Download - REVISTA DIEZ, NÚMERO 81
DIEZ - REVISTA DIGITAL– La revista que habla de vos.
Contenido
5.- EDITORIAL:
Fin de cursos.
6.– ZAGUÁN:
ARENILLA: La patria.
9– PATIO:
Dossier fotográfico: ALEJANDRA LAGUNA.
Fotógrafo: JORGE MARTÍNEZ.
16.– BALCONES:
Casa de Citas
Volar
Autor: Héctor Cortés Mandujano.
24.– CORREDORES:
Piedra de Toque
Regreso de Rosario Castellanos (VI de VII)
Autor: Ricardo Cuéllar Valencia.
31.– SITIO:
Antes de la función.
42.– ACTUALIDADES.
45– MOJOL.
49.– ALEJANDRA LAGUNA.
Revista catorcenal, hecha en la tierra de los cositías con la bendición de Tata Lampo.
Editor responsable: Alejandro Benito Molinari Torres
Contacto: [email protected]
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Comitán, ciudad que habla de vos
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Visitanos
¡No te arrepentirás!
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EDITORIAL FIN DE CURSOS
Los encontramos en las calles, en
las plazas, en los cafés, en los an-
tros: son los chavos con playeras
pintadas. ¡Son las playeras del re-
cuerdo de fin de cursos! Ahí están
los mensajes de bienaventuranza.
Quienes permanecieron juntos
por varios ciclos escolares se se-
paran al pasar a un nuevo nivel
escolar. La distancia se hace ma-
yor entre quienes acceden al nivel
profesional. Muchos cambian su
residencia y acuden a otras ciuda-
des. Se sabe, ese vínculo de amis-
tad que se procuró permanece pa-
ra siempre, pero no permanece
inalterable. ¡Ya jamás volverá a
ser igual! De pronto las vocacio-
nes encuentran otros intereses y
otras amistades. Quienes fueron
―inseparables‖ deben separarse y
jamás vuelven a tener la luz que
los unió. Por esto, cuando menos
en una playera queda impreso el
mensaje de que una vez en la vida
hubo un puente que cruzaron día
a día. De pronto, sin saber bien a
bien cómo se da el derrumbe, las
orillas quedan separadas, se ven
de lejos, se reconocen, de vez en
vez se acercan, pero ya nunca,
nunca, vuelve a ser igual.
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ZAGUÁN
ARENILLA
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¿Qué mira el ruso, qué el chino,
cuando elevan la mirada? Sobre
los techos de sus casas ¡ven su
bandera!
Así, el hombre que habita es-
tos territorios ¡mira su bandera!
Una franquicia que sirve para
colgársela al cuello a la hora del
fútbol, del tequila, de la pirotecnia
y del llamado luminoso de la pa-
tria.
El finlandés, el alemán y el
chileno miran ondear su bandera
y ese aleteo se les instala en el pe-
cho, en el lado izquierdo de su co-
razón.
La bandera es, así nos lo enseñaron en el patio de la escuela, la piel de
quienes anhelan un territorio. ¿Por qué no alguien nos enseñó que encima
de esos trapos están los cielos?
¿Qué miran los pájaros cuando miran hacia arriba? ¿Qué los alces,
los venados? ¿Qué los ríos, los valles, las piedras, el polvo, los hombres que
no tienen más patria que su corazón?
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Las cajitas de Molinari
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PATIO
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¡A! del blanco de la blusa, ¡A! del canela de tu piel,
¡Ah, de tus pechos y de tu mirada!
¡Hágase la oscuridad para hallar la A del alba!
La A de Alejandra, la del mar, la de la laguna y de
tu costado, acostada.
¡Ah, de tus labios, brizna de flama!
A de la hora en que tus amados buscan por de-
bajo de tu puente y se meten a tus aguas.
¡Ah, del amarillo de la pared, de tu cuerpo, de
tu alma!
La A en que te derramas cuando te das al aire
y al agua. La de tus amados cuando eres amada,
¡amada!
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Teléfono: 01-963-6326661
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www.universidadmnr.com.mx
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BALCONES
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Seres que vuelan hay muchos en la literatura
griega (dioses, fundamentalmente), en Skakes-
peare, en los clásicos; la literatura del siglo
XX y XXI decidió que esas fan-
tasías recurrentes de hombres
volando ya no eran vigentes;
sin embargo, y lo pienso a vuelaplu-
ma, están ―Un señor muy viejo con
unas alas enormes‖ y la ascensión de Reme-
dios, la Bella, en Cien años de soledad, de
García Márquez, y Mr. Vértigo, de Paul Aus-
ter. Habrá, por supuesto, varias más que no
conozco.
