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E L M U N D O P E R D I D O S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E 4 CAPÍTULO 1 EL HEROISMO NOS CIRCUNDA Su padre, el señor Hungerton, era la persona más falta de tacto sobre la tierra; de aspecto descuidado, charlatán, perfectamente afectuoso y absolutamente centrado en su propio, tonto ego. Si algo me hubiera podido alejar de Gladys, habría sido precisamente el pensar en tener tal suegro. Estoy convencido de que él creía firmemente que mis visitas a "Los Nogales" tres veces por semana no tenían otro objeto que gozar del placer de su compañía y muy especialmente, de escuchar sus opiniones acerca del bimetalismo, tema sobre el que estaba en camino de convertirse en una autoridad. Aquella noche soporté durante más de una hora su monótono cloqueo sobre el valor nominal de la E L M U N D O P E R D I D O 5 plata, la depreciación de la rupia y los verdaderos patrones para el mercado cambiaron. -Suponga usted -gritó con vana violencia- que todas las deudas del mundo fueran exigidas simultáneamente, y que fuera requerida su inmediata cancelación. ¿Qué sucedería en las presentes condiciones? Le contesté que si eso se produjera yo quedaría arruinado, lo que provocó su enojo. Reprochándome mi falta de seriedad se incorporó violentamente y salió de la habitación para vestirse antes de concurrir a una reunión masónica. ¡Finalmente quedé solo con Gladys, y el momento decisivo de mi vida había llegado! Durante

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E L M U N D O P E R D I D OS I R A R T H U RC O N A N D O Y L ES I R A R T H U R C O N A N D O Y L E4CAPÍTULO 1EL HEROISMO NOS CIRCUNDASu padre, el señor Hungerton, era la persona másfalta de tacto sobre la tierra; de aspecto descuidado,charlatán, perfectamente afectuoso y absolutamentecentrado en su propio, tonto ego. Si algo me hubierapodido alejar de Gladys, habría sido precisamente elpensar en tener tal suegro. Estoy convencido de queél creía firmemente que mis visitas a "Los Nogales"tres veces por semana no tenían otro objeto quegozar del placer de su compañía y muy especialmente,de escuchar sus opiniones acerca del bimetalismo,tema sobre el que estaba en camino de convertirseen una autoridad.Aquella noche soporté durante más de una horasu monótono cloqueo sobre el valor nominal de laE L M U N D O P E R D I D O5plata, la depreciación de la rupia y los verdaderospatrones para el mercado cambiaron.-Suponga usted -gritó con vana violencia- quetodas las deudas del mundo fueran exigidas simultáneamente,y que fuera requerida su inmediata cancelación.¿Qué sucedería en las presentes condiciones?Le contesté que si eso se produjera yo quedaríaarruinado, lo que provocó su enojo. Reprochándomemi falta de seriedad se incorporó violentamentey salió de la habitación para vestirse antes de concurrira una reunión masónica.¡Finalmente quedé solo con Gladys, y el momentodecisivo de mi vida había llegado! Durantetoda aquella velada me había sentido como el soldadoque espera una señal que lo enviará rumbo auna misión desesperada, con la esperanza de lavictoria y el miedo por el fracaso dominando alternativamentesus emociones.Al sentarse Gladys, su delicado, orgulloso perfilse destacó contra el fondo rojo de la cortina. ¡Quéhermosa era... y qué distante parecía!

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Tenía todas las cualidades femeninas. Todos losornamentos del amor la caracterizaban; aquella delicadapiel bronceada, casi oriental en su tonalidad,S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E6el negrísimo cabello, los grandes ojos, los labios llenos,exquisitos. Pero yo había sido hasta entoncesincapaz de despertar tal pasión. Esa noche estabadecidido a terminar con aquella situación inestable.Lo peor que podría resultar sería que rehusara miamor y era preferible ser un amante rechazado a unhermano aceptado.Hasta aquí me habían llevado mis pensamientos,y en el momento en que estaba por romper el largoe incómodo silencio, dos ojos oscuros me miraron yla orgullosa cabeza se sacudió en sonriente desaprobación.-Tengo el presentimiento de que estás por proponermematrimonio, Ned. Deseo que no lo hagas,pues las cosas marchan mucho mejor como estánactualmente.-¿Cómo pudiste saberlo? -pregunté sorprendido.-¿Acaso una mujer no lo sabe siempre? ¿Creesque una declaración de amor ha pescado desprevenidaa alguna mujer, desde que el mundo es mundo?¡Pero..., Ned! ¡Nuestra amistad ha sido hastaahora tan agradable! Sería una pena que la arruinaras.¿No ves que espléndido es que podamos conversarcara a cara y francamente en la forma en quesiempre lo hemos hecho?E L M U N D O P E R D I D O7-No sé, Gladys. Puedo hablar cara a cara con...con el jefe de la estación, pero eso no me satisface.Quiero abrazarte, sentir tu cabeza sobre mi pecho...y, ¡oh, Gladys!...Saltó en su silla al ver señales de que me proponíademostrarle algunas de las cosas que yo quería.-Has arruinado todo, Ned. Era tan hermoso ynatural hasta este momento... Es lamentable. ¿Porqué no pudiste controlarte?-No es invento mío, sino de la Naturaleza. ¡Es elamor! -me defendí.-Bueno, si ambos amáramos, tal vez sería diferente,pero yo no siento amor. Nunca lo he sentido.-Pero... debes hacerlo, con tu belleza, con tu alma...

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Oh, Gladys, tú has sido hecha para amar. ¡Debesamar!-Hay que esperar, Ned. Esperar hasta que llegueel amor.-¿Y por qué no puedes amarme a mí, Gladys?¿Es mi aspecto, o qué?-No. No es eso. No eres vanidoso, de modo quepuedo decírtelo tranquilamente. Se trata de algo másprofundo.-¿Mí carácter?Asintió con expresión severa.S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E8-¿Qué puedo hacer para modificarlo? Siéntate yconversemos.Me miró con esa intrigada desconfianza que paramí significaba más que la anterior confianza cordial,y se sentó.-Ahora dime qué sucede con mi carácter.-Estoy enamorada de otro.Esta vez fui yo quien saltó en su silla.-Nadie en particular -explicó, riéndose de misorpresa-. Sólo un ideal..., un tipo de hombre quenunca he encontrado hasta ahora.-Háblame de él. ¿Qué aspecto tiene?-Oh... en ese sentido podría ser parecido a ti.-¡Qué amable de tu parte decir eso! ... Entonces,¿qué hace ese ideal tuyo que lo diferencia de mí?Dime tan solo una palabra: abstemio, vegetariano,aeronauta, teosofista, superhombre. Trataré de serlosi por lo menos me das una idea de lo que te agradaría.Gladys rió nuevamente ante la elasticidad de micarácter.-Bueno... en primer término debe ser un hombrede acción, capaz de enfrentar a la muerte sin temores...,un hombre de grandes hechos y extrañasexperiencias. No sería precisamente al hombre, aE L M U N D O P E R D I D O9quien amaría, sino a sus facetas de gloria, cuyos reflejosme iluminarían. Piensa en Richard Burton.Cuando leo la biografía que su esposa escribió puedocomprender que lo amara profundamente. ¡YLady Stanley! ¿Has leído ese maravilloso capítulofinal de su libro sobre su esposo? Esa es la clase de

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hombres que una mujer puede adorar con toda sualma sin empequeñecerse. Por el contrario, su amorlas engrandece haciéndolas merecedoras de honorescomo inspiradoras de nobles hechos...-No todos podemos ser Stanleys o Burtons -ledije-. Además, no todos tenemos las oportunidadesde llegar a serlo..., por lo menos yo nunca la tuve. Sise presentara alguna no la rehuiría.-No, Ed. Las oportunidades nos rodean. Es elsigno distintivo de estos hombres crear sus propiasoportunidades. No trates de disminuir a mi ideal...-Yo me siento capaz de hacer cualquier cosa porcomplacerte.-Pero es que no debes hacerlo tan sólo por complacerme.Debe ser algo que realices porque nopuedes evitarlo, porque es natural en ti, porque elhombre que hay en ti está ansioso por desarrollaruna expresión de heroísmo. Por ejemplo, cuandodescribiste la explosión de carbón en Wigan el mesS I R A R T H U R C O N A N D O Y L E10pasado, debías haber bajado y ayudado a aquellagente a pesar del peligro.-Es lo que hice.-Nunca dijiste nada...-No valía la pena. No hubo en ello nada de quevanagloriarse.-Yo no sabía... -Me miró con cierto interés: Fuevaliente de tu parte...-Tenía que hacerlo, Gladys. Para poder escribirun artículo que merezca ser leído hay que estar en elsitio preciso en que suceden las cosas...-¡Qué motivo tan prosaico! Destruye todo el romance...No obstante, cualquiera haya sido la razónque tuviste para hacerlo, me alegro de que hayas bajadoa aquella mina.Me dio la mano, pero con tal dulzura y dignidadque lo único que atiné a hacer fue inclinarme y besarla.-Es posible que yo sea una muchacha tonta, confantasías de niña, pero todo esto es parte de mímisma. No puedo hacer nada en contra de estosideales. El día que me case, será con un hombre famoso.-¿Y por qué no? Mujeres como tú son las que impulsana los hombres. Dame una oportunidad y veEL M U N D O P E R D I D O

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11rás cómo me desempeño. Además, como tú dices,los hombres deben crear sus oportunidades y noesperar que les caigan del cielo. Mira a Clive... tansólo un empleado, y conquistó la India. ¡Por Dios,que todavía el mundo debe ver mis hazañas!Mi repentina efervescencia irlandesa la hizo reír.-Claro que sí. Tienes todo lo que puede necesitarun hombre: juventud, salud, educación, energía. Lamentéque hubieras hablado pero ahora me alegro,ya que nuestra conversación ha despertado en tiestos deseos.-¿Y si llego a...?El tibio terciopelo de sus dedos cerró mis labios.-Ni una palabra más, caballero. Hace media horaque tendrías que estar en tu oficina. Algún día, talvez, cuando hayas ganado tu puesto en el mundo,hablaremos nuevamente de esto.Y así fue cómo me encontré aquella tarde de inviernocorriendo tras un tranvía con mi corazónquemándome por dentro, y con la firme determinaciónde no dejar transcurrir otro día sin haber encontradoalguna empresa que me hiciera digno demi dama, sin imaginarme la increíble forma que esahazaña estaba va tomando ni los extraños caminospor los que me llevaría.S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E12Este primer capítulo podrá parecer innecesario allector, pero de no haberse producido los hechos deque en él doy cuenta, este libro no habría llegado aescribirse. Solamente cuando un hombre enfrenta elmundo con la idea de que los hechos heroicosabundan a su alrededor, esperando ser emprendidos,y con un vivo, íntimo deseo de enfrentarse conellos, puede romper la rutina en que vive y adentrarseen el maravilloso, místico país de ensueño en queesperan las grandes aventuras y las grandes recompensas.Así fue cómo aquel día me encontraba en la oficinadel "Daily Gazette" de cuyo personal era yo uninsignificante engranaje, con la firme determinaciónde descubrir en qué hecho glorioso conseguiría hacermedigno de mi Gladys.¿Era tan sólo dureza de corazón o egoísmo loque la llevaba a pedirme que arriesgara mi vida para

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su propia exaltación? Pensamientos de tal índolepueden tenerse en la edad madura, pero jamás a losveintitrés aflos y dominado por la fiebre del primeramor.E L M U N D O P E R D I D O13CAPÍTULO 2EL PROFESOR CHALLENGERSiempre me gustó McArdle, el áspero editor denoticias, y en cierto modo esperaba caerle bien. Porsupuesto, el verdadero jefe era Beaumont, pero vivíaen la enrarecida atmósfera de sus alturas olímpicasdesde donde no fijaba su atención en nada de significaciónmenor que una crisis internacional o un resquebrajamientoen el Gabinete. A veces lo veíamospasar en solitaria majestad rumbo a su santuario, susojos mirando inexpresivamente y su mente absortaen los Balcanes o el Golfo Pérsico. Estaba por arriba,y más allá de nosotros. Pero McArdle era su lugartenientey la persona con quien nosotros nosentendíamos.S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E14El viejo me saludó con un movimiento de cabezacuando entré en su oficina, y empujó sus anteojoshacia arriba sobre su calva.-Bien, bien, señor Malone. Según oigo, está ustedprogresando -me dijo con su suave acento escocés.Agradecí su elogio y esperé que continuara.-La explosión en la mina de carbón fue excelente.Lo mismo el incendio de Southwark. Tiene ustedverdadera capacidad descriptiva. ¿Para qué queríaverme?-Para pedirle un favor.Pareció alarmarse, y sus ojos rehuyeron los míos.-¿Qué favor?-¿Cree usted que sería posible enviarme a cumpliralguna misión para el periódico? Haría yo loimposible por llevarla a buen término y presentar unartículo de real mérito.-¿En qué tipo de misión está pensando, señorMalone?-Y bien, algo en que exista peligro, aventura. Leaseguro que me esforzaré por cumplirla. Mientrasmás difícil, mejor para mis propósitos.

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-Parece usted ansioso por perder la vida.-Por justificarla, señor.E L M U N D O P E R D I D O15-Mi querido señor Malone, esto parece un pocoromántico, exaltado. Me temo que este tipo de cosaspertenezcan al pasado. El costo de una de esas misionesespeciales es, habitualmente, muy elevadopara los resultados que de ellas se obtienen. Además,este tipo de tarea se asigna a hombres de experiencia,que cuentan con la confianza del público.Los espacios en blanco en los mapas ya están completos,y no queda sitio alguno para la aventura novelesca...¡Espere! Hablando de espacios en blancoen los mapas ya están completos y no queda sitioalguno para la aventura novelesca... ¡Espere! Hablandode espacios en blanco en los mapas... ¿queopina de la idea de desenmascarar a un mentiroso, aun moderno Munchausen, y ponerlo en ridículo?¡Usted podría ponerlo en evidencia como el fraudedel siglo! ¿Le interesa?-Cualquier cosa... en cualquier parte... no importa.McArdle meditó en silencio durante unos minutos.-Me pregunto si podrá usted siquiera conversarcon el individuo. Usted parece tener cierta habilidadinnata para establecer relaciones con la gente. ..,simpatía, supongo, o magnetismo animal, o vitalidadS I R A R T H U R C O N A N D O Y L E16juvenil. ¡Vaya uno a saber en qué consiste!, pero yomismo tengo conciencia de ello cuando lo veo.-Es usted muy amable, señor.-Siendo así, ¿por qué no prueba suerte con elprofesor Challenger?Debo admitir que me sobresalté.-¡Challenger! ¡El famoso zoólogo! ¿El hombreque le rompió el cráneo a Blundell, del "Telegraph"?MeArdle sonrió, ceñudo.-¿No le agrada la idea? Dijo usted que queríaaventuras...-Bueno..., todo es parte del oficio, señor-contesté.-Así es. Además, no creo que siempre sea tanviolento. Pienso que Blundell lo abordó en malmomento, o de mala manera. Espero que usted tenga

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más suerte, o más tacto. Presiento que en esteasunto hay aleo como lo que usted está buscando, yque a la "Gazette" puede servirle.-Realmente, debo admitir que no sé nada al respecto.Recordé su nombre solamente por su relacióncon los procedimientos judiciales por golpear aBlundell.-Tengo algunas notas para guiarlo, señor Malone.He estado atento a los movimientos del profesorE L M U N D O P E R D I D O17durante cierto tiempo. Aquí tengo un resumen desus datos. Sírvase.Antes de guardar el papel en mi bolsillo lo leí rápidamente."Challenger, George Edward. Nacido en Largs99 en 1863. Educación: Academia de Largs; Universidadde Edimburgo. Asistente del Museo Británicoen 1892. Conservador Asistente del Departamentode Antropología Comparada en 1893. Renunció esemismo año después de mordaz correspondencia.Ganador de la Medalla Crayston por InvestigaciónZoológica. Miembro Extranjero de -seguían casicinco centímetros de escritura pequeña detallandosociedades científicas- Sociedad Belga, AcademiaAmericana de Ciencias, La PlataR etc., etc. Ex presidentede la Sociedad Paleontológica. AsociaciónBritánica, Sección H., etc., etc. Publicaciones: "AlgunasObservaciones con Respecto a una Serie de CráneosKalmuck", "Bosquejo de la Evolución de los Vertebrados",y numerosos folletos, incluyendo "La FundamentalFalacia del Weissmannismo", que causóacalorada discusión en el Congreso de Zoología deViena. "Pasatiempos: Caminatas. Alpinismo. Domicilio:Enmore Park, Kensington.”S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E18-Y bien, señor. ¿Qué ha hecho el profesor Challengerpara que se considere de interés periodístico?-Hace dos años fue a Sudamérica, solo. Regresóel año pasado. Sin lugar a dudas estuvo allí, perorehusó indicar el sitio exacto. Comenzó a narrar susaventuras, si bien en forma imprecisa, y cuando alguienseñala ciertas lagunas en su relato se encerróen el más absoluto silencio. Algo maravilloso tieneque haberle sucedido... o es un mentiroso genial.

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Exhibió algunas fotografías averiadas, de las que secomentó que eran falsas. Se puso incómodo hasta elpunto de que reacciona violentamente cuando lehacen preguntas, y arroja a los periodistas por lasescaleras. En mi opinión es un megalómano homicidacon un toque científico. He ahí a su hombre,Malone. Adelante con su labor y vea qué puede obtener.Es usted bastante crecido como para saberdefenderse solo y, después de todo, puede estartranquilo: lo cubre el seguro de accidentes del personal.Con este último comentario, dio por terminada laentrevista.Me encaminé al Savage Club, pero en lugar deentrar inmediatamente me detuve un rato, apoyadoE L M U N D O P E R D I D O19en la baranda de la Terraza Adelphi mirando haciael río. Pienso con mayor lucidez al aire libre. Extrajedel bolsillo la lista de los merecimientos del profesory la releí lentamente a la luz de la lámpara de lacalle. Repentinamente tuve lo que considero unainspiración: como hombre de la prensa debía desecharla idea de obtener una entrevista con el profesorChallenger, pero este detalle, varias vecescomentado en su biografía esquemática, sólo podíaindicar, a mi modo de ver, que el hombre era unfanático de la ciencia. ¿No habría por ese caminouna brecha que lo hiciera accesible? Tendría quetratar de encontrarla.Entré en el club. Era un poco más tarde de las yel gran salón estaba bastante concurrido, si bien todavíano había llegado el momento en que la asistenciahabitual se colmara. El hombre que andababuscando se encontraba sentado en un sofá, cercadel hogar. Era Tarp Henry, del personal de "Naturaleza".Me senté a su lado y sin más preámbulos le consultésobre lo que me había llevado.-¿Qué sabes del profesor Challenger?Levantó las cejas con científica desaprobaciónantes de responderme.S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E20-¿Challenger? Es ese hombre que vino de Sudaméricacontando un increíble cuento sobre ciertosextraños animales... Creo que posteriormente se retractó.

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Por lo menos, dejó de repetir su historia.Concedió una entrevista a la gente de Reuter y eltumulto que ello provocó le demostró claramenteque nadie le creería. Es un asunto completamenteinadmisible. Creo que una o dos personas estabaninclinadas a creerle, pero él mismo se encargó dealejarlas de su causa.-¿De qué manera?-Con su insufrible rudeza y su imposible comportamiento.Uno de ellos, por ejemplo, el bueno deWadley, del Instituto Zoológico, le envió un mensaje:"El Presidente del Instituto Zoológico presentasus respectos al Profesor Challenger y le ruega quierabrindarle el honor de concurrir a la próxima reunióndel Instituto, lo que considerará como un favorpersonal". La respuesta de Challenger no puede serimpresa.-¡Increíble!-Así es. Una versión suave de la misma podríaser: "El Profesor Challenger presenta sus respetos alPresidente del Instituto Zoológico, y considerará unfavor personal que se vaya al diablo".E L M U N D O P E R D I D O21-¡Buen Dios!-Sí. Creo que eso fue lo que dijo Wadley. Recuerdosus lamentaciones en la reunión. Su discursocomenzó: "En cincuenta años de experiencia en elintercambio de conocimientos científicos... " El pobrehombre estaba destrozado.-¿Algo más que puedas decirme sobre Challenger?-Bueno. Sabes que mi campo de actividad es labacteriología, pero en reuniones científicas he oídocomentarios sobre él. Es uno de esos hombres queno pueden ser ignorados. Inteligente, lleno de fuerzay vitalidad, pero pendenciero, maniático e inescrupuloso.Ha llegado incluso al extremo depresentar fotografías falsas relacionadas con su expedicióna Sudamérica.-¿En qué consiste su manía?-Tiene miles; pero la última está relacionada conWeissmann y la Evolución. Tuvo una terrible discusiónen Viena, al respecto.-¿Puedes contarme algo sobre eso?-No recuerdo los detalles, pero en la oficina tengo

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archivada una traducción de lo sucedido. Si vienesconmigo te la facilitaré.S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E22-Por supuesto, siempre que no te resulte demasiadotarde. Eso es exactamente lo que necesito paraconseguir una vía por donde aproximarse a Challenger.Eres extraordinariamente gentil al ayudarmeasí.Media hora más tarde estaba yo sentado en laoficina del periódico, con un gran libro abierto enuna página en que se leía "Weissmann versus Darwin"y un subtítulo que indicaba "Vivas protestas enViena. Reunión Efervescente". Mis escasos conocimientoscientíficos me impedían seguir el hilo de lacuestión, pero resultaba evidente que el profesoringlés había presentado su posición en forma agresiva,lo que molestó profundamente a sus colegascontinentales. "Protestas" "Tumulto" y "Reclamogeneral ante la Presidencia del debate" fueron lastres primeras acotaciones que me llamaron la atención.No obstante, el resto de la descripción de lareunión estaba escrita en chino, o por lo menos esoparecía a mi pobre cerebro inculto.-¿Podrías traducirme esto al inglés? -solicité a migentil colega.-¡Si estás leyendo una traducción!-Entonces probaré con el original en alemán. Talvez tenga más suerte.E L M U N D O P E R D I D O23Tarp rió comprendiendo mi embarazo.-Sí, la verdad es que resulta incomprensible parael lego.-Así es. Si pudiera entender alguna frase sustanciosa,simple y definida me encontraría en condicionesde afrontar lo que me propongo... Aquí hay algo.Creo que entiendo lo que dice. Lo copiaré. Esperoque sea este el camino que me permita conversarcon el profesor Challenger.-Me alegro. ¿Hay algo más que pueda hacer porti?-Bueno..., sí. Me propongo escribirle. Si pudierahacerlo desde aquí, en tu papel, le daría más carácter.-Con lo que tendré aquí a Challenger dispuesto a

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promover un escándalo y destrozar el mobiliario.-No, no. Te mostraré la carta. Te aseguro que noserá como piensas.-Y bien; aquí tienes mi silla y mi escritorio. Adelante.Pero, insisto, tendré que ver esa carta antesque salga de esta casa.Me llevó tiempo y trabajo hacerlo, pero cuandoterminé me enorgullecí de leer la carta a mi amigo."Estimado Profesor Challenger:S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E24"En mi condición de humilde estudiante de lanaturaleza, he experimentado siempre gran interésante sus especulaciones sobre las diferencias entreDarwin y Weissmann. Recientemente tuve oportunidadde leer nuevamente su magistral exposiciónen Viena. No obstante mi admiración por su erudición,encuentro que una frase de la misma necesitaríaser reestructurada y, tal vez, modificadatotalmente. Me refiero a sus comentarios que dicen:«Protesto abiertamente contra la insufrible y absolutamentedogmática aserción de que cada id porseparado constituye un microcosmos posesor deuna arquitectura histórica elaborada lentamente através de incontables generaciones». ¿No cree ustedtambién que esta aseveración es susceptible de sermodificada? Con su permiso, me agradaría teneruna entrevista con usted, pues considero, que podríahacerle algunas sugestiones que sólo serían interpretadasen todo su valor en una conversación personal.De contar con su consentimiento, tendría elhonor de visitarle el próximo viernes a las once dela mañana.Al expresarle nuevamente mi profundo respetopor su obra, saludo a usted muy atentamente.EDWARD D. MALONE".E L M U N D O P E R D I D O25-¿Qué te parece? -pregunté a Tarp con sonrisatriunfal.-Si tu conciencia te lo permite... ¿Y qué piensashacer?-Entrar en su casa. Una vez en ella tal vez encuentrealgún medio de obtener la entrevista. Inclusollegaré a confesarle abiertamente mi superchería.

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Si es que realmente tiene espíritu deportivo, se sentirámovido...-Lo más probable es que sea él quien produzca elmovimiento... Te hará falta una cota de mallas o,mejor aún, una buena armadura. Bueno, por estanoche ya no puedes hacer nada. Si Challenger sedigna contestar, tendrás su respuesta el miércolespor la mañana. Aunque, por tu propio bienestar,espero que no sea así.S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E26CAPÍTULO 3UNA PERSONA ABSOLUTAMENTEINTRATABLELas esperanzas de mi amigo se vieron defraudadas.El miércoles recibí un sobre en el que aparecíami nombre garrapateado con una escritura que recordabaalambres de púa. La carta que contenía expresaba:"Muy señor mío:He recibido su nota, en la que manifiesta apoyarmis puntos de vista, en cuyo sentido le aclaro queno necesito del apoyo suyo ni de nadie. Se atreveusted a emplear la palabra «especulaciones» en relacióncon mi manifestación sobre el Darwinismo, yconsidero necesario hacerle saber que utilizar talpalabra para calificar mis opiniones resulta ofensiEL M U N D O P E R D I D O27vo. El contenido de su carta me convence, no obstante,de que usted ha pecado por ignorancia y faltade tacto, y no por malicia, lo que me predispone adesestimar estos agravios. De mi conferencia hacitado usted una frase aislada, y parece tener dificultadesen comprenderla. Yo considero que únicamenteuna inteligencia subhumana podía fracasar eninterpretarlo, pero si realmente necesita usted queamplíe la exposición consentiré en recibirlo a la horaque usted sugirió, si bien las visitas de cualquieríndole me resultan altamente desagradables. Encuanto a su opinión de que podría yo llegar a modificarmis declaraciones, le hago saber que no es micostumbre hacerlo, especialmente después de haberexpresado una opinión que he madurado previamente.Le ruego exhiba el sobre de esta carta a mimayordomo cuando venga, ya que él tiene que

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adoptar extremadas precauciones para protegermede esos tunantes importunos que se llaman a símismos «periodistas»." Saludo a usted muy atentamente,"GEORGE EDWARD CHALLENGER.Así decía la carta que leí en voz alta a Tarp Henry.Su único comentario fue que le parecía haberS I R A R T H U R C O N A N D O Y L E28oído hablar de algo mejor que el árnica, y cuyonombre no recordaba.Eran casi las diez y media cuando recibí estacarta, y tuve que tomar un taxi para llegar a tiempo ala cita.Abrió la puerta un sirviente de aspecto extraño,moreno y extremadamente delgado, que vestía chaquetade cuero y polainas de color castaño. Supedespués que era él chofer, que además de tales funcionescubría las vacantes ocasionales entre uno yotro mayordomo fugitivo. Al exhibir el sobre de lacarta que me había enviado el profesor, me franqueóla entrada.Lo seguí a lo largo de un corredor, donde fuimosinterrumpidos por una mujer que salía de lo quedespués supe era el comedor. Era una dama de ojososcuros, vivaz y de aspecto inteligente, cuya aparienciaera más de francesa que de inglesa.-Un momento, por favor. Usted espere aquí,Austin. Pase, señor. ¿Puedo preguntarle si ha tenidorelaciones con mi esposo anteriormente?-No, señora. No entonces le presento nuestrasexcusas por anticipado. Creo necesario advertirleque se trata de un hombre absolutamente intratable.Espero que, sabiéndolo, esté usted preparado paraE L M U N D O P E R D I D O29hacer algunas concesiones. Si nota que se muestrainclinado a la violencia, salga rápidamente delcuarto. No trate de discutir con él. Muchos que lointentaron sufrieron las consecuencias. ¿Supongobien si estimo que no es sobre Sudamérica que quiereusted hablar con él?-Sobre esto es -le dije. Nunca he podido mentirlea una dama.-¡Por Dios! Ese es el tema más peligroso. Usted

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no creerá una palabra de lo que le diga, lo que nome sorprenderá. Pero no se lo diga. Finja aceptarsus informaciones; tal vez así consiga salir airosodel trance. Tenga siempre presente que él está convencidode lo que sostiene. Nunca hubo hombremás honesto que él. Ahora, apresúrese. Podría sospecharsi demora usted más. De todos modos, siobserva que se pone peligroso, realmente peligroso,haga sonar la campanilla y manténgalo alejado hastaque yo llegue. Por lo general, puedo controlarlo aunen sus peores momentos.Con estas palabras de aliento, la señora aquellame dejó nuevamente en manos de Austin, que habíapermanecido esperando como si fuera una estatuade bronce.S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E30Un suave golpe sobre una puerta, un mugidodesde el interior, y me encontré frente al profesorChallenger. Estaba sentado en una silla giratoria trasuna amplia mesa cubierta de libros, mapas y diagramas.Su apariencia me hizo contener la respiración.Esperaba encontrarme con un hombre pococorriente, pero nunca ante una personalidad tansubyugante como la suya. El tamaño de su cuerpo ysu imponente presencia eran los principales factoresdel efecto que producía conocerle. Su cabeza eraenorme, la más grande que recuerdo haber visto. Sucara y su barba hacían recordar a los toros de la esculturaasiria, especialmente la barba, tan negra quepor momentos daba reflejos. azules, cuadrada y rizosa,que se extendía hacia abajo sobre su pecho.Sus ojos de color azul grisáceo miraban desde lasombra de espesas cejas negras, con expresión clara,crítica y dominante. Sus hombros amplios y un pechodel tamaño de un barril era lo único que aparecíadesde detrás del escritorio, esto y dos enormesmanos cubiertas de largos vellos negros.Tal fue mi primera impresión del notorio profesorChallenger.-¿Y bien?...E L M U N D O P E R D I D O31Una insolente mirada acompañó su pregunta. Yotendría que hacer que mi engaño se mantuviera por

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lo menos unos minutos más, pues de lo contraríoera evidente que la entrevista ya había terminado.Con expresión de humildad extraje el sobre.-Usted tuvo la amabilidad de concertarme unacita, señor.-De modo que usted es el joven que no entiendela más simple frase en idioma inglés. De todos modos,comprendo que está de acuerdo con mis conclusionesgenerales, ¿verdad?-¡Completamente, señor! -respondí enfáticamente.-Eso me hace sentir mejor -comentó con ironía-.Y bien, señor mío, vayamos al grano, a fin de reducirla duración de su visita que no creo le resulteagradable a usted y es extremadamente molesta paramí. Usted cree que algunos comentarios suyos podríantener relación con la proposición de mi tesis,¿no es así?Lo brutalmente directo de su interrogación hacíadifícil evadirse, y necesitaba todavía esperar un pocoantes de iniciar mi propia ofensiva. Mi ingenio irlandésme abandonaba precisamente en esos momentosen que tanto lo requería, y el profesor ChaSI R A R T H U R C O N A N D O Y L E32llenger me urgía con sus fríos ojos clavados en losmíos.-Soy tan sólo un simple estudiante, apenas unpoco más que un curioso. Pero creo que usted fuealgo severo con Weissmann en este asunto. ¿Noopina que la evidencia general desde entonces hatendido a fortalecer su posición?-¿Qué evidencia? -dijo con amenazadora calmaen su voz.-Bien, por supuesto, no hay ninguna evidenciadefinida. Me refería tan sólo a la orientación de laopinión actual y al punto de vista científico general.Se inclinó hacia adelante con expresión severa.-Supongo que le consta a usted que el índice craneales un factor constante, ¿no es así?-Naturalmente -contesté.-¿Y que la telegonía está aún bajo juicio?- continuó,llevando la cuenta de los distintos argumentoscon los dedos de su mano.-Sin lugar a dudas.-¿Y que el plasma del germen es diferente del

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huevo partenogenético?-¡Por supuesto! -exclamé, asombrándome de mipropia audacia.E L M U N D O P E R D I D O33-¿Y qué prueba eso? -prosiguió el profesor convoz suave, persuasiva.-¡Ah, en verdad! ¿Qué prueba eso? -murmuré.-¿Quiere usted que se lo diga? -su voz tenía maticesinvitantes.-Sí, por favor.El susurro se convirtió nuevamente en el rugidoinicial.-¡Prueba que usted es el más audaz impostor deLondres! ¡Que usted es un vil periodista..., un reptilque sabe tanto de ciencia como de decencia!Se había incorporado de un salto, con los ojosinyectados de loca rabia. Aún en aquel momento detensión me llamó la atención el descubrir que no eraun hombre alto, ya que su cabeza quedaba debajo dela altura de mis hombros..., un Hércules incompletocuyo desarrollo se había limitado a ancho, profundidady cerebro.-¡Tonterías y nada más que tonterías! Eso es loque le estuve diciendo. ¡Unicamente tonterías consabor a ciencia! ¿Creyó que podría usted medirse enastucia conmigo? Usted..., ¿con su cerebro de nuez?Ustedes..., infernales escribientes, se creen omnipotentes.Han perdido todo sentido de proporción.No son otra cosa que globos inflados. Pero yo losS I R A R T H U R C O N A N D O Y L E34he de poner en su lugar. Sí, señor. No podrán ustedesganarle a G. E. Challenger. Ha perdido ustedpartida, señor Malone. Jugó usted a un juego muypeligroso y ha perdido.-Mire, profesor. Puede usted ser todo lo insultanteque quiera, pero no le permitiré que me ataque.Yo había retrocedido hasta la puerta, y la abrímientras decía eso. El profesor se aproximaba caminandoamenazadoramente y se detuvo, con susmanos en los bolsillos de la chaqueta.-¿No? Ya he echado a varios de ustedes de micasa. Usted será el cuarto o el quinto, no estoy muyseguro ahora. Por qué razón cree usted ser diferente

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de los demás de su fraternidad, es algo que no alcanzoa comprender.Reasumió su amenazador avance. Pensé en huir,pero me resultaba demasiado ignominioso. Además,comenzaba a estimular mi ánimo un cierto deseo deponer las cosas en su lugar, de concluir con las bravatasde este hombre. Al comenzar la entrevista miposición había sido falsa, de acuerdo, pero las amenazasdel profesor me daban derecho a defenderme.-Le aconsejo no ponerme las manos encima, profesor.No se lo permitiré.-¿No me diga?E L M U N D O P E R D I D O35Una torcida sonrisa elevó la punta de su bigote ala vez que mostraba sus blancos incisivos.-¡No se comporte como un tonto, profesor! Pesomás de noventa kilos, me encuentro en perfectascondiciones físicas y juego como centro tres cuartostodos los sábados para el equipo irlandés de Londres.No soy el hombre...En aquel momento Challenger arremetió. Fueuna suerte que la puerta estuviera abierta, pues deotro modo la hubiéramos destrozado. Rodamos porel pasillo, donde de algún modo, que todavía ignoro,se nos enredó una silla. Pasamos por la puertaprincipal, que el vigilante Austin había abierto paranosotros, y, tras un salto mortal con el que traspusimoslos escalones de entrada, caímos en la vereda.La silla se destrozó, y nosotros rodamos hasta laalcantarilla, donde nos separamos. Challenger seincorporó balanceando sus puños y resoplandocomo un asmático.-¿Ya tiene suficiente?-¡Maldito prepotente, le enseñaré! -grité mientrascomenzaba a levantarme.En esos momentos, se nos aproximó un policía,libreta en mano.S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E36-¿Qué sucede? Deberían avergonzarse ustedes.¿Qué ha pasado aquí?-Este hombre- me atacó -dije.-¿Es cierto eso? -consultó el policía a Challenger,que respiró violentamente, pero no contestó.

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-Por lo que recuerdo, no es la primera vez-continuó el agente-. El mes pasado tuvo usted dificultadespor el mismo motivo. Ha golpeado fuertementea este hombre. Mire ese ojo. ¿Formularáusted la denuncia, señor?Para ese momento, yo ya me había aplacado.-No, no lo haré.-¿Cómo?...-Fue culpa mía. Me entrometí no obstante su aviso.El policía cerró la libreta.-Bueno; que no se repitan estas situaciones-reconvino al profesor, y, volviéndose al grupo degente que nos había rodeado, los instó a circular.El profesor me miró y en el fondo de sus ojosme pareció observar una chispa de humor.-¡Sígame, que todavía no he terminado con usted!E L M U N D O P E R D I D O37Su acento era siniestro, pero de todos modos loseguí. Austin cerró la puerta tras nosotros, sin decirpalabra.S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E38CAPÍTULO 4ALGO SORPRENDENTEApenas entramos, la señora de Challenger saliófuriosa del comedor y cerró el paso a su esposo,como una gallina airada frente a un bulldog. Eraevidente que había presenciado mi apresurada salida,pero no mi regreso.-George, eres un bruto. Has lastimado a ese joven.El señaló hacia atrás con el pulgar.-Aquí lo tienes, sano y salvo.-Lo siento, no lo había visto.-Le aseguro señora que todo está bien.-¡Le ha dejado marcas en la cara! ¡George, eresun bruto! Nada más que escándalo durante todas lasE L M U N D O P E R D I D O39semanas. Todos te odian y se ríen de ti. Has agotadomi paciencia...Challenger murmuró algo sobre la ropa sucia enpúblico.-¡No es ningún secreto! -gritó la señora-. ¿Creesque no lo sabe ya todo el mundo? ¿No sabes quetodos están hablando de ti? ¿Dónde está tu dignidad?

