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En el año 2020 había muchas cosas que habían cambiado.
Llegaron inundaciones, terremotos, después calor y sequía,
huracanes y, finalmente, la gran ola de frío; lo que se llamó la
1ª glaciación moderna. Y el frío quedó instalado en nuestro
mundo. Todo se quedó frío. Hasta la ilusión y pasión por la
vida.
España dejó de ser un lugar cálido y eso cambió nuestro
carácter. El pesimismo se apoderó de nuestras vidas. La crisis
dejó de ser algo que interrumpió temporalmente nuestra
rutina para convertirse en parte fundamental del presente.
Todo frío, triste y gris.
La gente caminaba de casa al trabajo, del trabajo a casa y
viceversa. La interacción entre personas era cada vez menor;
casi todo se hacía a través de máquinas y dispositivos táctiles
con asistentes virtuales que eran autómatas con inteligencia
artificial. Muy correcto, muy aséptico, muy frío, muy triste,
muy gris.
Quedaban algunas agrupaciones, asociaciones locales, que
trataban de mantener la ilusión. Eran pocas, con no muchos
miembros, y dispersas. Insuficientes para detener la inercia de
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tanta energía negativa. Se llamaban Aldeas, como las de
Asterix y Obelix, y en una de ellas trabajaba con ahínco él,
Marte. Él fue el germen de todo.
Marte llevaba muchos años cultivando con ilusión diferentes
plantas en busca de su particular piedra filosofal, aquella que
convertiría en ilusionante a cualquier persona que la tocara.
Investigaba la fuente de las emociones positivas, estaba
convencido de que existía un cultivo que generara emoción y
despertara la ilusión dormida de las personas. Si él había
conseguido mantener viva su pasión seguro que era posible.
Llamaba a su investigación proyecto YBT.
El objetivo era elaborar un fruto que, al igual que la pastilla de
Matrix hacía volver a la realidad, hiciera despertar de su
tristeza y depresión a quien la tomara. Trabaja con ADN de
leones, delfines, leopardos y corceles. Los animales que, a su
juicio y el de su equipo, eran más apasionados. Intentaba
extraer de ahí las partes que generaban calor y fuerza, las
características fundamentales que buscaba. Con esas
muestras elaboraba mezclas junto con semillas de los mejores
arboles frutales y de una enredadera; buscaba “esparcir” esa
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ilusión por toda la planta y que ésta creciera y se expandiera
rápidamente por todas las direcciones.
Hasta ese año había conseguido escasos resultados,
básicamente unos pequeños frutos de distintos colores. Lo
extraordinario eran sus formas: la mayor parte de sus frutos
eran bolitas, unas perfectas esferas de tonalidades blancas y
azules. Las menos presentaban las formas de los animales
cuyo ADN había utilizado: preciosos frutos con aspecto de
león, leopardo, corcel. Eran frutos comestibles, sin embargo
algo no funcionaba. No transmitían nada especial y las plantas
no crecían apenas, se quedaban enanas como si de bonsáis se
tratara.
Una mañana, sin sospecharlo Marte, todo empezaría a
mejorar de la forma más inesperada. Fue en un bar.
Marte estaba almorzando solo con un periódico y con varios
papeles en los que garabateaba y anotaba los retoques que
iba a aplicar por la tarde a su experimento. Estaba algo
decaído, se decía a sí mismo que quizás fueran los últimos
cambios. Llevaba muchos años y tenía ganas de tirar la toalla.
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Después de todo, las voces que le animaban a dejarlo, que le
decían que no tenía sentido y que buscaba algo que no existía,
quizás tuvieran razón.
El camarero, gran amigo suyo, se le acercó y le dijo con voz
tersa y suave:
-‐ Marte, desconecta un rato que te vas a volver loco.
Estás todo el día sólo y con esos papelotes.
-‐ Gracias Saturno, pero es que tengo mucho trabajo y
quiero ir adelantando.
-‐ Mira, hay poco sitio hoy. Déjame que acomode aquí a
otra gran amiga mía y así charláis y seguro que te
ayuda a despejar la mente y ver las cosas con más
nitidez – Marte no pudo sino aceptar resignado el
ofrecimiento de su camarero de confianza, más por
hacerle un favor que por otra cosa.
Fue así como conoció a Venus, algo más joven que él y una
persona igualmente animada, lo que sorprendió a Marte. Otra
como yo pensó, creía que no quedaban. Conversaron
amigablemente durante un buen rato, más allá de lo que
suele ser el tiempo normal para almorzar. Ambos tenían aún
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las ascuas de la pasión vivas en su interior, eran de
conversación fácil, y conectaron rápidamente; lo inevitable
pasó. Comenzó Marte a contarle su proyecto y Venus se
interesó hasta el punto de que al finalizar la conversación ya
era difícil diferenciar quien de los dos había iniciado este viaje.
