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VOCERRANTE (18)
Desértica
Apertura (Sobre “White Man Sleeps II”, por Kronos Quartet):
(Andante tranquilo)
“Las palabras vagan, yerran, buscan. Van y vienen por ahí hasta que encuentran
un refugio. En las manos, en los ojos, en cualquier cosa que las rescate del
olvido.”
Raúl
Este es el décimo octavo programa de
VOCERRANTE.
Bienoídos y bienoídas.
Daniel
Un desierto sin soles.
De sombra a sombra.
Un desierto sin soles que recorra los días sin mañanas.
Un desierto colmado de huellas. Huellas sobre huellas en lugar de la arena.
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Un desierto cruzado de senderos. Atravesado de caminos y puentes y
refugios.
Un desierto que aparezca en el fondo de la taza, en medio del escritorio, en
un cajón del placard.
Ocurren los desiertos. No simplemente esperan o están allí.
Sino que ocurren.
Hay un desierto por cada voz perdida. Por cada mirada extraviada. Por
cada sílaba que no encuentra su garganta.
Y del desierto, como de cualquier “afuera”, no se puede salir.
Raúl
En los lugares de partida, puertos, aeropuertos, estaciones de ómnibus o
trenes, quienes se quedan mirando el punto en el que el transporte ya no se
puede seguir con la mirada, apuntan ya al desierto aún desocupado del regreso.
Desierto es todo cuanto
La mirada inunda.
Desierto es todo cuanto
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Inunda la mirada.
Rebalsar de la mirada sobre el trazado de las formas.
Daniel
Allí donde no alcance
Con ver para distinguir.
Allí donde todo se reúna y se disipe, en la franja del horizonte.
En el desierto hay memoria.
Una larga y continua memoria.
Una extensa e inenarrable memoria.
La memoria es el espejo de la sed.
En la lluvia hay recuerdos.
Persistentes y sostenidos recuerdos.
Plurales, generosos, repartidos recuerdos.
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Sólo se recuerda lo que antes tuvo forma de deseo.
Raúl
O un desierto sin sombras. Todo horizontal. Todo equidistante.
Luminaria cegadora. Persecuente. Agonística.
La de una atención desmesurada.
En el que cada paso que des choque con el anterior.
En una repetición continua de indolencias.
El desierto que no ocurre, sino que ha estado ahí, por siempre. Y amenaza
con seguir estándolo.
Un desierto de estadía permanente, en el que todo tránsito es una
permanencia. Una cómoda e inconsolable permanencia.
Daniel
Louroth era un traficante de desiertos.
Como si pudieran trasladarse los paisajes y no los objetos que colocamos
en ellos.
Como si pudieran trasladarse los silencios, las distancias y las soledades.
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Así, Louroth, cargaba con ellos.
De una a otra soledad. De uno a otro precipicio.
De una a otra saciedad de arena revertida.
Louroth entró en el Desierto de Sabra el decimocuarto día de su misión.
Sabra era el más exterior de los satélites de Majabri, planeta frío de la
constelación de Oc.
El Desierto no había estado allí desde siempre. Sino que se había abierto
durante la última expedición de Sperling.
Todo lo que pudo escucharse fue la grabación de su nave, tomando la voz
de Sperling gritándole a alguna sombra. Y luego un silencio abrupto y un corte de
transmisión a partir del cual ya no se recibieron más señales.
Sperling llevaba solo en ese pequeño planeta ya más de nueve años. Y
sólo le restaba un año más para regresar a su vida anterior.
Cuando Louroth ingresó en ese desierto, decenas, centenas, millares de
Sperling salieron a su encuentro.
Todas y ninguna eran todavía él. Todas y ninguna eran aún él.
Sperling lo aguardaba al final de toda esa caravana de simulacros, con una
sonrisa comprensiva y bondadosa. Le señaló una piedra a fin de que se sentara a
su lado y le pidió llevarse consigo ese desierto.
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Louroth tenía atravesado uno de los recuerdos de Sperling en la garganta.
Pero dándole la mano dio por despejada la salida y trasladó el desierto
hacia otra parte, otro momento u otra herida, a fin de que todas esas ilusiones no
pulularan en vano.
