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2 Los Andamios de la Ira
EDICIONES LA CPULA
Publicado por EDICIONES LA CPULACasilla 52839, Correo Central, SantiagoCorreo electrnico: [email protected] web: http://lugar.de/copula
1 edicin, julio del 2000
Fotografa de portada: EDICIONES LA CPULA
Diseo y diagramacin: EDICIONES LA CPULA
Impreso en Chile por LOM, FONO 6885921, SANTIAGO
Permitida la reproduccin total o parcial de esta obra, sin permiso previo de los editorescitando la fuente.
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SERIE CUERO DURO
La necesidad de querer respuestas no se encarga sino que
se asume y se le saca punta para que los otros respondan. De
ah que tomemos la palabra y los sentidos para aportar a un
debate a cerca de los encapuchados, la capucha, la violencia
poltica y las subjetividades sociales. Con la pretensin en
alto y las inhibiciones guardadas en el bal de la distancia
asumimos la tarea de desterrar la ignorancia e irrumpi r den-tro de los discursos totalizantes para dar la pelea en el nicho
frtil del sistema: el sentido comn. Sin pedir permiso hace-
mos suya y nuestra la libertad de expresin, de debatir, de
provocar, de proponer y copular conocimiento.
Las ocho dagas que tambalean en los andamios de la ira
son las miradas oblicuas de distintos s ujetos sociales, sus ar-
gumentos hablan por ellos, el debate es de todos. De noso-
tros (el Colectivo Literario La Cpula) son los textos La es-
ttica d e la capuch a, Las caras y las m scaras y Siete co -
municados. El del acadmico Carlos Prez (Apunte s sobre
ultra izquierdistas) fue recuperado de una muralla de la
( o para que despus no digan que estamos fuera del estado de derecho)
TRANSPARENTEMENTE FORMAL
Universidad ARCIS tras los incidentes de agosto pasado, en
que result herido un carabinero luego de ser alcanzado por
una bomba molotov. El artculo de Fernando Villegas ( A qu
obedece el surgimiento de grupos universitarios revolucio-
narios), fue tomado de una columna de opinin del diario
La Tercera. Corran los autoso el encapuchamiento de la
memoriaes una ponencia de la acadmica, Olga Grau, pre-sentada en un congreso realizado en l a Universidad de Chile.
Mientras que los textos La capucha no oculta, al contrario,
muestra de Alejandro Cid y Rompiendo el cerco de Nico-
ls Castro llegaron por correo.
Y no es que uno se ponga el parche antes de la herida, pero
es que en este pas la lengua y la pl uma son los regalones de
la justicia y los carios censores que amasan el cuerpo des-
pus de tanta querella y leyes dictatoriales. As que por eso
siempre es bueno dejar las cosas en claro, para que quienes
se quieran querellar y censuren el libro piensen bien la figura
legal que aplicarn para solventar sus acciones.
L
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INDICE
NON FACIE 7
La esttica de la capucha 11
Rodrigo Soto
Las caras y las mscaras 17
Ernesto Guajardo
Corran los autos o el encapuchamiento de la memoria 31
Olga Grau
A qu obedece el surgimiento de grupos universitarios revolucionarios? 39Fernando Villegas
Apuntes sobre ultra izquierdistas 41
Carlos Prez
Rompiendo el cerco 53
Nicols Castro
La capucha no oculta, al contrario, muestra 61
Alejandro Cid
Siete Comunicados 69
Mabel Vargas y Gonzalo Rojas
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La capucha es como la versin de un felino que nos mira en la calle. Sus ojos entierran agujas
en la esquina del otoo donde interpretamos el secreto del abismo. Es como el pjaro Chucao y
su canto libre en el bosque. Siempre arriba de un rbol, atrs de un tronco; la barricada
sencilla del bosque hmedo envuelto por la niebla y las enredaderas. La capucha es como el
Chucao que grita. Canta Chucao!, no lo vemos, en el silencio inmenso del bosque hace estallar
su voz. Chucao es un pjaro annimo. La capucha es como el pjaro Chucao de la Selva Negra,
donde encontramos al fuego interpretando el silencio del sur de Amrica.
(Leub)
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NON FACIE
los pobres, me olvidaba del rostro de los pobres. cunta hazaa hay tras
la mscara? (en este caso
pasamontaas, adentromontaas, sueamontaas).
a y del hombre que intente ver el rostro de dios, y ay del rico que intente ver
el rostro sucio de dios, en ellos, en nosotros, en la moneda al aire que a
veces es t y a veces es yo.
bien, como dicen las escrituras: No puedes ver
mi rostro, porque ningn hombre puede verme y sin embargo vivir, ya
que su rostro es la ms pura verdad, y la verdad mata a quien no entiende,
como matan los rayos al astronauta ingenuo que intenta el velo
develar.
polticamente hablando, la raz de la verdad araa los pies de este suelo
seco, golpea sin miramientos los pulcros bordes de esta bveda incipiente,
y fluye como un manantial desesperado, y galopa destrozando los espejos
de los cinco continentes. adelante carabelas de la sangre!, adelante piesmonumentales como un pulpo desobediente!, es todo de uno y todos en uno
navegando por los mares como un gran pjaro vidente.
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y al igual como los hombres no pueden ver el rostro de dios, los ricos no
pueden ver el rostro de los pobres sin riesgo de muerte. qu hay tras la
daga luminosa?, qu hay tras el faro violento que el cielo gime?, qu
hay tras el follaje de esos locos espejos?, qu hay tras sueos ocultos
como a r d i d e s ? ay del insensato que intente levantar el velo de dios,no hay a n hombre alguno que pueda comprender el vendaval de la verdad.
ay del rico que intente ver el rostro pobre de dios, no hay an
msero alguno que logre ver en estas aguas
el gran espejo en llamas
devorando las mansiones de la ciudad.
ya que no hay que olvidar: antes que un rico llegue al reino de los cielos,
habr de pasar un camello por el ojo violento del pual.
as sea dicho. as sea escrito.
los ojos de los pobres acechan tras las delgadas ventanas,
y es sagrado el sudor que cae, como sagrado es el pasamontaas,
adentramontaas, sueamontaas, smbolo de la sagrada e inviolable
libertad en igualdad.
as sea dicho. as sea escrito. as sea hecho.hasta que caigan todas las mscaras
y la verdad no sea ms que una mesa
o una silla para reposar.
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LA ESTTICADE LA CAPUCHA **(o el reencuentro de la subjetividad poltica)
R o d r i g o S o t o *
IInterrumpiendo la esttica del consenso y lareconciliacin por decreto, aparecen cada ciertotiempo para recordarnos, a travs de su accin fu-gaz y violenta, que existe un cuerpo abstracto que
no est dispuesto a sumarse a la normativa global
vigente. La polera sudorosa que cubre el rostro del
estudiante, el poblador, el mapuche, el trabajador,
se ha transformado en un smbolo meditico que
fractura aunque sea por un instante los pliegues
de nuestra transicin democrtica. Resulta curio-
so, pero ms all de la barricada en la calle, la mo-
lotov y el enfrentamiento con la polica, lo que in-
quieta a la mayora del espectro poltico y social
del pas, es la esttica de la capucha.
Ese acto transgresor, contradictorio y ri-tual, de ocultar la identificacin para resguardar
la identidad, da para muchas lecturas y anlisis.Sin embargo, una vez ms, los medios de comu-nicacin, los partidos polticos, el gobierno y loscentros de estudio han optado por abordar este
fenmeno social desde una mirada reduccionis-ta, parcial y cargada de juicios valricos. Hablarde los encapuchados como violentistas, lum-
pen, antisistmicos, anarquistas no resuelve,ni explica nada. Detrs de ese juicio oficial cate-grico, que no intenta problematizar al encapu-chado y la capucha, se esconde el miedo a mi-
rarse en un espejo y reconocer que el maquilla-je aplicado desde el noventa no es tan homog-
neo y cautivador como se pensaba.Pero para eso an falta mucho. Las ganas de generar un debate
social, con respecto a la violencia que manifiestan los encapuchados, se
diluye cuando las miradas son ms agudas y se encuentran con que no
* Periodista. Colaborador de Punto Final.
** Este artculo fue publicado en Punto Final, 34(456):16-17, en su edicin del
15 al 28 de octubre de 1999, con el ttulo Los ojos detrs de la capucha.
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slo los estudiantes se encapuchan, sino que
tambin los pobladores, empleados, mapu-
ches, portuarios y quizs quin ms en el futu-
ro. Entonces, despus de obser var la imagen de
un padre de familia con su rostro cubierto y
peleando en las calles del puerto para que no
privaticen su actividad laboral; o ver a un gru-po de mapuches encapuchados, en una colina
de la IX regin, decididos a recuperar sus tie-
rras, uno se pregunta por qu la capucha, para
qu incorporar en el acto reivindicativo un ele-
mento tan controversial?, ser slo por seguri-
dad o es un acto simblico, que engloba distintas subjetividades que an no
tienen un contenido definido?
La capucha:
una propuesta poltica esttica?No es lo mismo hablar de la capucha y los encapuchados, es nece-
sario afinar un poco ms la mirada, despercudirse un poco del juicio va-
lrico a priori, congelar el sentido comn aunque sea por un instante, en
fin, es necesario querer un debate, enfrentar el significante y el significa-
do, desterrar el prejuicio, los estereotipos y perder el miedo a teorizar
sobre el presente. La capucha no mueve a los encapuchados. Slo es una
mscara, un elemento tcnico que representa, que los hace visibles
cuando quieren, que es capaz de dinamizar y alinear a sujetos frente a
una fecha ritual o un hecho coyuntural. Sin embargo, y aqu se esconde
lo interesante, la polera cubriendo el rostro ha gatillado que su uso seextienda, vaya ms all del enfrentamiento callejero, protagonizado por
su actor principal de los ltimos aos: los estudiantes, para hacerse car-
ne y protagonista en otros actores sociales del pas.
Estamos hablando de un smbolo poltico, de una propuesta estti-
ca que representa un cmulo de imgenes tan contradictorias como su
historia; hablar de la capucha es recordar al Ku Klux
Klan, alzar un poco la mirada y encontrarse con los
paramilitares de Colombia y Mxico, bajarla y recor-
dar a los tribunales sin rostro en el Per de Fujimori,
pero tambin es recrear un mtico Marcos en la selva
Lacandona, ver en la televisin por cable como en
Bolivia, Ecuador, Venezuela y El Salvador estudiantesencapuchados defienden la universidad frente a la
privatizacin global de comienzos de siglo.
