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Hipólito de Unanue (Perú)
MEDICINA. DECADENCIA Y RESTAURACIÓN DEL PERÚ
Oración inaugural del Anfiteatro Anatómico, en la Real Universidad de San Marcos, el día
21 de noviembre de 1792
Non ignara mali, miseris sucurrere disco.
(Virg.: Æn., lib. I, v. 630.)
Excelentísimo Señor:
Cuando la imaginación me representaba la solemnidad y gloria de este día, en que Lima y
el Perú colocan en el templo de las ciencias a la diosa conservadora de la humanidad, y se
valen de mi ministerio para principiar su servicio en ese magnífico Anfiteatro consagrado
por V. E. a la naturaleza, vacilaba dudoso si la Divinidad o el patrono, si V. E. o la anatomía,
embargarían exclusivamente mi espíritu y mi voz. Llegado ya el momento dichoso, objeto
de mis desvelos, crece mi embarazo en la misma necesidad de resolverme. Absorto en la
incomparable beneficencia y en el esplendor del sabio gobierno de V. E., veo nacer las
artes y las ciencias, fomentarse y florecer en este benigno clima de la América, y siento
que, ocurriendo de improviso alrededor de mí, cada una me exige y disputa a porfía que mi
lánguida voz sea el intérprete de su gratitud, recomiende sus utilidades y pase a los siglos
futuros las glorias de V. E. No sé a qué decidirme.
¡Oh política, oh ciencia de gobierno, tú me dictas! ¿Y cómo podré resistirlo? Proclama la
restauración, la gloria del Perú. La integridad, la prudencia, la justicia de su jefe, lo cimentan
sobre el orden, lo edifican con hermosura y proporción, y lo elevan al término debido de su
magnitud1. Labores abandonadas por la ignorancia, arruinadas por la impericia; brazos
1 Es difícil ceñir a unas breves notas la relación de los importantes establecimientos que debe el
Perú al excelentísimo señor Frey don Francisco Gil Lemos y Taboada. Tocaré tan solamente
aquellos que ocurrieren a la pluma, y fueren más análogos al objeto del discurso. Entre los
establecimientos con que S. E. ha pretendido mejorar la policía del reino, merecen ser distinguidos
los ejecutados en orden a la limpieza y cultura de la capital. Lima, cuyo temperamento ha sido en la
pluma de diferentes sabios el hipérbole de la benignidad, se halla reducida a ser la patria de las más
funestas enfermedades y el sepulcro de los naturales y extranjeros. Si se inquieren con atención las
causas, se descubrirá que la falta de celo público ha mudado las saludables cualidades de este
cielo clementísimo. Lo primero, por permitirse que las calles y plazas fuesen establos de los
excrementos y despojos de la multitud de cuadrúpedos que entran, salen y se encierran en ella,
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multiplicados y agobiados inútilmente; ensayos y beneficios por costumbre, ¡cuánto debéis
a las nuevas luces, al cultivo y al fomento de la mineralogía, mecánica, arquitectura, física y
química2 ¡Cuánto debéis al genio protector que, imitando al espíritu vital que fingen los
formándose por esta causa enormes muladares. Lo segundo, porque a las acequias que atraviesan
casi todos los barrios y arrastran las basuras de las casas, se les ha dejado formar a su arbitrio
pantanos, sin cuidar de dárseles otra circulación ni limpia que la desecación que hacen los ardores
del estío. Lo tercero, porque estando los hospitales en el centro de la ciudad, con camposantos muy
estrechos, y siendo muchas las bóvedas de las iglesias, con ventanas de comunicación, o las
calles, o al interior de los conventos, se dejan los cadáveres casi al haz de la tierra. Lo cuarto,
porque aunque en el siglo pasado se prohibió seriamente se introdujesen en la capital partidas de
negros bozales, por las pestes que habían causado. (Escal. dart. 2. página 222); en el presente se
han admitido sin reserva. Lo quinto, porque los paños infectos de contagio, o continuaban en la
familia, o por una falsa piedad se daban a los pobres, etc.
La experiencia de todos los siglos, y de todos los países de la tierra, nos enseña que cada una de
estas causas por sí sola puede apestar al lugar más sano y perpetuar sus dolencias. ¿Qué hará,
pues, la reunión de todas? Es acreedor S. E. a la más tierna gratitud de nuestros conciudadanos por
haber empezado a remediar estas causas mortales. La primera, con los carros de limpieza,
establecidos desde el año anterior; lo segundo, con la supresión de acequias inmundas y formación
de silos, que además de servir para el aseo de las casas, podrán ser muy útiles en los terremotos a
que está expuesta Lima. Sabemos ser menores y más raros los estragos en la Persia, después que
se introdujo el uso de los pozos profundos. Sobre la tercera, es constante cuanto se ha interesado
S. E. a fin de que se formen los sepulcros y osados fuera de las ciudades, y cuanto por su orden ha
declamado sobre este asunto el Mercurio (tomo 1ro. página 116, tomo 2do. pág. 57. etc.); pero aun
no han seguido las capitales el ejemplo de algunos de sus pueblos subalternos. Sobre la quinta
causa se vela con eficacia, y será seguramente remediada, así la cuarta como otras que le son
análogas. Por estos cuidados la salud del ciudadano gozará de mejor suerte. Como las capitales
dan siempre el tono a las ciudades de su dependencia, ya el Cuzco se hace libre de sus
inmundicias. Arequipa con una hermosa Alameda, y Tarma con otra igual. Entre los
establecimientos relativos a la seguridad, no se puede pasar en silencio la fábrica de los puentes de
Huaura y Santa, que se ejecuta por las sabias órdenes y arbitrios de S. E., cuya falta interrumpía el
comercio y comunicaciones, y originaba mil desgracias en los intereses y vidas de los que trafican
por esta carrera, desde Lima hasta el virreinato de Santa Fe. 2 Las ciencias naturales son de primera necesidad en el Perú, atendidos los frutos que le ofrece, y
han sido las más olvidadas. No presentando giro ni premio, casi nadie las ha cultivado; así todo lo
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poetas3, se defiende por las entrañas de la tierra, alienta los desmayados racionales que las
habitan, los reúne en sociedades4, los saca de la miseria5 y la ignorancia, y hace renacer al
Perú con mayor opulencia!
Del mortal abismo de la inacción se levanta el historiador: repasa en su memoria las
obscuras edades corridas desde la conquista del más rico de los imperios, da nueva vida y
fija la suerte de las errantes sombras de sus ilustres antepasados, ultrajados por el olvido.
El filósofo contempla todos los puntos de este fecundo país y el magnífico espectáculo que
le ofrece la naturaleza, electriza su alma, pone en movimiento sus potencias, vigoriza su
mano, gime la prensa, y se propaga la ilustración y buen gusto6. ¡Qué hermosa me parece
que depende de ellas, o se ha dejado de hacer, o se ha practicado con un ciego empirismo. La
declarada protección de S. E. a cuantos las cultivan, los vivos deseos de proporcionados auxilio van
introduciendo un noble deseo y emulación de entenderlas. La física, la mecánica. la geometría, la
arquitectura subterránea. la química y docimástica forman hoy las delicias de muchos que, al abrigo
de la protección, no pueden menos que hacer rápidos progresos que resulten a favor de la minería y
la agricultura. Véanse diversos discursos sobre estas materias, insertos en el Mercurio. 3 Spiritus intus alit, totaque infusa per artus Mens agitat molem (Virg.). 4 Sociedad mineralógica establecida en la ciudad de Arequipa en el año anterior. (Mercurio, Nro
169.) 5 En los asientos de Chota, Pasco, Huarochiri. Lucanas y Huantacaya se están estableciendo por el
Real Tribunal de Minería bancos de rescate, a fin de que los mineros tengan donde vender con
reputación sus piñas y encuentren numerario a mano, evitándose de este modo que sufran perjuicio
en las primeras por parte de los rescatadores particulares, o que paren en la labor por falta del
segundo. 6 Con sólo registrar los tomos que ha dado a luz la Sociedad Académica de Lima, fundada bajo los
auspicios de S. E., se manifiesta la favorable y repentina mutación de las ciencias en el Perú. El
historiador, el filósofo, el botanista, el estadista, el comerciante, etc., han salido de un letargo
funesto, y concurrido con sus luces a verificar el esmero con que S. E. promueve cuanto conduce a
la ilustración del vasallo americano, según los designios de nuestro católico, sabio, amado y
piadoso monarca el señor don Carlos IV. “He observado —dice este monarca filósofo en la cédula
de erección del colegio de nobles americanos en la ciudad de Granada, monumento de su grandeza
y piedad para las Américas— que nada importa tanto para la felicidad de las Américas como la
universal difusión de las luces, y que de ningún modo puede ésta asegurarse, sino perfeccionando
el sistema de conocimientos humanos en la generación creciente y en las que han de suceder”
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la faz del Perú, después que V. E. tomó las riendas de su gobierno!
La religión misma siente este extraño y enérgico impulso que todo lo agita. Abrasados sus
apóstoles en un fuego divino, se lanzan en el seno tenebroso de las desgraciadas naciones
que rodean por el norte y por el sur7; siendo el excelso Lemos el ángel tutelar que los
conduce, bajo de sus alas protectoras, para que se aumente el dichoso número de los
católicos, para que triunfe y brille la fe en el siglo en que piensa opacar sus rayos el vano
esfuerzo de tanto espíritu inquieto y atrevido. Mis sentidos se conmueven con la novedad
de los objetos. Mi imaginación se acalora con las imágenes que en ella se delinean. Mi
alma las contempla, se asombra, se arrebata y excita a tomar el pincel. Pero, ¿qué súbdito
será capaz de formar el cuadro? Habitadores de un orbe inferior, rodeados de una densa
atmósfera, no podemos nosotros percibir la primera luz ni discernir los sublimes rasgos del
ínclito genio que nos gobierna para darle su debida actitud y proporción. Sólo el monarca,
que desde una esfera a donde no llegan vapores que la empañen, registra los sucesos
prósperos o adversos de sus pueblos, ve el modelo exacto de las heroicas acciones de S.
E. El ha sido del real agrado del piadoso padre de las Américas: ha merecido que el
católico invicto, justo Carlos IV lo ensalce con toda la energía que inspira a los augustos la
complacencia de la feliz suerte de sus vasallos. Calificación que eleva a V. E. más allá del
término de nuestros elogios.
Sea, pues, el de la anatomía por quien deba resolverme. Sean las ventajas del Anfiteatro
que se dedica a su enseñanza las que ocupen hoy mi atención y mi voz. Contraído a esta
parte de la gloria del tutelar de nuestras artes y ciencias, aparecerá tanto más brillante,
cuanto fuese menor la facundia y vehemencia del panegirista; no siendo la palabra, sino la
grandeza de la obra, la que debe recomendarla. ¿Y podrá ser mayor la del Anfiteatro? En
ella está cifrado el más firme, el más favorable apoyo de la felicidad del Perú. Ignorancia de
la anatomía, impericia de esta ciencia directora del profesor, tú has causado en gran parte
la decadencia y miseria que hoy lo oprime. Conocimiento de la anatomía, ilustración de esta
Uno de los objetos más interesantes y menos atendido que ha habido en el Perú es su navegación
costanera. La Academia de pilotaje del puerto del Callao, que por informes de S. E. se ha dignado
aprobar S. M. en Real orden de 1ro de noviembre de 1791, evitará con sus luces los quebrantos y
desgracias que causaba la falta de instrucción de nuestros pilotos. 7 En el tomo II, III y V del Mercurio se refieren los progresos que bajo el glorioso gobierno y amparo
de S. E. han hecho los misioneros franciscanos.
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ciencia conservadora de la humanidad, tú le restaurarás su opulencia y esplendor.
Los imperios dilatados y sin moradores, son cuerpos fantásticos, cuya magnitud es un
atributo imaginario; son unas vastas soledades que, lejos de aumentar la reputación del
trono, enervan su vigor; son una carga gravosa y perjudicial. ¿De qué sirven los pueblos
arruinados? ¿De qué los países fértiles sin agricultores? ¿De qué las minas poderosas sin
operarios? Faltando los brazos que aren los campos, rompan las entrañas de la tierra y den
impulso a las artes y al comercio, la miseria hará gemir sin recurso el país mismo donde la
liberal naturaleza ha derramado los tesoros de su inagotable fecundidad.
