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Biblioteca virtual Julio Verne
Un billete de lotera
Editado por Cristian Tello
Cortesa de http://www.jverne.net
Gnero: Novela
Ao de publicacin: 1886
Sinopsis:
El marinero noruego Ole Kamp parte a un viaje de pesca despus de prometer a su novia
Hulda que su fortuna sera hecha cuando l retornara. Unos meses despus, su embarcacin
naufraga en peligrosos parajes de Islandia. Creyndose pronto a morir, Ole Kamp lanza una
botella al mar conteniendo un billete de lotera N 9672, que llega a manos de Hulda tal como
lo esperaba. Los aficionados supersticiosos luchan por la obtencin del billete, que finalmente
cae en posesin de un usurero. El da del sorteo, el nufrago reaparece con su billete; esto es
posible, gracias a la ayuda del profesor Sylvius Hog, personaje cuya vida ha sido salvada por
Hulda y su hermano.
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Captulo I
-Qu hora es?- pregunt la seora Hansen, despus de sacudir la ceniza de su pipa,
cuyas ltimas bocanadas se perdieron entre las vigas coloreadas del techo.
-Las ocho, madre -contest Hulda.
No es probable que lleguen viajeros durante la noche; el tiempo es demasiado malo.
-No creo que venga nadie. En todo caso, las habitaciones estn preparadas, y oir muy
bien si llaman desde afuera.
-No ha llegado tu hermano?
-An no.
-Ha dicho si volver hoy?
-No, madre. Joel ha ido a acompaar a un viajero al lago Tinn, y como se ha marchado
muy tarde, no creo que est de regreso a Dal hasta maana.
-Entonces, pasar la noche en Moel?
-S, sin duda, a menos que no llegue hasta Bamble a visitar al granjero Helmboe
-Y a su hija?
-S, a Siegfrid, mi mejor amiga, a quien la quiero como hermana -contest la muchacha
sonriendo.
-Bien, cierra la puerta, Hulda, y vmonos a dormir.
-Se encuentra usted mal, madre?
-No, pero maana tengo que levantarme temprano. Tengo que ir a Moel.
-Para qu?
-Y pues, no tenemos que renovar nuestras provisiones para la prxima temporada?
-Ha llegado ya el mensajero de Cristiana, con su carro de vinos y combustibles?
-S, Hulda, esta tarde -contest la seora Hansen-. Lengling, el encargado del aserradero,
lo ha encontrado y me ha avisado al pasar. Ya no nos queda gran cosa de nuestras reservas
de jamn y salmn ahumado, y no quiero exponerme a hallarme desprevenida. De un da a
otro, sobre todo si el tiempo mejora, los turistas pueden empezar excursiones al Telemark. Es
necesario que nuestra hostera se halle en condiciones de recibirlos y que encuentren aqu
todo lo que puedan menester durante su estancia. No ves, Hulda, que estamos ya al 15 de
abril?
-Al 15 de abril! -murmur la muchacha.
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-Entonces -prosigui la seora Hansen-, maana me ocupar de todo esto. En dos horas
har todas mis compras, que luego el mensajero nos traer aqu, y regresar con Joel en su
Kariol.1
-Madre, si por casualidad tropieza con el cartero, no se olvide de preguntarle si trae
alguna carta para nosotros
-Y sobre todo para ti! Es muy posible, ya que la ltima carta de Ole es de hace un mes.
-S! Un mes! Un largo mes!
-No te acongojes, Hulda. Este retraso no debe extraarnos. Por otra parte, si el correo de
Moel no nos trae nada, lo que no ha llegado por Cristiana puede llegarnos por Bergen.
-Sin duda -contest Hulda-; pero qu quiere usted, madre? Si tengo pena es porque
estn tan lejos de aqu las pesqueras de Terranova. Todo el mar de por medio, y con el mal
tiempo adems! Hace cerca de un ao que mi pobre Ole se march y quin puede decirnos
cuando volver a Dal?
-Y si nos encontrar a su regreso! -murmur la seora Hansen, pero tan bajo que su hija
no pudo orla.
Hulda cerr la puerta de la posada, que se levantaba en el camino de Vestfjorddal. No se
preocup de dar la vuelta a la llave. En el hospitalario pas de Noruega, estas preocupaciones
no son necesarias. Conviene, adems, que cualquier viajero pueda entrar, tanto de da como
de noche, en la casa de los gaards y de los soeters, sin que nadie tenga que acudir a abrirle
las puertas.
No son de temer las visitas de vagabundos ni malhechores, ni en los pueblos ni en las
aldeas ms recnditas de la provincia. Ningn atentado criminal contra los bienes o las
personas del lugar ha turbado jams la seguridad de sus habitantes.
La madre y la hija ocupaban dos habitaciones en el primer piso de la parte delantera de la
hostera, dos habitaciones claras y limpias, amuebladas modestamente, es verdad, pero tan
bien aseadas que demostraban el cuidado de una buena ama de casa. En el piso superior se
hallaba la habitacin de Joel, cuya ventana estaba enmarcada en madera labrada con arte. A
travs de la ventana la vista poda recorrer un extenso horizonte de montaas y descender
hasta el fondo de un angosto valle, por el cual se deslizaban el Maan, mitad ro, mitad
torrente. Una escalera de madera, de recios peldaos encerados, suba de la gran sala de la
planta baja hasta los pisos superiores. Nada ms atractivo que el aspecto de la casa, en
donde el viajero hallaba un confort poco comn en los dems albergues de Noruega.
Hulda y su madre ocupaban, pues, el primer piso. All se retiraban pronto, cuando se
hallaban solas. La seora Hansen, alumbrndose con un candelabro de cristal multicolor,
empez a subir los primeros escalones, cuando de pronto se detuvo.
1 Especie de calesa sin capote, muy usada en Noruega.
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Llamaban a la puerta. Oyeron una voz que gritaba:
-Eh! Seora Hansen! Seora Hansen!
La seora Hansen volvi a bajar.
-Quin puede ser tan tarde? -dijo.
-Quiz le habr ocurrido un accidente a Joel? -aadi Hulda.
E inmediatamente se dirigi hacia la puerta.
Era un muchacho -uno de esos chiquillos que hacen el oficio de skydskart, que consiste
en colgarse detrs de los kariols y conducir el caballo a la posta, cuando se ha terminado la
etapa. ste haba venido andando, y permaneca de pie en el umbral.
-Qu quieres a estas horas? -dijo Hulda.
-Primeramente desearos buenas noches -contest el muchacho.
-Eso es todo?
-No! Eso no es todo, pero no debe empezarse siempre por ser bien educado?
-Tienes razn. Bueno quin te enva?
-Vengo de parte de vuestro hermano Joel.
-Joel? Y porqu? -pregunt la seora Hansen.
Se haba acercado a la puerta, con ese andar lento y mesurado que caracteriza a los
habitantes de Noruega.
No obstante, la respuesta del muchacho era evidente que haba causado alguna emocin
a la madre, pues se apresur a preguntar:
-Le ha ocurrido algo a mi hijo?
-S! Ha llegado una carta que el correo de Cristiana haba trado de Drammen
-Una carta que viene de Drammen? -exclam vivamente la seora Hansen bajando la
voz.
-No lo s -contest el chico. Lo nico que s es que Joel no puede venir hasta maana y
me ha enviado aqu para que les entregue esta carta.
-Es muy urgente?
-As parece.
-Dame -dijo la seora Hansen, con una voz que denotaba gran inquietud.
-Aqu est, bien limpia y sin arrugas. Pero esta carta no es para usted.
La seora Hansen respir aliviada.
-Y para quin es? -pregunt.
-Es para su hija.
-Para m! -dijo Hulda-. Es una carta de Ole, estoy segura, una carta que habr llegado
por Cristiana. Mi hermano no habr querido hacerme esperar!
Hulda haba cogido la carta y acercndose a la luz del candelabro, que haba depositado
encima de la mesa, mir la direccin.
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-S! Es de l! Es de l! Ojala me anuncie el regreso del Viken.
Entretanto, la seora Hansen deca al muchacho:
-No quieres entrar?
-Slo un minuto. Debo volver esta noche a casa, porque estoy comprometido para
maana por la maana para un kariol.
-Pues bien, te encargo que digas a Joel que tengo pensado ir a su encuentro. Que me
espere.
-Maana por la noche?
-No, durante la maana. Que no se vaya a Moel sin haberme visto antes. Dile que
regresaremos juntos a Dal.
-De acuerdo, seora Hansen.
-Vamos, tomars un vasito de brandevin?
-Con mucho gusto.
El muchacho se haba acercado a la mesa y la seora Hansen le ofreci un poco de este
aguardiente, reconfortante contra la humedad de la noche. Se lo bebi de un trago sin dejar
una sola gota en el fondo del vaso. Luego dijo:
-God aften!
-God aften, muchacho!
Es el buenas noches noruego. Pronunciadas estas palabras simplemente, sin una
inclinacin de cabeza, el muchacho sali, no preocupndole la larga caminata que deba
hacer. El ruido de sus pasos se perdi de pronto entre los rboles del sendero que corren a lo
largo del ro.
Hulda continuaba contemplando la carta de Ole sin apresurarse a abrirla. Esta frgil hoja
de papel haba tenido que atravesar todo el ocano para llegar hasta ella, todo este extenso
mar, en el cual se pierden los ros de Noruega occidental. Examinaba los diferentes sellos que
la cubran. Echada al correo el 15 de marzo, esta carta no haba llegado a Dal hasta el 15 de
abril. Cmo! Haca un mes ya que Ole la haba escrito! Cuntos acontecimientos haban
podido ocurrir durante un mes en aquellos parajes de Terranova! No estaban an en perodo
de invierno, poca peligrosa de los equinoccios? Estos lugares de pesca son los peores del
mundo, con sus formidables vendavales, que llegan al Polo a travs de las llanuras
canadienses. Oficio penoso y peligroso es el oficio de pescador, que era el de Ole. Y si lo
haca era solo para entregarle todos sus beneficios a ella, su prometida, con quien deba
casarse a su regreso. Pobre Ole! Qu le dira en aquella carta? Sin duda, que la amaba
como siempre, as como Hulda lo amaba siempre tambin, que sus pensamientos se
confundan en uno solo, a pesar de la distancia, y que ya quera ver llegado el da de su
regreso a Dal.