La capucha es una imagen, una propuesta que
subvierte, o como dice la editorial de la revista litera-
ria La Cpula (...) La capucha no es bu ena ni es mala, o
al menos no se alimenta de juicios de valor. La mscara se alimenta de us-
ted mismo, no requiere de justificaciones tal como usted no las necesi ta para
vivir, usted ES. A lo ms, la capucha requerir de una mirada ms aguda que
vaya, esta vez s, directamente a los ojos, pues bien, dialoguemos con esos
ojos que brillan en nuestro pas tras una capucha.
El ejercicio del anonimato tras una capucha se puede englobar endos dimensiones: una tcnica y otra esttica, ambas son complementa-
rias, no excluyentes. En una predomina ms la seguridad, en la otra lo
esttico, como excusa para la posible propuesta. Javier, profesional jo-
ven, treinta aos, se hace cargo de su capucha
yo creo que l os que venimos d e los ochenta que
nos encapuchamos, lo hacemos por una necesi-
dad tcnica, en los ochenta jams se pens esto
como discurso esttico o comunicacional, creo
que en los cabros de los noventa esto cambia,
tambin se encapuchan por seguridad, pero le
agregan un simbolismo, en ellos hay una volun-
tad de decir, en un gesto, cul es su posicin con
respecto al sistema poltico en que estn. Por su
parte Marcela, 22 aos, pobladora de la zona
sur, agrega que la capucha es algo simblico,
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que connota una historia en diferentes
momentos, que quiere decir algo ms.
Cuando, a travs del tiempo, me comien-
zo a identificar con esa accin, me tapo.
Pero, paradjicamente, la accin
de encapucharse envuelve una provo-
cacin no slo al sistema, sino quetambin a los propios encapuchados.
Porque no son pocos los que se cues-
tionan qu hacer con la capucha, hacia dnde llevar toda esta expresin
de descontento, cmo dotarla de un valor agregado. Para Mabel Vargas,
presidenta del centro de alumnos de la Facultad de Filosofa y Literatura
de la Universidad de Chile, la capucha representa todo un problema y un
desafo: el problema es que algunos grupos de encapuchados se han que-
dado con una mscara absolutamente vaca de contenido poltico. Yo no
veo el problema en la mscara o en la barricada, veo el problema en que se
ha convertido en un mueco que a veces en su interior no tiene prctica-
mente nada, no lleva explicacin, no lleva propuesta. Hay que potenciar a lacapucha de un contenido poltico, de un discurso que pueda llegar al objeti-
vo de crear conciencia y llamar la atencin sobre la gente . Javier tambin
se hace cargo de la autocrtica, pero hace hincapi en un punto: El conte-
nido poltico est en todos los encapuchados, no entiendo lo poltico como
una accin necesariamente desarrollada a partir de la consciencia, yo creo
que lo poltico puede expresarse a travs de lo inconsciente.
La imagen que proyectan los en-
capuchados, y que es recibida por la
sociedad, es variada, construida en
gran medida por los mass media. Todo
depender del contexto de la accin,
las consecuencias de la misma, y la ma-
sividad que pueda tener la irrupcin.
Basta recordar el primer semestre de
1999, cuando el movimiento estudian-
til paraliz las universidades. Hubo
un momento en que en todas las uni-
versidades del pas surgen encapu-
chados. En la opinin pblica hay una
condena al acto en s (encapucharse)
pero simpatizan y adhieren a la causa
del estudiantado, comenta Mabel. Lomismo ocurre para el once de sep-
tiembre en las poblaciones, pero hay
diferencias que llevan a aceptar o no
la capucha, el 29 de marzo, (da del joven combatiente), cuando salimos en
la poblacin todos los viejos nos cerraron las puertas, tuvimos que correr
cuadras y cuadras para salvarnos. Sin embargo, para el once de septiembre
fueron muchos los que nos abrieron las puertas de sus casas, esto es as por-
que hay algunas acciones que ellos validan y otras que no los representan,
depende de la experiencia histrica de cada sujeto y de su representacin
simblica, explica Javier. Con rabia e increpando este t ipo de actitudes
del imaginario de la izquierda tradicional, Francisco, un joven pobladorde la zona sur, arremete: Ellos (las generaciones anteriores) se olvidan de
que nosotros tambin somos el pueblo, que hay un sector de la juventud
que se la juega ms que por la nostalgia, por nuevas necesidades que sur-
gen.
Nadie debiera ser neutral frente a la capucha y los encapuchados,
con esa postura no se hace otra cosa
que evadir el debate, quizs haya
que partir por casa, o por Facultad,
como a la que pertenece Mabel, en
donde la discusin se mueve entre la
aprobacin incondicional y la descali-
ficacin, no hay un trabajo serio de re-
flexin en este sentido. Pareciera que
en las ltimas semanas el tema co-
mienza a moverse un poco ms y po-
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dra generarse un debate interesante sobre
este tipo de prcticas.
Un croquis en construccin
La capucha y sus protagonistas han
llegado a transformar su accionar en unrito predecible, en lugares predecibles, enfechas predecibles, y frente a eso el Go-bierno, los medios de comunicacin y lapolica son capaces de elaborar en torno aellos discursos totalizantes que dan cuen-ta de su accionar, creando para ello perfi-
les de delincuentes y jvenes antisistmi-cos, incapaces de e laborar propuestas alargo plazo. Sin embargo, y pese a sus es-fuerzos, an son discursos vagos, efme-
ros, construidos para bajarle el perfil alasunto, evadir el conflicto una vez ms.Como lo demuestran las opiniones de Fernando Villegas, en su columnadel diario La Tercera al analizar a los encapuchados. Pululan bajo el ale-ro de todas las formas concebibles o imaginables del progresismo sexual,
ambiental, poltico y econmico; se codean unos a otros en la promiscuidadde muchas variedades de sectas con nombres de fantasa que a veces re-cuerdan a los grupos Heavy Metal. Y su diagnstico contina: En algunasde esas sedes de estudios la mezcla es delirante: conviven en srdido revol-tijo democratacristianos de izquierda con las yeguas locas del Apocalipsis,histricas con peinado pre-mojado de manifestacin callejera con profeso-
res deseosos de cobrarle al mundo facturas personales a travs de sus alum-nos, comunistas con socialistas, rodriguistas con estalinistas y junto a todosellos, para los grandes das de protesta, lumpen autntico importado de las
poblaciones . Pero Villegas va ms all y seala: Si acaso Carabineros lesrompe una ua, se prefigura instantneamente un caso de violencia excesi-
va; si los detienen, llueven los paros solidarios y las huelgas de hambre; si
los juzgan, se trata de mrtires inocentes. No
tener otra vez 18 aos para sumarse a la di-
versin...1
Quizs para Villegas sea divertido te-
ner que encapucharse para defender el
derecho a educarse, mientras paralela-
mente se trabaja repartiendo balones degas, como lo haca el estudiante Daniel
Menco, asesinado por carabineros el ao
pasado, en Arica. O tal vez sea parte de la
diversin, y de la accin profesional de ca-
rabineros, disparar por la espalda a la estu-
diante Claudia Lpez, durante las protes-
tas del once de septiembre de 1998, en la
poblacin La Pincoya.
Se los acusa de violentistas, rupturis-
tas, infiltrados, que aman la violencia y que
pertenecen a la ultra izquierda, que seagrupan en torno a pequeos colectivos universitarios. Se dice que son
marginales, carentes de una ideologa, que privilegian la accin directa,
que son anarquistas y que abrazan todas las causas reivindicativas que
puedan aparecer. En fin, se los llama protoanarquistas, trmino acua-
do por el analista Guillermo Holzmann, del Instituto de Ciencias Polti-
cas, de la Universidad de Chile, y que ha encontrado gran difusin en las
pginas de El Mercurio y La Tercera, desde el ao 1997. Pero eso no expli-
ca por s slo el fenmeno. Cmo comprender que sujetos tan diversos
se junten para irrumpir violentamente en cada jornada de protesta. Frus-tracin, accin poltica reivindicativa; cansancio de ser excluidos; rabia
1 VILLEGAS, Fernando. A qu obedece el surgimiento de grupos universita-
rios revolucionarios?, La Tercera, 12 de septiembre de 1999.
Este artculo se reproduce, ntegramente, en las pginas 39-41 del presente
libro.
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contra todos los mbitos del sistema: s, todo eso, pero falta algo msimportante, y no es otra cosa que la de haber nacido y crecido en una
sociedad violenta, administradora de una violencia que trasciende losmrgenes polticos. Las secuelas de nuestro pasado son las venas abier-tas de Chile que se mezclan con la capucha, los encapuchados, junto a
todos los otros que hacen vista gorda y se pierden en la cotidianidad.
Resulta peligroso desplegar slo el uso de la violencia, como conti-nuidad necesaria para superar el proceso traumtico de la dictadura. Elquedarse en esta lgica implica riesgos, agota a sus protagonistas, moti-va irresponsabilidades y al final termina por no construir nada, para Ja-vier la violencia es un mtodo, es un entrar y salir, pero
en absoluto es un fin, siento que muchos jvenes lo to-man como un fin. Pero, cmo marcar la pauta, hacer-se responsables, si no hay una direccin que conduz-
ca las explosiones de descontento. Segn Javier, laresponsabilidad vendr en un tiempo cercano y sehace necesaria para generar un proceso de construc-
cin. A medida que d otemos a la capucha de conteni-do, los grados de irresponsabilidad sern menores por-que el que est encapuchndose por jugar, va tenerque terminar de hacerlo o aceptar las consecuencias
polticas de l o que est haci endo, afirma.La conduccin de los encapuchados est dada
por las sensibilidades que, en el terreno de las subje-
tividades, encuentran su punto de encuentro, ah ra-dica su fuerza movilizadora. El problema para quienquiera destruir o capital izar estas acciones, es que nohay un cuerpo concreto al cual golpear, no hay subs-
tancia, lo que existen son pequeas organizacionesque, por el momento, no logran agrupar en un solo
gran referente todas estas sensibilidades.
Mientras no se realicen cambios estructurales
en el conjunto del sistema, los encapuchados segui-
rn apareciendo. Al respecto, algunos de nuestros
entrevistados fi jan sus posiciones. Para Francisco mientras haya pobreza,
haya injusticia, el proceso nunca se va a cortar, la nica forma que tienen
para cortar esto es a travs de la represin, y en ese contex to yo seguir en-
capuchndome. Mabel problematiza la imagen de su Facultad asociada
a los encapuchados. Si lo nico que se ve en la Facultad de Filosofa y Hu-
manidades son encapuchados, es porque tambin han sido los nicos que
hacen crticas, que a lo mejor aportan o no, pero son ellos los que se hanplanteado el t ema de la memo ria, el dolor, la rabia, la injusticia y dec iden
actuar por ello, seala. Por su parte, Javier visualiza una capucha con con-
tenido propositivo:atrs va quedar lo reactivo, hay que evadir el rito, de-
bemos empearnos en dotar a estas for-
mas de lucha de un discurso, de un conte-
nido.