¡Tal es hoy la suerte, tal la condición del Perú: de aquel Perú hipérbole en otro tiempo de la
felicidad y la opulencia! ¡Consumidos sus moradores, sólo presenta cúmulos de ruinas,
heredades desiertas, minas derrumbadas! ¿Dónde están aquellos pueblos de tan numeroso
vecindario que sostenían su libertad, oponiendo huestes que equilibraban todo el poder de
los Incas8? ¿Dónde la multitud de ciudades y villas en que los héroes españoles quisieron
perpetuar su nombre y sus proezas9? ¿Dónde los verdes sembrados que hermoseaban los
8 En la costa, que es hoy lo más despoblado del Perú, de sólo Chincha a Trujillo en que están las
provincias de Cañete, Cercado, Chancay, Santa y Trujillo, había cuatro régulos que, para sujetar a
cada uno de por sí, se vió obligado el Inca Pachacutec a formar dos ejércitos de a 30,000 hombres
cada uno, que alternasen en los afanes de la guerra; y cuando introdujo a ésta en los Estados del
Chima, régulo de Trujillo, se vió en la necesidad de reunir todas sus fuerzas y las de los tres régulos
anteriores, que salieron a auxiliarle, como se lee en Garcilaso, tomo I. Prueba clara de los muchos
indios que habitaban la costa. En los tiempos inmediatos a la conquista, estaban estos lugares tan
poblados, que por esta razón se incorporaron en la Corona en la distribución de encomiendas. En
sólo la doctrina de Aucallama, curato de la provincia de Chancay, se numeraban 30,000 indios
tributarios desde la edad de 18 a 50 años, según el P. Meléndez, tomo I, pág. 328, donde prosigue:
“¿Pues cuántos serían éstos? ¿Cuántas las mujeres?" Era hormiguero de indios el valle, y hoy
apenas se hallarán seis o siete originarios, que viven entre sus ruinas. (Ulloa: Entretenim., 20,
página 361.) 9 En la parte del Perú que ha quedado al virreinato de Lima, se numeraban, desde los tiempos
próximos a la conquista, catorce ciudades y otras tantas villas, que manifestaban el incremento que
iba tomando la población española. En el día, sólo hay cinco ciudades y un igual número de pueblos
que merezcan el nombre de villas; hallándose el resto reducido a paredones derribados, en los que
habita por la mayor parte un pequeño número de mulatos, o de otras razas análogas, cargadas de
miseria.
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llanos, las faldas y hasta las pendientes de los montes10? ¿En dónde están los fecundos
minerales, cuya fama conmovía a los cuatro ángulos del globo, y reunía sobre nuestras
heladas cordilleras las naciones todas del orbe, sedientas de sus riquezas? Parece que
cansada la tierra de la insaciable ambición con que la agitaban los humanos, abismó de
improviso con las vidas sus tesoros. Parece que el ruido de las cadenas del despotismo y la
tiranía, que arrastraba el hambre del oro, huyeron los naturales a las cavernas, a las selvas
inhabitables; y desamparadas las provincias, quedaron yermas, sacrificadas a la voracidad
del tiempo.
Esta idea funesta, apoyada de algunos ejemplos y adoptada con ligereza, se quiere
presente las causas de la despoblación del Perú; pero en la historia de sus catástrofes no
se encuentra que alguna de ellas pueda haber originado tan espantosos estragos. Las
momias sepulcrales indican por su integridad y postura ser de hombres muertos
naturalmente, y enterrados bajo las ceremonias pacíficas de su religión11. En unos bosques
habitados de fieras es rara la huella humana; en otros sus vivientes son originarios12, y los
10 Los indios, para aumentar el terreno cultivable, se valían de tres medios: El primero, fundando las
poblaciones en las colinas y médanos inútiles para el cultivo. Segundo, igualando las quiebras de
los cerros que podían ser regadas; o formando con sumo trabajo cuadros de mampostería que
rellenaban con tierra conducida de otra parte. Estos cuadros iban angostando a proporción que se
aproximaba a la eminencia de los cerros. Los que ocupaban las faldas solían contener 100, 200 o
300 fanegadas. (Véase a Garcilaso, tomo I, página 131). Tercero, a los cerros areniscos, próximos a
las tierras de labor, les ponían los mismos cuadros; pero sólo cuanto eran suficientes para
sostenerlos e impedir que se derrumbasen y las enterrasen. El reino está sembrado de vestigios de
esta antigua y prolija agricultura, que ha ido decayendo en razón de la falta sucesiva de los
agricultores. 11 Bajo las ruinas de los pueblos del Perú, se encuentran muchísimos cadáveres humanos,
cubiertos de sus vestidos y rodeados de sus ajuares: lo que no proviene de que las hubiesen
soterrado los temblores que han precedido, sino de la costumbre que tenían de sepultarse en sus
casas con su vestuario y alhajas. (Consúltese a don Antonio Ulloa: Entretenim.21, pág. 340), lo que
permaneció muchos años después de la conquista. 12 Se cree generalmente que las montañas de los Andes se hallan pobladas de innumerables
emigrantes del Perú, que desde el tiempo de la conquista se han ido acogiendo a ellas, para evitar
la tiranía de los españoles. Lo cierto es que aquellos bosques están por la mayor parte enteramente
desiertos, y que las naciones errantes y esparcidas, que han encontrado nuestros misioneros, en
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negros caracteres con que se han pintado los poseedores de la América española, sólo
existen en la pluma de los que antepusieron al valor de conquistarla el vil empeño de
denigrar las ínclitas acciones. ¿Acaso el hombre armado de las furias de Marte fue el rayo
devastador de estos infelices lugares? No receleis, ilustres manes, dominadores del Nuevo
Mundo, que mi voz turbe el silencio de vuestro eterno reposo. No creáis obscurezca el
renombre inmortal, los hechos esclarecidos, presentándoos a la vista del universo con un
aspecto horrible, un alma feroz y un corazón insaciable de la sangre americana. Huyan de
las expresiones de la verdad tan infames calumnias. La muerte ensangrentada precede
siempre a los conquistadores, y su terrible segur es la que corta los laureles que han de
coronar sus sienes. Pero no fueron los del Perú que causaron las grandes ruinas y miserias
que hoy lo oprimen13. AI contrario, los vestigios de las ciudades y villas con que mejoraron
excesivamente cuanto había consumido la dura necesidad de la victoria, prueban con
evidencia, que lejos de haber sido los actores, han sido las víctimas de esta común
calamidad.
Sobre este cúmulo de destrozos y escombros no aparecen las señales del hierro, ni las
cenizas inestinguibles: trofeos fatales que orlan los monumentos del guerrero exterminador
del género humano. Los melancólicos aparatos de la Parca que aquí reside; la amarillez
pintada en el semblante de las víctimas que van a inmolarse en sus aras; la languidez
mortal que por instantes les mina la salud y la vida; sus gemidos, sus congojas, su ansia
por el auxilio; el murmullo de mil manos que se encuentran con el designio de ministrárselo,
y que, aplicándolo, acaban de extinguir los restos moribundos, cuando juzgaban animarlos;
no son las insignias de las violentas explosiones del cielo airado de la tiranía de los
nada convienen con los indios del Perú.
13 La aserción del ilustrísimo Casas, sobre los millones de indios sometidos por la espada de los
españoles, hace tan poco honor a las virtudes de este piadoso prelado, como a la verdad la del
peruano LIanos y Zapata sobre la destrucción de los españoles por los indios. (Cart. Prelim.,pág.
56.) No se puede, ciertamente, negar que éstos han sufrido mucho así en las guerras del reino
como en las demás vejaciones de que se quejan, pues que la incomparable piedad de nuestros
amables monarcas se ha expresado en términos muy vivos y enérgicos contra ellas en diversas
cédulas. Pero si los sangrientos retratos que hacen las naciones extranjeras de la conducta de los
españoles tienen algún original, este es, sin duda, las inhumanas devastaciones que ellas han
ejecutado en los infelices países de Asia y norte de la América.
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hombres, ni de los rayos abrasadores de Marte. Son los triunfos de la ignorancia de la
ciencia conservadora de la humanidad, de la ignorancia de la anatomía, que al frente del
terrible ejército de las enfermedades, ha arruinado nuestros pueblos, asolado nuestros
campos y derrumbado nuestras minas, consumiendo las manos benefactoras que
fomentaban su esplendor, feracidad y riqueza.
Nacimos para morir, y nuestra propia vida es la ejecutora de esta ley eterna. En continuo
choque las partes que componen el edificio de nuestra mortalidad, sometidas a la acción de
los elementos que las vivifican, es imposible precaver las consecuencias del movimiento y
evitar los debates y alteraciones de los cuerpos que nos rodean. Están éstas íntimamente
conexas con el sistema del universo, y nuestras mismas costumbres concurren a
promoverlas. Así es preciso que por momentos se desarreglen las funciones del cuerpo
humano y nazcan en él las enfermedades, preludios del sepulcro. Es preciso que desde la
aurora que nos colocó en el número de los seres que pueblan la tierra, seamos agobiados
por el enorme peso de mil dolencias que nos llevan por instantes a los confines de la noche
eterna. Pero, por un beneficio singular de la adorable Providencia, en nuestras manos están
los recursos, sino para evitar el supremo día para que nacimos, al menos para alejarlo,
entre tanto que la generación creciente pueda reemplazar con ventaja el lugar de la que
fenece. Su infinita liberalidad ha enriquecido los dos hemisferios de la tierra para bien del
hombre; de suerte que si todo conspira a destruirlo, todo también conspira a sostener al rey
de la naturaleza, Es la inteligencia del profesor la que rige estos extremos. Si rasga el velo
sagrado que oculta a sus ojos las leyes de la economía animal, si estudia las revoluciones
de sus líquidos, si explora la simetría de los sólidos, conocerá el origen de la vida, las
fuentes de la sanidad y los caminos de la muerte. Entonces aplicará oportunamente los
remedios que arreglen las alteraciones interiores; colocará y reunirá con tino las partes que
separaron las externas14. Pues está demostrado con una evidencia metafísica, que el
conocimiento de la estructura del cuerpo es el fundamento de los aciertos del profesor15.
Así por este medio salvará la vida a una multitud de racionales, que podrán ser padres de
14 Neque hac ratione ignorare potest medicus (qui structuram corporis noverit) quid benignior, quid
prior sit natura, quid sanitas, et morbus, quid ipsa denique mors denotet, neque fallere illum potest
curationis et virtutis in medicamentis ratio. (Deusu Anatomes in praxi medica. Tomo 6) 15 Hoff.: Suplem. Tomo II, pág. 121. Verum univeræ medicinæ principium in structura corporis
humani mechanica repertorium.
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mil generaciones futuras. Merecerá las bendiciones de los pueblos, y el glorioso epiteto de
su restaurador y conservador.
Por el contrario, si sumergido en una crasa ignorancia acerca de este orden inefable,
intenta reparar sus quebrantos sin más luz que su impericia ni otra esperanza que la
contingencia, la muerte habitará en sus manos. ¿Por ventura el Creador soberano, que por
la armonía y magnificencia de sus obras, indica haber querido borrar de nuestra mente la
idea del acaso, había de someter al imperio de éste la conservación y restauración del
cuerpo del hombre, en cuya arquitectura parece que agotó su infinita sabiduría? No lo
creáis; las naciones os harán reos de sus desgracias e infamarán justamente por la causa
de su desolación. Si el navegante que se arroja a surcar el Océano sin conocimiento de la
brújula, los vientos ni las costas, es el autor del naufragio que no se evitó por su
incapacidad; si el general que expuso por su impericia las fuerzas del Estado, es la causa
de sus derrotas y pérdidas, ¿con cuánta mayor razón lo será de las que sufren los pueblos
invadidos de las enfermedades, la mano temeraria por cuya ignorancia cedió la Naturaleza
al accidente, o éste se agravó e hizo mortal, o resultó otro nuevo y más violento?
