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ROMANCES POPULARES DE LA
ZONA DE LA SERENA (BADAJOZ)
LITERATURA POPULAR: PLIEGOS Y LIBROS DE CORDEL,
CANCIONES DE CIEGOS. LAS ROMANZAS.
Mucho es lo que la literatura culta debe a estos tres términos que
encabezan nuestra nota. Y resalto este adjetivo, porque romances tan
importantes como Roldán, El Cid, el Conde de Alarcos o Carlomagno,
por señalar algunos de los más conocidos, llegaron a nosotros tras ser
arrancados del Romancero culto –por lo tanto minoritario– y trasvasados
al romancero popular por ciegos, copleros y buhoneros y cantados en
calles y plazas céntricas de los pueblos, con ocasión de ferias y
mercados.
Resulta extraordinario que esta literatura ambulante, configurada
por frágiles “cuadernos de pocas hojas” –así definía el extremeño
Rodríguez-Moñino los pliegos sueltos–, haya transmitido hasta nuestros
días la riqueza de la poesía del siglo XVI, en especial del Romancero
tradicional, de cientos de composiciones líricas breves, como canciones,
letras y villancicos, piezas de teatro y, en el caso de la prosa, avisos,
relaciones de sucesos, almanaques, pronósticos lunarios, libros de
medicina popular e historias caballerescas de sabor medieval.
No olvidemos que desde el último año del siglo XV gracias a los
impresos de amplia difusión y a la lectura en voz alta –recordemos que
en la Edad Moderna los escritos se veían, escuchaban y leían–, muchas
obras históricas, literarias o religiosas alcanzaron en toda Europa un
público bastante más amplio que los afortunados propietarios de
bibliotecas y quienes lograban adquirir una cultura letrada.
Aunque España es uno de los países que se suma a un fenómeno
europeo, los pliegos sueltos y libros de cordel fueron un producto
original de la tipografía española renacentistas. Desde los comienzos de
la imprenta en España, los primeros impresores de la península –la
mayoría de procedencia extranjera–, adoptaron la costumbre de
combinar ediciones de libros costosos y de lujo con la pliego sueltos,
certificados, cartillas, indulgencias y otros pequeños impresos, ya que
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estas piezas breves resultaban muy rentables para los talleres, habida
cuenta de que pronto y por poco dinero, se imprimían grandes cantidades
de ejemplares cuya venta ayudaba a financiar obras más caras y de
público más restringido.
Sin duda, los pliegos sueltos –surgidos en el periodo incunable y
consolidados como géneros editoriales a lo largo del siglo XVI–,
acercaron durante centurias textos de muy diversa naturaleza y alcance a
gran número de lectores, se reimprimieron y editaron de manera
continuada, y se difundieron ampliamente por todo el ámbito hispano.
En las últimas décadas del quinientos, sin embargo, cambió el contexto
social que hizo posible su aparición y los impresores intentaron
continuar explotando el filón comercial de este tipo de impresos con
nuevos productos de desigual calidad dirigidos a la difusión masiva.
Poco apoco fueron desapareciendo los romances cultos, terreno que
ocuparon nuevas piezas que versaban sobre la vida de bandoleros y
contrabandistas, casos milagrosos, autos de fé, sucesos sobrenaturales,
fenómenos de la naturaleza y, a falta de prensa periódica, las relaciones
recogían noticias del momento como, por ejemplo, las entradas y salidas
de los monarcas de la Corte o fastos reales.
En cierto modo, la baja calidad del libro en el siglo XVII se debía a
las severas leyes sobre su producción y su venta dictadas por Felipe II en
plena Contrarreforma y en momentos de empobrecimiento nacional. Así
pues y como siempre, una de las tantas consecuencias de la falta de
capital y de la penuria general de las industrias del libro en España fue la
especialización del mercado –y del público–, de la literatura efímera, ya
que a lo largo del siglo XVII la crisis obligó a muchos impresores a
aumentar la producción de materiales fácilmente vendibles que ayudasen
a sostener los negocios tipográficos.