Que los hombres vuelen se volvió en
nuestros racionales siglos más bien asunto de
la literatura infantil y el cómic donde sí hay
muchísimos ejemplos.
En la cinta de dibujos animados Río
(2010, dirigida por Carlos Saldanha; entiendo que en portugués e inglés no lleva
acento: Rio; aquí, para ayudar a la ignorancia, decidieron conservar el puntito
en lugar de poner tilde) se cuenta la historia de Blue, un guacamayo azul que,
casi salido del cascarón, es llevado por traficantes de aves a EUA y adoptado por
una niña con quien vive hasta que ambos son adultos; por azares del destino, lle-
gan (ella viene por primera vez, él regresa) a Río de Janeiro.
El único inconveniente es que este último ejemplar de su especie no sabe vo-
lar. Sobre ello está centrada gran parte de la historia.
En un encuentro de escritores, hace años, conocí a Vicente Alfonso (ganó el Pre-
mio Nacional de Novela Policíaca IPAX, con su Partitura para mujer muerta y
tiene un buen puñado de historias reunidas en El síndrome de Esquilo), de To-
rreón, quien tenía mucho interés de venir a Tuxtla porque, me dijo, iba a entre-
vistar a los descendientes de un campesino famoso por sus rumbos: fue tan fuer-
te su sueño por volar que un día se agarró de la cola de un avión y sólo fue des-
cubierto, aterido y sin soltarse, cuando el aparato ya andaba por las nubes. No
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recuerdo muy bien, pero creo que después lo ayudaron a viajar y, tal vez, hasta a
tomar el control en algún vuelo. No recuerdo.
Vicente tiene un hermano gemelo, a quien no conozco, que escribió sobre este
hombre una muy divertida y muy bien planteada obra de teatro, que ganó el Pre-
mio Nacional de Obra de Teatro para Niños INBA 2007: El vuelo de Cliserio
(CONACULTA, 2008), donde, al margen de Cliserio Reyes, son entrañables el pa-
to Fender (dice a la novia de Cliserio, p. 63: ―eres insensible, ¡más cruel que Yoko
Ono! […] Tu corazón es un raspado de limón: amargo y bien frío‖) y López, un
viejo cacto con el que discute Cliserio (p. 24): ―Bueno, López, ¿y qué tiene de malo
querer volar? Al final, ¿no es cierto que nos trae a todos una cigüeña de París?
¿No nos llevan a todos las golondrinas, pues? Volando llegamos y volando nos va-
mos ¿qué no? ¿Por qué no volar en el intermedio?‖
Casi al final de la obra Cliserio (p. 68) ―va sujeto al fuselaje del avión‖, vue-
la.
El carnaval de Río (donde se resuelve el nudo central de la película) y el vuelo me
hicieron recordar Piezas de carnaval (Instituto Mexiquense de Cultura, 2005), de
Hans Sachs (1494-1576), poeta y zapatero alemán que escribió más de 80 piezas de
carnaval en las que criticaba las costumbres de su época.
En ―El bachiller en el paraíso‖ una mujer extraña a su primer marido, ya
muerto, puesto que, en comparación con el segundo, era muy generoso. Llega un
bachiller que dice haber andado por todo el mundo. Ella le pregunta por el paraí-
so y le pide, ya que dice conocerlo, que le cuente de su esposo muerto; él responde
(p. 102): “Dígame, al menos, cuál era su talla…/ qué ropas eligió para el deceso…”
Una vez que la mujer le da sus datos, el bachiller improvisa sobre cómo vive
el gordo en aquellos rumbos del cielo (p. 104): ―Allá también se paga la comida/ ¡y
el hombre, pobre, no tiene ni un quinto/ para comprar un pan y algo de tinto!‖
La mujer (p. 105): ―¿Podría hacerme un gran favor, llevarle/ algunas cosas
que quiero mandarle?‖ No es poco lo que envía (p. 106): ―¿Será bastante si le
mando un par/ de botas gruesas aún sin estrenar,/ cuatro camisas, cuatro pantalo-
nes,/ un abrigo de lana y tres calzones?/ Viene también su bolsa, su cuchillo/ y has-
ta algo de perfume y jaboncillo‖.
