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UNIVERSIDAD, EDUCACIÓN Y TURISMO
Por: CPCC José Luis Coarita Coarita
A través del presente artículo, mi pretensión es compartir una serie de inquietudes
propias que configuran una de mis preocupaciones en el campo de la formación
profesional universitaria en general; y de la formación en Turismo, en particular.
Todos, de algún modo, concluimos que la educación significativa que tiene su
relación umbilical con el aprendizaje humanístico constituye una de las
herramientas que, en su uso correcto, nos ayudará a reinventar nuestro sistema
educativo y, de una vez y para siempre, definirle un rasgo característico, si no una
cultura, que nos conducirá hacia el derrotero ideal.
Entiendo que la Universidad ha sido creada con un fin supremo, más aún, con una
finalidad: forjar el bienestar de la sociedad.
Nuestra realidad nos demuestra que la universidad de hoy se distanció, por decir
lo menos, de la sociedad. Mucha tinta y mucha saliva se ha consumido para
explicar en qué momento la Universidad se distanció de la sociedad, pero sin un
éxito rotundo. Lo único seguro y contundente es que sí existe ese distanciamiento.
Uno de los enfoques desde el que comúnmente se suele abordar el problema
actual de la universidad con fines de su análisis para idear una posible solución,
es la crisis de identidad, de definición y de conceptualización sobre su naturaleza
en la sociedad. Para explicar esto, es necesario retornar a las razones primigenias
que encierran el porqué y el para qué de la universidad dentro de la sociedad.
Al igual que toda organización, la universidad tiene su fundamento; es decir, su
historia, su memoria y el porqué de su existencia. Pero también hay un elemento
indesligable del fundamento: su finalidad; es decir, su proyecto, su deseo y su
para qué. De la relación dialéctica entre fundamento y finalidad, nace el sentido de
la universidad, que se traduce por el cómo que, a su vez, se explica por su misión
y sus funciones institucionales (la docencia, la investigación y la extensión).
Cuando la universidad pierde su fundamento y su finalidad, el resultado
automático es la crisis de identidad, donde el fin ético (la búsqueda del bien social)
es reemplazado por el fin económico (la imposición de una ideología) que
únicamente conducirá a que la educación sea vista como instrumento de
rentabilidad.
Existen dos tipos de relación en la que está inmersa la universidad: la relación
universidad-conocimiento y la relación universidad-sociedad. Desde el punto de
vista de la primera, la universidad como organización no tiene sentido ni se
justifica por sí y para sí, sino por y para el fin que ha sido diseñada.
La universidad ha sido creada para que sirva como instrumento para conseguir
una sociedad mejor. Pero la sociedad no es estática, es dinámica; entonces, debe
ser capaz de contribuir con el desarrollo de la sociedad en cada espacio y tiempo.
Debe reinventarse constantemente para mantener su vigencia. Esta reinvención
debe ser auténtica, no enmascarada como se proyecta actualmente; es decir, es
tan atractiva como engañosa para el resto de los sectores sociales.
Las características actuales del mercado que, en Perú, empieza a trazar las
primeras particularidades de su rostro a partir de la apertura de nuestra economía
a la libre competencia, han sufrido una modificación y se reflejan en las de la
actividad económica donde el objetivo es avanzar en el mundo del mercado
laboral y la competencia, sin otra motivación que el éxito personal y desligado
totalmente de un compromiso ciudadano, humanista y solidario.
Es en este mercado donde labora y donde desea ser exitoso el profesional actual.
Parece que la universidad ha sucumbido a la exigencia del mercado laboral y ha
hecho propio el rasgo esencial de éste último: lograr rentabilidad económica sin
darle mucha importancia al cómo; limitándose únicamente a transmitir información.
Se confundió educación con erudición. El único objetivo es orientar todas las
actividades académicas al aspecto cognoscitivo, pero del peor nivel: el aprendizaje
memorístico que solamente le sirve al estudiante para aprobar un examen de
memoria. Y todos sabemos que el aprendizaje entendido según su semántica
correcta no se da en el consciente (en la memoria), sino en el inconsciente.
Si la universidad se centrara sólo en enseñar a pensar, enseñar a imaginar
creativamente y enseñar a aprender, como opina el Dr. Isaac Tapia Aréstegui,
haría bastante; pero lo óptimo sería que enfrente el reto de educar al estudiante
integralmente, holísticamente.