La capucha, smbolo poltico dis-
perso que provoca, que rompe la crista-
lizacin del consenso de una dcada,
que se muestra precar ia, reactiva, violen-
ta, pero a la vez tan cercana, tan vlida yatractiva. Los encapuchados son el cro-
quis tenue de una cartografa nacional
marcada por los trazos verticales, son
ellos, ellas y otros, que se encuentran
tras la danza frentica de la salida a la
calle, el enfrentamiento, el repliegue y la
construccin en el anonimato.
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LAS CARAS
Y LAS MSCARAS
E r n e s t o G u a j a r d o *
SSiempre tuve problemas con el pauelo. Problema estructural: unanariz aguilea, que cae buscando el abismo, sola llevarse el trozo de g-nero en su cada. De ah la constante necesidad de anudar, una y otra vez,sus extremos tras mi nuca.
Una vez exager el nudo: al momento de volver a casa no podadeshacerlo. Baj el pauelo de mi rostro, y qued instalado en mi cuello,con una reminiscencia de vaquero. Vino en mi ayuda la Chica. Traa entresus manos una tijera, obtenida quizs dnde, y una sonrisa. Luego, el
helado metal rozando mi piel, y un breve clicde hojas metlicas cerrn-dose y cortando.
No lo bot, lo guard en el bolsillo contraviniendo las normas.Me propuse acoger esa ancdota en mi bal de memorias.
Ahora lo tengo ante mis ojos, y escribo. Recuerdo:
todos esos gestos ya no estarn.
quizs retornen en algn instante,
extenso o intenso como los que vivimos,
pero ya nunca sern los mismos,
ya nunca podrn ser lo que eran.
todos esos gestos:
Luchamos ahora contra una direccin.Pero esta dir eccin morir, eliminada porotras direccionesy entonces nadie entender nuestr osargumentos en su contra; no comprenderpor qu hubo que decir todo eso.
(Ludwig Wittgenstein)
La humanidad no fue traicionada por lasempresas intempestivas de los revolucionarios
sino por la sabidura contemporizadorade los realistas.
(Horkheimer)
Yo s que me estn cagando,hace mucho tiempo que lo s.
Lo que yo quiero saber,es cmo salgo de esta mierda.
(Francisco Ramos)
* Poeta. Ha publicado Por la patria (autoedicin, 1989; Ediciones La Cpula,1997); Nosotros, los sobrevivientes, (Editorial Mosquito, 1994); Las Memorias(Red Internacional del Libro, 1996).
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tus ojos mis ojos solamente
nicos destellos en nuestros rostros cubiertos.
mi mano derecha en alto el dedo ndice
acariciando el guardamonte,
mis labios movindose tras ese tejido de lana.
todos esos gestos esos detallesesos fugaces momentos en que nos observbamos
y todo parec a posible...
Me canso de recordar. Sirve, pero no basta.Era la dcada de los ochenta, y los encapuchados no suscitaban
tanta emocin comunicacional como, particularmente, ocurri a media-dos del ao pasado.
Extenso sera enumerar todos los lugares comunes al respecto. Quelos encapuchados son infiltrados o provocadores; que no lo son, perosus formas y mtodos invalidan sus opiniones; que no tienen opiniones,y por eso hacen lo que hacen. En fin.
Son los noventa, y si es cierto que nadie se relaciona de la mismamanera en contextos idnticos, menos podra intentar explicar el hoyni-camente con el ayer. Todos esos gestos ya no estarn/ quizs retornen enalgn instante,/ pero ya nunca sern los mismos . Acaso no era McLuhanel que deca que acostumbramos entraren el futuro, mirando en el espejo retrovi-sor el pasado? Los riesgos de accidenteson evidentes.
Otro tiempo, otros textos. No nece-
sariamente otra direccionalidad del dis-curso; la flecha perdura hacia el norte.Partamos por la calle. Es decir, por
manifestantes en la calle. Precisemos. Ma-nifestantes encapuchados en la calle.Qu son?
Entrando en materia
Si era cierta la consigna de los manifestantes estadounidenses quese oponan a la participacin de su pas en Vietnam, a finales de los aossesenta, existe un desplazamiento que va del disentimiento a la resisten-cia.
Yo disiento. Peleo con el ministro que aparece en la pantalla de mitelevisor. Critico la poltica econmica en la intimidad de mi cocina.
Yo resisto. Me convoco a integrar una marcha, autorizada o no. Es-cojo en ella la forma de manifestarme que me parece ms correcta.
Del disentimiento a la resistencia. Es decir, del espacio de lo priva-do a lo pblico; de la opinin a la accin material. (No me agotar endeslindar las sutilezas que ligan lo pblico con lo privado o en explicarque la opinin puede ser una de las formas de la accin, ni tampoco refe-rirme a las variadas formas que puede asumir la resistencia o el disenti-miento).
En fin.
Las dos palabrejas sealan un trnsito, un desplazamiento. No sonexcluyentes, por el contrario, se complementan y extienden mutuamen-te.
Cundo surge la resistencia?Supone la reaccin frente a algo, o un movimiento en favor de algo.
En cualquiera de los dos casos, estamos ante las consecuencias de unconflicto.
Habra que indagar, entonces, sobre las condiciones generales desurgimiento ypresentacin de un conflicto social. Busco apoyo en RamnReyes (que, si supiera algo de l, se los contara).
Para Reyes, una situacin se define como conflictiva cuando las
condiciones originarias de relacin cambian, las condiciones de fijacinde esa relacin, asimismo, varan, o el beneficio gratificante deja de tenerel inters, intensidad, amplitud u oportunidad que inicialmente poseye-ra.
Surgen dos visiones de textos: la propuesta programtica de los
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el coro monocorde de la mayora de los medios de comunicacin. En-tonces, cules seran esas formas aceptables o tradicionales de expre-saruna disidencia, esto es, hacerla resistencia? Uno puede suponer quela solicitud de una entrevista, una conferencia de prensa, una sentadaen la va pblica o desnudarse en pleno Paseo Ahumada, (todo ello arostro descubierto, obvio), podran ser formas ms soportables para la
buena imagen de una democracia que todava no se realiza en su defi-nicin mnima; para una transicin que se eterniza en el transcurso deltiempo, y que me hace recordar los carteles en los negocios del barrio:Hoy no se fa, maana s.2
1 REYES, Ramn. Sobre la inmediatez: (seudo) sociologa de l a vida cotidiana,incluido en Conocimiento y comunicacin; R. Reyes, O. Ura, J. Vericat; editor es,(Barcelona, Montesinos, 1989), pg. 220. (Sociedad y conocimiento, 1). [Lascursivas son del autor].
2 Sin embargo, las formas de expresin que se citan en este prrafo se aproxi-man ms a la disidencia que a la resistencia. Aceptar la disidencia no repre-senta ningn problema para el Poder; en una democracia se disiente, seala,no se resiste. Al respecto, y considerando la abundancia de mesas de dilogo,que ha implementado el gobierno de Lagos, me parece interesante citar lasiguiente reflexin de Franz J. Hinkelammert:
Aparece otro utopismo (...) se trata del utopismo de la democracia dialo-gante, en la cual todos dialogan entre s y pueden hacerlo, porque sus inte-reses ya no chocan. El mercado los ha armonizado y, por tanto, el libre dilo-go entre los hombres es posible al fin. Ser democrtico es discutir sin queflorezcan conflic tos de intereses. Ya no hace falta chocar, todos se entienden.Y se pueden entender, porque los conflictos de intereses estn resueltos. Enesta democracia dialogan almas puras, ngeles sin cuerpo, sin chocar jams.Este utopismo de la democracia dialogante permite ahora determinar almalo. Es aquel que rompe el consenso producido por la armona de los mer-cados y transforma el dilogo entre almas en una confrontacin de intere-ses conflictivos. Pero esta democracia sostiene que no hay intereses conflic-tivos; la magia del mercado los armoniz. Si a pesar de eso se presentan con-
flictos, hay maldad, conjura en contra de la libertad, mala voluntad, ansia irra-cional de poder. Por tanto, sus promotores son demonizados. Ocurre algoque para estos idelogos de la armona es completamente inexplicable. Sureaccin ser defender la democracia.Hinkelam mert, Franz J. Democracia y nueva der echa en Amri ca Latina,Nueva Sociedad, (98):105, noviembre-diciembre de 1988.
dos gobiernos de la Concerta-cin de Partidos por la Demo-cracia y los bandos de la dicta-dura militar. A cul de los dosdiscursos, ofrecidos al pas, lecolgaremos el ropaje de un
acuerdo social propuesto y nocumplido?El conflicto [prosigue
Reyes] puede ser provocadounilateralmente, cuando unade las partes, por ejemplo, en-tiende que esas condiciones[de relacin] no se cumplen oese beneficio no se da. La otra
parte, a su vez, podra acusar dicha provocacin, como desarraigo delinterlocutor en crisis.
Interlocutores desarraigados: todos aquellos manifestantes que,utilizando determinadas formas de lucha, terminan con un estigma so-bre sus cuerpos: desadaptados, delincuentes, irracionales, etctera do-ble.
Cuando el equilibrio no puede mantenerse por ms tiempo, la to-lerancia se convierte en denuncia militante y se busca con urgencia unnuevo orden de relacin y disfrute en condiciones diferentes y, si es pre-ciso, tambin con otros agentes, propone Reyes. 1
Piedras, bombas incendiarias, rostros cubiertos, no son las formasde manifestarse, se seala desde las oficinas del Poder. No lo son, reitera
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El maana, sin embargo, no necesariamente puede significar lomismo para todos. Para unos el maana puede ser la prolongacin deuna espera que, de tanto extenderse, se torna en natural. Para otros, elmaana es tarde, porque su ltima carta se la estn jugando en el hoy.
Y si se acaba la paciencia?, entonces, qu?Un piedrazo es un ejercicio de violencia, dice el Poder. Por supuesto
que lo es! Pero un ejercicio ilegal e irracional, precisa el mismo rostro.Vamos por partes.