La mujer, cree, pues, que el engañoso bachiller puede volar.
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Ya asentados en Chiapas, en Crónicas I, en serio y en broma. Sucedió en Comitán
(Editorial Cáscara de los pensamientos, Chiapas, 2005), Fernán Pavía Farrera
cuenta una historia con título larguísimo: ―Muy especial y completo testimonio
donde se relatan las vicisitudes que le acontecieron a ‗Don Chico que vuela‘, du-
rante su muy utilísima existencia‖.
El niño, que luego será don Chico, es bautizado como Francisco Román y
Castellanos, y aunque hay párrafos que sólo son comprensibles para los chiapane-
cos (p. 54: ―se acudió a la leche fresca de burra, pues la de la vaca le producía en-
lechadura con voltura, cólicos y deposición, a tal grado que se le escaldó la entre-
pierna, el jonís y la redecita‖), se cuenta el día en que don Chico, sin testigos, voló.
Era el 28 de agosto de 1925 (p. 78): ―Alcanzó a ver chiquitos a su mujer y a sus
hijos, que estaban entretenidos con las gallinas en el traspatio de la casa […] Un
soplido de viento lo hizo inclinarse de ladito y desesperadamente arreció sus ale-
teos poniendo todas sus fuerzas, pero ya no alcanzó a elevarse más; la punta del
ala pegó contra las trancas del potrero y don Chico dio tremenda machincuepa,
pero alcanzó a meter los pies por delante y quedó sembrado entre el zacate agua-
chinado‖.
No voló más, nunca más.
Sin embargo, el texto emblemático sobre ―Don Chico que vuela‖ (así se llama
la breve ficción) es el escrito por Eraclio Zepeda en Andando el tiempo, su tercer
libro de cuentos (aunque mis citas corresponden a la antología De la marimba al
son y otros cuentos, Juan Pablos-Unicach, 2000).
En él se cuenta, en segunda persona, la historia de don Chico, quien viendo
lo montañoso de su pueblo (p. 74) ―dijo dándose un manotazo en las rodillas:
―—Si no es tanto lo encogido de estas tierras, sino lo arrugado. Montañas y
montañas acrecentando las distancias. Si a este estado lo plancharan le ganába-
mos a Chihuahua… ¡Y ya vuelto llano a caminar más rápido! Pero así como esta-
mos, sólo vueltos pájaros para volar quisiéramos‖.
Después de su acondicionamiento físico, sus pruebas, la fabricación de sus
alas, don Chico anuncia que va a volar. Se celebran las fiestas patrias y la gente ve
que en el campanario está ya el hombre a punto de emprender su hazaña. Alguien
toca la punta de su ala izquierda y le hace varias preguntas; la última cambia el
rumbo de los acontecimientos (p. 77):
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―—¿Al cielo llegará, don Chico?
―—Al cielo mismo.
―La cara de aquel que preguntaba se iluminó:
―—Por vida suya, don Chico, llévele al cielo este queso a mi mamá que se
murió con el antojo.‖
Aceptar el queso es el error clave de este personaje singular, pues entonces,
en procesión, el pueblo le lleva distintos encarguitos para sus muertos. El resulta-
do es previsible. Volar con tanto sobrepeso es imposible.
Sobre mujeres que vuelan sólo se me ocurre el difundido fragmentito del extenso
poema en prosa ―Espantapájaros (al alcance de todos)‖, de 1932, del poeta argen-
tino Oliverio Girondo (Obra completa, CNCA, 1999: 78). Se volvió famoso porque
lo repiten varias veces en la cinta El lado oscuro del corazón, de Eliseo Subiela,
1992, donde por cierto sale como actor el también poeta y narrador, también ya
desaparecido, como Girondo (los dos ya volaron), Mario Benedetti. En el texto no
habla de una mujer que específicamente vuele, pero se infiere que hay algunas que
lo hacen. Aquí va:
―No se me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o
como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importan-
cia igual a cero, al hecho de que amanezca con un aliento afrodisíaco o con un
aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría
el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! —y en esto soy
irreductible— no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no sa-
ben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!‖
***
Anduvimos toda una semana, gracias a la invitación amable y generosa de la Uni-
cach, en una gira de presentaciones de mi libro Los versos y la sangre, vida y obra
de Efraín Bartolomé. La organización fue impecable y tuvimos experiencias mara-
villosas con los públicos de Cintalapa (el presidente municipal, muy atento; Efraín
se reencuentra, emocionado, con una de sus maestras de primaria), Comitán
(breve y fraternal el discurso de Alejandro Molinari; loca y divertida la cena con
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Luz del Alba Velasco), San Cristóbal (qué gran audiencia,
cuánto respeto, cuánto cariño; animada cena con Sergio
Rodríguez, Jesús Morales Bermúdez y Miguel Lisbona) y
Tuxtla Chico (presidente municipal en el público, gente muy
amable y agradecida; cena divertida con Enrique Orozco,
su esposa y la recién conocida y amabilísima Martha
Vázquez Lacroix). Menciono la presencia de presidentes
municipales, porque es emblemático su desdén a todo lo que
huela a libros. Hay que mencionar las excepciones.
