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Sobre las dunasde Erg Chebbi
P O R : D I A N A S A N J I N É S Y M A R C G A L V Á N
Es el único campo de dunas del Sahara en Marruecos. En él conviven familias nómadas, turistas ansiosos de sentir el desierto y especies de animales únicas en el mundo. Su esencia permanece indemne con el paso del tiempo
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De las leyendas que se cuentan sobre el origen del
lugar, la más popular narra que Erg Chebbi
apareció como un castigo divino. En el pasado, los
habitantes de la zona le negaron alojamiento a una
mujer y por eso fueron enterrados en la arena. Así
se formaron las dunas y se recordó la importancia
de una de las principales cualidades de los
marroquíes: la hospitalidad.
Guardianes del desierto
Los mitos y las leyendas se mantienen vigentes con
el tiempo. Los principales voceros son los
bereberes o Amazigh, miembros de un grupo de
etnias autóctonas del norte de África. En el
desierto de Marruecos los nómadas forman parte
de la tribu Chleuh.
Libres, sencillos y carentes de lujos, deambulan
entre las dunas de Erg Chebbi. Instalan
campamentos rudimentarios cerca de los escasos
pozos de agua. Crean hornos de barro y acumulan
ramas para cocinar y calentarse en las noches.
Telas de diversos estampados cubren todo su
cuerpo y lo resguardan del sol. Son los guardianes
del Sahara.
“El desierto es el reino inmutable de los pastores
nómadas que, a causa de su dura lucha por la
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Curvas irregulares de arena naranja crean
caminos inciertos. Un sol inclemente broncea el
paisaje y dibuja pretenciosos espejismos. El
silencio pesa y se mezcla con la densa atmósfera
que cubre la zona. La inmensidad es indiscutible
sobre una de las dunas más altas del Sahara.
Erg Chebbi es el único conjunto de médanos del
desierto en Marruecos. Se trata de un territorio sin
desmesura. Mide sólo cinco kilómetros de ancho y
veintidós kilómetros de altura, pero agrupa
elementos típicos de un ecosistema árido, lleno de
misticismo e intensidad. Para acceder a él, la
entrada más conocida es Merzouga, un pequeño
pueblo situado al sureste del país.
“Erg significa zona arenosa. Aquí las dunas miden
aproximadamente ciento cincuenta metros de
altura. Situarse sobre ellas es conocer la grandeza
de un lugar alucinante. No hay otro sitio como este
en el mundo. Es mi vida”, señala Brahim Anaam,
guía turístico nacido en Merzouga.
Como un extranjero rebelde, Erg Chebbi está
aislado del resto del Sahara. En un mapa se observa
solitario, rodeado de una muralla de montañas
negras argelinas que rompen el horizonte
desértico. Se llama hamada del Draa y es la
frontera natural entre los dos países africanos.
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existencia, siempre permanecen en el principio.
De tal modo, sus cualidades originales, su bravura,
su viveza y su sentido de la comunidad nunca
disminuyen”, afirma Titus Burckhardt, historiador
suizo, en su libro Fez, ciudad del Islam.
Los hombres de estas familias suelen extraer
fósiles y minerales en la montaña o trabajar con el
ganado, mientras que las mujeres se encargan de
las tareas del hogar, de buscar agua y leña para el
fuego. Sus vidas en las jaimas, o tiendas de
campaña hechas de cuero, se sitúan en el pasado,
alejadas de desarrollo y avances tecnológicos. Esa
simplicidad olvidada en las ciudades de cemento
reina en su cotidianidad.
Sus días se trasladan a la era de la globalización
cuando comparten con turistas. En sus
campamentos, aprecian cuando los extranjeros los
visitan para tomar una taza de té con menta e
intercambiar sonrisas. Con los niños en brazos
disfrutan de la presencia de extraños. Entienden
que es una actividad que los beneficia porque
reciben cariño, respeto e incluso alimentos.
Las condiciones en el desierto los obligan a ser
nómadas. Se aferran a sus costumbres y las
transmiten con orgullo de generación en
generación. Evitan que los encuentros con otras
culturas afecten su forma de ver la vida.
Intrusos foráneos
El silencio exorbitante sólo se interrumpe por dos
razones: una tormenta de arena arrastrada por la
inclemencia del viento o las risas pasmadas de
extranjeros que descubren por primera vez el
desierto. Foráneos que, sin permiso, se cuelan en
un mundo solitario y repleto de paz.