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S! Seguramente dira esto; Hulda estaba segura de ello. Pero, quiz aadira que su
regreso estaba muy prximo, que esta campaa de pesca, que arrastra a los marinos de
Bergen tan lejos de su tierra natal, ya tocaba a su fin. Quiz le dira que el Viken acababa de
estibar su cargamento y que se preparaba a aparejar, que los ltimos das de abril los veran
ya reunidos en su feliz hogar de Vestfjorddal? Y quiz tambin le dira, en fin, que podan ya
fijar la fecha en que el cura llegara a Moel para darles su bendicin en la modesta capilla de
madera, cuyo campanario emerga por entre el espeso ramaje de los rboles, a algunos
centenares de pasos de la posada de la seora Hansen?
Para saberlo, era suficiente tan slo romper el sello del sobre, sacar la carta de Ole,
leerla, incluso a travs de las lgrimas de pena o de alegra, que su contenido podra provocar
en los ojos de Hulda. Y, sin duda, ms de una impaciente muchacha del Medioda, de
Dinamarca o de Holanda, sabra ya lo que la joven noruega no saba an. Pero as lo quiere. Y
cuntas veces lamentamos despertar, al sufrir la decepcin de la realidad.
-Hija ma -dijo la seora Hansen-, esta carta que te ha enviado tu hermano, es una carta
de Ole?
-S! He reconocido su letra.
-Pues bien, es que esperas hasta maana para leerla?
Hulda mir por ltima vez el sobre. Luego, despus de abrirlo sin apresurarse, sac una
carta, pulcramente escrita, y ley lo siguiente:
Saint Pierre-Miquelon, 17 de marzo de 1862
Querida Hulda:
Estars contenta de saber que nuestras operaciones de pesca han prosperado y que
terminarn dentro de breves das. S! Estamos llegando al fin de la campaa. Despus de un
ao de ausencia, qu feliz ser al volver a ver y encontrar la nica familia que me queda, y
que es la tuya!
Mi parte en los beneficios es muy buena. Servir para establecer nuestro hogar. Nuestros
armadores de Bergen estn ya advertidos que el Viken llegar probablemente entre el 15 y el
20 de mayo. Ya puedes prepararte a verme en estas fechas, lo ms tarde dentro de algunas
semanas.
Querida Hulda, espero hallarte an ms bonita que a mi partida, y, al igual que tu madre,
en buena salud. Y en buena salud tambin espero hallar a mi entraable amigo, mi querido
primo Joel, tu hermano, que no desea otra cosa que serlo mo tambin.
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Haz llegar mi afecto tambin a tu madre, la seora Hansen, que ya veo desde aqu
sentada en su silln de madera, cerca de la vieja estufa. En el saln de tu casa. Reptele que
la quiero dos veces, primero porque es tu madre y luego porque es mi ta.
Sobre todo, no te molestes por venirme a esperar a Bergen. Es muy posible que el Viken
llegue mucho antes de lo que digo. Sea como sea, a las veinticuatro horas de haber
desembarcado, mi querida Hulda, ya puedes contar que me tendrs en Dal. Pero no te
sorprendas mucho si llego antes.
Hemos sufrido muchos y fuertes temporales durante este invierno, el peor que nuestros
marinos han pasado. Por suerte, el gran banco de bacalao nos ha surtido abundantemente. El
Viken lleva una carga de cerca de cinco mil quintales, para entregar en Bergen, y que ya han
sido comprados por adelantado. En fin, lo que debe interesar a la familia es que hemos
tenido mucho xito y que las ganancias sern muy buenas para m.
Adems, si no es precisamente la fortuna lo que te traigo, tengo como una idea, o mejor
an, como un presentimiento, de que sta me esperar a mi regreso. S! La fortunasin
contar con la felicidad. Cmo? Ah!, ste es mi secreto, queridsima Hulda, y debes
perdonarme de tener un secreto para ti.
Es el nico! Y tambin te lo he de decirCundo? Pues bien, cuando sea el momento;
antes de nuestra boda, si sta tuviera que aplazarse por causas imprevistas; despus, si llego
en la fecha indicada y si, dentro de la semana siguiente a mi regreso a Dal, t te conviertes
en mi mujer, que es lo que ms deseo.
Te envo un abrazo, querida Hulda. Besa de mi parte a la seora Hansen y a mi primo
Joel. Un beso, adems, para tu frente, sobre la cual la radiante corona de las desposadas de
Telemark se convertir en la diadema de una santa. Por ltima vez, adis, querida Hulda,
adis!
Tu prometido
Ole Kamp
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Captulo II
Dal se compone slo de algunas casas, unas a lo largo de una carretera que a decir
verdad es ms bien un sendero, las otras diseminadas por los alrededores. Todas las casas
miran hacia el angosto valle del Vestfjorddal, de espaldas a las colinas del Norte, al pie de las
cuales se desliza el Maan. El conjunto de aquellas construcciones formara uno de los gaards
tan corrientes en el pas, si estuvieran bajo la direccin de un nico propietario de cultivos o
de un granjero a sueldo. Pero tiene derecho a ostentar, si no el nombre de villa, por lo menos
el de aldea. Una pequea capilla construida en 1855, cuya cspide est adornada con dos
estrechas ventanas con cristales de colores, levanta no muy lejos, a travs del ramaje de los
rboles, su campanario cuadrado, todo de madera. Aqu y all, por encima de los arroyos que
desembocan en el ro, se levantan pequeos puentes de madera, recortada en festones. A lo
lejos se oye el rechinar de uno de o dos aserraderos rudimentarios, que funcionan movidos
por el torrente, con una rueda para accionar la sierra y otra para mover el madero. A poca
distancia, la capilla, los aserraderos, las casas, las cabaas, todo parece baado por una
suave atmsfera de verdor, oscura con los abetos, glauco con los abedules, que dibujan los
rboles, aislados o en grupos, desde las sinuosas orillas del Maan hasta la cumbre de las altas
montaas del Telemark.
Esta es la aldea de Dal, fresca y sonriente, con sus pintorescas viviendas, pintadas unas
con colores suaves -verde manzana o rosa plido- y otras coloreadas por vivos colores,
amarillo brillante o rojo escarlata. Los tejados, hechos con corteza de abedul, recubiertos de
verde csped, que siegan en otoo, estn sembrados de flores naturales. Todo ello es una
delicia que pertenece al pas ms hermoso del mundo. Por decirlo de una vez, Dal est en el
Telemark, el Telemark est en Noruega, y Noruega es como Suiza, pero con varios miles de
fiordos que permiten que el mar llegue hasta lamer el pie de sus montaas.
El Telemark est comprendido en esta porcin hinchada del enorme cuerno que
representa Noruega entre Bergen y Cristiana. Esta baila una dependencia de la prefectura
de Batsberg- posee montaas y glaciares como Suiza, pero no es Suiza. Tiene enromes
cataratas como Norteamrica, pero no es Norteamrica. Posee paisajes con sus casitas
pintadas y procesiones de habitantes, vestidos con atuendos de otros tiempos, como algunos
pueblos de Holanda, pero no es Holanda. El Telemark es mucho mejor que todo esto, es el
Telemark, pas nico en el mundo, quiz, por las bellezas naturales que contiene. El autor ha
tenido el placer de visitarlo. Lo ha recorrido en kariol con caballos de posta -cuando
encontraba-. Y se ha llevado una impresin de encanto y de poesa tan viva an en su
memoria, que quisiera impregnar con ella este relato.
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En la poca en que transcurre esta historia -1862- Noruega no estaba an atravesada por
el ferrocarril que permite actualmente ir de Estocolmo a Drontheim por Cristiana. En la
actualidad una inmensa red de vas frreas se ha extendido a travs de estos dos pases
escandinavos, poco inclinados a vivir una vida en comn. Pero, encerrado en estos vagones
de ferrocarril, si el viajero va ms rpido que en kariol, no puede ver nada, en cambio, de la
originalidad de los caminos de antao. Se pierde la travesa de Suecia meridional por el
curioso canal de Gotha, cuyos barcos de vapor, elevndose de esclusa en esclusa, suben
hasta trescientos metros de altura. En fin, no puede detenerse ni en las cataratas de
Trollentann, ni en Drammen, ni en Korsberg, ni delante de todas las maravillas de Telemark.
En aquella poca el ferrocarril era slo un proyecto. Cerca de veinte aos deban
transcurrir antes que pudiera atravesarse el reino de Escandinavia de parte en parte en
cuarenta horas-, e ir hasta el cabo Norte, con billetes de ida y vuelta por el Spitzberg.
Precisamente Dal era entonces -y que lo sea por mucho tiempo!- este punto central que
atrae a los turistas extranjeros o indgenas; stos ltimos, estudiantes de Cristiana en su
mayor parte. Desde all, pueden dispersarse por toda la regin del Telemark y de Hardanger,
subir por el valle de Vestfjorddal entre el lago Mjos y el lago Tinn, y llegar a las maravillosas
cataratas del Rjukan. Sin duda, slo existe una nica posada en esta aldea; pero es la ms
atractiva, la ms confortable que pueda desearse, la ms importante tambin, ya que tiene
cuatro habitaciones a disposicin de los viajeros. En una palabra, es la posada de la seora
Hansen.
Algunos bancos rodean la parte inferior de sus muros de color de rosa, aislados del suelo
por unos slidos cimientos de granito, las vigas y las planchas de madera de abeto de sus
paredes han adquirido con el tiempo una dureza tal, que el acero de un hacha se embotara
en ellas. Entre los maderos, dispuestos horizontales unos encima de otros, se ha formado una
junta de musgo mezclado con arcilla que impide a las ms violentas lluvias de invierno
penetrar en el interior. Los techos de las habitaciones estn pintados en rojo y negro,
contrastando con los colores ms alegres de las paredes. En un rincn de la gran sala de
estar, una estufa circular, cuyo tubo se pierde en el oscuro hueco de la chimenea de la
cocina. Aqu tambin, la caja del reloj pasea sobre un ancho cuadrante esmaltado las agujas
labradas y va pautando los segundos con su sonoro tictac. Ms all se encuentra el viejo
escritorio de molduras oscuras, cerca de un trpode macizo. Sobre una repisa se halla el
candelabro de tierra cocida. Los mejores muebles de la casa adornan esta estancia: la mesa
de raz de abedul, de patas robustas, el cofre-bal, de historiadas cerraduras, donde se
guardan los hermosos trajes de las fiestas y de los domingos, el gran silln duro como una
losa de iglesia, las sillas de madera pintada, la rueda rstica, adornada con tonos verdes que
resaltan vivamente sobre la falda roja de las hilanderas. Luego, aqu y all, el tarro para
conservar la mantequilla, el rodillo para comprimirla, la caja de tabaco y de rap, de marfil
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esculpido. En fin, encima de la puerta abierta que da a la cocina, un ancho estante exhibe sus
hileras de utensilios de cobre y latn, de bandejas y platos esmaltados, de cermica y de
madera, la pequea muela de afilar, media hundida en su caracol barnizado, la huevera,
antigua y solemne, que podra usarse como cliz; y las paredes tan alegres, cubiertas de
tapiceras representando asuntos bblicos, coloreadas con todos los colores de la estampera
de Epinal. En cuanto a las habitaciones de los viajeros, no por ser ms sencillas son menos
confortables, con sus pocos muebles extremadamente limpios, sus cortinas verdes que
cuelgan desde el techo, su ancha cama cubierta de blancas sbanas de fresco lienzo de
akloede y sus artesonados, de los que cuelgan versculos del Antiguo Testamento, escritos en
tinta amarilla sobre fondo rojo.