¡Desgraciado Perú! esta ha sido tu suerte. Abismado en una mortal ignorancia de la
anatomía, faltaron en las provincias médicos inteligentes, y las enfermedades internas
menoscabaron una parte de sus moradores. Faltaron cirujanos expertos, y las externas
consumieron la otra. Introducidas en el siglo de las conquistas mil enfermedades
extranjeras con el comercio, el lujo y la mezcla16, vencieron ellas las nobles calidades del
16 El aguardiente, la introducción de negros y las epidemias de viruelas y sarampión, han sido los
rayos destructores que después de la conquista han casi exterminado a os indios y concurrido a
impedir la propagación de los españoles. Del aguardiente dice don Antonio Ulloa en sus
Entretenimientos, que mata más indios en un año que las minas en cincuenta; que por su
inmoderado uso amanecen los Indios muertos en las calles de los pueblos de la sierra; y que en la
epidemia del año de 1759, que hizo terribles estragos en esta nación, se conoció que era el
aguardiente el que la hacía mortal, por cuya razón se prohibió su venta y ces6óla mortandad. Los
negros han introducido la lepra, la sarna y el cancro, que estos últimos años se ha incrementado
rápidamente por el peso que, movidas del lujo, llevan las mujeres sobre la cintura, creciendo la
infecundidad a proporción que él se propaga. La opinión más bien defendida sobre el origen del
gálico es deberse a los indios; pero como en el Perú manifiesta la experiencia. que es rarísimo el
indio que la padece, mientras que es frecuente en los negros y que están contaminados de ellas las
partidas transportadas de África, ellos son, al menos por lo que respecta a estas regiones, los que lo
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clima y, no encontrando obstáculos eficaces a sus progresos, prendieron en los regnícolas
como el fuego en el bosque seco, cuyo estrago se aumenta a medida de su espesura y
disposición. Contaminado el aire, la tierra y los vientos, varió el genio y curso de las
endémicas. Adquiriendo por la negligencia fuerzas formidables, las benignas se hicieron
perniciosas, entre tanto que las esparódicas y estacionarias aceleraban sus períodos. Llegó
el tiempo fatal en que bajo de un cielo donde jamás habían dominado las pestilencias17,
cada accidente es una peste terrible, cuya insaciable voracidad crece y se dilata con el
curso de los años. ¡Qué horror da extender la vista sobre la faz del Perú! Las convulsiones
arrasan sin piedad los hermosos pimpollos, cara esperanza de una generación nueva. Las
fiebres eruptivas son un astro maligno, cuyos temibles influjos no perdonan a la inocencia,
al sexo, ni a las canas; y en un país poblado de bosques de cascarilla, corren las
intermitentes arrasándolo de un extremo al otro.
Delante de la muerte marchan la consternación y la miseria. Convertidos en hospitales los
pueblos, cada habitación es un retrete sombrío en que el dolor, la necesidad y la impericia
ejercen a competencia su funesto Imperio. La madre contempla absorta al tierno infante, a
quien un improviso temblor ha sorprendido en su propio regazo. Los ojos ya apagados, ya
centellantes y vibrados, los miembros contraídos y dilatados por una violenta y alternada
agitación, descuadernada la amable imagen de la inocencia, y su voz destemplada en
han conducido. Pero nada hace tanto destrozo en los naturales del país como las viruelas y el
sarampión. Muchos autores. al ver sus estragos, han ocurrido a atribuirlos a la ira del cielo, por las
pasadas y presentes abominaciones de los indios. Es cierto que todas nuestras enfermedades
vienen de la mano soberana que nos humilla; pero si hubiésemos de reposar sobre esta
consideración, sin poner nada de nuestra parte para remediar nuestros quebrantos, se despoblaría
la tierra. Creen otros, que, impidiendo el brote de las viruelas, el uso que tienen los indios de
embarnizarse el cutis para libertarse de las picadas de los insectos venenosos, los hace mortales.
Desde luego, ésta es una bella razón hablando de los indios desnudos que habitan en las montañas
y bosques de la América: pero no de los peruanos, en cuyo país no existen tales insectos ni
barnices. La verdadera causa porque son en él tan funestas las viruelas es la que apuntamos en el
cuerpo del discurso. 17 En el tiempo de la conquista no había tradición de pestilencia en el Perú, y se encontraron
muchos indios de un siglo de edad. (Gomara, capítulos 194- 195.) La larga vida es carácter de esta
nación (Ulloa: Entretenim., 18), y la consiguen, pasando de cien años, siempre que escapen de las
viruelas. (Ulloa; Viaje, t. II. pág. 563. Mercurio Peruano, t. V, pág. 164.)
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tristes gemidos, le anuncian el mortal veneno que lo devora; lo estrecha entre sus brazos, lo
inunda de lágrimas, lo suelta, corre despavorida en busca del auxilio; pero ¡ah! que en vez
de éste encuentra la bárbara mano que consuma el sacrificio. Una fiebre dolorosa acomete
a éste o al otro individuo; sus síntomas ligeros nada anuncian de peligro; bajo de un
aspecto benigno engaña al más sagaz, mientras que el tenue veneno inficiona los líquidos y
sólidos del cuerpo humano, postra sus fuerzas, pervierte de todos modos sus funciones, y
cundiendo generalmente rompe en el más terrible estrago.
Otro veneno acre de su género se introduce en la sangre jamás tocada de él, la agita y
descompone; desenvuelve sus semillas primigenias, y por el movimiento de perturbación
las lleve a la periferia. Aquí es donde la inflamación, que comenzó en el interior, acaba su
triste escena; donde el dolor, el fuego, la corrupción ejercen su última tiranía. Síntomas
fáciles o violentos; podres que consume en vida, sepulcro siempre abierto, ¡qué horror! ¡qué
angustias! ¡Su llanto, sus gemidos, su voz espirante! Los momentos son breves; la muerte
se acerca; i Y el Creador es liberal en recursos que nos arranquen de sus brazos! ¿A dónde
estáis, profesores benéficos, a cuyas manos se confió el acierto en su aplicación? Vosotros
los que, habiendo consumido las fuerzas y la edad en el estudio del cuerpo humano,
conocéis por las apariencias externas todo el fondo de las mutaciones interiores; vosotros a
quienes la interna estructura manifestó las causas y el sitio de las enfermedades, alumbró
la acción y efecto de los remedios sobre ellas, enseñó a apoderarse de los momentos
presentes, augurar y precaver divinamente los futuros, ¿cuál teatro se os puede presentar
más oportuno para ejercer las luces y la compasión y hacer brillar el poderío del arte, que
un grande y opulento imperio en donde la muerte triunfa, los pueblos se arrasan y la miseria
se introduce por falta de quien ministre con dicernimiento sus remedios saludables?
Lejos se hallan de aquí vuestro dicernimiento y piedad; en el Perú no han tenido sus
moradores otro asilo en las graves y frecuentes epidemias y demás accidentes que han
padecido que la impericia de los empíricos, el total abandono y el bárbaro arrojo de los
charlatanes; medios capaces de acabar por sí solos con el linaje humano.
Los primeros que, fijando su residencia en Lima, tenían el lugar más eminente en la
facultad, son pintados en el siglo de la conquista como unos hombres ignorantes, sedientos
de oro y olvidados enteramente del bien público18. En el siguiente, sus conocimientos
18 En el siglo de la conquista no había en el Perú otros médicos que los venidos de Europa. El
célebre Pedro de Osma dice de ellos a Monardes : Ob medicorum huc a vobis commeantium magna
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prácticos se reputaban inferiores a los supersticiosos que conservan los indios, y a los que
por un instinto automático adquieren los sirvientes de los hospitales19.
Fundáronse las cátedras para esparcir la luz de la enseñanza. Pero, o porque la medicina
no mereció aquella intención que las demás ciencias20, o porque al abrigo de las tinieblas
ex parte negligentiam et inscitiam, quibus Publica utilitas (quam tamen summam præstare possent)
curæ non est, sed ut quæstui dumtaxat serviant, (Epist. ad, Nicol. Monardis e Lima in Peru, ad 26
decembris 1568.) En ella misma asegura que las hierbas y demás drogas medicinales de estos
países no aprovechaban por falta de método en su administración". Ex quibus sine methodo ante
usurpatis, nullum auxilium percipiebamus. En el t. II del Mercurio, pág. 72. cité esta carta, y di razón
de la profesión de Pedro de Osma. a quien Monardes compara a Dioscórides. 19 En el claustro tenido en la Real Universidad de San Marcos en 1637, para resolver la fundación
de dos cátedras de medicina, se opuso el doctor Monzo de Huerta, catedrático jubilado de lengua
quechua, por ser constante que los indios curaban mejor que los médicos, sanando a los que éstos
habían desahuciado, y por haber muchos que por haber estado algún tiempo en los hospitales, de
sólo la experiencia que han tenido curan muy acertadamente sin ser médicos, como Martín Sánchez
y Juan Jiménez. (Lib. IV de Claustros, pág. 185) 20 En el siglo XVI el gusto dominante de nuestra nación estaba a favor de la teología escolástica, de
la filosofía de Aristóteles y del derecho civil de los romanos. Así en la fundación de la Universidad
de San Marcos y en los tiempos sucesivos a ella, se erigió competente número de bien rentadas
cátedras a cada una de aquellas Facultades. Se establecieron, además, colegios para su ense-
ñanza, no sólo en Lima, si también en todas las ciudades principales del reino. Para la medicina se
designaron dos cátedras, una de prima y otra de vísperas, proveyéndose únicamente la primera en
el doctor Antonio Sánchez Renedo; pero no habiéndosele señalado sueldo alguno con el doctor
Renedo se acabaron las cátedras y catedráticos de medicina. Por esto, no es de extrañar que
cuando en 1637 se deliberaba sobre su restauración, asegúrase el doctor Huerta, que habiendo
florecido un crecido número de doctores en Teología, Artes y Leyes, numerándose en aquel año
más de ciento en Lima, en setenta años corridos después de la fundación de la Universidad sólo se
hablan conocido tres o cuatro doctores médicos que, habiendo estudiado en otras partes, se
incorporaron en ella. (Lib. IV de Claustros.) La suma necesidad y escasez de éstos, como se explica
la Real cédula que citaremos después, dieron motivo a que en el año de 1638 se fundasen de
nuevo las cátedras de prima y de vísperas de medicina, aplicándoles para su subsistencia 1,000
pesos, ensayados del producto del estanco de Solimán. “Parece misterioso —dice Escalona,
Gazophyl., lib, II. part. II, página 221— no haberse consignado esta paga y estipendio en otro
género y especie que ésta que es tan mortífera, habiendo otras que no lo son". Era a la verdad muy
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del siglo, era fácil profesarla sin entenderla, nadie procuró penetrar sus misterios21.
Creíanse demasiadamente instruídos los que poseían un fárrago de recetas22 adquirido por
una práctica grosera, o que juzgaban explicar y ordenar por el hombre quimérico, que se
habían figurado en la mente, las leyes reales del cuerpo físico. En uno y otro caso corría un
riesgo evidente la salud del pueblo. No hay otro remedio eficaz que el que se aplica en
tiempo oportuno23. La distinción de los tiempos en la práctica médica depende de la
contemplación y comparación de los fenómenos que presenta el cuerpo sano y doliente, el
sólido vivo, natural, o alterado en sus funciones; y siendo aquéllos resultado de su
estructura y leyes, que mantienen o han perdido natural armonía, sin la inteligencia de
éstas, se obscurecen los tiempos favorables, huyen las ocasiones, los auxilios se hacen
inútiles y por la mayor parte perniciosos. Entre los entes de la razón y los de la naturaleza,
media una inmensa distancia, y es preciso sean erróneos los dictámenes deducidos de
aquéllos, siempre que no estén fundados en el íntimo conocimiento de éstos24. De lo
oportuna para simbolizar el estado que tenía entonces la medicina en el Perú. Extinguido el
estanco, se tomó el arbitrio de hacer una rebaja general en las cátedras de las otras facultades,
para aplicar una parte de ella a las de medicina; pero dejándolas siempre sobre un pie en que se
deben reputar por las de más escasa dotación. Después se añadieron las cátedras de Método y
Anatomía, cuyos profesores, sin renta, han sido hasta ahora catedráticos in partibus o catedráticos
de anillo. Faltando por estas razones la enseñanza pública de la medicina en la Real Escuela, y no
habiendo colegios que la supliesen, no se han hecho en esta facultad los progresos que se debían,
con gran detrimento de la salud pública. Esto mismo previó y expuso la Real Escuela con
expresiones muy vivas, en informe de 2 de noviembre de 1662. 21 Consta por el lugar citado del lib. IV de Claustros, que en aquel tiempo sólo concurrían al estudio
de la medicina un bachiller, un boticario y un barbero. 22 Quid ingens illa medicamentorum copia, quæ in inmensam prope sylvam excrevit, aliud
demonstrat, quam intempestivum in praxi studium et vanam industriam? ¿Quid... nisi medicum, cum
in tanta remediorum affluentia versetur, ne paucorum quidem vires satis intellexisse? (Hoff. De usu
Anatomes; loc cit.). 23 Boerh., Praef., Ad Mat. Medic. Oportunamente dijo Ovidio:
Temporibus medicina valet, data tempore prosunt;
Et data non apto tempore vina nocent. 24 Cæterum natura corporis principium sermonis in arte medica. (Hippoc.: De locis in homine, párrafo
IV.)
