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Z I N D O & G A F U R I
alcohol para después de quemar
alcohol para después de quemar
eduardo rezzano
Rezzano, Eduardo.Alcohol para después de quemar. - 2a ed. - Buenos Aires: Zindo & Gafuri, 2014.78p. ; 20x14 cm.
ISBN 978-987-3760-01-3
1. Poesía Argentina. I. TítuloCDD A861
Fecha de catalogación: xx/xx/2014
Ilustración de cubierta: Fotografías de interior: Carolina Soler
Hecho el depósito que marca la ley 11.723.
Impreso en Argentina
Diseño de portada: Patricio Grinberg Sebastián BruzzeseDiseño de interior: Sebastián Bruzzese
Para Carolina y con ella
El tiempo y los animales
9
Los recuerdos
Los recuerdos se vuelven ajenos, el futuro se proyecta como un teatro de sombras. En el piso de abajo, el pianista duda hasta la desesperación entre un si bemol o un si natural. Parece el fi n del mundo, pero es el comienzo, que no acaba; el presente, que lo invade todo.
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Ascetismo
Con el ojo izquierdoveo sombras
con el derechoclaridades
pero no estoy para nadieni estaré mañanani la semana entrantedispuesto a nada
Me entregué a la bebidaella da cuenta demis asuntosmis pormenores
y es estricta consus restricciones
nada de tabaconada de nada
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Hablé
Hablé con un soldado muertoque soldado a la tierradaba sus frutos
12
Espejos
Me toqué la cara y noté una infl amación en el pómulo izquierdo. Volví para mirarme en el espejo del baño, pero mi imagen se había ido y me esperaba en el espejo del ascensor. Bajé a la calle y la gente perdía el contorno; la mañana, nublada, ofrecía toda clase de transparencias.
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Te pregunté
Te pregunté, te pedí que lo supieras.
14
Dos o más piernas
Una mujer avanza por las vías abandonadas del ferrocarril pro-vincial. En la mochila lleva su cabeza y una muda de ropa —la cabeza se descompone y la ropa se mancha—. Se detiene frente a un enorme silo metálico y piensa: “¿Qué es lo que ca-mina a cuatro patas por la mañana, a dos a mediodía y a tres por la noche? No puede ser el hombre; al hombre lo vi arras-trarse para comer de mi mano, y le di muerte”.
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Medias palabras
Llamaron a la puerta, abrí y había un perro que me preguntaba qué clase de infortunio le estaba predestinado. Le contesté con medias palabras y aseguré el postigo, que se golpeaba con el viento. Le conté que más temprano había visto una jauría luchando contra la nieve; eran cinco o seis y se apretaban entre sí formando un bloque.
A medianoche volvieron a llamar. Había un oso lastimado, plu-mas de ocho palomas y un fuerte olor a jabalí que presagiaba la llegada de los pumas. Me acosté y encendí la radio; los oyentes pedían canciones que el tiempo había vuelto irrecuperables.
16
Abrazado a una botella
Abrazado a una botella me arrojé al mar. La botella llevaba un mensaje; yo fl oté vacío, a la deriva.
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En el jardín
Una hormiga voladora se me cruzó en el patio y me dijo: “Ayer te golpeé la puerta y no me abriste”. Le ofrecí mi sonrisa menos inteligente y se fue no sé en qué dirección, porque mis ojos todavía nocturnos apenas veían en la claridad de la mañana.
Me senté en el suelo y descubrí que había llovido; la ropa col-gada en la soga se había mojado, lo mismo que la moto. Me reduje a la nada durante diez minutos hasta que sonó el telé-fono. Era mi jefe, que me preguntaba si sería capaz de llegar una hora antes. “Claro, por supuesto”, le respondí. Corté y me quedé repitiendo un buen rato esas palabras. Me equivocaba al dar por supuestas algunas cosas, pensé, y me acordé de esa idea que no me había dejado dormir: cada vez que mataba una araña le quitaba una vida a Tonka, mi perra, como si una parte de ella transmutara en araña y con sus ocho patas me cerrara el paso lúdicamente, amistosamente.
18
Patos y naranjas
En el fondo de mi casacrecen patos y naranjas
Las naranjas enseñana los patos a dar su jugoy ellas aprenden a nadaren el estanque de las ranas
Afuera un vendedorofrece patatas y naranjaspero muertas al nacer
19
Cada noche
Cada noche a la misma hora me paraba en la misma esquina y esperaba una señal; me presentaba allí invariablemente, lloviera o hiciera bueno, movido por una fe que el tiempo diluyó en un vaso de tinta. Cambié de ciudad, de país, pero cuentan que me siguen viendo en aquel sitio mal iluminado esperando una señal o una noticia, algo que indique que la guerra terminó, que puedo volver a casa.