Raúl
“Usted está aquí” es la noción más cínica de nuestro estar en el mundo, de
nuestra labor en el mundo, de nuestro ser en el mundo.
“Usted está aquí” nos elimina de una profunda diversidad de lugares. De
una abierta inmensidad de lugares.
Allí donde dejamos un adiós, allí donde marcamos una huella, donde está
aún el beso que sentimos en la boca. O el calor de la mano que tomó la nuestra.
Casi nada de usted, o acaso muy poco, está allí donde su cuerpo se
proyecta.
Más valdría, o andaría más cercano a la realidad, una cartelería que sólo
acusara:
“Usted apenas está aquí”.
Dando cuenta de lo poco de usted que allí se encuentra, y de la
insignificancia de ese sólo estar.
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Daniel
El desierto es también el lugar en donde precisa, exacta, concretamente no
estás.
Donde es imposible estar sin estar perdido.
Y por ende, sin ubicación o permanencia.
Desierto es entonces, toda indeterminación.
Porque en toda indeterminación el lugar asume la posición del destino.
El estar se impone al ser, el ser al hacer y el hacer al deseo.
Raúl
El deseo, la dimensión del deseo, no es propia.
La dimensión del deseo no es exclusiva ni excluyente.
El deseo es colectivo.
Daniel
No había nada ni nadie en esa pequeña habitación. Era un desierto
estrecho y apagado. Sin salidas, respiradero ni ventana. Sin un punto en el que
fijar la vista, en sus junturas circulares, sin esquinas.
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El peor desierto es el que te incluye.
Aquel en el que definitivamente “estás ahí”.
Sin otro, ni siquiera un punto otro que oriente o brinde, ofrezca, instaure,
posibilite una mínima referencia.
Raúl
El camino de regreso del desierto comienza con la espera.
Daniel
Los sentidos se agudizan en una situación así, a pesar del aislamiento y del
hermetismo de la celda en que me encontraba, Louroth pudo detectar las patitas
de un insecto abriéndose camino en alguna parte.
Las patitas de ese insecto eran toda la medida de su tiempo. Escucharlas,
luego, seguirlas, más tarde esperarlas. Un paciente y pequeño entendimiento. Una
tenuísima precisión.
Un contacto.
Un contacto es un lugar.
Un lugar es un camino.
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Raúl
El camino de regreso del desierto comienza con la espera. Luego, algo se
detecta. Y acaece la esperanza. Hay algo tras ese desierto.
Daniel
Poco a poco, y tras mucho tiempo repasando y aprendiendo, memorizando
los sonidos del insecto, Louroth fue percibiendo ciertas lógicas irregularidades. Las
que pudo ir codificando a medida que se le aparecían más evidentes. A través de
esos sonidos podía darle dimensión a su silencio. Podía entender mejor su
espacio. Elaborar mucho más los puntos a derecha e izquierda de su cuerpo. Otro
cuerpo empezaba a vislumbrarse. Aunque no fuera racional o aunque su sentido
fuera aportado por quien le escuchaba desesperadamente.
Raúl
El camino de regreso del desierto comienza con la espera. Luego, algo se
detecta y acaece la esperanza. Luego algo se percibe y da cuenta de una
comunicación.
Alguien comienza a vislumbrarse detrás de ese desierto.
Daniel
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A través de esos sonidos, se le participa de un detallado plan de escape,
que comienza con una pequeña grieta en un pequeño borde, en una pequeña
fisura de humedad. Cualquier inflexión era una palabra, un término, una intención.
Entonces, más allá del sonido, aparecían las voces, y más acá de las voces, un
rostro que se figuraba heroico. Y que no era por supuesto propio. Sino otro, otro
otro, celebrante de su libertad.
Raúl
El camino de regreso del desierto comienza con la espera. Luego, algo se
detecta y acaece la esperanza. Luego algo se percibe y da cuenta de una
comunicación, que tiene un hacer, un rostro independiente y otro del que aguarda
su presencia.
Daniel
Finalmente, se abre una grieta por donde evidentemente el sonido del
insecto era el de una gotera persistente. El agua constante provocó la grieta
profunda y quienes se encontraban en el aire, en la tierra y en el agua, se
cruzaron, víctimas de sus respectivos desiertos, en la trama despierta, en la alegre
amalgama, en la más abierta de las junturas.