Fue el siglo XVIII en que se volvió a ver el resurgir de la industria
y el comercio del libro, una vez remontada la crisis del siglo anterior,
floreciendo numerosas pequeñas imprentas y librerías, principalmente en
las grandes ciudades españolas, pero siempre apoyándose en las
reediciones baratas, manejables y de ágil circulación. Su base consistía
en pliegos y libros de cordel, libros de rezos, vidas de santos, cartillas,
relaciones de comedias, calendarios, almanaques, pronósticos, relaciones
de sucesos, guía de forasteros, etc. Es decir, lo de siempre.
En el siglo de las luces, siglo del libro utilitario, educativo y
erudito, la literatura popular impresa continuaba alcanzando un
innegable éxito entre el gran público lector. Dentro de esta oferta, la
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narrativa popular más difundida en el dieciocho fueron, sin duda, las
historias en libros de cordel. En pocas palabras, las historias eran un tipo
de narrativa caballeresca breve que vio la luz en la época incunable, al
calor de la gran afición por libros de caballeria, y que se continuó
imprimiendo y editando hasta principios del siglo XX.
Hemos mencionado que en un momento determinado en la historia
de la imprenta y como consecuencia de los cambios sociales habidos en
la sociedad, la impresión de romances, hasta ese momento cultos, se
“vulgarizan” y llegan al pueblo que muy pronto los hace suyos,
popularizándolos y difundiéndolos en su entorno. Pues bien, este es el
verdadero arranque de mi trabajo, siendo lo anteriormente expuesto
merlo preámbulo, o por decirlo de manera popular, “el hilo conductor”
que me lleva al tema seleccionado.
Mi familia, toda extremeña desde tiempos para mí desconocidos y
habitantes en pueblos colindantes con lo que fue la “raya” fronteriza del
reino moro –por el sur– y también a pocos kilómetros de la siempre
frágil y guerreada frontera con Portugal, es un ejemplo de lo que
exponíamos al principio en el modo de transmisión oral de romances,
villancicos, crímenes truculentos e historias sobrenaturales.
Familia muy humilde –mano de obra campesina alquilada al mejor
postor–, pero muy numerosa, cualquier acontecimiento familiar –bodas,
nacimientos, bautizos, etc.–, o festivos –ferias, romerías, etc.–, era
motivo más que suficiente para organizar una parranda festiva donde los
cantes –sobre todo las mujeres– y las historia burlescas servían para
animar el cotarro y hacer olvidar, en muchos casos, la falta de alimentos
que la ocasión requería. Eso sí, el vino era sagrado. ¡Faltaría más!
Era después de la sobremesa, con los hombres tirados a la bartola
cabeceando su siesta, cuando las mujeres se explayaban contándose
historias más o menos crueles o truculentas, unas reales, pero la mayoría
oídas a ciegos, copleros y feriantes, que los niños escuchábamos con
asombro, sin perder una sílaba de lo que allí se tramaba.
Un acontecimiento familiar tan importante como la matanza del
cerdo era el más esperado por nuestros oídos –y estómagos–,
hambrientos de noticias extraordinarias, aunque muchas veces se nos
escapara parte del significado expuesto. Aquel era el reino de las
mujeres, de tal manera jerarquizado, que eran las abuelas, tías y demás
espécimen de mayor edad quienes llevaban la voz cantante en el relato
de historias, una vez que lo peor de la faena se terminaba y se dejaba en
manos de las más jóvenes y cantarinas féminas.
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Muchas son las historias que se me quedaron grabadas de aquella
época y muchas las canciones que todavía recuerdo, sin saber que lo que
estaba recibiendo era un legado, que como en otras casas de pueblos de
la zona, formaban el núcleo del acervo cultural de nuestro país: me
refiero al Romancero tradicional, esta vez vulgarizado.
Con el paso de los años y cuando mi afición literaria me fue
llevando por lecturas más específicas, me fui dando cuenta del inmenso
tesoro que de manera totalmente desconocida encierran las costumbres y
memorias populares.
Me faltaron reflejos. Lo confieso con pena y un poco de vergüenza,
pues cuando valoré en su justa medida lo que vengo diciendo y quise
recopilar, bien en casetes y en viva voz o bien por escrito, muchos
familiares ya no estaban con nosotros y parte de estas memorias se
fueron perdiendo, aunque afortunadamente llegué a tiempo para guardar
otras que conservo con sus voces originales –hoy también perdidas–, y
con el hermoso estribillo y acento extremeño de antaño, de una zona tan
desconocida como son los pueblos de la sierra de Badajoz –estribaciones
de Sierra Morena, por su parte más occidental.
