podía vérselos en grupos discutiendo la gran doctrina de la justicia social... Ahora ya no se ven tales grupos en Lancashire. Ahora lo que se oye es a grupos de trabajadores bien vestidos que charlan, mientras pasean con las manos metidas en los bolsillos, de cooperativas y de su participación en ellas o en bancos de ahorros. Y a otros se los puede ver paseando como idiotas sus pequeños galgos58.

Incluso Engels compartía la opinión de que en los años 1880 «la masa de los obreros... miraba con respeto y acatamiento a la que entonces se llamaba 'la clase mejor', la burguesía. En realidad -escribía Engels en 1892-, el obrero británico de hace quince años era ese obrero modelo cuya consideración respetuosa por la posición de su patrono y cuya timidez y humildad al plantear sus propias reivindicaciones» era una fuente de consuelo para ciertos «socialistas» alemanes, que deploraban «las incorregibles tendencias comunistas y revolucionarias de los obreros de su país». Pese a que el optimista Engels creyera ver síntomas de un cambio, consideraba que era demasiado obvio que tanto en Francia como en Alemania «el movimiento obrero le lleva un buen trecho de delantera al de Inglaterra»59.

Evidentemente, el capitalismo inglés aún tenía sus problemas. Aunque para muchos los problemas ya no representaban una amenaza contra la estructura de clases básica de la sociedad. Al igual que un paradigma de las ciencias físicas, el capitalismo ha-

bía nacido «refutado»; quienes se comprometieron en la articulación de este «paradigma» social lo hicieron exclusivamente basados en la fe: no tenían garantías «objetivas» de que el nuevo orden social pudiera finalmente prevalecer ni de que ellos fueran a convertirse en la clase dirigente de la sociedad. No obstante, aparentemente habían ido resolviéndose, uno tras otro, los problemas a los que se enfrentaba la clase burguesa, y en la segunda mitad del siglo el nuevo orden social parecía haber alcanzado en, Inglaterra un triunfo tan efectivo como el de su compañero de nacimiento, el paradigma newtoniano. Indudablemente, tanto el orden social capitalista como el paradigma newt toniano se enfrentaban a una serie de problemas que estaban por resolver, pero a muchos les parecía que todos los problemas restantes podrían resolverse finalmente en el marco de la respectiva estructura social y conceptual existente, y tanto la nueva ciencia como la nueva sociedad podrían proporcionar abundancia material a toda la humanidad.

8. EL COMPROMISO DE ALFRED MARSHALL (1848-1924): EL PROGRESO MEDIANTE LA PERPETUACIÓN DEL CAPITALISMO

Tal era, sin duda, la consideración que la sociedad capitalista le merecía a Alfred Marshall, el economista más influyente de Inglaterra a finales del siglo . Al contrario que Marx, Marshall estaba convencido de que la sociedad capitalista era esencialmente estable, de. que proporcionaría empleo a todos los trabajadores (aparte de las fluctuaciones temporales de carácter secundario), y de que el desarrollo futuro del capitalismo redundaría en un nivel de vida cada vez mejor para todos los ciudadanos. En el próximo capítulo resumimos con cierto detenimiento su teoría económica. Baste con decir aquí que Marshall ponía enérgicamente en guardia contra la intromisión en el «delicado y complejo» organismo autorregulador que le parecía debía ser la sociedad capitalista. En su opinión, los «grandes cambios mal estudiados podrían dar lugar a graves desastres». En cualquier caso, si el capitalismo funcionaba bien, ¿por qué intervenir en un sistema que funcionaba satisfactoriamente en favor de otro cuya existencia no pasaba de ser una idea? Y Marshall no le atraía nada el ideal socialista:

La propiedad colectiva de los medios de producción apagaría las energías del género humano y detendría el progreso económico, a menos que antes de su introducción todo el pueblo hubiera adquirido una capacidad de generosa devoción hacia el bien público que es ahora relativamente rara. Y... podría destruir probablemente mucho de lo más hermoso y agradable de las relaciones humanas privadas y domésticas. Estas son las princi-

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156 Brian Easlea pales razones por las que los estudiosos pacientes de la economía esperan poco bien y mucha mal de los proyectos rápidos y violentos de reorgani-zación de las condiciones de la vida económica y política social60.