No debemos olvidar que el suelo de la sala de estar, as como el de las habitaciones de la
planta baja y del primer piso, estn cubiertos de ramitas de abedul, de abeto, de enebro,
cuyas hojas llenan la casa con su vivificante perfume.
Cabe imaginarse una posada ms agradable en Italia o en Espaa? No! Y la oleada de
turistas ingleses no haba provocado an un alza en los precios, como en Suiza -por lo menos
en aquella poca-. En Dal, no era la libra esterlina, ni la onza de oro, que desapareceran
pronto de los bolsillos del viajero, lo que circulaba, sino los species de plata, de un valor
aproximado a los cinco francos, y sus subdivisiones, el marco, que vala un franco, el skilling
de cobre, que no debemos confundir con el shilling britnico, ya que equivale a diez cntimos
tan slo. Tampoco los turistas podan hacer uso abusivo de los billtes de banco en Telemark.
All slo existe el billete de un specie, que es blanco, el de cinco que es azul, el de diez que es
amarillo, el de cincuenta que es verde y el de cien que es rojo. Con slo dos ms se
obtendran los colores del arco iris.
Adems -y esto no puede menospreciarse en esta hospitalaria casa-, la alimentacin es
muy buena, cosa rara en la mayor parte de las posadas de la regin. En efecto, el Telemark
justifica plenamente el sobre nombre de Pas de la leche cuajada. Ni en Tinnes, Listhus,
Tinoset, ni en muchos otros lugares, se encuentra nunca pan, y cuando se encuentra es de
tan mala calidad que es mejor pasarse sin l. Lo sustituye una especie de torta de avena, el
flatbrod, seca, negra y dura como el cartn, o bien una especie de pastel ordinario, hecho
con una sustancia sacada de la corteza de abedul mezclada con lique o paja trinchada.
Encontrar huevos tambin es raro, a menos que las gallinas hayan puesto ocho das antes.
Pero en cambio abundan all la cerveza de clase inferior, la leche cuajada, dulce o agria, y a
veces un poco de caf, tan espeso que ms parece holln hervido que el delicioso brebaje de
Moka, de Borbn o de Ro Nuez.
En casa de la seora Hansen, al contrario, la bodega y despensa estaban ordenadamente
provistas. Qu ms pueden desear los turistas ms exigentes? Salmn cocido, salado o
ahumado, hores, salmn de los lagos que no ha conocido nunca las aguas amargas, peces de
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los ros de Telemark, aves, ni demasiado duras, ni demasiado secas, huevos preparados de
mil maneras, finas galletas de centeno y de cebada, frutas y muy particularmente fresas, pan
moreno, pero de excelente calidad, cerveza y viejas botellas de vino de Saint-Julien, que
propaga hasta aquellas lejanas tierras la fama de dos viedos de Francia.
La buena reputacin de la posada de Dal se extenda por todos los pases del norte de
Europa. Cosa que puede comprobarse, adems, hojeando las amarillentas hojas del libro en
el cual los viajeros se complacen en estampar su nombre al pie de ms de un cumplido
dedicado a la seora Hansen. La mayora de stos son suecos y noruegos, llegados de todos
los puntos de Escandinavia.
No obstante, tambin los ingleses abundan; y uno de ellos, por haber tenido que esperar
una hora para contemplar la cumbre del Gusta despejada de las brumas matinales, escribi
britnicamente en una de sus pginas:
Patientia omnia vincit.
Tambin hay algunos franceses, uno de los cuales, que es mejor no nombrar, se permiti
escribir:
No tenemos ms que alabarnos de la recepcin que se nos ha hecho en esta posada.
An con faltas gramaticales y todo, esta frase de reconocimiento rinde homenaje a la
seora Hansen y a su hija, la simptica Hulda del Vestfjorddal.
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Captulo III
Sin estar muy versado en la ciencia etnogrfica, puede afirmarse, de acuerdo con ciertos
sabios, que existe un parentesco entre las altas familias de la aristocracia inglesa y las
antiguas familias del reino escandinavo. Se encuentran numerosas pruebas de ello en muchos
nombres de antepasados, que son idnticos en ambos pases. Y no obstante, no existe una
aristocracia en Noruega. Pero an cuando domine la democracia ello no obsta para que sean
aristcratas en alto grado. Todos son iguales por lo alto, en vez de serlo por la bajo. Hasta en
las ms humildes cabaas vemos el rbol genealgico, que no ha degenerado por haberse
arraigado en tierra plebeya. En l se resaltan los blasones de las familias nobles de la poca
feudal de los cuales descienden estos sencillos campesinos.
Lo mismo ocurra con los Hansen de Dal, parientes, en grado remoto, sin duda, de estos
pares de Inglaterra, creados despus de la invasin de Rolln de Normanda. Y, si no posean
ya la situacin y la riqueza, haban conservado por lo menos el orgullo primitivo, o mejor an,
la dignidad, que la sustituye en todas las condicione sociales.
Adems, poco importaba! An cuando sus antepasados fueran de alta alcurnia, no
dejaba de ser Harald Hansen el posadero de Dal. Haba heredado la casa de su padre y de su
abuelo, cuya situacin en el pas se complaca en recordar. Despus, su mujer haba
continuado ejerciendo esta profesin de manera que se hizo merecedora del afecto general.
Haba hecho fortuna Harald, en aquel oficio? Nadie lo saba. Pero haba podido educar a
su hijo Joel y a su hija Hulda, sin que ninguno de los dos tuviera que sentir la dureza de la
vida. E incluso haba acogido a un hijo de una hermana, Ole Kamp, a quien la muerte de sus
padres haba dejado hurfano. Y al cual haba educado como a sus propios hijos.
Sin su to Harald, este muchacho no hubiera vivido mucho, y Ole Kamp senta por sus
padres adoptivos un agradecimiento y un afecto filial. Nada debera romper jams este lazo
que le una a la familia Hansen. Su boda con Hulda lo estrechara ms y atndole a ellos para
toda la vida.
Harald haba muerto haca aproximadamente unos dieciocho meses. Sin contar la posada
de Dal, al morir dej a su viuda un pequeo soeter situado en la montaa. El soeter es como
una granja aislada de un rendimiento generalmente mediocre, cuando no nulo. Y las ltimas
temporadas no haban sido muy buenas. Todos los cultivos haban sufrido, incluso los pastos.
Hubo muchas de aquellas noches de hiero, como las llaman los campesinos noruegos,
noches de viento y de helada, que destrozan los cultivos hasta las simientes. De aqu
proviene la ruina de los cultivadores del Telemark y de Hardanger.
Pero, si la seora Hansen saba muy bien a qu atenerse sobre su situacin, no lo haba
manifestado nunca a nadie, ni an a sus hijos. De un carcter fro y taciturno, ella era poco
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comunicativa, de lo que Hulda y Joel sufran visiblemente. Pero, con aquel respeto para el
cabeza de familia, innato en los pases del Norte, se mantenan tambin en una reserva que
no dejaba de serles penosa. Por otra parte, la seora Hansen no peda nuca ayuda ni
consejo, estando siempre absolutamente convencida de la seguridad de su juicio, siendo, en
este aspecto, muy noruega.
La seora Hansen tena a la sazn cincuenta aos. Si la edad haba blanqueado su
cabeza, no poda decirse que hubiera encorvado su talle, ni menguado la vivacidad de su
mirada, de un azul intenso, color que haban heredado los ojos de su hija. nicamente su
cutis se haba vuelto amarillento como un viejo pergamino, y algunas arrugas empezaban a
surcar su frente.
La seora, como dicen en los pases escandinavos, iba vestida invariablemente con una
falda negra, a grandes pliegues, en seal de luto desde la muerte de Harald. Su corpio
oscuro cease sobre una blusa de algodn crudo. Cubra sus espaldas una paoleta oscura,
que cruzaba sobre su pecho, cubriendo parte del ancho delantal que se ataba a su espalda.
Su cabeza iba siempre cubierta por un gorrito de gruesa seda negra, especie de cofia que va
desapareciendo de los tocados de moda. Sentada muy derecha, en su silln de madera, la
grave hostelera de Dal no abandonaba su rueca ms que para fumar una pequea pipa de
corteza de abedul, cuyas volutas de humo la envolvan en ligeras nubes.
En verdad, la casa hubiera parecido muy triste sin la presencia de los dos muchachos.
Joel Hansen era un chico estupendo. De veinticinco aos, fornido, alto, como todos los
montaeses noruegos, arrogante sin fanfarronera, atrevido sin ser temerario. Era de un rubio
castao, con unos ojos azul oscuro, casi negros. Su vestido haca resaltar sus anchos
hombros, que no se doblaban fcilmente, su ancho pecho, dentro del cual funcionaban
admirablemente sus buenos pulmones de gua de las montaas, sus brazos vigorosos, sus
piernas acostumbradas a las ascensiones ms difciles de las altas cumbres del Telemark. Su
chaqueta azul, ceida a la cintura, se cruzaba sobre el pecho en dos tiras verticales y estaba
adornada con dibujos de colores en la espalda, parecidos a los de algunas tnicas celtas de
Bretaa. El cuello de la camisa se abra ampliamente. Sus calzones amarillentos estaban
recogidos debajo de la rodilla por unas ligas con bucles. Cubra su cabeza un sombrero
oscuro, de anchas alas, con bordes rojos, y sus piernas con polainas o con botas altas, de
gruesa suela, de tacn plano, parecidas a las botas de mar.