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La dignidad de un hombre que debería serprofesor en una gran universidad, con miles de estudiantesatendiéndole reverentemente... ¿Dóndeestá tu dignidad, George?-¿Y la tuya, querida?-Me pides demasiado. No eres más que un rufián,pendenciero y prepotente.-Basta, Jessie, por favor.-¡Un rufián prepotente y gritón!-¡Suficiente! Tendré que ponerte en penitencia.Para mi sorpresa, el profesor se inclinó y, levantandoa su esposa, la sentó sobre un pedestal demármol negro que adornaba un rincón del cuarto,que tenía no menos de dos metros de alto y era tandelgado que apenas podía ella mantener el equilibrio.No recuerdo haber visto nada tan ridículo comoaquella pobre mujer allá arriba, con la caraS I R A R T H U R C O N A N D O Y L E40convulsionada por la ira, los pies balanceándose y elcuerpo rígido por miedo de caer.-¡Déjame bajar!-Pídelo por favor.-¡Bruto! ¡Déjame bajar!-Venga conmigo al estudio, señor Malone.-Realmente, señor... -dije, mirando a la dama.-Aquí lo tienes al señor Malone intercediendopor ti, Jessie. Di "por favor" y te bajo.-¡Bruto! ¡Eres un bruto! ¡Por favor, por favor!La bajó con el mismo esfuerzo como si hubierasido un canario.-Debes controlar tu comportamiento, querida. Elseñor Malone es un hombre de la prensa. Para mañanaaparecerá todo en su diario y venderá por lomenos una docena más entre nuestros vecinos."Extraña historia entre la alta sociedad". Porquerealmente estabas alta sobre el pedestal, ¿no es así?No olvides que el señor Malone, como todos los desu gremio, viven de eso. Son todos comedores decarroña, ¿verdad, señor Malone?-¡Es usted absolutamente intolerable! -dije airadamente,lo que le hizo rugir de risa.E L M U N D O P E R D I D O41-Pronto tendré que enfrentarme con una coalición

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-comentó mirándonos, alternativamente, a suesposa y a mí.Luego cambió repentinamente de tono.-Disculpe este frívolo bromeo familiar, señorMalone. Le pedí que regresara con un propósitomas serio. Ahora, mi pequeña mujer, vete. Déjanosa solas. Tienes absoluta razón en lo que dices. Yosería un hombre mejor si siguiera tus consejos, perodejaría de ser George Edward Challenger. El mundoestá lleno de hombres mejores y hay un solo G.E. C.Se despidió de ella con un afectuoso y resonantebeso, que me produjo aún más embarazo que su anteriorviolencia, y volvimos al estudio del que tantumultuosamente habíamos salido unos minutosantes. El profesor cerró cuidadosamente la puerta,me invitó a ocupar un sofá y me convidó con cigarros.-Auténticos "San Juan Colorado". La gente excitablecomo usted necesita de cualquier narcótico.¡ Cielos! ¡No lo muerda! Córtelo con suavidad. Ahorapóngase cómodo y escuche. Escuche atentamentea todo lo que yo le diga y, si se le ocurriera algúnS I R A R T H U R C O N A N D O Y L E42comentario, resérvelo para un momento más oportuno.Por ahora, escuche en silencio."Ante todo, le aclararé el motivo de admitirlonuevamente en mi casa después de su merecida expulsión.Me llevó a hacerlo su respuesta a aquel oficiosoagente de policía, en la que me parecióobservar buena disposición de su parte; mejor disposición,por supuesto, de la que estoy acostumbradoa asociar con la gente de su profesión. Al admitirque el incidente era culpa suya, dio usted prueba decierta actitud mental y amplitud de miras que atrajeronfavorablemente mi atención. La subespecie de laraza humana a la que usted tiene la desgracia depertenecer ha estado siempre por debajo de mi horizontemental. Usted, en cambio, llegó a elevarsehasta aparecer en mi plano de interés, y es por esoque le invité a regresar, dispuesto a ampliar mi conocimientode usted... Puede dejar caer las cenizasen esa bandejita japonesa que está sobre la mesa debambú a su izquierda.Dijo todo esto en el tono con que un profesor se

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dirige a sus alumnos, se interrumpió para buscaralgo entre la maraña de papeles que cubría su mesade trabajo y, mostrándome un ajado cuaderno deapuntes, continuó:E L M U N D O P E R D I D O43-Voy a contarle algo de Sudamérica. Le ruego nohaga ningún comentario hasta que yo termine. Antetodo, quiero que quede perfectamente aclarado quenada de lo que le diga será repetido al público, salvoque yo lo autorice expresamente, y es muy probableque jamás llegue yo a autorizarlo. ¿Entendido.-Es difícil de prometer. Con toda seguridad...-Eso es todo -me interrumpió-. Tenga usted muybuenos días.-¡No, no! -grité-. Me someto a cualquier condición,ya que no me queda otra alternativa...-Así es. No tiene otra.-Entonces, lo prometo.-¿Palabra de honor?-Palabra de horror.Me miró con expresión de duda en sus ojos insolentes.-Pensándolo bien, ¿qué sé sobre su honor?-¡Por Dios! -exclamé irritado-. Jamás en mi vidahe sido insultado así. ¡Se está tomando usted demasiadaslibertades conmigo!Mi explosión pareció interesarlo, más que molestarlo.S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E44-Cabeza redonda, braquicéfalo -murmuró-. Ojosgrises, cabellos negros, con sugestiones de negroide.¿Céltico?- Soy irlandés, señor.-¿Irlandés irlandés?-Así es.-Eso lo explica todo. Veamos, usted me ha dadoesa promesa de que mis confidencias serán respetadas.Tales confidencias no serán completas; todo locontrario, pero le daré algunas informaciones queresultarán de interés. En primer lugar, sabrá ustedque hace dos años hice un viaje a Sudamérica, unviaje que llegará a ser clásico en los anales de lahistoria de la ciencia en el mundo, y cuyo objeto fueverificar algunas conclusiones de Wallace y Bates, loque únicamente podía lograr observando los hechos

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que ellos indicaron, bajo las mismas condiciones enque ellos mismos los habían observado. Si mi expediciónno hubiera tenido otros resultados que esasobservaciones, hubiera merecido igualmente sertenida en cuenta, pero me ocurrió un extraño incidenteque me impulsó a iniciar una investigacióntotalmente diferente de la que me proponía efectuar."Sabrá usted -continué- que ciertas regiones de lacuenca del Amazonas se encuentran exploradasE L M U N D O P E R D I D O45parcialmente apenas, y que gran numero de tributariosdel gran río ni siquiera figuran en los mapas. Mipropósito era visitar estas regiones y examinar sufauna, con lo que obtuve material para varios capítulosde ese monumental trabajo de zoología queserá la justificación de mi paso por el mundo. Meencontraba ya de regreso, cumplida mi tarea, cuandotuve la ocasión de pasar una noche en una pequeñaaldea indígena situada en la confluencia de ciertotributario del Amazonas cuyo nombre me reservo.Se trataba de una población de indios Cucama, unaraza amistosa pero degradada, cuya capacidadmental es apenas superior a la de un londinensemedio. En mi anterior visita a la tribu, cuando subíel curso del río, efectué algunas curaciones, y de estemodo se vieron tan impresionados por mi personalidadque no me sorprendió que esperaran ansiosamentemi regreso. Por sus gestos supuse,justificadamente, que se necesitaban mis serviciosmédicos. El jefe me guió a una de las chozas, en lasque se encontraba el hombre enfermo que, segúnalcancé a comprender, había fallecido en ese precisoinstante. Me sorprendió grandemente observar queno se trataba de un nativo, sino de un hombre blanco,en realidad, un hombre muy blanco, con cabeSI R A R T H U R C O N A N D O Y L E46llos pajizos y algunas de las características de unalbino. Vestía harapos y mostraba evidentes señalesde haber vivido momentos penosos recientemente.Por lo que pude entender de las narraciones de losnativos, era la primera vez que aparecía en esa región,y había llegado a la aldea cruzando la selva,solo y absolutamente agotado por la fatiga. Sobre el

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piso estaba la mochila del difunto, cuyo contenidoexaminé. Su nombre, según una tarjeta adherida alinterior de la maleta, era Marile Vffiite, domiciliadoen Lake Avenue, Detroit, Michigan. Un nombre quepronunciaré siempre con el mayor respeto. Losefectos que contenía la mochila lo indicaban comoartista y poeta en busca de efectos. No me consideroun juez capaz para tales cosas, pero su poesía, segúnlos ejemplos que allí había, era deficiente, y lo mismopuedo decir de los dibujos que llevaba, compartiendoel espacio desocupado de la mochila con unacaja de pinturas, algunos pinceles, ese hueso curvoque puede usted ver en mi tintero, un revólver baratoy algunas balas. Si alguna vez tuvo ropas yefectos personales, los había perdido en el viaje,pues todo lo que he nombrado constituía la riquezatotal de ese extraño bohemio americano. Ya me estabapor alejar de su lecho de muerte, cuando obEL M U N D O P E R D I D O47servé que algo asomaba entre los harapos de suchaqueta. Era este libro de apuntes, que estaba entoncestan arruinado como lo ve usted ahora. Puedoasegurarle que esta reliquia ha recibido de mis manosmayores cuidados que si se tratara de un manuscritode Shakespeare. Tómela, le ruego estudiesu contenido y examine lo que allí encuentre.Me entregó el libro y se apoyó en el respaldo desu sillón, estudiando a través del humo de su cigarroel efecto que el libro me producía.Yo había abierto el volumen esperando una revelación,si bien no podía imaginar de qué naturalezasería. La primera página me desilusionó en ciertomodo, ya que sólo contenía el retrato de un hombremuy gordo, con la indicación "Jimmy Colver en elvapor-correo". Seguían varias hojas con pequeñosbosquejos de indios y sus actividades, estudios demujeres y niños, y luego una serie ininterrumpida dedibujos de animales con explicaciones tales como"Manatí en un banco de arena" "Tortugas y sushuevos", "Agustín negro bajo una palmera" y, finalmente,una doble página de estudios de desagradablessaurios. Nada de lo que había visto me resultabade significación especial. Levanté mis ojos dellibro y miré al profesor.

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S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E48-Me parece que éstos son cocodrilos. ¿Es así,profesor?-Yacarés. No existe un verdadero cocodrilo enAmérica del Sur. La diferencia...-Lo que quiero decir es que no veo nada extraño...que justifique lo que usted me dijo.-Mire la página siguiente -comentó, sonriendosuavemente.Así lo hice, pero mi indiferencia continuó. Se tratabade un paisaje, bosquejado apenas y con ciertassugestiones de colores, a manera de gula para unposterior cuadro, más elaborado. Había allí un primerplano de claro color verde con vegetación tenue,que se elevaba en una pendiente hasta una líneade farallones de oscuro color rojo, con extrañosestratos que me hacían recordar ciertas formacionesbasálticas. En un extremo aparecía una piedra aislada,de forma piramidal y coronada por un gran árbol,y a la que una hendidura no muy ancha, a juzgarpor el dibujo, separaba del risco principal. Detrás detodo esto, un azul cielo tropical. En la página siguienteaparecía otra acuarela del mismo lugar, perodibujada desde más cerca, con lo que los detalleseran más visibles.-¿ Y bien?E L M U N D O P E R D I D O49-Sin duda es una curiosa formación -repuse perono sé bastante de geología como para decir que seaalgo de maravilla.-¡Maravilla! -repitió Challenger-. Es algo único.Es increíble. Nadie en el mundo soñó siquiera en laposibilidad de que exista algo así. Ahora mire la páginasiguiente.Así lo hice, y no pude contener una exclamaciónde sorpresa al ver allí dibujada la criatura más extrañaque hubiera visto en mi vida. Era el salvaje sueñode un fumador de opio, la visión de un delirio. Lacabeza recordaba a la de un ave; el cuerpo, al de unlagarto hinchado; la larga cola estaba erizada de púasy el curvo lomo presentaba un borde serrado, quehacía pensar en muchas crestas de gallo alineadas.Frente a este animal aparecía un absurdo muñeco,

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un diminuto enano de forma humana, que lo observaba.-¿Qué opina ahora? -fue la pregunta del profesorChallenger, que frotaba sus manos con expresióntriunfal.-Es monstruoso..., grotesco.-De acuerdo. Pero, ¿qué fue lo que llevó a Whitea dibujar tal animal?-Gin barato, supongo.S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E50-¿Es esa la mejor explicación que se le ocurre?-Bueno..., ¿cuál es la suya?-La razón obvia es que tal criatura existe. Que enverdad fue dibujada del natural.Lo único que impidió que riera a carcajadas fueel recuerdo de nuestra anterior lucha.-Tiene usted razón -comenté en el tono de quiensigue la corriente a un bobo-. No obstante, deboconfesar que esta pequeña figura humana me intriga.Si se tratara de un indio, podría considerarse evidenciade que en América existe una raza de pigmeos,pero por lo que puedo ver es un europeo concasco de corcho.-¡Realmente, usted llega ya al límite! -resopló elprofesor-. ¡Excede lo que considero probable! ¡Parálisiscerebral! ¡Inercia mental!Resultaba demasiado absurdo para irritarme.Enojarse con un hombre como Challenger era unapérdida de energía, pues tendría uno que estar airadotodo el día. Me reduje a sonreír tímidamente a lavez que comentaba que lo que me había llamado laatención era la pequeñez del hombre.-¡Mire esto! -gritó señalando el dibujo con su índice,que hacía pensar en una gruesa salchicha convellos-. ¿Ve esta planta detrás del animal? ¿PiensaE L M U N D O P E R D I D O51usted que es un brote de repollo? ¡Es una palmera!¡Una palmera de una especie que mide más de quincemetros de alto! ¿No comprende que el hombrefue incluido en ese dibujo deliberadamente? No pudohaber permanecido delante de esa bestia y vivirdespués para dibujarlo. Se dibujé a sí mismo paraincluir un elemento de tamaño, conocido y dar asíuna escala que permitiera juzgar las demás dimensiones.

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White medía aproximadamente un metrosetenta centímetros. La palmera es diez veces másalta, que es realmente lo que cabría esperar.-¡Cielo santo! -exclamé-. Entonces usted opinaque esa bestia... ¡Caramba! ¡La estación de CharingCross apenas resultaría una casilla para tal animal!Di vuelta más hojas, pero eso era todo. Ya noaparecían más dibujos en todo el libro. Seguía sinconvencerme del punto de vista del profesor.-Pero con toda seguridad que toda la experienciadel ser humano no puede ser dejada de lado contandotan sólo con lin simple bosquejo, dibujadopor un artista vagabundo que pudo haberlo hechobajo el influjo de drogas, en el delirio de la fiebre osimplemente para satisfacer su imaginación enfermiza.Como hombre de ciencia no puede. usted defenderuna posición tan débil.S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E52Por toda respuesta, el profesor extrajo un libro,que me alcanzó por sobre la mesa.-Aquí tiene un excelente trabajo de mi doctoamigo Ray Lankester. Puede ver esta ilustración, quele interesará. Lea, por favor, la inscripción al pie:'Probable apariencia, en vida, del Etegosauro delperíodo Jurásico. La pata posterior es dos veces másalta que un hombre adulto". ¿Qué opina de eso?Me sorprendí al mirar aquella ilustración. En estareconstrucción de un animal perteneciente a unmundo desaparecido, había realmente gran similitudcon el bosquejo del artista desconocido.-Realmente notable -comenté.-Pero aun así, no admite que sea una prueba definitiva,¿verdad?-Concordará conmigo, profesor, en que puedetratarse de una coincidencia. Bien pudo ser que elamericano había visto un dibujo como éste, y esprobable que la imagen se le presentara en algúndelirio.-De acuerdo -dijo indulgentemente el profesor-.Lo dejaremos como está. Ahora le ruego que mireesto.Me entregó el hueso que anteriormente me habíaindicado como parte de las cosas que tenía en suE L M U N D O P E R D I D O

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53poder el dibujante. Medía aproximadamente quincecentímetros de largo, era algo más grueso que mipulgar, y en uno de sus extremos se veían rastros decartílagos muertos.-¿A qué animal conocido puede pertenecer estehueso? -fue la pregunta de Challenger.-Podría ser una clavícula humana muy gruesa.Mi interlocutor agitó la mano en ademán de despectivorechazo.-La clavícula humana es curva, mientras que estehueso es recto. Además, hay aquí una muesca queprueba que sobre él corría un gran tendón, lo queno se produce en una clavícula.-Debo confesar que no sé, entonces, de qué setrata.-No debe avergonzarse de admitir su ignorancia,pues no creo que en todo el personal del Hospitalde Kensington pueda haber quién lo sepa.Tomó entonces un pequeño hueso, aproximadamentedel tamaño de un poroto, y continuó sudisertación:-Hasta donde llegan mis actuales conocimientos,este hueso humano es el equivalente del que tieneusted en su mano. Esto puede darle una idea del tamañode la bestia a que, pertenece.S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E54-Tal vez un elefante... -aventuré.-¡No, por Dios! ¡No hable de elefantes en Sudamérica!-Bueno... Algún gran mamífero sudamericano...Un tapir, por ejemplo.-Admitirá usted, mi joven amigo, que domino loselementos relacionados con mi profesión. Este huesono pertenece a un tapir, ni a ningún otro animalconocido por los zoólogas. Corresponde a una bestiamuy grande, muy fuerte, y en consecuencia, muytemible. Un animal que existe actualmente pero aúnno ha sido debidamente observado por los científicos.Observe que el cartílago que aparece en esehueso indica que no se trata de un espécimen fósil,sino que es reciente. ¿No está aún convencido?-Admito que, por lo menos, -estoy profundamenteinteresado.-Entonces su caso rio es desesperado. Espero

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que con un poco de paciencia conseguiré de usteduna reacción inteligente. Dejemos por ahora al americanodesaparecido y continuemos con mi narración.Se imaginará que difícilmente podía yo dejar elAmazonas sin investigar más a fondo el asunto.Dado que no había ningún tipo de comentarios sobrela dirección que había seguido el viajero, tuveE L M U N D O P E R D I D O55que guiarme por las leyendas indígenas, teniendo encuenta rumores que corren entre las tribus ribereñassobre la existencia de una extraña tierra. ¿Oyó ustedhablar alguna vez de Curupuri?-Jamás.-Curupuri es el espíritu de los bosques, algo terribley malévolo que debe ser rehuido. Nadie hadescripto nunca su forma o naturaleza, pero el solonombre inspira terror a lo largo del Amazonas. Todaslas tribus concuerdan en cuanto a la aproximadadirección en que Curupuri habita, y es la mismadesde la que vino el viajero americano. Algo terribleexiste en la región y me propuse averiguarlo.-¿Que hizo usted?Toda mi impertinencia había ya desaparecido.Este hombre imponente absorbía mi atención e inspirabarespeto.-Conseguí vencer la resistencia de los nativos,que llegaban incluso a negarse a hablar del tema, ymediante regalos a los que agregué, debo admitirlo,una buena dosis de coerción, conseguí que dos deellos me guiaran. Después de muchas aventuras queno viene al caso relatar, y luego de viajar una distanciay en una dirección que me reservo, llegamos auna región jamás visitada ni descripta por nadie exSI R A R T H U R C O N A N D O Y L E56cepto mi infortunado predecesor. ¿Quiere ustedobservar esto?Me alcanzó una fotografía, algo mayor que unapostal. Las imágenes que presentaba eran borrosas,uniformemente grises, lo que el profesor explicóaclarándome que al regresar, el bote se había volcadoproduciendo la rotura de la caja que conteníapelículas no reveladas aún, con lo que se perdieronla mayoría de las fotografías, rescatándose algunas, y

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en el mal estado en que se encontraba la presente.Representaba un paisaje en el que, fijando mi atención,comencé a darme cuenta de algunos detalles:se trataba de una elevadísima línea de acantiladosexactamente como una inmensa catarata vista desdela distancia, con una suave llanura en pendiente cubiertade árboles en el primer plano.-Parece el mismo lugar que el de la pintura-comenté.-Es el mismo lugar. Encontré rastros de campamentos.Ahora observe esto.Se trataba de otra fotografía, extremadamente defectuosa,en la que alcancé a distinguir claramente laroca aislada, coronada por árboles.-Fíjese en este picacho rocoso. ¿Qué ve en la cima?E L M U N D O P E R D I D O57-Un enorme árbol.-¿Y en ese árbol?-Un gran pájaro.El profesor me dio una lupa, pidiéndome queobservara mejor.-Sí, se trata de un gran pájaro..., parece tener unpico considerable. Diría que se trata de un pelícano.-No. No se trata de un pelícano. Ni siquiera es unpájaro. Tal vez le interese saber que pude cazar eseejemplar y que se trata de la única prueba tangiblede mis experiencias, que pude traer conmigo.-¿Es decir que lo tiene usted?-Lo tenía. Desgraciadamente se perdió con muchasotras cosas en el mismo accidente del bote enque se arruinaron mis fotografías. Alcancé a asirlocuando desaparecía ya entre los rápidos, y retuve enmis manos parte de un ala. Héla aquí.Extrajo de un cajón lo que parecía la parte superiordel ala de un murciélago, de aproximadamentesesenta centímetros de largo, con un hueso curvo yun velo membranoso colgando del mismo.-¡Un murciélago monstruoso! -fue mi comentario.S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E58-Nada de eso. La conformación ósea de esta piezaindica que no puede tratarse del ala de un murciélago.Observe esto ahora.Abrió nuevamente el libro que ya anteriormente

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me había mostrado y señaló un grabado de un extrañomonstruo volador.-Aquí tiene una excelente descripción del dimorphodono pterodáctilo, un reptil volador del períodoJurásico. En la página siguiente encontrará undiagrama del mecanismo del ala, que le ruego comparecon lo que tiene en su mano.Ya estaba yo completamente pasmado, convencidode la veracidad de los argumentos del profesor.Las pruebas acumuladas eran sobrecogedoras: losdibujos, luego las fotografías, la narración y ahoraun espécimen real..., la evidencia era completa. Asílo dije, y lo hice entusiastamente, sintiendo que elprofesor había sido objeto de abusos por la incomprensiónde sus colegas.-¡Esto es lo más extraordinario que he visto enmi vida! ¡Es colosal! Es usted un Colón de la ciencia,que ha descubierto un mundo perdido. Perdónemesi demostré dudas; era todo tanaparentemente increíble...El profesor rebosaba de satisfacción.E L M U N D O P E R D I D O59-¿Y qué fue lo que hizo usted, entonces, profesorChallenger?-Había llegado la época de las lluvias, señor Malone,y mis provisiones se estaban terminando. Exploréalgunos sectores de estos acantilados, pero nopude encontrar ninguna manera de escalarlo.-¿Vio algún otro animal vivo, además del pterodáctilo?-No, pero durante la semana en que acampamosen la base del acantilado, alcanzamos a oír muy extrañosruidos en la meseta que lo corona.-¿Y el extraño animal que el americano dibujé?-Sólo puedo suponer que él encontró alguna manerade subir. Es decir, que debe haber algún caminohacia la cumbre del acantilado, y que debe tratarsede uno sumamente difícil de recorrer, pues deotra manera esos animales hubieran descendido y seencontrarían también en los terrenos circundantes.-Sí, así debe de ser. ¿Y cómo explica usted suexistencia en esa meseta?-No creo que eso sea muy oscuro. Sólo cabe unaexplicación. Sudamérica es un continente granítico.En este sitio debe haberse producido en una remota

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era un desnivel, como consecuencia de un sismo.Estos acantilados, debo señalar, son basálticos, y enS I R A R T H U R C O N A N D O Y L E60consecuencia, plutónicos. Una superficie tal vez tangrande como Sussex fue levantada en bloque contoda su flora y su fauna, y cortada con precipiciosperpendiculares, de una dureza que resiste la erosión.¿Cuál fue el resultado de esto? Pues, que lasleyes ordinarias de la naturaleza quedaron en suspenso.Los diferentes factores que influyen en lalucha por la existencia en todo el mundo quedaronneutralizados o alterados. Sobrevivieron criaturasque de otra manera habrían desaparecido. Deboseñalar que tanto el pterodáctilo como el estegosauropertenecen al período Jurásico.-Pero, profesor, todas sus pruebas son determinantes.Debió usted presentarlas ante las autoridadesadecuadas...-Eso creí, en mi estupidez, señor Malone. Amargamenteadvertí que mis descubrimientos eran recibidoscon incredulidad, hija tanto de la estupidezcomo de los celos profesionales, y de la envidia. Noes parte de mi temperamento insistir y rogar. Despuésde mis primeros desengaños me resistí a exhibirla totalidad de las pruebas en mi poder. El temase me hizo odioso y me resistí a volver a hablar deello. Llegué a actuar violentamente contra todos losque intentaron destruir la paz de mi intimidad en loE L M U N D O P E R D I D O61que se refiere a todo este asunto. Usted fue testigode ello, precisamente...Froté suavemente mi ojo dolorido sin responder.-Esta noche, sin embargo, me propongo dar unejemplo del control de la voluntad sobre las emociones,y le invito a asistir a ello. El señor PercivalWaldron, un naturalista de cierta reputación popular,dará una conferencia sobre "El registro de lasedades" y he sido especialmente invitado a la tribuna,para agradecer al conferenciante. En tal oportunidadme propongo, con la mayor delicadezaposible, efectuar algunas acotaciones para inducir alos oyentes a profundizar en el tema. Me mantendréfirmemente en reserva, y espero de este modo obtener

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alguna respuesta favorable a mis planteos.-¿Y me invita usted?-Así es; le ruego que asista. Será en cierto modoreconfortante pensar que cuento, por lo menos, conun aliado entre la multitud. Es seguro que habrámucho público, pues Waldron, si bien es un completocharlatán, tiene gran influencia popular. Yahora, señor Malone, le ruego me deje. Espero tenerel placer de verlo esta noche. Mientras tanto, entenderáusted que no debe hacerse ninguna publicaciónrelacionada con mis confidencias de esta noche.S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E62-Pero... Mi editor querrá saber qué he hecho...-Dígale lo que quiera, pero anticípele que si envíaa alguien más a inmiscuirse en mi vida, iré a visitarlo...con mi látigo. En cuanto a la publicación delo que le he dicho esta noche, dejo en sus manosque nada de esto aparezca impreso. Y bien..., lo esperoesta noche, a las ocho y media, en el Salón delInstituto Zoológico.E L M U N D O P E R D I D O63CAPÍTULO 5¡PIDO LA PALAB RA!Entre las impresiones físicas y las mentales quemi entrevista con el profesor Challenger me habíanproducido, cuando regresé a Enmore Park, era yo elperiodista más desmoralizado del mundo. Mi doloridacabeza retumbaba con el pensamiento de que lanarración de este hombre era verdadera, de que algode la mayor importancia palpitaba tras ella, y quecuando obtuviera autorización para publicarla quedaríayo consagrado en el mundo del periodismo.Tomé un taxímetro con el que llegué rápidamente ala oficina, donde encontré a McArdle en su puesto,como de costumbre.S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E64-¿Y bien? -me preguntó ansioso-. ¿Qué consiguió?Pero..., ¿qué le sucedió? No me diga que Challengerlo golpeó a usted también ...-Tuvimos una diferencia al principio ...-¡Qué hombre! ¿Y usted qué hizo?-Bueno... Se volvió más razonable y tuvimos unacharla, pero no obtuve ninguna información. Nada

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publicable.-No estoy seguro de ello. Usted consiguió un ojonegro, y eso es publicable. No podemos admitir estereinado del terror, señor Malone. Debemos poner aese hombre en su lugar. Deme el material y -dejaremosa ese charlatán marcado para siempre. ProfesorMunchausen..., ¿qué le parece como titular? SirJohn Mandeville resucitado... Cagliostro... todos losimpostores y prepotentes de la historia. Dejaré endescubierto qué gran fraude es el profesor Challenger.-Yo no lo haría, señor.-¿Y por qué no?-Porque no es un charlatán. No señor, todo locontrario.-¡Qué! -rugió McArdle-. ¿No pretenderá decirmeque cree en todo ese asunto de mamuts y mastodontesy grandes serpientes marinas?E L M U N D O P E R D I D O65-No, no sé nada de eso. No creo que él trate deinsistir en ello, -pero estoy convencido de que tienealgo realmente nuevo.-Entonces, por el amor de Dios, ¡escríbalo!-No hay nada que desee tanto, pero lo recibí enconfidencia y con la condición de no publicarlo.Hice un sumario de la narración del profesor, ypregunté a McArdle qué opinaba de ello. Me escuchóevidenciando profunda incredulidad.-Bueno, señor Malone -dijo finalmente-, con respectoa esa reunión científica de esta roche no creoque existan inconvenientes en que sea divulgada. Esimprobable que algún diario envíe periodistas,puesto que Waldron ha sido entrevistado ya unadocena de veces y dejó de ser noticia, y por otraparte, nadie está enterado de que Challenger hablará.Si tenemos un poco de suerte, podemos obteneralguna exclusividad. De todos modos, esté usted allíy pase un informe completo de lo que suceda. Retendréespacio en la "Gazette" hasta medianoche.Tuve un día ocupado, y cené temprano en elClub Savage con Tarp Henry, a quien conté algo demis aventuras. Me escuchó con expresión escépticay rió estrepitosamente al enterarse de que el profesorChallenger me había convencido.S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E

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66-Mi querido muchacho, las cosas no suceden asíen la vida real. La gente no hace descubrimientosextraordinarios como ése y luego pierde las pruebasde ello. Dejemos eso para los novelistas. Ese hombretiene más tretas que todos los monos del zoológicojuntos. Es una tontería.-¿Y el poeta americano?-Nunca existió.-¡Pero si yo mismo vi su libro de apuntes!-El libro de apuntes de Challenger, mejor dicho.-¿Crees que el profesor dibujó ese animal?-Por supuesto.-¿Y las fotografías?-No había realmente nada en ellas, tú mismo admitesque viste tan sólo un pájaro.-Un pterodáctilo.-Eso es lo que él dice. El puso el pterodáctilo entu imaginación.-Bueno..., ¿y el hueso?-Si uno es suficientemente hábil y conoce lo queestá haciendo, puede falsificar un hueso con tantafacilidad como una fotografía.Comencé a sentirme incómodo. Tal vez, despuésde todo, mi admisión de la narración de ChallengerE L M U N D O P E R D I D O67había sido prematura. De pronto tuve una idea, queconsideré brillante.-¿Vendrás a la reunión? -pregunté a Henry.Me contempló pensativo, antes de contestarme:-No es una persona muy popular, ese afable amigoChallenger. Mucha gente tiene cuentas pendientescon él. Se podría decir que es el hombre mejorodiado de Londres. Si los estudiantes de medicinaaparecen por allí, tendremos un gran alboroto, y nosiento deseos de encontrarme en medio de la borrasca.-Por lo menos deberías ser justo y escucharlopresentar su propia defensa.-Bueno, creo que tienes razón. Iré contigo.Cuando llegamos al salón, encontramos muchamás concurrencia que la que se esperaba. Ademásde los barbados rostros de los profesores se veíagran cantidad de jóvenes y en la galería superior sepercibía un ambiente jovial. Detrás de mí observé

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grupos de caras que a todas luces indicaban que setrataba de estudiantes de medicina. Aparentemente,cada gran hospital había destacado un contingente yel comportamiento del público era en esos momentosalegre, pero con toques de perversidad.Contrariamente a lo que cabía esperarse, como preSI R A R T H U R C O N A N D O Y L E68ludio para una conferencia como aquélla, se oíanestribillos populares y algunas chanzas en alta voz.Cada profesor que subía al estrado era recibidocon comentarios sobre su aspecto, o sus especialesdebilidades, pero la entrada del profesor Challengersuperó a todas las precedentes. Al aparecer su negrabarba, se oyó tal grito de bienvenida, que comencé aadmitir que Tarp Henry estaba acertado, y que estagran concurrencia no se había congregado tan sóloa escuchar la disertación, sino que se había esparcidoel rumor de que el famoso profesor tomaríaparte en la misma. Algunas risas en la sala, dieron laimpresión de que también, fuera del ambiente estudiantil,existía animosidad contra Challenger.El profesor sonrió con expresión suave y tolerante,como un hombre bondadoso miraría a unacamada de cachorros. Se sentó parsimoniosamente,ensanchó el pecho y acarició su barba mientras paseabasu mirada altanera, por sobre la muchedumbre.Apenas había terminado todo esto, cuando entraronel profesor Murray, director del debate, y elseñor Waldron, el conferenciante, y comenzó la disertación.E L M U N D O P E R D I D O69El profesor Murray presentó, como es habitual,al señor Waldron, y éste se incorporó recibiendo unaplauso general.Era Waldron un hombre delgado, de aspectoaustero, con voz áspera y modales agresivos, perotenía el mérito de saber asimilar las ideas de otroshombres y transmitirlas en forma inteligible, interesantesi se quiere, al público lego.Desarrolló para nuestro beneficio una vista avuelo de pájaro de la creación, tal como la interpretala ciencia, en un lenguaje siempre accesible y a vecespintoresco. Nos contó sobre el globo, como unaenorme masa de gas incandescente girando en el

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espacio.Luego describió la solidificación, el enfriamiento,la contracción que formó las montañas, el vapor quese condensó para formar los mares, la lenta preparaciónpara la etapa en que se comenzó a representarel inexplicable drama que se llama vida. Sobre elorigen de la vida misma, guardó discreta vaguedad.Señaló que cualquier tipo de vida no pudo presentarsedurante el período de combustión, de modoque tuvo que presentarse posteriormente; comentólas posibilidades en pro y en contra de que los elementosvivos primigenios hubieran llegado de otrosS I R A R T H U R C O N A N D O Y L E70planetas o se desarrollaron localmente a partir delos elementos inorgánicos existentes previamente.Habló de la sutil química de la Naturaleza que, trabajandocon grandes fuerzas durante larguísimosperíodos, podía producir resultados que a nosotrosnos resulta imposible duplicar.Continuó luego hablando de la sucesión de la vidaanimal, comenzando por, los moluscos y las débilescriaturas marinas, luego los reptiles y peces,hasta llegar a una rata-canguro, animal vivíparo yantepasado directo de todos los mamíferos y, presumiblemente,en consecuencia, de todos los asistentesa esa conferencia.Luego habló del desecado de los mares, la apariciónde bancos arenosos, la vida viscosa que se produjoen sus márgenes, las infestadas lagunas, la tendenciade las criaturas marinas a refugiarse en losfondos legamosos, la abundancia de alimentos y laconsecuente proliferación de seres vivientes.-Así llegamos, damas y caballeros, a esa espantosalegión de saurios que todavía nos asustan cuandolas vemos en las rocas de Solenhofen o Wealden,pero que afortunadamente desaparecieron muchoantes de la primera aparición del hombre sobre esteplaneta.E L M U N D O P E R D I D O71-¡No estoy de acuerdo! -gritó alguien en la plataforma.El señor Waldron hizo una pausa, y luego, elevandola voz, repitió lentamente las palabras finalesde su párrafo anterior.

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-Desaparecieron mucho antes de la primera aparicióndel hombre.-¡No estoy de acuerdo! -repitió la misma voz anterior.Waldron, con expresión sorprendida, recorriócon la mirada la fila de profesores, hasta que descubrióa Challenger, recostado hacia atrás en su silla,con los ojos cerrados y aspecto divertido, comoquien sonríe en sueños-¡Oh, ya veo!, es mi amigo el profesor Challenger.Y con un encogimiento de hombros continuó sudisertación como si ese comentario aclarara todo,pero el incidente no había quedado superado. Cadavez que el desarrollo de su tema parecía conducirnuevamente a la aseveración de que la vida prehistóricahabía desaparecido, el profesor Challengerhacía oír su voz con su disconformidad. La concurrenciacomenzó a anticiparse, y rugir de placercuando esto se producía, hasta el punto de que enS I R A R T H U R C O N A N D O Y L E72varias oportunidades el "no estoy de acuerdo" delprofesor era simultáneamente coreado por las filasde estudiantes.Esto ablandó la fibra de Waldron, a pesar de tratarsede un conferenciante experimentado. Dudó,tartamudeó, se repitió a sí mismo, se enredó en mitadde una frase larga y finalmente se volvió furioso,enfrentando a Challenger.-¡Esto es realmente intolerable! -gritó-. Debo pedirle,profesor Challenger, que suspenda estas ignorantesy poco adecuadas interrupciones.Se produjo un cuchicheo general en la sala. Losestudiantes estaban encantados de ver a los altosdioses del Olimpo científico discutir entre ellos.Challenger se levantó lentamente.-A mi vez, debo solicitarle a usted, señor Waldron,que se abstenga de efectuar afirmaciones queno están estrictamente de acuerdo con los hechoscientíficos.El tumulto que esto produjo se prolongó durantealgunos minutos, tras los cuales Waldron continuó,muy enrojecido y con aspecto beligerante, y dirigiendoairadas miradas a su oponente, cada vez queefectuaba un comentario de la índole de los que habíanmotivado las anteriores interrupciones; pero

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E L M U N D O P E R D I D O73Challenger permaneció silencioso, aparentando unprofundo sueño con la misma ancha, feliz sonrisaen su cara.El resto de la conferencia fue apresurado, inconexo,y finalmente concluyó. El hilo de la disertaciónhabía sido violentamente cortado, y el públicoestaba inquieto, expectante.Waldron ocupó su silla en el estrado y, tras unasfrases de introducción del director del debate, seincorporó el profesor Challenger, quien avanzóhasta el borde de la plataforma.Tomé nota de su discurso, palabra por palabra.-Damas y caballeros -comenzó en medio de unclamoreo en el fondo de la sala-. Perdón, debo decir,damas, caballeros y niños. Ruego se me disculpepor haber omitido -incluir en mis palabras inicialesa una considerable proporción de la concurrencia.Se produjo un tumulto durante el cual el profesorpermaneció con una mano levantada sonriendocomo si esparciera una bendición pontifical a lamultitud.-He sido designado para expresar nuestro agradecimientoal señor Waldron por su imaginativa ypintoresca conferencia. Hay aspectos de la mismacon los que disiento, y consideré mi deber indicarloS I R A R T H U R C O N A N D O Y L E74en cada oportunidad, pero de todos modos, el señorWaldron ha obtenido perfectamente su propósito: elde darnos una relación simple e interesante de loque el considera que ha sido la historia de nuestroplaneta. Los conferenciantes populares son los quemás fácilmente se escuchan, pero, y ruego al señorWaldron me disculpe por ello, debo decir que, pornecesidad, son superficiales y están equivocados, yaque deben graduar su potencial para la comprensiónpor parte de un público ignorante.En estos momentos fue interrumpido por un irónicocoro de expresiones de aplauso.-Los conferencistas populares son, de naturalezaparasitaria. Recurren para obtener fama o dinero, alos trabajos realizados por sus colegas desconocidose indigentes. Basta un hecho controlado en laboratorio,

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un pequeño ladrillo agregado al vastoedificio de la ciencia, para sobrepasar el valor deestas disertaciones populares que transcurren en unahora y no dejan tras de sí nada de valor. No es mipropósito con esto menospreciar al señor Waldronen particular, sino inducir a ustedes a no perder elsentido de la proporción y confundir al acólito conel real secerdote.E L M U N D O P E R D I D O75Al llegar a esta altura de la exposición, el señorWaldron susurró algo al director del debate, que suvez se dirigió a Challenger con expresión severa.-¡Pero basta de esto! -continuó diciendo el profesor-.Quiero referirme a un tema de mayor interés.¿Cuál es el aspecto especial en que yo, como investigadorreal, he manifestado mi desacuerdo conlo que expresaba nuestro conferenciante? La permanenciade ciertos tipos de vida animal sobre la tierra.No hablo de esto como un mero aficionado ni, mehonro en agregar, como un conferenciante popular,sino como alguien cuya conciencia científica lo impulsaa ceñirse a los hechos. Cuando digo que elseñor Waldron está muy equivocado al suponer que,dado que él jamás ha visto un animal del tipo que sellama prehistórico, tales animales no existen. Son,como bien dijo, nuestros antepasados, pero, si mepermite la expresión, son nuestros antepasadoscontemporáneos, que todavía pueden ser admiradoscon toda su imponencia y fealdad si se tiene la energíay temeridad necesarias para buscar sus moradas.Criaturas que se suponen del período jurásico,monstruos que pueden devorar a nuestros mayoresy más feroces mamíferos, todavía existen.S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E76Estas declaraciones de Challenger fueron recibidascon gritos de desaprobación.-Me preguntan ustedes cómo lo sé. Lo sé porquehe visitado guaridas secretas, porque he visto algunosde ellos.Aplausos, rugidos y un grito acusándolo dementiroso.-¿Consideran que miento?El público en general coreó su asentimiento.

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-Oí a alguien llamarme mentiroso. ¿Podría esapersona ponerse de pie para que la conozca?-Aquí está, señor.Y de un grupo de estudiantes fue levantado unhombrecillo diminuto, de anteojos, que luchaba porliberarse.-¿Se atrevió usted a llamarme mentiroso?-¡No, señor! ¡Oh, no!El pobre hombre desapareció como por encanto.-Si alguien en la sala duda de mi veracidad, tendrésumo placer en conversar con él después de estaconferencia.-¡Mentiroso!-¿Quién dijo eso?Nuevamente el inofensivo hombrecillo fue elevadopor los aires. El tumulto se prolongó, y a estaE L M U N D O P E R D I D O77altura de los acontecimientos el profesor había yaperdido el control de sí mismo evidenciado hastaentonces.-Cada gran descubrimiento ha sido recibido conla misma incredulidad, que representa la característicamás saliente de una generación de tontos. Cuandose os presentan datos sobresalientes, carecéis dela intuición e imaginación necesarias para interpretarloscorrectamente y lo único a que atináis es aenlodar a los hombres que han arriesgado sus vidaspara abrir nuevos caminos a la ciencia. ¡Todos losprofetas se han visto perseguidos por tontos devuestro calibre! Galileo, Darwin y yo...La interrupción en este punto fue absoluta, estruendosa.Estas notas que tomé apresuradamente en aquelmomento, dan poca idea del completo caos que erael salón para entonces. El tumulto era de tal magnitudque varias damas se habían visto obligadas aretirarse apresuradamente y algunos graves y reverendosprofesores parecían haberse contagiado delperverso espíritu de los estudiantes, hasta el puntoen que pude ver algunos hombres de blancas barbaslevantarse y agitar los puños en dirección al profeSI R A R T H U R C O N A N D O Y L E78sor Challenger. Se tenía la impresión de estar dentrode un enorme caldero hirviente.

