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Una, ninguna, cien mil... Caperucitas ilustradas
Lourdes Sánchez Vera y Silvia Tomasi, Universidad de Cádiz (Facultad de
Ciencias de la Educación)
Citation: Sánchez Vera, L., S. Tomasi (2015), “Una, ninguna, cien mil... Caperucitas ilustradas”, G. Bazzocchi, P. Capanaga, R. Tonin (eds.), Perspectivas multifacéticas en el universo de la literatura infantil y juvenil, mediAzioni 17, http://mediazioni.sitlec.unibo.it, ISSN 1974-4382.
1. Introducción
“Bastan cinco palabras –niña, bosque, flores, lobo,
abuela– para que cualquier persona de nuestra sociedad
evoque y responda: Caperucita Roja”.
G. Rodari
Las palabras de Gianni Rodari son bien elocuentes, unos pocos elementos son
suficientes para evocar todo un universo narrativo. Si pidiéramos a un grupo
heterogéneo de personas que describieran los elementos del cuento de
Caperucita Roja, independientemente de las habilidades descriptivas de cada
uno, los resultados serían sustancialmente los mismos: la imagen sugerida
sería la de una niña de entre siete y once años, con una caperuza roja hasta
poco más de la cintura, pelo rubio o castaño, cesta de mimbre y aire sereno e
ingenuo; un lobo negro o gris, peludo, feroz y de dientes largos y afilados; un
bosque verde, espeso y salpicado de florecillas y una casita con techo a dos
aguas y postigos de madera donde habita una entrañable abuelita.
La imagen de Caperucita parece mostrarse inmune a posibles
contaminaciones. Quizás, el valor afectivo y la fuerza emotiva de la primera
representación infantil del cuento hacen que resulte prácticamente imposible
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desarraigarla, así, el cuento presenta, en el imaginario común, unas
características bien definidas,
Este cuento que siempre ha estado presente en la traición literaria, primero
oralmente y luego en literatura escrita (con las versiones de Perrault o de los
hermanos Grimm), visualmente también ha dejado una profunda huella en el
imaginario colectivo destacando, entre otras interpretaciones plásticas, las que
hace Gustave Doré para una edición de la obra de Perrault. En las últimas
décadas se ha reinterpretado textual y visualmente dando lugar a versiones,
que manteniendo la esencia de la historia, presentan novedades originales y
personales.
La mayoría de los ilustradores que se han acercado al cuento, aun respetando
sustancialmente la historia original en términos textuales, ofrecen a nivel
perceptivo y de lectura visual una óptica absolutamente nueva que hace que
Caperucita siga cautivando al público de todas las edades.
Hay que destacar que la ilustración, hoy día, no es un simple adorno o un mero
acompañamiento al texto. En muchos casos tiene la suficiente entidad como
para propiciar una lectura visual paralela a la lectura textual. Lectura visual que,
en el caso de los ilustradores actuales, muchas veces enriquece el propio texto.
El ilustrador Pablo Amargo nos comenta:
El trabajo del ilustrador es el de un mediador. Se las tiene que ingeniar
para encontrar elementos justificables que concilien su mundo visual
particular con el escrito que tiene entre manos evitando cualquier tipo de
redundancia. De este modo, el choque poético que se establece entre una
imagen y la palabra, es lo que llamaremos ilustración. (2005: 37)
Dentro del amplio abanico de versiones, diferentes ilustradores modernos han
traducido Caperucita de acuerdo con su propia sensibilidad, estilo y bagaje
cultural. Así encontramos ilustradores que han reproducido en modo bastante
fiel la imagen que todos poseemos de Caperucita, como es el caso de
Bernadette Watts, de Louise Rowe o de Lisbeth Zwerger. Otros, como Tony
Ross, Anna Laura Cantone o Barroux, han mantenido la idea y el texto en la
esencia pero añadiendo un toque humorístico e introduciendo elementos que
actualizan ligeramente la historia. Autores como Rascal, Warja Lavater o Kvéta
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Pakovska han elegido emplear un lenguaje visual totalmente nuevo y simbólico,
pero no por ello menos efectivo, para narrar el cuento. La visión personal de
cada ilustrador nos brinda la oportunidad de descubrir Caperucitas poéticas
como la de Stefano Morri, angustiosas como la de Lydia Aricky, étnicas como
las de Miguel Tanco o las veintiuna Caperucitas de Media Vaca, modernas y
para adultos en la interpretaciones de Innocenti y de Sarah Moon...
En el recorrido por el mundo de las Caperucitas ilustradas, hemos organizando
el viaje en bloques, agrupando a los ilustradores que comparten, según nuestra
percepción, unos rasgos comunes.
2. Las versiones más clásicas
Los ilustradores incluidos en esta línea, aun mostrando un estilo personal y
novedoso, han mantenido la imagen de Caperucita Roja propia del imaginario
colectivo.
Bernadette Watts nos deleita con unas escenas ricas y coloristas, de rápidas
y pequeñas pinceladas que nos recuerda a los impresionistas. La ilustradora
hace uso de una gran profusión de detalles que se funden en un conjunto
armónico y equilibrado.
Su Caperucita se presenta como una niña, de aspecto noreuropeo, con una
caperuza roja que le cubre sólo la cabeza, delantal y cesta de mimbre. El
atuendo nos indica su procedencia campesina y, la manga corta, nos sitúa en
primavera o verano (suposición reforzada por la imagen de un bosque verde y
profusamente florecido). La niña se nos presenta dulce e ingenua, e ignorante
de la maldad y peligros del mundo.
Por su parte el lobo de apariencia animal, incluso en los momentos en los que
adquiere posturas o actitudes humanizadas, es feroz e intrigante respondiendo
al mandato de su naturaleza. El cazador resulta también fácilmente reconocible
y asociable a la imagen más típica del mismo.
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Los escenarios evocan claramente el norte o centroeuropa: un campo con
hierba alta salpicada de florecillas; un espeso bosque alpino; la casa de la
abuela, de piedra, con chimenea y tejado a dos aguas...
Las primeras escenas, llenas de colores vivos y alegres, simbolizan la felicidad
y la inocencia; muestran una Caperucita que se mueve en segura armonía con
el entorno. La aparición del lobo trae una variación cromática, el paisaje se
ensombrece, de forma que, muy sutilmente, la autora manifiesta la presencia
de una amenaza.