Joel haba escogido el oficio de gua de la baila del Telemark y hasta de lo ms hondo de
las montaas del Hardanger. Siempre dispuesto a partir, infatigable, mereca comparrsele a
estos hroes noruegos como Rolln-el-Andador, clebre en leyendas del pas. Acompaaba a
los cazadores ingleses que acudan a cazar el riper, ave marina mayor que de las Hbridas, el
jerper, perdiz ms delicada que la de Escocia. Llegado el invierno, la caza de lobos lo atraa,
cuando estos animales carniceros, empujados por el hambre, se aventuraban por las
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superficies de los lagos helados. Luego, en verano, era la caza del oso, cuando este animal,
seguido por sus cras, viene a buscar su alimento de hierba fresca, y que debe perseguirse a
travs de las mesetas, a una altura de ms de mil pies. Ms de una vez Joel no perdi la vida
gracias a su prodigiosa fuerza, que le haca capaz de resistir los terribles abrazos de estas
formidables bestias, y a su imperturbable sangre fra, que le permita desprenderse de ellas.
En fin, cuando no haba ni turistas para guiar al valle del Vestfjorddal, ni cazadores para
acompaar a los fields2, Joel se ocupaba del pequeo soeter, situado algunas millas lejos, en
la montaa. La seora Hansen tena empleado all a aun joven pastor, que estaba encargado
de guardar una media docena de vacas, ya que el soeter slo dispona de pastos, ninguna
clase de cultivos.
Por su carcter amable y servicial, Joel era conocido en todos los gaards del Telemark, lo
que quiere decir que todos le queran. Por su parte, l adoraba sobre todo a tres personas,
que eran su madre, su primo ole y se hermana Hulda.
Cuando ole Kamp se haba marchado de Dal para embarcarse por ltima vez, Joel sinti
ms que nunca, no poder dar una buena dote a Hulda que le hubiera permitido no separarse
ya de su prometido. Verdaderamente, si hubiera estado en condiciones de hacerse a la mar,
no hubiera dudado en embarcarse en lugar de su primo. Pero para casarse era necesario
disponer de algn dinero, y como la seora Hansen no se haba comprometido con el joven,
Joel comprendi que por el momento no poda sacar nada de los bienes familiares. Por tanto,
Ole tuvo que partir a lo lejos, ms all del Atlntico. Joel lo haba acompaado hasta el lmite
del valle, por la carretera de Bergen, y se despidi de l con un fuerte abrazo, desendole un
buen viaje y un feliz regreso. Luego haba vuelto a su casa para consolar a su hermana, a
quien quera con un amor a la vez fraternal y paternal.
Hulda tena a la sazn dieciocho aos. No se trataba de una piga, nombre que se le da a
las sirvientas de las hosteras noruegas, sino de una verdadera froken, la seorita, del mismo
modo que su madre era la seora de la casa. Qu carita ms simptica la suya, encuadrada
por sus rubios cabellos, casi dorados, que le caan por la espalda en largas trenzas! Qu fino
era su talle, ceido por el corpio de pao rojo a rayas verdes, adornado con bordados de
colores, entreabierto por delante, y del que sala la blusa blanca, cuyas mangas se cean a
las muecas anudadas con cintas de color! Cun graciosa era su figura, cuando se pona el
cinturn verde con cierres de filigrana de plata, que sostena la falda verde tambin cubierta
por un delantal de bordados multicolores, y bajo el cual asomaban las lindas piernas
enfundadas en blancas medias! S!, la novia de Ole era encantadora, con esta fisonoma un
poco melanclica de las muchachas del Norte, pero sonriente al mismo tiempo. Su presencia
2 Montaas.
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evocaba el recuerdo de Hulda la Rubia, de la cual ella llevaba el nombre, que la mitologa
escandinava ha creado como un hada feliz que vela en el hogar domstico.
Su aire modesto y reservado no le quitaba la gracia con que saba acoger a los huspedes
de un da, que se detenan en el albergue de Dal. Ya era conocida en el ambiente turstico.
No era ya una atraccin el poder cambiar con Hulda un cordial apretn de manos?
Y luego decirle:
-Gracias por esta comida. Tack for mad!
Y qu ms amable que orla contestar con su voz fresca y sonora:
-Que os sea provechoso. Wed bekomme!
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Captulo IV
Haca un ao que Ole Kamp se haba marchado. Tal como haba dicho en su carta,
aquella campaa de invierno en los parajes de Terranova era sumamente ruda. Bien es
verdad que se llega a ganar mucho dinero, Cundo se gana! Claro que hay tambin los
vendavales del equinoccio, que sorprenden a las embarcaciones a lo largo de las islas y
pueden destruir en pocas horas toda una flotilla pesquera. Pero el pescado abunda en
aquellas alturas de Terranova, y las tripulaciones, cuando tienen suerte, hallan buena
compensacin a las fatigas y peligros pasados.
Por lo dems, los noruegos son en general buenos marinos. No rehuyen el trabajo. Por
entre los fiordos del litoral, desde Cristiana hasta el cabo Norte, entre los arrecifes de
Finmark, a travs de las Loffoden, las ocasiones no les falta de familiarizarse con el furor del
ocano. Cuando atraviesan el Atlntico Norte para dirigirse a las lejanas aguas de Terranova,
ya dan muestras de su valor. Durante su infancia, todos los golpes que han recibido los
huracanes, en la costa europea, les ha preparado para afrontar los rudos golpes de las
mismas tempestades en el gran banco de Terranova.
Los noruegos tienen, sin embargo, a quien parecerse. Sus antepasados fueron siempre
intrpidos marinos y gente de mar, en la poca en que las Hansas haban acaparado el
comercio de la Europa septentrional. Quiz tambin fueron un poco piratas antiguamente,
pero la piratera era entonces aceptada. Sin duda, el comercio se ha moralizado desde
entonces, aunque creemos que queda an bastante por hacer.
Sea como sea, los noruegos han sido, son y sern siempre, audaces navegantes. Ole
Kamp no era hombre que desmintiera las promesas de su origen. Su aprendizaje, su
iniciacin en aquel duro trabajo los deba a un viejo lobo de mar de Bergen. Toda su infancia
haba transcurrido en aquel puerto, uno de los ms frecuentados de Escandinavia. Antes de
hacerse a la mar, haba sido uno de los ms chiquillos de los fiordos, descubriendo pjaros
acuticos y pescando innumerables peces que servan para fabricar el stock-fish. Luego, se
enrol de grumete y naveg por el Bltico y por el mar del Norte, llegando incluso hasta el
ocano rtico. De esta forma realiz varios viajes a bordo de las grandes embarcaciones de
pesca y obtuvo el grado de capitn, cuando tuvo veintin aos. Ahora ya tiene veintitrs.
Y, cuando se hallaba en Dal, era un digno camarada de Joel. Le segua en todos sus
recorridos a travs de las montaas, hasta las ms elevadas mesetas del Telemark. Los fields,
despus de los fiordos, le convenan a aquel joven marinero, y nunca se quedaba atrs, a no
ser que fuera para hacer un rato de compaa a su prima Hulda.
Una fuerte amistad se estableci poco a poco entre Ole y Joel. Y, como era de suponer,
este sentimiento tom otra forma con respecto a la muchacha. Y, cmo no haba de
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animarle Joel? Dnde encontrara su hermana, en toda la provincia, un muchacho mejor,
ms simptico, ms abnegado, de ms buen corazn que l? Con Ole por marido, la
seguridad de Hulda estaba asegurada. Fue, pues, con consentimiento de su madre y de su
hermano, que la joven se dej llevar por la inclinacin natural de sus sentimientos. No porque
las gentes del Norte sean poco demostrativas, puede tachrselas de insensibilidad. No! Es su
manera de ser.
En fin, un da que los cuatro se hallaban reunidos en el saln, Ole dijo sin prembulos:
-Tengo una idea, Hulda.
-Cul? -contest la muchacha.
-Me parece que deberamos casarnos!
-Yo tambin lo creo as.
-Sera conveniente, en verdad -aadi la seora Hansen, como si se tratara de un asunto
discutido desde mucho tiempo atrs.
-Efectivamente, y entonces, Ole -replic Joel-, yo me convertira en tu cuado.
-S -dijo Ole-, y es probable Joel, que an te quisiera ms
-Si es posible!
-Ya lo vers!
-A fe ma que no deseo nada mejor -contest Joel, estrechando la mano de Ole.
-Entonces, queda convenido as, Hulda? -pregunt la seora Hansen.
-S madre -contest la joven.
-Pinsalo bien, Hulda -contest Ole-. Hace ya mucho tiempo que te quiero, sin decrtelo.
-Yo tambin, Ole!
-Cmo empez, no puedo decrtelo.
-Ni yo tampoco.
-Sin duda Hulda, fue al verte cada da ms guapa, ms buena
-Exageras, querido Ole!
-Oh, no! Y no enrojezcas si te digo esto, ya que es verdad. Seora Hansen, usted no se
haba dado cuenta de que amaba a Hulda?
-Un poco.
-Y t, Joel?
-Yo? Ya lo creo!
-Francamente -prosigui Ole, sonriendo- creo que habras tenido que avisarme.
-Pero, Ole -pregunt la seora Hansen-, no parecern demasiado penosos tus viajes
cuando ests casado?
-Tan penosos -contest Ole- que ya no viajar ms despus de casado!
-No viajars ms?
-No, Hulda. Crees que me sera posible dejarte durante estos largos meses?
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Entonces, es la ltima vez que te vas a la mar?
-S; pero, con un poco de suerte, este viaje me permitir disponer de cierta cantidad, ya
que los seores Help Hermanos me han prometido formalmente darme la parte entera
-Son unas excelentes personas! -dijo Joel.
-Como no hay otras -aadi Ole-, y bien conocidas y apreciadas por todos los marinos de
Bergen.
-Querido Ole -dijo entonces Hulda-, qu es lo que hars cuando no navegues?
-Entonces ser el compaero de Joel. Tengo buenas piernas, y si an no lo fueran
bastante, hara que lo fuesen adiestrndome poco a poco. Adems, he pensado en un asunto
que puede ser un buen negocio. Por qu no establecemos un servicio de mensajeras entre
Drammen, Konsberg y los gaards del Telemark? Las comunicaciones no son ni fciles ni
regulares y quiz sera una manera de ganar dinero. En fin, tengo mis ideas sin contar
-Qu?
-Nada! Ya lo veremos cuando regrese. Pero, te advierto que estoy decidido a hacer todo
lo posible para que Hulda sea la mujer ms envidiada del pas. S! Bien decidido!
-Si supieses, Ole, lo fcil que ser -contest Hulda cogindole la mano-. No est casi
hecho ya? Existe otra casa ms feliz que la nuestra en Dal?