Su violencia y otra ms
Podra continuar con las repetidsimas frases que preguntan si aca-so un orden econmico como el actual no es, tambin, violento; as comola censura cinematogrfica, o tantas otras violencias que se podran in-ventariar en la actualidad de esta geografa. Estamos hablando de unaviolencia que no se ejerce, necesaria y frecuente-mente, con disparos o electricidad, pero que existe,y quienes la sufren o resisten lo saben mejor quenadie. Pero esa violencia (estructural, aunque se acu-se de trasnochado el concepto) no es el gran pro-blema nacional. Ese lo constituye esta otra violen-cia, la que se ejerce desde abajo o desde fuera de losespacios del poder instituido.Yo prefiero el caos, por-que es violento tu orden, cantan/vociferan Los Mise-rables. Antes que ellos, pero muy cercano, el poetaMauricio Redols haba lanzado su Yo prefiero elcaos, a esta realidad tan charcha.3
Tratar de evitar la mala leche y los lugares comunes; las frases, detanto reiterarlas, van gastando su significado.
La condicin de legal/ilegal la define la autoridad y la consolida enel sentido comn. Violencias buenas versus malas violencias. Precisemos.
Lo punible, lo ilegal, nos dice el tal Reyes es cualquier desviacincon respecto a un determinado equilibrio o a una determinada organi-
zacin del sistema de relaciones e intercambio.Esa distribucin de funciones dentro del sistema puede convertir
lo punible en loable/premiable y viceversa, segn se tenga encomenda-do o no el ejercicio de una puntual o sectorial represin (...).
Ahora bien, ya que las leyes necesitan de infractores potenciales,reconocibles, en consecuencia, por sus culpas aunque la inculpacinsea competencia de una alteridad cualificada, los controladores del sis-tema han de mantener la amenaza de su aplicabilidad discrecional, sidesean que las correspondientes leyes sigan manteniendo su vigenciams all de su eficacia.
La tolerancia no es aqu otra cosa que la demostracin de impoten-
cia o ignorancia real o supuesta de los tolerantes, por lo que al campode aplicacin de las leyes se refiere: las leyes dejaron de cumplir su funcinoriginaria tan pronto como los administrados superaron las condicionesque originariamente las motivaron.
Es por ello, que con frecuencia se finge la igualdad. A base de repe-tirlo, es posible que al menos alguien el legislador, por supuesto ter-mine creyndose que efectivamente todos son igua-les ante la ley . 4
Si creen que estn en lo correcto, por qu se ta-pan la cara?, fue el emplazamiento a muchachos en-capuchados, por parte de una seora que marchaba
rumbo al cementerio general, en la romera del oncede septiembre pasado. He ah funcionando la lgicade la igualdaden su totalidad. Curiosamente, es un
3 Para visiones ms clsicas respecto del problema de la violencia, puede con-sultarse, desde una perspectiva liberal La marca de Can. Estudios sobre la vio-lencia humana, Fredric Wertham, (ver Sangre y pintura al leo, pgs. 309-340.Desde una perspectiva marxista, la obra de Cristbal Caudwell, Una culturamoribunda: la cultura burguesa, (Mxico, Grijalbo, 1970); en parti cular, el ensa-yo Pacifismo y violencia: (un estudio d e la moral burguesa), pgs. 55-85.
4 Reyes, Ramn. Ob. cit., pg. 226.
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discurso que acepta la existencia de una igualdad originada en la recu-peracin de una democracia formal e incompleta. Una igualdadcontex-tualizada por un acuerdo consenso, le llaman que, probablemente, esamisma seora rechazara en varios de sus componentes, a saber: la exis-tencia de la impunidad, la ley electoral, otro etctera. En definitiva, unaigualdadcontextualizada, determinada, por un consenso que la niega.
Otra expresin de esta mirada es lo que ocurri en la universidad
privada ARCIS, cuando algunos de sus integrantes propu-sieron el lema: Yo doy la cara. (Que original no es, se corres-ponde con la campaa televisiva del gobierno de Aylwin,la recuerdan?, esa donde sala John Lennon, Pablo Neruday Mahatma Gandhi, inicialmente cubiertos por un paueloo un gorro pasamontaas aqu me naufraga la memoria,para luego quedar al descubierto. El lema era algo as como:ellos lucharon por sus ideas y no ocultaron su rostro ). Y, bue-no.
Por cierto, la ilegalidadde determinadas formas de lu-cha no slo se determina desde un punto de vista jurdico.Tambin se puede construir esta misma significacin des-de la moral o la poltica, incluso, desde la psicologa.
De ah las adjetivaciones que, por ejemplo, intentanquitarle toda connotacin poltica al uso de la violencia en las manifes-taciones. Slo son delincuentes, dicen los ministros. Y si no es la califica-cin, es la cuantificacin: son grupos minoritarios, dice el presidente. Porltimo, todos al divn: actos irracionales son, diagnostica el obispo.
Precisamente aqu, Noam Chomsky tiene algo que decir:La resistencia puede ser emprendida, y creo que lo es muy gene-
ralmente, como un acto poltico. Cabe afirmar que est mal orientada,pero no que es apoltica .5
Pero, el reconocer la condicin depoltica a toda forma de resisten-
cia, no obliga a definir rgidamente las distintas maneras de manifestar-se. En realidad, [sostiene Chomsky] carece de sentido hablar como ha-cen muchos de tcticas y de acciones a las que se atribuye el calificati-vo de radicales, liberales, conservadoras o reaccionarias. Una accin nopuede ser colo cada p or s misma en una dimensin poltica plena. Puedetener xito o no en la consecucin de un fin susceptible de ser descrito entrminos polticos. 6
Resumiendo, toda forma de resistencia es poltica y podemos eva-luar su efectividad o pertinencia, segn la relacin que tenga con los fi-nes que se propone alcanzar; no a partir de una definicin esttica, (lacual tiende al establecimiento inmediato de juicios de valor: la violenciaes mala, o buena, dependiendo de quin est hablando); o utilizando cla-sificaciones que tambin tienden a la rigidez, cuando se confrontan conel desarrollo de los procesos sociales.
Desde Alemania (pas donde, en la actualidad, el uso de la capuchaest penalizado legalmente), Jrgen Habermas extiende la observacinde Chomsky.
En 1987, el gobierno dio a conocer los resultados del estudio enco-mendado a la Comisin de Violencia. Dicha comisin examin, como untodo, distintas categoras de violencia, las:
explosiones violentas de carcter apoltico (vandalismo), explosiones violentas de carcter poltico (disturbios pblicos), violaciones simblicas de las leyes (sentadas y cortes de trfico), manifestaciones no pacficas, y los actos de violencia polticamente motivados (ocupaciones de casas y
edificios, asaltos, atentados),
eran todos algo similar. Esto le llama la atencin a Habermas, y seala: es
evidente que el mandante poltico sospecha que se dan relaciones entrela crtica radical, la inquietud de la opinin pblico-poltica, las manifes-taciones de masas, las protestas que toman la forma de violacin simb-5 CHOMSKY, Noam. Sobre la resistenc ia, incluido en su libro La responsabili-
dad de los intelectuales y otros ensayos histricos y polticos: (los nuevos man-
darines), (Barcelona, Ariel, 1969), (Ariel qu incenal, 25), pg. 352. El subrayadoes nuestro.
6 Ibid., pg. 361. El subrayado es nuestro.
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lica de las leyes, los disturbios sin ninguna clase de objetivos y la violen-cia de motivacin poltica. Desde este punto de vista, una difusa y difcil-mente aprehensible crt ica, que discute al Estado su legitimidad y deses-tabiliza la conciencia jurdica general, constituira el primer eslabn enuna cadena de acumulativa genera-cin de violencia. 7
Por cierto, del mismo modo comoChomsky sostiene que toda forma deresistencia es poltica, el Poder pervier-te la relacin, y afirma que toda formade desobediencia civil es violenta. Almenos, eso ocurre en el informe de laComisin de Violencia, de Alemania. Enl, toda forma de desobediencia civilqueda subsumida, sin ms, bajo el con-cepto de violencia de motivacin pol-tica. Este juicio lo justifica la Comisin,
al considerar que muchas formas lega-les de participacin, (manifestacionesautorizadas), devienen en actividadesilegales, (sentadas, cortes de trfico) e,incluso a veces, en acciones ilegalesviolentas (enfrentamientos con la polica, daos a la propiedad pblica oprivada).8
Ser por ello que, en la actualidad, los organizadores de algunasmarchas estructuran su propio anillo de seguridad interno, para evitarlos desmanes de infiltrados ,provocadores o exaltados?, aqu estar uno
de los fundamentos de la lgica del ministro, que llama al estudiantadoa dejar solos a los encapuchados, en un discurso que recuerda las estrate-gias de contrainsurgencia de los aos sesenta (por eso de quitarle elagua al pez)?
Por la razn o la fuerza, dicen
La piedra y la molotov, perotambin el gesto de cubrirse el rostroen las manifestaciones, son las for-mas de la violencia que se pretendendesterrar.
Para ello se han intentado va-rios caminos.
Uno de ellos ha sido mirar la his-toria de Chile, y proponer una lecturade remanso, de nostlgico atardeceren la playa. La tradicin de Chile hasido el dilogo, la negociacin, sedice. Y, bueno, es cierto, si nos olvida-mos de los perodos de la Conquista;la Colonia; la Independencia; los en-
sayos constitucionales; todos los enfrentamientos entre liberales y con-servadores, a mediados del siglo pasado; la Guerra Civil de 1891; los gol-pes de Estado en el primer cuarto de siglo; el Gobierno de Gonzlez Vi-dela y la historia reciente que todos conocemos. S, en realidad, nos de-ben quedar algunas decenas de vida nacional en paz, con el agravantede que no son aos continuos. En fin, nada es perfecto. 9
Cuando a uno le traen a colacin la historia nacional, la idiosincrasia7 HABERMAS, Jrgen. Monopolio de la violencia, conciencia jurdica y proce-
so democrtico. Primeras impresiones de la lectura del Dictamen de la Co-misin de Vi olencia, incluido en su libro La necesidad de revisin de la izquier-da, (Valencia, Tecnos, [1991]), pgs. 237-238, (Cuadernos de filosofa y ensayo).
8 Ibid., pg. 244.
9 Al respecto, el historiador norteamericado Brian Loveman seala lo siguiente:...en Chile nunca jams ha habido una constitucin verdica. Lo que ha ha-bido siempre son constituciones impuestas por las armas, por los vencedo-
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y otras yerbas similares, definitiva-mente termina anodadado, esdemasiado! Pero, qu son todasesas palabras?, la identidad, el pa-trimonio culturalque ha construi-do una sociedad, qu es?
