Download - Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera
PROLOGO
as memorables imágenes que traen el recuerdo de nuestra
vida, son el mágico postigo “abierto al pasado”, por donde
se escurren los sueños del mismo, anunciando hechos que
creíamos perdidos. Cada imagen nos sale al paso para hablarnos
con la eterna novedad de su ancianidad, mientras nos invade un
extraño sentimiento de respeto por lo que cada una representa,
como testimonio de la actividad espiritual de las generaciones
que se fueron.
¡Qué mundo de evocaciones nos sugiere cada relato! Es
fascinante poder sentirnos en mitad de historias leídas y
moldear la atmósfera en que se desarrollan. Los relatos aquí se
van desarrollando según los recuerdos que se despiertan; por
esto no siguen un orden determinado, tampoco sugieren
recuerdos novelados, y sólo en uno de ellos se hace referencia a
la génesis familiar.
El propósito que me ha guiado es el de resaltar aquellos
sucesos, que de alguna manera han permanecido en la memoria
a través del tiempo, que es el que puede dibujar la vida de una
persona que desea que la recuerden. He tratado que estos relatos
no sean aburridos y que cada uno de ellos deje alguna
experiencia para quien lo lea, o lo divierta aunque sea un
momento, recordando sus propias vivencias.
Debo pedir perdón por el estilo de la narración, que nunca fue
mi fuerte; pero lo que sí puedo afirmar es que me ha guiado en
estos escritos el ser yo mismo en lo posible.
Por último debo agradecer a mi señora por la crítica certera, a
mis hijos por permitirme poner aquí algo de sus pensamientos y
a María de los Angeles por su paciencia de pasar los escritos en
la P.C.
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L
... Me sorprendió tu nueva mirada al pasado. Me refiero a tu interés en poner por escrito algunos episodios de tu vida. No es extraña tu manera de ordenar esos hechos pertenecientes a tu épica más íntima. Creo que todos con el tiempo vamos ordenando lo vivido en una forma narrativa, acercándonos al pasado como buscando descubrir un propósito, una suerte de hilo conductor que en tu caso permitiría unir las calles de Villa Iris en 1928 con las tardes del verano del 2002 en Tolosa. Y desde ya que los episodios elegidos suponen descubrir los infinitos momentos que nuestra memoria no ha guardado, los que forman ahora parte del olvido. De modo que el relato de nuestra propia vida resulta necesariamente una operación literaria de rescate selectivo, tendiente a garantizar como balance la presencia de cierto orden, de cierta voluntad subyacente que habría determinado en cada encrucijada los pasos a seguir. Y aquí se abre a mi juicio otra posibilidad encerrada en esta pregunta: ¿Dónde quedan los días olvidados, los que alguna vez fueron nuestros? ¿Hacia dónde partieron las mañanas lluviosas de todos los otoños que tuvieron a Ricardo Ortiz como testigo?
Mauricio
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GENESIS
odos alguna vez nos hemos preguntado: - ¿Cuál ha sido mi
origen? ¿Cuáles fueron mis ancestros? ¿Dónde vivieron?
¿Cómo se desarrollaron los acontecimientos a lo largo de los
años, para que hoy yo sea lo que soy? -.
Esta preocupación ha llevado a algunos mucho tiempo, dinero y
viajes, o bien han contratado compañías especialistas, que se
dedican a estas tareas. Actualmente por medio de Internet
muchas personas buscan su origen, y algunas consiguen entrar
profundamente en ese árbol genealógico que todos tenemos,
hasta el homo sapiens. Yo no pretendo tanto, sólo quiero
conocer los primeros metros del fratal genealógico que nos ha
tocado.
Hace unos años tuve la suerte de conocer a uno escritor
platense, el señor Luis Horacio Velázquez, cuando yo buscaba
datos de mi origen. Al tener conocimiento de que él era el autor
del libro “Vida de un Héroe”, donde se refería a la vida del
Brigadier General Juan Esteban Pedernera, uno de mis
apellidos; me puse en contacto con él, que tuvo la bondad de
visitarme en mi domicilio y desde entonces somos amigos.
Me contaba Horacio que cuando él era joven y trabajaba en
tribunales, fue a una casa en La Plata, a llevar una cédula a un
señor que tenía un gran cuadro de un militar en su living, cuya
pintura lo cautivó y quiso saber algo del hombre retratado. El
dueño de casa, que era admirador del General, le contó algunas
hazañas de Pedernera. Así empezó su curiosidad por este
militar y dedicó mucho tiempo para escribir su libro.
Es posible, aunque no con certeza, que el matrimonio con que
se inicia el relato de Velázquez, fuese el origen de la familia
Ortiz-Pedernera; ya que estos nacieron en San Luis, lugar
donde se supone que se radicó definitivamente el matrimonio
peninsular, al que se hace referencia en el libro citado.
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T
Expresa en su libro Velázquez: ...“En un rincón de España,
donde confluyen los ríos Pisuerga y Esgueva; vive sus glorias
seculares la ciudad de Valladolid”...
En ella existe una biblioteca de provincia, custodiada
religiosamente por la Universidad, en mérito a los curiosos
documentos que atesora y la pretérito de su fundación, que se
extravía en la penumbra de la Edad Media, pues se remonta
más allá del año 1260.
En los vetustos anaqueles, entre añejos legajos, se conserva un
infolio muy singular; manuscrito en fuertes hojas de pergamino,
cuyas tapas de historiadas letras góticas, con mayúsculas
miniadas, dejan leer: “Libro de caballeros que emigran a
América”. No se han borrado aún los rasgos que hablan de
misioneros y conquistadores.
El investigador curioseando los folios polvorientos, al llegar
justamente a la página 142, podrá sin duda enterarse de cómo
un valiente hidalgo de treinta y cuatro años, oriundo de Castilla
la Vieja; buscaba en la aventura un nuevo curso a sus días,
hasta entonces sosegados, de la vida peninsular. Después de
cumplir un retiro espiritual que duró tres días y luego de recibir
los santos sacramentos, obteniendo los permisos del caso y los
documentos de limpieza de sangre y honradez; transfiere sus
bienes a su hermano mayor, se desposa con una mujer
vallesoletana y juntos parten rumbo a América, a su viaje de
odisea y peligro, el que se inicia aquel 26 de Agosto del lejano
1644.
Este castellano llamábase Juan Cruz Pedernera, su esposa María
del Carmen Ortiz. De ellos jamás se obtuvieron otras
novedades. Al pie de la página del infolio, con tinta y una
anotación, nos hace saber: ...“Han pasado cinco años y meses,
sin recibir comunicación alguna de Juan Cruz Pedernera y de su
mujer. Se teme que hayan sido muertos por los indios que,
según noticias, son feroces en esas tierras. Sólo se ha sabido
que el barco que los conducía llegó felizmente a Santa María de
los Buenos Aires”...
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Siguiendo ahora el relato de Velázquez, parece ser cierto que el
matrimonio peninsular se afincara en la provincia de San Luis,
en las cercanías de la localidad hoy llamada “El Morro”. Desde
allí se irradiaría el apellido Pedernera a gran parte de la
provincia de San Luis.
Sin duda alguna, el General Juan Esteban Pedernera fue parte
de esa extensión. No se puede negar que este apellido pertenece
a San Luis; esto lo confirma el importante departamento que
lleva hoy su nombre.
Es muy posible que mi bisabuelo Pedernera perteneciera a la
rama genealógica del General. De ahí llegamos a mi abuelo
Juan Pedernera, quien se casó con Romualda Garro;
matrimonio que da lugar al nacimiento de mis tíos: Manuel,
Baltasar, Juan, Ramona, Griselda y Elisa, que era mi madre.
En particular Don Juan Pedernera, abuelo por parte de mi
madre, fue el dueño de las tierras que se llaman “Ensenada del
Carmen” y “Los Comederos”; que se extienden desde la
cumbre de la sierra de San Luis, hasta el valle que conforma
con las sierras “El Gigante”, que están más al oeste. Estos
campos se encuentran en el Departamento Pedernera, a treinta
kilómetros de la ciudad de San Luis, al norte; y son fáciles de
ubicar, pues se distingue en ellos a simple vista, una gran
mancha roja sobre la falda de la sierra, que recibe el nombre de
“Tierra Colorada”; que no es otra cosa que un yacimiento de
arcilla que allí existe.
Así se establecieron mis abuelos maternos, en los campos de mi
bisabuelo, alrededor del año 1875.
Sobre el apellido de mi padre, es poco lo que puedo decir. No
he podido conseguir noticias de sus antepasados. Sólo puedo
decir que el apellido Ortiz es muy común en San Luis, pues hay
muchos que lo tienen; pero si existe algún parentesco debe ser
muy lejano. Mi padre fue hijo único del matrimonio de mi
abuela Bernardina Orozco y de mi abuelo Laureano Ortiz; nació
en un campo cercano al Río Quinto, en San Luis.
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Mi abuelo paterno muere cuando mi padre era muy joven, y mi
abuela al poco tiempo contrae matrimonio con un vecino del
lugar, llamado Javier Miranda, que era viudo también, el cual
tenía hijos de su matrimonio anterior, llamados: Tomás,
Francisca, Florencio, Calistra y Aniceta. Más tarde, mi abuela
con Miranda tiene otros hijos, que resultan ser hermanos de mi
padre por parte de madre, ellos son: María, Angela, Eduarda y
los mellizos Javier y Toribio.
El 15 de Agosto de 1914, se casa mi padre con Elisa Pedernera.
En ese entonces él trabajaba como abastecedor de carne en el
mercado de la ciudad de San Luis. Al poco tiempo quiere
probar fortuna en los ferrocarriles, que tenían un buen
desarrollo y el pago era bueno. Así fue como trabajó en el
ferrocarril Pacífico, en la construcción del ramal Bahía Blanca-
Huinca Renancó, estableciéndose en Villa Iris en el año 1917,
para trabajar en el ferrocarril Bahía Blanca Noroeste.
El matrimonio Ortiz Pedernera tuvo cinco hijos, sobreviviendo
solamente Ricardo, que nació en Villa Iris, el 23 de Julio del
año1919; época en que la mortalidad infantil era muy
importante y significativa. Todos mis hermanos murieron al
nacer, con la única excepción de Ramón, que falleció a los dos
años.
Para ubicarnos en el tiempo, diremos que Ricardo nació al
terminar la primera guerra mundial; año que se recuerda en
nuestro país por los hechos ocurridos en Buenos Aires,
denominados “La Semana Trágica”. También en este año viene
a nuestro país, como embajador de México, el poeta Amado
Nervo; y como otro hecho sobresaliente, en ese mismo año, se
establece por primera vez el correo aéreo con Chile. Además
tiene lugar el primer vuelo sin escala entre América y Europa,
realizado por los pilotos Alcock y Brown.
Mis primeros años transcurren en Villa Iris. Este pueblo nace
con el ferrocarril Bahía Blanca Noroeste, concentrándose en él
la producción agrícola y ganadera de la región; el mismo se
encuentra situado a 110 km al suroeste de Bahía Blanca, justo
en el límite con La Pampa.
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En 1928, la familia se traslada a Hucal, un pueblo creado
exclusivamente para ferroviarios, ubicado en un pozo, entre
médanos y colinas de La Pampa. Allí el niño Ricardo terminó
de crecer.
Al pasar los años, Ricardo también hizo su aporte a la
ramificación de este árbol genealógico, aumentándolo con sus
dos hijos Mauricio y Marcelo, los cuales han continuado
enriqueciéndolo con los nietos y bisnietos. Esperamos que este
árbol se multiplique y sigan creciendo sus ramas...
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LA PRIMERA ESCUELA
os primeros años de mi vida transcurrieron en un pueblo de
la provincia de Buenos Aires, situado al noroeste de Bahía
Blanca, a 110 km, que se llama Villa Iris y está a sólo una legua
del límite con la provincia de La Pampa. Estos primeros años
comprenden el período desde mi nacimiento, en 1919, hasta
aproximadamente el año 1926. Mi apellido es Ortiz-Pedernera y
su génesis proviene de España, pero este tema lo desarrollaré en
otro relato.
Es bueno situar en la historia los acontecimientos ocurridos en
el año 1919. Había finalizado recién la primera guerra mundial,
no obstante todavía quedaban la pesada carga del odio que aún
no se había apagado, tan fue así, que el premio Nobel de la Paz
se declaró desierto. También se conoce ese año en nuestro país
por los incidentes sociales que se llamaron genéricamente la
“semana trágica de Enero”. No puedo con mi genio de poner
una referencia aeronáutica; ese año también, el Teniente
Locatelli cumple el raid de unir las capitales de Chile y la
Argentina.
Según me contaron mis padres, mi nacimiento ocurrió el día 23
de Julio a las 3 de la mañana; mi madre fue atendida por el
único médico que tenía el pueblo, cuyo nombre era Ricardo,
razón por la cual me pusieron ese nombre, pues si hubieran
usado el nombre de santo que correspondía al día de
nacimiento, como se acostumbraba en esa época, éste hubiera
sido Apolinario, lo cual en el futuro no me hubiese hecho
ninguna gracia. Mi padre estaba ansioso por tener un hijo, ya
que poca suerte tuvo con los anteriores, Manuel y José, quienes
murieron antes de mi nacimiento. En esa época la muerte
infantil era muy común, por las condiciones sanitarias y por
falta de la medicina científica, que hoy tenemos a nuestra
disposición; era esa la razón de las familias numerosas, que a la
postre se veía diezmada por epidemias y las enfermedades
comunes de la infancia, la tasa de natalidad en la Argentina
para ese entonces era de 32 por mil.
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Así mis padres tuvieron después de mi nacimiento, dos hijos
mellizos que murieron al poco de nacer, por lo cual resulté el
hijo único de la familia, no por eso me salvé de contraer todas
las enfermedades de ese tiempo, pero por suerte conseguí pasar
los exámenes.
Volviendo a la noche de mi nacimiento; mi padre regresaba esa
madrugada en un tren carguero desde Hucal y tuvo el primer
aviso al ver luz en su casa, que desde la locomotora divisaba
con comodidad, pues el pueblo era pequeño, formado por casas
bajas.
En esa ocasión, y a pesar de que él pertenecía al personal
estable del galpón de máquinas de Villa Iris, a veces cuando era
necesario realizaba las funciones de “pasa leña” en algunos
trenes locales, y de esa manera fue que, parado sobre la carga
de leña en el tender de la locomotora que entraba al pueblo,
pudo tener la certeza de que había nacido su hijo tan esperado.
Los primeros recuerdos que vienen a mi mente pertenecen a lo
acontecido durante los 4 ó 5 años iniciales de mi vida, donde mi
padre me enseñaba las primeras letras, lo que me permitió
poder leer a esa edad los titulares del diario “La Prensa”.
Mi padre no tuvo mayormente escuela, pero tenía muy claro el
concepto de la educación como un aporte indispensable del
hombre para desarrollarse en la vida, fue así como tuvo gran
influencia en la educación de sus hermanos, y sobre todo en la
hermana menor (Por parte de madre, ya que él era hijo único
del primer matrimonio de mi abuela) de nombre Eduarda, que
la apoyó hasta que fue maestra y luego le consiguió trabajo en
Villa Iris.
Es así como puso todo su empeño para que su hijo fuese a la
escuela lo antes posible, mientras tanto le enseñaba lo mucho o
poco que sabía, de manera que cuando ingresé a la escuela
primaria yo sabía leer, escribir y contar más allá de 100 a los
seis años.
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De aquellos años quiero destacar dos aspectos que ponen en
relieve esta regresión estática de mi vida, relacionados con mi
primera escuela. Uno de ellos ocurrió al ingreso de la misma,
que de alguna manera señaló mi comportamiento futuro del
aprendizaje de las ciencias.
A los primeros días de mi ingreso a la escuela, que ocupaba la
esquina próxima a mi casa, la maestra quiso diferenciar a los
alumnos dentro del aula por los conocimientos que traían de sus
hogares; para lo cual dividió al salón a lo largo en dos zonas, a
la izquierda los que no sabían contar y a la derecha los que
sabían contar hasta diez; los de la izquierda representarían al
primer grado y los de la derecha al primer grado superior; para
esto hizo parar a cada alumno para responder a la pregunta si
sabía contar, y si así respondía, le pedía para certificar su
conocimiento, que contara hasta diez.
A los que contaron bien los hacía sentarse en el lado derecho
(Yo estaba sentado en el izquierdo), cuando me tocó mi turno
empecé a contar en voz alta, pero para demostrar que sabía más
de diez, cuando llegué a ese número seguí contando, y sólo paré
de hacerlo cuando la maestra disgustada dijo: -¡Basta!- varias
veces, y para demostrar su enojo me dijo: -¡Quédese sentado en
su banco!-. De esta manera me condenaba a estar entre los que
no sabían contar, sin embargo como me asistía el derecho de
saber contar por lo menos hasta diez, cuando la maestra no se
dio cuenta, ocupé un banco de la derecha y de esa manera logré
mi primera promoción educativa.
En primer grado superior me destaqué por los conocimientos
que me había dado mi padre y por lo gritón, pues por cualquier
inconveniente saltaba con el grito: -¡Señorita, señorita!- y este
proceder ponía tan mal a la maestra, que terminaba de plantón
en un rincón del aula o demorado después de clase. El segundo
aspecto que recuerdo es el que señala la preocupación,
dedicación y responsabilidad del cuerpo docente de esa época,
en cuya escuela, alejada de todo centro cultural, trataban se
suplir su ausencia con su imaginación, a fin de orientar al
alumno en el conocimiento de lo que ocurría fuera del ámbito
pueblerino.
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Así fue como, con el conocimiento de la Directora, imaginaron
todas las alternativas de un viaje virtual a la ciudad de Buenos
Aires con la participación de todos los alumnos.
Cada maestra en su aula, y eligiendo el pizarrón como tela de
un gran cuadro, dibujaba aspectos de la ciudad elegida, es
interesante destacar la maestría que demostraban al reproducir
con tizas de color todos los elementos que intervienen en un
viaje, para luego hablar sobre ellos. Debemos recordar que en
ese tiempo las escuelas no contaban con material didáctico, y
hasta los mapas se dibujaban en el pizarrón.
Se puso el plan en ejecución, solicitando el permiso de los
padres para que pudieran viajar los chicos, esto revolucionó al
pueblo, pues muchos creyeron que era verdad lo del viaje. De
esta manera también participaron los padres en este seudo viaje
y le permitió a las maestras tratar temas que iban desde la ropa
que debían llevar, hasta cómo comportarse en el tren y en todo
el transporte de la ciudad, la visita a los museos y lugares de
esparcimiento; todo esto con la historia de los pueblos que iban
pasando durante el viaje. Por un tiempo largo no había otro
tema en la escuela. No hay duda de que los alumnos
aprendieron mucho y que valió el engaño.
Claro, que en un momento hubo que confesar que el viaje no se
hacía y los motivos dados, ahora no los recuerdo, pero sí todos
quedaron satisfechos, la imaginación voló en cada niño; la idea
había resultado excelente...
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HUCAL UN PUEBLO FERROVIARIO
n 1927 fuimos a vivir a Hucal, este lugar era un “Centro
Ferroviario” como el que existía en Toay, con la diferencia
que éste último estaba dentro de un pueblo, que si bien gran
parte lo formaban los ferroviarios, no por eso dejaba de tener
vida propia, lo cual no ocurría en Hucal. Este era un pueblo
exclusivamente de ferroviarios y se intercalaba entre dos
cabeceras: una norte Toay y la otra al sur, llamada Maldonado
(Bahía Blanca), esta última no solo comandaba los talleres de
los “Centros”, sino también que regulaba el tránsito ferroviario
tanto de pasajeros, como la carga de cereales y animales en pie
dentro de toda esa región pampeana.
El grueso de la producción era el trigo y animales vacunos que
producía esa zona con grandes rendimientos; basta recordar que
por muchos años, un pueblo cercano llamado Alpachiri, por el
año 14, había logrado el record de la cosecha nacional. Tan
importante como el trigo era el transporte de hacienda, que en
su gran mayoría se enviaba para los frigoríficos de Bahía
Blanca (Cuatreros).
Este apoyo logístico para el movimiento de trenes, cerealeros
en su mayoría, permitían asegurar el flujo de cargas, sin
mayores inconvenientes, sobre todo para la época de cosechas,
hacia el puerto marítimo mas cercano y de gran tráfico, que
representaba la salida para las exportaciones a Europa, me
refiero al puerto de Ingeniero White (Bahía Blanca).
Por esta razón Hucal, que se encontraba más o menos en el
punto centro entre Santa Rosa (Toay ) y Bahía Blanca
representaba, desde el punto de vista ferroviario, un lugar
importante de apoyo para asegurar que los cereales y el traslado
de hacienda estuviera perfectamente asegurado.
La organización ferroviaria de esa época contemplaba dos
grandes sectores: “Tráfico” y “Tracción”.
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E
El tráfico gobernaba el movimiento de los trenes, era
responsable de cumplir los horarios de salida y llegada; también
manejaba las cargas, almacenándolas en galpones
transitoriamente y luego las embarcaba en vagones para formar
nuevos trenes de carga.
Era el ente ferroviario que estaba en contacto con el exterior del
ferrocarril, y el que representaba en esta tarea, como así el
responsable, era el llamado “Jefe de Estación”, que además
tenía, como tarea auxiliar, el cargo del personal de guardas, de
auxiliares de estación, cambistas, peones y la cuadrilla de
reparación de vías; estos últimos recibían el apodo de “Los
Catangos”, nombre de un coleóptero muy común de la pampa.
La sección de Tracción era la encargada de los talleres de
mantenimiento y reparaciones de la Planta de Movimiento, es
decir las locomotoras. Existía una relación funcional con
Tráfico, que dependía de una Superintendencia que se
encontraba en Maldonado ó Ingeniero White, quienes
manejaban todo el movimiento de esa región.
El jefe de la sección Tracción podía tomar decisiones, pero
dentro de su área, sin modificar los programas de recorrido y
horarios de los trenes, que los ingleses llamaban “Diagram”.
El jefe de esta sección comúnmente se llamaba Encargado
General, el cual cumplía su misión con tres encargados de turno
(12 a 20, 20 a 4, 4 a 12 horas); uno de estos encargados de turno
era mi padre. El personal que tenía a cargo directo eran los
ajustadores, caldereros, mecánicos, bomberos que cargaban de
agua a las locomotoras, peones pasa leñas, llamadores y
aspirantes; además con cargo indirecto estaba el personal de
conducción formado por la “yunta”, foguista y maquinista.
Es interesante detenernos un poco para comentar la tarea de la
“yunta” de locomoción. El foguista y maquinista recibían la
locomotora que conduciría un tren formado que disponía
Tráfico.
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Recibían la locomotora del Encargado de Turno, y antes de
retirarla de la órbita de Tracción, debían revisarla para dar su
aprobación y además aceitarla; trabajo éste último que estaba a
cargo exclusivo del foguista; el maquinista como era
responsable del tren, una vez en camino era muy exigente, y si
todo no estaba en orden después de la inspección minuciosa que
hacía de todos los mecanismos y dispositivos de la máquina, no
la recibía, en este caso hacía un “report” (Informe) al
encargado, por escrito para deslindar toda responsabilidad por
el atraso que podía sufrir un tren determinado.
Una vez recibida la locomotora, la “yunta” se presentaba a
Tracción y quedaba a las órdenes del Jefe de Estación, para
luego, cuando éste le daba salida, quedar a cargo absoluto del
tren y todo lo que podía ocurrir desde ese momento era de su
total responsabilidad frente a la superintendencia de Maldonado
ó Ingeniero Withe, según fuera el caso.
La yunta de locomoción trabajaba según lo establecido en el
diagrama confeccionado por la inspección general, de manera
que su horario era por demás variado y se cumplía durante
cualquier momento del día. Además según como se distribuyera
el tráfico, había días que la yunta estaba a “orden”, no podía
alejarse de sus casas, por si la necesitaban para formar un tren
en el cual no se había presentado la yunta que le correspondía
por alguna causa, todo está dispuesto para asegurar que se
cumpla el “diagram”.
Tan es así que para evitar los olvidos o quedarse dormido si les
toca trabajar de noche, existía la figura de “llamador”, que tenía
la tarea de concurrir al domicilio del foguista y del maquinista,
para despertarlos y comunicarles la hora en que debían
presentarse, todo amparado por una “foja de servicio” que les
entregaba por orden del Encargado de Turno.
A veces la “yunta” era acompañada por otro obrero que recibía
el nombre de “pasaleña”, esto ocurrió en las épocas que las
locomotoras usaban como combustible leña, la cual se
transportaba en el “tender de la máquina” y además en un
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vagón adosado en la parte trasera de la misma, de manera y
cuando era necesario; durante la marcha el pasaleña tenía la
misión de pasar los trozos de leña que se encontraban en el
vagón al tender, para que el foguista, desde el último depósito
alimentara el hogar de la caldera, y de esta manera mantenían el
fuego a la temperatura adecuada, para que la presión de vapor
fuese lo suficientemente alta como para lograr la potencia
necesaria en la máquina de vapor, con el objeto de “tirar” la
ristra de vagones cargados.
Entre el personal de locomoción se establecía una carrera
dentro del escalafón del personal ferroviario, que se iniciaba
por el aspirante a foguista, personal este que en un principio
estaba a las órdenes del en cargado, para luego cuando se le
asignaba a una “yunta”, quedaba en manos de la misma.
Dentro del ferrocarril, la carrera de maquinista como se la
llamaba, era importante, pues podía llegar hasta el cargo
máximo, “Inspector de Máquinas”, donde el sueldo era
importante, por esta razón muchos elegían esta carrera y
aceptaban las condiciones que eran bastante rígidas, las cuales
se ponían a prueba en exámenes periódicos al pasar de una
categoría a otra, exámenes serios y rigurosos, de los cuales
tenían dos oportunidades para seguir adelante, en caso contrario
debían permanecer en la clase que se encontraban resultando su
posición en la empresa, de esa manera muy débil, lo que iba de
acuerdo con su calificación anual.
El ferrocarril tenía una organización de trabajo, que para esa
época era única en el país, y sirvió de base para otras empresas
en el futuro. También esta organización de la empresa
ferroviaria condujo a la primera organización obrera, que
adquirió suma importancia y sirvió también como ejemplo para
otros obreros de otras fábricas, para crear sindicatos que
regulaban las relaciones Empresa-Obrero.
Recuerdo que contaba mi padre, que cuando se estaba
instalando la línea ferroviaria Bahía Blanca-Justo Darac, se
inició una huelga general que paralizó completamente los
trabajos.
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Los ingleses, dueños en ese entonces de los ferrocarriles,
quisieron “romper” la huelga, y para ello trajeron obreros
hindúes, los cuales eran transportados hasta llegar al lugar de la
obra en vagones cerrados, al llegar a la misma se abrían estos,
salían los hindúes corriendo y confusos, por el modo como
habían sido transportados y donde los desembarcaban. Los
hindúes volvieron a sus campamentos en Rosario, donde
residían. Estos habían sido traídos por los ingleses para trabajar
en los ferrocarriles del norte.
Muchas anécdotas se pueden contar sobre la vida ferroviaria,
sobre todo la forma en que vivían sus actores, en general
aislados en “campamentos”, pues esos pueblos como Hucal no
eran otra cosa; los incidentes “sociales”, que a menudo ocurrían
en general por la convivencia de casados y solteros, a pesar que
el ferrocarril teniendo en cuenta este problema, construía
colonias para casados y bien separadas colonias para solteros.
Estos hechos eran más frecuentes en el gremio de los
maquinistas casados que se ausentaban de sus esposas, las
cuales aprovechaban esta circunstancia para flirtear con algún
joven aspirante cuya edad estaba entre los 19 y 20 años.
En otro de mis relatos me referiré a la vida social de ese centro
ferroviario donde pasé parte de mi adolescencia y juventud.
Ahora quiero referirme a esa figura ferroviaria que se llamaba
aspirante a foguista, o como más comúnmente se lo designaba,
es decir “aspirante”.
Para ingresar a la carrera de maquinista era necesario tener 18
años, y preferencialmente ser hijo de ferroviario, tener los
estudios primarios terminados y luego pasar por una revisión
médica corriente.
Generalmente todos los hijos de ferroviarios con cargo, eran
llamados cuando cumplían sus 18 años; si el número era menor
que las necesidades de la empresa, se seguía citando a los
demás, incluso a los que no pertenecían a la familia del riel.
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Se los citaba al corazón del ferrocarril (En ese caso Ferrocarril
Sud), en los Talleres de Remedios de Escalada, allí eran
entrevistados y procedían a cumplir los requisitos solicitados.
Una vez ingresados eran destinados a los principales centros
ferroviarios con “Talleres de Máquinas”; uno de esos lugares
era Hucal, no el mejor, pero sí de mucha actividad, donde
debían permanecer 2 años como mínimo para tener licencia, era
un lugar de los no recomendados, como podría serlo Remedios
de Escalada mismo, Tolosa ó Bahía Blanca.
No sé cómo se hacía esa selección, pero muy posible que a
Hucal no llegaban los mejores, y es así que estos jóvenes
apartados de sus familias, de una ciudad o pueblo importante, y
digamos, lanzados al “pozo” de Hucal, no representaban un
grupo de estudiantes religiosos, todo lo contrario, cuando no
trabajaban trataban de buscar tareas que los divirtieran y los
hicieran olvidar dónde se encontraban.
Vivían en general en colonias separadas y eran los
emprendedores de todas aquellas actividades, que de algún
modo los divirtieran y distraían, como una manera de olvidar lo
que habían dejado; asistían a todo baile que existiera en el
pueblo o en las chacras vecinas, eran cazadores, y sobre todo
jugadores de fútbol, bochas, tabas y principalmente los naipes.
Enamoraban cuantas chicas conocían y era famoso su andar en
este terreno, que no faltará ocasión de referirme a estos hechos;
ahora quiero contar especialmente la acción del juego de
naipes, que casi todas las noches ejercitaban en una casilla
especial que poseía el ferrocarril, que se usaba para las
reuniones del gremio ferroviario.
Siempre recuerdo la casilla de los juegos de naipes; era de
madera y tendría 10 m de ancho por 20 de largo, no deja de ser
un galpón más, pero tenía una característica, estaba pintada de
color negro, posiblemente con aceite de petróleo para que
durara más, en el centro había una gran mesa, donde se reunían
los ferroviarios no sólo para discutir sus problemas gremiales,
sino para impartir docencia, pues como para pasar de una
categoría a otra en la carrera de maquinista, era necesario pasar
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un exámen bastante riguroso; los mismos maquinistas de
experiencia daban clases a los aspirantes, a los foguistas y a los
que aspiraban a la categoría de maquinistas de carga. En esa
casilla donde se impartía docencia y se discutían problemas
serios de trabajo, de noche se convertía en un garito.
Como recuerdo final de esta historia, tengo presente cuando una
noche uno de los jugadores, que ya era un “viejo”aspirante, que
se llamaba Festa, jugando al “tute”, cada vez que cantaban las
cuarenta, sacaba un revólver y disparaba al techo de chapa, y
como esa noche tuvo mucha suerte, como testigo dejó varios
agujeros. Por cierto, eso le trajo problemas. Fue suspendido y
debió arreglar los daños ocasionados.
Aquí terminamos por ahora este Relato Ferroviario.
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UNA ESCUELA EN LA PAMPA
uando me refiero a La Pampa, pienso en el pueblito
ferroviario llamado Hucal, que si nos ajustamos a la
etimología de la palabra deberíamos decir Ucal, pues se
cometió una equivocación cuando se pusieron los nombres a los
Departamentos de la región. En realidad el término proviene de
ucalm, voz india que significa paraje fuera de la vista, es decir,
a trasmano, otros lo llaman el Pozo, y aún cuando este nombre
no tenga raíz histórica, es acertado pues es un pozo, nunca está
a la vista. La vía ferroviaria que une Bahía Blanca con Toay
cruza al pueblo entrando en un verdadero pozo de un largo
aproximado de 3 a 4 km, donde los bordes del bajo estaban
formados por pequeñas elevaciones que nosotros llamamos
lomas.
La estación del ferrocarril Bahía Blanca Noroeste en un
principio se llamaba Ramón Blanco, todavía en el año 1929 se
leía aunque algo borroso ese nombre, que según los viejos del
pueblo, había sido el dueño de todos los campos de la zona
antes que la familia del que fue presidente de la nación, Don
Marcelo Torcuato de Alvear, los comprara y construyera una
estancia importante, que estaba formada por un casco principal
con todas las construcciones auxiliares de una gran estancia de
esa época, rodeada en toda su periferia de varios bungalow para
los invitados de Buenos Aires que, concurrían en sus
vacaciones en tren especial que despachaba el ferrocarril para
esta tarea también especial. Para nosotros que éramos chicos,
representaba todo un espectáculo ver llegar a todas esas señoras
con sus respectivos acompañantes, sus valijas y sus mascotas;
ya no faltará oportunidad de hablar sobre este tema con más
detalle.
Terminaba de formar el pueblo: la iglesia, la comisaría – en
realidad era sólo un destacamento -, las colonias ferroviarias y
la escuela con grados primero y segundo superior, llamado así
por lo adelantado de los temas que enseñaba, ya que la mayoría
de los alumnos terminaban allí su escolaridad, y solo a 80 km,
existía la posibilidad de seguir estudiando.
19
C
La escuela la dirigía una directora, maestra matriculada,
teniendo como ayudante docente una maestra sin título, que en
esa época se reconocían y las cuales se desempeñaban muy bien
en general y contribuían a resolver un problema educativo muy
serio, gracias a esas realmente maestras, que el país algún día
deberá reconocer.
La escuela era una casa de campo, colocada en el medio de una
chacra que se extendía entre el predio que ocupaba la estancia y
la única calle paralela a la vía ferroviaria que servía como
entrada al pueblo. No había a su alrededor ninguna otra casa, de
manera que ésta se destacaba perfectamente por su construcción
de material pintada, de blanco, con un molino de viento y los
álamos que la rodeaban junto a un pequeño corral que servía
para los animales que poseía la escuela y para desensillar y
soltar los caballos que tiraban los sulky donde venían los
alumnos de los puestos vecinos a la estancia, como también
aquellos otros que sólo venían montados.
Esto me recuerda una carrera que le propuse a uno de esos
chicos que venían a caballo, el asunto estaba en quién recorría
más rápido la distancia entre dos árboles de caldén que se
levantaban en la citada calle, para lo cual el jinete me daba algo
así como 20 metros de ventaja, ya que yo corría a pie. No
recuerdo cual era el premio, pero lo cierto es que yo, a pesar de
ser un buen corredor nunca podría ganar, sin embargo como no
habíamos establecido reglas sobre el desarrollo de la corrida,
sólo el inicio y el final de la misma, se me ocurrió una treta para
ganarle, aunque ésta no era tan original como la paradoja de
“Aquiles y la tortuga”. La misma consistía que en el momento
que el caballo estuviera por pasarme, yo me plantaba en el
medio de la calle, y levantando los brazos al mismo tiempo que
gritaba, hacía que el caballo se asustara y por lo tanto se
detenía, empezaba a brincar con el riesgo de que el jinete diera
por el suelo. Esta manera de proceder trajo gritos de aprobación
y de disgusto entre todos los alumnos que hacían de
espectadores de esta singular carrera, lo que se tradujo en un
gran alboroto que hizo que muchos se fueran a las manos y
otros dispararan a sus casas, entre los cuales me encontraba yo.
20
No sabemos cómo, pero este incidente llegó a los oídos de la
maestra, a pesar de que el mismo había ocurrido al finalizar las
clases y fuera del territorio de la escuela, sin embargo, en esa
época las maestras se consideraban responsables de la conducta
de sus alumnos, no solo en el ámbito de la escuela, sino
también fuera de ella, de manera que al otro día al entrar al
aula, lo primero que la maestra hizo fue hacernos parar frente a
los demás compañeros, a los dos corredores del día anterior,
poniéndonos como muestra de lo que no debe hacerse,
acompañando esta acción con una lección de urbanidad y de
corrección de los alumnos, aún fuera de la escuela. Allí no paró
el asunto, los dos culpables directos tuvimos que escribir
después de clase, cien veces “no debemos comportarnos mal, ni
fuera ni dentro de la escuela”, claro que generalmente nosotros
disminuíamos la tarea, pues usábamos dos lápices
simultáneamente; la maestra sabía de esta chicana, y según el
día, nos perdonaba o nos aumentaba el castigo.
Existen muchos recuerdos del tiempo que pasé por esta escuela.
Pero los dejaremos para otra ocasión, donde aprovecharemos
para contar otras anécdotas donde se mezclan también otros
protagonistas.
21
UN VIAJE FRUSTRADO
n otros relatos he dado una descripción del pueblo
pampeano Hucal, donde pasé parte de mi infancia y
juventud. A ese lugar muchos llaman “el Pozo” pues está
rodeado de lomas, lo suficientemente altas como para
representar un inconveniente importante para el tráfico
ferroviario, sobre todo hacia la salida para Bahía Blanca.
Esta ciudad significaba para Hucal “La punta de riel”, pues
allí terminan por lo general los viajes que hacían los
lugareños pampeanos.
Esa ciudad no sólo era la meta viajera donde iban de
compras, hacer negocios, contraer matrimonio o pasar sus
vacaciones, sino que significaba algo muy especial que
todos algún día soñaban ir a conocer; de manera que aquel,
que por alguna razón se proponía hacer el viaje, lo
anunciaba con antelación suficiente para que todo el pueblo
se enterara y lo comentara. Por lo tanto no era raro que en
cualquier reunión soltaran la pregunta para iniciar la
conversación sobre la suerte que le tocaba al viajero: ...-
¿Así que el mes próximo se va “Juan” a Bahía?...Esto me
permite recordar otros viajes, como aquel de aquella maestra
que cuando viajaba lo hacía en primera clase, sólo al
comienzo y al final del viaje, puesto que tenía boleto de
segunda, para evitar “lo que dirán”, pero lo que ella no sabía
era que el guarda del tren se encargaba de desparramar la
actitud de la maestra, ni bien se le presentaba la oportunidad
en cualquier reunión del pueblo.
En el período de transición del viaje, el pasajero en ciernes,
se sentía orgulloso y no dejaba de comentarle a nadie lo que
iba a hacer cuando llegara a Bahía, sobre todo si era soltero,
por supuesto que en este viaje participaba todo el pueblo, ya
dándole consejos, recomendaciones, encargándole alguna
compra y en algunos casos hasta lo despedían con una
reunión donde no faltaba el asado, vino, juego de naipes y
taba.
22
E
A fin fue el día de Juan, llegó a la estación con sus valijas
antes que todos los demás, aquí debo recordar que la llegada
y partida de un tren de pasajeros era todo un espectáculo,
donde concurrían los viajeros y los que algo tenían que
hacer, como también los jóvenes, algunos con sus mejores
galas, ya que este acontecimiento adquiría la importancia de
una reunión social. No debemos de olvidar que el tren era el
único medio de comunicación del pueblo con su exterior, ya
que en esa época no se contaba con teléfono, radio y solo
llegaban con el tren los diarios, con días de atraso, y el
correo. Si bien es cierto que el ferrocarril poseía telégrafo
para su uso y también para particulares, éste no se usaba
mucho, pues en general sólo servía para traer malas noticias
y muchas personas temblaban cuando recibían un telegrama;
mi madre era una de ellas.
Bueno, llegó el momento de la partida, y Juan, que ya ha
colocado sus valijas dentro del tren, se dispone a subir al
mismo, pero sólo lo hace cuando el tren inicia su marcha
con la última señal del guarda, pero elige el balcón del
último vagón para poder seguir despidiéndose, dejando de
agitar su mano cuando ya todos se retiran de la estación.
Como dije al principio, no era fácil salir de Hucal, pues el
tren debía superar la pendiente de salida, para lo cual el
maquinista iniciaba la marcha a todo vapor, no obstante, a
pesar de la velocidad inicial que le fuera dada a la formación
de vagones, ésta al llegar a la altura de la señal de distancia,
empezaba a disminuir su marcha hasta alcanzar la
correspondiente al paso de un hombre en el momento de
alcanzar la cumbre. Para dar una idea de este problema vial,
cuando se trataba de un tren de carga, era necesario
colocarle dos máquinas a vapor, para así superar la loma de
salida. Logrado esto, una de ellas volvía al galpón de
máquinas. También estas lomas provocaban otros
inconvenientes, y algunos graves, sobre todo cuando se
cortaba el tren por una rotura de sus enganches y si esto
ocurría al culminar la cuesta, la parte trasera al quedar suelta
tomaba la velocidad de caída libre chocándolo, con el
resultado de un descarrilamiento seguro.
23
Así ocurrió una vez en la bajada de Cotita, una parada
próxima a Hucal, donde al volcar uno de los vagones con un
cargamento que llevaba en su mayoría juguetes, estos
quedaron todos desparramados en el campo, para
satisfacción de los chicos de Hucal, que hacían excursiones
para tratar de conseguir algunos.
Volviendo a nuestro relato, cuando el tren llegó a la loma,
allí Juan terminó su viaje, quien primero tiró sus valijas y
luego saltó del tren e inició el retorno con paso cansino. Así
lo vieron llegar sus amigos, con cara de resignación y con
mucha rabia, pues el olvido de su cartera con el dinero y sus
pasajes, que los había dejado en su casa, le impidieron
realizar su sueño a pesar de todos los días que tuvo para
preparar su aventura.
24
EN LOS CAMPOS DE SAN LUIS
nos de mis mejores recuerdos de San Luis fueron los
tiempos que permanecí en la estancia de mis abuelos. El
lugar se llamaba “La Ensenada del Carmen”, se encuentra a 30
Km hacia el norte de la ciudad en el camino que une a ésta con
San Francisco.
En la época que fui por primera vez, en el año1926 (27),
hicimos el viaje con mi madre desde Villa Iris, donde mi padre
se quedó trabajando. El motivo principal para realizar el mismo
fue la salud de mi madre.
Todo el recuerdo que tengo del viaje en tren es que tuvimos que
hacerlo en dos etapas, primero tomamos un local que iba a
López Lecube, donde debíamos esperar el tren que venía de
Bahía Blanca; por la vía Bahía Blanca Noroeste con destino a
Mendoza. Llegamos a López Lecube, un pequeño pueblo que
servía de empalme para varios lugares.
Mi memoria dibuja a una señora delgada con vestimenta gris y
sombrero, en la persona de mi madre, sentada con un chico en
un banco de la estación y al lado una valija; no puedo menos
que hacer una asociación entre esta postal y el cuadro de la
joven que espera el tren de Rockwell, cuadro que adorna mi
actual dormitorio. Frente al banco donde nos encontrábamos se
extendía la playa de maniobras, y más allá se detectaba la
iglesia del pueblo; era una tardecita fría. De ahí en adelante sólo
recuerdo un enjambre de libélulas, tan grande que el tren
patinaba, impidiendo su movimiento, a pesar que el maquinista,
sin duda alguna, habría abierto sus areneras para aumentar la
fricción en las vías; eran tantos los insectos, que los pasajeros
debían cerrar las ventanillas.
Otra particularidad de ese viaje fue cuando llegamos a la
estación Cumbre, ésta se encuentra en un nivel superior a la
vías, ya que está sobre un cerrito, hasta allí se extiende el
Cordón de Sierras que va de San Luis al norte.
25
U
La ciudad de San Luis en esa época era muy pequeña, recién en
algunas calles se empezaba a hacer el pavimento, la mayoría era
de tierra, mejor dicho, de arena como resultado de la
proximidad de la montaña.
El primer mes estuvimos en la casa de los padrinos de
casamiento de mi madre. Era una casa típica de esa época; tenía
un gran portal por donde entraban las visitas, los carros y el
sulky del dueño de casa. La edificación era del siglo XIX y
estaba constituída por dos construcciones, una frente a la otra,
separadas por el callejón de entrada, eran una sucesión de
piezas con galería al frente. En el ala izquierda vivían los
peones y sirvientes, en la derecha estaban propiamente las
habitaciones de la casa.
Me llamaba la atención el lavadero que se encontraba al fondo,
a la derecha, donde había un hormo, en el cual se hervía la ropa
como uno de los procesos de lavado; al lado del lavadero existía
un galpón donde se guardaban todos los enseres de embastar y
ensillar los animales, pero estos últimos los traían de otro lugar,
pues allí no había lugar para animales.
En ese galpón había un archivo de papeles y viejos libros,
siempre recuerdo uno de ellos, de formato común, pero de tapas
duras, donde aparecían relatos religiosos, versos y dichos, pero
lo curioso para mí era que estaba escrito a mano cada parte o
capítulo con distintos tipos de letra y caligrafía; para mí era una
novedad encontrar un libro de esas características, pues lo poco
que conocía era el libro de lectura de la escuela “El niño”, que
estaba editado en imprenta por una vieja editorial que ahora no
recuerdo.
En mis primeros años de la Facultad, tuve prestado como una
reliquia de valor, un libro escrito a mano de “Mecánica
General” de un famoso profesor del Politécnico de Milán, el
Dr.Pezzanni, de principios del siglo pasado.
El tiempo que pasamos en la ciudad de San Luis, sirvió para
que mi madre visitara a su hermana Griselda, que tenía, no
26
recuerdo bien, dos ó tres hijos y estaba muy bien casada con un
alto empleado del Correo Nacional, también conocí la Catedral,
sobre todo la iglesia Santo Domingo, donde mi madre conocía
al Párroco, y se comprometió a que yo tomara la Primera
Comunión para cuando viniera el Obispo desde Mendoza; me
gustaba ir a ese templo, pues uno de los curas me dejaba tocar
la campana del campanario.
Los padres y los hermanos de mi madre vivían en el campo, en
la estancia y puestos. Tía Griselda, mi madre y el hijo mayor de
mis abuelos, el tío Manuel, que se ganaba la vida como
“Guarda hilo” del Telégrafo Nacional, eran los únicos que
emigraron del hogar materno, por razones que nunca supe bien,
pero había un distanciamiento que se reflejaba en su
comportamiento, y esto se derivó siempre en dos grupos. Por un
lado estaba tía Griselda, tío Manuel y mi madre, que se casó a
disgusto de mis abuelos, lo mismo ocurrió con tía Griselda. Por
otro lado estaban mis abuelos Juan Pedernera y Romualda
Garro, y sus hijos Baltazar, Juanito (Mi padrino de
confirmación), tía Ramona y tía Charito, además de mi prima
Filomena, hija de Manuel. El tío Baltazar estaba casado y tenía
a su cargo el puesto de la “Tierra Colorada”, en la falda de la
sierra. En la estancia vivían entonces mis abuelos, tío Juan, tía
Ramona, mi prima Filomena (Que prácticamente la crió mi
abuela) y Charito, hija adoptiva de mis abuelos, que en ese
entonces era costumbre que familias adoptaran “de palabra” a
un chico, y a éste se lo trataba igual que a los demás hijos. Mi
tía Charito, cuyo nombre oficial nunca conocí, era muy
religiosa y muy educada, de un carácter corto, pero muy
agradable; tengo un gran recuerdo de ella.
Llegó el día de ir al campo, para eso esperábamos al tío Juanito
que vendría de la estancia a realizar trámites y compras en la
ciudad con un charret, ya que por ese entonces los autos eran
escasos, y los caminos no eran apropiados para ese tránsito que
sólo se veía en la ciudad escasamente, pues allí el transporte era
el famoso “coche de a caballo”, tan característico ahora en los
centros de turismo para recorrer las ciudades con los turistas.
27
A los dos días de la llegada de Juanito, nos preparamos para
hacer el viaje a la estancia. La actividad de los viajeros, como
de los que se quedaban, era grande; ningún detalle se dejaba de
lado, además de acomodar las valijas y bultos, se prestaba
mucha atención a las vituallas para el viaje, pues durante el
mismo no encontrarían lugar donde comer.
En aquella época existía un solo camino ancho, que iba por el
bajo, paralelo a la sierra hasta San Francisco, se llamaba
“camino real”; separado de la cima del cordón de la montaña,
más o menos diez kilómetros. Por él transitaban los carros,
tirados por yuntas de mulas, con las distintas cargas que
representaban el comercio de ese entonces. El tránsito era
importante, y tramo a tramo se oía el grito de los carreros
azuzando a sus yuntas de mulas. Algunos carros iban
acompañados de algún jinete, sobre todo cuando llevaban
también hacienda, tanto para San Luis como para San
Francisco.
Para mí fue y es todavía, un espectáculo ir al lado de la
montaña observando todo su diseño natural, que se dibuja
contra el cielo azul de esos lugares, el verde en la falda, de los
algarrobos, de los retamos de las jarillas, de algunos quebrachos
blancos y del amarillo del chañar; salpicados de trecho en
trecho por una mancha de verde intenso, con el perfil de álamos
que señalaban algún puesto de las estancias del lugar; cuando
esto ocurría, mi tío Juan comentaba: ...- Allá viven los Orozco,
los Miranda, los..., y así iba nombrando y comentando con mi
madre las noticias de los lugares que íbamos pasando.
De San Luis calculo que hemos salido a las nueve de la
mañana; nos esperaban alrededor de siete horas de viaje, por lo
que a eso del mediodía hicimos una parada para tomar mate y
almorzar con todo los manjares que nos habían preparado los
padrinos de mi madre, que se habían esmerado mucho para
agasajarnos. Mientras mi madre preparaba la comida y cebaba
el mate, el tío Juan se encargó de dar de beber a los caballos y
dejarlos atados para pastar alrededor del lugar donde hicimos el
alto para comer.
28
Luego de haber descansado, una hora por lo menos,
reanudamos el viaje hasta la estafeta “El Milagro”, que queda a
treinta kilómetros aproximadamente, hacia el norte de San
Luis; allí mi padrino dejó algo que la señora encargada del
correo le había encargado y levantó la correspondencia de la
estancia. Desde ese lugar se entraba a la estancia de mis
abuelos, y se extendía hasta la cumbre de las sierras,
aproximadamente cuatro leguas, y por un ancho de diez
kilómetros. El camino se hizo más dificultoso, no sólo por ser
un camino interno de la estancia, sino que al aproximarnos a la
sierra, existían quebradas y lechos de arroyos secos que bajaban
de las laderas, por otro lado el monte se hizo más espeso, y por
lo tanto, el viaje se hizo más lento. Desde la estafeta “El
Milagro” hasta la estancia, mi madre medió consejos sobre
cómo debía portarme con mi nueva familia, y por supuesto
debía pedir la bendición a todos, una costumbre de los católicos
de las provincias, sobre todo los de Cuyo.
Llegamos alrededor de las cuatro de la tarde, y desde que
entramos al descampado, aparecieron de golpe las “casas”;
después de pasar la tranquera blanca , custodiada por un
hermoso y grande quebracho blanco, apareció a la izquierda la
“represa grande”, rodeada de álamos, donde habían animales; a
continuación a la derecha, se encontraba la edificación que
consistía en un rancho de adobes amplio, de dos aguas, cuyo
frente este, que daba a la montaña, se utilizaba para la
talabartería de la estancia, y su lado oeste era la vivienda y
lugar de estar; a su lado seguía el rancho, donde se ubicaba la
cocina y despensa.
Frente al rancho grande se encontraban otras habitaciones, con
un patio entre ellas, donde existía un gran parral. En la parte
norte de este rancho había una buena construcción de material,
con una linda galería que constituía el dormitorio de mis
abuelos y el comedor principal de la casa, las habitaciones
tenían sendas ventanas mirando hacia las sierras y las puertas
hacia la galería. Además existían otras construcciones menores
para usos diversos, había otra buena construcción de material,
también con galería, que servía de dormitorio e iglesia.
29
Un domingo cada mes, venía un cura de San Francisco o de
San Luis, para dar misa a los habitantes de la estancia y a todas
las personas de los campos vecinos, éstos últimos llegaban a
caballo o en sulky, y con ese motivo se realizaba una reunión
social, que terminaba con una comida en general, siempre
preparada con un asado de alguna vaquillona o algunos
cabritos. La campana para llamar a misa estaba formada por un
riel de un metro, que colgaba en una de las galerías, la cual
emitía un sonido “cristalino”, que se escuchaba desde muy
lejos, tal vez por el lugar especial de la montaña.
Para terminar esta descripción de las “casas”, diré que hacia el
norte, a pocos pasos, se encontraban los corrales de los grandes
animales, y más lejos el corral de las ovejas y cabras; hacia el
bajo, o sea, para el oeste, se encontraba la quinta donde se
cosechaba la verdura para abastecer la casa.