Este contraste se percibe claramente en varias escenas. Cuando Caperucita y
el lobo se encuentran la luz es tenue y contrasta con la explosión de colores de
las escenas precedentes, como una advertencia; los árboles parecen menos
vivos, despojados de verdor y la hierba se alarga y oscurece cuanto más cerca
está del lobo. La oposición con la claridad que se entrevé al fondo simboliza el
alejamiento de la seguridad y la inminencia del peligro. De manera similar, la
llegada de la niña a la casa de la abuela pone nuevamente en contraposición el
colorido que rodea un entorno familiar y acogedor con la oscuridad que se
cierne sobre la cama de la abuela (las cortinas negras del baldaquín y la
madera oscura de la cama se confunden con la negrura del lobo).
En la escena final, al contrario que en las escenas precedentes, el peligro
parece alejarse, los árboles más oscuros e inquietantes están al fondo, la casa
de la abuela es rodeada por un bosque sereno y dulce, la luz blanquecina de la
luna llena va esclareciendo la escena, llega la salvación.
En general la obra mantiene un tono de tensión contenida y los sutiles cambios
en el colorido predominante de la obra nos avisan de lo que está por venir, pero
la amenaza no llega a niveles extremos como veremos en otras versiones.
Lisbeth Zwerger prefiriere la técnica de la acuarela con colores tenues y
diluidos y fondos difuminados. Se decanta por los tonos marrones y ocres y
prescinde de todo detalle innecesario en los fondos o escenas. Aquí los
contrastes tonales se utilizan, no para reflejar las tensiones de la narración,
sino para resaltar a los personajes con colores más marcados y cálidos. El
bosque, aunque muy presente, es sólo una sugerencia, a veces tan inmaterial
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que los personajes parecen flotar. Son éstos, con sus gestos y movimientos,
los protagonistas de la narración. Las actitudes y posturas de los personajes
son las que permiten leer lo que está ocurriendo y las que sostienen el peso de
la narración. Así, por ejemplo, en la escena del encuentro entre el lobo y la
niña, la tensión narrativa se pone en relieve en la postura zalamera y
cautivadora del lobo (manifestación clara de su carácter traicionero) y en el aire
ingenuo de la niña, que no mira directamente al lobo no advirtiendo el peligro.
En las ilustraciones destaca un fuerte realismo y naturalidad en las formas de
los personajes, expresiones, gestos y movimientos. Llegando a presentar
pequeña escenas costumbristas que nos recuerdan las representadas en los
cuadros de Brüegel: la madre preparando la cesta y el gato queriendo fisgar
dentro; la escena final en la que los personajes descorchan una botella para
festejar el final feliz de la historia...
Esta Caperucita aparece como una mujercita de unos diez años habituada a
realizar tareas domésticas superiores a sus fuerzas. La caperuza se limita a
cubrir la cabeza de la niña; la piel clara y las mejillas enrojecidas representan
de forma más marcada el aspecto campesino y el gran delantal y la gran cesta
así lo corroboran.
El lobo vuelve a aparecer como animal, adoptando en algunas escenas
actitudes y posturas humanizadas, pero sin perder su esencia salvaje. En la
escena en la que se disfraza, se muestra torpe en los movimientos y resulta
ridículo, evidenciando que tal actividad no es propia de él, remarcando así su
naturaleza animal.
La madre y la abuela, robusta una y fuerte y fibrosa la otra, representan a dos
mujeres acostumbradas al duro trabajo campesino. El cazador refleja el
imaginario común. Al igual que los personajes, las dos casas, tanto en el
interior como en el exterior, evocan claramente las mansiones campesinas da
las regiones de montaña del norte o centroeuropa.
El tono general es delicado y poético, predominando un sentimiento de sosiego
y serenidad, que impiden que la historia llegue a volverse angustiosa.
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3. Visiones humorísticas
En una segunda línea estarían aquellos autores que han ilustrado el cuento
manteniendo la esencia de la narración original pero que han introducido una
clave humorística y han añadido guiños de modernidad. Estamos hablando de
Tony Ross, Anna Laura Cantone, Barroux y Jean Claverie.
El inglés Tony Ross, con su trazo decidido y característico, nos presenta una
Caperucita desmitificada. Sus ilustraciones se caracterizan por la impronta
humorística, la riqueza en detalles y los guiños culturales de todo tipo.
La Caperucita de Ross es una niña de unos diez años, con largas coletas
marrones, botas rojas, medias de rayas y una holgada capucha roja hasta las
rodillas; que se aleja del estereotipo campesino para acercarse al urbano; que
se mueve en bicicleta; moderna, despreocupada y más despierta que la
clásica. Su fisionomía es menos definida que en versiones anteriores pero los
que sí tienen un aspecto más marcado son los padres y la abuela. El padre,
con su constitución robusta, pelo rubio y cara cuadrada, nos evoca la imagen
típica de un irlandés y la abuela, tan delgaducha y frágil, recuerda a la típica
viejecita inglesa.
El lobo, representado como un animal enorme, peludo, con un morro muy
alargado y unos pequeños ojos maliciosos, que en ocasiones se convierten en
fisuras, no llega a asustar realmente. Incluso en el momento en el que se come
a la abuela, el largo morro y las pantuflas de la viejecita sobresaliendo de la
boca, más que espantar provocan la sonrisa. A pesar de su tamaño, las
expresiones de su rostro y la actitud desafiante de Caperucita, llegan a
transformarlo en varias escenas en un peluche enorme.
El bosque, de color verde oscuro, nos lleva a las campiñas y forestas inglesas
o irlandesas, de cielos grises y cubiertos. Lo mismo podríamos decir de las dos
casas.
Por encima de todo, en la interpretación visual de Tony Ross, podemos
destacar los elementos que sitúan la obra en una época reciente: el atuendo y
peinado de la madre y de la abuela; la sustitución de la cestita por una bolsa de
papel; la bicicleta; la televisión en casa de la abuela; la máquina de coser
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empleada para confeccionar la caperuza; los pequeños objetos que los
animales del bosque lanzan al lobo… Además, podemos señalar algunas
marcas que nos permiten situar culturalmente la obra como son: la cerveza que
bebe la abuela y que la niña lleva en la cestita, el periódico que leen tanto
padre como abuela, el sándwich o la reproducción del cuadro de James McNeill
Whistler (Retrato de la madre del artista).