Walter Benjamin dice, porah, algo interesante:
Quienquiera haya conduci-do la victoria hasta el da de hoyparticipa en el cortejo triunfal enel cual los actuales dominadorescaminan sobre los que yacen entierra. La presa como es costum-
bre es arrastrada en el triunfo. Se la denomina patrimonio cultural.Deseo compartir aqu el comentario de Carlos Pereda sobre esta
cita. Parte del botn que los poderosos dejan a sus herederos es el patri-
monio cultural en tanto presa de triunfo. (...) En la escuela de lo sublimenos hemos habituado a pensar en el patrimonio cultural como aquelloque redime y reconcilia con los horrores y las miserias de la historia, nocomo un fragmento ms de esos horrores y miserias. 10
Una presa. Eso es el patrimonio cultural. Pero una presa, no un ca-dver. Una presa puede estar agnica, pero an puede liberarse. Por eso
es problematizante un rostro cubierto. Si no, mrese el caso de Chiapas.Adems, el patrimonio cultural no es universal para un pas. Mi pa-trimonio cultural ser evidentemente distinto al del lector que haya re-sistido hasta aqu el ejercicio. En las clases y sectores sociales ocurre lomismo. El tan mentado patrimonio cultural, la identidad, la idiosincrasia,la historia, ser muy distinta para el campesino que trabajaba en la ha-cienda, que para el dueo de esta. Y si eso es ms o menos obvio, porqu se propone, entonces, que existe una manera de hacer las cosas?,una forma de expresar la disidencia?
Desde las mscaras al rostro
Los smbolos juegan aqu un papel relevante. Un rostro cubierto enuna manifestacin es un smbolo. De muchas cosas. Por un lado, eviden-temente, es un recurso tcnico. Se le dice al Poder: he perdido la ingenui-dad con respecto a tus intenciones; me protejo. Pero adems se constru-ye, en el propio cuerpo, un territorio de poder, de un contra-podersi sepermite la figura, en donde se desplaza al que se confronta, se le des-aloja en el momento en que no se acepta la lgica formal del adversario,en el instante en que no se cree en su forma nica de confrontacin.
Por otro lado, la ausencia del rostro posee un efecto multiplicador:cualquiera de los all presentespodra ser, y eso extiende an ms lo an-
res. Ahora, yo creo que en Chile se confunde la estabilidad institucional rela-tiva con democracia, consenso o legitimidad.(...)Nunca ha habido una democracia como yo la entiendo. Esto es, prensa libre,elecciones libres, con un sistema que representa al pueblo de verdad. Unpas en que los conflictos no se manejen por leyes de seguridad interior delEstado. Un pas en que los civiles no estn sujetos a la juridisccin militar.(...)...yo estoy en desacuerdo con el concepto de los enclaves autoritarios, por-que yo no creo que haya enclaves. Yo creo que el sistema es autoritario. No
es que haya modalidades autoritarias con eso obviamente coincido, peroconcebirlos como enclaves es un error. Imaginarlo as es desconocer que elpunto del sistema es ser autoritario. Es un diseo, no es que uno pueda sacaruna cosa u otra.JSCH, Melanie. Las suaves cenizas del olvido, Rocinante, 1(9):31, julio de1999.
10 PEREDA, Carl os. Lecciones de l a bajeza, en: Sobre Walter Benjamin: vanguar-dias, historia, esttica y literatura. Una visin latinoamericana; edicin a cargode Gabriela Massuh y Silvia Fehrmann, (Buenos Aires, Alianza Editorial/Goethe Institut Buenos Aires, 1993), pg. 89.
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terior, por cuanto inicia el proceso de construccinde una referencia identitaria que cualifica el gestoindividual, y lo expande hacia el colectivo en el cualse ha generado. Si no fuera as, el plural perdera susignificacin: obreros portuarios causaron gravesdisturbios en Valparaso, seala la prensa. No un sin-
dicato, o una organizacin poltica, o algunos traba-jadores portuarios. La referencia es al cuerpo social,independientemente de que la totalidad del mis-mo se haya expresado de la misma manera
Otras cosas se pueden decir sobre el ocultarel rostro.
Tal vez recordar que la primera causal paraaplicar la, legalmente caducada, detencin por sos-pecha, se refera al que anduviere con disfrazo di-simulando su verdadera identidad y se negara aproporcionarla cuando sta le sea requerida. En el
caso del encapuchado, el reconocimiento, o la interpretacin del con-cepto de disfraz no es una sospecha; el propio cuerpo que disiente leseala al Poder que se ha disfrazado, lo hace explcito, manifiesto, comouna proclama o un inmenso anuncio publicitario. As, el Poder no tiene lanecesidad de sospechar o dudar: se encuentra, efectivamente, ante undisfrazado , el cual no se oculta a la mirada del orden, se enfrenta a ella,precisamente al ocultarse para destacar, para sealar con claridad sugesto.
La capucha se ha instalado como un cdigo social. Ella se lleva so-bre el cuerpo, y eso es interesante, porque, al decir de Pierre Guiraud, elhombre es el vehculo y la sustancia del signo, es a la vez el significante
y el significado. Si esto es as, y la capucha es el cdigo escogido paraparticipar, para estar-en-el-mundo , a travs de ella, quien la usa, pone demanifiesto su identidad y su pertenencia a un grupo determinado, almismo tiempo que reivindica e instituye esa pertenencia. As, la personacon su rostro cubierto es tanto el portador del cdigo, como el referente
del mismo.11
De hecho, lo que ms le complica al Poder es la posibilidad de lainstalacin de esa pertenencia y esa referencialidad. Todo cambia, y losabe. Es necesario no olvidar, que los cdigos jams tuvieron validezuniversal, ni que la potencialidad de ser vehculo que todo cdigo contie-ne no es mayor porque sea precisamente se el cdigo considerado vi-gente por una generalidad cualificada, sostiene Reyes.
Pero volvamos. Los smbolos tambin construyen poder, algo queel Poder sabe muy bien, y por ello trabaja para que sean sus smbolos losque sean aceptados por toda la comunidad nacional como los nicos.
Miremos un momento hacia atrs, veamos qu encontramos.
Perdindose en la biblioteca
Surge, ntido, el Poder reprimiendo los smbolos que construyenotro discurso, por lo tanto, otra direccin de accin posible y, eventual-
mente, otra manera de resolver los problemas.Ibez no tuvo el inconveniente de los rostros cubiertos. l se en-frent a las banderas, bueno, no a todas, a una sola que le inquietaba.Estamos en 1925:
La bandera roja no puede usarse como insignia dentro del territo-rio de Chile porque ella simboliza la anarqua y el desorden, el libertinajey los peores horrores; en consecuencia, los oficiales de todos los gradosinstruirn a su personal de estas actividades capitales porque ha llegadola hora de darle una batida a los que creyeron que Chile haba perdidohasta su dignidad. En el futuro el personal de Carabineros proceder de
11 GUIRAUD, Pierre. Los cdigos sociales, en el libro Lenguaje, literatura y socie-dad, (San Jos. Costa Rica, Editorial Nueva Dcada, 1985), pgs. 58-59; 65. Elcaptulo reproducido en este antologa pertenece al libro de Guiraud La se-miologa, (Mxico, Siglo XXI, 1974).
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hecho contra los manifestantes que ostenten banderas rojas y les impe-dir toda clase de manifestacin, procediendo a destruir esas bande-ras.12 Pobres banderas!, nunca en su metafsica textil imaginaron tantoalboroto por su existencia. Ya suficientes problemas tenan con la mito-loga de los toros, y ahora sto.
Ahora bien, el Poder no slo necesita eliminar o neutralizar algu-nos smbolos. Tambin requiere instalar los propios, aun cuando nosiempre logre que todos comprendan su verdadero sentido. De eso nosda cuenta el escritor Carlos Pezoa Vliz:
Por aquellos das de 1891, los peridicos clandestinos que hacanla propaganda revolucionaria con artculos dogmticos y maldicionesen verso, pusieron de rabiosa actualidad la palabra Constitucin . El voca-blo de labio en labio, como si se hubiera intentado reunir en el modo depronunciarla todo el respeto que guardaron por ella los estadistas de losprimeros tiempos, desde Portales hasta Anbal Pinto.
El Presidente Balmaceda haba violado la Constitucin. Las huesteslibertadoras del general Canto defendan los derechos constitucionales ...(Oh, la Constitucin!).
Hubo campesinos de las provincias australes que se la imaginaronun templo donde se guardaban los estandartes tomados en la guerracontra el Per y Bolivia, o las cenizas de Arturo Prat. Y los nios, que allen su inocencia hacen ms bellas las cosas, figurbansela una inmensamujer de cabellos rubios... Hermossima!
Aun escuch esta frase: El Presidente Balmaceda se ha ido contodo el dinero que haba en la Constitucin.13
En fin, a qu seguir.A estas alturas, uno quiere entender algo, y como la inmensidad
del espectculo abruma, se solicita ayuda. Des-de Inglaterra, Graham Murdock viene solcito.
Buscando la puerta
Murdock sostiene que el establecimiento
de un consenso nacional supone no slo unacuerdo con respecto a las cuestiones de fondo,sino que tambin respecto a las formas en questas se encaran (discuten, negocian, confron-tan). De este modo, por ejemplo, la actividad po-ltica puede llegar a identificarse exclusivamen-te con la actividad parlamentaria o la negocia-cin sindical. As, los sectores sociales involucra-dos quedan inicialmente marginados del deba-te, a no ser que deleguen su representacin enotros, o bien que se expresen para ser considera-
dos; expresin que debiera realizarse en las for-mas construidas y propuestas por el espacio del consenso.
Sin embargo, tanto la supuesta comunidad de intereses, como lasformas de relacionarlos o confrontarlos ya estn definidas. Por lo tanto,cualquier nueva forma que surja corre el riesgo de ser definida comoinapropiada o radical. La discusin se centra, entonces, en las formas deaccin, y no en las causas que las originan. Los mapuches no deben to-marse las tierras, se reitera una y otra vez. Pero, por qu se las toman?,por gusto? Ocurre que el establecimiento del consenso tiende a ocultarlas causas estructurales del disenso. Y aqu no estamos hablando de pla-tas ms o platas menos, estamos hablando de las causas ltimas que lle-
van a ese requerimiento. Qu parte del Estado, o es su totalidad, la quefalla, para que se produzcan las manifestaciones violentas?
En resumen, por qu se busca convencer respecto a cules son lasformas vlidas de expresin?, por qu se proponen formas nicas? Aqu,a riesgo de parecer anticuado, le cedo la palabra a Carl itos, el alemn ese
12 ROJAS Flores, Jorge. La dictadura de Ibez y los sindicatos , (Santiago, Biblio-teca Nacional, 1993), pg. 24. (Sociedad y cultura, 6). [El subrayado es nuestro].