Todo el casco de la estancia estaba sobre un terreno arenoso,
típico de la montaña, y en una pendiente suave, que permitía
ver desde la galería todo el bajo; la vista era extensa y
terminaba con la silueta de la sierra de “Los Gigantes”, paralela
al cordón de San Luis, también se podía ver una franja más
verde, que era el bosque de retamos, que cuando había viento se
oían bramar en el silencio del paisaje montañés.
El retamo es una especie arbórea de madera dura, sus troncos
presentan vetas verdes y amarillas, lo que las hace lucir muy
vistosas. Las tornerías de madera que existían en la ciudad de
San Luis, la utilizaban para hacer jarrones, floreros, mates y
todo tipo de adorno torneado, lo que terminó con ese bosque
que hoy evoca mi recuerdo.
Volviendo al encuentro con la familia de mi madre; desde el
momento que llegamos, hasta nuestro regreso, todo lo que
recibimos fueron agasajos y cariños. Los puntanos son muy
efusivos y cariñosos, además de ser muy buenos anfitriones;
todos querían de alguna manera agasajarnos, sobre todo mis
tíos, pues mis abuelos eran muy serios.
30
La estancia de mis abuelos tenía una cantidad importante de
animales, que eran distribuidos en tres lugares: la estancia
propiamente dicha, los puestos de “tierra colorada” y “los
comederos”. La hacienda estaba formada por vacas, caballos,
mulas, burros, cabras y ovejas, los cuales disponían de
“cuadros”, donde podían pastar libremente, realmente era un
espectáculo ver la hacienda cuando abrían los cuadros para que
fueran a beber agua en las represas, cosa que se hacía un día por
semana para cada especie.
El puesto “tierra colorada” se llamaba así porque sobre la falda
del cordón de sierras, que va de sur a norte, desde la propia
capital a San Francisco, a eso de unos 35 km de la “Punta de
San Luis” (Por eso los habitantes se llaman puntanos), se
observa una gran mancha roja, formada por arcilla. Este lugar
es muy hermoso y en el vivía la familia de mi tío Baltasar. En
cambio, el puesto “Los comederos” quedaba al sur del campo,
lo ocupaba un sobrino de mi abuelo con su familia. No recuerdo
su nombre, pero sí ha quedado grabado en mi recuerdo un
paisano típico de la zona, que casi todas las tardecitas llegaba a
la estancia montado en una mula, con sus piernas largas que
poco faltaba para que tocaran el suelo, para informar a mi
abuelo o a mis tíos de las novedades del puesto. Este lugar se
denominaba como “los comederos”, pues allí habían terrenos
salitrosos, en las barrancas, donde iban los animales a comer
sal. A veces mi abuela, a quien recuerdo con gran cariño como
una mujer dulce, seria y muy religiosa; quien ordenaba y dirigía
la ceremonia de rezar el rosario por las noches en las fechas
religiosas, solía visitar a la familia del puestero de “los
comederos”. Para ello desde temprano hacía ensillar su caballo
y me llevaba de compañía, montado en un viejo petiso bayo
muy mansito.
Con el correr del tiempo este puesto me tocó como herencia de
los campos de los Pedernera; y sucesos que serían largos de
contar, en los que se encierran la envidia y otros
comportamientos propios de la ignorancia de los hombres,
hicieron que perdiera ese derecho, y hoy sólo me queda la
nostalgia del dueño de ese lugar que no puedo olvidar.
31
Cierro estos recuerdos señalando, que el título de este relato, es
copia del que tiene el libro de Benito Lynch, llamado “En los
campos Porteños”, pues allí hay relatos sobre el
comportamiento de un niño en el campo y algunos me traen
estos recuerdos...
32
EL REGALO DE MI ABUELO
l recuerdo que allá a lo lejos tengo de mi abuelo materno,
es de un señor serio, ya casi anciano, pero que conservaba
la característica de un hombre joven, en cuanto a su actividad
física al mando y conducción de todas las tareas de la estancia,
como la influencia que tenía sobre su familia, mereciendo el
respeto de todos ellos.
Tenía muchos nietos de sus hijos casados: Griselda, Manuel y
Baltazar, pero solo estaba en contacto casi a diario con los de
Baltazar, que residían en el campo.
Sin embargo, dado su carácter y el respeto que irradiaba, éstos,
si bien eran cariñosos con él y no dejaban de pedir a diario: “la
bendición abuelito”, recibiendo la respuesta característica:
“Dios lo haga un buen chico”; no era en el trato con ellos lo que
generalmente se espera de la imagen clásica de un abuelo.
Conmigo no ocurría así, tal vez por ser hijo único y vivir lejos
del hogar de los Pedernera, pienso también que en el
acercamiento influía mi madre, no sólo porque estaba enferma,
sino por ser de algún modo la predilecta.
De esta manera, muchas horas del día estaba a su lado, ya sea
cuando lo acompañaba a los corrales de los animales, a la
chacra. Pero donde me gustaba más era cuando me sentaba a su
lado y mientras me contaba alguna historia del campo.
Solía construir un carrito con la caja interna de fósforos
“Victoria”, de cera de esa época, a la cual ataba un escarabajo
que allí llamaban “Torito”, para así lograr la tracción necesaria
para llevar como carga pequeñas piedritas, y de esa forma me
entretenía mientras él seguía con sus labores del campo; en
especial con el trabajo de talabartería, donde era un verdadero
artesano de todos los enseres que se usaban para el tratamiento
de la hacienda.
33
E
Lo que más me gustaba era cuando preparaba los tientos para la
confección de lazos, maneras, cabestros y demás elementos que
se necesitan para ensillar un caballo.
El taller de talabartería estaba en un extremo de la casa,
mirando al este y cerca de la represa donde la mayoría de la
hacienda venía a beber; además de allí podía ver lo que ocurría,
no sólo en las cercanías de la estancia, sino también hasta el fin
de sus tierras, que se extendían hasta la cumbre de las sierras de
San Luis.
Uno podría pensar que era poco lo que su vista le informaba,
pero debemos pensar que el hombre de campo tiene un especial
conocimiento del paisaje, no sólo por los cambios que éste
sufría al correr el día, sino también por como se comportaban.
El desplazamiento de la hacienda y la modificación de los
colores, el vuelo alto de los jotes y el movimiento de algún
punto oscuro que anunciaba que alguno bajaba desde los altos;
si a esto se le suma los cambios del cielo, le permitía tener la
suficiente información para sorprender a sus hijos al regresar de
recorrer los campos, con preguntas precisas de algunos hechos
o accidentes que él ya había conocido.
Debo recordar que esos campos habían sido recorridos tantas
veces por él y sus antecesores, la gran familia Pedernera, a la
cual pertenecieron los mismos, por más de cien años.
Actualmente uno de los departamentos más grandes de la
provincia lleva el nombre de Pedernera, y como héroe eterno,
se lo recuerda a Juan Esteban Pedernera, que fue General de la
Nación, y más tarde Presidente de la misma, recordado por ser
un hombre del General Lavalle, el cual fue muerto por las
huestes de Rosas, y para que éste no se apoderara del cuerpo del
General Lavalle, Pedernera llevó su cabeza hasta Bolivia; pero
ésta es historia conocida y sólo diremos que mi abuelo
descendía de esa gloria nacional como un primo nieto lejano.
34
Como una forma de expresar el cariño a su nieto, mi abuelo
hizo preparar un recado completo para ensillar una burra que se
utilizaba para los pequeños trabajos de la casa, y así poder
regalármela. De ahí en adelante me dediqué a la equitación con
mi burra, pero ésta, acostumbrada a estar atada al palenque de
las casas, resultaba difícil para mí, que poco sabía de usar un
animal, poderla sacar de las casas, por más que me esmeraba y
seguía los consejos de mis tíos, y sobre todo de una prima
mayor, que era muy de andar a caballo, por lo cual no era raro
verla como montaba y guiaba al toro inmenso de raza fina que
tenía la estancia para la cría de ganado vacuno.
Tanto hice con la burra, que al fin encontré un método que me
demandaba mucha energía, pero era exitoso. El procedimiento
consistía en llevarla tirando de las riendas lo más lejos posible y
allí montarla, que ni bien sentía el peso sobre su grupa, iniciaba
el retorno a su palenque a todo galope.
Entre las tareas que hacían mis tías para la casa, estaba la
provisión de leña para usar como combustible en la cocina. Para
esta tarea periódica se utilizaba la burra que mi abuelo me había
regalado, de manera que desde ese momento yo también era de
la partida; para este viaje a los montes cercanos se preparaba
con una montura especial, que permitía una carga importante de
leña, que duraba una quincena aproximadamente. En ocasiones
acompañaba a mis tías a buscar leña para las “casas” en los
potreros cercanos, que poseían plantaciones naturales de: molle,
algarrobos, quebrachos, espinillos, piquillines, jarillas, etc.,de
los cuales el tiempo iba depositando el ramaje seco en el suelo.
En una oportunidad, iban en la excursión de la media tarde tía
Ramona, Charito y la prima Filomena; como transporte de
carga llevábamos con nosotros a mi burra que iba embastada
con los arneses apropiados para traer leña. El lugar al cual nos
dirigíamos quedaría a unas diez o quince cuadras de las casas,
mientras, recorríamos el camino hacia el bajo, pues no
olvidemos que estaban en el pie de la sierra. Allí existían
muchos cañadones y lechos de arroyos secos, cubiertos con una
vegetación tal, que sólo se veía a los costados del camino un
horizonte, de no más de veinte metros.
35
A poco de andar, empezamos a escuchar que los animales:
caballos, mulas, cabras, y también los pájaros, se encontraban
inquietos y algunos echaron a correr. Notamos una rara muestra
de comportamiento animal en la burra de carga, ya que no
estaba muy tranquila y costaba llevarla al tranco.
Recuerdo que mis tías, conocedoras del monte y la sierra,
dijeron que posiblemente había un puma cerca, que debíamos
apurarnos cargando la leña y volver a las casas. Así lo hicimos,
y muy pronto estuvo completamente cargada con la leña,
nuestra burra, que habían atado a un árbol por lo inquieta que
estaba.
En ese momento, ya prontos para el regreso, mis tías me
mandaron a traer el hacha que habían dejado al lado de un
arbusto, mientras ellas aseguraban la carga. Al ir en busca de la
herramienta, debí caminar unos pocos pasos para entrar en el
bosque, formado por especies aparrogadas de jarillas, perdiendo
de vista al camino y a mis compañeras de viaje. Cuando de
pronto levanté el hacha del suelo del lugar donde se había
quedado, vi pasar corriendo acompasado a un gran perro
amarillo que se dirigía hacia el bajo.
Al volver sobre mis pasos hacia el camino, encontré a la burra,
que encabritada rompió la riendas que la tenían sujeta, y se
disparó hacia las casas, mientras que con su andar desesperado
iba perdiendo toda la leña.
Al contar a mis tías lo que había visto, y observando éstas el
comportamiento del animal de carga, comprendieron lo
ocurrido y sólo atinaron a tomarme de la mano y correr juntos
hasta llegar a las casas; mientras veíamos en el camino a los
animales más cercanos ya no tan nerviosos, pero sí corriendo
todo lo que podían. Así llegamos a las casas, sin leña. Nuestra
burra estaba detenida en los palenques de atar que se
encuentran frente a las mismas, pues según el criterio del
animal, ese era el lugar donde se encontraba más segura. Buen
susto tuve cuando tomé conciencia, que lo que había visto era
un puma verdadero.
36
Al enterarse los hombres (Mis tíos), salieron montando sus
caballos, con rifles, para tratar de matar al puma que tanto daño
hacía a la hacienda, pero después de recorrer una legua entre
quebradas y cañadones, no pudieron dar con el animal, a pesar
de ir acompañados por los perros de la estancia.
Como ya conté anteriormente, la burra “leñera” se usaba para
estos menesteres en las casas. Después de haber ocurrido toda
esta aventura, como ya sabía que mi abuelo me la había
regalado con montura y todo, cuando la encontraba ensillada en
el palenque a la mañana, sabía que podía montarla, aunque
seguí usando mi método agotador, pero exitoso...
37
CAZA DE GUANACOS
uando pasaba mis vacaciones en Hucal, centro ferroviario
del cual he hablado en otras narraciones, tenía amigos, con
los cuales me integraba ni bien llegaba. Eran jóvenes de mi
edad, que vivían y trabajaban en ese lugar. Generalmente cada
año aparecía uno nuevo, que se había afincado en el pueblo, y
otros ya no estaban porque los habían destinado a otros lugares,
ya que todos eran ferroviarios o hijos de ferroviarios; pero
existían tres que formaban el núcleo de mis amigos
vacacionales.
Dos de ellos eran hermanos, Lulo y Chiquito, hijos del
encargado general de la parte de tracción ferroviaria, y el
tercero, Luisito, que si bien no era ferroviario, hacía changas
para las tareas colaterales del ferrocarril, ya sea descargando
vagones de carbón, leña o trabajando de changarín en los
galpones, donde permanecían transitoriamente los cereales
antes de ser embarcados en los vagones, también muchas veces
era contratado para trabajar en la Estancia de los Alvear.
Luisito era un joven muy trabajador y cuando no conseguía
nada para hacer, se dedicaba a ir como ayudante de su hermano,
que era empleado del correo rural, estaba a su cargo distribuir y
recibir la correspondencia que los distintos puestos de las
estancias tenían distribuidos en una amplia zona pampeana.
Todas las semanas este hermano que era mayor que Luis,
iniciaba la gira por el campo en una chata tirada por cuatro
caballos, donde acomodaba su carga que consistía, no sólo de
cartas, sino también de encomiendas, diarios y revistas, y a
veces algunas mercaderías que sus clientes de los puestos y
parajes, donde hacía escala, le habían encargado en su último
viaje. Este viaje le llevaba alrededor de cuatro días, donde
visitaba varios puestos de la Estancia, entre ellos: “El Mirador”,
“El Lucero de Murillo” y otros, para alcanzar su destino final
en el lugar que se conocía como “Hucal Chico”, que era un
puesto importante de la Estancia citada .
38
C
Está de más decir que el día anterior a su salida, nosotros
aprovechábamos para leer las principales revistas que llevaba;
entre ellas recuerdo “La Chacra”, “El Gráfico” y otras, pero
siempre con cuidado, pues el hermano de Luis era el empleado
responsable de la carga a distribuir por el Correo Nacional.
En la época que estoy recordando, mi familia en Hucal la
formaba mi padre solamente, ya que mi madre había fallecido;
en algunas vacaciones solía venir de San Luis mi abuela
paterna, entonces ella manejaba la casa donde vivíamos. De
manera que yo pasaba la mayor parte mi tiempo en la casa de
mis amigos Lulo y Chiquito, que junto con sus hermanas
gemelas, Chiche y Porota, formaban con sus padres un lindo
hogar, donde me consideraban un hijo más.
De esta manera, en el pueblo andábamos juntos con Lulo,
Chiquito, y a veces con Luis, cuando éste no trabajaba.
Con respecto a la tarea de los hermanos Lulo y Chiquito, ésta
también se desenvolvía en el ferrocarril, pues Lulo, el mayor,
estaba como ayudante de auxiliar en la Estación Ferroviaria, y
Chiquito sólo hacía changas.
No había mucha diversión para nosotros, en general nuestras
aventuras eran de caza, ya fuera con hondas, rifles, escopetas o
carabinas. Fuera de esta actividad, dedicábamos el tiempo a
jugar al fútbol en una cancha que había al lado de la Estación, o
ver jugar a las bochas a los viejos ferroviarios (Guardas,
cambistas, aspirantes, etc.) y algunos otros habitantes, como los
empleados del Almacén de Ramos Generales, bar y hospedaje
del lugar.
A veces también jugábamos a las bochas, pero en una cancha
no reglamentaria, que teníamos en la casa de los hermanos, bajo
la sombra de unos lindos paraísos, durante las tardecitas de
verano. Además habíamos construido un“sapo” con cajones de
embalar y las fichas eran arandelas que sacábamos del pañol del
galpón de máquinas, con ese juego hacíamos campeonatos que
nos divertían mucho.
39
Para la caza con honda, preparábamos los proyectiles con
plomo que se usaba para construir cojinetes del tren de rueda de
los vagones, plomo que fundíamos en un cucharón y luego lo
volcábamos sobre maderas duras, agujereadas previamente con
mechas de hierro, para así lograr unos “balines”, que eran
especiales para cazar martinetas y perdices.
La característica del suelo en la zona de Hucal era accidentada,
formada por lomas, médanos y amplios valles cubiertos por
árboles autóctonos, agrupados en pequeños bosques de
caldenes, algarrobos, jarillas, chañares, piquillines, sombra del
toro, espinillo y otras especies propias del lugar, que se
adaptaban muy bien a ese suelo semidesértico, ya que no
existían ríos, ni arroyos, siendo raro encontrar una laguna, por
el contrario, nos encontrábamos a veces con grandes
extensiones de salinas, que pintaban el paisaje de blanco en
contraste con el verde oscuro de la superficie que se encontraba
cubierta de pastos duros, extensos pajonales, cardos y el típico
“cardo ruso”, que al secarse formaba una perfecta esfera de un
metro de diámetro aproximadamente, que con el viento
rodaban hasta encontrar un obstáculo, como un alambrado por
ejemplo, y allí se apilaban hasta formar una verdadera pared.
Este tipo de terreno se prestaba para que en el mismo existiera
una variada fauna, así había: ñandúes (Nosotros las llamábamos
avestruces), martinetas, perdices chicas, perdices coloradas,
palomas grandes, torcazas, cardenales amarillos y otros pájaros
como: tordos, loros, cotorras, tijeretas, zorzales, lechuzas,
búhos, ratoneras, etc. También abundaban animales pequeños
como: cuises, vizcachas, gatos monteses, zorros, liebres,
quirquinchos, mulitas, etc.
Como caza mayor teníamos el guanaco y el puma, aún cuando
éste último no abundara tanto como el primero. Es significativo
aquí hacer un descanso y recordar qué importante sería la caza
del guanaco, que siendo Presidente de la Nación el General
Roca, fue invitado a la Estancia de Hucal para participar en este
deporte.
40
En época reciente se han sumado los jabalíes, pero estos
animales fueron traídos desde Bariloche a una estancia de la
zona, para mejorar la cría de cerdos. En la actualidad se han
transformado en una “peste”, pues habitan en estado salvaje por
haberse escapado oportunamente de algunas estancias, por lo
que abundan ahora en esa zona.
Así fue como en una ocasión, Luisito se enteró que a tres leguas
de Hucal, donde existía una pequeña laguna, iba a la mañana
temprano a beber agua, una manada de guanacos. De inmediato
surgió en nosotros la idea de la caza de ese animal, y desde el
momento que tomamos esa decisión, empezamos a preparar la
excursión a la laguna de los guanacos, como algunos la
llamaban.
En esta ocasión, el grupo de amigos no contaba con Lulo
porque tenía que trabajar, pues además, la aventura nos llevaría
por lo menos dos días. Por supuesto que nosotros averiguamos
qué camino era mejor y lo que necesitábamos llevar; de esa
manera se enteró toda la colonia ferroviaria, el núcleo del
almacén general y anexos, así cada uno daba su opinión y
consejo, sobre todo abundaban las bromas sobre los leones
pumas, que según ellos, existían en ese lugar, y las alimañas, de
las cuales debíamos tener cuidado, ya que al dormir en el
descampado era muy posible que nos encontraríamos con
alguna sorpresa.
Llegó así el día de nuestra partida. Salimos al amanecer,
llevando nuestras armas de largo alcance y los enseres propios
de una excursión; cargamos éstos últimos en la cabalgadura de
una yegua que tenía Luis, que cuando trotaba anunciaba nuestra
presencia por el ruido de las cacerolas y jarros, al golpear unos
con otros, a pesar de que el animal lo había ensillado un
paisano, como era Luis. Sin embargo, eran tantas las cosas que
transportábamos, que no podíamos evitar el ruido y el
aflojamiento de la montura, la cual tuvimos que ajustar
repetidas veces.
41
Entre las cosas que cargaba el animal, iban dos “hamacas
paraguayas”, donde Chiquito y yo íbamos a dormir, pues Luis
que era más hombre de campo que nosotros, dormiría en el
suelo, sobre el recado del caballo.
Luego de hacer un alto sobre el mediodía para comer algo,
seguimos camino y llegamos a eso de las cinco de la tarde al
lugar previsto para hacer campamento, donde había un bosque
de caldenes y una aguada abastecida por un molino con su
tanque australiano correspondiente.
La caminata en pleno verano, nos había cansado y acalorado,
por lo que de inmediato, después de desensillar al animal y
acomodar todas las vituallas a la sombra de los caldenes, nos
bañamos en el tanque, lo cual nos sentó muy bien, y luego,
después de hacer fuego, nos pusimos a tomar mate. Como ya he
dicho, existía mucha caza, de manera que a la tardecita, que es
el momento en que suelen salir las martinetas, cazamos dos
para el asado que cocinaríamos a la noche.
Después del asado, alumbrados por un “farol de noche”, como
es costumbre llamar a los faroles que funcionan con alcohol y
una mecha de iluminación, formada por una malla ó “camisa”,
fabricado con material incandescente, que proyectan una buena
luz blanca; nos pusimos a preparar los elementos para dormir.
Así Chiquito y yo encontramos los árboles adecuados para
colgar nuestras hamacas, mientras que Luis arreglaba con su
recado y las mantas, su cama en el suelo.
Antes de dormir cambiamos bromas sobre la ventaja de hacerlo
en las hamacas, y no en el suelo, expuesto a cualquier
inconveniente, recordándole a Luis los pumas de la región. Cuál
no sería la sorpresa de Chiquito y mía, al despertarnos los gritos
asustados de Luisito, diciéndonos que un puma había cruzado a
través de nuestro campamento.
Esa noche había luna y suficiente luz, como para ver que los
restos de comida estaban todos desparramados y por lo tanto,
no había duda de que un animal estuvo allí, pero el misterio
sólo se iba a descubrir al otro día.
42
Ni bien empezó a clarear el día, nos levantamos para ir a la
laguna de los guanacos, que se encontraba a un kilómetro más o
menos de nuestro vivac, sin embargo se nos presentó el primer
inconveniente, ya que el baño en el tanque australiano del día
anterior, de alguna manera no me había hecho bien, pues me
sentía bastante mal y con mucha fiebre, por lo que se descartó
mi presencia en la caza programada. Al no poder formar parte
en la partida, mis compañeros no querían ir, también porque
me veían bastante mal y no querían dejarme solo, pero ante mis
argumentos de que me encontraría bien si tomaba algunos
mates, me dejaron sentado en un tronco de árbol, al lado del
fuego y los elementos de mate, como también mi rifle al
alcance de la mano. Realmente me encontraba mareado, y
después de dar una vuelta alrededor de la fogata, me di cuenta
que debía acostarme o sentarme, así estuve no sé qué rato, pues
la fiebre no me permitía valorar el tiempo.
En mi vida, en tres ocasiones (Esta iba a ser la primera) tuve la
certeza de la muerte, y en el período trascurrido en ese lapso,
uno siente una paz y resignación tal, que su comportamiento es
tranquilo y sólo se apena por dejar esta tierra.
Recuerdo que mientras estaba sentado en el tronco, podía ver el
horizonte a lo lejos, donde existía una loma, que de improviso
parecía como que se cubría lentamente con una niebla que iba
borrándola, y el horizonte empezó a correr hacia mí, de manera
que cada vez veía a éste más cerca, mientras iban
desapareciendo paulatinamente todos los accidentes que tenía al
frente; así vi como se borraba un alambrado cercano, y la línea
de mi horizonte se acercaba inexorablemente, sobrepasando
todos los obstáculos para seguir su curso...
Mientras tanto, yo pensaba que al llegar el horizonte a donde
me encontraba, se acabaría mi vida..., esto no ocurrió, sino que
perdí la visión y quedé totalmente ciego, por unos instantes,
segundos o minutos, no lo sé, pues el tiempo no se puede medir
sin tener referencias de hechos repetitivos o destacados. Al
cabo de ese espacio vivido, recobré la visión y con ello la
alegría de estar vivo.
43
No pasó mucho tiempo, cuando vi que mis amigos regresaban
de su cacería sin ninguna pieza de caza. Lo que había ocurrido
era que los guanacos no habían concurrido a tomar agua ese
día, ya sea porque no lo hacían diariamente o porque habían
olfateado a los cazadores, de modo que tratarían de volver al
día siguiente, tomando todos los cuidados necesarios. Habían
estado tirados en el suelo húmedo de la laguna por más de dos
horas, en contra del viento, para no espantar la llegada de la
tropilla de guanacos.
Estos animales no son fáciles de cazar; recuerdo que cuando
tenía ocho años aproximadamente, acompañaba a mi padre a la
caza del guanaco. Este animal es muy vistoso, y su cuerpo
estilizado le permite rápidamente tomar carrera y desaparecer
del alcance de tiro. Ellos generalmente se destacan bien en las
lomas, siempre van en manadas de seis a siete; mi tarea en ese
entonces era intrigarlos, usando una rama en cuya punta
atábamos un trapo rojo, ya que son muy curiosos, y cuando ven
algo inusual en el campo, levantan bien la cabeza, girándola
como olfateando lo extraño, de este modo era posible acercarse
a 400 ó 500 metros, sin que desaparecieran. Así recuerdo que
una vez mi padre cobró una pieza, con el uso de su Winchester
y su buena puntería, luego lo cuereó, y con el cuero en el
morral, nos dimos por satisfechos y volvimos a casa.
Al regresar los muchachos de la laguna, se encontraron con un
campamento de carros laneros, que la noche anterior habían
acampado en otro bosquecito próximo al nuestro. La Pampa en
ese entonces formaba parte de la Patagonia Lanera, y por lo
tanto era necesario transportar la lana de los distintos puestos de
las estancias, donde se realizaba la tradicional esquila de las
ovejas.
Si bien el ferrocarril era la vía más rápida y cómoda para llegar
a los puertos marítimos, desde donde se enviaban a Europa para
su transformación industrial, el acopio en los centros
ferroviarios más cercanos se hacía utilizando unos carros
especiales, de una sola y gran rueda, que se llamaban “carros
laneros”.
44
Como el problema era el de transportar grandes volúmenes,
más que peso, estos carros tenían grandes ruedas para poder
salvar las irregularidades de los caminos improvisados, para
cruzar La Pampa; con superficies de grandes extensiones de
pajonales, salitrales y arenales; llevando sobre el eje del carro,
un recipiente de madera, como si fuera un cesto de geometría
trapezoidal, donde se almacenaban una gran cantidad de bultos
esféricos de lana, cubierta por un paño de aspillera con juntas
atadas, de manera que estos bultos fueran “fácilmente”
manejados por los peones, aún cuando estos pesaran alrededor
de cincuenta kilogramos.
El conductor del carro estaba sentado en lo alto y de allí
dominaba, no sólo el camino, sino a la tropilla que tiraba al
vehículo. Debajo del carro iban los cajones donde los laneros
llevaban sus vituallas para el viaje, que a veces les llevaba
varios días. En general el transporte se hacía a través de una
caravana de carros, de manera que existía un capataz que
conducía la misma.
Una de esas caravanas que llegaban a Hucal, era conducida por
un paisano muy pintoresco, buen verseador y bailarín, que
gustaba mucho a las mujeres del pueblo; cuando él llegaba
siempre se realizaban bailes para recibir y despedir a los
laneros; pero de estos personajes típicos de Hucal, nos
ocuparemos oportunamente.
Así fue como el tan mentado puma, que atravesó la cama de
Luis, no fue otro que uno de los perros que acompañaban a los
laneros, que de noche, y con la idea presente de los pumas, hizo
que Luis confundiera un perro grande y lanudo con un puma.
Esta equivocación sirvió para que como anécdota graciosa se
comentara en el pueblo, a costa del orgullo de Luisito.
Después del fracaso en la laguna con la caza de guanacos, se
pensó volver al día siguiente, sin embargo, como yo me sentía
bastante mal, se decidió dar por terminada la excursión e
iniciamos el regreso; éste fue accidentado, pues en mi caso, al
no poder caminar, ya que me cansaba mucho, debí regresar en
45
el lomo de la yegua, y de ese modo compartir el lugar con los
tachos, cacerolas y demás embastos que habíamos llevado, lo
cual hacía que nos detuviéramos varias veces para descansar,
pues cada vez me sentía peor; así llegamos al pueblo al caer el
sol.
Esto terminó con tres días de cama y con pocas ganas de
intentar de nuevo, otra cacería de guanacos...
46
EL SERVICIO MILITAR DE LOS ESTUDIANTES
n la década del 30 yo me encontraba realizando mis
estudios secundarios, y por esa época entre los alumnos se
comentaba muy firmemente, que el estudiante en el próximo
llamado del Ejército para hacer el servicio militar debería
cumplir un año, cuando hasta esa fecha, el mismo tenía una
duración de solo tres meses, el cual tenía lugar en las
vacaciones de verano, de manera que no perturbaban tanto el
estudio.
Para el estudiantado cumplir con el servicio militar,
representaba un grave inconveniente, pues en muchos casos
interrumpía su carrera y algunos otros era motivo de abandono
del estudio; que ocurriera esta posibilidad no estaba muy lejos
de la verdad, ya que había que cumplir con ciertos requisitos
previos, que si no se aprobaban, el servicio se extendía desde
tres meses a un año.
Cuando el plazo era de un año, el conscripto entraba en el grupo
general de soldados de todo el país, por lo cual se le podía
asignar un cuartel tan alejado del lugar de sus estudios, que
aunque hiciera lo que hiciera, al desvincularlo geográficamente
de su escuela ó universidad, no le dejaba ninguna posibilidad,
aunque sea para dar algún examen libre o realizar cualquier
trámite que le permitiera seguir como alumno durante ese año,
aún cuando la concurrencia no fuera regular.
Si tres meses ya afectaban el estudio, imagínense ustedes qué
representaría un año, y en algunos casos más de ese tiempo si
no se había seguido una “buena conducta militar”, o bien el
ingreso de los nuevos soldados, por falta de presupuesto, se
prolongaba algunos meses más. Todo esto sumado a que existía
conciencia entre el alumnado, que nada podría aprender un
estudiante durante ese período, que mejorara su formación para
encarar la vida, sólo el hecho de saber disparar un arma, hacía
que el servicio militar se viera como un escollo serio, que
cuando más pronto se lo pasara, más beneficio obtendría.
47
E
Entre las pocas prerrogativas que tenía el estudiante de esa
época, era que ese escollo lo podía adelantar o posponer un año
a la fecha oficial que le correspondía (20 años en ese tiempo).
Es así como pedí adelantarme, pues era cosa certera que el
próximo llamado sería de un año. No ocurrió así; el año que yo
debía hacer el servicio no se llamó a los estudiantes y esto
siguió por tres años más, según se decía, por falta de
presupuesto. De esta manera, no sólo hice tres meses por
haberme anticipado, sino que luego de cuatro años fui
incorporado obligatoriamente como reservista, debido a la
situación política especial que vivía el país, esto sumó casi un
año de servicio militar; bien se dice: “que por mucho madrugar
no amanece más temprano”. En esta ocasión me encontraba
realizando mis estudios universitarios, y a pesar de que el lugar
donde serví era La Plata, lo mismo perdí un año de estudio.
Dos años después, encontrándome todavía en la facultad y
trabajando en la Secretaría Aeronáutica Militar, como inspector
de habilitación de aviones civiles, ya que la Dirección
Aeronáutica Civil, que dependía del Ministerio del Interior,
donde yo trabajaba, fue incorporada a la Dirección del Material
Aeronáutico; fui de nuevo invitado a incorporarme a las filas
militares, ¡Y todo esto por adelantar en un año mi servicio
militar!
Los estudiantes que habían hecho el servicio militar más tarde
fueron incorporados como oficial o suboficial de reserva, por lo
tanto recibimos una nueva cédula de llamado, pero con un
aditamento curioso, pues se nos preguntaba en la misma si
deseábamos volver a incorporarnos transitoriamente a las
fuerzas armadas o no.
Entre los estudiantes corría la voz que aquellos que decían que
no, era justamente a los que llamaban, ese era nuestro dilema;
en mi caso, siguiendo el consejo estudiantil dije que sí, además
porque como yo ya trabajaba para ellos, pensaba que iba a ser
sólo un trámite administrativo y continuaría como inspector,
solamente que llevaría uniforme.
48
Así lo hice, fui llamado, pasé la revisión médica y luego todo
terminó; no fui incorporado, en cambio otros estudiantes sí
fueron por tercera vez ingresados al cuerpo militar.
Tenía un compañero que poseía una pequeña empresa de
construcciones bien montada y no le iba mal, lo que le permitió
estudiar para ingeniero civil, y ante la tercera convocatoria, no
podía menos que lamentarse, pues perdía la empresa y el
estudio temporalmente. Como hecho anecdótico recuerdo que a
la salida de la facultad había en esa época una palmera, y él
abrazado a la misma, con lágrimas en los ojos me contaba su
desgracia.
Esta introducción a la vida militar me permite contar una
anécdota militar, que refleja el trato y poco criterio que tenían
aquellos suboficiales que nos daban instrucciones, creyendo
que así nos educaban.
El servicio militar que recibía el nombre de Aspirante de
Oficial de Reserva (AOR), se inició un 2 de Enero y terminó el
31 de Marzo, nos ubicaron en un vivac formado por carpas,
donde en cada una de ellas podía vivir una sección (15 hombres
aproximadamente).
El asentamiento estaba situado en un “parque” que hoy se llama
San Martín y de allí partía la calle 25, que era una avenida de
tierra que se extendía hasta los límites de la ciudad, franqueado
a ambos lados de la misma por casas comunes y casas
precarias, habitadas en general por familias obreras y algunos
empleados provinciales, que al caer la tarde tenían la costumbre
de salir a la puerta de la calle, sentarse a tomar mate y de paso
presenciaban nuestro regreso al vivac, cargados de armas y
enseres militares, de vuelta de las tantas salidas que
realizábamos para efectuar en campaña, lo que los militares
llaman “orden abierto”.
La larga fila en marcha, sin marcar el compás que nos exigían
al salir a las mañanas del vivac, al caer la tarde, y por esa calle
polvorienta, parecía un ejército derrotado, con soldados todos
transpirados, cansados, que sólo deseaban llegar a su destino,
49
para bañarse y cambiarse de ropa, para poder descansar un
breve tiempo antes de que nos llamaran a cenar, para luego ir a
dormir. La columna en cierta forma desfilaba para los
habitantes que se apostaban en sus veredas, como lo hacen los
tordos que se paran en línea sobre los alambrados de los
campos al caer la tarde, cuchicheando entre ellas.
A medida que caminábamos a lo largo de esa avenida, se
levantaba una polvareda que anticipaba nuestra llegada, como
lo hacían los indios en sus malones, y además la columna era
cada vez más larga, ya que la distancia entre soldado y soldado
aumentaba, y los que cerraban la caminata cada vez se
distanciaban más de la cabecera, esto permitía a los
espectadores gozar más del espectáculo y lo cual les inducía a
mayores comentarios, en su mayoría contrarios a nuestra
condición de estudiantes, que lo expresaban generalmente a
viva voz para que nosotros nos diéramos cuenta que no
gozábamos de su simpatía. En esa época, y aún hoy, hay cierto
sector de la población que no simpatiza con los estudiantes,
pues considera que son privilegiados y que tienen todos los
vicios de la juventud, que provienen de gente acaudalada, que
jamás trabajan, sólo se divierten y pasan buena vida; por eso
para ellos en estos momentos que nos veían cansados, sucios y
decaídos por todos los trajines de los ejercicios militares que
habíamos hecho, pensaban que esto era justo, así aprendíamos
lo que era el sudor de los trabajadores. Lo que se atrevían a
gritarnos, sobre todo a la parte más alejada de los oficiales que
iban a la cabeza de la columna, eran palabras que iban desde
“pitucos” a otras mayores.
Había en nuestro grupo un aspirante (AOR), que su contextura
física no era para el trato forzado a que sometían a los soldados,
de manera que varias veces cayó desmayado del esfuerzo; yo
me había hecho amigo de él y al verlo muy cansado,
arrastrando los pies en una de estas vueltas al cuartel, le pedí su
fusil y enseres militares consistentes en caramañola llena de
agua, cinturón con cartucheras, mochila con todos los
elementos de comida, etc., que pesaba lo suficiente y
representaban una carga dura para llevar durante la marcha.
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Toda esta carga adicional, de la cual me hice cargo, la llevé en
una mula que cargaba el “ajuste”, que era un trípode de hierro
donde se ajustaba el fusil ametrallador, conjuntamente con otros
aditamentos de guerra, los arneses y monturas correspondientes.
Bien al llegar al vivac, mi compañero se fue a bañar y
descansar, que por cierto, le hacía falta; mientras yo
desensillaba la mula y colocaba todos los enseres de la montura
en una carpa especial que se habilitaba para el depósito de todo
lo referente a las mulas y caballos que utilizaba la compañía de
AOR. Antes de acomodar todo, había dejado a un costado los
elementos de mi amigo para después llevárselos a su carpa,
pero el deseo de terminar pronto, como las ganas de bañarme y
descansar que tenía eran tan grandes, que me olvidé de hacerlo,
dejándolo al lado de la carpa sin entregárselo a mi amigo.
Ni el dueño ni yo nos acordamos más de estos elementos, que
para un militar es de la mayor importancia; lo primero que nos
enseñaban era que nunca debíamos abandonar las armas,
cuidarlas más que a uno mismo; por lo tanto al otro día al
formar toda la compañía para iniciar otra fagina militar, el
Sargento que tenía en ese momento a cargo la compañía,
empezó a hacer un largo discurso sobre la responsabilidad del
soldado con sus enseres militares y además destacando la poca
solidaridad con un compañero de armas, hoy en el hospital, que
no había sido capaz de llevar a buen destino los elementos del
soldado y había dejado todo abandonado, sin importarle para
nada las consecuencias que podía tener para el compañero
enfermo.
Así siguió su perorata y preguntándose a cada momento, qué
aspirante había sido tan displicente y tan poco compañero.
Mientras hablaba, yo nada recordaba del día anterior, pensaba:
...“pobre el soldado que olvidó las armas en la carpa”..., sin
pensar en ningún momento que el “culpable” era yo mismo.
Cuando fui señalado, de nada valieron mis disculpas ni las
razones por las cuales había ocurrido ese hecho; no sólo fue el
escarmiento ante toda la compañía de mal amigo, sino que fui
castigado por una semana, sin salir, haciendo la limpieza todos
los días del vivac.
51
En el ejército, es tremendo el poder del que manda más, sus
conclusiones no se discuten, se aceptan, y este poder tremendo
en general lo ejercen más los de menor grado. El poder es un
elemento muy crítico, se lo debe usar con criterio, justicia y
equilibrio, en caso contrario, es un arma poderosa que puede
llegar a los extremos más lejanos. No hay duda que los
militares no han leído a Bertrand Russell, cuando habla del
poder en los hombres. Por suerte hoy ya no existe el servicio
militar para los estudiantes. Antes de abandonar este tema, creo
conveniente referirme a los hechos ocurridos en mi segunda
incorporación.
En el año 1942, la situación política de nuestro país era
inestable, y por lo tanto se estaba gestando la revolución del
año 43, causa suficiente para que los militares justificaran
llamar a los reservistas estudiantiles, a fin de reforzar a sus
cuadros militares. Así es como convocó una célula militar a
todos los que fueron aspirantes a Oficial de Reserva (AOR),
para ingresarlo por un tiempo indefinido.
Fui incorporado como sargento y con destino al Regimiento de
Infantería con asiento en la ciudad de La Plata. Debemos pensar
que para esa época casi todos los estudiantes en su primera
incorporación eran de secundario, ahora eran universitarios, o
bien algunos, como los industriales, ejercían ya su profesión.
Tanto unos como los otros se vieron muy perjudicados, ya sea
en sus estudios superiores o en su trabajo.
En mi caso me encontraba cursando el tercer año de Ingeniería
y pensé que como vivía en La Plata, tal vez podría arreglarme
con algún permiso y poder cursar alguna materia. Así fue como
tuve la suerte de conseguir un permiso especial para estar libre
una tarde en la semana para concurrir a la Facultad. Todo
andaba muy bien hasta que un día, a causa de que el
Regimiento no había desfilado en el bosque, lo suficientemente
bien según el criterio del Coronel, a cuyo cargo estaba la
preparación del desfile militar histórico que se realizaba todos
los años para el 25 de Mayo, me anuló el permiso, como una
satisfacción personal de su carácter.
52
Por esta razón no pude cursar el año universitario, y en
consecuencia retrasé mis estudios. Inútiles fueron las razones
que expuse, no sólo al Capitán Jefe de mi compañía, sino
también hasta al Director del Regimiento.
El año 42 fue malo para todos los soldados, ya que el invierno
fue muy duro como no recordaban otro en La Plata; tan es así
que en una salida con el Regimiento para realizar “orden
abierto”, desfilando por la calle 7, al llegar a la altura de la calle
80, eran tantos los soldados que caían desmayados, que el
Coronel dio órdenes de regresar a los cuarteles del Regimiento.
Tan crudo fue ese invierno, que la enfermería estaba repleta de
soldados enfermos, pues por razones presupuestarias los
mismos no iban bien abrigados. Era una pena verlos dormir en
esos galpones fríos, tapados con una colcha de verano, tan
delgada por el uso que parecía una sábana.
Una noche muy fría, escuché a eso de las 3 de la madrugada
gritos y órdenes que me despertaron; al ver que provenían de la
“cuadra” donde dormían los soldados de nuestra compañía me
dirigí a ella, cuál no sería mi sorpresa ver a todos los soldados
en paños menores haciendo ejercicios al lado de la cama, bajo
las órdenes de un cabo primero que los dirigía; mientras él
estaba bien abrigado con su uniforme completo, hasta llevaba
su capote puesto. Al ver tal demostración de poder frente a
esos jóvenes, no pude menos que intervenir y grité: - ¡La
compañía a mis órdenes! ¡Y usted, cabo primero se retira
castigado a su dormitorio!-
Todos los soldados volvieron a sus camas y se taparon como
podían, algunos se vistieron para dormir mejor; muchos de ellos
habían cortado el colchón al medio y a lo largo para poderse
cubrir con la lana que éstos tenían; todo para poder
resguardarse del frío.
De esta manera, y cuando podía, utilizaba mi poder como
suboficial para beneficiar en algo la vida de los jóvenes
soldados.
53
En otra oportunidad durante un fin de semana largo, en el cual
todo el Regimiento gozaba de un permiso, que le permitía a los
que vivían alrededor de La Plata visitar a sus padres, me
encontré con la novedad que el Furriel, que por orden superior
preparaba la lista de los que debían quedarse para las guardias
de esos días, colocaba a los soldados que precisamente vivían
fuera de la ciudad, en los pueblos vecinos, y de esta manera les
anulaba la única vez que podían ver a su familia; favoreciendo a
los de la ciudad, que prácticamente visitaban a sus padres todas
las semanas. Ante este proceder, utilicé mi cargo para revertir la
disposición y así permitir que el soldado del campo pudiera ir
de vez en cuando a su casa. Ya que tenía que cumplir con la
incorporación, me había propuesto hacer más llevadera la vida
del soldado, utilizando el poco poder que me daba el grado con
el que fui incorporado.
Como lo expresara anteriormente, ese año fue uno de los más
fríos que tuvo que soportar la ciudad, por lo tanto hasta yo caí
enfermo con una gripe muy fuerte que me atacó hasta el sistema
pulmonar, tuve que pasar en la enfermería más de un mes. Al
cabo de ese tiempo me dieron el alta, pero me sentía muy débil
para incorporarme a las tareas propias del Regimiento. Estando
en la enfermería me había hecho muy amigo de un soldado, que
gozaba de algunas franquicias, pues era el campeón argentino
de la carrera de 100 metros pedestre. Este joven se ofreció a
interceder frente al Jefe de Regimiento para que me dieran una
tarea de oficina, para así no incorporarme a las tareas de la
compañía y poder restablecerme rápidamente. Así fue como fui
asignado a la oficina de Reclutamiento, en la cual se
confeccionaba cada cuatro años el plan de reserva activa para
casos de conflicto. Esta oficina tenía como jefe a un Capitán,
como ayudante de la jefatura y responsable de la confección
práctica del plan de movilización a un suboficial principal, y
por lo tanto era el jefe directo de los escribientes a máquina,
que eran un soldado y un sargento (El que suscribe).
Para mostrar como el “poder” está sobre todas las reglas, leyes
y demás directivas, aún cuando estas representan las
disposiciones de la Real Academia del Idioma, relataré, no sólo
cómo influye el poder, sino también la ignorancia de ciertos
militares y su tozudez.
54
El Capitán todas las mañanas se acercaba a la oficina a dar
algunas órdenes y luego controlaba la escritura que en ese
momento se hacía del Plan. De este modo varias veces corregía
las supuestas faltas de ortografía de los empleados. Recuerdo
que acercándose me ordenó que una palabra escrita con “s”
debía ser con “c”. A pesar de que yo le advertía su error, él
ordenaba por ser Capitán, que se escribiera con “c”.
En esa época no existían las PC, donde la corrección es muy
fácil. Debíamos en ese entonces proceder a borrar con goma
especial el original y la copia que se obtenía con papel
carbónico; por más cuidado que se pusiera en la corrección, la
hoja no quedaba bien como para integrar el Plan.
Después que había hecho lo ordenado, seguía escribiendo y
mientras tanto el suboficial se acercaba como al pasar, para ver
el supuesto error. Después, cuando él creía que nadie lo miraba
le decía en el oído al Capitán que estaba equivocado; éste
luego se acercaba al escribiente y le decía: - Corrija de nuevo.
Así lo hice varias veces, pero como él seguía con esa costumbre
de utilizar el poder para corregir, se me ocurrió realizar la
primera corrección golpeando la tecla de tal manera que la letra
enmendada casi cortaba el papel. De esta manera como el
Capitán ordenaba de nuevo la corrección, yo le contestaba que
no podía, al insistir, de un golpe sacaba el original y la copia de
la máquina, lo hacía un bollo y lo tiraba al canasto, volvía a
colocar papel y carbónico para hacer nuevamente la hoja. Esto
bastó para que el oficial no me corrigiera más.
Esta actitud demostrada a sus subordinados, es generalmente la
que se utiliza con los civiles en su trato diario; llevado por la
educación militar que han recibido y porque saben que tienen
poder, sin embargo ese poder está limitado por la cadena de
mando, lo que los lleva a obedecer sin discusión alguna,
siempre que la orden provenga de un estamento superior.
Hemos dicho en otra oportunidad, que el poder es un arma
peligrosa, y sólo debe ser manejado por aquellas personas
sensatas de criterio amplio, y no aquellas que tienden a
aniquilar la razón por el poder mismo.
55
uando ingresé a la Facultad de Ciencias Físico-
Matemáticas de la U.N.L.P, lo hice becado, por haber sido
el mejor alumno de la promoción de la Escuela Industrial
Superior de la Nación, de la ciudad de La Plata.
Hoy la Facultad se conoce como la de Ingeniería, pues cuando
tuvimos un Arquitecto como Rector de la U.N.L.P, tuvo la feliz
idea de modificar la estructura de la universidad, fundando
según él, dos facultades, la de Ingeniería y la de Ciencias, como
existen en la actualidad.
Recuerdo que con motivo de este suceso, el diario “La Prensa”
dijo en su editorial que no se habían creado dos facultades en
La Plata, sino que se había cerrado una de gran prestigio, que
nació con la Universidad misma como resultado de la idea
creadora de Joaquín V. González.
Volviendo a mi condición de becado, situación que no podía
perder, si realmente deseaba seguir estudiando, ya que en la
misma caducaba el primer aplazado de la carrera; esta
condición me obligaba a ir muy bien preparado a los exámenes,
que con ayuda a veces de un poco de suerte supe terminar mi
carrera, sin perder la beca. Esta situación me conducía a ser
muy cuidadoso con las decisiones que podía tomar al cursar la
carrera, de manera que cuando se presentó la oportunidad de
cambiar de estudios de la Ingeniería Mecánica (Donde estaba
inscripto) por la carrera de Ingeniería Aeronáutica de reciente
creación, me resultó difícil hacerlo.
La carrera me atraía, pues siempre me gustaron los aviones, mi
casa estaba frente al Aeroclub del Dique y donde desde muy
chico me entretenía en verlos decolar, volar y aterrizar a los
aeroplanos de esa época; talvez recordando los vuelos de las
grandes aves que habían en el campo de la Pampa como las
águilas, los jotes y las palomas monteras.
56
MALAS PALABRAS
C
Lo cierto es que después de buscar consejos de varios
profesores, dos amigos y yo nos inscribimos en la nueva
carrera, cuyo currículum era muy superior a la de Mecánica. Se
puede decir que con las nuevas materias y lo excelente de los
profesores que las dictaban, la Facultad de Ciencias Físicas-
Matemáticas, se renovó totalmente, y si algo le faltaba a nuestra
Facultad, era justamente el dictado de nuevas disciplinas
científicas y técnicas que ya eran corrientes en otros países
como los de Europa y los Estados Unidos.
Tuvimos profesores invitados, especialmente italianos,
franceses, belgas y rusos, que no sólo prestigiaron la carrera
aeronáutica del país (Recuérdese que en la Universidad de
Córdoba no se dictaba específicamente aeronáutica, solamente
un híbrido mecánico-aeronáutico, de manera que los primeros
alumnos en estudiar esta especialidad en el país fuimos
nosotros), sino que permitieron que otras cátedras de la
Facultad hicieran una revisión de sus temas de enseñanza e
incluso se crearon otras disciplinas de estudio.
Nosotros que ingresamos en esa época al estudio de
aeronáutica, creíamos que ésta tendría en la parte civil un gran
porvenir, ya que terminada la segunda guerra mundial y
teniendo en cuenta la enorme extensión de nuestro país, no era
menos pensar que las comunicaciones se realizarían a través de
la aviación. Desgraciadamente no ocurrió así por el control que
ejercía la aeronáutica militar sobre el desarrollo de la
aeronáutica civil de nuestro país; una decisión desafortunada,
que atrasó en muchos años el desarrollo civil de esta actividad.
Una vez ya decidido a estudiar aeronáutica, pensé que lo mejor
era someterme de lleno a esa disciplina, complementando el
estudio con un trabajo relacionado con el vuelo. Así fue como
ingresé a trabajar como ayudante inspector en la Dirección de
Aeronáutica Civil de la Nación, que en esa época se encontraba
en la ciudad de Buenos Aires, situada en una casa muy señorial
de la avenida Quintana; esto me obligó a viajar todos los días,
lo que dificultó el estudio de mi carrera, indudablemente se hizo
más larga.
57
Sin embargo, a pesar de estos inconvenientes, el balance que
hice de esta nueva situación era favorable, no sólo ganaba un
sueldo adecuado, sino que me interiorizaba en lo que ocurría en
el mundo aeronáutico. Pertenecía a la División Inspección que
tenía por misión otorgar los certificados de navegabilidad a
todos los aviones que operaban con matrícula del país. Sin este
certificado, que respaldaba la seguridad del avión propiamente
dicho y de su planta motora, que otorgaba provisoriamente el
Inspector y luego confirmaba la Dirección de Aeronáutica Civil
del Ministerio de Interior, los aviones no podían despegar. De
manera que nuestro trabajo no sólo se limitaba a la inspección
en tierra y en aire del aeroplano en cuestión, sino también a la
habilitación e inspección periódica de los talleres que se
dedicaban a la reparación de aviones, talleres civiles que en esa
época no eran muchos, sólo se destacaban como importantes los
de Morón y del Tigre, que estaban habilitados para reparaciones
generales; además habían talleres pequeños de mantenimiento
en los Aeroclubs del país, que también eran rigurosamente
controlados por nuestra oficina. De manera que los inspectores
aeronáuticos tenían zonas del país, donde ellos eran la autoridad
aeronáutica que permitía volar o no a los aviones.
Yo tuve la suerte de ser ayudante de grandes inspectores que
conocían muy bien su trabajo, y aún cuando no eran buenos
docentes, mi curiosidad a través de mis preguntas, no sólo a
ellos, sino a los pilotos, mecánicos, etc., me permitieron en
poco tiempo estar cómodo en mi trabajo y al cabo de un año ya
hacía algunas inspecciones solo. Además aprendí el trabajo de
oficina y el manejo de expedientes e informes, cosa totalmente
desconocida para mí. A propósito, recuerdo mi primer contacto
con los expedientes que no fue muy placentero.
En la oficina trabajaba un ingeniero que había sido Suboficial
del Ejército, que estudió y se recibió en la Universidad de
Córdoba, era un hombre con conocimientos firmes, pero no era
muy bien visto por los militares, puesto que a pesar de que la
oficina donde trabajamos, pertenecía a la aeronáutica civil y por
lo tanto dependía del Ministerio del Interior, el Director era un
militar, y éstos no veían con buenos ojos a los subalternos, aún
cuando fueran universitarios.
