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E LLA Y EL

Tus ojos y mi: ojoshan enredao

como las san amom

en los vayaos.

Isabe l sacó á l a puerta de su casa un si l la y se

sentó á esperar a l novio .

Desde al l í veía sus tres sobrínillos, jugando

con otros camaradas i nfanti les en la p lazoleta

cercana. Sus voces alegres y sus cantares l legaban

hasta el la como un eco de sana alegría.

La tarde era tibia y serena; de otoño sevi l lano .

Doña Angustias, l a vecina de enfrente , que se

hab ía asomado á su balcón muy puesta de bata y

con más hari na en la cara que e l pescado antes de

freírse, l a saludó con afabi l idad y s impatía:—lsabel¡ta, buenas tardes .

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¡ o 3 . Y J . ÁLVARE Z QU INTE RO

— Téngalas usté muy buenas, doña Angustias.

¿Has visto qué tiempo , hija m ía? Da glori a

respirá .

Verda que da glori a .Yo por eso me he sal ido

ala puerta.— Y mirando haci a e l extremo izquier

do de la cal le , añadió:— Está la tarde pa queré.

Doña Angustias sol tó la r isa. Luego susp iró

con nostalgia . Admiraba á Isabel y la quer ia como

si la hubiera echado al mundo. Pero, ¡qué más ha

bria deseado el la ! La miel de h imeneo nunca rozó

sus p intados labios .

Verdaderamente, Isabel merecia e l cariño y l a

admiración , no ya de doña Angustias , sino del

barrio entero . La grac ia y la seren idad de su

alma parecian dar equi l ibrio á su persona . E ra su

cuerpo fino , de curvas del icadas, como modela

das con amor. Acaso un amante de la bel leza

clásica notar ia cierta leve desproporción en su

seno cándido y virginal ; pero esto , en el la no pa

recia un defecto . Sus ojos eran negros y apaci

bles ; su frente, blanca; gracioso y dulce todo el

conj unto de su rostro , de suave resplandor, como

el c ie lo de aquel la tarde .

Doña Angustias , persona de pintoresco esti lo,

l e hab ia dicho mi l veces

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LA MADRE CITA

-a mia, ya se ve que tu padre se ha ganao

la vida cop iando en el Museo la V i rgen de la Ser

viyeta.

Siguro e l pal ique entre las vecinas— De espera, ¿eh?

De espera .

—¿Y vendrá?

—¡D igo ! ¿Qué otra cosa t iene que besé?

— Tú , por si 6 por no , te has compuesto .

— El arreg larse no es compostura .

—¿Es nuevo ese vestido?—Lo parese . Es del año pasao ; s ino que le he

añadido este laralá, que lo an ima mucho . Hay que

tené malisia.

Mal i ci a senci l lez, compostura ó arreglo na

tural , ello era que se habia puesto un traje rosa ,un pañolito blanco de ta l l e y unos zapat itos de

charo l , que eran tres primores en uno . Y como

la clase social aque pertenecía se daba la mano

con el pueblo , modesta s iempre, y con un buen

gusto insti ntivo , mejor que pasar por una señori

ti nga curs i— asi decia e l la— de las de

m ucha p arola,y el p uchero la lumbre

con agua so la ,

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12 3. Y ÁLVARE Z qumm no

prefería parecer una artesana primorosa y bien

acicalada.

Doña Angustias, en creciente admiracion por

l a n iña, cor tó un clave l de una de las macetas

que eran ga la de su ba l cón, y se lo arrojó son

riente . El clavel fué á caer en la falda de la mu

chacha . Hizo lo que debia .

— Grasias— dijo el la entre a legre y uiana. Y

con un solo movim iento lo prendió en sus cabe

l los negros .— ¿Y cuándo , — volwo a i nterrogar

la vecina .

—¿Cuándo qué?

Ya me entiendes tú demasiao .

—¡Ab !

— respondió Isabel , que estaba a l cabo

de la cal le desde el p r imer cuándo N i él n i

yo tenemos pri sa. Con charlá nos hasta por

ahora.

—¿Con cbarlá?— respondió muy sorprendida

doña Angustias. De.

5pués se le nubló e l sem

blante .

— lsabel, ¿tú qué edá ti enes ya?

Para Mayo hago los d ies y nueve .

— Totá: dies y ocho .

Y al decir lo de diez y ocho soltó la seño ra

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LA w asa 13

tal suspiro , que parec ia que cambiaba el t iempo .

Por el extremo izqu ierdo de la cal le, que era

angosta y larga, por aquel extremo hacia e l cua l

miró lsabel i ta cuando pensó que estaba la tarde

para querer, apareció Fernando , su novio . Al

verse , la sonrisa coincid ió en las caras de ambos

enamorados.

Venía el muchacho , su parecer, como para

dejarse mirar por su novia: traje de amer icana

azul , bora c lara y sombrero de ala ancha gris ; de

suerte que cam inaba hacia el l a con un ai re de

presunción satisfecha perfectamente disculpable .

Era Fernando A l faro , á quien sus am igos l la

maban Alfarito , un mozo de hasta edad de ve in

ticinco años, s impático y despierto , de ojos ne

gros , bigote negro y cabel lo negro también ,

que destacaban contrastando en la pal idez de su

semblante . De buena estatura y de movimientos

airosos y fi nos ademanes, ballábase e l hombre

un poqui l lo pagado de su figura, y aun— ¿por

qué no decirlo?— orgul loso de su lab ia y de su

gracejo .

Sus padres tenían dos cosas que hacer en esta

vida: cu idar de un establecim iento , que era toda

su hacienda, en e l cual se vendían molduras para

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14 s . Y J . ¡u.vm z QUINTERO

cuadros, l ienzos para p intar, tubos de colores y

demás enseres y trebejos necesarios para el arte

d ivino de Velázquez, y cuidar as imismo de l im

p iarse e l uno al otro la baba cuando Fernando ,su ún ico hijo , se hal laba en su presencia , ó cuan

de algún amigo les decia simplemente que lo ha

bia visto por l a cal le.

Fernando , por su parte, no ten ia mucho más

que hacer . Su mi sión estaba reducida á querer

más que á nadie á los viej os— como á sus padres

les decia— y querer á su novia tanto como á los

viejos, bien que de muy distinta manera. Ni más

ºcupación, n i más quebradero de cabeza, n i más

ideal terreno n i u ltraterreno . E ra aficionado á los

toros, y á los caba l los, y al canto popular anda l u z ,

y un poquito la juerga, y otro poquito a l vino ,

y otro poqu ito a los gal los ingleses; pero n in

guna de estas afic iones l legó jamás á apasionarle

n i turbar, por lo tanto , su vida regalada y tran

qu i la .

Se acercóá Isabel , que lo hab ia visto avanzar

embobada de pura dicha , y qu itándose el som

brero con sorna l e preguntó , como s i fuese un

forastero extraviado en las revue ltas encrucij adas

de Sevi l la:

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LA m aseru 5

D iga usté, n iña:¿la caye del Li rio, cae serca

de aqu i, 6 será cosa de tomá un coche?— Yo no puedo contestarle usté, porque soy

de pueblo . Pregúnteselo usté á un munisipá .

¡Vaya por D ios ! Es desgrasia l a mía.

Y encarándose con doña Angustias , que con

templaba la escena con los d ientes l argos, tornó

á preguntar:—¿Usté sabe si cae por aqu i la caye del Li r io?

No, señó; esa caye está por otro barr io .

¿Por cuá?

— Por el barrio de la guasa viva .

El golpe de i ngen io realmente i nesperado de

doña Angusti as , determinó que los tres una so l

taran la carcajada, que resonó en la so ledad de la

cal le . Isabe l entonces entró en su casa por una

si l la para él, y co locándola pegadita á l a suya

le d ijo—¡Qué clase de guasa traes tú boy! S iéntate

ya, marti rio .

Y dicho y hecho . Se sentó él, se'

sentó el la, y

se miraron un instante poniendo en sus ojos toda

la dicha que sentían . Doña Angustias— ¿qué iba

hacer la pobre?— se consagró decirle cosas tier

nas un loro que ten ia en e l balcón de junto y

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16 3 . Y ÁLVARE Z QUINTERO

que se hab ia pasado la tarde dando volteretas

por l a jaula, articulando son idos raros y de un hu

mor de perros … Un loro en fadado es el ser más

cómico de la creación , por lo mucho que recuer

da al hombre .

E l pal ique de los novios empezó animado y

l igero . La voz de ambos oiase claramente , pues

lo que se decían no tenían por qué recatarlo .

Poco a poco, á medida que se iban caldeando

los corazones al recib ir el fuego de los ojos y de

las palabras amorosas, instintivamente se acerca

ban el uno al otro y hablaban más bajo . De

cuando en cuando , l a fresca ri sa de Isabe l sal ta

ba en el misterioso cuchicheo . Llegaron á abs

traerse: n i veian n i sab ían de más mundo que

aque l pedacito de acera en que el los estaban , n i

soñaban con más fel ic idad que la presente, de

leitándose en paladear embelesados la mie l de

un cariño que juzgaban inmutab le y eterno . Ni

vieron á unas chiqu i l las que por al l i pasaron

r iéndose de'

los dos, ni oyeron la desped ida afec

tuosa de la vecina al retirarse , ni advirtieron que

mor ia la tarde y que en el cielo puro y transpa

rente princip iaban bri l lar estrel l itas , n i se die

ron cuenta de que se les hab ia acercado el pa

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LA m am a 7

dre de Isabel has ta que lo tuvieron delante un

buen rato

Pero n i nos, ¿ustedes saben qué hora es?—¡Don Anton io !

— ¡Papa l S i empre nos susede lo m ismo .

— Ya, ya. Anda, yégatc por esos diabliyos á

l a plasoleta, y vamos comer, que ya es hora .

¿Tú nos qu ieres acompañar. Fernando?— Grasias, don Anton io .

—Pues hasta mañana .

— Hasta mañana .

Entró en la casa e l padre de Isabel.—¿Vendrás lucgo?— le preguntó 5 su novio

ésta con e l afán de qu ien apenas ha empezado

deci r palabras de cuantas ansiaba deci r, no obs

tante la p ava de dos horas .

¡Ya lo creo !— le contestó él Tengo que

desirte una cosa que nunca te he d icho .

— D ímela antes de i rte .

— Luego, l uego .

No me dejes con la curiosidá .

— S i empre ha de sé tu gusto— rep l icó Fernan

do contemplándola . Y después, seguro de que

se admirar ia su sal ida, y porque cu idaba siemp re

lo agradable de la última impres ión , añadió:

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18 s . Y ÁLVAREZ QUINTERO

— El día que tú me des un beso, me pongo un

fanalito en la boca .

Se estrecharon fuertemente las manos , y é l

echó á andar mientras e l las re ia, ocu ltando en la

r isa el rubor.— Verda que no me lo hab ia dicho nunca

pensaba la mocita viéndo lo alejarse. Y cuando

volvia de la plazoleta con sus tres sobrinillos:

Ti ene mucha rasón doña Angus ti as: estamos

los dos pa que nos lieu en un papá como si los

caramelos.

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l l

DON ANTONIO Y SU CASA

No tengo padre ni madre:¿dónde me an imará yo?

¿No habrá un peehito en ar mundoque quiera darme caló?

Don Anton io jiménez , e l padre de isabe l , era

un v iejo bonachón y s impático, de menuda figu

ri l la y barbas y bigotes b lancos y revue ltos , re

quemados por e l tabaco . Usaba gafas desde su

mocedad, que no se qu itaba sino para acostarse ,y era en su vesti r desal iñado y poco cu idadoso ,

condición que desesperaba á su hija .

En los ojos cansados de aquel buen hombre ,

que relucían tenuamente detrás de los cristales

de sus gafas como dos pececillos i nqu ietos ; en

su frente, l lena de profundas arrugas; en su ros

tro todo, había una huel l a de dolor res ignado .

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20 s . Y ÁLVARE Z QUINTERO

Don Anton io arañaba ya en los sesenta invier

nos, y bien sabe D ios que tuvo la vida para é l

más de val le de lágrimas que de campo de flores .

E ra, como se ha d icho , pintor. N ecesidades de

su casa le l levaron muy niño á cºpiar en el Mu

seo de Sevi l la lºs l i enzos de Muri l lo y de Zurba

rán, y a l l i quedaron presas sus afic iones y como

abogadas sus aptitudes , que tal vez sin aque l la

cºtid iana tarea impuesta en la n iñez, no como

recreo para el e5piritu , si no cºmo trabajo peno

so, habrian volado por cuenta prºpia, y qu ién

sabe con qué rumbº y hasta qué al tura . E llº fué

que se quedó en cºp ista, y que según él m ismº

afi rmaba, cºn satisfacción en que hab ía mucho

de grati tud hacia e l ingrato º fi c io , este 6 aquel

cuadro de Murillº (La Anunciación, La Virgen

de la S ervilleta) lºs habia cop iado más de se

tenta veces .

Cuando los encargos de cºpias escaseaban,

ayudábase don Antoni o con p in turas ºriginales,reproduciendo una y otra vez en azu lejos la To

rre del Oro y la G i ra lda . Los vend ia muy bara

tos , y singularmente en época de fiestas se lºs

l levaban los extranjeros á manos l lenas . S iempre

que pasaba don Antonio por delante de alguna

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LA MADRE C! TA 2 !

de las dos tºrres, se qu i taba humoristicam ente el

sombrero. Ya sabemos que era hombre agra

decidº.

Las copias, pues, los azu lejos, y de cuando en

cuando tal cual lección a a lgunas señori tas de es

tas que si enten arder en su alma e l puro anhelo

de pintar á la perfección melocotºnes y ºstras ,

dábanle al buen don Antºn io para ir ti rando de

su vida y de la de lºs suyos , ya que nº para re

galarse n i regalarlos.

Las comadres del barr io jurarían que J iménez

ahorraba, y que todos los meses metia bajo tie

rra una moneda de cinco duros. Por desgracia,

estº no pasaba de fantas ia. Vivía con estrechez ,

en una casi ta de dos pisos , que de purº modes

ta b ien podría llamársele pobre .

Tuvo la mujer de nuestro artista la mala ocu

rrencia de morirse cuando más fal ta hac ia en la

casa; esto es, cuando las dos hijas que dejó em

pezaban á convertise de capul los en rosas . La

mayor, Remedios, se enamoró los quince años

apenas cumpl idos de un novillerillo sinvergiien

za, pendenciero y borracho , y se enamoró con

tal ahíncº , que no fueron bastantes abri rle los

ºjos y desengañarla n i cºnsejºs du lces n i ame

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22 3 . Y ÁLVARE Z QUINTERO

nazas duras . Seis meses se pasó la n iña encerra

da en su cuarto , sin hablarle á ningunº de la ia

mi l ia, y ocupada sólº en escrib ir l e cartas al tore

ro y en leer las que , dictadas por éste , l e escribía

su apºderadº á el la. E n resumidas cuentas , que

contra v iento y marea hubº que casarles para

evitar males mayores; es decir, mayores escán

dalos , que no es precisamente lº m ismo .

A los tres años mal contados de vivi r cºn su

dulce espºsº , hab ía la n iña echado al mundo tres

criaturas muy monas , y ten ia lºs colores muer

tos , l a salud perdida y señalado el cuerpo de las

pal izas cºn que el anima l del nºvi l lero pagaba

aque l amor que la cºndujo al sacri fi cio . DonAn

ton io , e l temp lado y buenº de don Antonio, que

l loraba en si l encio tanta y tan amarga desventu

ra, l legó á pensar muy seriamente en pegarle un

t iro á aque l bribón, ya que era absurda la cºn

tingencia de una cogida que lo mandara al ºtro

barr io , porque el desvergonzado aprend iz de

Costillares se pon ia s iempre a respetab le d istan

cia de lºs cuernos .

La Providencia, l a casual i dad 6 lo que fuese

l ibró de aque l cu idado al infel iz padre , bien

que a cºsta de un gran do lor. El torerillo des

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LA m acarra 23

apareció de la noche á l a mañana, abandonando

á su mujer y á sus h ijos, y l a pobrecita Remedios

murió a l año sigu iente , j urándoles todos que s i

hubiera visto un momento no más al que fué su

verdugo , habria muerto cºntenta, 6 tal vez ha

br ia cobrado nuevo a l iento para v ivi r.

Recogió el abuelo a sus tres n ietos , isabe l ,que á la sazón contaba d iez y seis abriles, por

sºberano impulsº de su corazón y por un m iste

rioso i nstinto de madre que l lenaba todo su ser ,

echó sºbre si, de la manera más natural y senc i

l la, l a pesada y trabajosa carga de cu idar y edu

car lºs huerfanitos, cºmo si fuese u n sagrado

deber que el la só lo correspºndía . Ni pensó en

otra solución , n i qu iso que se hablara de ella: se

erigió en madreci ta y aceptó satisfecha cuantºs

dolores , afanes v trabajos traen consigo los h ijos

prºp ios. ¡Oh , qué reparador bá lsamo fué éste

para l a ab ierta herida que desangraba el cº razón

del pobre copista de las Concepcionesl

Lºs chiqu i l los eran tres: Lu is i to y Paco, e l

mayor y el segundo , y Ros ita, que no levantaba

un pa lmo de l suelo . Los tres habían sal ido a la

madre: qu iere decirse con esto que eran bonitºs .

Lu isi to , el primºgénito, ten ia l a p ie l d e Barrabás ;

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24 a. Y J. ÁLVARE Z QU INTERO

pero no era tem ib le, porque s iempre que estaba

ideando una travesura se ponía b izco s in querer,

y esta era la señal para vigi larlo . Paco era más

paci fi cº , s i b ien de una arrogancia graciosa y de

un desaforado afán de p intarrajear puertas y pa

redes .— Este demºn io tiene á Muriyo en la barri

ga— sol ia decir la madrecita , refi r iéndose á aquel

muñeco, mientras encalaba pacientemente todos

sus prodigios artisticºs.

Rosita, l a ú ltima, era lindisima: de cabel lo ru

bio y ºjos negrºs ó rem endada , comº se l laman

pºr al l i , vivaracha, i nqu ieta, preguntona hasta fa

tigar, charlatana, embustera, graciosisima, en una

palabra .

Era cosa de ver si Isabel ita bregando con el los .

Su pequeña figura parecia agrandarse y crecer en

aquel la augusta m is ión de madre, que amorosa

mente echó sºbre sus pºcºs años. E lla los lava

ba y vest ia; el la los l levaba al co legio; e l la lºs

tornaba á l a casa; el la les daba de almorzar y cº

mer; e l la era mediadora en las refriegas de los

dºs mayores , que siemp re andaban la greña;

el l a les zurcía y remendaba las rºp itas; el la los

embobaba con cuentos maravi l losos , frescºs aún

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26 s . Y ÁLVARE Z QUINTERO

pués , pasado el mal rato , el la misma los enjugaba

y los vestia de l impio , y lºs hartaba de car icias y

fiestas , y les hacía cosqu i l l as para que se riesen ,y hasta les daba algunºs cuartos para caramelºs y

avel lanas. Don Anton io sentía á par del alma no

tener la pa leta de Ve lázquez .

Así creció la madrecita, y as í crecieron aque

l las cri aturas de D ios . Cuando la hemos visto i r 5

la plazo leta pºr el las , l lenº e l corazón de fel ic i

dad , Lu is ito, el mayor, tenía seis años. Al entrar

en e l comedºr con algazara y risas, ya e l abuelº

lºs aguardaba sentado la mesa.

[juanal— gritó al verlos entrar Ve trayen

do la sopa.

Y ¡'

I pºco , de la cºcina contigua sal ió, cazuela

en manº , una v ieja.

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lll

DE L OTONO A LA PRIMAVERA

Male: que aca rrea el tiempº ,

¡ qure'

n pudiera penetrar!ºs,para poner el remedioantes que gegara el daño!

Una tarde, ya muy avanzado e l otoño , cuandº

de los árboles secos apenas caian algu nas hojas

que prestaran música al viento , l legó don Anto

n io á su casa todo mohino y cabizbajo . Se

encerró en su alcoba, y pºr los cr istales de l bal

cón estuvo contemplando , abstraí do, la triste se

renidad de l crepúsculo, viendo al so l que moría

entre nubes rojas . Del fondo de su pecho cansado

se escapó un susp iro largo y ard iente, que em

pañó uno de los cristales . Tan ensim ismado se

hal laba, tan preocupado y melancól ico , que no

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28 5 . Y ÁLVARE Z QUINTERO

oyó á los n ietos que lo l lamaban a la mesa . Isabe l

tuvo que i r abuscar lo .

Papá , ¿pero no vienes?

Es verda, hija mía .

—¿Qué te pasa? ¿Qué tienes tú?

Nada— contestó el v iejo , tomándole la cara

cºn m imo No tengo nada . Vamos al comedor.

La comida fué menºs alegre y bu l l iciosa que

de ordinario . Dºn Anton io se distra ia con fre

cuencia, no prestaba la atención de siempre si lºs

dichos y diabluras de lºs chiqu itines, y cuando

quer ia sonre ir, por di simulo , no acertaba á disi

mular.

Isabel pensaba—¡Vaya si á t i te pasa algo l

Aquel la nºche , acostando á Rºsita, que era la

que más le daba que hacer, porque le gustaba

correr en camisilla pºr l a a lcoba antes de meter

se en l a cama, y porque ya en e l la parecía que le

pon ían trancas en los ojos y no queria dorm irse ,pasó por la frente de Isabel una idea sin iestra , la

ún ica que le espantaba en e l mundo .

¿Preocu

paria su padre , quizás, que hubiese aparecido

impensadamente en Sevi l la e l mald i to esposo de

su hermana? ¿Se l levaría á los n iños que , según

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LA MADRE CITA 29

le había dicho don Anton io m i l veces, le perte

necían y podía reclamarlos por ley?“ Llena de

zozobra, aguardó á que se durm iese la n iña. Se

acercó luego si l a ventana, donde la esperaba im

paciente su nºviº , y l e d ijo que andaba algo ma

lucha y que iba á acostarse . Despidiéronse hasta

e l s iguiente d ía , que era dºmingº , y hab ían de

verse en m isa de doce , y sub ió al comedor . Don

Anton io, aj eno la vis ita, meditaba sentado y con

la cabeza ca ida sobre e l pecho .

—¿Qué traes?— le preguntó al verla , esforzán

dose por aparecer indi ferente y tranqu i lo .

—¡Qué traigol ¡Qué traigo ! Que me tienes que

conté lo que te susede, papaito.

—|Pero

— No hay chiquiya que valga . Esa no es tu

cara . Te ocurre algo , y algo malo . S i no me lo d i

ses me echaré á pensé disparates . Anda, dímelo.

tonto ; dímelo— añad ió, besándolo en la frente .