13 PEZOA Vliz, Carlos. El candor de los pobres, en:Antologa de Carlos PezoaVliz: (poesa y prosa); seleccin y prlogo de Nicomedes Guzmn, (Santiago,Zig-Zag, 1957), pgs. 165-166. (Biblioteca cultura).
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que andaba junto a Engels desatando fantasmas por el mundo:Cada nueva clase que pasa ocupar el puesto de la que domin
antes de ella se ve obligada, para poder sacar adelante los fines que per-sigue, apresentar su propi o inters como el inters comn de toda la soci e-dad, es decir, expresando esto mismo en trminos ideales, a imprimir asus ideas la forma de lo general, a presentar estas i deas como las nicas
racionales y dotadas de vigencia absoluta.
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Mayonesos protagonizaron incidentes, grita el popular diario LaCuarta. Mayonesos = Locos = Conducta Irra-cional. Manifestaciones pblicas: expresionesde dicha conducta.
No es culpa exclusiva del periodista,aos lleva el Poder tratando de convencernosde que determinadas formas de expresar laopinin son irracionales. Las formas razona-bles son las que el Poder indica, no otras.
A lo anterior se suma lo cuantitativo. Sino son expresiones mayoritarias, no importan.Ante ello, recuerdo lo que sealaba un soci-logo estadounidense: este ao slo fueronasesinados dos negros por causas raciales ennuestro pas, eso implica que no debemos re-
flexionar al respecto?, se debe esperar a que, estadsticamente, estas ex-presiones sociales sean interesantes? Parece reiterativo, pero es necesa-rio sealar que, en los procesos sociales, las situaciones de minora o ma-yora son perfectamente intercambiables.
Desde nuestro continente, Ramn Reyes contina el dilogo.
Si el uso de la capucha, y las manifestaciones asociadas a ella, sonuna expresin de disenso, ste se origina por que el consenso se ha frac-turado, o porque los contenidos del mismo ya no logran convocar y con-mover a la totalidad de los ciudadanos llamados a asumirlo. Se inauguraentonces el conflicto.
Uno tiende, no obstante, [seala Reyes] a eludir toda crisis detecta-da. Los sistemas para eludirlas y las tcnicas que las desarrollan se con-funden con los modelos habituales de comportamiento: dejar que elriesgo de la denuncia lo corran otros. Mientras tanto, acto como sinadaanmalo sucediera, como siello no me afectara. Los que se arriesgan sonlos otros, los de siempre: aquellos grupos que, en defensa de interesesparticulares, optan por la denuncia o corrupcin del sistema. Como in-termediario ptimo actan los medios de comunicacin, herramientaspoderosas en manos de educadores, es igual la connotacin represivaque se les asigne y el nivel de represin que se les reconozca.
La opinin acreditada y la autoridad que emita/legitime esa opi-nin, actan como filtros de la crisis: uno termina juzgando lo real , desdelos parmetros del discurso noble, situndonos en el nivel de palabra
erudita. (...).De esta forma, la responsabilidad va a ser siempre problema de los
dems: son ellos los que a diario cambian nuestro entorno, construyn-dolo con su discurso y con sus actuaciones consecuentes.
(...)Pero, al ciudadano normal, ciertamente, esto le importa poco. Le
basta el discurso pblico y autorizado apropsito de lo real, es igual queese discurso no conduzca a parte ni a objetivo alguno. La ficcin se con-vierte para l en arma poderosa y en razn principal: lo que importa esprolongarla existencia sabindose de alguna manera sujeto de la mis-ma, en condiciones lo menos traumticas posible.15
Palabras que explican, pero, y lo real?
14 MARX, Carlos; ENGELS, Federico. Textos sobre la produccin artstica; selec-cin, prlogo y notas de Valeriano Bozal, (Madrid, Alberto Corazn Editor,1972), pg. 52, (Comunicacin. Serie B, 20). [El subrayado es nuestro]. 15 REYES, Ramn. Ob. cit., pgs. 222-223.
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( )
(Esto es un parntesis)
Quiero invitar a recordar. No muyatrs, slo dos aos. rase una vez, ungobierno que quera reemplazar un fe-
riado por otro. Un once de septiembrepor el da cinco, del mismo mes. Qude cosas no se dijeron en ese momen-to!
Para comprender la totalidad del discurso que se construye, es ne-cesario considerar varias de sus expresiones fragmentadas. Las caracte-rsticas ms comunes a todas ellas es su voluntad generalizante, presen-tando conceptos vaciados de significados.
Frente al ltimoonce (es decir, el que iba en rojo en el calendario, en1997), Frei propuso: El nico llamado es a que lo recordemos con gestosde unidad y de reflexin. Hay que aplacar las espritus y contribuir a que
este sea un da de reflexin. El triunfo de la razn por sobre la emocin:los sentimientos se domestican reflexionando; la reflexin nos llevar,nica y exclusivamente a la unidad. Y si uno, por esas cosas de la vida,comienza reflexionando, y termina ms enardecido o apesadumbradoque antes, y con sentimientos muy poco fraternos con respecto a algu-nos compatriotas? Porque compatriotas tambin son, al menos formal-mente, aquellos ciudadanos que portan uniforme.
Como el comandante en jefe del ejrcito quien, ante el enjambreperiodstico, sealaba: hay que dejar atrs los sentimientos mezquinosque no llevan al biencomn de una nacin.
Una vez ms encontramos aqu a los pobres sentimientos protago-
nizando el papel de los chicos malos de la pelcula, como si no pudieranexistir razones para oponerse a la construccin de un smbolo de unidadnacional. Esto, sin considerar la profunda ambigedad que implica la no-cin que se pretende alcanzar. Qu debe comprenderse por bienco-mn?, quin o quines deben definir sus contenidos?
Pero la discusin no es solamente por la ubicacin de un da feria-do en el calendario. Lo que se desplaza tras estas representaciones sim-blicas son los contenidos que se le pretenden asignar a ellas.
(La trastienda de los smbolos)
Realizada la puesta en escena de la ritualidad del once de septiem-bre, se sucedieron las observaciones de los opinantes, que comentaronla movilizacin , el evento o el espectculo, dependiendo de dnde se ins-tala su sensibilidad.
Desde la derecha se culp al PC de instigar a la violencia; dicho par-tido asegur que jams haba convocado a ningn acto de violencia; de-mocratacristanos afirmaron que las organizaciones de derechos huma-nos fueron sobrepasadas por infiltrados del lumpen; por ltimo, los so-cialistas se preocupaban de los actos vandlicos ocurridos en Santiago,durante la noche de ese da. El senador socialista Carlos Ominami, porejemplo, afirm que las acciones de violencia nada tienen que ver con laactividad poltica, estn reidas con la democracia y sostuvo que son elproducto de personas que son o estn muy prximas a la delincuencia,de otra forma no se explican actitudes que no tienen ninguna justifica-cin. Claro, si se propone que una accin determinada no tiene ningunajustificacin, es evidente que el otro, el que la realiza,se encuentra inca-pacitado a priori para poder explicarla.
Es interesante notar cmo los discursos emitidos se centraron en laproblemtica del uso de la violencia. Todos asuman que los rituales delonce de septiembre slo haban confirmado la certeza de que los gestospor la unidad nacional an no lograban encarnar en toda la ciudadana.Dos pases construyeron sus propios espacios simblicos ese da, perose no era el problema. Lo grave estaba en que, en ese contexto, varioshaban optado por el uso de la violencia, justificada o no. La adjetivacinde editoriales y artculos de opinin fue evidente: penoso, lamentable ,vandlico, vergonzoso. (Al menos para m, penoso, lamentable y vergon-zoso es este proceso de transicin, esta ordinariez intelectual, como lacalificara el poeta Armando Uribe, pero bueno...).
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La violencia le hace mal a nuestra sociedad, deca La Nacin, la vio-lencia de abajo o de afuera, se entiende. (Esto, si los abajos y los afueras sonespacios realmente existentes). Que nadie [continuaba afirmando] pien-se que de la violencia puede surgir algo provechoso para el pueblo, comoa veces parece deducirse de ciertas proclamas. (...) Necesitamos lapazy lalibertadsin vacilaciones, pues tales son las condiciones para que elplura-lismo sea posible, dice el diario. Cules son los contenidos de esos con-ceptos? La paz es igual al olvido, intercambiable por impunidad? La des-igual distribucin de la riqueza no es una forma de violencia social y, por lotanto, atentatoria contra la paz de los pobres?, o bien, esa misma desigual-dad, es una de las expresiones de la libertad a la que podemos aspirar?Una libertad sin vacilaciones, es el equivalente de la justicia en la medidade lo posible? Acaso una libertad sin vacilaciones no tendra que haberinvestigado, no slo los casos de violaciones a los derechos humanos, sinotambin los negocios fraudulentos del hijo de Pinochet, por ejemplo?Cmo se entiende el pluralismo, cuando se pretende imponer un con-senso, en el tema de los derechos humanos, basado en laprivacidadde su
construccin, como propone una alta fuente de Gobierno? Demasiadaspreguntas para un pobre ciudadano; s, todava lo soy.
(Entre Dickens y Shakespeare)
Tiempos difciles, deca uno. Algo huele mal en Dinamarca, el otro.As nos encontramos en este paisito.
Una editorial de La Tercera seal que es de esperar que este es-fuerzo parlamentario, en el que destacan la sensatez, la vocacin de ser-vicio pblico y el sentido de futuro y de nacin, [se refiere a la elimina-cin del da once como feriado], no sea malogrado ni malentendido por
aquellos que, felizmente en minora [ah nos encontramos nosotros y, encuanto minora, susceptibles de ser avasallados por un consenso, mayo-ritario, por cierto], insisten en anteponer sus rencores y recelos [sernestos nuestros anhelos de justicia?] a los intereses superiores del pas[cules sern stos?]. Ello a pesar de que nadie ignora que Chile no pue-
de pretender vencer sus retos venideros enmedio de la discordia, ms an si sta adquie-re visos de esterilidad y obsolescencia . Claro,estril, por cuanto la Ley de Amnista aseguradicha condicin, y obsoleta, por que los huesi-tos llevan un cuarto de siglo esperando serencontrados.