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El profesor se adelantó y levantó ambos brazos,con un ademán tan grandioso, imponente y viril,que la gritería se desvaneció gradualmente.Era evidente que tenía un mensaje definido quetransmitir, y se callaron para oírlo.-No los retendré más. No vale la pena. La verdades la verdad, y el ruido que puedan producir un grupode tontos jóvenes y, lamento tener que agregar,de viejos tontos, no alcanzará a impedir que la verdadtriunfe. Declaro nuevamente que he abierto unnuevo campo para la ciencia, y ustedes lo niegan. Enconsecuencia, quiero someterlos a prueba. ¿Quierenustedes designar a uno o más de vuestro grupo paraactuar como representantes vuestros y acompañarmea verificar mis declaraciones?El señor Summerlee, veterano profesor de anatomíacomparada, se incorporó preguntando si losresultados a que había aludido Challenger los habíaobtenido en oportunidad de su viaje al Amazonas, alo que el profesor asintió.Continué consultando Summerlee si dichos descubrimientostuvieron lugar en las regiones ya visitadaspor Wallace, Bates y otros exploradores deE L M U N D O P E R D I D O79firme reputación científica, y que habrían dejado deobservar los hechos posteriormente establecidospor Challenger.A esto, el profesor repuso comentando que elseñor Summerlee parecía confundir el Amazonascon el Támesis, que aquél era un río bastante másgrande, que al señor Summerlee le interesaría saberque con el Orinoco, con el que se comunica, cubrealrededor de quince mil millas de territorio, y que entan vasto espacio no resulta imposible que una personaencuentre cosas que otros han dejado de ver.Acusando haber captado la ironía de estas frases,el. señor Summerlee manifestó estar completamentede acuerdo en cuanto a la diferencia existente entreel Amazonas y el Támesis, que, según aclaró, estribabaprincipalmente en que cualquier cosa que sedijera sobre este río podía ser verificada, mientrasque, en cuanto al Amazonas...-Agradeceré al profesor Challenger nos informesobre la latitud y longitud del territorio en que pueden

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encontrarse animales prehistóricos.-Me reservo tal información por razones dé miúnica incumbencia, pero estoy dispuesto a darla,con las debidas precauciones, a una comisión que seelija entre esta concurrencia. ¿Está usted dispuesto,S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E80señor Summerlee, a integrar tal comisión y verificaren persona mi historia?-Sí, señor. Lo estoy.-Entonces, puedo garantizarle que pondré en susmanos información que le permitirá encontrar el camino.Claro está, no obstante, que dado que el señorSummerlee irá a verificar mis declaraciones, es justoque yo designe a alguien para que verifique las suyas.No quiero ocultar que se encontrarán peligros y dificultadesextraordinarias. El señor Summerlee necesitaráde un colega más joven. ¿Puedo pedir voluntarios?Es así cómo el destino prepara para los hombreslas grandes crisis que los acosan. Nunca pude imaginarmeal entrar en aquel salón que estaba yo envísperas de participar de la más extraña aventuraque pude soñar, pero, ¿no era ésta acaso la granoportunidad de que Gladys había hablado? Gladysme hubiera dicho que me uniera al grupo.Me puse de pie, mientras Tarp Henry a mi ladotiraba de mis ropas.-¡Siéntate, Malone! ¡No te pongas en ridículo!Alcancé a ver que delante de mí, a corta distancia,un hombre alto y delgado, también se habíalevantado, ofreciéndose.E L M U N D O P E R D I D O81-¡Nombres, nombres! -gritaba la concurrencia.-Me llamo Edward Dunn Malone. Soy periodistade la "Gazette". Declaro ser un testizo absolutamentelibre de prejuicios.-Su nombre, por favor -preguntó el presidentedel debate a mi rival.-Soy Lord John Roxton. He estado previamenteen el Amazonas, conozco el terreno y estoy especialmentecapacitado para esta investigación.-La reputación de Lord John Roxton comportistay viajero es, por supuesto, mundialmente conocida-acotó el presidente del debate-, y al mismo

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tiempo sería adecuado contar con un miembro de laprensa en la expedición.-En tal caso -dijo el profesor Challenger- propongoque ambos caballeros sean designados paraacompañar al profesor Summerlee en este viaje parainformar sobre la veracidad de mis manifestaciones.Y así quedó decidida nuestra suerte, entre gritosy aplausos, y me encontré envuelto en la marejadahumana que remolineaba hacia la puerta, aturdidoante la perspectiva de la gran empresa que tan inesperadamentehabía decidido acometer, y me encontréen la calle, caminando solo y con la mente ocupadaen Gladys y hechos heroicos.S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E82De pronto, alguien tomó mi codo. Al volvermeme encontré con los ojos dominantes y llenos dehumor del hombre alto y delgado que también sehabía ofrecido como voluntario.-Señor Malone, buenas noches. Seremos compañerosde aventura, ¿verdad? Me alojo cruzando lacalle. ¿Quiere tener la bondad de brindarme mediahora? Hay algunas cosas de las que necesito seriamentehablar con usted.E L M U N D O P E R D I D O83CAPÍTULO 6EL AZOTE DE DIOSCruzamos los portales del Albany, el famoso alojamientode aristócratas en que habitaba Lord Roxtony, tras recorrer un largo pasillo, mi ocasionalcompañero abrió una puerta y escendió las lucesque iluminaron el amplio cuarto. Desde la puertatuve una general impresión de extraordinario conforty elegancia que aún así mantenían una atmósferade masculina virilidad. En todas partes seapreciaba una agradable combinación del lujo delhombre rico de buen gusto y el descuido de la habitaciónde un soltero. Ricas pieles, brillantes tapicesorientales, dibujos de perros, de caballos de carreras,alternaban con un Fragonard, un Girardet y unTurner. Un remo con los colores de Oxford ornaSI R A R T H U R C O N A N D O Y L E84mentaba la chimenea y a su lado un florete y un parde guantes de boxeo recordaban el hecho de que

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Lord John Roxton había sobresalido en esos deportes.Completaban la decoración varias cabezasde animales cazados por él, incluyendo un extrañorinoceronte blanco.Sin decir palabra, me indicó un sillón, sirvió dosvasos con whisky y soda, de los cuales me alcanzóuno y, mientras me ofrecía un largo y suave habano,tomó asiento delante de mí, observándome atentamentecon inquietos ojos de un azul tan claro comoel de un lago congelado.A través del humo de mi cigarro, contemplé lacara que ya me era familiar por cientos de fotografíaspublicadas en los diarios. La nariz aguileña, lasmejillas hundidas, el cabello castaño oscuro quecomenzaba a ralear, el viril bigote y la pequeña yagresiva barba que adornaba su saliente mentón.Había allí algo de Napoleón III, algo de don Quijote,y más aún, algo que constituye la esencia del caballeroinglés, incisivo y astuto amante de perros,caballos y aire libre. Su cuerpo era delgado, perovisiblemente fuerte. En realidad, muchas veces habíademostrado que pocos hombres eran capaces delos esfuerzos que él podía llevar a cabo. Medía alreEL M U N D O P E R D I D O85dedor de un metro ochenta, pero parecía ligeramentemás bajo debido a la peculiar caída de sushombros.Tal era el famoso Lord John Roxton, que ahoraestaba allí sentado, mordiendo su cigarro y contemplándomeen largo y embarazoso silencio.-Y bien, aquí estamos, mi joven amigo -dijo porfin-. Hemos dado un gran salto. Apostaría a quecuando entró en aquel salón no tenía ni la menoridea de lo que iba a pasar.-Ni por asomo.-Lo mismo me sucedió a mí, y aquí estamos, conel agua al cuello. Hace apenas tres semanas que regreséde Uganda y alquilé una casa en Escocia... Yahe firmado contrato de arrendamiento y todo... Enfin, ganas de buscarme problemas. ¿Y usted? ¿Aqué se debe su interés en esto?-Bueno.. . En cierto modo está dentro de mi trabajo.Soy periodista de la "Gazette".-¡Por supuesto! Recuerdo ahora que lo dijo en el

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momento de ofrecerse como voluntario. De paso,tengo un pequeño trabajo, si quiere usted ayudarme.-Con mucho gusto.-¿No le preocupa correr un cierto riesgo?-¿De qué riesgo se trata?S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E86-Bueno, es Ballinger. ¿Oyó hablar de él?-No.-Pero, mi joven amigo, ¿dónde ha estado ustedviviendo? Sir John Ballinger es el mejor jinete delnorte del país. Con cierto esfuerzo puedo casi igualarloen terreno llano, pero con vallas es supremo.Es un secreto a voces que cuando no se está entrenandobebe fuertemente. Tuvo delirium, tremens elmartes y desde entonces está gritando endiabladamente.Su cuarto está arriba de éste. Los doctoresdicen que todo habrá terminado para él a menosque se le obligue a comer algo, pero está en camacon un revólver bajo la almohada y jura que balearáa quien se le acerque, de modo que sus sirvientesestán en cierto modo de huelga. Es un hueso durode roer, pero no podemos permitir que un ganadordel Grand National muera de esa manera.-;.Y qué se propone usted hacer?-Mi idea es que entre los dos, lo dominemos. Talvez lo encontremos durmiendo y, de todos modos,él podrá solamente eliminar a uno de nosotros, demanera que el otro puede llevar a cabo lo que proyectamos.Una vez que lo tengamos asegurado, pediremosal médico que venga con una bomba estoEL M U N D O P E R D I D O87macal y le daremos la mejor cena que ha tenido ensu vida.Se trataba de algo extremadamente arriesgado yno me considero un hombre especialmente valiente.Mi imaginación irlandesa hace que lo desconocidose me aparezca más terrible de lo que en realidad es,pero, por otra parte, he sido criado con miedo a parecercobarde. No quiero llegar al extremo de asegurarque, como el huno de los libros de historia, mearrojaría por un precipicio si se pusiera en duda mivalor, pero el orgullo y el terror a ser marcado comocobarde podrían ser mi inspiración en una situación

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similar. Por eso fue que, si bien mi cuerpo temblabaante la figura del hombre enloquecido por elWhisky en el cuarto de arriba, contesté con la vozmás descuidada que pude obtener de mis torturadascuerdas vocales, que me encontraba dispuesto a hacerlo.Anticipándome a cualquier otro comentariode Lord Roxton acerca del peligro, que hubiera empeoradolas cosas, insistí en que hablar del asuntono lo haría más fácil, de modo que lo urgí a llevarloa cabo.Me incorporé, pero Lord Roxton, con una pequeñarisita confidencial me dio un par de amistosaspalmadas y me obligó, a sentarme nuevamente.S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E88-Muy bien, muy bien, mi joven amigo. Usted servirá.Lo miré sorprendido.-Ya atendí a Jack Ballinger personalmente estamañana. Una bala me perforó la chaqueta. Gracias aDios el pobre tiembla terriblemente y no puedeapuntar como en sus buenos momentos. Le pusimosuna camisa de fuerza y en una semana se pondrábien. Espero que no se haya molestado, pero,entre nosotros, este asunto en Sudamérica me pareceque será cosa difícil y quiero estar seguro de quepodré contar con mis colaboradores; por eso es quehice esto. Quería estar especialmente convencido desu potencial, ya que pienso que en lo que respecta alviejo Summerlee, tendremos que cuidarlo nosotros.De paso tengo que preguntarle una cosa. ¿Es ustedel mismo Malone que representa a Irlanda en rugby?-Así es.-Me parecía recordar su cara. Estuve cuando hizoaquel try contra Richmond. La mejor corrida quevi en toda la temporada. Pero no hemos venido ahablar de deportes sino de nuestro viaje. Aquí tenemosen la primera página del "Times" las fechasde salidas de los barcos. Aquí hay uno que parte conrumbo a Pará el viernes de la próxima semana, deE L M U N D O P E R D I D O89modo que si usted y el profesor pueden arreglarlo,deberíamos tomarlo. ¿Qué tal es usted con un armade fuego en la mano? Pienso que si nuestro amigo elprofesor Challenger no es un loco o un mentiroso,

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necesitaremos de nuestra mejor puntería, pues encontraremosen nuestro viaje las cosas más extrañasque podemos imaginar.Y sin dejar de hablar se acercó a un gran armarioque, al abrirlo, mostró una extensa colección de armas.-Aquí tenemos un arma adecuada, 470, mira telescópica,doble eyector. Es el rifle que usé contralos tratantes de esclavos en el Perú hace tres años.Yo fui el azote de Dios en aquellas regiones. Haymomentos en que cada uno de nosotros debe erigirseen un baluarte en favor de los derechos humanosy de. la justicia, pues si así no lo hiciera, nunca máspodría llamarse a sí mismo hombre. Por eso es quepor mi propia cuenta y decisión, llevé a cabo mipropia pequeña guerra en esos lugares. La declaré, laluché y terminé por mí mismo. Cada una de lasmuescas en la culata indica que hay un tratante deesclavos menos en el mundo.Hizo una pausa para alcanzarme el arma antes decontinuar su discurso.S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E90-En lo que respecta al profesor Challenger, ¿quésabe usted de él?-Recién lo conocí hoy.-Bueno..., lo mismo me sucede a mí. Es curiosoque ambos tengamos que partir con instruccionessecretas provistas por un hombre que no conocemos.Parece un pajarraco arrogante, poco apreciadopor sus colegas. ¿Cómo es que llegó usted a interesarseen este asunto?Se lo corté en pocas palabras, que escuchó atentamente.Luego recogió un mapa de Sudamérica queextendió sobre la mesa.-Creo cada una de las palabras que dijo Challenger-comentó-. Amo Sudamérica, y la he recorridoen casi toda su extensión. Pudo asegurarle que desdeDarien hasta Tierra del Fuego es la tierra másgrandiosa, rica y magnífica del planeta. La gente nola conoce aún y no se da cuenta de sus posibilidades.En una de las oportunidades en que estuve allíescuché comentarios que concuerdan con la narraciónde Challenger. Tradiciones tribales y narracionesde los indios, pero con algo de verdad detrás detodo, sin duda. Mientras más se conoce la región,

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más dispuesto está uno a admitir que todo es posible.Existen algunos riachos por cuyas costas laE L M U N D O P E R D I D O91gente viaja, pero fuera de ellos todo es tiniebla, todoes desconocido.Y continuó hablando en términos similares durantelargo rato. Era visible que si algún peligro nosesperaba, no podía yo haber encontrado en toda Inglaterraalguien con más sangre fría y valiente disposicióncon quien compartirlos.Aquella noche, preocupado como estaba por todolo que me había ocurrido durante el día, mesenté a charlar con McArdle, el editor de noticias,explicándole toda la situación, que él consideró deimportancia suficiente como para comentarlas lamañana siguiente con Sir George Beaumont, el propietario.Se convino que yo escribiría dando informacióncompleta de mis aventuras, en forma decartas sucesivas a McArdle, y que éstas serían publicadaspor el periódico a medida que fueran recibidos,o retenidas para publicación ulterior, segúndecidiera el profesor Challenger, ya que no sabíamostodavía qué condiciones impondría en tal sentido.Y desde ahora, mis pacientes lectores, no me dirigirémás a ustedes directamente. Desde este momentoen adelante, si es que cualquier continuaciónde esta narración llega a ustedes, será a través delS I R A R T H U R C O N A N D O Y L E92diario que represento. Dejo en las manos del editoresta narración de los hechos que me llevaron a lamás increíble expedición de todas las épocas; así,que si nunca regreso a Inglaterra quedará por lomenos esto, como indicación de cómo se inició todoel asunto. Estoy escribiendo estas últimas líneasen el salón del Francisca", y las remitiré a McArdlepor intermedio del piloto cuando éste deje el barco.En el momento en que Lord John, Summerlee yyo llegamos al puerto, nos alcanzó el profesor Challenger,a la carrera. Nos entregó un sobre cerradocon instrucciones de no abrirlo hasta que llegáramosa Manaos, en el Amazonas, pero no antes deuna fecha y hora determinados, que había escrito enel mismo, y se despidió de nosotros.

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Mientras el barco comienza a alejarse, lo vemossobre el muelle, caminando de regreso a su carruaje.Debo concluir esta carta para entregarla al piloto.Que Dios bendiga a todos aquellos que dejamosatrás, y nos permita regresar a ellos sanos y salvos.E L M U N D O P E R D I D O93CAPÍTULO 7RUMBO A LO DESCONOCIDONo los molestaré con la descripción de nuestroviaje, ni de nuestra semana de permanencia en Pará,salvo para expresar mi reconocimiento por las atencionesde la Compañía Pereira da Pinta en ayudarnosa preparar nuestro equipo. Me referiré brevementetambién a nuestro viaje por río, subiendo porla perezosa, ancha corriente barrosa en un vapor unpoco más pequeño que el que nos llevó a través delAtlántico. Llegamos finalmente a Manaos, dondenos hospedamos en la fazenda del señor Shortman,representante de la Compañía Comercial Británicadel Brasil, en espera del día en que estábamos autorizadosa abrir la carta de instrucciones del profesorChallenger.S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E94Los nativos recibieron con especial entusiasmo aLord John. En estas regiones era muy conocido,como consecuencia de sus aventuras ya comentadas,y su presencia despertó gran interés, si bien los sentimientosque inspiraba iban desde la gratitud de losnativos hasta el resentimiento de aquellos que deseabanexplotarlos y cuyas actividades se habíanvisto coartadas por la intervención de mi actualcompañero de aventuras. Uno de los resultadosútiles de su anterior experiencia, era que podía hablarcon fluidez la Lingoa Geral, el peculiar idiomacon un tercio de portugués y dos tercios de indio,que se habla corrientemente en todo el Brasil.Su conocimiento de la región, de sus peculiaridadesgeográficas y de su historia, sorprendieron inclusoal profesor Summerlee.-¿Qué tenemos en aquella dirección? -solía exclamarseñalando hacia el Norte-. Bosques y pantanos,selva virgen. ¿Quién sabe qué puede ocultarseallí? ¿Y hacia el Sur? Una amplia extensión de bosques

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pantanosos, donde no ha estado jamás elhombre blanco. Lo desconocido nos enfrenta entodas partes. ¿Quién sabe acaso lo que se oculta fuerade las angostas líneas de los ríos? ¿Quién sabeE L M U N D O P E R D I D O95qué es posible en un país como éste? ¿Por qué razónpuede negarse que Challenger diga la verdad?A esto, invariablemente, el profesor Summerleerespondía con expresión sarcástica, mirando a travésde la nube de humo que desprendía su pipa.Además de nosotros tres, la expedición necesitabade ayuda local, y ya habíamos contratado algunoshombres, que jugarían parte importante en los sucesosque relataré.El primero era un negro gigantesco llamadoZambo, que nos fue recomendado en Pará por unacompañía naviera en cuyos barcos había aprendidoa hablar algo de inglés.En Pará también habíamos enrolado a Gómez yManuel, dos mestizos que acababan de llegar desderío arriba con una carga de quebracho. Eran dosindividuos atezados, activos, flacos pero fuertes ynerviosos como panteras. Procedían de la zona queexploraríamos, y esto llevó a Lord John a contratarlos.Además, Gómez hablaba excelente inglés, loque era otro punto favorable.Completaban nuestro personal tres indios mojo,de Bolivia. Al jefe de ellos lo llamábamos Mojo, porel nombre de su tribu, y los otros, dos eran conocidospor José y Fernando.S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E96Tres hombres blancos, dos mestizos, un negro ytres indios constituían la expedición que esperabainstrucciones en Manaos, antes de iniciar singularbúsqueda.Finalmente llegó el día y la hora en que debíamosabrir el sobre.Sobre la mesa, a cuyo alrededor nos sentábamos,estaba el sobre lacrado, en el que se leía: "Instruccionesa Lord John Roxton y sus compañeros; paraser abierto en Manaos el 15 de julio, a las 12 horasexactamente".-Faltan todavía siete minutos -señaló Lord John,

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consultando el reloj.El profesor Summerlee sonrió acerbamente.-¿Qué puede importar si lo abrimos ahora odentro de siete minutos? Esto es una demostraciónmás de la charlatanería, de la tontería absoluta por laque se ha hecho notorio el autor de esas instrucciones.-¡Oh! Bueno. Tenemos que jugar siguiendo todaslas reglas. Es Challenger el que dirige en realidadtodo esto, y sería un mal comienzo no seguir susinstrucciones desde el principio.-¡Un hermoso asunto! -exclamó el profesor-. Meresultaba inaguantable en Londres, pero aquí meE L M U N D O P E R D I D O97parece peor aún. No sé qué contiene ese sobre, y, amenos que sea algo perfectamente definido, estoymuy tentado a tomar el próximo vapor y embarcarmeen el "Bolivia", en Pará. Después de todo, tengotrabajos más importantes que hacer que correr porel mundo para probar que son falsas las declaracionesde un lunático. Y bien, Roxton, creo que ya debeser el momento.-Así es -dijo Lord John..Recogió el sobre y lo cortó con su navaja. Extrajouna hoja de papel plegada, que abrió con todocuidado y extendió sobre la mesa. Estaba en blanco.La dio vuelta. Igualmente en blanco.Nos miramos en sorprendido silencio, que fueroto por una explosiva carcajada del profesor Summerlee.-¿Quieren ustedes otra prueba? El hombre es unconfeso charlatán. Sólo nos queda regresar y desenmascararal impostor...-¡Tinta invisible! -sugerí.-No lo creo -comentó Lord John-. No, no vale lapena tratar de engañarnos. Me atrevo a apostar aque nada fue escrito jamás en este papel.-¿Puedo entrar? -rugió una voz desde la ventana.Una sombra se proyectó sobre el manchón de luzS I R A R T H U R C O N A N D O Y L E98que caía a nuestros pies. ¡Esa voz! ¡Esos anchísimoshombros! Nos incorporamos de un salto con ungrito de sorpresa mientras que el profesor Challengerse nos reunía.Echó hacia atrás la cabeza y permaneció contemplándonos

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con sus ojos intolerantes bajo la insolenciade sus párpados caídos, desde detrás de su barbaasiria.-Me temo que he llegado algunos minutos tarde-dijo consultando su reloj-. Cuando les entregué esesobre, debo confesar, no tenía intención de que ustedesllegaran a abrirlo, ya que me proponía verlosantes de la hora indicada. Me temo que la infortunadademora, debida a un piloto ineficiente y unbanco de arena inoportuno, ha dado oportunidad ami colega para blasfemar.Terminó de entrar en la sala, estrechó mis manosy las de Lord John, saludó con insolente reverenciaal profesor Summerlee y se dejó caer en una silla demimbre que crujió bajo su peso.¿Está todo listo para el viaje?-Podemos partir mañana.-Así lo haremos, entonces. No necesitarán mapasni direcciones ahora, ya que contarán con la inestimableventaja de mi propia guía, tal como me proEL M U N D O P E R D I D O99puse desde el comienzo. El más detallado mapa,admitirán ustedes, hubiera resultado un pobre sustitutode mi propia inteligencia y consejo. En cuantoa mi pequeña treta con ese sobre, resultará claro quelo hice para evitar que se insistiera en que debíaviajar desde el comienzo con ustedes, siendo que enrealidad yo prefería aparecer sólo en el momentopreciso en que resultara necesaria mi presencia,momento que ha llegado ahora. Están ustedes enbuenas manos, y no podrán dejar de encontrar elsitio de destino de la expedición, Desde este momentotomo el mando de la expedición y he de pedirlesque completen los preparativos esta noche, demodo que podamos partir mañana temprano. Mitiempo es extremadamente valioso y sin duda podemos,decir lo mismo del de ustedes, en menorgrado. Me propongo, entonces, acelerar las cosas entodo lo posible, hasta que quede demostrado lo quehan venido a verificar.Y así fue cómo, cuatro días después, nos encontrábamosya navegando en un tributario del Amazonaspor el que, en un par de días, llegamos a unaaldea india donde Challenger dispuso que desembarcáramos,

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despachando de regreso el vapor enque habíamos viajado, ya que, según dijo, prontoS I R A R T H U R C O N A N D O Y L E100encontraríamos algunos rápidos que hacían imposiblela navegación. Privadamente agregó luego quenos aproximábamos al país desconocido y quemientras menos gente supiera de nuestra meta, mejorresultaba para sus intereses personales. Más aún,nos exigió nuestra palabra de honor de que no publicaríamosni diríamos nada que pudiera representaruna clave exacta sobre el destino de nuestroviaje, juramento que también exigió a los sirvientes.En la aldea obtuvimos dos grandes canoas indiasen las que cargamos nuestros efectos, y contratamoslos servicios adicionales de dos indios para ayudarnosen la navegación. Supuse que eran los mismosindios -llamados Ataca e Ipetu- que habían acompañadoal profesor Challenger en su viaje anterior, yse aterrorizaron ante la idea de repetirlo, pero el jefede la tribu tiene poderes patriarcales en estas regiones,de modo que si el trato le resulta conveniente,los hombres de la aldea no tienen posibilidad deelección.De modo que mañana habremos de desapareceren lo desconocido. Esta narración será llevada encanoa y es posible que resulte ser la última informaciónpara aquellos que estén interesados en nuestrodestino. De acuerdo con lo convenido, la he dirigiEL M U N D O P E R D I D O101do a usted, estimado señor McArdle, y dejo a sualbedrío la eliminación, alteración de su texto, o loque desee usted hacer. No tengo ya la menor dudade que el profesor Challenger nos está guiando hacialas más increíbles experiencias de nuestra vida.S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E102CAPÍTULO 8LA AVANZADA DEL NUEVO MUNDOCuando escribí mi última carta, estábamos porpartir de la aldea india donde nos había dejado el"Esmeralda".Debo ahora reiniciar mi informe con malas noticias,ya que la primera situación seria ocurrió esatarde, y pudo haber tenido un final trágico. No me

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refiero, por supuesto, a las incesantes discusionesentre los dos profesores. Se trata esta vez del mestizoque habla inglés, Gómez. Un excelente trabajador,pero a quien aflige el vicio de la curiosidad.Parece ser que se había ocultado cerca de nuestrachoza, donde estábamos discutiendo nuestros planesde acción, y fue descubierto por el negro Zambo,que es fiel coma un perro y participa del odioE L M U N D O P E R D I D O103que todos los de su raza sienten por los mestizos;Zambo lo arrastró a nuestra presencia, a lo queGómez extrajo un cuchillo y, de no ser por la extremadafortaleza de su apresador, que le permitiódesarmarlo con una sola mano, con toda seguridadlo hubiera apuñalado. Cerramos el asunto con unaenérgica reprimenda y obligándolos a estrecharse lasmanos, y esperamos que en el futuro todo siga bien.En cuanto a la discusión entre los profesores, hede admitir que Challenger es extremadamente provocador,pero Summerlee tiene una lengua ácida queindudablemente empeora la situación. La noche pasada,Challenger manifestó que no le agradaba caminarpor el Embankment y mirar río arriba, ya quesiempre es triste observar nuestro destino final: se lerefería, por supuesto, a la seguridad de que será sepultadoen la Abadía de Westminster. Summerlee lecontestó con amarga mueca que él tenía entendidoque la prisión de Millbank había sido demolida. Lavanidad de Challenger es demasiado colosal parapermitirle molestarse por tal respuesta. Se limitó asonreír con petulancia repitiendo: "Así es, así es" enel tono e uno se dirige a un chiquillo.El día siguiente comenzamos nuestro viaje. Todonuestro equipo cabía perfectamente en las dos caSI R A R T H U R C O N A N D O Y L E104noas, y dividimos nuestro personal de modo de ubicara seis en cada una, con la obvia precaución deque cada uno de los profesores viajara en distintaembarcación.Durante dos días viajamos corriente arriba porun amplio río, de varios centenares de metros deancho, oscuro pero transparente hasta el punto deque resultaba visible el lecho. En dos oportunidades

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nos encontramos con rápidos que nos obligaron aacarrear nuestros enseres cerca de media milla hastaevitarlos. Los bosques en ambas orillas están formadospor árboles de primera vegetación, que loshace más fácilmente penetrables que si se tratara derecrecimiento de desmontes. Jamás podré olvidar lasolemne magnificencia de esa selva. La altura y dimensionesde esos troncos excedían todo lo que yo,en mi mentalidad de hombre de las ciudades, podíajamás haber imaginado. Allá se elevaban, hacia lasalturas, en forma de magníficas columnas, hasta llegara una enorme distancia sobre nuestras cabezas,donde apenas alcanzábamos a ver el punto en quesus ramas se abrían de manera de curvas góticas quesostenían un techo de verdor a través del cual el solera apenas adivinado por la presencia de los pocosrayos que alcanzaban a filtrarse entre el follaje.E L M U N D O P E R D I D O105Al amanecer, tanto como a la puesta del sol losmonos aulladores y las cotorras dejaban oír sus alaridos,pero durante las calurosas horas del día sóloel zumbido de los insectos, remedando el ruido deuna distante marejada, llenaba nuestros oídosmientras que nada se movía entre las solemnes vistasde estupendos troncos perdiéndose en la oscuridadque nos rodeaba.A pesar de eso había indicaciones de que la vidahumana no se encontraba ausente de aquellos parajes.El tercer día de viaje oírnos un extraño, profundoretumbar, rítmico y solemne. Los dos botes surcabanel centro del río a poca distancia uno del otro,y nuestros indios se inmovilizaron, como si se tornarande bronce, escuchando intensamente con expresiónde terror.-¿Qué es eso? -pregunté.-Tambores -explicó Lord John-. Tambores deguerra. Los he oído con anterioridad.-Así es, señor. Tambores de guerra -confirmó elmestizo Gómez-. Indios salvajes, bravos, no mansos.Nos vigilan todo el viaje. Nos matarán si pueden.En la tarde de aquel día, por lo menos seis o sietetambores sonaban en otros tantos puntos a nuestroS I R A R T H U R C O N A N D O Y L E106

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alrededor. A veces con rapidez, lentamente otras.Un redoble vibrante y agudo desde el este, al queseguía otro grave, profundo, desde el norte. Algoindescriptible, amenazador y torturante se insinuabaen aquel constante sonido. Parecía repetir la frase deGómez: "Los vamos a matar si podemos... Los vamosa matar si podemos". Toda la paz y tranquilidadde la naturaleza en reposo se mostraba anuestro alrededor, en aquella oscura cortina de vegetación;pero desde más allá, detrás de la arboleda,se repetía el mensaje. "Los vamos a matar si podemos"decía el tambor del este. "Los vamos a matarsi podemos" repetía el del norte.Todo el día retumbaron los tambores, mientrasque la amenaza mostraba sus efectos en las caras denuestros compañeros de viaje.Aquella noche detuvimos nuestras canoas en elcentro del río, con grandes piedras a manera de anclas,y efectuamos todos los posibles preparativospara defendernos de cualquier ataque. No obstante,al romper el día continuábamos sin novedad y proseguimosviaje, mientras que el redoble de tamboresmoría a nuestras espaldas.Alrededor de las tres de la tarde llegamos a unrápido de pronunciada corriente y casi una milla deE L M U N D O P E R D I D O107largo, que era el mismo en el que el profesor Challengerhabía sufrido el desastre de su primer viaje.Confieso que el verlo me consoló, pues era realmentela primera corroboración directa, somera ytodo como resultaba, de la verdad de su narración.Los indios transportaron las canoas y luego nuestrosenseres a través de la maleza, extremadamenteespesa en este lugar, mientras que nosotros, con lasarmas al hombro, caminábamos entre ellos y cualquierpeligro que pudiera presentarse desde la arboleda.Antes del atardecer habíamos concluido contranquilidad el cruce de los rápidos y continuamosviaje avanzando cerca de diez millas antes de anclarpara pasar la noche. Calculo que ya habríamos recorridomás de cien millas por este afluente del granrío.Al día siguiente, desde el amanecer, el profesorChallenger se mostró extremadamente inquieto, observando

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con atención continuada cada costa delrío. De pronto, señaló un árbol solitario que se proyectabasobre la corriente, en un extraño ángulo.-¿Qué es eso? -preguntó a Summerlee.-Sin lugar a dudas, una palmera Assaí -fue la respuesta.S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E108-Exactamente. Y una palmera Assai es el puntode referencia que seleccioné. El paso secreto estámedia milla río arriba, en la costa opuesta. Ningunaabertura entre la arboleda lo señala. Allí, donde elverde claro de esos juncos reemplaza al verde de laarboleda..., eso es, allí. En ese punto se encuentra mientrada privada al mundo de lo desconocido. Adelante,remen en esa dirección y lo verán.Se trataba realmente de un paisaje de maravilla.Después de remar entre los juncos durante uncentenar de metros, emergimos en una corrienteplácida, de poca profundidad, cuyas transparentesaguas permitían ver el fondo arenoso. Su anchurano excedía una veintena de metros, y en ambascostas lucía la más lujuriante vegetación.Verdaderamente, se trataba de una escena decuento de hadas.Sobre nuestras cabezas se entrelazaba la vegetación,y a través de este túnel de verdor, en la luz doradadel crepúsculo, corría el diáfano río, hermosode por sí pero exaltada su belleza por la calidad tenuede la luz que inundaba toda la escena.Claro e inmóvil como la lámina de cristal, verdecomo el filo de un iceberg, se extendía el río delantede nosotros bajo la frondosa arcada. Cada golpe deE L M U N D O P E R D I D O109remo producía miles de pequeñas ondas que quebrabanla brillante superficie.Era en verdad una adecuada avenida por la cualinternarse en un mundo de maravillas.Todo rastro de los indios había quedado atrás,pero la vida animal era ahora más frecuente, y lamansedumbre de las criaturas demostraba que desconocíanal cazador.Durante tres días recorrimos este túnel de verdeluminosidad. En las rectas largas, apenas podíamosdistinguir donde terminaba el verdor del agua y empezaba

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el verde follaje de la profusa arboleda. Laprofunda paz de este extraño río no mostraba absolutamenteninguna señal de haber sido holladapor seres humanos.-No vienen indios aquí. Temen hacerlo. Curupuri-comentó Gómez.-Curupuri es el espíritu de los bosques -explicóLord John-. Los pobres diablos creen que hay algotemible en esta dirección, y en consecuencia la evitanen sus correrías.El tercer día se hizo evidente que nuestro viajeen canoa no duraría mucho más, ya que la corrienteera cada vez menos profunda. Dos veces en un parde horas nuestras embarcaciones vararon. FinalSI R A R T H U R C O N A N D O Y L E110mente empujarnos lis canoas contra la maleza sobrela costa, y pasamos la noche en tierra firme. En lamañana Lord John y yo caminamos por la costa unpar de millas estudiando la corriente, pero habiendoconfirmado que era aún más playa, regresamos parainformar de ello al resto de nuestros compañeros deexpedición.Ocultamos las canoas marcando el lugar conunos golpes de hacha en los árboles para, poderlocalizarlas a nuestro regreso, distribuimos la cargaentre todos nosotros y, echándonos al hombro lasmochilas, dimos comienzo a la más penosa parte denuestro recorrido.Una infortunada discusión entre nuestros dossabios marcó la iniciación de la nueva etapa. Desdeel momento en que Challenger se nos unió, habíaestado dando órdenes a todos, con evidente descontentode Summerlee. Ahora, al asignarle una tareaa su colega se trataba tan sólo de llevar unbarómetro de aneroide-, éste explotó finalmente.-¿Puedo saber en virtud de qué especial derechose toma usted la libertad de dar estas órdenes? -preguntócon deliberada calma.-Lo hago, profesor Summerlee, como director deesta expedición.E L M U N D O P E R D I D O111-Me veo obligado a informarle que no le reconozcoen ningún modo la condición de tal, señor.

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-¿No me diga? ¿Quiere, entonces, explicarme queestoy haciendo aquí?-Con mucho gusto. Es usted un hombre cuya veracidades cuestionada, y esta comisión tiene porobjeto juzgarla. Es decir, señor mío, que está ustedcaminando entre sus jueces.-¡Perfectamente! -exclamó Challenger sentándoseen una de las canoas-. En tal caso, ustedes desearánproceder de acuerdo con vuestra entera voluntad yyo seguiré mis deseos. Si no soy director de la expedición,no esperarán ustedes que los dirija, por supuesto.Gracias a Dios estábamos allí Lord Roxton y yo,pues de otro modo la petulancia y tontería de nuestrossabios profesores nos habría obligado a regresarsin llegar a nada en nuestro viaje. Después demucho rogar, argumentar y discutir, conseguimosque ambos se pusieran en cierto modo de acuerdo yreiniciamos nuestra interrumpida travesía.Por una afortunada casualidad descubrimos entoncesque tanto Challenger como Summerlee teníanla más pobre opinión del doctor Illingworht deEdimburgo, de modo que desde allí en adelante elS I R A R T H U R C O N A N D O Y L E112zoólogo escocés se convirtió en nuestra válvula deseguridad: cada vez que la situación entre nuestrosdos sabios llegaba a ser demasiado tensa, mencionábamossu nombre y durante largo rato los veíamosen temporaria alianza y amistad en sus insultosy expresiones de desprecio contra el rival común.Avanzando en fila india por la costa de la corriente,pronto descubrimos que se convertía en unmero arroyuelo y finalmente se perdía en una zonade pantanos en los que el barro nos llegaba a lasrodillas, mientras sobre nuestras cabezas zumbabannubes de mosquitos, por lo que nos alegramos deencontrar tierra firme y hacer un rodeo para evitareste pestilente cenagal.Al segundo día después de haber abandonado lascanoas nos encontrábamos en una región de característicastotalmente diferentes. Nuestra camino eraconstantemente ascendente, y los bosques se hacíanmenos cerrados y perdían su exuberancia tropical.Los grandes árboles de la llanura amazónica dabanlugar ahora a palmeras reunidas en aislados grupos,

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con serrada vegetación baja entre ellos.Viajábamos guiados exclusivamente por nuestrabrújula y una o dos veces hubo diferencias de opiniónentre Challenger y los indios, y en esas ocasioEL M U N D O P E R D I D O113nes, citando las indignadas palabras del profesor"todos nos pusimos de acuerdo para confiar en losfalaces instintos de salvajes subdesarrollados en lugarde seguir las directivas del más acabado productode la moderna cultura europea". Pronto sedemostró que habíamos acertado en nuestra decisión,ya que no tardamos en encontrar varios elementosque Challenger admitió reconocer comohitos de su expedición anterior, incluyendo cuatropiedras ennegrecidas por el fuego que señalaban laubicación de un campamento.El camino continuaba ascendiendo y cruzamosuna elevación tachonada de rocas cuya travesía nosllevó dos días. La vegetación continuaba cambiando.Ocasionalmente algún pequeño arroyuelo nosbrindaba sitio para acampar, y en sus aguas pescábamospeces del tamaño y forma de la trucha inglesa,con los que preparábamos nuestras comidas.Al noveno día después de dejar las canoas, y recorridasya cerca de ciento veinte millas, comenzamosa dejar debajo de nosotros a los últimosárboles, que ya eran meros arbustos. Su lugar fueocupado por inmensas extensiones de bambú, quecrecía tan tupido que apenas podíamos atravesarlocortando a machete un paso entre las cañas. Todo elS I R A R T H U R C O N A N D O Y L E114día nos llevó trasponer ese obstáculo, y al oscurecer,recién terminado de cruzar ese cinturón de bambúes,preparamos nuestro campamento para pasarla noche.La mañana siguiente nos encontró ya en pie, dispuestosa continuar la marcha.El paisaje había vuelto a sufrir una transformación.Detrás de nosotros la pared de bambú, tandefinida como si marcará el curso de un río; alfrente, amplia llanura, ligeramente inclinada y punteadacon manchones de helechos arborescentes, elterreno se curvaba hacia arriba hasta terminar en

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una extensa serranía, a la que llegamos cerca delmediodía para descubrir que detrás de ella aparecíaun valle de poca profundidad, que nuevamente seelevaba con suave al inclinación hasta llegar a unalínea de horizonte baja, redondeada. Allí fue donde,mientras cruzábamos la primera de estas colinas, seprodujo un incidente cuya importancia no quierojuzgar.El profesor Challenger, que con los dos indiosformaba la vanguardia del grupo, se detuvo abruptamentey señaló hacia la derecha. Entonces vimos, auna milla aproximadamente, algo que parecía ser ungran pájaro gris aleteando lentamente desde el sueloE L M U N D O P E R D I D O115y planeando suavemente, en un vuelo bajo y recto,hasta perderse entre los árboles.-¿Vieron eso? -gritó Challenger entusiasmado-.Summerlee, ¿vio usted eso?-¿Y qué dice usted que era eso? -preguntó éste asu vez.-Un pterodáctilo; con toda seguridad que es unpterodáctilo.-¡No me diga! -fue la irónica respuesta de Summerlee-.Tan sólo cigüeña...Challenger estaba demasiado furioso para responder.Se echó la mochila al hombro nuevamentey continuó la marcha, pero Lord John se adelantó,con expresión más seria que lo habitual. En sus manos.sostenía un par de prismáticos.-Alcancé a enfocarlo antes que se perdiera entrelos árboles -explicó-, y puedo arriesgar mi reputaciónde cazador a que no es ningún tipo de pájaroque yo haya visto antes en mi vida.Así quedaron las cosas.¿Estamos realmente al borde de lo desconocido?¿Son éstos los puestos de avanzada de este mundoperdido del que habla el director de la expedición?S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E116Les he presentado el incidente tal como ocurrió,y saben ustedes tanto como yo del asunto. Nada quepodamos considerar notable, dado lo poco que enrealidad hemos visto.Ya nuestra meta está a la vista:

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Al trasponer la segunda línea de colinas nos encontramoscon una llanura irregular cubierta de palmeras,y tras ella apareció el acantilado de basaltoque ya había visto en el dibujo, en casa del profesorChallenger.Challenger se contonea como un pavo real, ySummerlee está silencioso, si bien continúa manifestándoseescéptico.Un nuevo día pondrá fin a todas las dudas.Mientras tanto, dado que José insiste en regresar,ya que tiene un brazo muy lastimado por las astillasde bambú, aprovecharé para remitir esta nueva cartaconfiando en que llegue a destino.E L M U N D O P E R D I D O117CAPÍTULO 9ALGO IMPREVISTOCuando terminé de escribir mi anterior carta, indiquéque estábamos cerca de la enorme línea deacantilados que envolvía, fuera de toda duda, la mesetade que había hablado el profesor Challenger.Aquella noche montamos nuestro campamentoal pie de aquel acantilado, en un lugar sumamentedesolado y salvaje. El risco, por sobre nuestras cabezas,no sólo era perpendicular, sino que se curvabahacia afuera, con lo que el pensar en trepar porsus paredes quedaba completamente fuera de cuestión.Cerca se elevaba el pináculo rocoso que creohaber mencionado al comienzo de nuestra narración.Es como una ancha torre de iglesia cuya partesuperior está al nivel de la meseta, pero con un granS I R A R T H U R C O N A N D O Y L E118abismo entre ambas. Tanto el pináculo como la mesetason relativamente bajos, de ciento cincuenta aciento ochenta metros, diría. Sobre el pináculo crecíaun alto árbol.-Allí estaba el pterodáctilo que cacé -mostróChallenger señalando aquel árbol-. Trepé a mitad decamino por el pináculo antes de disparar contra él.Considero que un buen alpinista como yo puedetrepar hasta la cumbre de esa roca, pero no por ellose encontrará más cerca de la meseta que antes.Mientras Challenger hablaba de su pterodáctilo,observé a Summerlee, y por primera vez vi signos