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Cada noche
Los gatos provocaban a los perros, hacía calor y nadie podía dormir; iba a ser así cada noche, porque estábamos atrapa-dos en un verano perfecto. De pronto, la puerta cedió a los hachazos de los bomberos y me levanté; de los bomberos sólo había una nota, un aviso de visita: “Llegamos tarde, lo sentimos mucho”.
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Secreto
En la bolsa de la aspiradoraencontré cuatro haches aspiradasy con ellas escribí un nombrepara llamarte cuando dormísy no despertarte
Por la mañana me dirásque dormida escuchasteel aliento de la noche
Te diré en cambioque fue un ángelquien te hablóal oído
para que guardes su secretopara que cuides su tesoroy lo ofrezcas con desapegocuando el tiempo se detengaen un beso una caricia
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Otra mañana
El celular me despertó a una hora inusual y con una canción de Aerosmith; nunca me gustó Aerosmith. Lo manoteé sobre la mesa de luz y descubrí que no era mi viejo telefonito el que sonaba, sino un modelo más moderno cuya alarma, afortu-nadamente, se apagaba también con facilidad. Descarté por imposible la actualización automática del hardware y me incor-poré perplejo. Me di cuenta de que no me encontraba en mi habitación y con horror aprecié a media luz que tampoco mis manos eran mis manos.
Entré asustado al baño y preferí no lavarme los dientes para evitar mirarme en el espejo. Oriné y me metí bajo la ducha con una naturalidad que me supo extraña, ya que odiaba bañar-me por la mañana y prefería hacerlo antes de acostarme. Más tranquilo y enjabonado recordé que a la tarde me traerían a Javier; me costaba comunicarme con mi hijo, pero no tenía que olvidarme de alentarlo en el estudio de la guitarra. Anoté en el pizarrón de la cocina que faltaba café, me hice el nudo de la corbata con la precisión habitual y bajé las escaleras saltando de a dos los escalones. Desayunaría camino al trabajo.
Ya en el metro me pregunté por enésima vez por qué me man-darían a ese colegio de mierda. A la tarde me tocaba ir con papá y tendría que soportar otra vez ese rollo de la guitarra. ¿Por qué insiste con la guitarra si sabe que estoy estudiando piano y que mamá necesita que la ayude con la cuota del piano eléctrico?
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Denfert-Rocherau
(escrito a partir de Le lion volatil, de Agnes Varda)
Como el león deDenfert-Rocherautodo desaparecea la hora precisa
¿Y si nada se fuerade una vez y para siempre?¿Si esta ciudad se llenaradel puro ruido de la locura?
Todo debe desaparecer
como desaparecedel fotograma quemadoel gato negro de la fábula
como el león de Tolstoitras las puertas del infi erno
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Diplomacia
En una valija diplomáticallevo al embajador francés
Lo llevo con orgullopor todo el mundoporque es mi pequeñotesoro
Cuando tratamos de dormirse escuchan sus gritos ahogadospide libertad fraternidade igualdad
y le prometemos esoy mucho mássi se calla
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Genocidio
La recuperación de una comunidad de hormigas que ha sido devastada con venenos específi cos puede llevar meses. Eso lo sé porque fui admitido en una comunidad de hormigas. Mis nuevas compañeras me advirtieron: “Te adaptás o te adaptás”.
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Hombre ameba
Descubrí que mientras duermomis huesos se ofrecen en caldoa los mendigos que el invierno devuelve
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Cuervos
Un cuervo me dijo“Podés abrir vine solo”
Tenía nieve en las plumasy le ofrecí que se acercaraa la chimenea
Se quedó al lado del fuegomirando hacia abajoy a la mañana se había ido
y con él un secreto breveapenas susurradoen la noche negra
La puerta se abrióy me arrojaron adentrocomo a una bolsa
ahora era yo el que llegabade la noche blancacon la ropa deshecha
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Puedo volver
Puedo volver los días atrásy no reconocerme en ellos
Miniaturas
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Brindis
Cuando sintonizaba mi programa favorito y escuchaba: “Ésta es la radio del fi n del tiempo, al menos por ahora”, yo lo creía, o aceptaba el juego, a una hora en la que se acepta el último tra-go antes del súbito cambio de estación. Luego supe que quien hablaba con esa rara cadencia había muerto en un bombardeo, casi ciego por la absenta, y que el programa iba grabado.