Todos estos elementos contribuyen a recrear un tono general totalmente libre
de angustia ya que siempre aparece algún pequeño detalle, inherente o ajeno a
la narración, que relaja la tensión y tranquiliza al lector. Por otro lado, la
representación constante de escenas de vida cotidiana moderna acerca la
historia a la realidad del lector actual.
Anna Laura Cantone nos deleita con su estilo divertido, de trazos y formas
irregulares y colores vivos. Su Caperucita es pequeñísima, tanto por tamaño
como por edad, bajita y regordeta, con una gran cabeza, ojos grandes y
redondos, pelo alborotado y vestida enteramente de rojo.
El lobo por contra, es enorme, con ojos pequeños, maliciosos y en algún
momento, feroces, el morro muy alargado con pequeños dientes afilados y una
barriga muy prominente pero, a pesar de ello, tiene un aspecto más bien
bobalicón y presenta rasgos humanizados al vestir con pantalón y camiseta. La
madre y la abuela, altas y espigadas, presentan un aspecto más moderno que
en las anteriores versiones y cierta apariencia burguesa.
El bosque es representado por un plano uniforme de un verde oscuro casi azul,
despejado al principio y con algunos árboles aislados después, actúa más bien
como un telón de fondo.
En las primeras escenas encontramos algunas marcas que revelan la
nacionalidad y la época a las que pertenece la ilustradora. Así, Caperucita lleva
en la cesta una cafetera y una botella de Fernet Branca. El sofá y la tapicería
también evocan esta modernidad burguesa y urbana frente al ruralismo de las
versiones clásicas.
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A pesar de los toques humorísticos y las actualizaciones, las ilustraciones son
muy expresivas, llegando a transmitir miedo en algún momento.
Barroux nos presenta unas imágenes con una paleta reducida de colores: rojo,
naranja, amarillo, negro y los tonos de gris, pero su trazo decidido crea un
fuerte efecto plástico.
El artista se expresa por medio de una gran simplicidad, eliminando de la obra
cualquier exceso de detalles que puedan distraer la atención de los sucesos
principales de la narración, así la redondez de los personajes contrasta con la
linealidad de los trazos que dibujan el fondo, resaltando así su presencia.
La expresividad y las emociones se transmiten más por medio del uso del color
y de las líneas que por el dibujo en sí, siendo imposible distinguir la expresión
de los personajes en la mayoría de las ilustraciones.
Caperucita aparece como una niña de unos siete u ocho años, bastante clásica
en la esencia aunque original en la forma con una caperuza que le llega hasta
las rodillas y con una falda y unos zapatos también rojos. Presentando un
aspecto ingenuo y sereno y en medio del bosque parece minúscula e
indefensa. El lobo es enorme y negro y aparece en muchas escenas no
físicamente sino como una sombra amenazadora. El cazador es representado
de una manera bastante tradicional, la imagen es la de una figura fuerte y
tranquilizadora.
El bosque nos parece bastante significativo, se trata de un bosque otoñal en el
que los árboles están divididos en dos secciones, la más cercana al suelo gris
o negra y la superior en tonos de rojo, naranja y amarillo. Este recurso parece
simbolizar el peligro subyacente al que se expone Caperucita al tiempo que se
convierte en una representación visual y cromática de los dos personajes
principales.
Visualmente la obra nunca llega a ser angustiosa, la tensión se ve moderada
en parte por la misma gráfica, el trazo impreciso y las líneas redondeadas que
suavizan la imagen, y en parte por algunos recursos narrativos como por
ejemplo que en el momento crucial, cuando el lobo come a Caperucita, por la
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ventana ya entrevemos la llegada del cazador y por lo tanto le podemos
predecir la salvación.
Estéticamente, esta interpretación visual de Caperucita destaca por la gama de
colores seleccionados y su combinación para producir los efectos de tensión
narrativa.
Claverie, por su parte, nos propone una Caperucita urbana, de unos diez-doce
años, rubia, vestida con vaqueros, zapatillas y sudadera roja con capucha,
además la clásica cestita es sustituida por un cartón de pizza. El lobo pierde su
carácter animal para presentarse muy humanizado, parece más un matón de
barrio (con su cazadora de cuero) y al disfrazarse adopta las gafas, los cascos
y los rulos de la abuela.
Interesantes son las marcas culturales que encontramos en su habitación: la
dentadura postiza y las medicinas en la mesita de noche; la televisión con
mando a distancia; el souvenir de Venecia; las cintas de vídeo y los libros (La
guerra de las galaxias, películas de Buster Keaton, Los tres mosqueteros y
Caperucita roja en alemán).
El entorno es claramente urbano y el bosque es reemplazado por un desguace
y una calle con cubos de basura.
La escena en la que el lobo ataca a Caperucita transmite visualmente mucha
agresividad. La violencia que se transmite con la cara aterrada de Caperucita y
la imagen de la enorme boca del lobo, llena de afilados dientes, se acentúan
por el uso del primer plano y las líneas cinéticas. También terrorífica resulta la
madre (que sustituye al cazador) con su hacha y su expresión feroz que acaba
desarmando al lobo. Éste es a la vez en el momento más trágico y emotivo ya
que el ilustrador relaja la tensión transformando al lobo en un ser indefenso y
sumiso que pide clemencia.
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4. Interpretaciones poéticas
La tercera línea incluye a dos autores que han reinterpretado el texto, de los
hermanos Grimm el primero y de Perrault el segundo, convirtiéndolo en pura
poesía visual, se trata de Stefano Morri y Eric Battut.
El italiano Stefano Morri a través del uso contenido del color y de la línea de
trazo dinámico, plasma una imagen expresiva, tan etérea como plástica. Los
colores predominantes son tenues y se mueven en la gama de los verdes y los
tierra, con el contraste del rojo y naranja y algún toque blanquecino. El
resultado es una combinación equilibrada y natural. Aunque las variaciones
cromáticas sean delicadas y tenues, Morri consigue con ellas producir efectos
importantes a nivel sensorial.
Caperucita es una niña de unos doce años, atemporal y “apátrida”, vestida con
un traje rojo y una caperuza ajustada a la cabeza, de formas redondeadas,
delicada y soñadora, que se asoma al mundo con avidez y curiosidad.
El lobo presenta un juego de ambigüedad a lo largo de la obra. Se muestra en
su naturaleza de animal escondido tras los árboles del bosque y en la escena
final donde yace muerto en su enormidad. En las escenas con Caperucita
muestra unas posturas y unos gestos más humanizados pero sin llegar al
disfraz.