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de cierta credulidad y arrepentimiento. La sonrisaburlona había desaparecido, reemplazada ahora poruna atenta expresión de excitación y sorpresa. Challenger,también lo notó y se extasió en paladear lavictoria. -Por supuesto, profesor Summerlee, quecuando digo pterodáctilo quiero significar cigüeña,sin dudas. Sólo que se trata de una clase especial decigüeñas, sin plumas, cubiertas de cuero, con alasmembranosas y dientes en sus mandíbulas.Sonrió, guiñó los ojos e hizo reverencias hastaque su colega se vio obligado a alejarse.E L M U N D O P E R D I D O119Por la mañana, tras un frugal desayuno, tuvimosun consejo de guerra para establecer el mejor métodode ascender a la meseta.-No creo necesario decirles que en ocasión de mianterior visita agoté el análisis de los posibles mediosde subir -comentó Challenger-. Me consideroun excelente alpinista y no creo que donde yo hayafracasado en tal sentido otros puedan tener éxito.En mi anterior visita, repito, carecía de los elementosnecesarios para ayudarme en una ascensión, ylos he traído ahora, pero ellos sólo me permitiránsubir al pináculo, y no a la meseta. Además, enaquella oportunidad me vi presionado por el tiempo,ya que se aproximaba la temporada de las lluviasy mis provisiones se agotaban, de modo que sólopude explorar cerca de seis millas hacia el este sinencontrar ningún posible camino de ascenso. ¿Quéopinan ustedes sobre nuestra futura actividad?-Aparentemente nos queda un camino -expresoSummerlee-. Si usted exploró hacia el este, debemosseguir el borde del acantilado hacia el oeste en buscade una vía de acceso.-Así es -terció Lord John-. Es posible que estameseta sea relativamente pequeña, de modo que laS I R A R T H U R C O N A N D O Y L E120circundaremos hasta que, o bien encontrarnos unamanera de subir, -o regresamos a este punto.-Ya expliqué anteriormente a nuestro joven amigoque es imposible que exista una manera fácil desubir, pues de tal modo esta meseta no estaría aisladay no se habría visto librada de las leyes generales

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de la evolución. No obstante, admito que puedemuy bien darse la posibilidad de que exista un lugarpor donde un experto alpinista pueda subir, y sinembargo un animal pesado y corpulento no puedadescender. De todos modos, es una realidad indudableque hay un sitio por donde se puede subir.-¿Cómo lo sabe? -fue la incisiva pregunta deSummerlee.Porque mi predecesor, el americano Maple White,realmente llegó a efectuar tal ascención. De otramanera no pudo haber visto al monstruo que dibujéen su cuaderno de apuntes.-Está usted anticipándose a los hechos probados.Admito la existencia de su meseta, pues la he visto,pero no acepto todavía que contenga ninguna formaespecial de vida.-Lo que usted acepte o no es de muy poca importancia.Me alegra observar que finalmente la mesetaE L M U N D O P E R D I D O121haya interferido en su obstinación y se haya hechoaparente a su inteligencia.Challenger miró hacia arriba admirando la mesetacomo si fuera de su propia pertenencia, y depronto comenzó a actuar con excitación. Tomó aSummerlee del cuello, le obligó a levantar la cabezamientras le gritaba que observara algo.Un espeso borde de vegetación sobresalía del límitedel arrecife, y por sobre éste, un objeto negro ybrillante emergía, moviéndose con lentitud. Unaforma de serpiente, enorme, con una peculiar cabezachata en forma de pala.Summerlee había estado tan interesado que permanecióobservando sin resistirse, mientras Challengerle inclinaba la cabeza. Ahora se desprendióde su colega y recuperó la dignidad.-Le agradeceré que en lo sucesivo trate de hacerlas indicaciones que le resulten necesarias sin recurriral expediente de tomarme de la barbilla. Ni siquierala aparición de una muy común pitón de lasrocas justifica tal libertad.-De todos modos, hay vida en esa meseta, y ahora,habiendo demostrado este importante detalle demanera que nadie dude de ello, no obstante cuánobtuso o lleno de prejuicios esté, soy de opinión de

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S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E122que lo mejor que podemos hacer es levantar el campamentoy viajar hacia el oeste hasta que encontremosalgún medio de ascender.El terreno al pie del acantilado era rocoso y quebrado,de modo que nuestra marcha era lenta y dificultosa.Súbitamente, nos encontramos con algoque levantó nuestros espíritus. Era el lugar de unantiguo campamento, con varias Iatas de comida deChicago, una botella con una etiqueta que indicaba"Brandy" un abrelatas roto y una cantidad de otrosdesperdicios similares. Un viejo periódico conservabael título "Chicago Democrat", si bien la fechahabía desaparecido.-No era mío -comentó Challenger-. Debe de haberpertenecido a Maple White.Lord John había estado mirando con curiosidadun gran helecho arborescente que arrojaba su sombrasobre el campamento.-Miren esto -señaló-. Parece que se trata de unindicador o algo en tal sentido.Una astilla de madera dura estaba clavada en eltronco de tal manera que señalaba hacia el oeste.-Ciertamente- concordó Challenger-. Debe seruna guía. Al encontrarse en una situación de peligro,nuestro predecesor dejó esta señal para cualquierE L M U N D O P E R D I D O123partida de rescate que pudiera seguirlo. Es probableque más adelante encontremos nuevas señales similares.En realidad, las encontramos, pero eran de unanaturaleza terrible y casi inesperada. Inmediatamentedebajo del arrecife crecía un considerablegrupo de altos bambúes, similar al que tuvimos queatravesar en nuestro viaje. Muchos de los tallos medíanhasta seis metros de alto, con las puntas afiladasy fuertes, de tal modo que aún en esa posiciónparecían formidables lanzas. Estábamos pasando allado de estos bambúes cuando mis ojos fueronatraídos por algo blanco que brillaba, de modo queaparté algunas cañas para ver mejor, y me encontrécon un cráneo humano. Estaba allí el esqueletocompleto, pero el cráneo se había separado y rodadode modo que quedó a la vista.

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Unos golpes de machete aclararon el lugar permitiéndonosestudiar los detalles de esta vieja tragedia.Apenas unas hilachas quedaban de lo que habíasido ropa, pero sobre los huesos de los pies se veíanrestos de botas, y era fácil estimar que se trataba delos huesos de un europeo. Un reloj de oro, una cadenaque sostenía una estilográfica y una cigarreraS I R A R T H U R C O N A N D O Y L E124de plata con inscripción "a J. C., de A. E. S." completabanlos restos. El estado del metal parecía indicarque la catástrofe había ocurrido no muchotiempo atrás.-¿Quién será? -se preguntó Lord John-. ¡Pobrediablo! Cada hueso de su cuerpo parece haber sidoroto.-Y el bambú crece a través de sus costillas quebradas-señaló Summerlee-. Es una planta de crecimientorápido, pero es inconcebible que este cuerpohaya estado allí mientras las cañas crecían hasta esaaltura.-La identidad de este hombre no es ningún misterio-dijo entonces el profesor Challenger-. Antesde encontrarme con ustedes en la fazenda, efectuéalgunas investigaciones sobre Maple White. En Paráera desconocido, pero afortunadamente contabacon una pista definida. En su libro de apuntes habíaun dibujo que lo mostraba almorzando con ciertoeclesiástico en Rosario. Pude encontrar a ese sacerdotey por él supe que Maple White pasó por Rosariohace cuatro años, es decir, dos antes de que yo loencontrara, y no viajaba solo, sino que lo acompañabaun amigo, un americano llamado James Colver.Creo, en consecuencia, que no debe quedarnosE L M U N D O P E R D I D O125ninguna duda de que lo que aquí vemos son losrestos de James Colver.-Ni puede quedarnos ninguna duda de cómo encontrósu muerte -acotó Lord -John-. Cayó o fuearrojado desde allá arriba, y así quedó clavado en lascañas. De otro modo no pudo haber sido atravesadopor las mismas, con las puntas tan altas sobrenuestras cabezas.Un temeroso silencio nos dominó mientras

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contemplábamos los destrozados huesos y comprendíamoscuán acertado estaba Lord JohnRoxton. El borde del acantilado se proyectabaexactamente sobre las cañas. Era indudable que habíacaído desde allá. Pero... ¿había caído? ¿Se tratabade un accidente?... Ya comenzaban a formarseominosas, terribles posibilidades alrededor de aquellatierra desconocida.Nos alejamos en silencio, continuando nuestraexploración alrededor del farallón, que se mostrabatan uniforme e ininterrumpido como uno de esosmonstruosos campos de hielo antártico que he vistodescriptos como extendiéndose de horizonte a horizontemuy por arriba de los mástiles de los buquesexploradores. Durante cinco millas no encontramosnada, ninguna grieta ni hendedura, y de pronto diSI R A R T H U R C O N A N D O Y L E126mos con algo que nos llenó de nuevas esperanzas.En un hueco de la roca, protegida de la lluvia, habíauna marea de tiza o yeso: una flecha que señalabahacia el oeste.-Maple White nuevamente -comentó el profesorChallenger-. Debe de haber tenido el presentimientode que alguien seguiría sus pasos.Proseguimos durante otras cinco millas y dimoscon otra flecha blanca sobre las piedras, en un sitioen que el acantilado mostraba una grieta, la primeraque veíamos. Dentro de esa grieta una segunda marcaseñalaba hacia arriba, con el extremo algo elevadocomo si el punto indicado estuviera sobre elnivel de nuestras cabezas.Era un lugar solemne, pues las paredes eran gigantescasy la pequeña línea de cielo azul arriba seveía angostada y oscurecida por una doble orla devegetación, con lo que al fondo llegaba apenas unpoco de luz, suave y difusa.No habíamos probado bocado hacía ya tiempo, yestábamos sumamente fatigados por el viaje, peronuestro estado nervioso nos impedía detenernos.Ordenamos a los indios que montaran el campamentoy partimos con los dos mestizos a explorar elangosto pasadizo.E L M U N D O P E R D I D O127

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Tenía cerca de cinco metros en la entrada, perorápidamente se angostaba hasta terminar en un ánguloagudo, demasiado recto y liso para un ascenso.Con seguridad que no era éste el lugar que señalabala flecha de Maple White. Regresábamos ya cuandolos experimentados ojos de Lord John dieron conlo que buscábamos. Por sobre nuestras cabezas entrelas oscuras sombras, se veía un círculo aún másnegro. Ciertamente se trataba de la abertura de unacaverna.La base del acantilado estaba cubierta de, piedrasmenores, y fue difícil trepar, con lo que disipamosnuestras dudas. No sólo se trataba de una abertura,sino que al lado de la misma vimos nuevamente laseñal de Maple White.Este era el sitio que buscábamos, y por aquí MapleWhite y su infortunado compañero de viaje habíanascendido.Estábamos demasiado excitados para regresar alcampamento. Debíamos efectuar en seguida nuestraprimera exploración. Lord John tenía una linternaeléctrica en su mochila, y con esa luz tendríamosque arreglarnos. Avanzó iluminándose con el pequeñocírculo de luz amarillenta, y nosotros le seguimosen fila india pegados a sus talones.S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E128Era evidentemente una caverna producida por laerosión de las aguas, de paredes lisas y con el fondocubierto de cantos rodados. Permitía el paso de unhombre por vez, y siempre que se agachara un poco.Durante una veintena de metros se mantuvo recta,pero luego comenzó a elevarse hasta el punto enque nos encontramos trepando sobre manos y rodillasentre pedrezuelas que resbalaban. De pronto,una exclamación de Lord Roxton interrumpió elsilencio en que avanzábamos.-¡Está bloqueada!Apiñándonos detrás de él, pudimos ver que unapared de basalto se extendía delante de nosotros.En vano nos esforzamos en sacar algunas de laspiedras. Lo único que conseguimos fue permitir quelas rocas mayores se movieran y amenazaran concaer y aplastarnos. Era evidente que el obstáculo sobrepasabanuestras posibilidades.

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El camino por el que Maple White había subidoya no era utilizable.Demasiado descorazonados como para conversar,regresamos por el oscuro túnel y volvimos alcampamento.E L M U N D O P E R D I D O129No obstante, antes que saliéramos de la grieta,ocurrió un incidente que es de interés recordar envista de lo que sucedió más tarde.Nos habíamos reunido en un pequeño grupo alpie de la garganta, a unos metros debajo de la cueva,cuando una gran roca descendió a gran velocidad,pasando a muy poca distancia. No pudimos ver dedónde venía, pero los dos mestizos, que estabantodavía en la boca de la caverna, dijeron que habíapasado al lado de ellos también, y, en consecuencia,debía proceder de la cima. Observamos atentamente,pero no vimos ningún signo de movimiento en laverde maraña que asomaba en la cumbre del acantilado.Sin embargo, no quedaba ninguna duda de quela piedra había sido dirigida a nosotros, con lo queel incidente daba la pauta de existencia de humanidadsobre la meseta..., de una humanidad malévola.Nos alejamos apresuradamente, con nuestrasmentes ocupadas en considerar este nuevo aspectode la situación. Las cosas ya eran difíciles, pero siahora agregábamos a los inconvenientes que nosoponía la naturaleza aquellos otros que surgían de ladeliberada oposición de algunos hombres, nuestrocaso se hacía realmente desesperado.S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E130A pesar de ello, al mirar el hermoso borde de vegetaciónque coronaba el acantilado, ninguno de nosotrospodía concebir la idea de regresar a Londressin haber, explorado sus profundidades.Decidimos continuar nuestra investigación tratandode dar la vuelta completa a la meseta, en procurade otra vía de acceso.Aquella misma noche nos esperaba una nuevaexperiencia que concluyó con cualquier duda quepudiéramos haber tenido sobre las maravillas queexistían tan cerca de nosotros.Lord John había cazado un agutí -un pequeño

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animal parecido a un cerdo- y después de dar la mitada los indios, estábamos cocinando la otra mitaden nuestro fuego. Era una noche sin luna, pero habíacierta visibilidad a la luz de las estrellas. De repente,desde las sombras de la noche apareció algocon un silbido como el de un aeroplano, nuestrogrupo se vio cubierto por un instante como por undosel de alas de cuero, y tuve una momentánea visiónde un largo cuello, como de serpiente, ferocesojos rojos y un gran pico lleno, para mi sorpresa, debrillantes dientes. Un segundo después aquello habíadesaparecido... con nuestra cena. Una enormesombra, de más de cinco metros de ancho, se elevóE L M U N D O P E R D I D O131en el aire. Por un instante las alas del monstruo cubrieronlas estrellas y luego desaparecieron en elborde del acantilado. Permanecimos rodeando elfuego en silencio, sorprendidos como los héroes deVirgilio cuando las Arpías cayeron sobre ellos.Summerlee fue el primero en hablar.-Profesor Challenger, le debo mis excusas. Mesiento profundamente confuso y le ruego quiera disculparlo que hubo entre nosotros en el pasado.Por primera vez, los dos hombres estrecharonsus manos. Esto habíamos ganado con la visión denuestro primer pterodáctilo. Había costado la pérdidade una cena reunir a los dos sabios.Pero si en la meseta existía vida prehistórica, noera en cantidades superabundantes, ya que durantelos días siguientes liada vimos. Atravesamos un estérilterritorio en que alternaba el desierto de piedracon desolados pantanos.Al sexto día completamos la circunvolución delacantilado y nos encontrábamos en nuestro primercampamento, al lado del pináculo aislado, convencidosahora de que no existía ser humano capaz desubir, ahora que el camino señalado por MapleWhite resultaba impracticable.S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E132Pero la mañana siguiente, el profesor Challengerse nos reunió en la mesa del desayuno con aspectoentusiasta.-¡Eureka! -exclamó, brillando sus dientes bajo la

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barba al sonreir-. Caballeros, pueden felicitarme yfelicitarse. El problema está resuelto.-¿Ha descubierto una vía de ascenso?-Me atrevo a decir que sí.-¡Dónde?Se limitó a señalar el pináculo, a nuestra derecha.No lo comprendimos. Teníamos cierta seguridadde poder trepar a su cumbre, pero entre ésta y lameseta se abría un horrible abismo.-Nunca podremos cruzar...-Por lo menos podemos llegar allá arriba. Cuandoestemos allí espero poder demostrarles que losrecursos de una mente inventiva nunca se agotan.Después del desayuno desembalamos los implementosde alpinismo que había traído el profesorChallenger. Un rollo de soga de casi cincuenta metrosde largo, hierros, grampas y otros objetos. LordJohn era un alpinista experimentado y el profesorSummerlee también había efectuado algunos ascensos,de modo que el único novicio era yo, pero miE L M U N D O P E R D I D O133fuerza y agilidad reemplazarían mi falta de experiencia.No fue en realidad tarea ardua, si bien por momentosmis cabellos se erizaron. La primera mitadde la ascensión fue relativamente fácil, pero desdeallí en adelante la ladera era cada vez más empinada,de modo que en los últimos quince metros estábamosliteralmente colgando de nuestras manos y pies,apoyándonos en pequeños huecos de la roca. NiSummerlee ni yo hubiéramos llegado si el profesorChallenger no hubiera trepado a la cumbre paradesde allí ayudarnos con la soga, que ató alrededorde un árbol.La primera impresión que recibí una vez recobradoel aliento, fue la extraordinaria vista que desdeallí se tenía del territorio que habíamosatravesado. En primer plano, la suave ladera sembradade rocas y salpicada de helechos arborescentes;un poco más allá, el amarillo y verde de la masade bambúes que habíamos tenido que cruzar y luegola vegetación, cada vez que se extendía hasta dondepodían llegar los ojos.Estaba yo embebido en este maravilloso panorama,cuando la fuerte mano del profesor Challenger

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me tomó del hombro.S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E134-Hacia aquí, mi joven amigo. Nunca mire haciaatrás, sino hacia nuestra gloriosa meta.Al volverme, constaté que el nivel de la mesetaconcordaba con el que habíamos alcanzado al subiral pináculo, y los verdes grupos de arbustos, conalgunos árboles mayores, estaba tan cerca que eradifícil admitir que continuaba siendo inaccesible.Me así al árbol para inclinarme sobre el bordedel pináculo. Allá abajo se veían las pequeñas, oscurasfiguras de nuestros sirvientes, mirando en nuestradirección. La pared era perfectamenteperpendicular, como aquella que se veía enfrente,correspondiente a la meseta.-Realmente curioso... -oí que decía el profesorSummerlee.Lo miré, y vi que examinaba con gran interés elárbol a que yo estaba tomado. La suave corteza yaquellas pequeñas hojas nervadas me resultaron familiares.-¡Es una haya!-Exactamente. Un compatriota en esta tierra distante.-No sólo un compatriota, sino un aliado de granvalor -señaló Challenger-. Este árbol será nuestrosalvador.E L M U N D O P E R D I D O135-¡San Jorge! -exclamó Lord John-. ¡Un puente!-Exactamente. Anoche pasé horas pensando ennuestra situación y pensé en la posibilidad de contaraquí arriba con elementos para construir un sustitutode puente entre este pináculo y la meseta. ¡Heloaquí!Era -realmente una brillante idea. El árbol medíafácilmente una veintena de metros de alto y si conseguíamoshacer que cayera sobre el abismo constituiríaun excelente puente. Challenger había recogidoel hacha del campamento al partir, y ahora mela alcanzó.-Nuestro joven amigo tiene los músculos y nerviosnecesarios, y es el más apto para esta tarea. Deborogarle, no obstante, que tenga especial cuidadoen seguir nuestras instrucciones.Bajo su dirección, efectué en el tronco los cortes

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que asegurarían que el árbol cayera en la direcciónadecuada. Ya estaba inclinado naturalmente hacia lameseta, de modo que no era tarea difícil. Me apliquéa la tarea, en la que me secundó de vez en cuandoLord John, y en poco más de una hora se oyó unfuerte crujido, el árbol se balanceó y cayó hundiendosus ramas entre los arbustos de la meseta. Eltronco giró hasta el borde mismo de nuestra plataSI R A R T H U R C O N A N D O Y L E136forma, y por un terrible segundo pensamos que todosnuestros trabajos se verían defraudados, peromantuvo su equilibrio a pocos centímetros del borde,y allí quedó nuestro puente hacia lo desconocido.Todos nosotros, sin decir palabra, estrecharnosla mano del profesor Challenger.-Reclamo el honor de ser el primero en cruzar-dijo éste, y se aproximó al árbol, pero fue contenidopor Lord John.-Lo siento, pero no puedo permitirlo.-¿Que no puede usted permitirlo? ¿Y por quéno?-En cuestiones científicas, sigo su consejo, peroéste es mi departamento, y en consecuencia, consideroque ustedes deben seguirme.-¿Su departamento?-Todos tenemos nuestras profesiones, y la delsoldado es la mía. De acuerdo con mi enfoque, estamosinvadiendo un nuevo país que puede estarlleno de enemigos de toda especie. No es sensatoentrar allí ciegamente.Challenger consintió, encogiéndose de hombros.-Y bien, ¿qué se propone usted realizar, entonces?E L M U N D O P E R D I D O137-Por lo que sabemos, puede haber una tribu decaníbales esperándonos entre esos arbustos. Esmejor pensar un plan antes de ir a meternos en sucacerola. Nos satisfaremos pensando que no encontraremosdificultades, pero actuaremos como silas hubiera. Malone y yo descenderemos nuevamentey volveremos a subir, esta vez con los riflesasí como con Gómez; y los otros. Un hombre puede,entonces, cruzar el puente mientras el resto denosotros lo cubrimos con las armas prontas, hasta

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que vea por sí mismo que los demás podemos cruzarcon seguridad.A pesar de la impaciencia de Challenger así lo hicimos.En poco más de una hora estábamos de regresocon armas, municiones y provisionessuficientes para algunos días en previsión de quenuestra exploración fuera prolongada.-Y ahora, profesor Challenger, si usted realmenteinsiste en ser el primero en cruzar... -ofreció LordJohn.A regañadientes agradeció el profesor la oportunidadque se le brindaba, ya que jamás vi un hombremenos dispuesto a aceptar autoridad de otros, y,sentándose sobre el tronco, con el hacha a la espalda,avanzó en breves saltos hasta llegar, en cortoS I R A R T H U R C O N A N D O Y L E138tiempo, al borde de la meseta. Se incorporó y agitólas manos en el aire.-¡Por fin! -gritó-. ¡Por fin!Le observé ansiosamente, con cierta vaga expectativade algo terrible, pero todo estaba tranquilo y,excepto por un pájaro multicolor que voló desdecasi sus pies, nada se movía entre la arboleda.Summerlee fue el segundo. Me maravilló una vezmás la energía que encerraba su pequeño cuerpo. Insistióen llevar dos rifles a su espalda, de modo queambos profesores estuvieran armados cuando él llegaraal otro lado. Yo le seguí tratando de no mirar alhorrible abismo que se abría a mis pies. En cuanto aLord John, caminó por sobre el tronco, sin sostenerse.¡Ese hombre tenía nervios de acero!Habíamos caminado unos pocos metros cuandoolmos un fuerte ruido a nuestras espaldas. Inmediatamentecorrimos todos hacia donde habíamosvenido, y nos encontramos con que el puente habíadesaparecido. ¿Había cedido el borde de la plataformabajo el peso del árbol? Por un momento pensamosen esta explicación, pero en seguida vimos lacara de Gómez observándonos desde el lado másdistante del pináculo, pero no ya con la suave sonrisay la expresión inconmovible. Era ahora unaE L M U N D O P E R D I D O139máscara de odio con la salvaje alejería de la venganza

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satisfecha.-¡Lord Roxton! ¡Lord John Roxton! -gritó.-Sí. Aquí estoy -repuso nuestro compañero.Un grito de alegría se dejó oír desde el ladoopuesto del abismo.-¡Claro que está allí, perro inglés! ¡Y allí se quedará!He esperado y esperado hasta tener estaoportunidad, y aquí estamos. Le resultó difícil llegarallí, y más aún le resultará salir. ¡Malditos tontos,están atrapados!Estábamos demasiado sorprendidos para hablar.Tan sólo podíamos mirar asombrados. La cara deGómez desapareció, pero a poco volvió a surgir,más frenética aún su expresión.-Casi lo matamos con una piedra en la caverna,pero esto es mejor. Es más lento y más terrible.Vuestros huesos se blanquearán allí arriba y nadiesabrá dónde están para venir a cubrirlos. En el momentoen que esté muriendo, piense en López, aquien mató usted hace cinco años en el río Putomayo.Yo soy su hermano y, no importa lo que me pase,moriré tranquilo, pues su memoria ha sidovengada.S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E140Una mano furiosa se agitó amenazadora, y luegotodo fue tranquilidad.Si el mestizo se hubiera contentado con cumplircon su venganza y escapar, todo le hubiera salidobien, pero su tonto, irresistible impulso latino dedramatizar, le llevó a su fin. Roxton, el hombre quese había adjudicado el mote de Azote del Señor entres países, no era alguien a quien se podía vituperara salvo. El mestizo estaba descendiendo por el ladoopuesto del pináculo, pero antes de que llegara atierra Lord John corrió hasta un punto de la mesetadesde donde podía verlo. Se oyó un solo disparo desu rifle y, si bien no vimos nada, alcanzamos a oír elgrito y luego el distante ruido sordo del cuerpo quecaía. Roxton se nos reunió con expresión pétrea.-He sido un estúpido -comentó amargamente-.Mi idiotez los ha traído a todos ustedes a esta difícilposición. Debía haber recordado que esta gente tienelarga memoria para este tipo de cosas y no tendríaque bajar la guardia.

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Ahora que teníamos la clave de los movimientosde Gómez, comenzamos a recordar: su constantedeseo de saber nuestros planes, su arresto fuera denuestra tienda cuando trataba de escucharnos, lasfurtivas miradas de odio que de vez en cuando sorEL M U N D O P E R D I D O141prendimos... Estábamos todavía comentándolocuando una escena al pie de la meseta llamó nuestraatención.Un hombre en ropas blancas, que sólo podía serel otro mestizo, corría como quien es perseguidopor la Muerte. Pocos metros más atrás, lo hacíanuestro fiel Zambo. En el momento en que mirábamos,éste se arrojó contra el perseguido y le rodeóel cuello con sus potentes brazos. Rodaronjuntos por el suelo y un instante después Zambo seincorporó, miró al hombre postrado y, agitando lasmanos en nuestra dirección, se acercó al pie de lameseta.Los dos traidores habían desaparecido, pero elmal que nos habían hecho los sobrevivía. Habíamossido habitantes, del mundo. Ahora éramos de la meseta.Dos cosas completamente distintas, absolutamenteseparadas. Allá estaba la llanura por la quellegaríamos a las canoas, y más allá, trasponiendo elneblinoso horizonte, la gran corriente que nos llevaríade regreso a la civilización. Pero el eslabón entrenosotros y ese mundo había desaparecido. Un instante,y había quedado alterada totalmente la condiciónde nuestra existencia.S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E142Fue entonces cuando tuve la completa noción deltemple de mis camaradas de aventuras. Estaban graves,es cierto, y pensativos, pero evidenciando invencibleserenidad. Esperamos entre los arbustos,hasta que la hercúlea figura de Zambo emergió en lacumbre del pináculo.-¿Qué puedo hacer? ¡Díganmelo, y lo haré! ¡Loque sea! -gritó.Era una pregunta más fácil de formular que deresponder. Sólo una cosa estaba en claro. El constituíanuestro único vínculo con el mundo exterior.De ningún modo podía alejarse de allí.

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-No los dejaré. Cualquier cosa que pase, me encontraránustedes aquí. Pero no puedo retener a losindios. Están asustados. Dicen que Curupuri viveaquí y quieren volver a sus casas. Ahora que ustedesno están, no podré retenerlos.-¡Haz que se queden hasta mañana, Zambo! -legrité-. ¡Así podré enviar una carta por intermedio deellos!-¡Muy bien, señor! Le prometo que esperaránhasta mañana. Pero, ¿qué puedo hacer ahora por ustedes?Era mucho lo que necesitábamos de él, y lo cumplióadmirablemente. Ante todo, bajo nuestras diEL M U N D O P E R D I D O143rectivas, desató la soga del tocón del árbol y nosarrojó un extremo. No era mucho más gruesa queuna soga de colgar ropa, pero, si bien no nos servíapara utilizarla a modo de puente, podría resultarnosde utilidad en caso de que tuviéramos que trepar.Luego aseguró el extremo de la misma el bulto conprovisiones que habíamos subido, y conseguimosdeslizarlo hasta nosotros, con los que nos hacíamosde medios para sobrevivir por lo menos duranteuna semana, aun cuando no encontráramos elementosque nos permitieran abastecernos, Finalmentedescendió y llevó hasta la cumbre delpináculo dos paquetes más de distintas cosas unacaja de municiones y gran cantidad de otros elementosde los que nos hicimos arrojándole la soga yrecogiéndola otra vez. Ya comenzaba a oscurecercuando descendió finalmente, asegurándonos queretendría a los indios hasta el día siguiente.S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E144CAPÍTULO 10SORPRESA TRAS SORPRESACosas increíbles nos han sucedido y continúanproduciéndose. Todo el papel que nos queda consisteen cinco viejas libretas de apuntes y no tengomás que esta estilográfica, pero mientras pueda movermi mano continuaré anotando nuestras experienciase impresiones, ya que, dado que somos losúnicos hombres en toda la humanidad que vemostales cosas, es de enorme importancia que quedenanotadas mientras se mantienen frescas en mi memoria

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y antes que el destino que constantementenos amenaza llegue a terminar con nosotros. Tantosi Zambo puede finalmente llevar estas cartas hastael río, o si por alguna casualidad yo mismo puedollevarlas conmigo, o, finalmente, si algún audaz exEL M U N D O P E R D I D O145plorador, siguiendo nuestros pasos tal vez con laayuda de un monoplano perfeccionado, encuentreeste fajo de manuscritos; de cualquier modo, trataréde que lo que estoy escribiendo llegue a ser un clásicode la literatura de aventuras de la vida real.La mañana siguiente al día en que quedamosatrapados en la meseta por la villana acción de Gómez,comenzó una nueva etapa en nuestras experiencias.El primer incidente no conducíaprecisamente a que me formara una idea agradabledel lugar en que nos encontrábamos. Al despertarme,vi que sobre mi tobillo había una gran uva purpúrea.Asombrado, me incliné para recogerla y sentíhorror vi que al tomarla entre mis dedos reventabaesparciendo sangre. Mi grito de desagrado atrajo alos dos profesores.-Muy interesante -dijo Summerlee inclinándosesobre mi pierna-. Una garrapata gigantesca y, hastadonde puedo recordar, no clasificada aún.-Los primeros frutos de nuestro esfuerzo -señalóChallenger en su habitual manera pedante de hablar-.No podemos menos que llamarla Ixodes Maloni.El pequeño inconveniente de sufrir la picadura severá ampliamente compensado, estoy seguro, con elglorioso privilegio de inscribir su nombre en el inSI R A R T H U R C O N A N D O Y L E146mortal catálogo de la zoología. Lamentablementeusted reventó este hermoso espécimen en el momentode saciedad.-¡Bicho sucio! -rezongué.El profesor Challenger levantó sus pobladas cejascon expresión de protesta, y apoyó una de susmanos sobre mi hombro.-Debe usted cultivar el ojo científico, y la objetivamente científica. Para un hombre de temperamentofilosófico la garrapata, con su probosis alacentada ysu estómago extensible es una obra de arte de la naturaleza

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como lo es el pavo real o la aurora boreal.Me apena oírle hablar de modo tan poco científico.Sin duda, con debida asiduidad conseguiremos otroejemplar.-Sin lugar a dudas -comentó Summerlee-. Uno deellos acaba de desaparecer debajo del cuello de sucamisa.Challenger saltó gritando como un toro, tirandofrenéticamente de su camisa, mientras la risa nos impedíaa Summerlee y a mí ayudarlo. Finalmente conseguimosdescubrir su monstruoso pecho. Su cuerpoestaba totalmente recubierto de negro vello,formando una tupida maraña de entre la cual conseguimosextraer la garrapata antes que lo picara, peroE L M U N D O P E R D I D O147los arbustos de los alrededores estaban llenos deaquellos horribles bichos de modo que decidimoscambiar a ubicación del campamento.Antes de hacerlo resultaba necesario hacer arregloscon el fiel negro, que en esos momentos aparecíaen el pináculo con una cantidad de latas de cacaoy bizcochos, que nos arrojó. Le indicamos que retuviera,de nuestras provisiones allá abajo, lo necesariopara subsistir durante dos meses, y que el restose lo entregara a los indios en pago de sus serviciosy por llevar nuestras cartas hasta el Amazonas. Algunashoras después los vimos alejarse sobre la llanura,con bultos sobre la cabeza, siguiendo elcamino por el que habíamos llegado. Zambo ocupónuestra pequeña tienda de campaña en la base delpináculo y allí se estableció, nuestro único vínculocon el mundo exterior.Cumplido esto, iniciamos nuestra actividad en lameseta. Cambiamos de ubicación el campamento,alejándonos de los arbustos cargados de garrapatas,y lo trasladamos hasta un pequeño claro rodeado deárboles, en el que había grandes rocas chatas en elcentro con un excelente pozo de agua cerca, y allínos establecimos.S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E148Nuestro primer cuidado fue hacer una lista denuestras provisiones, de modo que pudiéramos sabercon qué contábamos. Con las cosas que habíamos

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traído personalmente más lo que nos alcanzóZambo, nos encontrábamos bastante bien surtidos.Lo más importante, especialmente en vista de lospeligros que pudieran presentarse, contábamos connuestros cuatro rifles y mil trescientas balas, así comouna escopeta, si bien tan sólo no más de cientocincuenta cartuchos de munición pequeña.Contábamos también con alimentos como paravarias semanas, algunos instrumentos científicos, inclusoun gran telescopio y un buen par de prismáticos.Reunimos todo esto y, como primera precaucióncortamos con nuestra hacha y cuchillos una grancantidad de ramas de los arbustos espinosos denuestro alrededor, las que apilamos en círculo, paraformar nuestro lugar de refugio contra posibles peligrosy almacén para nuestras provisiones.Llamamos a esta precaria defensa “Fort Challenger".Era mediodía antes que concluyéramos nuestrostrabajos, pero el calor no era opresivo, y en generalE L M U N D O P E R D I D O149el aspecto de la meseta, tanto en lo que respecta aclima como a vegetación, era moderado,.Los árboles que nos rodeaban eran especialmentehayas, robles e incluso abedules. Un gran árbolque extendía sus grandes ramas y copioso follajesobre el fuerte que habíamos construido. A su sombracontinuamos nuestra discusión, escuchando lospuntos de vista de Lord John, que había rápidamenteasumido el comando en el momento de acción.-Mientras nadie, ni hombre ni bestia, nos vea uoiga, estaremos a salvo. Ni bien sepan de nuestraexistencia comenzarán nuestras dificultades. Aparentementeno hemos sido descubiertos aún, demodo que debemos mantenernos ocultos por untiempo y espiar a nuestro alrededor, de modo dellegar a conocer a nuestros posibles vecinos antesde tratar de visitarlos.-Pero tenemos que avanzar... -me atreví a señalar.-¡Con toda seguridad que lo haremos! Pero enforma sensata. Nunca nos alejaremos tanto que nonos resulte posible regresar a nuestra base, y porsobre todo, jamás dispararemos nuestras armas amenos que sea cuestión de vida o muerte.-Pero usted lo hizo ayer -puntualizó Summerlee.

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S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E150-Sí, no pude evitarlo. No obstante, el viento erafuerte y soplaba hacia fuera de la meseta. Es pocoprobable que el sonido se haya adentrado mucho. Y,de paso, ¿qué nombre daremos a este lugar? Supongoque nos corresponde a nosotros bautizarlo.Se oyeron varias sugestiones más o menos atinadas,pero la de Challenger fue definitiva.-Puede llevar sólo un nombre: el del pionero quela descubrió. Es la Tierra de Maple White.Y así fue, y así queda designada en el mapa quecomo tarea especial he comenzado a delinear, y asíaparecerá, espero, en los Atlas del futuro.La invasión pacífica de la Tierra de Maple Whiteera nuestra inmediata y urgente tarea. Teníamos yaconocimiento directo de que el lugar estaba habitadopor criaturas desconocidas, concordando nuestraexperiencia con parte de lo anticipado por ellibro de apuntes de Maple White. Además, cabíasuponer la existencia de seres humanos, y de instintoagresivo, según sugería el cadáver empalado enlos bambúes, que no pudo llegar allí de otra maneraque siendo arrojado desde arriba. Nuestra situación,signada por la imposibilidad de huida, rodeada depeligros, hacía que nuestra razón apoyara todas lasmedidas de seguridad que sugería Lord John, peroE L M U N D O P E R D I D O151era imposible pretender que nos mantuviéramos enel borde de este mundo de misterio cuando nuestrasalmas temblaban de impaciencia por actuar.En consecuencia, bloqueamos la entrada denuestro reducto con más ramas espinosas y dejamosnuestro campamento con las provisiones completamenterodeadas por este cerco protector. Luegonos adentramos en lo desconocido lenta y cautamente,siguiendo el curso del arroyuelo que partíadesde nuestro manantial, que siempre podría servirnosde guía para regresar.Apenas habíamos avanzado unos cientos demetros entre la selva en que Summerlee reconocióárboles de especies ya desaparecidas en el mundoexterior, cuando Lord John se detuvo levantandouna mano.

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¡Miren esto! ¡Debe ser la huella del padre de todoslos pájaros!Al decir esto señalaba una marca de tres dedosimpresa en el barro. Cualquiera que fuese la criaturaque la había dejado, había cruzado el pantano y entradoen la selva. Si se trataba realmente de un pájaro,su pie era tanto más grande que el de un avestruzque su tamaño, en la misma escala, debía ser monsSI R A R T H U R C O N A N D O Y L E152truoso. Lord John miró con cuidado alrededor, ypuso dos balas en su rifle de elefantes.-Apuesto mi buen nombre como rastreador aque esta huella es fresca. No hace todavía diez minutosque fue dejada. Miren ustedes cómo el aguatodavía fluye dentro de la parte más profunda. ¡Miren!Aquí hay huellas de otro más pequeño.Efectivamente, huellas más pequeñas de la mismaforma general corrían paralelas a las grandes.-¿Y qué es esto? -preguntó el profesor Summerleeseñalando lo que parecía la impresión de unagran mano de cinco dedos entre las huellas de tres.-¡Wealden! -gritó Challenger extasiado-. Las hevisto en las arcillas de Wealden. Se trata de unacriatura que camina erecta sobre pies de tres dedos yocasionalmente apoya una de sus patas delanterasde cinco dedos sobre el suelo. No es un pájaro, miestimado Roxton, no un pájaro.-¿Un mamífero?-Tampoco. Un reptil: un dinosaurio. Ningún otroanimal puede dejar un rastro así.Sus palabras murieron en un susurro y todos nosdetuvimos, inmovilizados por la sorpresa. Siguiendoel rastro habíamos dejado atrás el pantano y trascruzar una zona de arbustos llegamos a una praderaE L M U N D O P E R D I D O153abierta, en la que pastaban cinco de las más extrascriaturas que jamás había visto. Nos ocultamos entrelos arbustos y observamos con comodidad.Había, como he dicho, cinco animales: dosadultos y tres pequeños. Su tamaño era enorme,hasta el punto de que los más chicos eran grandescomo elefantes, mientras que los otros dos superabanel tamaño de todas las criaturas que conozco.