Se llamaba Felipe de Urzuaga, quinto hijo varón de mi propia madre. Para él, mi recuerdo sensible. En su honor, mi penúltima copa desde una ciudad sin nombre que no me fue presentada.
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A partir del sonido
Ocurrió que me acosté tarde y que a la mañana siguiente, cuan-do escuchaba trabajar a mi vecino desde la cama, encontré un parecido curioso entre el sonido de su máquina —una sierra o no sé qué— y aquel que emitiría un improbable moscardón gigante al agitar las alas, aunque con ciertas reminiscencias del crepitar de las brasas en una noche de agosto. Eso me hizo pensar en qué pasaría si, en un camino inverso al que esta-mos habituados a observar, se diera el caso o se encontrase la manera de que a partir de los sonidos pudieran materializarse sus supuestas fuentes, incluso en el marco de indiscernibilidad provisto por la equivocidad de la percepción. Con espanto y regocijo me imaginé un moscardón gigante debatiéndose entre las llamas con bravura siniestra.
Sin quedarme en conjeturas que implicaran la aparición de animales fantásticos, pensé en la posibilidad de corporizar un quinteto de vientos a partir de la reproducción de una cinta grabada en otro tiempo y otro espacio lejanos. Y yendo aún más lejos supuse que un segundo paso, más ambicioso, sería el de lograr que, una vez corporizados y fi nalizada la emisión sonora corporizante, los elementos sustanciados adquiriesen autonomía o vida propia, por así decirlo.
Bien, en ello estoy trabajando y me gustaría presentarles a Fri-da.
—Frida, por favor. Come on, please. Vine aqui, si us plau.
De momento es imposible obtener su atención aun con el em-pleo de distintos idiomas, y he fracasado al intentar estimular-la utilizando los más variados artilugios. Es indudable que ella existe, que su materialización ha sobrevivido a lo efímero de su
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fuente sonora originaria. Se la puede tocar, pero sus reacciones no son las de un ser animado por voluntad propia o ajena, sino que responden a meros impulsos nerviosos totalmente vacíos de sentido.
Otro problema que se me plantea, y que no es un problema menor, es cómo deshacerme de las criaturas que voy produ-ciendo en cada etapa experimental. En ningún caso han de-mostrado el menor interés por los alimentos, de modo que es-toy esperando a que les sobrevenga la muerte por inanición, fi n al que entiendo que llegarán sin sufrir el padecimiento del hambre, como si se les agotaran las baterías.
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Miniaturas
Desde entonces, nuestra óptica ha cambiado.
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Niño del charco
Corrió y dobló por Doctor Santero. Todavía estaba oscuro y había una gallina muerta en la calle. Se escondió entre los de-sechos saqueados del Carrefour y esperó temblando hasta el amanecer. Lo encontraron con siete años menos, pequeño hombre lobo, otra vez inocente de matar a sus hermanos. A su lado, la luna roja encharcada, testigo y cómplice de una noche sin tregua, se desvanecía.
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Don Luis
Empecé a tocar el cajón con un acordeonista ciego en el metro de Madrid. Me dijo: “No te puedo dar la mitad, pero te ofrezco casa y comida”, y me llevó a vivir a una chabola polvorienta y sin servicios ubicada en las afueras del DF. Le pregunté si ha-bía trabajado en Los olvidados, de Buñuel, y me contestó: “La verdad que no me acuerdo, pero podría ser que sí o que no, indistintamente”.
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Tres alternativas al Génesis
I
Al séptimo día descansó, pero algo no lo dejó dormir plenamen-te como hubiese querido: al mundo le faltaba un pasado. Con pulso fi rme diseñó una complejísima retrogradación del univer-so hasta su mínima expresión, previa a lo que hoy llamamos Big Bang, y dejó las huellas que permitirían interpretar y relacionar cada fenómeno fi ngidamente ocurrido. Porque le disgustaba la idea de que los hombres, tras milenios de enseñorearse sobre la Tierra, siguieran creyendo en el origen mágico de las cosas y continuaran hablando y actuando irresponsablemente en su nombre.