Volvemos a Tuxtla. En Tonalá, y a instancias de Rodrigo
Ramón Aquino, motor principal de nuestra visita a su pueblo, decidimos tomar
unas cervezas y conocer y comprobar si las botanas son tan buenas como le han
dicho a nuestro amigo tuxtlachiquense (no conozco el gentilicio de los oriundos de
Tuxtla Chico, sólo el que de broma le queda al pelo a Rodrigo: mini tuxtleco).
Entre otros nos acompaña el poeta Efraín Bartolomé, quien como siempre, in-
variablemente, va vestido de blanco; se detiene en la puerta de entrada, abre los
brazos y mira a lontananza. Rodrigo toma la foto para su archivo personal, y a
mí, por el contraste, se me ocurre el pie:
―El poeta blanco en El perro negro‖.
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CORREDORES
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PIEDRA DE TOQUE
Regreso
de
Rosario
Castellanos (VI de VII)
Ricardo Cuéllar Valencia
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TLATELOLCO EN LA PALABRA
DE R. CASTELLANOS
En su conferencia la investigadora
Andrea Reyes continúa destacando
que:
No se publicó ningún otro ensayo de
Castellanos durante todo el mes de
octubre, y no era claro cómo funcio-
naba la censura de los periódicos en
aquel entonces. Sin embargo, han sa-
lido indicios, como las palabras que
José Agustín citó de Julio Scherer en
Tragicomedia mexicana 1, en la víspe-
ra de la masacre:
La prensa recibió “línea” para justifi-
car la acción del gobierno y condenar
a los estudiantes “que habían dispara-
do contra los soldados”. “Aquella no-
che”, cuenta Julio Scherer, “en un te-
lefonema urgente me había advertido
el secretario de Gobernación que en
Tlatelolco caían sobre todo soldados y
a punto de colgar el teléfono había de-
jado en el aire la frase amenazadora:
„¿Queda claro, no?‟‖ (Tragicomedia
mexicana 1: la vida en México de
1940 a 1970 262)
Lo que quedó claro fue que la vi-
da política en México había empeora-
do definitivamente.
Cuando volvió a aparecer un edi-
torial de Castellanos en el Excélsior,
el 23 de noviembre del mismo año, fue
en torno a un tema literario, y sólo
mencionó en el primer párrafo los
―meses de congoja y sobresaltos en los
que hemos visto a la inteligencia en-
frentada contra la fuerza y paralizada
en sus funciones propias‖, pero no di-
jo más.
El artículo siguiente, del 14 de
diciembre, pareció explicar el comen-
tario tan limitado, porque confirmó
un ―acuerdo tácito‖ en México acerca
de quienes no sólo tenían el derecho
de no estar conformes con lo existen-
te, sino aun de hablar de tal inconfor-
midad, y ese ―acuerdo‖ llevaba tres
condiciones: ser mexicana de naci-
miento, creer que ―vivimos en el me-
jor de los mundos posibles‖, y no
haber recibido ninguna beca, porque
―de lo contrario sus palabras tienen el
amargo sabor de la ingratitud‖ (192).
Aunque no lo dijo, con ese criterio la
autora obviamente se descalificaba
para poder hablar (condiciones dos y
tres), y terminó el artículo: ―bastan
estas pocas reglas para que juguemos
el juego sin condenarnos, de antema-
no, a perder‖ (Las reglas del juego:
para poder hablar en México" 192) y
allí dejó de comentar. Fue evidente
que Julio Scherer y Excélsior estaban
obedeciendo ―la línea‖ que el secreta-
rio de Gobernación, Echeverría les
había indicado, y la autora estaba
aclarando las limitaciones que le im-
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ponían con este editorial.