En el mismo sentido opin el columnistaSergio Muoz, en La Nacin: Es bueno hablarcon la verdad a las nuevas generaciones. Con toda la verdad. Es buenotransmitirles un mensaje de humanidady civilizacin , no de rencorni sec-tarismo. As se podr ayudar a que no repitan los costosos errores quecometieron las generaciones anteriores. Antes que nada, quines sinonosotros, los jvenes, conocemos esos costos? Por cierto que no preten-demos cometer los mismos errores!, tal vez otros nuevos, pero, por favor,dennos la libertad de equivocarnos, o ustedes solamente podan hacery deshacer con el pas a su antojo?
Los conceptos de humanidady civilizacinson ms interesantes, almenos como los entiende Muoz.. l asume, ingenuamente, que ambosno contienen en s mismos las nociones de rencor y sectarismo. Puesbien, en la integralidad del ser humano habita el rencor, as como el amor,evidentemente. En la civilizacin existe, por cierto, el sectarismo. Esto noser hermoso, pero es.16
16 Para apreciar cmo un orden civilizatorio integra, en s mismo, la exclusin yla violencia, puede considerarse el libro de Hernn Vidal: FPMR: el tab delconflicto armado en Chile, (Santiago, Mosquito Editores, 1995), 270 pgs., (Bi-
blioteca setenta & 3). En l, sostiene que la bsqueda del humanismo es unautopa antropoecolgica, una imagen ideal que la humanidad ha construi-do para desafiarse a s misma a manifestar el mximo de sus potencialida-des latentes. Sin embargo:Lo que realmente conocemos en la historia concreta son civilizaciones. Es-tas son sistemas institucionales de alienacin humana diseados para do-
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De nuevo, el cuerpo
No es mucho, y ni siquiera s si sirva, pero yo opto por respirar por laherida. Si tanto les molesta el predominio de los sentimientos, y si nuestrasrazones no son vlidas por minoritarias, me sumo al verso de Nicanor Parra:Allemos, por lo menos, ya que no somos capaces de rebelarnos.
Soy hijo de un ejecutado poltico. Eso no dice mucho, incluso el lector
puede en este momento decir, sbitamente lcido: Ah, por eso...!. Pero quie-ro decir que no se puede explicar muy bien qu es perder un padre a los cincoaos, y la casa propia, y la nocin de barrio o de estabilidad familiar. Contar quela impunidad, al menos para m, es ver al cabo Fuentes cada vez que voy acomprar el pan, en el pueblo donde an vive mi madre. Qu otras cosas?, quemi padre muri por ser socialista y carpintero, y por creer que haba que resis-tir el Golpe Militar, porque el compaero Altamirano est organizando la re-sistencia....
En fin, son demasiadas cosas, y no deseo abusar de tanta paciencia lec-tora, permtaseme slo sto: si desean pasar por encima de los huesitos y ne-gar nuestra historia, que es tambin la historia del pas, hganlo, es parte de sulgica, pero luego no se quejen. Sin pertenecer a esa organizacin, hago ma
la consigna del Guachuneit: Si no hubo justicia paralos pobres, no habr paz para los ricos. Y, ojo, que elreclamo no es nuevo.
Vicente Huidobro, el poeta, en 1935, a raz deun atentado contra el local donde se realizaba elCongreso de Unidad Sindical, en Valparaso, escri-bi:
[Los autores del atentado] son tan cretinos,que no piensan que sus bombas pueden tener eco,y que ese eco puede ser un trueno, y que ese truenopuede contener muchos rayos (...).
Entonces, s, ellos gritaran, ellos protestaran,olvidando los pobres imbciles, que ellos fueron losprovocadores, que ellos armaron de justas vengan-zas las manos que les castigan.
Si esas bombas las hubieran colocado obre-ros en un congreso de liberales o conservadores, cmo estara chillando lagran prensa, la grandsima prensa. Cmo se habran movilizado las policas,
cmo se perseguira sin cuartel a los culpables!(...)El salvajismo de sus procedimientos est pidiendo a gritos procedi-
mientos iguales en respuesta. Entonces protestarn y bramarn, porquelos asesinos de la clase dominante no permiten que nadie asesine, sinoellos; quieren tener la exclusividad. Y si el pueblo quisiera adoptar susmismos mtodos, si el pueblo aprendiera su leccin, seran pocas las cr-celes y los fusiles para castigar al buen discpulo. 16
Y eso sera todo.
16 HUIDOBRO, V icente. Los salvajes, La Opinin, Santiago, 5 de junio de 1935,pg. 3. Incluido en Textos inditos y dispersos; recopilacin, seleccin e intro-duccin de Jos Alberto de la Fuente A., (Santiago, Biblioteca Nacional,1993), pgs. 144-145. (Escritores de Chile, 3).
mesticar una fuerza de trabajo e introyectar en su mente sistemas de auto-control que, sin embargo, mantengan algn grado de libre iniciativa. La civi-lizacin es una institucionalidad diseada para disciplinar a grandes colecti-vos humanos de acuerdo con criterios de raza, etnia, gnero sexual, religiny convicciones polticas. Esto sienta las bases de planificacin que permitenla accin cultural como una interferencia en la naturaleza para confinar yorientar sus ciclos y procesos hacia la productividad material. Esa institucio-
nalidad permite una apropiacin de plusvala por quienes la controlan, pro-vocando un mundo de escasez en todo orden, cultural, material y espiritual.La escasez refuerza la autoridad del poder, ya que le permite crear las rela-ciones sociales y la ritualidad con que magnninamente distribuye parte delproducto social acumulado para ganarse el apoyo de los seres subordina-dos. (pgs. 30-31).
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QQuien llega desde fuera queda un tanto desconcertado por los dis-tintos paisajes que se pueden percibir en la Facultad de Filosofa y Hu-
manidades un da de conmemoracin de algn hecho doloroso ocurri-
do en nuestra historia reciente: Corpus Cristiu Operacin Albania, el 11
de septiembre, el 29 de marzo o el da del degollamiento**, y otros y
otros. Algunos hechos tambin de la actualidad poltica y universitaria,
que son acompaados de esta bulla, ruido, pesantez del aire, objetos vo-ladores de riesgo.
Das de memoria, para hacer memoria. El calendario, el tiempo, efe-
mrides que marcan lo que acontecer en el espacio. Los encapuchados
* Olga Grau es acadmica de la Universidad de Chile y de la Universidad AR-
CIS. Este texto corresponde a una ponencia, presentada por la autora, en un
seminario realizado en la Universidad de Chile, a mediados de 1999.
** Corpus Cristifue el asesinato de doce jvenes integrantes del Frente Patriti-
co Manuel Rodrguez (FMPR), los das 15 y 16 de junio de 1987. El 28 de mar-zo de 1985, fueron degollados tres militantes del Partido Comunista (PC). Al
da siguiente, fueron asesinados los hermanos Rafael y Eduardo Vergara, mi-
litantes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR); a partir de en-
tonces, cada 29 de marzo se realiza, en su homenaje, el Da del Joven Comba-
tiente. [Nota de los editores].
CORRAN LOS AUTOS O EL
ENCAPUCHAMIENTO DE LA MEMORIA
O l g a G r a u *
del campus universitario ocupan su territorio, fabrican sus barricadas;
despliegue de neumticos, de ramas, de piedras, pauelos que atravie-
san el rostro, gorros pasamontaas. Indumentaria mnima, los cuerpos
desprotegidos, slo paos que los recubren. La capucha de lana o de
pao, contrasta con la rigidez del casco defensivo que cubre poderosa-
mente la cabeza del protector de la ley. La capucha cubre una cabeza
vulnerable, el casco, una cabeza protegida institucionalmente.A 300 metros, otros jvenes universitarios juegan a la pichanga,
ajenos al foco poltico; a otros tantos metros, una pareja se besa; otros
estudian sentados en un pasto cercano, hasta donde sea posible hacerlo
con la invasin de los gases lacrimgenos. Otros miran desde algn piso
ms alto del edificio. Alguna que otra reunin no se suspende, slo pican
los ojos y la garganta. Tal vez hay que irse, pero nadie parece tener mu-
cho apuro. Alguien llega hablando con entusiasmo de cmo sorte los
obstculos para poder asistir a la reunin planificada. Muchos trabajan
en sus computadores, otros leen o conversan, ocasionalmente se refie-
ren a lo que sucede fuera y ms que nada porque sienten los estampidos
de las bombas lacrimgenas y sus efectos; otros toman un caf; otrosconversan con alumnos, si es que no estn en alguna clase. Las vas habi-
tuales quedan cortadas, pero todava hay algn otro lugar por donde
entrar, por la Facultad de Artes o la Facultad de Ciencias Sociales, se ru-
morea. De ese modo se puede llegar a una reunin o a tomar algunos
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alumnos en una clase. Se llorar un
poco, como efecto de los gases, y se
tendr la sensacin de una continui-
dad de la experiencia poltica en
esta Facultad de la memoria.
Los funcionarios corren la voz
de que los acadmicos deben mover
sus autos. Corran los autos. Bajan
todos a defender su pequea pro-
piedad privada de los embistes de
las bombas lacrimgenas y de algu-
na desviada o mal lanzada piedra, o
de alguna botella que se devuelve
encendida. Algunos estudiantes y
funcionarios sonren viendo el es-
pectculo, hasta puede resultar un
momento entretenido ver cmo se
van dando los acontecimientos. Hayun acostumbramiento a que los he-
chos deben ocurrir de tal manera,
una cierta rutina, hasta una suerte
de determinacin acotada de los he-
chos: los carabineros parecen con-
currir sin pasin, tal vez a cumplir
con un rito que se cumple de lado a
lado; rito poltico no negociable, ni
pactable, ni transable, fuera de la
Constitucin. Tambin se les ve, a
quienes deben cautelar el orden p-blico, en las inmediaciones de la Fa-
cultad, en la reserva, parloteando,
sonriendo, contando alguna ancdota de hechos similares que se vivie-
ron en otros momentos, o comentando algn hecho cotidiano.
El encapuchado tapa su rostro, y
as su cuerpo identitario entero des-
aparece. Pensemos cmo, para ocul-
tar el rostro de una fotografa, en la
que no se quiere hacer visible el suje-
to de la imagen, basta tachar los ojos,
se censura la verdad del rostro. La ta-
chadura borra la identidad, porque
desaparece su huella ms viva. El en-
capuchado viste su rostro dejando
slo los ojos al descubierto y con esa
operacin, sin el marco del cuerpo, los
ojos quedan reducidos a la accin, a
la visin rpida y oportuna. Queda a
la vista el ojo como mquina, como
dispositivo mecnico, acentuada su
capacidad de alcance, de rapidez en
el ojeo, animalizado.Si en la foto censurada se ocul-
tan los ojos, en el encapuchamiento
se oculta todo, menos los ojos, pero
que, sacados del rostro, como rostro,
no hacen accesible el reconocimien-
to. El encapuchado no slo no se pue-
de identificar, sino que tambin que-
da reducido a la accin comn junto
a otros u otras, sus smiles. De sus ros-
tros slo quedan los ojos, slo impor-
ta mirar y producir efectos frente a lasfuerzas especiales de carabineros.