Fué aquel beso de la muchacha comº sol que

cae sobre la n ieve y l a deshace en agua . Se echó

á l lorar el viejo como un chiqu i l lo , y entre lagr i

mas le decía a su hija, para que no se alarmase

demasiado al verlo asi:

— No te apures, no te apures. Ahora te contaré.

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30 5 . Y J . ÁLVAREZ QUINTERO

—¿Se yevan á los niñºs, papá?— fué lo pri

mero que preguntó isabel , respondiendo al se

creto espanto que le había asaltado en la a lcoba .

No, no , ¡qué desatinol— rep l i có el padre, se

eándose los ojos .

—¡Ay, nena m íal No te asustes, que no se ye

van a tus n iños: nadie los quiere más que tú y

más que yo . Nº te asustes .— rep it ió isabel ofuscada, s i n

que cupiese en su imaginación otra desgracia

alguna.— E i que se va soy yo; yo soy el que se acaba

y e l que te deja . Yo soy el que se muere.

—¡Papái

— Si, hija , si; esto no es de hoy: se vi en e pre

parando hase tiempº . No puedo trabajar: me

falta la vista, me tiemblan las manos Hase u n

mes me devolvieron una cºpia; hoy me han de

vuelto Figúrate: si empesamos s i em

pesamos asi

No pudo continuar hablando . Romp ¡ o á l lorar

de nuevo . Se l e abrazó su hija, que l loraba tam

bién , y abrazados permanecieron un rato . E l re

loj del comedºr d ió las nueve . Pºr la cal le pasó

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LA MADRECITA 3I

un ch icuel o entonando una cancion truhanesca.

En la cocina próx ima se escuchaba la voz de la

vieja amenazando de muerte á un gatº .

Repuestos h ija y padre de la primera sacudi

da que les produjo el choque del dolor , habla

ron más serenamente. Uno y otra se empeñaban

en conso larse, quitándol e no queri endo con

cederle al caso la gravedad importancia que en

rigor ten ia; pero al lá en lo intimo de sus corazo

nes turbados sentían con fuerza toda la negra

real idad ; comprendían e l drama pavoroso que

traía consigo la falta de trabajo del viejo , su

vista perdida, sus manos temblorosas y torp es.

Y asi fué . Ll egó el i nvierno, con su cara dura

y su al iento frío , y con e l i nvierno l legó l a pobre

za la casa . El talento económ ico de isabel era

i nsu fi ci ente para sacar de donde nada hab ia . Se

vivió un mes de una trampa que pudo cobrar

don Anton io ; otro mes se vivió l levando la

casa de préstamos primero lºs cuadros que nad ie

hab ía querido, después e l reloj del autor de lºs

cuadros, y l uego a lguna que otra aihaja que dejó

la difunta, recuerdos de la funesta boda .

Fernando , el novio de isabe l, ignoraba esta

angustiosa cris is. Cuidó ella primero de ocultar

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32 s . Y J . ÁLVARE Z QU IN '

I ERO

sela como un delitº, por del icadeza instintiva;

después una l arga ausenc ia del mazo s igu ió ha

ciendº fáci l el engaño , que de º tra manera no

habria pºdido pro longarse. Se escribían diari a

mente cartas l lenas de cariño , de promesas tier

nas, de palabras de mie l , de ilusiºnes locas

¿Con qué derecho l a tristeza de la vida ordi na

r ia y prosa i ca hab ía de alborotar, entu rb iando

las, las aguas serenas y l imp ias de aque l arroyito

en que se m iraban los enamoradºs?

Buscó trabajo don Antonio fuera de su arte

qu iso el pobre v iejº prºtestar contra aquel la do

lorosa impotencia, más amarga que su vida en

tera . Pero ¿adónde iba un hombre cºn sesenta

años la espalda, las barbas blancas , el cuerpo

vencido , lºs ºjos ciegºs, lºs brazos

De puerta en puerta l e dijerºn:“Perdone usted

por D i os .“

A doña Angustias, la vecina afectuosa y dicha

rachera , l e tocó un prem io á la lotería, y con las

m ismas, según frase suya, fué y l e hizo un regalº

á su ido latrada isabel .— Hija de m i alma, yo quisiera que el Arcasa

fuera mio , na más pa regalárteio ; porque te lo

mereses to , to, to .

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M ira una rº sa e

cu¿ntale siete puñaln .

una corona de esp inasy tres clavitos mortales.

En la tarde del jueves Santo hubo en la casa

de don Antºn io larga liantina de la gente menu

da. Querían los n iños haber idº ver las cofre

días cºn su t ita isabel , y ésta se había ºpuesto

l levarlos porque no ten ian ropa decente . Habió

el abue lo de que viesen las que salen de madru

gada, ya que de noche todos los gatos son par

dos, y l a oposición de isabe l fué entºnces más

tenaz y fi rme que lo hab ia s ido antes . Suced ió ,

pues, y en reso lución , que se quedaron en casi ta

l lorando á moco y baba, y protestandº , cada

cual cºn sus medios prºpios y pecu l iares, de

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36 a. Y J. ÁLVARE Z QUINTERO

aquel mal tratº de que por primera vez los hacía

víctimas la madrecita .

Teni a su camita la pequeñuela en el p isº bajº

y en la misma alcoba que isabe l ; y algunas no

ches, pretextando m iedos terribles, 6 porque

Verdaderamente lºs sentia, le pedía a la ti ta pºr

D ios que se la l levase su cama . La del Jueves

Santo fué una de el las . Cedió isabel los deseºs

de l a mºcºsa: aeostóla, arrºpóla bien , y arrebu

jándose en un mantoncillº se le sentó á la ca

becera.

— Acóstate tú , t i ta . ¿No te acºsta tú?— Ahora , ahora. Yº nº tengº sueño todavía.

Oye .

¿Qué?

¿Cando resusita er Señó?

E l sábado .

—¿Y matan á tºdºs lºs judíos?

A todos; no se escapa uno .

—¿Y er Señó sube ar s ielo?

S i.

—¿Por dónde?

— Por una escalerita de plata que le ponen lºs

ángeles.—¿Cuá ángeles?

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LA MADRE CITA 37

— Los ánge l es , mujé . Duérmete y no pregun

tes más .

inúti l: sigu ió preguntando por jesús y su Ma

dre, por San Pedro y San Pablo , por e l so l , por

l a luna,por las estrel l i tas del cie lo y por qué pe

gaban tiros e l sábado de Glºria. Cuandº isabe l

v ió que dormía , s in moverse de donde estaba ,

para que no se despertase y reanudara e l dispa

ratado interrºgatorio , recl inó la l i nda cabeza so

bre la cama y entornó los cansados ojos, mitad

como si buscara reposo y quietud , mitad para

mejor recogerse en si misma y entregarse a sus

pensamientos.

Por su frente, blanca como faja de luna, pasa

ban con fundidos los gratos recuerdos de aque l los

d ias en que su paz era completa y su dicha se

gura, y las amargas impres iones que desde hac ia

algún t iempº combatían su esp íritu atribu lado .

No acertaba el la á razonar tan tremenda mudan

za, ui quería aceptarla comº si fuese un castigo

del cielo ; porque ¿qué mal hab ia hecho en e l

mundo la p obre n iña para ser sometida a tan

dura prueba? Pedia l e 5 D ios fuerzas para l levar

su cruz si n caer en e l cam ino un momento ; espe

ranza, siqu iera fuese remota , de paz y bienestar

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38 s . Y ALVARE 2 QUINTERO

futuros, y muy secretamente pedial e también que

en los trabajos y fatigas de la vida que ya había

cºmenzado para e l l a, en la miseria y en las pr i

vaciones, su cuerpo no se deformara y sus colo

res no se marchitasen .

¿Y Fernando? ¿Qué pensaría Fernando? ¿Qué

haría cuando sup iera de las espinas que a ella le

punzaban el corazón? ¿Qué cuandº descubriese

la m iserable vida que arrastraba? ¡Obi Para la

n iña era i ndudable:Fernandº l a sacaría de aquel

sup l i cio; Fernando la salvaría si e l la, y salvaría á

su padre, y á todos .. indudab le, Pero

isabel retardaba cuanto pºdía la revelación .

A lentaba, además, e l deseo, l l eno de esperanza ,de que un algo impensado, que ella no sabía de

terminar, mi lagroso, i ncreíb le, vini era de pronto

á poner término á sus amarguras antes de que su

novio las supiese por boca de el la 6 las adivinase

en sus ojos …

En la calle , de ord inario sosegada y so la, no

tabase aquel la noche ir y ven i r de alguna gente .

Resonaban lºs pasºs y se o ían claramente las vº

ces de los trasnochadores . isabel i ta sintió á doña

Angustias sal i r de su casa, en cºmpañ ia de unas

vecinas que querian ver cºn el l a el paso de la

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LA IIADRE CITA 39

cofradía de Triana por e l puente que separa aSe

vi l l a del populoso barr io .

— Ai que lo ve una vez no se le olvi da— se le

oyó decir á l a so l terona .

— Pºr aqu i , ¿verda?— preguntó una voz des

cºnocida.—No , no: por aqu i es más serca— respondiº

otra voz, que no era la de doña Angust i as tam

poco .

—¿Qué más da, si tenemos tiempo?

Y se alejaron si n dejar de hablar .

Aun es temprano— pensó isabel, acurruc£n

dose. Poco después dorm ia .

Despertó sobresaltada las tres horas . Habia

sºñado mucho .

¿Qué hora será , Señor?“ Corr ió

á l a habitac ión contigua, en la cual estaba la ven

tana pºr donde ella pelaba la pava con su novio .

Abrió las maderas, y vió que, aunque de noche

aún, e l día no debía de tardar. El sereno acertó

ºportunamente aclarar sus dudas , cantando la

hora . Eran las cuatro .

Aseguróse el mantoncilio sobre los hombros ,se arregló e l cabel lo con las manos, cogió la

l lave de la puerta, que sobre la cómoda estaba,

y de punt i l las para que nadie la s inti ese , querien

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40 s . Y ÁLVARE Z QUINTERO

do hacerse ingrávida é i nvisib l e, salto al patio .

M i ró hacia e l cie lo , l leno de estre l las todavía. El

gato de la casa, único ser que velaba con isabel

aque l l a noche, ¡quién sabe con qué finesl bajó

las escaleras pausadamente bamboleando la ba

rriguita y cºn la sorpresa pintada en sus ojos re

dondos. ¿Qué diablos era aquel lo? “ Al recono

cer á su amita, que tanto lº mimaba , l anzó un

maul l ido débi l , de l icado y suave. Parecía decirle“No esperaba verla si estas horas, pero me aie

gro .

“ isabel se l levó un dedo á los labiºs, como

para imponerle s i lencio al minino .

—Cáyate, Rocias— le dijo en voz muy baja . Y

esperó á ver s i a lguien más la sentía. Nada; n i un

rumor… Abrió la cancela después , dejóla entor

nada, y principió descorrer cºn temor y cuida

do el gran cerrºjo de la puerta. En esta opera

ción i nvi rtió algún tiempo , porque el pícaro de l

cerrojo rechinaba como protestando de que tan

á deshora lo descorriesen. La madrec i ta sent ía

en el rostro tºda la sangre de sus venas. Le ia

tian cºn fuerza las s ienes , y el corazón parecia

que se l e iba á sa l tar del pecho . Por fi n abrió la

puerta y sal ió á la cal le. Nadie pasaba en aque l

momento . Cerró por fuera y echó a andar.

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42 s . Y ALVARE Z QUINTERO

de las cal les se entraba por sus o ídºs y pºr sus

ojºs . En una taberna d isputaban á gritos …Un hºm

bre sal ió desafiando burionamente a o trºs, que

allá dentro reían . Se tºpó con isabel y l e escu

p ió una frase grºsera. Las risctadas de los de

dentro escanda l i zaron l a cal le . Poco desp ués se

detuvo con unos chiqu i l los que decían:

¡La Cruz está ahºra en la Campanai—|Vámonos por aquí y l a cogemos otra vez en

er Duque !

A medida que se iba aproximando al centro de

la ciudad , notaba en las cal l es mayor an imación

y bu l l i c io . Algunºs sevi l lanºs corrían desalados ,

cºn gran prisa y urgencia, como no corren en

n ingún º tro dia del año, por ver una vez más l a

imagen que ya hab ían v isto aquel la misma nºche

en diferentes s itios . En todas las tabernas hab ia

luz y había gente . A lo mejºr pasaba, también

muy aprisa, un naz areno rezagado que iba á i n

corpºrarse á su hermandad , caladº el cap irote y

al brazo la cola de la tún ica .

Recatándose cuanto pudo , s iempre temerºsa

de que algu ien la reconociese y la censurase al

verla so la, l legó isabel á la plaza de San Lorenzo .

Avanzaba el día. En el'

alto cie lo, de un azu l v io

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LA MADRe 43

láceo, profundº y transparente, empezaban des

aparecer las estrel las más débi les. Hºmbres, mu

jeres y chiqui l lºs , agrupadºs aqu i y al l á, senta

dºs en los bancos de la p laza 6 en e l suelº, 6 pa

scando en d irecciones ºpuestas , esperaban al Se

ñºr del Gran Pºder, que prºntº deb ia vºlver

su Casa . isabel ita buscó donde sentarse, y encon

tró un laditº en un bancº , j untº a un v iejo y unas

mujeres . El viejº trabó cºnversación. Sesenta

años hac ia que no fal taba uno , ta l noche cºmo

aquel la, a ver la entrada del Señºr. Un añº es

tuvo malo, impedido , y lo l levaron sus hijºs en

una silla. Al año s igui ente pudº vºlver él m ismº

por sus prop iºs pasos. isabe l correspondió esta

cºnfianza cºntándo le al v iejº algunas de sus cu i

tas más íntimas.

¡Ya viene ahii ¡Ya viene ahí ! ¡Ya está ahi l a

Cruzi —gritaron de imprºv isº lºs chiqu i l lºs, en

caramándose unºs en los pi lares que hay a la

puerta de la iglesia, y ºtrºs en los árbol es y en

las rejas de las ventanas .

Y al l i estaba, efectivamente. Abriérºnse las

puertas del templo con ru ido , y dºs l argas filas

de naz arenºs, tapados lºs rºstros y apºyados en

la cintura lºs ci rios, cuyas l uces temblab an al

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44 a. Y ALVARE Z QUINTERO

besº del a i re frescº del amanecer, segu ian a l que

l levaba la Cruz, y fuerºn penetrandº en el tem

p iº misteriºsa y pausadamente, y cºmº sepultán

dºse en sus sºmbras . Y l legó el Señºr del Gran

Pºder á su Casa, sºbre r icas andas de talla, en

tre luces y flºres, al hombrº la pesada cruz, y

vº lviérºnlo de espa ldas ael la para que diese cara

al pueblº , y un hºndº y sagradº s i lenciº, mezcla

de superstic ioso temor y de unción rel igiosa, se

extendió pºr la p laza tºda. La madreci ta, tem

blando de emºción y de fe, cayó de rod i l las cer

ca de las andas de la imagen , fijos los anhe lantes

ºjºs en el do lorido rºstro del Redentor.

Un campesino— á lº menºs tai parecia aque l

hombre— de tez cobriza y ºjos c larºs , cºmenzó

cantar una saeta cºn vºz aguda y l impia:

Ya vienen las golondrinascon su p ico m uy sereno ,

p a qu itarle las esp inasó]esu

'

s erNasareno .

Nº había cºnclu idº, cuando empezó a cantar

ºtra una hermosa muchacha que se ºcu ltaba entre

varias am igas. Y después e l campes inº º tra vez ,y luegº un chiqu i l lo cºn lºs brazºs en cruz, y en

seguida ºtrº que estaba en lo al to de una ven

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LA ¡ IADRE CITA 45

tana,y más tarde una mujer mostrandº a su hijº.

Resonaban las varias vºces en e l aire ca l lado, so

las,escuetas, disputándose l legar primerº y más

claramente á los ºídºs de jesús .

S i nt ió isabe l un leve gºlpecito en un hombro .

Volvió sobresaltada el semblante , y se ha l ló con

un ciego .

-

¿Qué se l e ofrese , hermano?— lo i nterrogó

cºn voz quedita .

—¿Me qu iere usté pone frente ar Señó?

— con

testó el ciego.

Venga usté conmigº .

Y el ciego aquel cantó cºn vºz ch i l lona , en

que hab ía muchas lágr imas

E n la caga la AmarguraCristo 6 su madre encontróno se p udierºn hablóde sentimiento y doló .

isabel ita vºiv¡o arrodi l larse. Ped ía sin cantar ,

las manºs cruzadas sºbre el pechº , los ojºs re

bºsando lágrimas, la bºqu i ta seca , las mej i l las

l lenas de calºr . De su frente a la de la imagen ,de su corazón al de l Nazarenº , iban

las palabras

y los latidos pºr camino ideal , misteriºsº ignº

tº . Ni escribiremºs aquí aquel las palabras , ni

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46 5 . Y J . ALVARE2 QUINTERO

pretenderemos desentrañar e l ºcul to sentido , la

fe extraña y ard iente cºn que bro taban del alma

candorosa y pura de la sevi l lana .

La madreci ta pedía, Perº pedía ofre

ciendo .

Cuando retornaba á su casa , enrojecidos los

ojos de l lºrar, fatigosa la resp iración , vivº el

paso porque ya era de dia, l e d ijo un muchachº

que en el l a reparó— Niña, s i yºra usté pºr un novio , esº tiene

arreglº . Lerena, 4, v ivº .

Más ade lante , en una p lazuel a, encontró bº

rrachº perdido 5 un naz areno de capirote verde

que , rºdeadº de unos cuantºs chi qu i l los , Ies

gr i taba:

¡V iva la V irgen de la Esperansa !—¡Vivaaaal

— repetia con estrép ito su i nfant i l

audi torio , ti rando pºr a l tº las gºrras .

Y se trasladaban 5 ºtra esquina gritar lº

m ismo .

Pasó isabel pºr cerca de ellºs, creyendº que

nº harian casº de su persºna . y el borracho le

arrºjó e l capirote á los p ies , diciéndºle á voces:

¡O le lo bonitol ¡Acostarse , niñºs , que ya ha

sa l iº er só ! ¡No hay más V i rgen de la Esperansa

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LA … RECITA 47

que usté, ni más sicio que usté ! ¡O lei ¡Y s i l e

preguntan á usté que quién lº ha dichº , respºn

da usté que Manuer Venegas !

Tºda la fuerza que Manuel Venegas pusº en

su expresión le faltó á sus p iern as, y pºr pºco

mide la cal le cºn su túnica de peni tente .

Apresuró más e l paso la n iña, y entró, al fi n ,

en su casa desconcertada y trémula. Ya en el pa

tiº , cuandº se cercioró de que aun todos dor

mían, resp iró cºn descansº y al ivi o . Penetró s i

gilºsamente en su alcºba, le dió un besº á Rosi

ta y se acostó junto a ella s i n desnudarse .

Un rayº de sol, entrandº por la ventana que

dejó ab ierta, l a despertó luego dándole en la

cara .

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50 5 . Y ALVARE z QUINTERO

Ile, vulgar ya de purº repetido , á quitarla del fi r

mamento de una sºla plumada, trai cionando as í ,

no ya 5 la verdad misma, s i no á nuestra escrupu

losa cºnciencia . Sépase , pues , que era de noche ,

que la luna imperaba sºla y arrºgante en l o al tº

del l impio cielº , y que l a bel leza suave del ros

tro de isabel parecia agradecer su luz melancó

iica .

¡isabeliyai— dqo Fernandº extendiendº sus

manºs hacia l as de la n iña, que ya les sal ían al

encuentro .

—¡D ichosos los ºjos, Fernando ! Creí que te

quedabas pºr aya.

Nº sºyyº tan tontº.

¿Cómº me encuentras?

Más boni ta que te dejé .

— Ya; esº si. B isen que me he quedaº muy

delgada.

— De no verme.—¡Ay, qué orguyosol Pos tú estás más gord i

to . De manera que e l no vernos nos hase e l efec

tº al revés .— Te equivocas: yº me he puestº más gruesº

de ayi acá, pºrque sabia que iba á verte en yé

gando.

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LA MADRECITA 51

—Fino siempre lº has s ido. ¿Y estás ya b ien

de carnes, 6 te vas ¡3marchaotra vez pa engºrdá

ºtro poquitº á la vue l ta?

Esº , tú me lº dirás; s i te gusto— A mi me gustas tú de toas maneras. Creº

que me gustarías hasta vareandº coichºnes.Y no

hay na más feº .

Sºltó la r isa él, siguió la de ella, y las dºs se

un ierºn en e l ai re cºmº antes se habían un idº

las manos. La dicha vºlv ia. E stremec iese gustán

dº la isabel cºmo paloma que abre al so l su p lu

maje. Y viéndola Fernando y comprendiéndolo ,se s int ió de veras ºrgu llºsº, y s int ió ese impºn

derabie bienestar que se experimenta cuando e l

cariñº , l a cºn fi anza recíproca, l a ausencia tºta l

de recelos y el calºr de ias i lusiºnes funden en

una sºla las almas de dºs enamoradºs . ¡D ivi na

charla en que el pensamientº nada t iene que ha

cer porque el corazón no lo dejal—¡Chiquiya, es que me vuelves lºcol Tc mirº

y me parese mentira que tenga yo la suerte de

que me quieras tú. ¡Cuidao que eres presiºsal A

mi tu padre nº me la da; te ha robao de un cua

drº . Como nadie podía temerlo de él , se quedó

una nºche en el Museº , y al verse sº lo dijo:

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52 a. Y ÁLVAREZ QUINTERO

“Aqu i que nº pecº .

“ Y se yevó l a cara más bo

n i ta . S i yº me paresiera á San Juan , íbamºs á

sal í en un pasº pºr Semana Santa .

— Bueno, si; ya sé que sºy una p intura , 6 que

te lº parezcº, que es igua . Perº ¿tú me qu ieres

tanto cºmo te gusto?—¡Que s i te quierº l T i enes unas preguntas

más simples que las del Catesismo. Pídeme que

vaya a l a A lameda de Hércu les y le esté pegan

do de bº fetás a unº de eyºs hasta que me cºn

fiese que no hay cara cºmº la tuya en España .

¿Vuelta á mi cara, hombre?— Si ya hemºs

quedao en que es una perfesión.

No , nº ; yo no te p idº na . A mi me gusta

que se me ºfrezcan las cºsas.—¿Pºs qué estºy hasiendº más que ºfreserte,

fea?

Y sacando ºtra vez por entre lºs h ierros las

mani tas blancas que buscaban las de su amigo ,

con una vºz singu lar, temb lorºsa y ve lada , nueva

a quel la nºche , le preguntó isabel

¿Verda que nº me dejarás tú nunca?— Nunca …

- le respºndió sºrprendidº e l

mºzº .