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Tenían piel de color de pizarra, con escamas comolas de un lagarto, que brillaban a la luz del sol. Loscinco estaban sentados sobre la ancha, potente cola,mientras que con sus patas delanteras bajaban ramasde los árboles que mordisqueaban. No se me ocurreuna mejor manera de describirlos que decir que semejabanenormes canguros de seis metros de largo,con pieles como cocodrilos negros.Su fuerza era colosal, hasta el punto de que unode los animales adultos, al no poder alcanzar algunasramas de un árbol, optó por rodear el troncocon sus patas delanteras y arrancarlo como si setratara de un arbusto. Pero esto sirvió para demostrardos cosas a la vez: el gran desarrollo de susmúsculos, y el escaso nivel alcanzado por su cerebro.El árbol se le cayó encima debido al mal manipuleo,y la bestia emitió una serie de agudos gritos.S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E154Aparentemente, el incidente lo llevó a suponer queel sitio era peligroso por lo que en seguida desapareciósaltando entre los árboles, seguido de su compañeroy de los tres cachorros.Miré a mis camaradas. Lord John miraba fijamente,con el índice sobre el gatillo y su alma decazador escapando ansiosa por sus ojos. ¡Qué nodaría por tener una cabeza corno aquéllas entre losdos remos cruzados sobre la chimenea en su departamentode Albany! Pero su razón lo contenía,pues el éxito de nuestra empresa dependía de quenuestra existencia pasara inadvertida. Los dos profesoresguardaban extasiado silencio. En su excitaciónse habían tomado inconscientemente de lamano, y permanecían así, como dos niños en presenciade una maravilla; las mejillas de Challenger seexpandían en una seráfica sonrisa, mientras que lacara sardónica de Summerlee se suavizaba en unmomento de maravilla y reverencia.-¡Qué dirán de esto en Inglaterra! -comentó elúltimo, finalmente.-Mi querido Summerlee, puedo decirle con seguridadlo qué dirán. Que es usted un infernal mentirosoy un charlatán científico, exactamente comousted y otros dijeron de mí.E L M U N D O P E R D I D O

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155-¿Y las fotografías?-Falsificaciones, Summerlee. ¡Malas falsificaciones!-Pero..., ¿si les mostramos algunos ejemplares?-¡Ah! Así tal vez. Malone y sus colegas de FleetStreet pueden comenzar a gritar sus abalanzas.Agosto veintiocho..., el día en que vimos cincoiguanodontes vivos en un prado de la Tierra deMaple W. Anótelo, Malone, y envíelo a su diario.-Pero asegúrese de esquivar el puntapié -rió LordJohn-. Las cosas se ven distintas desde la latitud deLondres, y es probable que su editor no quede muyconvencido de su estabilidad mental o de su veracidad.Muchos hombres no cuentan sus aventuras pormiedo a que no se les crean, y no podemos culparlos.¿Cómo dijo usted que se llaman esos animales?-Iguanodontes. Pueden encontrarse sus huellasen las arenas de Hastings, en Kent y en Sussex. Elsur de Inglaterra estaba lleno de estos animalescuando había allí abundante vegetación para alimentarlos.Las condiciones cambiaron y las bestiasmurieron. Parece ser que aquí esas condiciones semantienen, lo que ha permitido la supervivencia deestos animales.S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E156-Si alguna vez salimos vivos de aquí, me gustaríallevar una cabeza conmigo. ¡Cómo palidecerían algunosde esos cazadores del África si vieron esto!De todos modos, no sé por qué, pero tengo la sensaciónde que no estamos muy seguros en estos momentos.Yo también percibía misterio y peligro a nuestroalrededor. Como si en la sombría arboleda se escondierauna constante amenaza: al mirar el fresco follaje,vagos terrores oprimían nuestros corazones.Es cierto que los monstruos que acabábamos de vereran bestias relativamente inofensivas, pero..., ¿quéhorrores podían esconderse entre las rocas y arbustosde esta tierra de sorpresa?Aquella misma mañana, la de nuestro primer díaen la Tierra de Maple White, sabríamos qué extrañosriesgos enfrentaríamos. Fue una aventura aborrecibleque me repugna recordar.Todo sucedió así: Atravesamos muy lentamentelos bosques, en parte debido a que Lord John actuaba

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como explorador antes de que nosotros avanzáramos,y además, debido que a cada paso algunode los profesores se detenía con expresión deasombro ante algún insecto o flor de tipo desconocidopara ellos hasta entonces. Después de dos oE L M U N D O P E R D I D O157tres millas recorridas así por la margen derecha delarroyuelo, llegamos a un amplio claro en la arboleda.Un cinturón de matorrales conducía a un apiñamientode rocas. Hacia allí nos dirigíamos cuandopercibimos un extraño ruido, mezcla de silbido ygraznido, que llenaba el aire de constante clamor yparecía provenir de algún punto delante de nosotros.Lord John levantó la mano indicándonos quenos detuviéramos, y corrió agachado hacia la líneade rocas, donde se asomó con gesto de asombro.Allí permaneció mirando fijamente un largo rato,como si nos hubiera olvidado. Finalmente nos hizoseñas de que nos aproximáramos, si bien mantuvola mano en alto indicándonos precaución. Todo suaspecto parecía decir que algo maravilloso, perolleno de peligro, nos esperaba. Apiñándonos a sulado espiamos por sobre las rocas. Se trataba de unpozo, posiblemente un antiguo cráter volcánico, encuyo fondo, a algunos centenares de metros dedonde estábamos, se acumulaban grandes charcosde agua estancada, verdosa, orlados de juncos. Depor sí constituía un paisaje horripilante, pero losseres que lo habitaban lo convertían en una escenadel Infierno de Dante. Cientos de pterodáctilos secongregaban ante nuestra vista. Toda el área delS I R A R T H U R C O N A N D O Y L E158fondo se veía cubierta por los pequeñuelos y susrepugnantes madres empollando huevos amarillentosde aspecto correoso. Desde esta obscena masade vida reptil se elevaba el ruido que nos había llamadola atención, y un olor rancio, pestilente, queenfermaba. Y sobre todo esto, más como ejemplaresmuertos y embalsamados que si se tratara de animalesvivos, estaban los horribles machos, paradossobre las rocas absolutamente quietos con excepcióndel movimiento de sus ojos rojizos y un ocasionalmordisco al aproximárseles algún insecto. Sus

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enormes alas membranosas estaban plegadas alrededorde sus cuerpos, lo que les daba el aspecto deancianas gigantescas envueltas en chales tejidos, consus feroces cabezas asomando, por sobre ellos. Entregrandes y pequeños estos inmurdos animalessuperaban el millar.De buena gana, nuestros profesores hubieranpermanecido allí todo el día, extasiados por estaoportunidad de estudiar la vida de una era prehistórica.Señalaban los restos de peces y aves sobre lasrocas, que indicaban los hábitos alimenticios de estosdragones voladores, y los oí comentar con placerel haber podido aclarar el motivo por el que enciertas áreas definidas, tales como Cambridge GeenEL M U N D O P E R D I D O159sand, se han encontrado huesos de pterodáctilos engrandes cantidades, lo que atribuyeron a las costumbresgregarias de los mismos.Finalmente, Challenger se inclinó provocando lacaída de una roca, lo que pudo costarnos la vida atodos. Instantáneamente uno de los machos emitióun penetrante grito emprendiendo el vuelo sustentadopor los seis metros de sus alas membranosas,imitado por todo el círculo de centinelas, mientrasque las hembras y los pequeños se agrupaban apretadoscerca del agua. Resultaba fascinante ver casiun centenar de aquellos monstruos volando en círculoscomo golondrinas, pero comprendimos queno era momento de detenemos a admirarlos. Alprincipio, recorrían círculos amplios como para investigarla magnitud del posible peligro que corrían,y luego fueron reduciendo el radio de los mismos,volando muy cerca de nosotros. En cuanto intentamosretiramos, el círculo se cerró más aún, hastaque las puntas de las alas de los más, próximos casitocaban nuestras caras. Tratamos infructuosamentede alejarlos golpeándolos con las culatas de nuestrosrifles, y entonces, del sibilante círculo emergióun monstruoso pico que nos lanzó una, dentellada.Luego le siguió otro, y otro más. Summerlee gritóS I R A R T H U R C O N A N D O Y L E160llevándose una mano a la cara, que sangraba. Sentíun golpe en la espalda y me volví, mareado por la

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conmoción. Challenger cayó y cuando me agachépara ayudarlo fui nuevamente golpeado desde atrásy caí sobre él. En esos momentos oí el disparo delrifle para elefantes de Lord John y vi caer a una deaquellas criaturas. Con una ala rota, gorgoteando yescupiendo por su pico abierto y los ojos saltonesinyectados de sangre, recordaba a un diablo de ungrabado medieval. El ruido había asustado a losdemás, que volaban ahora en círculo más elevadosobre nuestras cabezas.-¡Ahora! ¡Corran! -gritó Lord John.Tropezamos entre la maleza y cuando estábamosllegando a la arboleda aquellas arpías ya se precipitabannuevamente sobre nosotros. Summerlee fuederribado, pero pudimos arrastrarlo con nosotroshasta los troncos, donde estuvimos a salvo, ya quecon aquellas enormes alas no tenían espacio paramoverse entre las ramas.Regresamos al campamento para lavar y desinfectarnuestras heridas y reponernos de las fatigaspasadas, pero estaba escrito que debíamos encontrarnoscon nuevas sorpresas antes de poder descansar.La puerta del Fuerte Challenger no habíaE L M U N D O P E R D I D O161sido tocada, y el cerco de espinos aparecía igualmenteintacto, pero era visible que durante nuestraausencia había recibido la visita de alguna extraña ypoderosa criatura. No se veían marcas de pies, ysólo la rama que se proyectaba desde el árbol giganteindicaba cuál había sido la vía de acceso.Nuestras pertenencias estaban esparcidas en desorden.Una lata de carne había sido destrozada comopara extraer su contenido. Una de las cajas dé municiones,aparecía reducida a astillas y uno de los casquetesde bronce estaba a su lado desgarrado.Nuevamente nos invadióla anterior sensación deterror, y miramos a nuestro alrededor con ojos temerososescrutando las sombras que nos rodeaban,entre las cuales alguna temible figura se ocultaba.Resultó saludable para nuestro estado de ánimooír la voz de Zambo llamándonos desde la cumbredel pináculo. Nos aproximamos al borde de la mesetay le saludamos con la mano.-¡Todo está bien, amo Challenger! ¡Aquí estoy!

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¡No tema! ¡Siempre me encontrará aquí cuando menecesite!Su honesta expresión y el inmenso panoramaante nosotros, extendiéndose hasta el afluente delAmazonas, nos ayudó a recordar que realmente esSI R A R T H U R C O N A N D O Y L E162tábamos en esta tierra en el siglo veinte, y no habíamossido transportados por arte de brujería aalgún planeta en sus comienzos.Sólo me queda un último recuerdo de las muchassensaciones de aquel día lleno de sobresaltos. Nuestrosdos profesores, cuyos respectivos temperamentosse veían exaltados sin duda por los golpes yheridas recibidos, se enzarzaron en una discusiónsobre si aquellos animales correspondían al género"Pterodactylus" o "Dimorphodon". Yo ya habíatenido demasiado de todo aquello, de modo que mealejé a fumar sobre el tronco de un árbol caído,donde se me unió Lord John.-Dígame, Malone, ¿recuerda el lugar en que estabanaquellas bestias?-Sí, con toda claridad.-Es algo así como un cráter volcánico, ¿verdad?-Exactamente.-¿Se fijó en el suelo?-Sí, rocas por doquier.-Pero cerca del agua..., donde estaban los juncos.-¡Ah, sí! Un terreno de color azulado, como arcilla.-Exactamente. Un cráter volcánico lleno de arcillaazul.E L M U N D O P E R D I D O163-Sí, pero..., ¿qué hay con todo eso?-¡Oh!, nada. Nada -dijo regresando al lugar enque continuaban su discusión nuestros sabios compañerosde aventuras.No hubiera pensado jamás en ello si no hubierasido porque mientras, Lord John se alejaba, continuabamurmurando para sí: "Arcilla azul... Arcillaazul en un cráter volcánico...”S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E164CAPÍTULO 11EL HEROE DE LA JORNADACierta toxicidad debía existir en las mordeduras

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de los pterodáctilos, ya que en la mañana siguientetanto Summerlee como yo estábamos afiebrados ymuy doloridos. La rodilla de Challenger estaba tanmaltratada que apenas podía saltar sobre una pierna,de modo que nos vimos obligados a permanecer enel campamento. Lord John se dedicó, con la pocaayuda que pudimos ofrecerle, a aumentar la alturadel parapeto de ramas espinosas con que nos rodeábamosy que constituían nuestra única defensa.Recuerdo que durante todo el día tuve la impresiónde que éramos atentamente observados, si bienme resultaba imposible definir por quién y desdedónde. Comenté esto al profesor Challenger, quienE L M U N D O P E R D I D O165lo atribuyó a mi estado febril. No obstante, aquellasensación fue creciendo hasta casi obsesionarme.Pensé en el Curupuri de la superstición indígena eimaginé que su terrible presencia perseguía a los queosaban invadir sus remotos y sagrados recintos.Aquella noche, la tercera que pasábamos en laTierra de Maple White, vivimos una experiencia quedejó una fuerte impresión en nuestras mentes y noshizo sentirnos agradecidos de que Lord John hubieratrabajado tan duramente en aumentar la protecciónde nuestro retiro. Estábamos durmiendoalrededor del moribundo fuego, cuando fuimosdespertados violentamente por una sucesión degritos y chillidos espeluznantes. No conozco otrosonido con qué comparar aquel tumulto, que parecívenir de algún lugar a pocos metros de nuestrocampamento. Era tan penetrante como el silbato deuna locomotora, pero este sonido es definido, mecánico,sin aberraciones, mientras que aquel otro erade volumen más profundo y vibrante, con evidenciasdel extremado esfuerzo de la agonía y el horror.Nos cubrimos los oídos con las manos para no escuchar.Un frío sudor me empapó y mi corazón seencogió ante la emoción de aquel llamado de socorro,pues tal parecía. Todos los lamentos de una viSI R A R T H U R C O N A N D O Y L E166da torturada, todas las innumerables penas, los infinitospadecimientos de un ser, se centraban y condensabanen aquel increíble grito agonizante. Y

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luego, por debajo de la aguda nota del mismo, resultabaaudible otro sonido, intermitente, como unaprofunda carcajada gruñona y llena de diversión,que formaba un grotesco acompañamiento para elgrito con el que aparecía mezclada. Durante tres ocuatro minutos continuó este horrible dúo, mientrasque el follaje susurraba con el movimiento de lasaves asustadas.De pronto, terminó todo tan abruptamente comohabía comenzado.Permanecimos sentados en aterrorizado silenciohasta que Lord John arrojó un haz de ramas sobreel fuego y, con la rojiza luz de las llamas, iluminó lascaras-tensas de mis compañeros.-¿Qué fue eso? -susurré.-Lo sabremos por la mañana -repuso LordJohn-. Fue muy cerca. No más allá de la pradera.-Hemos tenido el privilegio de escuchar una tragediaprehistórica -comentó Challenger con vozmás solemne que nunca-. Ese fue el tipo de dramaque se repitió entre los juncos en la costa de algunalaguna del período jurásico cuando los dragonesE L M U N D O P E R D I D O167mas grandes atrapaban a los menores entre el fango.Fue una suerte para el ser humano haber aparecidomucho después en el orden de la creación, y a queen aquellos primeros días había poderes que ningúntipo de coraje ni ningún mecanismo de su invenciónpudo ayudarle a sobrepasar. ¿Con qué podía habersedefendido de fuerzas como las que merodeanesta tierra? ¿Con una lanza, o con una flecha? Nisiquiera un rifle moderno pudo haberle dado supremacíasobre los monstruos.Summerlee levantó una mano con actitud admonitoria.-¡Silencio! Estoy seguro de oír algo.Nos callamos y pudimos captar un regular ruidode pasos. El ritmo de suaves pero pesados pies quese apoyaban con precaución en el piso. Se lo oyórecorrer el perímetro de nuestro refugio y detenerseluego en la entrada. Una baja nota sibilante denotabala respiración de la bestia. Sólo nos separaba deaquel horror de la noche, nuestro endeble cerco.Cada uno de nosotros empuñó su rifle y todos nosmantuvimos expectantes.

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-¡Por Dios! ¡Creo que lo veo! -susurró LordJohn.Me agaché y espié por sobre su hombro.S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E168Sí. Yo también podía verlo.En la profunda sombra del árbol se percibía unasegunda sombra, más oscura, negra, insinuada apenas,vaga. Una forma yacente llena de salvaje vigor yde amenaza. No era mayor que un caballo, pero laindefinida silueta sugería gran volumen y fortaleza.El sibilante jadeo, tan regular y potente como el escapede una locomotora, daba la pauta de un monstruosoorganismo. Al moverse tuve la impresión dever brillar dos terribles ojos verdosos. Se oyó unsusurro, como si estuviera arrastrándose lentamentehacia adelante. que va a saltar -dije, montando mirifle.-¡No dispare! -me previno Lord John-. El estampidode un arma en esta noche silenciosa será oído amillas de distancia. Conserve el rifle como una últimaposibilidad.-Si pasa sobre el cerco estamos perdidos-comentó Summerlee con aterrorizada voz.-No debe sobrepasarlo, pero no disparen hasta elfinal. Tal vez pueda hacer algo para alejarlo. Por lomenos lo intentaré.Fue aquello el acto más valiente que vi jamás realizara hombre alguno. Se inclinó sobre el fuego,recogió una rama ardiente y se deslizó en rápidoE L M U N D O P E R D I D O169movimiento a través de una portezuela que entreabrióen el cerco.Aquella cosa se adelantó con un espantoso rugido,pero Lord John no vaciló sino que corriendohacia ella con ágil paso, le arrojó la llameante te a ala cara.Durante un momento alcancé a ver una horriblemáscara como la de un gigantesco sapo, de una pielllena de verrugas y de una boca babeante de sangrefresca.Un segundo después, se oyó un crujido entre losarbustos y nuestro espantoso visitante había desaparecido.-Supuse que huiría del fuego -comentó Lord

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John riendo, al regresar y arrojar la antorcha nuevamentea la hoguera.-¡No debió arriesgarse tanto! -gritamos casi a coro.-Era lo único que se podía hacer. Si hubiera penetradoel cerco, nos habríamos baleado entre nosotrostratando de matarlo. Por otra parte, sitratábamos de dispararle a través del cerco y le heríamos,habríamos provocado su ira. Por supuestoque no cabía pensar en la tercera posibilidad..., deentregarnos sin lucha. De todos modos, estamosS I R A R T H U R C O N A N D O Y L E170mucho mejor sin su compañía. ¿Qué animal era, depaso?- Los dos profesores se miraron, dudando.-Personalmente no me siento capaz de clasificarlocon seguridad -repuso Summerlee encendiendosu pipa.-En términos generales pienso que esta nochehemos estado en contacto con alguna forma de dinosauriocarnívoro -agregó Challenger-. Pero consideroprematuro aventurar una clasificación definitiva.Mañana tal vez alguna evidencia que podamosrecoger de los alrededores pueda ayudarnos a ello.Mientras tanto, propongo que continuemos nuestrointerrumpido sueño.-Pero no sin centinela -dijo Lord John con decisión-.No podernos permitirnos hacerlo en un territoriocomo éste. Turnos de dos horas en el futuropara cada uno de nosotros.-En tal caso, terminaré de fumar mi pipa cumpliendocon el primero de esta noche -dijo Summerlee.Y desde ese momento en adelante nunca nosconfiamos al sueño sin dejar a alguien de vigilancia.La mañana siguiente no tardamos en descubrir elorigen de los gritos de la noche. En la pradera deE L M U N D O P E R D I D O171los iguanodontes se observaban restos de una terriblecarnicería. Considerando los charcos de sangre ylos enormes trozos de carne esparcidos en toda direcciónimaginamos al principio que habían sidomasacrados varios animales, pero tras examinaresos restos más atentamente descubrimos que todosprovenían de uno solo de los iguanodontes, que

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había sido literalmente despedazado por otro animalno mayor, tal vez, pero mucho más feroz que él.Los profesores se aplicaron a estudiar trozo trastrozo, analizando las marcas de dientes y garras.-Nuestra opinión debe tomarse aún con reservas-dijo el profesor Challenger-, pero considerandoque debe tratarse de una criatura mayor que el tigrede dientes de sable, y además de características dereptil, estimo que puede haber sido un Allosauro.-O un Megalosauro -completó Summerlee.-Exactamente. Cualquiera de los grandes dinosaurioscarnívoros. Entre ellos se encuentran losmás terribles tipos de vida animal que jamás hayanasolado la tierra o adornado los museos.Después de esta frase, Challenger rió ruidosamente,pero fue contenido por Lord John.-¡Silencio! Mientras menos ruido hagamos, mejorserá. No sabemos qué o quién puede merodear cerSI R A R T H U R C O N A N D O Y L E172ca de nosotros, y si el amigo de anoche vuelve poraquí a desayunarse, no tendremos mucho de quereírnos. Y, de paso, ¿qué puede ser esta marca en elcostado del iguanodonte?Sobre la escamosa piel color pizarra, más arribadel hombro, se veía un extraño círculo negro de unasustancia que parecía asfalto. Ninguno de nosotrospudo sugerir qué significaba, si bien Summerlee recordabahaber visto una marca similar en uno de losdos iguanodontes pequeños el día anterior. Challengerse mantuvo en silencio, si bien con aspectopomposo, como si pudiera explicarlo si se lo propusiera,de modo que finalmente Lord John le pidió suopinión directamente.-Si Su Señoría condesclende graciosamente a permitirmeabrir la boca, tendré sumo gusto en expresarmis sentimientos -repuso Challenger con elaboradosarcasmo-. No estoy habituado a recibirórdenes de la manera que parece acostumbrar adarlas Su Señoría, y no se me ocurrió pensar quedebía solicitar su permiso antes de sonreír poracluella broma...Recién después de recibir debidas disculpas, parecióapaciguarse y condescendió a dirigirse a nosotroscon su habitual modo pedante.

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E L M U N D O P E R D I D O173-Con respecto a esa marca, me siento inclinado aconcordar con un amigo y colega el profesor Summerlee,en cuanto a que ha sido efectuada con asfalto.Dado que esta meseta es esencialmente volcánica,y el asfalto es una sustancia que se asocia conlas fuerzas plutónicas, no dudo de que existe aquí enestado líquido, y que los animales rueden haber estadoen contacto con el mismo. Un problema muchomás importante es el relativo a la existencia delmonstruo carnívoro que dejó sus huellas en estapradera. Sabemos hasta cierto punto que esta mesetano es mayor que un condado inglés, aproximadamente,y dentro de este confinado espacio habitananimales, la mayoría de variedades que han desaparecidoya en el mundo actual, y han vivido juntosdurante innumerables años. Ahora bien, es claroque en tan largo período puede suponerse que losanimales carnívoros, multiplicándose sin restricciones,harían terminado con la provisión de carne y sehabrían visto obligados a modificar sus hábitos alimenticioso morir de inanición, lo que no se haproducido. Podemos imaginar, entonces, que elequilibrio biológico se ha preservado debido a algoque limita la cantidad de estas criaturas feroces. Estoconstituye otro de los muy interesantes problemas,S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E174en consecuencia, que esperan nuestra solución: descubrircuál puede ser ese factor que limita el númerode animales y cómo actúa. Me aventuro a confiar enque tendremos alguna futura oportunidad de estudiarmás de cerca al dinosaurio carnívoro.-Y yo me aventuro a confiar en que no la tengamos-observé.El profesor me miró con las cejas levantadas,como un director de escuela observaría a un muchachotravieso, pero no me contestó.-Tal vez el profesor Summerlee tenga alguna observaciónque hacer sobre el problema que he planteado-continuó, y los dos sabios se enfrascaron enuna ininteligible discusión científica en que se sopesabanlas posibilidades de una disminución delíndice de nacimientos ante la reducción de la cantidad

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de alimento, como un recurso natural en la luchapor la existencia.Aquella mañana recorrimos una pequeña zona dela meseta, evitando el pantano de los pterodáctilos ymanteniéndonos al este de nuestro arroyo, en lugardel oeste. En esa dirección el terreno estaba muytupidamente arbolado y nuestro avance resultó lento.E L M U N D O P E R D I D O175He comentado con detalle los terrores que existenen la Tierra de Maple White, con lo que omitíreseñar el reverso de la medalla. Toda aquella mañanacaminamos entre maravillosas flores, la mayoríade color blanco o amarillo, que según losprofesores, eran los colores primitivos de las flores.En muchos sitios el suelo estaba literalmente cubiertode ellas, y al avanzar por aquella maravillosaalfombra en que hundíamos los pies hasta los tobillos,se elevaba un fuerte perfume, de dulzura e intensidadindescriptibles. La familiar abeja zumbabaen todas partes. Muchos de los árboles estaban cargadosde frutas, algunas de especies conocidas,otras, completamente nuevas para todos nosotros;observamos cuáles eran picoteadas por los pájarospara evitar el peligro de envenenamiento, y de esemodo agregamos variedad a nuestra reserva de alimentos.En la selva que atravesábamos se observaban numerosossenderos de animales, y, en las zonas máspantanosas, gran cantidad de pisadas perfectamentedefinidas que nos eran desconocidas aún, incluyendomuchas de iguanodontes. En una pradera vimosa varias de estas criaturas pastando, y Lord Johncon ayuda de sus prismáticos, notó que estos aniSI R A R T H U R C O N A N D O Y L E176males también tenían marcas de asfalto si bien endistinto lugar que el que habíamos examinado por lamañana. No podíamos imaginar a qué se debía estefenómeno. Abundaban los animales pequeños talescomo puercoespines, ciertos osos hormigueros decuerpo cubierto de escamas, y una variedad de cerdossalvajes. En una oportunidad alcanzamos a ver,sobre una verde gran animal de color castañocolinadistante, a un oscuro que pasó a tal velocidad quenos fue imposible reconocer, pero, si se trataba de

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un ciervo, tal como insistió Lord John, debía ser tangrande como ciertos monstruosos alces cuyos restosfósiles son desenterrados de vez en cuando en lasturberas de mi Irlanda natal.Desde la misteriosa visita que habíamos recibidoen nuestro campamento, regresábamos siempre allícon cierto temor, pero en esta ocasión encontramostodo en orden.Aquella tarde tuvimos una discusión sobre nuestrasituación y planes para el futuro que debo describiren detalle, ya que llevó a incidentes que nospermitieron obtener un conocimiento de la Tierrade Maple White que de otra forma hubiera llevadosemanas de exploración.E L M U N D O P E R D I D O177Fue Summerlee quien inició el debate. Todo eldía había estado quejoso y ante un comentario deLord John sobre lo que haríamos al día siguienteexplotó.-Lo que debemos hacer hoy, mañana y todo eltiempo, es encontrar una forma de salir de la trampaen que hemos caído. Todos ustedes están retorciéndoseel cerebro buscando nuevas formas de entraren este país, y yo sostengo que lo que necesitamoses una manera de salir de él.-Me sorprende, colega -replicó Challenger frotándosela majestuosa barba-. Un hombre de cienciano puede permitirse un sentimiento tan innoble.Está usted en una tierra que ofrece al naturalistaambicioso posibilidades que jamás tuvo nadie, desdelos comienzos del conocimiento humano, y sugiereahora que partamos antes de haber adquiridonociones mejores de ella y de su contenido. Esperabaalgo más de usted, profesor Summerlee.-Recuerde que debo atender a mi extenso alumnadoen Londres, que en estos momentos está amerced de un muy ineficiente reemplazante -fue laacerba respuesta de Summerlee-. Esto hace que misituación difiera de la suya, ya que, si mal no recuerSI R A R T H U R C O N A N D O Y L E178do, a usted nunca le han confiado una responsabilidadde tipo educacional.-Así es. He considerado siempre un sacrilegio

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distraer un cerebro capaz de la investigación originalen su más alto nivel, en cualquier asunto de menorimportancia. Por ello siempre he rechazadocualquier oportunidad de un empleo en la educación.Lord John se apresuró a cambiar de tema, puesde otra manera nuestros profesores hubieran ocupadoel resto del día en sus personales querellas.-Considero personalmente -interrumpió-, que seríalastimoso regresar a Londres antes de haberaprendido sobre este lugar más que lo que sabemoshasta ahora.-Y yo nunca me atrevería a regresar a mis oficinasy enfrentar al viejo McArdle -tercié yo-. Jamásme perdonaría el haber partido dejando atrás tantainfinita posibilidad de mejor y mas sensacional información.Además, considerando que no podemosdescender aunque así lo deseemos, es una pérdidade tiempo y energía discutirlo.-No estoy de acuerdo -insistió Summerlee-. Permítasemerecordarles que vinimos aquí con una misiónperfectamente definida, que nos fue confiadaE L M U N D O P E R D I D O179durante la reunión en el Instituto de Zoología enLondres, y que consistía en verificar la veracidad delas declaraciones del profesor Challenger. Estamosya en condiciones de respaldar dichas declaraciones,con lo que nuestro trabajo ha quedado concluido.En cuanto a la investigación a fondo de esta meseta,es tarea que no podemos enfrentar, dado que sólouna expedición más numerosa y con equipos especialespodría realizarla. Mi opinión es que si tratamosde hacerlo, por nuestra cuenta, el resultadosería negativo, pues, es muy probable que ni siquierapodamos regresar con la importante contribución ala ciencia que ya hemos logrado. El profesor Challengerencontró una manera de subir cuando consideramosinaccesible a esta meseta. Opino quedebería ahora utilizar el mismo ingenio para devolvernosal mundo desde el que vinimos.Debo confesar que este planteo del profesorSummerlee me resultó completamente razonable.Aun el profesor Challenger fue afectado por el pensamientode que sus -enemigos nunca admitirían suveracidad si la confirmación de sus declaraciones no

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llegaba hasta quienes habían dudado.-El problema del descenso es a primera vista formidable,pero no dudo que el intelecto pueda llegarS I R A R T H U R C O N A N D O Y L E180R resolverlo -dijo-. Estoy de acuerdo con mi colegaen que una permanencia prolongada en la Tierra deMaple White es desaconsejable y que pronto tendremosque enfrentarnos con la necesidad de regresar,pero de todos modos me rehúso a partir hastaque hayamos efectuado una exploración, aunque seasuperficial, de esta región, y podamos llevar con nosotrospor lo menos un mapa esquemático de lamisma.El profesor Summerlee manifestó impaciencia.-Hemos pasado dos largos días explorando, y nosabemos más sobre la verdadera geografía del lugarque a nuestros comienzos. Está muy densamente arboladoy llevaría meses recorrerlo y establecer lasrelaciones de una y otra parte. Si tuviera un picocentral sería diferente, pero no lo hay, de modo queesa posibilidad debe descartarse.En ese momento tuve mi inspiración.Mis ojos se posaron en el enorme y rugoso troncodel árbol gigante que proyectaba su sombra sobrenuestro campamento.Si su copa sobrepasaba las de los demás árboles,y si, como suponíamos, el borde de la meseta constituíasu punto más elevado, este árbol constituiríaun excelente mirador.E L M U N D O P E R D I D O181Mis compañeros de aventura compartieron esaopinión, y allá fui, árbol arriba.Superada la primera parte del tronco, las ramasofrecían excelentes puntos de apoyo, con lo que hicerápidos progresos. No obstante, el árbol parecíainterminable. Mirando hacia arriba, no me era posibledistinguir que las hojas ralearan indicando elfinal de la ascensión. Sobre una rama observé unbulto irregular, que parecía un nudo. Me inclinémejor para verlo detenidamente y estuve a punto decaer de sorpresa y horror.Una cara me estaba contemplando, a poco másde medio metro de la mía. El ser a que pertenecía

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había estado escondido tras el nudo, asomándoseprecisamente en el mismo momento que yo. Era unacara humana... o por lo menos, mucho más humanaque la de cualquier mono que yo hubiera visto hastaentonces. Alargada, blanquecina y marcada de pecas,con nariz chata y prominente mentón cubiertode una hirsuta barbilla. Los ojos, bajo espesas cejas,eran bestiales y feroces, y en su boca, abierta piragruñir lo que parecía un insulto, tenía agudos dientescaninos. Durante un instante sus ojos evidenciaronodio y amenaza, pero inmediatamente laexpresión fue reemplazada por otra, de miedo inSI R A R T H U R C O N A N D O Y L E182contenible. Se oyó un ruido de ramas quebradascuando se dejó caer entre el follaje y desapareció.-¿Qué pasa? ¿Le sucedió algo? -gritó Roxtondesde abajo.-¿Lo vieron? -grité yo a mi vez, abrazado al troncocon todos mis nervios en tensión.-Oímos un ruido como si hubiera usted perdidopie. ¿Qué sucedió?Estaba tan sobresaltado por la repentina y extrañaaparición de este hombre-mono que dudé entrecontinuar la subida o regresar y contar mi experienciaa mis compañeros. Pero ya había avanzado tantoque me pareció humillante regresar sin concluir mimisión.Después de una larga pausa para recobrar elaliento... y el coraje, proseguí. Finalmente llegué auna rama elevada donde el follaje, más ralo, mepermitía observar a mi alrededor toda la extensiónde la meseta.El sol brillante, y la atmósfera particularmenteclara de esa mañana hacían visible hasta el últimoconfín. La meseta tenía, aparentemente, contornooval, diámetro de alrededor de treinta millas en suparte más larga y veinte en la más angosta, y semejabaun gran embudo de poca profundidad, en queE L M U N D O P E R D I D O183todas las paredes convergían a un gran lago central,de unas diez millas de circunferencia, rodeado de unespeso cerco de juncos en los bordes, y con su verdesuperficie quebrada en varios puntos por bancos

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de arena que brillaban como oro bajo el tibio sol.Cierto número de objetos oscuros alargados, demasiadograndes para ser cocodrilos y demasiado largospara que se tratara de canoas, estaban en losbordes de estos bancos. Con los prismáticos pudever que eran animales, pero no alcancé a determinarsu naturaleza.Desde el costado de la meseta en que nos encontrábamos,suaves estribaciones boscosas se extendíanpor cinco o seis millas hacia el lago central. Amis pies divisé la pradera de los iguanodontes y unpoco más allá un claro circular entre la arboledamarcaba el pantano de los pterodáctilos. En el ladoopuesto, no obstante, la meseta presentaba un aspectomuy diferente. Allí el risco de basalto del exteriorse reproducía por dentro, formando unaescarpa de sesenta metros de alto, con una arboledaal pie. A lo largo de la base de este risco rojo, acierta distancia del suelo, pude ver una gran cantidadde hoyos oscuros gracias a los prismáticos losque supuse eran las bocas de cavernas. En la abertuSI R A R T H U R C O N A N D O Y L E184ra de una de éstas, algo blanco se agitaba, pero nopude ver con precisión de qué se trataba.Me dediqué a dibujar un mapa de la región hastaque el sol se puso y la oscuridad me impidió continuar.Descendí entonces para reunirme con miscompañeros, que me esperaban ansiosos al pie delgran árbol. Por una vez, fui el héroe de la jornada.Yo había tenido la idea, la había llevado a cabo, yaquí estaba de regreso, con el mapa que nos ahorraríaun mes de tropiezos entre peligros desconocidos.Me estrecharon solemnemente la mano, peroantes que discutieran los detalles del mapa les contéde mi encuentro con el hombre-mono entre las ramas.-Y había estado allí todo este tiempo -concluí minarración.-¿Cómo lo sabe? -inquirió Lord John.-Porque nunca dejé de percibir la sensación deque algo nos estaba vigilando. Se lo mencioné a usted,profesor Challenger.-Así es. Parece que usted es el único entre nosotrosdotado de ese temperamento céltico que lo hacesensitivo a tales impresiones.

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-Toda esa teoría de la telepatía... -comenzóSummerlee, llenando su pipa.E L M U N D O P E R D I D O185-Es demasiado vasta para ser discutida ahora -leinterrumpió Challenger con decisión-. Dígame, Malone,¿observó si ese ser podía cruzar el pulgar sobrela palma de su mano?-En verdad, no. -¿Tenía cola?-No.-¿Tenía pie prensil?-Supongo que sí. De otro modo no pudo haberdesaparecido tan rápidamente.-Si mi memoria no falla, en Sudamérica hay cercade treinta y seis especies de monos, pero es desconocidoel antropoide. Es claro, no obstante, queexiste en esta región, y que no se trata de la variedadvelluda, remedo del gorila, que nunca ha sido vistofuera del este de Africa. Este es un tipo diferente,sin color y con barba. El enigma a resolver es si seaproxima más al mono o al hombre. En el últimocaso, se trataría posiblemente de lo que el vulgo llama"el eslabón perdido". Develar este problemadebe ser nuestra inmediata obligación.-De ninguna manera -opuso Summerlee-. Ahoraque gracias al señor Malone tenemos nuestro mapa,nuestra inmediata obligación es procurar una salidade este terrible lugar.S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E186-Y bien -admitió Challenger-. Convengo en queme sentiré más tranquilo cuando tenga la seguridadde que el resultado de nuestra expedición ha llegadoal conocimiento de nuestros amigos en Inglaterra.Aún no sé cómo podremos hacer para descender,pero hasta el momento no he tropezado con ningúnproblema que mi cerebro no haya podido resolver, yles prometo que mañana aplicaré mi atención a lasolución de éste.Y así quedaron las cosas en ese sentido. Peroaquella noche, a la luz de una vela, se elaboró elprimer mapa del mundo perdido. Cada detalle queyo había anotado esquemáticamente en mi puestode vigía en el árbol fue dibujado cuidadosamente ensu lugar relativo.