Raúl
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El camino de regreso del desierto comienza con la espera. Luego, algo se
detecta y acaece la esperanza. Luego algo se percibe y da cuenta de una
comunicación, que da lugar a un espacio más abierto, tan abierto, que pueda
abarcar el alma de un encuentro.
Primer Tema: Van den Bundenmayer…
Acabamos de escuchar, de Zbigniew Preisner, “
Daniel
Louroth fue destinado a un planeta distante.
Pero allí, nadie lo tenía previsto, registrado, anotado.
Nadie lo esperaba a él, sino a otro. Cualquier otro, que nunca arribó.
Aunque ni siquiera ese otro se mantenía constante.
En la entrevista con el embajador, se le confundió con Bernardez.
En la visita al Órgano Central, se le llamó “Jorge”.
En el Baile de los comandados, se le impuso el nombre de Guerrero.
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Louroth se sentía a veces obligado a asentir y asumir aquellas identidades,
un poco por respeto, otro poco por condescendencia, y algo más por cansancio.
Pero las confusiones lo perseguían. Y ya nadie le llamaba por su nombre, lo
reconocía por su oficio, o le recordaba cosas de su propia existencia.
De modo tal que buscó un modo de resolver ese desierto identitario al que
lo arrastraban.
Y se le ocurrió que debía buscar a cada uno de ellos con quienes lo
confundían.
Así, visitó a Bernardez, en las afueras de su ciudad, un señor al que había
visto todas las mañanas desprenderse del pasamanos colectivo para saludarlo, y
a quien él jamás le había devuelto el saludo.
Luego, conoció a Jorge, o mejor dicho lo descubrió, detrás de cada uno de
sus viajes de sonora.
Un compañero de asiento, con el que nunca había intercambiado una
palabra.
Y luego fue el turno de quien le preparaba los trajes, de quien le relataba el
periódico y que sólo conocía por su voz, en las mañanas.
Y luego y luego y luego… Todos anónimos conocidos, que a medida que él
iba descubriendo, desaparecían de su asimilación con él mismo.
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¿Y quién quedó? ¿Quién quedó después de todos los despojos, las
confusiones, los desarmados?
Sólo aquel a quien no podía visitar. Aquel que iba con él. Ése que ahora
tendría un solo nombre, pero una voz plural y comprensiva.
Raúl
¿Antes que el desierto existieron los espejismos?
¿Cómo es el grito en el desierto?
¿A qué distancia se escucha?
¿Se escucha exactamente igual desde cualquier distancia?
La voz en el desierto es ahuecada.
La voz en el desierto se repliega sobre sí. Es recipiente seco. Es solo
cáscara. Esa voz es sólo el eco de una voz.
Y sin embargo clama.
Daniel
El eco del desierto clama por las voces apagadas, extrañadas, desoídas.
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Donde se rasgue todas las cortinas de las miradas solitarias.
De donde surjan cantos de desarmada melodía.
De donde surtan versos de rima involuntaria.
El desierto es la arena.
En cada grano de arena está todo el desierto. Ya que la arena es incontable
y la unidad es múltiple.
Y en cada grano de arena tiembla la sombra de una huella.
Raúl
La arena como obsesión. Del infinito contable. Del infinito por acumulación.
Del infinito por desgaste.
La arena dentro de la lava. De la lava arenosa que no puede quemar.
Daniel
La arena como marca, destino, fuente y cercanía. Piedra deshecha u ola
demolida. La arena siempre es un despojo, un después, un olvido. La arena como
punto donde claman los restos de toda lumbre.
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La arena como resto de una voz o un pensamiento.
La arena como amalgama de la muerte. La arena que fundida sólo te
muestra a ti mismo. Incapaz de transparencia, sólo se hace espejo.
Soplar y hacer arena.
Acabar encerrado en el reflejo.
Raúl
El desierto por homogeneidad.
La nieve fría, helada. Constante. Blanca.
La noche agotada, silente. Caída. Oscura.
Lo que no mude, cambie, trueque…
Lo que quede igual, lo que quede inerme.