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LA MADRE CITA 53

La miró atentamente, y al observar su expre

s ión dolorºsa y que sus ºjºs se cuajaban de lá

grimas , fijos en los de él , añadió—¿Qué t ienes, nena? ¿A qué viene ese yanto?

Perº . chiqui l la , ¿qué te pasa?—Me pasa. . me pasa …

Rompió á l lºrar la madrecita .

—Vamos , estºy viendo que esº va á sé una

tontería ; algún ch isme que te han cº nteo . Yº te

jurº … ¡Nº yores, por D ios !

isabel prºcuró serenarse . Al farº la cºntempla

ba perp l ejº .

¿Qué sería?“ Y mientras e l la se

enjugaba los ºjos con e l pañuelº , él retenía ma

quinalmente entre las suyas la ºtra man ita de

isabel .

Pºr la acera de enfrente , y a buen andar, pasó

un muchachº .

— Buenas noches, Alfaritº y la compañ ía

d ijo al pasar.— Buenas noches , Manolo— contestó Fernando

vºlviendo la cara y so ltandº la manº de su nºvia .

—¿Quién es?— preguntó ella.

— Uno de este barrio . Déjalo segui su cami

nº y d ime por qué yoras, que me ti enes cºn cu

riºsidá .

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54 s . Y ALVAREZ QUINTERO

Se lo dijº todo . LO había pensado muchº y

deb ía decírse lo todº en cuantº se vieran . Había

esperado á hab larle, pºrque el la en las cartas ,“en no siendo cºsas del quererse ¡se expl icaba

tan“Además, lº escrito nº se entiende

nunca cºmo lo que se ºye. No se le ve la cara al

que lº está disiendº .

Pintóle la situación dura y afl ictiva por que

atravesaba su casa; la vejez inúti l de su padre,cansado ; el hambre que empezaban a senti r sus

sus Sus hijºs dec ia .

Alfarito la escuchaba l lenº de interés , prestan

do al re latº más atención quizás de la que é l qui

s iera . M ientras hablaba la muchacha , él exclama

ba á cada pasº

¡Vaya por D iºs! ¡Vaya pºr Pero

¿cómº había yº de Perº ¿pºr qué nº

me has escr ito? … ¡Vaya porD iosi ¡Vaya pºr D ios !

Y después, cuando l a atribulada n iña se fijaba

en e l pºrvenir, en e l día de mañana , re fi r iéndºse

á las tres criaturas que á su sºla sºmbra y calºr

quedarían , el nºviº murmuraba:

No , nº te apures … tú no te apures . Ya pen

saremos … ya veremos D iºs aprieta , pero nº

Sºbre tºdo, tú nº te apures .

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LA MADRE a 55

Lo que no sal ia de sus labiºs era lo que espe

raba la madrecita , lo que le p id ió al Señor del

Gran Poder en aquel la madrugada del V i ernes

Santº: el arranque gallardº y generosº ; el abne

gado ºfrecim ientº de si mismº, de tºdo lo suyº ,

de su cºrazón, de su vida, de su fuerza y de su

juventud ; la con fi rmación heroica de tantas pala

bras de amor, desl izadas tantas veces en sus

ºídºs; lo que e l la cre ia que era su tesoro en el

mundo , porque estaba segura de tener un tesºrº

igual para él.

Fernandº sacó de su petaca un cigarri l lº, y

encºntrándºse si n fósforos para encenderlo , se

acercó al serenº que pºr al l i cerca d iscurr ía, y

tºmó l umbre en la del faro l . Después vºlvió la

reja .

— Oye , isabel .—¿Qaé qu ieres?

—¿Y no habéis vuelto nunca sabe nada del

padre de esos niñºs?

isabe l se h izº repetir la pregunta y luego cºn

testó:

Ni hemºs vuelto sabé palabra , n i quere

mos tampºcº.

¿Pºr qué?

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56 s . Y ALVARE z QUINTERO

—¡Mentira parese que me hagas tú á mi esa

pregunta ! ¿Nºs conosemºs de aye por la maña

na, Fernando? Ya sabes tú que yº no le deseº

mai á nadie ; perº , mira, ¡ojalá se haya muertº ! Y

D ios me perdºne .

Es que es muy cómodº —apuntó Fernando

si n determ i narse segu i r.—¿Qué es lo que te parese tan cómodo?— ín

sistió e l la .

— Eso de creá una fami l ia y luegº dá media

vuelta y largarse, pºrque haya quien la cu ide 6

quien la recºja.

Comº si una manº de hierro le hub iese opr i

m idº e l cºrazón y arrancado las raíces de la vida ,asi escuchó isabel aquel las palabras reveladºras.

El desencanto, cºmo nube negra, ensombreció

momentáneamente su e5p iritu . S i nt ió congoja ,s intió un supremº malestar, s intió herida su in

nata de l icadeza, y se arrepintió de haber habla

dº . Fernandº i ntentó darle vue l tas a la misma

idea , suavizarla cºn nuevas fºrmas,qu itarl e gra

vedad y aspereza la i nsinuación ; perº el la le sa

l i ó a l encuentrº resuel tamente:— Mira ,Fernando, vamºs á camina de cºnver

sesió n . S i ese mal hºmbre que hisº la desgrasia

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58 5 . Y Á LVARE Z QUINTERO

— Por eso te due yº antes que cambraramºs

de cºnversasión'

.

— Pºs cambiemºs . Pºr mi que no quede .

—Ya es un pºco tarde . Vale más que nºs des

p idamos hasta mañana.— Cºmº qu ieras tú .

S i, si; hasta mañana.

¿Por la tarde, 6 pºr la nºche?

Cuando más te convenga .

¿Y si me cºnviene las dos veses?

Las dos veses .

¿Perº te quedas enfadá cºnm igº?— No … ¿Pºr qué, tontº? Si yo me hagº cargo ;

¿tú qué tienes que vé cºn esas criaturas?— Hasta mañana entºnses . Es que nº sabes lº

que me

Que nº, hºmbre, que nº ; duerme tranqu i lº .

Hasta mañana .— Hasta mañana .

Hundióse el la en las sºmbras de la habitaciºn

y echó él andar por la cal le arriba . A los pocºs

pasos se detuvº .

¿La habría mºlestado? ¿Ha

bría estado demasiadº duro tal vez? No , nº;ciertas cºsas era p recisº cºrtar las de ra iz s i no

se quería que retoñasen l uegº .

“ No ºbstante es

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LA MADRECITA 59

tas razºnes, la inqu ietud l e alteraba e l a lma. An

duvº s in querer andar unos cuantos pasos y se

detuvo nuevamente . Y pensandº que una vue lta

á l a ventana en tal punto sería tal vez hábi l y

ºpºrtuna, y que cºn cuatro palabras ti ernas y u n

par de pirºpos desarrugaria la n iña e l en trecejo y

dormiría mejor, tºrnó de nuevo ella.

—¿isabel? ¿isabe l?— dijo en vºz muy queda,

escudriñando con los ºjºs la alcoba. Y comº

nad ie l e respondiese, rep itió lo mismo en al ta

vºz .

Entonces escuchó un so l lozo .

Torció el mocito el gestº y emprend10 decidi

damente e l camino a su casa. El la y él apenas

durm ierºn aquel la noche .

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Vi

LA FUERZA DE LA SANGRE

L as estreyitas der sido

y las arenas delmar,se p aresen m is penasen lo largas de contar.

¡Ay, D ios de D i ºs ! ¿Qué podrá l levar ya la

sºrpresa a nuestrº conturbado esp ir itu? ¿Qué

nueva nos reve larán lºs humanºs que nosotrºs

se nos antoje absurda increíb le? ¿Cuál será l a

tºrre , cuál e l cast i l lo fi rme en sus cim ientºs?

¿Cuál l a roca que nº deformen ó destruyan las

borrascas del mar?

¿Pues no hemºs v isto que isabel y Fernandº ,si n mºri r, acabarºn un día sus amºres?

Vinº el fuegº , y abrasó la m ies en los campos;creció el r ío , y encharcó los prados y lºs val les ;cayó el pedr isco, y tronchó y deshojó las flores

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62 s . Y ALVAREZ. QUINTERO

de lºs huertos; asomó la vida, bárbara y egºísta,

y maihirió al

Así es la verdad , y el narradºr no tiene ºtro

deber que el de escribir la . La madrecita du lce y

su apuestº galán se desp id ieron una nºche y nº

se d ijerºn “hasta mañana

Entrevistas análogas á la que cºnºcemºs ya , se

sucedierºn agravándºse , y en pocºs dias, e l la

desencantada y él mºhino , aquellas dºs almas que

parecían inseparab les se fuerºn distanciando , d is

tanciandº

Cºrriase pºr e l barriº , cºn a lgunºs visºs de

verdad , que los padres del mºzo ce lebraron y

aun estimu laron aquel la ruptura, porque n unca

hab ían vistº cºn buenºs ºjos que el tesºrº que

en forma de varón les deparó l a suerte loca, un ie

se su vida a la de una muchacha tan poqu ita cºsa

cºmo isabe l i ta jiménez .

— Es muy mona y muy mºdº sita— dec ian

¡Pero de ella a lº que se merese nuestrº Fer

nandoha

Fa ! tábaie tiempº si la madreci ta para l lºrar su

pena amorºsa . Reclamaban tºda su atención im

periºsamente sus n iños y su padre , y era fuerza

relegar último térm inº a l amante i ngratº , por

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LA MADRECITA 63

más que su recuerdº pugnara todas hºras pºr

enseñorearse de su mente.

DºnAntºniº haliábase cada día más desqu icia

do y más i núti l . Nº se pºdía cºntar con é l para

nada práctico . Un compañero del Museo le ter

m inó dºs cºpias, comenzadas por t iempo ha

cia, y dºn Antºniº se las malvendió unºs la

bradores de un pueblº . Este fué e l últ imº peda

zo de pan que l levó á su casa. Después se dió e l

pºbre hombre discurrir tan extraños proyectºs

de salvación , tan desatinadas qu imeras , negºcios

tan inverºsímiles, que la n iña temió que, con la

fal ta de vista y de pulso para p in tar, anduviera

en caminº de perder también el j uicio .

Ella, por su parte, nº daba paz 5 su cabecita .

Se acordó de unºs pari entes cercanos de su

papá, nº mal acºmodados, que vivían en Córdº

ba y que siempre habían mºstrado haci a e l la

predi lección y simpatía , y les escr ib ió contando

les su cu ita presente y demandando cºnsejºs y

recursºs . Lºs parientes no contestaron .

“Estarían

en el campº , s in duda.

“ Vºlvió á escribi rles á los

pºcºs d ias , y entºnces recibió de e l los una carta

cºn un bilietito de cinco duros . “Tú nº sabes lº

que sentimºs tu desgraci a. Ah i va eso para que

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64 s . Y ÁLVARE Z QUINTERO

ies compres lºs n iños lo que necesi ten . Está

tºdo muy malº . Nº l lueve . Pacienci a y con fi anza

en D iºs . “

Otrº pariente de su madre, juez en un pueb le

ci l lo de la costa de Málaga , á qu ien tamb ién se

d irigió isabel i ta cºmº a los anteriores , fué algº

más generºso y más explícitº .

“Yo no tengº una peseta, h ij a mía; perº n i una

peseta . Nº tengo más que muchas ganas de em

prenderla á ti rºs cºn algu ien , si n excepción de

m i mujer, y dºce hijos que , desgraciadamente,

tºdos se parecen a mi. D i nero, pues , nº me pi

das; perº cºmº sé lo que es e l hambre y lº que

es la miser ia , y te qu iero sin cºnºcerte , y me da

lástima que si tus pºcos añºs te veas cºnvertida

en madre de fami l ia s in haberlo com idº ni beb i

do , ¡qué demoniol me haré cuenta de que m i

mujer ha sal ido una vez más pºr peteneras:mán

dame á unº de lºs chavales, y aqu i se criará con

los míos, y aquí lº enseñaremos , ya que nº a

ºtra cºsa, á pescar boquerones y a ti rar la ata

rraya.

La carta , que venía tºda en este tonº , á la ma

drecita l a h izo á la vez l lº rar y rei r. S iempre le

había ºído decir á su madre que e l tío jerón imo

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66 s . Y ÁLVARE Z QUINTERO

genera l, nunca pudo o ír hab lar con paciencia de

aquel los redomados egºístas . Desbºrdábasele l a

cólera del pecho, y lºs ponía de vuelta y media.

Decía él, y tenía razón , que en n inguno de los

apuros de su larga vida habían acudido á ofre

cerle , nº ya sºcºrrº , perº n i si qu iera el cºnsuelº

de un buen afecto . Y contaba el tri ste, abierta ya

la espita al desahºgo y sin pararse en barras, que

una fi nca que ten ia su mujer en e l térm inº de

Puerto Rea l , y que en derecho le pertenecía , se

la hab ían arrebatado á él y á sus hijºs mediante

chanchullºs y componendas cur ialescos . Empe

zaba y nº sabía cºnclu ir; pero cuandº acababa ,decía

— Antes me dejº cortar esta mano que me da

de comer, que pedirl e á esa gente n i la salvación

de m i a lma.

isabel conocía de sºbra este ºdio de su padre,

que d iscu lpaba y cºmpartía ; pero la indicación

del tio Jerónimº le hizo “

¡Qu i én

¡Hace ya tantº Además, sºn v iejºs ; nº

t ienen hijºs … Puede que lºs cºja en una buena

hºra . Por mi nº ha de quedar.“ Y pidiéndole á

l a afectuosa dºña Angustias un mantón decentitº ,

para no i r comº una mendiga , s in decirle su

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LA HADRE CITA 67

padre lº que iba a hacer, l lamó una mañana a l a

cancela de su tía la ri ca.

Cuandº el matr imoniº, que almorzaba tran

qu i la y santamente , se enteró de quién había ile

gado á su puerta , quedóse cuajadº , cºmo vu lgar

mente se d ice . Doña María, una v ieja que pare

cía una escoba, con peluquín y gafas , alzó la ca

beza y miró , llena de estupefacción , á su mar ido .

Este, don josé, que, fuerza es declararlo, simor

zaba en mangas de cam isa y era un señºr de ca

beza redonda, co lor encendido y pelado al rape ,

correspondió con otra m irada de asombrº á la de

su respetable consºrte . E l casº nº era para m e

nºs . En el r itmo de la vida ºrdinaria, regu lar ,mºnótona, acompasada, surge de improvisº lº

i nesperado , lo anormal , lº estupendo , y trastºrna

y aturde .

—¿Qué hacemos?— se preguntaron aquel los

cuatrº ojos, más abiertos que nunca .

Y ºtra persºna que hab ia sentada á l a mesa ,

almorzandº también, ºrdenó á la criada con voz

grave , respºndiendo aquel la m irada de perple

j idad:— D íga l e usted á esa jºven que suba.—¿Que suba?— preguntó la dama .

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68 s . Y ALVAREZ QUINTERO

—¿Que suba?— rep itió dºn Jºsé .

— Que suba , si; que suba— ins istió cºn fi rme

za la persºna que habia dado la ºrden .

Y la cr iada, desde un bal cón de lºs corredo

res, ie dijo á la n iña , que aguardaba intranqu i la

en e l patiº:

Suba usté , que están armorsandº .

Era aquel la persºna que mandó subir á isabe

l i ta un hermano de leche de dºn josé , l lamado

dºn Rufinº. V ivía cºn el matrimºn io en grande

intim i dad , y era muy estimado de el los por sus

buenas prendas persºnales , si b ien en la soledad

de la a lcºba dºña Mar ía y su cºmpañerº comen

taban , entre elogiºs pºco sentidºs y déb i les cen

suras cariñosas , aque l la hida lgu ia caballeresca,

aque l desprend im iento sin traba , aquel la genero

sidad , s iempre en ejercicio , que hacían de dºn

Rufinº , para e l lºs , como un persºnaje legendario .

Doña María sºl ía deci r de él, retratándºlo con

una frase:

Es un santº varón: comulga y cºnfiesa todos

lºs d ías ; perº t iene un agujero en l a manº .

Dºn Rufino era largº y huesudo .

E ntró la muchachita en el cºmedor, blanca

cºmº la cera y temblandº de cabeza ap ies . Cºn

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LA MADRECITA 69

su actitud encogida parecía demandar perdón .

Sus negrºs ºjºs br i l laban en la pal idez del sem

blante.

— Buenos días tengan ustedes . ¿Cómº están

ustedes?— B ien , ¿y tú?— contestó la vieja.

Ya usté me ve.

Hubº un si lencio largº y embarazºso . N ingu

na de las tres personas sentadas á l a mesa miraba

á isabe l ita . La cr iada que servía e l almuerzº si la

exam inaba cºn descaro .

— S iéntate— dijo dºn Rufi no .

Y se sentó la n iña en una silla , si n moverla de

dºnde cºstaba.

— Con perm isº .

—¿No tomas queso , Pepe?— preguntó ia se

— Ya he tºmado fruta— rep l icó dºn josé . Y

encarándose cºn su sºbrina, dijo:— ¿Qué te trae

pºr aquí? Sepamos .

Cºntó isabe l con senci l lez y humi ldad la h i s

toria tr iste de su casa . Dºn jºsé y dºña Mar ía la

escuchaban cal lados , moviendo a l tern ativamente

la cabeza y consu l tándose y comentándºia con

los ºjºs. A lºs lab ios de él asomaba una sonrisa

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70 a. Y J . ÁLVARE Z QUINTERO

impert inente, que turbó más de lº que estaba a

la n iña. Hab íase pasado la noche entera prepa

rando su discursito , para ver s i les l legaba al co

razón ; perº , al encºntrarse frente 5: frente de

aque l las caras, perdió toda sereni dad , ºlvidó lº

pensadº y habló con zozºbra , desºrdenadamcn

te, l lºrandº cas i Acabó de hablar y hubº ºtrº

si lenciº .

Perº , vamºs á ver— saltó la vieja, de repen

te ¿Tu padre nº está para nada? Pºrque s i nº

se puede pintar, _se puede trabaj ar en otra cºsa.

Ya lº ha intentadº él , aunque inúti lmente .

Está muy viejº ; s i lo viera usté no lº cºnºseria.

El pºbresitº mio nº es su sºmbra .

Entºnces dºn jºsé intervinº en la conversa

ción para retratarse de una p incelada:

Oye— le dijo á isabel con sºcarrºneria

pues ese mantón que traes tú nº es de pedi r

l imosna.

isabel se pusº encarnada hasta la frente, y sin

vºz apenas cºntestó:— Este manté n no es m íº: es de una vesina.

¡Yal— repl icó don José cºn i n flexión de

duda, gozándose en la turbación de la pºbre mu

chacha.

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LA MADRE CITA 7I

Tentada estuvo el la de levantarse en aque l

puntº y, dic i endº“ustedes perdonen “, sal ir de

estampía y p lantarse en la calle. Perº había idº

ped ir, á sup l icar, y se cºntuvo, apurando su cá l iz .

Dºn Rufi nº … ¡Obi DºnRufinº pasaba por un

especial estadº de alma. No bien comenzó isa

bel i ta su triste relato , los dedºs índ ice y pulgar

de la mano derecha de nuestro hºmbre penetra

ron comº tenazas en el bºlsi l lo cºrrespondiente

del chaleco, y a l l i tºparºn con un durº . ¡Un duro l

Dºn Ru fi no se estremeció , pºrque se cºnoc ía.

Cuando advirtió que a lgunas lágr imas asomaban

á lºs ºjºs de la muchacha y otras ca ían pºr su

garganta, nublándºle la vºz, pensó en un rapto

de generºsidad:— Se lo doy .

Después lo meditó mejor y sº ltó la mºneda.

A pºco sacó lºs dedºs del bºlsi l l º y se atusó e l

bigote.

“La verdad era que con c inco pesetas

nada iba á remed iar .“

—¡Ay, ayi

— exclamaba la V i eja increp ando

quien menos debía ¡Ahºra me daré is la razónl

Perº nadie se acuerda de Santa Bárbara hasta

que truena. Tu padre ha sido un mani rroto toda

la vida, y tu madre, que en glºria esté , nº le iba

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72 s. Y ÁLVARE Z QUINTERO

á la zaga . D e tu herman ita no qu ierº hablar ,

pºrque me va a hacer daño e l almuerzº . Asi ºs

veis , así ºs ve is .

Y dºn jºsé, redondeando la i dea de su señºra ,

a ñadió:— Qu i en s iembra v ientºs recºge tempestades .

Dºn Rufinº parec ia abstraído . Y en rigºr lo

estaba . Ten ia él cºsa más ser i a e n qué pensar

que aquel lºs ti qu ism iqu is de fami l ia . E ntre su

cºnciencia y su durº se reñ ía un a ferºz ba

ta l la. Habían vuel to lºs dedºs entrar en e l bol

siliº del chalecº, y á palpar la mºneda, y hab ían

vuel tº á sal i r cºmº entrarºn . Y asi varias veces .

Ya iba é l pºn iéndose un pºcº nerviºsº . Por fi n

tuvº una inspiración , y cºnsiderando que tºda

cantidad es d ivis ible, dió cºn u na fórmula que

aquietó su alterado e5p íritu. Pensó:— Le daré tres pese tas .

Mas cuandº la madrecita hablaba con amor y

ternura de la suerte que en esta vida hab ían de

cºrrer lºs que el la nºmbraba sus hijos , si n am

paro de nadie , cºmprend ió dºn Ru fino cuán fra

gi les y quebradizas son c iertas insp irac iones mo

mentáneas , puesto que acudió a su pensam i entº

esta ºtra idea:

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74 s . Y ÁLVARE Z QUINTERO

Y en efecto, don Ru fino cºgiº su sombrerº ,

bajó las escaleras á grandes zancadas y se echó

á la calle . M i ró un ladº y á ºtro: ya hab ia des

aparecido la madrecita. Hizº un gestº de gran

contrar iedad . Vac i ló unos instantes; perº, ¡qué

diablo ! no era cosa de pºnerse á buscarla cºmº

un podencº , ol fateando el rastro . B ien sabia

D ios con qué i ntención bajó é l las esca leras tan

aprisa . S igu ió su caminº , y al pasar pºr junto a

una ig lesi a le asa l tó de imprºviso tan gran re

mºrdimientº , le acusó tan duramente su concien

cia , que no pudº más . Entró en el temp lº y dejó

e l durº en el cepillº de las ánimas .

Un mºnagu i l lº que lº vió, gran cºnºcedºr del

mundº y de los hºmbres, asºmbrado de la l i

mosna, pensó m ientras apagaba las velas de un

altar:—¿Será fal so?

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Vii

E L AMOR SE DE FIEND E

Es la casual idad una gran amiga del amº r .

Y decimºs esto , nº pºr pruritº sentenc ioso

Diºs nos l ibre sino pºrque vamºs narrar

ahºra tres lances fortu itos, que vin ierºn oportuna

mente á enderezar e l torcido curso de las aguas,l as cuales cºrrían turbu lentas entre áspera maleza .