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contrario, los síntomas y demás aspectos que en las enfermedades arreglan el plan
curativo, tendrán relación con las causas ideales e imaginarias, no con las físicas y
existentes en el cuerpo. Consistiendo las últimas en las afecciones del sólido y el líquido, no
puede conocerlas aquel a cuyos ojos, ocultos los resortes interiores de la máquina viviente,
sólo se manifiesta su decoración externa. ¿Cuáles, pues, podrían haber sido los aciertos de
nuestros más célebres profesores? ¿Cuáles habían de ser, sino de dejar perecer la mayor y
más acendrada porción del Perú?
Confesemos con todo, no haber sido ellos quienes hicieron su mayor ruina. A pesar de su
práctica equívoca y grosera, como la trasmitían de unos a otros, los posteriores procuraban
evitar los remedios que habían surtido mal efecto en manos de sus antecesores,
manteniéndose sobre la inacción en los casos que no comprendían. Menor mal es a la
verdad; siendo un mal menos grande dejar lidiar a la naturaleza con la enfermedad que con
un arrojo temerario; imposibilitar los recursos de la primera, o hacer triunfar antes de tiempo
a la segunda. Una plaga de langostas nacidas del abandono, es la que ha cubierto de
cadáveres nuestros cementerios y convertidos los campos en sepulcros. Viéronse las
ciudades, las villas y los pueblos en medio de los males que los afligían, en aquel
desamparo que en el día ofrecen nuestras cabañas y rancherías, donde siendo la suma
pobreza barrera insuperable a los remedios y a la medicina, se enferma sin esperanza, se
adolece sin socorro, y se muere sin consuelo. ¡Triste situación25! Para salir de ella
acogieron con liberalidad a cuantos aseguraban habérseles confiado el precioso depósito
de la salud humana, y dieron por este medio en un escollo más fatal que el que intentaban
evadir. Canonizado por el amor de la vida, el atrevimiento y el engaño, en un momento se
despoblaron las casas hospitalarias, las boticas, las barberías; y mejoraron de fortuna los
ociosos, los vagabundos y cuantos quisieron huir una suerte miserable y criminal; aunque
no todos poseyesen el singular talento de imponer.
Era grande el abandono, suma la necesidad del auxilio, y la ignorancia general. Así se
formó una parte de curanderos y charlatanes que iban devorando por todas partes la vida y
25 Véase al señor Ulloa: Viaje. tomo II. pág. 563. Mercurio Peruano, tomo V. pág. 195. En uno y otro
lugar se asienta morir los indios porque carecen de todo auxilio, médicos, medicinas, etc.; así luego
que enferman avisan al cura para que los confiese y se prepare a enterrarlos, porque si alguno
escapa ha de ser por sólo la fuerza de su naturaleza.
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la substancia del vulgo que adora neciamente por Esculapio a las serpientes26. ¿Cuáles
serán los estragos que ella ha originado en tantos años que ocupa suelta y con aceptación
este infeliz reino? Si en los puntos en quienes la ilustración en la medicina parece haber ya
tocado la raya de los conocimientos humanos, en quienes el magistrado conoce el precio y
vela sobre la salud del súbdito, castiga la audacia y hay copia de profesores que
enmiendan sus yerros, se tiene por constante que los pocos charlatanes que se escapan a
la vigilancia pública, hacen más daño a la población que todas las enfermedades que la
invaden27; ¿quién podrá calcular las mortandades practicadas en el Perú, donde esta plaga
es libre e innumerable, muy pocos los médicos, grande el abandono, graves y frecuentes
las epidemias? Si es más útil entregarnos al poder de la naturaleza que al de los agyrtas28 y
los países se asolan en las manos de aquella, si la desampara el arte29; ¿qué sucederá en
la de los segundos, en la que los recursos del arte son una espada puesta en las manos de
un loco30? Lo sensible es que después que en los dilatados tiempos de la ignorancia ha
corrido impune esta infectísima turba, cunda en nuestros propios días, en la misma capital,
a presencia de los sabios profesores que han hecho variar el antiguo e infeliz aspecto de
nuestra medicina. Por semejante tolerancia, se hallan en situación de cometer un doble
crimen, sacrificando a cuantos incautos caen en la red de sus torpes engaños y malogrando
los enfermos dirigidos por médicos peritos; porque, introduciéndose clandestinamente,
mudan, invierten, y substituyen el método y los remedios. Quizá por evitar un atentado tan
funesto, promulgó Zeleuco, rey de los Locrences, aquella dura ley que condenaba al último
suplicio al enfermo que, contraviniendo a las órdenes de su médico, usase otro auxilio que
26 Oprimidos los romanos de una cruel peste ocurrieron al oráculo de Delfos, el que habiéndoles
ordenado se acogiesen al dios Esculapio, venerado en Ia isla de Epidauro; en la navegación, se les
introdujo una serpiente en la nave a la que, creyendo ser el dios referido, condujeron a Roma, y le
erigieron templo en una isla del Tiber :
Et finem specie cælesti resumpta
Luctibus imposuit, venitque salutifer urbi.
(Ovid.: Metaforf. lib. XV.)
Fab., lib. LI. Aurel. Víctor: de vir. Illustr. 27 Tissot: Discurso sobre los charlatanes. 28 Idem. Loc, cit. 29 Cullen: Medicina práctica, t. II. pág, 19. 30 Tissot: Loc. cit.
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el mandado por éste, aun cuando consiguiese con él la sanidad31. A ejemplo de ella las
naciones civilizadas han establecido pracmáticas muy severas y oportunas, dirigidas a
refrenar tan lamentables abusos32. Las tiene el Perú; pero quiere su desgracia que triunfe el
desorden, y que a la sombra de un concepto vano, de una afición inconsiderada, multiplique
el arrojo sus estragos, la temeridad haga víctima de la Parca a sus patrones, y el asilo
mismo sea sacrificado. Justa pena de los que no advierten que la verdadera piedad, gloria y
honor, consisten mirar por la salud del pueblo, posponiendo a ella las inclinaciones y las
utilidades propias33.
¡Ojalá no hubiera llegado a la memoria de aquellos entes nocivos a su especie el nombre
de los medicamentos ni la medicina! ¡Ojalá hubieran tenido en lugar de esta la menor idea
de la organización del cuerpo humano! ¿La habrían entonces profanado sus impías
manos? La majestad, el enlace, la delicadeza, el riesgo, puestas a sus ojos, hubieran, sin
duda, evitado los acerbos males que su audacia ha producido. Los estímulos del crimen
que se advierte, amilanan al más osado; pero cuando se juzga ser acierto el error, crece
tanto más el empeño y su estrago, cuanto es mayor la ignorancia. A proporción, pues, de la
que ocupó al Perú en la ciencia anatómica, las enfermedades internas, dirigidas por las
manos del empírico y del charlatán, menoscabaron una parte de sus moradores; entre tanto
las externas consumían la otra.
Si nacemos aventurados al choque y combate de los cuerpos que nos rodean, nuestra
insaciable ambición nos expone a un doble fatal impulso. El deseo de dominar a sus
iguales, hace al hombre víctima del hierro y el plomo, y la ansia del oro lo sepulta en los
lóbregos senos de la tierra, que intenta vengar los golpes que recibe, destrozando la mano
que la escaba. Infaustas riquezas ¡cuántas vidas os sacrifican diariamente el orgullo y la
31 Ælian, apud Leclerc: Historia de la medicina, pág. 336. 32 Cuando encontraban chalatanes en Montpellier acostumbraban ponerlos sobre un burro flaco y
asqueroso, con la cara hacia la cola. De este modo los paseaban por toda la ciudad; mofándose de
ellos con silbos los muchachos y laPlebe, dándoles golpes, tirándoles porquerías. empujándolos a
todos lados y maldiciéndolos. (Tissot: Loc. cit.) 33 Ut enim leges omnium salutem singularum saluti antepunt, sic vir bonus, et sapiens, et legibus
parens et civilis offici non ignarus, utilitati omnium, plus quam unios alicuyus autsuæ consulit. Nec
magis vituperandus est proditor patriæ, quam communis utilitatis aut salutis desertor propter suam
utilitatem aut salutem. (Cicer.: lib..III. De finibus. Párrafo 10)
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codicia!34 El hombre nació para habitar la superficie, no los obscuros abismos del planeta
terrestre. Soterrado en ellos, su corazón se consterna de no ver la luz que le acredite que
vive. El vapor maligno que allí respira, lacera los delicados estambres y debilita los más
fuertes cordones de su estructura35. Busca su consuelo en el aura exterior de quien recibe
la respiración y la vida, y aun esta le es adversa. Parece que horrorizándose de que
vuelvan a su seno los moradores de la región de los muertos, los repele de sí, como a
cuerpos extraños36. El hombre mismo, a cuya codicia se inmolan las fuerzas y el aliento de
sus semejantes, se arma de mil modos contra ellos. No contento con los tesoros regados
de sudor y fatigas que le ofrece la tierra, pretende convertir en estas la sangre del infeliz.
Para olvidar tan melancólicas ideas, el operario que ve reunirse contra sí el cielo, la tierra y
sus vivientes, recurre al licor espirituoso que le alegra y vigoriza, perturba sus sentidos y
disminuye el riesgo la ilusión. En este estado sube y baja, cargado de paciencia y de
metales, por aquellos obscuros laberintos, en donde cada paso es un precipicio. Emprende
arrancar el resistente mineral, llevando en una mano el hierro y en otra el fuego; las caídas
del primer trabajo, y los resaltas y derrumbamientos del segundo, magullan y abren sus
34 Itum est in viscera teræ.
Quasque rdecondiderat, Stygiisque admoverat umbris,
Effodiuntur opes, irritamenta malorum. (Ovid.) 35 En las minas, además de las enfermedades internas, comunes al género humano, las
contusiones, dislocaciones, fracturas, etc., efectosa de su laborio, estan expuestos los que las
trabajan a los horribles y peculiares accidentes que resultan de respirar una atmósfera cargada de
partículas metálicas, a los vapores de éstas en la fundición e introducción de las pequeñas
partículas del azogue por los poros de los pies, en los ensayos por crudo. De aquí las parálisis,
esputos sanguíneos, cólicos. etc. (Véase a Ramazzini: De morbis artífice, cap.1;Hoff., Metalurgia
morbífera, tomo VI. pág. 210.) En Europa, para remediar semejantes desgracias, se cuida de que
los asientos de minas estén proveídos de profesores, peritos y de auxilios. En el Perú se carece de
todo, y le haría un gran servicio el que compusiese un pequeño tratado sobre la dieta,
enfermedades y remedios, de los rnineros, para que sirviese de algún alivio a aquellos infelices. 36 Las impresiones frías del ambiente exterior sobre los cuerpos abochornados con el trabajo y
habitación en las labores subterráneas, causan en ellos funestos pasmos, y por esta razón han
perecido centenares de indios en las minas de Huancavelica, según Escalona: Gazophil.. part. I.
pág. 35. Tunem supernæ luci restituit, calefacti, et anrii, rigida astii intemperie affecti, et,
candicantium montium nive ac frigore tacti, mortaliter rigebant.
