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Seix Barral Biblioteca Abelardo Castillo Abelardo Castillo E1 evange1io segun Van Hutten

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Seix Barral Biblioteca Abelardo Castillo

Abelardo Castillo E1 evange1io segun Van Hutten

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EI evangelio seglin Van Hutten

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Biografla

Abelardo Castillo nacio en San Pedro, provincia de Buenos Aires, en 1935. Noveli sta, cuentista, dramaturgo. ensayista, es uno de los escritores de mas solido prestigio y el unico que ha abordado con lucidez todos los generos. Es autor de las novelas Cronica de un Iniclado y EI Evangelio segun Van Hutten, del libro de cuentos Las otras puertas, de Las palabras y los dfas (ensayo) y de las audaces obras de teatro Israfe/y EI otro Judas, quo 10 han convertido en un creador de obras maestras . Fund6 y dirigio las ya mlticas revistas literarias EI Escarabajo de Oro y EI Ornitorrlnco. En su trayectoria, ha recibido algunos de los galardones mas importantes: Premio Internacional de Autores Contemporaneos (Unesco, Paris), Premio Municipal de Novela, Premio Nacional Esteban Echeverria , Premio Konex de Platino.

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INDICE

P RI ME R A P A RT E

13 I . L A LL EGAl) i\

19 2. L A MU jER EN EL CO M ED O R

Y El. DOCTO R COLO

25 3. EL I. I B11.O SO I3RE LOS ESEN I OS

Y LA C H I C" Ei': EL PLJE NTE

37 4 . OTRA VEZ EI. D OC TOR C O l. O

49 5 . UN }\ 11. EV ELA C I O N

Y UNA TRE NZ A D 0 11.ADA

51 6. EL CEMENTE11. I O EN L A C UM Il RE

63 7 . E L CAM I NO DE LA ENC I N A

67 8. E L TAO LL A MAD O TA O

81 9 . DETA LL Es

83 10. L A CAS A EN LA PI EDR A

99 11. L A M AN O EN l A OSCUR IDAD

S EC U NDA PA RT E

103 1. L A LI N TER NA ILU M IN AB A

U N A TI N A j A

113 2 . LA PI El D E Z A PA

121 3. T O RM ENTA

129 4. QUE TE NG O YO CO NT I GO, MUj ER

2 21

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145 5. ALMAH

151 6 . A J ERUSA LE N SE ENTRA POR EL ESTE

159 7. EL QUE OBRA EN LA T I N I EBLA

171 8. EL C UADERNO D E CHRI ST IANE

185 9. CDJA C O N EL DOC TOR GOLO

197 10. "U STED NO ES VA N H UT TE N"

203 11. ULTIM A CONVERSACION

E N LA CASCADA Y LA CASA

DEL T I EM PO

215 EpiLOGO

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CAPITULO UNO

La llegada

No pi do que se me crea. Yo tampoco crei en las palabras de Van Hutten hasta mucho despues de mi re­greso a Buenos Aires, al recibir el sobre con su peque­no legado de dos mil arios, pero, aun asi, se que esta prueba no significa nada y prefiero pensar que Van Hutten mentia 0 estaba loco.

Toda historia, creible 0 no, necesita un comienzo. No es asi en la vida real, donde nada empieza ni termi­na nunca, simplemente sucede, donde las causas y los efectos se encadenan de tal modo que para explicar de­bidamente el encuentro casual de dos desconocidos, un sueno 0 una guerra entre naciones, uno deberia se­guir su rastro hasta el origen del mundo, pero es as! en los libros, 0 al menos estamos acostumbrados a que sea as!. Un hombre sale de su casa, sube al primer taxi que encuentra, llega a una estacion de trenes: al hacer-10 no siente que comience nada,· cientos de personas han hecho 10 mismo y estan ahora en este mismo lu­gar. Sabe ademas que este vagon nocturno solo es la continuacion de una serie de actos, deseos 0 proyectos que se pierden en algun punto del pasado y se extien­den ante el como un paisaje de niebla. Ignora con

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quien sc encontrara, ni slquiera espera encontrarse con alguien. Sin embargo, cuando leemos las palabras que describen esos mismos hechos en 10 alto de una pagina -wando tomo el tren esa noche, no podia saber

que se encontraria con Van Hutten- sentimos que en ese momenta empieza una historia.

EI comienzo de la que estoy escribiendo puede si­tuarse en la primavera de 1947, junto a los acantilados occidentales del Mar Muerto, en la meseta de Qumran, la manana en que un muchacho beduino que contra­bandeaba cabras dej6 caer, por azar 0 por juego, una piedra en una cueva y oy6, alia abajo, el ruido de una tinaja rota. 0 todavia mucho antes, en Efeso 0 en Pat­mos, el dia en que un anciano casi centenario decidi6 recordar, en lentos caracteres arameos, una historia que cambiaria el mundo y de la cual era el ultimo tes­tigo. Este principio, desde luego, Ie gust aria a Van Hut­ten. Para mi, empieza en el otono de 1983, en la ines­perada biblioteca de un hotel rodeado de pinos y araucarias, en La Cumbrecita, a ochocientos kil6me­tros de Buenos Aires, cuando vi la firma de Estanislao Van Hutten en un libro sobre la secta de los esenios.