La seora Hansen volvi la cabeza un instante.
-Entonces -continu Ole alegremente-, es asunto concluido?
-S -contest Joel.
-Y ya no hay nada ms que hablar?
-Nada ms.
-No te arrepentirs, Hulda?
-Nunca, querido Ole.
-En cuanto a sealar la fecha de la boda, creo que es mejor esperar a tu regreso -aadi
Joel.
-Sea, pero sera muy desgraciado si antes de un ao no estoy de vuelta para conducir a
Hulda a la iglesia Moel, donde nuestro amigo el cura Andresen no rehusar darnos su
bendicin.
Y as fue como qued decidida la boda de Hulda Hansen con Ole Kamp.
Ocho das ms tarde, el joven marinero deba embarcarse en Bergen. Pero, antes de
separarse, los novios se haban prometido de acuerdo con la conmovedora costumbre de los
pases escandinavos.
En Noruega se tiene la costumbre de celebrar el compromiso, incluso cuando la boda no
deba celebrarse hasta tres o cuatro aos despus. Pero no vayan a creer que la peticin de
mano, como llamamos nosotros al compromiso de noviazgo, sea simple cambio de promesas,
cuyo valor slo se basa en la buena fe de los contrayentes. No! El compromiso es mucho
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ms serio, y aunque este acto no sea reconocido por la ley, lo est por la costumbre, ley
natural.
Se trataba, pues, en el caso de Hulda y de Ole Kamp, de organizar una ceremonia
presidida por el cura Andresen. No haba ministro del Seor en Dal, ni en la mayora de los
gaards de los alrededores. En Noruega se encuentran ciertos pueblos que llevan el nombre de
poblacin de domingo, en la cual se levanta el presbiterio, el proestegjelb. All se renen
para el oficio las principales familias de la parroquia. Algunas poseen incluso pequeos
aposentos para permanecer las veinticuatro horas, o sea el tiempo necesario para cumplir con
sus deberes religiosos. Despus vuelven a sus casas, como si volvieran de un peregrinaje.
An cuando exista una capilla en Dal, el cura slo iba cuando as se le solicitaba, para
efectuar ceremonias de orden privado.
Despus de todo, Moel no estaba lejos. Slo una media milla -aproximadamente diez
kilmetros- desde Dal hasta el extremo del lago Tinn. En cuanto al cura Andresen, era un
hombre servicial y un buen andarn. El cura fue invitado para acudir a la ceremonia del
noviazgo, en su doble calidad de ministro y de amigo de la familia Hansen. Haca muchos
aos que se conocan. Haba visto crecer a Hulda y a Joel y los quera tanto como quera
tambin al joven lobo de mar, Ole Kamp. Nada poda complacerle ms que aquella boda.
Era algo que alegrara todo el valle del Vestfjorddal.
Y una maana, el buen cura Andresen, cogi su breviario, y parti bajo un cielo bastante
nublado. Joel fue a recibirle a mitad del camino y juntos llegaron a la hostera. No hay que
decir cmo fue recibido por los Hansen que le haban reservado la mejor habitacin de la
planta baja, adornndola con ramas de enebro recin cortadas, que la perfumaban como una
capilla.
A la maana siguiente, a primera hora, se abri la pequea capilla de Dal. All, ante al
cura y en presencia de varios amigos y vecinos de la hostera, Ole jur sobre el breviario que
se casara con Hulda y Hulda jur que se casara con Ole, cuando regresara del ltimo viaje
que el joven marino iba a emprender. Un ao de espera es largo, pero pasa al fin, cuando
uno est seguro del otro.
Ahora Ole no podra ya repudiar, sin un motivo grave, a la mujer con quien se haba
prometido; y Hulda no podra traicionar la fidelidad que haba jurado a Ole. Y si Ole Kamp no
hubiera tenido que marcharse pocos das despus del noviazgo, habra podido disfrutar de los
derechos que ste le otorgaba: poder visitar a la joven cuando lo deseara, escribirle siempre
que quisiera, acompaarla en sus paseos, cogidos del brazo, incluso sin la presencia de los
familiares de la muchacha, obtener preferencia sobre todos los dems para bailar con ella en
las fiestas y dems ceremonias.
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Pero Ole Kamp tuvo que regresar a Bergen. Ocho das despus, el Viken parta para la
campaa de pesca de Terranova. Hulda slo tena que esperar entonces las cartas que su
novio le haba prometido le enviara por todos los correos de Europa.
Y estas cartas, esperadas con tanta impaciencia, no faltaron nunca. Siempre traan un
poco de felicidad a la casa entristecida desde la marcha de Ole. El viaje iba efectundose en
las ms favorables condiciones. La pesca era fructfera y los beneficios seran grandes. Y
luego, al final de cada carta, Ole hablaba siempre de cierto secreto y de la fortuna que ste
debera asegurarle. Este secreto, Hulda hubiera querido descubrirlo, y tambin la seora
Hansen.
Y es que la seora Hansen volvase cada da ms preocupada, ms inquieta y encerrada
en s misma. Y una circunstancia, de la cual no habl a sus hijos, vino a aumentar sus
preocupaciones.
Tres das despus de la llegada de la ltima carta de Ole, el 19 de abril, la seora Hansen
volva sola del aserradero donde haba ido a encargar un saco de viruta al contramaestre
Lengling, y se encaminaba hacia su casa. Un poco antes de llegar a la puerta, un desconocido
le sali al paso y la interpel as:
-Es usted la seora Hansen?
-S -contest ella-, pero no le conozco a usted.
-Oh, poco importa! -contest el hombre-. He llegado esta maana de Drammen y vuelvo
all.
-De Drammen? -exclam vivamente la seora Hansen.
-No conocera usted por casualidad a un cierto seor Sandgoist, que vive all?
-El seor Sandgoist! -repiti la seora Hansen, palideciendo al or este nombre-. Sle
conozco!
-Bueno, pues cuando el seor Sandgoist ha sabido que vena a Dal, me ha rogado que la
saludara a usted de su parte.
-Y nada ms?
-Nada ms, slo decirle que probablemente vendr a verla el prximo mes. Buena suerte
y buenas noches, seora Hansen.
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Captulo V
Hulda, en efecto, estaba muy extraada de la insistencia de Ole en hablarle siempre en
sus cartas de aquella fortuna que esperaba hallar a su regreso. En qu fundaba sus
esperanzas? Hulda no poda adivinarlo, y ansiaba saberlo. Esta impaciencia natural era muy
excusable. Vana curiosidad por su parte? De ninguna manera. Pero este secreto le concerna
un poco a ella. No es que aquella honrada y sencilla muchacha fuera ambiciosa, ni que sus
aspiraciones para el porvenir se elevaran a lo que se llama la riqueza. El afecto de Ole
bastaba, y le bastara siempre. Si la fortuna llegaba, la acogera sin grandes demostraciones
de alegra. Pero si no vena, se pasara sin ella sin disgusto.
Esto era precisamente lo que se decan Hulda y Joel, al da siguiente de recibir la ltima
carta de Ole. En aquello, como en todo lo dems, pensaban de la misma manera.
Y Joel aadi:
-No! No es posible, hermanita. T me escondes algo!
-Yo! Esconderte?
-S! Que Ole se haya marchado sin decirte al menos algo de su secretoes increble!
-Te ha dicho algo a ti, Joel? -contest Hulda.
-No, hermanita. Pero yo no soy t.
-S, t eres como yo.
-Yo no soy el prometido de Ole.
-Casi -dijo la muchacha-; y si le ocurriera alguna desgracia, si no volviera de este viaje, t
te desesperaras como yo y tus lgrimas seran tan amargas como las mas.
-Ah, hermanita! -contest Joel-. Te prohbo que tengas esas ideas! No volver Ole de
este ltimo viaje! Hablas en serio, Hulda?
-No, no, Joel. Y no obstante, no sNo puedo ahuyentar ciertos pensamientoshorribles
sueos!
-Sin duda, pero de dnde salen?
De nosotros mismos y de ms arriba. Temes, y son tus temores los que te persiguen en
sueos. Por lo dems, siempre ha ocurrido as, cuando se ha deseado ardientemente una
cosa y se acerca el momento en que los deseos van a realizarse.
-Ya lo s, Joel.
-En verdad, te crea ms fuerte, hermanita S! Ms enrgica. Cmo es posible? Acabas
de recibir una carta en la que Ole te dice que el Viken estar de regreso antes de un mes y te
llenas la cabeza de preocupaciones
-Nono es la cabeza; es el corazn, Joel!
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-De hecho -aadi Joel-, estamos ya al a19 de abril. Ole debe llegar hacia el 15 20 de
mayo. No estara de ms que empezaras ya a hacer los preparativos para la boda.
-Lo crees as, Joel?
-S, lo creo, Hulda! Creo incluso que quiz hemos tardado demasiado. Piensa t! Una
boda que va a alegrar no solamente a todo Dal sino a todos los gaards vecinos. Quiero que
sea algo muy hermoso, y voy a ocuparme yo mismo de preparar las cosas.
Y es que la preparacin de una ceremonia de esta clase en los campos de Noruega, y
especialmente en Telemark, es un asunto importante que lleva mucho barullo y mucho
quehacer.
Por esto, aquel mismo da Joel habl de ello con su madre, pocos minutos despus,
precisamente del encuentro que haba impresionado tan vivamente a la seora Hansen. Al
marcharse el desconocido que le haba anunciado la prxima visita del Seor Sandgoist, de
Drammen, la seora Hansen haba entrado en la casa y, sentndose en el gran silln del
saln, maquinalmente daba vueltas a la rueca, absorta en sus pensamientos.
Joel se dio cuenta de que su madre estaba ms preocupada que de costumbre, pero,
como cuando se le preguntaba qu tena, contestaba invariablemente que no tena nada, su
hijo no quiso hablarle ms que de la boda de Hulda.
-Madre -dijo-, ya sabis que Ole nos anuncia en su ltima carta que probablemente
estar de regreso a Telemark dentro de pocas semanas.
-Todos lo deseamos -contest la seora Hansen- y quiera Dios que no se retrase.
-Tendra usted algn inconveniente en fijar la fecha de la boda para el da 25 de mayo?
-Ninguno, si Hulda consiente.
-Su consentimiento lo tengo ya. Y ahora, quisiera preguntarle, madre, si tiene usted la
intencin de hacer bien las cosas esta ocasin.
-Qu quieres decir por hacer bien las cosas?- contest la seora Hansen sin levantar la
vista de su rueca.