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carnes, dislocan y rompen sus huesos, estropeándole toda su organización. Imposibilitado
para la labor, busca su consuelo en los auxilios y operaciones de la benéfica cirugía.
Pero ¿cuál es el alivio que espera de unos profesores entre quienes el más adelantado no
excede los conocimientos de aquellos cirujanos del tiempo de Dario, cuyos errores les
merecieron sentencia del último suplicio37? ¿De aquéllos entre quienes jamás se especuló
el orden, disposición, conformación y enlace de las diversas piezas que componen la
arquitectura del cuerpo humano? ¿Podrá alguno reponerlas con tino y acierto cuando
pierden su simetría? El que de ellos esto emprendiese, ¿no añadirá mal sobre mal, hasta
inutilizar la víctima puesta en sus manos, o sacrificarla antes del tiempo a la muerte? Para
componer un reloj, solamente, dice un sabio38, se confía del que ha empleado muchos años
en estudiar como está hecho y cuáles son las causas que le hacen andar bien y las que le
descomponen; ¡y se fiará el cuidado de componer la máquina de mayor artificio, la más
37 Con las funestas guerras que destruyeron el Egipto en los tiempos de Necho, Hophra y
Psammenito. y lo pasaron al dominio de los asirios y persas, decayeron de suerte las ciencias en
aquel famoso imperio, que habiéndose desconcertado a Daría Histaspes un pie al saltar del caballo
en la caza, convocados los más famosos médicos egipcios, no sólo no pudieron reponerlo, sino que
con violentos y crueles estirones lo pusieron en un estado lamentable; lo que remedió Demósedes,
célebre médico griego de la isla de Croton, e imploró la vida de los egipcios que en castigo de su
impericia iban a ser castigados. (Herod. libro III. nro 129.) Que nuestros cirujanos hayan sido de la
misma especie, se demuestra por dos testimonios irrefragables. El primero es la cédula de 11 de
octubre de 1635, en que dice S. M. a la Universidad haberle informado el virrey, conde de Chinchón,
ser necesario fundar dos cátedras de medicina para su enseñanza, por falta de médicos que hay en
el reino, que es tan grande cuanto se siente en las ciudades principales de este reino, como son la
Plata, Quito, Cuzco, Potosí, Santiago de Chile y otras villas y poblaciones importantes, que están
sujetas a tener solamente unos malos cirujanos que sirven de todo. (Libro de cédulas de la
Universidad, pág. 384.) El segundo es el informe que en 2 de noviembre de 1662 hizo la Real
Escuela, por mano de su Rector don Alvaro de Alarcón Y Ayala, al Superior Gobierno para la
fundación y rentas de las cátedras de Método y Anatomía. En él, después de representar con
expresiones enérgicas la falta de médicos en todo el reino, y en la capital misma, prosigue:
" Y porque la cirugía no es menos,.sino en el mismo grado necesaria, y haber muy pocos que la
estudian, y muchos que la ejerciten, que con poca experiencia de practicantes salen los barberos a
cirujanos, de cuyos errores resultan daños irreparables en materia tan digna de remedio, etc”. 38 Tissot: Loc. Cit.
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delicada y la más preciosa, a gentes que no tienen el más mínimo conocimiento de su
estructura, de las causas de sus movimientos y de los instrumentos que pueden
restablecerla!
Pero: ¿por qué me fatigo en demostrar las evidencias? Basta proferir esta verdad, de todos
conocida. Si la práctica médica del Perú sólo empezó a desear merecer con justicia el título
de tal a los principios del siglo XVIII, de la cirugía se supo únicamente el nombre casi hasta
mediados del propio siglo, hasta que la ilustró en él el feliz Delgar39. Los días de los años
anteriores en todo el Perú y de los posteriores en todo lo que no es una parte de la capital,
han sido consagrados a las inmolaciones de la impericia de los pretendidos cirujanos, que
ha ido insensiblemente consumiendo los brazos más útiles. Y como en la misma proporción
en que van faltando las fuerzas, es preciso descaezcan las labores que de ellas dependen,
la consecuencia necesaria de esta despoblación es la miseria a que se hallan reducidas las
minas más ricas del orbe. Así, puestos en la situación de desear y no poder poseer sus
tesoros, representamos vivamente la imagen de Tántalo de la fábula.
La ignorancia que ha despoblado nuestras minas ha hecho otro daño menos notable, pero
más general en el reino. A imitación de los hombres sin instrucción ni conciencia que
encontraron su subsistencia en la práctica de la medicina, unas mujeres incapaces y por lo
regular de esfera humilde, se apoderaron de la delicada parte de la cirugía, que cuida del
exordio de la humanidad; del arte de partear, cuyo ejercicio pide virtud, calidad y ciencia. El
ningún freno y abandono formó una plaga no menos sangrienta que la primera. Su capricho
y arrojo ha privado al Perú, en innumerables momentos, del nuevo habitante con que la
naturaleza benéfica pretendía reparar sus pérdidas, y de unas madres fecundas que podían
hacérselas olvidar. Puede asegurarse sernos más nocivas nuestras comadres que lo que
pudieran haber sido a los hebreos las egipcias, si hubieran seguido las órdenes inicuas de
sus príncipes; porque la vanidad e impericia de las primeras las pone al abrigo de todo
escrúpulo. Atenas, república famosa, a quien toda la Europa debe el origen de sus leyes,
39 El eminente cirujano don Martín Delgar vino al Perú hacia el año de 1744, conducido por su
vehemente pasión a las minas. Sus aciertos le han granjeado un nombre eterno, y mientras vivió
era tal la confianza que tenían los enfermos en sus manos, que cuando se sabia que había de pasar
por algún lugar de la Sierra, corrían en tropas desde grandes distancias a consultar sus dolencias.
El fue el primero que derramó entre nosotros las luces de la cirugía, enseñando algunas de sus
operaciones.
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de sus artes y de sus ciencias, prohibía, por un antiquísimo estatuto, que los esclavos y
mujeres se mezclasen en las honestas funciones de la partería, reservándolas a los
hombres peritos en el arte; porque recelaba que la condición de los primeros, o estolidez de
las segundas, la privasen de las inestimables vidas que debían aumentar su reputación y
fuerzas. Si el pudor de sus ilustres matronas, si la prudencia de Agnodice obligaron al
Areópago a que derogase esta ley, lo hizo únicamente a beneficio de las mujeres libres que
imitasen las pisadas de aquella esclarecida, no en favor de la servidumbre, ni de la
ignorancia40. ¡Condición fatal! ¡Ignorancia de la anatomía! Tú has amargado y cubierto de
lágrimas todos nuestros instantes. Si el amable rayo de luz, hiriendo por la primera vez en
nuestros sentidos, los despierta del sueño que los gravaba en el seno de la madre, para
anunciarles que existen; allí nos acechas y juntas al júbilo de sus resplandores la lobreguez
del sepulcro. Si condenados al trabajo, seguimos al que nos cupo en suerte en la
distribución de las diversas tierras, regando con nuestro sudor sus duras entrañas; aquí
redoblas tus esfuerzos para convertir en la más acerba tumba el propio lugar donde
buscamos la vida. Si nos cometen, en fin, las dolencias a que estamos expuestos por
nuestro temperamento; tú las agravas y las violentas a que extingan antes de tiempo la
débil llama que nos alimenta.
¡De esta suerte, más atroz que las convulsiones del globo, los grillos del despotismo y las
calamidades de la guerra, has consumido las fuerzas del Perú, y con ellas arruinado sus
pueblos, asolado sus campos y derrumbado minas, dejándolo sumergido en una profunda
decadencia y miseria! ¿Y lo llevarás al exterminio? Aniquilados los restos que aun
subsisten, ¿quedará reducido a una soledad espantosa, en que sólo se registren arenas
estériles y cordilleras inhabitables? Teatro glorioso del esfuerzo español; patria de la lealtad
y la docilidad, no temas estos insultos. Circula por las venas del ínclito jefe que te rige la
40 Agnodice estudió la medicina, y tomó el traje de varón para socorrer a las matronas atenienses,
cuyo pudor no les permitía ponerse en manos de los hombres, como prevenía la ley; lo que;
descubierto por el Areópago, la derogó a favor de todas Ias personas libres que se instruyesen en
este ejercicio (Hygin.: libro 1. Fáb., cap. 147) Mr. de la Peyronie, primer cirujano de S. M. Cristianí-
sima, persuadido de la necesidad de que se ilustren los que ejercitan el arte de partear, rentó por su
testamento dos profesores y demostradores de él en las Escuelas de cirugía. Cada año dan
lecciones el uno a las mujeres y el otro a los estudiantes de cirugía, ejemplo digno de ser imitado
por todas las naciones del mundo.
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sangre generosa de quién eres el precio y no puede mirar con indiferencia tus desastres.
Antes siempre vigilante sobre el depósito sagrado que ha puesto en sus manos un
monarca, padre de las Américas, para devolvérselo mejorado y floreciente, calcula sus
aptitudes, separa los embarazos y promueve los medios de su felicidad, el más grande, el
único, el objeto sólo digno de la alabanza de un príncipe. Por eso concede todos sus
influjos y auspicios al Anfiteatro, que hoy se consagra a la anatomía; pues si su ignorancia
ha sido el origen de la decadencia y miseria que oprime al Perú, será su ilustración la que le
restaure su esplendor y opulencia.
El cadáver disecado y demostrado es la sabia y elocuente escuela en que se dictan las más
seguras máximas para conservar a los vivientes. En él se conoce cuál es el enlace y los
oficios de los distintos órganos que componen esa máquina singular, la primera entre las
obras de la Divinidad, en qué consiste la mutua dependencia con que se auxilian o dañan
unas a otras: cuáles son las verdaderas causas que fomentan o destruyen su armonía, y
cuál es el modo de restaurarla. Allí se descubren el origen y la distribución de aquellos
pequeños e infinitos tubos, instrumentos de la sensación y movimiento, ministros del
imperio del alma, y de las fuerzas del cuerpo: agentes de esa multitud de enigmas obscuros
y vagos meteoros, nacidos de la región inferior, que es el Júpiter congregador de las
nubes41. ¡Oh, como a cada instante se alucina aquí la ignorancia! Cuando los síntomas más
difíciles parecen ser el hilo de Ariadna, que señala los giros y salidas del laberinto, las
convulsiones la extremecen creyéndolas unas formidables tempestades que amenazan la
ruina del hombre. En este conflicto encamina por lo común la mano hacia donde no se
necesita el remedio; y más vaga en sus relaciones y juicios que la enfermedad en sus
metamorfosis, padece igualmente las transformaciones del inconstante Proteo42. Allí se
41 Homero llama a Júpiter congregador de las nubes, título que se apropiaba Bayle, y justamente,
porque la multitud de errores que tenía acopiados en su cerebro eran una densa nube que no le
permitía ver la luz; aquí lo aplicamos a la región natura! del cuerpo humano, minero de los negros
vapores que en el histerismo, hipocondría, etc., se levantan, trastornan y obscurecen la razón. 42 Son infinitas las equivocaciones que se padecen en las enfermedades de nervios por ignorancia
de la Anatomía. Es célebre el ejemplo de Pausanias Siro, quien de resultas de un golpe en la
espalda tenia paralíticos los tres últimos dedos de la mano izquierda. Los médicos, aplicándole cien
apósitos en ellos, no consiguieron otra cosa que agravar el mal, hasta que, consultado Galeno, quitó
de allí los emplastos y los puso sobre el origen de los nervios braquiales, donde había sido la
22
observa como el corazón, fuente de nuestras pasiones, lo es igualmente de los líquidos que
bañan, nutren y animan el cuerpo, atravesándolo por tan diversos, delicados y entretejidos
canales, que parece que cada punto de su superficie está el principio de toda la vida, y que
en cada momento del tiempo hace la Providencia un milagro para que por sí misma no se
arruine. Y os atrevéis a introducir en él el hierro y el fuego, vosotros los que no tenéis
todavía ni aun la idea justa de lo que es un perito artista! Allí, finalmente, se espía a la
naturaleza, que al abrigo de mil honestos velos reproduce la especie humana. ¡Qué
movimientos tan extraordinarios no practica! Un átomo en quien el dedo de Dios grabó la
efigie del hombre es el origen de su embrión. Fecundado a manera de las semillas, se
desprende del ovario que le servía de cáliz, se precipita y arraiga en el claustro de la madre
como en su propio terreno, y forma con ella, si es posible decirlo, un solo compuesto, a fin
de que sus piadosas entrañas socorran sus indigencias y lo bañen de un fluido blanco, a
cuyo beneficio se dilatan sus miembros. El hombre, destinado a morar sobre la tierra, se
violenta al verse colocado en el número de los acuáticos; crece y se fortalece con celeridad,
e intenta romper los vínculos que lo detienen. Forzado el seno que lo contiene y obligadas
las partes vigorosas que lo circundan a salir fuera de la esfera de su extensión,
comprimidas unas vísceras, arrojadas otras de sus sitios, estrecho el conducto por los
huesos y ligamentos fuertísimos que lo rodean, puesto en equitación el infante; ved aquí un
momento en que pone en riesgo de la vida a quien acaba de dársela. La naturaleza viene al
socorro, dilata las vísceras y procura dirigir el feto; pero muchas veces ve inutilizados sus
esfuerzos y puestos a peligro de perecer la madre y el hijo, sino la ayuda una diestra mano
que, habiendo observado sus pasos, conozca el lugar de la necesidad y sepa aplicar allí el
auxilio correspondiente.