II
Dios creó al hombre de Neanderthal a su imagen y semejanza y lo invitó a que se sirviera de la naturaleza con alegría y con arte, pero no contó con que la ferocidad del Homo sapiens, espe-cie indócil y de mal genio, arruinaría sus planes tan bellamente urdidos. En manos de tan incontrolable plaga, el hombre de Neanderthal terminó extinguiéndose. La Tierra, proyecto fallido, hoy gira olvidada en la tercera órbita de un sistema solar inhalla-ble, perdido entre tantas estrellas y agujeros negros.
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III
El Jardín del Edén contenía, en armonía y condensada, toda la materia del universo, y esto fue así hasta que Adán y Eva pro-baron la fruta prohibida. Entonces se produjo el Gran Estallido, y el universo inició una expansión desenfrenada que derivó en la formación de las estrellas, los planetas y cada pequeña cosa. Dios murió con la explosión, y sus ángeles cayeron como mos-cas sobre el mantel primorosamente tendido, millones de años después, una tarde de otoño.
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Guerra total
Los estreptococos y los virus mutantes se preparan para la guerra biológica y desarrollan su arma más terrorífi ca: el bípedo de pulgares oponibles y cuello de rugbier.
En la cátedra de los insectos se sientan las mantis religiosas y el escarabajo real; el cielo hace años que calla, la tierra se mide en terrones.
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Volver a los 17
A veces, mientras camino, me propongo un juego: volver a los diecisiete, cuando mis planes no guardaban ninguna relación con lo que hoy me toca, y mirar con aquellos ojos cualquier detalle tomado al azar. El desafío es descubrir dónde me en-cuentro; en qué ciudad o, al menos, en qué país. Una tarde, paseando por un lugar al que no he vuelto, ocurrió que me que-dé hechizado por el vuelo de las golondrinas, tratando de des-cifrar su escritura sobre el cielo gris y encapotado. La lluvia, que caía abundantemente sobre mi cara, no tardó en despertarme con una pregunta o quizás con dos: ¿Quién era el migrante aquella primavera? ¿Cuántos como yo harían falta para traer un verano? Traer a salvo el verano a casa como si se tratara de un avión en emergencia; traer, aunque más no fuera, buenas noticias de otras costas, devoradas por el mar hace seiscientos años o más, quién podría acordarse.
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Desolación
Llovía otra vez. El desierto se despoblaba.
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Cochinita Pibil
Me pusieron a moler maíz y, para difi cultarme la tarea, soltaron unas cuantas gallinas a mi alrededor; Cochinita Pibil, que me observaba desde el chiquero, se reía llevándose las manos a la boca y daba pataditas a un madero que llevaba grabado su nombre. Las horas pasaban y me sentía afi ebrado; cuanto más cansadas tenía las rodillas, más infructuosos resultaban mis manotazos al aire: a cada manotazo, un picotazo.
Se hizo de noche y quise irme, y fue en ese momento cuando descubrí que no estaba allí por mi propia voluntad. Cochinita Pibil tampoco era libre de marcharse; pero, a la vez que aco-modaba cajas con una lentitud exasperante, parecía disfrutar con el triste espectáculo que a disgusto me tocaba ofrecer.
No hacía frío y me eché a dormir en un rincón; a la mañana terminaría con el maíz. La expectativa de un trabajo bien hecho me permitió descansar sin culpas y soñé que iba en un barco por el Pacífi co; mi camarote estaba infestado de cucarachas que caminaban presas de una gran excitación, quizás por los nervios de saberse en alta mar, quizás por desconocer mi inca-pacidad de hacerles daño.
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Infección
Cuando me revisaron el brazo dijeron que se trataba de un pro-blema dermatológico, “un incidente de superfi cie”. Se retiraron a discutir el diagnóstico a la habitación contigua —probable-mente el despacho del jefe del servicio— y me dejaron espe-rando mientras afuera anochecía y el consultorio se llenaba de oscuridad. Logré escapar sin esfuerzo y me escondí en el bos-que aun sabiendo que nadie me buscaba.
La vida en el bosque resultó más agradable de lo que suponía, pero pronto me cansé de tener que procurarme el alimento con mis propias manos. De vuelta en casa supe que no eran médi-cos los especialistas que me habían atendido, sino una nueva forma de vida de la que habría que cuidarse, algo así como una macrobacteria intrahospitalaria, una megaconciencia que todo lo subsume.
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Una serpiente vive
Una serpiente vive en el ropero. La vemos enroscada en las perchas o asomada de la manga del montgomery. “¿Cuándo vas a salir del placard?”, le pregunto todos los días. “Cuando me des el gusto de probar una manzana”, me contesta inva-riablemente.