Su indignación ante la falta de
información sobre los acontecimientos
del 2 de octubre se mostró claramente
el 4 de enero de 1969, cuando, en un
ensayo, solicitó en forma de carta a
los Reyes Magos, cambiar el tradicio-
nal regalo por la verdad:
Nadie entendió nada y es por eso que,
acompañando estas cuartillas con testi-
monios de buena conducta, me permito
solicitarles a ustedes una explicación:
¿Qué ha pasado aquí? ¿O es que aquí
no ha pasado nada? ¿Se puede llamar
democrático a un régimen en cuya
cúspide reina el misterio y en que la
verdad es patrimonio de unos cuantos
iniciados que cuando hablan es como
por enigmas? (Carta a los Reyes Ma-
gos: el rumor vence a la verdad" 213)
Castellanos no podía creer la ofusca-
ción, el rehusarse a nombrar los
hechos cometidos, explicar los eufe-
mismos de la demagogia, identificar
los verdaderos riesgos. Irónicamente,
la autora no dejó escapar ni a los Re-
yes Magos del clima de sospecha que
reinaba en el país:
Volvamos a nuestro punto inicial
de partida: México. ¿Que ignoran a lo
que me estoy refiriendo? No se atre-
van a repetir desacato tal porque yo
sería la primera en pedir para uste-
des, por más Reyes Magos que sean,
la aplicación del artículo 33 por ex-
tranjeros indeseables. (211)
La acusación de infiltración ex-
tranjera, nunca respaldada por nin-
guna evidencia, ― las pancartas de
los estudiantes sólo apoyaban a revo-
lucionarios de otros países en la lucha
contra el imperialismo ― seguía sien-
do el fantasma amenazante de los de-
magogos. La autora empleaba las úni-
cas herramientas que tenía: sus pala-
bras, la ironía, su insistencia en la im-
portancia del diálogo, para responder
al ultraje que había sacudido al pue-
blo mexicano. Los acontecimientos de
la noche de Tlatelolco dejaron una
profunda llaga en la conciencia de
México, y Rosario Castellanos fue uno
de los intelectuales que los afronta-
ron.
Después de Tlatelolco, en una colabo-
ración en 1969 con otros seis pensado-
res mexicanos, la autora definió deta-
lladamente y reafirmó su ―ética
humanista‖ en contraste con ―la co-
rrupción intelectual‖. Declaró que el
pueblo requería ―el bienestar, la cul-
tura, la paz, el autogobierno, el pro-
greso‖, y que estas metas exigían: va-
rios puntos fundamentales: el culto de
la verdad, [. . .] el rechazo de la false-
dad y el autoengaño, en primer térmi-
no. La independencia de juicio, o sea el
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medios de comunicación engendraron
la denuncia.
Su preocupación por la demago-
gia y el patrioterismo continuó en
otras circunstancias. Julio Scherer re-
cordó que el día en que se inaugura-
ron los Juegos Olímpicos, el 12 de oc-
tubre de 1968, apenas diez días des-
pués de la matanza en Tlatelolco,
―por toda la ciudad, grupos de jóve-
nes tocan cláxones y se entregan a la
práctica exorcista de repetir sin
término el nombre del país: ‗¡¡MÉ-XI
-CO!! ¡¡MÉ-XI-CO!! ¡¡MÉ-XI-
CO!!‘‖ (Parte de guerra: Tlatelolco
1968 242) En 1970, en correlación con
la presencia de la Copa Mundial en
México, el coro se repitió y apareció
en las bardas, las mantas y los gritos
populares. Esto provocó una pregunta
en la mente de Castellanos, por ser
―un fenómeno de contagio, no de
comprensión‖, y quería que alguien le
contestara ―diciéndome con claridad
qué es México‖ (México, México: con-
tagio, no comprensión" 496). Dijo que
el hecho de que sea el lugar que la vio
nacer no era suficiente para otorgarle
tanta importancia:
No, seamos más rigurosos. ¿México es
la historia hecha por nuestros antepa-
sados y heredada y enriquecida por no-
sotros para nuestros hijos? Entonces
¿por qué cuando se investiga esa histo-
hábito de convencerse por sí mismo
con pruebas y de no someterse a la au-
toridad. Para ello es indispensable po-
seer coraje intelectual, amor por la li-
bertad y sentido de la justicia. (La co-
rrupción intelectual 202)
Tales son los principios que ella
defendía en sus críticas al gobierno.