58
A este ingeniero le gustaba resolver problemas aeronáuticos, y
los de administración (Si bien estaban relacionados con el
mismo tema) trataba de dejarlos a un lado; así se fueron
acumulando tantos expedientes que la altura promedio, sin
exagerar, era más de metro y medio. Un día me llamó y me
dijo: ...- ¿Ves esa pila de expedientes?, los estudias y los
resuelves por ti mismo, si tienes alguna duda, consulta con el
Jefe Administrativo...-; éste era un excelente empleado con
mucha experiencia, y en una palabra, era un archivo vivo; era
de aquellos empleados imprescindibles, todos lo consultaban y
a todos les daba respuestas inmediatas y precisas, sin consultar
ningún papel. De esta manera aprendí a estudiar un expediente
y comprender el asunto de que trataba sin leerlo a fondo, esta
experiencia me sirvió más tarde cuando era Gerente de Vialidad
y debía resolver muchos y serios problemas que tramitaban
expedientes “gordos”.
Todo fue bien con los expedientes que me dejó de herencia el
ingeniero, a poco de trabajar con ellos, ya hacía informes
correctos que aprobaba el Jefe Administrativo. Sin embargo,
tuve mi primer problema en un pedido que hacía el Director de
una Escuela de Morón, de partes de avión para un museo que
estaban armando; como lo solicitado era material de rezago, yo
redacté la Resolución, por la cual el Director de Aeronáutica
disponía su entrega.
Unos días más tarde vino la resolución aprobada y se ordenaba
la entrega; cuál no sería mi sorpresa cuando hablé a los
hangares que teníamos en Morón, para proceder a la entrega, y
me comunicaron que esos materiales hacía más de un mes que
se habían entregado a otra repartición.
Frente a este hecho sólo me quedó la consulta al Jefe
Administrativo, quien me retó y me dijo que nunca hiciera algo
sin comprobarlo previamente; no obstante él iba a dar solución
a mi problema, y abriendo el último cajón de su escritorio,
archivó el expediente para la eternidad; otra cosa hubiese sido
comunicar lo ocurrido al Director, con la correspondiente
sanción, cosa que yo no deseaba.
59
A pesar de la recomendación de mi jefe, años más tarde
cometería el mismo error, aunque este mucho más grave, pero
eso será tema de otro relato.
En la oficina de inspección existían dos momentos, de los
cuales todos estábamos pendientes: uno era el espectáculo que
tenía por marco la ventana del edificio que se encontraba frente
a nuestras oficinas, allí todas las mañanas alrededor de las
nueve horas, éste se iniciaba junto con la apertura de la
persiana, aquellas figuras que acompañan el abandono de la
cama del despertar de una linda joven. Comenzaba entonces así
un verdadero “Reality Show” como los que se ven hoy en
televisión, el cual terminaba bruscamente al aparecer nuestro
jefe administrativo.
El otro momento es el que dio origen a todas estas
disquisiciones aeronáuticas; diré que al lado de nuestra oficina
se encontraba el Laboratorio Psico-Técnico, donde se
realizaban todas las revisaciones médicas y los tests, que en esa
época debían pasar todos los pilotos antes de renovar o sacar
por primera vez sus licencias de vuelo. Entre todos los tests que
debían pasar los postulantes existía uno, cuya aplicación era
muy graciosa y esperada por todos los que lo conocíamos, de
manera que cuando por primera vez debía pasarlo un aspirante
a piloto aeronáutico, el ayudante del médico que asistía la
prueba, nos llamaba para que lo presenciáramos e hiciéramos
coro de risas al final del mismo.
La prueba consistía en un aparato parecido a una perinola, que
giraba, mostrando en cada cara una letra, el que se sometía al
test debía pronunciar una palabra con la letra que aparecía en
cada giro, todo iba muy bien mientras la velocidad con que
aparecían las letras era baja, pero a medida que se aumentaba la
velocidad, el sujeto elegía palabras groseras, terminando con las
más malas palabras que conocía para poder cumplir con el test.
Esto siempre nos causaba gracia y terminábamos todos riendo a
carcajadas. Es posible que un Psicólogo pueda explicar esto,
pero a mí me parece que es una consecuencia lógica de nuestra
idiosincrasia ciudadana.
60
UNA LECCIÓN DE VIDA
iertos hechos en la vida, repartidos en el tiempo suelen
tener el carácter de normas, que aplicadas en el momento
correcto permiten salir de una situación embarazosa en el trato
diario con las personas que nos toca convivir.
Así viene ahora a mi memoria el recuerdo de un señor que llegó
con nosotros al pueblo de Plaza Huincul, centro petrolero que
se encuentra a 1300 km de Buenos Aires, para trabajar en el
yacimiento que aún hoy existe, digo con nosotros pues éramos
tres jóvenes recién recibidos de Técnicos Industriales y nuestro
primer trabajo profesional lo iniciamos en dicho pueblo. La
compañía que nos contrató era estatal y para entusiasmarnos
nos prometió una serie de ventajas, entre ellas vivienda, cosa
que no ocurrió por lo que tuvimos que alojarnos en el único
hotel que estaba ubicado frente a la estación de ferrocarril.
El hotel estaba ubicado en un viejo edificio, por supuesto, de
una planta, construido en una esquina y ocupando un cuarto de
manzana, al entrar uno se encontraba con un gran comedor y al
fondo, detrás de un mostrador estaba el bar y recepción de los
pasajeros y clientes, a un costado se encontraba una ancha
puerta que comunicaba con la cocina y en la mitad de la otra
pared se ubicaba un pórtico cerrado con dos amplias puertas
vaivén adornadas con gruesos vidrios biselados que daban paso
a un gran patio cerrado por varias piezas que representaban los
alojamientos que poseía el hotel.
Cada pieza tenía dos camas de manera que se nos asignó dos
habitaciones y por consecuencia uno de nosotros debía dormir
con el cuarto hombre, cosa que a ninguno nos hacía gracia, por
lo tanto decidimos quién debía dormir en la segunda pieza
jugando a las barajas, me tocó de esa manera ser el compañero
de cuarto.
Para comprender la reticencia de dormir con un desconocido
debemos decir que este señor era muy particular, tendría unos
cincuenta años, tal vez menos, pero su extrema delgadez y su
61
C
cara a medio afeitar, detalles que unidos a su declaración de ser
vegetariano – habíamos cenado en la misma mesa – lo
describían como un personaje curioso y algo misterioso, por lo
que ninguno de nosotros quería compartir nada con él.
Cuando fui a la pieza para dormir, lo encontré ya durmiendo,
traté de no hacer ruido que podría molestarlo, así transcurrió la
noche, hasta que a la madrugada siento ruidos y me incorporo
en la cama creyendo que ya era hora de levantarse cuando lo
encuentro al compañero de pieza en calzoncillos y camiseta
haciendo unos ejercicios raros en el medio del cuarto.
Al preguntarle si no era muy temprano para levantarse y
además para entregarse a esos ritos gimnásticos me contestó
que él profesaba una religión que lo obligaba diariamente y
antes que saliera el sol, encomendarse a los dioses y realizar
ciertos y determinados ejercicios espirituales a fin de asegurarse
un buen día.
Iniciada la conversación ésta continuó por parte de él
explicando las diferencias que existían con otras creencias, y
para ser claro con respecto a los creyentes católicos me dio un
ejemplo: ...“nosotros no hacemos como Jesucristo que cuando
se nos pega en una mejilla ofrecemos la otra en señal de que no
tenemos ningún rencor con el que nos ha injuriado, sino por el
contrario, tratamos de hacerle comprender que con esa
cachetada nos ha hecho un gran favor puesto que con su acción,
por ejemplo, nos mató un mosquito portador de malaria y le
quedamos agradecidos eternamente, de esta manera dejamos
confundido a nuestro enemigo y para nosotros representa una
forma de vengarnos al dar vuelta el concepto del agravio”...
Esta manera de reaccionar frente a una situación injusta y
agraviante cuando ha ocurrido un hecho que en ningún
momento estuvo en nuestra mente la idea de provocarlo, me ha
permitido salir, no digo airoso, sino resolver un problema cuyas
consecuencias finales uno no siempre conoce y confieso que en
muchas oportunidades he usado este procedimiento de revertir
el significado de algún exabrupto que uno suele recibir en la
vida.
62
Recuerdo cuando regresaba a mi casa, en ese entonces en
Ringuelet, lo hacía muchas veces en los ómnibus que iban
desde La Plata a Buenos Aires, para lo cual debía sacar el
boleto sobre el mismo vehículo y este se pedía por el valor que
representaba el viaje, de esta manera pedí uno de $A. El
conductor, y boletero a la vez, entendió mal y cortó uno de
mucho mayor valor, en ese momento arrancó el ómnibus y el
nivel de ruido se incrementó obligándome a levantar la voz para
decirle:
- Le pedí de $A
De inmediato me contestó de muy mala manera diciéndome:
- ¿Qué hago yo ahora, quiere que me coma el boleto cortado?
- No, hacemos ahora algo mejor – le contesté, tomé el boleto
de mayor valor, lo rompí y lo tiré por la ventanilla y luego le
pagué el valor de los dos boletos.
De esta manera desarmé al chofer que no dijo ni una palabra y
el incidente terminó ahí, claro está que el viaje me resultó caro.
Aquella conversación el hotel Plaza Huincul a la madrugada
supo tener otras derivaciones, mejor sería decir, otras
aplicaciones que la buena educación a veces no nos muestra.
En la oportunidad que me desempeñaba como inspector de
aduana en materiales de uso aeronáutico, mis oficinas se
encontraban ubicadas en las calles Uruguay y Tucumán en la
ciudad de Buenos Aires, lugar de mucho tráfico, sobre todo al
mediodía, hora que correspondía a la salida del personal de
oficinas, justamente a esa hora terminaba mi tarea, con más
certeza a las 13 horas, mi preocupación era estar desocupado,
pues si llegaba algún trabajo a último momento, mi tarea se
prolongaba en la tarde privándome salir a tiempo para tomar el
tren a La Plata y poder asistir a las clases que se dictaban en la
Facultad de Ingeniería. A pesar de mi preocupación por
terminar a tiempo todos mis informes, un día alrededor de las
12 horas me llamó mi jefe para encargarme la inspección de un
cargamento de repuesto para una de las principales compañías
de transporte aéreo internacional, haciendo hincapié de la
premura que tenía la compañía para habilitar los vuelos del día
siguiente, de esta manera frenó todo intento de dejar todo para
el próximo día.
63
Tomé el expediente y salí corriendo para tomar un taxi e ir al
puerto donde me esperaba el despachante de aduana de la
compañía, pero como lo dije anteriormente a esa hora los taxis
iban ocupados, de manera que cuando pude conseguir uno lo
tomé por una manija y exclamé: - ¡Este auto es mío!, solo que
en ese momento advierto que del otro lado abría la puerta un
señor de edad muy bien puesto antes que yo, a pesar de esto
seguí gritando y dispuesto a todo para conseguir el vehículo
que tal vez me permitiera todavía llegar a tiempo a mis clases
de tarde en la Facultad.
El señor me preguntó para dónde iba, al responderle que mi
destino era la dársena del puerto frente a Retiro me contestó
que él tenía el mismo rumbo, por lo tanto podríamos ir juntos,
todo esto lo expresó en forma pausada y correcta que de
inmediato me puso en mi lugar y sin palabra alguna subí al
coche aceptando su idea, de ahí para adelante todo se
desarrolló en silencio, sólo interrumpido por el señor, que al
llegar a Retiro se bajó agradeciéndome haberle permitido el
viaje y pagando el taxi generosamente hasta mi destino; yo me
acordé de nuevo del hombre de Plaza Huincul, pensando qué
lección de vida me había dado este señor...
64
UNA VISITA INESPERADA
ntre los trabajos extra-universitarios que he realizado,
estaban los que me permitían desempeñarme como Gerente
Técnico de una empresa en La Plata, que se dedicaba a los
servicios de microfilmación y computación para empresas.
Como resultado de nuestra actividad era frecuente que nuestro
Gerente General y dueño de la empresa, se ausentara para viajar
a los Estados Unidos para cumplir con algunos compromisos
que teníamos con compañías de ese país, de las cuales éramos
representantes de algunos de sus productos.
Cuando Rodolfo (así se llamaba) viajaba, toda la oficina estaba
atareada preparando los detalles de la actividad que
desempeñaría en el país del norte; en una de esas oportunidades
Rodolfo estaba tan atareado, que no podía acompañar a su
esposa a la modista para dejarle un tapado que necesitaba un
arreglo menor, que llevaría en el viaje, ya que ella acompañaba
a su esposo en esta ocasión. Por esta razón me preguntó si yo
podía llevarla a la modista en viaje a casa, puesto que ya era
tarde y la tarea de la oficina no había terminado aún.
Ese día mi señora Celina había salido de compras, y quedamos
que me pasaba a buscar por la oficina para irnos juntos a casa
en el auto que tenía en el estacionamiento, de manera que ante
el pedido de Rodolfo solo tuve que invitar a su esposa Elina que
viniera con nosotros.
La casa de la modista quedaba en la periferia de la ciudad, y a
escasos metros de la esquina, donde yo recordaba, vivía un
ayudante del Laboratorio Universitario que trabajaba conmigo.
Serían las ocho de la noche cuando golpeamos Elina y yo en la
casa de la modista, Celina mi esposa, se había quedado en el
auto esperándonos; por más que llamamos no nos atendían, y
era evidente que no había nadie en la casa, pues no se veía
ninguna luz.
65
E
Mientras esperábamos Elina se quejaba, pues si no le dejaba esa
noche el tapado, no le hacía el arreglo y no podría ir al otro día
a los Estados Unidos con su esposo. En ese momento me
acordé que en la casa de la esquina vivía el laboratorista, y por
lo tanto le sugerí a ella que podríamos dejar el tapado, que iba
envuelto en una gran paquete, bien acondicionado, y más tarde
cuando regresara la modista, él podría dárselo, de esa manera se
lograba lo que allí fuimos a hacer.
La casa de la esquina estaba construida sobre la calle y en la
ochava presentaba la puerta de entrada principal, de manera que
nos dirigimos a ella y golpeamos, para ser atendidos por el
propio laboratorista, quien exclamó: -¡Ingeniero, qué grata
sorpresa y qué atención de acordarse de nuestro aniversario!-.
Al abrirse la puerta vimos que daba la entrada a un largo y gran
comedor, totalmente iluminado, con una mesa tendida y lista
para recibir a los invitados que irían a festejar el 40 aniversario
de casados.
El señor de la casa nos recibió con los brazos abiertos y
llamando a su esposa, diciéndole que el ingeniero (Yo era su
jefe), había tenido la delicadeza de visitarlo con su esposa, y
mirando el paquete (Que él creía un regalo), nos invitaba a
pasar y tomar unas copas. ¡Qué tremendo papelón pasamos! Yo
tratando de explicar lo inexplicable y Elina diciendo: - Yo no
soy la esposa, soy una amiga...-. Después de haber aclarado
toda la confusión, le planteamos el motivo de nuestra breve
visita, así logramos cumplir con el objetivo de dejarle la
encomienda a la modista.
La visita fue realmente inesperada. Al retirarnos, al principio
nos sentimos muy avergonzados por el error, y luego al
acercarnos al auto, no pudimos menos que reírnos ante el
suceso tan curioso que nos ocurrió. De más está decir que la
esposa de Rodolfo, al fin pudo viajar con él a los Estados
Unidos, gracias al arreglo que se le hizo a tiempo al tapado.
66
EL FÚTBOL COMO SOLUCION
n la época que trabajaba como Gerente Técnico de una
empresa de informática, se nos presentó un trabajo muy
importante, relacionado con el censo de armas de fuego que
puso en marcha la Provincia. El censo era obligatorio, cada
ciudadano de la provincia que tuviera un arma debía
denunciarla, para lo cual debía llenar un formulario ad hoc que
proporcionaba la policía, por intermedio de sus comisarías.
Por cada arma debía llenarse un formulario, de manera que,
como el censo arrojó aproximadamente tres millones de armas
(Año 1980), el cúmulo de papeles como resultado de las
concentraciones de denuncias se iba amontonando en la Casa
Central de Policía, y ya ocupaban una habitación de gran
tamaño. Estos formularios venían de las comisarías en paquetes
de diversos tamaños y atados con hilo, realmente no venían
bien acondicionados, el continuo traslado y la humedad
perjudicaba las solicitudes.
Cuando las autoridades se encontraron frente a este cúmulo de
información soportada por esa gran cantidad de paquetes sucios
y sin clasificar, entendieron que sólo contratando los servicios
de aquellas compañías que tratan con la información, podían
resolver el problema de clasificación, de estadística y de
emisión de boletas, que enviadas a los declarantes, pudieran
obtener un beneficio (Un impuesto más por única vez), que las
rentara lo suficiente para cubrir los gastos del censo y otras
tareas.
El trabajo nuestro consistió en microfilmar todas las solicitudes,
con el fin de reducir los tamaños de archivo y facilitar el
manejo de la consulta de información a través de máquinas
lectoras automáticas. Además paralelamente se grabó la
información y se archivó en cintas magnéticas que podía
manejar un sistema de computación,; se hicieron programas
para cada una de las inquietudes de la policía y entre ellas el
programa que permitía imprimir lo tres millones de boletas, que
se enviarían por correo a los denunciantes de armas.
67
E
Estas boletas tenían el aspecto de las que utiliza la Provincia
para cobrar sus impuestos, de manera que el ciudadano que
había denunciado un arma, recibía por intermedio del correo la
boleta por cada arma, que contenía como toda boleta de
impuesto tres partes: una para el banco donde se pagaba, otra
para el cliente y otra para la policía. Las boletas como
comprobante de pago que llegaban de los bancos de toda la
provincia a la policía, se grababan y a través de un programa se
confeccionaban las credenciales del REPAR (Registro de
Armas), que por último retiraban los interesados en cada
comisaría, y que le servía para justificar la posesión de un arma
frente a las autoridades policiales.
Las boletas de pago (Del mismo tipo que las de impuesto), se
enviaban por correo como ya hemos dicho, pero como éstas
eran aproximadamente tres millones, para el Correo Central de
La Plata, que debía realizar esta tarea, resultaba un problema de
entrega, que se sumaba a las boletas de impuesto de los
organismos de la Provincia, que realizaba mensualmente. Por
esta razón fui al correo para hablar con el encargado que tenía
la tarea de envío de tal correspondencia, indicándome que
llevara ésta a la tarde de determinados días, donde la tarea no
era tan pesada para él, y así como al pasar me dijo: ...- No
olviden que deben poner el número de cuenta de la policía en
las boletas, que en este caso es el número tal ...
Los ministerios y algunas importantes reparticiones
provinciales tenían una cuenta corriente con el Correo Central
de la Nación para el envío de correspondencia, y de esta manera
se evitaban el estampillado.
Luego de conversar con el encargado del correo, me fui a la
oficina caminando, pensando en el número de cuenta, ya que
según mi recuerdo, no era precisamente el que habíamos
colocado en las boletas, ¡Qué error si así hubiera ocurrido!,
¿Cómo cambiar el número por el verdadero en tres millones de
boletas?, ni pensar hacer de nuevo el trabajo; la pérdida de
dinero era tan grande, pues hacía como quince días que
trabajaba un equipo para la confección de las mismas .
68
Apuré el paso y al llegar a la oficina pedí una boleta cualquiera
y busqué el número de cuenta, efectivamente, no coincidía con
el que expresara el encargado del correo. Yo era el responsable
de toda la tarea, de modo que un sudor frío corría por mi cuerpo
con solo pensar en lo que había ocurrido.
Lo primero que hice fue llamar al Analista que había diseñado
la boleta y le pregunté de dónde había sacado ese número de
registro, este muchacho sólo atinó a decir que le había
preguntado a alguien que no recuerda, y lo colocó sin el mayor
cuidado. Mientras me explicaba temblaba, pues comprendió el
gran error cometido, lo que sin duda alguna le costaría el
puesto; luego de retarlo le dije que volviera a su trabajo, que no
hablara del error, que yo trataría de encontrarle alguna solución.
Si el número de registro de la cuenta no era el de la policía, me
pregunté a qué repartición correspondía. Pregunté por teléfono
a una oficina de contaduría de la Provincia y me respondieron
que ese número correspondía al Ministerio de Asuntos
Agrarios, y por tanto, el envío que íbamos a hacer sería
descontado a esa repartición y no a la de la policía, esto
complicaba más el problema, pensé que lo mejor era analizar
con calma el problema, alguna solución se me iba a ocurrir.
Luego de tomar un café para calmarme y no pensar en las
consecuencias del error cometido, decidí que lo mejor sería
conocer a fondo cómo era la metodología de la policía al enviar
correspondencia y cómo pagaba el estampillado. Así me enteré
que todo se reducía a la gestión de un empleado que llevaba la
correspondencia, que entregaba en la oficina de recepción del
correo; y como remito se usaba una libreta donde se asentaba lo
que se enviaba y la cantidad, presentando esta al correo; que
firmaba y sellaba el conforme, quedando una copia para el
correo, ya que la libreta era con duplicado. Luego esa libreta
servía para que la Contaduría hiciera el cheque mensual que se
enviaba al correo por parte de la policía. Una vez conocida la
mecánica pude ver la solución, siempre y cuando el correo no
se fijara en las boletas y se rigiera por la famosa “libreta
remito”.
69
Las boletas se enviaban encerradas dentro de una bolsa de
plástico con una tarjeta, donde solo se mencionaba el nombre
de la localidad a que pertenecían los denunciantes de armas, y
cada vez que íbamos al correo se llevaban varias bolsas, de
manera que éstas junto con tres empleados nuestros, hacían el
lío necesario para distraer al encargado e impedirle que por
curiosidad sacara alguna boleta y la leyera; ése era nuestro
problema, cómo distraer al encargado, ya que las bolsas
directamente se cargaban en un camión que estaba preparado
para salir a Buenos Aires; la cuestión era llegar en el horario
preciso y lograr entretenerlo.
Antes de iniciar la operación por primera vez, mandé con varias
excusas a dos empleados muy despiertos que tenía, para darle
conversación al encargado y ver cómo lo íbamos a entretener el
día de las entregas.
Estos jóvenes enseguida encontraron la forma de tratarlo, le
gustaba fumar y era hincha fanático del equipo de fútbol San
Lorenzo; entonces mientras dos empleados hacían bromas con
los paquetes y los cargaban al camión, sin ninguna supervisión
por parte del viejo empleado de correos; el tercero lo convidaba
con cigarrillos y le hablaba de San Lorenzo, para lo cual iba
muy bien documentado sobre la performance del Club, y a
veces discutían más de la cuenta. Mientras como quien quiere la
cosa, le presentaba la libreta; la cual firmaba y sellaba sin
mayor verificación.
De esta manera, y apoyado en el entusiasmo de hablar de fútbol
y del cuadro de sus amores; el viejo empleado nos dejaba cargar
las bolsas sin hacer ninguna inspección.
Como la expedición de estas bolsas la pagaba la policía en la
cuenta correspondiente, nada ocurrió. Sólo me quedó la duda, si
algún denunciante de armas casualmente era empleado del
Ministerio de Asuntos Agrarios; al recibir la boleta se
preguntaría: - ¿Y nosotros por qué pagamos el envío de este
impuesto de policía?...
70
VIAJES ACCIDENTADOS
e comentado en otro relato, sobre la obligación de todos
los talleres que se dedicaban a la reparación de aviones, de
tener una autorización oficial de la Dirección Nacional
Aeronáutica, y dentro de esta obligación estaba, no sólo cumplir
con todos los boletines técnicos de la empresa constructora de
los aviones, si no también con las disposiciones emanadas del
cuerpo técnico de la Dirección citada. Por supuesto que dentro
de estas obligaciones estaba el aviso previo a cualquier
reparación o modificación, que sobre las máquinas aeronáutica
se pudieran hacer.
En ese entonces las reparaciones y modificaciones se
realizaban, casi con exclusividad en los aviones de poca
potencia; las máquinas más importantes se reparaban en
grandes talleres que la compañía de aviación tenía en su país de
origen. No obstante, algunos aviones de línea que operaban casi
con exclusividad en nuestro país, podían hacerlo en los grandes
talleres de Morón o San Fernando que existían en esa época;
siempre refiriéndonos a la Flota Civil Aeronáutica.
Los problemas que se producían por incumplimiento de las
reglas señaladas, se presentaban con mayor frecuencia en los
talleres pertenecientes a los Aero-Clubes, los cuales carecían de
medios y repuestos en general; por esta razón los inspectores,
que eran los agentes de la autoridad civil de la Aeronáutica,
eran muy cuidadosos y precavidos con su trabajo, con la
seriedad que requería el cargo. Por estas razones, cuando
ocurría un accidente aéreo, toda la oficina de inspección se
ponía alerta, y cada inspector rogaba que la máquina caída no
estuviera bajo su responsabilidad.
Los accidentes de aviación que sucedían en ese entonces, eran
más frecuentes en los aviones que utilizaban los Aero-Clubes; y
cosa curiosa, solían ocurrir después de un lindo fin de semana,
donde su actividad era importante.
71
H
En general había dos tipos de accidentes que eran comunes: uno
era ocasionado por los que iban a saludar a la novia en los
picnic, volando a baja altura y algunos haciendo vuelos
acrobáticos; los otros tipos de accidentes, también similares,
eran los provocados por aquellos pilotos que les gustaba saludar
a su familia, dando vueltas alrededor de sus hogares a baja
altura. Tanto un proceder como el otro estaban prohibidos en
los reglamentos de vuelo.
Había todavía algunos pilotos que se guiaban por reglas tan
viejas como imprudentes, como que se viajaba más seguro,
cuando se hacía a poca velocidad y baja altura, además en ese
tiempo muchos desconocían en gran parte las leyes de
navegación aérea.
No digo que el vuelo fuese un riesgo permanente, pero era
necesario conocer tanto al piloto como al acompañante; sobre
todo porque este último iba solo en la cabina posterior, y como
los movimientos de los comandos traseros eran manejados por
cables en esos aeroplanos, fáciles de trabar, no era raro que
ocurrieran accidentes, sobre todo en los vuelos de bautismo,
que acostumbraban hacer los Aero-Clubes.
Mi primer contratiempo lo tuve, al unirse mi falta de
experiencia, la juventud y la confianza que había depositado en
un buen y viejo mecánico de un Aero-Club. Se trataba de dar el
visto bueno de la reparación que habían realizado sobre un
motor Continental de un Piper Cub.
Llegué y encontré el motor “cerrado”, al decirle que cómo
había hecho eso, me respondió que ya había probado el motor,
pero le hice hincapié en un boletín de fábrica, donde aquellos
motores que estuvieran comprendidos entre una serie
determinada y otra, el cigüeñal no podía ser rectificado; él me
juró que el mismo no había sido tocado.
Así, creyendo en su palabra y pensando que abrir el motor para
sacar el cigüeñal y medirlo, le costaría trabajo y dinero;
entonces acepté y le di el certificado aprobándolo.
72
Cuál sería mi sorpresa, que a los pocos días, el avión al cual fue
colocado el motor, se había accidentado; por suerte sin
desgracias personales, ocasionado por la rotura del cigüeñal,
que había sido rectificado. Pasé varios días pensando en el
sumario del accidente y las consecuencias que eso me traería
(No era para menos, pues esto ocurría en mis primeros tiempos
de inspección).
El avión de referencia era el producto de un negocio entre dos
Aero-Clubes, venta en la cual cada uno engañó al otro. Esta
circunstancia hizo que las cosas se resolvieran entre ambos y
quedó como un accidente más, con un informe técnico que ellos
confeccionaron. Este hecho me indicó, que en estas cosas serias
donde se juega la vida, no se debe confiar nunca, y así lo hice
en el futuro, “ver para creer”.
Hablando de accidentes, sólo tuve uno con un avión Curtiss
Robin viejo, que me tocó inspeccionar; el problema fue causado
también por el motor, si bien yo lo había revisado y presenciado
la prueba en banco, pero sin carga (En esa época los clubes no
tenían banco de prueba, ni creo que ahora tengan bancos de
prueba en carga). La reparación había sido completa, y en ese
caso la prueba final se hacía con el avión en vuelo. El piloto de
prueba me preguntó si la hacíamos a 1500 metros o a ras de
tierra. Yo le dije que primero lo hiciéramos en altura.
El lugar donde se haría esta prueba era La Plata, y el Aero-Club
era el del Dique, el avión era un Curtiss Robin, monoalar, de ala
alta, y su performance era baja; de manera que le costaba
despegar y se asemejaba al vuelo de una gallina, pero así
mismo llegamos a los 1500 metros.
Cuando estábamos sobre el Hospital Español, ocurrió la falla.
De repente al acelerar al máximo, vi con espanto que la hélice
se plantaba (No era para menos, en los principios como
inspector) y en ese momento pensé: ¡Qué lástima, morir tan
joven!, pues al instante veo que el avión sale de su vuelo
horizontal, para emprender una tremenda picada.
73
Esta maniobra es la que correspondía, estaba en mano de un
piloto experimentado, pero yo lo ignoraba, de ahí mi gran susto.
Recobramos la horizontal y la sustentación al lograr gran
velocidad, ésta estabilizó al avión lo que facilitó el aterrizaje,
pero claro que al borde final del campo del club. Allí ya nos
habían ido a buscar y no fue más que un susto, que yo no
demostré para esconder mi ignorancia y no bajar el concepto
que tenían de mí.
Después de dejar el Curtiss en el hangar, el piloto me invitó
para hacer otra inspección en vuelo, a lo cual yo acepté como si
nada hubiera ocurrido. Pero ese día era mi suerte, el avión era
un Fleet al que yo tenía mucha confianza por su característica
de vuelo, muy distinta al Curtiss Robin, que parecía que nunca
iba a tomar vuelo; sin embargo debo reconocer de este último,
que al tener una sola ala de gran superficie, permitió que volara
como un planeador (Ya que el motor no funcionaba), nos llevó
al campo de aterrizaje sin inconveniente alguno.
Volviendo al Fleet, al carretear y adquirir velocidad para
elevarnos, de pronto, el motor “tosió” y se paró, menos mal que
no habíamos despegado; de nuevo el personal de tierra nos
había defraudado, pues dejó cerrada las llaves del tanque de
nafta. La situación a que pudo llevarnos ese error, si eso hubiera
ocurrido en el decolaje, hubiera tenido un resultado muy
peligroso. Corregido el error, se hizo el vuelo de prueba
normalmente. Creo que ese día fue mi bautismo de fuego.
Como el tema de este relato se refiere a accidentes sobre
máquinas en movimiento, creo oportuno referirme a dos
importantes que me han ocurrido, pero en el campo
automovilístico.
En el año 1966, una mañana me encontraba trabajando en el
Laboratorio de Máquinas Térmicas, en la Facultad de
Ingeniería; cuando recibí un mensaje telefónico de mi señora,
que me comunicaba que mi padre se encontraba muy mal de
salud. De inmediato resolvimos ir a General Alvear, Mendoza,
donde él vivía.
74
Sólo tuve tiempo de cargar nafta al FIAT 1100 que teníamos en
esa época, y habiendo dejado los chicos en casa de una familia
amiga, tratamos de salir lo más rápido posible, pues era mi
intención llegar ese día, a pesar de que el viaje era largo (1300
km), antes de la noche. Como manejaba solo, ya que mi señora
no sabía conducir, un “amigo”, me dio unas pastillas para que
no fuera a dormirme y al mismo tiempo me relajaran en el
viaje.
Todo fue bien hasta llegar casi a la intercepción de la ruta 188 y
35, donde me sentía con fuertes dolores de espalda, al ir tan
tenso, no sólo por el manejo, sino por la noticia de mi padre.
Entonces recordé las pastillas de mi amigo y me tomé una en la
próxima estación de servicio, donde cargamos nafta y aceite. A
los pocos minutos de reiniciar el viaje, y ya sobre la ruta 188,
que nos llevaba directamente a General Alvear; empecé a
sentirme muy bien, se me fue el dolor, y el conducir no
representó ningún inconveniente, pues iba relajado y suelto. Así
llegamos a General Alvear cerca de las 21 horas.
Estuvimos una semana tratando de influir en la mejoría de mi
padre, al dejarlo, no muy bien, pero sí fuera de peligro, aunque
no por mucho tiempo; decidimos regresar.
A la vuelta decidimos hacer escala en Santa Rosa, la Pampa,
pues así el viaje nos resultaba menos agotador. Cuando
llegamos a la altura de Castex, dijimos: - ¿Por qué no tomarnos
una de esas pastillas, que tan bien nos habían hecho en el viaje
de ida? - Así que tanto Celina como yo, tomamos las pastillas,
llegando bien a Santa Rosa.
Luego de ubicarnos en el hotel fuimos al comedor y por fin nos
retiramos a descansar. A medida que transcurría la noche se fue
desarrollando nuestro insomnio, no pudimos dormir, de manera
que resolvimos de inmediato iniciar el regreso a eso de las
cinco de la mañana. Así habían actuado las pastillas, que no
eran otra cosa que anfetaminas.
75
Fue un error haber tomado esas pastillas, como iniciar el viaje
sin dormir, estado que provocó sin duda el accidente que
tuvimos al pasar unas vías de ferrocarril, en el paraje llamado
“La Zanja”. Pocos kilómetros antes habíamos parado, y
recuerdo haber tomado una taza grande de café para
reanimarme; me sentía cansado, pero sin sueño.
Eran las nueve de la mañana de un lindo día con gran
visibilidad, pero recién se había levantado la niebla del camino,
y por lo tanto existían algunos charcos de agua en el mismo; al
cruzar las vías y pisar un espejo de agua, el rozamiento no fue
igual en las dos ruedas delanteras y el coche fue lanzado hacia
la izquierda, que por suerte no venía un vehículo por esa mano.
No era la primera vez que salvé una situación así, de modo que
pensé que lograría estabilizar el auto, pero al tocar el volante
salió lanzado a la derecha, después de vuelta a la izquierda,
hasta que se salió del camino y cayó volcándose en un préstamo
de dos metros por lo menos. Lo que había ocurrido era, que
cuando yo corregía la dirección, creía que lo hacía bien, pero
posiblemente exageraba la acción por el estado que las pastillas
me habían producido.
Dimos dos o tres vueltas y el coche quedó con el motor en
marcha, pero con las ruedas hacia arriba; yo atiné de inmediato
a apagar el motor y buscar a Celina, que se encontraba en la
parte trasera, entre unas damajuanas de vino de Mendoza. El
parabrisas saltó a lo lejos, las puertas se trabaron, de manera
que tuvimos que salir por el frente, ayudados por unos obreros
de Vialidad que venían en un camión, por el camino hacia
nosotros.
Sólo fue un susto, por suerte no sufrimos ninguna fractura o
golpe fuerte, y con la ayuda de la cuadrilla de Vialidad,
pudimos poner el auto en posición normal y subirlo al camino.
El auto tenía los vidrios rotos y el techo aplastado, pero andaba.
Así fuimos hasta el Trenque Lauquen, que estaba a 10 km
aproximadamente, donde un chapista nos puso el parabrisas,
cubrimos con nylon la luneta trasera y emprendimos muy
despacio los 500 km que todavía nos quedaban para llegar a La
Plata.
76
Nunca hice un viaje peor y tan agotador, tampoco nunca
olvidamos el accidente que había ocurrido en el pueblito “La
Zanja” (Famosa Zanja de Alsina).
El segundo accidente automovilístico tuvo lugar en un pueblito
de la selva venezolana, llamado Ospino, y como consecuencia
tuve una fractura importante en la rodilla izquierda.
En el año 1985, siendo Secretario General de la Gobernación
del Distrito 4910, tuve la misión de ser el Jefe de grupo de unos
becarios de la Fundación Rotaria; con ese motivo recorrimos
Venezuela en toda su extensión, visitando industrias, obras
hidráulicas, puertos, fundiciones de hierro y aluminio,
universidades, etc., pues el motivo principal era el intercambio
de jóvenes profesionales para conocer el país, culturalmente en
todos sus aspectos. Nos encontrábamos en el último tramo de
nuestro recorrido, que era el oeste del país, pues el centro y el
este ya lo habíamos visitado. El traslado se hacía en avión y en
autos que ponían los rotarios venezolanos a nuestra disposición.
Para los que no conocen Rotary tengo que decir que el trato y la
amistad que nos brindaron, es el reflejo de los sentimientos con
que se tratan todos los rotarios del mundo; es una organización
mundial, donde después de la acción para mejorar el mundo,
está la amistad entre sus integrantes.
Iniciamos uno de los últimos tramos del viaje, desde la ciudad
de Acarigua hasta la ciudad de Guanare, a eso de las ocho de la
mañana; después de andar más de una hora llegamos al lugar
del accidente.
Íbamos en dos autos, uno de ellos era un auto pesado y grande,
donde iba yo como acompañante del chofer, que era un rotario
de la zona.
Cuando al llegar a una curva, a la izquierda, veo que de una
larga fila salía un coche a gran velocidad, con la intención de
adelantarse; lo que provocó de mi parte la exclamación: -
¡Chocamos! -.
77
A pesar de que mi compañero se tiró todo lo que pudo a la
derecha, pues estábamos viajando al lado de un barranco de
varios metros, que le impedía ganar más terreno; no pudo evitar
el choque de frente.
Como resultado, uno de los jóvenes que viajaban atrás recibió
un golpe en la cara, el chofer con algunos cortes nada serios en
la cara y yo con la rodilla rota.
Estábamos en la época de las lluvias, de manera que llovía
torrencialmente por espacio de minutos y luego volvía a salir el
sol, de manera que esto complicó más el poderme trasladar con
el otro auto hasta Ospino, un pueblo miserable donde la unidad
sanitaria era una casa vieja con galería, donde acercamos el
auto; llovía tanto que fue un martirio sacarme del auto y
depositarme en una camilla, donde permanecí una hora para
evitar el shock del accidente, mientras uno de los jóvenes iba a
comprar una inyección que me colocaron, pues allí había una
doctora que hacía lo que podía.
Después me trasladaron a la ciudad de Guanare, allí me
atendieron en un hospital muy bueno, donde me sacaron
radiografías y me enyesaron todo el pie izquierdo.
Al otro día tuvimos que volar de Guanare a Maiquetía, que es el
aeropuerto de Caracas. Fue un suplicio subir en el avión de
Guanare en una sola pierna y a saltitos, pero yo pensaba que lo
peor sería al llegar al aeropuerto internacional, donde no tenía
quien me ayudara, de manera que llamé a la azafata y le dije
que pidiera una ambulancia por radio; pero me tranquilizó, pues
me dijo que todo ya estaba previsto.
Efectivamente, al llegar el avión y al terminar de bajar los
pasajeros, aparecieron dos negritos flacos que traían una silla de
ruedas, haciéndome sentar la llevaron por sus hombros y
bajamos del avión; pese a que yo pensaba que no serían capaces
de aguantar tanto peso. Se ve que eran resistentes. Allí me
esperó un auto que me llevó a Caracas, donde se hicieron
consultas y determinaron que lo más recomendable era que me
operaran en la Argentina.
78
Al otro día me llevaron al aeropuerto y me embarcaron con
destino a Buenos Aires. Nunca hice un vuelo tan penoso como
ese, y para colmo tuvimos que esperar dos horas en Río de
Janeiro, por un desperfecto de la máquina.
A pesar del accidente, el plan de visita se cumplió, pues sólo
dos becados viajaron de vuelta conmigo; los otros continuaron
su itinerario, que ya estaba prácticamente en su fin.
Lo que lamenté fue no haber conocido el oeste montañoso de
Venezuela, donde los montañeses habían sido unos importantes
protagonistas en la política de Venezuela.
79
ENCUENTROS
uántas veces en nuestras vidas nos cruzamos con personas
conocidas, con información deseada, con llamadas místicas
ó con todo lo contrario a lo antes mencionado; o quizás con
sucesos que de alguna manera modifican nuestro destino,
inducen a pensar distinto o nos invitan a recorrer caminos
inimaginables que cambian nuestro futuro.
El hombre conoce su origen y su fin, pero entre un punto y otro
existen diversas trayectorias, que son modificadas por esos
encuentros que aparecen al azar sin ley alguna, o sí.
Cuando trabajé en Vialidad, una vez al regresar de Santa Rosa,
en la Pampa; decidí bajar a Bahía Blanca por la ruta 35, pues de
esa manera podía pasar por los parajes que recorría en mi
infancia y al mismo tiempo podía realizar un deseo tan viejo,
tan guardado dentro de los sentimientos, como podía ser visitar
la sepultura de mi madre.
Mi madre murió en 1933, en Hucal, estando yo estudiando en
La Plata; la noticia llegó a través de un telegrama de mi padre,
dirigido a mi tía María, en cuya casa yo vivía en ese entonces.
En esa época los telegramas nunca traían buenas noticias, por
eso ver llorando a mi tía cuando lo leyó no me extrañó, pensé
que eran noticias de mi tío Ramón, su esposo, que se
encontraba navegando en los mares del sur y sus escasas
noticias siempre hacían llorar a la tía.
El telegrama decía que hiciera lo posible por mandarme en tren
a Bernasconi, donde tendría lugar el entierro el próximo día,
después de la llegada del tren de Buenos Aires.
Desafortunadamente el telegrama llegó cuando era imposible
tomar ese tren, de manera que mi tía sólo atinó a llorar y no
comunicarme nada en ese momento; sólo me dijo que eran
noticias del tío Ramón, que le decía que el viaje se demoraría
un tiempo más.
80
C
Así pasaron unos dos días sin que nadie se animara a
manifestarme la mala noticia. Llegó el domingo, donde en el
almuerzo solían reunirse varios primos de San Luis, que venían
de visita ese día, pues los días entre semana lo pasaban
trabajando fuera de La Plata.
Uno de ellos, al llegar temprano y conocer la noticia, no quiso
ser portador de la misma; pero no tuvo mejor idea que escribir
una carta a sus parientes de San Luis, comunicándoles lo
ocurrido a mi madre, justo en el comedor principal; dejando la
carta a la vista de todos.
Cuando nos llamaron a almorzar en el comedor diario, la tía me
mandó a traer una silla más del comedor principal; al llegar ahí
y ver en la carta a medio hacer, el nombre Elisa, el de mi
madre, fui atraído a leer y enterarme así de un hecho tan
doloroso para un chico.
No sé cómo llevé la silla, sólo esperaba a cada momento que
me fuera dada la noticia; pero esto no ocurrió hasta cinco días
después, un viernes en que mi tío Javier me invitó a ver la casa
que se estaba construyendo para su casamiento, y en ese viaje
inició la conversación, hablando de la salud de mi madre.
No fue necesario que terminara la frase, cuando rompí a llorar,
diciendo que desde el domingo yo lo sabía. Pero fue el peor
daño el que me hicieron al esconder la noticia.
Durante cinco días estuve asistiendo a la escuela sin derramar
ninguna lágrima y rogando que la noticia no fuera cierta; la que
al parecer era así al ver como pasaban los días y seguían con
ese silencio; alentando las esperanzas de un niño, por eso la
noticia fue cruel.
Este fue el primer encuentro con la muerte, y el que determinó
que siguiera en La Plata para continuar mis estudios. Este
estado mental se mantuvo por tanto tiempo, que el tema nunca
lo traté con mi padre, tampoco quería ir a Bernasconi para no
ver la sepultura de mi madre.
81
Sin embargo en ese viaje de Santa Rosa me propuse cumplir
con mi madre, después de veintisiete años, visitando su tumba.
Llegué así al cementerio que está afuera del pueblo, en un
terreno de no más de una hectárea, con cipreses y un molino de
campo con su correspondiente tanque australiano.
Iba acompañado por Ulises, el empleado que hacía la tarea de
chofer de la camioneta que usaba para el traslado. El lugar
permanecía abierto, sin cerradura, pero sí tenía una buena
tranquera para evitar que entraran los animales. Tanto Ulises
como yo, recorrimos el pequeño cementerio sin encontrar la
tumba de mi madre, por lo que decidí irme sin encontrar lo
buscado.
Inicié mi retiro caminando desde el molino, por una amplia
calle central, hacia el portón de salida. Ulises me decía: -
Busquemos otro poco más - a pesar del fuerte sol del mediodía;
yo le agradecí pero seguí mi camino, cuando al iniciar la
marcha, sentí como si alguien me llamara y decidí volver.
Cuál sería mi sorpresa cuando descubrí que allí, tres metros
atrás, se encontraba la tumba de mi madre, como si nunca
hubiera pasado por allí, sabiendo que habíamos recorrido ese
lugar por lo menos dos veces. Esto resultó otro encuentro.
Desde entonces, todas las veces que puedo, voy a dejar flores al
lugar donde descansa mi madre.
Hablando de encuentros, voy a referir uno que tuvo lugar entre
mi esposa y yo, una noche en tranvía. Tanto Celina como yo,
cuando estábamos en el centro de la ciudad, volvíamos a casa
en el tranvía 15.
Una vez yo venía sentado solo en un banco, leyendo un trabajo
de investigación que había copiado fotográficamente (En ese
entonces no existían las fotocopiadoras y debíamos recurrir a la
fotografía si deseábamos tener alguna copia de algún escrito de
libros que no podíamos sacar de las bibliotecas), sin
preocuparme de los pasajeros que podían subir o bajar del
tranvía.
82
En un momento dado, subió una señorita que se sentó a mi
lado; luego de pagar su boleto al guarda que iba al encuentro de
los pasajeros, permaneció en silencio por varias cuadras,
observando de reojo al joven que iba sentado al lado de la
ventanilla, que leía unas fotocopias muy parecidas a las que
utilizaba su esposo para sus clases, además vestía con un piloto
del mismo tipo que usaba él; así fue levantando la vista hasta
exclamar: - ¿Qué haces tú aquí? - Fue mirarnos y soltar la
carcajada simultáneamente, así seguimos un largo rato
riéndonos por el hecho de haber viajado varias cuadras sin
reconocernos.
Cómo sería nuestro comportamiento en el tranvía, que días
después, una amiga de Celina le preguntó: - ¿Con quién te
encontraste las otras noches en el tranvía que reías tanto? - No
podía creer que dos esposos, pudieran festejar así el encuentro
casual de dos personas que vivían juntas. Pero esta amiga
ignoraba los amargos desencantos que la vida les había
deparado, años atrás, cuando les era imposible estar sentados
juntos en un viejo tranvía; pero este es tema de otro relato.
Los encuentros pueden traer también recuerdos de amor y
nostalgia de las cosas, nos permiten acercarnos a un viejo
amigo, aunque éste sea sólo una cosa; eso mismo, una cosa.
Habían pasado muchos años, desde cuando era soltero y volaba,
por razones de trabajo, un viejo aeroplano Fleet, cuya matrícula
todavía recuerdo: LV-VBA; éste viejo avión servía para
entrenamiento de los nuevos pilotos de un Aero-Club, tenía
como motor propulsor un viejo K5 radial, sin ningún carenado,
lo que dejaba al aire libre las cubetas de los balancines. Estas
cubetas se cargaban de grasa para lubricar el juego de varillas y
balancines, pues en esa época la lubricación forzada no llegaba
a esos lugares; y cuando la tapa de esas cubetas no estaban bien
cerradas, o sus juntas estaban rotas, durante el vuelo e
impulsado por el chorro de aire de la hélice y el calor del motor,
se derretía la grasa y la pulverizaban hacia la cabeza de los
pilotos; por eso no era raro ver al piloto, al terminar el vuelo,
con el cabello engrasado como si usara fijador para el mismo.
83
El VBA al cual me refiero, era de dos asientos, uno detrás del
otro, dejando prácticamente medio cuerpo fuera de la
estructura; lo que hacía más deportista el vuelo y más
emocionante, cuando al hacer alguna acrobacia como un
“tourner”, que era un giro sobre sí mismo, uno sentía cómo el
cinturón se apretaba contra su cuerpo, que quedaba
prácticamente colgado de él.
El Fleet era un aeroplano de vuelo sencillo y siempre volaba,
algunos decían que era el Ford T de la aviación. Siempre estaba
dispuesto para remontarse en los aires y por mucho tiempo
prestó sus servicios en el Aero-Club.
Ya casado y con hijos, un domingo se me ocurrió visitar al Club
de Planeadores, pues sus autoridades me habían invitado
muchas veces, de este modo querían agasajarme por algunas
gestiones que llevé con buen éxito, para que el gobierno les
facilitara un pequeño tractor para arreglar el campo de
aterrizaje.
Caminando entre planeadores y conversando con el presidente
del club, sobre las cualidades de sus máquinas, me había
apoyado en un viejo avión. Cuál no sería mi sorpresa al
reconocer a un amigo; ahí estaba, viejo, pero todavía seguía
sirviendo de carreteo y remolque de los modernos planeadores;
a mi gran amigo el Fleet VBA de mis años de juventud.
Es imposible describir la emoción que recorrió mi cuerpo y los
recuerdos de viejos tiempos que me trajo de golpe este
encuentro, con el amigo y compañero de vuelo. También las
cosas pueden emocionarnos. Sí, así es...
84
UN CASO MISTICO
ienso que a la par que se creaba la Dirección de Vialidad de
la Provincia de Buenos Aires, se fundaron los Talleres de
Vialidad, supongo que eso habrá ocurrido por el año 1920.
Estos que en un principio se llamaron Talleres y Equipos, se
establecieron en un edificio construido para ese fin en el barrio
de la ciudad de La Plata, que se llama El Dique, y ocupaban una
manzana sobre la cual se edificó un gran galpón de material, de
aspecto imponente, como se acostumbraba a construir las
fábricas de esa época, que generalmente tendían a copiar la
arquitectura alemana.
El Dique era un barrio muy especial, que se encontraba
separado del ejido de la ciudad por el ferrocarril, que tenía en
ese lugar una gran playa de maniobras, con galpones para el
movimiento de carpas y además se prolongaba hasta la estación
de Río Santiago, desde donde se podía acceder por agua a la
Base Naval del mismo nombre.
Los habitantes del barrio citado, en esa época eran en la
mayoría obreros y empleados de cuatro grandes fuentes de
trabajo: el Hospital Naval, la Fábrica de Sombreros, los Talleres
de Vialidad y el Puerto Arenero asentado en un canal del río,
que terminaba en la “cabecera del Dique”, al cual llegaban las
chatas areneras del Uruguay y abastecían de arena a todas las
empresas constructoras de la zona .
En la cabecera del dique, formando una V se asentaban las
grúas accionadas con máquinas de vapor, que transferían la
arena de las barcazas a los carros y algunos camiones de esa
época.
El Dique tiene para mí un recuerdo grato, ya que al venir a
estudiar desde la Pampa a la ciudad de La Plata, fue el lugar
donde viví por espacio de dieciocho años. En este tiempo
muchas cosas me ocurrieron; en su momento volveré a
referirme al Dique, ahora solo lo menciono como para ubicar el
origen de los Talleres de Vialidad.
85
P
Estos talleres se dedicaban a la reparación de todas las
máquinas y automotores que poseía Vialidad, también a la
fabricación de piezas de repuesto y algunos equipos especiales
para el mantenimiento de los caminos.
Por los años 50 estos talleres se independizaron de la Dirección
de Vialidad y formaron por sí mismos una Dirección de
Equipos y Talleres, que contrataba sus servicios, tanto de
reparación y mantenimiento, como de todos los equipos viales
que pasaron a su gestión; sin embargo este estado no duró
mucho, por la presión que hacían los jefes de zonas de la
Provincia, que se veían privados de autoridad, en la
disponibilidad de los equipos para el mantenimiento de los
caminos a su cargo.
En el año 1957, la Dirección de Vialidad inicia un plan
importante de construcción de caminos y mejoramiento de la
red vial, esto significaba tener un apoyo serio e importante de
sus equipos; por lo que al mismo tiempo que se ordenaba el
traslado de los talleres a otro lugar, Tolosa.
Simultáneamente se pensaba organizarlos y ponerlos en
condiciones de apoyar el plan vial, que pretendía construir 1000
Km de camino por año. Así fue como se trasladaron los talleres
a Tolosa, y se pensó en su organización.
Así nace la Comisión 1009, llamada así por el número de la
Resolución del Director de Vialidad que la creó,
encomendándole a la misma, que confeccionara un plan de
reorganización con una estructura moderna de manejo
industrial. De este modo, por el espacio de diez años, no
consecutivos, estuve a cargo de la tarea de organizar la puesta
en marcha y la dirección de los nuevos talleres como Gerente
General.