Quiero ofreceros algunos ejemplos de estos “romances fronterizos”
que aunque hoy día muy estudiados por verdaderos especialistas de la
materia, como lo puedan ser Menéndez Pelayo, García Matos, García
Collado, Joaquín Díaz, Bonifacio Gil, Rafael García-Plata de Osma, etc.
y una larga lista de nombres ilustres, y dados a la imprenta en su
mayoría, otros muchos siguen desconocidos, esperando una mano amiga
que los recupere.
Uno de los que hoy vamos a recitar pertenece a estos últimos, pues
en muchos manuales y obras específicas sobre los romances
“fronterizos” que he consultado, jamás me lo he encontrado, excepto en
un libreto editado por un familiar mío, impreso en Madrid en el año 1933
y costeado por el autor. El libro no es bueno –lo confiesa el autor–, pero
tiene el encanto y el coraje que arranca de aquellos verdaderos juglares
extremeños, sin más conocimiento y bagaje cultural que la pura intuición
musical de la palabra. Que ya es bastante.
El romance toca un tema conocido como no puede ser de otra forma
en terrenos de fronteras: el contrabandista. Y entra dentro de las normas
más ordinarias –o populares–, de las romanzas al uso, es decir, su rima
es discontinua, buscando siempre la terminación del cuarteto con sílabas
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sonoras que afecten tanto al oído del oyente, como a crear un ambiente
tenso y de embrujo en el grupo.
Si quiero llamar la atención sobre la estructura de la composición.
No sé si de forma premeditada, en este caso, el autor va componiendo los
cuartetos como si de composiciones pictóricas se tratara, es decir, va
formando verdaderas cadenas simultáneas de dibujos donde se ven más
que se adivinan, los acontecimientos que se narra. Esto hoy nos parecería
inadecuado y fuera de lugar, pero no olvidemos, como decíamos
anteriormente, que la literatura en aquellos momentos se leía, se
escuchaba y se VEÍA, apoyándose el narrador en dibujos confeccionados
con motivos relativos de la narración y que superpuestos en un tablón iba
recorriendo con un punzón, al mismo tiempo que los narraba dándoles la
entonación adecuada a cada tema.
Yo he llegado a ver en mi pueblo a estos trovadores y sacaperras
hasta finales de los años 50 a los cuales seguíamos los chiquillos con una
mezcla de admiración y miedo, pero que nos atraían como un imán.
El segundo es un romance de amor, también delimitado por las
circunstancias fronterizas entre moros y cristianos; va narrando el
encuentro de un caballero cristiano y una hermosa mora que se encuentra
lavando en el río. Le habla de amores, se la lleva con él, sin saber que la
hermosa mujer es su propia hermana, raptada en su juventud en una de
las muchas rafias que en aquellos campos de hacían muy a menudo.
EL CONTRABANDISTA Y LA MÉNDIGA
Por montes y por barrancos,
por valles y por senderos,
caminaba Luis Gonzalez
con su caballo Lucero.
Contrabandista valiente,
de corazón noble y sano,
con su cachimba encendida
y su trabuco en la mano.
Marchaba a campo traviesa
en una noche tenebrosa,
de huracán, lluvia y tormenta
como no se vio otra cosa.
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Y en el momento supremo,
quiso la Fatalidad
de encontrarse a una méndiga
en aquella soledad.
Como hombre precavido
hechó al caballo hacia atrás,
y con voz fuerte y erguida
le pregunta a la méndiga:
¿Qué buscas en este lugar?
Busco albergue en esta noche
de lluvia y de tempestad,
y después pedir limosna
en cualquier otro lugar.
Y dígame, señorito,
aunque sea por caridad,
por su madre, socorredme,
que Dios se lo pagará.
¿Por mi madre? Pobrecilla.
Me la quedé en Portugal,
una noche de tormenta,
en una batalla campal.
Fueron los carabineros
los que me la asesinaron,
una noche en este estilo,
entre lluvia y gritos la acuchillaron.