Caperucita se mueve en dos espacios, el campo verde sembrado de flores en
el que no existe amenaza y el bosque, en el que el color se oscurece a medida
que se adentra en él (como una representación del viaje iniciático de la niña,
que se aleja de la seguridad de hogar-niñez para adentrarse en la
incertidumbre del bosque-adolescencia).
La imagen en la que Caperucita está en la cama con el lobo contrasta
profundamente con las anteriores por la esencialidad de la imagen. Toda la
atención se centra en las dos figuras y es aquí donde Caperucita descubre las
verdaderas intenciones del lobo que se quita la máscara que hasta entonces ha
llevado. La escena no carece, a los ojos del adulto, de un tono casi erótico. En
la última imagen el autor acentúa el efecto plástico, abandonando en parte el
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espacio poético consiguiendo mayor realismo y dramatismo al presentar el
cuerpo inerte del lobo y el gesto de angustioso agradecimiento de Caperucita
en el abrazo al cazador.
Eric Battut ofrece una visión que prescinde de todo detalle innecesario. Nos
propone una ilustración más plana, con representación de los personajes
menos expresiva en las facciones y en las posturas y una escueta selección
cromática (rojo, anaranjados y negro). Aun así, su versión es más dramática.
Una lectura atenta de la imagen nos permite detectar una sensación de
desolación, amenaza constante y angustia, que va creciendo de forma sutil y
que es representada por medio del color, de la línea y de símbolos gráficos: los
altos cipreses negros que semejan llamaradas y que se inclinan amenazantes
durante toda la obra (no podemos obviar el carácter simbólico del ciprés
relacionado con la muerte); un sol abrasador que incendia el cielo y quema los
campos; el viento que azota los árboles; caminos que se vuelven laberintos...
La niña es extremadamente pequeña y frágil, ingenua y confiada, campesina
(pastora de ocas), retoma la cesta pero se acompaña de un paraguas rojo
como toda su vestimenta
El lobo, a pesar de sus líneas simples, aspecto perruno y reducido tamaño,
tiene un claro carácter amenazador que se refleja en su intensa negrura, sus
ojos minúsculos y amarillos y su boca llena de pequeños dientes afilados. Su
aspecto más fiero lo vemos en el reflejo de su sombra.
El espacio narrativo recreado por Battut es bastante insólito, el bosque verde y
espeso propio del imaginario común se transforma en campo agostado,
amarillento y ralo. Y pequeños grupos de cipreses y una arquitectura con
molinos de viento y casas blancas nos evocan más un ambiente mediterráneo
que nórdico.
Las escenas finales se llenan de simbolismo. La casa de la abuela se inunda
de oscuridad con la presencia del lobo, los objetos de Caperucita abandonados
y sin vida, las flores que van dejando caer sus pétalos podrían simbolizar la
vida que se escapa.
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En la escena crucial, los personajes muestran su verdadera naturaleza. Vemos
con nitidez el rostro, entre sorprendido y asustado, de Caperucita, que en
escenas anteriores apenas distinguimos; el lobo se muestra tal cual, muestra
con fuerza toda su maldad e intenciones descubriendo unos dientes pequeños
y afilados. En la escena sucesiva, encontramos una imagen profundamente
clara en su simbolismo: el traje de la niña abandonado sobre la cama. El mal
ha ganado.
5. Interpretaciones angustiosas
El tono desolador de la obra de Battut nos lleva a tres ilustradores que
acentúan el sentimiento de angustia de forma creciente: Serra, Roux y Arycky.
Los tres, coinciden en otorgar el papel protagonista al lobo, que llena el
espacio, lo invade.
El español Adolfo Serra nos propone una representación, jugando con rojo,
negro y blanco, donde el lobo no sólo llena, sino que llega a convertirse en el
espacio mismo. Caperucita en la mayoría de las escenas es minúscula,
reduciéndose casi a una manchita de color en medio de un paisaje invernal,
con los árboles totalmente deshojados.
De esta obra cabe destacar principalmente el juego óptico, con efectos
fotográficos de zoom, por medio del cual el autor consigue que el bosque se
convierta en lobo y el lobo en bosque, en camino, en casa…
Incluso antes de que la niña emprenda su viaje, el animal ya ha invadido su
casa, su presencia se hace palpable y aterradora, no hay descanso emocional
al principio, nada de escenas cálidas y familiares, el camino que va a
emprender Caperucita es el mismo lobo, la casa de la abuela se sitúa en la
punta de su nariz, el lobo está allí, poderoso, enorme, implacable, de
apariencia terrible, hirsuto y espinoso, con ojos amarillos y feroces y dientes
afilados.
Desde el principio la salvación se torna imposible, no hay vía de escape…
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Similar en el concepto es la obra del francés Christian Roux, que nos propone
un lenguaje visual minimalista, eliminando todo detalle innecesario. Las figuras
son estilizadas y apenas esbozadas, predominan los colores planos,
destacando el uso expresivo que hace del rojo y el negro, con los que
consigue, no sólo efectos plásticos de contraste sino también una gran tensión
narrativa. Así mismo cabe destacar el juego de las proporciones (todo queda
empequeñecido al lado del lobo) y el uso de líneas angulosas que semejan
cuchillos afilados.
Su Caperucita es bastante fiel al modelo clásico, muy pequeña y con una
caperuza que la cubre por entero, con una cesta casi tan grande como ella.
Una niña diminuta e indefensa en un bosque de árboles gigantes.
El lobo también presenta un tamaño desproporcionado y nos recuerda en
algunas láminas al mismísimo diablo. Precisamente este contraste entre las
proporciones del lobo y el resto de los elementos, es el que, junto con el uso
expresivo del color, acentúa el sentimiento de angustia a lo largo de la obra.
La casa de la abuela, en tonos grisáceos, no ofrece una imagen familiar y
cálida, sino que se convierte en el escenario de un drama anunciado. No hay
piedad en la representación del lobo comiendo a la abuelita.
En la escena en la que la niña entra en la casa de la abuela reencontramos el
recurso recurrente de la luz que enmarca la puerta, un fuerte contraluz en el
que Caperucita es engullida por la sombra: la vida queda fuera del espacio
interior, sombrío y oscuro.
La ilustración final de la obra recuerda a Battut, una visión del lobo animal,
triunfador y aullando a la luna.