Esta nueva estructura, no sólo tenía a su cargo las grandes
reparaciones de motores de las máquinas y equipos de Vialidad
(Unas 3000 unidades), sino también los talleres que habían en
cada zona (Eran 12), distribuidas en todo el ámbito vial de la
Provincia de Buenos Aires.
86
El cargo era muy importante y de gran responsabilidad. Aquí
realizábamos la aplicación de técnicas modernas de
mantenimiento y también de gran trabajo. Prácticamente en esa
época vivía en Vialidad, esa fue la razón para que me mudara
con mi familia, de la ciudad de La Plata al pueblo de Tolosa.
Creo que es hora de hablar del caso místico que encabeza este
relato. Pues bien, estando trabajando una tarde en mi oficina,
recibí una llamada telefónica urgente de mi esposa, todavía
vivíamos en La Plata, donde me comunicaba que la casa que
ocupábamos, había sido tiroteada cuando pasaba un Jeep y
había roto un vidrio del escritorio que daba a la calle.
En los talleres teníamos un servicio de vigilancia que
controlaba la entrada y salida de personal y vehículos, que por
cierto, era de un flujo importante, cuyo jefe era un Comisario
jubilado, con gran espíritu y buen criterio para resolver los
problemas que a diario se presentaban en un establecimiento,
donde trabajaban 650 personas entre obreros y empleados.
Enseguida pensé en él y lo invité a ir hasta casa, para ver qué
había sucedido, o lo que podía ocurrir, ya que en esos
momentos teníamos en forma particular, una fábrica de
carrocerías y estábamos en conflicto gremial con los obreros,
por lo cual yo temía que podía ser un atentado.
Al llegar a casa con el Comisario, a quien mi esposa conocía,
ésta se calmó, pues estaba muy nerviosa, sobre todo por los
chicos, que en ese entonces teníamos ya, a los cuales no los
dejó salir a la calle desde el momento que ocurrió el suceso.
Mi esposa todavía preocupada, le explicó al Comisario como
había ocurrido el hecho; ella había sentido una explosión al
momento que pasaba un Jeep por la calle y de súbito ocurrió el
impacto sobre el vidrio, que dejó un agujero como de bala. Al
analizar la rotura del vidrio, inmediatamente se corroboró, que
el sentido del proyectil fue desde la calle hacia dentro del
escritorio, por lo que el Comisario dijo que si así había
ocurrido, el proyectil debía estar dentro de la habitación.
87
De inmediato procedimos a buscarlo y también se encontró
rápidamente, no una bala, como era la creencia que se tenía
desde el comienzo, asociando el hecho con la situación gremial
de nuestra fábrica, sino que lo único que podía haber causado el
agujero en el vidrio, era un trocito de baldosa (de 2 x 1 cm) que
encontramos en el piso, y en la dirección de la trayectoria
imaginaria del proyectil.
Bueno, la explicación dada por el Comisario fue: que el Jeep al
pasar por la calle pisó ese trozo de baldosa, y lo despidió con tal
fuerza, que ocasionó la rotura del vidrio. Habiendo encontrado
una explicación razonable al hecho, todos nos tranquilizamos y
pensamos en seguir con nuestra rutina de trabajo; el Comisario
volvió al taller de Vialidad, mi esposa aprovechó ese día para
tomar el té conmigo, ya que por la hora no volvería a la oficina,
además yo debía dar clase en la universidad a las 19 horas.
Cuando llegó el momento de ir a la Facultad, me despedí de mi
señora y me encaminé a tomar un tranvía que me dejaba en la
puerta de la Universidad, donde desarrollaba mi tarea docente,
trabajo éste que nunca dejé de ejercerlo, aún cuando la tarea de
Gerente era muy absorbente. Para tomar el tranvía, debía
caminar dos cuadras y media en forma recta por la calle que
pasaba frente a mi casa, y luego doblando una cuadra más podía
encontrar la parada.
Mientras caminaba por la calle citada, iba pensando en lo que
había pasado, mientras jugaba con la mano en el bolsillo de mi
perramus, con el pedazo de baldosa que habíamos encontrado
en el escritorio, miraba mientras tanto la vereda, y casi al llegar
al término de mi caminata en forma recta, observo algo en el
piso que me llamó la atención y me hace exclamar: ...-¡Qué
piedra parecida a la que me rompió el vidrio en casa!-... Todo
fue muy rápido, al agacharme, recoger esa piedra, sacar la otra
del bolsillo y compararlas. Cuál no sería mi sorpresa, cuando al
juntarlas, éstas hermanaban perfectamente, las dos de tamaño
parecido, pertenecían a un todo, no había duda alguna. ¿Como
había ocurrido esto? Debemos pensar que ambos trozos estaban
separados entre sí, por más de 250 metros.
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¡Qué casualidad que yo pasara por ese lugar, ya que mi
trayectoria habitual para tomar el tranvía era otra! Estas
interrogantes no las puedo explicar, y sólo al recordar los
hechos todavía me dejan la sensación de haber entrado en un
universo desconocido...
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OTRO CASO MISTICO
onsidero oportuno ampliar lo dicho en uno de mis relatos,
referente a la creación, puesta en marcha y conducción
posterior de los Talleres Centrales de Vialidad de la Provincia
de Buenos Aires.
Como ya he explicado, los talleres en el pueblo de Tolosa (Para
el apoyo de un serio Plan Vial de la Provincia), fueron el fruto
de un estudio previo, no sólo de su ubicación y la construcción
de edificios adecuados, sino de una nueva concepción de
talleres de reparación de máquinas. Así se abandonaron las
viejas técnicas de trabajo que se realizaban en el antiguo
emplazamiento del Dique, para utilizar técnicas modernas del
mantenimiento preventivo y predictivo, a través de un sistema
que privilegiaba a las inspecciones periódicas de máquinas,
para terminar en la organización de los trabajos de grandes
reparaciones, tratando a estos como verdaderos procesos de
fabricación.
Para dar una idea de los buenos resultados que dio este nuevo
enfoque, de un problema tan importante como lo es el uso de
estas nuevas técnicas de mantenimiento, en el apoyo de
cualquier planta industrial, que utiliza un parque importante de
máquinas de producción, haré referencia a mi visita a los
talleres del municipio de la ciudad de New York, encargados de
todos los equipos mecánicos de transporte en la ciudad, como lo
eran las líneas de ómnibus y la red de subterráneos; estableceré
un paralelismo de trabajo, en lo que se refiere a la reparación de
motores Diesel.
En efecto, lograron una producción total diaria de seis motores
Diesel reparados, alcanzando el mismo número que nosotros en
Tolosa, con la salvedad que en nuestro caso, los repuestos que
se utilizaban en ese tipo de trabajo, eran totalmente importados,
además existía una diversidad de marcas, mientras que ellos
usaban una sola marca y los repuestos los conseguían con sólo
cruzar la calle.
90
C
Para alcanzar esta producción fue necesario dar cursos
intensivos a nuestros obreros, y en muchos casos, enviarlos al
interior y fuera del país, para recibir enseñanza, por los mismos
fabricantes o representantes de equipos viales. Así fuimos
organizando sección por sección, dejando para lo último la
organización de algunas oficinas administrativas, que a pesar de
ser importantes, no incidían prácticamente en el sector
productivo.
Una de esas oficinas, era la que manejaba el archivo de todos
los antecedentes del personal que trabajaba ó trabajó desde el
nacimiento de estos talleres en el Dique, por el año 1920 si mal
no recuerdo; por lo tanto, para ese entonces, los archivos
seguían en el Dique, y cuando se necesitaba recurrir a ellos, era
preciso trasladarse desde Tolosa al barrio El Dique,
perteneciente a la ciudad de Ensenada.
Era común recibir pedidos de información, de datos de obreros
que habían trabajado en los Talleres del Dique, 30 o 40 años
antes, a los fines de tramitar su jubilación, solicitando datos de
su actuación, y sobre todo, los cargos y sueldos que habían
percibido a los efectos de calcular el monto jubilatorio, por
parte de las autoridades de personal de la Dirección de
Vialidad.
En esa época yo era joven, y no comprendía la desesperación y
angustia que sufrían los que deseaban jubilarse. Solían estos
viejos servidores del estado, pedirme entrevista, para rogarme
que pusiera todo mi empeño para lograr recolectar todos los
antecedentes que justificaran sus servicios, como así, los cargos
que habían ocupado, pues el monto de su haber jubilatorio,
dependía de esos papeles, que ellos recordaban, pero no tenían
en su poder. A muchos se les caían las lágrimas al recordar sus
trabajos, sus compañeros y el banco mismo donde guardaban
las herramientas, que utilizaban para reparar las máquinas.
Recordando a mi padre, que también fue obrero del riel, y el
orgullo que sentía al haber pertenecido al gremio ferroviario; no
dejaba de conmoverme lo que sentían con tanto dolor estas
personas, que se retiraban de la vida activa, al dejar algo muy
querido.
91
Ahora yo también soy retirado, y al ver los recuerdos que
caminan hacia mí, éstos me permiten comprender los
sentimientos que van despertándose, a medida que el tiempo
transcurre.
Así ocurrió con un viejito mecánico, que no podía terminar su
trámite jubilatorio, por no poseer los primeros antecedentes de
cuando trabajaba en el Dique, en lo que se llamaba en ese
entonces Dirección de Puentes y Caminos, por el año1920; por
lo que me propuse poner todo mi empeño de buscar esos
antecedentes.
Para dar una idea de lo difícil que era la tarea de encontrar
antecedentes tan antiguos, guardados en carpetas, que el tiempo
y el maltrato, las había reducido a papeles viejos y sucios, debo
decir que a raíz del traslado de los talleres a Tolosa, las
autoridades de ese entonces, no pusieron el cuidado que debía
recibir tal información, que era historia viva de la gente que
trabajó en este lugar; y sin ninguna clasificación, los
amontonaron en dos cuartos, de 4 x 4 m, tirados en el suelo; y
ocupando todo el espacio disponible, con una altura aproximada
de un metro; lugar en el cual vivían todo tipo de insectos,
pulgas, garrapatas y ratones; que junto con la tierra acumulada
por largos años, hacían de ese sector un lugar sucio, que nadie
tenía ganas de tomarse la tarea de clasificarlo y ordenarlo.
Más tarde, un equipo de nuestro personal, tuvo que trabajar con
esa información y formar así, una oficina de archivo en Tolosa,
con todas las nuevas técnicas que se usan hoy en día, en el
tratamiento de la información.
Volviendo al caso en cuestión; se presentó a verme el Jefe
Administrativo, para comunicarme que era imposible buscar
esos datos; primero por el tiempo transcurrido, por la
inseguridad de su existencia, y por último, si éstos existían,
debían estar en la montaña de papeles que se encontraban en el
Dique; sugiriéndome que esperáramos hasta que llegara el
momento de dedicarnos a su clasificación y organización, en
los nuevos talleres de Tolosa.
92
Como dentro del plan de tareas que estábamos realizando,
faltaba por lo menos un año para que pudiéramos dedicarnos a
esta labor administrativa, le contesté que de ninguna manera
podíamos esperar ese tiempo, frente al pedido solicitado
angustiosamente, le dije: - Hagamos todo lo que está en
nuestras manos para resolver este problema y si no logramos
conseguirlo, por lo menos podemos tener la justificación que lo
hemos intentado -. Seguí con mi orden: - Usted vaya al Dique,
y ruegue a Dios que nos ayude a encontrar la carpeta que
necesitamos-.
El Jefe Administrativo era un señor muy serio, que vestía
elegantemente, y con sólo pensar que tenía que revisar esa
caterbada de papeles sucios, no le agradó mi idea, pero como
era también un empleado responsable, yo estaba seguro que
cumpliría mi orden.
Pasó una hora o algo más; cuando regresó y al entrar a mi
oficina, me dice: -¿Sabe lo que me pasó?, pues llegué a los
cuartos donde está el “archivo” y me costó poder entrar, pues
no podía abrir, dado que los papeles hacían de soporte interior,
después de un esfuerzo logré vencer la puerta, y como pude me
subí a la pila de papeles, me paré en el centro mismo de la
habitación, resongando contra usted, mientras me decía: ...Este
Ingeniero cree que con sólo agacharme y recoger una de las
carpetas allí estará lo que busco...; pues en el momento que así
me expresaba, también accioné y creerá que la primera carpeta
que saqué del montón ¡era la que buscaba!, Dios mío – pensé –
este Ingeniero es brujo-.
Estos hechos se pueden calificar como un milagro, no sé qué
fue, pero alguien o algo, condujo la mano, para que el viejito
mecánico se jubilara...
93
CELINA
a vida es una sucesión de hechos circunstanciales, que
generalmente no están relacionados por ninguna ley o
hipótesis a la cual debe responder, pero a veces ocurren
fenómenos que lo hacen pensar a uno si no ha cruzado en algún
momento el umbral de lo desconocido, para llevarlo por
caminos nunca imaginados.
Dos personas que nacen cercanas en el tiempo y en el espacio,
nunca se encuentran en los primeros años de sus vidas, para
sólo entrecruzarse en otro lejano tiempo y espacio, signados por
un destino común; así fue el encuentro de larga vida entre
Celina y Ricardo.
En efecto, sobre la vía ferroviaria que une Bahía Blanca con
Santa Rosa de Toay, existe un pueblo, a unos quince kilómetros
de Bahía y casi sobre el límite de la provincia Buenos Aires con
la provincia de La Pampa, que se llama Villa Iris; el mismo
comenzó su desarrollo desde finales del siglo XIX, con la
actividad agroganadera y el ferrocarril. Pues en ese lugar, un 23
de Julio de 1919, nació Ricardo, hijo único de María Elisa
Pedernera y José Ortiz. Pocos años más tarde, el 3 de Octubre
de 1924, nacía Celina, también hija única de Celina Pachano y
Arturo Blanche, en una estancia llamada “La Tigra”, que se
encuentra a unos quince kilómetros sobre la ruta que une Villa
Iris con Adela Saénz, otro pueblito agropecuario.
Habiendo transcurrido diecinueve años, nos encontramos en la
ciudad de La Plata por primera vez. En la época de estudiante
universitario, y antes de ingresar a trabajar en la aeronáutica,
mis ingresos dependían de los trabajos que podía conseguir
como instalador eléctrico y la enseñanza a los alumnos
secundarios, de materias técnicas. Estos trabajos me permitían
soportar los gastos menores y comunes que la vida austera le
impone a los estudiantes. Casa y comida, eran los gastos con
que mis tíos me apoyaban para poder estudiar, cuya ayuda
nunca dejaré de reconocer, ya que con la misma ellos
contribuían a que yo tuviera un futuro mejor.
94
L
La enseñanza la desarrollé en una academia que se llamaba
“Ciencias y Letras”, y cuya característica, por la cual sobresalía
en la ciudad era “por cada alumno, un profesor universitario”.
La directora era una joven emprendedora de mucho empuje y
muy simpática, que además era la hermana de uno de los
jóvenes que formaban “la barra”, a la cual pertenecíamos.
En una oportunidad me llamó María Ester, que así se llamaba la
directora, y me dijo: - Tengo una alumna para usted, ella es
maestra y debe rendir examen de equivalencias para ser
bachiller; y por lo tanto poder ingresar a la Facultad de
Abogacía-.
De entrada esto no me gustaba, pues en esa época yo tenía
cierta aversión injustificada hacia las maestras, además debía
enseñar “Cosmografía”, que si bien me gustaba todo lo
referente al cosmos, y todavía hoy me gusta; en ese entonces mi
único acercamiento a esa área del conocimiento era, que entre
mis trabajos era el “diariero” del Observatorio Astronómico de
La Plata; éste trabajo me permitía contar todos los días con un
diario como era “El Mundo”, lujo que pocos estudiantes tenían.
A pesar de mi negativa, al final, debí aceptar, pues no había
otro profesor libre y con ganas de enseñar esa materia. Así fue
como un 7 de Junio de 1944, conocí a una señorita muy
simpática, rubia y de baja estatura, que muy pronto dio
muestras de inteligencia y deseos de aprender para lograr su
objetivo, que era entrar en la universidad.
No sé cómo ni cuando ocurrió, pero pronto impartir esa clase se
convirtió en una satisfacción, al saber que iba a estar junto a
Celina. Así pasó el tiempo; entre clase y clase, crecía mi interés
y también veía que el mismo parecía ser correspondido por mi
alumna. Yo fui muy cuidadoso desde temprano en la relación
entre alumna y profesor, y supe, creo que nunca pasé a través
del trato esa barrera, además en este caso existía la ética, que
me ha inspirado siempre la enseñanza con otras relaciones. Tan
es así, que sólo me atreví a acompañarla cuando ya no existía
vínculo docente entre nosotros.
95
Desde el comienzo de nuestra relación, ya no como profesor,
sino como simpatizante, entreví que nuestros encuentros
tropezaban con inconvenientes de su familia, la cual estaba
formada por su padre viudo y dos señoras que eran hermanas
que vivían con él, una de ellas ocupaba el lugar de dueña de
casa y se hacía valer con el apoyo de mi futuro suegro.
Por suerte tuvimos la ayuda de la hermana menor, sin la cual
hubiesen sido muy difíciles nuestras entrevistas.
La familia por parte de madre de Celina, pertenecía a una escala
alta de la sociedad en La Plata, era la familia Pachano;
posiblemente ésta era una de las razones por las cuales mi
suegro tenía poco trato con ella, dada su vida irregular (Para ese
entonces) de vivir en pareja. Este hecho que ocultaban mi
suegro y su seudo familia, incidió en la irregular relación con
Celina.
Nos veíamos sólo una vez a la semana, cuando Celina y Edith
(Así se llamaba la menor de las hermanas) iban a la iglesia bien
temprano, a la misa de las ocho de la mañana. Nuestro paseo
era a lo largo de la calle 39, desde la calle 11 hasta la 7, y
duraba lo que dura una misa.
A pesar de los recelos que tenía “Chiquita” (Así era su
sobrenombre) con respecto a la reacción del padre frente a
nuestro noviazgo, decidimos que yo lo visitaría en su trabajo
para solicitarle permiso para visitar a su hija en su casa.
Recuerdo que al decidir este procedimiento, Chiquita me
preguntó - ¿Y si él se niega?- Yo rápidamente le contesté -
Entonces nos casamos -. Tan sorprendida quedó ella como yo
mismo, pero esa fue una declaración de amor, no convencional,
pero que aceptamos de todo corazón.
Para ese entonces ya me había recibido de Ingeniero y trabajaba
como docente auxiliar en la Facultad de Ciencias Físico-
Matemáticas, de manera que no veíamos razón para que el
pedido fuera rechazado, sin embargo así ocurrió.
96
El padre de Celina, Arturo Blanche, trabajaba como asistente de
obras de Arquitectura; el Jefe de Sección era un ingeniero
amigo, de manera que cuando aparecí en la oficina y al conocer
el tema de mi entrevista con uno de sus empleados, me cedió su
despacho para realizar mi pedido.
Siempre que hago una entrevista trato de dejar una “puerta”
abierta, por las dudas de que mi pedido no sea bien recibido, de
manera que trato de reunir más argumentos para una próxima
visita; así procedí en esta oportunidad y conseguí que me diera
una respuesta en los próximos quince días.
Creo que jamás pensó cual era la razón por la cual yo solicitaba
verlo (No nos conocíamos de antemano), de manera que lo
encontré desarmado, y cada razón negativa no tenía asidero, por
lo cual me era fácil rebatirla, así obtuve por lo menos la
promesa de que el tema lo trataríamos otro día.
Ni bien llegó a su casa, junto con Dora (Así se llamaba la
señora con la cual vivía), discutieron el tema y de inmediato
tomaron resoluciones drásticas; desde ese momento se le
prohibió a Celina salir de su casa, y si fuera necesario hacerlo,
debía ser acompañada. De este modo Celina estuvo “presa” en
su propia casa, durante seis meses hasta nuestro casamiento.
Llegó así el día que debía recibir la respuesta, que fue
totalmente negativa, sin algún serio argumento que explicara la
razón por la cual se negaban a nuestro noviazgo.
Pero lo que no sabía Blanche es que esto ya lo habíamos
previsto, desarrollando un plan para cumplir nuestros
propósitos; con la ayuda, desde adentro a través de Edith y de
afuera con mis amigos y amigas de Celina, para llegar a nuestro
objetivo.
En ese entonces Edith tenía que llevar a la escuela a una
sobrinita, durante el recorrido que hacía, yo me ponía en
contacto con ella, le entregaba y recibía a la vez cartas de
Celina, de este modo nos comunicábamos.
97
Así llegó el momento de nuestro casamiento, el 23 de Octubre
de 1948. Nos casamos en la Sección Primera, zona donde yo
había designado mi domicilio, y la ceremonia religiosa la
realizamos en la iglesia de Tolosa.
Elegimos esta iglesia porque el párroco era amigo nuestro y se
comprometió a no dar las incumbencias obligatorias de la
iglesia, por temor de que se enterara algún amigo de mi suegro.
También había hablado con el Comisario de la Sección
Segunda, que correspondía a la zona donde vivía Celina, por el
caso de que al no encontrarse en su casa, el padre hiciera alguna
denuncia contra su hija, y nuestro casamiento no pudiera tener
lugar.
Creo oportuno que Celina cuente todas las emociones y
nerviosismos que sufrió días antes del casamiento, hasta que
éste se concretó; y nada mejor que inicie su relato desde el 18
de Octubre, día que festejaba su cumpleaños, que había sido el
3 de ese mismo mes, al cual asistían sus amigas a saludarla.
... “Ese día, alrededor de las 18 horas llegaron mis amigas:
Monona, Coca Busto y Lala Errecarte, porque el día de mi
cumpleaños no habían podido venir a saludarme.
Recién en esa visita pude comunicarle a mis amigas que me
casaba el sábado siguiente. Estas se sorprendieron, y sólo
atinaron a felicitarme, prometiéndome no decir nada a nadie,
asegurándome asistir a la ceremonia civil y religiosa.
Los días que siguieron fueron de extrema nerviosidad, pues
tenía que proceder con toda normalidad, como si nada tan
grande fuera a suceder en tan pocos días.
El día del casamiento me levanté más temprano, pues era
imposible mantenerme en la cama; trataba de no pensar en lo
que iba a ser el día, sino que me concentraba en la tarea
rutinaria de todos los días para así permanecer tranquila, cosa
que no conseguía.
98
Cuando escuché el ruido de la puerta de la calle, supe que debía
irme, pues sabía que Edith ya había salido para la escuela y en
cualquier momento se levantaría Dora.
Tomé los pequeños recuerdos de mi madre, que consistían en
unas joyas, y abandoné la casa, no mi hogar; hogar sería el que
desde ese momento yo iba a construir con Ricardo.
La casa quedaba a mitad de cuadra, y sólo sabía que al llegar a
la esquina, a una cuadra, debía esperarme Ricardo; esos
cuarenta metros fueron los más largos de mi vida. De repente
pensé: - ¿Y si Ricardo no está esperándome?-, pues hay que
recordar que hacía seis meses que no nos veíamos; pero allí
estaba, haciéndome señas para que apurara mi paso, mis piernas
junto con mi nerviosismo no me permitían avanzar con más
rapidez.
De pronto me encontré en los brazos de mi amor, de ahí en
adelante poco recuerdo, sólo sé que un amigo de Ricardo estaba
ansioso en su auto, esperándonos en la esquina para llevarnos
directamente a una zapatería para comprarme zapatos; recuerdo
que al probarme los primeros Ricardo me dijo: -Estos están
bien. Vámonos que todavía falta mucho por hacer – Los dos
ansiábamos tener en nuestras manos el certificado de
casamiento.
Fuimos a la casa de un amigo, donde la señora madre me había
comprado la ropa de casamiento, resulta que nos habíamos
equivocado de medida, pero con unos arreglos de apuro que le
hizo la señora, que era modista; estuve al poco tiempo lista para
la ceremonia del civil, la oficina quedaba sólo a dos cuadras,
allí me esperaban mis amigas, donde unas de ellas saldrían de
testigo.
Debemos situarnos en el tiempo y pensar que mi casamiento
fue una aventura de la cual no me arrepiento, pues en la vida
junto a Ricardo han pasado momentos difíciles, por ser la vida
misma, pero también logré alcanzar la felicidad y tener mi casa
¡Mi hogar!
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Luego fuimos a la iglesia de Nuestra Señora del Carmen, en
Tolosa y allí terminó la ceremonia del casamiento. Más tarde,
después de un almuerzo íntimo, entre los amigos de Ricardo y
míos, junto al matrimonio de sus tíos, el tío Javier y la tía
Juanita; tomamos el tren para Buenos Aires, y de allí, al otro
día nos fuimos para La Falda, en Córdoba, donde pasamos la
luna de miel”...
Es bueno agregar aquí, que pese al noviazgo accidentado,
Celina tuvo la valentía y el empeño para defender su amor ante
el egoísmo del padre; que para mantener él una situación
irregular, ponía en peligro su felicidad futura.
Debo decir por último, que durante tantos años juntos, Celina
ha demostrado con su trato y cariño para su familia, y para mí
en particular, las virtudes de una gran mujer, virtudes que
pueden ser igualadas, pero nunca superadas.
- Gracias por todos estos años, en los que he tenido el privilegio
de compartir contigo tantos momentos de felicidad, como
aquellos que la vida nos suele dar para poner a prueba nuestro
amor -.
100
ALLÉE - ALLÉE
iempre tuve deseos de conocer Europa, creo que todo
argentino sueña con llegar alguna vez a la tierra de sus
ancestros, pues como sabemos, nuestro pueblo se formó por la
inmigración de los europeos, en su gran mayoría por españoles
e italianos.
Cuando uno observa el planisferio del mundo, recién empieza a
tener conciencia de lo lejos, y tan abajo, que la Argentina se
sitúa geográficamente; digo abajo pues los mapas señalan
siempre el sur en su parte inferior, esto se debe a que los mapas
nacieron en el hemisferio norte.
Siempre me causó gracia al ver un mapa del mundo hecho por
la Marina de nuestro país, donde situaba el Polo Sur en la parte
superior; creo que fue una manera de exteriorizar el
nacionalismo que llevamos adentro. De cualquier manera,
desde chicos, tenemos la sensación de estar parados sobre
nuestro país y para mirar a Europa debemos levantar los ojos
hacia arriba; esta sensación no es sólo geográfica, sino que
también lo es cultural.
Europa nos ha legado sus costumbres, sus conocimientos y todo
el acerbo cultural de varios siglos. Esto trae a mi recuerdo lo
que un holandés nos dijo, en una bonita taberna de Volendam,
cuando al reconocernos como argentinos, nos indicó con
grandes ademanes nuestra ubicación en el mundo, con una
sonrisa en sus labios, que nunca supimos su significado al
decirnos: ...“Argentina grande y allá abajo, Holanda chica y
arriba”...
Mi primer viaje a Europa lo hice con un grupo de alumnos del
último año de Ingeniería Mecánica de la UNLP, como
culminación de su carrera, así por cuatro meses visitamos toda
la Europa occidental, que nos permitió ver en cada país sus
industrias principales y tener una imagen real del mundo, de
gran ayuda para los alumnos, que pronto serían profesionales.
Desafortunadamente estos viajes últimamente no se realizan.
101
S
Posteriormente con mi señora hemos vuelto a Europa; en este
relato me propongo hablar de parte de uno de ellos.
En el año 1982 nos encontrábamos en el mes de Abril, en
Zurich, al levantarnos y abrir una de las ventanas del dormitorio
de uno de los hoteles, que está próximo a la estación de
ferrocarril, vimos los autos estacionados, cubiertos de una capa
de tres centímetros de nieve; nos llamó mucho la atención, ya
que estábamos en primavera y no creíamos que ya nevara.
Además le había comentado a mi esposa, que en 1969, cuando
estuve en esta ciudad, y me hospedé en ese mismo hotel, al
abrir la ventana del dormitorio, también en esa época, los autos
estaban cubiertos de nieve, yo diría totalmente; pero eso se
justificaba, pues era en el mes de Febrero, pleno invierno
septentrional.
Festejábamos la coincidencia con Celina, mientras
observábamos cómo un agente de tránsito, obligaba al dueño de
un automóvil, que acababa de estacionar, limpiar la nieve de la
luneta trasera, a pesar de que un hijo del mismo lloraba, pues
para él era una aventura.
No obstante el policía permaneció al lado del auto hasta que
éste estuviera limpio de nieve, no sólo en la luneta, sino
también en los demás vidrios. Mientras el conductor limpiaba
los vidrios, el agente de tránsito le hablaba; nosotros pensamos
que le reprochaba su acción, que podría traer un accidente como
consecuencia. Todo fue una prevención, y no una sanción,
como suele ocurrir en nuestro país.
Si bien Celina y yo estábamos paseando por Europa, yo tenía
un compromiso con la UNLP, para visitar una fábrica de
equipos de conservación y refrigeración de cereales, que era
una dependencia de las industrias de Sulzer, de Suiza, que se
encontraba en un pueblo cercano a Alemania, Lindau, a orillas
del lago Constanza; de manera que fue necesario disponer, de
un día de nuestras vacaciones, para una tarea oficial.
102
El día que habíamos dispuesto para realizar esta tarea,
tomamos a la mañana el tren que nos conduciría a Lindau, y
como el mismo en su trayecto rodeaba al lago, nos resultó un
viaje placentero, al poder apreciar el paisaje de sierra y agua, en
plena primavera, con un aviso del pasado invierno a través de la
nevisca que caía y los claros blancos de nieve que se
observaban.
El viaje fue corto, y al mediodía entraba el tren eléctrico a la
estación de Lindau. Allí nos esperaba un Ingeniero de la firma
Sulzer, para llevarnos a la fábrica. A pesar de que el profesional
era alemán, hablaba un inglés simple, que nos permitió
comunicarnos bastante bien. Nos llevó directamente a la
Gerencia, donde conocimos al Gerente, que inmediatamente
nos llevó al comedor general de la fábrica, donde nos sirvieron
un buen almuerzo, que fue ameno, a pesar del inconveniente de
los idiomas que hablábamos.
Frente a Celina se sentó un cura que le permitió comunicarse en
francés, y tratar temas un poco más variados, que los que
intercambiamos en inglés, por nuestro pobre conocimiento de
ese idioma, que si bien nos servía para viajar, nos impedía
mantener una conversación fluída, de tantos temas interesantes
que existen en la convivencia diaria.
Celina tiene una predisposición muy buena para los idiomas
como el francés, ya que ella proviene de familia francesa por
vía paterna, pues su apellido es Blanche; también para el inglés
y el italiano, lo que unido a su proverbial deseo de comunicarse
y a su cualidad de conversadora, le permite gozar en sus viajes
a través de las conversaciones que se le presentan.
Después del almuerzo, el ingeniero que nos había recibido,
creyó conveniente, antes de visitar la fábrica, tener una charla
específica sobre el uso de las máquinas que ellos producían
para la conservación de los cereales; explicando con datos
técnicos, las bondades de sus sistemas de almacenamiento y
eliminación de insectos, que tanto daño hacen en los depósitos
de cereales.
103
En esta conversación y cambio de información, se encontraba
una señorita que hacía de intérprete entre el idioma alemán y el
castellano, ya que al tratar temas tan especiales, el ingeniero se
vio obligado a expresarse en su idioma.
Pese a que la conversación era técnica, mi señora, que no puede
con su genio cuando de hablar se trata, intervenía en la
conversación con bastante frecuencia, por lo que me permitió
decirle al ingeniero, que si mi señora permanecía un mes en
Lindau, terminaría hablando alemán; éste señor riéndose
respondió, que no sólo hablaría en alemán, si no que hasta
máquinas vendería.
Luego de recibir bibliografía técnica de los equipos que esta
fábrica vendía a Europa, Australia y la propia Argentina, nos
invitó a visitar la fábrica y presenciar un ensayo en banco de un
equipo frigorífico, del mismo tipo que se ofrecía a nuestro país.
Más tarde, el ingeniero alemán y su traductora, nos
acompañaron a la estación y así regresamos a Zurich. Después
de visitar la ciudad por tres días, nos dispusimos a viajar a
Viena.
En nuestro viaje por Europa, para trasladarnos, usamos siempre
el ferrocarril eléctrico, tan difundido, y tan cómodo, como
barato, lo mejor de todo era su organización; ésta manera de
movernos es digna de ser recomendada, frente al automóvil ó el
avión.
Al salir de Zurich hacia Austria, pasamos por una de las
regiones de mayor belleza natural, la cual fue acompañada por
el clima tan especial que nos tocó apreciar, a pesar de estar en
primavera, no dejaba de nevar, lo que ponía más belleza a la
montaña, a los lagos y a los bosques.
Tuvimos así la oportunidad en este viaje de ver toda la belleza
de la región del Tirol, donde la montaña, los ríos y el verde
intenso de la vegetación que cubría los campos; dibujaban un
paisaje, cuya imagen salpicada por las casas blancas y de techo
bajo, sobrepasaban los recuerdos de lo bello.
104
El tren iba cubriendo la zona, serpenteando los obstáculos
naturales y penetrando en esa región de maravilla; mientras
nosotros ocupábamos un compartimiento, que previamente
habíamos reservado en Zurich, el cual compartíamos con una
familia francesa, que en un momento dado, abrió una canasta y
comenzó a tomar un almuerzo ligero. Mientras esto ocurría,
entró una empleada de servicio y procedió a la tarea de repasar
el lugar, cuidando que éste no tuviera ni una porción de tierra y
menos que alguna miga dejada por los franceses. A nosotros
nos llamó la atención tal prolijidad, que comentamos como algo
curioso del viaje, sin pensar que este proceder tenía que ver con
lo que ocurriría más adelante.
Al poco rato, antes de llegar a Innsbruck, apareció un inspector
o guarda del ferrocarril y expresó algunas palabras que
realmente no entendíamos, sólo le escuchamos decir: ...-
Allée, allée, isí monsieur le president - ...; yo pensé que nos
comunicaba que en el tren iba el Presidente de los Ferrocarriles
y deseaba que los pasajeros estuvieran bien atendidos, pero los
franceses, que bien entendieron, se aprestaron a abandonar el
compartimiento. Nosotros seguimos ocupando el
compartimiento, al mismo tiempo que nos preguntábamos por
qué debíamos abandonarlo si habíamos hecho nuestra
reservación como correspondía. Sin embargo al poco rato
volvió a aparecer el inspector ferroviario, y no solamente volvía
a repetir ...allée, allée..., sino que tomando nuestro equipaje se
dirigió resueltamente al próximo coche, donde dejando nuestras
valijas, nos indicó dos asientos vacíos en el nuevo
compartimiento, pero que se encontraban separados; mientras
tanto el tren entraba a Innsbruck.
De aquí en adelante nuestro viaje no fue muy placentero, ya que
no podíamos comunicarnos, y por la ubicación de los asientos
que ocupábamos, no podíamos contemplar mucho el paisaje
exterior. Hay que decir que los coches para pasajeros, en casi
todos los trenes de Europa, están divididos en compartimientos
para seis personas, tres y tres enfrentados, poseen una sola
ventanilla al exterior, ya que la otra ventana lateral da al pasillo,
que sirve de comunicación entre coche y coche.
105
A todo esto llegamos a Viena, mientras nos dirigíamos
caminando por el andén, paralelamente al tren, escuchamos
atrás nuestro, aplausos y saludos a dos personas, que habiendo
bajado del tren, recorrían el andén igual que todos, pero más
rápido, pues todos les cedían ceremoniosamente el paso.
Una de las personas vestía elegantemente y llevaba un
portafolios en la mano, el otro, que era militar, hacía de
acompañante. Celina encontró de inmediato quien le
respondiera su pregunta: - ¿Quiénes son esos señores?- Le
respondieron con orgullo: - Es nuestro Presidente, el Presidente
de Austria, monsieur Dr.Rudolf Kirschlagüer -. Así que en el
futuro podíamos decir que habíamos viajado en el
compartimiento ¡del Presidente de Austria!, el 30 de Abril de
1982.
Como el gobierno era socialista, los festejos del 1º de Mayo
eran importantes, y éstos se habían iniciado el día anterior con
un acto en la ciudad de Innsbruck, con la asistencia del
Presidente, el cual había viajado en helicóptero, y volvía como
un ciudadano cualquiera en tren a Viena. ¿¡Qué contraste con
los viajes de nuestros presidentes!?
Viena es la ciudad de la música, del vals; tiene el parque de
Strauss, y muchos otros lugares, que transforma en deleite el
caminar por esa ciudad que contiene tantos recuerdos del arte.
Como hecho curioso debo decir, que al terminar la segunda
guerra mundial, Viena quedó transitoriamente bajo el mando
ruso, y éstos para dejar su recuerdo en la ciudad, levantaron un
feo monumento al soldado ruso caído en la guerra.
Los austríacos no pudieron negar que el monumento, que nada
representa para ellos, fuera colocado en un lugar destacado,
pero se las ingeniaron tapando la vista, construyendo una
conveniente fuente de agua, cuyo chorro central es lo
suficientemente alto, como para desdibujar el monumento, y de
esta manera, sin molestar a los rusos, eliminaron de la vista el
monumento impuesto.
106
HECHOS RECURRENTES
ntre mis recuerdos a veces asocio algunos hechos de mi
vida, que además de pertenecer a temas muy distintos,
separados por el tiempo y el espacio, pero que suelen tener algo
en común, me resultan como ciclos del destino que estamos
obligados a recorrer.
Por ejemplo, cuando era Gerente de los Talleres Centrales de
Vialidad, era común que por razones comerciales debiera asistir
a comidas que organizaban las industrias de venta de equipos y
automotores de las grandes firmas que fabricaban estos
productos, y que la mayoría eran subsidiarias de empresas del
mismo nombre extranjero. Así fue que para visitar los talleres
de fabricación de camiones y camionetas que tenía General
Motors en Avellaneda, fuimos agasajados con un almuerzo al
término de esta. En esa oportunidad el Gerente General en
Buenos Aires de la empresa citada, ocupaba a mi lado la
cabecera de la gran mesa que se había preparado para los
asistentes, que de alguna manera estaban relacionados con las
ventas y el conocimiento de los productos que la fábrica
pensaba ofrecer próximamente en una gran licitación pública,
que Vialidad preparaba. Al observar la mesa, como así a sus
concurrentes, manifesté - Qué distinto trato tiene la firma para
las mismas personas, que en otras ocasiones ocupaban distintas
posiciones en el mercado laboral, a los que se acercaban a la
firma anfitriona en esta oportunidad.- Mi observación causó de
inmediato curiosidad y sorpresa, pues mi tono y la manera de
expresarme quería señalarle que a pesar de este recibimiento,
esto no iba a incidir de ninguna manera en el resultado de la
posible venta futura.
Es curioso que yo afirme esto aquí, pero sé que muchos
pensaron en los métodos de venta que se usaban en el estado, y
permitía a muchas personas lograr ventajas y comisiones en
tales situaciones. También es posible pensar que mi actitud
respondía a ese propósito; sin embargo algo que me enorgullece
en mi vida es que nunca entré en este campo de deslealtad al
estado, al cual representaba.
107
E
Pasado el momento del desconcierto y sorpresa de mi
manifestación, me pidieron la explicación de la misma. Les
conté que cuando me recibí de Técnico Mecánico en la Escuela
Industrial de La Plata, fui uno de los postulantes que hizo cola
de más de una cuadra para lograr la posibilidad de trabajar en
esos talleres; después de más de una hora, al ser recibido por un
capataz fui rechazado en la primera pregunta - ¿Tiene cédula
Federal? – Al responder que sí tenía, pero de la Provincia; fui
separado de la fila para atender al siguiente técnico.
En ese momento quién iba a pensar que después de mucho
tiempo, podría contar esta anécdota, nada menos que el Gerente
de la General Motors en el mismos lugar. ¿Será la vida cíclica?
En uno de los años en que dictaba clase en el Instituto
Tecnológico de Bahía Blanca, que más tarde se convirtiera en la
hoy llamada Universidad del Sur, los alumnos pertenecían a la
carrera de Ingeniería Mecánica, y el año que cursaban era el
quinto.
Por los jóvenes que formaban el aula, mujeres y hombres, tenía
a mi entender que debían tener la suficiente personalidad para
llegar a hacer interactivas las clases. Esto no ocurría,
permanecían callados, silenciosos e imperturbables a cualquier
hecho que ocurriera en clase; era inútil preguntar si habían
entendido un tema, permanecían mudos, y si la pregunta la
hacía directamente a un alumno, éste se contentaba con bajar la
cabeza y seguir con su mutismo.
Como esta actitud se repetía clase tras clase, consulté con otros
profesores que tenían también a esos jóvenes como alumnos y
todos me respondieron que no me preocupara, pues con ellos la
actitud era la misma.
En una palabra, estaban “muertos”, como así los definía un
profesor que acostumbraba a dar conferencias en distintos
lugares y se entretenía en observar a su audiencia antes de
iniciar la charla, me comentaba que siempre eran más los
muertos que los vivos, por lo tanto daba su discurso solamente
para los vivos.
108
Para dar una idea de este conjunto de jóvenes, diré que el aula
contaba con un largo pizarrón que iba de pared a pared, pero no
ocurría así con la longitud de la tarima donde el profesor se
desplazaba durante la clase, faltándole un metro del extremo
derecho; de manera que cuando desarrollaba un tema que
requería la escritura de largas ecuaciones, no faltaba la vez que
al terminar la tarima, el profesor sufría una caída de la misma al
piso del aula, unos 40 cm más o menos. Estas caídas como
pueden imaginar, eran graciosas, y en un aula normal se
escucharía como coro final una gran carcajada de los
estudiantes, pero esto no ocurría, seguían como si nada pasara;
de manera que mis clases eran de profesor a pizarrón, lo cual
me ponía mal, pues mis clases eran de enseñanza, y no de
dictados de clases magistrales.
Así las cosas transcurrían, cuando una tarde se empezaron a
sentir ruidos, gritos y conversaciones fuertes que provenían de
la calle, sobre la cual daba uno de los costados del aula. Por
supuesto que los alumnos parecían sordos, pero yo tuve que
dejar de dar clase porque el ruido y el murmullo de mucha
gente me impedía ser escuchado.
Di una orden y al mismo tiempo procedí a abrir una de las
ventanas para observar qué ocurría, y cuál no sería mi sorpresa,
cuando uno de los alumnos, obedeciendo la orden, procedió a la
apertura de otra ventana que daba luz al aula.
Había conseguido sacar del mutismo a un alumno, que al
observar lo ocurrido me aclaró que enfrente a la Facultad vivía
una familia que poseía un automóvil Mercedes Benz ,de los
años veinte; tan cuidado como si recién hubiera salido de
fábrica, que sólo sacaban para los carnavales, para integrar las
caravanas de los corsos, y que en este momento lo estaban
cargando en un carretón para llevarlo al Museo de la Mercedes
Benz, para su colección, que había sido destruida en la última
guerra mundial; recibiendo la familia a cambio, un automóvil
Mercedes, último modelo. Así pude saber que existía un “vivo”
en mi clase. Esto ocurrió en 1954.
109
Quince años más tarde tuve oportunidad de visitar el Museo de
la Mercedes Benz, que se encuentra cercano a la ciudad
alemana Munich; donde al recorrer los modelos antiguos de
automóvil, dispuestos en un gran salón con amplias paredes de
vidrio, mientras caía una tenue nevada, me sorprendió la
procedencia de uno de los vehículos que decía “Bahía Blanca”;
aquí el ciclo requirió sólo quince años.
Cuando fue fundado el Rotary Club de Tolosa y reconocido por
Rotary International, fui su primer presidente, y como tal, me
propuse impulsar una tarea que no sólo llenara el año de mi
actividad, si no que ésta sobrepasara ese período en su
desarrollo y además estuviera de alguna manera relacionado
con el pueblo de Tolosa.
Nada mejor que propiciar e impulsar la historia de Tolosa, para
lo cual se me ocurrió formar una “Comisión Histórica de
Tolosa”, formada por algunos rotarios como representantes del
Club y otras personalidades afines al acervo cultural de la
ciudad, entre ellas estaban el Director de Cultura de la
Provincia, de la Municipalidad de La Plata, el Director del
Archivo Histórico de la Provincia, un viejo periodista de la
zona y un historiador. En esa ocasión creí oportuno invitar a un
familiar del fundador de Tolosa, Don Martín Iraola. Uno de
nuestros socios solía jugar al golf en el Club de Raneland con
José Pereyra Iraola, sobrino nieto del fundador, para que
integrara la comisión propuesta.
Como el tiempo pasaba, y el socio que se comprometió en traer
a esta persona no le había dicho nada, además la fecha de la
reunión constitutiva histórica estaba próxima; decidí desechar
ese contacto y traté de hacerlo yo directamente con un simple
llamado telefónico a Buenos Aires, usando la guía y buscando
al tanteo algún pariente de Pereyra Iraola. Tuve la suerte de
comunicarme con dos viejitas, que eran las tías, y enteradas del
propósito que me guiaba, se comprometieron hablar con José
como ellas le llamaban; el caso es que éste accedió siempre y
cuando pusiéramos un auto con chofer para su traslado a La
Plata.
110
Así llegó la noche de la reunión de nuestro Club, que se
realizaba en esa época en el Club Universitario de Gonnet;
luego de las presentaciones protocolares y el inicio de la
reunión que consistió en una cena, yo expuse como presidente,
mi idea y el deseo de que allí mismo se formara la comisión;
nombrándose como Presidente de la misma al Dr. Francisco
Laborde y como Presidente Honorario al Dr. José Pereyra
Iraola; estableciéndose hasta los días y lugares de reunión.
Había conseguido esa noche, no sólo la formación de la
“Comisión Histórica de Tolosa”, sino también mis principales
objetivos a cumplir, como así el compromiso por parte de las
autoridades de la Provincia, la publicación de la misma en la
imprenta oficial y su distribución.
Es costumbre de Rotary fundar instituciones que beneficien a
una comunidad en cualquier campo cultural, y una vez apoyada,
dejarla libre y constituida para toda su vida, integrada por
hombres no rotarios.
Las cosas fueron muy bien al principio, pero al discutirse la
fecha real de fundación del pueblo de Tolosa, surgieron
opiniones encontradas en dos bandos importantes de la
comisión. Fueron dos fechas las que estaban en discusión: el 7
de Julio y el 20 de Diciembre; las posiciones eran
irreconciliables y por lo tanto se esperó a que se cumplieran los
cincuenta años de la fundación, esperando encontrar
documentos que avalaran una fecha u otra.
Desafortunadamente la cripta donde estaban guardados estos
documentos había sido enterrada y se encontraba llena de agua,
por lo tanto los mismos que podrían dar por terminada la
discusión, estaban en tales condiciones, que de ellos nada se
pudo sacar.
A pesar del fracaso de este hecho, la discrepancia tomó estado
público, y el diario “El Día”, el más importante de La Plata;
publicó en varias ocasiones las posiciones de ambos bandos,
pero sin llegar a un acuerdo.
111
Esto fue resuelto por una resolución de la Dirección de Cultura
de la Provincia, donde se daban pruebas avaladas por
documentación de planos y otros documentos; por lo que se
estableció el día 20 de Diciembre como fecha oficial; aunque
hasta ahora algunos vecinos conmemoran el 7 de Julio como
fecha de fundación.
Volviendo a la noche en que se constituyó la Comisión
Histórica. Me encontraba sentado al lado del Dr. José Pereyra
Iraola, quien era uno de los dueños, que según se dice, tienen a
su cargo cien estancias en el país; por esa razón, y sabiendo que
tenía campos en La Pampa, se me ocurrió preguntarle si Hucal
era uno de ellos; me respondió que sí, pero que en ese momento
estaba dedicado a levantar Hucal Chico.
Cuando supo que yo había vivido en Hucal, la conversación
tomó un ritmo fascinante y surgieron temas muy interesantes de
los cuales podíamos hablar. Me dijo que en ese entonces él iba
poco por su salud, por lo cual el campo estaba a cargo de sus
hijos; pero no dejaba de reconocer aquellos viajes que hacía
cuando era joven, a la estancia de Hucal; cuando llegaba en tren
especial desde Buenos Aires toda la familia del Presidente y sus
invitados, recordábamos cómo iban vestidos y acompañados
por sus mascotas para pasar las vacaciones de verano en un
verdadero campo.
En ese entonces venía con frecuencia a la estancia de Hucal,
una joven llamada Cotita Alvear, que era famosa por su andar a
caballo y el uso de las armas de fuego; tanto se destacó, que una
parada ferroviaria que existe entre Hucal y Perú, sobre la línea
ferroviaria de Bahía a Toay todavía conserva su nombre. Al
preguntarle qué fue de su vida, me contestó que como resultado
de su vida agitada, terminó vieja y enferma en un convento de
Buenos Aires.
Me comentaba que la estancia de los Alvear en Hucal, ya no era
la misma, ni se hacían las grandes fiestas a las que concurrían
las familias de Buenos Aires, que ahora preferían ir a Mar del
Plata.
112
La estancia poseía unos bungalows para los invitados y una
iglesia que contaba con un cura; también había pileta de
natación, canchas de tenis y todo lo necesario para hacer
placentera la vida de los invitados. Tenía una herrería muy
grande, donde se reparaban los carros y todo tipo de carruajes,
entallaban ruedas y la fragua estaba todo el día prendidas. El
taller de talabartería también tenía operarios que hacía toda la
clase de lazos, cabestros, botones con tientos y todos los
enseres para los animales de la estancia.
Estos ciclos de encuentros me inducen a pensar, si la vida
misma no es un círculo, como en cierta manera se planteaba
Aristóteles. ¿Qué podría pensar aquel chiquillo, que parado en
la estación, veía llegar un tren especial, proveniente de Buenos
Aires, a ese pueblo perdido en La Pampa; para traer ese
conjunto de personas tan elegantes, que hasta mascotas traían;
que a lo largo del tiempo estaría sentado al lado de uno de los
personajes que hacían esas visitas a los campos de los indios
pampeanos?...
113
SUEÑO DE UNA ALUMNA
n mi larga carrera de docente tuve la oportunidad de dictar
clase en la Facultad de Agronomía, de U.N.L.P. La cátedra
se llamaba Mecánica aplicada y en ella se daban los temas
teóricos básicos de mecánica analítica general, aplicada a las
máquinas agrícolas.
Esta cátedra no era del agrado de la mayoría de los alumnos,
pues no se dedicaba específicamente a los temas agronómicos;
ellos olvidaban que de la Facultad salían con el título
universitario de ingenieros, donde la mecánica ocupa un lugar
muy especial, que no puede dejarse a un lado en ninguna
carrera de ingeniería. Generalmente los alumnos en esa época, y
creo que todavía es así, no tenían una idea clara de las
posibilidades que brinda un título universitario, y que en el
mismo se encierra un caudal de conocimientos, que forman a
todo profesional, para poder comprender y entender (En
muchos casos), los fenómenos naturales, y tener a su vez una
cultura y criterio amplio como para poder ocupar un lugar
destacado en la sociedad.
Entre los temas que se dictaban en la cátedra, aparecían los
conceptos de energía, lo que me permitía hacer referencia a
muchos fenómenos de la naturaleza, que encierran los misterios
de nuestro Universo. Así aquellos estudiantes que no asistían a
las clases teóricas (Recuérdese que en general esas clases no
eran obligatorias para cursar la materia), les resultaban más
difíciles los exámenes finales; por lo tanto la asistencia les
facilitaba poder entender a través de la comunicación
interactiva entre profesor-alumno, aquellos conceptos que se
exigían en los exámenes; dando esto por resultado que mis
clases fueran muy concurridas, lo que por otro lado hacía difícil
mantener la atención y el silencio en el aula. Desde que
comencé a enseñar (Año 1937), siempre me preocupé que mis
alumnos me atendieran, si así no ocurría, dejaba súbitamente de
hablar, esto resultaba una señal para que volvieran a prestar
atención.
114
E
Este modo de proceder, es una costumbre tan arraigada que la
empleo en cualquier circunstancia, aún cuando sea una
conversación (Me ocurre en las reuniones de Rotary), por lo
tanto en la universidad no comenzaba la clase sino existía un
perfecto silencio; si esto no ocurría (Como es natural en toda
aula donde hay alumnos), golpeaba con la tiza en el escritorio,
hasta que el murmullo iba descendiendo, hasta que terminaba
con un completo silencio.
Explico todo esto para poder comprender lo molesto que me
resultaba escuchar cualquier ruido o actitud, que de alguna
manera distrajera la atención de mi clase. Así fue como observé
en una de mis exposiciones, que una señorita dormía
profundamente, a pesar de que era mi costumbre cambiar el
tono de mi voz, para mantener a todos los alumnos atentos.