Allí perdí yo a mi hijo,
mi Luis González Mariano,
guapo, buen mozo y valiente,
contrabandista y cristiano.
¿Pero… ¡qué decís! buena mujer,
si Luis González Mariano
lo tenéis aquí delante
convertido en vuestro esclavo?
¿Y vuestra gracia, señora?
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que me tenéis preocupado;
decidme, decidme pronto,
en nombre del Dios soberano.
Yo, Carmen Mariano Delgado.
Pero decidme, señora,
si ese nombre, ¡Vive Dios!
fue el que llevaba mi madre
hasta el día que murió.
Igual me sucede a mí,
caballero, buen cristiano,
que aquel hijo que perdí
fue Luis Gonzalez Mariano.
¿Entonces, que fue de ti
la noche de Portugal,
si ahora os encontráis aquí
en esta triste soledad?
Pues que me sentí desmayada
cuando vi que os perseguían,
hasta que un alma cristiana
me recogió al nuevo día.
¿Y a vos, buen caballero,
la noche de Portugal,
que fue lo que os ocurrió
en aquella lucha campal?
Pues que me encomendé a mi madre
con mi caballo Lucero,
y después de aquella lucha
me puse a salvo el primero.
Entonces me permitirás
que hijo te pueda decir,
porque tu cara es igual
que la de mi pobre Luis.
¡Pero madre!, duda tanta,
de este hijo que te adora,
del que por ti moriría;
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Ven que te bese la frente
y te abrace, madre mía.
¡Hijo de mi corazón!,
ya contigo soy feliz,
yo te colmo con mis besos,
ven que te abrace, y mi pecho
se sentirá más feliz.
Una vez que se declaran
esperan al nuevo día,
coge a su madre y la lleva
en la grupa de su Lucero
al palacio en que vivía.
Llenos de gozo y amor,
madre e hijo allí vivieron,
socorriendo al desvalido,
con pan, abrigo y dinero.
Y así termina su dicha
del contrabandista humano,
y de aquella madre querida
de Luis Gonzalez Mariano.
LA MORERÍA
En los montes más espesos
que tiene la Morería,
hay un río caudaloso
de agua fresca y cristalina,
y allí una mora lavando,
tendiendo en sus salerías.
Ha pasado un caballero
y estas palabras decía:
- “Quítate de ahí, mora guapa:
quítate de ahí, mora linda,
que va a beber mi caballo
agua fresca y cristalina.”
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- “No soy mora, caballero,
que soy cristiana cautiva,
me cautivaron los moros
día de Pascua Florida.”
Canción popular
- “¿Te quieres venir conmigo Si quieres venirte a España,
a los montes de La Oliva?” monta en mi caballería.
- “Y esta ropa que yo lavo Y los pañuelos de seda
¿dónde me la dejaría?” ¿dónde yo los guardaría?
- “La más fina y la de Holanda Los de seda y los de Holanda,
aquí en mi caballo iría en mi pecho, vida mía,
y la de menor valor y lo que no valgan nada
río abajo la echaría.” por el río correrían.
- “Y mi honra caballero,
¿dónde me la dejaría?”
- “Juro por la cruz de mi espada
que en pecho va ceñida;
ni tocarla ni mancharla
hasta que no fueras mía.”
La ha montado en su caballo
y ha empezado a caminar,
y al llegar a aquellos montes
la mora empezó a llorar.
- “¿Por qué lloras, mora guapa;
por qué lloras, mora linda?”
- “Lloro porque en estos montes
mi padre a cazar venía
con mi hermano Don Alejo
y yo en su compañía.”
- “¡Válgame, Dios de los cielos,
también la Virgen María,
creyendo traer mujer,
traigo a una hermana mía.
Madre, abra usted las puertas,
ventanas y celosías,
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que aquí le traigo la prenda
por quien llora noche y día.
GERINELDO
Gerineldo, Gerineldo,
Gerineldo Pulido.
Quién te cogiera esta noche
tres horas en mi albedrío.
Como soy vuestro criado,
señora burláis conmigo.
No es una burla, Gerineldo,
que de veras te lo digo.
¿A qué hora gran señora
se cumple lo prometido?