En noviembre de 1970, dos años
después de la masacre, Castellanos se
refirió a las condiciones que al fin le
permitían hablar directamente de
Tlatelolco, porque el Presidente Díaz
Ordaz había hablado de los sucesos
recientemente, y aun así señaló la in-
suficiente información de la ―conjura
internacional‖ supuestamente culpa-
ble y la falta de pruebas. Resumió que
―tenemos que dar asentimiento a estas
explicaciones‖ porque ―no tenemos
acceso‖ a la verdad (Castellanos, Ro-
sario, "La amnistía: necesidad de es-
tar seguros y tranquilos" 605-6 /d).
En el mismo artículo, Castella-
nos respaldó el reclamo por la amnis-
tía para los muchos encarcelados des-
de la noche de Tlatelolco. Afirmó que
―No, ninguno de nosotros ni dentro ni
fuera de la Universidad, estará tran-
quilo mientras no estemos convenci-
dos de que en el caso de los maestros y
estudiantes presos se ha hecho justi-
cia‖ (606). Las acciones del gobierno
el 2 de octubre y la complicidad de los
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ria no se trata de llegar a la verdad si-
no de dar pábulo a las pasiones que
nos dividen, que nos enfrentan en ban-
dos inconciliables, que nos mantienen
en un estado de ignorancia que llena-
mos con mitos y frases célebres que
pronunció un héroe al que no hay que
acercarse mucho si no se quiere descu-
brir que es de petate?
Estaba en desacuerdo con la demago-
gia del gobierno, especialmente la fal-
sedad sobre los ultrajes tan reciente-
mente cometidos contra sus propios
ciudadanos. Veía claramente que el
dejarse ir con los lemas de la multi-
tud, en particular el patrioterismo,
era un camino falso y dañino:
―Porque eso de repetir las sílabas de
un nombre sin saber a lo que se está
aludiendo me parece, por lo pronto,
absurdo. Y después, pero no mucho
después, peligroso‖ (497). Podría ser
que el hecho de haber estado en Euro-
pa pocos años después de la Segunda
Guerra Mundial (1950-1952), de
haber visto con sus propios ojos los
restos del daño hecho a sus ciudades,
de haber oído del nacionalismo y la
demagogia de los nazis por un lado y
la resistencia por el otro, hubiera in-
fluido en su concepción del mal que
podía fomentar el nacionalismo. La
autora escribió varios ensayos sobre
el peligro que representaba el nacio-
nalismo ciego, y señaló un editorial de
Salvador Elizondo acerca de los exce-
sos cuando se daba rienda suelta al
nacionalismo. Resumió que, como
otros instintos, el nacionalismo pre-
tendía tener un origen lícito, pero, ―a
semejanza de todos los otros instintos
a los que no ilumina la inteligencia, se
equivoca‖ (Nacionalismo y tolerancia:
prudencia hoy, victoria mañana" 88).
Y era necesario iluminar todo con la
inteligencia.
La ceguera del patrioterismo era
peligrosa para otra gran tradición
mexicana de tolerancia y apertura a
los exiliados de países de habla hispa-
na. La aportación valiosa de los exi-
liados al mundo cultural de México, y
el hecho histórico de haberlos recibi-
do con los brazos abiertos en el país
eran un gran orgullo para Castella-
nos. Años después en una ocasión en
que se encontraba lejos de México, ya
embajadora en Israel, y vio llegar a
una delegación de jóvenes mexicanos
del Club Deportivo Israelita de Méxi-
co, la autora corroboró su profunda
esperanza en la humanidad:
Sanos, confiados, felices. Mirándolos
a todos, escuchándolos hablar yo sentí
un secreto orgullo: el de que mi país
sepa ser también la patria de quienes
se han acogido a su hospitalidad y han
continuado su linaje en nuestro territo-
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rio. El de que quien se establece entre
nosotros no padece la “extrañeza” de
ser un extraño entre quienes se sienten
iguales. Y deseé fervientemente que
cada vez más nos empeñemos en bo-
rrar las diferencias de los que algunos,
después de Hitler, todavía se atreven a
llamar la raza; o la religión o la lengua
o las costumbres para que sólo preva-
lezca un sentimiento fraterno de soli-
daridad. El espíritu internacionalista
infundió en su obra el reconocimiento
del valor innegable de todo ser huma-
no.