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Carolina
Se desvistió frente al espejo, espejo enamorado.
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Cada mañana
Para poder levantarme de la cama necesitaba hacerme una idea de lo que me rodeaba en el mundo: los objetos de mi ha-bitación, las demás habitaciones, el barrio, la ciudad, el monte donde las bestias siguen su propia ley. Levantarme, ponerme en pie, era un ejercicio de voluntad extrema.
Después cambié de ciudad y los alrededores se me volvieron más difusos o apenas penetrables. Tuve que recurrir al caos de mis pensamientos juveniles y rememorar los tiempos del Co-legio Nacional, aquella época en la que conocí a mis asesinos más implacables, los que hoy custodian mi cuerpo sin vida, a Dios gracias, insepulto.
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Muñeca de trapo
Una nube de trapo cubre el sol y lloverá mañana. Haremos una muñeca de trapo con nariz de zanahoria y bufanda de nieve.
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Macrobiótica
Si en verdad somos lo que comemos, el canibalismo nos hará humanos.
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Caracoles
Oí que mi jefe me nombraba y me di vuelta como un resorte, pero hablaba por teléfono y bajó la voz para que no lo escu-chase. Después supe que era conmigo con quien conversaba, pero en un tiempo futuro, cuando yo no trabajaba más allí y necesitaba que me hiciera un favor, que infl uyera en tal o cual asunto para dirimir tal o cual pleito.
Tardé varios años en darme cuenta de lo perdido que estaba entonces, años que pasaron con la lentitud de un caracol como si mi vida se hubiera congelado.
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El mismo
Cuando abrí los ojos y por un segundo vi todo pixelado, tuve la vaga idea de que había sido reemplazado por un androide. Pero sigo siendo el mismo, con ese sabor metálico en la boca y la electricidad que se me irradia por las plantas de los pies como si se me prendieran fuego.
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Siete mujeres
Siete mujeres fueron encontradas muertas en el sótano de una panadería; estaban apiladas junto al horno de leña, desnudas y descoyunturadas. Entre ellas, mi cuerpo, también maltrecho y consumido, era alcanzado por un haz de luz que se abría paso a través de un ventanuco sucio.
Se llegó a pensar que me cabía alguna responsabilidad en la masacre y que había algo macabro en los signos dibujados con harina sobre el piso y con sangre en las paredes, pero lo cierto era que mi cadáver había sido puesto allí dos días después, y la escenografía montada se había realizado copiando intencio-nadamente el tatuaje de mi antebrazo derecho.
Finalmente lograron que el juez autorizara mi cremación. De las siete mujeres no supe más nada; se decía que eran rusas, o chaqueñas; algo que ver con la trata de personas.
Póstumos
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Noche buena
Nuestra casano tiene chimeneapuertas ni ventanaspero igualmente esperamosla llegada de Papá Noelun hombre obesoentrado en añosy vestido de Coca Cola
Nos prometieron quevendría y nos rescataríade este encierro atrozy nos aferramos calladosa esa idea descabellada
Dicen que llegarápara Navidaduna fi esta quelos cristianos prefi erena cualquier otra
durante la cualparecen olvidarsus odiossus rencores
y ofrecen al prójimouna noche de paz
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Nosotroshombres de intramurosesperamos el milagro
de rodillas y en silencio
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Día perfecto
En un día perfectocomo el de hoyañoro el paso del trensobre mi casaa través de las paredeshaciendo saltar las paredesla destrucción de mismuebles mis recuerdos
Pero mi casa estáen pie y abandonaday el día es perfectobajo el sol oblicuoque cae largamente
¿Alguna pregunta?
Todas son preguntastodas son respuestas
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Hielo 3
Hace tanto queno leo músicaque no recuerdode qué colorson las negrasde qué colorlas blancas
ni la duración delo que nunca acaba
lo que nos obligaa la permanencia
Pero hoy me despertéa la vera del camino ymi refl ejo se fragmentabaen el agua sucia
Había llovidotoda la noche
tenía la espalda duracomo una foca quese arrastra sobreel hielo
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Casa de campo
Hemos preferidono volver a la ciudady se hace de noche
Otra veznos perdemosen la espesura del silencio
¿Volverán los cristales rotosa la ventana?¿Nos encontrará aquí la mañanaentre las maderas carcomidas del piso?