-Quiero decir, si me lo permite, madre, que la ceremonia tiene que estar a la altura de
nuestra situacin en el lugar. Debemos invitar a nuestros amigos y, si nuestra casa no es
suficiente para albergarlos a todos, siempre encontraremos algn vecino que se prestar a
cederles alguna habitacin.
-Y quines seran los huspedes, Joel?
-Bueno, creo que deberamos invitar a nuestros amigos de Moel, de Tinnes, de Bamble,
ya me cuidara yo de ello. Me parece tambin que la presencia de los seores Help, los
armadores de Bergen, har honor a la familia y, con su consentimiento, repito, les propondra
venir a pasar un da a Dal. Son unas personas estupendas, que quieren mucho a Ole y estoy
seguro que aceptaran.
-Crees que es necesario dar tanta importancia a esta boda? -repuso la seora Hansen.
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-S, lo creo, madre, y adems me parece que sera bueno tambin para nuestra hostera
de Dal, que no ha desmerecido, que yo sepa, desde la muerte de nuestro padre.
-NoJoelno!
-No es nuestro deber conservarla al menos en el mismo estado en que l la dej? Por
esto creo conveniente dar bastante resonancia a la boda de mi hermana.
-S, Joel.
-Adems, no es hora ya de que Hulda empiece sus preparativos, a fin de que nada se
retrase por su parte? Qu contestis, madre, a mi proposicin?
-Que Hulda y t hagis lo que sea necesario-contest la seora Hansen.
Tal vez se crea que Joel se apresuraba demasiado, y que hubiera sido ms conveniente
esperar el regreso de Ole para sealar la fecha de la boda y, sobre todo, empezar a hacer los
preparativos. Pero, como deca l, lo que estara hecho ya no tendra que volverse a hacer. Y,
adems, el ocuparse de los mil detalles que una ceremonia de esta clase lleva consigo,
distraera tambin a Hulda. Era preciso no dejarla sola con sus presentimientos, que nada
justificaba ya.
En primer lugar, deban pensar en la dama de honor. Pero no haba que inquietarse: ya la
haban escogido. Era una simptica muchacha de Bamble, amiga ntima de Hulda. Su padre,
el granjero Helmboe diriga uno de los gaards ms importante de la provincia. Este hombre
posea cierta fortuna. Haca tiempo que apreciaba el carcter generoso de Joel, y no podemos
negar que su hija Siegfrid hubiera hecho de dama de honor de Hulda, Hulda a su vez sera su
dama. Es una cosa corriente en Noruega. A menudo esas funciones se reservaban para las
mujeres casadas. Era un poquito de derogacin en provecho de Joel, que Siegfrid Helmboe
asistiera a la boda de Hulda Hansen en su calidad de dama de honor.
Tanto para la novia como para la dama de honor, la cuestin ms importante era el
vestido que se pondra el da de la ceremonia.
Siegfrid, una rubia encantadora de dieciocho aos, tena la intencin de presentarse con
una toilette que realzara su belleza. Prevenida por Hulda -por medio de una carta que Joel
mismo se cuid de entregarle en sus propias manos- se puso inmediatamente a la obra para
realizar este trabajo, que tanto preocupa a las mujeres.
Se trataba, en efecto, de la confeccin de un corpio cuyos bordados hacan un dibujo
que reseguira el talle de Siegfrid, encerrndolo como en un estuche. Luego la falda, que
llevara encima de una serie de enaguas, cuyo nmero estara en concordancia con la fortuna
de Siegfrid, pero sin que por ello perdiera nada de su gracia natural. Y en cuanto a las joyas,
era cuestin de saber elegir el collar de filigrana de plata engarzado de perlas, los broches del
corpio, de plata dorada o de cobre, los pendientes en forma de corazn, con discos
colgantes, los botones dobles, para abrochar el cuello de la camisa, el cinturn de lana o de
seda roja, del cual cuelgan cuatro cadenitas, los anillos, las pulseras de plata labrada; en fin,
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todas las joyas corrientes en aquellas tierras, en las cuales, a decir verdad, el oro no abunda,
la plata es de estao, las perlas son de vidrio soplado y los diamantes de cristal. Pero era
preciso que el conjunto alegrara la vista. Y si fuere necesario, Siegfrid no vacilara en recorrer
las ricas tiendas del Seor Benett, de Cristiana, para realizar sus compras. Su padre no se
opondra a ello. Al contrario, el buen hombre dejaba de buena gana que su hija hiciera su
voluntad. Siegfrid, de todos modos, era lo bastante razonable para no abusar del bolsillo de
su padre. En fin, lo que importaba por encima de todo, era que aquel da Joel la encontrara
ms bella que nunca.
Y en cuanto a Hulda, le ocurra lo mismo. Pero las modas son implacables y proporcionan
muchas preocupaciones a las novias cuando se trata de escoger su ajuar de boda.
Hulda ya no llevara ms las largas trenzas que se le escapaban de su cofia de jovencita,
ni tampoco el ancho cinturn con broches, que sostena el delantal sobre la falda roja. Ya no
llevara los lazos de prometida que Ole le haba regalado al marcharse, ni el cordn del cual
cuelgan estos saquitos de cuero bordado que encierran la cuchara de plata, de mango corto,
el cuchillo, el tenedor, el alfiletero, todos estos objetos de uso constante por una mujer en el
hogar.
No! El da de la boda, la cabellera de Hulda caera libremente sobre sus hombros, y era
tan abundante, que sera necesario aadirle aquellos postizos de lino, que usan las jvenes
noruegas menos favorecidas por la naturaleza. En resumen, tanto para su traje como para
sus joyas, Hulda slo tena que abrir el bal de su madre. Efectivamente, estos elementos del
tocado se transmiten de boda en boda a todas las generaciones de la misma familia. As
vemos reaparecer el jubn bordado de oro, el cinturn de terciopelo, la falda de seda, lisa o
de colores, las medias de wadmel, la cadena de oro del cuello y la corona -esta famosa
corona escandinava, conservada en el mejor sitio del cofre, o engalanada de hojas, en fin, la
equivalente a la corona de azahar de los dems pases de Europa. Lo que es bien cierto es
que este nimbo reluciente, con sus delicadas filigranas, sus colgantes sonoros, sus cristales
de colores, encuadrara deliciosamente la bonita cara de Hulda. La novia coronada, como se
dice, hara honor a su esposo. l tambin sera digno de ella, con su flamante traje de boda-
chaqueta corta, con botones de plata muy unidos, camisa almidonada, con cuello alto,
chaleco de seda, calzn estrecho ceido a la rodilla y, colgando del cinto, con su vaina de
cuero, el cuchillo escandinavo, el dolknif, que el verdadero noruego no abandona nunca.
As, pues, tanto de una parte como de otra, tenan mucho trabajo que hacer. No seran
muchas las semanas que faltaban, si quera que todo estuviera listo antes de la llegada de
Ole Kamp. Despus de todo, si Ole estaba de regreso un poco antes de lo que haba
anunciado y Hulda no estaba an a punto, no sera Hulda la que se quejara, ni Ole tampoco.
Con estas ocupaciones pasaron las ltimas semanas de abril y las primeras de mayo. Por
su parte, Joel haba ido personalmente a hacer las invitaciones, aprovechando que su
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profesin de gua le dejaba entonces bastantes ratos libres. Seguramente tendra muchsimos
amigos en Bamble, pues era all donde iba ms a menudo. An cuando no haba ido a Bergen
para invitar a los seores Help, les haba escrito al efecto. Y, tal como pensaba, estos
honrados armadores haban aceptado gustosos la invitacin de asistir a la boda de Ole Kamp,
el joven patrn del Viken.
Y lleg el da 15 de mayo. De un da a otro esperaban ver bajar a Ole de su kariol, abrir la
puerta y gritar con alegra:
-Soy yo! Ya estoy aqu!
Slo haca falta un poco de paciencia. Ya todo estaba listo. Siegfrid, por su lado, slo
necesitaba una seal para comparecer al punto engalanada con todos sus adornos.
Pas el da 16 y 17, sin recibir ninguna otra carta de Terranova.
-No debes extraarte, hermanita -le repeta continuamente Joel-. Un barco de vela puede
tener muchos retrasos. La travesa es larga desde Saint Pierre-Miquelon a Bergen. Ah!,
porque no sera un buque de vapor, ese Viken, y yo la mquina. Cmo le empujara contra
viento y marea, aun cuando tuviera que estallar al llegar al puerto!
Deca todo esto, porque vea que la inquietud de Hulda aumentaba de da en da.
Precisamente tenan muy mal tiempo en Telemark. Un fuerte viento azotaba los altos
fields, y aquellos vientos que soplaban del Oeste venan de Amrica.
-Este viento deba favorecer la marcha del Viken! -se repeta a menudo la muchacha.
-Sin duda -contestaba Joel-, pero si es demasiado fuerte, puede entorpecerla tambin y
obligarle a hacer frente al huracn. No puede hacerse lo que se quiere en el mar!
-Entonces, t no estas inquieto, Joel?
-No, Hulda, no! Es desagradable este retraso, pero, es natural. No, no estoy nada
inquieto y, verdaderamente, no existe motivo para estarlo.
El da 19 lleg a la hostera un viajero que solicit los servicios de un gua. Se trataba de
conducirle hasta el lmite del Hardanger, pasando por las montaas. An cuando lo
contrariaba dejar sola a Hulda en aquellos instantes, Joel no poda rehusar lo que le pedan.
Estara ausente unas cuarenta y ocho horas todo lo ms, y Joel esperaba hallar a Ole cuando
regresara. La verdad es que el muchacho empezaba a preocuparse. Pero, as y todo, parti a
la madrugada, con el corazn en un puo.
A la maana siguiente, precisamente una hora despus del medioda, llamaron a la puerta
de la hostera.
-Ser Ole! -exclam Hulda.
Y corri a abrir.
En el umbral de la puerta se hallaba un hombre cubierto con un abrigo de viaje, que le
era completamente desconocido.
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Captulo VI
-Es esta la hostera de la seora Hansen?
-S, seor -contest Hulda.
-Est la seora Hansen en casa?
-No, pero va a venir.
-Pronto?
-Al instante, si usted necesita hablarle
-Oh, no. No tengo nada que decirle.
-Quiere usted una habitacin?
-S, la mejor de la casa!
-Quiere usted comer?
-Lo ms pronto posible; y procure que me sirvan de lo mejor que haya.
Estas fueron las palabras que se cruzaron entre Hulda y el viajero, antes de que ste
hubiera descendido del kariol que lo haba conducido hasta el corazn del Telemark, a travs
de los bosques, los lagos y los valles de Noruega.