No importan demasiado las razones por las que yo estaba en ese lugar. No soy el protagonista de mi libra. Es suficiente con que un tren me haya dejado en algu­na parte, un 6mnibus en otra, y que final mente me lle­vara hasta ese hotel un chofer silencioso e inquietante que oia marchas alemanas en el pasacasetes de su au­tom6vil. De este ultimo trayecto, recuerdo el esplendor vehemente del atardecer y las vueltas de un camino bordeado de pircas, apenas transitable. Recuerdo un dialogo:

-Este camino es bastante malo.

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- Es a prop6sito -dijo el chofer. Tenia un leve acento extranj ero y no parecia dis­

puesto a dar ninguna otra explicac i6n. Yo no me res ig­naba a seguir calla do. Las marchas alemanas , ademas, me habian puesto de mal humor.

-Por que dice eso -pregunte. EI hombre ni siquiera me ech6 una mirada par el

espejo retrovisor. -Porque es malo a prop6s ito. Yo no podia leer en ese auto y sabia que el trayec­

to no era nada corto. Cuarenta kil6metros entre sierras y piedras.

- Cuanto se tarda en subir. - Us ted quiere conversar -dijo el chofer- . La gen te

que viaja sola quiere conversar. ~Cua n to se tarda? Un a hora. Usted quiere conversar pero si m e hace hablar a mi va a tener que viajar callado. No soy aleman -dijo de golpe-. Soy hllllgaro. La ultima vez que vi ami mu­jer, es taban tocando marchas como estas. No deberia ser asi, pero cuando las escucho me acuerdo de Sll ca­ra. Los seres humanos son muy extrafios.

- No tiene que explicarme nada -dije. - Nunca arreglan el camino. No 10 arreglan para

que sea dificilliegar. Viven de la gente que viene a esos hoteles, pero no les gusta mucho la gente. Es un lugar muy hermoso, ya 10 va a ver. Tal vez sea el lugar mas hermoso de este pais. Una aldea alpina en miniatura. Miles de arboles plantados a mano, uno a uno. Ellos lle­garon hace cincuenta afios, en burro. H icieron todo es­te camino en burro, en mula 0 a caballo, vieron ellu­gar, imaginaron 10 que podria llegar a ser y plantaron miles de arboles. Construyeron las casas y los hoteles. Hay un arroyo y una cascada entre los arboles. EI arro-

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yo se lIamaba Mussolini , que me dice . Hay un cemen­terio alia arriba, a mil seiscientos metros de altura. Pa­rece un parque. Si no fuera por los muer tos uno pod ria quedarse a vivir ahi. AI fin al del camino principal hay una hoya con gansos. Casi todos ellos son alemanes pe­ro en el cementerio hay dos tumbas judias. Los se res humanos son muy extrail0s. Del ot ro lado de la hoya de los gansos esta la posada de Frau Lisa. Vaya y digale que 10 manda Vladslac. Soy hlll1garo, odio a los alemanes, pero hace treinta anos que vivo aca. Digame por que.

- No se. Por que. -Usted !leva un libro en la mano y no puede leer

en mi auto, por eso qui ere conversa r. ~Que libro lee? Yo se 10 dije, cas i con vergiienza, sin demas iadas

esperanzas de que el dato nos sirviera para algo; no era un !ibro como para alentar una conversacion. Enton­ces sucedio un hecho inesperado. EI hombre disminu­yo la marcha del coche y se dio vuelta hac ia mi. Su mi­rada no era cordial.

-A que vino -pregunto. No recuerdo que Ie con teste, pero recuerdo haber

sentido vagamente que mi respuesta, 0 algo insipido en mi cara, 10 tranquilizo , aunque no volvio a hablar en todo el camino.

De haber sabido con quien iba a encontrarme en aquellugar tal vez habria adivinado que esa pregunta hostil y ese silencio estaban relacionados con ellibro. Por el momento, solo me parecio un pequeno rasgo de locura. Nadie esta preparado para que un libro de Sa­lomon Reinach sobre la Historia de las Re!igiones pue­da causarle inquietud a un conductor de coches de al­quiler, por mas europeo que sea. Lo curio so es que yo Ilevaba ese libro en la mana por azar; 10 habia compra-

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do una seman a atras, en una libreria de viejo, y esa

misma tarde 10 hab!a sacado del bolso por equ ivoca­

ci6n. Claro que las palabras equivocaci6n y azar no se­

dan aprobadas por Van Hutten. Del final del trayecto recuerdo un puente de ma­

dera y un curso de agua transilicida con un !ccho de

piedras blancas, y que, al cruzar el puente, las sierras

desaparecieron entre los arboles. En ese mismo m o­m ento se hizo de noche.

Un os minutos despues, el auto se detuvo.

- Su hotel son aquellas luces. Habra cincuenta me­tros. Le aconsejo que baje del auto y camine. Yo Ie Il e­vo las cosas.

Me recibi6 un casi abrumador laberinto de pinos,

araucarias, eucaliptos y alamos que me parecieron centenarios. Tuve, al menos por un instante, la sensa­

ci6n agradecida e inexplicab le de que el mundo era una Joya II1mensa.

-Que Ie dije -dijo Vladslac.

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