Casi repitiendo el lema de una universidad capitalina, el Dr. Mavilo Calero Pérez
opina que el reto es educar al hombre en todo lo que tiene de hombre. Según sus
aserciones, En los albores del siglo XXI ya debemos estar convencidos que
nuestra educación, para ser de calidad, necesariamente debe ser integral. Ya la
época del tradicionalismo, en que se concedió demasiada importancia a la
memoria y al pasivismo debe superarse por acción de toda la comunidad.
Porque el hombre es un ser bio-psico-social y espiritual, merece ser formado en
esa amplitud y no sólo en una de sus partes. Es un grave error dar preeminencia o
exclusividad al aspecto cognoscitivo en la universidad. Con la concepción
tradicional seguiremos deformando y no formando a los educandos. Seguiremos
deshumanizándolos.
Educar al hombre en todo cuanto tiene de hombre debería ser la finalidad de la
educación, así lo exige el mundo diferente que soñamos para las generaciones
que vendrán.
Educar al hombre en su aspecto biológico implica la práctica de la educación
física, la recreación, los deportes, etc.; educar al hombre en su aspecto
psicológico significa atender los aspectos afectivo, intelectual y volitivo mediante
actividades diferentes. Educar en el aspecto sociológico demanda la práctica de
trabajos grupales y el afianzamiento de las relaciones hogar-universidad y
universidad-sociedad. Educar en el aspecto espiritual incide en la vivencia de la
cultura en sus más variadas manifestaciones. Es así que la universidad debe
promover que el estudiante viva la moral (valor ético), la belleza (valor estético),
los conocimientos (valor de la verdad), la equidad (valor de la justicia), realice
acciones de promoción comunal o de extensión (valor social) y acreciente su fe en
un ser supremo (valor divino).
Todo esto no se realiza en todas las universidades por igual. Como ya dije antes,
intencionalmente o inconscientemente confundimos educación con erudición.
Otros, pocos, vencidos por la sectorización de la cultura, creen que educar es
hacer artistas y dan exagerada importancia al arte. Algunos tratan de formar
religiosos y a los estudiantes los atosigan de dogmas, formalidades y
conocimientos exclusivos de religión. En su afán de hacer atletas abusan de la
educación física y desatienden otros sectores de implementación humana. El
propósito de la educación no es hacer esas exageraciones, sino formar
equilibradamente al hombre en todo cuanto tiene de hombre.
En el afán de educar al hombre en todo cuanto tiene de hombre, es justo
reconocer que toda parcialización es perjudicial. Una mente bien desarrollada en
un cuerpo enfermizo está incapacitada para la realización de grandes obras. Una
mente bien desarrollada sin un corazón en el cual imperen los principios nobles y
divinos, es un verdadero peligro. Un pillo instruido es más peligroso que un pillo
ignorante. El saber teóricamente ética, moral, justicia, bien, caridad, etc., no es
garantía de su práctica.
A menudo tropezamos con profesionales que no cumplen su tan decantada ética
profesional y muchas veces ni siquiera los lineamientos mínimos de una moral
elemental de ciudadano común. Contentarnos con excelencia académica es
engañosa y engañante, más si se habla de todo y nada se practica.
Que las universidades se preocupen de la excelencia académica, es positiva. Pero
juzgar que es lo máximo que deben realizar profesores y estudiantes, implica una
miopía. Hay necesidad de buscar los niveles más altos de aprendizaje
cognoscitivo, pero también de aprendizaje afectivo y psicomotriz, para lograr una
educación con nivel de excelencia, es decir, una verdadera educación.
La universidad debe estar más cerca a sus alumnos para orientarlos o
reorientarlos en su desenvolvimiento humano. Otorgar títulos a quienes realmente
no lo merecen, no obstante haber aprobado los requisitos académicos, es muy
peligroso. El profesional, antes que tal, es un hombre y como hombre también
merece formarse en todo cuanto tiene de hombre. El título debe ser la dación de
autoridad formal a quien tenga los prerrequisitos de autoridad profesional y
personal.
No se trata de ofertar una educación integral de cualquier modo, sino en sus más
altos niveles de aprendizaje. Ayudados por la taxonomía de Bloom en el dominio
cognoscitivo en vez de contentarnos con la memorización de conocimientos,
primer escalón y más bajo del área, debemos hacer que logren el más alto nivel:
empezando precisamente por el conocimiento, siguiendo por la comprensión, la
aplicación, el análisis, la síntesis, la evaluación, y, si es posible, terminando en la
producción de nuevos conocimientos.