A eso de las doce y media
cuando mi padre esté dormido.
Tres vueltas dió al palacio,
tres vueltas dio al castillo.
¿Quién ronda en mi palacio?
¿Quién ha sido el atrevido?
Soy Gerineldo, señora,
que vengo a lo prometido.
Con zapatillas de seda
para que no sea sentido,
le ha agarrado de la mano,
en su estancia le ha metido.
Dándose besos y abrazos
hasta quedarse dormido,
a esto de las doce y media
al Rey que se le ha ofrecido.
¿Dónde está mi Gerineldo
que me abroche los vestidos?
Uno le dice que no está,
otro le dice que ha salido.
El Rey que se lo sospecha ,
en busca la infanta ha ido,
encontrándose a los dos
como mujer y marido.
¿Qué me hago yo aquí ahora?
¿Qué me hago yo Dios mío?
Ha levantado su espada
para hacer un desafío;
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si mato a la princesa,
quedo el palacio aburrido.
Si mato a Gerineldo,
le he criado desde niño.
Pondré mi espada en el medio
para que sirva de testigo,
para la mañana la noche,
serán mujer y marido.
Con la frialdad de la espada,
la infanta se ha estremecido;
despierta mi Gerineldo,
que la espada de mi padre
está sirviendo de testigo;
vete por eso jardines
a cortar rosas y lirios.
El Rey que lo está escuchando,
al camino le ha salido.
¿Dónde vas Gerineldo,
tan triste y desconsolado?
Vengo del jardín de usía
de regar rosas y lirios;
la fragancia de las rosas
los colores me ha comido.
No me niegues Gerineldo
que con la infanta has dormido.
Máteme usted padre mío,
que lo tengo merecido.
No te mato Gerineldo,
que te he criado desde niño;
te casarás con la infanta
a cumplir lo prometido.
Tengo hecho juramento
por la virgen de la Estrella,
de no casarme con dama
que haya dormido con ella.
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LA VIRGEN VA CAMINANDO
La virgen va caminando
{ Bis de Egipto para Belén,
Con los calores tan fuertes
{ Bis el niño llevaba sed.
No pidas agua , mi niño,
no pidas agua, mi bien,
porque están los ríos turbios
y no se puede beber.
Allí, abajo, a la derecha,
vieron un naranjo verdecer,
el hombre que lo guardaba
era ciego que no ve.
Ciego, dame una naranja
para el niño entretener;
cójala usted, gran señora,
coja las que quiera usted.
El niño como era niño,
todas las quería coger;
la virgen como es tan corta,
no cogió más que tres.
Una le dio a su niño,
otra le dio a san José,
otra se quedó con ella,
para la Virgen oler.
Siguen el camino adelante
y el viejo ha empezado a ver;
¿quién será esa señora
que me ha hecho tanto bien?
Era la Virgen María
y su esposo San José.
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LA VIRGEN CAMINA A EGIPTO
La Virgen camina a Egipto
huyendo del rey Herodes
y en el camino han pasado
hambre, fríos y calores.
Y al niño lo llevan
con mucho cuidado,
porque el rey Herodes
quiere degollarlo.
Siguen el camino adelante
y a un labrador que allí vieron
le ha preguntado la Virgen:
-“Labrador, ¿qué estáis haciendo?
Y el labrador le dice:
-“Señora, sembrando un poco de piedra
para que al otro año…”
Tanta fue la multitud
que el Señor le dio de piedras
que parecía un peñón
de las grandísimas sierras.
Y ese fue el castigo
que Dios le mandó
por ser mal hablado,
a aquel labrador.
Siguen el camino adelante
y a otro labrador que vieron
le ha preguntado la Virgen:
-“Labrador: ¿qué estais haciendo?
Y el labrador le dice:
-“Señora, sembrando
un poco de trigo
para que al otro año…”
-“Venga mañana a segarlo
sin ninguna detención,
es el favor que te pide
el Divino Redentor.”
El labrador se fue a casa
lleno de imaginación,
y a su mujer le contaba
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todo lo que pasó.
Y al día siguiente
buscaron peones,
segaron el trigo
con muchos primores.
Y estando segando el trigo
llegaron tres a caballo,
por una mujer y un niño
y un viejo van preguntando.