Una mañan ita de Mayº , fresca y agradable ,hallábase Fernando A l faro la puerta de una ta

berna famºsa, muy cómºdamente sentado y pala

deandº un cha tito de manzan i l la de la casa.

Acertó pasar por al l í , vagando distr aídº , un

hºmbre viejo y pequeñin, que por ser muy cortº

Ilus iºnes nºs basamosde sep aram ºs tú y ya ,

hay un hditº invisibleque nos amarra los dos…

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76 a. Y ALYARE Z QUINTERO

de vista lo miró cºn alguna i nsistencia, comº

queri endo recºnocerlo . Advirtiólo el mocito y se

levantó resueltamente á darle la manº .

—¡Dºn Antºniol

¡Fernanditoi ¡B igol Ya des ia yº: á mi me es

cºnosida esta cara. Perº estoy perdido de la

vista.—¿Adónde se va pºr ahí?

Dºn Anton io se encogió de hºmbrºs . ¿Sabía

él s iqu iera á dónde iba?—¿Va usté tºmarse una copa conm igo?

—Si nº bebo, hijº de m i a lma.— Un dia es un día . S iéntese us té.

Y tocó las palmas y ambos se sen tarºn frente

5 frente .

— Sea cºmo tú qu ieras . ¡Je, jei A mis años, me

vas pervert ir . ¡je , jei

De la taberna sal ió al sentir l as palmadas un

chiqu i l lo , peladº al rape y cºn dºs orejas comº

dos asas , e l cual, con suma di l igenc ia y des

envoltura , les sirvió lo que le p id i erºn .

Pºnía empeño Fernandº en demostrarle afectº

al viejº, y éste , a su vez, aceptó la cºpa y el pal i

que, pºrque nº se creyera el mºzº que le conce

día demas iada importancia a la te rm inación de l

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LA MADR! C ITA 77

noviazgo cºn isabel . Dºn Antºn iº ignºraba la

verdadera causa de la ruptura entre lºs amantes ,

y creía de buena fe que aquel lo se acabó cºmº

tantas relaciºnes amorºsas acaban en e l mundº:

pºr celºs , desdenes desavenencias más 6 me

nos pueri les .—¿Y ahora qué hase usté, don Anton io?— le

preguntó Fernandº, si n saber la tecla que toca

ba Me han dicho que ya nº va usté al Museo .

— No, al Museo no ; ya nº voy . ¿Para qué? Me

es imposible trabajar . Pero nº creas tú que encº

jº el hºmbro . Me dedicº º tras cosas , ¿sabes?

Y con su manº temblºrºsa y flaca se revo lvía,más de lº que estaban aún , l as descuidadas barbas.

Observó Alfaritº cºn pena e l raído pe laj e d e

su amigo , é iba á dirigirie ºtra pregunta , cuandº

e l viejo p intor, con expres ión extraña , l e inten o

gó , poniéndºle una mano en un hombrº:—¿Tú conoses al arsobispº?

¿Al arsobispº? De vista nada más. Pero ten

gº quien lº conozca. ¿Pºr qué?

Pºrque ando aqu i á vuel tas cºn una idea ,

que si cuaj ara y me ayudasen yevaria cabo,

me ibas á ver arrastrandº cºche .

—¿De2veras , don Anton iº?

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78 s . Y ÁL VARE Z QUINTERO

— Cºmº lo ºyes , Fernando. Te la di ré , pero

cºn toda reserva, ¿estás? pºrque s i nº , l uego es

tas cºsas corren y las aprºvechan lºs tunantes , y

unº se queda nada más cºn l a glºria, que nº l e

da jugº al pucherº.

E scuchábale Fernando l leno de cºmpasivº in

terés. Hubiera él deseadº que el proyectº del

viejo fuese cºsa hacedera y fáci l , para prestarle

ayuda s i podía. Y eso que la pregunta aprºpósi

to del arzºbispº nº le dió la mejºr esp ina sobre

e l particu lar .

Dºn Antºn iº cºnti nuó

Tú sabes, Fernandiyº, que aquí , en cas i to

das las iglesias, desde la catedra l a Santa Paula ,

y desde San G i l á la Cari da, hay una enºrme ri

quesa en cuadro s antiguos; verdaderas joyas de

los maestrºs seviyanºs.— Y al deci r estº se des

cubrió respetuosamente Perº cá tate que vie

nen lºs extranjeros á admirarlos , y tienen que an

dar como asacanes de la Seca á la Meca, de un

barriº para otro , en busca de un Muriyº ó de un

Valdés Leal , ¿tú me comprendes? Y digº yº: ¿nº

sería u n gran negosio sacar de las igles ias tºdºs

esºs cuadrºs y reun irlos en una expºsisión,

durº la entrada, por ejemplº, dºnde cºn buena

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LA MADRE C ITA 9

luz y tºda comodidá pud ieran ser v istºs por e l

mundº enterº? ¿Eh? ¿Qué tal?

Hablaba el pºbre viejo cºn entusiasmo y ca

lor, cºmo qu ien expºne una i dea luminºsa, con

l a cual se halla encariñado . Vaci laba Fernando al

ºírlo entre la cºmpas ión y la ri sa, pero venció la

cºmpasión . Vió claramente que era aquel lo un

ramo de locura— como dice un cantar del pue

bio y no se atrevió á ºbjetarle nada .

—¿Qué te parese? ¡Te has quedadº cºn la

boca abierta !— A lgunos incºnven ientes encontrará usté;

¿Verda que es buena idea?

—Si, si; no es ma la .

— Pues por D ios te pido que nº se la cuentes

nad ie .

— Descu ide usté.

Enardec ido el v iejo pºr la favorab le acºgida

que el muchacho había dado su pensamiento.pegó la hebra y le expuso con creciente entusias

mo º trºs planes más d isparatados aún. Alfaritº

creyó que lo más cristi anº era desp edirlo .

-Don Antonio , por m i no se detenga más

tiempº ; nº vaya sé tarde para usté .

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80 5 Y ALYARE2 QUINTERO

— Es verdá, muchachº; rasón t ienes . Me estará

esperando aqueya trºpa . Tú, cºmº ya no vas

pºr

E ntonces Fernando nº pudº menºs de pre

guntarle

¿Está buena isabe l?— Demasiado buena está la pºbresita .

D ijº, y echó a andar. Alfaro lº miró alejarse

hablandº sº lo . Después se vo lvió á sentar, penv

sativo .

Demasiadº buena está la pobresita— rep itió

mentalmente . Y la frase le zumbó en la cabeza

largº rato .

La verdad era que e l muchachº nº se hal laba

cºntentº de si. Hubº en su riña cºn isabel a lgº

de.

fuga y cºbardía, que , pasadº el pr imer engañº del egoísmº , pudº ver con luz clara . Enojá

bale su pºcº ai rosa s i tuación , y si mucho le do

lia, de una parte, el renunciar á aquel cariñº que

en su v ida había echadº ra ices , no menos le es

cºcia y le morti fi caba, de ºtra, el imaginar cómº

le juzgaría isabel .— No la quiero , nº la he queridº nunca— se

decía sus solas . Perº añadía luego Pues s i nº

l a qu ierº, ¿pºr qué no p ienso más que en eya?

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82 8 . Y ÁLVARE Z QUINTERO

pudo mandar en sus ºjos y lo miró si n verlo .

— Adiós , isabel— fué a decirl e Fernandº . Perº

le faltó l a vºz y no se lo d ijo.

La mocita avivó su andar y desapareció prºn

tam ente. El hizo i ntenc ión de segui ri a. D ió dºs

pasºs y se paró ºtra vez . ¿Qué era lo que inten

taba? Sacó e l rel y no miró la hºra; relió un

cigarri l lo y lº tiró s i n encenderlº ; vºlvió á andar

en la dirección que l levaba la n iña ; vºlvió á de

tenerse; tropezó , se le cayó el sºmbrero , y en

tºnces oyó las r isas frescas de unas muchachas

que desde una azºteilla próx ima hab ían vistº la

escena.

¿Estamos contentitas, eh? — exclamó A lfarº

levantandº la cabeza con mal humºr.

Más que usté , por lo menos, que parese que

va suisidarse— repl icó una de el las.

S igu ió andando sin rumbº . Vagó por l as cal les

apesadumbrado y sºmbrío . Era cerca del anoche

cer. Tropezó cºn un faro lero .

—¿Va usté siegº , amigº?

—¿Y usté, cómo va? — contestó el farolero ,

rematando cºn una enérgica i nterjección .

Al cruzar pºr una plazº leta oyó risas y vºces

infanti l es

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LA HADR£ CITA 83

Yo me queria casó

con un mosito

Recºrdó análºgas escenas, acompañadas en su

memºri a del recuerdo de hºras fel ices . De uno

de los bancºs de la p laza levantóse de pronto

una figura que fué hacia él. Cºmº la l uz era ya

escasa, tardó en recºnºcerla .

¡Dºña Angustias !— Yº mismita, hijº m ío . El que usté no sea ya

vesino de m i caye, no es rasón pa que no me

sa lude . Ha pasaº usté pºr mi laítº .sin desirme na .

Porque no la había visto; se lo j uro .

—¡Cualqu iera se fía de los juramen tos de ust é !

S i nt ió la pu l ia, y d ijº para su capote:— Esta flor le fal taba ai ramo Y luego , en

vºz alta Buenº , y ¿qué hay? ¿Qué hay?— Eso , usté , que anda solterito y que se d i

vierte.

¿Para qué hablar de cosas frívolas , del t i empo ,del veranº, que ya se acercaba; de las pasadas

fiestas, de nada, en fin, si a l l í nº hab ía más que

un tema de que tratar? Dºña Angustias lo aff on

tó si n rebozo—¿Hase muchº tiempo que no ve usté isa

bel ita? Mentira parese, ¡pero está más guapa !

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84 s . Y J . ÁLVARE Z QUINTERO

— Hase un siglo que nº la veo— cºntestó é l

tímidamente .

— Pos de ocuparme de eya vengo yº .

—¿S i?

— Si. Cºmº mi hermanº tiene fábrica de man

tºnes y la pºbresita se ha desididº á trabajé…

—¿A trabajó?

—¡Ciaro l ¿Qué va á hasé la inºsente cºn esa

carga de fami l ia y s in más amparº que el que le

qu iera ven i del sieiº? ¿O se ha creído usté qu isa

que eya ti ene un cajón de dºnde sacá el d inerº ,comº usté en su tienda?

Fernandº ya nº º ia nada de esto . Se l e agºl

pó la sangre en el rºstrº y sintió un mal estar

y una angustia i nvencibles . La mujer que é l ha

bía queridº iba á trabajar, mientras é l paseaba su

ocios idad presuntuosa pºr Sevi l la . Le dió ma

qu inalmente la mano 5 dºña Angustias y le vºl

vió la espalda , dejándºla con l a palabra en l a

bºca . La señºra nº hal ló mºrtificación para s i e n

aque l despego aparente . Al contrar io , sºnrió

viéndolº marcharse , y luego murmuró:

Más dañ aº está de lo que él se ñgure .

Fué para Alfarº aque l lº una sugest iva revela

ción . N i su amºr prop io heridº , n i las inquietu

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LA MADRE CITA 85

des que la ausencia de la persºna querida trae

consigº siempre, n i e l traj i n con que torturaba su

imaginación buscandº en vanº d isculpa ai rºsa

su cºnducta, le habían perm itido fijarse n i ver

claro en la de su nºvia .

Aquel la tarde , sí . La idea del trabajo de la

madrecita, trabajo de sacri fic io, trabajo de abne

gación indecib le , l e sacudió el esp ír itu , avergºn

zándolº primerº é i rri tándolo después cº ntra si.

Y evocaba en su memºria, recreándose en el la

cºn remºrd im iento, l a t i erna figura de la n iña ,

cal lada y humi lde , generºsa y val iente, que arros

traba cºn seren idad una v ida en que habían de

morir pr imero todas sus i l us iºnes amorºsas , y en

que habían luego de consumirse estérilmente su

bel leza y su juventud . Y pensaba que tºdo el lº ,

cºn ser tanto, lo aceptaba la muchachita con ín

timº gºzº, cºn deiectación i ncomprensib le para

él, si n una prºtesta, sin un gri tº de rebeldía con

tra su tri ste suerte , sin más premio que la hºnda

y pura satisfacción de su a lma buena .

—¡Cuánto vale !— murmuró Fernando , seei n

dose dis imu ladamente los ºjos . Y añadió des

pués, cas i en vºz al ta:— Sobre tºdº, si se la

compara conmigo .

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E l dia que tú na siatecayó un cach itº de! sielo,y hasta que tú no te muerasno se tapa el agujero.

Acabemos . Ya cansa la p luma en la manº ,

cºmº cansados estarán los ºjºs de l lector que

haya teni dº paciencia para segu irnos hasta aqu í .

Una nºche de Jun io , en que sºp laba perezo

samente un aire templadº y suave cºmº al ientº

de n idº, dºrmía la madrec ita la pequeñueia

cantándo le la nana:

Esta niña chiquitano tiene madre:la parió una gitana;

Ll egaba hasta el la, pºr la abierta ventana de

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88 s . Y ÁLVARE Z QUINTERO

la habitac ión cºntigua á su alcºba, el penetrante

arºma de una magnol ia que en un jarrº de agua

hab ia puestº la vecina al balcón . isabe l lº asp i

raba cºn del ic ia, entornando lºs ºjos . ¿De qué

le hablaban aquel lºs olºres? Y volví a á cantar:

A dorm ir va la rosade los rosales:dºrm ir va m i niña ,

p orque ya es tarde.

En e l si lenciº de la nºche resonaron en l a ca

lie unºs pasºs vivos , fuertes, i nconfund ibles , que

suspendierºn la canción en su garganta . Abrió

lºs ºjºs , y tºda el alma puesta en lºs º idos es

cuchó . Se acercarºn los pasos , y algu i en se de

tuvº en la ventana. La madrec ita s intió un fríº

intenso , y de su cuerpo se apºderó un temblor

nuevº para e l la . Lievóse una mano al cºrazón ,que parecía un lºcº l uchando pºr escapar de la

jaula. Sentía sus latidºs con l a m isma fuerza que

antes había sentidº aquel lºs pasºs ; dijérase que

eran los unos el eco lejanº de lºs otrºs . Se l e

vantó de junto á l a camita de la n i ña ; y segura

de nº ser vista, desde las sombras en que se ha

llaba miró á la reja, tan tas veces testigº de su

ventura . Estaba al l i .

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La señora Manolita, vecina i nsigne de un pue

blo andaluz , hab ía muerto de ºchenta y siete

añºs,ún ica edad mediº aceptable para morirse.

Fué muy l lorada, no só lº pºrque desaparec ía de

entre iºs vivos, sinº pºrque 5 su pasº por este bajº

mundº supº dejar qu ien l lorase su muerte:capo

ao— el señºr Rafael , carpinterº de o fic iº, por

mal nºmbre Cuña hijºs , presentes unºs y

ausentes ºtrºs; n ietºs, y una caterva

innumerable de sºbri nºs, primºs, nueras , yernos

y demás plaga de la fami l ia.

Tal se la quería en todo el pueb lo, donde

también dejó huel la imborrable de su ex i stencia,

merced á dºs famosas recetas de su invención,una para curar lºs sabañones y otra para amasar

pestiñºs; ta l se la queria, que aun después del

novenario del fal lecim ientº , el señºr Rafael , el

afl igido Cuñ a , y sus hijos, continuaban recibien

do pruebas inequívocas del afectº de sus am igºs

y parientes, muchos de lºs cuales iban cas i todas

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94 8 . Y ÁLVARE Z QUINTERO

las nºches a su casa a darles compañía . Asegu

raba la mal icia queá lo que iban era si catar un

sºberbi o aguardiente de guindas que tiraba de

espaldas ; perº , ¿de qué nº se ha de sacar parti

do y se ha de hablar mal en esta t ierra de peca

dores? Y cuenta que cuandº se acabó el aguar

diente , Cuña se quedó sólo con el cascº . Lº

cual, si n embargo , no autoriza a creer á lºs mur

muradºres, sino si señalar, l amentándola , la p ica

ra casual idad .

Ya se sabe lo que son estas ve ladas: de tºdº

se habla en el las menos del d ifunto , porque s i e l

ºbjeto es al iviar la pena de los que lº l lºran , es

abso lutamente indiscreto pºnerse á recºrdar sus

virtudes y buenas prendas. Asi, pues , en casa de l

gran Cuña se hablaba de tºdos los vecinºs de l

pueblo que nº estaban al l í excepción de la

muerta, que tampºco estaba y nadie se acºrdaba

de el la se jugaba la brisee y al tute, se em

pinaha el cºdº un pºqu i l lo, y última hºra se

cºntaban cuentos y chascarrillºs verdes, para lº

que el prºp io señºr Rafae l tenía la mejºr gracia

del mundº .

Sólº en una habitaciºn de la casa rendíase

la señºra Manolita cal ladº y s i lenciºsº cu ltº . En

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LA ¡ ADRE a 95

tºrnº á un braseriliº cas i apagadº, y á la media

luz de un quinqué de petró leº , hacían calceta

cuatro viejas . Hablar, nº hablaban jºta. De cuan

do en cuando , alguna tºsecilia, algún carraspeo ,

algún Perº b ien sabe D iºs que la se

ñora Manºlita nº se les caía del pensam ientº .

¿Y nº había nad ie más en aquel sosegadº

cuartitº? Si, por cie rtº: en un rincón , bºrrados

pºr la sºmbra , había un hombre y una mujer

charlando si n tregua; pero con charla tan apaga

da y misteriºsa, tan quedita y suave , que no pº

día ser s inº charla de enamoradºs . El estaba mal

embozado en su capa; el la b ien envue lta en un

mantón de estambre . En lºs ºjºs de lºs dos bri

llaba l a alegría . el cºntentº de Sobre la

falda de la moci ta dorm ia un gato negro, peque

ñín, del que sal ia un rumºr conti nuado y mºnó

tºno, que pºr al l í se llama“hacer la o l l i ta“ . O tro

gatº, tal vez habria buscado la falda de una de

las viejas , por hal larse más cerca del brasero ;

pero éste era un gato de buen gusto, y pre fi rió

el calor natural de la j uventud . No hay mºtivo

para censurariº .

O igamos lºs enamºradºs—¿Pensó usté en aqueyº?

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96 s . Y ALVARE 7. QUINTERO

Nº .

¿Por qué?

Porque esº nº se p iensa: ó sale de adentro

ó nº sale .

— Me es igua . ¿Sale?

— M iste: lo que tengº de responderle á usté

lo sé desde er día que estrenó usté la capa .

¿Le gustó?

— Me gustarºn lºs embºsºs.

— F.stºs sºn. Cº lºraºs. Juegan cºn sus labiºs

de usté.

— COn mis lab iºs nº juega nadi e, amigo .

Pos á vé si me cºntestan fºrmales: ¿cuándº

me saca usté der purgatoriº?

— Así que pase er frío . Ya ve usté s i lº

apresiº .

— Es que disen que año nuevo , vida nueva, y

D isiembre se va, y yº qu ierº prinsipiá el añº

que viene en la glºria bend ita . Es desí, que de

su reja de usté nº me van adespegó n i cºn agua

ca l iente .

—¡Está usté aviaº ! En Enerº nº pelo ya la

pava .

—¿Por qué?

— Pormº der relente .

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98 8 . Y 1. ÁLVAREZ QUINTERO

no— porque yº sé leé— que en er mes de Abrí

va á di luviá … ¡Y yº nº quiero que usté se mºje

en la ventana!— Pasiensia. ¿Ha leídº usté si en Mayº ha

brá só?

En Mayº , si.

¡Oiei— No , nº; pare usté er cohet e . En cuarquier

mes entrº yo en reiasiºnes menºs en Mayo .

— Exp l i que usté esº .

— Pºrque en Mayo se arregló m i hermana Es

peransa cºn su novio , y le sal ió vanº .

—¿Y vi yo á pagá esº?

¿Nº lº pago yº?

Ea, pºs vamos juniº ; pero ya de junio

nº me pase usté .

— E n Juniº andaré yº mu preºcupó con los

esámenes de mi hermaniyº .

—¿Ah, si?

¡Clarºi

¡Está bien , hombre, está bien ! ¿Es des i , que

med iº añº t i rao la caye? ¿Y qué me cuenta

usté de jul io? ¡Un mes tan bºnitºl— Me hºrrorisa la cºp la

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LA ¡ ADRE CITA 99

Lºs amores deju liosºn ch apa rronea.

Nº hagas caso, m ucha cha,de esos amores .

—¡Por vía e l a copiita e D iºs !

— Pºs Agºstº también t iene l a suya . O iga

usté, y quéese usté helao:

Lº s amores de Agºstoyo no los quiero;

porque p asa er verano,

viene el invierno.

—¡Así no vamºs acabó, niñal ¡Antes que el

i nviernº, yega el otoño ! ¿Le gusta usté Setiem

b re pa p elá la p ava cºnmigº?

— Sabe usté , que como mi hermaniyo l e van

indi calabasas en Jun iº, en Setiembre se me va

pºdé ahºgá á mi con un pelo , hasta vé s i sale

6 no sale.

¡Camarái ¿Y en Ortubre?

En Ortubre prinsipian caerse las hºjas , y

no hay humó pa na .

—¡Mºrena, que se nºs va e l añº ! ¿T i ene pa

usté argún perº Nºviembre?

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roo 8 . Y ÁLVAREZ QUINTERO

— Muchos perºs, no unº . Lo dise er refrán“Nºviembre, mes de peros, castañas y nuesca

“.

Y lºs peros, malo; pero las castañas , peó .

—¿E atºnses, ¡Disiembre y nº hay

¡Disiembre ! ¡Fiii de añºl ¿Quién p lanta una

maseta cuando se está pon iendo er só? Se aguar

da á que amanezca º tro día. E spere usté un pº

y añº nuevº , vida nueva. Uste lº ha d i

chº antes .— ¿Ahora estamºs ahi? ¡Pºshágase usté cuenta

de que esta conversasión la hemºs ten iº e l añº

pasaº , y Iistosl Dentro de cuatrº dias l e d igº yºá usté en la ventana esta cºpia, ya que sé que le

gustan

A la luna de E nero

te ha comp arado ,que es la luna m ás cla ra

de todo el añº .

S igurº el Al sºnar las ºnce en el re

loj de l a igl es ia cercana, se levantó una de las

viejas, dió las buenas nºches a las ºtras, l lamó

pºr señas la muchacha, y juntas salierºn de la

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LA … A ¡ OI

hab itac ión . Protestó el mºzo, acºmodándºse la

capa sºbre lºs hºmbrºs y caiándºse el sombre

rº de ala ancha, y protestó el gatº abriendº dos

palmos de boca . El gatº se arrimó al brasero, y

el hombre sal ió tras la mujer.