Venus le aportó unas nuevas ideas para dar un giro en los
experimentos y Marte creyó que era exactamente lo que
necesitaba, creía en ella. Seguramente necesitaba creer en
algo, o en alguien, lo cierto es que sentía algo especial en esta
nueva relación. Venus le hizo una confesión:
-‐ Marte, tengo que contarte algo. Es algo que no he
compartido con nadie, algo que creí era una tontería o
un trauma de pequeña, algo que me sigue y me
persigue desde hace muchos años. Y creo que ahora
adquiere un significado.
-‐ Cuéntame Venus, nos conocemos desde hace unos
minutos pero puedes confiar en mí.
-‐ Siento que es así. Se que parece absurdo pero el
corazón me dice que lo comparta contigo. Se me repite
un sueño muy a menudo en el que aparece una ciudad
fría, triste y gris. Y yo le regalo al alcalde una pequeña
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semilla que desprende calor y, de repente, empiezan a
crecer árboles, aparece el sol y comienzan a aparecer
personas que estaban escondidas y sus caras pasan de
estar tristes a reflejar alegría y felicidad.
-‐ ¡Venus! ¿Sabes lo que eso significa?
-‐ Sí. Ha llegado la hora. Es el momento de hacer realidad
ese sueño.
Y se pusieron a trabajar en ello con ahínco. Ambos tenían
conocimientos y ganas. Venus aportó buenas ideas frescas y,
sobre todo, aún más capacidad de esfuerzo y sacrificio. Venus
llegó a una conclusión tras los primeros días de trabajo juntos:
-‐ Marte, tenemos mucha capacidad de trabajo y creo
que necesitamos más aún. Voy a poner a mi equipo a
trabajar con nosotros.
-‐ Gracias Venus, será una aportación muy valiosa. Nos
ayudará a avanzar más rápido. ¿Crees que con eso será
suficiente?
-‐ Me temo que no Marte; en realidad pienso que nos
hace falta aún más ilusión. Por eso quiero que esté mi
equipo aquí, más que su esfuerzo necesitamos su
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pasión. Creo que esa puede ser una de las claves para
avanzar.
Y Venus involucró a su equipo en el riego y los cuidados de las
nuevas plantas. Les explicó que buscaban una semilla que
germinara en maravillosos arboles frutales con un resultado
espectacular. Un fruto que alimentara a quien lo probara y le
confiriera una energía especial, la fuerza de la ilusión y la
pasión perdidas. Les convenció con sus mejores argumentos:
-‐ Quienes más lo necesitan son los jóvenes, son el
futuro. Para probar los avances y mejorar los
resultados necesitamos el mayor número posible de
jóvenes. Sois mi equipo, sois jóvenes y os necesito.
Al principio estaban recelosos del proyecto, desconfiaban de
Marte y no entendían para qué dedicar tanto esfuerzo a una
planta que en el mejor de los casos podría alimentar a media
docena de personas. Aún así confiaban en Venus y le seguían
donde fuera así que trabajaron intensamente en el proyecto
esperando que llegaran las respuestas a sus interrogantes e
inquietudes.
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Comenzaron a hacer algunas pruebas controladas y parecía
que funcionaba mejor; al menos apareció un efecto nuevo,
algo “gracioso”. Cuando había jóvenes reunidos cerca de la
planta las esferas del árbol disminuían en número y
aumentaban en tamaño. De alguna forma se “consolidaban”
se “integraban” unas en otras. Además si dejaban pasar unos
minutos los frutos acababan desprendiéndose de la planta y
subían hacia el cielo dejando en su camino un rastro azul y
blanco.
-‐ ¡Por fin! – Gritaron al unísono Venus y Marte. Ambos
se alegraron mucho. Pensaron que por fin podrían
empezar a cambiar algo este mundo. Venus lo vio
claro.
-‐ Si conseguimos multiplicar el número y la intensidad
podremos dejar el cielo más azul y eso seguramente
ayudará.
Mientras celebraban este hallazgo no se percataron de lo más
extraordinario de todo. Los jóvenes que estaban junto al árbol
habían empezado a hacer cosas sencillas que hacía tiempo no
practicaban. ¡Estaban hablando entre ellos animadamente!
Comenzaron, de forma proactiva y colaborativa, a planificar
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cómo ellos iban a contribuir al cambio. Querían aprender
cómo funcionaba y querían expandir esta energía y
entusiasmo a todos los niños, jóvenes y adultos. Estaban
deseosos de enseñarles a los demás cómo contribuir a este
movimiento. ¡HABÍAN RECUPERADO LA ILUSIÓN¡
Entre todas las personas del equipo plantearon las
modificaciones que iban a aplicar para poder afinar el
resultado del experimento. Marte, Venus y el equipo en su
totalidad esta vez estaban convencidos de que tendrían éxito.