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Una mañana
I
Sostener el matecomo si fuerauna pipa
y caminar abstraídospor la habitaciónhasta poblarla denosotros
II
Un perro ladrabadormidomovía las patasse reía
III
Dejé mi cuerpoamontonado al ladodel piano
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contra la pared
y avancé en direccióna la puerta
Nadie llamaba perolos escombros del patioquerían entrar
porque afuera llovíay la mañana perdíasu claridadse disolvía lentamenteen un rumor sinpájaros
62
Una mesa
La tendencia del universoa la expansión y la soledadhace que siempre se me veade espaldas y alejándomecon paso furtivo
Pero hoy estoy sentadoa tu mesa —una boca másque alimentar—
y te miro a los ojoscon la terquedad de un zombiincapaz de preguntarte nada
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Verdades a medias
Hay árbolesque esperan a morirpara empezar a hablarnos
De ellos he aprendidoalgunas verdades a mediasy otras que me permitenintentar algunos trucos
como detener el tiempocuando un rayo de luzse posa en tu manoy la abre
o hacer girar la cabezahasta que rueda calle abajoy se pierde
64
Cuando cae el día
Cuando el día caecaemos con el día
como el surfi sta con la olacuando atardece en la playa
65
Conversación y scones
Cada mañanala mujer del carpinterome visita y me ofrececonversación y scones
A veces le dicto una cartaque copia con su lápizde carpintero yme devuelve dobladaen cuatro
A veces frota las manosen su descolorido delantaly se deja ir en un suspiro
Pero no doy piea que expliquesus silenciosque huelen a maderay enciendo la radio
El fuego de la hornallaapenas calienta la cocinay me quedo dormido
Mi cuerpoes el único rastroque no desaparece
66
Día D
Ayer fue el díaen el que todotenía que ocurrirpero nada ha pasado
Hoy estamos vacíoscomo si hubiéramosdonado los órganosa la ciencia
a cambio de no verno sentirno haber existidojamás
67
Moscas en los ojos
Yo quería dormir o despertarmey una mosca zumbabaen mis oídos
Pensé que quería salirque me lo estaba pidiendoy le abrí la ventana
pero siguió con sus vuelos de la muerteque a la hora macabratomaban el color del río
68
Pozo de agua
Siete lunasy ningún planeta
Siete lunas y laoctava se desmoronaen un aullido deagujero negro
Siete lunasy ningún rastroninguna pisada de osoque seguir con la cauteladel cazador furtivo
Siete lunas yuna sonrisa que cuelgade acuariode la última estrellapolar olvidada dela noche
—la sonrisade un hombre viejoperdido en sus cavilacionesen su justo sueño detoro castrado
69
Música
A través de la ventanase oía cantar un pájaro lo curioso era que lo hacíaen re menor y su melodía
era aquella quecomo una condenanos acompañaba desdeque el tiempo era tiempo
Cuando salí con la escopetase había ido y con élla tormenta que amenazabacon anegar los sembradíos
con élel vivo recuerdo de una niñezque no nos convocael paso liviano casi etéreode las hadasla música inacabadade los días en blanco
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Visita de médico
El espíritu navideñopasó con prisapor mi casa
“Visita de médico”dijo y vació su bolsasobre la mesa
Nos dejó una pilade blisters caducosmedicamentos de dudosaprocedencia y unaadvertencia
“Volveré con máscuando seamos menos”
Índice
El tiempo y los animales
Los recuerdos 9
Ascetismo 10
Hablé 11
Espejos 12
Te pregunté 13
Dos o más piernas 14
Medias palabras 15
Abrazado a una botella 16
En el jardín 17
Patos y naranjas 18
Cada noche 19
Cada noche 20
Secreto 21
Otra mañana 22
Denfert-Rocherau 23
Diplomacia 24
Genocidio 25
Hombre ameba 26
Cuervos 27
Puedo volver 28
Miniaturas
Brindis 31
A partir del sonido 32
Miniaturas 34
Niño del charco 35
Don Luis 36
Tres alternativas al Génesis 37
Guerra total 39
Volver a los 17 40
Desolación 41
Cochinita Pibil 42
Infección 43
Una serpiente vive 44
Carolina 45
Cada mañana 46
Muñeca de trapo 47
Macrobiótica 48
Caracoles 49
El mismo 50
Siete mujeres 51
Póstumos
Noche buena 55
Día perfecto 57
Hielo 3 58
Casa de campo 59
Una mañana 60
Una mesa 62
Verdades a medias 63
Cuando cae el día 64
Conversación y scones 65
Día D 66
Moscas en los ojos 67
Pozo de agua 68
Música 69
Visita de médico 70
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