Ya en la calle, vieja y mºza apretaron el pasº ,

pºrque la nºche estaba fría. El las segu ía de le

jos. Tras mucho andar por las cal les des i ertas ,en las que sólº hall arºn un perrº ol fateando un

mºntón de escombrºs, y un borrachº , que las

ob l igó cambiar de acera, detuviéronse ante una

casa baj i ta y pºbre . A l l í estaba la reja que debía

ser testigo, duran te un año al menºs , de la ven

tu ra de dos enamºrados. Al l l egar frente e l la ,

la moci ta vº lvió la cara… Parecía un lucero .

Aquel la noche soñ aron lºs amantes. ¿El un o

cºn el ºtrº? No . Soñaron con la pºbre señºra

Manºlita , la difun ta compañera del veterano

Cuñ a , que desde el otro mundo les decía:—¡Ah, tunantesl ¿Conque se aprºvechan us

tedes de que yº me he muerto para arreglar sus

cºsas? ¡B i en está, bien Nº me en fado .

Casi me alegrº de haberl es prºporciºnado la

cºyuntura. Pºrque— ¡qué demºniºi— yº , mis

ºchenta y tantºs, nº tenía más que hacer que

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rea a. Y ALVARE : QUINTE RO

morirme, y ustedes, 5 sus veinte y p ico , nº te

n ian más remed iº que quererse.

Y el cuentº de aquel sueño , en que danzaban

la muerte y la v ida, fué el primer tema de la pri

mera pava.

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106 s . Y J . ALV ARE Z QUINTERO

La ciencia de Merlínveriase muy apurada ante

aquel par de preguntones . Nº se diga la del se

ñºr Cristóbal .

Muchº preguntaba Mar ia, y sobradº compro

metedo ras eran sus preguntas ; perº , pºr la in

dº le de éstas , el v iejo sal ía del paso cºn mayºr

desen fado y hºlgura que cuandº le interrogaba

Per ico . Pericº era tem ib le .

Decía la n iña:

Oye, ¿cómº es la V igen?

Mu guapa .

¿Y dónde está sentá?

En un coj ín de rasº , ayá en er sielº .

Y se acababan las dudas pºr de prºntº . Perº

Pericº profundizaba más en sus peregrinas inves

tigaciones.

— Escucha, Cristoba— decía tirándºle al viejº

de un brazo, nerv iºsº de curiºs idad .

—¿Qué quieres?

— Escucha .

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LA MADRE CITA 107

—¿Qué?

—¿Dónde está er mundº?

¡Vaya usted á cºntestar esº arajatabla, cºmº

ex igía Pericº, sin meditar un m inutº siqu iera !—¿Que dónde está er mundo?— repetía Cri s

tóbai rascándºse la frente .— Er mundo … er mun

dº no está en n inguna pºrque lo es er

El i nterlºcutor no se quedaba muy satisfechº

que digamºs; pero en vez de insi st ir en e l m ismº

tema saltaba ºtra pregunta , cºmo salta un pá

jarº de una rama un alerº .

— At iende, Cristºba. ¿Dónde es tá er mi ?—¿Er má? En Cadí .

—¿Na más que en Cadí?

— Y en América.—¿Y dónde está América?

— América está mu lejºs .— Pero ¿está en er mundo?— añadía el chiqu i

Ilº asºciandº ideas .

—¡Clarol En er mundo está to— repetí a el se

ñor Cristóbal, seguro ya de su argumento .

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I OS s . Y ALVAREz QUINTERO

Una tarde, entre e l n iño y la niña agºtaron , s i no

la paciencia, que era i nagotable, la sab iduría del

pºbre viejº,que no lo era tantº .

— Cristoba, ¿cuántas estreyas hay?

Según … Unas nºches hay y ºtras no

cbes hay menos .

¿Y pºr qué?—¡Tºmal porque … l as nºches de luna… las es

trel las no salen tºas .—¿La luna nº es una estreya, tú?

— No; la es la luna .

Y las estreyas, ¿dónde están sujetas?— Eu el aire; mía éste .

¿Y nº se puén caé?

— No tengas cu idaº . Ochenta añºs tengº yº y

nº he vistº caerse ni nguna.

— Y er só ¿dónde está?

El señor Cristóbal , temerºsº de meterse en un

cal lejón sin sal ida, dió un s i lb ido por respuesta.—¿No lo sabes?

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1 10 5 . Y ALVARE Z QUINTERO

— Oye, Cristºba, ¿qué es más grande , Seviya

España?— Oye, Cristºba, ¿por qué yueve?

Oye, Cristºba, ¿quién ha semb rao los ár

holes?

Oye, Cristºba, ¿quién puede más , un tºrº

ó un cabayo?— Oye , Cristºba …

— Oye,Cristóba l tuvº que acabar por taparse lºs

º ídºs .

Cuando era más vivo e l t i rºteº acertó á pasar

por al l i l a señºra de la casa (á qu ien , dichº sea

entre paréntesis, se podía mirar), y sºrprend ió el

grac iºsº diá lºgº .

—¿Son malºs, Cristóbal?— preguntó acari ci an

do á sus hijos Porque si son malºs, desde ma

ñana van a la escuela . ¡Nº hay vacaciºnesl

Y el señºr Cristóba l , suspirandº y riendo l a

vez , se atrevió a cºntestar:— Señori ta Carmen , er que va á l a escuela des

de mañana , sºy yo .

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LA MADRE CITA I

Varios meses después , al vº lver una mañana

del cº legio los n iñºs de la mano del buen C ris

tóbal, le d ijo Per ico su madre cºn la entereza

de qu ien está resueltº en su prºpósi tº:— Mamá, yº no vuervº á l a escue la .

¿Que nº vue lves la escuela? ¿Por qué?

preguntó la madre sºrprend ida.

— Porque er maestro no expl ica las cosas tan

bien cºmº éste.

Este era Cristóbal .

La señºra sº ltó la risa y fe l ici tó al viejo men

tºr, que l lºraba de ºrgul lo. ¡Aque l tr i unfo sºbre

dºn Matias e r a para envanecer al hºmbre más

modestº!

Por la tarde nº fuerºn los n iñºs 5 la escue la, y

el viejo se lºs l levó de la manº al campº, to

mar el sºl… E l día era hermosº; la primavera

daba una voz diciendº: ¡Al lá Las maripº

sas alegraban e l

E l señor Cristóbal saboreó su tr iunfº , y algo

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1 12 5 . Y J . ALVARE z QUINTERO

más seguro ya de su sab iduría, y cºn cierta van i

dad disculpabie, ies habló á lºs n iñºs de tºdo

cuantº había en la tierra fecunda que iban p i

sando , y en el cielº alegre y l imp iº que bri l laba

sobre sus

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Un rincón de Sevilla. A la derecha del act or una tabernallamada ( Las Delicias Viejas ! , cuya fachada principal defrente al públicº y hace esqu ina ii otra calle que se pro longaen dirección oblicua has ta el foro . A la izquierda una casa

con ventana baja .— Es de día.

Ap arecen M iguel y Antºnio sentado s ante

una mes illa á la puerta de la taberna , be

bie'

ndose una s cañ a s de m anzanilla con

acomp añ am iento de gamba s , boca s. bº

querºnes langºs tinºs.

MIGU EL

Á una mocita preciºsa que_sale por la iz

quierda y que se va pºr la derecha .

Niña, no le canto á usté una pºrque ya

ha pasaº Semana'

5anta.

MOCITA

Pºs déje lo usté pa e l añº que viene.

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1 6 a. Y ÁLVARE Z QU INTERO

MIGU E L

Pos acuérdese usté de ven i por aqui 5 estas

horas.

MOCITA

Me echaré un año.

MIGU EL

Á Antonio.

¿Lo ve usté? No hemos hecho más que sen

tam os y ya ha empesao á pasé canela. Este r i n

consito es una fi nca .

ANTONIO

Me hase usté grasia, hombre. Llamando.

¡Niño !

MIGU EL

Los domingos pasa por aqu i toa Seviya; n i una

mujé se escapa.

ANTONIO

Al nm o de la taberna , que sale.

Tráete media dosenita y viseversa.

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1 18 8 . v A1.vm z gvmº

rm o

ANTONIO

¡Valiente pelo ! ¡Er só le va á pedi una hebra!

MIGUEL

¡Qué hermoso pelo t i ene ,

carab ii

ANTONIO

Lo m ism o .

¿Qmen se lo peinará? “

LOS DOS

'

¡Carab i uri,

uri

MIGUEL

¿Le si rvo usté pa peine, serrana?

ANTONIO

¿Se junta usté pretóleo?

MIGUEL

¿Me da usté un puñaito de pelo pa er bigote?

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LA w m a ¡ 19

ANTONIO

Miste cómo se rie

MIGUEL

Como que l es gusta esto que er mem

briyo en la bersa .

Al ir á sentarse de nuevo , le sale al paso,por la derecha , una morena como un sol.

vestida de rojo y con m anto'

n negro, puesto enforma de chal. Casi casi h op íeza con

ella . Luego, andando hacia at rás, trata deimpedirle que pase .

ANTONIO

¡Eb! ¡cu idao ! ¡Que va usté p isá ezta ema

po la !

MIGUEL

Perdóneme usté, rei na mía. Pero ¿en dónde la

iba á pi sá , si no ti ene más p ie que er tacó n? ¿Uste

ha visto esto?

MORENA

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5 . Y ÁLVAREZ QUINTERO

MIGUEL

Dejándola p asar.

¿Quién la carsa usté:un fabricante e dedales?

MORENA

¿Y 5 usté: un fabricante e baúles?

MIGUEL

Hua, no se burl e usté de la desgrasia .

MORENA

¿No vi 5 burlarme , s i yeva usté dos botas que

paresen dos sacos e noche?

MIGUEL

Pos toavia me están chicas .

MORENA

Pos hágase usté otras más y vaya

usté tocando un pi to por las cayes e strechas . ¡je

sús con el hombre, que se pone cabesa pa abajo y

está techaol

Vase por la izqu ierda .

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122 s . Y ÁL VAREZ QUINTERO

MIGUEL

Ni es usté un clavé , presisamcnte .

S e ríen los dos . Por la derecha delforo salen D oñ a Rep oso, ju lia , Lola y Qu inito, yse detienen en el prim er térm ino iz

qu ierda , desp idiéndose.

DONA REPOSO

¿Ustedes ze van por ahi, Quin ito?

QUINITO

Si, señora; por aqu i nos vamos.

LOLA

A casa ya . Mamá estará deshecha .

DONA REPOSO

Nozotras zeguimos para el centro .

MIGUEL

¿Ha visto usté aque l ramo?

ANTONIO

Si que es un ramo . Y er sietemesino es la caña,

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LA m anzana ¡ 23

MIGUEL

Tosiendo con gua sa .

¡Biami Biem !

ANTONIO

Lo m ismo.

¡Ejeml |Ejom i

QU INITO

Verá usté aqueyos

DONA REPOSO

Vámonos, n iña, que están ayi

blo y nos van poné colorás.

LOLA

Si; que disen muchas barbari dades .

jumA

Ave Maria , qué suerte ti enes tú; nunca

me disen barbar idades .

LOLA

¿Te parese chica la que te so ltó la o tra me

ñana aquel borracho?

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1 24 a . Y ÁLVAREZ QUINTERO

JUL IA

[Ahi ¿pero aqueyo era una barbaridad?

S e ríe, y con ella todos, de su candor.

DONA REPOSO

Uozú ! ¡jozúl Esta chiquiya es tonta de capi rote .

QUINITO

¿Vamos, Lo la?

LOLA

Vamos cuando qu ieras.

QUINITO

Doña Reposo, que usté s iga b ien .

DONA REPOSO

Con D ios, Quin ito .

Se besan las muchachas .

MIGUE L

¡Niñas , n iñas, que eso es pan con pan !

QUINITO

Volwendosc airada.

Verá usté… verá usté …

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¡ 26 a. Y J . ÁLVAREZ QUINTERO

MIGUEL

Madaw i ta, digame usté: ¿pa qué se tapa ustéla cara con un mosquitero: pa que no le crezcan

más las pestañas?

ANTONIO

Hombre, por D ios, s i eso es un veliyo que se

ponen por mo del aire .

MIGUEL

Pos mañana le pongo yo veliyo á un jazmin

que tengo en m i patio .

JUL IA

(¡Ya quisiera Quin ito que se le ocurrieran es

tas cosas á él!)

DONA REPOSO

D ando una vuelta sin ver á su hqa .

Niña , ¿dónde ¡Anda adelan te , zimplel

¡lozu, qué muchachal B ajo . ¡Buenas indecen

tés habrás escuchao de ezos t ios curdasl

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LA MADRE CITA ¡ 1 7

MIGUEL

Levahtándose y descubriéndose a l pasolas dos.

Señora, ¿es usté l a mamá de esta n iña?

DONA REPOSO

Con malmodo.

¡Zi, zeiiói ¿Por qué?

MIGUEL

Porque se parese er capuyo la rosa.

DONA REPOSO

Cambiando de tono, esponjadisim o .

¡Ay, qué graci a de hombrei La verda es que á

lo mejó tienen ocurrencias muy fi nas. Buenas

tardes

Vase por la derecha con julia , rzendose

amba s.

MIGUEL

Vayan ustes con D ios .

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128 s . Y J . ALVAREZ QU INTERO

ANTONIO

Amigo , esta vez se le ha corrio á usté la ga

rrocha.

M IGUEL

Ya lo sé; pero ¿qué leiba á desi á esa seno

ra? ¿Qué paese un corchón l iao pa la mudansa?

¡Me gano un enemigo l M i entras que asi… p ie ya

por mi salu toas las noches .

ANTONIO

E so es verda.

MIGU E L

Sobre que es mu cargante tomarla na más e

por gusto con las mamás . Vamos vé: s i no fue

ra por las mamás , ¿de dónde iban á sa l i l as

n iñas?

ANTONIO

¡Gachó , couveuse usté á un serroíol

M IGUEL

M iranda de rep ente hacia la

¡Asnea! Hoy está la mañana , que se

que no armuerse.

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I 30 s . Y J . ÁLVAREZ QUINTERO

como usté, no sargo yo de la iniansia n i á tres

ti rones .

ANTONIO

B ajo, Miguel.

(¡Cayo usté, que se ha mosqueao er papá der

niñol)

S e van tra s el niño , la niñ era y el matri

monio.

MIGUEL

Le hará ti l i n tamb ien la muchacha .

ANTONIO

¡Cómo es posib le, con la senora tan guapa

que yeva ar brasol ¿No ha reparao usté?

MIGUEL

Si, señó; y no es n ingún canasto vasio; pero

eso n i qu i ta n i pone … ¿A usté no le gusta más

que una mujé so la?

ANTONIO

Hombre, una mujé sola si me gusta.

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LA MADRECITA 13:

MIGUEL

Que yo no digo sola con usté ; sino sol a na

más . Porque á mi me susede que toas me yaman

la atensión, pero por peasitos.

ANTONIO

Expl i que usté eso de los peasitos.

MIGUEL

Usté verá alo que me re fiero . A una le digo ,

es un supone: ¡vayan con D ios los ojos asules,

recortaos de ayá arriba ! Porque los ojos son los

que me siegan . A otra le digo: ¡ole las uarisce

grasiosasl ¡Eso no es una nariz; eso es un susp iro !

Porque la nariz es la que me parte . A otra: esa

boqu ita paese un beso cuajao . ¿Quié tené com

pañ ía ese beso? Porque la boca es la que me

ch ifla . A otra: ¿pué saberse de qué te l a es eso

cach i to de detrás de la oreja, serrana? Porque e r

condenao cachito es er que me hase porvo . Y

de ésta me aturruya er deo meñ ique , y de aque

ya el ange con que sarta los charcos, y de la otra

la manera de andá, y de la otra la manera de es

tarse qu ieta… Pero toas asi: por peasitos, por i n

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132 a. Y J . ÁLVAREZ QUINTERO

sim iñcansias, por cosas … ¡Señó , s i yo he estao

una vez pa tenderme en l a via, cuando er tren

yegaba, porque me despresió una que

no era guapa, lo con fi eso , pero que ' ten ia un

diente de arriba sublevao , que era una perdi

Por mi salú que si: soy capaz de jurarlo

¡M ístela!

ANTONIO

D espués de reírse.

¡Camarál T iene usté más sal ias que un trole .

MIGUEL

A propósi to de sal ias . ¿De dónde habrá sal io

aqueya criatura?

S e refiere una chiqu illa de unos treceaños, que ap arece p or la izqu ierda delforo.

ANTONIO

¡También la iniansia, hombre , también la in

iansial

MIGUEL

¡Pos ya lo creo !

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134 3 . Y ÁLVAREZ QUINTERO

ANTONIO

Es que los ojos nasieron dos meses antes que

eya: no tiene más remedio .

CH IQUILLA

¿Si, eh? Retirándose hacia la izquierda .

¡Vaya !

MIGUEL

Chiquiya, cu idate . Harme mi caso y cu idate.

ANTONIO

¿Hasia dónde caerá tu casa dentro e sinco

años?

CH IQUILLA

¿Y pa qué lo quiere usté sabé, s i se habrá

muerto ya pa entonses?

Vase por la izquierda . Los dos se rien. S ale

p or el m ismo lado , y se cruza con la chi

quilla , qu ien le echa una flor, un cho

chero, que se cae de viejo m a teria lmente.

Un chochero es un vendedor de avellanas , cotufas y altramuces.

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LA MADRECITA 135

CHOCHERO

¡Vivan los caramelos de la coniituriai ¿Te

quiés ven i en er canasto como un darse?

MIGUEL

¡Agñelol

ANTONIO

¡Agiielol

V IGU E L

¡Agíielo, que usté ya no está pa esas bromas !

CHOCI-IERO

Yendo hacia la derecha muy desp acito.

¿Ustés qué saben? Gen io y figura

MIGUEL

Ri¿ndose.

¡Ay, qué grasiom i

ANTONIO

Lo m ismo.

¡Disc que no

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¡ 36 s . Y Aavaaaz QUINTERO

MIGUEL

¡Adiós , don Migué de Mañera !

CHOCHERO

Reírse … que si se pudiera aver iguá

cómo anda ca uno … En estos negosios engaña

mucho la Y á mi no me han dao toavia la

arsoluta

MIGUEL

¡Ole los hombresl

CHOCI'IERO

¡Olel Vase pregonando. ¡Chochosl ¡Chochos

salaosl ¡Er cbocherol

Por la izqu ierda del foro ha ap arecidom ientra s, de esp a lda s , una mujer de bue

na figura , una de tantas , con pañuelo detalle y flores en el p elo . M ira hacia arri

ba , como si espera se alguien que debiera asomarse a un ba lcón.

MIGUEL

Fiiándose en ella y levantándose.

¡Chavól ¡Reparc usté qué cuerpol

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138 s . Y J. ÁLVAREZ QUINTERO

MIGUEL

Vamos á meternos con eya .

S e a cercan ambos la mujer, la cual, la

p rimera fra se que le dirigen , vuelve con

m al modo la cara—que es de un feo de lo

m ás subido hace un m oh in de disgustoy se va presurosa p or la derecha .

ANTONIO

N iña: usté no ha nasio pa esperé; s ino pa

que la esperen .

MIGUEL

Al verle

ANTONIO

¡Ave Mar ia Purisimal

¡Mal angel

M IGUE

¡Val i ente castaña. camara l Gritándole. ¡Hu¡ al

[No se ponga usté nunca de frente donde bien

la quieranl

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LA MADRECITA ¡ 39

Compadre , como

YO en Carnavá , si.

ANTONIO

Nos ha echao.

M IGUEL

Si, si; vámonos á otra parte Toca las p abnas

y sa le, como por resorte, el niño de la taberna.

¿Estabas ahi debajo , gachó? Toma .

NINO

Grasias.

Se va.

ANTONI O

T i raremos por ayi, no nos vayamos á encontrá

á esa fea . Furioso . ¿Pa qué habrá feas?

MIGUEL

¿Ve usté? Ya eso no está b ien d icho . Lo feo

t i ene que ersisti pa que lo bon i to rcsarte. De

ANTONIO

no he visto

MIGUEL

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140 e. Y ÁLVAREZ QU INTERO

p ronto, con exp losión dejúbilo y de entusiasmo ,

m irando la izqu ierda . ¡O lel ¡Ahora si que se

acabó er carbón ! ¡V iva lo giiencl ¡Qu ítese usté

er sombrero , y la chaqueta, y hasta los pantal0º

nes, s i no está resfriaol

ANTONIO

¿Pero ha perd io us té la cabesa, senó?

MIGUEL

¿Y se figura usté que no hay motivo? ¡Va usté

á vé una cosa que no es de este mundo l

ANTONIO

¿En dónde?

MIGUEL

Cogiendo en brazos y besando una niña

de cuatro o'

cinco años que sale á tiemp o

p or la izqu ierda , y que es una p reciosidad,efectivam ente.

¡Aqu í, so guasón ! ¡D iga usté que aponderol

¡Fíjese usté en y t ire usté los ojos , que ya

no van a serv ir le pa na l

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5. Y J . ÁLVAREZ QUINTERO

ANTONI O

¡Tamb i en! ¡Y que tengo un p impoyo de este

arto , que lo echo á reñ í con ese de usté en cuanto

cump lan los quinsel

M IGUEL

¡Se aserta er desafio !

ANTONIO

Pos que haya salú de aqu i á en tonses .

M IGUEL

Y que nos coja á los dos… ch ispa más ó menos ,

como ahora .

Alp úblico

Yo no sé s i ap laudirás ,pero s i poco te

que perdonen las demás ,

y da le un aplauso á ésta ,

que es la que me gusta más .

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146 5 . Y J . ÁLVAREZ QUINTERO

Parecía haber insp iradº aquel la co

p la que dice

E sa m u¡ e está sombra

va derram ando m osquetasp ºr dºnde qu iera que va .

El poeta pºpular á qu ien esa fl or en forma de

cºp la le bro tó del a lma,pintó de la manera más

sºbria y e lºcuente l a innata finura , e l natura l se

ñºrio de algunas muj eres anda luzas del pueblo .

Lo mejºr de la raza, la fl or de la cane la , comº

qu ien dice . ¡Apenas s i hace fa l ta salerº para i r

por esas cal les de D i ºs derram ando mosque

tas]…

— V engan ustedes por aqu i— nos duo la musa

cºn ademán y tono tan convincentes, que no ha

bí a más remediº que obedece r .

Tenia e l la nº ticias de nuestra afi c ión y nues

tro cu lto á las flores y quer ia que viésemos e l

huerto á conciencia .