Marx había pronosticado una crisis universal, abogando

por la reorganización revolucionaria de la sociedad,.. Marshall había pronosticado el desarrollo estable y sin sobresaltos del ' sistema vigente y había puesto enérgicamente en contra de los cambios a gran escala. En el siguiente capítulo esbozamos

lo que sucedió en los años treinta, cuando la sociedad capitalista se vio precipitada en la crisis más grave de su historia, una crisis que, cuando menos, iba a poner en cuestión su capacidad fiara satisfacer incluso las exigencias

materiales de la humanidad, por no decir aquellas exigencias, de carácter intelectual, afectivo y espiritual.

NOTAS Capitulo 4. Compromisos politicos en las eras de las revoluciones

científica e industrial. 1n The metamorphoses of Ovid, trail. M. M. Inner, Penguin; 19555 pp: 31-32

Alma Mater, Barcelona, 1964]. [Las metamorfosú, Ed. Ed.Alma Mater, Barcelona, 1964.]

2 Citado por T. S. Kuhn, The Copernican revolution, Harvard; 1951, página 128. De sole se encuentra traducido al inglés de forma abreviada en A. B. Fallico y H. Shapiro, Renaissance philosoph,y,,Modern Library, 1967, vol. 1

3 Citado por N Abbagnano, <<Italian Renaissance humanism>> In G.S. Metraux y F. Crouzet The evolution of science, Mentor Books, 1963, p. 242.(comp•), Véase también la traducción en A. B. Fallico y H. Shapiro, op. cit.

4 Véase; Por ejemplo, la Utopia de Moro en H. Morley (comp:), Ideal commonwealths, Londres, 1885.

5 Andreae, Christianopolis, trad. F. E. Held, Nueva York, 1916, citado por N. Enrich, Science in Utopia, Harvard, 1967, p. 236, y por M.L. Berner i , Journey through Utopia, 1950; Schocken, 1971, pp. 113.114.

6 Campanella, City of the Sun, en H. Motley (comp.), op. cit., pp. 229-230. 7. Citado por C. Hill, Intellectual origins of the English revolution, Oxford,

1965, pp. 128-129n. 8 Citado por EUrich, p. 261; véase también H. Moriey (comp.), The New

Atlantis; pp. 211:212. [Nueva Atlántida Ed. Zero, Algorta, 1971], y M.E. Prior, Bacon's man of science, en L.M. Marsak (comp.), The rise of science in relation to society, Collier Macmillan, 1964

9 Véase L. S. Feuer, The scientific intellectual, Basic Books, 1963 pp. 254, 25 y 58.

10 C. Hill, Reformation to incjusirial revolution, Penguin, 1969, p.253: 11 The theory of moral sentiments, 6.a ed., Londres, 1790, vol. l, p.393. 12 En A Skinner (comp.), The wealth of nations, libros I-III, Penguin,

1970, pp. 109-110 [Versión castellana: Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, México, 1958, p. 8

13 The wealth of nations, libros IV y V, Methuen, 1950, p. 267 [Investigación sobre la naturaleza, op. cit., p. 687].

14 Ib id p 273 [Ibid, 692]. 15 G.E. Mingay, Enclosure and the small farmer in the age of the industrial

revolution, Macmillan, 1968, p. 19; M. Kranzberg, Prerequisites for industrialization, en M. Kranzberg y C. W. Putsch (comp.); Technology and world civilization, Nueva York; Oxford, 1967, p. 217.

16 L. Radzinowicz, A history of English criminal law, Steven, 1948, vol. 1, página 4.

17 Citado por Marx, Capital, Moscú, Ed. Lenguas Extranjeras, 2961, vol. 1, páginas 646-647 [El capital, Siglo XXI de España Editores, Madrid, 1975, libro I, pp. 806-7].

18 Para un análisis de las Poor Laws véase J. D. Marshall, The old Poor Law 1795-1834, Macmillan, 1968.

19 Citado por J. L. y B. Hammond, The bleak age, Londres, 1934, p. 45. 19n A. E. Musson y E. Robinson, Science and technology in the industrial revolution, Manchester, 1969, p. 7.