Verla dormir me molestaba, pues me desconcentraba de las
ideas que exponía y varias veces tuve que detenerme para poder
volver a la explicación del tema que estaba tratando; así pasó
ese día, sin que nada ocurriera, ella dormía y yo me confundía,
pensé que mi dictado ese día no era de lo mejor, y el tema
podría haber resultado aburrido. De manera que me prometí a
mi mismo, que para la próxima clase, trataría de intercalar
temas variados y de especial interés, para evitar que la señorita
citada, volviera a dormirse.
En la próxima clase, a pesar de mis esfuerzos para hacer mi
exposición más amena, volví a ver al poco rato, dormir de
nuevo a la alumna, y no pudiendo con mi genio, la interpelé
casi gritando: -¿Porqué dormía? Ya que si no le importaba la
clase, bien podía retirarse y no perturbar al profesor en su
exposición-.
No acababa de terminar mi interrogatorio, cuando toda la clase
estalló en una carcajada, lo cual de inmediato me dejó
profundamente preocupado, pues es muy difícil hacer volver a
la normalidad a una clase numerosa, cuando ésta ha perdido el
control, lo que deja en muy mala posición al profesor; en una
palabra, la clase se me había ido de las manos.
115
A propósito de esta situación, y antes de terminar mi relato de
la oyente que se dormía, es bueno recordar otro suceso que me
ocurrió en esa misma aula, y que muestra el desastre que puede
ocurrir en una clase, si el profesor no tiene en sus manos la
atención de sus alumnos.
El aula donde daba clases a los estudiantes de agronomía era un
viejo galpón, que en sus orígenes había sido depósito del
Ministerio de la Marina, el mismo estaba en la proximidad del
edificio de la Facultad, pero al lado de un campo de siembra de
la cátedra de cereales, de manera que el aula era “agronómica”,
ya que parecía un viejo galpón de campo donde se guardan las
cosechas.
Dábamos clase en ese lugar, pues las aulas del edificio de la
facultad estaban todas ocupadas, y además permitía en un
anexo, guardar las máquinas agrícolas que se usaban para las
cátedras de máquinas; digo esto, pues el edificio principal de la
facultad, es uno de los tradicionales de la ciudad La Plata, muy
bello, y su arquitectura, de principios de siglo, es digna de
admirarse.
Volviendo al suceso, en el cual arriesgué el control de los
alumnos. Diré que esto ocurrió cuando un día en plena clase
entró un perro a la misma, el cual empezó a ir de banco en
banco para que los alumnos lo palmearan, y de esa manera
distrajo a todos. Ante tal situación volvió a aparecer mi genio,
ordené muy serio a un alumno que tomara al animal y lo llevara
fuera del aula. Apenas terminé de dar mi orden, cuando pensé:
...¿Y si el alumno no obedece o el perro no se deja agarrar?...,
en qué posición más delicada me había puesto; por suerte el
alumno obedeció y cumplió a la perfección la orden, y la
atención del alumnado volvió a ser normal.
Ante hechos así imprevistos, que suelen suceder en toda aula, el
profesor debe tener tal equilibrio en su accionar, como para
anticiparse a cualquier hecho disciplinario que lo ponga frente a
sus alumnos, si así no hiciera, perdería el respeto de ellos y sus
clases se convertirían en un caos permanente.
116
Algunos profesores prescinden de esta actitud y dan sus
lecciones únicamente para el pizarrón, así creen ellos que
enseñan y educan, creyendo cumplir con sus obligaciones,
afortunadamente no todos son así, nuestra Universidad ha
contado y cuenta con serios profesores, muchos de los cuales
han sobresalido del ámbito universitario, para ser tenidos en
cuenta como ejemplos en otros ámbitos de la sociedad.
Ya es hora de regresar al relato de la alumna que se dormía
durante el desarrollo de mi clase.
Terminado el alboroto que causó mi interpelación, un alumno
me explicó la actitud de la señorita, planteándome que ella no
era alumna de mi clase, sino sólo la novia de uno de mis
alumnos, el cual le había prometido casarse con ella, ni bien
obtuviera el título de Ingeniero, y como conocía su parsimonia
para cursar las materias, la concurrencia de ella a sus clases, lo
obligaba de alguna manera a no atrasarse en sus estudios y de
este modo acortar el plazo de su promesa de casamiento.
Ante la risa de todo el alumnado, la autoricé a seguir en la
clase, aún cuando se durmiera de esa forma.
Seguí teniendo el control de la atención de los estudiantes, aún
cuando para uno de ellos yo no resultaba simpático.
117
ALGUNOS CONSEJOS
esde que nace el ser humano empieza a recorrer una vida,
donde recibe ayuda a cada momento; así comienza su
aprendizaje para transitar un camino que el destino le ha
trazado. Podríamos decir sin equivocarnos, que ese camino que
se apresta a transitar en esta tierra, es de puro aprender hasta su
muerte. Esa persona se irá formando bajo ese techo, donde irá
incorporando a su experiencia los conocimientos que a cada
momento le imparte el ambiente en que se desenvuelve, y las
cualidades que irá desarrollando son el producto de la “suerte”
de los maestros que le van tocando.
El aprendizaje es un fenómeno continuo, el conocimiento está
ahí, es necesario sólo tomarlo y usarlo convenientemente. Entre
las fuentes de conocimiento de que se dispone, están los
“maestros” que se manifiestan por su sola presencia y los que
han nacido con el don de volcar su saber a los que caminan tras
su destino. Entre éstos últimos están los docentes, que a medida
que aprenden, enseñan sin egoísmo alguno; para esto no
necesitan títulos, ellos transfieren conocimientos que la vida les
ha dado, sin esperar recompensa alguna; sólo los anima el hacer
más fácil la vida de sus semejantes. Siempre será poco lo que
de ellos se pueda decir, escribir u homenajear.
He creído conveniente intercalar entre estos relatos, algunos
que se refieren a la forma en que se imparten o se adquieren los
conocimientos.
Recuerdo que cuando trabajé en Plaza Huincul como técnico,
tenía título, pero me faltaba el “knowhow” (El cómo saber), por
consiguiente trataba por todos los medios de ponerme al tanto
de la tarea que me habían asignado, que era la de ayudante de
un ingeniero. Este señor era muy serio y no era fácil de abordar
con preguntas, y si éstas era preciso hacerlas, entonces trataba
que las mismas no fueran necesariamente del conocimiento de
un técnico, pues no me gustaba que desde el comienzo se me
calificara mal.
118
D
Sin embargo pronto me sacó esa incertidumbre, pues me dio un
problema, que hasta el momento ninguno lo había resuelto o lo
había encarado en serio.
En ese entonces existían en el yacimiento, dos sectores de
trabajo: Producción y Perforación, yo pertenecía al de
producción, por lo tanto debíamos suministrar los motores a los
de perforación. Uno de los motores Diesel tenía un regulador de
la parte eléctrica, que se “quemaba” frecuentemente y había
llegado al extremo que ya no existía en “almacenes”, para poder
cambiarlos. Tengo que aclarar que estos dispositivos eran
bastante complicados para mis conocimientos, y por supuesto,
jamás había visto uno en la escuela.
Me puse a la tarea con el manual del equipo, que era un libro
completo sobre el dispositivo en estudio, y traté de ver dónde
estaba la falla. Pronto llegué a la conclusión de que era muy
simple, la conexión se hacía mal. Cuando di mi veredicto no
estaba muy seguro, pues no podía creer que con tantos motores,
mecánicos, técnicos e ingenieros no se hubiesen dado cuenta de
tal error. El ingeniero me dijo: - Si usted está seguro, ordene
que de ahora en adelante se cambie el modo de conexión -.
El mecánico electricista que me tocó era un viejo obrero, que
estaba cansado de hacer este tipo de trabajo, por lo tanto, ni
bien le ordené modificar la conexión, me contestó que él hacía
veinte años que realizaba ese trabajo; yo con mis pocos años le
contesté: - Hace veinte años que los conecta mal -. El
resultado fue que los reguladores de tensión no se quemaron
más, yo gané puntos como técnico y me ubicaron en la sección
Motores, que era donde yo quería estar. Allí aprendí mucho,
sobre todo de un ingeniero alemán y un capataz checoslovaco,
que era el jefe de Motores. Este señor sabía mucho de motores,
pero no le gustaba enseñar, por el contrario; lo poco o mucho
que podía saber, lo escondía. En cambio, conmigo demostró
una simpatía tal, que me enseñó como se ponían a punto los
motores, cosa que nadie sabía bien; él para mantener su
primacía en estas cuestiones, cuando iba a trabajar en esa tarea,
encerraba el motor bajo una carpa y sólo él podía entrar a la
misma; sin embargo yo era el único que dejaba entrar.
119
Este tipo de personas, que hacen un misterio de su profesión, y
esta manera de proceder en forma tan egoísta, es una costumbre
(Por lo menos en esa época) de aquellos obreros y profesionales
de procedencia extranjera, como un seguro de sus
conocimientos, a fin de ser en ciertos aspectos el hombre
imprescindible, que no se le puede dejar cesante. Esta
costumbre es una cualidad que le enseña la vida para así vivir
sin sobresaltos; sin embargo cuando se aplica en universidades
es sinónimo de aquel que sabe poco y lo que busca por un lado,
lo pierde por otro. ¡Qué generoso y conocedor de su quehacer
es aquel que da y enseña todo lo que sabe!
Después de la última guerra llegaron al país muchos “operarios
especializados” y profesores universitarios, con conocimientos
y carpetas bajo el brazo, de cuya procedencia se hacían autores;
aunque más tarde esto salió a la luz, y lo que parecía un
descubrimiento propio, no era otra cosa que un método ya
conocido y aplicado en Europa.
Siempre aconsejaba a mis alumnos, que ante una pregunta de la
que no se sabía su respuesta; era más leal decir que en la
próxima clase, previo su estudio, iba a contestar. Esta manera
de proceder, era todo lo contrario cuando la pregunta se
derivaba en una fábrica o establecimiento, de un obrero o de
una persona que estaba a las órdenes de un profesional, pues el
resultado podía ser fatal para éste último.
Cuando se trata de alumnos, éstos deben ser los encargados de
hacer las preguntas, deben hacerlas, pues están estudiando y sus
profesores deben dar respuesta cierta a las mismas. Pero el
problema sufriría un vuelco de 180º cuando ya se era
profesional.
En mi carrera profesional he tenido profesores excelentes, pero
mi recuerdo se quedará siempre con el Dr. Pasqualini. A él
siempre se le encontraba cuando no daba clase, en su despacho,
rodeado de libros y papeles; pero no obstante tenía tiempo para
atender a su reciente ex alumno y subordinado, ya que en esa
época yo era ingeniero asistente, del departamento del cual él
era director.
120
El problema sobre el que iba a pedir ayuda, era uno de los que
el Ministerio de la Marina nos encomendaba para su solución.
Le expuse el problema, y después de escucharme muy
atentamente me comentó: - No olvide que usted ya es ingeniero
-. La respuesta me dejó perturbado, me recordó el lugar que
ocupaba y mi responsabilidad. Lo saludé y caminé hacia la
puerta. No había hecho ni dos pasos, cuando me llamó y en
pocas palabras me ubicó en el problema. Así era el Dr.
Pasqualini.
Frente a quien era bien conocido, no quedé mal para el futuro;
sin embargo creó en mí una ley: “nunca preguntes algo que
debes saber, pues el interlocutor pensará desde ese momento
que esta persona no sabe nada y así te conseguirás un mal
concepto profesional”.
Desde entonces le recomendaba a mis alumnos, que cuando
fueran profesionales, nunca admitieran desconocer una
pregunta básica de su trabajo, pues serían mal catalogados;
mejor responder con una salida elegante y en la primera
oportunidad que se presente, dar una clase sobre el tema. Que
aprovecharan entonces ese momento, que eran alumnos y
preguntaran todas sus dudas.
Recuerdo también, que teniendo a mi cargo el mantenimiento
de los hidroaviones Sunderland (Que llamábamos botes
voladores); encontrándose uno de ellos en dique seco para su
reparación, y ante la necesidad de disponer del mismo
urgentemente; se me ordenó que hiciera todo lo posible para
poner a la máquina en vuelo. Ante el requerimiento de mis
jefes, controlé ese día el trabajo de mantenimiento que
hacíamos; así fue como llamando al capataz de la obra, le
pregunté qué era lo que faltaba para poner en servicio el
hidroavión.
Este señor era un italiano, no muy lúcido, pero sí muy dispuesto
para solucionar problemas; de manera que me contestó: - Si
usted me trae hoy los espaguetis, mañana mismo estará en
vuelo -.
121
Ante esta respuesta me quedé sin palabras, pues no sabía yo qué
eran los espaguetis y tampoco le iba a preguntar. Los espaguetis
que conocía eran los fideos y también unas vainas o camisas de
plástico que en esa época se usaban para forrar varios cables
eléctricos, a fin de conducirlos todos juntos, y en el único lugar
que se podían usar, era en los motores o en algún comando
eléctrico.
Por lo tanto dije de inmediato: - Vamos a hacer una recorrida a
toda la máquina para ver si falta algo más y así estamos seguros
de que mañana podrá volar -. Dicho y hecho, palmo a palmo
recorrimos todo el avión; y en aquellos lugares que me parecía
que podían usarse espaguetis, mi inspección y preguntas eran
mayores, pero los famosos espaguetis no aparecían.
El hidroavión de referencia tenía capacidad para cuarenta y
ocho pasajeros, hacía los viajes a Asunción del Paraguay y
Montevideo en esa época. Era de dos pisos, en el inferior iba el
pasaje, y en el superior existía un lugar de fumar y un pequeño
bar, con sillones tapizados en cuero, muy cómodos.
Sólo faltaba inspeccionar el piso superior, yo a esa altura ya
desesperaba, y veía que debía preguntarle directamente qué
eran los espaguetis que necesitaba tan urgentemente.
Fue cosa de subir la escalera que nos conducía al bar, cuando el
italiano me dice: - Ve ingeniero, sólo faltan los espaguetis de
los sillones -. Se observaba que en el tapizado de los mismos,
sólo faltaban las tachas o tachuelas, que dan forma al tapizado.
Recién comprendí lo que el italiano me pedía. Entonces
respondí: - Ahora mismo las pido por teléfono y usted las
tendrá dentro de media hora, a lo sumo -.
Luego, al pensar de dónde había sacado, que esos clavos de
tapicero se llamaban espaguetis; pienso que como los
hidroaviones eran parientes de los barcos, se usaban en su
descripción muchos términos marinos; entre esto y su
nacionalidad, habíamos llegado a los espaguetis. Pero siguiendo
con mi ley, no expresé mi ignorancia.
122
En otra oportunidad me ocurrió algo similar, siendo en ese
entonces gerente de los talleres de Vialidad. Recibo una orden
por teléfono, también urgente, de mandar a un municipio de la
provincia una máquina, que en la jerga vial se le decía “La
Mixi”. El compromiso lo había asumido el propio Gobernador,
quien había dado su palabra, que esa máquina iba a estar al día
siguiente en esa localidad. Por supuesto, como era un asunto
político, mi respuesta fue que de inmediato saldría.
Yo hacía poco que me había hecho cargo de la gerencia y no
podía ignorar el nombre de una máquina, a pesar de que
Vialidad tenía más de tres mil equipos funcionando, y por otro
lado tampoco podía preguntar a nadie, pues todo el personal me
era desconocido. Me puse a pensar cómo solucionar el
problema hasta que me acordé de los espaguetis del hidroavión
y resolví emplear el mismo método de solución. Era mi
costumbre visitar semanalmente los talleres, para verificar el
estado de los trabajos, las necesidades y problemas que se
podían presentar; para cumplir con los compromisos que yo
había tomado de responsabilidad sobre las fechas de entrega, de
manera que a nadie le llamó la atención que, acompañado de mi
secretario, quien iba tomando notas de las novedades, hiciera
una recorrida general por los talleres. Por supuesto, cada taller
tenía un jefe, que enseguida me recibía, y en general se ponía a
dar información de sus responsabilidades e inconvenientes que
surgían en los trabajos, sobre los cuales tenían
responsabilidades.
Así comenzó el recorrido, con la idea de la individualización de
la famosa “Mixi”, ya había perdido la esperanza de encontrarla,
cuando al salir de uno de los talleres, el capataz que me
acompañaba en ese tramo de mi visita, me señala la máquina
buscada; ahí estaba la Mixi, ocupando la mayor parte de uno de
los patios, donde se estacionaban las máquinas para ser
reparadas: - Ve usted como no funciona la oficina de
inspección, pues hace dos días que ha terminado su reparación
y todavía no le han dado destino -. Se le daba el nombre de “La
Mixi” a un equipo completo de construir caminos de hormigón,
y por lo tanto era de tal dimensión, que nadie podía ignorar su
existencia.
123
Ver la máquina y ordenar de inmediato que se pusiera sobre un
carretón para enviarla al municipio que la solicitó, fue cuestión
de segundos, y recalcar que la misma debía llegar mañana, aún
cuando tuvieran que viajar parte de la noche.
De no haber resuelto este sencillo problema, mi posición (Que
era muy discutida, pues yo estaba llevando a cabo una completa
organización, y por lo tanto “molestaba” al estado estático de la
repartición), no era muy cómoda, y de inmediato se me iba a
catalogar entre los malos profesionales.
Por esta razón siempre he aconsejado a mis alumnos que sí
pregunten, pero mientras sean estudiantes, no cuando son
profesionales...
124
EL TANQUE
n los años 60 yo estaba contratado por la dirección de
Vialidad Provincial, para el apoyo logístico, al aportar toda
la maquinaria en condiciones de operar, para así cumplir el Plan
de Pavimentación que el gobierno había iniciado. Para ello
debimos construir (Más que reconstruir) los talleres viejos del
Dique, que realizaban como podían las reparaciones y
mantenimiento de las maquinarias viales; con ese motivo se
creó una comisión de profesionales, para llevar a cabo esta obra
de gran magnitud; estableciéndose los nuevos talleres en
Tolosa, con los cuales llegamos a dar trabajo a más de 600
familias de la zona.
La tarea que iniciamos fue ardua, pues mientras se preparaban
los obreros, técnicos e ingenieros, para transformar métodos de
reparación en verdaderos sistemas de cadenas de fabricación;
tuvimos que recurrir como primera medida a la preparación del
personal en el conocimiento del nuevo sistema; luego de haber
definido la organización de tal institución, y bajo sus premisas
ir introduciendo el nuevo proceso de procedimiento en el
sistema creado. Para esto tomábamos un sector, y utilizando el
mismo personal del que disponíamos, le dábamos clases e
instrucciones. Recién en el nuevo lugar, con directivas
totalmente modernas; se iniciaba ese sector en un día
determinado, y procediéndose a cerrar definitivamente la tarea
que se reemplazaba. Así fuimos logrando poco a poco la
transformación, sin despido de ningún obrero, sino
capacitándolos para el nuevo trabajo. Se iniciaron nuevos
servicios y se pusieron en condiciones de operar eficientemente
a otros.
Uno de los servicios era el agua industrial y de uso corriente,
que en esos talleres representaba un caudal importante; por lo
tanto pensamos en proveer a los talleres de un tanque elevado
de doscientos a doscientos cincuenta mil litros, entonces se hizo
el proyecto y se puso a consideración de las autoridades la
autorización para su construcción.
125
E
Aquí empezó nuestro primer inconveniente. La Provincia no
tenía presupuesto para ese gasto, por lo tanto su construcción y
puesta en marcha nos llevaría por lo menos un año; tiempo
demasiado extenso para poderlo intercalar en el sistema sin
hacer modificación que alterara la continuidad del mismo.
En esa época la ciudad de La Plata estaba abandonando el uso
de la provisión de agua a través de pozos y bombeo a tanques
elevados; de manera que habían ya varios tanques que no se
utilizaban, reemplazando a estos por la provisión de agua del
Río de La Plata. Así me acordé de un tanque que estaba situado
en el bosque, cercano a la Escuela Industrial, donde nosotros
jugábamos a ver quién subía más rápido.
Ese tanque esférico tenía una capacidad de doscientos mil
litros, estaba en buenas condiciones como para repararlo y
usarlo inmediatamente; de manera que solicité que ese bien de
la Provincia pasara a Vialidad, a fin de usarlo en los nuevos
talleres de Tolosa. De ese modo no sólo resolvíamos un
problema nosotros, sino también asegurábamos la presión del
agua en el barrio que circunscribía las instalaciones de
Vialidad.
De esta forma se inició el trámite administrativo, y por esas
cosas del azar, en poco menos de un mes tuve la autorización en
mi escritorio, firmada por el Gobernador. Fue entonces que
aparecieron los problemas de desarme-traslado-armado; para
ello hicimos una maqueta del mismo y estudiamos por
intermedio de nuestra oficina técnica, los distintos procesos
para lograr la nueva instalación. Fue preciso conseguir una
pluma de más de veinte metros, que por suerte la obtuvimos en
YPF, además de disponer de dos tractores y varios camiones
“Mack” para manejar las riendas que permitieron elevar la
pluma.
El proceso en pocas palabras era: desmontar la esfera del
tanque, elevándola de la torre-base y luego volcar la torre, para
colocar ésta y la esfera en dos carretones que harían de
transporte.
126
En ese entonces existía un médico, que fuera de su profesión,
era un tenaz guardabosques y no permitía que nada dañara
ninguna especie forestal que formara el bosque de La Plata; un
paseo tradicional y además un verdadero pulmón que oxigenaba
la ciudad, que también permitía disminuir la inversión de las
grandes ciudades; rodeada de un cordón industrial como lo está
la ciudad de La Plata.
Este profesional, el Dr. Nicodemo Scena, ya fallecido; siempre
será recordado por el empeño que puso toda su vida, para
detener el deterioro del parche verde de la ciudad; tan castigado
a través del tiempo, que hoy peligra por su poco cuidado y el
deterioro normal del tiempo, y la no reposición de las especies
perdidas.
El Dr. Scena, ante el peligro que veía venir con el traslado de
semejante artefacto, llevó su queja al Gobernador; quien ordenó
suspender la obra. Fue entonces cuando comenzó el trato
político de la cuestión, donde el ecologista desde el principio,
superaba cualquier razonamiento.
Pese a esto llegamos a un acuerdo, en cual Vialidad se
comprometía, no sólo a reponer las especies arbóreas que
podrían perderse, sino también a la reconstrucción de la gruta
del bosque y otros adelantos, como el emplazamiento de
algunos bustos de personas prominentes de la ciudad.
Se cumplió con creces lo pedido, y no recuerdo nunca más
haber visto tan linda la gruta como esa vez.
Solucionado este inconveniente, se nos presentaba el traslado.
Se estudiaron las rutas posibles y se eligió la más conveniente,
donde existían calles anchas y donde menos cables debíamos
cortar, pues estaban los cables de corriente eléctrica de los
tranvías, del telégrafo de la Provincia, la Nación y del
ferrocarril; además de la red eléctrica de la ciudad. Tratar que
todas las reparticiones se pusieran de acuerdo, para que un día y
hora determinados, estuvieran las camionetas y su personal para
cortar y volver a unir los cables.
127
Era tarea imposible, por lo tanto opté por disponer yo el día y
hora; y si no estaban las camionetas de los interesados, nuestros
obreros harían el trabajo; cargando yo con toda la
responsabilidad de cualquier dificultad que pudiera surgir. No
tenía otra salida y así se realizó en aquellos casos en que llegó
tarde algún interesado.
Por fin después de tres días llegó el tanque a Tolosa. Su
recorrido había sido seguido por el diario “El Día”, que se
encargaba de anunciar el lugar alcanzado diariamente. El día de
llegada coincidió con el 5 de Octubre, día del camino, y el
arribo se festejó como correspondía.
Dentro del personal había algunos que vaticinaban que nunca
llegaría el tanque a Tolosa, y menos todavía que se pudiera
instalar. Sin embargo, hasta hoy se eleva como algo distintivo;
donde existió un establecimiento moderno de trabajo, que daba
de comer a más de seiscientas personas. Desgraciadamente hoy
no es así, pues en la época de los militares, razones políticas
(...) lo destruyeron; siendo ahora un lugar propio de rezagos.
El tanque se instaló y lo reparamos, dejándolo como nuevo,
pues fue metalizado con zinc para preservarlo de la oxidación.
Cuando estábamos colocándolo había gente del barrio
rodeándolo. Entre ellos se encontraba un viejito; que muy
emocionado contaba que él conocía ese tanque, ya que había
trabajado en la cuadrilla, que en 1914 lo había instalado en el
bosque.
128
RECONOCIMIENTOS
oy, después de haber pasado el umbral de los ochenta
años, si se me preguntara en qué ambientes he
desarrollado mi vida, la respuesta sería inmediata y casi sin
pensarlo: entre alumnos y obreros; por lo tanto podría contar
entre estos recuerdos que trato de agrupar en “Relatos”, muchos
casos que se destacan por el reconocimiento que en algún
momento he recibido por parte de alumnos u obreros.
Son muchos, pero aquí sólo contaré tres, dentro del grupo de
obreros, que tienen un origen común; mi preocupación por
mejorar la situación laboral y social de los dos extremos de la
vida, los jóvenes y los viejos.
En una época, durante los primeros años del ejercicio de mi
profesión, fui uno de los dueños de un taller de carrocerías para
la industria automotriz. Esta actividad, más propiamente de los
ingenieros mecánicos, la adopté después de probar las
posibilidades del desarrollo de la industria aeronáutica en
nuestro país; la política del estado en ese entonces no era
propicia, ya que su futuro estaba bajo su duro control; y pensar
en poder construir algo aeronáutico era algo prohibitivo para los
civiles.
Siempre recuerdo que cuando era técnico y trabajaba en la
aeronáutica militar, tenía un compañero de trabajo y de estudio,
al que yo le reprochaba el por qué seguía la carrera de
Ingeniería Mecánica y no se había inscripto en Aeronáutica,
carrera que se había puesto en marcha en ese momento en
nuestra Facultad; y él me contestaba: - Porque la aeronáutica
civil en este país no tiene futuro -. Yo argumentaba que eso no
ocurriría, ya que al terminar la guerra en Europa; la actividad
civil aeronáutica en un país como el nuestro, de larga extensión,
iba a ser importante; y esta opinión la afirmaba con el ejemplo
de esta industria en el mundo. Desafortunadamente yo no tenía
razón, y la aeronáutica civil en la Argentina estuvo paralizada
por varios años.
129
H
En nuestro taller, podíamos decir “artesanal”, usábamos muchas
chapas para cumplir con el diseño curvilíneo de las carrocerías
de esa época. Por ese entonces carrozábamos chasis Skoda, que
habían entrado muchos al país; su carrocería era muy
complicada por sus líneas aerodinámicas.
Necesitábamos de mucho trabajo, no sólo de conformar las
chapas, si no el diseño del dibujo sobre la misma, que
reproducía un obrero que estaba especializado en esto, y cuyo
oficio era el de “trazador”, el cual debía tener algunos
conocimientos de geometría por lo menos.
Entre los aprendices había un joven que se destacaba por su
conducta y deseos de trabajar; muy pronto sobresalió, entendí
que era digno de aprender las bases de un oficio, para sacarlo de
la limpieza y los mandados.
Así fue como, dos horas por día, me ocupaba de enseñarle la
geometría básica, para que pudiera desenvolverse como
aprendiz trazador. Como el joven era inteligente y tenía ideas
de progreso, muy pronto ya sabía trazar algunas piezas por sí
solo.
Este mismo trabajo, casi artesanal, lo realizaba la fábrica
inglesa, mundialmente conocida “Austin Martins”, que
producía autos de calidad y de precios altos; en cambio
nosotros apenas podíamos subsistir. El famoso auto de James
Bond (“Agente 007”), fue fabricado por ellos, y yo tuve la
oportunidad de estar frente a él.
En uno de mis viajes de regreso de las clases que impartía en
Mar del Plata, después de muchos años, mientras esperaba el
micro que me llevaría a La Plata; me encontré con un señor
bien vestido, que me preguntaba: - ¿Ya me olvidó?- ¡Qué
sorpresa me llevé!¡Era el aprendiz a quien años atrás le había
enseñado a trazar! Gracias a ese conocimiento adquirido, hoy
era Jefe Trazador de una importante fábrica de aluminio, en
Mar del Plata.
130
Me llevó a una de las salidas de la Estación del automotor de
micros, y señalándome unas casas-departamentos nuevos y de
buena calidad; donde él como propietario, vivía en el cuarto
piso con su señora y un hijo, felices de tener trabajo. Me quería
agasajar a toda costa, incluso me invitó a cenar, pero tuve que
agradecer su atención, pues no podía perder mi ómnibus de
regreso, ya que al otro día debía dar clases en La Plata. Durante
el regreso me encontraba feliz de haber sido guía y apoyo para
ese joven, al haber podido ayudarlo a salir de su trabajo de peón
y convertirlo en obrero calificado.
Algo parecido me ocurrió años después, con otro joven que
pertenecía al sector de mantenimiento de los Talleres Centrales
de Tolosa, en Vialidad. Como Gerente de los mismos, me
gustaba visitar a los obreros en su puesto de trabajo, por lo
menos una vez por semana, acompañado por mi secretario o de
algún ingeniero, para ver la marcha del trabajo, y para ver si
éstos cumplían con los diagramas de elaboración. De esta
manera podía conversar con los obreros, y ver en sí todos los
procesos y los inconvenientes que a veces retardaban la
producción planificada.
En uno de mis recorridos encontré a un joven robusto con una
escoba, limpiando uno de los talleres; lo llamé y le pregunté si
no quería aprender un oficio que tuviera más futuro, que el de
peón de limpieza; como los talleres eran de reparaciones
generales, existían suficientes secciones con distintas
disciplinas de trabajo como para elegir; entonces me manifestó
su predilección por las tareas eléctricas, fue así que a los pocos
días, la sección de electricidad contaba con un nuevo aprendiz;
hablándole al encargado de esa sección y expresándole mis
deseos de que ese joven adquiriera un oficio, para que dejara de
ser peón de limpieza.
Da la casualidad de que aquel joven, hoy ya es un hombre
jubilado; se ganó y gana la vida aún, con lo que aprendió en los
Talleres de Vialidad. Vive cerca de mi casa y no deja de
contarle a cada vecino lo agradecido que está por haberle
cambiado la vida, al permitirle adquirir un oficio.
131
Siguiendo con mi actividad vial, mi responsabilidad llegaba a
incluir a los talleres de mantenimiento de las zonas viales que
componían la provincia de Buenos Aires, y que tenía su
cabecera en ciudades importantes. Así cuando le llegó el turno a
la organización de esos talleres, a uno de ellos prácticamente
tuvimos que hacerlo de nuevo desde sus edificios, a la
preparación del personal. Con este motivo, la parte constructiva
fue confiada a un ingeniero de mi staff y los obreros los
contratamos en el lugar, que era Azul. En una oportunidad
debía viajar a esa ciudad, para ver cómo iban las
construcciones; el contador, que era el encargado de hacer los
pagos a los trabajadores de la construcción, tuvo un
inconveniente y me pidió, si yo podía controlar el pago de los
obreros, ya que él iba a enviar a un empleado para esa tarea. Al
llegar este empleado procedió a realizar el pago de sueldos,
mientras yo, con mi presencia ponía seguridad respecto a la
tarea.
Entre los obreros había un viejito que no sabía escribir, y para
firmar el recibo debía usar la impresión digital; esto dio lugar a
bromas de algunos de sus compañeros, que como a buenos
paisanos, esta situación les causaba gracia, no viendo el daño
que le causaban al viejito, que agachaba la cabeza y sonreía
lastimeramente. Al finalizar el pago, llamé aparte a Don Julián,
que era como se llamaba, y le expliqué que la firma, de ninguna
manera tenía que ser la fiel escritura de su nombre, sino más
bien una figura, que la única condición que se exigía cuando se
usaba, era que su repetición fuese siempre igual. De este modo
le expliqué y le demostré con varios documentos que llevaba en
mi portafolios; ahí le hice tomar un lápiz y empezó a ensayar
“garabatos”, elegimos uno que le resultaba más fácil,
recomendándole que practicara en su casa el dibujo, tantas
veces hasta sentirse seguro de que siempre lo hiciera igual.
Pasaron varios meses para la inauguración de los talleres de
Azul, a la que concurrí, pues se festejaría con un regio asado.
Cuál no fue mi sorpresa, cuando al verme el viejito Julián, me
dijo contento: - Ingeniero, ya sé firmar - y no necesito más
poner el dedo; además mi hija me está enseñando a leer, y al
decirme esto se le caían las lágrimas...
132
RELATOS FERROVIARIOS
iempre he tenido un gusto especial por los ferrocarriles y los
aeropuertos; los primeros porque fueron los lugares de mi
primera infancia, los segundos por mi vocación por el vuelo.
Nuestro país llegó a tener una red ferroviaria de comunicación
muy importante, no sólo por su extensión, sino por su servicio;
nadie duda del impulso que esta vía de comunicación le dio al
país para llevar sus productos a los puntos de exportación, lo
que permitió la rápida evolución industrial que tuvo al final del
siglo XIX y en la mitad del siglo XX; luego ésta fue adquirida
por el estado, iniciando así su decadencia, hasta el estado
actual, donde de ellos sólo queda su historia y los pueblos que
agonizan, que en una época eran los que servían de nudos a los
distintos tramos de vías.
Los ferrocarriles, casi en su totalidad, eran de procedencia
inglesa, y así como se copió su organización, también copiamos
sus estructuras y edificaciones; tan es así, que los galpones de
máquinas, playas de maniobras y sistemas de señalización eran
idénticos a los de Inglaterra.
Sólo aquel que conoce hoy los ferrocarriles ingleses, puede
tener una idea de lo eficientes que eran nuestros ferrocarriles;
todavía existen viejos ferroviarios jubilados, que añoran la
“época de los ingleses”, como ellos la llaman.
Al poco tiempo de pertenecer éstos al estado, comenzó el
abandono de la disciplina, de la responsabilidad de cumplir
horarios y el trato de los pasajeros; hasta llegar al día de hoy,
que nada de esto se respeta, y sólo la necesidad hace que una
persona tome el tren para trasladarse cuando no tiene otro
medio que lo reemplace.
Esta situación se vio agraviada por el avance de la construcción
de caminos, y la flota de camiones y ómnibus que amenazaron
con reemplazar las comunicaciones.
133
S
En los años cincuenta ya los ferrocarriles iniciaron su
degradación, que empezó no sólo en la falta de repuestos para
su plantel de coches, vagones y máquinas, sino también en el
trato con los clientes. En ese entonces viajaba semanalmente a
la ciudad de Bahía Blanca, donde iba a la universidad, que en
esa época se hallaba en formación, recibiendo un apoyo docente
desde la universidad de La Plata y la de Buenos Aires; lo que
hacía que un grupo importante de profesores universitarios, se
vieran obligados a dictar clases en esa ciudad del sur. El viaje lo
hacíamos de noche en coche dormitorio, salía un tren a las 21
horas de Constitución, para llegar a Bahía a las 8 horas del otro
día; lo mismo ocurría al regreso, lo que nos permitía aprovechar
el día, sin descuidar nuestras tareas de la UNLP, o de Buenos
Aires, para los profesores de ese origen.
Esos viajes semanales representaban un cambio de ambiente,
que nos ayudaba a aliviar nuestras responsabilidades en las
bases. Lo que no era satisfactorio era el hecho de dejar nuestra
familia sola, una o dos noches; lo que era mi caso, que vivía en
Ringuelet. Este pueblo tenía pocas construcciones en esa
época, y Celina quedaba sólo con dos criaturas y sin teléfono.
Durante cinco años hice esos viajes, si bien los primeros años el
contrato compensaba todos los inconvenientes citados, no
ocurrió así los dos últimos, y si a esto le sumamos que los
inviernos fueron muy crudos, se podrá tener una idea de nuestra
preocupación por calefaccionar los coches dormitorios. El
sistema era eléctrico y casi nunca funcionaba por el pésimo
mantenimiento que recibía, por ese motivo siempre llevábamos
un equipo de herramientas, y al subir al coche dormitorio lo
primero que hacíamos era reparar la calefacción; cosa que por
suerte conseguíamos y así nos asegurábamos una buena noche
de sueño.
A veces en el regreso resultaba más difícil conseguir cama, por
lo tanto, todo quedaba en la esperanza de que a último
momento algún pasajero se borrara. Si así no ocurría, existía un
método que difícilmente fracasaba, éste consistía en recorrer
todo el tren y hablar con todos los camareros, el guarda y el
inspector, solicitándole cama, prometiéndole implícitamente
una propina.
134
Recuerdo una noche, que estando el comedor cerrando y no
teniendo cama, vi venir al guarda, quien me pidió el boleto y
siguió sin dar ninguna señal; sin embargo no perdía la
esperanza de conseguir cama. Como último recurso, me doy
vuelta, el guarda al cerrar la puerta del coche comedor, hizo una
señal imperceptible; me levanté de la mesa y lo seguí, de
inmediato conseguí cama, previo pago de un “plus” del costo
del viaje.
A medida que pasaron los años, cada vez era más difícil viajar
cómodamente en los trenes, sobre todo en los de larga distancia.
Solíamos ir con mi señora y los chicos a visitar a mi padre, que
vivía en General Alvear, Mendoza; era un viaje de muchas
horas, pues además de la distancia, era común que el tren se
atrasara, durando alrededor de veinte horas.
El viaje significaba atravesar toda la provincia de Buenos Aires,
La Pampa, San Luis y después entraba a Mendoza. En este
largo camino, a partir de La Pampa, el viaje se complicaba,
pues el tramo era desértico, y los coches se llenaban de tierra,
así agregaban más suciedad que la que ya tenían al salir de
Buenos Aires.
Ni bien subíamos al tren, nos encerrábamos en el coche
dormitorio y comenzábamos a poner burletes, llevados de ex
profeso, que sujetábamos con chinches ó clavitos a la madera
del marco de las ventanas, periódicamente manteníamos estos
burletes totalmente húmedos para evitar que entrara tierra.
Celina previamente limpiaba y desinfectaba todo el
compartimiento, pues en el ferrocarril no se limpiaban los
trenes antes de salir. De esta manera, aún soportando el calor,
podíamos ir cómodamente en lo limpio y asegurarnos de que
nuestros hijos podían jugar en su interior sin ensuciarse.
Para ver el estado del tren bastaba salir al pasillo para cubrirse
de polvo y tierra, a pesar de ello a veces teníamos que hacerlo
porque eran muchas horas de encierro.
135
En una de esas salidas, en uno de esos viajes, me entretuve en
leer varias disposiciones del ferrocarril, donde daban ciertas
recomendaciones para los pasajeros; así pude leer el ucase que
en una de ellas existía para el personal de guardas y camareros,
donde se les exigía cumplir con todas las reglas para el buen
servicio, así también como, las penas rigurosas que se les
aplicarían si no las hicieran cumplir.
Esto para mí era una novedad, conociendo cómo eran esos
viajes, de manera que sospeché que algo grave debió ocurrir
para que las autoridades tomara estas medidas tan fuertes,
cuando nunca se ocupaban del pasajero. Al encontrarme con el
camarero le hice la observación:
-¡Cómo los tienen cortitos sus jefes!
- Calle usted - contestó – no sabe lo que aquí pasaba, fue tan
grave que castigaron con despido a los Jefes de Estación,
Guardas y Camareros.
Lo que había ocurrido era que durante la noche, varios coche-
camas hacían las veces de hotel de alojamiento, con un
conjunto de chicas que suministraba una organización para tal
fin, cobrando un buen precio a los clientes. De esta manera
mantuvieron por mucho tiempo, un prostíbulo móvil entre
pueblos y pueblos.
Este hecho sólo podía ocurrir por la situación denigrante que
habían alcanzado algunos servicios en nuestro país.
Han pasado muchos años, y en lugar de mejorar este servicio,
casi ha desaparecido. Los pocos kilómetros que recorren, lo
hacen trenes viejos, y para que puedan prestar algún servicio,
deben ser subsidiados por el estado.
136
LOS PERROS
ntre todos los problemas que existen en este planeta, y que
incide con mayor o menor intensidad, son los perros que
viven en las grandes ciudades del mundo. Estos perros de raza,
tamaño, forma y pelaje, de distintos orígenes que les
identifican; todavía podrían dividirse en dos grandes grupos.
Un grupo lo forman aquellos que tienen dueños y están
registrados en los municipios, de manera que están controlados
bajo distintos aspectos como: salud, alimentación y bienestar en
general. El segundo grupo lo constituyen aquellos parias
vagabundos, que asolan la ciudad en busca de alimentos y algún
lugar para dormir.
Se supone que el primer grupo no trae mayores problemas para
el municipio, pues tienen dueños responsables; sin embargo, el
gran número que representan junto a las viviendas,
generalmente departamentos; señalan su gran preocupación,
que es la limpieza, ya que puede hacer que fracase el turismo de
una ciudad, y por consiguiente disminuyen sus entradas.
Se remonta a mucho tiempo atrás (10000 años AC), cuando este
animal dejó su cueva y pasó a ser el acompañante del hombre,
por su fidelidad e inteligencia. Es el Annabis de los egipcios y
el Aresdes de Grecia. Se observa con frecuencia en las pinturas
de Jan Steen, por los años 1600, que están acompañadas por un
perro aquellas que representan costumbres de familia.
Creo recordar haber leído en un periódico de Francia, un
artículo que trataba de la enorme cantidad de perros que tenía la
ciudad y los trastornos que este número traía. En Venecia
tuvieron que tomar medidas graves, pues se había advertido que
el turismo había disminuido por los perros presentes en las
calles. De cualquier manera tengo que agregar, que sea cual sea
la situación de los perros en la ciudad de La Plata, éstos ya
constituyen una plaga difícil de erradicar, dadas las
circunstancias políticas por las que atraviesa, desde hace varias
décadas nuestro país.
137
E
Así a las familias, ya les resulta peligroso ir a las plazas o
parques a pasear con sus chicos, por lo que puedan hacer estos
animales, que en algunos casos pueden clasificarse como
cimarrones.
En una oportunidad, cuando en nuestro país reinaban los
extremistas y el caos, sufrí un episodio, relativo a los perros,
que es digno de contarse.
Como de costumbre, nos reuníamos una vez por semana los
socios de Rotary Club de Tolosa, en una ocasión lo hicimos en
un club que hay frente a la plaza principal. Las reuniones
terminan por programa a las 22:30 horas; sin embargo esa
noche tuvimos un buen conferenciante, y la misma recién
finalizó a las once de la noche.
Al retirarnos, uno de los socios que era médico, se ofreció a
llevarme a casa en su automóvil, pues vivíamos muy cerca; yo
me rehusé porque deseaba caminar, además no estaba lejos de
casa. Para esto debía cruzar la plaza, al llegar al centro, donde
hay un busto de su fundador, noté a un joven con dos perros;
uno era un ovejero alemán y el otro un ovejero belga negro, que
estaban atados por una corta cadena que sujetaba el individuo.
Cuando llegué al monumento, el joven que tenía los perros se
encontraba detrás del mismo, se le escaparon y de inmediato me
atacaron. Pronto estuvimos los perros y yo sumergidos en una
lucha, éstos querían morderme en la garganta por los saltos que
pegaban, yo sólo atinaba a defenderme dando brincos y
protegiéndome con los brazos, mientras el joven llamaba a los
perros y los trataba de agarrar; pero como las cadenas eran
cortas no le resultaba fácil, cuando conseguía sujetar a uno, el
otro se le escapaba; les llamaba por sus nombres pero no le
hacían caso.
Yo sólo le decía: - Agarre a esos perros que me van a lastimar -,
así las cosas no sé cuánto duraron, si fueron segundos o
minutos; lo cierto fue que cuando el sujeto me avisó que ya
tenía el control de los animales, éstos ya me habían mordido en
varias partes.
138
Cuando terminó la pelea, el joven con sus perros bien sujetos,
pero mostrando todavía los dientes, me preguntó: - ¿Le
mordieron los perros, señor? -. Yo le contesté que no sabía, que
iba a ver a un médico, y luego si fuera necesario, lo iba a
molestar para llevar a los animales a la inspección en el
Instituto Antirrábico para su estudio, por lo tanto necesitaba su
dirección. Al escuchar estas palabras, el individuo cambió
completamente el trato y cambió su actitud, ya no me trataba de
“señor”, pues empezó con la amenaza de soltar a los perros.
Viendo que estaba frente a un desequilibrado, lo traté como tal;
le ofrecí dinero y empecé a retroceder despacio mientras le
hablaba, pues así parecía que se tranquilizaba, no me animaba a
correr pues la carrera sería perdida y él soltaría a los perros.
Así, conversándole y él insultándome, jurándome que soltaría
los perros, pues temía que yo lo denunciara. Siempre hablando
y tratando de que no desatara a los animales llegué a la esquina
de la plaza, donde existía un paso a nivel del ferrocarril que une
Buenos Aires con La Plata, donde había una garita para el
guarda barrera; mientras tanto observaba las casas de los
alrededores, para ver si alguien podía darme refugio, todas
estaban oscuras y bien cerradas, ya que la gente en ese tiempo
tenía miedo por las cosas que pasaban; en un momento pensé
refugiarme en la garita, pero aparte de ser pequeña, les sería
más fácil dañarme.
En ese momento, al mirar a la calle del paso a nivel, vi un
automóvil Falcon con una pareja, que parecía despedirse de
alguien de una casa, ya que de una de las ventanas de la misma
salía luz; allí sí corrí, acercándome a la ventanilla del
acompañante, que era una mujer, le golpeé el vidrio y les pedí
por favor, que me dejaran entrar, pues un loco me perseguía con
unos perros. La pareja se quedó estática, muertos de miedo,
pues no comprendían lo que pasaba; además debe recordarse el
estado latente de miedo y terror que tenía la gente en esa época.
No entiendo por qué el hombre no soltó los perros, si no que los
azuzaba y corría con ellos. Fue llegar al auto y empezar a dar
vueltas alrededor del mismo, mientras me insultaba y profería
amenazas por si llegaba a denunciarlo.
139
En tantas cosas que dijo, se presentó como policía; yo le seguía
conversando y rogando a la pareja que me protegieran dentro
del auto.
En un momento dado, como el coche estaba en marcha, el
conductor puso primera y arrastrando cubiertas, saltó
prácticamente el paso a nivel. Quedamos frente a frente sin
resguardo ninguno, pero previendo este resultado, yo ya había
ganado terreno hacia la calle paralela a las vías, donde sabía
que estaba la Comisaría de Tolosa; el muchacho prevenido
también, se alejaba en sentido contrario, pero no por ello dejaba
de insultarme. Así paso a paso me acerqué a la Comisaría, pero
entonces recordé la hora y la situación que existía en el país,
que había obligado a éstos ser verdaderos “bunker” por temor a
los atentados que a diario ocurrían.
Levantando los brazos y gritando quién era, solicité permiso
para acercarme y entrar, con precaución me lo permitieron. Allí
comenzó otra odisea, primero la identificación, luego el
interrogatorio que duró como veinte minutos, para luego
esperar solo en una habitación hasta confirmar los datos sobre
mi persona, y ver aparecer otro oficial para ser nuevamente
interrogado.
Mientras tanto yo les decía, que si se apuraban iban a encontrar
al joven de los perros; pero los minutos pasaban y el trámite se
desarrollaba tan lento como ellos deseaban. Pienso que ellos
también temían que fuera una trampa de los extremistas, y
procedían en consecuencia. Después de casi cuarenta minutos,
aceptaron mi denuncia y se ofrecieron para acompañarme a
casa, cosa a la que me negué, pues sinceramente estaba
disgustado con el trato.
Mi señora, que conocía la hora corriente de mi regreso, estaba
preocupada. Cuando le conté lo ocurrido, me preguntó si me
habían lastimado los perros; yo hacía un gesto común de
levantar el saco de una punta y mostraba que el pantalón en la
zona de la cintura no estaba roto, a pesar de que yo había
sentido mordiscos en esa parte.
140
Al otro día fui a ver al médico que se ofreció a traerme de
Rotary, en broma me decía que eso era un castigo por no haber
aceptado el ofrecimiento; le conté entonces lo que me había
sucedido. Le pregunté si no sería necesario ponerme en
tratamiento, volví a hacer el gesto de levantarme el saco y
mostrar las señales en el pantalón; pero él creía que no hacía
falta recurrir al tratamiento, pues lo peligroso son las
mordeduras, y si éstas no habían ocurrido, como parecía por el
aspecto del pantalón, sólo habrían sido manotazos lo que me
propinaron los animales.
Si hubieran existido mordeduras el género estaría desgarrado,
cosa que no ocurría. De manera que me retiré tranquilo y
concurrí a mis clases nocturnas en la Facultad Tecnológica. Al
regresar a las doce de la noche, mi señora me preguntó qué me
había pasado en la parte trasera del saco, que estaba toda
desgarrada. Comprendí entonces que los perros me habían
mordido, en lugar de arañar con sus patas.
Al otro día, ya más preocupado, me propuse buscar a los perros;
para eso consulté con otro amigo médico de la policía, quien
me dijo que lo que más convenía era tratar de encontrarlos; para
lo cual me dio una recomendación para la Comisaría donde yo
había hecho la denuncia. Al recibir la recomendación, se
movilizó toda la Comisaría y se puso a mi disposición un Jeep
con un Sargento, para que recorriera todo el barrio a fin de
lograr el objetivo. Enseguida empezaron a conocerse quiénes
podían tener ese tipo de perros, así molestamos a muchas
personas, pese a que mi presencia quitaba lo áspero del mando
policial. No obstante tuve que consolar a una viejita, que la
pobre, sólo tenía dos perritos que eran su vida.
Lo curioso fue con el párroco de la iglesia de Tolosa, quien sí
tenía dos perros de ese tipo, y que su sacristán sacaba a pasear
todas las noches. Aquí terminamos peleados con el cura, pues
no quiso mostrar sus perros, y así seguimos hasta la inspección
de la Sección Perros de la policía, que se encontraba en Tolosa,
pero tampoco eran de allí, pues nunca salía un agente sin
uniforme y con dos perros, como me lo mostraron
fehacientemente.
141
Un rotario amigo hizo una investigación por su parte, pero a
pesar de ver a un individuo con dos perros parecidos, cuando
salimos a buscarlo, nunca lo hallamos.
Como caso final y curioso, me preocupé de visitar la casa
donde esa noche estaba parado el Falcon. Me atendió muy bien
una señora mayor, que cuando se enteró de mi misión exclamó:
- ¿Entonces fue usted? No sabe el susto que se llevaron mi
yerno y mi hija, pues no entendían nada y sólo atinaron a
disparar, mientras yo cerraba la casa con gran preocupación -.
De esto han pasado muchos años y nunca supe nada, sólo que
ahora ya no soy amigo de los perros y trato de evitarlos...
142
NOMBRES Y CONFUSIONES
l registrar en las oficinas del Registro Nacional de las
Personas, el nacimiento de un niño, se acostumbra a
ponerle dos nombres y el apellido del padre para su
identificación; no así el apellido materno por lo general. Sin
embargo el doble apellido es también usado. Esta costumbre
viene de España, según tengo entendido, de esa manera se
certifica que el niño tiene padre y madre reconocidos.
He observado que el doble apellido es poco usado en nuestro
país, cosa que no ocurre en el resto de América Latina. De
cualquier manera es recomendable, según mi opinión, el uso de
los dos apellidos, a fin de evitar confusiones al repetirse en otra
persona; cosa que muy bien puede ocurrir, dado el número
importante de la población actual.
El tener un solo nombre y un apellido, me ha traído
inconvenientes; por esta razón mis hijos tienen dos nombres y
dos apellidos, para evitar situaciones que pudieran traerles
trastornos durante su vida, como me ha ocurrido en varias
oportunidades.
Existió un ingeniero, militante activo del Partido Comunista,
cuyo nombre era Ricardo Manuel Ortiz; al cual en varias
oportunidades se lo ha confundido con mi persona, a pesar de la
marcada diferencia de edad que existía entre los dos.
Estando trabajando en Plaza Huincul y residiendo mi padre en
Bahía Blanca, éste escuchó en la radio una noticia que lo puso
alerta y le hizo pasar un mal momento. Como en el instante de
propagar una emisora local, las noticias del día, y al no estar
totalmente concentrado en lo que el locutor decía; él recibió dos
noticias de hechos diferentes, que al unirlas dibujó en su mente
un acontecimiento preocupante de mi estadía en Plaza Huincul.
Esta senda noticia, que no pudo confirmarla ni desecharla; le
hizo pasar una mala noche y sólo atinó durante la misma un
telegrama urgente, donde pedía noticias sobre mi salud.