Finalmente cerramos este bloque con la que consideramos la obra más
angustiosa de las tres, la propuesta por la Lydie Arycky. Su trazo vigoroso y
decidido nos recuerda la pintura expresionista. La técnica, los tonos cromáticos
oscuros y la narración visual nos ofrecen una obra cargada de dramatismo y
movimiento. Hay escenas que recuerdan las pinturas negras más angustiosas
de Goya, o alguna de las obras atormentadas de Bacon.
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Al igual que en la obra de Serra, el lobo llena el espacio, se convierte en
bosque, se insinúa en el camino, se disfraza, transforma, es un fantasma
siempre presente, en un ambiente de sombras inquietantes. No sólo es el trazo
agresivo, confuso, atormentado sino los colores oscuros y fuertes, las formas
contorsionadas y envolventes, de músculos marcados y plásticos lo que
confiere tan aterradora expresividad a la obra.
La autora nos presenta un lobo todo boca, flaco y hambriento, desesperado e
inexorable, invencible, frente a una Caperucita indefensa cuyo destino, desde
la primera página está sellado. No es una versión apta para sensibilidades
delicadas.
6. Versión clásica, técnica novedosa
A continuación propondremos dos versiones que nos parecen interesantes
tanto a nivel estilístico como por tratarse de la traducción gráfica de un texto de
tradición oral recogido por Paul Delarue, antiguo y menos conocido que el de
Perrault o de los Grimm. Se trata de la versión italiana recogida e ilustrada por
Chiara Carrer y la española de Almodóvar, ilustrada por el suizo Marc Taeger.
Chiara Carrer combina magníficamente el juego de sombras, entre collage y
troquelado, con enfoques teatrales, haciendo muestra de una increíble
capacidad de síntesis, en sólo ocho imágenes la autora muestra todos los
elementos esenciales del cuento con una gran expresividad.
Lo primero que llama la atención en su ilustración es el contraste cromático
entre rojos, blancos y negros que confiere una gran fuerza y emotividad a las
escenas representadas. La novedad principal es que en esta Caperucita los
elementos de identificación están invertidos. La protagonista no es roja sino
blanca (signo de su inocencia), se presenta sin su tradicional caperuza, con
una larga coleta, parece una niña de unos nueve años, atemporal. Es el lobo el
que adopta el color rojo que, junto con la larga capa, le otorga un aspecto
diabólico, presentando una fuerte humanización.
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El bosque es intricado y espinoso y en él apenas es perceptible el camino y la
casa de la abuela. En una escena se tiñe de rojo, en otra, los árboles son
negros. La técnica del troquelado usada en alguna página nos transmite una
sensación carcelaria de angustia y opresión.
Otra escena recuerda una cámara oscura de revelado fotográfico. El color rojo
del lobo lo inunda todo de forma inquietante. El uso de líneas convergentes
contribuye a crear la sensación de que todo confluye en el lobo y es atraído
inexorablemente hacia él. Caperucita se muestra desprotegida, la puerta que
se va cerrando presagia un final dramático.
El giro en la historia está representado por la inversión cromática en la escena
siguiente. Al mismo tiempo Caperucita se vuelve de un blanco más puro, el rojo
y el negro se intercambian, el negro se convierte en camino y se expande hacia
el exterior de las páginas, abriendo la puerta de la libertad para la niña. En la
imagen final vemos un lobo derrotado, ya no es rojo sino negro, símbolo de su
retorno a una condición animal e inferior.
Por su parte Marc Taeger nos ofrece unas ilustraciones que recuerdan los
dibujos infantiles, con un toque picassiano y algo naif. El autor presenta una
Caperucita esquemática, casi un monigote perfectamente reconocible por la
cestita y la caperuza. A pesar de la profunda esquematización, los personajes
están cargados de una fuerte expresividad ya que percibimos claramente las
múltiples emociones que van transformando el rostro de Caperucita: alegría,
sorpresa, desconfianza, miedo… o las diferentes expresiones del lobo: engaño,
violencia, agotamiento, impaciencia...
Cabe destacar que el carácter simbólico de las ilustraciones hace obligada una
lectura atenta de las mismas para poder percibir todos los matices. Así, en las
primeras escenas vemos el predominio de la línea curva, en la recreación de
un bosque redondeado y onírico. Reencontramos el juego cromático tan
recurrente en las representaciones menos clásicas, entre rojo, negro y blanco.
En el momento en el que el lobo se convierte en protagonista de la escena el
bosque cambia sus formas redondas por cuadradas y angulares, adquiriendo
además el paisaje un tono mucho más oscuro.
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Sin duda la escena en la que la violencia llega a mayor extremo es cuando el
lobo se come a la abuela. Se nos muestra a manera de negativo fotográfico, el
fondo totalmente negro y las figuras representadas esquemáticamente en
amarillo con toques de rojo como salpicaduras de sangre. Es una ilustración
dinámica y de gran fuerza expresiva.
Oscuridad y caos encuentra Caperucita cuando llega, reflejado en una maraña
de líneas sobre fondo negro, en la que se reconoce algún elemento en medio
de la abstracción de la escena.
Los juegos de color y formas son los que dotan de expresividad a unas figuras
que por su esquematismo pueden parecer, en principio, poco expresivas. Con
pocos elementos Taeger sabe transmitir magistralmente la tensión narrativa del
cuento.
7. La revolución interpretativa
Las dos interpretaciones anteriores nos han servido para introducir la siguiente
línea de estudio, que constituye una revolución del imaginario común, la
traducción del cuento a puro lenguaje visual y simbólico. Llegamos a la
verdadera revolución interpretativa del cuento de Caperucita.
Las ilustraciones de Kvéta Pakovska para Caperucita están marcadas por un
estilo lleno de geometrías y colores vivos con predominio de rojo, blanco y
negro. Desde la portada, la línea y las figuras geométricas invaden el espacio,
poniendo de relieve los elementos clave que permiten identificar la historia. La
suya es una “deconstrucción” de los elementos clásicos, que siguen estando
sin ser los mismos.
Una Caperucita sin edad ni nacionalidad pero con apariencia de niña burguesa;
un lobo con dientes afilados, garras y larga lengua que no consigue disfrazarse
por completo a pesar de los esfuerzos ya que su naturaleza animal parece
escaparse y manifestarse bajo la ropa. Geometría y esquematismo es lo que
los define.