20 Citado por J. D. Bernal, Science in history, Penguin, 1969, vol 2, p. 540 [Historia social de la ciencia. Peninsula, Barcelona, 1967].

21 Citado por J. Brohowski, William Blake and the age of revolution, Har-per and Row, 1965, p. 149.

22 A. Ure, The philosophy of manufacturers, Londres, 1835, p. 368. 23 Citado por A. Briggs, Victorian cities, Odhams, 1963, p. 112.

24 J. J. Tobías, Crime and industrial society in the nineteenth century (Penguin, 1972), p. 295.: 25 Principles of political economy, Longman, 1909; libro 2, cap. 1, p. 202.

26 Ibid., p. 211. 27 Ibid., libro 4, cap. 6, p. 751. 28 Ibid., pp. 750-1. 29 Ibid., libro 4, cap. '7, p. 754. 30 Ibid., pp. 760.4. 31 Ibid., pp. 789-91. 32 Ibid., pp. 792-4. 33 Ibid., libro 2, cap. 1, pp. 210.11 y 208. 34 Ibid., prefacio a la 3' ed., 1852, p. XXIX. 35 Ibid., libro 2, cap. 1, pp. 216-17. 36 Ibid., apéndice bibliográfico, pp. 986-9. 37 Capital, vol. 1, pp. 611 y 15-16 [El capital, op. cit., libro I, pp. 15, 757]. 38 Manifiesto of the Communist Party, Moscú, Ed. Progreso, 1965, p. 47.

[Versión castellana, El manifiesto comunista, Ed. Ayuso, Madrid, 1974, pá-ginas 77-78].

39 Capital, op. cit., p. 645 [El capital, op. cit., libro I, pp. 804-5].. 40 D. J. Struick (comp.), The economic and philosophic manuscripts of

1844, International Publishers, 1964, p. 118 [Manuscritos económico-filosóficos de 1844, en Escritos económicos varios, Grijalbo, México, 1962, p. 71].

41 Capital, p. 592 [El capital, op. cit., libro I, p. 731]. 42 The economic and philosophic manuscripts, p. 147 [Manuscritos eco-

nómico-filosóficos de 1844, op. cit., p. 91]. 43 Ibid., p. 150 [Ibid., p. 93]. 44 Ibid., p. 169 [Ibid., p. 108]. 45 The communist manifesto, p. 75 [El manifiesto comunista, op. cit., pi.

ginas 75, 88, 96]. 46 E. Fromm, Marx's concept of man, Frederick Ungar, 1961, p. 3 [Marx

y su concepto del hombre, FCE, México, 1962, p. 15]. 47 Capital, p. 8 [El capital, op. cit., libro I, pp. 7 y 20]. 48 Ibid., p. 20. [Ibid., p. 20].

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156 Brian Easlea 49 The communist manifesto, pp. 58-9 [El manifiesto comunista, op ci-

tado, p. 85]. 50 Socialism: utopian and scientific, Allen and Unwin, 1950, p. 45 [Del

socialismo utópico al socialismo . científico, en Marx-Engels, Obras esco-gidas. Ed. Progreso, Moscú, vol. 2, p. 131].

51 Ibid., pp. 47-8 [p. 133]. 52 Ibid., pp. 745 [p. 145]. 53 Ibid., pp. 86-7 [pr. 151]. 54 Ibid., p. 69 [p. 143]. 55 Ibid., pp. 80-1 [p. 148]. 56 Ibid., p. 73 [pp. 144-145]. 57 Ibid., p. 82 [p. 149]. 58 The life of Thomas Cooper, written by himself; citado por E.J. Hobsbawm,

Industry and empire,~Weidenfeld and Nicolson, 1968, p. 103. 59 Socialism: utopian and scientific, introducción, pp. xxxv y xxxvüi [Del socialismo utópico a1 socialismo científico, op. cit., p. 108 60 Citado por W J. Barber, A history of economic thought, Penguin, 1967,

p. 193 [Historia del pensamiento económico, Alianza Editorial, Madrid, 1971, pp. 206-207].