Se pusieron manos a la obra.
Consiguieron plantas más grandes, con más frutos y más
intensos. Generaban esferas que subían al cielo e iban
creciendo en su ascenso y creando círculos despejados dentro
del inmenso cielo gris. Provocaban diminutos agujeros por los
que se filtraban pequeños rayos de sol, ese sol tanto tiempo
oculto pero que siempre había estado ahí, esperando que le
dejaran pasar y hacer su trabajo.
Se dieron cuenta que tenía un efecto espectacular con los
jóvenes pero que también impactaba en los adultos, más
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cuanto más cerca se encontraban de los jóvenes. Jóvenes y
adultos unidos, recuperando juntos la ilusión.
Comenzaron a extenderlo por toda España. Y luego fueron a
Portugal, Italia, y Grecia. El resultado siempre era el mismo: al
principio los equipos pensaban que estaban locos y perdían el
tiempo. Al ver los primeros frutos se implicaban a muerte con
el proyecto y se producía lo esperado; jóvenes recuperando la
pasión y contagiándola a los adultos más cercanos. Poco a
poco se iba recuperando el calor, aunque de momento sólo
conseguían impactar en grupos reducidos de personas y en un
entorno controlado. Además, tenían una última barrera que
saltar para poder mover el mundo. Al hacerse un árbol más
grande sus frutos se hicieron estacionales: crecían una vez al
año en cada región.
Diseñaron un plan. Comenzarían la plantación masiva en
todos los países a la vez, así el impacto de unos y otros se
sumaría. Y en cada país plantarían varias semillas por
comunidad. Suponía un esfuerzo de todos conseguir
colaboradores por todas las regiones; merecía la pena, era la
mejor manera de asegurar el cambio global. Tenían una única
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oportunidad o perderían un año completo hasta que volviera
a florecer. Todos los participantes se implicaron al máximo,
difundieron el proyecto entre sus familiares, amigos y
contactos. Como no podría ser de otra forma, fue un éxito.
Consiguieron que brotaran a la vez en todas las comunidades,
en todas las ciudades, en todos los países, esas maravillosas
esferas azules y blancas que inundaron de color el cielo,
dejando en el olvido por un momento la cobertura gris que
abotargaba a todos. Y el sol hizo su trabajo. Y la pasión y la
ilusión repoblaron nuestros espíritus.
Cada vez eran más las personas ilusionadas, y por tanto más
quienes participaban en el proyecto. Tenían asegurado que el
siguiente año brotarían aun más frutos y con ello habrían
ganado la partida. Mientras siguieran alimentando y cuidando
la planta de la ilusión, regándola cada día, podándola con
mimo y abonándola con cuidado todos los años habría
maravillosos frutos que perpetuarían esta maravilla. Para ello
instauraron una celebración anual, todos los años cuando las
esferas azules y blancas comenzaban a hacer su trabajo de
nuevo se oficializaba el día del YBT donde todo el mundo
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cantaba, bailaba y recordaba que el sol siempre está ahí y que
tan sólo hace falta dejarle pasar para que haga su trabajo.
Y, queridos amigos, así fue como recuperamos el sol y la
ilusión. Y hoy, 100 años después, esa ilusión continua; y todo
gracias a unos héroes anónimos con nombre de
extraterrestres, personas como tú o como yo, o como el tío
Felipe. Gracias a ellos podemos mantener la sonrisa y ver por
nuestros pueblos más gente alegre e ilusionada. ¡Gracias
proyecto YBT!.
Madrid, año 2120
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AGRADECIMIENTOS
Este cuento es un humilde tributo para todo el equipo de
Nivea y de la organización Young Business Talents que
desarrolla una encomiable labor para generar ilusión y acercar
a las jóvenes generaciones al mundo empresarial.
Este reconocimiento es extensible a todos los alumnos que se
entregan con pasión para desarrollarse como personas y
profesionales, con una competitividad sana y retante a la vez.
Dedicado también al profesorado que transmite a los alumnos
todo su entusiasmo. La ilusión que transpiran es contagiosa.
En especial quería agradecer a las personas que han aportado
su granito de arena en esta historia: los visionarios impulsores
de la iniciativa YBT; quienes me regalaron la oportunidad de
conectarme con el proyecto; aquellos que han inspirado este
cuento describiendo las cualidades que les despierta el YBT.
A todas las personas y empresas colaboradoras que hacen
posible la iniciativa YBT cada año: GRACIAS Y ENHORABUENA.
Abril de 2015. Sergio de Miguel Taroncher