La economía animal es tan admirable, que el hombre no presenta a los ojos del hombre
sino un compuesto de misterios. Pero esta incomprensible criatura es la misma que el
médico debe conservar, arreglados sus partes sólidas y fluidas, según el orden que exige la
contusión, con lo que sanó brevemente. Se gloria Galeno de esta curación, confesando debérsela a
sus conocimientos anatómicos. (De locución. lib. VIlI. cap. 10 et 6.) Y en el lib. III. De admin.
anatom., cap. I. después de referir este caso, concluye: Dies me deficeret si omnia percurrere
vellem, quæ id genus justa pedes manusque tunc militibus in bello convulneratis, tunc hisce
gladiatoribus (ut vocant), tunc allis multis privatis, ut sunt pleraque rerum infortunia, conspexi
accidisæ medices anatomes imperitis...
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sanidad, ayudándola en todos afanes y molestias que le cuesta el perpetuarse. ¿Y será
posible practicarlo con acierto sin la inteligencia de la anatomía? ¿Quién es aquél que
puede gobernar con tino una república, cuya legislación, costumbres, intereses y
fundamentos no conoce? ¿Quién es aquél que puede aplaudirse del triunfo, habiendo de
combatir con un enemigo astuto, cuyas estratagemas no comprende, y acampado sobre un
terreno cubierto de riscos y montes, cuya posición absolutamente ignora? ¿Quién será,
pues, el que cure el cuerpo humano sin el conocimiento de la anatomía, si ella es la aurora
que guía al entendimiento en este animado caos43? Si es la luz brillante que le indica la
situación, naturaleza, afecciones, leyes y comercio de sus partes en el estado de salud, las
causas que las alteran, los movimientos extraordinarios que las perturban en las
enfermedades, y la que disipa las espesas nubes con que éstas intentan ocultarse a
nuestra indagación y estudio? Con razón los grandes genios, honor de la humanidad y de la
medicina, se han esforzado en persuadir con sentencias y comparaciones enérgicas la
indispensable necesidad de aquella ciencia, para el acierto en la cura y remedio de los
males que nos acometen.
Galeno compara el profesor destituido de la anatomía a aquél que encerrado en una litera,
viaja sin conocer los lugares que transita44. Así como es sospechosa la fidelidad de la
historia sin la geografía, dice Fernelio45, lo son igualmente las descripciones de las
enfermedades del cuerpo humano, si no van fundadas sobre los conocimientos anatómicos.
La anatomía, según Riolano46, es el ojo de lince del médico, que penetrando lo más oculto
del cuerpo, le manifiesta lo qué debe o no ejecutar; es aquélla ventana que deseaba Momo,
para remediar todas nuestras enfermedades interiores. Querer curar al hombre sin la
ciencia anatómica, añade Sydenham47, es lo mismo que entrar en la lid privado de la vista,
como aquellos antiguos gladiadores nombrados Andabates, o arrojarse a las ondas del
43 Latent ista omnia, Luculle, crassis occultata et circumfusa tenebris, ut nulla acies humani ingenii
tanta sit, quæ penetrare possit. Corpora nostra non novimus, qui sint situs partium, quam vim
quæque pars habeat ignoramus: itaque medici ipsi, quorum intererat ea nosse aperuetunt, ut
viderentur. (Cic., Lucul., nro 39.) 44 Lib. De comp. medicam. Per. gen. 45 Lib. l. part. corp. Hum. descrip. cap. 16. 46 Antropograph., lib. l. cap.1. 47 Sydenham: De hydrope.
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Océano sin el conocimiento de la brújula. La anatomía, según Hoffmann48 y Boerhaave49,
es el principio, es el más sólido fundamento sobre el cual puede elevarse y avanzarse el
cuerpo entero de la medicina. En faltando esta base, son inciertos todos los raciocinios en
ella, su práctica es equívoca y desaparece al momento el arte de curar.
Los sentimientos de estos grandes hombres, que acreditaron con sus aciertos la rectitud de
sus dictámenes, han sido los del género humano en cuantas partes no ofuscó su razón la
espesa sombra de la barbarie. Así si reconocemos sus épocas, hasta aquéllas al mismo
tiempo felices e infaustas que le dieron el ser; en todas aquéllas encontraremos una
continuada serie de señales que demuestran haber cultivado este estudio indispensable
para conservarse y propagarse. El tiempo ha devorado los primeros monumentos del
espíritu, así como las obras de las manos. La fábula ha cubierto de un denso velo la
verdad: pero, a pesar de todo esto, brillan ciertos hechos y ceremonias de los antidiluvianos
y primitivos pobladores de la tierra, que a manera de las lucernas de la selva de Agrio,
aunque escasas, conducen con seguridad a los viajantes en las tinieblas de la noche50.
Después que la razón alumbró al hombre, la idea del imperio y la industria verificó su
establecimiento; aumentándose la necesidad de esta ciencia, fueron más claros y rápidos
48 Loc. Cit. 49 Method. discendi artem medic., pars. 5. A las autoridades de estos respetables médicos deben
unirse los sentimientos del incomparable San Francisco de Sales, que, asaltado de una grave
enfermedad, reputa por el último de sus consuelos legar su venerable cadáver al servicio de las
disecciones anatómicas. Magister optime quam viventis curam habuerit, mortui parem, habeas rogo;
hoc solum expeto ut cum expiravero, corpus hoc dissecandum medicis, chirurgis et anatomis
studiosis tradas : unum erit in extrema vita solatium, si postquam nullius vivens fuero utilitatis,
defectus aliqua ratione reipublicc prosim (Benedict. XIV: Cart. pastor., tomo II. pág. 60.) 50 Primero, el nombre impuesto a los animales por Adán. (Valles: Philos. sacra.) Segundo, las
guerras introducidas por Caín. Tercero, los holocaustos ofrecidos por los primeros padres (Genes.,
cap. 8), y continuadas en el pueblo hebreo, en que la victima debía estar sin lesión y distribuirse con
orden. (Levit.,capítulo l.) Cuarto, la lucha de Jacob con el ángel (Genes.. cap. XXXII). en que se
hace mención del ligamento redondo del fémur, contenido en la cavidad cotiloida. (Riolan. loc. cit..
cap. ll.) Quinto, las palabras de Salornón al cap. XII del Eclesiastes. (Portal, Historia de la Anatomía
tomoI.) Sexto, el uso de víctimas entre los pueblos antiguos, cuya distribución se hacía, según
Homero, epistamenos pesiphradeos kai kata moiran, con arte, deliberación y según costumbre.
(Riolan. loc. cit.) Séptimo, el uso inmemorial de embalsamar los cadáveres.
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sus progresos. Como no era posible combatir ni defenderse sin vasallos, puso en ejecución
cuánto miraba al aumento de éstos. El Egipto, la monarquía acaso mejor reglada, laboriosa
y culta entre las más ancianas, fué igualmente la más dedicada a la anatomía, con cuya
instrucción, habiendo logrado insignes profesores en todos los ramos de la medicina51, llegó
a contar 18,000 ciudades y 27.000,000 de habitantes52 en un terreno ingrato a la salud53.
Pero ¿cuál no era la policía de estos pueblos acerca de este asunto? Los reyes se
preciaban de anatómicos54. Los sacerdotes eran el depósito sagrado de la medicina y
cirugía55. Las leyes refrenaban la atrevida ignorancia56. Las comadres eran doctrinadas57.
El Estado fomentaba un número competente de peritos, a quienes obligaba a descubrir en
los cadáveres las causas y sitios de sus enfermedades; y así conseguía no sólo moderar
las del país, sino extinguir en su origen las que de nuevo lo invadían58. Esta excelente
policía fue el modelo de todas las naciones, que en aquella larga antigüedad eran las
émulas o imitadoras del Egipto. Entre ellas fue la Griega su más exacta copia; porque como
sus varias repúblicas no sólo se disputaban la gloria de las armas, sino también la de las
letras, cultivaron la anatomía en cuanto era conveniente, así a la común defensa, como al
51 Medicus unusquisque peritus supra omnes homines. (Homer.: Odyss., libro IV, v. 231.) 52 Que es el cálculo más moderado, pues se podía duplicar el número sobre buenos apoyos.
(Véanse las Memorias de Trévoux. 1752 art. 2, janvier.) 53 De l’origine des lois, des arts et des sciences chez les anciens peuples, tomo IV, pág. 93. 54 Véanse los escritos anatómicos de Atolis, citados por Manethon, Dictamen médico tomo 1. Verbo
Anatomía, Los escritores anatómicos de Nermes, testificados por Clemente Alejandrino. (Leclerc:
Ioc. cit. pág. 13.) 55 Los orientales tuvieron tanto aprecio de la medicina (de esta ciencia cuya humillación ha llegado
en el Perú al exceso de que tengan rubor de profesarla los españoles, aun del estado general), que
siempre atribuyeron su invención a la Deidad y reservaron su ejercicio a los reyes, a los héroes y a
los sacerdotes. (Véase a Leclerc y a Gaspar de los Reyes.) 56 Nequis præterquam medicus,, medicinam faceret. Boerhaave: Prælect. Párrafo X. 57 Dedúcese del cap. I del Exodo, De l’origine des lois, etc., t. II. Pág. 217. 58 Diodoro Sículo: lib. I. Bibliot. Herodoto: lib. II. Nro 34, dice del Egipto: Omnia referta sunt medicis,
y Plin: lib. XIX, cap. V. Tt et præcordiis necessarium hunc succum (rapboni sylvestris), quum
potissimum cordi intus inhærentum, non alio potuisse depelli compertum sit in Ægypto, regibus
corpora mortourum ad scrutandos morbos insecantibus.
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decoro de las artes liberales59. De aquí esos sublimes filósofos, artistas y poetas, que en
sus discursos, poemas y retratos delinean con tanta naturalidad el cuerpo humano. Aun
entre las naciones reputadas generalmente por bárbaras, se ha observado una suma
afición a la anatomía, y si los progresos que hicieron en esta ciudad los antiguos peruanos
hubiesen de medirse por la preparación y conservación de los cadáveres, que requieren
una particular destreza e inteligencia, podrían, sin duda, disputar la preferencia a los
egipcios; pues se puede decir, valiéndose de la expresión de un hombre elocuente60, que
los peruanos perpetuaban en cierto modo la vida de sus momias cuando los egipcios sólo
prolongaban la muerte de las suyas61.
59 Los griegos tuvieron seguramente bastantes nociones en la Anatomía desde tiempos muy
antiguos, y la cultivaron con esmero. En Homero se leen descripciones exactas de varias partes
internas y externas del cuerpo, de las que refiere algunas Riolano, a quien puede consultarse.