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La expresividad y las emociones son transmitidas a través de la línea, del uso
del color y del juego de las proporciones. Caperucita empequeñece ante el lobo
y la casa de la abuela apenas se ve en medio del bosque intricado, fruto de un
complejo entramado de líneas y geometrías. El lobo, cuando se come a
Caperucita, pierde su forma definida para convertirse en una boca enorme llena
de dientes afilados que sobresale de las páginas. Todo se reduce a su mínima
expresión pero de ahí emana la fuerza expresiva.
En Balogh los elementos fundamentales de expresión son el contraste
cromático y la representación original del espacio y la perspectiva. Las
imágenes resultan esenciales y muy llamativas y los elementos principales son
puestos en relieve por un efecto de trasparencia que hace que se superpongan
espacios, objetos y personajes.
La obra presenta guiños de modernidad: las torres de tendido eléctrico que
atraviesan el bosque, los tractores en torno a la casa de la abuelita, el mando a
distancia de la televisión (en la que vemos la escena de una mano empuñando
un cuchillo presagiando el desarrollo de la historia pero que, a la vez, es una
marca cultural ya que recuerda la película Psicosis).
Caperucita tiene un aspecto entre moderno (viste zapatillas y sudadera) y
clásico (lleva la cesta de mimbre) y sigue siendo el reflejo de la ingenuidad ya
que se siente sorprendida y a la vez fascinada en su encuentro con el lobo.
El lobo mantiene un carácter animal, incluso en las escenas en las que
adquiere posturas más humanizadas. Se trata claramente de un lobo
cautivador, conocedor del mundo, malicioso y seductor. El dominio del
ilustrador a la hora de representar las actitudes del lobo hace a éste
protagonista de muchas escenas.
El bosque, espeso y estival, lleno de color, anaranjado o azul-verdoso, con
árboles particulares de tronco blanco o árboles-hoja, en algunas escenas se
convierte en un pequeño mundo que separa los espacios. Toda la explosión de
colorido mitiga la tensión de la historia.
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Un recurso recurrente es el uso de la trasparencia, con él se produce un juego
de perspectivas no exento de simbolismo, haciendo que la atención se dirija
hacia el elemento físico que está presente en la escena. Cuando el lobo espera
a Caperucita en casa de su abuela, éste es objeto de un doble juego de
trasparencia: trasparente es el camisón que se pone para disfrazarse pero que
deja ver su naturaleza animal y trasparente se vuelve su tripa, en la que vemos
atrapada a la abuela.
Humorismo encontramos en la imagen de Caperucita y la abuela saliendo de la
barriga del lobo desperezándose como si despertaran de una siesta. En dicha
imagen vemos como los cuerpos de los personajes son nuevamente
transparentes, menos el del lobo, como si en su maldad fuera lo único real de
la historia.
El húngaro Kárpati Tibor nos presenta una traducción exclusivamente visual
con un estilo simple, geométrico y esencial cuyas formas recuerdan las fichas
del Lego, de los primeros juegos electrónicos (el encaje de Caperucita y la
abuela en la barriga del lobo recuerdan el juego del Tetris) o las manualidades
de punto de cruz.
La imagen, en su simplicidad y minimalismo, resulta extremadamente clara y
eficaz a nivel comprensivo, transmitiendo la esencia narrativa de la historia. Las
palabras están perfectamente plasmadas en imágenes de forma que el lector
puede fácilmente traducir el dibujo en palabra.
Los colores son vivos, planos y marcadamente definidos, el espacio aparece
simétricamente ordenado.
El autor nos propone una Caperucita diminuta, sin expresión, pero
absolutamente identificable. El lobo, por su parte, es mucho más grande que la
niña y con un aspecto claramente animal a pesar de su postura erecta, que se
agiganta en un efecto de zoom en las escenas cruciales (llenando toda la
página cuando devora a Caperucita y la abuela). El bosque se traduce en una
masa negra, geometría que enreda unos árboles con otros dando la idea de un
bosque espeso.
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El autor se vale de diferentes técnicas de composición, alternando páginas de
dibujo entero con láminas compuestas de pequeñas escenas combinadas que
confieren mayor ritmo y dinamismo a la historia. Podemos destacar también la
repetición de escenarios y elementos de la historia, que, además de marcar el
ritmo narrativo, ayudan a centrar la atención en lo esencial.
Tibor también se vale de la trasparencia como la forma de representar en
viñetas el interior de las cosas y del efecto zoom que aumenta el nivel de
tensión emocional. El tono general de la obra nunca llega a transmitir angustia,
en parte por la selección cromática y el efecto visual producido por ésta y en
parte por el carácter lúdico de las imágenes, aunque sí se crean, por medio de
las variaciones rítmicas antes descritas, unos momentos de mayor tensión. A
pesar de la sencillez de la interpretación visual, al final del libro aparecen las
correspondencias entre imagen y personaje, entre palabra o concepto y
símbolo en los diálogos.
La propuesta de Rascal también recuerda las piezas de Lego o los primeros
juegos electrónicos, pero se combina con líneas curvas y un dibujo más
redondo y realista, aunque siempre estilizado. Podemos destacar el contraste
entre la geometría de los personajes (lobo y niña) y el mayor realismo del resto
de los pocos elementos diseñados.
Sólo se usan el blanco, el negro y el rojo. Rascal representa un lobo gigante,
delgado, con una enorme cabeza geométrica y ojos redondos y vacíos y una
Caperucita minúscula, indefensa y triangular.
El autor nos presenta una traducción extremadamente sintética, casi
minimalista, tanto a nivel de detalle como en relación al número de escenas
representadas: la primera escena sólo presenta la máquina de coser y las
tijeras, la segunda el contenido de la cesta, la tercera el camino entre la casa
de la abuela y de Caperucita, la cuarta la llegada del lobo a casa de la abuela y
la última la entrada de Caperucita en la misma casa.
Las escenas principales del cuento: el encuentro entre lobo y niña en la casa
de la abuela y el diálogo más conocido; las escenas de más tensión emocional
de la historia no se incluyen en el libro. Al mismo tiempo el final de la historia es
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representado simplemente por un gran cuadrado rojo, que podría interpretarse
como que Caperucita ha sido devorada por el lobo o bien como un final abierto
de libre interpretación.
Cabe destacar que el tono general de la obra, más que definirse claramente,
está sujeto a la lectura que el individuo haga de la imagen, ya que, debido al
enorme nivel de abstracción que ésta presenta y en la que lo omitido es igual o
más importante que lo representado, la lectura requiere un esfuerzo adicional.