Entramºs primerº por u na vereda en la cual ,

á derecha é i zqu ierda , habia mi l claveles d is t i n

tos en gruesas y apretadas fi las de macetas . Nues

tra curiºs idad prmc ¡ pw a p ICZI I'SC. El saber de

Roc iº la satisfizº cumpl idamente .

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LA MADRECITA 147

¿Cómo se l laman éstºs colºr de v inº tinto?— Borrachos .— E s un nºmbre b ien puestº . ¿Y éstºs b lancºs

tan grandes?

De bola de nieve.

—Estos amari l los y cncarnadºs sºn de la ban

dera esp añ ola , ¿verdad?

Nº: á éstos les desimºs tomate y gú'

evo; los

de la bandera esp añola son esos más finos . Pa

esen i g ual es, ¡ pero hay arguna diferensia

nos respondió con fundiéndonos con su autor i

dad .

Y siguno por la vereda adelante , aten ta un

ladº y ºtrº , mºstrándºnºs lºs que e l la estimaba

ejemplares más dignos de apreciº, y d ic iendo

s in cesar nombres y más nombres … De na'

car,

de aurora , de trap o , del relºjero, de encaje, de

rºsa , del señorito, de la señ orita , discip linadºs,

de paja , de Al mºstrárnºslºs, teni a l a cºs .

tumbre de cogerlos pºr e l tallo y hacer los tem

blar.

Ya no se llaman dedoslºs de tum anº ,

que se llaman clavelesde cinco en ramo.

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148 e. Y ÁLVAREZ QUINTERO

Cuando l legó al trºzo de la misma vereda que

adºrnaban las cl ave l l inas, aligeró su pasº y ca l ló ,

deseando que nº reparáramºs en aquel la pobre

za. E l la , por supuestº , no cre ía que era tal; pero s i n

duda nos cons ideraba pºco aptºs para compren

der y aqu i latar e lméri to de las clavell inas .

Se equ ivocaba Rociº: tie ne la clavellinita e l

atractivº de lº hum i lde, de lº pobre , de lº mo

desto ; el encantº triste de l o q ue nace á la luz

con pºca v ida, para mori r antes de cuajarse.

Clavellina coloradanacida en el mes de E nero,

¿qu ién ha visto n acer floresen el rigor del invierno?

Y como la musa pºpular encuentra s iempre en

cada flºr d istinta e l s imbºlo de a lguna m ujer,nada más do loroso que º íral amante de una cla

vellinita que l lora y canta

Hermosa clavellini!º

criada a l p ie de la s ierra,¡ qué Iristrm a de caritaque se la como la tzerra!

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I 50 8 . Y J . ÁLVAREZ QUINTERO

Las rºsas del de libra crecían pomposas y

huecas , sin aparentar e l menºr cu i dado ante las

arrogancias de sus dim inutas rivales . Más a l lá ,un rºsa l de te mºstraba ºrgul lºsº sus señor i l es

flores, pál idas y de pocas hºj as, predi lectas de l a

mantil l a negra . Al l adº suyo asomaba e l de vir

gen , de rºsas blancas , sin perfume , pero sin esp i

nas . Cerca de éstos, el aristocráticº de las de

musgo . No lej os tampoco, e l p lebeyo y copioso

de las p imp inelas.

Aqu i , lirios moradºs cºmº las huel las qu e en

el rºstro dej an las penas; al l i, azucenas de mar

fileñ a blancura , que sin duda no vió serenamente

aque l q ue dijo :

Vale más lo moreno

de m i m orena

que toda la blancurade la azucena.

A esta parte , las azu les campan i l las cantadas

por Bécquer ; por entre tºdas , desco l lando sober

b ias y a l t ivas , las Cspléndidas malvalºcas, y esta

llando de rabia y rºjºs de vergiienza por nº al

canzarlas, lºs presuntuosos bºrlºncs Adherí

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LA MADRE a 51

dos á l as tapias de l huertº y sirv1endoles de rico

tapiz, crecían , extend iéndºse l ibremente , lºs jaz

mines ; el jazm ín real, que lº mancha la n ieve , y

cljazm ín morisco , amari l lº de envid ia .

La encantadora Rºcií tº nos hablaba de todas

el las cºn i ngenua inspiración , con graciºsa y per

suaaiva verb osidad . Para todas tuvieron sus la

b iº s una frase y su alma una caric ia . N uestros

ojos saltaban de unas en otras: de las cinerarías

las verbenas, de los a le l ies al hel iotropo , de las

camel ias y garden ias á las veritas de San jose ,del preferido rosal de º lºr a l temib le Te

w ib le , pºrque en la casa dºnde hay uno se que

dan las muchachas solteras.

¡Del icioso mariposear de los ojos, quién pu

d iera hacer de t í nºrma de la Detenerse

un i nstante nada más en las cosas y l e

vantar e l vue lº .

Nº era mal filósº fo aque l que cantó

No quiero querer nadieni que me qu ieran m i:

quiero andar en tre la s flores.hay aqu í , mañana alli.

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Ise e. Y ÁLVAREZ QU INTERO

Rocio, que nos tºrnó cariño en una hºra, sólº

porque nºs vió encantadº s de aque l la be l leza,

nos acompañó hasta la misma ca l le . Y un mozo

que acertó á pasar por a llí cuandº nºs despedía

satis fecha y a legre , se la quedó mirandº y le pre

guntó de buenas á primeras—¿Me vende usté esa rosa qU e yeva en er

mºñº? Y contestó el la sin turbarse:—No t iene presiº esta rºsa.

En efectº: no tenia precio, pºrque segura

mente estaba reservada para su novio . Pero e l

moci to remató el d iá logº de esta m anera— La verdá , mi interés no era por l a rºsa. Era

por vé s i ar quere qu i társel a se enganch aba er

rabiyo y se ven ia usté detrás, cara de glor ia.

Flºres de la t ierra , mujeres del c ielo , coplas y

pirºpos, gri tos del a lma arrancado s por unas y

pºr otras … ¿Se pºdrá ti tular este articu lo Flºres

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La ancha ve la , burl andº lºs rayos del sºl, l l e

na e l patiº , l imp iº y alegre , de agradable sombra.

Dos muchachas , ºcultas cas i entre latanias y

palmeras , se entret ienen en coser y cantar (l a

cosa más senci l la del mundo) durante las pere

l ºsas horas de l a tarde .

Pelinegras sºn las dos; blancas como nardos,

boni tas como perlas … La una , con e l moñº en

todo lº al to y un clave l enterrado en e l mºño ; la

ºtra, más n iña, con l a trenza floj a pºr la espalda .

Vísten trajes l igeros, vaporosos; ce leste l a ma

yor, rºsa la más ch ica. Lºs cue l lºs y los brazos

al Parecen mujeres soñadas, aunque , por

fortuna, son de carne y huesº .

La fatiga del ca lº r, más que e l cansanciº de l a

cºstura, las ºbl iga de cuando en cuando sacu

dir las l indas cabezas y á l imp iar de cabel los las

frentes.— H |ja, ¡qué d ia l— dice la mayºr , Carmen .

— Hov se gana e l c ie lo— añade la pequeña ,

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156 5 . Y ÁLVAREZ QUINTERO

—Pepe, Pep itº .

Pepe.

—¡Quél— contesta, mal humorado, Pepe, her

mano de ambas n iñas , que nº está para bromas,

y que dorm ita en una mecedora con e l D erecho

canónico sobre l as rodi l las .—No estudies tanto, que se te va á cansar la

Si ahora no leº ; s i p ienso nada mas

— Pues muchº cu idaditº con quedarte calvo ,comº el Guerra .

— No te apures .

—¿Ves tú? Si nº hub ieses dejado para Se

t iembre cl D erecho canónico, podrias pasarte

durm iendo todo e ldía.

— Lo que es pºr eso, parece que lº ha apro

bado enjunio .

— Verás la —responde Pepe, l evantan

dºse y desperezándºse cºmº un gato y con en

tera confianza .

— Por supuesto , que de tºdº lo que te pasa

t iene la cu lpa qu ien yº me sé .

-Ni más n i menos .

Al diablo se le ocurre perder un curso pºr

causa del Algabeño chico.

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158 Y ÁLVAREZ QUINTERO

— Parece un pedazo de ºtrº.

— Parece q ue está sin conclu i r.—Y en ley de D ios , la pºbre muchacha ya ti e

nb bastante con l levar juntº á la m amá.

— La mamá es de jesus y tres golpes.— Yº l a he vistº en las figuras de cera,

“ no me

cabe duda.—¡D uro , durº en la suegra! —añade e l futurº

yernº, sigu iendº la corriente Esº no me im

porta. ¿A que no sabéis lº que á mi me parece

cuandº se rie?—¿Qué?

—¿Qué?

Un melón empezado.

¡ja, ja, jal

De imprºvi so se abre l a puerta de l a cal le,

inundando de sºl el zaguán, y una vºz cadencio

sa gri ta desde la cancela, que tapa un transpa

rente chinesco—¡Señºrita Carmenl

Al recºnºcer aquel la voz, los tres hermanos

cal lan súbitamente y se hacen señas s ign ificat i

vas de que e l que chiste mºrirá á manºs de los

otrºs.

Pausa . No se oye una mosca.

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LA MADREC ITA I59

—¡Señorita Germeni— repi te la voz desde fue

ra á los pocos momentos ¡Aqu i está Pastora !

¡Abra usté un m inu titº na más y haremos cam

bios! ¡Aude usté , que tra igo hoy unas ti ras bor

dás que me van mercá en e l Arcasa s i usté no

las quierel

S i lencio en las fi l as.

Pastora es una dilera gi tana , que char la por

si ete, capaz de aburr i r á u n sordo , y muy ga nga

sa en sus ventas y tratos, comº dice la hermana

más chica queriendo decir muy ganguera , sea

muy amiga de gangas .

¡Abrame usté , señor ita Carmenl Si están us

tés ahi, s i las estºy ºyendo M iste que

t ra igo unos pañue los que da lástima de sonarse

de bon itos que son … Abra usté, por lºs ojos de

su cara, que se va usté a legrá . Le voy dá

usté toa m i mercansia aunque no sea más que

por er bºmbln cane l a der señºri tº dºn josé.

Una carcajada imprudente de Lºl i ta , enem iga

i rreconci l iable del c i tado bombin de su papá.

denuncia á los tres. Cºnsternación. Ya no hays ino abri r la cancela, porque la gitana no se mar

cha n i á ti ros.

Y, en efectº, la abre Pep ito, no de muy bue

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IOO Y ALVAREZ QUINTERO

na gana, y en tra Pastora con su ºb l igadº acom

pañam ientº , e l cua l se cºmpºn e de una gitana

guapa, si b ien nº tanto cºmº e l la, y de un gita

no viejo y feo, co lºr de dedo gordº de fumadºr

suciº .

Y allí princip ia el deshacer l ios y paquetes de

t iras bºrdadas, encajes y rºpa de h i lo fino ; el

pone r en las nubes la mercancia con hipérbo les

caprichosas y donai res gitanescos de lo más es

pºntáneº y grá fico; e l re irse las am as del gitano

singu larmente , que, según e l las, t i ene la gracia

como las avispas; e l mentar Pepito la bicha con

l a sana intenc ión de que se larguen; e l malde

cirlo la fami l ia gi tana; e l sal i r las cr iadas al o lºr

del camba lache y de la cºmpra; el hablar todºs

5 la vez ; e l cantar lºs canarios 5 tºdo pu lmón ,

por no ser menºs; e l desdeñar de las señoritas ;e l e lºgiar optimista de la cºcinera, y , fina lmente,el aparecer dºn Jºsé , el i rascib le señor dºn jºsé ,aque l cuyo bºmbin fué e l mejºr señuelº de la

gitana, en mangas de camisa y en ca lzºnci l los

b lancºs , con una p luma detrás de la ºreja , pro

testando á gri tos de que no l o dejan trabajar, y

despejando el campo en menos t iempo que se

pers igna u n cura locº.

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¡ 62 e. Y ÁLVAREZ QU INI'FRO

de vez en cuandº algunos E l trote del

c aballejº de un panaderº de A lca lá, e l pregón

del tio del helaº

Todos duermen … De prºntº los despierta una

vºz a legre, que canta á l a m isma puerta de l a

casa

Yevo dalia s, yeva dalias,gcvo las m a rim oñ :tas,

las m ás bom t de E spaña

Inúti l . ¿Rendirá el calor, que n i s iqu iera deja

fuerzas para levantarse á comprar flore s?

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¡ 66 8 . Y ÁLVAREZ QU INTERO

ga igo erde Cam as , s i n º ir al cual n o deb ía mo

rirse , en ºp inió n de sus adm iradores, n inguna

persona de buen gustº.

Se organi zó una ceni ta seria , demas iado seria ,

y la nºche seña lada para e l sacrificio , qu e dicho

se está que fué memºrable , nºs reun imºs hasta

ve inte personas de d ist intas clases y categorias

(esº si, hºmbres tºdºs, pº rque l a ceni ta era se

ria) en un cuartº cºn muchº carácter y pºca luz,

Verdaderamente tip ico, de uno de los colm ado:

de más campani l las .

E l a lma de l a fi esta , Juan O rgan izadºr , cºmo

s i d ijé ramos (siempre hay uno que lo º rgan iza

todº en ta les ºcas iºnes), sab ía bien dónde l e

apretaba e l zapato , comº ya se Verá, s i D ios

qu iere .

Empezamºs á cenar demasiado tarde, circuns

tancia hanto de senti r, pºrqu e se nos p asó e l

ape ti to fuerza de cºmer ace i tunas , salchichón,embuchado , quesº , sard inas , anchoas, mantequi

lla y º tras futesa5 más ó menºs tip icas.

juan Organi zadº r, á prºpósi tº de la tardanza,creyó ºportunº p icarse cºn el dueñº del estable

c im ientº , en donde entraba é l lo m ismo que Pe

dro pºr su casa. Y se p icó y dijo que no vo lver ia

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LA )IADR£ CITA 167

pºr al l i , y añadió que aquel lºs entremeses eran

una basura . Y puestº en semejante d isparadero ,

devº lvió en segu ida e l pan de V iena , porque no

era fran cés. S i lº hubieran servidº francés, l o

p ide de V iena. Lºs ºrgan izadores cºn negra bon

ri l la son p eligrosisi.nos.

Además, á unº de lºs amigotes reun idos le es

taba sal iendo la sa zón la mue la del ju iciº , y l e

dº l ía á rabi ar ; y como la ceni ta era á escºte (que

en esto , en r igor, estr ibaba toda su seriedad) , y e l

hombre hab ía de pagar lo m ismo aun cuandº no

gim iera ni chi l la ra , la emprendi ó l ibremen te con

e l almanaque , y santo va , santº v iene , no quedó

uno sin su l indo p irºpo; l o que disgustó var ios

camaradas, porque cada cua l t iene sus creenc ias ,

y vaya usted á saber s i estari a molestandº al prº

p io]ulito .

La cºsa se torcia pºr momentos . Y malº es

que una cºsa se tuerza al princip iº ; que luego

cuesta D iº s y ayuda enderezarla , y pocas veces

se cons igue . La sºpa l legó tarde y con sa l ; el

pescado , apestando ; l a carne , cruda , y e l pº l lº

final , ese pº l lº que es la punti l l a de estas com i

lºnas, francamente incom ib le . E l camarerº que

nos serv ia dió cºn e l plato en las manos una

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168 s . Y ÁLVAREZ QUINTERO

ai rºsa vuel ta á la mesa, á modº de venti l ador,

s in que ningún val i ente lo detuviera .

Juan O rganizadºr crió b i l i s para una seman a .

El festejado sufría en s i lenciº .

Cuando l legó Paqu iyo er de Camas , acompa

ñado de Costuras , guitarrista famoso ,

aque l lo parecía un funera l . S in embargo , la pre

sencia de l e lementº art isticº , mºtivo principa l

de la f esta ,animó repentinamente á tºdºs .

¡O le ! ¡o ie i—¡Ya está aqu i lº buenº !

—¡Vas á º ír el órgano de la Catedra l

Paquigo, una copa .

¡Nº , en sus diasl A Paquigo se le estropeaba

con la bebida el n idº de canarios que tenia en la

garganta , y nº era cosa de darl e el vi no en

friegas .

Sentáronse tocado r y cantador en e l m ismisimº

bºrde de sendas s i l las, como si hubieran apºsta

dº caerse, y e l de la guitarra empezó a tem

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1 70 s . Y ÁLVAREZ QU INTERO

Y tºdos aplaudimos contentos: por En, cº

menzábamºs á d ivertirnos . Aquel la manera de

cantar, bien val i a lºs sufrimientºs anteriores. Ju

l i to era ºtro.

Abierta la brecha, continuó Paqu igº, diestramente acºmpañado pºr el del mango:

Una nochesita e luna

he vistº ar sep xrt urerº

ºavando m i sep urtura.

Descartada la ºpºrtun idad de la cºpla, á todos

nºs parec ió muy b ien . ¡Olel ¡ºle!

A esta serrana la quieroque se yeva de su gusto ,nº se yeva der dinero.

¡Ole y más olel V inº , alegria, buen humor, sa

tisfacción en todas las caras. La fiesta, induda

blemente, marchaba ya. Eran las dºce y media

y sereno .

Y una cºpla tras ºtra , s in tregua n i descanso ,

se l levó Paqu iyo cantandº cerca de una hora ,

hasta que le ped imºs que para des

cansar nosotros también .

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LA MADRECITA I

El gu itarrista se despegó entºnces de lºs la

bios aquel lo que l levaba , y todos pudimos ver

que era purº y nº mango , como mal iciosamen te

se había supuestº.

— Bueno , y ahora ¿quién canta?— preguntó un

indiscreto .— Porque no ha de hacer el gasto Pa

quigo solº .

—¡Que cante Pepe !—¡Eso es, si, que cante Pepe !

—¿Queréis cayarsc? —saltó Pepe, que estaba

rab iando por cantar Después del órgano de la

Catedra , ¿vais á res isti m i matraca?-Si, hombre ; unºs tanguiyos. La cuestión es

pasá la noche.

Y cantó Pepe— ¡cómo no !

Y después de Pepe , cantó uno l lamadº Mart i

nez, el cual necesi taba, según él, mucha bebía

para sºl tarse.

Y después de Martí nez, tornó cantar Pa

quiyo.

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1 72 s . Y ÁLVAREZ QU INI E RO

Y después , Pepe segunda vez .

Y después, Mart inez .

Y ya no se gritaba ¡olol más que para sacudi r

e l sueño . A Ju l i to le dolía la esp i na dorsa l , y l e

pesaban los ojos , y l e pesaba la cabeza, y l e pe

saba haber nacido .

S e hizo un s i lencio lúgubre. Si algu ien lo sabe

aprovechar y d ice: “vámonos“, nos vamos á la ca

l l e inmediatamente . Pero nad ie osó tal. A l l i , por

lo visto , debíamos mor i r todos. Las caras estaban

l ívi das del vino y de la mala noche.

De pronto , un señor castizo que se hab ia cola

do á la mitad , de estos que gozan fama de haber

s ido ruiseñores en su juventud, se decidió á can

tar á instancias de un su admirador soño l iento .

Aude usté, don José; cuatro cºplas.

— Yo estoy ya retirao der toreo . He gucao pa

las noviyaiyas, y ésta es una corria formá.

Aunque no sean más que cuatro cºp las. ju

l i to , entérese usté de esto .

Y se arrancó e l señor, previ a una frase que él

est imaba chiste— Vamos á vé si me rejuvenusco.

No se rej uveneció , pero nos la dio buena. Te

nia menos voz que una puerta que chi l la, y todo

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1 74 8 . Y J . ÁLVARE Z QUINTE RO

ros y no ten iamos paraguas n i había un solo co

che en cuatro leguas á l a redonda. Era i nevi tab le

aguar el v i no .

M ientras viva Jul ito , se acordará de las cuatro

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178 a . Y Ax.vaaaz v'

raao

MXCAE LA

As ina se va una templando. ¡No qu ico buyal

¡no quico buyal ¡Mardita sea la buyal ¡Cocholate

con biñuelos, muchachasl ¿Qu ién qu iere una

librita?

REPOSO

¿Haremos gíiena feria , M icaela?

M ICAE LA

Reposo , qué sé yo . Esta Seviya no es conosía .

Ve i nte años hase ya que pongo la oss iya en e r

m ismo s i tio, y ca año que pasa vendo dos l ibras

menos .

REPOSO

Pos éste se me figura que p inta b i en .

M1CAE LA

No pinta malamente . A lo úrtimo cantarán los

d ineros. S uenan unas p a lm aclas en el interior de

la caseta . Anda ve , que yaman .

REPOSO

Obedcci¿ndola.

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¡ .a narazcrra 179

M ! CAE LA

Presiosa es , porque la V i rgen ha quería . Más

gente me va meté en la casiya con esa cara, que

entra en la Catedra pa o í er M i serere . Y eso que

ayi se entra de barde . Gritando . ¡Hola, hola ! ¡Los

mejores de la feria están aquí ! ¡No quico buya!

¡no qu ie0 buya ! ¡Mardita sea la buya ! ¡Cocholate

con biñuelos! A un matrimonio pºpular que sale

de la caseta y se va por la derecha del foro . D i

con D ios , rcsalaos: que vengá i s mañana . ¿No sos

mando á casa una librita? D eteniendo un t ran

scunte que sale p recip itadamente por la derecha

y se va por la izquierda . Pi rate tú y no corras.

que vas á trompesá .

TRANSEUNTB

Déjame .

M ICAE LA

Pero ¿no vas buscando biñuelos? ¡Pos aqu i los

ti enes !

TRANSEUNT

Vamos, suerta; que yevo prisa.

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180 s . Y Ax.vanzz QUINTERO

M ICAE LA

¡S i no los vas á encontré mejores en toa la

feria !

TRANSEUNTE

Desaszendose de un empella'

n.

¡Que yevo prisa, corcho !

M ICAE LA

¡Adiós , telégrama/ ¿Qué has bebio esta maña

na que vas tan apurao? S a liéndoles a l encuentro

á un soldado y á un p a isano, que ap arecen p or

la derecha , en dirección hacia la izqu ierda . ¡E a,

ya yegó er generá ! ¡Y ar lao el ayudante ! ¡Repo

so ! ¡coge el armiré y toca l a mús ica! ¿Venéis á

tomá unos biñolitos, verda?

SOLDADO

¿Pa qué? ¿Pa mancharnos de asci te?

MicAE LA

¿Mancharse en mi casiya, que está como los

chorros el oro? ¿No la ve is que ofende la vista

de blanca? ¡Arsá ya pa dentro , escarriaosl

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189 s. Y Ax.vam QUINTERO

Pos que no coma más que biñuelos e v iento , y

asina corre más.

50LDAD0

Vamos, qu ita.

PA ISANO

Zuértanos, que manchas.

SOLDADO

¡Y que no queremos come esperdisios!