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Mientras en las butacas se es-
cucha un rumor como de ola
trasnochada, una voz anuncia
―Primera llamada, primera
llamada‖.
Los espectadores espe-
ran, sentados, con movimien-
tos ligeros en pies y manos
que juegan a entumirse.
Nadie sabe qué tiempo
habrá entre la primera lla-
mada y la tercera. En Co-
mitán la gente acostumbra
llegar tarde a los espectáculos
(costumbre nefasta); por lo
tanto, las llamadas se espa-
cian hasta que el organizador
supone ya no llegarán más es-
pectadores.
Mientras los espectado-
res se acomodan en las sillas
y se apoyan en las coderas para reacomodar las nalgas, en los camerinos
y en el escenario -que permanece oculto detrás del telón– existe un escán-
dalo de enjambre. Todo mundo grita, se cambia de vestido, se pinta el
rostro, mueve los brazos y las piernas, medita en medio del bullicio, cie-
rra los ojos y dedica la actuación a la persona amada, pide la bendición
divina, hace buches con un poco de tequila para domeñar los nervios.
Son dos polos opuestos que ocurren en el mismo instante, lo único que
hace de puente es la incertidumbre. Los espectadores esperan un deslum-
bre y los actores desean deslumbrar, pero mientras tanto el único des-
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Comitán, ciudad que habla de vos
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lumbre es el de los focos vela-
dores que dan paso a los came-
rinos. Pronto se iluminará la
escena y todos los reflectores
estarán dirigidos sobre las per-
sonas que actuarán.
Se ha dicho hasta la sacie-
dad cómo un actor aparece
detrás de una máscara. El ac-
tor se inviste con una persona-
lidad que no le corresponde,
que no es la de todos los días.
El actor, como si se tratase de
un traje, avienta su carácter y
retoma otro. ¡Cuántos actores
brillantes no son tímidos y
apocados en la vida real! Es
pues, en este momento que
precede al inicio del espectácu-
lo, cuando el actor termina de
cubrirse con una personalidad
prestada. ¿En dónde se encuentra ese hilo que permite el prodigio? Más
que en los camerinos y en los ensayos previos, el prodigio está enredado
en el escenario. Cuando una voz en ―off‖ anuncia: ―¡Segunda llamada,
segunda llamada!‖ el prodigio está a punto de aparecer. En ese instante,
los espectadores dejan los vasos de café en el lobby y entran a la sala dis-
puestos a presenciar el espectáculo. Los actores terminan de maquillarse,
las mujeres se arreglan el sostén, se ven al espejo, se acomodan el vestido
y el principiante vuelve a hacer otra gárgara de tequila. En medio de la
bulla hay una niebla que enmohece las gargantas secas.
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Los grandes y experimenta-
dos actores de todo el mundo re-
conocen que antes de subir a es-
cena los domina una especie de
nervio ante la incertidumbre.
Este nervio lo produce el temor
de no hallar a tiempo el hilo que
produce el prodigio de
¡convertirse en otro!
En la sala hay movimiento,
los espectadores se acomodan en
sus asientos; los actores también
se acomodan en sus asientos, se
colocan el cinturón de seguridad
(según ellos) y se disponen a em-
prender el viaje más intenso que
jamás ha realizado el hombre.
La magia de la escena está a
punto de ¡aparecer!
Las manos sudan, los rostros
tienen una certeza que se oculta
debajo de sonrisas fingidas. Una serpiente helada se regodea en la colum-
na vertebral de cada actor. Son un grupo, pero cada uno está más solo
que nunca. Alguien está sentado en una esquina del escenario, tiene el
rostro oculto entre las manos. Es el ritual previo. Lo que tanto tiempo re-
quirió para ensayo, ahora se ha disuelto. No hay pasado, todo es presen-
te, este momento en que las luces están a punto de deslumbrar. Un em-
pleado del teatro se coloca al lado del telón y coloca las manos en las
cuerdas que accionan el sistema de poleas. Se escucha: ―¡Tercera llama-
da, tercera llamada. Comenzamos!‖.
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Estamos llenos de cultura.
¿Cuándo venís a
Comitán a
llenarte de luz?