Baranyai András nos presenta una versión que vuelve a recordar un
videojuego, más moderno que los anteriores, representando la historia sólo
visualmente. La obra, en una de sus versiones, se presenta en un largo
desplegable, donde las imágenes se enlazan de manera consecuente y
armónica y el lector sólo tiene que seguir el camino que le marcan las líneas
discontinuas.
El esquematismo se apodera de los personajes: Caperucita, enteramente
vestida de rojo, parece un minúsculo dedal; el lobo gris-azulado adopta la
forma de una ele invertida; la abuela sólo se representa de medio torso; el
cazador es un rectángulo vestido de verde. El fondo es amarillento. El espacio
está ordenado en un continuum, con efectos de zoom que acerca y aleja los
elementos, permitiendo que los vayamos analizando. Los mismos personajes
se convierten frecuentemente en guías de la historia indicando el camino a
seguir.
El lenguaje visual recoge muchos elementos propios del cómic: el bocadillo
para incluir los pensamientos (siempre visuales), el lenguaje icónico-
onomatopéyico que recuerda el utilizado por Rascal, las líneas de expresión, el
uso del zoom, la transparencia…
Extremado aun más en la abstracción y síntesis del cuento, Takács nos
presenta una Caperucita geométrica en la que se combinan líneas, círculos,
triángulos y rectángulos, con una estética que recuerdan un poco la gráfica de
Pucca o el juego del Comecocos. El bosque se compone simplemente de
líneas en tonos verdes. Los personajes se representan vistos desde arriba. El
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lobo, dada la necesidad de centralizar la atención en su rasgo principal y
distintivo que son los dientes, se representa de perfil.
La suiza Warja Lavater nos propone una versión de Caperucita rica de detalles
haciendo uso casi exclusivo del círculo como elemento compositivo de las
imágenes. El texto es eliminado por completo y tampoco hace uso del lenguaje
simbólico; el único texto aparece en la leyenda inicial que nos permite
identificar personajes y escenarios.
A pesar de la abstracción y minimalismo de la propuesta, el resultado es una
narración clara y efectiva, donde cada personaje, elemento y escena se
reconoce a primera vista, debido al conocimiento universal que tenemos de la
estructura narrativa de Caperucita, pero sobre todo gracias a la habilidad de la
autora por traducir en lenguaje esencial los elementos principales y
fundamentales de la misma.
La obra se compone en un largo desplegables, donde las imágenes se
suceden con un ritmo y dinamismo, dónde los personajes son representados
por puntos de color y tamaño diferentes. La niña es un pequeño punto rojo, la
madre un punto amarillo, la abuela uno azul, el lobo es un enorme punto negro,
el cazador un círculo marrón, la foresta un conjunto de puntos en tonalidades
verdes de diferentes tamaños, las casas son rectángulos y la cama de la
abuela está representada en forma de cuadrícula.
Nuevamente encontramos el uso del zoom como recurso expresivo en las
escenas cruciales: cuando el lobo se come a la abuela y a Caperucita, llena
toda la página. Aquí también se echa mano de la trasparencia: así, para
representar que el lobo ha comido a la abuela y a Caperucita, vemos un círculo
azul (la abuela) dentro del negro más grande (el lobo) y a su vez, el pequeño
círculo rojo que representa a la niña es inscrito dentro del azul, como si de un
juego de cajas se tratara
Además, cabe señalar cierto sentido cíclico de la obra, obtenido gracias a las
variaciones cromáticas y a la mayor o menor profusión de detalles, por lo que el
principio y el final destacan por la presencia de los tonos verdes y la multitud de
círculos, mientras que en las láminas centrales la composición espacial se
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limita a la representación de los personajes en acción. El resultado es una
sensación de cuento circular en el que la situación inicial se restablece al final,
pero al mismo tiempo es una historia que nunca se acaba, en cuanto las
imágenes finales impulsan a volver a la primera página.
En relación al tono general de la obra no podemos hablar de tensión emotiva,
debido al elevado grado de abstracción, pero sí cabe señalar expresivas
variaciones rítmicas que provienen de la alternancia del sosiego y la lectura
pausada, que se impone en las primeras y última imágenes (profusas en
detalles y con espacios densos), a la rapidez, casi precipitación, de las
imágenes centrales, en las que la reducción a lo esencial nos conduce a una
lectura casi frenética del cuento.
8. Versiones para adultos
Consideramos interesante mencionar brevemente dos versiones de Caperucita
más para adultos, debido al grado de angustia y dramatismo presentado,
superando en este sentido incluso a la propuesta de Lydie Aryky. Nos referimos
a las de Sarah Moon y de Roberto Innocenti.
Sarah Moon nos propone una Caperucita con fotografías en blanco y negro, lo
cual otorga mayor fuerza y realismo a las imágenes, infundiendo a la obra el
tono angustioso e inquietante que la caracteriza y que recuerda la estética del
cine neorrealista italiano.
Caperucita se presenta como una niña angelical, de grandes ojos inocentes y
con una mirada que nos captura y conmueve a través de las páginas. El lobo
es un fantasma, una sombra que siempre está presente aunque no se
represente de manera explícita en ningún momento. Su peso agobiante se
percibe por medio de recursos simbólicos: el coche negro que parece acechar
a la niña, el enfoque de la cámara que trasmite la sensación de que alguien la
está espiando o finalmente, en modo directo y terrible, en la enorme sombra
que ataca la niña.
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Nuevamente nos enfrentamos a una propuesta en la que lo sugerido es más
aterrorizador e inquietante que lo manifiesto, el ejemplo más claro lo ofrece la
imagen final de la cama desecha y vacía, que hiere con fuerza y seguramente
de manera más dolorosa al lector adulto.
Roberto Innocenti nos propone una Caperucita en clave metropolitana, una
versión cargada de los mitos de la sociedad actual, sin valores ni principios.
Según él, el bosque y el lobo no dicen nada a los niños de hoy, por eso
convierte a uno en un centro comercial y al otro en un motorista vestido de
negro. Caperucita es una niña moderna, que vive en un barrio popular y
marginal de una gran ciudad. Vemos en el entorno la degradación paulatina de
toda urbe, las casas dejan paso a los enormes centros comerciales llenos de
luces y sucesivamente a las chabolas de las zonas más pobres. Hay un
simbolismo muy marcado en el contraste entre el brillo de la ciudad, de los
anuncios publicitarios, del centro comercial, viva representación del
consumismo, de la ilusión de opulencia de la vida moderna y el triste y grisáceo
color del cielo y del especio en general, traducción del engaño de la sociedad
de la imagen.