Y el labrador les dice:
-“Cierto que los vi,
estando sembrando,
pasar por aquí.”
-“Labrador no nos engañes;
Mira que no mientas, no.
La mujer es muy bonita
y el Niño parece un sol.”
-“El me ha parecido
Un poco más viejo,
porque le llevaba
quince años lo menos.”
Vuelven atrás sus caballos
echando dos mil reniegos,
porque no podrán lograr
aquel intento perverso.
Y el intento era
de llevarlos presos,
y de presentarlos
ante el rey soberbio.
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DON ALONSO
Don Alonso, Don Alonso,
Don Alonso caminaba,
lleva a la reina consigo,
la pobre va embarazada.
En la mitad del camino,
ha ocurrido una desgracia:
mataron a Don Alonso
y a la gente que llevaba…
y a la pobre de la reina
le han dado de puñaladas;
por donde el puñal entró,
el niño la mano saca.
Dale, criada, ese niño,
dáselo a criar a un ama;
no se lo des a viuda
ni a soltera ni a casada;
dáselo a una tía suya
que lo quiera más que al alma,
que le diga: “hijo mío”,
hijo de una desgraciada,
naciste en campo verde,
pudiendo nacer en cama.
El día que yo me muera
no me entierren en sagrado,
me entierren en campo verde
por donde pase el ganado.
Y sobre mi sepultura,
un letrero colorado,
con letras de oro que digan:
aquí murió un desgraciado;
no murió de calentura,
ni de dolor de costado,
que murió de puñaladas
que cuatro chulos le han dado
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EL CURA Y LA TAHONERA
Siéntate, si estás despacio;
te contaré el entremés:
lo que le pasó a un tahonero,
casado con su mujer.
La visita el señor cura,
la quiere pisar un pie.
-“Déjale que te lo pise,
si te da bien de comer.”
Aviaron un pollito
con mucho azúcar y miel,
y al echar la bendición
a la puerta llama Andrés.
-“Señor cura, mi marido,
¿dónde le meteré a usted?”
-“Méteme en ese costal
y arrímame a la pared,
como es casa de tahona
nadie lo echará de ver.”
Y al entrar Andrés en casa,
es lo primerito que ve.
-“¿Qué hay en ese costal
arrimado a la pared?”
-“Fanega y media de trigo
que ha caído que moler”
-“Sea trigo o sea cebada
mis ojos lo quieren ver.”
Y al destapar el costal
lo primero que se ve:
la corona al señor cura
y el sombrero calañés.
-“Buenos días, señor cura.”
-“Buenas las tengáis, Andrés.”
-“Parece que Dios lo ha hecho,
que a mi casa venga usted;
que tengo la mula coja
y ha caído que moler.”
Lo engancharon a la una,
lo soltaron a las tres.
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Se le ha caído el pañuelo,
no se ha bajado a por él.
Pasó por la cantarera,
no se ha parado a beber.
Al otro día de mañana,
a misa fue la Isabel.
-“Señor cura, mi marido,
que a mi casa vaya usted,
que sigue la mula coja
y ha caído de moler.
-“Que lo muela el gran demonio,
que yo no lo he de moler;
que si cien años viviera,
no me engaña otra Isabel.”
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LOS SEGADORES LA BASTARDA
Esto eran tres segadores El emperador de Roma
que salían de su casa tiene una hija bastarda,
y uno de los segadores que la quiere meter monja
lleva ropa muy profana; y ella quiere ser casada.
lleva dediles de oro La ha metido en un convento
y el antepecho de Holanda, todo de piedra labrada,
las manijas de metal dándola pa su servicio
y la hoz de fina plata; a la criada de casa.
un dama en su balcón Con los calores que hacía
del segador se prendaba se ha asomado a la ventana
y lo ha mandado llamar y ha visto tres segadores
con una de sus criadas. segando trigo y cebada.
Sígame buen segador De los tres, el más pequeño
que le demanda mi ama. de ellos se diferenciaba;
Dígame , buena señora, gastaba manija de oro
¿a qué menester me llama? y las joces plateadas,
Dígame, buen segador, zamarra de terciopelo,
¿quiere segar mi senara? la manga de filigranas.