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El lápiz de Challenger señaló el lago.-¿Qué nombre le daremos? -preguntó.-¿Por qué no aprovechar la oportunidad de perpetuarsu propio nombre? -dijo Summerlee con su habitualtoque sarcástico.-Confío en que mi nombre tenga otro motivomás personal para merecer el homenaje de la posteridad-repuso Challenger severamente-. Cualquierignorante puede perpetuar su inútil nombre apliEL M U N D O P E R D I D O187cándoselo a una montaña o a un río. Yo no necesitotales monumentos.Summerlee se preparó para un nuevo asalto, contorcida sonrisa, pero Lord John se lo impidió.-Me parece que a quien corresponde dar nombreal lago es a nuestro joven amigo, que fue el que lodescubrió. Creo que si desea lo llamemos "LagoMalone", tiene todo el derecho del mundo que asísea.-Por supuesto, que sea él quien proponga elnombre -convino Challenger.-En tal caso -comenté sonrojándome-, tendráque llamarse Lago Gladys.-No le parece que Lago Central sería. más descriptivo?-objetó Summerlee.-Bueno..., preferiría, como dije, que se llame LagoGladys.Challenger me miró con simpatía y sacudió sugran cabeza con un remedo de gesto de reprobación.-Los muchachos son muchachos. -dijo-. Se llamaráLago Gladys.S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E188CAPÍTULO 12EL BOSQUE HORRENDOCreo haber dicho -o tal vez omití decirlo, puesmi memoria falla estos días- que resplandecí de orgullocuando hombres tales como mis tres camaradasme agradecieron por haber salvado, o por lomenos ayudado en gran medida a hacerlo, el inconvenientede reconocer la Tierra de Maple White, sinpérdida de tiempo. Siendo el más joven del grupo,no sólo en años sino también en experiencia, carácter,conocimientos y todo lo que contribuye a formar

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un hombre, me había sentido en sombras desdeel comienzo, pero ahora comenzaba a tener mi vidapropia. La idea me confortó, pero aquella satisfacción,que me hizo sobreestimarme, me conduciríaaquella misma noche a la más espantosa experienciaE L M U N D O P E R D I D O189de mi vida, que terminó con una conmoción nerviosaque todo mi cuerpo sufre con el sólo recuerdo deaquella situación.Sucedió así:Había estado indebidamente excitado por miaventura en el árbol, y el sueño se me hacía imposible.Summerlee estaba de guardia, sentado cerca dela pequeña hoguera, con el rifle sobre las rodillas ysu puntiaguda barba balanceándose con cada cabeceo.Lord John yacía silencioso, envuelto en el ponchosudamericano que usaba, y Challenger dormíacon un ronquido. que despertaba ecos en la arboleda.La luna brillaba, y el aire era sumamente frío.¡Qué noche para dar un paseo! Y de pronto decidí:"¿Por qué no?”"Si salgo subrepticiamente, llego hasta el lago yregreso para la hora del desayuno con una descripcióndel lugar, seré, un miembro aún más meritoriode esta expedición" me dije.Pensé en Gladys, y en su frase sobre el heroísmoque nos circunda. Me pareció escuchar su voz al decirlo.Pensé también en McArdle. ¡Qué artículo entres columnas para el diario! ¡Qué base para fundamentarmi carrera en el periodismo! Me veía designadocorresponsal en la próxima guerra...S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E190Recogí una escopeta -tenía los bolsillos llenos decartuchos-, separé las ramas que formaban la puertade nuestro refugio, y me deslicé rápidamente al exterior.Mi última mirada hacia atrás me mostró aSummerlee, inútil centinela, cabeceando como unjuguete mecánico frente al fuego que comenzaba aextinguirse.No había recorrido aún cien metros, cuando comencéa arrepentirme profundamente. He dicho yaque soy demasiado imaginativo para poder llegar aser, un hombre verdaderamente valiente, pero que

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tengo un infinito temor de parecer cobarde. Esetemor es el que me obligó a continuar: simplemente,no me atrevía a regresar sin haber hecho nada. Sibien era posible que mis compañeros no hubierannotado mi ausencia, y en consecuencia no habríansabido de mi debilidad, siempre quedaría en algúnrincón de mi mente una intolerable vergüenza de mímismo.Todo inspiraba temor en el bosque. Los árbolescrecían tan juntos, y su follaje era tan cerrado quenada de la luz de la luna llegaba, excepto en algunoslugares. A medida que el ojo se acostumbraba a laoscuridad, podía apreciar que había distintas intensidadesen las tinieblas, que había sitios en que lasE L M U N D O P E R D I D O191sombras eran más intensas, como si se tratara deenormes bocas, ante las que me encogía de espanto.Recordé el desesperante grito del iguanodonte,vino también a mi mente el recuerdo del espantosoanimal que había iluminado la antorcha de LordJohn. Consideré que precisamente ahora me encontrabaen los cotos de caza de aquella bestia que encualquier momento podría saltar sobre mí desde laoscuridad.Traté de respaldar mi desfalleciente valor, cargandoel arma que había traído conmigo, y entoncesdescubrí que los cartuchos no correspondían al calibrede la escopeta que había recogido.Una vez más me dominó el impulso de regresar.Tenía ahora una excelente razón para hacerlo..., unmotivo por el cual nadie me criticaría. Pero nuevamenteel tonto orgullo tuvo la última palabra. Despuésde todo, aunque hubiera tenido el arma correctaera probable que de nada me serviría contralos peligros que podría encontrar. Luego de algunosmomentos de titubeos, reuní los restos de corajeque me quedaban y reanudé la marcha, con la inútilarma bajo el brazo. Si la oscuridad del bosque mealarmó, peor fue la blanca luz de la luna que inundabala pradera de los iguanodontes. EscondidoS I R A R T H U R C O N A N D O Y L E192entre los arbustos, espié; ninguno de los grandesanimales estaba a la vista, tal vez alejados del lugar

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por la tragedia sufrida por uno de ellos. Crucé a lacarrera hasta la arboleda del lado opuesto, dondevolví a seguir el recorrido del arroyuelo, que en unsentido debía llevarme hasta el lago, y en el opuesto,de vuelta al campamento, con lo que evitaba la posibilidadde extraviarme.Cuando pasaba cerca del pantano de los pterodáctilos,uno de los monstruos levantó vuelo y alcruzar delante de la luna, sus membranosas alaspermitieron el paso de la luz, con lo que tuve la visiónde un espantoso esqueleto volando contra elblanco resplandor del astro. Me acurruqué ocultándometras una roca, ya que mi experiencia anteriorme había demostrado que tan sólo un grito de labestia atraería a cientos de sus compañeros. Reciéncuando se hubo asentado nuevamente me atreví acontinuar el viaje.La noche había sido extremadamente tranquila,pero al avanzar se me hizo audible un bajo sonidoretumbante, un continuo murmullo delante de mí,que aumentó de intensidad a medida que me adelantaba,hasta que lo percibí muy próximo. Cuandome detuve, era un ruido constante que, parecía proEL M U N D O P E R D I D O193venir de una fuente estacionaria. Recordaba el ruidode una tetera hirviente, o el burbujeo de una grancacerola. Pronto descubrí su origen: era un lago, omejor dicho charco, de cierta sustancia negra, cuyasuperficie se elevaba y caía con grandes salpicaduras.El aire sobre la misma vibraba por el calor, y elsuelo era tan caliente que apenas si podía apoyar mimano. Era claro que la gran explosión volcánica quehabía elevado esta extraña meseta siglos atrás nohabía agotado aún sus fuerzas. Ya había visto trozosde lava y rocas ennegrecidas entre la exuberante vegetación,pero este charco de asfalto era la primeraprueba de la real existencia de actividad en el antiguocráter. No tenía tiempo de examinarlo más, yaque tendría que apresurarme para estar de regresoen el campamento por la mañana.El resto de la caminata fue más terrible aún. Muchasveces tuve que esconderme al oír ruido de ramasrotas, y con frecuencia vi grandes sombras quese movían en silencio. Frecuentemente me detuve

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con intenciones de regresar, y en todas las oportunidadesel miedo fue vencido por el orgullo.Finalmente, cuando mi reloj señalaba que era pocomás de medianoche, vi el resplandor del aguaentre los árboles, y diez minutos después me enSI R A R T H U R C O N A N D O Y L E194contraba entre los juncos que rodeaban al lago central.Me dejé caer y bebí un largo trago de sus aguas.Había un ancho sendero con muchas huellas enaquel sitio, lo que indicaba que era un bebedero habitualde los animales. Vi un gran bloque de lavacerca de la costa, sobre el que trepé obteniendo asíuna excelente visión en todas las direcciones.Lo primero que observé me llenó de sorpresa. Aldescribir el panorama que tenía desde el árbol, en elcampamento, mencioné una serie de puntos negros,que parecían las bocas de cavernas. Ahora, al miraren aquella dirección, vi discos de luz, perfectamentedefinidos, como los ojos de buey en un transatlánticoque cruza por la noche. La única explicación loposible era que se trataba de otros tantos fuegos...,que tan sólo la mano del hombre podía haber encendido.Había vida humana en la meseta. ¡Qué gloriosamentehabía quedado justificada mi escapada! ¡Heaquí una sensacional noticia para llevar con nosotrosa Londres!Estuve contemplando aquellos titilantes manchonesde luz rojiza durante largo rato. Aun a la distanciaa que me encontraba, podía observar cómo,de vez en cuando, parpadeaban o se oscurecíanE L M U N D O P E R D I D O195cuando alguien pasaba delante. ¡Qué no hubieradado por poder trepar más allá, espiar en su interiory llevar a mis camaradas información sobre la aparienciay carácter de la raza de hombres que vivíanen tan extraño lugar! Eso era imposible por el momento,pero con toda seguridad no dejaríamos lameseta hasta que hubiéramos obtenido un conocimientomás definido al respecto.El Lago Gladys -mi lago- parecía un estanque demercurio, resplandeciendo con plateado brillo bajola luz de la luna que aparecía reflejada en su mismocentro. Era poco profundo, pues en muchos sitios

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se veían sobresalir los bancos de arena. En toda susuperficie se advertían signos de vida animal, unasveces denunciada por anillos y ondas en el agua;otras por el brillo plateado de algún pez, y otras, enel arqueado lomo color de pizarra de algún monstruo.Un ruido próximo al sitio en que me encontrabatrajo nuevamente mi atención al sendero de animales.Dos enormes armadillos habían bajado a laaguada y se encontraban bebiendo con sus largaslenguas flexibles. Luego llegó un ciervo con suhembra y dos cervatillos. Ni el mayor de los alcesS I R A R T H U R C O N A N D O Y L E196que conocido hubiera llegado al hombro de esteciervo, tal era su altura.De pronto, se oyó un gruñido de alarma y todosestos animales desaparecieron. Por el sendero llegabauna bestia monstruosa. Durante unos momentosme pregunte dónde había visto anteriormente aquellaforma, aquel lomo curvo con el borde dentado yaquella cabeza que semejaba la de un pájaro, y que elanimal mantenía próxima al suelo. Luego lo recordé:era el estegosauro, la misma criatura que MapleWhite había dibujado en su libro de apuntes.El suelo temblaba bajo su tremendo peso. Lostragos de agua que tomaba resonaban en la nochetranquila. Durante cinco minutos estuvo tan cercade mi escondite que con sólo estirar la mano hubierapodido tocar su lomo. Luego se incorporó,alejándose entre la arboleda.Miré mi reloj: eran las dos y media. Ya debía comenzarmi viaje de regreso. No tenía dudas sobre ladirección en que debía caminar, ya que mientras siguierael curso del arroyo llegaría al campamento.Me sentía con excelente ánimo, pues considerabahaber realizado un buen trabajo y llevaba gran cantidadde información a mis compañeros, comenzando,por supuesto, con lo visto en las cavernas,E L M U N D O P E R D I D O197que significaba, a todas luces, la existencia de sereshumanos de alguna raza troglodítica. Además, estabala existencia de vida en el lago, y la descripciónque podía hacer de los varios animales examinadosdesde mi escondite. De pronto, mis pensamientos

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fueron ocupados por un extraño sonido, semejantea un ronquido, grave, profundo y extremadamenteamenazante, que se percibía a mis espaldas. Algúnextraño animal se encontraba en las proximidades,pero no era posible verlo. Apresuré el paso y, habríarecorrido unos centenares de metros, cuando volvía oír aquel gruñido, esta vez más próximo y másamenazador. Mi corazón se detuvo cuando me dicuenta de que la bestia, cualquiera que fuese, contoda seguridad me estaba siguiendo. Miré haciaatrás, pero todo estaba quieto bajo la blanca luz dela luna. Nuevamente se oyó el gruñido, aún más cerca.Quedé paralizado observando el sendero quehabía recorrido, y entonces lo vi. Se produjo unmovimiento entre los arbustos del otro lado del claroque acababa de atravesar, y una gran sombrasaltó al sitio iluminado por la luna. La bestia avanzabacomo un enorme canguro, saltando sobre lasdos poderosas patas traseras, mientras que las delanteraspermanecían dobladas sobre el pecho. EraS I R A R T H U R C O N A N D O Y L E198enorme como un elefante, pero a pesar del tamañose movía con gran agilidad. Durante un momentoestudié su forma, esperando que se tratara de uniguanodonte, que sabía inofensivo; pero a pesar demi ignorancia comprendí que era otro animal, yaque en lugar de la suave cabeza del iguanodonte,que remedaba la del ciervo, éste tenía semejanza conla de un enorme sapo..., el mismo animal que noshabía alarmado en el campamento. De vez en cuandose dejaba caer sobre las patas delanteras y aproximabala nariz al suelo, buscando mi rastro.Miré en mi alrededor en busca de un escondite,pero tuve que desechar esa posibilidad. Mi única víade escape estaba en la huida, contando con mi entrenamientodeportivo. Mis movimientos se veíanlimitados dentro del camino que venía siguiendo, alo largo del arroyuelo, ya que la vegetación era espesa.Por ello fue que tomé uno de los muchos senderosde animales que había visto anteriormente, porel que me resultaría más fácil correr con mi mayorvelocidad.Me dolían las piernas y mi pecho estaba a puntode reventar por el esfuerzo, pero corrí, y corrí, y

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corrí.E L M U N D O P E R D I D O199Finalmente la fatiga me venció y me detuve. Porun momento creí haberme librado del monstruo,pero de pronto apareció, con un ruido de enormespies y gigantescos pulmones. Estaba perdido.Fue estupidez de mi parte, esperar tanto tiempo.Hasta entonces mi perseguidor se guió por el olfato,pero ahora me había visto y la persecución se le hacíamás fácil. La luz de la luna lo mostró ron susenormes ojos saltones, la fila de enormes dientes ensu boca abierta y el brillo de las garras de sus patasdelanteras. Con un grito de terror me volví y reemprendíla carrera oyendo a mis espaldas el ruido ásperode su respiración, cada vez más y más fuerte.Sus pesados pasos sonaban casi a mi lado. Esperésentirme asido en cualquier momento.Súbitamente percibí un ruido de ramas rotas yme sentí caer. Luego todo fue oscuridad y reposo.Al recuperar el conocimiento, tuve conscienciade un espantoso y penetrante hedor. Estiré la manoen la oscuridad y sentí algo que parecía un enormetrozo de carne, mientras que con la mano así ungran hueso. Sobre mi cabeza, un círculo de cieloiluminado por estrellas me hizo comprender queestaba en el fondo de un profundo pozo.S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E200Me incorporé lentamente y palpé mi cuerpo. Todome dolía, pero tenía pleno uso de todos mismiembros.Al recordar las circunstancias de mi caída, levantéla vista aterrorizado, esperando ver aquellaespantosa cabeza recortándose contra el cielo. Noobstante, no había ningún ruido ni movimiento.Comencé a recorrer el pozo en que me encontraba yen que tan oportunamente había caído.Tenía paredes cortadas a pico y un fondo niveladode unos seis metros de diámetro. El suelo estabaliteralmente cubierto de grandes trozos de carne, ensu mayoría en descomposición. La atmósfera erairrespirable. Después de tropezar y caer muchas veces,di con algo firme. Era una gran estaca clavadaen el centro del pozo, cuyo extremo no pude alcanzar

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con la mano y que, aparentemente, estaba cubiertade grasa. Recordé aun tenía una caja defósforos en mi bolsillo, a la luz de uno de los cualescompleté mi opinión sobre el lugar. Se trataba deuna trampa, obviamente hecha por el ser humano.El poste del centro, de casi tres metros de alto estabaaguzado en su extremo, y se veía negro por lasangre de las víctimas que, al caer en el pozo, habíanquedado allí empaladas.E L M U N D O P E R D I D O201Challenger había declarado que el ser humano nopodía existir en la meseta, puesto que no podía competircon los monstruos que la poblaban. Ahoraestaba demostrado que no era así. En sus cuevas deestrechas bocas, los nativos tenían refugio contralos monstruos, que no podían penetrar en ellas, y,gracias a sus cerebros desarrollados, eran capaces depreparar trampas cubiertas de ramas sobre las senderospreferidos por los animales salvajes, y destruirlosa pesar de su mayor fuerza.El hombre era siempre el amo de la situación.No era difícil trepar por las paredes del pozo, perono me atrevía a hacerlo por miedo al horribleanimal que me había perseguido. Finalmente, recordélos comentarios de Challenger y Summerlee sobrela falta de inteligencia de estos saurios, lo quesin duda había motivado su desaparición. Supuseque esperarme afuera hubiera sido un índice de queel animal era capaz de razonar, de establecer lo queme había acontecido y permanecer al acecho de mireaparición, todo lo que no concordaría con aquelloscomentarios.Tras breve esfuerzo pude salir y miré a mi alrededor.Las estrellas comenzaban a palidecer y elcielo se aclaraba. El frío viento de la mañana meS I R A R T H U R C O N A N D O Y L E202produjo una agradable sensación al soplar sobre micara.Regresé por el sendero de mi anterior huidahasta encontrarme nuevamente junto al arroyo, cuyocurso seguí.De pronto, algo me recordó la existencia de miscompañeros. En el claro y tranquilo aire matinal oí

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la fuerte, dura nota del disparo de un rifle. Me detuvea escuchar, pero no se repitió. Durante un momentopensé en qué podría haberles sucedido, peroluego una explicación natural me tranquilizó. Ya erade día; ellos habrían imaginado que yo estaba perdidoen los bosques, y aquel disparo tenía por objetoorientarme. Si bien se había convenido en no utilizarlas armas de fuego excepto en oportunidadesperfectamente justificables, cabía suponer que ellosme consideraban en peligro y por eso me apresuréaun más, para tranquilizarlos.Dejé atrás el pantano de los pterodáctilos, crucéla pradera de los iguanodontes y, al llegar al últimocinturón de arbustos que me separaban del FuerteChallenger grité un saludo, que quedó sin respuesta.El ominoso silencio me oprimió el corazón.Apresuré el paso, corrí, casi, y me encontré con elcampamento desierto. La puerta del cerco espinosoE L M U N D O P E R D I D O203estaba abierta, nuestros efectos esparcidos en desordeny cerca de las cenizas de la hoguera se veíauna fea mancha de sangre.La sorpresa me aturdió hasta el punto en que creíhaber perdido la razón. Recuerdo, vagamente, quecorrí por los bosques que rodean el campamentollamando a gritos a mis compañeros. El horriblepensamiento de no encontrarlos ya más, de quequedaría solo en aquel territorio salvaje, sin posibilidadesde descender de regreso al mundo civilizado,para vivir y morir solo en medio de aquellapesadilla... No, eso era más de lo que podría soportar.Comprendí entonces cuánto dependía de miscompañeros, de la serena confianza en sí mismo deChallenger y de la dominante sangre fría de LordRoxton. Sin ellos me sentía como un niño perdidoen la oscuridad, indefenso e impotente.Después de un período en que me dominó la desesperación,procuré recuperarme y descubrir quédesgracia había ocurrido a los demás.El desorden completo demostraba que se habíaproducido algún ataque, que seguramente se registróen el momento en que oí el disparo de rifle. El hechode que se produjera un solo disparo indicabaS I R A R T H U R C O N A N D O Y L E

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204que todo había sido instantáneo. Los rifles estabantodavía en el suelo y uno solo, el de Lord John, teníala recámara ocupada por una cápsula vacía.No vi ningún indicio que señalara la naturalezade los atacantes, hombres o animales, que habíaninvadido el refugio.Recorrí el bosque, pero no encontré huellas queme orientaran. Me extravié y sólo por milagro, despuésde una hora de vagar, encontré de nuevo elcampamento.Entonces, un pensamiento me trajo algo de consuelo.No estaba absolutamente solo. Al pie delacantilado, esperándonos, se encontraba Zambo.Me acerqué al borde de la meseta y allá lo vi, sentadoentre las mantas, y, para sorpresa mía, un, segundohombre lo acompañaba. Llamé y agité el pañueloa manera de saludo, y vi que Zambo subía por elpináculo. Poco después estaba en la cumbre delmismo, cerca de la meseta, y escuchó con profundaaflicción mi narración sobre lo sucedido.-Ese fue el diablo, amo Malone. Está usted en elpaís del diablo y con toda seguridad se lo llevará austed también. Siga mi consejo, baje pronto, antesque se lo lleve a usted también...-¿Y cómo puedo hacer para bajar, Zambo?E L M U N D O P E R D I D O205-Corte enredaderas de los árboles, arrójelas haciaaquí, así las ato en este tocón y tendrá un puente.-Hemos pensado en eso, Zambo. No hay enredaderasque puedan sostenernos.-Mande a buscar sogas, amo Malone.-¿A quién? ¿A qué lugar?-A la aldea india. Tienen mucha soga de cuerotrenzado en la aldea india. Hay un indio abajo, envíelo.-¿Quién es?-Uno de los que vinieron con nosotros. El otrolo golpeó y le quitó su parte de la paga. Este regresóy está dispuesto a llevar carta, traer soga, cualquiercosa.¡A llevar una carta! ¿Por qué no? Tal vez puedatraer alguna ayuda, pero en el peor de los casosnuestras vidas no se habrían malogrado en vano, ylas noticias de nuestras actividades y de lo que habíamos

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ganado para la ciencia, podrían llegar a conocimientode la civilización. Ya tenía dos cartascompletas esperando. Destinaría el resto del día paraescribir una tercera, con la que completaría la informaciónhasta el último día. Dije, pues, a Zamboque subiera nuevamente por la tarde y pasé mi miSI R A R T H U R C O N A N D O Y L E206serable y solitario día, escribiendo sobre mis aventurasde la noche anterior.Escribí también una nota para el capitán de cualquierbarco o algún comerciante blanco que el indiopudiera encontrar, rogándole enviar sogas, ya quede ellas dependerían nuestras vidas.Todo esto, más tres soberanos que contenía mibolsa, se lo arrojé a Zambo, diciéndole que entregaralas monedas al indio, prometiéndole el doble siregresaba con noticias.E L M U N D O P E R D I D O207CAPÍTULO 13UNA VISION INOLVIDABLEEn momentos en que el sol se ponía sobre lamelancólica noche, vi la figura solitaria del indiosobre la vasta llanura a mis pies y le contemplé, pensandoque constituía nuestra única, débil esperanzade salvación, hasta que desapareció entre la niebladel atardecer.Ya estaba bastante oscuro cuando decidí regresara nuestro campamento, y miré hacia abajo, al rojobrillo del fuego de Zambo, el único punto luminosoen el vasto mundo al pie de la meseta.En cierto modo, me sentí más feliz, pues ahorapensaba que el mundo conocería nuestras aventurasy por lo menos nuestros nombres no se perderíancon nuestros cuerpos, sino que pasarían a la posteSI R A R T H U R C O N A N D O Y L E208ridad asociados con el resultado de nuestras penurias.Resultó impresionante dormir en aquel malhadado.campamento, pero era peor hacerlo en la jungla.Encendí tres fuegos y luego de comer, caí en profundosueño del que desperté al amanecer; en extrañasy felices circunstancias.Sentí la presión de una mano sobre mi brazo yme incorporé sobresaltado, procurando alcanzar el

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rifle. Al reconocer a Lord John no pude contenerun grito de alegría.Era él, pero al mismo tiempo no lo era. Cuandolo dejé estaba calmo, correcto y meticuloso en suvestimenta. Ahora lo veía pálido, con los ojos dilatados,respirando con agitación como si hubieracorrido durante mucho tiempo. Su delgada caramostraba arañazos y sus ropas colgaban en harapos.Lo miré sorprendido pero no me dio oportunidadde preguntar. Mientras me hablaba, recogía cosasdel depósito.-¡Rápido, Malone! ¡Rápido! -gritó-. Cada momentocuenta. Recoja los rifles. Los dos. Tengo yalos otros. Ahora, todas las balas que pueda. Lléneselos bolsillos. Ahora comida. Con media docena delatas estará bien. ¡Eso es! No se demore a hablar oE L M U N D O P E R D I D O209pensar; muévase. ¡Muévase rápidamente o estamosperdidos! Todavía semidormido e incapaz de imaginarqué significaba todo aquello, me encontré siguéndolealocadamente a través del bosque, con unrifle bajo cada brazo y un puñado de cosas en cadamano. Corrió por la parte más espesa de la malezahasta que llegamos a un denso matorral donde semetió a pesar de las espinas, arrastrándome consigo.-¡Aquí! -jadeó-. Creo que estamos seguros aquí.Con toda seguridad que me buscarán en el campamento.Será su primer movimiento. Pero esto losdespistará.-¿Qué pasa? -le pregunté cuando recuperé elaliento-. ¿Dónde están los profesores? ¿Quién nospersigue?-Los hombres-monos -se lamentó-. ¡Por Dios,qué brutos! No hable en voz alta que tienen muybuenos oídos, y agudos ojos también, pero nada deolfato, según me pareció -apreciar, de modo que nocreo que puedan rastrearme hasta aquí. ¿Dónde estuvousted, joven amigo?En pocas palabras le comenté lo que había hecho.-Malo, malo -contestó cuando le conté acerca deldinosaurio y el pozo-. No es el lugar más adecuadoS I R A R T H U R C O N A N D O Y L E210para una cura de reposo, ¿verdad? Pero yo no tenía

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idea de lo que esto podía resultar hasta que noscapturaron esos diablos. Los caníbales de Papú mecautivaron en una oportunidad, pero son caballerosal compararlos con estos muchachos.-¿Cómo sucedió?-Fue al amanecer. Nuestros sabios amigos comenzabana desperezarse... ni siquiera habían empezadoa discutir. De repente se produjo una lluviade monos. Caían como manzanas de un árbol. Supongo que se habían estado reuniendo, durante lanoche, hasta que aquel gran árbol que nos dabasombra estaba cargado de ellos. Le dispare a uno enel pecho, pero antes de que pudiéramos preparamospara la defensa, estábamos de espaldas en el suelo,con los brazos extendidos. Les he llamado monos,pero llevaban garrotes y piedras en las manos y utilizabancierto tipo de lenguaje entre ellos. Además,nos ataron las manos con enredaderas, de modoque han superado a cualquier bestia que haya vistoen mis viajes. Hombres-monos, eso son. Eslabonesperdidos.... y yo hubiera deseado que continuaranasí: perdidos. Se llevaron a su camarada herido, quesangraba como un cerdo, y se sentaron a nuestroalrededor. Son grandes, tan altos como un hombre,E L M U N D O P E R D I D O211pero mucho más fuertes. Tienen curiosos ojos vidriososbajo rojos mechones de cejas, y se sentarona nuestro alrededor mirándonos con expresión deodio, deleitánáose con su triunfo. Challenger no esningún cobarde, pero hasta él se sintió intimidado.Consiguió incorporarse, y les gritó que lo mataranpronto y terminaran de una buena vez. Creo que loinesperado de todo lo había enloquecido un poco,pues les gritó insultos y maldiciones como un loco.Si se hubiera tratado de un grupo de sus favoritosperiodistas, no los hubiera tratado de peor manera.-¿Y qué hicieron ellos? -pregunté ansioso.Estaba dominado por la curiosidad que despertabala extraña narración que Lord John me susurrabaal oído, mientras mantenía sus ojos alerta yapretaba la culata de su rifle.-Creí que era el fin de todos nosotros, pero la actitudde Challenger inició un nuevo tipo de comportamientoentre los hombres-monos. Estuvieron

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un largo rato parloteando entre ellos. Luego uno deesos brutos, se paró al lado de Challenger... Ustedreirá, pero le doy, mi palabra de que parecían parientes.Si no lo hubiera visto personalmente, no lohabría creído. Ese viejo hombre-mono, el jefe de latribu, era una especie de Challenger rojo, con todosS I R A R T H U R C O N A N D O Y L E212los rasgos de nuestro amigo, si bien un poco exagerados.El cuerpo corto, los hombros anchos, el torsoredondo, cuello corto, el mismo tipo de barba yespesas cejas, la misma expresión insolente, y todoslos demás detalles sobresalientes de nuestro sabio.Cuando este ejemplar se aproximó a Challenger y lepuso la mano sobre el hombro, la escena se completó.Summerlee estaba al borde del histerismo, yse lanzó a reír hasta las lágrimas. Los hombres-monos también rieron, o por lo menos hicieronruidos para arrastrarnos a través de la selva. Notocaron siquiera las armas ni las latas, pensando talvez que eran peligrosas, pero se alzaron con todanuestra comida suelta. Summerlee y yo fuimos muymaltratados durante el camino, como lo prueba mipiel y mis ropas, pues nos llevaron en línea recta através de las ramas, y la piel de estos individuos escomo el cuero, pero Challenger recibió distinto tratamiento.Cuatro de ellos lo transportaron sobre loshombros como a un emperador. ¿Qué fue eso?En la distancia se oía un extraño ruido. similar alde castañuelas.-¡Allí están! -dijo Lord John deslizando cartuchosdentro del segundo rifle que tenía. Cargue esasarmas, mi joven amigo, pues no les vamos a perEL M U N D O P E R D I D O213mitir que nos tomen vivos, y no piense usted enello. Ese es el ruido que hacen cuando están excitadosy ¡y por Dios que les daremos excitación sinos encuentran! ¿Puede oírlos ahora?-Muy lejos.-Bien, proseguiré mientras tanto. Nos llevaron auna ciudad en que viven, un millar de cabañas deramas y hojas en un enorme bosque cerca del bordedel acantilado, a tres o cuatro millas de aquí. Esassucias bestias me registraron recorriendo todo mi

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cuerpo con sus dedos. Nos ataron y nos dejaronbajo un árbol, vigilados por uno de esos enormesbrutos con un garrote en la mano. Al decir "nos"me refiero a Summerlee y yo, ya que Challenger fuellevado a un árbol y le dieron de comer piñas, tratándolocomo nunca lo fue en su vida. Se las arreglótraernos algo de fruta y, con sus propias manosaflojó nuestras ligaduras. En otra situación, nos hubiéramosreído de buena gana al verlo sentado sobreal árbol hallado de su hermano gemelocantando, ya que cualquier clase de música los poníade buen humor. Pero las cosas estaban en un puntotal que la risa había quedado desterrada. Dentro deciertos límites, le dejaban hacer lo que quería, peronosotros apenas si podíamos movernos. Era unS I R A R T H U R C O N A N D O Y L E214consuelo para todos nosotros pensar que usted seguíaen libertad, y con usted los archivos de nuestraexpedición.Hizo una pausa para escuchar los ruidos delbosqueantes de continuar con su relato.-Y bien, mi joven amigo, le contaré algo que lova a sorprender. Dice usted que vio signos de lapresencia de hombres, fuegos, trampas y otras cosaspor el estilo. Bueno, nosotros hemos visto a loshombres mismos, aunque en condiciones distintas.Parece que los humanos dominan un sector de estameseta, aquél donde usted vio las cuevas, y loshombres-monos enseñorean este otro. Entre ambosbandos se ha establecido una guerra permanente.Ayer los hombres-monos apresaron a una docenade humanos y los trajeron como prisioneros, entregran alboroto. Se trataba de hombres pequeños, rojizos.Los hombres-monos mataron a dos de ellosallí mismo. A uno de ellos casi le arrancaron el brazo...,fue absolutamente brutal. Aquellos nativosapenas si se quejaron, pero Summerlee se desmayó yel mismo Challenger apenas si pudo tolerarlo. Meparece que ya se han ido, ¿verdad?E L M U N D O P E R D I D O215Escuchamos con atención, pero nada, excepto elcanto de los pájaros, quebraba el profundo silenciode la arboleda. Lord John prosiguió:

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-Creo que usted se salvó gracias a aquellos indígenas,pues si no hubiesen estado ocupados conellos es seguro que habrían venido a buscarlo. Esseguro que nos estuvieron vigilando durante todo eltiempo, como usted lo notó anteriormente, de modoque su ausencia no les debe haber pasado inadvertida.No obstante, sólo podían pensar en la nuevapresa, gracias a lo cual fui yo, y no un grupo dehombres-monos, quien lo despertó esta mañana.Bien, después de la muerte de aquellos dos, vivimosuna horrible pesadilla. Recordará usted aquel bosquecillode bambúes donde encontramos el esqueletodel americano. Bien, eso queda exactamentedebajo de la ciudad de los monos, y ese es el lugardonde sacrifican a los prisioneros. Debe habermontañas de esqueletos allá abajo, que no alcanzamosa ver. Tienen una especie de campo de desfileen el borde de la meseta, donde realizan toda unaceremonia. Los pobres diablos tienen que saltar,uno por vez, y la tribu se divierte en ver si se hacenañicos o en sólo quedan clavados en las cañas.Cuatro hombres saltaron, y las cañas los atravesaronS I R A R T H U R C O N A N D O Y L E216como agujas de tejer a través de un pan de manteca.Pensamos que también a nosotros nos tocaría saltar,pero aparentemente no siguieron, sino que reservarona seis indígenas para hoy, aunque, segúnpudimos inferir, Summerlee y yo seríamos las estrellasde la función. Su lenguaje es, fundamentalmente,constituido por signos, de modo que no resulta difícilentender algo de lo que se proponen. Por ello,decidí escapar urgentemente. Todo tenía que recaeren mí, pues Summerlee resultaba inútil y Challengerno es mucho mejor, ya que cada vez que se reúnencomienzan a discutir sobre la clasificación científicade estos hombres-monos. Uno de ellos sostiene quese trata de driopitecos de Java, el otro que son pitecantropos.Son completamente chiflados, ambos.Pero, como le decía, había atisbado un par de posibilidadesde escapar. Una de ellas consiste en queestos brutos no pueden correr tan rápido como unhombre en terreno abierto. La otra, que no sabennada de armas de fuego. No creo que todavía sepancómo fue que su camarada cayó herido en nuestro

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campamento. Si podíamos conseguir las armas, pensé,era imposible predecir nuestras posibilidades. Demodo que esta mañana temprano di a mi guardiánun puntapié en el vientre y corrí en dirección alE L M U N D O P E R D I D O217campamento. Allí lo recogí a usted y las armas, yaquí estamos.-¡Pero, los profesores! -exclamé consternado.-Buenos; debemos regresar a buscarlos. Yo nopodía traerlos conmigo, pues Challenger estaba sobreun árbol y Summerlee no puede correr tanto. Laúnica posibilidad consiste en recuperar las armas eintentar un rescate. Por supuesto que queda la posibilidadde que los maten en venganza; pero no creoque toquen a Challenger, si bien Summerlee sigue enpeligro; claro está que, todos modos, lo hubieranmatado, así que no empeore sus posibilidades al escapar.Sea como fuere, es una cuestión de honorpara nosotros regresar allá y tratar de rescatarlos, omorir con ellos.Comenzábamos a incorporarnos en nuestro escondite,cuando Lord John me contuvo firmemente.-¡Por Dios! ¡Allí vienen!Desde donde estábamos alcancé a ver un grupode hombres-monos pasando a cierta distancia. Caminabanen fila de a uno, con sus piernas dobladasy la espalda curva; las manos ocasionalmente tocabanel suelo y las cabezas giraban de izquierda a derecha,mientras. avanzaban. La forma de pararse lesrestaba altura, pero calculo que medían aproximaSI R A R T H U R C O N A N D O Y L E218damente un metro y medio. Muchos de ellos llevabangarrotes. A la distancia, parecían un grupo develludos y deformes seres humanos.Esta impresión la tuve en el breve momento enque cruzaron delante de nuestra vista. Poco despuésse perdieron entre los arbustos.-Todavía no -dijo Lord John, que había levantadoel rifle-. Nuestra mejor posibilidad la tendremoscuando estén de regreso en su ciudad. Allí trataremosde darles donde más les duela. Les daremosuna hora de tiempo y luego partiremos.Ocupamos el tiempo desayunándonos con el

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contenido de una de las latas de comida. LordRoxton no había ingerido otra cosa que frutas desdela mañana anterior, de modo que devoró su partecon fruición. Finalmente, con nuestros bolsillos apunto de reventar con las municiones y un rifle encada mano, partimos en nuestra misión de rescate.Antes de alejarnos, tomamos cuidadosa nota de laubicación de este escondite, a fin de encontrarlo siteníamos nueva necesidad de recurrir a él. Cruzamoslos arbustos en silencio, hasta que llegamos alborde de la meseta, donde nos detuvimos, y LordJohn me comentó su plan.E L M U N D O P E R D I D O219-Mientras estemos entre los grandes árboles, estoscerdos nos dominarán, pero en terreno abiertolas cosas serán diferentes. Allí nosotros nos movemosmás rápidamente que ellos, de modo que debemosmantenernos en campo raso todo lo posible.El borde de la meseta tiene menos árboles grandesque el interior, así que andaremos por allí, caminandolentamente con los ojos bien abiertos y el riflepreparado. Y sobre todo, no deje que lo aprisionen...mientras le quede un tiro. Ese es mi últimoconsejo, mi joven amigo.Los bosques parecían estar llenos de hombres-monos; una y otra vez los oíamos charlar en sucuriosa jerga. Entonces nos ocultábamos entre losarbustos más próximos hasta que se alejaban. Estonos demoraba, de modo que ya habían transcurridodos horas por lo menos cuando los cautos movimientosde Lord John me indicaron que estábamospróximos a nuestro destino. Me hizo señas de queme echara al suelo, y se arrastró regresando un minutodespués con expresión ansiosa.-¡Venga! ¡Rápidamente! ¡Ruego al Señor que nosea ya demasiado tarde!Me encontré temblando de nerviosa excitación alarrastrarme hacia adelante hasta su lado, mirandoS I R A R T H U R C O N A N D O Y L E220entre los arbustos en dirección a un claro que seabría delante de nosotros.Era una visión de tal naturaleza que nunca olvidarémientras viva. Tan fantasmagórico e imposible

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era aquel lugar que no se en qué forma describirlo.Más aún, no sé si yo mismo podré admitir suexistencia dentro de algunos años, si es que vivopara recordarlo. Se que me parecerá alguna pesadilla,un delirio producido por la fiebre. No obstante,trataré de describirlo ahora, mientras está aún frescaen mi mente la imagen y por lo menos uno, el hombreque se halla a mi lado, sabrá si he mentido.Se extendía por delante un amplio espacioabierto, de varios cientos de metros de ancho, cubiertode verde césped y helechos bajos que crecíanhasta el borde mismo del risco. Alrededor de esteclaro, había un semicírculo de árboles con curiosaschozas construidas con follaje y apiladas una sobrela otra entre las ramas. Las aberturas de estas viviendas,con más de nido que de casa, estaban ocupadaspor mujeres y niños de la tribu de loshombres-monos. Constituían el público y contemplabancon profundo interés la acción que se desarrollaba,y que nos fascinaba y llenaba de espanto.E L M U N D O P E R D I D O221En el claro, cerca del borde del risco, se agrupabauna multitud de varios centenares de hombres-monos, muchos de ellos de gran tamaño ytodos ellos horribles en grado sumo. Se observabacierta disciplina, ya que ninguno intentaba romper lalínea que formaban. Frente a ellos había un pequeñogrupo de indios, de cuerpos pequeños, miembrossin vellos, de pieles bronceadas que brillaban bajo lafuerte luz solar, y entre ellos se destacaba un altohombre blanco, delgado, que permanecía con la cabezabaja y los brazos cruzados, expresando toda suactitud el horror y congoja que experimentaba. Resultabaimposible equivocarse: se trataba del profesorSummerlee.Al frente y alrededor del grupo de prisioneros sele movían varios hombres-monos que los vigilabande cerda, haciendo imposible todo pensamiento defuga. Más allá, alejados de todos los demás y cercadel borde del risco, aparecían dos personajes, tanextraños, y, en otras circunstancias tan ridículos, queabsorbieron mi atención. Uno era nuestro camaradael profesor Challenger. Los restos de su chaquetacolgaban de sus hombros, pero su camisa había desaparecido

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y la gran barba se mezclaba con los profusosvellos negros que cubrían su poderoso pecho.S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E222Había perdido el sombrero y su cabello, crecidodurante nuestras aventuras, se agitaba en desorden.Un solo día parecía haber cambiado al más acabadoproducto de la civilización moderna, convirtiéndoloen el desesperado salvaje de Sudamérica. A su ladose erguía su amo, el rey de los hombres-monos. Esteera en todo, tal como me había anticipado LordJohn, la imagen exacta de nuestro profesor, exceptoen que su color era rojo en lugar de negro. La mismafigura corta y ancha, los mismos fuertes hombros,idéntica posición de los brazos, igual barbamezclándose con los, vellos del pecho. Sólo sobrelas cejas, donde la huidiza frente del hombre-monocontrastaba con el amplio cráneo del europeo, eravisible una real diferencia. En todos los demás aspectos,el rey era una absurda parodia del profesor.Todo esto que tanto tardé en describir, lo observéen pocos segundos. Luego tuvimos diferentescosas en que pensar, pues un movido drama se estabadesarrollando. Dos de los hombres-monosarrastraron a uno de los indios hasta el borde delprecipicio y a una señal del rey lo tornaron de brazosy piernas, lo balancearon tres veces y lo arrojaronal aire. En este momento todos loshombres-monos agrupados alrededor se precipitaEL M U N D O P E R D I D O223ron hasta el borde a observar la caída. Se produjoun largo silencio y luego un enloquecido grito deplacer. Saltaban todos con los brazos en alto, aullandoexaltados. Luego volvieron a alinearse y esperarpor la siguiente víctima. Esta vez era el turnode Summerlee. Dos de sus guardias lo tomaron porlas muñecas y lo arrastraron brutalmente. Challengerse volvió hacia el rey y agitó sus manos violentamente.Estaba rogando, implorando por la vida desu camarada. El hombre-mono le empujó a un ladocon violencia y agitó la cabeza. Ese fue el últimomovimiento consciente que efectuó en este mundo.El rifle de Lord John resonó y el rey cayo inmóvil alsuelo.

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-¡Dispare, hijo, dispare! ¡Al centro del grupo!Hay extrañas profundidades en el alma del máscomún de los hombres. Por naturaleza soy de corazóndébil, y muchas veces he notado que mis ojosse humedecían ante el grito de una liebre herida. Noobstante, en estos momentos tenía sed de sangre.Me encontré de pie disparando un cargador trasotro y otro más, mientras gritaba por pura ferocidady la alegría de matar. Con nuestras cuatro armas losdos hicimos una horrible carnicería. Los dos guardianesde Summerlee cayeron y éste daba vueltasS I R A R T H U R C O N A N D O Y L E224alrededor como un borracho, incapaz de asimilar laidea de que había quedado libre. La densa muchedumbrede hombres-monos se agitaba sorprendida,como preguntándose de dónde provenía esta lluviamortífera, o qué podía significar. Luego, comenzarona gritar y correr, hasta que se convirtieron enuna aullante masa que huía en busca de refugio hacialos árboles, dejando el terreno salpicado de cadáveresde sus camaradas alcanzados por nuestrofuego.Los prisioneros quedaron por el momento solosen el medio del claro.El rápido cerebro de Challenger comprendió lasituación. Tomó al espantado Summerlee de un brazoy corrió con él a nuestro encuentro. Dos de losguardias trataron de detenerlos, mas otras tantasbalas de Lord John dieron con ellos por tierra. Lesalcanzamos dos de los rifles que teníamos, peroSummerlee estaba ya al final de sus fuerzas y apenassi podía mantenerse en pie.Ya los hombres-monos se estaban recuperandodel susto y avanzaban entre los arbustos con intencionesde cerrarnos el paso. Challenger y yo arrastramosa Summerlee de ambos brazos mientrasLord John detenía a los perseguidores con su infaliEL M U N D O P E R D I D O225ble puntería. Durante más de una milla aquellosbrutos nos siguieron desde muy cerca, pero prontocomprendieron nuestro poder y no se atrevieron aenfrentarse con el rifle de Lord John. Cuando llegamosal Fuerte Challenger, miramos hacia atrás y

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nos encontramos solos.Esto creíamos, pero nos equivocamos. No habíamosconcluido de cerrar la puerta de ramas espinosas,estrechado nuestras manos y todavíatratábamos de recuperar el ritmo normal de nuestrarespiración recostados en el suelo al lado del manantial,cuando oímos un suave lamento desde elexterior. Lord John saltó, con un rifle en la mano, yabrió. Allí, postrados en el suelo, estaban los cuatroindios sobrevivientes, temblando de miedo antenosotros pero implorando nuestra protección.Uno de ellos, con expresivo ademán señaló losbosques indicando que estaban llenos de peligros.Luego, arrojándose a los pies de Lord John, seabrazó a sus botas.-¡Por Dios! -exclamó éste, retorciéndose el bigote-.¿Qué haremos con esta gente? Levántate, muchacho,y retira tu cara de mis botas.Summerlee estaba sentado cargando su pipa.S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E226-Tendremos que ayudarlos -dijo-. Usted nos hasacado de las mismas fauces de la muerte. ¡Palabrade honor que fue un trabajo admirable!-¡Realmente admirable! -secundó Challenger-.No sólo nosotros individualmente, sino toda laciencia europea tiene con ustedes una profundadeuda de gratitud, pues no vacilo en decir que ladesaparición del profesor Summerlee como La mía,habrían producido un apreciable vacío en la historiade la zoología moderna. Nuestro joven amigo y ustedhan actuado extraordinariamente bien.Nos contempló con su sonrisa paternal, pero laciencia europea se hubiera sorprendido bastante dever a su hijo dilecto, la esperanza del futuro, con lacabeza descuidadamente enredada, el pecho desnudoy las ropas destrozadas. Tenía una lata de comidaentre las rodillas y un gran trozo de cordero enuna mano. El indio lo miró y con un corto grito cayóal suelo y se aferró a la rodilla de Lord John.-No te asustes, hijo -dijo éste palmeándole la cabeza-.No puede soportar su apariencia, Challenger,y, por Dios no lo culpo. Bueno..., bueno, muchacho.Es solo un ser humano, como el resto de nosotros.-¡Realmente..., señor! -repuso indignado el profesor.