Ese viento, siempre incansable, crea y borra dunas
a su antojo. El panorama cambia constantemente y
perderse es inevitable si se desconoce la zona. No
existen rutas ni caminos señalizados. Es
indispensable ir acompañado de un guía local si se
desea explorar en profundidad este lugar.
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“Para ubicarnos de día nos guiamos por las dunas
más altas. Conocemos sus nombres y sabemos que
no cambiarán a pesar de las fuertes brisas. De
noche, las estrellas son nuestras aliadas. Sobre
todo la constelación Cruz del Sur, que funciona
para nosotros como una brújula”, asegura Anaam.
Con el paso del tiempo es más fácil el encuentro
entre los viajeros curiosos y Erg Chebbi. Caravanas
de dromedarios cargados con pasajeros y sus
equipajes frecuentan las dunas. Los sueños de
admirar una puesta de sol ardiendo, detrás de
montañas de arena, se materializan gracias a las
agencias de viajes y empresas locales dedicadas al
turismo. Todos serán bienvenidos cordialmente
siempre y cuando se respete el medio ambiente que
los rodea.
Theodore Monod, naturalista y explorador francés,
expresó en su libro Camelladas, en 1998, su temor a
que "el desierto más hermoso del mundo" pudiera
convertirse en "monopolio de turistas en busca de
exotismo, de periodistas en busca de artículos
sensacionales o de automovilistas que persiguen
récords".
Sin embargo, destacó que nunca será un país de
horarios demasiado precisos o de programas
minuciosamente establecidos. Recalcó que es
imprudente fijar de antemano el empleo del tiempo
a pesar de ser un océano de días idénticos y
monótonos: “El verdadero Sahara permanecerá
eternamente indemne”.
En 2016, el número de transeúntes que visitaron
Marruecos aumentó 7,3% con respecto al año
anterior. Mustafa Jalfi, ministro portavoz del
Gobierno, declaró que el número total de turistas
ascendió a 10.3 millones. Una cifra que, a su vez,
evidencia el incremento de extranjeros en el
desierto. Los habitantes de la zona saben esto. De
tal forma, desarrollan un turismo justo en el que la
mayoría de ellos aprovechan el fenómeno turístico
que representa Erg Chebbi.
Un convivir exótico
El ser humano usualmente se impone en el medio
ambiente. Lidera el entorno que habita y lo
acondiciona para su conveniencia. En Erg Chebbi
ocurre lo contrario. El poder natural es
infranqueable. Las dunas son protagonistas y los
seres que las recorren deben convivir
armónicamente.
Entre el naranja intenso con destellos dorados de la
gruesa arena, una silueta completamente negra se
abre paso: Un escarabajo sin alas explora en
búsqueda de materia en descomposición para
alimentarse. Insignificante ante tanta
magnificencia, combate con todas las adversidades
que se encuentra para sobrevivir. Prefiere la noche
y su oscuridad antes que el abrasador día. Junto
con los escorpiones, esquivan las dificultades de
formar parte de un entorno vasto.
Sobre él, la sombra de unas delgadas y largas patas
cruzan sin percatarse del diminuto animal: Un
dromedario sigue el recorrido de una línea apenas
marcada en el terreno. Aunque su apariencia luce
frágil, la fuerza lo domina. Su joroba funciona
como un almacén de alimentos que le permite
resistir varios días sin comer y transitar largas
distancias.
Puede aguantar hasta doscientos cincuenta
kilogramos de mercancías y más de cincuenta
grados Celsius de temperatura. Sin él, el hombre en
el desierto no podría sobrevivir.
A su lado, un par de manos rugosas y roídas halan
la cuerda que impide un acto de desobediencia: Un
bereber con turbante azul llamado Mohamed se
traslada a su campamento. Su adolescencia se
oculta bajo los efectos del arduo trabajo que
desempeña día a día. “Mercurio es mi mejor amigo.
Pasamos cada hora juntos. Él no podría estar sin mí
y yo no podría estar sin él”, afirma.
Como el escarabajo, el dromedario y el bereber, las
especies que hacen vida sobre las dunas comparten
su pasión por el desierto. Nómadas y turistas
admiran la soledad del lugar. Guías locales plantan
palmeras para simular un oasis y decorar el
paisaje. Erg Chebbi es un rincón excepcional de
África, un orgullo para el pueblo marroquí y un
escape inolvidable para quienes tienen la fortuna
de sentirlo.
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