Ya conocemos el kariol, el instrumento de locomocin tan querido por los escandinavos.
Dos largas varas entre las cuales se mueve un caballo, dirigido por unas simples riendas de
cuerda que pasan, no por su boca, sino por su nariz; dos grandes ruedas delgadas, cuyo eje,
sin muelles, sostiene una pequea caja coloreada, apenas lo suficiente grande para que
quepa una persona, sin capota, sin guardabarros, sin estribo, y detrs de la caja un pequeo
saliente, en el cual se instala el skydskarl. En conjunto tiene la apariencia de una enorme
araa, cuya doble tela estara formada por las dos ruedas del raro vehculo. Y con esta
mquina rudimentaria pueden hacerse recorridos de quince a veinte kilmetros, sin gran
fatiga.
A una seal del viajero, el muchacho vino a sujetar el caballo. Entonces, aquel personaje
se levant, se sacudi y puso pie a tierra, no sin bastantes esfuerzos que se tradujeron en
una serie de imprecaciones de psimo mal humor.
-Pueden albergar mi kariol? -pregunt con rudeza, detenindose a la entrada de la casa.
-S, seor -contest Hulda.
-Y dar de comer a mi caballo?
-Voy a ponerlo en el establo.
-Que lo cuiden bien!
-As lo haremos. Puedo preguntarle si estar muchos das en Dal?
-No lo s.
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El kariol y el caballo fueron conducidos a un pequeo cobertizo situado bajo la proteccin
de los rboles, al pie de la montaa. Era el nico establo que tenan en la hostera, pero era
suficiente para el servicio de los huspedes.
Momentos despus, el viajero se haba instalado en la mejor habitacin, tal como haba
solicitado. Una vez all, se quit el abrigo y se calent junto al fuego que haba pedido le
encendieran. Mientras tanto, con el fin de satisfacerle, Hulda recomendaba a la piga que le
preparase la mejor comida posible.
La piga era una fuerte muchacha de los alrededores que durante la temporada de verano
ayudaba a la cocina y a los trabajos de la hostera.
El recin llegado era un hombre fornido, an cuando hubiera pasado de los sesenta.
Delgado, un poco encorvado, de altura mediana, cabeza huesuda, rostro imberbe, nariz
puntiaguda, ojos pequeos de mirada penetrante, tras unos grandes lentes, frente fruncida,
labios delgados, demasiado para que se escapara de ellos alguna buena palabra, manos
largas y ganchudas; era el verdadero tipo de prestamista o usurero. Hulda tuvo el
presentimiento de que este viajero no traera nada bueno a la casa de la seora Hansen.
No poda dudarse que era noruego, pero del tipo escandinavo haba cogido sobre todo la
parte vulgar. Su atuendo de viaje estaba compuesto de un sombrero plano, de anchas alas,
un traje de pao blancuzco, americana cruzada, calzn ceido a la rodilla por una correa de
cuero y encima de todo una especie de pelliza oscura, forrada de piel de cordero, abrigo
necesario a causa de las noches muy fras, an en las mesetas y en los valles del Telemark.
En cuanto al nombre de aquel personaje, Hulda no se lo haba pedido. Pero no tardara
en saberlo, ya que tena que inscribirse en el libro de la hostera.
En aquel momento, la seora Hansen entr. Su hija le anunci la llegada de un viajero
que haba pedido la mejor habitacin y la mejor comida. En cuanto a saber si se prolongara
su estancia en Dal, lo ignoraba, ya que nada le haba dicho al respecto.
-Y no ha dicho su nombre? -pregunt la seora Hansen.
-No, madre.
-Ni de dnde vena?
-No.
-Seguramente es algn turista. Lstima que Joel no est aqu para ponerse a su
disposicin. Qu haremos si nos pide un gua?
-No creo que sea un turista -contest Hulda-. Es un hombre ya de edad
-Si no es un turista, qu viene a hacer a Dal? -dijo la seora Hansen, ms para s misma
que para su hija, y con una entonacin que trasluca su inquietud.
Hulda nada poda decirle sobre esto, ya que el viajero no le haba dado a conocer sus
proyectos.
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Una hora despus de haber llegado, aquel hombre entr en el gran saln contiguo a su
habitacin. Al ver a la seora Hansen, se detuvo en el umbral.
Evidentemente, tan desconocido era para la seora Hansen como ella lo era para su
husped. Se acerc hacia ella y, despus de haberla mirado por encima de sus lentes, le dijo,
sin hacer ningn ademn para quitarse el sombrero de la cabeza:
-La seora Hansen?
-S, seor -contest sta.
Y, en presencia de aquel hombre, experiment, al igual que su hija, una turbacin que no
pudo ocultar.
-Entonces es verdaderamente usted la seora Hansen, de Dal?
-Sin duda, seor. Tiene usted que decirme algo de particular?
-Nada. Slo quera conocerla. No soy su husped? Y ahora, procure que me sirvan la
comida en seguida.
-Su comida est a punto -contest Hulda-. Si quiere usted pasar al comedor
-S, quiero.
Y habiendo dicho esto, el viajero, se encamin hacia la puerta que le indicaba la
muchacha. Un instante despus estaba sentado cerca de la ventana, ante una pequea mesa
servida con esmero.
La comida indudablemente, era buena. Ningn turista -incluso el ms exigente- hubiera
tenido nada que objetar. No obstante, aquel personaje poco acomodaticio, no ahorr
ademanes y palabras de descontento, sobre todo ademanes, ya que no pareca muy locuaz.
Verdaderamente, haba que preguntarse si sus exigencias eran debidas al mal estado de su
estmago o de su mal carcter. El potaje de cerezas y grosellas slo le convenci a medias, a
pesar de ser excelente. Slo prob con los labios el salmn y el arenque escabechado. El
jamn crudo, medio pollo muy apetitoso, las legumbres bien aliadas, no le gustaron nada.
Incluso se mostr descontento de la botella de vino de Saint-Julien y de la media botella de
champaa, a pesar de que provenan de las mejores bodegas de Francia.
Y sucedi que, una vez terminada la comida, el viajero no tuvo un solo tack for mad para
la patrona.
Cuando hubo acabado de comer, aquel grosero personaje prendi fuego a su pipa, sali
del saln y fue a pasearse por las orillas del Maan.
Una vez al borde del ro, volvise para contemplar la hostera. Pareca estudiarla por
todos lados, como si quisiera calcular su valor. Cont las puertas y ventanas. Luego,
acercndose a las vigas que formaban el zcalo de la casa, hizo dos o tres cortes a las
mismas con la punta de su dolknif, como si quisiera darse cuenta de la calidad de la madera y
de su estado de conservacin. Quera saber lo que vala realmente la hostera de la seora
Hansen? Pretenda comprarla, an cuando no estuviese en venta? Por lo menos su actitud
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era muy rara. Despus de la casa, le toc el turno al pequeo cercado, del cual cont los
rboles y los arbustos. Luego tom la medida de sus dos lados con pasos calculados,
anotando en su carnet las medidas tomadas.
Y continuamente inclinaba la cabeza y frunca la cejas, exhalando hum!, en seal de
desaprobacin.
Durante estas idas y venidas, la seora Hansen y su hija lo observaban a travs de la
ventana del saln. Con qu extrao personaje tena que tratar? Qu finalidad tena el viaje
de aquel manitico? Verdaderamente, era lamentable que todo esto pasara durante la
ausencia de Joel, ya que aquel viajero iba a pasar toda la noche en la hostera.
-Y si se tratara de un loco? -dijo Hulda.
-Un loco? No! -contest la seora Hansen-.Pero al menos es un hombre muy raro.
-Siempre es desagradable no saber a quin acoges en tu propia casa -dijo la muchacha.
-Hulda -contest la seora Hansen-, antes que este viajero vuelva a entrar, no te olvides
de llevarle a su cuarto el libro de registro de la casa.
-S, madre.
-Quiz se decidir a poner su nombre!
Hacia las ocho, la noche era ya muy oscura, y una fina lluvia empez a caer, llenando el
valle con un velo de niebla que mojaba hasta media montaa. El tiempo era poco propicio a
los paseos. Por esto, el nuevo husped de la seora Hansen, despus de haber subido por el
sendero hasta el aserradero, volvi a la hostera, pidiendo un vasito de brandevin. Sin decir
una palabra ms, sin desear las buenas noches a nadie, tom el candelabro de madera, cuya
buja estaba encendida, y penetr en su habitacin, corriendo el cerrojo de la puerta, y ya no
se le oy en toda la noche.
El skydskarl se haba refugiado sencillamente en el cobertizo. All, entre las varas del
kariol, dorma y a pierna suelta, al lado del caballo amarillo, sin preocuparse de la borrasca.
A la maana siguiente, la seora Hansen y su hija se levantaron al amanecer. Ningn
ruido sala de la habitacin del viajero, que todava descansaba. Poco despus de las nueve,
penetr en el saln, con un aspecto ms sombro que la vspera, si cabe, quejndose de que
la cama estaba dura, y que el ruido que hacan en la casa le haba despertado; todo esto sin
saludar a nadie. Luego, abri la puerta y contempl el cielo.
El tiempo era mediocre. Un aire fro soplaba desde la cumbre del Gusta, perdida entre los
vapores de la niebla, y penetraba en el valle con rfagas violentas.
El viajero no se atrevi, pues, a salir. Pero no perdi el tiempo. Mientras fumaba su pipa,
andaba por la hostera, procurando averiguar la disposicin interior, recorri algunas
habitaciones, examin el mobiliario, abri las alacenas, los armarios, sin ningn miramiento,
como si se hallara en su propia casa. Pareca un tasador procediendo a una comprobacin
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judicial. Decididamente, si el hombre era singular, sus procedimientos eran cada vez ms
sospechosos.
Despus de examinarlo todo, se sent en el gran silln del saln y, con voz seca y spera,
hizo algunas preguntas a la seora Hansen. Cunto tiempo haca que la hostera haba sido
construida? Haba sido su marido quien la haba hecho construir o lo haba heredado?
Haban tenido que hacer algunas reparaciones? Cul era la cabida del recinto y del soeter
adjunto? Tena buena clientela? Qu promedio de turistas pasaban por all a la temporada?
Permanecan uno o varios das?, etctera.
Era evidente que el viajero no se haba apercibido del libro que le haban dejado en su
habitacin, ya que ste hubiera informado, por lo menos, sobre su ltima pregunta.