M ICAE LA

¿E sperdisios yamas á mis biñuelos? ¿Pos

te dan en er cuarte:gelatina?

PA I3ANO

¡Echa pa alante y no l e hagas cazo !

M ICAE LA

¡Ay, er torero , qué p atoso es !

PA ISANO

¡Pa gracia , tú!

Se van los dos riéndose.

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LA m m m 185

M ICAE LA

¡Vete ya , escnrriºl ¡Perm ita D ios que un tºrº

te ponga por detrás como un tºstaó de castañ as !

Óyense dentro algunos p irºp os de los recién idos

unas mocita s . ¡Nº haserles casº , n iñas, que nº

yevan una mºnea entre los dos! ¡Déjal as tú, sa

b laso, que cshonras l a melisial— ¡Giienos d ias,capuyitºs tempranos ! ¿Queré is que sºs conv ie?

S alen p or la izqu ierda Margarita , Asunción yConcha, que son tres muchachas delpueblo . ¿Nº

queréis prºbá mis biñuelºs, cari tas de rºsa?

MARGAR ITA

Ya nºs han cºnvidaº en la fer i a.

H ICAELA

¿Y qué tiene que vé? Tomó lºs miºs de pºs

tre, bºquitas de claveles . M irá que cºn una dose

n ita na más que toméis vais sacá noviº.

asusc ¡ºu

Si tenemºs novios las tres .

N ICA! LA

Y sºs lº mereséis, cachi tos e Ven i

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184 s . Y ÁLVARE Z QUINTERO

dentro ya , vari tas e nardo . Nº pensarlº más , te

rrºnsitos de asaca .

CONCHA

O trº dia, ºtro dia.

MARGAR ITA

El aseite se agarra mucho á l a garganta .

derecha delforo .

M ICAE LA

¡E a, pºs echá corre ya y no perderse ! ¡Y poné

una tienda de sar sosa ! ¡Vá rgame D iº s, qué lasias

sºn las tres y qué ara te tienen! ¡J esús y cómo

está la mañana !— ¡No qu ico buya ! ¡no qui cº buya !

¡Mardita sea l a buya ! ¡Cºcholate con biñuelºs!

¡Abri lºs ºjos !

S alen por la izquierda Bernardo , juana yGasp arito . S ºn marido y mujer de un pue

blo inmediato, que han venido la feria

ASUNC IÓN

hase tarde.

Se van p or la

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186 a . Y ALVARE Z QUINTERO

BE RNARDO

¡Da le ! ¡Er tren va aqu í !— ¿Te quiés caya cºn

la corneta, n iño , que me traes zordo?

M ICAE LA

¿Por qué nº entra is á descansá una mijita y

esayuuarse con u nos biñuelºs?

B ERNARD O

Zi, zi; pa ezo vamºs .

M ICAE LA

¡Ya lo creo que si! Andá pa dentrº , y ahi den

tro cºntáis los juguetes !

BE RNARDO

Deja, deja . ¿QU ICD yeva lºs cuernºs?

M ICAE LA

¡Catal ina, ven aqu í ! ¡Verás qué niñº más pre

siºso !

juANA

¡Zuerte usté ar n iño !

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LA … asm a 187

M ICAELA

¡Si nº me lo voy come l ¡Repºso ! ¡Catal ina!D e la caseta salen Rep oso y Ca talina , gita

na virja . E n tre las tres cºp an los p ale

tos, ºbligándolos entrar en ella , detrá sde losjuguetes , que les arreba tan de lasmanos.

BERNARDO

¿Quién yeva los cuernºs?

JUANA

¿No te he d ichº que lºs yevº

M ICAE LA

¡M irá que só de n iño !

CATALINA

¡Ay, qué creatura!

RE POSO

¡Ay, qué lusero ! Entrá tomá unos biñolitºs,que vais mu cargaºs.

BERNARDO

¡No queremos na!

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188 Y J . ÁLVARE Z QUINTERO

M ICAE LA

Roñoso , ¿vas á gastarlo to en juguetes? Trae

acá, que te ayúe .

CATALINA

Dame tú.

RE POSO

Ven tú pa dentro , glºria .

BE RNARDO

á zé estº? ¡Zºrtá lºs juguetes !

M ICAE LA

Tú caya y ven .

JUANA

Perº ¿tú eºnzientes,

BE RNARDO

¡O iga usté, zeñºra!

M ICAE LA

Sos vais chupá los deos de gustº .

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190 5 . Y ALVARE Z QUINTERO

DONA ANTONIA

E ncima e to no me lo agradeces . ¡Conque lºhe hecho pa que nº esperara tu novio ! …

ANIBAL

Muchas gracias, señora; perº no lo vuelva us

ted a

DONA ANTONIA

Olfa teando los buñuelos .

Ze me va la vista, ze me Vamºs á meter

nos en cuarquier parte. No zé z i aqueyo que

está ayi ez un arbo ó un Y z i aciertº

que aqu i cerca hay buñue los es por el 016. Ze

me va , ze me va la vista

CARMELA

¿Te parece , An ibal , que entremos en esta ca

seta para que tºme un tente en p ie?

AN! BAL

h t]8 mia, si… S i tu mamá se le va l a

DONA ANTONIA

me ze me va… No zé cómº nº me cai

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LA HADRE CITA 191

gº reonda. Necezitº que ze me zieute e ! estó

mago.

ANIBAL

(Pues comº se le s iente e l estómago me he l u

cido, pºrque c ualqu iera lo levanta de la s i l la .)

CARMELA

E a, vamos,

DONA ANTONIA

Vamºs .

ANIBAL

Pasen ustedes y pidan lo que gusten , que

me vºy l legar pºr tabacº , y ya estºy aqu i .

CARME LA

Nº tardes , glor ia .

ANIBAL

Descu ida, cielº . E s la esqui na

DONA ANTONIA

Ze me va, ze me va la

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192 a . Y J . ÁLVAREZ QUINTE RO

CARME LA

A dºñ a Antonia , ap a rte.

(Mamá, como se te vaya muchº l a vista , se me

va a Ir a m i m i novio .)

DONA ANTONIA

¡Qué rid icu lez !

E ntran las dºs en la caseta

ANIBAL

M irando su verdugº.

Eso nº es una suegra; esº es el carrº de la

carne . ¡Lº que traga ! A lºs diez m inu tºs de al

mºrzar ya se le va la v ista . ¿Y qué hago yo ahº

ra sin un céntimo? A un am igo, que sa le ºportu

nam ente p or la izqu ierda . ¡Hºmbre ! ¡Me has sal

vadº !

AM IGO

¡Caramba, lo que me a legro e verte !

ANIBAL

¡Eres m i prºvidenc ia!

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194 a. Y Á LVARE Z QUINTE RO

AM IGO

Ijar lº:la!

ANIBAL

Y tú, ¿para qué me pedias los diez reales?

AM IGO

Hombre , porque te conºci en l a cara que me

ibas á ped i r un y no creº yº que tenga

ºbl igación de costear le los buñuelos si tu suegra .

Adiós, y ahórcala.

Vase p ºr la derecha rzendose.

ANIBAL

Mucho , si, muy Pero, ¿qué hago yo?“Ze me va la vista … ze me va la ¡Ma ld i

ta sea su estampa ! A mi también se me va la vis

á una casa de préstamºs . Empeñaré , aunque

sean lºs panta lºnes , ¡qué demºniº !

M árchase escape por la izquierda . E duar

do , Paco y Luis, estudiantes, salen p or la

derecha.

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LA um m m 195

E DUARDO

Nada , nada; el p rimer número programa

desayunarse y no pagar .

PACO

¡Pistºnudo número !

EDUARDO

Y eso va á ser aquí.

Y ahora mismo .

PACO

Sobre la marcha.

E DUARDO

Pedimos unos buñolitos y unas copas; sin abu

sar, ¿eh? A la hora de pagar armamos penden

cia; que tú , q ue yo, que eso no me lo d ices en la

cal le; sal irnos matam os… y ya en la va

mos ver qu ién corre más.

PACO

Y luego nos vemos en el Arqui l lo de Mañara.

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196 e. Y J . ÁLVARE Z QUINTE RO

E so es.

E DUARDO

¡Lo mismo que el año pasado !

S ale M icaela .

M ICAE LA

¿D igo , eh? ¿Tres mositos giienos aqu í , sin en

tra en mi casiya?… ¿No tomáis unos biñolitos,

serranos?

PACO

¿Los tomamos, n iños?

M ICAE LA

¿Pa qué se lo preguntas? ¿No estás v iendo

que tienen gana?

EDUARDO

¡Vamos á tomarlos!

M ICAE LA

¡Ole los mositos con auge!

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¡ 98 5 . Y ÁLVARE Z QUINTERO

M ICAE LA

[jesús , qué gen io ! ¿No has matao er gusaniyo

esta mañana?

SENOR

N i que decirme chocarrerias, porque no las

admito .

S e va dignamente p or la derecha .

M ICAE LA

¡Ay, er tio, qué mar Iayo tienel ¿Te has esca

pao der simenterio , siprés?

señ on

D entro.

¡O se cal la usted ! amo 5 un guardini

M ICAE LA

¿Qué vi 5 cayarme yo, carcamonia? ¡Yama

un añlaó pa que te a fi le l a nar i , que ¡arta te jase!

¡S i te yega á nasé en la esparda, no te pués acos

tá boca arriba! ¡Anda ya , esmayao ! ¡Vete á una

serer ia y que te cuerguen en e l escaparate con

los otros sirios !

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LA m nnncrn 199

S a len p or la derecha don Pedro y don Pablo, vestidos de negro. A la legua se echade ver que son gente de iglesia .

DON PEDRO

Pos como le d igo á usté , er Consiiio de Tren

to… ¿usté me comprende?

M ICAE LA

¿Ho la? ¿Vais pasé de largo , presiosos?

DON PE DRO

Déjanos en paz.— ErConsi l io de

M ICAE LA

Pero , ¿no queréis tomá una cop i ta?

DON PABLO

Déjanos, mujer. déjanos .

DON PE DRO

Er Cons i l io de Trento

M ICAE LA

¿Me vais base mi ese de saire, vaniosos?

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zoo a. Y J . ÁLVARE Z QUINTERO

DON PE D RO

¡Que nos dejes , te digo l —E r Cons i l io de

S ale Reposo como si la hubieran llamado .

M ICAE LA

Reposo, ¿tú no ves? D i les tú argo a estos se

ñores, que van mu embeb íos.

REPO SO

Aceroándoseles y estorbándoles el p aso con

z a lam ería .

¿Aude va i s que mejo sos qu ieran , salerosos?

Andá, simpáticos: mercé media librita. Estos b i

ñoclos son asuca . Yo misma se los servirá á sus

mersedes . ¡E a, desidirse y no pensarlo masl

D on Pedro y don Pa blo se han m irada yhan cam biado de ideas ante la ca ra deRep oso.

DON PE DRO

¿Entramos , don Pab lo?

DON PABLO

Entraremos, don Pedro .

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202 3 . Y ÁLVARE Z QUINTERO

jUANA

Er tren lo yeva er n iño .

BE RNARDO

Pos vámonos .

JUANA

Vámonos .

M ICAE LA

Que gorva.s mañana , gií ena gente .

BE RNARD O

Gorveremos, zi. —¡Niño , no toques más la

arrastrá cornetal

S e van . E n el interior de la caseta suenan

de imp roviso gritos de p endencia entre los

estudiantes . A poco sa len de ella desafíados , segu idos de Reposo y de Cata lina .

M ICAE LA

¡]esúsl ¿qu ién riñe? ¿Qué pasa abi? ¡A vé sime rompéis los p latos !

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LA m nnzc1u ao3

E DUARDO

¡Eso no me lo dices tú aqu i

PACO

¡Aquí y en todas partesl

LU IS

¡Pero , por una Pero ¿vaispelear dos amigos?

S iguen chillana'o insulta

'

ndose. Luis tratade contenerlos y sep ararlas . S u rge en estoAníbal d todo correr y se encuentra sin

comerlo ni beberlo metido en el fregado.

ANIBAL

¿Eh? ¿Qué es es to? ¿Qué ocurre?

RE POSO

¡Que no han pagao, M i caela !

CATALINA

¡Que no han pagnol

M ICAE LA

¿Que no han pagao? Agarrando por un brazoAnibal. ¡Ven acá tú, lombril

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204 e. Y ALVAREZ QU INTERO

Los estudiantes escapan según sus intencio

nes. Las tres gitanas caen sobre Aníbal.

CATALINA

¡Tú no te escapasl

M ICAE LA

¡Suerta los parneses!

ANIBAL

¡Pero s i yo no venía con ésos !

REPOSO

¡Alloja las moneasl

M ICAE LA

¡Sablaso, paga ya, 6 te ¡usemos t iras !

ANIBAL

¡Yo no pago lo que no debo !

¿Que no pagas?

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206 B . Y ÁLVARE Z QUINTERO

Doñ a Antonia y Carmela sa len de la caseta y se a lejan p or la derecha , m enospre

ciando a l p obre Aniba'. D oña An tonia

'

lleva en la m ano, ensartada s , dos o'

tres

docena s de buñ uelos.

DONA ANTONIA

¡Quéeze usté con D ios , zo trampozo l ¡Lo que

le zobra á m i ni ña es qu ien le pague los buñue

los azu mamá !

CARME LA

¡Eso, eso !

DONA ANTONIA

¡Ez usté un boquerasl

CARME LA

¡Eso , eso !

ANIBAL

¿Tú también, cie lo m ío?— Nada, que no tengo

más solución que abonar e l gasto de aquel los

bribones, rescatar m i gabán… y tirarme al rio de

cabeza. chisl ¡Ab chisl

Entrase desesperado en la caseta. estornadando fuerte,

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LA I IADRI CITA 207

M ICAELA

¡Ah í , ahi; sorlá lo que debes , esbarataol ¡Per

mita D ios que si no pagas te dé una purmonía

en los deos !

Al público .

M i s biñuelos son cane la;

en Seviya ti enen

Si queré is una librita ,

yamá , tocando las parmu .

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El escri tor ha encabezado as í una blanca cuar

ti l la . Con ese título denomina á la art i sta de va

rielés (¿y por que no de por no

hal lar en castel l ano palabra que resuma y com

pend ie de modo expresivo la multi forme d iver

s idad de matices de esta mariposa de cºlores de

un arte moderno. que hoy vuela tr iunfadora p or

todos nuestros escenarios . Artista que no es bai

ladora de café cantante n i bai lar i na de zarzu e la

de ópera; que no es tampoco cantadora de lo

fl amenco n i t i p le por l o fino , y que , s i n embargo ,y en general , algo tiene de éstas y de aqué l las

revuelto y fundido con algo también origi na l y

prºpio . Flor de nuestra vida actual, ha merecido

la estrella del género ínfimo l a atención de to

dos, cul tos incu l tos, re finados y vu lgares , apa

sionados i nd i ferentes . La masa anón ima la Ies

teja, la ap laude y la aclama, convirtiéndola en

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B. Y ÁLVAREZ QU INTERO

ído lo de unas horas; l a prensa da á l a estampa

gran profus ión de retratos suyos, colmándo l a de

los más l isonjeros elºgios; los poetas l a cantan

con tervor y entusi asmo; los p intores la pintan

con de le i tosa complacencia Es prop iamente

una herº ína de estos ti empos.

El escr itor desea ded icar le un buen rato; ha

ce r á cuenta de e l la u n l igero estudio , entre psi

cológico y de costumbres . Ha evocado en su

fantasía e l recuerdo, lejano ya , de bo leras y to

nadilleras, de cantadoras y bai ladoras de tab la

dº , ensalzadas por castizas y académicas p lu

mas: la Celinda , Almanzora , la Caramba , Ma

ria de las Nieves, la Perla Y poco 5. poco,como al impu l so de a i re de danza , han ido acer

cándose á é l hasta encantarlo, cual s i las tuvi ese

presentes en persona, las más famosas entre

cuantas estrel las de estos tiempos ha podido ad

mirar por sus prºp ios ojos, en Madrid , e n Bar

celona, en Ya era Consuel i to la Fam a

rina , de l indo rostro y genti l donai re; ya Pastora

Imperio , arrogante y ga l larda , que a l levantar los

hermosºs brazos parece que va ceñ irse una

cor ona; ya Amali a Mol ina , la de lºs negros ojºs ,toda pasión y s impatía , salero y garabato ; ya

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Lº primero que oyó el escri tor a l l legar á l a

puerta de la casa de Rafael ita Espejo, después

de subir ciento vei ntic inco escalones— al fin es

trella fueron las teclas de un p iano que l la

maba voces al afinador . Ladró luego un perro ;

ch i l ló , mandándolo cal lar , una vieja; se i rr i tó e l

canino , y comenzó entonces una agri a compe

tencia entre los ladri dos y e l tecleo , tan eneo

nada y tan confusa, que malamente se pºdía di

ferenciar qué son idos salían del gañote del i rr ita

dº animal ito, cuáles de la caja sonora del p iano .

—¡Caya , Berm onte, caya !— gritó , en neto an

daluz, otra voz femenina de a lgu ien que un

i nstante después pregun taba tras la miri l la de

la puerta—¿Quién?

¿Está Raiaelita?

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LA MADRE CITA 215

—¿Rafael i ta? ¿Qué desea us té?

— Deseo verla .

—¿Y usté qu ién es? ¡Caya, condenao !

|Agiiela, yame usté este b icho ! ¿Uste

quién es?— Da amigo suyº, period ista. D ígale usted que

está aqu i juan Mart in .

Se cerró l a miri l la; h irió el a ire un l astimero

au l l ido de Belmonte, delator de escobazo de

puntap ié; cal ló de improviso el p iano ; sonaron

carreras y cuchicheos pºr e l pas i l lo, y en segui

da se le franqueó la puerta al escri tor, previo rá

pido descorrer y abri r de cerrojº , l lave , picapor

te y cadena . Indudablemente en l a casa se guar

daba un tesoro .

Una muchacha, no mal parecida , lo gu ió por

el ºscuro pas i l lo la sala . El pasi l lo tendria

hasta tres 6 cuatro metros de largo , y en cada

metro había un baúl . Un gato negrº , que m inu

tos antes dormia sobre uno de el los, al ver

Juan Martín se asustó y huyó comº una fl echa.

juan Martín, al pasar, observó un perchero harto

débi l para la abrumadºra carga de sombrerºs,gorras y bufandas que soportaba. Y entró en la

sala á ti empo que escapaba de al lí, aunque no

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2 16 a. Y J . ÁLVAREZ QUINTE RO

tan pri sa como el gato, un señor viejº en man

gas de camisa .

— Es er ti to— advirtrº l a muchacha. Y ana

dtº Tome usté as iento , que ahora sale.

¿Es usted hermana de Rafael i ta?

Nº , señó:yo sov su prima de eya.—¿Artista también?

— La y argo se pega. Uste

mule .

Desaparec10 la prima de Rafael ita . En esto ,

juan Mart in oyó º tra voz que preguntaba:

¿Ande vas tú , Frasqu i to?— Después s intió l lorar

5 un nene. Pero ¿cuánta gente viv ia en aquel la

casa?

La sal a no dejaba de ser p intoresca: rio hab ia

un cuadro derecho . En un rincón abr ia amena

zadora su boca la horrenda bocina de un gramófo

no . Ante un bal cón hab ia un canario en jau la de

p ie. Del lado de la ca l le, en e l m ismº balcón , un

loro se pedía l a patita y se re ia de cuando en

cuando si n motivo a lguno .

Llegó Belmonte preced iendo á su ama, agitan

do e l rabo muy a buenas y so l ici tando p ara si,

cºn l a i nqu ieta l engua, l a am istad del recién lle

gado . Rafael ita entró acompañada de dos i ndivi

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Era Rafael i ta Espejo pequeñ i ta y nerv iosa, tri

gueña de co lor, de fl echadores ojos y de bºca

r isueña , fina de p ies y manos . Hablaba mucho y

bien , aunque pronunci ado su manera, y daba

singu lar expresión y valor cuanto dec ía, con sus

ademanes, posturas y gestos, atractivos en al to

grado . E n la mej i l l a derecha ten ia un l indo lunar,

que no se estaba nunca quietº .

¿Ensayaba usted?— le preguntó nuestrº es

critor cuando la tuvo frente á frente .

— S i, señó . Pero siéntese usté . En esa siya, no,que cojea de una pata . Aqu í en la butaca estará

más cómodo .

Y quitó de la butaca, para que se sentarajuan

Mart in , unos zapatitos de raso celeste .

Estaba ensayando— continuó— un cuplé mu

boni to:er Betunero. Toavía no lo he cogio der to .

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LA MADRE CITA 219

Y princip ió á canturrear con natural idad gra

ciosa

Saca, sam . sa ca brigom i sap iyo

—No es asi, no .

m i

— No, no es así. Pero tiene ange . E sºs mucha

chos tienen auge .

—¿Son los autores?-Si. Me han escri to ya muchos

. Agiiita ,

también es de eyos dos. ¿Nº conose ustéÁgú

'

ita ,

— No recuerdº ahora .

—¿Ni Sep árate, que manchas?

Tampºco .

— Pos ése es mu grasioso .

Sep árate, que mancha s,sep ám te, que manchas, Pa co .

sep ámte, que

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m e a. Y J . ÁLVARE Z QU INTERO

Es mu grasioso. Er Vendeo'

de griyos si lo

habrá usté o ído la má de veses. ¡Es de los pri

meros que yº saqué !— ¡Ya l o creo !— afirmó juan Martín para no

con fesar su absol uta ignorancia.— Pos ahora tengo un bai l e n uevo que va sé

un esitaso . Mu movio , ¿sabe usté? perº mu de

sente. Va á sé un esitaso.

—¿Cuáudo lo veremos?

— Si va usté á Seviya, er mes que viene.

—¿Se marcha usted á Sevi l la ahora?

Si. Pa ve i nte funsioues. Y luego á Badajó . Y

luego Trujiyo . Y luego Córdoba. Y luegº 5

Anduja. Esta es l a turné.

¿Y al extranjero , no ha idº usted nunca?— A lngalaterra h a u querio yevarme ya

por dos veses ; pero me dan mico las och li

nas. Y pa Rusi a también tengo contratº en

b lanco. Ayé estuvo el empresario aqu i . ¿Aude

habré yº echao la tarjeta? ¡Un apeyio t iene con

más kasl—¿Cou más qué?

¡Con más kasl ¡Con más l etras de esas que

aqu i nadie usa!

— IAlL vamºs!

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222 B . Y J . Á LVAREZ QUINTERO

n ía ideas muy s imp les pero muy firmes y con

cretas . E lla sab ía muy bien lº que les gustaba á

los públ icos .— Más grasia y más podé t iene un guruº á

t iempo— dijo á este propósi to ó un

metio con oportunidá , que una les ión de bai le mu

ajustao ó una tirá de gorgoritos .