Se expone el cuerpo ocultando
la identidad. A veces es posible saber si se trata de una mujer o de un
hombre, muchas veces ni eso puede ser reconocido, pero tambin ha
Avenida Grecia con Ignacio Carrera Pinto.
Sptima Protesta Nacional,
27 de octubre de 1983.
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sido posible que un hombre y una mujer se encuentren en sus ojos y
despus, en otro momento, se relacionen amorosamente, desvestidos.
Exponer el cuerpo como soporte del descontento, la pesadumbre
y de la ira de s mismo y de otros. Hacer desaparecer el cuerpo y hacerlo
aparecer ingresndolo en otro registro. Quien oculta su rostro entra en
conflicto con la ley, la elude, la pone en jaque o juega con ella restndola
de su estatuto dramtico, de su empeo normativo. Es como si se cosiera
en el cuerpo el pao de un ocultamiento. En el acto del encapuchamien-
to se imbunchiza la cabeza, paradojalmente, al quedar abiertos los ojos.
El rostro oculto ya no permite la identificacin, que hace siempre
posible la atribucin de la responsabilidad de los actos en alguien. Se
est ms libre y ms liviano sin identidad (nos vamos lejos para no ser
reconocidos por nadie, nos transfor-
mamos con la cosmtica o la vesti-
menta). Pero en el acto del encapu-
chamiento, la prdida de la identi-
dad es ambivalente, porque tam-
bin se adquiere una densidad e in-tensidad tal, que no es posible sus-
trarse a la fuerza centrpeta del cuer-
po que oculta el rostro.
El ladrn, el asaltante, tambin
se encapucha para realizar su accin
y ese gesto es sea de ponerse en
un lugar de renuncia a una dimen-
sin de la seguridad, seguridad
como la del que transita como cual-
quier otro por el mundo, la del cam-
po normado y por tanto de mayorprevisibilidad. Autosealarse fuera
de la necesidad del rostro, hacer del
rostro algo innecesario, es salirse de
algn modo de la ley y de la necesi-
dad, es ocupar tal vez un lugar primario de violencia, la violencia de no
tener rostro y figura. Emerge as un fondo innombrable, lo que desapare-
ce del cuerpo es lo que no tiene nombre. Sabemos que el rostro y la hue-
lla digital; la cabeza, en su crneo y maxilares, son los elementos decisi-
vos en cualquier identificacin. Se suceden fotos y retratos hablados en
los lbumes de la sospecha, para poder alguna vez dar con algn culpa-
ble; o lbumes de rostros de personas desaparecidas, para dar con algn
destino que se ha perdido en el tiempo.
A veces vemos en la televisin cmo a los que delinquen, violado-
res, asesinos, descubiertos en su delito y finalmente presos, los encapu-
chan tapndoles completamente la cabeza. Quedan sin cabeza, sin ojos,
guiados por quien representa la autoridad, la ley, soporte del cuerpo del
conducido en su indefensin. Se cu-
bren, los cubren, con su propia cha-
queta, con su chaleco, y si no, ellos
mismos bajan la cabeza en la re-
nuncia a ser vistos, para no ser foto-
grafiados. Sorprendidos, ubicadosen el delito, parecen optar por la su-
misin, o por el simulacro de ella,
para evitar mayor castigo. Los hay
muy pocos que se vanaglorian ir-
guiendo la cabeza. La cabeza pare-
ciera ser lo fundamental de la figu-
ra humana, all nos diferenciamos
singularmente. Ocultada la cabeza,
dejamos de ser. Est? Ah est, nos
suenan las voces pueriles de adul-
tos y adultas, padres y madres ju-gando con sus hijos, ocultndoles
sus rostros para hacerlos rer ner-
viosamente, como que no fueran
ellos, juego que tiene mucho de pa-
Avenida Grecia con Ignacio Carrera Pinto.
Sptima Protesta Nacional,
27 de octubre de 1983.
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recido al juego del cuco. La cuca madre o el cuco padre tambin se ocul-
tan, amenazantes.
Muchas son las formas del ocultamiento. Al cuerpo del cadver
tambin se le oculta el rostro, el cuerpo entero se tapa de la vista, res-
guardo de la muerte en su violencia, en su verdad. Michel Foucault, ha-
ciendo la genealoga del castigo, nos ha hecho saber que, en la fase del
trnsito del castigo hecho espectculo a la sociedad punitiva, hubo un
momento en que el cuerpo se ocult por completo; se le haca una espe-
cie de mortaja anticipada, un
velo negro cubriendo todo el
cuerpo, o un velo negro en la
cabeza y un sudario blanco
cubriendo el cuerpo.
Alguien puede ocultar
su rostro queriendo no dejar-
se ver, o respondiendo con la
mirada como del que no ve lo
que yo (hacemos como queotra persona no nos ha visto
o no nos ha reconocido, como
que furamos otro del que
esa persona ve que somos, in-
tentamos borrar su propia
memoria, y ms an, miramos
al otro o la otra como de paso,
para descargarnos de toda
responsabilidad o culpa).
Volvamos a los sin rostro
de la Facultad de Filosofa yHumanidades. Los encapu-
chados de la Facultad no son
un grupo estable, menos un
tipo de persona, una clase o
una raza. Puede que un encapuchado no vuelva nunca ms a actuar en
un enfrentamiento con los carabineros, ese da tal vez estaba ms furio-
so o triste que de costumbre, o todo pareca haber perdido sentido con
las ltimas declaraciones de algn poltico que parece haberse ya olvi-
dado de mucho. Se juntan ms o menos unos veinticinco, nunca los mis-
mos, sin organizacin previa, e interconectan las distintas Facultades del
Campus Juan Gmez Millas. Le llaman a su accin poltica accin calle-
jera, salir , i r a la pelea, salir a dejar la cola y tambin hay hueveo.
Vamos a salir hoy da. Siempre hay alguien que toma la iniciativa
o que lanza la primera piedra, aunque nunca ser una mujer, porque no
saben, dicen, o le llega la piedra a un compaero y no al objetivo del tiro;
les gustara, pero se reservarn ellas mismas para las labores de enfer-
mera y cuidados, evitando los chascos. La seal es e l da, el da seala-
do, sealado en la memoria, combate a las polticas del olvido. Los mate-
riales a usar no salen del medio natural, se preparan, se acumulan. Y los
gestos hacen visible el carcter de conflicto, que la accin poltica calle-
jera de los encapuchados revela e indica que los intentos de gobernabi-
lidad absoluta, el trnsito normal y expedito, no son posibles. Seal lumi-nosa de que las polticas oficiales no pueden absorber y asimilarlo todo.
Uno podra llegar a preguntarse si estos actos constituyen un tipo de
sociabilidad otra, otro modo de hacer polt ica. Tambin cabe la pregunta
de si son una suerte de performance poltica, la performance del no olvi-
do. Se acta la memoria de las protestas, se repite el pasado, aunque la
repeticin sea una forma constreida, acotada, no popular; se persiste
en una forma, se reitera neurticamente, en el sntoma de la capucha,
afirmacin de clandestinidad, de un modo de ser cmplices secretos.
Se podra reconocer all, en la accin callejera, un argumento pol-
tico hecho gesto, (en contra de...), corporeizado? No hay discurso, pero s
relato. Escenificacin de un habla catrtica que tiene obstaculizados loscanales de expresin, reprimida por las costras de la frustracin y desa-
zn. Teatralizacin de un conflicto que se expresa territorialmente. En
esta rebelin, que da curso a la actualidad de la memoria, asistimos a
una fsica poltica: en los vectores de fuerza que se activan, en los despla-Monolito recordatorio, Facultad de Literatu-
ra y Filosofa, 28 de marzo de 1984.
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zamientos (del ataque y la fuga; geome-
tra de los cuerpos que interactan, y que,
si mirramos con atencin, configuran
una esttica poltica.) Tambin geometra
de los cuerpos (de tres instituciones cer-
canas espacialmente y con historia co-
mn: la Facultad de Filosofa de la Univer-
sidad de Chile, la Universidad Metropoli-
tana de Ciencias de la Educacin, la Uni-
versidad Tecnolgica Metropolitana.) Los
tres puntos refieren a la memoria de una
otrora nica institucin, la Universidad de
Chile, universidad estatal. Un tringulo
institucional que ha vivido una historia de
separacin. Ya no son la misma entidad, ya
hay recorridos propios como lugares se-
parados. Lo comn, lugares estatales y lu-
gares de memoria, bolsones de memoriaactivados intermitentemente a propsito
de un calendario con das rojos, que no
son feriados ni das de fiesta, sino das
marcados por un relato sangriento que se
evoca. All, en la calle se cumplen gestos
antisistmicos que realizan, de algn
modo, otra capilaridad del poder. Tal vez
su lgica interna. Tringulo de la memo-
ria, no en bermudas sino encapuchada,
memoria que permanece dos o ms das,
en el aire de gases picantes del frontis universitario.Los encapuchados no son siempre los mismos, no es que confor-
men un grupo poltico, con liderazgos internos, o que posean una con-
cepcin poltica discursiva instituyente. Lo que se da es slo aconteci-
miento, puro presente referido a un pasado o a un presente. Pertenece
su composicin a una poltica aleatoria,ms anrquica, de pulsiones actuales,compulsivas, pero que se ligan a una vo-luntad de memoria, a una memoria activa.A estos sustentadores de una poltica de lamemoria, los nombran subversivos y an-tisociales desde un juicio que se apareacon la forma de la negociacin poltica, delos pactos, de las transacciones. Tambinse les nombra como los angelitos, desdeuna voz paternalista que slo reconoce loselementos Idicos en la accin y no oye elloco afn de hacerse de un sitio polticode reclamo, de un lugar de poder sin desti-no, pertenecientes a un interregno, me-diadores imposibles.
La accin callejera tiene algo de pro-testa, algo de enfrentamiento, y agitacin,
contra la ley y el deseo de gobernabilidaddel Estado, contra la propiedad privada,contra un estado de cosas de gobierno,contra un estado social, en medio de con-flictos severos en la sociedad que no en-cuentran voz en los encapuchados, sinogrito. Accin perifrica, des-sistematizada,despliegue de una forma de resistenciaefectiva, alusin a la ruptura histrica msdolorosa vivida por nuestra sociedad; en-
cuentro, en lo violento, de dos component