Demócrito, según Cicerón, estaba tan versado en la Anatomía, que al sólo aspecto de las entrañas
de los animales y color de las plantas, preveía si serían abundantes las cosechas, y el año sano o
enfermizo. (Portal: Hist. de l' Anat. Tomo I, pág. 23.) Hipócrates, su contemporáneo, fue, sin duda,
muy versado en esta ciencia, en la que se aventajó Erasistrato. En el tiempo de Aristóteles, ya eran
comunes las láminas y diseños anatómicos, y el se refiere a ellas: Hæc anatomica descriptio
exiconibus petenda. (Enciclop. Verb. Anatom.) En la Escuela de Alejandría se hacían disecaciones
públicas, y en ellas florecieron Herófilo, Andreas y Marino. (Vesal.: Præfat. ad. Carol.: V.) Galeno,
sin embargo de las censuras de Vesalio y de Valverde, su extractador, fué eminentísimo anatómico.
El grupo de Laoconte, obra de Agesiandro, Polidoro y Atenodoro, al que Miguel Angel Buonarotti
llamaba el milagro del arte, y el Gladiador de Agasio, natural de Efeso, acreditan el gusto delicado
de la Anatomía que tenían estos artífices. 60 Fontenelle: Eloge de Mr. Ruysch. 61 Los cuerpos de los Incas, desde el fundador del Imperio, se mantenían sentados en sus andas en
el templo del Sol, tan bien conservados, que parecian estar vivos, según los testimonios del padre
Acosta y Garcilaso, que los vieron y tocaron. No se sabe cómo los preparaban los indios para que
pudiesen resistir a las injurias del tiempo. Gomara. cap. CXCV. dice que los embalsamaban
echándoles por la garganta licores de árboles olorosísimos y untándolos con gomas. El padre
Acosta dice que les daban con cierto betún y les ponían los ojos de láminas de oro, tan bien
acomodados, que no les hacían falta los naturales. Garcilaso cree que la principal preparación
consistía en helarlos con la nieve. Pero todas estas precauciones no eran suficientes para que en
Lima se mantuviesen por más de veinte años expuestos al ambiente, que por su humedad y calor
llena de moho y corrompe las carnes más secas y endurecidas, los cadáveres de Pachaccutec y
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Si los romanos pensaron en algún tiempo arrojar de sus muros a los profesores de esta
ciencia ilustre y de cuantas de ella dependen, fué precisamente en aquella época en que el
genio feroz de su censor, adicto a las prácticas supersticiosas de sus rústicos antepasados,
y enemigo por capricho de cuanto no era latino, les mereció; justamente el epíteto
ignominioso de ópticos62. Mas cuando la comunicación con los cultos pueblos de la Grecia,
su maestra esclava, les hizo deponer la antigua grosería63, entonces supieron apreciar sus
mayores triunfos, tanto por el esplendor y aumento de la república, cuanto por los
conocimientos que les ministraban para conservar su salud las naciones sojuzgadas64; y
cuando ocupó e] lugar del adusto Catón el sagaz Bocto, entonces fué la anatomía la ciencia
favorita del senado65. Más ilustradas las naciones modernas de Europa que las del Egipto y
la Grecia, se aventajan a unas y otras en el estudio de la anatomía. Apenas Federico lI, rey
de Sicilia, reparando a lo lejos los primeros crepúsculos de las ciencias que iban a
amanecer sobre los fértiles países de la Italia, consagra una cátedra a la enseñanza de
aquélla66, cuando su utilidad sorprende los espíritus sumergidos en la barbarie. El ardor en
otros tan enteros y tersos que sólo les faltaba el hablar para creer estaban vivos, según refieren los
citados. Estos cadáveres se enterraron en uno de los corrales del hospital de San Andrés. En el día
se hubieran pagado a peso de oro para conducirlos al gabinete de Historia natural. 62 Ópticos, groseros, sin política, ignorantes. (Leclerc: loc, cit.. pág. 383) El censor Catón tenía, en
cuanto a la rnedicina, lleno su cerebro de tantas patrañas. cuantas manifiesta la siguiente receta
que daba para curar las dislocaciones y fracturas: Luxum si quod est cautione sanum fict.
Harundinem prende tibi veridem P. IV, aut, V longam. Mediam deffinde et duo homines teneant ad
concendices. Icipe cantare S. F. motas vasta daries dardaries astataries disrumpite usque dum
cæant. Ferrum isuper jactato. Ubi ct, et altera alteram tetigerit, id manu prende, et destra sinistra
præcide. Ad luxum aut fracturem alliga, sanum fiet et tamen quotidie cantato in alio, S. F. vel luxato.
Vel hoc modo buat, buat, buat ista pista fista domibo dannaustra. (Cato: De ve rustic., cap. CLX.) 63 Grecia capta, ferut, victorem cepit, et artes.
Intulit agresti latio.
(Hor. Lib. II, epist. I.) 64 Plin.: lib. XXV, cap. II. 65 Tam enim anatomicæ speculationis amore flagrabat, quam mortalium qui rixerunt unquam allus.
(Gallen.: De anatom. Admin. lib. I, cap. I.) 66 A mediados del siglo XIII, Federico II, rey de Sicilia y emperador de Alemania, promulgó una ley, a
instancia de Marciano, su médico, para que nadie ejerciese la cirugía sin haber cursado la
28
cultivarla se propaga con rapidez. Emulas de la ilustración de los habitadores del Tíber, los
del Sena, el Támesis, el Tajo67 corren en tropas a las escuelas de Roma y Padua, y
regresando a su patria introducen el gusto hacia la ciencia conservadora de los pueblos.
Vigilantes sobre su aumento y felicidad, sus augustos monarcas hacen consistir su gloria en
la erección de anfiteatros magníficos, en que compiten la incubación del anatomista con la
generosidad del monarca. Pero ¡con cuántas ventajas no recompensa la anatomía la mano
liberal del protector! ¿No son sus luces las que elevando a la medicina y cirugía al punto de
perfección en que se han visto en los últimos siglos, originan los inmensos beneficios que
de una y otra reciben diariamente sus súbditos?
Casi no hay año en que el cuchillo anatómico no haya presentado un nuevo
descubrimiento, o alguna observación importante para rectificar la teoría y práctica de las
dos facultades. No es posible que en el breve tiempo que defrauda V. E. a las importantes y
vastas ocupaciones que trae consigo el régimen del Perú, por acreditar su protección a la
anatomia, pueda su panegirista presentarle todas las utilidades de que le es deudor el
género humano, en cinco siglos corridos desde Mundino. su restaurador hasta Vicq D'azyr,
Anatomía, a la que en Sicilia consagró una cátedra, ordenando se demostrase cada cinco años con
asistencia de médicos y cirujanos. (Haller in Nol. ad method. Bœrhaav. tomo I. pág,.500) Tunc vinci
cæpit, barbaries, sed lente omnibus mortalibus obcæcatis præstigiatrice illa Peripateticorum
sciencia. Bœrhaav: Prælect., párrafo VII.) 67 Aunque los españoles hayan sido los últimos en cultivar con esfuerzo la Anatomía, no lo fueron en
concurrir a las Escuelas de Italia en los siglos de su restauración. Argumento de esto es el célebre
Juan Valverde, discípulo de Realdo Columbo. Y aunque Cercano trató al maestro y al discípulo de
ignorantísimos en la Anatomía, asegurando que siendo Valverde vizco y legañoso, nunca disecó por
sus manos; esta es una censura propia sólo de la acrimonía de Carcano. La obra de Valverde es un
buen compendio de la del inmortal Vesalio, ilustrado con muchas observaciones del autor. El
haberse traducido en italiano. y después en latín, por Miguel Columbo, a instancias de Mercurial; el
haberse surtido de él diversos autores que se han vendido por originales y haberse hecho cuatro
ediciones, manifiestan bien el aprecio que ha merecido. (Fama itaque meritissima Valverdus fruatur,
livore atiam frustra obnubilante.) Frider Christ. Eregut (Introduc. ad Physiolog. Bergeri). Es digno de
admiración que todas sus ediciones sean extranjeras, y que este príncipe delos anatomistas
españoles no haya merecido lo reimprima nuestra nación en siglo en que la tipografía y grabado se
hallan en ella en el Último puesto de perfección.
29
el último de sus profesores68. Pero ¿cómo podrá olvidar el inmortal Harvey69, de cuyas
manos nació la claridad que ha disipado las antiguas tinieblas de la medicina? Como la
aurora descubre al errado caminante los precipicios a que le había expuesto la obscuridad
de la noche, el invento de la circulación de Ia sangre manifestó a los médicos los riesgos a
que llevaba su extraviada fisiología, les mostró el verdadero camino de la economía animal
y los condujo hasta los más recónditos misterios de la vida del hombre sano y enfermo.
Estableciendo el verdadero principio de ella, hizo ver sus causas, notar sus desórdenes a
aplicar con seguridad los remedios. ¡Feliz descubrimiento que desterró las quimeras de la
medicina antigua, fijó la época de la moderna, arregló el plan de las pirexias y puso en toda
su claridad el uso, la división, los efectos de la sangría! Vosotros, habitadores de la culta
Europa, que acometidos de un incendio voraz, de una funesta sofocación, evadisteis por su
medio la última de las desgracias; vosotros, los que invadidos del fatal veneno que ha
desolado nuestros hogares, gozáis por el mismo auxilio de una salud robusta, rodeado de
prole numerosa, dad gracias a la benéfica anatomía.
Después que Stenon, Viesens, Willis, Ridley, Leweohoek anatomizaron el cerebro y los
nervios, y distinguió Haller la sensibilidad de la irritabilidad, la medicina ha podido presentar
la idea exacta y el método científico del conocimiento y curación de la intrincada familia de
las enfermedades nerviosas y sus síntomas irregulares.
Fuisteis víctimas de la melancolía, inquietud y alucinaciones, cuyos ojos no vieron el día
sino para representar espectros fúnebres; vosotros, los que tantas veces sin aliento,
respiración ni sentidos, figurasteis las yertas estatuas de Prometeo, de la disecación de los
cadáveres es de donde robó la medicina la luz que os ha dado el dulce reposo y la vida.
Después que Aselio, Pecquet, Bartolino, Van-Home demostraron las venas lácteas y los
68 No obstante que a competencia de la Escuela de Sicilia se empezó a enseñar la Anatomía en casi
todas las Universidades de Italia, no hizo progresos sensibles hasta 1315, en que Mundino la
profesaba en Bolonia. Por el mismo año compuso una obra anatómica, que le mereció el titulo de
restaurador de la anatomía. Vicq D'azyr empezó pocos años ha a publicar una magnifica colección
de láminas anatómicas, que no sabemos si ha concluido. 69 Hervey descubrió la circulación de la sangre en 1627. Los demás descubrimientos, que se han
hecho después de la restauración de la Anatomía y los progresos de la cirugía, pueden verse en la
historia de estas dos ciudades, escrita por Mr. Portal. Las ventajas que han resultado a la medicina
se hallan tratadas con extensión y delicadeza en el discurso dc Hoffmann que se ha citado.
30
caminos del quilo; después que Rudbeck y Nuc hicieron conocer los vasos linfáticos;
después que Malpighy y Ruysch ilustraron la estructura de las glándulas y Havers manifestó
las de las articulaciones, empezó a verse la claridad de la teoría de las caquexias,
compitiendo con la seguridad de su curación. Ved aquí las manos piadosas a quienes
debéis la sanidad, los que reducidos a piel y huesos, entumecido el vientre y los extremos,
marchito y deforme el rostro, erais espectáculo lamentable a vuestros semejantes.
Gracias a Duverney y Valsava, que indagaron la sublime arquitectura del oído. Gracias a
Malpighy, que investigó los pulmones; a Guson, Bianchi, Morgagni, por sus inquisiciones
del hígado; a Caserio y Ruysch, por las del bazo; a Graaf y Bruner, por las del páncreas ; a
Bellini por las de los riñones; a Swaammerdam, Cowper, Santorini, por sus trabajos sobre la
estructura de los órganos de la generación en ambos sexos. Gracias a Carpi, Vesalio,
Falopio, Eustachio, Lower, Sence, Albino, Borelli, Douglas, Bidloo, Lancisio, Winlow...