Orgul losa, reseñó sus más grandes tr i un fos .

Su vanidad era candorosa . Como de l a mano

pasó á hablar de sus juan Martí n

averiguó entonces todo lo que quería y más.

¡Cuántas h istorias , todas iguales y todas d ife

rentes !

Fulaníta, nacida en míseros paña l es, había en

contrado en el teatro l a sat isfacción de sus anhe

los más i nconscientes y l a seguridad del pan

para los suyos; Zutanita, en cambio . hal ló en él

l a redención de una vida vic iosa que ya iba cues

ta Esta pasó de señori ta si n fortuna á

cancion ista aplaudida y mimada; aquél la conver

tía e ! tablado en escaparate de su El

origen de cas i todas el las era el pueb lo . Para“muchas , e l arte fué un refugio ; para no pocas ,

fueron ta l vez e l hambre 6 el v icio los estímulos

de la vocación dormida. Y así cºmo había refe

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LA HADRE CITA 233

rido antes amarguras y desengaños de amor, asi

refirió l uego tr istezas y penal i dades de su arte ,

de su ºficiº ó como se l e qu is iera l lamar . Y re

cºrdó , para fi n y corona, una frase que en c iert a

ºcasión le dijo el la 5 una actr iz emi nente, y que

es indispensable transcrib ir aqu í:

Ustedes las cómicas no sabé is lo que sufrí

mos nosotras l as artistas .

El escritor no qu iso o ír más. Volvió a ped ir e l

retrato de Rafael ita; el la l e dió a escoger entre

muchos de los i n fi n itºs ti pos que había creado ,

y el igió unº en que la estre l la aparecía vesti da

de gitana. Rafae l i ta entonces exclamó :— Cºn permisº de usté . V i firmar lo .

Se fué y volvió los d iez minutos, chupi ndose

un deditº manchadº de ti nta .

La dedi catori a decía de esta manera“A mi amigo Juan Martin, su amiga su amiga ,

Rafaela Espeja .

— Me he equivocao y he puestº su am iga dos

veses . Giieno: más amiga , ¿es verda?— Eso es: dos veces am iga .

Tornó á su casa e l escritor. Su cabeza hervía

con e l chisporroteo de la suges tiva conversación

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324 a . Y ÁLVARE Z QUINTE RO

de la andaluza. Sobre su mesa de trabajo hal ló

la cuarti l la encabezada así: “La estrel la del géne

rº ín fi mo .

Co locó e l retrato de Rafae! ita de frente é l .

Sus ojos , traviesos y pro fundos , parecia que lo

m iraban como exci tando su fantasía y alentandº

su p luma … Y se puso á escrib ir an imadamente .

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Una plaza en Sevilla . A la derecha del actor, en prime:mino, un banco de piedra. En de dia .

E l señor Clemente, cochera de punto que

tiene la p arada a llí cerca y que alm uerzo

y com e en aquel banco , sale p or la derecha del actor y m ira hacia la izquierda demuy mal temp le. E s que se retra sa el al

muerzo m á s de lojustº .

ssNoa CLEM ENTE

Pos señó, gíieno es tá; se cºnose que m i muje

tiene ya la barriga yena . La una er día, y si n pa

resé con el armuerso. ¿A que se le ha ºrvidaº

la mu bruta? ¡Mardita sea la hºra en que un co

chero se casó ! ¡Así cayera un rayo en mi casa , y

la partiera primerº eya, y l uego a mi cuñao , y

después á mi cuña… y aunque queara una chispi

ta pa los n iños no se perdía gran cºsa! ¡]inojº ,

cómo me tiene l a M irando hacia la

derecha . Hombre, me alegraré que aquer senori

to der caki me quica tomá pºr horas; que congo

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z28 B . Y ALVARE Z QUI NTERO

no traiga dos giievos fritos en la cartera , lo va á

yeva su padre . Vamos, me perdona la vía:pasa e

Fué que no yeve suerto . A lo mejó estos

de los pantalones doblaos s in que yueva, t ienen

un duro pa to er As ín se peinan con tanto

pelº: pa tené que pelarse poco . Y m i armuerso

s in asomó por n ingún ¡Mardito sea Morón !

¿En qué estará pensando m i gente? ¿Habrá cogio

un elértricº m i señora? ¿La habrá matao una

teja? ¿Se le habrá caio ensima un baú? No qu icº

formá castiyºs en el

S a le p or la derecha Andrés , mocita delpueblo.

ANDRES

D ios guarde á usté, sºñó C l emente.

S ENOR CLEME NTE

ANDRES

¿Está usté giieno?

SENOR CLE MENTE

Si, h ijº, sf.

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230 s . Y J . ALVAREz QUINTERO

ANDRES

Pos yo , pasaba por aquí, y comº lo vi

desocupao y hase dos 6 tres días que le

hablé de un

SENOR CLE MENTE

¿De un asunto , tú?

ANDRES

Pué usté En er taye me han su

bio er y jesusa y yº habemos pensao for

mal isa lo nuestro .

SENOR CLEMENTE

M irando ¿ todas p artes y escap iéndose en

una m ano.

¿Aude he puesto yo er látigo, hombre?

ANDRES

¿Er látigo? ¿Pa qué qu ie usté er látigo?

SENOR CLEME NTE

¡Pa crup rtelº ensima y que sargas corriendo

por ahí hasta que p ierdas los tacones ! ¡Marditº

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LA MADRE CITA 23!

sea Morón ! ¿Pos nº me pregunta que pa qué

quieo er látigo?

ANDRES

Pero , señó C l emente

SENOR CLEMENTE

¡Pero, señó jinºjo ! ¿Qué te has cre io tú? ¿Que

porque te dejo hablé con m i n iña, porque se me

caen los pantalºnes de giieuo , vi yº consenti

que tú te la yeves lo mismo que me yeve yº 5 mi

muje.? ¡Vamos, qu ita ! ¡Vale mi hija cºmº siete

veses más que su madre ! ¡Y vales tú comº seten

ta veses menºs que yº !

ANDRES

Pero , señó C lemente…

SENOR CLE MENTE

¡Que te cuyes, hombre ! ¡Tºavía nº ganas tú n i

pa costearle mi n iña er j abón que gasta!

ANDRES

Pero ¿no oye usté que me han sub io er

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232 B. Y J . ALVARU QUINTERO

SENOR CLEM ENTE

¡Me alegro ! Compra una arcausía pa los aho

rros. ¡No nesesitaba yo en mi casa más que un

n ieto cºn la cara e tu madre !

ANDRES

¡Con mi madre no se ti ene usté que mete , señó

Clementel

SENOR CLE MENTE

¡Pos no la saques la caye más que en Carnavál

ANDRES

¡O se caya usté 6 vamos á tené un dijustºl

S ENOR CLE M ENTE

¡O te cayas tú 6 te sarto un Ojo!

ANDRES

SENOB CLE MENTE

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234 s . Y J . ÁLVAR£Z QUINTERO

ANDRES

Le vale usté l e vale á usté … Quéese usté

con D ios: no qureo perderme.

Se va de estamp ía .

SENOR CLE M ENTE

¡Como s i vas y te tiras ar río! ¡Me da lo mis

mo ! ¡Mardíto sea Morón ! ¿Pos no se quíé casi

con m i hija con dos rea les tos los sábados? ¿Qué

pensará darle de bebé? ¡Porque supongo que en

comé no habrá pensao ! ¡jinojo con er n iño ! ¡Si l e

d igo á usté que hoy por la mañana me está á m i

basiendo farta un barrena !

A jesusa , que llega por la izqu ierda con un

p ortavíandas y una botella de vino .

¡Vamos, hombre ! ¡Ya quiso D ios! ¿Es que se

ha parao er reló de l a P l asa Nueva, verda? ¿Y tu

madre? ¿Por qué no ha venío tu madre como tos

los días ? ¡Ten ía yo gana de dar le una sop ita hoy!

jE SUSA

Yo l e d iré á usté lo que ha pasao .

SEN0R CLEMENTE

No me d igas na s i no quiés que de un guan

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LA MADRE CITA 235

taso te esbarate la cara . ¿Te paese ti ni medio

bien que er cabesa e fami l ia yeve aqu i una hora

renegando de la fam i l ia, y de la cabesa. y der

D ios que lo crió, y de la comadre que lo trajo ar

mundo?

jESUSA

Pero , padre , si no me deja usté que le ex

SENOR CLEMENTE

¡Como que estoy yo pa escuchá discurpitas

con el hambre que tengo ! Destapa eso ya, y va

mos á vé lo que me traes ; que no fartaba más

s i no que fuea bacalao con tomate, que siempre

me hase daño . |Mardito sea Morón ! ¿Pa qué es

taria ese pueblo en er mapa cuando era yo sor

tero? ¿Qué del ito habré yo cometio pa que me

toque esa mujé., que es una ruina? Una mujé fea ,

una mujé. bruta , una mujé ar i sca , una mujé

puerca …

¡ E SUSA

¿También puerca, padre?

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236 s . Y ÁLVARE Z QU INTERO

SENOR CLEMENTE

¡Puerca y retepuerca! ¡Se l ava con sal iva, como

los gatos !

jE SUSA

Vamos, vamos ; s iéntese usté aqu i y coma usté,

que mientras coma usté no hablará lo que no es

presiso .

SENOR CLE MENTE

Príncip iando á comer.

¡No, s i no vi tené siquiea er derecho der

pataleo ! ¡jinojo qué ego ismo ! ¡Ya que me haséis

la santísima pascua entre tos, dejarme que chiyel

¿Tú no ves que s i yo no chiyo rev ienta? Estése

usté to er día ar 56, y al ai re, y al agua, y á los

rayos ensendios que les dé l a gana e cae— por

que el arquila atrae la elertrisidá y luego vaya

usté á su casa y encuentre usté á su mujé con las

greñas ca rgando y la cara sus ie, y á su cun a

¡sinvergiiensa, l adrón , lisensiao e pres idio , mar

ti ro le den , asi l o ajorquenl— borracho perd io ju

gando las car tas, y á su cuiiá chu leando con los

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238 s . Y ÁLVAREZ QU INTE RO

SENOR CLEMENTE

¡No, que juego ! ¡Que se haga un hombre y

gane los cuartos, aunque sea enseñando á l a ma

dre á perra gorda, y entonses pué que si viene á

hablarme de t i yo no le rompa una espiniyalPero

m ientras eso no suseda y ande lampando e ham

bre , ¡qué jinojo vi yo al tratá con é de casamien

tol Echame vino . La muchacha , gimoteando, lo

obedece. Y no me hagas pucheros , que es peó .

B ebe. ¿Esta tort iya la ha guisao tu madre?

jE SUSA

Como siempre .

SENOR CLEMENTE

¡Te he dicho que no me hagas pucherosl Y pa

que veas tú que soy justo , reconozco que la tor

tiya está giiena. Una cosa es que yo no trague á

m i mujé , y otra cosa es haberme tragao l a torti

ya. Vuelve a'

beber. Er vino no es er m ismo .

_]E SUSA

No , señó, que es otro .

SENOR CLEM ENTE

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LA MADRE CITA 39

JESU SA

Mejó . Un reá más caro .

SENOR CLEMENTE

¿Y a qué viene este lujo?

JESUSA

S i to eso es lo que le iba usté explicí ; sino

que cuando usté se pone de esa manera lo que

hay que hasé es cayarse.

S ENOR CLE MENTE

Pos ¿qué ha susedío?

_| E SUSA

Que á tito ju lian le han caio diez duros la

loteria .

SENOR CLEKENT E

¿Y mi cuñao?

]ESUSA

En er désimo que e l otro dia se enco ntró en

la caye.

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240 s . Y J . ÁLVAREZ QUINTERO

S ENOR CLEMENTE

¿Le paese a usté? Tos los granujas tienen

suerte.

J E SUSA

Y de ér sal io darle á usté una sorpresa: com

prarle mejó v ino y traer le menúo, que sabe que

le gusta 5 usté .

SENOR CLEMENTE

Con súbito gozo.

¿Pero me traes menúo?

jESUSA

Ahi viene; si, señó .

SENOR CLE MENTE

Es un orsequio que yo estimo: la verdá.

jESUSA

Madre lo ha guisao: ¡está más Por

eso ha sio er ven i más tarde .

S ENOR CLEMENTE

Ha sio por eso , ¿eh? ¡Si que giiele glori a!

Como que tu madre pué guisá en er palasio de

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242 s . Y ÁLVAREZ QUINTE RO

¡Como qu iero á Pastora , su hermaniyal ¡Me vienen

mi con que si chu lea ó no chulea ! ¡Señó ,hay que

ponerse en las sircustansiasl La chiquiya es una

jaca e pura sangre: es boni ta, es bi en andá, t i ene

mucho luego , le gustan los hombres como á toas ,

y quie conosé er mundo , porque le p ica la curio

¿Y por eso vamos mormurarla? ¡Ni que

estuviéramos aqu í entre frai les y monjasl ¿Ha lar

tao en argo á la desensia? ¿Se ha ex tralirnitao e n

tanto asín? No; porque yo no se lo hubiera con

sentía . Ni yo , ni tu madre, que tú sabes cómo las

gasta, y la pali sa que te d ió á t i cuando te vió basé

aqueya . Acuérdate . Y te arvierto que á mi me

dijustó . S í , porque yo he ten io vei nte

y sé que á l os veinte años no están las cosas como

si los sincuenta.—¡jinojolMe he tragao un cachiyo

e choriso que me ha dej ao la nuez en carne viva .

Bebe otra vez . Con esto se cura.— Pero tu madre

es inflersible en ese terreno .Hase bien,¿eh? D ios

me l ibre de crit icarla . Tu madre es una mujé. que

tiene sus delertos, que tiene sus fl acos, como ca

qu isque - porque fartas hasta las estatuas l as t ie

nen pero que puesta á educá sus h ijos , como

ha educao á tu hermano y a t i , y sé lo que se

yama una mujé de su casa, no hay en Seviya cua

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LA MADRE C ITA 243

tro que le pucan dá lersiones, ¡qué ¡ mojo ! La jus

tis ia es justisia. Y s i no, aquí es tás tú . A muchas

señori tas de esas der pan pringao quisiea yo vé

arterná contigo . Tú sabes saludé, tú sabes despe

dirte , tú sabes dá una eX plicasión, tú sabes o fre

sé tu casa, tú no te cortas de lante e nadie … en fi n ,tú vas adonde vaya la pr imera . Asín estamos tu

madre y yo, mirándonos los dos en er pimpoyo

que D ios nos ha dao .—Si me traes más, más me

¡Mié que base un dia! Hasta caló tengo …

JE SUSA

Como que ha comio usté por media osena.

SENOR CLEMENTE

[Jel Cuando pasan Oye , Jesusiya,

¿cómo es aqueya

Cantando .

Rabanera , rabanera ,véndame usté un

jE SUSA

Rzendose.

Ay, padre, cayese usté por D ios, que va á cam

bié er viento .

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244 s . Y ÁLVAREZ QU INTERO

SENOR CLE MENTE

¡Je ! Malamente lo hago . Un sigarriyo

¡Giieno ¡Que ruede er mundo hasta que se

canse!

JE SU SA

M irando de p ronto hacia derecha .

Padre, que lo yaman usté.

SENOR CLEMENTE

No me da la gana de

jE SUSA

M iste que es un señori to, padre .

SENOR CLE MENTE

¡Pos por eso ! ¡Que arquile una burra !

jE SUSA

Ti ra usté er negosio por la ventana .

SENOR CLE MENTE

¡Y tiro á un Hércu les de la Alameal ¡Eso es !

Un día es un ¡M ía qu ien va Llaman

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246 s . Y J . ÁLVAREZ QUINTERO

n iña? ¡A t i , que sé que eres un hombre trabajaó

y honrao , capaz de sacá un duro de debajo un a

p iedra donde lo hal ¿Qué? ¿Que ahora apenas

tienes jorná? ¡Tampoco vas á casarte esta noche,qué jinojol A lo mejó se les p ien imposib les á

argunos hombres. Y en úrtimo caso, ahí está

mi coche, y aqu i estoy yo pa que no les farte á

ustés n i agua bendita .

ANDRES

Es usté mu giieno , señó C lemente .

jE SUSA

¿Ves tú? ¿No te lo

SENOR CLEMENTE

No es que yo soy gueno ; es que tengo memo

ria,y me acuerdo der pobre e tu padre , y p ienso

en lo que gosaria s i estuviera presente;“y me

acuerdo de que yo anduve enamoriscaiyo de tu

madre— que aqu í, pa nosotros tres , puso er m in

go en su ti empo y uno no es de p iedra … y er

b ien que uno haga en esta vía ya se lo pagarán

en la otra . ¡E ché pa elante y sub irse ar coche los

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LA MADRE a 247

dos, que ahora m ismo vamos á publ i cá las amo

nestasiones por toa Seviya!

JE SUSA

l.lºt lº: lº!

ANDRES

¿Pero qué l e pasa á tu padre , que es tá tan con

tenta?

jESUSA

Na; que ha com io .

SENOR CLEMENTE

¡Señó , lo que le pasa ría media España ! ¿Pos

por qué hay dijustos en er mundo y están yenas

las casas e locos? Porque nad ie come. ¡Qué j i no

jo van á con tarme á mil Con que ar coche , ar

coche . Vamos pasearnos .

jE SUSA

Pero , ¿ha perdio usté la chabeta, padre?

SENOR CLE MENTE

Tú déjate yevá.

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248 s . Y J . ÁLVARE Z QUINTERO

jE SUSA

¡E a, pos vamos !

ANDRES

¡Vamos !

S e van p or la derecha n end05e._]esusa se

lleva elp ortavíandas y la botella con que

salió.

SENOR CLE MENTE

Recrea'

ndose en la p areja .

¡O le, ole! ¡Esa es guena gente ! ¡V iva m i casta !

La verdá es que me ha dao D ios una fam i l ia

pa ponerla en un marco .

Al público.

B i en com io y bien bebio ,pa remate de funsión

só lo un ap lauso te p io .

Si me largas u n sirb io

me cortas la digestión .

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OBRAS DE LOS MISMOS AUTORES

JUGUETES CÓM ICOS

(PR1MEROS ENSAYOS)E sgrima y amor — Belén, 12, principal.— Gilito .

— La me

dia naranja .— E l tro de la flauta .

— Las casas de cartón .

COMED IAS Y DRAMASEN UN ACTO

La re'

a.— La pena.

— La azotea.— Fort unato .

— Sín pala

bras . edro López.EN DOS ACTOS

La vida intima .— E l pat io .

— E l nido .— Pepita Reyes .— E l

amor que pasa .— RI niño prodi ¡o .

— La vida que vuelve .

escondida senda .— Doña á arínes.

—La rima eterna .

Puebla de las Mu;eres .— La consulesa .- D ioa dirá .

— E l

ilustre huésped.—Asi se escribe la historia.

E N TRE S 6 MÁS ACTOSLos Galeotes . —Las flores.— La dicha ajena .

— La u gala .

La casa de Garcia. La musa loca .— E l genio alegre .

— Lasde Ca ín.

— Amores y amoríos .— El cent enario .— La flor de

la vida.— Malvaloca . Mu do, — Nena Teruel.

Los Leales.— E l duque de — Cabrita que t ira al monte…

Marianela .— Pipiola

— Don Juan, buena persona.— La ea

Iumniada.

SA INETE S Y PAS ! LLOSLa buena sombra .

— Los borrachos .— E I traje de lucesE l metete — E l género infimo .

— Los meritorios .— La reina

mora.— Zaragatas.

— E l mal de amores .— Fea y con gracia.

La mala sombra .— E l pat inillo.

— lsidrín Las cuarenta ynueve provincias .— Los marchosos .

ENTREMESES Y PASOS DE COMED IAE l ojito derecho .

— El chiqu illo .— Los piropo s.— E l flecha

zo.— La zahori.— E l nuevo servidor.

— Mañana de so l.— Laitanza.

— Los chorro s del oro .— Morritos .— Amor oscuras.

Nanita, nana …— La zancadnlla .

— La bella Lu cerito .— A la

luz de la luna .— E l agua m ilagrosa .

— Las buño leras.— San

gre gorda .— Herida de m uerte .

— E I últ imo es itq .— Soli

co en el mundo .— Rosa y Rosita.

— Sábado sm sol .— Ha

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blando se entiende la gente.—¿A quién me recuerda ns

t ed? — E l cerrojazo .— Los ojos de lu to .

— Lo que tú qu ieras.Lectura y escri tura .

— La cuerda sensible .— Sr ¿ret ico de

confesión.

ZARZUELAS

EN UNACTOE l peregrina — E l estreno .

— Abanicos y panderetas ¡A

Sevilla en el botqo !— Ri amor en so lfa .

— La pa tria chica.

La muela del rey Farfán .

— E l amor bandolera — D iana ca

zadora Pena de muerte al Amor.— La casa de enfrente .

EN nos o MÁS ACTOSAnita la risueña.

— Las milmaravillas .

MONÓLOGOSPalomilla .

— Ri hombre que hace reír.— Chiquita y bonita .

— Polvorilla el Corneta .— La historia de Sevilla.

— Pesado y medido .

VARIASE l amor en el teatro .

— La contrata .— La aventura de los

galeotes .— Cuatro palabras .— Carta 5. Juan So ldado —Las

hazañas de juam llo el de Molares .— Becqueriana.— Rinco

nete y Cortad illo .

Pompas y honores, capricho literario en verso. Fernan

do Fe, Madu d.

F ies tas de amor y poesía, colección de trabajo: escrito:ex p rof eso p ara talesf ?estas. M anuel M arín . Barcelona .

La mujer española , una conf erencia y dos cartas. B ¡blio

teca s p an ia , Madu d.

EDICIÓN ESCOLAR

Doña Clarines yMañana de sol, E ditedwith introduction,

notes and oocabulary by 5 . GriswoldM orley, P h D . Assistan t Prof essor of Sp anish , Un iversxtq of Ca li om ic .

Hea th's M odern Language Serxes. B oston , cw York,

Ch icago .

Page 247: E L - Forgotten Books de la calle, a ñadió:— Está la tarde pa queré. Doña Angustias soltó la risa. Luego suspiró con nostalgia ... Sus padres tenían dos cosas que hacer en

AL HOLANDÚ.S

De bloem van het ¡even (La )Yor de la vida), porN. SM IDT

AL PORTUGUES

0 gs

enio alegre.— Mexericos (Puebla de las Mujeres), por

JOAO SOL! .K.

Marianela .-Assim se escreve a historia.

— Sagredo deeonfisao, por AL ICE PI:STANA

AL INGLESA morning of sunshine (Mañana de sol), porMRS . LUCRE

TIA X AVIER FLOYD .

Malvaloca, porjACOB S . FASS£ , JR.

By their words ye shall know them (Hablando se entien

de la gente), porjO IIN GARRET U ND ERH ILL.