En algunas universidades no distinguen esta jerarquización, transmiten
conocimientos y evalúan con perspectivas memorísticas. Impera la enseñanza y
no el aprendizaje. Lo deseable es que las asignaturas no fomenten el memorismo
y la respuesta mecánica, sino insistan en la solución de problemas, las creaciones
y los pensamientos críticos.
En el dominio afectivo, los alumnos no deben llegar sólo a adquirir sensibilidad
respecto a la exigencia de ciertos estímulos y aceptar las diferencias sociales.
Deben llegar a regular su vida basándose en principios éticos y morales,
adquiriendo el compromiso de vivir en sociedad, más humanamente, en
horizontalidad. Pero también deben ejercitar los niveles intermedios: recepción,
respuesta, valoración, organización y caracterización. En este rubro, es deseable
que nos esforcemos en lograr los más altos niveles de afectividad. Pero, ¿la
universidad se preocupa del desarrollo de la afectividad? Dolorosamente podemos
decir que no.
En el dominio psicomotriz, según la taxonomía de Dave, no debemos quedarnos
en la imitación de una u otra actividad, debemos avanzar. No debemos quedarnos
en la simple imitación, sino buscar mayor eficacia. Además de practicar la
imitación, se debe transitar por la manipulación, la precisión, la coordinación y el
automatismo y la interiorización. El dominio psicomotriz es tan importante como el
dominio cognoscitivo o afectivo, merece una atención permanente para formar
integralmente al hombre. Pero algunas personas no comprenden esto, priorizan lo
cognoscitivo. No obstante su juventud, no practican el fútbol, por ejemplo, ni otros
deportes, pero sí están al día con las noticias deportivas en su mínimo detalle y se
consideran “deportistas”. De este modo no se incide en formación, sino en
deformación.
En suma, el profesional con cierto bagaje de conocimientos, desposeído del
cultivo de sus facultades biológicas, síquicas, sociales y/o espirituales, en la
amplitud que su profesión requiere, no garantiza un buen servicio a la colectividad.
Por lo contrario, es más peligroso, en tanto aplica sus conocimientos para causar
perjuicios a sus coetáneos. Quién puede negar tantas denuncias y referencias de
víctimas y testigos, de hechos decepcionantes de profesionales que falsifican
documentos, suplantan personas, abusan de gentes modestas, actúan con malicia
y engaños, se aprovechan de las circunstancias, dan una receta o producto por
otro, actúan contrariamente a sus palabras, etc. El progresivo incremento de estas
conductas negativas debe interesar a la universidad, si realmente está al servicio
de la sociedad.
En el campo del ejercicio profesional, la situación es similar; es decir, en todos los
campos sucede casi lo mismo; con algunas particularidades producto de las
particularidades de cada uno de ellos. En turismo, que es el área del presente
trabajo, a un nivel cognoscitivo que parasita casi exclusivamente de la repetición
memorística de la información, bandera de la mediocridad; cotidianamente se
perciben conductas que desdeñan, dejan de lado, ignoran o soslayan aspectos
conductuales que son vertebrales como el humanismo, la solidaridad, interacción
horizontal, dignidad, decoro, etc. Por ejemplo, sabido es que el turista, en tanto y
en cuanto objeto directo fundamental del servicio profesional, proviene de una
diversidad cultural, social y económica que preocuparía al más indolente. Por
tanto, se me antoja más crítica la situación y, por consiguiente, más urgente la
acción correctiva y preventiva. El profesional en turismo debe estar formado para
actuar con la misma eficiencia y eficacia tanto con el turista más pésimamente
instruido y/o educado, como con aquél que detenta una educación e instrucción de
vanguardia. En su cotidianidad, el profesional en turismo debe hacer patente de
una educación de vanguardia en todo cuanto tiene de hombre.
Por tanto, como se dijo anteriormente, es urgente retomar auténticamente la
identidad de la universidad. Es necesario rescatarla, reinventarla, reencaminarla;
que, si antes no ha sido así, su fundamento y su finalidad se refleje
cotidianamente en una sociedad mejor, salvo mejor y más ilustrado parecer.