¡A dónde me arrebata la memoria de tanto genio benefactor! ¡A dónde la narración de los
inexplicables beneficios que hace al género humano la anatomía por el ministerio de la
medicina! Tú, cirugía, ¿reemplazarías sin su auxilio en las batallas, en esos campos
inundados de sangre humana, las líneas destruidas? ¿Formarías con una mano de los
despojos del cañón y el acero ejércitos robustos y victoriosos, entre tanto que favoreciendo
con la otra en las poblaciones las madres fecundas, repones con ventaja las vidas que allá
substrajo a tus esfuerzos el fatal destino? ¿Cómo sin la luz anatómica podrías desgarrar el
seno materno, descuadernar los sólidos huesos que lo rodean y romper los fortísimos
ligamentos que los unen, para dar paso y vida al infante y conservar la de la madre,
triunfando de la muerte con sus propias armas? Aquélla es también la que por la operación
del trépano hace que arranques de los brazos de ésta al que, aletargadas sus funciones
animales, principiaba ya a dormir el sueño eterno. Sin ella ¿restituirías al servicio de la
sociedad ya la contemplación del universo, a los que una densa catarata o una opaca nube,
impedía que el rayo conductor de las imágenes las pintase en la retina, para pasarlas al
juicio del alma? Por ella has abierto nuevos y no imaginados caminos a la respiración,
forzando a la naturaleza para que continúe la vida que ya abandonaba, oprimida del grave
obstáculo que cerraba el paso al aire conservador.
La fiebre lenta, el dolor, peso y angustia de pecho anuncian que el hombre lleva en la
cavidad vital un líquido que consume y pudre sus nobles entrañas. La medicina prevee el
remedio y su coyuntura; la cirugía a la luz anatómica, nota el sitio, rompe el lado y abre una
31
puerta para que salgan a un tiempo el pus y la muerte. Las partículas de tierra y las sales
de la orina se atraen y únen por cristalización, forman un cuerpo duro de forma irregular;
que punza, irrita y dilacera la vejiga del hombre infeliz; el dolor acerbo y el vano conato de
expelerlo apuran su paciencia y lo llevan a la desesperación. ¿Y habrá quien pueda
serenarlo extrayendo de lo íntimo de la máquina, el insoluble enemigo?.
Tú, saludable anatomía, tú serás la que guiando el cuchillo y la tenaza, le conservarás la
vida y proporcionarás el reposo. Así benéfica, así saludable, recompensas las liberalidades
y magnificencias de los príncipes que te protegen. Ilustrando, desde los templos que te
consagran, a la medicina y cirugía, fomentas y multiplicas sus pueblos; a pesar de los
estragos con que intentan consumidos las pestilencias y la guerra. No bien ha calmado la
inclemencia del cielo o la ira de los hombres, cuando se ven repobladas las provincias que
parecían aniquiladas por las enfermedades, el hierro y el fuego. Los hijos de Jafet renacen
bajo las manos del profesor perito, a manera de los árboles y las plantas, que arrasadas por
el rígido invierno recuperan en la primavera su primitivo vigor y hermosura, bajo la conducta
del experto agricultor. De aquí esas tropas siempre respetables; la marina numerosa, las
fábricas abastecidas. el comercio en su auge, los campos florecientes y las ciudades
estrechas al número de moradores.
¿Y no gozaría el Perú de una suerte igual en la parte que corresponde a su situación y
dependencia, si desde buena hora hubiese alcanzado aquellos auxilios70? En el espacio de
70 El mejor modo de proporcionárselos sería fundando un colegio de medicina y cirugía. Los
catedráticos de Física y Medicina de la Universidad concurrirían gustosos a dar lecciones en sus
horas respectivas. Las becas podrían ser costeadas por los fondos de las ciudades del reino, que
repetidas veces ocurren por profesores a esta capital, y no encuentran quienes vayan, por el
importante cuerpo de minería y caja de censos de indios. Cada partido elegiría los que debían
aplicarse, con la calidad precisa de que se le devolvíesen. Si por premio se Ies diese el derecho
exclusivo de asistir y disfrutar las rentas de los hospitales del reino, según su mérito, iría aquél
saliendo de la suma necesidad en que está. Los dueños de obrajes, en donde se oprime con
exceso al indio, deberían estar obligados a concurrir a esta piadosa obra y a que mantuviesen en
sus posesiones una sala hospital, como lo ejecutan muchos hacendados para el auxilio de sus
esclavos. Convendría se formase este útil establecimiento para respeto a la humanidad y a lo que
debemos al prójimo, y por conveniencia propia, para cuidar de la conservación y aumento de una
raza, que, sin embargo, de sus malas propiedades, vicios y desidia, es por la que se mantienen
estos vastos dominios.
32
tres siglos en que los habitadores de 44,000 leguas cuadradas, acometidos de mil
dolencias, han sido la víctima de la ignorancia y el abandono, ¡cuántas se habrían salvado
asistidas por profesores inteligentes! Comparad la triste narración de los efectos que ha
causado en él la ignorancia de la anatomía con las ventajas que origina la ilustración en
esta ciencia; y entonces en medio del dolor que os causará la representación de ver
arruinados nuestros pueblos, asolados nuestros campos, y derrumbadas nuestras minas,
no podréis menos de exclamar con justicia: ¡ah! desgraciados monumentos de la
ignorancia, ¡qué diverso aspecto presentaríais hoy, a ser auxiliados por la instrucción! La
medicina, dirigida por la anatomía, hubiera redimido las manos que edificaron y sostenían
estos muros; ella misma hubiera indemnizado los brazos que araban estos campos. La
cirugía, con la propia luz, hubiera salvado las fuerzas que rompían estos cerros, y para
llenar el hueco de los que habían tocado el término prescriptos a la vida humana, hubiera
protegido las generaciones nacientes.
Computando a la verdad el número de los que en tan dilatados años ha dejado perecer la
ignorancia y el abandono en una edad inmatura, calculando el fruto que éstos y sus
descendientes podrían haber producido, es cierto que a faltar aquellas causas destructoras,
tendría al presente el Perú el triple de moradores, y el Perú, con una población triplicada
¿se hallaría en la decadencia Y miseria que lo oprime? ¡Cubierto de escombros y
destrozos, con un comercio lánguido y pobre, minas sin extracción, valles tan eriales, que
para alimentarse necesita que el pan le venga de fuera! Por el contrario, multiplicados los
brazos, allá se habrían mantenido en pie, extendido y mejorado, los antiguos pueblos, las
villas y ciudades; acá, se conservarían los cauces de los lncas, aparecerían abiertos otros
nuevos, precipitadas las aguas de las sierras para aumentar el caudal de los ríos y
empleados éstos en regar sus dilatadas vegas. ¡Qué perspectiva tan hermosa ofrecería la
costa del Perú al que desde el otro hemisferio viene surcando el Océano inmenso para
canjear la industria con la riqueza! Vería representada la sucesión y murmullo de las ondas
en las verdes praderas y sembradíos que en el fondo de los valles agitaría el blando céfiro.
Vería elevarse en medio de las feraces campiñas las soberbias torres y chapiteles,
acreditando la riqueza de sus dueños. Conmovida la tierra que cubre a ésta por un número
triplicado de brazos, cada cerro seda un nuevo Potosí, cuyos desperdicios podrían
enriquecer una parte del globo. Abaratado el bastimento y los jornales, más frecuente,
(Ulloa: Entretenim., 18.)
33
activo y expedito el giro y mutua comunicación de la sierra con la costa, se hallaría el
comercio en una gran opulencia. Unida a estas ventajas, consecuencia necesaria del
aumento de población, la profunda paz de este reino, podrían sus moradores gloriarse de
que habitaban el Eliseo71.
He aquí la feliz, la venturosa suerte que, perdida en el Perú por la ignorancia en la
anatomía, va a restaurarle la ilustración y práctica de esta ciencia benéfica. En este
Anfiteatro, que hoy se consagra a su enseñanza, amanecerá la brillante aurora que disipe
la tenebrosa noche del error, los prestigios y el desorden. Sus resplandores fijarán la vista
del peruano y atraerán la juventud, deseosa de recursos, que asegure su subsistencia. Por
este medio se hallará en breve asistido de profesores celosos e ilustrados. Bajo sus manos
y cuidados, renacerá de sus cenizas, adquiriendo aquel primitivo esplendor y opulencia
cuya conservación ha sido uno de los grandes cuidados de nuestros clementes monarcas72.
Dichosa época en que principia la restauración del Perú. Dichosa época en que estos
71 En otros tiempos fueron comparadas estas regiones al Tempe y al Eliseo. (Solórzano: Politic ind.,
lib.I. cap. IV; Acosta: Histor. natur.) 72 De aquí la ley l. tit. IV, lib. I. de la Recopilación de Indias, en que se manda que con especial
cuidado se provea que no haya pueblo de españoles ni de indios sin hospital, para que sean
curados los pobres enfermos y se ejercite la caridad cristiana. De aquí las cédulas dirigidas a los
señores Virreyes príncipe de Esquilache, Conde de la Moncloa y Marqués de Castel-Fuerte, en que
los exhorta S. M. a que inclinen a las personas devotas, a que en lugar de fundar templos,
monasterios y beaterios inviertan sus limosnas en la fábrica y fomento de hospitales: pues es obra
en que tan inmediatamente ejercitan la caridad y procuran el bien público de las provincias “para la
curación de los indios, cuya conservación y cuidado es el primer gravamen de mi real conciencia,
aun más que la construcción de los templos materiales”. De aquí la fundación del Anfiteatro,
mandada ejecutar en el real hospital de San Andrés, desde el año de 1753, para que se instruyan
los cirujanos y médicos de esta capital, concurriendo los dos primeros años que practicaren la
Facultad, cuya asistencia han de justificar por certificación del catedrático. Esta soberana resolución
quedó sin verificarse en ninguna de sus capitales, hasta que el año pasado de 1790, el
excelentísimo señor don Teodoro Croix, cuya piedad permanecerá eternamente esculpida en los
fastos del Perú, proveyó los medios para la fábrica del Anfiteatro: pero quedando éste sin lápida,
instrumentos y sobre todo sin rentas para los profesores, ni arbitrio al cual no se opusiesen mil
embarazos, cuando ya parecía indispensable abandonar este interesante establecimiento, todo lo
ha allanado el genio protector de nuestro benéfico e inmortal jefe.
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pueblos, adelantando su satisfacción a los deseos del sabio de la Grecia, logran un
gobernador filósofo, y que, como si aun no lo fuese, pone todo su estudio en el cultivo de la
sabiduría73. Dichosa época en que el jefe, según la máxima del orador de Roma, acredita
en todas sus acciones que vive, medita y obra no sólo para sí sino para la posteridad74. Sí,
señor excelentísimo, nuestros sucesores recogerán los frutos del Anfiteatro, y harán de V.
E. elogios más sublimes que los que yo puedo tributarle. Pero aunque no sea posible
anticipar los honores póstumos, las virtudes que han de ser su objeto hacen sentir en vida
el premio que les es debido. La rectitud y beneficencia allá en lo íntimo del corazón
perciben de antemano los fragantes loores que se proferirán sobre el sepulcro. Y la voz de
la patria, siempre justa, consagra ya a V. E. una gloria inmarcesible por el útil
establecimiento con que la decora y felicita.
73 Atque ille quidem Princeps ingenii et doctrinæ Plato tum denique fore beatas respublicas putavit,
si aut docti et sapientes homines eas regere cæpissent, aut qui regerent, omne suum studium in
doctrina ac sapientia collocassent. Hanc conjunctioem videlicet potestatis, et sapientiæ saluti censuit
civitatibus esse posse.
(Cicer., Epist. I. Ad Quint. Fratr.,lib. I.) 74 Quoniamque illa vox inhumana et scelerata ducitur eorum, qui negant serecusare, quominus ipsis
mortuis terrarum omnium deflagratio consequatur: certe verum est etiam its, qui aliquando futuri,
sint, esse propter pisos consulendum.
(Idem: De finib., lib. I.)