Caperucita se sumerge en el caos sin identidad, entre las luces de las tiendas y
los neumáticos abandonados, en medio de una creciente decadencia, camina
decidida, resuelta, en medio de un mundo hostil y peligroso. Se trata de un
espacio que no deja lugar a la esperanza, no hay sitio para los sueños y los
ideales, sólo opresión.
El lobo aparece en un primer momento como un héroe, el que salva a
Caperucita de la agresión de un grupo de pandilleros, es una figura fuerte,
atrayente, viril y ahí la traducción de la esencia del personaje, el engaño, el
disfraz, el aprovecharse de la indefensión e ingenuidad de la niña.
El autor deja al lector la opción de escoger entre el final de los Grimm, en el
que Caperucita y la abuela serían salvadas justo a tiempo por las fuerzas
especiales; o el de Perrault, terriblemente angustioso en este caso, en el que
niña y abuela sería devoradas por un terrible lobo urbano, convirtiéndose en
una de las tantas noticias de crónica negra que aparecen en los periódicos.
Desoladora es la imagen de la madre asomada al pequeño balcón del enorme
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bloque, sola, abandonada, sin esperanza, en medio de un mundo individualista
e insensible.
9. Versiones étnicas
Para concluir quisiéramos repasar brevemente una serie de propuestas
étnicas.
Miguel Tanco nos presenta una Caperucita gitana, bastante estereotipada, con
la tez muy morena, el pelo y los rasgos claramente gitanos y un pañuelo en la
cabeza que sustituye a la caperuza; el mismo aspecto presenta la madre. El
lobo, a pesar de su postura erecta, tiene una apariencia totalmente animal, los
pequeños ojos y la larga lengua viperina le confieren un aspecto malicioso e
intrigante. Las casas se convierten en los carromatos típicos de los gitanos
nómadas y el bosque se transforma en una campiña árida en tonos amarillos y
marrones.
El ilustrador se vale de la mezcla entre las técnicas pictóricas y collage, como
apreciamos en las nubes o en los árboles. El resultado es una narración visual
en tonos cálidos y soleados, y un tono en general bastante sosegado sin ser en
ningún momento angustioso, sensación recreada también por el carácter
sinuoso y redondeado de las figuras y del espacio
Una versión oriental de Caperucita la encontramos en la obra Lon-po-po
ilustrada por Ed Young que se decanta por el uso del color y la técnica
pictórica que recuerda a la acuarela. Se vale principalmente de colores tenues
y difuminados, acentuando la intensidad y el contraste en las escenas cruciales
o alrededor de la figura del lobo, creando así diferentes ritmos y tensiones
narrativas. Así mismo podemos ver como en diferentes momentos el espacio
se construye de planos fragmentados y sucesivos, de efectos de acercamiento
y ampliación de detalles, que infunden dinamismo y contrastes emocionales a
la obra.
El lobo es representado como animal, con un pelaje más espeso que en las
versiones analizadas hasta ahora y en muchas escenas aparece bastante
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amenazante (los ojos redondos, vacíos y rodeados de un halo de fuego y una
boca llena de dientes afilados).
Los elementos que permiten reconocer a la obra como propia de la cultura
oriental son: los rasgos faciales de los personajes, sus peinados y atuendos,
las posturas y actitudes adoptadas que de manera casi imperceptible evocan la
cometida y delicada cultura oriental; la arquitectura presente en la obra; el
paisaje.
En la edición de Media Vaca se incluyen veintiuna versiones ilustradas por
diversos autores japoneses, destacamos una versión en la que, con una
técnica de dibujo, se usa el blanco y la gama de grises y el único contraste lo
pone la figura roja de Caperucita y los cartuchos en los que se inserta el texto
en japonés. Los atuendos (el kimono y el pañuelo en la cabeza según la
tradición campesina), la arquitectura (el espacio multifunción de la habitación,
las puertas correderas con los cuadrantes de papel de arroz) y los gestos y
posturas de los personajes (arrodillados no sentados, descalzos) nos sumergen
en la cultura japonesa.
Por su parte la edición iraní de Shabaviz Publishing Companyes es una caja
de sorpresas, en ella se mezclan diversas técnicas, pues es fruto de la
colaboración de varios ilustradores, siendo el resultado verdaderamente
sorprendente por su variedad y riqueza expresiva. Con todo, se perciben con
claridad las marcas culturales en el atuendo de los personajes, en sus gestos y
posturas y en la arquitectura representada.
Por último Niky Daly nos trae una Caperucita africana. Selma, que así se
llama, vive con sus abuelos y es enviada al mercado, no lleva una cesta sino
un capazo a la cabeza y su atuendo es el tradicional africano en el que la
caperuza roja se sustituye por un pañuelo azul. El lobo semeja más a un perro
famélico. El paisaje cambia campo por ciudad africana (aunque también tiene
un cierto aire caribeño) y la vegetación que encontramos no puede ser otra que
la palmera. A pesar de los cambios narrativos o situacionales la historia sigue
siendo, en esencia, la misma, y conlleva el mismo aviso a jovencitas de las
primeras versiones conocidas.
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10. Conclusiones
Lo expuesto es sólo un mínimo ejemplo de lo que podemos encontrar en el
campo de la ilustración. No hemos pretendido abarcar todas las traducciones
visuales del universo de Caperucita pero sí presentar una muestra que
creemos suficientemente significativa para apreciar distintas líneas de trabajo
que van del clasicismo más ortodoxo y de la ilustración figurativa y detallista a
las que utilizan técnicas y estilos más vanguardistas y llevan las ilustraciones a
la abstracción.
Todas las técnicas y estilos aportan nuevos matices a la lectura del cuento
tradicional, enriqueciéndolo y haciendo que la historia de Caperucita sea
eternamente joven. Se trate de versiones para niños o versiones para adultos,
los ilustradores han jugado, esencialmente, con el color y con las formas
llenándolas de simbolismo para destacar toda la tensión dramática de la
historia llegando a producir efectos que no dejan impasible al lector.
Dada la amplísima oferta con la que nos hemos encontrado, sólo hemos
abierto una puerta hacia un estudio más profundo de las traducciones visuales
del cuento. Y es que, cada vez que golpeábamos una puerta, se abrían diez
nuevas, una inmensa, infinita, cadena de Caperucitas ilustradas.
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