143
A
Sólo quedó tranquilo cuando al otro día bien temprano, recibió
el diario y se dio cuenta de su error; además le fue confirmado
más tarde por otro lado, al recibir la respuesta urgente que yo le
enviara desde Plaza Huincul, donde le comunicaba que me
encontraba perfectamente.
El relacionó la noticia, de que había llegado a Bahía Blanca el
Ingeniero Ricardo M. Ortiz, para dar una conferencia de su
especialidad, con otra que informaba la desgracia ocurrida en
Plaza Huincul; de tres profesionales de la Universidad de La
Plata, que al cruzar el río Neuquén en balsa, ésta se volcó y a
consecuencia de este accidente, uno de ellos había muerto
ahogado. Esta última noticia tenía un parecido con la realidad,
pues éramos tres los profesionales que habíamos ido a Plaza
Huincul, y también eran tres los profesionales de La Plata, que
estaban visitando las instalaciones petroleras de Plaza Huincul.
Pasaron varios años para volver a protagonizar una confusión
de personalidad. En los años sesenta del pasado siglo, fui
nombrado Jefe del Departamento de Mecánica en la Facultad de
Ingeniería de la UNLP. Lo que dio lugar a un artículo en un
diario estudiantil de esa época, llamado Azul y Blanco; donde
se criticaba esta decisión de las autoridades universitarias, al
nombrar a un comunista reconocido, a un cargo tan importante
para la conducción de un departamento universitario. De nuevo
aparece el ingeniero comunista, pues este señor había sido
profesor del departamento, pero muchos años atrás. Hay que
recordar que en esos años, no era bien visto ser comunista.
También en esos años se llama a licitación para la instalación y
explotación de un canal de televisión, en la ciudad de La Plata.
En esa oportunidad varios profesores de la UNLP, fuimos
invitados para incorporarnos como asesores, para darle un
aspecto cultural al nuevo canal y crear programas con temas
universitarios; ya que este canal se instalaba en una ciudad
universitaria, como es La Plata. La firma que se crea para la
presentación se llamaba “La Huella”, y era apoyada por la
experiencia del canal nueve de esa época. Todos los integrantes
debían pasar por el visto bueno del SIDE, según la ley de
entonces.
144
Por razones de la lucha lógica entre los participantes de la
licitación, no faltó quien nos denunciara por distintos motivos;
a fin de eliminarnos y evitar la participación de una empresa
con muchos argumentos para ganar el llamado, ya que en la
presentación se incorporaban varias ideas originales; como era
crear una junta de profesores universitarios, para dar al canal
una orientación moderna, donde prevalecía la acción cultural.
En mi caso particular, fui acusado de ser comunista y de haber
viajado a Rusia en Julio del año 1960. Al ser tildado de
comunista o de cualquier otra orientación política, era difícil de
demostrar lo contrario. Sin embargo yo podía demostrar que
jamás estuve en Rusia, y menos en Julio de 1960; pues a pesar
de que en ese mes no se dictan clases en la universidad, por una
razón especial tuve que dictar una materia de un profesor que
debió viajar a Europa. Para no perder el año, los alumnos
solicitaron que se les diera clases en Julio. De manera que el
propio Decano de esa época, certifica que el profesor, que era
yo; durante el mes de Julio concurrió a la Facultad, como
consta en las planillas de asistencia; a las cuales él en su
carácter de Decano podía afirmar. Con este documento, y otros
que certificaban que quien había viajado a Rusia era Ricardo M.
Ortiz, y no el suscrito; le envié una nota bastante fuerte, al que
en ese entonces era Jefe del SIDE, que era un militar de alta
graduación.
En los años ochenta, trabajaba en una empresa que se dedicaba
a Microfilmación y Microcomputadoras, entre las tareas que
desarrollaba estaba el estudio y organización de archivos, por lo
tanto ofrecíamos nuestro servicio a las reparticiones del estado;
lugares donde existían grandes archivos, que era necesario
conservar, pues en su mayoría eran activos y de manejo
permanente. Por esta razón tuve una entrevista con el
intendente de una Municipalidad del Gran Buenos Aires, para
ofrecerle nuestros servicios. En esa oportunidad me encontré en
una gran sala donde se reunía el consejo deliberante, a la espera
de que el Intendente se desocupara para tratar el tema de los
archivos. En un momento dado entra a la sala una señora, para
ver también al Intendente, la cual se presenta como Concejal.
145
Como para iniciar una conversación mientras esperábamos, le
pregunté: - ¿Y cómo anda la Intendencia? -. Esta me contestó: -
Ahora muy bien, desde que echamos al hijo de ...., del Dr.
Ricardo Ortiz; que sólo se dedicaba a hacer política -, y siguió
insultándolo.
Me dejó helado, pues era mi nombre. ¿Cómo decirle que yo
nada tenía que ver con ese señor, que no era otro que el hijo de
Ricardo M. Ortiz? Por suerte alguien la llamó y no tuve que
presentarme; pues en ese mismo instante me recibió el
Intendente.
Este fue el último encuentro que tuve con el nombre del
ingeniero, que para esa fecha ya había fallecido.
146
PREJUICIOS
o que voy a relatar, puede resultar intrascendente y pueril
para aquellas personas, que no se ubican en el tiempo y el
lugar en que los hechos acontecieron; pero para los
protagonistas de esta historia no fue así, ya que desataron los
sentimientos propios del machismo del siglo XIX; y sólo dieron
como resultado sentimientos de impotencia, odio y
resentimientos de largo alcance.
En la época de mis abuelos era costumbre, ya sea por piedad,
simpatía u otro motivo posible; que una familia incorporara a la
rueda de sus hijos, una persona más que llamaban “hijo de
crianza”; que según las circunstancias éstos eran tratados como
verdaderos descendientes, o en muchos otros casos como un
sirvientito apañado por la bondad de su amo. Así mi abuela
tuvo su hija de crianza, a pesar del gran número de hijos que
tuvo. Esta se llamaba Eclira y estuvo casi toda su vida a su lado
y cuidado. Dentro de sus posibilidades, mi abuela le dio
educación; y ésta sirvió de dama de compañía, cuando los hijos
ya eran mayores. Fue tratada con cariño, no sólo por mi abuela,
sino por toda la familia Miranda. Ella resulta ser una
protagonista de este relato.
Entre los hijos que aportó el segundo esposo de mi abuela,
Miranda; estaba el mayor que se llamaba Florencio. Este señor
gozaba de gran respeto por parte de sus hermanos y demás
integrantes de la familia, de manera que era frecuentemente
invitado por alguno de ellos; así fue como conoció Villa Iris,
donde fue a visitar a mi padre y a la su hermana Eduarda; pero
donde iba más seguido desde su ciudad natal, era a La Plata, a
la casa de mi tío Ramón Oviedo Chávez, casado con una de sus
hermanas por parte de padre, María Miranda.
Mi tío Ramón formalizó matrimonio en San Luis con María
Miranda, y se trasladó a La Plata, donde inició su carrera de
marino; además por su carácter, si bien serio, pero con gran
corazón; al sentar plaza en la ciudad de las diagonales, convirtió
su casa en la posta obligada de todo “puntano” que intentaba
otro destino fuera de San Luis.
147
L
Era común que siempre en su casa viviera algún conocido o
pariente de San Luis, provisoriamente hasta que se instalara con
trabajo en algún lugar. Fueron muchos los que tuvieron este
privilegio; entre ellos yo fui uno de los beneficiados por el
espíritu de anfitrión y solidaridad que tenía el matrimonio
María-Ramón.
Así llegué un día a su casa para iniciar mis estudios, y encontré
en esa oportunidad a Florencio, que estaba pasando un tiempo
en La Plata; pues él no trabajaba, ya que vivía de la renta de
algunas casas que tenía en San Luis.
Después de varios intentos para ingresar en alguna escuela en la
ciudad, y al no poder hacerlo por haber llegado un poco
después del comienzo del año escolar, tuve que ir a la escuela
del Dique. Allí al primer día no más, un chico que se sentaba
detrás de mí, tocándome el hombro me preguntó: - ¿Vos qué
sos, tripero o pincharrata? -, yo no supe qué contestarle, pero él
insistió en que yo debía decidirme.
Al llegar a casa de mis tíos lo primero que comenté fue la
pregunta que me hiciera el compañero de escuela; de inmediato
el tío Florencio me puso al tanto, que esos apodos eran de los
dos cuadros de fútbol que habían el La Plata. Como el próximo
domingo se jugaba el clásico, me propuso llevarme a verlo, el
que ganara sería mi elección. Así es como hoy soy pincharrata.
En una época, cuando tenía que hacer su servicio militar,
también vino el tío Javier a La Plata, y por supuesto hizo su
parada en casa del tío Ramón. Más adelante, cuando ya había
cumplido sus obligaciones militares como soldado en el
Regimiento 7 de esta ciudad; comenzó a trabajar en el Hospital
Naval como empleado administrativo.
Es entonces cuando cree conveniente traer a mi abuela
acompañada de Eclira, para vivir juntos en una casa alquilada
del barrio “El Dique”, de La Plata. Así es como Eclira va a la
escuela de ese barrio y supo granjearse la simpatía y el recuerdo
de las maestras que le enseñaron, hasta terminar sus estudios
primarios.
148
Para ese entonces mi tía Eduarda ya había terminado el curso de
maestra que hizo en San Luis, y vino a vivir con mi abuela
Bernardina, para así estudiar y hacer la equivalencia del título
de maestra, para poder ejercer en la provincia de Buenos Aires.
Más tarde, mi padre le consigue un cargo de maestra en Villa
Iris, y ésta viaja a ese pueblo a ejercer la docencia, viviendo en
un principio en mi casa; para luego, junto con otras maestras,
vivir en una pensión para señoritas que había en ese pueblo.
En 1929, mi abuela regresa a San Luis a vivir con Eclira a
pedido de su otro hijo, Toribio, uno de los mellizos. Aquí es
cuando se inicia uno de los hechos penosos para esa época, en
el seno de la familia de mi abuela. Su esposo, Miranda, hacía ya
varios años que había fallecido, y ésta ejercía de cabeza de la
familia Miranda.
No sé cómo ocurrieron los hechos, pero al año siguiente se
recibió noticias de San Luis, en las que se anunciaba que Eclira
iba a tener un hijo de Florencio. Esto fue una bomba. Este había
defraudado la confianza y el respeto que por él tenía la familia
de La Plata, y no sólo eso; de inmediato se puso en
conocimiento de mi padre, que por ser el mayor ejercía gran
influencia en la familia; esperando su consejo y cómo proceder
en esta situación.
Para comprender lo que aquí refiero, es necesario conocer la
idiosincrasia de los puntanos, y tal vez de muchos provincianos
que llevaban todavía la cultura española, de que la mujer que
tenía un desliz en su vida era “La Letra Escarlata”, de Nathaniel
Hawthorne. Lo curioso era que el hombre podía tener todas las
amantes que quisiera, pero a la mujer nada se le perdonaba en
estos casos.
Recuerdo que una vez en una comida del Club de los 99, en La
Plata, me tocó sentarme al lado del Jefe del Regimiento 7, de
apellido Pedernera; al comentarle que podíamos ser parientes
me contestó: - Es muy posible, pues el General Juan Esteban ha
sembrado hijo por toda la república; se le comparaba a Urquiza,
que también fue un poblador del país -.
149
Volviendo al tema que nos trae. Desde el momento que se
conoció la noticia, Florencio fue excluido de la familia y se
borró su existencia. Toda fotografía en la que él aparecía fue
mutilada, separando su figura, no se lo podía nombrar en
cualquier reunión; tan es así que recuerdo que habiendo pasado
muchos años, mi abuela para comunicarme que Florencio había
fallecido, lo hizo con todo disimulo en una reunión familiar;
apartándome y expresando la noticia de forma apenas audible
en mi oído. El que más deseaba tomar una acción más directa
fue Javier, quien estando en La Plata compró boletos de
ferrocarril para ir a increparlo personalmente. Afortunadamente
intervinieron Ramón y tía María, quienes lo convencieron de su
error.
En una ocasión estando en la casa de tía Eduarda, en Mendoza,
después de haber pasado treinta años; yo me entretenía viendo
fotografías viejas de familia. Cuando encontraba alguna donde
habían usado tijera para desaparecer alguna persona no deseada,
le preguntaba a la tía, quién ocupaba ese espacio que lo querían
borrar del recuerdo, ya que lo habían desaparecido de la foto.
Ella me contestaba muy socarrona que no lo sabía, pues ella
también había sido víctima, de proceder de borrar en vida a una
persona; lo que me hacía recordar algunos pasajes de “El
Ministerio del Miedo”, del escritor inglés Orwell. Precisamente,
y como complemento de esta manera de ver ciertas acciones de
las mujeres, en su relación con los hombres de épocas pasadas;
me traen los recuerdos de una injusticia que sufrió la tía
Eduarda, por esta manera de pensar la sociedad de esa época.
Cuando Eduarda estaba de maestra en Villa Iris, y mi familia se
había establecido en el pueblo ferroviario Hucal, a pocos
kilómetros; en las vacaciones de Julio la tía decidió ir a pasar
unos días en mi casa, para visitar a su hermano José, por quien
tenía adoración, que por otro lado era correspondida por mi
padre. Como la tía Eduarda era la menor, siempre fue la
regalona de mi padre; tan es así que él la hizo estudiar de
maestra en San Luis y le consiguió trabajo en la escuela de
Villa Iris.
150
En la época que Eduarda fue a Hucal de visita, el Encargado
General de Tracción era un señor divorciado o separado; no
recuerdo bien su estado civil, como así su apellido. Este vivía al
lado de casa; por otro lado era el jefe directo de mi padre, pues
él se desempeñaba como Encargado de Turno. Este señor era de
Buenos Aires, y justamente por ese tropiezo familiar había ido a
parar a Hucal; pueblo que parecía para los condenados del
ferrocarril, por estar aislado y en el medio de La Pampa, en su
zona más agreste.
Era muy educado y elegante, de ascendencia alemana; por él
aprendí varias cosas y la existencia de otras. Recuerdo que él
fue el primero en darme algunas lecciones de música, y por él
supe lo que era una ópera, hasta conocí el tema “La Tosca”, de
Puccini. Era todo un señor, y más en ese pueblito ferrocarrilero.
Ni bien fue presentado a mi tía, una muchacha joven, y fácil de
deslumbrar por un hombre de la ciudad de Buenos Aires y por
sus conocimientos sociales; se hizo compañera de él en sus
caminatas, pues no había ninguna otra distracción en ese lugar.
La estadía de mi tía en Hucal duró una semana, a lo sumo; pero
en ese pueblo tan chico, y de todos conocido, sólo bastarían
unas horas para generar todo tipo de comentarios, buenos y
malos.
Mi padre había hablado a mi madre respecto a este asunto, y yo
me convertí en el “chaperón” mientras la pareja hacía sus
caminatas. Recuerdo que mi padre me interrogaba, si alguna
vez los había dejado solos; vaya a saber qué comentarios
interesados habrían llegado a sus oídos.
Yo sólo recuerdo que a eso de las tres de la tarde de un día
soleado, hicieron una caminata desde la estación hasta el portón
de la Estancia de los Alvear, que no alcanzan las diez cuadras;
aproximadamente en la mitad, está el almacén de ramos
generales; y cuando llegamos al mismo, me mandaron a
comprar caramelos, con el único fin de estar solos. Este fue el
único momento que no estuvieron bajo mi “custodia”, y eso
será, digo yo, lo que llamó la atención y dio lugar a comentarios
del paseo de un hombre casado, con una señorita, sin compañía
alguna.
151
Lo cierto es que mi padre puso el grito en el cielo y le
comunicó a mi tía, a través de mi madre, que debía irse lo antes
posible. Como él tenía turno de trabajo de noche, ni la despidió;
no permitiéndole a mi tía que se justificara.
Cómo habrá sido el golpe emocional que sufrió Eduarda, que ni
bien llegó a Villa Iris; al otro día volvió en el tren de la mañana,
para volverse en el de la tarde; sin poder ver a mi padre, pues él
le mandó a decir que ya no tenía hermana. Pobre Eduarda,
volvió a su escuela con mucha tristeza, y ni bien pudo, se fue a
San Luis de vuelta.
Después de haber pasado más de treinta años, viviendo mi
padre en General Alvear, en Mendoza; muy enfermo, permitió
que tía Eduarda lo visitara de nuevo, cuando ella ya estaba
casada y con hijos mayores.
Mi padre en ese entonces, le escribió a toda la familia y la
trataron casi como a Florencio; menos mal que debido a la
influencia de tía María eso no trascendió. Sólo quedó el
disgusto de mi padre, el cual me prohibió escribirle a Eduarda,
a pesar de las cartas que ella me envió en esos treinta años.
Ya casado y dueño de mis actos, resolví por mi cuenta visitar a
la tía en Mendoza, la cual me recibió con el mismo cariño que
me brindó cuando yo era pequeño.
La tía Eduarda se dedicó a la enseñanza y se casó con un
director de escuela. Tuvo dos hijas, de las cuales una fue
maestra, y un varón que también fue docente. Ella ha dejado un
recuerdo muy profundo en mí, por su carácter y su bondad...
152
HOMENAJE
os tres últimos años de mis estudios primarios los hice en
La Plata, de manera que compartía el año entre esta ciudad,
estudiando, y mis vacaciones en Hucal. A pesar de que vivía
con mis tíos durante el período escolar, extrañaba mucho a mis
padres, y no veía el día que terminaran las clases para ir a La
Pampa. Tanto era así, que en las vacaciones del quinto grado,
no quise volver a La Plata; lo que obligó a mi padre a pensar en
mi futuro. Creyó conveniente que yo practicara en el ferrocarril,
como auxiliar telegrafista en la estación; hasta tanto cumpliera
los años necesarios para el ingreso oficial, para lo cual era
bueno que aprendiera el alfabeto Morse que utilizaba el
ferrocarril en sus comunicaciones a través del telégrafo. Así fue
como en Hucal aprendí a transmitir palabras en el alfabeto
Morse, y aún hoy puedo recordar la mecánica de ese oficio.
De haber seguido en Hucal, hoy sería un jubilado ferroviario;
pero mi padre a la larga me convenció, con la ayuda de mi
madre, a pesar de su condición delicada de salud, por lo que me
quería tener a su lado; de volver a La Plata para así completar
aunque sea mis estudios primarios. Pero el fallecimiento de mi
madre, mientras cursaba el sexto grado (último de la primaria),
cambió las cosas. Ese año no volví a Hucal en mis vacaciones
de verano, sino que me preparé para el examen de ingreso, que
en esa época se exigía para entrar en el secundario; pues mis
tíos platenses me ofrecieron su ayuda para que yo pudiera
continuar mis estudios.
Es bueno aquí dar una idea de cómo se desarrollaban los
exámenes de ingreso a las escuelas industriales. El examen
tenía lugar a las ocho de la mañana. A esa hora los alumnos que
se presentaban al mismo estaban sentados en el aula, pues el
que llegaba fuera de hora ya no podía entrar y perdía el derecho
a realizarlo. Además los temas del cuestionario venían del
Ministerio de Educación, en un sobre cerrado y lacrado, de
manera que estos se conocían cuando en el aula ya estaban
todos los alumnos y los profesores encargados de tomar el
examen.
153
L
Esta costumbre era la misma que se realizaba en el Politécnico
de París. Así me lo contó el profesor francés Georges M. J.
Dedebant; pues él, que era de las provincias, el día del examen
se extravió en París y llegó unos minutos tarde, sólo después de
rogar y rogar lo dejaron entrar, pero sin prometerle nada; y sólo
aprobó el examen por haber aplicado en la solución de los
problemas, un teorema suyo, que se le ocurrió en esos
momentos.
Quiero que se conozca este hecho para comparar los exámenes
de ingreso actuales, tan discutidos en nuestro país; donde se
persiguen otros fines, que la excelencia de los conocimientos.
El resultado de mi examen logró el segundo puntaje más alto;
habiendo resultado primero, el astrónomo del Observatorio de
La Plata y amigo, Carlos Hernández. Así inicié mis estudios
secundarios en la Escuela Industrial, para también recibirme
con el puntaje más alto de toda la escuela y con eso logré
obtener una beca para mis estudios universitarios; que de otra
manera me hubiese resultado muy difícil seguirlos, pues en esa
época se pagaba una cuota importante para estudiar. Debo
destacar la importancia que mis tíos Ramón y Javier tuvieron en
mi carrera, que siempre me apoyaron; no sólo con sus consejos,
sino también financieramente, acogiéndome en sus hogares
como un hijo más.
Quiero dejar aquí escrito un homenaje para ellos. Primero para
Ramón Oviedo, del que ya mencioné su espíritu benefactor y
desinteresado para todos los que se acercaban a su hogar;
resultando éste el primer apoyo que recibían para iniciar sus
vidas en esta parte del país. Segundo para el tío Javier Miranda,
cuyo recuerdo no podré olvidar; pues a pesar de no ser un
hombre ilustrado, conocía bastante la vida y sabía dar un
consejo oportuno; y más todavía, era un maestro.
El me enseñó un oficio noble y bíblico, como es la carpintería.
Trabajando en esta tarea le hacía de ayudante y al mismo
tiempo iba adquiriendo los conocimientos de un obrero
carpintero en el banco de trabajo, como de ayudante para
cualquier trabajo donde prevaleciera la madera.
154
Recuerdo que una vez tuvimos que construir el techo del patio
de un restaurante, con cubierta de alambre mosquitero. Yo fui
el encargado de tomar las medidas; como en ese entonces
estudiaba en la Escuela Industrial, me esmeré y puse todas las
medidas hasta en milímetros.
Lo cierto es que algo ocurrió; tal vez una coma se corrió y dio
como resultado, que cuando llegamos con los marcos
construidos definitivamente, estos resultaron más largos de lo
necesario; como no era posible regresarlos al taller, tuvimos
que hacer los cortes en la misma obra. Con lo que quise quedar
bien con mi maestro carpintero, fue un fracaso. Sin embargo mi
tío, si bien al principio no le gustó nada el sobreesfuerzo que
eso significaba, después se reía y me hacía bromas sobre la
metrología de los técnicos.
También aprendí a construir casillas de madera; tan es así, que
años más tarde construí una por mi cuenta en la casa de un
amigo, la cual nos sirvió como centro de estudio hasta que nos
recibimos de ingenieros.
El olor a madera recién cortada, como el olor de los
ferrocarriles o aeropuertos; señalan mi vida con gratos
recuerdos, en los lugares que me ha tocado trabajar.
Así como aquí dejo el recuerdo de mis tíos Ramón y Javier, no
sería justo, ni consecuente con el trato que en esos hogares he
recibido, si no recordaba a mi tía María, esposa de Ramón y a
tía Juanita, esposa de Javier.
La tía María, como era costumbre llamarla, fue mi segunda
madre, pues estuve a su lado en mis primeros años; era una
mujer seria, pero muy justa. Luego cuando ya estaba en el
secundario, mi tío Javier se casó con Juana Churrut; una linda
mujer; que aunque de carácter introvertido, no por eso dejó de
ser un lindo recuerdo en mi vida...
155
UN DIA DESAFORTUNADO
l llamado bosque en la ciudad de La Plata ocupaba en su
origen una gran extensión que cubría toda la parte noreste.
Pero la falta de ordenanzas y un plan regulador de la ciudad,
permitió que gran parte del mismo fuese sustituido por
entidades y construcciones; que en la mayoría de las veces
pidieron ocupar otros lugares, y de esta manera el bosque dejó
de ser un importante sector dentro de los espacios típicos de la
ciudad.
En los albores de La Plata, el bosque no sólo representaba un
lugar de esparcimiento, de paseo y caminatas de sus habitantes;
sino que este manchón verde mantenía saludable a la ciudad,
protegiéndola de los cambios bruscos del clima, y sobre todo de
los inconvenientes que son comunes encontrar en las grandes
ciudades, como los industriales; de ese techo que los humos
provocan cuando ocurre el fenómeno de inversión, que
contribuye a favorecer la polución del aire, trayendo problemas
graves sobre la salud de las personas. A medida que la ciudad
crecía se fue rodeando de generadores de humo, tales como el
crecimiento del parque automotor y las plantas industriales del
proceso del petróleo, mientras el área del bosque se reducía, por
lo que hoy nos encontramos con una ciudad techada por el
fenómeno de inversión, que si éste permanece no resulta nada
grato vivir en ella.
Todos recordamos lo que ocurrió en los años 50 del siglo
pasado en Londres, donde una inversión provocó la muerte de
animales de corral y enfermedades pulmonares en las personas.
Este desastre y otros ocurridos en el mundo por este motivo,
alarmó al hombre y desde entonces la polución es un tema
internacional que preocupa a los humanos, pues la atmósfera
cada vez es más sucia.
La Plata tenía su bosque y la barrera del parque Pereira, que por
muchos años garantizó su atmósfera limpia y desconocía la
inversión.
156
E
En el año 59, viniendo en un avión pequeño desde el sur de
Mendoza, el piloto conociendo mi gusto por la aviación, me
permitió conducir en los últimos tramos del viaje. Serían
alrededor de las cuatro de la tarde cuando me pide el comando,
diciéndome que ya debía hacer las maniobras de acercamiento
para aterrizar en el aeropuerto de La Plata. ¿Dónde está la
ciudad? - Le pregunté y su respuesta fue - Allí, debajo de la
capa de inversión. De nuevo le pregunté - ¿Cómo La Plata tiene
capa de inversión? – Me respondió: - Si hace ya varios años que
ese fenómeno se manifiesta en esta zona.
Yo recordaba cuando volaba frecuentemente en los años 40,
desde Morón a La Plata, que al llegar a Berazategui la capa de
inversión desaparecía por la proximidad de los bosques de
Pereyra. Fue para mí una sorpresa que ya tuviéramos
contaminada nuestra atmósfera.
He creído oportuno referirme al bosque de esta ciudad, pues
representa un factor importante para mejorar y preservar el
ambiente, haciendo la vida más placentera para los ciudadanos
que viven en esta zona.
El Dr. Nicodemo Scena, ya nombrado y gran defensor de
nuestro bosque, tenía muy claro la función que cumplían los
árboles en el mantenimiento de una atmósfera limpia, por lo
tanto se preocupaba de que ningún área arbolada se perdiera,
además contribuía con su población renovando árboles y
plantando nuevos.
Todo esto es de mi conocimiento y por lo tanto nunca se me
hubiese ocurrido destruir ningún árbol, por lo que considero
que lo sucedido en una oportunidad que concurría a las clases
de talleres que se impartían por la tarde en la Escuela Industrial,
iba a resultarme “un día desafortunado”.
La Escuela Industrial donde yo cursaba mis estudios
secundarios, se encuentra en uno de los extremos del bosque.
Por las tardes debía concurrir para realizar los trabajos prácticos
de los diferentes talleres, que eran parte de la enseñanza técnica
que allí se dictaba.
157
La escuela está próxima al lago artificial que completa la región
boscosa, representando un lugar de descanso y esparcimiento
para los habitantes de la ciudad, y también para los alumnos
que aprovechaban sus instalaciones para practicar remo y
sentarse en algunos de los bancos que había allí para descanso
de los caminantes.
Muchas veces aprovechaban para estudiar o dar una última
leída a sus lecciones. Además, por razones de que en esa época
la escuela estaba en proceso de construcción y refacción, pues
las instalaciones que ocupaba anteriormente habían pertenecido
al Regimiento 6 de Infantería; no representaban un lugar muy
apropiado para establecer una escuela. En razón de ello, el lugar
de entrada provisorio era un portón que prácticamente daba al
bosque por la calle 57. Por esta razón siempre había alumnos en
las cercanías del lago del bosque.
Algunos para pasar el rato utilizaban los botes que alquilaba un
viejo, nada amable, que era dueño y señor del lago. Entre sus
tareas tenía la obligación de cuidar el lugar, para lo cual tenía
herramientas apropiadas que guardaba en un pequeño galpón
que hacía de pañol, el cual cerraba con un candado cuando
dejaba de trabajar.
En varias oportunidades, algunos alumnos se entretenían en
fastidiar al botero, rompiendo el candado y lanzándole las
herramientas al lago y mil diabluras más; como cuando dejaron
a un alumno de sexto año, aislado en una pequeña isla que
existía en el centro del lago. Al oír los gritos de éste, el botero
tuvo que ir a salvarlo; después de haber estado casi una hora
pidiendo ayuda. En fin, todos estos hechos que no voy a contar,
pues eran muchos; provocaron la mala disposición que tenía
este señor encargado con cualquier estudiante de cualquier
escuela. Su genio era tremendo, pero la agilidad de los jóvenes
era mayor y por lo tanto nunca pudo vengarse de las fechorías
estudiantiles.
En una oportunidad debía concurrir a las clases de taller; como
vivía en el Dique, para llegar a la escuela tenía que atravesar
todo el bosque.
158
Generalmente llegaba temprano para la hora de entrada, por lo
que solía sentarme en un banco para repasar alguna clase o sólo
descansaba de mi caminata mientras me permitía gozar del aire
puro y perfumado de los árboles, observando también lo que
ocurría a mi alrededor.
Así fue como vi que en la orilla del lago que daba hacia la
escuela, se habían plantado varios árboles con sus
correspondientes tutores, y por lo tanto también estaban bajo la
jurisdicción del viejo botero.
En un momento observé a dos compañeros que vivían fuera de
la ciudad y por tanto debían quedarse entre las clases de la
mañana y la tarde. No sé por qué se les ocurrió poseer uno de
los tutores que resguardaban a los árboles recién plantados;
ellos estaban como a 50 m de mi banco. Al reconocerlos me
levanté y me acerqué a ellos, cuando siento los insultos del
botero, que desde la otra orilla los instaba a que se fueran o
llamaría a la policía.
Dicho y hecho, apareció no sé de dónde, un oficial de la
Comisaría del lugar, que pronto escuchó las quejas del viejo y
se aprestó a detenerlos. Así las, cosas el viejo vio que yo me
acercaba y me incluyó a mí también en su denuncia. Por
supuesto, fueron varias mis excusas, pero de nada sirvieron, y
de esa manera fuimos a parar a la Comisaría los tres
“delincuentes”.
Ni bien llegamos, eran casi las dos de la tarde, fuimos
encerrados en un calabozo; incomunicados con el medio
exterior. Allí pasamos varias horas, mientras escuchaban
nuestros gritos pidiendo que nos permitieran llamar a nuestras
familias por teléfono.
A las seis de la tarde aproximadamente, le permitieron irse a
uno de los alumnos que vivía en Quilmes; un poco más tarde le
tocó al otro que había participado en la tarea de arrancar el
árbol para obtener su tutor. Y yo tuve que esperar alrededor de
media hora más para tener noticias de que mis familiares habían
ido a buscarme.
159
No puedo menos que decir el susto tan grande que tenía
mientras me encontré solo, pues pensaba que tendría que pasar
en el calabozo toda la noche, ya que desconocía lo que había
pasado con los otros compañeros, y por qué a ellos se les dejaba
libres y a mí no.
Cuando vinieron a buscarme para llevarme a la oficina de
guardia, grande fue la sorpresa y vergüenza que pasé al
encontrarme que un tío y mi padre eran los familiares que
habían ido a buscarme.
Digo vergüenza y sorpresa porque mi padre había llegado de
Hucal, el pueblo de La Pampa donde trabajaba, a visitar a mis
tíos sin avisarles y de paso para estar con su hijo, sobre quien
recibía siempre informes que eran muy buenos. ¿Cómo
explicarle a mi padre que yo era inocente de todos los cargos
que el botero había denunciado?
Por fortuna tuve el apoyo de mis tíos, ya que ellos creyeron de
entrada que había sido una equivocación al ir preso. De todas
maneras creo que mi padre no quedó muy conforme. Realmente
es para decir que había pasado “un día desafortunado”.
160
ENFOQUES DISTINTOS
l hombre, a medida que va transcurriendo su vida, desde la
edad donde el mundo le atrapa a través de sus fenómenos
externos y la interpretación que de los mismos se hace, va
construyendo un patrón interpretativo de aquello que para él es
la verdad.
Si este hombre es reflexivo y curioso, observa los distintos
modos de procedimiento que va tomando a lo largo de su vida
para hechos o circunstancias similares; de cualquier manera
todo este conjunto de sucesos y causas, al tiempo, constituyen
una forma de interpretar la vida, y el resultado se agrupa en una
zona donde crecen sus pensamientos y opiniones, los cuales son
guiados y personales; formando su criterio más destacado, pero
sin dejar de ser por sí mismo un hecho típico que lo define en la
vida y que con ese cúmulo de experiencias le permite juzgar al
prójimo.
Entre las distintas tareas que debía realizar en el campo
docente de la Facultad de Ingeniería, me llevó en varias
oportunidades formar parte del Consejo Docente. Éramos con el
Decano, que actuaba como presidente, un total aproximado de
diez personas; todas vinculadas al quehacer universitario, como
lo eran los jefes de los distintos departamentos de estudio e
investigación. Las reuniones del consejo eran periódicas con
intervalos variados según la actividad docente, en las cuales se
tomaban resoluciones sobre pedidos que hacía el alumnado, y
también se trataban algunos problemas de administración como
eran el presupuesto y los convenios vigentes con otros centros
de estudios externos con que se desenvolvía la Facultad.
Las reuniones tenían lugar en una sala ad-hoc que era cubierta
por una larga mesa, donde la cabecera era ocupada por el
Decano y su secretario al lado con la pila de carpetas y
expedientes que ese día debían tratarse, y resolverse si era
posible los problemas presentados. La mecánica era la clásica
en estas reuniones, donde no faltaba el café y la charla
circunstancial al comienzo de la reunión.
161
E
Todos esperábamos al Decano para sentarnos cada uno en “su
sillón”; lo expreso así, pues la fuerza de costumbre nos llevaba
a utilizar siempre el mismo sitio, como si el lugar tuviera un
destino predeterminado. No sólo cada uno se ubicaba en su
lugar, sino también parecía que el criterio y los fundamentos
con los cuales apoyaban sus opiniones sobre los diferentes
temas igualmente ocupaba un espacio en la metodología del
tratamiento. De manera tal, que cuando un consejero iba a
exponer su criterio para tratar el problema (que el secretario
después de tomar el primer expediente de la pila procedía a su
lectura en voz alta y concisa); cada uno de los presentes conocía
casi con certeza la posición que éste iba a indicar y recomendar
que tomara el cuerpo colegiado frente al tema presentado.
La manera de pensar sobre los distintos asuntos universitarios
que se pusieran a consideración del consejo, era tan conocida
por el secretario, que éste muchas veces ordenaba los
expedientes en un orden tal que facilitara el proceso, y de esa
manera, la tarea no sólo se simplificaba, sino que también la
sesión era más corta.
En un momento dado, perdimos un consejero y tuvo que ser
sustituido. La elección cayó en un ingeniero joven, de destacada
actuación en nuestra Facultad. De esta forma se sumó un nuevo
integrante al consejo. La primera reunión en la cual él
concurrió, por razones tal vez del azar, pues nadie lo había
dispuesto así, le tocó de último dar su opinión sobre el tema que
el secretario había puesto en consideración de la mesa. Pues
como dijera anteriormente, todos habíamos dado ya nuestra
opinión y recomendando la acción a tomar, de manera que
todos creíamos que sólo faltaba, por cortesía, que el nuevo
integrante diera su opinión, pero dentro del juego de opiniones
que los demás consejeros habían dado. Cuál sería nuestra
sorpresa, cuando este joven empezó el análisis del problema, de
puntos y conceptos totalmente distintos a los que el consejo
estaba acostumbrado a escuchar. Tan buenas y claras fueron sus
palabras, que todo el consejo debió reconsiderar su anticipada
resolución, por los conceptos y los distintos aspectos que
expuso el nuevo consejero.
162
Terminada la reunión, yendo en auto a casa, me puse a pensar
en los cuerpos colegiados, que si no se renuevan estos, se
comportan con un todo, y de esa manera proponen también
resoluciones que responden a una línea determinada del
pensamiento, encasillando así su tarea; que resulta, no el libre
pensamiento de un conjunto de personas, sino la expresión de
un bloque determinado, y de este modo defraudando el
principio resultante que surge de la exposición de distintas
ideas.
¡Qué bueno es entonces para la misión de un Consejo, cuando
periódicamente se renueva y gente joven puede ingresar al
mismo!
Para terminar diremos, como lo hace Einstein cuando expresó:
“...es más fácil desintegrar un átomo que un pre-concepto...”.
163
EL CASO FILLER
uando se creó la Universidad de Mar del Plata, fue en la
época en que el país reconoce la necesidad de llevar los
estudios universitarios a todo el país. Pero lo que no tuvo en
cuenta el gobierno de esa época, fue el déficit de profesores
para cubrir los cargos docentes. En muchos lugares
consiguieron ocupar algunos cargos con profesionales que
trabajaban en el lugar, pero que jamás habían sido docentes. De
manera que el problema debió ser solucionado con la
importación de profesores de aquellas universidades que fueron
señeras en el ámbito universitario, como la de Buenos Aires y
La Plata.
Así fue como en la década del 60 al 70, muchos profesores
fueron contratados por esas universidades para suplir
provisoriamente este problema, hasta tanto se formaran las
cátedras con docentes del lugar, aprovechando la experiencia de
profesores viajeros.
En mi caso particular, empecé a viajar por primera vez a Bahía
Blanca, durante los años del 52 al 55, una vez por semana.
Quedándome los primeros años dos días, para luego hacerlo
sólo un día por semana.
Los títulos eran refrendados por la Universidad de La Plata, de
esa manera se convalidaban los conocimientos y la capacidad
de sus egresados.
En otras universidades como la de Santa Rosa, en La Pampa,
sólo los profesores asistían como veedores en los exámenes
finales, de manera que el viaje ya no era semanal, sino
únicamente en los turnos de exámenes.
En el caso de la Universidad de Mar del Plata, desde un
principio otorgó por sí misma sus títulos, aún cuando debió
extender, por invitación a la UNLP para lograr obtener por
concurso, varios profesores de los últimos años de ciertas
carreras técnicas.
164
C
Habiéndome presentado y ganado por concurso una cátedra de
la Facultad de Ingeniería, tuve que viajar a esa ciudad entre los
años 71 y 75. Durante esos años utilicé varios tipos de
transporte como: auto, avión, tren y ómnibus; pero en general el
viaje lo hacía en tren a la ida para regresar en ómnibus a la
noche. Mi traslado lo realizaba todos los lunes en el tren de las
13 horas, y volvía en ómnibus el martes a las 5 de la mañana.
La clase la dictaba desde las 20 hasta las 22 horas. Luego
cenaba en un restaurante próximo a la estación de ómnibus, que
partía a las 23:50 horas.
A partir del año 73, el país entró en un estado lábil. Los actos
políticos acaparaban todas las actividades públicas, y en
especial las universidades vivieron un clima revolucionario.
Los grupos políticos eran de todos los colores y en general
querían imponer sus ideas con la violencia; realmente era difícil
permanecer ajeno a esta situación. Particularmente en Mar del
Plata el ambiente era virulento. Siempre los profesores que
viajábamos esperábamos encontrarnos con una situación difícil,
con un resultado incierto.
Para dar sólo una idea de los métodos que utilizaban esos
grupos, recuerdo que una noche, al entrar en la Facultad de
Ingeniería para dar mis clases, me encontré con un espectáculo
dantesco. Todo el hall de entrada estaba cubierto desde el piso,
techo y paredes por carteles colgados donde decía las
barbaridades más grandes e insultos para el secretario de la
Facultad, quien no le resultaba simpático al grupo sedicioso que
controlaba la Facultad.
Cuando llegó el secretario y vio ese recibimiento escrito, se dio
media vuelta y nunca más apareció por la Facultad. De esta
manera estos señores se deshacían de hombres de honor que
ellos no conocían.
En este clima, todos esperábamos que un día entrara un grupo
armado con ametralladoras para arengar a los alumnos que
estaban en clase; de ocurrir así, yo también me tenía que
despedir de esa casa de estudios.
165
No quiero ahondar más sobre esta situación tan conocida para
los que vivieron en este país en esa época, pues no es mi
intención introducir dicho tema en este libro de relatos; pero
para saber lo ocurrido en el caso Filler es necesario que se
conozca, aunque sea un poco del clima que se vivía para
entender lo que relataré en adelante.
El edificio de la Universidad de Mar del Plata queda en pleno
centro de la ciudad, y allí se realizaban las frecuentes asambleas
de los alumnos en esos tiempos. Uno de esos días, en el
momento que tenía lugar una de ellas, un exaltado disparó un
tiro que provocó la muerte de una alumna de primer año, que
por curiosear entraba al salón y que por lo tanto, era ajena a lo
que allí se discutía.
La muerte de una alumna en la casa universitaria provocó el
repudio de todo Mar del Plata, así que de inmediato se le dio un
carácter político y sirvió de base para castigar de algún modo a
las autoridades legítimas que gobernaban todavía la
Universidad. De inmediato se trasladó la responsabilidad de
tamaña barbaridad, no al autor, sino que se le dio un carácter
político al suceso, a través de un ordenanza del consejo
superior; creando un Tribunal Académico a efectos de deslindar
responsabilidades del Presidente de la Universidad.
Según lo establecía el estatuto de la Universidad y la ley
universitaria, este tribunal debía estar formado por tres
profesores de la casa. Así fue como un día al llegar a la
Facultad para dar clase, fui llamado por el Decano.
Cuál no sería mi sorpresa cuando me invitó a presenciar como
testigo, el sorteo de los tres profesores que integrarían el
tribunal. A medida que el bolillero rodaba, sólo pensaba en que
mi nombre no saliera, para no verme envuelto en semejante
problema; que a todas luces se había iniciado con el único
objeto de obtener un resultado político. Pero la suerte no me
ayudó, pues la tercera bolilla señaló mi nombre. De ese modo
allí mismo se constituyó el tribunal con otros dos profesores, de
los cuales conocía muy bien a uno, pues era mi amigo de
muchos años.
166
Recibimos un expediente voluminoso, que era resultado de la
acusación, y el sumario ad-hoc que se había construido.
No era fácil para el tribunal llegar a una conclusión y
recomendación justa, pues la instrucción sumarial no era
objetiva, además se apoyaba en razones difíciles de discutir, y
por lo tanto sacar conclusiones imparciales de los hechos.
Pasaban las semanas y no encontrábamos el camino para llegar
a un informe coherente, imparcial e indiscutible, que no diera
lugar a una acción que pudiera perjudicarnos en nuestra
condición de profesores. Cada semana que llegábamos a Mar
del Plata, esperábamos ver empapelada la ciudad con carteles
en contra nuestra por demorar el informe con la recomendación
pertinente.
A pesar de las dificultades que el propio sumario nos
presentaba por estar mal hecho y sumado a las referencias, que
con frecuencia se hacía en él con contenido ambiguo y no
cierto; pudimos llegar a un informe coherente y lo
suficientemente fundado como para llegar a la conclusión de
que todos los antecedentes que se nos habían entregado, no eran
suficientes para afirmar las razones que llevaran a un juicio
académico.
Nuestro dictamen en líneas generales terminaba con:
1. Desestimar por improcedentes las conclusiones del
señor Instructor Sumariante.
2. Aconsejar la absolución del profesor licenciado C.D.P
con la expresa indicación de que todo lo actuado no
afecta su buen nombre y honor.
3. Dar inmediato traslado del presente dictamen al Decano
de la Facultad de Ingeniería, en ausencia del Consejo
Académico, a los efectos que corresponda.
Este dictamen fue entregado personalmente por la comisión al
señor Decano de la Facultad de Ingeniería de ese entonces,
quien con cara de disgusto tiró las actuaciones sobre el
escritorio, después de haber leído el resultado.
167
Todos pensamos que allí no terminaría este episodio, sin
embargo, así fue ya que era muy difícil transformar las
actuaciones de los fundamentos que apoyaron nuestra decisión.
No conozco el final de este hecho aberrante, pero es posible que
se haya diluido con el tiempo. Es así como terminaban estos
episodios de la política universitaria en esa época triste de este
país.
168
UN VERDADERO MAESTRO
uchos fueron los profesores que participaron en mi
educación. Debo reconocer que cada uno se destacaba en
alguna faceta necesaria para la formación de un joven
estudiante, que nunca he podido olvidar; guiando así mi vida
como hombre y profesional. Sin embargo, tengo que admitir
que uno de ellos se destacó de sobre manera, y por lo tanto es
mi deseo recordarlo en mis relatos.
Hablar de la carrera de Ingeniería Aeronáutica en la
Universidad de La Plata, es simbolizar la figura del
Dr.Pascualini, como el virtual creador de esa disciplina dentro
del ámbito civil, y además el que supo dirigir y acompañar su
brillante desarrollo durante sus primeros años. Si bien es cierto
que en esa época existía la atmósfera o clima para crear un
centro de estudios de Aeronáutica Civil, finalizaba la segunda
guerra mundial y la participación de las aeronaves había sido un
hecho de gran importancia para su desarrollo; nuestro país ya
vislumbraba la conquista del espacio a través de la aeronáutica.
Sin embargo, el Aeroclub Argentino ya había organizado un
plan nacional para lograr la formación de 5000 pilotos, con la
colaboración de las instituciones civiles y militares más
importantes del país. La creación de una nueva carrera
universitaria no hubiera tenido éxito ni hubiera sido una idea
acertada, si no hubiese enriquecido a la entonces Facultad de
Ciencias Físico-Matemáticas, al introducir cambios de suma
importancia a la currícula de algunas materias afines con la
ingeniería, y sobre todo por haber creado nuevas cátedras como
Hidrodinámica y Aerodinámica, Termodinámica Técnica,
Estática y Resistencia aplicada a las máquinas, Matemáticas
Especiales, Elasticidad, Plasticidad, etc.
La actuación como profesional docente e investigador
universitario del Dr.Pascualini, que había cumplido hasta el
momento de la creación de la nueva carrera de Ingeniería en la
Universidad de La Plata; se vio coronada por la designación
M
como Director del nuevo organismo docente y de investigación
como lo fue y lo es el Instituto de Aeronáutica.
169
El Instituto de Aeronáutica fue creado por Decreto Nacional el
26 de marzo de 1943, como consecuencia de la aprobación por
el Gobierno Nacional, de las consideraciones fundadas por
Ordenanza previa de nuestra Universidad.
Es de justicia recordar los nombres de los funcionarios que
intervinieron en todo este proceso como el Presidente de la
UNLP, Dr.Alfredo Palacios; el Decano de la Facultad de
Ciencias Físico-matemáticas, Ing. Julio Castiñeiras; los
Consejeros Académicos, Ingenieros Enrique Humet, Eugenio
Alcaraz y el Dr.Alberto Sagastume Berra, y los diputados
nacionales, Justo V. Rocha, Raúl Díaz y Benito de Miguel.
Habiendo expresado hasta aquí, un pequeño resumen del origen
y formación del centro donde comienza el desarrollo
aeronáutico, de ahora en adelante trataremos de dibujar la
actuación del Dr.Pascualini como científico y como hombre.
Nace en Narmi (Termi, Italia), el 30 de Junio de 1891, y muere
en el mismo lugar a los 83 años.
Se recibe como Doctor en Ingeniería Industrial Mecánica, en el
Politécnico de Turín. Allí nace su inquietud por la docencia en
la Universidad de Génova y de la Real Escuela de Turín, para
luego volcar todos sus conocimientos y experiencia en la
Argentina. Ingresa como asesor contratado en el Instituto
Superior Aerotécnico de Córdoba, lo que le permite participar
de los proyectos aeronáuticos de ese Instituto, teniendo una
actuación relevante en el área aerodinámica.
Fue profesor en la Universidad de Córdoba, en la Escuela
Técnica del Ejército, En la Escuela Superior de Aeronáutica y
en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas de la UNLP.
En toda su tarea profesional desarrollada en distintos Institutos
y Centros de Estudios, como en los cargos directivos y de
asesoramiento que ocupó, es importante destacar su labor
docente, que siempre fue su meta preferida.
170
Solía contar el Dr.Pascualini, que el día que tuvo el título
profesional en sus manos su padre le ofreció un cargo en la
Fábrica FIAT, nada despreciable para un recién recibido; pero
él sin pensarlo mucho le contestó que tenía decidido dedicarse a
la docencia, lo cual originó una rápida respuesta de su padre: -
“Entonces tendré que alimentarte toda la vida”. Ya en esa época
la enseñanza era una vocación, no una tarea rentable.
Así era el Dr.Pascualini, dedicaba su tiempo a transmitir
conocimientos a sus alumnos, y no sólo sobre la materia
específica que dictaba, sino en muchos otros campos de la
ciencia y la cultura.
Tal vez sea oportuno poner de relieve las condiciones como
educador del Dr.Pascualini. Cuando enseñaba ponía todo su
conocimiento al servicio del alumno y jamás lo dejaba con
alguna duda. No importaba si la pregunta era o no específica
del tema que estaba tratando, su formación cultural era tan
amplia que dejaba siempre satisfecho al que escuchaba. Era un
verdadero maestro. No sólo con los alumnos, sino con los
profesionales que buscábamos en él su consejo y
asesoramiento.
Aún cuando ya he destacado en otro relato esta circunstancia,
creo oportuno volverlo a mencionar. Así diré que en la época
que era Asistente del Instituto (El Dr.Pascualini era su
Director), recurrí a su consulta para resolver un problema con
un trabajo que el Instituto realizaba para el Ministerio de
Marina.
Como siempre, el Dr.Pascualini se encontraba trabajando en su
despacho, rodeado de sus libros y papeles, pero no obstante
tuvo tiempo para atender a su ex alumno. Le expuse el
problema y luego de escucharme atentamente, me contestó: -
“No olvide que usted ya es Ingeniero”.
La respuesta me dejó perturbado; me recordó el lugar que
ocupaba y mi responsabilidad. Lo saludé y caminé hacia la
puerta. No había hecho ni dos pasos cuando me llamó y me
ubicó en el problema.
171
El Dr.Pasculini había señalado a su ex alumno y subordinado el
lugar en que debe colocarse un profesional, pero no por eso
dejó de dar su consejo y apoyo. Así era el Dr.Pascualini, un
maestro y formador de la personalidad de sus alumnos. Fue
realmente un privilegio ser alumno de tal profesor.
El Dr.Pascualini recibió por su labor en el campo de la
enseñanza el premio Guggenenheim por su trabajo “Sul Ala
Deformabili” (1928); su nombramiento como miembro de la
Academia de Ingeniería; el título de “Líbero Docente de
Aerodinámica” a través del Ministerio de Educación de Italia y
la designación de Profesor Emérito de la UNLP.
Con esta apretada síntesis de su labor docente y de
investigación, no soy totalmente justo; pero sí creo que basta
para situarlo entre los grandes profesores que han pasado por
nuestra Facultad.
172
ALGO MAS DE HUCAL
asta 1930 permanecí en Hucal, en ese año mi padre quiso
que siguiera estudiando en la ciudad de La Plata, donde
vivía la familia Chávez, un Suboficial de la Marina casado con
una hermana de mi padre, la tía María.
Me costó mucho separarme de mi familia, a pesar de que mis
tíos eran buenas personas. Pero yo no dejaba de ser uno más de
afuera y debí adaptarme, no sólo a la modalidad de sus vidas,
sino también a la vida de ciudad, tan distinta al libre albedrío de
un pueblo tan especial como Hucal.. Además pesaba
enormemente el trato cariñoso de único hijo que me dispensaba
mi madre, quien tenía una salud muy delicada. Para ella
representó un golpe desprenderse de mí y solo pensaba en los
peligros de una gran ciudad. Recuerdo siempre las
recomendaciones sobre los tranvías, pues en esa época los
automóviles eran escasos y poco peligro representaban en el
tránsito de las ciudades.
Yo era en ese entonces un chico, más bien tímido o mejor
dicho, temeroso de no cumplir con los consejos de mi padre,
que eran tan claros y viriles, y los de mi madre que eran de
protección; tan es así que su principal recomendación era el
cuidado que debía tener con los tranvías. Todo en La Plata me
resultaba curioso y novedoso; porque eso sí, era muy curioso,
deseaba conocer todo y leer todo lo que caía en mis manos.
Siempre he pensado que tal vez si Hucal hubiese poseído una
biblioteca o la iglesia hubiese tenido un cura efectivo, mucho
podría haber aprendido, pues me gustaba la lectura, pero lo que
tenía a mi alcance en Hucal no era muy edificante. Para dar una
idea de la biblioteca que consultaba, era la colección de revistas
“no recomendadas”, que tenían los obreros de “vías y obras”,
que como expresara en otro relato, los llamaban “Catangos”.