Consejo Ciudadano de Cultura Municipal
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Honorable Ayuntamiento
de Comitán
y
Universidad
Mariano N. Ruiz
¿Te gusta escribir? El Centro Comiteco de Creación Literaria es
¡para vos! Ser parte del Centro no tiene algún costo económico. Lo
auspicia el Honorable Ayuntamiento de Comitán 2011-2012.
Sesionamos los miércoles en la sede del Centro, frente al Santuario del
Niñito Fundador.
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Felipe Arizmendi Esquivel, Obispo de la Diócesis de San Cristóbal de Las Casas,
visitó las instalaciones del Colegio Mariano N. Ruiz e impartió una conferencia
acerca de valores espirituales al personal docente de dicha institución.
La visita pastoral la realizó el martes 28 de junio.
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CRÓNICAS DE ADOBE
Hugo Humberto Morales Zúñiga, médico sexólogo y candidato al Doctorado en
Educación, asistió al programa del martes 28 de junio, para tratar el tema:
―Diversas expresiones sexuales de Comitán‖, ahí salieron a bailar ―Los Enagüitas‖,
grupo de travestidos de los años sesentas. Esos hombres vestidos de mujeres se
dedicaban a delinquir. A los chiquitíos se les decía, en las casas, que eran
―Robachicos‖.
En la fotografía: Genaro Aguilar, Daniela Rodríguez Campo y Hugo.
Dany pronto viajará a Puebla para estudiar la carrera de periodismo.
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Todos los martes, de tres a cuatro de la tarde: www.imer.gob.mx
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Exitosa Carrera
de
San Juan - 2011.
Participación de
corredores
internacionales y
mexicanos.
Domingo 26 de junio de 2011.
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Fotografías: Fernando Molinari
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Marvey Altuzar Figueroa, durante muchos
años laboró como Directora de la Radio
―Brisas de Montebello‖.
El pasado 28 de junio se
despidió del auditorio. Ella radicará en la
ciudad de México. El Consejo de Redacción de
DIEZ le desea lo mejor de la vida.
Llueve, llueve mucho. Así lo dicen los meteorólogos y así lo presiente el
cuerpo. Los patios de las casas están húmedos y las gallinas tienen las plu-
mas mojadas. Casi no hay viento, es raro, los árboles están llenos de go-
tas, porque no hay viento que les tire el agua. Este es un tiempo de agua,
lo advertimos en el moho que crece sobre los objetos. Por esto, pregunto:
¿también las palabras se enmohecen, se enmohecen las voces de mi pue-
blo? Yo no sé si al igual que en los huesos de los ancianos, las voces tam-
bién tienen dolor cuando es tiempo de lluvia; yo no sé si al igual que en los
campos, en las voces brotan hongos en esta temporada. Advierto, a lo le-
jos, que en la radio Brisas de Montebello también hay un aire de hume-
dad, el mismo que cubre a los pinos y a los tanates llenos de orquídeas.
Advierto, a lo lejos, que Marbey orquídea tiene, también, húmedo el co-
razón. ¿Será que el agua nos llega por contagio, por ósmosis, por genera-
ción espontánea?
Llueve, llueve mucho. No sé si los pájaros pueden volar en medio de
la lluvia. Lo único que sé es que las aves buscan resguardo debajo de una
cornisa o de un tejabán, pero ¿las orquídeas? Los expertos aseguran que
estas plantas son epífitas porque crecen al amparo de otras plantas. Mar-
vey orquídea ha contravenido esta sentencia, ella ha crecido no al amparo
de otros, ¡ha crecido para dar amparo! Por esto, cuando llueve, ella se ex-
pone al agua y al viento. ¿Qué sucede con Marvey Sol cuando se humede-
ce? ¿El agua resiste el prodigio de la flama? Marvey orquídea, Marvey
Sol, Marvey viento, Marvey lluvia, Marvey palabra, te pregunto, así ―al
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aire‖, la humedad de tu corazón ¿seguirá bendiciendo nuestros campos?
Llueve, llueve mucho. El viento no corre. Las gallinas están ocultas
debajo de un árbol que chorrea agua. ¡Ah, cómo se desgaja el agua de las
frondas de los árboles y de los techos de las casas ! Tal vez por esto, tam-
bién, nuestros rostros y nuestras manos y nuestros corazones tienen nos-
talgia de agua. Somos como pájaros en busca de resguardo. Nuestro ale-
teo es débil, la lluvia es una piedra dura de cargar.
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Platicá conmigo
ahora, porque en el
82
ya no estaré.
Alejandra