Y esa señora, señora, Lo ha mandado llamar
¿dónde la tiene sembrada? con la criada de casa.
No está en cerros ni en veredas, - Ve y dile a aquel segador
ni en lejíos ni en cañadas, si sabe segar cebada.
que está entre dos columnas Y la muchacha obediente
que sostienen a mi ama. coge el camino y se marcha.
Esa señora, señora, - Buenas tardes, segadores.
no es para mí segarla, - Venga con Dios la madama.
que es para Condes y Marqueses Y le ha dicho al más pequeño:
y los más Grandes de España. - ¿Sabe usted segar cebada?
-“Síguela, buen segador, El segador le contesta:
que recibirá su paga.” - Sí, señora, sé segarla.
El segador obediente - Que si quiere usted segar
echó mano a segarla, la senara de mi ama.
lleva ya siete gavillas - ¿Está en alto, o está en bajo,
y va por otra manada. ¿en umbría o en solana?
A eso de la media noche - Ni está en alto ni está en bajo,
el segador trasegaba. ni en umbría ni en solana,
Me ha dado siete doblones la tiene en un valle fresco
y un pañuelito de Holanda. al verde de sus enaguas.
A la mañana siguiente - Esa senara, señora,
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las campanas repicaban, no está para mí segarla,
y era por el segador que es pa condes y marqueses
que anoche tan bien segaba. que la tienen deseada.
-No es pa condes y marqueses,
para usté está reservada.
-Si eso quiere la señora
vaya tendiendo la cama.
Y tendió siete colchones
y una sábana de Holanda.
A eso de la medianoche
el segador se desmaya.
De perdices y conejos
un almuerzo le prepara.
A eso del amanecer
vino su padre a llamarla
y le dijo: “hija cruel,
¿quién tienes en esa cama?
-Cállese usted padre ingrato,
si es la criada de casa.
El segador que oye esto,
se tiró por la ventana.
-Dígame, buen segador,
¿cuánto vale la jornada?
-No vale nada, señora,
ya la tengo bien pagada.
Le envolvió dos mil reales
en un pañuelo de lana.
-No digan sus compañeros
que usted no ha ganado nada;
Si vuelve usted, segador,
no pregunte por posada.
-Sí, volveré, mi señora,
pero han de ser las espaldas
LA LOBA PARDA
(Romance recuperado por D. Rafael García-Plata de Osma en la zona de Alcuéscar (Cáceres),
plasmado por Menéndez Pidal en su Flore Nueva de Romances Viejos, también recogido
por Manuel García Matos en su Cancionero de la Alta Extremadura)
Estando yo en la mía choza
pintando la mía cayada (bis),
las cabrilla iban altas
y la luna rebajada (bis).
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Mal barruntan las ovejas.
No paran en la majada (bis),
vide venir siete lobos
por una oscura cañada (bis).
Venían echando suerte
cuál entrará en la majada (bis).
Le tocó a una loba vieja,
patituerta, cana y parda (bis),
que tenía los colmillos
como puntas de navajas (bis).
Dio tres vueltas al redil
y no pudo sacar nada (bis),
y a la otra vuelta que dio
sacó una borrega blanca (bis),
hija de la oveja churra,
nieta de la orejisana (bis),
la que tenían mis amos
para el domingo de Pascua (bis).
¡Aquí, mis siete cachorros!,
¡aquí, perra trujillana! (bis),
¡aquí, perro el de los hierros!,
a correr la loba parda (bis).
Si me cobráis la borrega
cenaréis leche y hogaza (bis),
y si no me la cobráis
cenaréis de mi cayada (bis).
Los perros tras de la loba
las uñas se esmigajaban (bis);
siete leguas la corrieron
por una sierras muy agrias (bis).
Al subir a un cotorrito
la loba va ya cansada (bis).
Tomad, perros la borrega,
sana y buena, como estaba (bis).
No queremos la borrega
de tu boca alobadada (bis),
que queremos tu pelleja
Pal pastor una zamarra (bis),
el rabo para correas
para atacarse las bragas (bis);
de la cabeza un zurrón
para meter las cucharas (bis);
las tripas para vigüelas
para que bailen las damas (bis).