H
Estas revistas se llamaban “Media Noche”, y su contenido en su
mayoría eran chicas semidesnudas, que servían para empapelar
las piezas donde vivían estos jóvenes ferroviarios.
173
Sin embargo, mis lecturas predilectas la constituían las novelas
de aventuras y las historietas de las revistas de esa época
llamadas “El Tit-bit” y “El Tony”, que si mal no recuerdo, su
origen eran inglés y norteamericano. Mi padre como buen
obrero ferroviario de los ingleses, les había hecho boicot a las
publicaciones de origen inglés y si me encontraba una revista,
no sólo me retaba (Nunca me pegó), sino que la rompía.
No era fácil comprar cualquier revista, pues a pesar de que
costaba cinco centavos, para mí era mucho, y menos si era para
comprar una de las revistas que estaban en el índex de los
ferroviarios.
Hucal estaba comunicado por el mundo a través de los diarios y
revistas que venían desde Bahía Blanca en el tren de pasajeros,
los días Lunes, Miércoles y Viernes. En esos trenes de
pasajeros viajaba siempre un personaje característico en los
ferrocarriles de esa época, que era el “Comisionista”, éste se
encargaba no sólo de la venta de diarios y revistas, sino de
satisfacer todas las pequeñas compras que habitualmente le
encargaban los del pueblo, para que estas fueran hechas en la
ciudad cabecera, en este caso Bahía Blanca.
Está de más decir que para Hucal “ir al tren” era un paseo
obligado, no sólo de los que esperaban familiares y amigos,
correspondencia, bultos, encomiendas, etc, sino también de
todos los curiosos, entre ellos los jóvenes y algunas chicas que
se vestían con lo mejor para pasear en el andén mientras el tren
permanecía estacionado, para abastecer de agua a la caldera de
la locomotora, para incorporar algún coche a la línea del tren,
para que el “revisador” comprobara que los cojinetes que
soportaban los ejes de los vagones estaban bien, también
estaban los que recibían y despachaban correo y encomiendas.
Esta parada duraba en algunas estaciones hasta 30 minutos,
sobre todo en Hucal.
Al volver a iniciar el viaje el tren procedente de Bahía Blanca,
se dispersaban todas las personas que habían ido a “esperar el
tren”, y parte de ellas iniciaba una caminata obligada detrás del
empleado que había recibido el correo.
174
Iban encolumnados en tres o cuatro filas, conversando a lo
largo de la calle ancha que llegaba a la estación, desde la
entrada a la Estancia de los Alvear. Esta era, digamos, la calle
principal y única del ejido público del pueblo.
La columna que se dirigía al almacén de “ramos generales”, que
hacía también de Agencia Nacional de Correos, tenía que
recorrer alrededor de 100 metros para llegar a una playa de
estacionamiento de vehículos (Sulkys y caballos atados al
palenque) frente a la cual se levantaba una construcción de
material que constituía el negocio principal de Hucal.
Encabezaba esta caminata el empleado de correo, el oficial de
policía, el administrador de la estancia, el Sr.Toft; algunos
paisanos y ferroviarios que iban a recoger la correspondencia.
Volviendo a la caravana que conducía el empleado del correo.
Esta se arremolinaba alrededor de un rincón del almacén donde
se ubicaba la oficina de correos. Allí el empleado clasificaba la
correspondencia, y luego de una corta espera procedía a la
entrega de la misma a los que lo habían acompañado desde la
estación, llamándolos por sus nombres.
Realmente esto representaba una ceremonia, donde algunos se
retiraban con caras largas por no haber recibido ninguna carta, y
por lo tanto, tampoco noticias, que en su mayoría eran de
familiares que vivían en las ciudades donde ellos pertenecían, y
que por razones de trabajo debieron dejar para caer en un
pueblo como Hucal, donde el desarraigo era muy pesado de
llevar, sobre todo para los más jóvenes que no habían ido con
su familia.
Conocí Hucal en 1928, pues mi padre que trabajaba en Villa
Iris, fue trasladado como Jefe de Turno en los talleres de esa
localidad. Los ferroviarios vivían en grupos de viviendas de
material y otras de chapas, las ocupaban generalmente por
categorías. Así por ejemplo, donde nos tocó vivir había un
conjunto de casas típicas inglesas, de material de ladrillo a la
vista y muy bien construidas.
175
El predio donde se levantaba este grupo de casas, estaba
representado por un gran rectángulo donde se alojaban seis
casas, formando un block y rodeadas por un alambre tejido, con
un portón cada casa y un alambrado divisorio entre casa y casa.
En este alambrado existía un aljibe muy bien construido que
permitía proveerse de agua a dos casas simultáneamente.
Estos aljibes se llenaban con agua de lluvia que recogían por un
sistema adecuado de canaletas; de esta manera cada familia
poseía agua dulce, limpia y fresca; que permitía utilizarlo como
heladera en verano, bajando en el balde correspondiente, las
bebidas y algunos alimentos que se deseaba que estuvieran
fríos. El alambrado de malla que bordeaba las casas, estaba
retirado de ellas como a diez metros, lo que permitía a cada
morador poseer un jardín o una huerta.
En el grupo de casas que describo, vivían los jefes de talleres y
maquinistas. En otras vivían guardas de trenes, foguistas,
aspirantes a maquinistas, auxiliares de tráfico, peones, etc.
La estación del ferrocarril constituía otro edificio importante,
donde existía alojamiento para la familia del Jefe de Estación.
También otro edificio de buena construcción y del tipo de
arquitectura inglesa, era el comedor, cocina y dormitorios para
todo el personal soltero o transitorio.
Adquiría importancia por su uso el Taller de Vías y Obras, con
la casa de su jefe incluida; el tanque de agua y la casa del
bombero, que juntamente con el galpón de máquinas y talleres
conformaban el resto de los edificios de la colonia. Todas las
edificaciones estaban de un lado (Al Suroeste), de una gran
playa de maniobras; sólo la estación, los talleres de vías y
obras, y la bomba de agua ocupaban el lado opuesto.
El “pueblo” que no pertenecía a la colonia ferroviaria, se
extendía del lado de la Estación (Al Noreste), después de un
terreno de 80 metros aproximadamente, donde existía una
cancha de fútbol y una de bochas, que permitía hacer deportes a
los jóvenes y a los chicos de mi edad.
176
Más allá del “Centro Deportivo” comenzaba el pueblo, el cual
estaba constituido por dos amplias construcciones, separado por
una calle ancha de tierra, la cual se extendía a lo largo hasta
terminar en un amplio portón que pertenecía a la Estancia de los
Alvear. Las construcciones a ambos lados del camino a la
Estancia, contenían el llamado hotel (pensión), panadería,
peluquería y un bar. Al frente, del otro lado, se levantaba el
almacén de ramos generales, en el cual estaba también la
oficina del correo.
Afuera del pueblo en dirección a Toay, existía un aserradero
para madera de caldén, árbol que poblaba la zona. Estos árboles
todavía son característicos en La Pampa y pertenecen a la flora
autóctona del lugar. Su madera es semi-dura y hoy se emplea
para hacer muebles; pero en esa época se utilizaba como leña,
sobre todo durante la primera guerra mundial, para hacer
funcionar las locomotoras.
Frente al aserradero existían algunas casas precarias, donde
vivían algunos obreros del mismo aserradero, y se encontraban
junto al Destacamento de Policía, formado por un oficial y un
gendarme.
Hasta aquí he dado una imagen de lo que era Hucal, sólo me
resta decir cómo se recreaban las personas de esta colonia.
Fuera de los partidos de fútbol que se organizaban y los
campeonatos de bochas, juegos de tabas y naipes, etc; las otras
diversiones “sociales” estaban representadas por los bailes, que
generalmente se hacían en los galpones de cereales o en la
Estancia.
También representaba un acontecimiento, cuando aparecían los
músicos y se realizaban obras de teatro, cosa que se hacía de
vez en cuando por grupos de “artistas” que viajaban por los
pueblos de esa zona. Estas presentaciones tenían lugar en el bar,
donde se improvisaba un escenario adecuado a las
circunstancias. Estos espectáculos se anunciaban con
anticipación de días y permitía llenar el bar, donde mientras
esto ocurría, se bebía vino y cerveza.
177
Un deporte importante para algunos, y necesidad para otros
representaba la caza de animales, pero ya de esto hemos
hablado en otro relato.
Actualmente Hucal ya no es un centro ferroviario, sólo es un
pueblo que muere lentamente, como muchos de otras
localidades que eran eslabones de las redes ferroviarias, hoy
abandonadas y superadas por el transporte automotor; solución
ésta, que los países desarrollados comparten con la red
ferroviaria de alta velocidad. De esta manera tienen una red
mixta del transporte, con todas las ventajas que esto brinda.
Aquí nosotros nos hemos deshecho de algo tan útil como lo fue
el ferrocarril, que permitió el progreso del país en el siglo
pasado. Lo que sí hemos logrado un semillero de pueblos
fantasmas, como lo es hoy Hucal.
178
JUEGOS INFANTILES
n la misma línea ferroviaria que une a Bahía Blanca con
Hucal, se encuentra el pueblo de Villa Iris. Este está
situado en una llanura fértil y sirve como frontera, no sólo de la
Provincia de Buenos Aires con La Pampa, sino también con la
llamada Pampa húmeda. De allí en adelante el terreno se hace
más tosco, y aún cuando hasta Abramo sigue en la planicie,
después cambia notablemente el paisaje; empezando a verse las
lomas y el bosque achaparrado de espinillos, sombra del toro,
chañares, jarillas, piquillines, y sobre todo los caldenes,
característicos de esa zona de Hucal.
Volviendo a Villa Iris, donde nací y pasé mis primeros años. A
principios del siglo XX estaba poblado por un grupo importante
de habitantes; y ya en ese entonces poseía luz eléctrica, Banco
de la Nación, hoteles, cooperativas agrícolas, escuelas primarias
estatales y particulares, oficina de correo y una comisaría
importante. Mis recuerdos no son muchos como para dar una
imagen certera de esa época; sin embargo tengo algunos
sucesos grabados de mi niñez, que vale la pena escribir.
Entre los recuerdos de esa época, aparece en mi mente un
regalo de mi padre. Una noche durante la cena, mi padre me
sorprende con las siguientes palabras: - “Tengo un regalo para
vos en el galpón de máquinas, pero para ser acreedor del mismo
debes ir a buscarlo ahora”. El siempre tenía la costumbre de
sorprender, y si le era posible, ponerlo a uno frente a un
compromiso para probarlo.
El galpón de máquinas quedaba a dos cuadras de casa y en el
mismo no había luz eléctrica. La luz era de un farol de kerosene
o un candil, por lo cual la oscuridad prevalecía sobre las zonas
iluminadas y para un chico de 5 ó 6 años, hacer una visita a
estos lugares resultaba tremendo.
E
Mi curiosidad y mis deseos de conocer el regalo podían más
que el miedo que tenía, y ya me aprestaba a ir cuando intervino
mi madre, que se opuso a lo propuesto.
179
Sin embargo lo dicho por él era sólo una broma que lo hacía
divertirse, entre mis deseos de conseguir el regalo y el miedo de
ir a buscarlo. De manera que poniéndose el saco, me acompañó.
Cuál no sería mi sorpresa y alegría al ver el regalo, que estaba
bien guardado en un cajón de embalar, y darme cuenta de que
era un “charito” (Como llamaban al polluelo de “avestruz” o
ñandú). Esa noche me costó dormir pensando en mi mascota y
cómo iba a jugar con ella al día siguiente; habiéndome
prometido mi padre que le construiría un corralito para que
viviera, y de esta manera no se me escapaba.
Me levanté temprano y ya mi padre había construido el lugar
para soltar al charito. Luego de verlo y sentirme orgulloso, pues
otros chicos no tenían un pichón de “avestruz”; sólo pensé en
hacer partícipe al hijo de mi padrino, llamado Carlitos. Así fue
que de inmediato fui a buscarlo y entre los dos nos
entreteníamos viendo al animalito como corría y saltaba
buscando la salida. Ese día era domingo, el clima era templado
y había sol. El pueblo gozaba de su día de descanso, y poca era
la gente que circulaba por las calles, por lo tanto no se veían
chicos fuera de sus casas.
No sé lo que ocurrió, si fueron los deseos de participar a todos
que “yo” tenía un charito, pero el resultado fue que éste se
escapó y salió corriendo por las calles de Villa Iris. Tanto
Carlitos como yo, entre gritos y llantos, pretendíamos que la
poca gente que se encontraba levantada nos ayudara a
recuperarlo. Creo que nunca corrimos y gritamos tanto, pero el
charito nos llevaba cada vez más ventaja, hasta que encontró
una calle que lo llevaba al campo directamente; éste se perdió
entre los pajonales que existían alrededor del pueblo.
Tanto mi amigo como yo, volvimos tristes y desilusionados por
la pérdida, nada ni nadie nos podía consolar. Tal vez esto no se
comprenda, pero eran tan pocos los juguetes y juegos que en
ese entonces tenían a disposición los chicos de un pueblo, que
tener un charito era algo especial. Creo oportuno, como apoyo a
lo dicho, comentar cuáles eran los juegos infantiles de esa
época.
180
Hablando de juegos infantiles en ese entonces. Los chicos
apreciaban el juego de bolitas en los diferentes modos, ya sea al
“hoyo bolita”, “triángulo”, “arrimo pared” y otros modos que
inventaban los mismos jugadores con reglas propias.
Las bolitas de mejor calidad eran esferas de vidrio, de 1 cm
aproximado de diámetro, de diversos colores y algunas, ya sea
por su dibujo o por la preferencia del jugador, las llamaban
“ojitos”; éstas eran muy cotizadas. También existían otras de
mayor tamaño, pero éstas tenían poco uso. Las bolitas de los
más pobres eran de barro cocido, de color terracota;
comúnmente se les llamaba “barritos”
Mi primer juego de bolita fue en un recreo de mi primera
escuela, como no era muy ducho, por supuesto lo perdí; pero no
quería perder mi bolita, de manera que salí corriendo y detrás
de mí el ganador gritando. Como consecuencia intervino la
maestra que cuidaba a los niños en el recreo y me castigó,
dejándome después de hora; castigo que me dolía mucho, pues
como al salir siempre acompañaba a mi tía Eduarda, que era
maestra de esa escuela, también recibía el reto de ella y por lo
tanto se enteraban mis padres. Tengo que reconocer que tener
una tía maestra me obligaba a observar buena conducta, pues no
se me perdonaba la menor falta.
Al terminar las clases, que eran matinales, siempre se quedaban
algunos alumnos después de hora por su mala conducta; este
período duraba el tiempo que empleaban las maestras para
preparar sus libros y papeles en la Dirección, y la charla
obligada de fin de clases del día; de manera que si bien yo no
estaba castigado, debía esperar a mi tía en la Dirección.
Esta habitación se encontraba al lado del aula de castigo, donde
los niños permanecían de pie con la cara hacia la pared. Por las
hendijas de la puerta que comunicaba la Dirección con el aula
me entretenía haciéndole burlas a los que se quedaban después
de hora; pero a veces me pescaba mi tía y el castigo era ir a
hacerles compañía a los demorados, hasta tanto ella disponía
retirarse de la escuela.
181
A pesar de que la tía Eduarda era muy rigurosa en la escuela,
me quería mucho en casa y me ayudaba a hacer los deberes
después de comer, pues ella almorzaba con nosotros, a pesar de
que vivía con unas compañeras en una pensión cercana
Otro juego muy apreciado era el aro. Este juego consistía en
manejar un arco de hierro, de sección rectangular o esférica de
30 a 60 cm de diámetro, con un alambre grueso y resistente de
un largo aproximado de 70 cm, que tenía en un extremo un
triángulo formado por el mismo alambre para ser sostenido por
la mano y en el otro una horqueta que permitía dirigir e
impulsar el aro. Manejar el arco (o aro), hacer piruetas, hacer
carreras y saltar obstáculos sin perder su conducción, era la
costumbre de los chicos que probaban su destreza y
performances más apreciados. El arco más cotizado era aquel
que se obtenía de la circunferencia de hierro acerado que
sujetaba las patas de las sillas vienesas que se acostumbraba ver
en los bares de esa época.
Frente a casa vivía la Directora de la escuela, la cual tenía un
hijo de mi edad, y que por ser hijo de una persona de escala
social más alta que mi padre, que era obrero, tenía juguetes
comprados que no compartía con ningún chico del lugar. Por
esta razón, cuando me invitó un día a su casa para jugar con sus
juguetes, fue para mí un momento de alegría y curiosidad. De
todos los juegos que tenía uno me llamó la atención, no sólo
porque no lo conocía, sino porque ponía en juego la
observación y la imaginación. Esto era un rompecabezas de
vistosos colores, con un dibujo de castillos y la campiña que los
rodeaba, en una amplia cartulina. Creo que mi interés de poder
encontrar las formas que coincidieran antes que el dueño del
juego, hizo que esa fuera la única y última vez que me invitara.
Otro juego muy preferido era lo que llamábamos el camioncito
“Internacional”; este juguete lo construía cada uno con un palo
de escoba, donde en un extremo se le clavaba otro trozo del
mismo palo, de manera que formara una “T” y en cuyos
extremos se le colocaban dos ruedas que consistían en cajas
grandes de pomada de zapatos, marca Nuguett o Cobra.
182
En la mitad del palo más largo y conductor del imaginario
camión se clavaba una lata de sardinas que representaba la caja
del camión. Yo solía tener como amigo de correrías a Carlitos
Cocaro, hijo del encargado del galpón de máquinas y además
mi padrino; con él rivalizábamos por quien tenía el mejor
camión.
Para esta época ya tenía siete años y nuestros juegos eran más
atrevidos. Solíamos subirnos en algún vagón de cola donde iban
los guardas de los trenes de carga y aprovechábamos las
maniobras que se hacían para formar los trenes, para pasear un
poco, hasta que nos descubría el cambista que enganchaba los
vagones y nos corría. Claro está que esto pronto lo sabía mi
padre, cuyo carácter era fuerte y me retaba lo suficiente para no
hacer esto por varios días. Un domingo que no circulaban
trenes, con Carlitos sacamos una zorra que usaban los
“catangos” para arreglar las vías, y nos fuimos por la vía
principal desde el galpón de máquinas hasta la señal de
distancia, que quedaba aproximadamente a un kilómetro del
pueblo. Ese día recibimos un reto bastante serio.
Quiero destacar que en todos los pueblos que tenían ferrocarril,
a la entrada y a la salida existían dos señales para guiar el
tráfico de los trenes. A unos quince metros de la estación se
colocaban las señales de “corta distancia” y a un kilómetro las
de “larga distancia”, las cuales se manejaban desde la estación
con un conjunto de palancas que transmitían los movimientos
de las señales a través de cables guiados con roldanas de 5 cm
de diámetro aproximadamente. Estas roldanas eran muy
apreciadas para construir carritos.
Sin duda alguna ya existía el fútbol o juego de pelota con el pie.
En la mayoría de los casos se jugaba con pelotas de trapo, y a
veces algún chico traía una pelota de goma que le había
regalado su padre, o bien sustraído del almacén de un turco que
solía descuidar la vigilancia de su mercadería. En uno de los
viajes que mi padre hacía a la ciudad de La Plata para visitar a
su madre y hermanas que estaban radicadas en esa ciudad,
provenientes de San Luis; su cuñado, casado con la tía María,
me envió de regalo un fútbol No. 4.
183
Ese regalo cambió mi vida, pues por lo general yo era centro de
las burlas de mis compañeros por ser un negrito mal trazado y
llorón. Desde ese momento pasé a ser el compañero mimado de
la barra; todo por el fútbol, y muchas veces venía mi madre ya
de noche a buscarme, pues seguíamos jugando en la calle,
apenas iluminada por un farol de electricidad (Villa Iris tenía
una usina que proveía de electricidad continua hasta las diez de
la noche).
De esa época recuerdo también las fuertes tormentas que
azotaban las zonas de Villa Iris que pertenecen a una región
donde las condiciones atmosféricas, sobre todo en verano, son
propicias para ser barridas por fuertes vientos que muchas veces
terminan en casi tornados.
Estos meteoros son aislados, pero cuando azotan la región, poco
dejan a su paso y es necesario tomar precauciones, sobre todo
cuando aparecen lo grandes cúmulos negros que se mueven a
gran velocidad.
Cada vez que se aproximaba una tempestad, mi madre
aseguraba todas las puertas y ventanas, tapaba los espejos y
guardaba todos los utensilios de metal, pues según una creencia,
atraía a los rayos y centellas. Además se hincaba y rezaba el
rosario pidiendo a Dios que nos protegiera de la tormenta.
Estando en una ocasión mirando por la ventana (Que no tenía
postigo), divisaba una fila aislada de vagones del ferrocarril que
estaban frente a mi casa; los vi pendular transversalmente hasta
que se volcaron. Esto da una idea de la furia del huracán.
En otra oportunidad se formó rápidamente una tormenta que
presagiaba el origen de fuertes vientos, yo me encontraba en el
correo, tan pronto el estafetero vio la tormenta, empezó a
colocar los postigos de sacar y poner sobre las ventanas,
asegurándolos con tornillos como se usaban en ese entonces.
Simultáneamente me tomó de un brazo y me dijo: - De aquí no
te movés -, hasta que pasó la tormenta, a pesar de mi llanto y
deseos de volver a casa.
184
Muchos años después, al ir a visitar a mis hijos, que viven en la
provincia de Neuquén, yendo en automóvil de Río Colorado a
Choele-Choel, donde se extiende una zona árida y plana,
cubierta con pastos duros y pequeños espinillos, se formaban
tormentas de negros nubarrones que nos acompañaban en el
viaje. Mi señora Celina, que hacía siempre de copiloto, era la
encargada de calcular la velocidad de desplazamiento y la
dirección del meteoro. Este fenómeno era una preocupación en
el viaje y al mismo tiempo un motivo de conversación, tanto
Celina como yo esperábamos llegar lo antes posible a un
refugio seguro, pero desgraciadamente esto sólo podíamos
lograrlo cuando llegáramos a Choele-Choel. En una
oportunidad logramos refugiarnos en el ACA de Choele-Choel,
donde nos alcanzó el vendaval.
Para Celina era casi imposible despegar la vista del espectáculo
que es una tormenta a lo lejos. Los continuos relámpagos, rayos
y truenos nos señalan la pequeñez del ser humano frente a los
fenómenos de la naturaleza y nos hace pensar en Dios. Los
escandinavos pensaban que las tormentas representaban la ira
del Dios Thor. Los estragos que ocasionan estas tormentas de
verano, muestran señales que cuesta creer por los signos de
violencia que dejan a su paso. En una ocasión viajando en tren
desde la Plata a Bahía Blanca, para dictar clases en la
Universidad, pude ver los desastres que una tormenta había
dejado. Un edificio aislado, que se destacaba en Grünbein,
pueblo que queda antes de llegar a Bahía Blanca, que servía de
escuela, había quedado sin techo, el cual era de tejas, y varios
“palos” del telégrafo ferroviario, que son fabricados de rieles de
vías, estaban torcidos en forma de tirabuzones.
Volviendo a la época de mi infancia. Al finalizar las clases en la
escuela se solía hacer una pequeña fiesta de fin de curso, donde
participaban no sólo los alumnos, sino también los familiares.
Así en un terreno amplio en los bordes del pueblo, se
organizaban distintos juegos para los chicos como carreras de
embolsados y de zancos, y otros para las niñas que no recuerdo
bien. También participaban los grandes con un partido de
fútbol, juegos de bochas, tabas, etc.
185
Esta reunión servía no sólo para divertir a los pobladores, sino
que en cierta forma representaba una feria rural, pues se veían
competir animales de raza fina de las distintas chacras de los
alrededores. Un hecho que todos esperaban eran las carreras de
caballos y de sortijas con premios. Recuerdo en una de esas
fiestas la presencia de un aeroplano que vino de Bahía Blanca,
siendo éste mi primer contacto con la aeronáutica.
He tratado aquí de dar una idea de los juegos de los niños en
aquella época y en un pueblo apartado de las grandes ciudades.
Cuando vine a La Plata, los chicos jugaban de otra manera y
con otros medios que disponían por ser ciudadanos de una gran
ciudad, en plena evolución.
186
PLAZA HUINCUL
l terminar la escuela secundaria, era mi propósito seguir
estudiando ingeniería, como también mi intención de
conseguir un trabajo como técnico; título obtenido en la Escuela
Industrial. Así fue como traté de hacerlo en General Motors,
como lo contara en otro relato; pero además con otros
compañeros dimos exámenes para ingresar en la Unión
Telefónica y en Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF). En
esta última empresa logramos nuestro propósito, junto con dos
compañeros más.
Recuerdo que dimos exámenes en el edificio central de YPF,
del Diagonal Norte de la Capital Federal, donde nos habían
citado, llevándonos a la Sala de Proyectos, lugar del examen.
Un ingeniero que nos iba a tomar examen, nos ubicó en sendas
mesas de dibujo. Al sentarme en una de ellas, posiblemente por
el susto que teníamos, o por no conocer las sillas altas con
resortes que se usaban en ese entonces, me ocurrió un percance.
Al recostarme en una silla, que como es lógico, el resorte cedió,
y creyendo que me caía creo haber gritado y pegado un salto.
Esto provocó carcajada de todos los proyectistas y dibujantes de
la sala, que estaban observando a los futuros empleados. A
pesar de este comienzo desafortunado, salí muy bien en el
examen, junto con mis compañeros D‟Torre y Cechini. En ese
momento nos ofrecieron trabajo en los Yacimientos Petrolíferos
de Salta, Mendoza, Comodoro Rivadavia ó Plaza Huincul.
Al salir bien del examen, todos los empleados de la oficina de
Proyectos nos recomendaban lugares, pero a nadie se le ocurrió
mencionar Plaza Huincul; de manera que cuando nosotros nos
decidimos por ese lugar, se quedaron sorprendidos, pues era un
yacimiento no productivo, y por lo tanto pronto lo abandonaría
YPF. Por otro lado no era el mejor lugar para iniciar una carrera
exitosa en la Repartición. Lo que ellos no sabían que nuestro
A
propósito era seguir estudiando en La Plata (Con la ayuda de
otros compañeros), y éste era el único Yacimiento que tenía un
transporte directo y rápido como era el ferrocarril de esa época.
187
De esta manera, un día al caer la tarde, desembarcábamos de un
tren en el pueblo de Plaza Huincul; después de haber recorrido
aproximadamente 2000 Km.
Este pueblo se formó a la par del yacimiento, con una sola calle
(Que era la ruta), frente a la estación del ferrocarril, donde se
agrupaban los pocos negocios que había y algunas casas donde
vivían algunos empleados de YPF, junto con un hospital,
comisaría, almacén de ramos generales y un hotel. A este hotel
fuimos a parar, pues a pesar de que en Buenos Aires nos habían
afirmado que el Yacimiento nos proveería de casa, no ocurrió
así por un mes.
El Yacimiento se había iniciado (en Octubre de 1918) con la
perforación de un pozo en un cerro cercano, alrededor del cual
se construyó el barrio primitivo llamado Pozo No. 1, que
contaba con una Proveeduría, un Club, una escuelita, un cine,
una cancha de pelota a paleta y varias colonias para personal
casado y soltero.
Luego de mucho pelear conseguimos irnos del hotel a una pieza
de madera y cinc, perteneciente a un block de casas de solteros
que había, digamos en la seudo-falda del cerro, junto a otras dos
barracas más del mismo material.
En el bajo que se extendía hacia el pueblo, se encontraban las
instalaciones de una Destilería, y casi al llegar al pueblo se
encontraban los talleres de mantenimiento del Yacimiento,
donde fuimos a trabajar.
Quiero aclarar que esto hoy prácticamente no ha variado, sólo
se observan las callejuelas del cerro pavimentadas, y la calle
única y principal de Plaza Huincul, que forma la ruta 22 del
camino nacional. Sólo la Destilería ha adquirido más
importancia, por el gran número de pozos descubiertos y por
haber mejorado los procesos, hasta convertirse en una refinería.
Hoy puede observarse, al continuar sobre la ruta 22, una ciudad
pegada casi a la “calle pueblo”, llamada Plaza Huincul, que se
formó progresivamente para ubicar a los empleados y obreros
de YPF, que deseaban construir su casa propia, en los años 40.
188
Esta ciudad, que por importancia ocupa hoy el segundo lugar
con la provincia de Neuquen, se llama Cutralcó . En los años
40, las tierras eran nacionales y pertenecían a lo que se conocía
como Territorios. Aquellos terrenos donde YPF desarrollaba su
actividad, eran gobernados “prácticamente” por los gerentes de
los Yacimientos, a pesar que este territorio tenía un gobierno
nacional. En estos lugares no se podían construir edificios
particulares, por este motivo nace Cutralcó, que se levantó
sobre los territorios donde no ejercía influencia YPF.
Muchas anécdotas se pueden contar, que ocurrieron en el
tiempo que allí trabajamos (Casi un año). Sin embargo, sólo
deseo contar algo ocurrido en el cine, como un relato más de
este libro.
Dentro de los pocos esparcimientos que existían en Plaza
Huincul, se encontraba una sala de cine, que se habilitaba los
sábados a la noche en el cerro, el cual tenía una sola máquina
de proyección, por lo que tenía que parar la película por cada
rollo que se cambiaba. Esto la hacía única, si uno recordaba las
salas de La Plata. Todos los sábados, cerca de las doce horas se
oía el murmullo de los espectadores, que al terminar el cine
bajaban el cerro para ir a sus casas; de manera que este
fenómeno nos anunciaba a nosotros, que vivíamos en una
casilla casi al pie del cerro, el fin de las películas.
No íbamos seguido al cine, pues las películas eran viejas y ya
las habíamos visto. Sin embargo una noche que daban “Canal
de Suez”, nos pareció interesante y concurrimos; sobre todo
porque el que manejaba el proyector era un empleado francés
que trabajaba con nosotros y nos recomendaba las películas
buenas.
El que haya visto esta película recordará la tragedia que sufrió
el obrador del Ingeniero Lesseps, quien construyó el canal,
provocado por uno de los terribles huracanes llamado Monzón.
En la zona de Plaza Huincul los vientos huracanados son
comunes, aún ahora, y de tal velocidad, que con seguridad se
aproxima a un Monzón.
189
Pues bien, al salir esa noche del cine, azotaba al cerro un
verdadero huracán, que la realidad sobrepasaba a la ficción de
lo que habíamos visto en el cine. La arena nos golpeaba la cara
provocándonos dolor y no nos permitía respirar normalmente,
al mismo tiempo nos desequilibraba, que si no fuera por las
casas, a las cuales íbamos pegados para aprovechar la zona de
capa límite, nos hubiese arrastrado, rodando hasta nuestra pieza.
Nunca nos habíamos encontrado en una situación tan peligrosa
y difícil de sortear. Recuerdo que al abandonar el refugio de
una construcción, debíamos esperar una calma del viento para
correr hasta la próxima construcción para conseguir protección.
De esa manera llegamos a nuestra casa, donde al abrir la puerta,
encontramos que todo era arena; así comprendimos más lo que
ocurrió en la película.
Como dije anteriormente, era fácil saber cuando terminaba una
sesión de película, por el murmullo que parecía caminar entre
las casas de la colonia, cuando se aproximaban los que habían
asistido a ver una película. Este hecho nos sugirió una idea para
divertirnos un sábado.
Los solteros vivíamos en tres grupos de construcciones de
chapa de cinc, forrados con madera en su interior. Dos de ellas
estaban en una línea y la tercera formaba una L, nosotros
vivíamos en el centro de las que estaban en línea, y la pieza
daba directamente al cerro, en cambio, las otras construcciones
tenían protegidas sus salidas con una galería.
Volviendo al sábado, se nos ocurrió divertirnos a costa de los
que asistieran al cine esa noche. Para esto nos proveímos de
muchas piedras, que por otro lado era fácil encontrar, ya que
estábamos al lado de un cerro. Dichas piedras las amontonamos
dentro de la pieza, al lado de la puerta.
A la hora del cine vimos como varios empleados de la
construcción que estaba a nuestra izquierda, junto con los de la
construcción que hacía una L, se preparaban para ir al
cinematógrafo; no había ninguna duda de que así lo harían y
que así también regresarían juntos.
190
No hay que olvidar lo dicho anteriormente y además para todo
aquel que ha vivido en las sierras, sabe que las voces se
amplifican y se oyen desde lejos.
Permanecimos en nuestra pieza hasta la hora de salida del cine;
luego apagamos las luces y esperamos hasta que llegaran a sus
casas el grupo que fue al cine. Una vez que escuchamos los
saludos que se intercambiaba el grupo de la izquierda con el de
la L y que se golpearon las puertas, lo que nos aseguró que
todos habían entrado; abrimos nuestra puerta y arrojamos las
piedras a la izquierda y a la derecha. Cada vez que una de ellas
golpeaba en la chapa, era como una explosión. Luego volvimos
a la pieza y cerramos cuidadosamente la puerta. ¿Qué ocurrió?
El grupo de la izquierda salió simultáneamente con el grupo de
la derecha y ambos expresaron: - ¡Basta muchachos! Que
tenemos que dormir-. Ni bien volvieron a cerrar sus puertas,
volvimos a actuar nosotros, sin hacer ruido. De nuevo volvieron
a salir los dos grupos, pero ya enojados decían: - ¡Basta con la
broma, eh!-. Sin embargo, al volverse hacer el silencio,
volvimos a actuar nosotros y con toda rapidez nos escondimos
en nuestra pieza.
Luego ocurrió lo que buscábamos. Los insultos salieron a
relucir y casi hubo una pelea, pero alguien que pensó más, se
imaginó que la broma partía de otro lado; es decir, del grupo de
la habitación del centro. Así fue como el conjunto de las dos
barracas empezaron con los insultos y amenazas, invitando a
los graciosos que salieran.
Esto duró varios minutos y nosotros muy callados, no nos
dimos por enterados; aún cuando nos costaba retener la risa.
Siempre sospecharon de nosotros, pero nada pudieron hacer
porque no estaban seguros..
De esta manera nos entreteníamos en Plaza Huincul.
191
Y6B
l aproximarse el año 2000, todos habíamos tomado a este
año como un hito, que alcanzado el mismo nuestra vida
iba a cambiar. Esto es común en el hombre, que siempre fija un
lugar en el tiempo o en el espacio, como meta inicial para
cambiar su vida y por eso a través de ese límite sueña muchas
cosas, que si no las cumple o no ocurren no importa; él
consiguió vivir con una esperanza que tenía un lugar
determinado, el fin era llegar a éste.
A veces lo que se pronosticaba no eran buenos sucesos; no
obstante lo mismo se esperaban y uno se preparaba para ello.
Por eso no sorprendió que al aproximarse el año 2000, y como
se quiera, el inicio de un nuevo siglo, muchos señalaron hechos
que iban a ocurrir y entre ellos figuró uno que tuvo un alcance
mundial, el cual iba a ocurrir en las redes de computación. Las
razones eran muchas, y no quiero aquí destacar, sino
recordarles, que todos los que de alguna manera manejaban
esos equipos que controlaban nuestras vidas empezamos a
preocuparnos, y no sólo eso, sino a prepararnos para poder
pasar el año 2000 sin mayores inconvenientes. Mucho dinero se
dispuso para el estudio con indicaciones de hechos y
recomendaciones, para que “el nuevo siglo” no perturbara la
dirección y manejo de tantas industrias, centros económicos y
tendencias ya estudiadas, que pondrían en peligro la buena
marcha de las relaciones internacionales.
Así nacieron las siglas tan conocidas como Y2K, que
encerraban este problema. Mucho se habló sobre cómo estar
preparado para el Y2K y los posibles caminos que debían
seguirse para poder anular y amortiguar los efectos del
fenómeno Y2K. Sin embargo, no es mi propósito aquí hablarles
de este fenómeno, sino de otro muchísimo más serio y
A
peligroso, que podemos llamarlo Y6B; que si bien tiene su
origen desde que el hombre es hombre, este último muchos lo
han considerado como un verdadero peligro y piensan que el
tiempo y los fenómenos naturales se encargarán de él.
192
Por eso muchas personas se han preocupado en destacarlo,
desde Malthus, Coontz, hasta otros como Asimov, Sagan, el
Club de Roma, etc.; el peligro que para la humanidad significa
el aumento discriminado de la Población Mundial.
Todos los procesos acumulativos muy pronto sufren
aceleraciones; la población es uno de ellos, y no sólo por su
estado intrínseco, propio del mismo, sino que al desarrollarse ha
creado condiciones especiales, que aparecieron a medida que el
hombre pasó por las eras de la agricultura, de la
industrialización, y hoy de la comunicación; fue provocando
alteraciones del fenómeno acelerativo.
Ya en un artículo de Isaac Asimov en el año 1969, en que se
calculaba la población mundial en 3000 millones de habitantes;
predecía para el año 2000, que ya existiría hambruna en algunas
regiones como la India e Indonesia.
Mi propósito al tratar este tema es de advertir al hombre, que
“ya” es necesario tratar este tema y formular planes para futuras
soluciones. No es mi intención entrar en discusiones de como se
planteará este tema con el correr de los años, esto ya lo han
hecho muchos, con más antecedentes que lo que yo poseo; sin
embargo, a pesar de las reuniones internacionales, como la
última que tuvo lugar en la ciudad El Cairo, en Septiembre de
1994; sólo se trató este tema por arriba y toda la discusión se
distrajo en el tema del aborto.
En Octubre del año 1999, nació el niño que llevó a la población
mundial al fantástico número de 6000 millones, y este número
se compensa con el que dio Asimov en 1969.
La población se duplicó en 30 años (1999 – 1969); por esta
razón el problema del que les he prometido hablar aquí lo he
llamado Y6B (Pues los norteamericanos llaman un billón a
1000 millones, y además Y representa «years», que significa
años en inglés) de manera que la población en el año 2000 se le
puede considerar con 6 billones de años.
193
Lo grave no es que la población en 30 años se haya duplicado,
sino que ese período de duplicación, a medida que transcurre el
tiempo, es cada vez menor. Podemos garantizar esto,
recordando que el aumento poblacional es una función
potencial.
Todos recuerdan aquel cuento del Rey Persa que recibió una
propuesta de uno de sus súbditos, de cambiarle un tablero de
ajedrez muy valioso, si solamente el Rey le pagaba con granos
de arroz, colocando un grano de arroz en el primer cuadrado del
tablero, dos en el segundo, cuatro en el tercero, y así duplicando
la cantidad hasta llegar al cuadro 64, que es el último.
Con gran sorpresa del rey, que en principio había aceptado,
enseguida comprobó que rápidamente se iba quedando sin su
stock de arroz. Así ocurre en todos los fenómenos que siguen
una ley exponencial; primero adquieren valores pequeños para
llegar luego a cifras inconmensurables.
No trataré aquí dar una clase de funciones potenciales, pero
debo dar alguna idea para que se comprenda el fenómeno que
tratamos de exponer. Todos entendemos que el hombre nace y
muere, por lo tanto existirá una tasa de crecimiento y de
muerte; según sean estas tasas la población crecerá o disminuirá
con el tiempo.
A pesar de los cataclismos, enfermedades y guerras, esta tasa de
crecimiento siempre ha sido positiva, puesto que la ciencia y los
descubrimientos siempre han sobrepasado los inconvenientes
sobre la duración de la vida y así seguirá ocurriendo.
Esta tasa no sólo es positiva, sino que ha ido aumentando y hoy
por hoy podemos considerarla en δ = 0,2 %, y con un poco de
buena voluntad, también constante.
De ser así, la población actual si es p, la población al cabo de t
(años) se puede expresar con P, resultando así:
1) P = p ( 1 + δ )t
194
Si quisiéramos calcular el tiempo necesario para que la
población se duplique, tendría:
2) P = 2p
Igualando (1) con (2) puedo calcular el tiempo (t) que necesita
una población para duplicarse, resultando:
t = ___lg 2___
lg (1+δ %)
Pero para que el lector no se complique, podemos usar una
fórmula aproximada y muy sencilla. Basta dividir por la tasa el
número 70, de manera que:
t = 70 = 70 = 35 años
δ 2
35 años sería el tiempo que debe transcurrir para que la
población se duplique, siempre y cuando δ permaneciera
constante.
Supongamos que δ se mantiene en 2% durante 100 años ¿Qué
ocurriría?
Año Población (En Millones)
2000 6000 M
2035 12000 M
2070 24000 M
2105 50000 M
Esto significa que en sólo un siglo más hemos llegado a 50 000
millones de personas en la tierra. Hemos partido de un dato del
100 Años (1 Siglo)
12 de Octubre de 1999, dado por el FNUAP (Fondo de las
Naciones Unidas para la Población).
195
Frente a esta realidad de 50 000 millones de personas en el
próximo siglo, el hombre debería poner fin a las guerras,
establecer la paz mundial e inducir a la ciencia a utilizar abonos
con inteligencia, usar con eficacia los océanos como fuente de
alimento, agua dulce y minerales; desarrollar la energía de
fusión, aprovechar la energía solar...; esto sería utopía, como lo
es los que piensan emigrar de la tierra a otros planetas del
universo en los próximos 100 años.
Debemos disminuir ya la tasa de crecimiento, y no esperar 100
años; como dice el premio Nobel, Dr. Henry Kendall del MIT:
“... Si no estabilizamos a la población con justicia, con
humanidad y con compasión, entonces la NATURALEZA lo
hará por nosotros y lo hará brutalmente y sin piedad alguna ...”.
Este fenómeno del aumento exponencial de la población
mundial es muy viejo, se puede decir que nace cuando las
aurigas de los hicsos conquistaron Egipto, cruzando el desierto
de Sinaí en los años 1500 A.C, sin embargo hay muchos que no
lo admiten.
En el día 15 de Septiembre de 1999, hablé en una charla del
Rotary de Tolosa, al que pertenezco, sobre el peligro del Y6B;
todos me aplaudieron, pero al terminar la conferencia, sus
comentarios parecían de personas que pertenecían a otra
galaxia.
196
TURISMO VIRTUAL
stamos acostumbrados a realizar turismo en la playa, en la
montaña o en el campo, es decir, variando el espacio entre
el lugar habitual de residencia a otro transitorio, que suponemos
más atractivo, ya que en esos lugares damos rienda suelta a
nuestro libre albedrío, rompiendo así la rutina diaria, y de
alguna manera ponernos, o así lo creemos, un fin a nuestra vida
anterior.
De esta manera nos convencemos que de ahí en adelante
podemos prepararnos, al sentirnos con nuevas disposiciones, a
caminar por nuevos rumbos y lograr lo que antes no habíamos
logrado, pero que sí habíamos soñado. La experiencia nos dice
que pocos son los que consiguen desde ese nuevo punto de
partida modificar su vida, y así volvemos con una nueva
esperanza perdida.
¿Pero qué ocurriría si en lugar de viajar por el espacio, lo
hiciéramos en el tiempo? Ya las cosas no serían tan sencillas
como ir a una agencia de viajes y solicitar un tour. Debemos
primero tener una idea más o menos clara de cómo nos subimos
a un ente que continuamente está pasando a nuestro lado a
velocidad desconocida y de dirección discutida, a pesar de las
tan conocidas “flechas del tiempo”, del astrónomo inglés Arthur
Eddington, y sobre todo si tenemos en cuenta lo que ya en el
siglo V nos decía San Agustín:
“...¿Qué es el tiempo?
Si nadie me lo pregunta lo sé,
pero si trato de explicárselo
a quien me pregunta, no lo sé...”
E
Hacer turismo viajando en el tiempo requiere del viajero
inteligencia e imaginación, si no cuenta con ese capital, no
podrá ni siquiera intentarlo. En principio diremos que sólo tiene
dos destinos para elegir: el pasado o el futuro. Por supuesto que
no soy el primero en pensar en esta idea.
197
Desde que el hombre existe soñó con volver al pasado o
ingresar al futuro desconocido que le proporciona su
imaginación, y lo sustenta las proyecciones de la física
moderna.
¿Quién no ha soñado con volver al pasado para ser más joven,
enmendar hechos o transformarlos para tener un presente
mejor? O bien incursionar en la fantasía de visitar mundos
mejores en el espacio misterioso, entre nebulosas galaxias y
agujeros negros.
Desde que el escritor norteamericano Hugo G. Wells creó en su
imaginación “La Máquina del Tiempo” y los innumerables
libros sobre la llamada “Ciencia Ficción”, existe tal juego de
mundos sociales donde se desarrollan hechos que necesitan una
mente abierta a todo concepto que la ciencia y la tecnología van
creando a medida que la flecha del tiempo sigue su camino.
No es fácil ser un turista virtual, sin embargo es bueno
intentarlo. Imagine estar sentado en un cómodo sillón en un
living, descansando y predispuesto para iniciar un viaje en el
tiempo, por ejemplo: ver un hecho que ocurrió en una ciudad
dos meses atrás y que la noticia del mismo ha llegado a sus
manos a través de un chasqui montado a caballo.
Para usted, en el momento que abre la carta, en la cual se relata
lo ocurrido meses atrás, es como si retrocediera en el pasado
para situarse en el lugar del hecho.
Aquí usted se ayuda para realizar este viaje al pasado,
apoyándose en la noticia recibida y en la velocidad del
transporte de la misma. De esta manera puede ver el pasado
cómodamente sentado en su living, sin utilizar ninguna
máquina del tiempo. Claro, que aquí usted introduce un
concepto nuevo en el viaje a través del tiempo, comunicación y
velocidad de transmisión. Es posible que alguien le diga que no
es así y le ponga como ejemplo los “E-mail” que utilizan como
chasqui a una onda electrónica que viaja a la velocidad de la
luz.
198
Pero esto se suplanta pensando en lugares remotos, tales que la
velocidad de emisión no sea determinante. Por ejemplo: si en
un momento dado se apagara la luz que emite el sol, los
terrestres seguirían percibiendo su luz durante 8 minutos, esto
es así por la distancia que tiene el sol con respecto a la tierra,
aproximadamente 144 millones de kilómetros.
Razonando de esta manera, nosotros podemos ver el pasado de
acontecimiento que en el universo hayan ocurrido cientos ó
millones de años luz (Un año luz equivale al espacio recorrido
por la luz en un año, 10 billones de kilómetros). Es así como
muchas de las estrellas que vemos en el cielo ya no existen, han
colapsado.
Utilizando esta manera de razonar y con mucha imaginación,
podemos viajar en el pasado. El físico, premio Nobel Paul
Davies, escribió un interesante artículo: “Plan de Evasión”,
donde desarrolla este tema con mayor peso que mi opinión en
los viajes en el tiempo, sin recurrir a la teoría especial de la
relatividad, que por otro lado no es mi propósito aquí hablar de
la naturaleza del tiempo, si éste es elástico o no, la idea es hacer
un ejercicio de imaginación.
Si quisiéramos ahora viajar en el futuro sin dejar el cómodo
sillón del living, deberíamos poner un límite al alcance de
nuestro viaje. Por ejemplo: si este límite fuese hasta el fin de la
existencia del hombre en La Tierra, tendríamos que jugar con el
porvenir de La Tierra, imaginarnos la destrucción gradual del
planeta, provocado por la pobreza, la desocupación, la
drogadicción, el aumento exponencial de la población, etc., es
decir, los jinetes del Apocalipsis y nos bastaría con leer la
literatura futuróloga.
Pero si usted es optimista puede suponer que nada de lo anterior
ocurrirá, y la evolución progresiva de las ciencias y tecnología,
le permitirá al hombre a medida que uno se introduce en el
tiempo del futuro, ver que han conseguido, no sólo mejorar las
condiciones de vida en el planeta, sino que el sistema solar ha
sido conquistado y habitado.
199
Si pensáramos ir más lejos en el tiempo, todavía podemos
incursionar en la vasta literatura de ciencia ficción y visitar
algunas galaxias cercanas, siempre con la disposición de una
imaginación abierta y presta a aceptar situaciones no previstas,
ni por aquellos soñadores más persistentes.
Por otro lado no hay duda de que el futuro para el hombre
depende de su historia pasada, pues si bien hoy estamos en el
presente, esto significa el futuro anterior y ¿Qué habría ocurrido
en este momento, si ayer ,por ejemplo, hubiese iniciado una
guerra atómica? De la misma manera ahora podemos influir en
el futuro con las acciones a largo plazo que podemos tomar.
Entonces con una buena imaginación estaríamos viajando en el
futuro, a pesar de que éste no está escrito.
Así el señor que está soñando en su sillón, se despierta, y con
sus 89 años, quiere ir al baño y en ese acto se da cuenta que su
artritis le impide dar un paso, su sueño del turismo virtual se ha
desvanecido...
200
LA LUZ MALA
n las primeras épocas del hombre, en que lucha contra el
medio que vivía para poder sobrevivir, se dio cuenta que
debía de alguna manera encontrar respuestas a tantos
interrogatorios que le planteaba el exterior de su yo, para
adaptarse a esos fenómenos y poder seguir adelante.
La naturaleza le había provisto de los medios que le permitían
establecer una comunicación con el exterior y el uso continuo e
intenso de los mismos le permitió dibujar un entorno que le
mostrara los peligros y las acciones para eludirlos. De esta
manera, lo que fue para ellos un misterio y fenómenos que no
comprendían, ni podían modificar, los aceptaron y al mismo
tiempo fueron creando una filosofía (A lo largo de muchos
siglos) para interpretarlos y adecuarlos a la vida que llevaron y
como tal actuaron.
La curiosidad de los hechos repetitivos y el interés de
explicarlos dio origen, primero a las imágenes de todo tipo, que
sólo la ignorancia y el miedo a lo desconocido pudo llevarlos.
Pero el tiempo transcurrió y con ello se desarrolló la curiosidad
minuciosa que en conjunto con el estudio persistente de los
fenómenos que a diario ocurrían a su alrededor, les permitió ir
atando cabos y desarrollar primitivas teorías que confirmaban
su anhelo de explicar todo.
Cuando estas teorías eran convalidadas por la experiencia se
aceptaban como leyes, y lo demás que no comprendían seguía
perteneciendo al basto conjunto de su ignorancia. Este campo
era muy extenso y por lo tanto permitía justificar los
E
fenómenos, creando mitos y leyendas que a lo largo de los
siglos, transmitidas de boca en boca sufrían deformaciones
diversas. Así aparecían los demonios, las brujas, los aparecidos,
diferentes religiones y los dones especiales que algunos se
atribuían, logrando crear a su alrededor un conjunto de
seguidores de sus doctrinas.
201
Si bien es cierto que hoy el hombre ha llegado a explicarse
muchos de los misterios que le muestra el universo en que vive,
al haber logrado con el tiempo y la tenacidad que le ha
permitido crear las ciencias, y con ellas llegar a conclusiones
que puede verificar con el auxilio de nuevas tecnologías, que él
mismo ha creado, todo, todavía le queda un largo camino para
que pueda ser explicado, no sólo por qué él está aquí, sino por
los fenómenos que lo rodean.
También debemos reconocer que fuera del campo de ciencias
existen creencias, algunas muy antiguas que explican como es
el camino que falta recorrer. Algunas de esas teorías basadas en
mitologías y hechos antiguos de los cuales muchas sociedades
no han podido desprenderse, no debemos descartarlas, pues es
otra manera que el hombre ha enfocado a los sucesos ignorados.
Es muy posible que algo de verdad tengan, ya que para muchos
estudiosos y científicos tienen importancia y no dejan de
tenerlos en cuenta; y sólo los dejarán a un lado cuando la
ciencia los descubra y comprenda. Así podemos entender
aquellos hechos misteriosos que se han desentrañado en
muchos casos (Sin comprenderlo), pero la verdad presente nos
señala; me refiero por ejemplo: al Rastreador de Sarmiento o
algunos hechos relatados por el científico Carl Sagan, donde
nos dice: ...“El que busca una huella (rastreador), emplea una
minuciosidad de observación y una precisión, acompañada con
el razonamiento inductivo y deductivo”...
Para finalizar esta seudo-disquisición de lo desconocido, y que
sólo tiene explicación en la ignorancia que vivimos, relataré
algo que mi padre solía contarme, de lo fácil que es crear
misterios como consecuencia de hechos verdaderos.
Cuando mi padre era joven vivía en los campos de San Luis, se
ganaba la vida como abastecedor de carne para el mercado de la
ciudad. En una oportunidad estando en casa de mi abuela, ésta
se descompuso, pues estaba de parto y era necesario buscar una
“comadrona”, que vivía a tres leguas entre las sierras, para que
la asistiera.
202
Era de noche y tarde, pero mi padre no dudó en ensillar su
caballo y partió al galope a través de la serranía, en esa noche
sin luna y sólo bajo la luz de las estrellas.