Efectivamente, el libro estaba an en el mismo sitio en que Hulda lo haba dejado la
vspera y el nombre del viajero no constaba en l.
-Seor -dijo entonces la seora Hansen-, no comprendo bien cmo y porqu todas estas
cosas pueden interesarle. Pero si usted quiere saber cmo van nuestros asuntos, nada es
ms fcil. Slo tiene que consultar el libro de la hostera. Y le ruego quiera inscribir su
nombre, como es costumbre
-Mi nombre? Ciertamente que pondr mi nombre, seora HansenLo pondr en el
mismo momento en que me despida de usted!
-Tenemos que reservarle su habitacin?
-Es intil! -contest el viajero, levantndose-. Partir despus del desayuno, a fin de
estar de regreso en Drammen maana por la noche.
-A Drammen? -exclam vivamente la seora Hansen.
-S! As, pues, ordene que me sirvan al instante.
-Vive usted en Drammen?
-S! Qu hay de extrao en que yo viva en Drammen?
As, pues, despus de haber permanecido medio da apenas en Dal, o, mejor, en la
hostera, este viajero volvase sin haber visto nada del pas. No iba ms all del valle. No se
preocupaba del Gusta, del Rjukafos, de las maravillas del valle del Vestfjorddal. No era por
placer, sino por negocios que haba salido de Drammen, donde viva, y pareca que su viaje
no tena otro motivo que visitar en detalle la casa de la seora Hansen.
Hulda observ que su madre estaba profundamente turbada. La seora Hansen se haba
sentado en el gran silln y, apartando su rueca, permaneca inmvil sin pronunciar palabra.
Mientras el viajero se haba instalado en el comedor y se sentaba delante de su mesa.
Tampoco el desayuno, tan bien preparado como lo haba sido la cena de la vspera,
pareci dejarle satisfecho. Por tanto, comi con apetito y bebi abundantemente, sin
precipitarse. Su atencin pareca detenerse especialmente en el valor de la plata -lujo que
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tienen en gran estima los montaeses de Noruega-, algunos cubiertos que se transmiten de
padres a hijos y que se guardan cuidadosamente con las joyas de la familia.
Entre tanto el skydskarl haca tambin los preparativos de marcha en el cobertizo. A las
once en punto, el caballo y el kariol estaban dispuestos delante de la puerta de la hostera.
El tiempo continuaba tapado, el cielo gris y ventoso. A veces la lluvia golpeaba los
cristales de las ventanas como si fuera metralla. Pero el viajero, bajo su gran capote forrado
de piel, no era hombre que se inquietara por las rfagas.
Terminado el desayuno, bebi un ltimo vaso de brandevin, encendi su pipa se cubri
con su hopalanda, penetr en el saln y pidi su cuenta.
-Voy a prepararla -contest Hulda, sentndose frente aun pequeo escritorio.
-No se entretenga! -dijo el viajero-. Entretanto dme el libro para que inscriba mi
nombre.
La seora Hansen se levant, fue a buscar el libro y lo puso encima de la gran mesa.
El viajero tom una pluma y mir por ltima vez a la seora Hansen, por encima de sus
lentes. Luego, con grandes caracteres, escribi su nombre en el libro y lo cerr.
En aquel momento, Hulda trajo la cuenta.
La tom, examin los artculos, refunfuando; luego, comprob los clculos.
-Hum! -dijo-. Esto s que es caro! Siete marcos y medio por una noche y dos comidas?
-Hay tambin el skydskarl y el caballo -le hizo notar Hulda.
-No importa. Lo encuentro caro! Es verdad, no me extraa que se hagan buenos
negocios en esta casa!
-Usted no nos debe nada, seor! -dijo entonces la seora Hansen, con una voz tan
turbada que apenas se le oa.
Acababa de abrir el libro y haba ledo el nombre inscrito en las pginas, y repiti,
cogiendo la cuenta que rompi en pedazos:
-Usted no debe nada!
-Eso creo yo! -contest el viajero.
Y, sin dar los buenos das al salir, como no haba dado las buenas noches al llegar, subi
al kariol mientras el chico saltaba agarrndose a la plataforma del vehculo. Minutos despus,
desapareca por un recodo del camino.
Cuando Hulda abri el libro, slo ley este nombre:
Sandgoist, de Drammen.
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Captulo VII
Hasta el da siguiente por la tarde, no deba regresar Joel de Dal, despus de haber
acompaado hasta la carretera que conduca a Hardanger, al turista a quien serva de gua.
Hulda, sabiendo que su hermano volvera siguiendo las mesetas del Gusta, por la orilla
izquierda del Maan, haba ido a esperarle al paso del impetuoso ro. Se sent cerca del
pequeo pontn que serva de embarcadero del pequeo bote, sumida en sus reflexiones. A
la gran inquietud que le causaba el retraso del Viken se aada ahora una mayor ansiedad.
Esta ansiedad haba sido causada por la visita de este Sandgoist y por la actitud de su madre
hacia l. Por qu, cuando descubri su nombre, su madre haba roto la cuenta y rehusado
cobrarle lo que deba? Era un secreto, grave sin duda, que ella ignoraba.
La llegada de Joel sac a Hulda de sus reflexiones. Lo percibi en seguida, apareciendo y
desapareciendo a travs de los claros de la montaa, por entre los rboles cados o
quemados. Tan pronto desapareca bajo las ramas de los pinos, abedules y hayas, como
asomaba por entre las hierbas, de los setos. Al fin lleg a la orilla opuesta y subi al bote.
Con cuatro golpes de remo franque los violentos remolinos del curso de agua, y de un salto
alcanz la orilla, al lado mismo de su hermana.
-Ha regresado ya Ole? -le pregunt.
Fue en Ole en quien haba pensado antes que nada. Sin embargo, su pregunta qued sin
respuesta.
-Ni una carta de l?
-Ni una!
Y Hulda irrumpi en sollozos.
-No -exclam Joel-; no llores, querida hermana, no lloresTus lgrimas me hacen
dao! No puedo consentir que llores Veamos! Dices que no ha habido carta! Desde
luego, esto empieza a ser inquietante. Pero no es para desesperarse! Mira, si quieres, ir a
Bergen. Me informarVer a los seores Help Hermanos. Quiz ellos tengan noticias de
Terranova. Por qu el Viken no puede encontrarse anclado en algn puerto a causa de
averas o por la necesidad de huir del mal tiempo? Es cierto que el tiempo sopla en borrascas
hace ms de una semana. Muchas veces se ha visto que buques de Terranova se han
refugiado en Islandia o en las Feroe. A Ole mismo le ocurri, hace dos aos, cuando se
hallaba a bordo del Strenna. Y no se dispone de correo todos los das para escribir! Te lo
digo tal como lo pienso, hermanita. Clmate! Si me haces llorar a m tambin, qu es lo
que vamos a hacer?
-Es ms fuerte que yo, Joel!
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-Hulda! Hulda! No te descorazones! Te aseguro que yo, por mi parte, no
desespero!
-Debo creerte, Joel?
-S, debes creerme! Pero, para tranquilizarte, quieres que vaya maana a Bergen?
Esta noche, si quieres?
-No quiero que me dejes! No! No lo quiero! -contest Hulda, abrazndose a su
hermano como si no tuviera a nadie ms en el mundo.
Los dos tomaron el camino de la hostera, pero empez a llover y el viento era tan
violento, que tuvieron que refugiarse en la cabaa del barquero, a un centenar de pasos de la
orilla del Maan.
All, esperaron que la tempestad se calmara un poco. Joel tena necesidad de hablar. El
silencio le pareca ms desesperante de lo que l poda decir, an cuando no fueron palabras
alentadoras.
-Y nuestra madre? -dijo.
-Cada da ms triste! -contest Hulda.
-No ha venido nadie durante mi ausencia? -pregunt Joel.
-S, un viajero, que ya se ha marchado.
-Entonces, en este momento no tenemos ningn turista en la hostera y nadie ha pedido
por un gua?
-No, Joel.
-Mejor, pues prefiero no dejarte ahora. Por otra parte, si contina el mal tiempo, me temo
que este ao los turistas renunciarn a recorrer el Telemark.
-Slo estamos en abril, hermano!
-Sin duda, pero tengo el presentimiento de que la temporada no ser buena para
nosotras. En fin, ya lo veremos! Pero, dime, fue ayer cuando este viajero se march de Dal?
-S, por la maana.
-Y, quin era?
-Un hombre que vena de Drammen, donde vive, al parecer, y que se llama Sandgoist.
-Sandgoist?
-Lo conoces?
-No -contest Joel.
Hulda se haba preguntado si explicara a su hermano todo lo que haba pasado en la
hostera durante su ausencia. Cuando Joel supiese con qu desfachatez se haba comportado
aquel hombre, como pareca calcular el valor de la casa y del mobiliario, la actitud que la
seora Hansen haba tomado al respecto, qu se imaginara? No pensara que su madre
deba tener razones muy fuertes para comportarse como lo haba hecho? Y, cules eran
estas razones? Qu poda haber en comn entre ella y aquel Sandgoist? En todo ello exista
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un secreto amenazador para toda la familia. Joel querra conocerlo, interrogara a su madre,
la colmara de preguntasLa seora Hansen, tan poco comunicativa, tan refractaria a las
efusiones, querra guardar silencio tal como lo haba hecho hasta entonces. La situacin entre
ella y sus hijos, ya bastante triste, volverase ms penosa todava.
Pero, poda Hulda tener secretos para Joel? Hubiera sido como una paja en la amistad
de hierro que los una el uno al otro. No! Nada poda hacer que esta amistad se rompiera.
-T no oste nunca hablar de este Sandgoist, cuando ibas a Drammen? -prosigui ella.
-Nunca.
-Pues bien, debes saber, Joel, que nuestra madre lo conoca ya, al menos de nombre.
-Conoca a Sandgoist?
-S, hermano.
-Pero, si nunca le he odo pronunciar este nombre!
-Pues lo conoca, an cuando no lo haba visto antes de su visita de anteayer.
Y Hulda le cont todos los incidentes que haban marcado la permanencia del viajero en
la hostera, sin olvidar el acto singular de la seora Hansen en el momento de la partida de
Sandgoist. Y al finalizar su relato se apresur a aadir:
-Pienso, Joel, que es mejor no preguntar nada a nuestra madre. Ya la conoces. Esto lo
hara ms desgraciada an. El tiempo nos dir, sin duda, lo que esconde en su pasado. Que
el cielo nos devuelva pronto a Ole, y si existe alguna afliccin que amenace nuestra familia,
que al menos