El desierto que también puede ser el agua. En que la sed no pueda
saciarse.
El desierto húmedo de una asfixia temblorosa, frondosa, zigzagueante.
El desierto del que sólo se puede salir haciendo que alguien comience a
dejar huellas. Huellas donde el fuego tome cuerpo y se alce con las velas del
navío.
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A condición de modelar con los pies una playa, en el lugar donde quedó la
vista.
Daniel
Todo lo que te rodea es nada más que aire. Aire que queda allí. Sin entrar y
salir de tus pulmones. Aire de encierro en plena calle.
Allí donde la espera se ha roto, cae desplomado el horizonte vertical.
Segundo Tema:
Acabamos de escuchar:
Daniel
Louroth regresó de todos los desiertos.
A fuerza de tener a alguien con quien encontrarse,
Afuera o adentro de ellos.
Louroth traficaba desiertos.
Como ocasiones de volver a hallarse.
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Como modo de acortar las distancias entre quienes somos y quienes
devenimos.
Como modo de acudir a nuestro propio encuentro a través de todas las
indeterminaciones.
Y también como un juego. Un juego en el que, como se hace en la tradición
del “go”, piedra por piedra en el tablero de 19 por 19 casillas, durante más de tres
mil años, se restrinja la recurrencia, la repetición o el infinito.
A fin de reducir o limitar el infinito, en cuya horrible extensión quizás no
podamos hallarnos nunca.
Raúl
El desierto es el aire.
La huella del ave en el cielo
es el viento en tu cara
Daniel
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El aire que remueve las arenas, después de una tormenta descargada,
dejando ver el rostro de un antiguo y terrible faraón, no toma en cuenta que toda
esa arena no fue depositada por el curso de los siglos, por otros vientos, otras
tormentas, otros depósitos o sedimentos; sino que fue traída por todos los
esclavos de ese faraón, a fin de que el olvido lo salvara del ultraje.
El héroe lucha contra las arenas.
Como si quisiera retardar el tiempo.
Raúl
Hay un sinnúmero de gotas de lluvia que no llegan a la tierra, sino que
antes se desvanecen. ¿En qué cuenca del aire se mecen todavía?.
Daniel
No olvidemos cerrar todas las ventanas antes de que el soplo de una
estrella, como chispa en el aire, te incinere.
Raúl
Aire, sí, por todas partes. Aire alrededor, adentro, afuera y debajo.
Aire ubicuo, aire desarmado.
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Siembra de palabras sueltas.
Daniel
Una flecha sin disparo, perdida en el horizonte, no descansará hasta
encontrar el brazo que la pulse, el lazo que la tense, la cuerda que la arroje.
Raúl
El aire no crece. Se mueve a tu alrededor. Va agrupando sones, hojas,
gritos, nervios y miradas.
Daniel
Sí, el aire te copiaba.
Como si fuera posible pensar un capullo de tí
allí donde recién acababas de irte.
Raúl
Cuando el aire pese más que el suelo,
será hora de emprender la vuelta.
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Daniel
Qué atraviesan los ojos, los oídos, las manos y el aroma?
El aire que modelamos con nuestros gestos, nuestras acciones,
finalmente es todo lo que nos habita.
Raúl
El aire.
Eso que está entre los rostros, las palabras, los signos y miradas.
No nosotros, sino lo que está entre nosotros.
Lo real como inasible.
Raúl
Lejos, muy lejos. Donde las palabras ya no dicen nada. Donde ya sólo son
sencillamente ruido.
Lejos, muy lejos. Nos rodea un desierto de palabras permanentemente
erosionadas por el desprecio, la ironía, la censura o la publicidad.
Por eso Vocerrante.
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Porque la palabra sólo encuentra su significado cuando navega es su
propio navío.
La palabra en la voz.
Y la voz en la garganta.
Y la garganta en las cuerdas.
Sopladas por todos los pulmones.
Dirigidas por el deseo.
Daniel
Nada por aquí,
Nada por allá…
Y entonces, la magia.
Cierre
(Sobre “L´inverno” Segundo Movimiento – Antonio Vivaldi, por Il Giardino
Armonico):
(Lento - Grave)