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E L M U N D O P E R D I D O227-¡Bueno, profesor! Después de todo, tuvo ustedsuerte de ser un poco distinto de los demás. Si nohubiera sido por su parecido con el rey...-Por mi honor, Lord John Roxton, se permiteusted demasiado...-¡Caramba! Es un hecho, profesor.-Le ruego que cambie de tema. Sus observacionesno tienen relación con el asunto en general yresultan ininteligibles. La cuestión es qué hacer conestos indios. Lo obvio es escoltarlos a su casa, si esque sabemos dónde habitan.-Eso no es difícil de saber. Viven en las cuevasen el lado opuesto del lago -aclaré-. Es una caminatade cerca de veinte millas.Summerlee se lamentó.-No podré llegar allí. Además, todavía oigo aesos brutos rondando en la arboleda.Efectivamente, se oía el parloteo de los hombresmonos; los indios lloriqueaban de miedo.-¡Debemos irnos de aquí, de prisa! -indicó LordJohn-. Usted, mi joven amigo, encárguese de ayudara Summerlee. Estos indios llevarán las provisiones.Ahora partamos antes de que nos vean.En menos de media hora nos encontrábamos enel refugio entre los matorrales, perfectamente esSI R A R T H U R C O N A N D O Y L E228condidos. Durante todo el día se oyó el excitadoparloteo de los hombres-monos en dirección alcampamento abandonado, pero ninguno se aproximóa nuestro actual escondite, y los pobres fugitivos,blancos y rojos, pudieron tener un largo sueñoreparador. Estaba yo mismo dormitando al atardecer,cuando alguien me tocó el brazo y encontré aChallenger arrodillado a mi lado.-Usted lleva un diario de estos sucesos y esperapublicarlos eventualmente, señor Malone -dijo solemnemente.-Así es, estoy aquí sólo como representante de laprensa.-Exactamente. Y usted debe haber oído ciertaobservación de Lord John Roxto que parecía implicarque existe cierto..., cierto parecido...-Sí, eso oí.

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-No creo necesario decirle que cualquier publicidadque reciba tal idea, cualquier ligereza en su narraciónde los acontecimientos, resultaría excesivamenteofensiva para mí...-Me mantendré dentro de los límites de la másabsoluta verdad.-Las observaciones de Lord John son frecuentementeexageradas, y es capaz de atribuir a las másE L M U N D O P E R D I D O229absurdas razones el respeto que siempre las razassubdesarrolladas demuestran a la dignidad y al carácter.¿Comprende usted lo que quiero significar?-Completamente.-Dejo el asunto librado a su discreción.Luego de una larga pausa, continuó.-El rey de los hombres-monos era una criaturade gran distinción..., una personalidad realmenteagradable e inteligente, ¿no le parece?-Una criatura extraordinaria -repuse.Y el profesor, con su mente un poco más tranquila,se entregó nuevamente al sueño.S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E230CAPÍTULO 14VERDADERAS CONQUISTASHabíamos supuesto que nuestros perseguidores,los hombres-monos, desconocían nuestro esconditeentre la maleza, pero no tardaríamos en darnoscuenta de nuestro error.Nada se movía en el bosque. El silencio era absoluto.Eso nos llevó a olvidar nuestra experienciaanterior de cuán astutos y pacientes podían llegar aser en espera de su oportunidad para atacar.Estoy seguro de que, cualquier cosa que puedasucederme en el futuro, nunca estaré tan cerca de lamuerte como lo estuve aquella mañana. Pero meestoy apartando del orden en que se desarrollaronlos acontecimientos.E L M U N D O P E R D I D O231Despertamos exhaustos por las terribles emocionesdel día anterior, así como por la falta de alimento.Summerlee estaba aún tan débil que le resultabadifícil incorporarse, pero tenía un rudo tipode coraje que le impedía admitir la derrota. Convinimos

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en permanecer quietos durante una o doshoras, desayunarnos, y luego iniciar nuestra marchaa través de la meseta rumbo a las cuevas donde, segúnmis exploraciones habían establecido, habitabanlos indios. Confiábamos en que el haberlosrescatado nos aseguraría una calurosa bienvenidaentre sus compañeros de tribu, y luego, habiendocumplido nuestra misión y con un mayor conocimientode los secretos de la Tierra de Maple White,nos aplicaríamos por entero a resolver el problemade nuestro regreso a la civilización.Durante la espera pudimos observar más tranquilamentea los indios que habíamos rescatado.Eran hombres pequeños, nerviosos, activos y debuena apariencia física; con largos cabellos laciosatados sobre la nuca con una cinta de cuero, materialdel que también eran sus taparrabos. Sus carasbarbilampiñas eran placenteras y afables. Los lóbulosde sus orejas sangraban desgarrados, evidenciandoque había ornamentos que sus adversariosS I R A R T H U R C O N A N D O Y L E232arrancaron. Su lenguaje, si bien nos resultaba ininteligible,era más complejo que los ruidos con que secomunicaban entre sí los hombres-monos. Se señalabanunos a otros repitiendo la palabra "accala",por lo que supusimos que tal era el nombre de sutribu. Ocasionalmente agitaban las manos en direccióna los bosques que nos rodeaban y exclamaban"¡Doda! ¡Doda!", que con seguridad, era el nombreque daban a sus enemigos.-¿Qué opina de ellos, Challenger? -preguntóLord John-. Una cosa me resulta evidente, y es queel que tiene la frente afeitada es una especie de jefeentre ellos.Efectivamente, este hombre se mantenía separadode los otros, que nunca se dirigían a él sin ostensiblesmuestras del mayor respeto. Era el más jovende todos, y no obstante se mostraba tan orgulloso yaltanero que cuando Challenger le tomó la cabezasaltó como un potro espoleado y se alejó con ofendidobrillo en sus ojos negros y, apoyando su manosobre el pecho y mostrando gran dignidad, repitióvarias veces la palabra "Maretas". El profesor, sininmutarse, tomó del hombro a otro indio e inició su

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conferencia como si se tratara de un espécimen embalsamadoen un salón de clases.E L M U N D O P E R D I D O233-El tipo de esas gentes -dijo pomposamente-,tanto si juzgamos por la capacidad craneana, el ángulofacial o cualquier otra clase de estimación devalores, no puede ser considerado como de seres inferiores;por el contrario, cabe ubicarlos en un nivelconsiderablemente más elevado que a muchas otrastribus sudamericanas que podría mencionar. Deninguna manera podemos explicar la evolución detal raza en este lugar. En ese sentido, hay tan grandistancia entre éstos y los hombres-monos y los animalesprimitivos que han sobrevivido en esta meseta,que es inadmisible que puedan haberse desarrolladoen el sitio en que los hemos encontrado.-Entonces, ¿de dónde cayeron? -inquirió LordJohn.-Esa es una cuestión que, sin lugar a dudas, seráprofusamente discutida en las sociedades científicasde Europa y América. Opino que la evolución se haproducido bajo condiciones peculiares de esta región,hasta la etapa de los vertebrados, sobreviviendolos antiguos tipos en, compañía de los nuevos.Por ello hemos encontrado animales modernos comoel tapir, el gran ciervo y el oso hormiguero, encompañía de reptiles del tipo Jurásico. Hasta aquí,no tengo dudas. Ahora, analicemos la existencia deS I R A R T H U R C O N A N D O Y L E234los hombres-monos y los indios. ¿Qué debe pensaruna mente científica sobre su presencia? Sólo puedoexplicarlo diciendo que puede haberse debido a unainvasión desde el exterior. Es probable que hayaexistido en Sudamérica un mono antropoide que eneras pretéritas logró entrar a este lugar, y que seconvirtió en los seres que hemos visto, algunos delos cuales -en este punto de su exposición me mirófijamente-, algunos de los cuales, digo, con una conformacióny apariencia que, de haber estado acompañadaspor la inteligencia correspondiente, meatrevo a decir que habrían prestigiado a cualquierraza viviente. En cuanto a los indios, no cabe dudade que pertenecen a una corriente inmigratoria más

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reciente. Bajo la presión del hambre o de otrosenemigos, se vieron obligados a emigrar, radicándoseen esta meseta. Enfrentados a animales ferocesque jamás habían visto antes, se refugiaron en aquellascuevas, pero sin duda han tenido que manteneruna dura lucha por sobrevivir, especialmente, contralos hombres-monos que los consideraron intrusos einiciaron una guerra sin cuartel contra ellos, con unaastucia de la que son incapaces los animales mayoresde la meseta. De allí el hecho de que parece quesean pocos en número. ¿Alguna pregunta?E L M U N D O P E R D I D O235El profesor Summerlee, por una vez en su vida,se sentía demasiado deprimido para discutir conChallenger, pero sacudió violentamente la cabezacomo indicando que disentía por completo. LordJohn se limitó a rascarse la suya, comentando queno podía pelear porque no estaba dentro de la mismacategoría o peso, y yo, por mi parte, desarrollémi acostumbrado papel de llevar las cosas a un nivelmás prosaico y práctico, señalando que uno de losindios faltaba.-Fue a buscar agua -aclaró Lord John.-¿Al anterior campamento?-No, al arroyo que está entre esos árboles. Nodebe quedar a más de un centenar de metros, pero,realmente, está demorando demasiado.-Iré a buscarlo -dije, y recogiendo mi rifle caminéen dirección al arroyo. Les resultará extraño queabandonara así el refugio que brindaba la maleza,pero recordarán que estábamos lejos de la ciudad delos hombres-monos y, según creíamos, estos seresno habían descubierto nuestro escondite. Además,con un rifle en las manos no les temía. No habíallegado a conocer aún toda su astucia y su fuerza.Pude oír el murmullo de nuestro arroyo, pero todavíame lo ocultaba un grupo de árboles y maleza.S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E236Me estaba acercando a este punto, cuando desde ladistancia divisé un bulto oscuro bajo uno de los árboles.Al aproximarme, vi que se trataba del indio,que yacía sobre un costado, con los miembros recogidosy la cabeza en una posición extraña como si

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mirara por sobre su propio hombro. Grité para avisara mis amigos que algo andaba mal, y me acerquéa examinar el cadáver. Cierto instinto, o miedo, o talvez un rumor de hojas, me impulsó a mirar haciaarriba. Desde el follaje, dos largos y musculososbrazos velludos se extendían lentamente en mi dirección.Un instante más y las manos se habríancerrado alrededor de mi garganta. Salté hacia atrás,pero no con suficiente rapidez que me permitieraevitar que me asiera por la nuca con una mano, y laotra apretando mi cara. Levanté los brazos paraproteger mi garganta, pero no pude evitar que elabrazo se completara... Me sentí colgado en el aire.Una intolerable presión empujaba mi cabeza haciaatrás, cada vez más y más violentamente. Missentidos me abandonaban, pero alcancé a arrancarla mano que sujetaba mi barbilla. Levanté la vista yme encontré mirando un par de inexorables ojosdeclaro color azul en una cara espantosa. Aquellosojos tenían algo de hipnótico. No pude continuarE L M U N D O P E R D I D O237defendiéndome. Cuando aquel ser notó que yo dejabade oponer resistencia, dos blancos dientes brillarondurante un momento en cada lado de labestial boca y la llave de lucha se tornó más apretadasobre mi mentón, levantándolo y empujándolohacia atrás cada vez más... Una niebla opaca se formóante mis ojos. y mis oídos se llenaron de ruidos.Percibí, amortiguado y lejano, el estampido de unrifle, y tuve una confusa noción de caer sobre elsuelo.Recuperé el conocimiento en nuestro refugio.Alguien había traído el agua desde el arroyo y LordJohn estaba salpicándome la cara, mientras queChallenger y Summerlee me sostenían, con expresiónpreocupada. Durante unos instantes tuve el privilegiode atisbar la existencia de espíritus humanosdetrás de sus máscaras científicas.Mi postración se debía más al susto que a dañosfísicos, de modo que media hora después, a pesardel fuerte dolor de cabeza y el cuello envarado, estabasentado y dispuesto a cualquier cosa.-Escapó usted por milagro, mi joven amigo -dijoLord John-. Cuando oí su grito y corrí, y vi su cabeza

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retorcida y sus pies sacudiéndose en el aire,supuse que habíamos sufrido la primera baja. ErréS I R A R T H U R C O N A N D O Y L E238el disparo, pero la bestia se asustó y lo dejó caer.¡Por Dios! Me gustaría contar con cincuenta hombrescon rifles... Limpiaría esta infernal meseta dehombres-monos...Era claro ahora que habíamos sido localizados ysometidos a constante vigilancia. No teníamos nadaque temer durante el día, pero con seguridad quepor la noche nos atacarían, de modo que debíamosalejarnos cuanto antes.Estábamos casi rodeados por árboles, donde podríamossufrir una emboscada. Sólo en dirección allago el terreno estaba cubierto por arbustos bajos,con pocos árboles y ocasionales praderas, es decir,por el camino que yo había seguido en mi solitariaescapada nocturna, y que nos conducía directamentea las cavernas de los indios. Este sería, por todos losmotivos posibles, nuestro itinerario.Lamentamos alejarnos del antiguo campamento,no sólo por las provisiones que allí quedaban, sinoporque perdíamos contacto con Zambo, nuestrovínculo con el mundo exterior. No obstante, teníamosabundante provisión de municiones paranuestras armas y esperábamos contar con algunaoportunidad de regresar a restablecer nuestras comunicacionescon el negro, que había prometidoE L M U N D O P E R D I D O239permanecer y no dudábamos de que cumpliría supalabra.Esa tarde iniciamos el viaje. El joven jefe marchóa la cabeza, actuando como guía, pero se rehusó indignadoa llevar carga alguna. Tras él los dos indiossobrevivientes marchaban con nuestras escasas provisionesy nosotros cuatro cerrábamos la columna,con los rifles cargados y prontos a actuar.Cuando partimos, se oyó un ulular de los hombres-monos, que pudo haber sido un grito de triunfoante nuestro alejamiento, o una expresión de despreciopor nuestra huida.Mirando hacia atrás, sólo vimos la densa cortinade vegetación, pero la magnitud del grito nos indicó

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claramente cuántos de nuestros enemigos se ocultabanentre las ramas. No obstante, nadie nos persiguió,y pronto nos encontramos en campo abierto yfuera de su alcance.Mientras caminaba, cerrando la marcha, no pudeevitar una sonrisa ante el aspecto de mis tres compañeros.¿Era éste el mismo Lord John Roxton quehabía visto sentado en el Albany entre sus tapicespersas y sus cuadros, bajo la rojiza luz de sus lámparascoloreadas? ¿Y aquél, el profesor prepotenteque se había envanecido detrás del gran escritorioS I R A R T H U R C O N A N D O Y L E240en su amplio estudio en Enmore Park? ¿Y aquelotro, la cuidadosa y austera figura que se había incorporadoante la gente reunida en el InstitutoZoológico? Creo que hubiera sido imposible encontraren algún sendero de Surrey tres vagabundoscon aspecto más desamparado y harapiento.No habíamos estado más de una semana sobreesta meseta, pero todas nuestras ropas estaban en elcampamento al pie, y esa semana nos había tratadoseveramente a todos excepto a mí, que no tuve quesoportar el manoseo de los hombres-monos. Mistres amigos habían perdido sus sombreros, y ahoracubrían sus cabezas con pañuelos. Sus ropas caíanen hilachas, y sus sucias caras sin afeitar eran prácticamenteirreconocibles. Tanto Challenger comoSummerlee cojeaban visiblemente, y yo todavíaarrastraba mis pies de debilidad como consecuenciadel ataque del hombre-mono.Eramos, en verdad, un grupo lastimoso, y no measombraba que los indios miraran hacia atrás ocasionalmente,observándonos con miedo.Comenzaba a oscurecer cuando llegamos a lamargen del lago y, cuando estuvo a nuestra vista laplateada superficie, los indios gritaron con alegría,señalando ansiosamente algo al frente: una gran floEL M U N D O P E R D I D O241tilla de canoas surcaba las aguas en dirección al lugaren que nos encontrábamos. Pronto estuvieroncerca y nos distinguieron. Inmediatamente, se oyóun simultáneo grito de alegría, y los vimos incorporarseagitando en el aire remos y lanzas. Luego se

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aplicaron nuevamente a bogar y llegaron a la costa,donde se postraron ante el joven jefe. Finalmenteuno de ellos, un hombre de edad, con un collar ybrazaletes de grandes cuentas brillantes y cubiertocon la piel de un animal de hermosas pintas de colorde ámbar, corrió y abrazó tiernamente al jovenque habíamos salvado. Luego nos miró, e hizo algunaspreguntas tras las cuales se nos aproximó condignidad y nos abrazó a todos por turno. Posteriormente,y siguiendo sus órdenes, toda la tribu sepostró en el suelo ante nosotros en señal de homenaje.Personalmente, me sentí tímido e incómodofrente a esta manifestación de obsequiosa adoración,y leí iguales sentimientos en las caras de LordJohn y Summerlee, pero la de Challenger se abriópara percibirla más íntimamente, como una flor bajoel sol.Tal vez sean tipos subdesarrollados -dijo frotándosela barba-, pero tu comportamiento en presenSI R A R T H U R C O N A N D O Y L E242cia de sus superiores debería servir de ejemplo anuestros más adelantados europeos. Es extraño observarlo correctos que son los instintos del hombrenatural.Era visible que los nativos habían venido en piede guerra, pues todos llevaban lanzas de bambú conpuntas de hueso, arcos y flechas, garrotes y hachasde piedra. Sus sombrías miradas iracundas en direccióna los bosques desde donde veníamos nosotros,y la frecuente repetición de la palabra "Doda" indicabancon claridad que venían a rescatar a los prisioneros:a salvarlos de la muerte, o vengarlos.La tribu se reunió allí mismo en consejo, sentándoseen círculo, mientras nosotros descansábamossobre una laja basáltica próxima y observábamos eldesarrollo de los acontecimientos. Dos o tres guerreroshablaron y luego el joven que habíamos rescatado,que supusimos era el hijo del jefe, les dirigióuna inspirada arenga con tan elocuentes ademanesque pudimos entenderle con la misma claridad quesi hubiéramos conocido su lenguaje.-¿Por qué regresar? -parecía decir-. Tarde o tempranotendremos que hacerlo. Vuestros camaradashan sido asesinados. ¿Por qué satisfacernos con que

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yo haya vuelto sano y salvo? Estos otros hubieranE L M U N D O P E R D I D O243muerto. No hay seguridad para nosotros. Estamosreunidos ahora, y estamos dispuestos.Nos señaló antes de continuar.-Estos extranjeros están con nosotros. Son grandesguerreros y odian a los hombres-monos tantocomo nosotros. Dominan al trueno y al relámpago.¿Cuándo volveremos a tener una oportunidad comoésta? Adelante, y vayamos dispuestos a morir ahorao vivir el futuro con, tranquilidad. ¿De qué otra manerapodemos regresar sin vergüenza al lado denuestras mujeres?Los guerreros estaban pendientes de sus palabras,y cuando terminó agitaron sus primitivas armasen el aire, rugiendo una expresión de aplauso.El anciano jefe se nos aproximó, y nos efectuóalgunas preguntas señalando en dirección a los bosques.Lord John le hizo señal de que esperara y sedirigió a nosotros.-Bien; depende de ustedes decir qué se hará. Pormi parte, tengo que cobrarme una deuda de aquellosmonos y si termino por eliminarlos de la faz de latierra, no creo que la tierra se lamente de ello. Voy aacompañar a estos amigos, y me propongo ayudarloshasta el final. ¿Qué dice usted, joven amigomío?S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E244-Iré, por supuesto.-¿Y usted, Challenger?-Cooperaré, con toda seguridad.-¿Summerlee?-Me parece que nos estamos apartando del objetode esta expedición, Lord John. Le aseguro queno pasó por mi mente cuando dejé mi cátedra enLondres, que era propósito de la expedición encabezaruna correría de salvajes contra una colonia demonos antropoides.Lord John sonrió.-Y, sin embargo, a tan viles actividades nos vemoscompelidos. Pero, a pesar de ello, ¿cuál es sudecisión, profesor?-Me parece que se trata de un paso muy objetable

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el que daremos -insistió Summerlee, discutiendocomo siempre-. No obstante, si todos ustedes van,difícilmente puedo yo quedarme detrás.-Entonces, queda decidido -concluyó Lord John,y volviéndose hacia el jefe asistió y dio una palmadaal rifle.El anciano estrechó nuestras manos, mientras latribu gritaba con mayor fuerza que nunca.Era muy tarde ya para iniciar el ataque, de modoque los indios prepararon un vivac. Se encendieronE L M U N D O P E R D I D O245hogueras. Algunos desaparecieron en la jungla pararegresar con un joven iguanodonte que, como losotros, tenía una marca de asfalto sobre el hombro.Cuando uno de los nativos se adelantó, con aspectoposesivo, y dio su consentimiento para la matanzade la bestia, comprendimos el significado de lasmarcas. Estas grandes bestias eran propiedad privada,como un rebaño de ganado, y los símbolosque nos habían tenido perplejos no eran nada másque la marca de sus propietarios.En pocos minutos la bestia había sido cortada ygrandes trozos estaban colgados sobre una docenade hogueras, juntamente con ciertos grandes pecesque habían sido lanceados en el lago.Summerlee se había acostado y dormía sobre laarena, pero nosotros merodeamos alrededor delagua, procurando aprender algo más sobre este extrañoterritorio. Dos veces encontramos pozos dearcilla azul, tal como la que habíamos visto en elpantano de los pterodáctilos. Por razones desconocidas,despertaron el interés de Lord John. Lo queatraía la atención del profesor Challenger, por otraparte, era un geyser de barro, gorgoteante, en que seformaban grandes burbujas de gas que estallaban enla superficie. Extendió un junco hueco hasta él, yS I R A R T H U R C O N A N D O Y L E246gritó con juvenil regocijo cuando, al aproximar unfósforo encendido al otro extremo, se oyó una pequeñaexplosión y quedó ardiendo una tenue llamaazul. Igualmente se alegró cuando, extendiendo unabolsa de cuero sobre las burbujas de modo que elgas penetrara, logró llenarla con el mismo y hacerle

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elevarse en el aire.-Un gas inflamable, marcadamente más livianoque la atmósfera. Diría que contiene una considerableproporción de hidrógeno libre. Mis recursos noestán agotados, Malone. Todavía puedo demostrarlesde qué modo una mente grandiosa moldea lanaturaleza para adaptarla a sus necesidades.Por mi parte, nada en la costa resultaba tan maravillosocomo la gran extensión de agua. La cantidadde gente reunida y los ruidos producidosalejaron a todas las criaturas vivientes y, con excepciónde algunos pterodáctilos que planeaban en lasalturas esperando alimentarse de la carroña, todoestaba quieto alrededor del campamento. Pero en ellacro era diferente. Hervía de extraña vida. Grandeslomos negros con aletas dentadas quebraban la superficieplateada y volvían a perderse en las profundidades.Los bancos de arena estaban salpicados deformas que se arrastraban: grandes tortugas, extraEL M U N D O P E R D I D O247ños saurios. Aquí y allá altas cabezas de serpiente seproyectaban fuera del agua, cortándola con un pequeñocollar de espuma, dejando una larga estela,balanceándose como graciosos cisnes. Recién cuandouno de estos seres se subió a un banco de arenay nos permitió apreciar su cuerpo grueso y las grandesaletas detrás del largo cuello, Challenger ySummerlee -que se nos había reunido- prorrumpieronen gritos de maravilla y admiración.-¡Plesiosaurios! ¡Plesiosaurios de agua dulce!-exclamó Summerlee -. ¡Bienaventurados nosotros,mi querido Challenger, entre los zoólogos del mundo!¡Pensar que hemos podido ver un ejemplar vivo!Recién cuando cayó la noche y los fuegos denuestros salvajes aliados brillaban con rojo resplandoren las sombras, pudimos alejar a los dos hombresde ciencia de los alrededores del lago, que nosfascinaba.Al alba, nuestro campamento comenzó a manifestaractividad y, una hora más tarde, comenzamosnuestra memorable expedición.A menudo, en mis sueños, había pensado en llegara ser corresponsal de guerra, pero nunca penséque se trataría de una acción tan primitiva como

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S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E248ésta. He aquí mi primer despacho desde un campode batalla:Nuestro número se había visto reforzado durantela noche por un nuevo contingente de nativosde las cavernas, y al iniciar el avance éramos decuatrocientos a quinientos en total. Un grupo deexploradores nos precedió, y tras ellos toda la fuerza,en sólida formación, recorrió la pendiente cubiertade arbustos hasta el borde mismo de la selva.Allí nos separamos en una larga línea de lanceros yarqueros. Roxton y Summerlee tomaron posicionessobre el flanco derecho, mientras que Challenger yyo lo hicimos a la izquierda. Estábamos acompañandoa la batalla a un ejército de la edad de piedra,con la última palabra en el arte de la armería de lacalle de Saint James y el Strand...No tuvimos que esperar mucho al enemigo. Unagudo clamor se elevó de la arboleda y de pronto ungrupo de hombres-monos se abalanzó con garrotesy piedras hacia el centro de la línea de indios. Fueun movimiento valiente, pero tonto, pues las grandescriaturas eran lentas a pie, mientras que susoponentes tenían agilidad felina. Resultaba horriblever a los feroces brutos, con bocas babeantes y llameantesojos, saltando y tratando de luchar, peroE L M U N D O P E R D I D O249fracasando en sus intentos, mientras que sus enemigoslos esquivaban y cubrían con una lluvia de flechas.Uno de esos seres pasó a mi lado, con una docenade dardos sobresaliendo de sus costillas. Porpiedad le disparé una bala, y cayó entre las hierbas.Ese fue el único disparo de arma de fuego, pues elataque de los hombres-monos había sido dirigido alcentro de la línea, y allí los indios no necesitaban deayuda para repelerlos. De todos los hombres-monosque salieron al campo abierto, ninguno regresó a laarboleda.Pero la acción se tornó mortal cuando entramosentre los árboles. Durante una hora, tal vez más, seregistró una desesperada lucha. Saltando desde lasramas, garrote en mano, los hombres-monos caíanentre los indios y a menudo derribaban a dos o tres

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antes de ser lanceados. Sus terribles golpes destruíantodo lo que alcanzaban. Uno de ellos destrozóel rifle de Summerlee, y estuvo por terminar conel profesor, pero un indio lo apuñaló oportunamente.Otros, desde lo alto de los árboles, arrojabanpiedras y troncos. En cierto momento, nuestrosaliados se desmoralizaron ante la presión de susoponentes, pero el respaldo brindado por las armasS I R A R T H U R C O N A N D O Y L E250de fuego, que causaban estragos entre los hombres-monos, los ayudó a recuperarse.Finalmente cedió la tenaz resistencia de los hombres-monos. Abandonaron la lucha y huyeron desordenadamente,perseguidos de cerca por los indios.El bosque resonaba con los gritos de triunfode éstos, acompañado por el sonido vibrante de losarcos y el zumbido de las flechas.Todo el odio acumulado tras generaciones, todaslas crueldades de la pequeña historia de la meseta,todos los recuerdos de abusos y persecuciones, quedaríanpurgados aquel día.Por fin, el hombre reinaría supremo, y las bestias-hombres tendrían que permanecer en sus reductos.Nos encontramos con Lord John y Summerlee,que venían en nuestra búsqueda.-Todo está terminado -dijo Lord John-. El restoqueda por su cuenta. Tal vez podamos dormir mejormientras menos veamos lo qué sucederá aquí.Los ojos de Challenger brillaban con el placer dela carnicería.-Hemos tenido el privilegio de presenciar unabatalla decisiva para la historia. Una de las típicasbatallas que determinaron el destino del mundo.E L M U N D O P E R D I D O251¿Qué es, mis amigos, la conquista de una nación porotra? Brutalidad sin significado alguno. Cada unaproduce los mismos resultados. Pero en estas ferocesbatallas, en la aurora de las edades, los habitantesde las cavernas hicieron valer su mejorcapacidad antes que ellos. Esas eran conquistas,reales victorias. Y por un extraño capricho del destino,hemos presenciado y hemos ayudado a decidirésta. Ahora, la meseta pertenecerá por siempre al

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hombre.Se necesitaba una robusta fe en el fin para justificartan trágicos medios.Al cruzar el bosque juntos, encontramos hombres-monos yaciendo en ensangrentados montones,acribillados de lanzas y flechas. Aquí y allá un pequeñogrupo de indios destrozados marcaba el lugaren que un antropoide se había hecho fuerte y vendidocara su vida. Siempre delante de nosotros, seoían los gritos de la persecución. Los hombres-monos se refugiaron en su ciudad arbórea, perodesde allí también fueron desalojados. Cuandollegamos, fuimos testigos de la escena final.Ochenta o cien machos, los últimos sobrevivientes,habían sido empujados por el claro queconducía al borde de la meseta que fuera escenarioS I R A R T H U R C O N A N D O Y L E252de nuestra hazaña dos días antes. Los indios, formandoun semicírculo de lanzas, se habían cerradoa su alrededor, y en un minuto concluyó todo.Treinta o cuarenta antropoides murieron donde estaban,y los demás, gritando y manoteando, fueronarrojados sobre el precipicio, tal como habían hechodurante años con sus prisioneros, y cayeronsobre los agudos bambúes doscientos metros másabajo.Fue como Challenger había anticipado.El reino del hombre quedaba asegurado parasiempre en la Tierra de Maple White.Los machos fueron exterminados, y las hembrasy cachorros, prisioneros, quedaron condenados avivir en esclavitud.La rivalidad de incontables siglos llegó a su sangrientofinal.Para nosotros, la victoria trajo incontables ventajas.Una vez más pudimos visitar nuestro campamentoy tener acceso a nuestras provisiones. Unavez más pudimos comunicarnos con Zambo, quehabía asistido aterrorizado al espectáculo de vercaer, desde la distancia, una avalancha de monos.-¡Vengan, amos, vengan! -gritó-. ¡El diablo losatrapará si siguen allí!E L M U N D O P E R D I D O253

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-Esa es la voz de la cordura -comentó Summerleesinceramente-. Hemos tenido ya suficientesaventuras, que no se adecuan ni a nuestros temperamentosni a nuestra posición en el mundo. Le recuerdosu palabra, Challenger. Desde ahora enadelante, debe usted dedicar sus energías a lograrque salgamos de este horrible territorio y regresemosa la civilización.S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E254CAPÍTULO 15LA FUGAEscribo esto día por día, pero confío en que, antesdel fin, pueda decir que la luz brilla de nuevotras nuestras nubes.Debemos permanecer aquí, y por el momento nodistinguimos ninguna posibilidad de salir. No obstante,creo que llegará algún día en que nos alegremosde haber permanecido más tiempo, para vermás de las maravillas de este singular sitio y de lascriaturas que lo habitan.La victoria de los indios y la aniquilación de loshombres-monos marcó el punto en que cambiénuestra suerte. Desde entonces, éramos en verdadamos y señores de la meseta, ya que los nativos nosmiraban con una mezcla de temor y gratitud, puesE L M U N D O P E R D I D O255nuestros extraños poderes los habían ayudado aterminar con el hereditario enemigo.Por su propia tranquilidad, tal vez, hubieran deseadovernos partir, pero no habían sugerido ningunamanera por la cual pudiéramos regresar a lallanura.Alcanzamos a entender, por sus gestos, que habíaexistido alguna vez un túnel por el cual podíallegarse allá abajo, cuyo extremo inferior habíamosvisto. A través de ese túnel, tanto hombres-monoscomo indios, en distintas épocas, ingresaron almundo de la meseta, y por allí mismo entraron MapleWhite y su compañero.Sólo un año atrás, no obstante, un terrible terremotodestruyó la parte superior del paso. Los indiosahora sólo podían sacudir la cabeza y encogerse dehombros cuando expresábamos por señas nuestros

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deseos de descender.Dos día después de la batalla, regresamos a travésde la meseta, a vivir en las inmediaciones de lascuevas. Fuimos invitados a compartir las cavernas,pero Lord John insistió en que montáramos nuestrocampamento al pie del risco interior, considerandoque, de estar en las cavernas, quedaríamos a disposiciónde los indios si llegaban a intentar traicionarSI R A R T H U R C O N A N D O Y L E256nos. En consecuencia, mantuvimos nuestra independencia,y conservamos las armas preparadas paracualquier emergencia.Visitábamos continuamente las cavernas, lugaresnotables que no pudimos determinar a ciencia ciertasi habían sido construidas por la mano del hombreo por obra de la naturaleza.Estaban todas en el mismo estrato, entre el basaltovolcánico que formaba el risco, por arriba, y elduro granito como base.Las bocas estaban a casi seis metros sobre elsuelo, y se llegaba a ellas por medio de escaleras talladasen la montaña, tan angostas y empinadas queningún animal podía subir por ellas. Eran tibias ysecas, extendiéndose en rectos pasajes de largos variables,por el interior del risco. Las suaves paredesgrises mostraban excelentes pinturas ejecutadas conramas carbonizadas, que representaban a los distintosanimales de la meseta. Si toda la vida que actualmenteexistía en la Tierra de Maple Whitedesapareciera, el futuro explorador encontrará en lasparedes de estas cavernas amplia evidencia de lafauna que la pobló: dinosauros, iguanodontes, peces-lagartos...E L M U N D O P E R D I D O257Cuando supimos que los grandes iguanodonteseran mantenidos como manadas domésticas, concebimosque el hombre, aun con sus armas primitivas,había establecido su primacía en la meseta, peropronto descubriríamos nuestro error.Fue en el tercer día desde que acampamos cercade las cavernas. Challenger y Summerlee habían salidojuntos rumbo al lago donde algunos de los nativos,bajo su dirección, se ocupaban de arponear

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ejemplares de los grandes lagartos. Lord John y yopermanecimos en el campamento, y una gran cantidadde indios se movía por la herbosa colina, endistintas ocupaciones. De pronto se oyó un agudogrito de alarma, y la palabra "Stoa" resonó en milesde bocas. Desde todos los rincones, hombres, mujeresy niños corrían en busca de refugio, trepandopor las escaleras desesperadamente.Mirando hacia arriba, los vimos agitar las manosentre las rocas, llamándonos para que nos refugiáramos.Recogimos nuestros rifles de repetición y corrimosa ver en qué consistía el peligro. Entonces,desde la arboleda próxima, emergió un grupo dedoce a quince indios corriendo con visible terror,seguidos desde cerca por dos de aquellos horriblesmonstruos que habían rondado nuestro campaSI R A R T H U R C O N A N D O Y L E258mento y me habían perseguido en mi solitaria expedición.Su forma era la de escuerzos, y se movían enuna sucesión de saltos, pero su tamaño superaba aldel más grande de los elefantes. Nunca los habíamosvisto, excepto de noche, ya que en realidad sonanimales de hábitos nocturnos, salvo casos en que,como el presente, eran molestados en sus madrigueras.Tuvimos poco tiempo para mirarlos, pues en uninstante alcanzaron a los fugitivos y estaban realizandouna bestial matanza entre ellos. Su métodoera dejarse caer sobre cada uno, dejándolo aplastado,destruido, para saltar luego sobre otro. Losmalhadados indios gritaban de terror, pero estabanindefensos ante la implacable determinación deaquellos monstruos.Uno tras otro cayeron bajo su peso, y no quedabasino media docena de sobrevivientes, cuando micompañero y yo pudimos acudir en su ayuda, peroésta fue de poco valor, y nos envolvió en el mismopeligro. A la distancia de un par de cientos de metrosvaciamos nuestros cargadores, disparando balatras bala contras las bestias, pero con igual resultadoque si les hubiéramos arrojado bolitas de papel. Suslentos reflejos de reptiles no les hacían reaccionarE L M U N D O P E R D I D O259ante los impactos, y la falta de un centro cerebral

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especial, ya que esta función estaba distribuida envarios puntos a lo largo de su médula, impedía quefueran víctima de las armas modernas. Todo lo quepodíamos hacer era detener su actividad y distraerlospara permitir tanto a los nativos como a nosotrosmismos contar con tiempo como para trepar alrefugio de las cavernas. Pero donde las balas cónicasdel siglo veinte no eran de utilidad, las flechasenvenenadas de los nativos resultaron exitosas. Elveneno que utilizaban no servía al cazador, pues enla lenta circulación sanguínea de las bestias tardabaen producir efectos los suficientes como para que elanimal destruyera al hombre antes de morir. Peroahora, mientras los dos monstruos nos perseguíanhasta las escaleras, una lluvia de dardos cayó sobreellos, que, sin demostrar ningún dolor, continuarontratando de alcanzarnos, trepando torpemente porlas escaleras para caer a los pocos metros una y otravez. Pero finalmente el veneno actuó. Uno de ellosemitió un profundo rugido y dejó caer la enormecabeza sobre el suelo. El otro se revolcó en un círculoexcéntrico, gritando un agudo lamento y luegose retorció agonizante varios minutos hasta que porúltimo permaneció inmóvil, rígido.S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E260Con gritos de triunfo los indios rodearon a losanimales en una danza de celebración. Dos más desus peligrosos enemigos habían perecido.Aquella noche cortaron en trozos y retiraron loscadáveres, no para comerlos, pues el veneno continuabasiendo activo, sino para evitar la pestilencia.Sin embargo, los grandes corazones, cada unogrande como una almohada, continuaron latiendoallí, lenta y firmemente, con un suave movimiento,en una demostración horrible de vida independiente.Recién al tercer día los ganglios perecieron yaquellas horrendas cosas se inmovilizaron.Algún día, cuando cuente con mejor mesa que uncajón de conservas y herramientas más adecuadasque un gastado trozo de lápiz y una libreta de apuntesajada, escribiré una más detallada descripción delos indios accala, de nuestra vida entre ellos y de lospantallazos que alcancé a percibir de las extrañascondiciones le vida en la pasmosa Tierra de Maple

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White. La memoria, por lo menos, nunca me fallará,pues mientras agite en mí un hálito de vida, cadahora, cada movimiento de ese período permaneceráimborrable.En su oportunidad describiré las maravillosasnoches a la luz de la luna en el lago central, cuandoE L M U N D O P E R D I D O261un joven ictiosaurio, extraña criatura mitad foca,mitad pez, con ojos cubiertos por hueso y un tercerojo fijo en el centro de la cara, caería en las redes deun indio. Las noches en que una verde serpiente deagua se irguió entre los juncos y arrastró en su curvadocuerpo al timonel de la canoa de Challenger...Hablaré también de la gran cosa nocturna, quehasta ahora no sabemos si era una bestia o un reptil,que vivía en un nauseabundo pantano al este dellago y brillaba con suave fosforescencia en la oscuridad.Los indios estaban tan aterrorizados de ellaque se negaban a acercarse a aquel lugar, y a pesarde haber intentado dos veces llegar hasta ella, nopudimos pasar a través del profundo marjal en quehabitaba.Igualmente, contaré del extraño corredor, comouna avestruz gigantesca y cabeza de cuervo, quepersiguió en una oportunidad al profesor Challenger.Esa vez, las armas modernas fueron de utilidad,y el animal, un phororachus, según nuestro jadeantepero entusiasmado profesor, cayó bajo las balas delrifle de Lord John.Sobre todo esto escribiré en detalle, comentandotambién las maravillosas tardes de verano en que,S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E262con el cielo azul sobre nosotros, observábamos laextraña fauna y flora que poblaba aquella meseta.Las maravillosas y hasta entonces desconocidasflores, los arbustos con deliciosas frutas...Pero, se preguntarán ustedes, ¿por qué estas demoras,esta pérdida de tiempo, cuando deberíamosestar ocupados día y noche en procura de algúnmedio para regresar al mundo exterior? Mi respuestaes que ninguno de nosotros cesó de pensar ytrabajar sobre ese problema, pero todo en vano. Unhecho se nos hizo inmediatamente evidente: los indios

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no harían nada por ayudarnos. Cuando sugeríamosque nos ayudaran a arrastrar un árbol quesirviera de puente sobre el abismo, o que nos dierancintas de cuero o lianas para trenzar sogas que nossirvieran para igual fin, encontrábamos siempre unaafable pero invencible negativa. Sonreían, guiñabansus ojos, sacudían la cabeza, y allí quedaba todo.Aun el anciano jefe nos. recibía con igual negativaobstinada, y sólo Maretas, el joven que habíamossalvado, nos miraba con gestos que demostrabanque estaba apenado por nuestros deseos. Desde sutriunfo contra los hombres-monos, nos considerabansuperhombres que llevábamos la victoria en lostubos de las extrañas armas, y creían que, mientrasE L M U N D O P E R D I D O263permaneciéramos con ellos, la fortuna les sonreiría.Incluso, se nos ofreció una esposa y una cueva acada uno si decidíamos permanecer allí.Hasta entonces, todo había sido simple, pero decidimosmantener secretos nuestros planes puesteníamos sobradas razones para suponer que enúltima instancia nos obligarían a quedarnos en lameseta utilizando la violencia.A pesar del peligro de los dinosaurios, que sóloes grande durante la noche, pues, como ya comenté,tienen hábitos nocturnos, en dos oportunidades durantelas últimas tres semanas llegué hasta nuestroantiguo campamento para ver si Zambo continuabamontando guardia al pie del risco. Mis ojos se esforzabanen vano tratando de ver en la gran planiciela ayuda que esperábamos, pero los llanos sembradosde cactus se extendían vacíos y desnudos, hastala distante línea de bambúes.-¡Pronto vendrán, amo Malone! ¡Antes que paseotra semana vendrá el indio con la soga y lo ayudaremosa bajar! -gritaba invariablemente nuestro excelenteZambo.En mi segunda visita al campamento, tuve unacuriosa experencia que hizo que pasara una nochelejos de mis compañeros. Regresaba por el senderoS I R A R T H U R C O N A N D O Y L E264tantas veces recorrido, cuando en las proximidadesdel pantano de los pterodáctilos vi que se me aproximaba

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un hombre que caminaba dentro de una especiede jaula hecha con cañas dobladas, de formaacampañada. Al aproximarme vi con sorpresa quese trataba de Lord John Roxton, que, saliendo dedebajo de aquella curiosa forma de protección, seme acercó riendo, si bien con aspecto confuso.-Bin, mí joven amigo, ¿quién hubiera pensado enencontrarlo aquí?-¿Qué está haciendo?-Visitando a mis amigos, los pterodáctilos-repuso.-Pero, ¿por qué?-¿No cree que son animales interesantes? Insociables,rudos con los extraños, como recordará; poreso es que preparé esta defensa, pero en verdad,muy interesantes.-¿Y qué busca usted en el pantano? -Insistí. Memiró con ojo inquisidor, y su expresión evidenciabacierto desasosiego.-¿No cree usted que otras personas, aparte de losprofesores, pueden tener interés en aprender cosas?Estoy estudiando a estos animales. Esto debe bastarle.E L M U N D O P E R D I D O265-Bueno..., no quise ofenderlo.Recuperó su buen humor.-No lo hizo. No se preocupe. Quiero cazar unpichón de esos demonios para Challenger. Ese esuno de mis propósitos... No, no necesito compañía.Estoy bien protegido en esta jaula, pero usted no.Hasta luego. Regresaré al campamento al anochecer.Se volvió, y lo dejé vagando por el bosque dentrode su extraña jaula.Si el comportamiento de Lord John había sidoextraño, el de Challenger lo superaba. Puedo decirque parecía poseer una extraordinaria fascinaciónentre las mujeres indias, y llevaba siempre una largarama de palmera con las que las espantaba, como sifueran moscas, cuando su atención se volvía demasiadopesada. Resultaba extremadamente grotescoverlo caminar como un sultán de opereta, con tanextraño cetro en la mano, su negra barba erizada yun grupo de muchachas indias detrás, cubiertas consus livianos vestidos de fibras de cortezas de árboles.En cuanto a Summerlee, estaba absorto en la

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vida de los insectos y aves de la meseta, y pasabatodo su tiempo limpiando y montando ejemplares,excepto la considerable parte del día en que insultaSI R A R T H U R C O N A N D O Y L E266ba a Challenger por no ser capaz de sacarnos denuestro auxilio.Challenger había caído en el hábito de caminarsolo todas las mañanas, para regresar de vez encuando con portentosa solemnidad, como quiendebe soportar todo el peso de una gran empresasobre sus hombros. Un día, seguido de sus devotasadoradoras, nos condujo a su oculto taller, revelándonosel secreto de sus planes.El lugar era un pequeño claro en el centro delpalmar. Allí había uno de los lodosos géyseres queya he descripto, a cuyo alrededor se encontrabanapilados muchos trozos de cuero de iguanodonte, yuna gran membrana plegada, que resultó ser el estómagoseco y limpio de uno de los grandes peces-lagartos del lago. Esta gran bolsa había sidocosida en un extremo, y en el otro tenía solamenteun pequeño orificio, por donde se habían insertadovarias cañas de bambú que estaban conectadas conembudos cónicos de arcilla que recogían el gas queburbujeaba en el fango del geyser. Pronto el fláccidoórgano comenzó a expanderse lentamente, con tendenciaa elevarse. Challenger lo retuvo ajustando lascuerdas que lo sostenían, atadas a los árboles dealrededor del claro. En media hora se formó unE L M U N D O P E R D I D O267gran globo de gas que tiraba hacia arriba con fuerza.Challenger sonreía y mesaba su barba en silencio,con el aire de satisfacción con que un padre muestraa su primogénito.Summerlee fue el primero en romper el silencio..-No pretenderá que nosotros subamos a eso,Challenger.-Lo que pretendo, mi querido Summerlee, esdarles una demostración de la fuerza ascensional deeste globo, que hará que suban ustedes sin ningúntemor.-Puede sacarse desde ya esa idea de la cabeza.Nada en el mundo me inducirá a cometer tal tontería.