Cuando iba en camino empezó a recordar los cuentos de fogón,
comunes en esa época, de aparecidos como la viuda negra, la
luz mala etc. Cuál no sería su sorpresa que al poco de andar y
habiéndose introducido en un cañadón, sitio que los gauchos
señalaban como lugar embrujado, vio sobre una ladera cercana
una gran luz intermitente que se asemejaba a una esfera de un
diámetro aproximado a un metro. De inmediato pensó: “esa
debe ser la luz mala” de que tanto hablan los paisanos.
Debemos pensar que en ese tiempo, a fines del siglo XIX, no
existía la iluminación eléctrica ni la de gas en esas regiones, por
lo tanto el fenómeno parecía pertenecer a algo sobrenatural.
Ya muy próximo al lugar desde provenía la luz intermitente,
pudo comprobar que el “fenómeno” no era otra cosa que un
enorme “cardo ruso” seco, iluminado por un “bicho de luz”, es
decir, una luciérnaga. La estructura esferoidal del cardo y su
color amarillo representaba múltiples reflejos que a lo lejos se
observaba como un poderoso reflector de luz, que se prendía y
apagaba.
Este fenómeno tuvo una explicación lógica, que de no haber
sido por la curiosidad de mi padre, hubieses sido una
confirmación de que en ese lugar apareció una luz mala.
En el ejemplo anterior hemos podido encontrar una explicación
natural a un fenómeno, que a primera vista pertenecía a lo
desconocido, pero en otros casos (Ver Casos Místicos) no
existe explicación alguna; nos quedamos sorprendidos y sólo
atinamos a justificarlo como uno de los tantos fenómenos
sobrenaturales que todavía ignoramos.
203
LA CAZA, UN DEPORTE
ara hablar de mi participación activa en el deporte de la
caza, debo pensar en Hucal, pues la estadía en Villa iris
(Pueblo donde nací) sólo me permitió ser acompañante de mi
padre en sus cacerías dada mi edad. Sin embargo, es bueno
recordar los momentos que pasé con él durante los encuentros
de cacería que transcurrimos juntos. Mis recuerdos me ven en la
parte trasera de un camión “Internacional” donde mi padre, con
varios cazadores más, nos desplazábamos por los campos
cercanos al pueblo, cuando de pronto en lo alto del cielo se ve
volar un águila. De inmediato todos querían tirar, pero mi padre
que poseía un rifle Remington de mayor alcance, apuntó y de
un solo tiro dio por tierra al águila pampeana. Es interesante
recordar la puntería de mi padre. El nunca erraba el “primer
tiro”, era una condición „sine qua non‟ de la cual se
enorgullecía.
Continuando penetrando en el pasado de los recuerdos, también
salíamos a cazar en un sulky, en el que generalmente iba solo
con él, y cuando éste veía un campo con rastrojo, lugar de las
martinetas, detenía el vehículo, que dejaba a mi cargo y bajaba
a cazarlas. Luego que lograba sus presas me llamaba, para que
yo manejando el sulky, me aproximara al lugar que él había
alcanzado al ir en pos de las aves. Así ocurrió que la primera
vez que tuve que manejar el sulky y dar una vuelta, no sabía
como hacerlo, pero siguiendo las indicaciones que a los gritos
me indicaba mi padre, logré lo propuesto sintiéndome
orgulloso, por haber manejado el sulky sin ninguna ayuda; así
fue como se lo conté luego a mi madre al regresar a las casas.
P
Algunos domingos la cacería era “familiar” y organizada, pues
ocupaba todo el día, y en ella participaba no sólo mi madre,
sino también la tía maestra Eduarda de la cual he hablado en
otros relatos. En estos casos era necesario llevar las vituallas
necesarias para pasar un día de campo. Generalmente íbamos a
una laguna que estaba en el límite con La Pampa, pues allí
además de las especies terrestres que existían para la caza,
frecuentaban patos y otras aves acuáticas.
204
En estas circunstancias no olvidábamos llevar la trampera para
cazar “cardenales amarillos”, un pájaro muy cantor y bonito
con un copete que lo distinguía desde lejos.
Cuando llegábamos a la orilla de la laguna buscábamos un
grupo de árboles para asegurarnos la sombra, donde mi madre y
tía ubicaban todo lo que habían llevado para pasar un buen día
en el campo: el asado, el mate..., y se dedicaban a la tarea de
acondicionar el lugar para mayor comodidad.
Mientras tanto mi padre y yo nos ocupábamos del sulky y del
caballo, que una vez que tenía colocada su “manera” pastaba en
un lugar cercano. Claro está que mi padre no olvidaba colocar
en otro montecito, lo suficientemente alejado de nuestro
campamento, la trampera para la captura de los cardenales. En
una de esas oportunidades en que visitamos la laguna, mi padre
cazó un joven ñandú, que comúnmente llamábamos avestruz,
del cual él aprovechaba la plumas largas para uso casero y para
comer sólo elegía los aletones y la parte del cuello que llamaba
“picana”, si mal no recuerdo.
Para hablar, ya no como acompañante, sino como participante
en el deporte de caza, debemos trasladarnos al pueblo
ferroviario de Hucal. Pero antes quisiera hacer una reseña sobre
la caza desde los tiempos remotos.
Creo que la caza se inicia cuando el hombre se incorpora y
camina, liberando sus brazos. De esto han transcurrido miles de
años, es entonces cuando recoge una rama para defenderse y al
atacar comprueba que puede conseguir más fácilmente su
comida, con sólo utilizar el mismo palo como arma; más
adelante aprenderá a construir un armas más poderosas como lo
fueron: el hacha de silex, la lanza, el garrote, el arco, las
flechas, etc.
Dos millones de años antes de Cristo, el “homo habilis” había
comenzado a cazar pequeños animales y de esta manera dejó de
ser recolector de plantas y carroñero de animales muertos que
habían sido presa de los grandes carnívoros, para utilizar luego,
a 15 000 años A.C, al perro como auxiliar de caza.
205
Desde el comienzo se establecen los roles entre el hombre y la
mujer, ella era la recolectora de fruta y pequeños animales, en
cambio, el rol del hombre fue la caza mayor.
Puede decirse de una manera general que en cada niño late el
espíritu de un cazador. No importa el clima, el hombre caza
cuando llueve, cuando nieva, no importa, basta caminar tras su
presa; la persecución y el deseo, junto con las dificultades que
debe vencer; lo importante es disfrutar de la naturaleza, sentirse
libre en el lugar que sea: el bosque, el desierto, la montaña
sombría, los pantanos silenciosos, etc, y así alejarse por un
tiempo de las áreas de hormigón, donde la sociedad moderna lo
obliga a vivir.
En mis inicios empecé a cazar con honda, la cual fabricábamos
con una horqueta de alambre y tiras de goma que cortábamos de
las cubiertas viejas de los automóviles. También usaba la
“honda gallega” que consistía en un trozo de cuero con dos
agujeros, donde se ataban dos hilos de aproximadamente un
metro, lo suficientemente gruesos para que no se cortaran. En el
cuero (Rectángulo de 6x15 cm) se colocaba el proyectil, que era
una piedra. La caza con honda, ya sea de horqueta o gallega, se
usaba para cazar palomas o perdices, pero para ello había que
tener buena puntería, cosa que no ocurría en mi caso.
En cuanto al uso de la honda gallega, poco la usé, pues había
que ser muy diestro, caso contrario podía tener problemas,
como me ocurrió una vez en el patio de mi casa, que para
probarla sólo conseguí casi romperle una pierna a una chica que
ayudaba a mi madre en sus tareas hogareñas. La honda gallega
es muy peligrosa por la velocidad que toma la piedra al ser
impulsada por la fuerza centrífuga, cuando ésta se revolea para
lograr la caza.
En realidad tuve el bautismo de fuego cuando al cumplir los 12
años, mi padre me regaló un rifle belga calibre 9 que cargaba
cartuchos o balines, y que utilicé para cazar palomas monteras,
algunas martinetas y perdices, que solía llevar a la casa para
disgusto de la chica que debía pelarlas y prepararlas para la
comida.
206
Mi padre me enseñó a cazar la perdiz de vuelo corto. Una vez
que se topaba con ellas, iniciaban su vuelo y uno debía prestar
atención donde aterrizaban y no dejar de mirar ese punto
(previamente lo asociaba con algún accidente del terreno) e
iniciar un acercamiento muy despacio, tratando de aproximarse
a la pieza en forma de espiral, hasta que alcanzara a verla
echada y a distancia suficiente para el alcance de mi rifle.
Desde el momento que el cazador ve a su pieza, los ojos del
mismo con los de la perdiz, eran virtualmente los puntos
extremos de una recta que rotaba alrededor de ella, hasta el
momento del fogonazo.
Los cazadores profesionales generalmente cazan la perdiz con
perros, estos originan el levantamiento del vuelo del ave y la
caza se llama “tirar al vuelo”, pero eso se hace con escopeta o
rifle 12, no calibre 9 como el mío. Muchos años después con un
rifle 22 me gustaba cazar patos al vuelo, y en este caso era mi
señora quien protestaba por pelarlos. En esa época cazaba con
calibre 22, pues era más deportivo que utilizar una escopeta a
munición.
Antes de terminar con estos recuerdos de caza, debo advertir el
cuidado que su manejo exige si no se quiere tener un disgusto
que pueda ser tremendo si cuesta una vida. Tuve la fortuna de
tener un instructor como mi padre, sus recomendaciones eran
muchas sobre el buen uso de un arma, que jamás debía ser
usada si no era como deporte. A pesar de esas recomendaciones
tuve mi primer inconveniente al poco tiempo de tener el rifle.
Un día salimos de caza con mis amigos inseparables, los
hermanos Lulo y Chiquito, sobre ellos me he referido en otro
momento con más extensión; pero ahora sólo les contaré un
episodio que se relaciona con el uso de las armas, mejor dicho:
con el mal uso. Lulo llevaba una escopeta 16 y Chiquito un rifle
12, yo tenía mi rifle 9. En el campo donde nos encontrábamos
había muchas perdices y martinetas; íbamos los tres juntos,
pero caminando en abanico, en el momento que salió entre el
pajonal una martineta; como estas corren antes de volar, pues
son pesadas, hay tiempo para apuntar y hacer un buen tiro.
207
Era costumbre que en esta situación el que disparaba primero
era el quien tenía el arma de menor calibre, que en este caso era
yo. Así ocurrió, pero con tan mala suerte que le erré y perdimos
la pieza; Lulo me reprochó mi mala puntería, de inmediato le
contesté como había apuntado y tirado, pues exclamé: -¡Yo hice
así!-, y cuál no sería la sorpresa de todos cuando mi rifle
disparó de nuevo. Seguro que el lector estará pensando que mi
arma era de doble caño, pues no, era de uno solo. Por suerte
ninguno salió herido, pero el susto fue grande, Lo que había
ocurrido era, que instintivamente yo había cargado de nuevo el
rifle sin darme cuenta.
Esto confirma el dicho tan popular: “que las armas las carga el
diablo”. Ese accidente no sólo le dio razón a los consejos de mi
padre, sino que desde ese entonces tengo un gran respeto por
las armas de fuego.
Lo que estamos contando ocurría en los años 30, hoy estamos
en el 2008, es decir, hemos ingresado en un nuevo siglo, el
XXI; desde esa época la ciencia y tecnología ha tenido un
desarrollo extraordinario y por lo tanto era de esperar que las
armas también fueran perfeccionadas. Desgraciadamente esto
no sólo ocurrió para las armas deportistas, sino para las que se
utilizaban en la guerra y dentro del campo de la delincuencia.
En este último aspecto, la sociedad se “ha armado” y las armas
ya no son exclusivas de los cazadores, ni de las fuerzas de
seguridad, ahora las poseen los delincuentes de cualquier edad;
y no las usan sólo para amedrentar a las víctimas, sino que
llegan hasta a matarlas.
Algunos ciudadanos se han armado para la defensa personal,
pero lo que ellos no han pensado que frente a una situación de
peligro, deberán matar si quieren seguir viviendo, y en un
instante, de víctima, se pueden convertir en asesinos.
Lo aconsejable es no tener armas en su casa, existen otros
medios que se pueden utilizar sin infringir las leyes, y
permanecer con la conciencia tranquila.
208
MIS ESTUDIOS SECUNDARIOS
abiendo fallecido mi madre, en Hucal sólo quedó mi
padre, que me pidió que no fuera en las vacaciones de ese
año, pero en cambio me prometió venir a buscarme para ir a
San Luis y visitar a mi abuela en la “Ensenada del Carmen”, los
campos de mis abuelos maternos. Al no volver a Hucal, mi
futuro quedó sin rumbo, pues siempre había pensado volver allí
y seguir estudiando telegrafía para entrar en el ferrocarril, como
hacían todos los hijos de los ferroviarios (Todavía recuerdo
algo del alfabeto Morse), y de esa manera vivir junto a mis
padres. Tal como se presentaban las cosas, mi tío Javier
propuso ayudarme y me invitó a vivir con él, de esa manera
podía seguir estudiando. Como había terminado los estudios
primarios tenía que pensar qué camino debía seguir en el campo
secundario. En ese entonces había sólo dos posibilidades:
estudiar bachillerato en el Colegio nacional de la Universidad o
bien en la Escuela Industrial de la nación.
En el último año del primario solía ir a la Escuela No.37 de La
Plata, situada en Diagonal 80, esquina 2, y para ello todos los
días recorría la calle 50 acompañado de algunos jóvenes que
estudiaban en el Nacional o en el Industrial; entre ellos había
uno que le gustaba mucho el fútbol y me recomendaba que
fuera al Industrial pues allí se jugaba mucho en los recreos. Así
fue cómo este consejo futbolero me llevó a decidir mi futuro,
claro está que también de alguna manera influyó el recuerdo de
la mecánica ferroviaria que desarrolló mi padre y la posibilidad
de lograr un título de técnico al terminar los estudios
secundarios, y tener así más posibilidades de trabajo que ser un
H
bachiller, que si bien se preparaba para seguir una carrera
universitaria, desde el punto laboral no era un “background”
para un empleo bien rentado.
Creo oportuno aquí destacar el lugar importante que las
escuelas industriales han ocupado en la vida del país
preparando jóvenes que sirvieron de apoyo a la industria
incipiente que en ese momento se iniciaba en el país.
209
A pesar de haber sido docente en el área técnica, tanto en los
estudios secundarios como universitarios por muchos años, no
creo tener toda la información necesaria para hacer un análisis
crítico del lugar que ocuparon las escuelas industriales en el
desarrollo tecnológico de nuestro país. Sí me animo a relatar la
experiencia que logré a través de esos años, como protagonista
en esa área. Me atrevo a decir que la creación de las escuelas
industriales, como así su desarrollo en los primeros años, fue un
acierto y una necesidad.
El país necesitaba crear técnicos para servir de puente entre la
actividad obrera y la función de los ingenieros, en una industria
que ya evolucionaba con velocidad tal, que muchos apoyaban
para que el país agrícola-ganadero de ese entonces, se
transformara de un país generador de materia prima, en un
productor de elementos terminados, con tecnología agregada.
En los primeros años del 20 al 60, los técnicos egresados salían
con los conocimientos que la industria necesitaba, pero luego el
paralelismo entre la oferta y la necesidad de la demanda se
rompe, iniciándose una brecha cada vez mayor, dejando así de
ser un eslabón importante el técnico en la industria. Las causas
que motivaron este distanciamiento fueron provocadas por el
estancamiento de sus programas, la no renovación de sus
talleres y la política educacional, acentuándose por la
incorporación del uso de la computación en la programación de
las nuevas maquinarias de la industria en la informática. Hoy
las escuelas industriales prácticamente no existen y las grandes
industrias preparan su personal, o bien lo importan, lo que hace
difícil que éstas sobrevivan.
En la época de mi ingreso a la Escuela Industrial, existía un
riguroso examen de ingreso, por esta razón, después de mi
regreso de San Luis, con un compañero nos pusimos a estudiar
para tal fin.
El día del examen a las 8 de la mañana nos hicieron ingresar en
un aula, y luego de pasar lista se cerró la puerta con llave,
dejando dentro a los alumnos y a los profesores que presidieron
el examen.
210
Los temas del examen llegaron en sobres sellados y lacrados
del Ministerio de Educación de la Nación; se abrieron en
presencia de los aspirantes, desde ese momento nadie más
ingresó al aula.
Este método era similar al que se utilizaba en el Politécnico de
París, según me contaba años después un profesor universitario
francés, el Dr.Dedebant, un verdadero sabio que tuve la fortuna
de conocer en el Instituto de Aeronáutica. Me contó que cuando
rindió examen de ingreso al Politécnico llegó 10 minutos tarde,
pues él era de las provincias y no conocía París, eso motivó
que no llegara antes de que el aula cerrara. Por supuesto no lo
dejaron entrar, pero tanto rogó que uno de los profesores se
apiadó de él y le permitió rendir, eso sí, lo hizo sentar aislado
en el fondo de la clase. - ¿Sabe cómo me permitieron aprobar
mi examen? Porque en una de las preguntas contesté creando
un teorema propio y de esa manera no sólo mostraba que era
acreedor del ingreso, sino que además demostraba qué alumno
destacado iba a ser.
Hoy ni en las universidades argentinas se usa este método de
ingreso, y grandes movimientos de alumnos piden el ingreso
irrestricto , el resultado es el gran número de estudiantes que
abandonan antes de hacer el primer año de estudio,
perjudicándolos, pues pierden un año ó más, desilusionan a sus
padres y muchas veces el alumno fracasa en su vida, o bien
pierde años en otra carrera universitaria que podrían iniciar y
donde sus condiciones se adaptarían más que la primera a la
que ingresaron sin mostrar los conocimientos necesarios.
En esa época la Escuela Industrial requería para lograr el título
de técnico, haber cursado seis años de estudios, de los cuales
los primeros cuatro años se impartían conocimientos generales
de ciencias y cultura general, y los dos últimos años la
enseñanza era especializada dentro de la carrera elegida, ya sea
Mecánica-Electricidad, Maestro Mayor de Obras o Química.
Mi preferencia fue para la carrera que otorgaba el título de
Técnico Electro-mecánico.
211
Durante los seis años que transcurrieron en mis estudios
secundarios, fui recibiendo conocimientos superiores
impartidos por profesores excelentes, no sólo en su parte
humana sino de su altura técnico-cultural, de manera que al
terminar éstos, los alumnos se retiraban llevando los últimos
conocimientos de la carrera elegida.
En el transcurso de esos años fui adquiriendo conocimientos
tales, que me permitieron a los pocos años ser el mejor alumno
de la escuela, y así fui premiado al recibirme por el Ministerio
de Educación de la Nación, con medalla y un pergamino, a lo
que se sumó una beca para estudiar Ingeniería en la
Universidad Nacional de La Plata. Estos premios fueron
entregados en un acto que tuvo lugar en el Pasaje Dardo Rocha
de la ciudad. En ese acto se entregaron también los premios
para los mejores alumnos de la Escuela Comercial, Escuela
Técnica del Hogar y Escuela Normal Nacional “Mary
O‟Graham”.
No recuerdo bien qué día fue del mes de Marzo de 1940 cuando
se realizó el acto con todas las escuelas formadas y las
autoridades presentes, entre las cuales se encontraba un nieto
del fundador de la ciudad, Dardo Rocha, que procedieron en su
momento a la entrega de los premios. Así fue como cada
alumno fue llamado e invitado a subir al estrado a recibir los
premios de manos de las autoridades.
Cada alumno luego de recibir las felicitaciones que se
acostumbraba en estos casos, por las autoridades y el aplauso de
los alumnos de todas las escuelas presentes, eran abrazados por
sus familiares, que subían al estrado para tal fin, de manera que
cada uno de ellos se vio rodeado por familiares que se
congratulaban por la distinción que habían recibido. En mi caso
no ocurrió así, pues nadie había ido a la ceremonia, mis tíos
todos trabajaban y no podían asistir. Al verme solo y todos
abrazándose a mi alrededor, la profesora de matemática, señora
de Krause, subió al escenario y me felicitó dándome un fuerte
abrazo. Este gesto no lo he olvidado y en él concentro todos mis
gratos recuerdos de la Escuela Secundaria.
212
La educación en nuestro país sufre desde muchos años atrás de
una degradación progresiva, principalmente por motivos
políticos y cuando ésta se manifiesta en el ámbito de la
juventud, los resultados son terribles, pues su corrección llevan
dos o tres generaciones para recuperarse, y el país no puede
perder estos años, cuando ve al mundo que avanza con
movimiento acelerado, alejándonos cada vez más de los países
que se encuentran en pleno desarrollo científico y tecnológico.
En el estudio no caben los razonamientos ideológicos, éste
requiere trabajo y dedicación plena, si deseamos que el país
recobre sus años de firme progreso. Es necesario rápidamente
recuperar el tiempo perdido en discusiones y tentativas erradas,
cambiando ya el rumbo para pensar en un futuro firme, y para
ello son necesarios nuevos planes de estudios, desde los niños
hasta los universitarios, y un apoyo total a la investigación que
nos acerque al mundo actual.
Para cerrar este comentario de la educación en nuestro país,
creo conveniente expresar parte de las ideas que sobre este tema
nos da en uno de sus libros el brillante profesor universitario
bahiense Vicente Massot: “Hace mucho tiempo que, más allá
de las promesas electorales de uno
y otro signo, se ha dejado de privilegiar
en la Argentina la investigación.
Desatendiendo hasta límites inconcebibles
el campo del conocimiento, en lugar
ha echado raíces una cultura facilista
en donde el saber importa poco.
Las escuelas transformadas en
guarderías o comedores y las
universidades convertidas en
expendedoras de títulos, transparentan
hoy – salvo casos excepcionales – una
realidad que hubiese escandalizado
a la Argentina de la primera mitad
del siglo XX.”
213
EL DESPEGUE
uando vine a la ciudad de La Plata para estudiar, fui a
parar a la casa de unos tíos que vivían en el barrio llamado
“Dique” (En realidad su nombre oficial es Dique No.1
Arenero), lugar situado al noreste de la ciudad. Este barrio en
1930 se extendía entre las calles 52 a 43 y de 122 a 130,
ocupando unas cien manzanas, edificadas por algunas casas de
material, y la mayoría por casas de chapa y madera, que en
cierta forma se asemejaban a las construcciones portuarias de
esa época. Estaba conectado por un gran canal que terminaba en
122 y 48, con un ramal importante por 129 frente al Hospital
Naval, este último servía para comunicar fluvialmente a la Base
Naval de Río Santiago con el hospital.
El Dique se comunicaba con la ciudad de La Plata a través de
las prolongaciones de la calle 50 desde la calle 1 hasta 126,
donde terminaba contra el canal ya citado que iba al hospital.
Esta calle estaba empedrada en toda su extensión, y desde la
calle 1 sus márgenes estaban formados por los terrenos del
Colegio Nacional y de la Facultad de Ciencias Físico-
Matemáticas, la Escuela Anexa y la zona de deportes de la
Universidad, por un lado, por el otro se extendía parte del
bosque de la ciudad e instalaciones del Club Hípico.
Esta calle era el verdadero cordón umbilical; por ella
transitaban los medios de locomoción (En ese entonces: carros
y algún camión Ford T) y los ciudadanos del Dique que iban a
C
la capital caminando, y en ciertos momentos era una corriente
de personas hacia uno y otro lado.
La calle 50 no sólo estaba adoquinada, sino que también era
arbolada y con una vereda amplia de baldosas que realmente
invitaba a su tránsito. Por supuesto, ésta era la calle principal
del Dique y el “centro” comercial se encontraba entre las calles
122 y 126. Contaba con una estafeta de correos frente a la cual
estaba la casa de mis tíos, donde yo fui a vivir.
214
La población (Como ya dije en otro relato) de este lugar se
componía de familias obreras, empleadas en varios centros
importantes de trabajo. Uno de ellos, la fábrica de sombreros,
cuyo personal estaba formado por mujeres y hombres, era
importante no sólo en la región, sino en el país; se hacía notar
pues el horario que los operarios debían cumplir se los
recordaba con un estridente silbido que anunciaba la entrada en
dos oportunidades, con un intervalo de 15 minutos, y con uno
solo a la salida; lo que significaba para la población un
verdadero reloj despertador. También estaba la fábrica de gas
pobre, característica por sus grandes gasómetros y su
construcción de ladrillo a la vista de una arquitectura que
recordaba a las fábricas inglesas. Luego estaba el Hospital
Naval, muy importante, con varios pabellones muy bien
construidos, aislados y proyectados con la idea arquitectónica
de la época; que necesitaba no sólo personal especializado, sino
también un numeroso personal de servicio y mantenimiento, su
dirección era totalmente militar. Otra fuente importante estaba
representada por los Talleres de Puentes y Caminos de Vialidad
de la Provincia. Esta institución fue muy importante para la
época, pero al transcurrir el tiempo este centro de trabajo no
acompañó al desarrollo vial y a la nueva tecnología que
necesitaba Vialidad para su cometido, y así fue que en 1959
estos talleres se trasladaron a Tolosa.
Siguiendo con los centros de trabajo que ocupaba a la población
del Dique, pueden citarse algunos comercios que permitían a
los vecinos abastecerse de lo más necesario para la vida diaria,
pues cuando necesitaban recurrir a otras compras importantes,
éstas las hacían en la ciudad de La Plata, utilizando la calle 50
para llegar a ella o tomando un tranvía que unía la Ensenada
con La Plata pasando por el Dique. Este medio de transporte era
único y los vecinos lo utilizaban poco, preferían caminar.
Recién al finalizar la década del 30, apareció un ómnibus que se
sumó al transporte tranviario.
Frente a la Fábrica de Gas, en la calle 126 entre 46 y 47 se
levantaba la escuela primaria, donde continué mis estudios
iniciados en La Pampa.
215
Mis tíos deseaban que estudiara en la escuela anexa de la
Universidad, pues su enseñanza era superior a las escuelas
comunes de la Provincia, pero como ya habían empezado las
clases, no fue posible inscribirme y sólo encontré lugar en la
escuela del Dique, donde me colocaron en el tercer grado. Al
poco tiempo yo era el mejor alumno, pues había llegado con
vastos conocimientos que la maestra de la escuela de La Pampa
supo darme, y creo que ello fue una consecuencia de que allá
sólo se dictaba primer y segundo grado, y las maestras trataban
de dar un cúmulo de conocimiento importante, ya que se
pensaba que pocos chicos podrían seguir estudiando, pues era
necesario, si se deseaba continuar los estudios, trasladarse a
General Acha donde existía un buen colegio religioso salesiano,
que por supuesto era pago, y eran muy pocos los padres que
podían costear los estudios de sus hijos.
Al llegar a la escuela un chico de La Pampa, no fui bien
recibido por mis nuevos compañeros; esto se complicó más
tarde al ocupar un lugar de privilegio por los conocimientos
superiores que traía y además por una ley natural filosófica, que
se cumple siempre que se pretende alterar un estado
determinado. En la física existen varias leyes que ponen esto en
evidencia. Así que fui molestado desde el comienzo y debí
probar que podía pertenecer al grupo diquense; esta prueba
consistía en una pelea con el chico que lideraba el grupo
escolar.
Nunca me gustó pelear, siempre que podía eludía la
confrontación, tal vez por miedo o timidez. Mi padre me
aconsejaba para estas circunstancias diciéndome: “El que pega
primero, pega dos veces”, y así ocurrió. Ni bien el grupo dio la
orden, empezó la pelea con el líder, muchacho fornido y
dispuesto a ganarme, sin embargo, recordando los consejos de
mi padre, me abalancé rápidamente y con todas mis fuerzas le
pegué una trompada, que la fortuna me acompañó, derribándole
y antes de darme cuenta estuve yo pegándole como pude, ante
la sorpresa del líder éste no atinó a nada, solamente exigió que
empezáramos de nuevo, a lo cual yo protesté y di por terminado
el combate.
216
Como las opiniones eran diversas conseguí mi propósito, y
rápidamente me retiré para casa. Así fue como fui aceptado
como un componente más del grupo, sin embargo todavía
quedaba por llenar otro requisito, contestar la pregunta obligada
de los platenses: -¿Sos pincha o tripero?, pero de esto ya hablé
en otro relato.
Más tarde, en el año 1933, se casó tío Javier y fue a vivir a la
casa que se había construido en 124 y 46. Al poco tiempo él me
invitó a vivir en su nueva casa, en ella había construido también
un galpón que daba por 124, y a través de su portón se podía
ver hasta más allá de 126, donde no existían casas y sólo era
campo. Precisamente en este campo, en el año 1933, se fundó el
Aero Club La Plata, que lindaba con los terrenos de la Fábrica
de Gas, la calle 126, la calle 43 y el campo que se extendía
hacia Ensenada.
Que se pudiera observar desde el galpón de 124 la actividad que
se desarrollaba en el Aero Club, como así también el destino
que tío Javier le dio a su galpón como taller de carpintería,
fueron hitos que con el tiempo iban a signar mi futuro.
En efecto, al vivir con el tío Javier, cuyo oficio era la
carpintería (Era ayudante del carpintero oficial de la Base
Naval, un buen jornalero que había aprendido en su tierra natal,
Alemania, el arte de la carpintería) En mi tiempo libre me
convertí en su ayudante, y después de unos años llegué a ser un
buen artesano; esto me permitió construir la mayoría de los
muebles y carpintería de obra de mi casa, donde vivo y poseo
un pequeño taller que representó mi hobby hasta que, por
razones de edad, debí abandonar con gran pesar.
Por otro lado, al tener el Aero Club tan cercano a casa, no podía
ignorar su actividad, puesto que cada despegue o aterrizaje de
los aeroplanos de esa época se hacía utilizando la zona sobre el
techo de mi casa como corredor aéreo. Con el tiempo, y siendo
alumno de Ingeniería Aeronáutica, fui por una temporada el
Inspector Aeronáutico del Aero Club del Dique, como lo he
expresado en otro relato.
217
En esa circunstancia conocí un piloto muy ligado a la historia
del Club del Dique, el comisario inspector de aviación policial
José Elverdin, ciudadano platense e integrante de una familia
muy conocida en la ciudad.
Tengo un recuerdo suyo, de cuando él ya estaba en retiro de la
aviación, volando en un Waco durante una inspección, el ruido
monótono del motor lo adormilaba. Elverdin voló por mucho
tiempo en un viejo Curtiss J.N (Llamado Jeny), con motor 0.x 5
de 90 HP; este aeroplano del año 1919, voló hasta 1945 con
permiso muy especial y en atención al piloto señero del Club
del Dique.
Así fue como desde el Dique llegué a ser Ingeniero Aeronáutico
y llegué a tener como hobby la carpintería.
218
SITUACIONES DIFÍCILES
s común que en la vida del hombre se le presenten
situaciones en las cuales debe tomar una decisión en
contados segundos ante varias alternativas, y si la elección es
acertada puede resolver un problema grave; para que esto
ocurra debe proceder con tranquilidad y no mostrar dudas sobre
lo que se resuelve o expresa. Durante tantos años de docente,
tratando con jóvenes de distintas edades, y en establecimientos
educativos diversos, no puedo decir que nunca he estado en
alguna situación comprometida, pero sólo recordaré aquí dos
episodios ocurridos en la Facultad de Agronomía de la UNLP.
Como ya lo dijera en uno de mis relatos anteriores, en ese
entonces dictaba la materia Mecánica Aplicada, que servía de
apoyo a otra cátedra donde se enseñaba Maquinarias Agrícolas.
Nuestra cátedra tenía problemas, pues los alumnos no la
consideraban necesaria, pero ellos recibían un título de
Ingeniero Agrónomo y los conocimientos de mecánica no
puede ignorarlos ningún ingeniero; distinto sería si el título
fuese Licenciado en Agronomía. Al salir un día de una reunión
del consejo de la Facultad, en el cual se trató la enseñanza de
Mecánica, me esperaba en la puerta un grupo importante de
alumnos, descontentos, y sobre todo resaltaba un activista
estudiantil que apoyaba su opinión con su fuerte voz, quien me
pedía respuestas de inmediato. Pensé: - Debo contestar
rápidamente y de manera tal que lo desautorizara ante sus
compañeros. Recordé que este señor era un alumno viejo, de
E
esos que “viven” en la Facultad y que varias veces había
desaprobado la materia; entonces mi respuesta se inició con una
pregunta: - ¿Qué edad tiene usted?- con ella lo desarmé; luego
de titubear tuvo que reconocerlo: - 30 años – respondió, y de
inmediato otra pregunta: - ¿Y cuántos años lleva usted en la
Facultad?- de nuevo tuvo que reconocer: - 6 años- Entonces le
dije: - Usted es el menos indicado para interrogarme sobre un
problema curricular- y acto seguido me retiré, desarmándose el
grupo inmediatamente, y yo salí de la situación molesta frente a
este importante grupo de alumnos.
219
En otra ocasión volví a ser molestado en clase por otro alumno,
que hacía su ejercicio de activista político en las Facultades. El
tema que presentó el alumno fue desde el inicio de la clase,
reprochándome que la cátedra no cumplía con el plan de
estudios, pues dictábamos más de 4 horas teóricas semanales
como lo disponía el Digesto de la Facultad, y por lo tanto
denunciaría que yo no cumplía con lo dispuesto
reglamentariamente. Lo que ocurría era que siendo el programa
bastante largo, a fin de dictar todos los temas y para mejor
entendimiento de los alumnos, nos dividíamos el curso entre
dos profesores en distintos días. De esa manera, en lugar de 4
horas teóricas, dábamos 6, por lo tanto el alumno tenía razón;
pero lo que nos proponíamos era tomarnos el tiempo necesario
para que el alumno entendiera aquellos temas, que por no estar
dentro de los conocimientos agronómicos comunes que a diario
trataban, les resultaba más difícil asimilarlos.
En general a las clases concurría un gran número de alumnos,
no exagero, eran alrededor de 80, de manera que el aula (Que
era un galpón viejo) estaba colmada esa tarde.
Lo planteado por el alumno oficialmente era cierto, debía
responder de inmediato y de forma concreta. Se me ocurrió
rápidamente la respuesta, dije: - En efecto, lo manifestado por
el alumno es cierto, yo no estoy cumpliendo con las
disposiciones vigentes de esta Facultad, y por lo tanto, desde
este momento empezaré a cumplirlos -. Debemos tener en
cuenta que no había comenzado todavía a exponer mi clase, y
expresé: - Como yo soy Profesor Asociado, debo cumplir en el
año dos clases teóricas según las disposiciones y reglamento de
la Facultad, por lo tanto, ya mismo dejo la tiza y me retiro de la
clase, ya que este año llevo mucho más de dos clases dictadas -,
dije: “buenas tardes” y me retiré a la oficina de profesores.
Poco rato después vino el ordenanza a comentarme que los
alumnos deseaban que yo siguiera dictándoles clases,
contándome que una vez que me retiré, los alumnos habían
hecho tal tumulto, que lo expulsaron al estudiante que deseaba
denunciarme al Decanato por abuso de clases.
220
En otra oportunidad cuando estábamos construyendo la casa
donde vivo hoy, había contratado a un cuidador que resultó ser
un viejo borracho, y por lo tanto su tarea dejaba mucho que
desear, pues mientras él dormía en un altillo, los ladrones del
momento se robaban los materiales. Por este motivo cuando
podía, tomaba el auto para comprobar si estaba o no en la obra,
así un día acompañado de mi hijo menor fuimos a la casa en
construcción, y por supuesto, el cuidador no estaba. Nos
quedamos en el auto unos minutos esperando que regresara.
Apareció, lo vimos aproximarse al auto de manera que sólo su
andar nos decía que venía de copas. Cuando llegó frente a la
ventanilla lo increpé, no sólo porque no estaba en su lugar, sino
por el estado en que se encontraba. Ya que este señor estaba
atravesando el período más peligroso que tienen los bebedores;
se puso furioso y extrajo dentro de sus ropas un revolver y me
encañonó con el arma; pensé lo peor, ahora lo que le diga puede
ser crucial (además no podía tratar de sacarle el arma por la
posición que ocupaba frente al volante y él parado en la calle),
así que dándole una voz de mando militar le dije: - Guarde esa
arma antes de que usted se lastime. Vaya, vaya a dormir que le
hace falta...- y dio resultado.
Recuerdo que siendo Asistente del Departamento de
Aeronáutica en la Facultad de Ingeniería de la UNLP, tenía a
mi cargo, entre otras tareas, el resguardo del combustible que
utilizábamos para las pruebas en banco de los motores
aeronáuticos, como práctica para los alumnos. El combustible
de alto número de octano, se guardaba en un depósito especial y
alejado de toda construcción y con las medidas de seguridad
que dictan las disposiciones aeronáuticas para tales casos, por
lo tanto las llaves de tal depósito estaban en mi poder.
Para comprender bien lo que ocurría en nuestro país en esa
época, hay que pensar que muchas de nuestras libertades habían
sido anuladas por la política; basta acordarse de que nuestra
universidad estaba intervenida, y por lo tanto el Decanato de la
Facultad lo ejercía un ingeniero con mucho poder, del que hacía
uso frecuentemente. Este señor se sentía tan identificado con la
política reinante, que hacía alardes de poseer un auto
importado, regalo de la esposa del Presidente de la Nación.
221
En ese entonces los automóviles eran de marca nacional y no
necesitaban combustibles especiales, como los que necesitaban
los autos importados. El combustible utilizado en la aeronáutica
servía muy bien para el coche del Interventor, y por lo tanto un
día llegó su chofer a pedirme, que por orden del señor
Interventor debía llenarle el tanque a su automóvil. - Dígale al
Interventor que el combustible que nos provee Y.P.F debe
destinarse al uso de la docencia únicamente, y por lo tanto no
puedo satisfacer su pedido -. El chofer era un hombre grandote,
hosco, que se retiró sin decir una palabra, pero su cara
expresaba lo que pensaba.
Como era mediodía me retiré, y sólo pensaba lo que podría
ocurrir al día siguiente. Efectivamente, eran escasamente las 8
de la mañana cuando suena el teléfono en la oficina y el
secretario de la Facultad me comunica que el Interventor desea
verme. Desde el Departamento de Aeronáutica al Decanato
distan no mucho más de 100 metros, durante el recorrido sólo
pensaba que ese paseo sería el último en la Facultad. El Decano
me recibió muy bien, no cabe duda que era muy político. Habló
primero del mejor alumno que había tenido en la Escuela
Industrial (Se refería a mí, por supuesto), y luego como al pasar
me dijo: ¿Cómo no me da nafta para mi auto? Usted sabe que el
auto que me regaló la señora del presidente no puede funcionar
con nafta común ¿No? A lo que contesté: Nuestro departamento
no puede usar el combustible que nos regala Y.P.F, pues su uso
está restringido; si no es para la docencia, según el convenio
que oportunamente hemos firmado. Pero usted que es el
Decano sí puede solicitar combustible para la Facultad; Y.P.F
no se lo negará, y yo me comprometo a facilitarle parte de
nuestras instalaciones para su guarda, de esa manera usted no
me pone en compromiso por no respetar el convenio y usted
tiene todo el combustible que necesita para su auto,
perfectamente guardado y custodiado por nosotros.
No sé si lo encontré en un buen día o realmente le agradó la
salida que yo le proponía. Salí del Decanato, supe así que me
había salvado y podría continuar en mi trabajo. Más adelante y
en otra circunstancia de la vuelta de la misma política, pero más
dura, no pude salvarme; pero esa es otra historia.
222
Por último contaré el caso que me ocurrió siendo gerente de los
Talleres de Vialidad, con un obrero que despedí.
Un día a la mañana mi secretaria me comunica por el
intercomunicador que se encontraba en la secretaría el obrero
que yo había despedido, furioso, que deseaba verme y temía por
mi seguridad. Me preguntó si llama a la guardia de seguridad,
mi respuesta fue: - No, déjelo pasar, pero antes pídame dos
cafés. Previendo una reacción como la que estaba por
presentarse, me había preparado con todos los antecedentes de
ese obrero para tener apoyo en mi respuesta.
Entró como un tiro, realmente no me agradó su cara, creí que
no iba a poder frenarlo cuando lo dejara hablar, así que me
adelanté, lo invité a sentarse y a tomar un café juntos mientras
hablábamos.
Durante el café le fui enumerando todas las acciones negativas
que tuvo su conducta en el trabajo, y en especial le recordé
cuando me pidió unos días de licencia, pues había muerto su
madre (Cosa cierta, pero ya hacía varios años que había
ocurrido) y yo le perdoné esa falta ante su rogativa; y lo
tomamos como una broma a la gerencia; - pero usted puede
comprender que su comportamiento no da para más.- Lo
convencí y se retiró sin ningún problema. Pasaron los años y un
día llegó a mi casa con un señor que traía un presente de un
amigo desde Mar del Plata; le agradecí la atención y en un
momento dado, este señor me preguntó si no lo recordaba: -
Francamente no, le contesté; pues bien, esa persona era el
obrero que años atrás había despedido de Vialidad. Me
agradeció ese hecho, pues el mismo lo había llevado a Mar del
Plata, donde trabajó muy bien y hoy disfrutaba ese cambio de
vida. Sólo al despedirse me dijo: - Las cosas que hace la
juventud. Gracias
223
UN AMIGO INOLVIDABLE
o conocí cuando tuve que dar examen de “Mecánica
Racional”, era en esa época Jefe de Trabajos Prácticos y el
profesor titular de la materia. Me refiero al ingeniero Pedro
Lombardi, una verdadera personalidad, no sólo en su profesión,
sino como persona, que con el tiempo tuve el orgullo de ser su
amigo.
Cuando me presenté a examen de “Mecánica”, estuve
prácticamente estudiando un año, por cierto, la materia es
clásica en cualquier carrera de ingeniería, y en mi caso por estar
becado no podía salir mal, por tanto cada vez que rendía debía
tener la máxima seguridad de aprobar, de manera que iba bien
preparado, pero muy nervioso. La modalidad de este examen
comenzaba con el desarrollo de un ejercicio teórico-práctico
que se elegía de los realizados en el año de cursada la materia.
La elección era al azar según hojeara la carpeta el Jefe de
Trabajos Prácticos, así que una vez fijado el mismo, el
ingeniero Lombardi sólo observaba cómo el alumno planteaba
y desarrollaba el trabajo.
Al comenzar el mismo, a pesar de que yo lo sabía bien, estaba
tan nervioso que de entrada rompí con el lápiz la hoja de
examen, eso sirvió para que Lombardi se pusiera a reír por mi
estado y tratara de calmarme con alguna de sus salidas
graciosas; sin embargo pude recuperarme y en no más de dos
L
minutos me dijo basta, está bien, pasándome a dar el examen
teórico con el profesor.
Cuando contesté bien y rápido la primera pregunta, ya
Lombardi se acercaba al profesor para decirle – “éste sabe
mucho”, lo cual dio por terminado mi examen con un
sobresaliente. Todos decíamos: aprobar Mecánica significa ser
medio ingeniero, de manera que me sentí muy bien y así conocí
al amigo. Luego más tarde lo encontré en el Instituto de
Aeronáutica como asistente del Director del departamento de
Aeronáutica.
224
El ingeniero Lombardi era el verdadero ingeniero, aquel que
frente al problema que se le presentara rápidamente lo
comprendía y sabía encontrar el camino del resultado correcto.
Además de ser muy estudioso, tenía la particularidad de no ser
mezquino con sus conocimientos, era un maestro en el mejor
sentido de la palabra, todo esto lo conjugaba con la amistad
sincera, su proceder correcto y justo, y cerraba este ámbito de
buenas cualidades con un carácter jovial y gracioso; le gustaba
hacer bromas que a veces no caían bien, pero eran geniales, por
lo cual se las perdonaban.
En una época que trabajaba en un gran laboratorio de la
Provincia, de gran prestigio por las normas que dictaba para los
equipos y maquinarias que compraba la Repartición; el cuerpo
de técnicos y profesionales hacían frecuentes almuerzos para
festejar algunos de los éxitos obtenidos, en ese caso la fiesta era
para los hombres, y por esta razón las señoras de aquellos que
estaban casados no participaban y permanecían en sus
domicilios.
Unos minutos después de la hora que se anunciaba la comida,
Lombardi elegía dos o tres profesionales casados y llamaba por
teléfono a las señoras, preguntando por sus esposos que no
habían concurrido y lo esperaban.
Alguna esposas que ya lo conocían no reaccionaban, pero otras
no y lo ponían a su esposo en el apuro de explicar su presencia
en la comida.
Sus bromas a medida que el tiempo transcurría iban siendo
conocidas, y tan es así que algunos no lo estimaban y otros
decían que era loco; por desgracia esto no lo identificaba y para
aquellos que no lo conocían resultaba un mal antecedente.
Era muy inteligente y rápido para pensar y resolver un
problema o alguna situación; cuando conversaba podía hablar
de dos temas difíciles y simultáneo, y sólo aquel que hubiera
trabajado con él lo entendía y podía mantener la conversación.
225
Así ocurrió una vez que nos encontramos con un agrimensor
para tratar varios temas importantes de vialidad, que era
necesario resolverlos; recuerdo que en un momento dado dejó
de hablar de un tema para continuar con otro con el mismo
énfasis que el primero, yo que lo conocía bien seguí su
pensamiento, por lo tanto el intercambio de ideas; pero el
agrimensor quedó perdido y tuvo que preguntar, pues no
entendía nada y aquí salió el espíritu jocoso de Lombardi al
decir: - mejor seguimos nosotros con el problema, pues éste no
entiende nada -, el agrimensor murmuró algo y se retiró
enojado. Yo le reproché su manera de ser y le recordé que de
ese modo sólo él se perjudicaba y perdía oportunidades para
mejorar su posición profesional.
Por su manera de ser no podía conducir un equipo de trabajo,
así perdió oportunidades muy buenas; sin embargo era un
ingeniero para enseñar, para tratar de resolver problemas que
otros le planteaban y que él sólo los podía desarrollar. Teniendo
en cuenta estas cualidades, cuando yo me hice cargo del
mantenimiento y reparación de más de 3000 máquinas en
Vialidad Provincial vino a trabajar conmigo, su primer trabajo
fue organizar una oficina de estadística y logramos tener un
equipo IBM de computación por primera vez en Vialidad, con
el cual empezamos a controlar los almacenes de repuestos y
calcular la vida media de las piezas que más salida tenían.
Desde ese momento las grandes licitaciones de máquinas y
automotores iban acompañadas de modernos pliegos técnicos
con respaldo estadístico, que exigíamos cumplir a los
proveedores. Este hecho fue uno de los principales que nos
permitió lograr un centro de mantenimiento de equipos viales,
que fue único en Sudamérica. Pero quiero recordar más la
faceta de un hombre bueno que le gustaba hacer bromas.
Como dije anteriormente, él pertenecía a la cátedra de
Mecánica de la Facultad de Ingeniería de la UNLP, y luego de
jubilarse el profesor Lombardi, por concurso ganó el cargo de la
cátedra. Su clase era muy concurrida, no sólo por la
importancia de la materia, sino por el dictado tan serio y
didáctico que permitía al alumno entender una materia tan
importante en la carrera.
226
Como es casi costumbre en nuestro país, imperaban las
situaciones políticas, y los estudiantes siempre han sido
protagonistas importantes en estas circunstancias, como lo son
en todos los países, de manera que los servicios de inteligencia
siempre estaban atentos a los que ellos pensaban y hacían. Así
es que había seudo-alumnos (policías) que asistían a clase por
los motivos que ustedes pueden imaginar. Estos “señores” eran
fáciles de distinguir, aún cuando trataban de pasar
desapercibidos en el conjunto de una clase numerosa, de
manera que Lombardi rápidamente se le ocurrió dejarlos mal
parados, y es así como al terminar de explicar un tema
importante, dijo que para mejor comprensión del mismo iba a
invitar a un alumno, para que pasando al frente resolviera un
ejemplo de lo enseñado. Por supuesto que designó a uno de los
policías para que pasara al frente, diciéndole que él le ayudaría
a resolver el ejercicio y que no tuviera miedo al pizarrón.. Decir
eso y estallar una carcajada de todo el curso, acompañada de un
apuro de tres personas que prácticamente huyeron del aula, fue
algo que siempre se recuerda.
Ya jubilado, pasó sus últimos años como asesor del equipo
contable de la caja de Ingeniería, a la cual nuestra empresa
hacía el servicio de computación, de la cual en ese entonces yo
era gerente técnico, por razones de trabajo todas las semanas lo
visitaba para tomar un café y conversar sobre los problemas que
se presentaban periódicamente en los programas.
Una mañana recibo una llamada telefónica del contador de la
caja, comunicándome que el ingeniero Lombardi estaba
internado muy mal en un sanatorio, que si quería verlo debía
visitarlo de inmediato. Fue una mala noticia, aún cuando yo
sospechaba que estaba enfermo, él no lo manifestaba. Por
supuesto, salí rápidamente para visitarlo, pero al llegar me
encontré con la señora en la puerta de la habitación; me dijo
que él no quería ver a nadie, sin embargo al oír mi voz escuché:
- Déjalo pasar. Así pude despedirme con un abrazo y con sus
últimas palabras: - “negro, de esto no me salvo”, y lloramos
juntos, costándome despegarme de su abrazo. Perdía a un gran
amigo.
227
...Los recuerdos son como son (...) son imágenes con todos aquellos olores, ruidos y sensaciones. Pero sobre todo lo táctil, que a mi entender juega un papel importante, quizá el mayor en toda la vida del hombre.
...Los recuerdos aparecen en distintos momentos; cuando quiero acordarme o en forma imprevista. Los recuerdos poseen un mecanismo de “censura”, algo entre el consciente y el inconsciente, como una barrera que no permite retenerlo en el presente pero sí varios días después. ...Los recuerdos hablan de un día a la tarde, en la casa de 2bis. Yo tenía 13 años y mi padre hablaba con mi madre, sobre su renuncia a Vialidad. Recuerdo estar en la puerta de casa, junto a mis padres estaba también un amigo...Ellos hablaban y yo, como siempre, me encontraba en el lugar equivocado. Me pidieron que me fuera porque ellos tenían que hablar. Tengo todavía muy presente el rostro de mi hermano que sí entendía lo que pasaba. ...La memoria sigue viviendo. Aún tengo presente mi deseo de ponerme un pantalón vaquero, que en esa
época usaban todos mis amigos; pero siempre un pantalón había...
...Por más simple que sean, hay situaciones que quedan marcadas a fuego. Vivirlas intensamente es lo que les trasmito a mis hijos y ahora a mis nietas. La enseñanza de mis padres continúa proyectándose en mi familia.
Marcelo
228
RELATOS
ORTIZ – PEDERNERA
2008
INDICE
PROLOGO ................................................................................ 1
REFLEXIONES I ........................................................................ 2
1. Génesis ............................................................................... 3
2. La primera escuela .............................................................. 8
3. Hucal un pueblo ferroviario ............................................... 12
4. Una escuela en la Pampa .................................................... 19
5. Un viaje frustrado ............................................................... 22
6. En los campos de San Luis ................................................. 25
7. El regalo de mi abuelo ........................................................ 33
8. Caza de guanacos ................................................................ 38
9. El servicio militar de los estudiantes .................................. 47
10. Malas palabras ..................................................................... 56
11. Una lección de vida ............................................................. 61
12. Una visita inesperada .......................................................... 65
13. El fútbol como solución ...................................................... 67
14. Viajes accidentados ............................................................. 71
15. Encuentros .......................................................................... 80
16. Un caso místico ................................................................... 85
17. Otro caso místico ................................................................ 90
18. Celina ................................................................................... 94
19. Allée – Allée ........................................................................ 101
20. Hechos recurrentes .............................................................. 107
21. Sueño de una alumna ........................................................... 114
22. Algunos consejos ................................................................. 118
23. El tanque .............................................................................. 125
24. Reconocimientos ................................................................. 129
25. Relatos ferroviarios ............................................................. 133
26. Los perros ........................................................................... 137
27. Nombres y confusiones ...................................................... 143
28. Prejuicios ............................................................................ 147
29. Homenaje ............................................................................ 153
30. Un día desafortunado .......................................................... 156
31. Enfoques distintos .............................................................. 161
32. El caso Filler ....................................................................... 164
33. Un verdadero maestro ........................................................ 169
34. Algo más de Hucal ............................................................. 173
35. Juegos infantiles ................................................................. 179
36. Plaza Huincul ..................................................................... 187
37. YGB ................................................................................... 192
38. Turismo virtual .................................................................. 197
39. La luz mala ........................................................................ 201
40. La caza ................................................................................ 204
41. Mis estudios secundarios ................................................... 209
42. El despegue ........................................................................ 214
43. Situaciones difíciles ........................................................... 219
44. Un amigo inolvidable ........................................................ 224
REFLEXIONES II .................................................................... 228