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Lord John, confío en que usted no respaldaráesa locura.-Muy ingenioso, diría yo -comentó Lord John-.Me gustaría saber cómo funciona.-Lo verá, lo verá -repuso Challenger-. Hace variosdías que estoy aplicando el esfuerzo de mi cerebroa resolver el problema de nuestro descenso. Yaha quedado demostrado que no podemos hacerlopor las paredes del risco, y que no hay ningún túnel.Tampoco podemos construir un puente que nospermita cruzar hasta el pináculo por donde vinimos.Hace tiempo señalé que estos géyseres desprendenS I R A R T H U R C O N A N D O Y L E268hidrógeno libre, lo que naturalmente me indujo apensar en un globo. Me sentí en un principio incapazde descubrir algún tipo de envoltura para encerrarel gas, pero al contemplar las enormes entrañasde estos reptiles, encontré lo que buscaba. ¡He aquíel resultado!Con una mano asida al frente de los harapos desu chaqueta, extendió la otra señalando la obra de suingenio, que en estos momentos aparecía completamenteinflada, tirando con fuerza de sus ataduras.-¡Locura de verano! -exclamó Summerlee.Lord John estaba encantado con la idea.-Notable, ¿verdad? -susurró en mi oído, y luegoelevó la voz.-¿Y no tiene barquilla?-Ese será el próximo paso -explicó Challenger-.Ya he planeado cómo sostenerla. Mientras tanto, lesmostraré cómo, con ayuda de este globo, descenderemosuno por uno perfectamente, como con un paracaídas,y el globo será recuperado cada vez. Bastacon demostrar que puede soportar el peso de unode nosotros y descender suavemente, lo que haré alinstante.Recogió un trozo grande de basalto, estrechadoen el centro de modo de poder asegurar una cuerda,E L M U N D O P E R D I D O269que era precisamente la que habíamos traído connosotros a la meseta. Tenía más de treinta metros delargo y, si bien era delgada, resultaba muy fuerte.Además, había preparado una especie de collar con

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muchas tiras de cuero colgando alrededor, que colocósobre el globo uniendo por debajo del mismolas bandas colgantes, a las que ató el trozo de basalto.Quedó sobrando un trozo de soga, que Challengerenrolló alrededor de su brazo.-Ahora les demostraré la fuerza de este globo.Y así diciendo, cortó con un cuchillo las correasque lo retenían.Nunca estuvimos más cerca del peligro de unacompleta aniquilación. La membrana inflada partiócon gran velocidad y en un instante Challenger fuearrastrado tras ella. Tuve apenas tiempo de arrojarmea su cintura, que ceñí con mis brazos, peropronto mis pies también se agitaron en el aire. LordJohn me tomó de los pies, pero pronto él mismoflotaba sobre el suelo. Tuve una momentánea visiónde cuatro aventureros hamacándose en el aire comouna tira de salchichas, pero felizmente la resistenciade la soga era limitada. Se oyó un seco crujido ycaímos en desordenado montón. Cuando pudimosS I R A R T H U R C O N A N D O Y L E270incorporarnos, se veía lejos en el cielo un punto negroque se alejaba a gran velocidad.-¡Espléndido! -gritó impávido Challenger, frotándoseun brazo-. ¡Una demostración exitosa! Lesprometo que dentro de una semana tendré preparadootro globo que podrán ustedes utilizar con todaseguridad y confort como primera etapa de nuestroviaje de regreso.Hasta ahora he escrito mi narración a medidaque se iban produciendo los distintos acontecimientos.Desde este momento, completaré la historia desdeel antiguo campamento, donde Zambo los esperótanto tiempo, ya detrás todas las dificultades ypeligros vividos sobre esa áspera meseta que se elevapor sobre nuestras cabezas. Descendimos sininconvenientes, si bien de modo inesperado, y todoestá bien ya. Dentro de seis semanas o un par demeses, nos encontraremos nuevamente en Londresy es posible que esta carta no llegue mucho antesque nosotros.Nuestros corazones palpitan de gozo ante el inminenteregreso, y nuestros espíritus ya vuelan a Inglaterra,hacia nuestra vieja ciudad, que nos es tan

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querida.E L M U N D O P E R D I D O271La misma tarde de nuestra peligrosa aventuracon el globo casero de Challenger, cambié nuestrasuerte.Comenté que la única persona que había manifestadoen cierto modo simpatía por nuestros intentosde descender, era el joven jefe querescatamos de los hombres-monos. En su expresivolenguaje de signos, nos hizo comprender que nodeseaba retenernos en su extraña tierra contranuestros deseos. Aquel atardecer llegó a nuestrocampamento y me entregó un rollo de corteza deárbol. Luego solemnemente señaló la fila de cuevassobre nuestras cabezas y, poniendo un dedo sobresus labios como indicándome la necesidad de conservarun secreto, se alejó.Llevé el trozo de corteza a la luz de la hoguera ylo examinamos juntos. En el interior, se veía un singulardiseño, que reproduzco:Estos trazos estaban perfectamente delineadosen carbonilla sobre la blanca superficie.-Cualquier cosa que sea, me atrevo a asegurar quees importante para nosotros -dije-. La expresión desu cara cuando me lo entregó, indicaba eso sin lugara dudas.S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E272-Es seguro que se trata de algún tipo de escritura-indicó Challenger.-Me parece más bien un acertijo... -comenzó adecir Lord John, que súbitamente extendió la manoy recogió el trozo de corteza.-¡Por Dios! Creo que lo tengo. ¡Miren! ¿Cuántasmarcas hay aquí? Dieciocho. ¿Cuántas son las cavernasdel risco? Dieciocho, también.-Señaló hacia allá, precisamente, cuando me dioeso -acoté.-Bien, resuelto, entonces. Este es un mapa de lascavernas. Dieciocho en total, todas en fila, algunascortas, otras profundas. Unas rectas, otras se bifurcan.Exactamente como las vimos. Este es un mapay aquí hay una cruz que señala una que es mas profundaque las demás.

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-¡Una que da al exterior! -exclamé.-Creo que tienen razón -convino Challenger-. Siesa caverna no da al exterior, no comprendo porqué esta persona, que tiene motivos para querernosbien, nos habría llamado la atención al respecto.-¡Treinta metros! -gruñó Summerlee.-Nuestra soga tiene todavía más de treinta metrosde largo -interrumpí-. Con toda seguridad podremosutilizarla.E L M U N D O P E R D I D O273-¿Y qué haremos con los indios que habitan lacueva? -continuó objetando Summerlee.-No está habitada. Si recuerdan bien, estas cavernasson utilizadas como depósito. ¿Por qué no vamosahora mismo y damos una ojeada?En la meseta crece una planta bituminosa, unaespecie de araucaria, que los indios utilizan comoantorchas. Cada uno de nosotros recogió un haz desus amas, y subimos por los escalones que daban aaquella caverna, que estaba vacía como supusimos,con excepción de algunos enormes murciélagos quesalieron volando asustados.Como no deseábamos atraer la atención de losindios, tropezamos con las paredes, a oscuras, hastaque nos sentimos suficientemente internados comopara que la luz de las antorchas no fuera visible, y alencenderlas, nos encontramos en un hermoso túnel,de paredes secas, con suaves paredes grises cubiertasde dibujos. Nos apresuramos en nuestra marcha,hasta que de pronto nos vimos obligados a detenernos,con una exclamación de desaliento: una lisapared de roca cerraba el paso. Nuestros corazonesdesfallecieron.-No se preocupen, mis amigos -dijo el indomableChallenger-. Todavía quedan mis globos.S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E274-¿Estaremos equivocados? ¿Se tratará de otra caverna?-No. La segunda desde la izquierda. Es ésta. Nonos hemos equivocado -contestó Lord John, señalandoel mapa.Miré la marca que señalaba su índice y grité dealegría:-¡Creo que lo tengo! ¡Síganme! ¡Síganme!

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Recorrí lo andado, antorcha en mano.-Aquí las encendimos -comenté, señalando algunosfósforos en el suelo.-Así es.-Bien, el mapa indica que se trata de una cavernabifurcada, y en la oscuridad pasamos por alto elpunto de bifurcación. Saliendo, a nuestra derecha,encontraremos el brazo más largo.Así fue. Habíamos recorrido una veintena de metroscuando encontramos una segunda ramificacióndel túnel, por la que continuamos la marcha con impaciencia.Tras varios cientos de metros por aqueltúnel oscuro, alcanzamos a divisar un brillo rojo.Parecía que una gran llama constante cruzaba el pasadizo,cerrándonos la marcha.Continuamos avanzando. Ningún sonido, ningúnmovimiento. No se percibía calor, pero la granE L M U N D O P E R D I D O275cortina luminosa se alzaba delante de nosotros haciendobrillar la arena del piso hasta que, al aproximarnosmás, vimos que tenía un borde circular.-¡La luna! ¡Por Dios! -gritó entusiasmado LordJohn-. Hemos cruzado, muchachos. ¡Hemos cruzado!Efectivamente, era la luna llena que aparecíafrente a la abertura de la caverna. Asomándonos porla boca de la cueva, pudimos convencernos de que,con la ayuda de la soga, nos resultaría fácil el descenso.Con alegre ánimo regresamos al campamento paraapresurar nuestra escapada.Lo que debíamos hacer tenia que ser realizadorápida y secretamente, pues aún a estas horas de lanoche los indios podrían descubrirnos y obligarnosa permanecer.Resolvimos dejar nuestras provisiones, llevandoúnicamente nuestras armas y municiones. Pero Challengerinsistió en llevar unos pesados bultos, asícomo cierto especial embalaje de cuya naturaleza meestá prohibido hablar, que nos dio más trabajo queninguno.El día transcurrió lentamente, pero llegó la oscuridady nos encontró dispuestos a partir. Con granS I R A R T H U R C O N A N D O Y L E276trabajo logramos subir nuestro equipo y tras una última

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mirada sobre todo aquel paisaje nos despedimosde aquella tierra, nuestra tierra, como quedamosen llamarla. Pronto se vería visitada porcazadores, turistas, curiosos. Pero para cada uno denosotros constituía un país de aventura, donde nosarriesgamos, sufrimos y aprendimos mucho.A nuestra izquierda se abrían las bocas de otrascavernas, algunas de las cuales brillaban con rojosresplandores. Al pie del risco se oían las voces dealgunos indios que reían y cantaban. Detrás estabanlas primeras estribaciones boscosas, seguidas por elgran lago en que vivían extraños monstruos.Mientras mirábamos todo esto, se oyó un gritofuerte, horripilante, el rugido de uno de los monstruos.Era la voz de la Tierra de Maple White despidiéndonos.Nos volvimos y penetramos por la caverna quenos conducirla de regreso a casa.Dos horas más tarde todas nuestras pertenenciasestaban ya al pie del risco, sin que tuviéramos otrasdificultades que las producidas por los bultos quellevaba Challenger.E L M U N D O P E R D I D O277Dejamos todo allí y nos dirigimos al campamentodonde nos esperaba Zambo.Llegamos al amanecer para encontrarnos con lasorpresa de que no había allí un fuego encendido,sino una docena. La partida de rescate había llegado.Se encontraban con Zambo veinte indios delrío, con estacas, sogas y cuanta cosa podía ser útilpara construir un puente sobre el abismo.Por lo menos, no tendremos dificultades ahorapara llevar el equipaje mañana, cuando emprendamosel viaje rumbo al Amazonas.Y así, humilde y agradecido, termino este relato.Nuestros ojos han visto grandes maravillas y nuestrasalmas se han fortificado ante lo que tuvimosque soportar. Cada uno de nosotros cuatro es ahoraun hombre mejor, más profundo.Si nos detenemos en Pará a reequiparnos, estacarta llegará a Londres con el barco que nos preceda.De no ser así, es probable que la reciba el mismodía en que yo tenga el placer de estrechar nuevamentesu mano, mi estimado señor McArdle, lo queespero que sea muy pronto ya.

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S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E278CAPÍTULO 16¡UN DESFILE! ¡UN DESFILE!Deseo hacer constar nuestro agradecimiento atodos nuestros amigos del Amazonas por la enormebondad y hospitalidad con que fuimos recibidos ennuestro viaje de regreso. Particularmente, al señorPeñalosa y otros funcionarios del gobierno brasileñopor los preparativos especiales con que nos ayudaronen el viaje, y al señor Pereira, de Pará, a cuyasprevisiones debemos el poder contar con ropasadecuadas para reaparecer en forma decente ante elmundo civilizado.Parecerá un flaco pago de toda esa cortesía quehayamos engañado a nuestros benefactores, perobajo tales circunstancias no tuvimos otra alternativa,y mediante estas líneas les hago saber que sólo reEL M U N D O P E R D I D O279presentará una pérdida de tiempo y dinero tratar deseguir nuestros pasos. Estoy seguro de que nadie,por muy diligentemente que estudie nuestra narración,podrá ni siquiera aproximarse al lugar denuestras aventuras.Por gran cantidad de razones, todas las cuales esseguro que encontrarán justificadas, queremos quecontinúe desconocido el sitio que fue escenario delos hechos aquí narrados.La excitación causada en todas partes de Sudaméricaque tuvimos que atravesar, imaginamos quesería por motivos puramente locales, y puedo asegurara nuestros amigos en Inglaterra que no teníamosidea de la conmoción que causaba en toda Europael rumor de nuestras experiencias.Recién cuando el "Ivernia" estaba a quinientasmillas de Southampton, los incontables telegramasde distintos periódicos y agencias de noticias ofreciendoaltos precios por nuestras narraciones, nosdemostraron cuánto se había consagrado la atención,no sólo del mundo científico, sino del públicoen general, en seguir nuestros pasos.De todos modos, había quedado convenido entrenosotros en que nada se diría a la prensa hastaque nos reuniéramos con los miembros del InstitutoS I R A R T H U R C O N A N D O Y L E

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280Zoológico, ya que, como delegados, era nuestro clarodeber dar nuestra primera información al cuerpodel que habíamos recibido instrucciones de investigar.Por lo tanto, aunque encontramos a Southamptonlleno de gente de prensa, nos rehusamosterminantemente a hacer comentarios, de modo quela atención pública se enfocó en la reunión que tendríalugar en la tarde del 7 de noviembre, para lacual, el salón del Instituto Zoológico en que se habíainiciado nuestra expedición, resultó demasiadopequeño.La reunión fue programada para el segundo díadespués de nuestra llegada, a fin de permitirnosatender nuestros asuntos personales más urgentes.De los míos, no quiero hablar todavía. Piensoque al alejarme de ellos, con el tiempo, podré pensar,y tal vez hablar al respecto con menor emoción.He contado al lector al comienzo de esta narración,en qué consistían los motivos que me impulsarona la acción. Es cierto, tal vez, que debocontinuar esa narración y demostrar los resultados,pero todavía no ha llegado el momento en que nopueda ya evitar hacerlo.E L M U N D O P E R D I D O281Por lo menos, he sido partícipe de una aventuramaravillosa, y no puedo menos que estar agradecidoa la fuerza que me llevó a ello.Y ahora vuelvo al supremo momento de todasnuestras aventuras. Mientras me esforzaba por encontraruna forma adecuada de describirlo, mis ojoscayeron sobre la edición de mi propio periódico dela mañana del 8 de noviembre con el completo y excelenterelato de mi amigo y colega MacDonal. Lomejor que puedo hacer es transcribir su narración.Admito que el diario exageraba un poco, especialmentepor su propia participación en la empresa através de un corresponsal especial, pero los demásperiódicos importantes eran apenas un poco menosexuberantes en su narración. Así fue cómo el buenMac informó:"EL NUEVO MUNDO""GRAN REUNIÓN EN QUEEN´S HALL""ESCENAS TUMULTOSAS"

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"EXTRAORDINARIOS INCIDENTES""¿QUÉ ES ESO?""MOTÍN NOCTURNO EN REGENTSTREET"La muy discutida reunión del Instituto Zoológico,citada para escuchar el informe de la comisiónS I R A R T H U R C O N A N D O Y L E282investigadora enviada el año pasado a Sudaméricapara verificar las manifestaciones del profesor Challengersobre la continuación de la existencia de vidaprehistórica en aquel continente, se llevó a caboanoche en Queens Hall, y puede, decirse que constituiráun hito en la historia de la ciencia, pues sudesarrollo fue sensacional, así que nadie de los presentespodrá jamás olvidarla.Las invitaciones estaban limitadas a los miembrosy sus amistades, pero este término es elástico, ymucho antes de las ocho, hora fijada para la iniciación,todos los rincones del gran salón estabanatestados. El público en general, que por motivosno justificables se consideró excluido sin razón, sereunió ante las puertas, terminando por invadir lasala. Los miembros de la prensa se vieron obligadosa agruparse en un rincón del escenario, cerca delgrupo de científicos de todo el mundo allí congregados.La aparición de los cuatro exploradores no necesitaser descripta, ya que las fotografías publicadasmuestran el entusiasmo con que fueron recibidos.Cuando el silencio se restauró y el público volvióa ocupar sus asientos, fueron presentados por eldirector de la reunión, Duque de Durham. Luego seE L M U N D O P E R D I D O283incorporó el profesor Summerlee, cuya narración noreproduciré, ya que concuerda con la que, en formadetallada, publica este periódico en sus columnascomo un suplemento, y proveniente de la pluma denuestro propio corresponsal especial.Tan sólo d iré que, después de describir la formaen que se originó el viaje, rindió un adecuado homenajeal profesor Challenger, al que agregó susdisculpas por la incredulidad con que sus afirmaciones,ahora totalmente confirmadas, habíansido recibidas anteriormente.

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Describió someramente el viaje; comentó las dificultadescon que tropezaron.La narración efectuada mantuvo a la multitud encompleto silencio, absorta ante la descripción deaquellos animales, plantas y seres humanos encontradosdurante la expedición.Finalmente, describió, entre ciertas risas, la ingeniosa,si bien llena de peligros, invención aeronáuticadel profesor Challenger, terminando su notablediscurso con una reseña del método por el cual encontraronel camino de regreso al mundo civilizado.Se creyó que la reunión habría terminado en esepunto, tras un voto de aplauso y agradecimientoiniciado por el profesor Sergius, de la UniversidadS I R A R T H U R C O N A N D O Y L E284de Upsala, que fue inmediatamente aprobado ypuesto en práctica. No obstante, era evidente quelos acontecimientos no estaban destinados a desarrollarsesin asperezas.Durante el discurso del profesor Summerlee senotaron síntomas de oposición, y ahora el doctorJames Illingworth, de Edimburgo, se irguió en elcentro de la sala. Dijo que deseaba hacer una rectificaciónantes que se adoptara una resolución, y solicitópermiso para hacerlo. Al obtener autorización,se dirigió al público, pero fue interrumpido por elprofesor Summerlee, que quiso dejar aclarado queIllingworth era su enemigo desde una controversiamantenida en las páginas del «Quarterly Journal ofScience» sobre la verdadera naturaleza del batibio,pero el director del debate señaló la imposibilidadde tener en cuenta cuestiones personales.El doctor Illingworth no fue bien oído, debido ala constante oposición de los amigos del grupo explorador.Muchos trataron de obligarlo a sentarse.Comenzó expresando su agradecimiento por el trabajocientífico realizado por los profesores Challengery Summerlee. Manifestó lamentar que pudieraadvertirse algún prejuicio en sus comentarios, queestarían especialmente destinados a satisfacer suE L M U N D O P E R D I D O285deseo de lograr una científica demostración de laverdad. Su oposición, en resumen, era la misma que

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el profesor Summerlee había adoptado en la reuniónanterior. En aquella oportunidad el profesorChallenger había hecho manifestaciones que Summerleerecibió con dudas. Ahora, el mismo Summerleehacía declaraciones similares, y pretendía quese le creyera, sin más ni más. ¿Era esto razonable?(Se produjo una prolongada interrupción durante lacual desde el sector de la prensa se oyó al profesorChallenger solicitar autorización para echar a la callea Illingworth.) Hacía un año, un hombre dijo ciertascosas. Ahora, cuatro, hombres decían otras, másincreíbles aún. ¿Debía esto constituir prueba finalde la veracidad de todos ellos? Es cierto que los 97cuatro eran hombres de carácter, pero la naturalezahumana es compleja... Aún los profesores puedenser desencaminados por un deseo de notoriedad.Los cazadores pueden desear adquirir una posiciónque les permita despreciar a sus rivales, y los periodistasno son adversos a golpes sensacionales, enque la imaginación debe ayudar en mucho. a los hechosreales. Cada uno de los miembros del grupoexplorador, según Illingworth, tenía motivos paramentir. ¿En qué consistían las pruebas aportadas?S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E286¿Fotografías? En este siglo de ingeniosas manipulaciones,una fotografía no prueba nada. ¿Qué más?Se nos había contado una historia sobre sogas y cavernasque impedían llevar e ejemplares de la faunagigantesca. Ingenioso, pero no convincente, prosiguióanalizando Illingworth. Se ha dicho que LordJohn Roxton manifestaba haber traído el cráneo deun Phororachus. Illingworth indicó con cierto sonsoneteque le agradaría haber visto ese cráneo. Enese momento Lord John Roxton se incorporó pidiendoque le aclarara si pretendía llamarlo mentiroso.El director del debate exigió orden, y solicitó aldoctor Illinworth que concluyera sus comentarios yefectuara la modificación que quería introducir en laresolución.A esto, Illingworth, propuso que, si bien debíaagradecer al profesor Summerlee su interesante conferencia,todo el asunto debía ser considerado comono probado, y correspondía pasarlo a una comisióninvestigadora más numerosa y de ser posible, más

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digna de confianza.No es necesario describir la confusión que seprodujo. Una gran parte de los concurrentes expresaronsu indignación. Se inició una pelea entre elE L M U N D O P E R D I D O287grupo de estudiantes que ocupaban los bancosposteriores, y lo único que impidió que se produjeranmayores incidentes fue la presencia de muchasdamas en el recinto.Repentinamente, el profesor Challenger se incorporó.Su apariencia especialmente dominante, yel imperioso ademán con que requirió silencio levantandouna mano sobre la cabeza, dominaron alauditorio.Logrado el silencio, se dirigió al público con lassiguientes palabras: -Recordarán muchos de los presentes,que escenas similares a ésta se produjerondurante la anterior reunión, y que en aquella ocasiónel profesor Summerlee fue el principal ofensor, sibien se muestra ahora contrito y apenado por aquello.He escuchado esta noche frases similares, peromucho más ofensivas, provenientes de quien acabade sentarse, y, si bien representa para mí un granesfuerzo disminuirme para pensar desde el nivelmental del mismo, trataré de hacerlo para tratar deeliminar cualquier duda razonable que pueda quedar.No creo necesario señalar que si bien el profesorSummerlee habló esta noche en su carácter dedelegado del Instituto ante la comisión de investigación,el principal iniciador de todo esto fui yo, yS I R A R T H U R C O N A N D O Y L E288sólo a mí corresponde el mérito de cualquier resultadopositivo. Personalmente guié a estos señoreshasta aquella meseta, les hice ver lo correcto de misafirmaciones, y los traje de regreso. Precavido, noobstante, ante el resultado de mis anteriores declaraciones,no he venido desprovisto de pruebas quepuedan demostrar sin lugar a dudas la veracidad denuestras narraciones. Cómo lo explicó ya el profesorSummerlee, nuestras cámaras fueron destrozadaspor los hombres-monos cuando asaltaronnuestro campamento y se arruinaron nuestros negativos.(Risas, gritos y comentarios como «¡Cuéntenos

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otra!» se oyeron en el fondo de la sala.) Hemencionado a los hombres-monos, y puedo asegurarlesque algunos de los sonidos que ahora percibotraen a mi mente el vívido recuerdo de aquellascriaturas. (Nuevas risas, en otros sectores.) A pesarde ello, conservamos cierto número de fotografíasque demuestran las condiciones de vida sobre lameseta. ¿Se nos acusa de haberlas falsificado? (Unavoz gritó «¡Sí!», y se produjo una larga interrupción,que concluyó con la expulsión de buen número demuchachos.) Los negativos fueron examinados porexpertos. ¿Qué otra prueba tenemos? Ya ha quedadoexplicado que las circunstancias de nuestra huidaE L M U N D O P E R D I D O289de la meseta nos impidió llevar grandes cantidadesde equipaje, -pero tienen ustedes la posibilidad deobservar la colección de mariposas e insectos delprofesor Summerlee, que contiene muchas especieshasta ahora desconocidas. ¿No es esto evidencia?«¡No!» -gritó alguien.¿Quién es el que dijo eso? -preguntó Challenger.El doctor Illingworth se incorporó, manifestandoque lo que quería indicar era que tal colecciónpudo ser efectuada en cualquier sitio y que no teníapor fuerza que tratarse de una meseta prehistórica.-Sin dudas, tiene usted razón, y me inclino antesu autoridad científica, si bien admito que su nombreno me resulta conocido -prosiguió Challenger-.Dejemos entonces de lado las fotografías y la colecciónentomológica. Me referiré a la variada y precisainformación que traemos sobre puntos que hastaahora no habían sido aclarados. Por ejemplo, loshábitos domésticos del pterodáctilo.Una voz interrumpió, se oyeron gritos insolentesy se produjo otro tumulto.-Decía que sobre los hábitos domésticos del pterodáctilopodemos ahora iluminar muchos puntososcuros. Puedo mostrarles una fotografía que traigoS I R A R T H U R C O N A N D O Y L E290en el portafolios, de un pterodáctilo vivo, que losconvencerá de que...-Ninguna fotografía nos podrá convencer de nada-interrumpió el doctor Illingworth.

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-Así es.-Más allá de toda posibilidad de duda.Fue en este momento cuando se produjo la sensaciónde la noche. El profesor Challenger levantóuna mano, hizo una señal, y nuestro colega, el señorE. D. Malone, se incorporó alejándose hacia el fondode la plataforma, de donde regresé en compañíade un gigantesco negro, llevando entre los dos unagran caja cuadrada, evidentemente muy pesada, quedepositaron con suavidad frente al profesor Challenger.Este se inclinó, retiró la tapa de la caja y mirandoa su interior chasqueó los dedos. Un instantedespués apareció una cosa horrible, que se acomodésobre uno de los costados de la caja. Ni siquiera laespectacular caída del Duque de Durham pudo distraerla petrificada atención del público. La cara deaquel animal era como la más espantosa gárgola quela imaginación pueda concebir. Maliciosa, horrible,con dos pequeños ojos rojos que miraban malévolamente,su largo pico entreabierto mostrando laE L M U N D O P E R D I D O291doble fila de filosos dientes, era la fiel representacióndel diablo de nuestra niñez.Dos damas cayeron en sus sillas sin sentido. Seoyeron gritos en toda la sala. Por un momento secorrió serio peligro de que se produjera un pánicocolectivo.El profesor Challenger levantó ambos brazos paradominar la confusión, pero este movimiento espantóal pterodáctilo, que extendió las alas y voló encírculos por Queen's Hall, aumentando la alarma.-¡La ventana! ¡Cierren esa ventana! -gritó el profesorChallenger, pero ya era tarde.El extraño ser se dirigió hacia el rectángulo luminoso,recogió sus tres metros de alas, y voló al exterior.El profesor Challenger cayó en su silla con la caraentre las manos, en momentos en que toda: lagente, tras un suspiro de alivio, comenzó a aplaudirunánimemente; la multitud se abalanzó sobre el escenarioy levantó en andas a los cuatro héroes, queen vano procuraron liberarse.-¡A Regent Street! ¡Un desfile! ¡Hagamos un desfile!La escena en la calle fue extraordinaria. Una densafalange, cerrando las calles, avanzó por Regent

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S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E292Street, Pall Mall, St. James Street y Picadilly. La zonade más denso tránsito de Londres se vio invadidapor la larga procesión que seguía a los que portabanen hombros a los exploradores.Recién después de medianoche fueron depositadosen la entrada de las habitaciones de Lord JohnRoxton en el Albany y, tras cantar «Dios Salve alRey», la muchedumbre se dispersó.Así concluyó una de las más memorables nochesque Londres ha vivido en muchos años.De ese modo describió mi amigo MacDonal losacontecimientos.Quiero agregar a ello una palabra sobre el destinocorrido por el pterodáctilo. Nada de cierto puededecirse. Hay declaraciones de dos asustadas mujeresde que lo vieron parado sobre el techo de Queen'sHall durante varias horas. Al día siguiente, los diariospublicaron la noticia de que el soldado Miles,de guardia en Marlborough House, abandonó supuesto sin permiso y sería juzgado por la corte marcial.Según su declaración, dejó caer el rifle y huyó alver al diablo volando delante de la luna. La corte nole creyó pero puede suponerse cuál fue el origen desu deserción.E L M U N D O P E R D I D O293Por último, se tuvo información de un vaporamericano, el S. S. Friesland, de que se había vistopasar una forma extraña, como de un gigantescomurciélago, rumbo al sudoeste. Si la resistencia devuelo igualó al instinto, es probable que el pterodáctilono haya encontrado su fin en las vastedadesdel Atlántico.Y Gladys... ¡oh, mi Gladys! La Gladys del místicolago que ahora se llamará Lago Central, pues nuncatendrá ella inmortalidad a través de mí. ¿Por qué novi nunca una fibra dura en su naturaleza? ¿Cómo nocomprendí que era un pobre amor el que impulsabaal ser amado hacia la muerte, o al peligro de sufrirla?Permítanme contarlo en pocas palabras.En Southampton no recibí ningún telegrama, yllegué alarmado a la pequeña villa en Streatham alrededorde las diez de la noche. ¿Estaría viva o

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muerta? ¿Dónde estaban todos mis sueños de encontrarlasonriente, con brazos abiertos y frases deelogio para e hombre que había arriesgado la vidapara satisfacerla?Crucé el jardín y llamé a la puerta. Oí la voz deGladys en el interior, hice a un lado a la mucama yentré.S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E294Estaba sentada bajo una lámpara al lado del piano.De tres rápidos pasos llegué a su lado y tomésus manos entre las mías.-¡Gladys! -grité-. ¡Oh, Gladys!-¿Qué ocurre? -exclamó.-¿Gladys...?Tú eres Gladys, ¿verdad? ¿Mi pequeñaGladys Hungerton?-No -repuso-. Soy Gladys Potts. Permíteme quete presente a mi esposo.¡ Cuán absurda es la vida! Allí me encontré, saludandomecánicamente a un hombrecillo de cabelloscastaños que estaba ocupando la profunda poltronaque en una época estaba consagrada a mi uso personal.-Papá nos deja estar aquí mientras terminannuestra casa -dijo Gladys.-¿Ah, sí? -repuse, confusa.-¿No recibiste mi carta en Pará?-No, no recibí ninguna carta.-¡Oh, qué pena! Eso te hubiera aclarado todo.-No te preocupes, todo está claro.-Le he contado a William lo nuestro. No tenemossecretos. Lo siento, pero si no te hubieras ido...,pienso que si me hubieras amado realmente, no tehubieras ido, dejándome aquí sola.E L M U N D O P E R D I D O295El hombrecillo me invitó a tomar una copa.-Siempre es así, ¿verdad? -comentó en tono confidencial-.Y seguirá así a menos que tengamos poligamia,sólo que al revés. ¿Me comprende?Se rio como un idiota, mientras me dirigía a lapuerta. Tuve un repentino impulso. Regresé encarándomea mi exitoso rival.-¿Me puede contestar una pregunta?-Si se trata de algo razonable... -repuso.-¿Cómo lo hizo? ¿Buscó un tesoro escondido,

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descubrió un polo, sirvió en un barco pirata o volóa través del canal? ¿Dónde está el encanto novelesco?¿Dónde?-¿No cree que esto es un poco personal?-Perdone. Una sola pregunta más: ¿qué hace usted?¿Cuál es su profesión?-Soy empleado de un procurador. Segundo ayudanteen las oficinas de Johnson y Merivale, 41Chancery Lane.-¡Buenas noches! -me despedí, y como un desconsoladohéroe con el corazón destrozado, meperdí en las tinieblas.Permítanme una última escena antes de concluir.La noche pasada cenamos en las habitaciones deLord John Roxton y, unidos en amable camaradería,S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E296charlando sobre nuestras aventuras. Es extraño veren estos distintos escenarios las conocidas caras yfiguras. Allí estaba Challenger, con su sonrisa condescendiente,sus párpados entrecerrados, miradaintolerante, su barba agresiva y saliente pecho.Summerlee con su corta pipa entre el bigote y labarba recortada. También estaba Lord John, siemprecon el humor brillando en sus ojos azules, quemiraban con aire divertido desde su cara de águila.Tal es la última imagen de ellos que quiero conservar.Después de la cena, Lord John manifestó su deseode decirnos algo. Retiró una vieja caja de cigarrosde un armario, y la depositó sobre la mesa.-He aquí algo de lo que tal vez debí hablar antes,pero quería saber más antes de estar seguro. No valela pena crear ilusiones vanas. Pero ahora tengo hechos,y no esperanzas. Recordarán ustedes el día enque encontramos el pantano de los pterodáctilos.Bien, algo en el terreno llamó mi atención. Se tratabade algo que tal vez ustedes no advirtieron. Me refieroa la arcilla azul en una veta volcánica.Los profesores asintieron.-Bien, sólo conozco otro lugar en el mundo concaracterísticas similares. Es la Mina de DiamantesE L M U N D O P E R D I D O297De Beers, en Kimberley. Es decir, que inmediatamentede ver aquello pense en diamantes. Preparé

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aquella jaula para poder llegar al lugar sin peligro ypasé un día feliz con un azadón. He aquí lo queconseguí.Abrió la caja de cigarros e, inclinándola, dejó caerveinte o treinta piedras, cuyo tamaño, variabadesde el de porotos hasta el de nueces.-Tal vez crean que debí habérselo contado a ustedes.Estoy de acuerdo, sólo que yo sé que hay muchastrampas para los incautos, y que las piedraspueden ser de cualquier tamaño y carecer de valor.Las traje, en consecuencia, y el primer día de nuestroregreso llevé una a Spink y le solicité que la cortaray valuara.De una caja de píldoras que llevaba en su bolsillo,extrajo el más hermoso diamante que he visto enmi vida.-Este es el resultado. Cotiza todo el lote a un mínimode doscientas mil libras esterlinas. Por supuesto,que lo repartiremos en partes iguales. Noadmitiré otra posibilidad. Bien, Challenger..., ¿quéhará usted con sus cincuenta mil libras?-Si persiste usted en su generosa oferta, fundaréun museo privado.S I R A R T H U R C O N A N D O Y L E298-¿Y usted, Summerlee?-Me retiraré de la enseñanza, para disponer detiempo a fin de clasificar mis fósiles.-Yo usaré mi parte -dijo Lord John-, para equiparuna expedición e ir a visitar nuevamente la vieja meseta.En cuanto a usted, mi joven amigo, supongoque se casará...-Todavía no -repuse con amarga sonrisa-. Creoque, si me lo permite, iré con usted.Lord Roxton no contestó, pero su fuerte diestrase tendió hacia mí por sobre la mesa.