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MENORCA Jueves 24enero2013 Menorca ‘13

PREMI MATEU SEGUÍ PUNTAS 2013. ARTICLE GUANYADOR

EDI CARRETERO Madrid

Que Madrid es de color naranjaCreo que la mayoría de las ciudades españolas lo son. Pero son soloconjeturas. Como en la trilogía deEl Padrino de Coppola, en Madridel naranja es un color importante.Es el color de sus noches, que seproyecta en sus vetustos muros yrostros y le habla a uno de todo loque no dice la gente.

— “Pues espero que no sea nada, porque mañana tengo quecoger el coche para ir a ver amihija a Barcelona y con el pie asíno puedo conducir”.

Estoy en una ambulancia enla esquina de la calle Juan deMena con Alfonso XII, cerca delparque del Retiro. Miro al hombreque hay sentado ami izquierda,tendrá unos 60 años y pareceque es la primera vez que recibeun balazo de goma. Dibujo unasonrisilla nerviosa y bromeocon el enfermero que me vendael brazo. “Joda esta movida porun golpe en el codo?”

Para un joten estudiante declase media, todo esto no dejade ser algo emocionante e incluso divertido. Un golpe, un viaje enambulancia, un poco de hielo yalgo que contar en clase a la mañana siguiente. No hemos vivido una guerra, no nos hemos escondido de las bombas ni hemosvisto nuestrascasas reducidas aescombros, nadie ha fusilado anuestros padres ni hermanos.Mantener la compostura formaparte del juego. Comportarte como un Clint Eastwood cualquiera, masticar el cigarrillo, ayudar alde al lado. Un auténtico guerreroeuropeo.

Algunos factores se mantienen constantes. Pronto, los niñospodrán acudir a las manifestaciones para hacerse un par de fotosmientras corren delante de losfurgones. Luego podrán comprarlas en la tienda de regalos con unmarco precioso. “Mi primera carga policial”. 9,95 la unidad. Y esepuesto de patatas fritas que nopuede faltar en ninguna festividad española, llenando el aire delinconfundible olor que desprende la grasa vieja. Porque tantocorrer, sea delante de la policía ode las vaquillas, acaba por abrirel apetito.

— “~Vesa? ¿Servesa? Un eulo,solo un

Uno ve muchas cosas paseando por Madrid. A veces me gustafijarme enlos indigentes. Me gusta ver a las chicas embutidas ensus vestidos y zapatos de fiestadesfilar delante de sus narices. Sealejan contoneándose y llevandoel compás con el delicioso ruidode los tacones, seguidas por lamirada cristalina de la mujer sinpiernas que extiende .la manoabierta desde el suelo. No tardoen seguir mi camino, evitando enla medida de lo posible la incómoda presencia de la mendiga.Estoy acostumbrado. Todos loestamos. Conseguir un pedazode atención suele ser muy dificitSegún leí en los periódicos, uno

» Me gusta ver alas chicas embutidasen sus vestidos yzapatos de fiestadesfilar delante desus narices. Se a[ejancontoneándoseyllevando el compáscon el delicioso ruidode los tacones.

» No hay lugar paraesconderse, solomiradas fijas en el suelodevagonesde metro

de esos vagabundos del Dharmaconsiguió llamar la atención denada más y nada menos que laalcaldesa Botella, curiosamenteen mitad de un acto público, rodeada de cámaras. ‘Vamos a quela atienda el Samur social”.

La sin techo la mandó a haca puñetas. Como dijo una vezDiógenes al célebre AlejandroMagno, “apártate, que me tapasel sol”. Hubiera sido divertido estar alli.

— ‘~Anda dame una, pero de lasgrandes”.

Al llegara la Plaza Mayor sobrelas dos y media de la madrugada,el naranja de Madrid muta haciatori,os más dickensianos. Beber enesa zona puede ser peligroso, porlas.multas. Pero no más peligroso que la vida. No más arriesgadoque vivir en la calle. Como las do-

cenas de hombres y mujeres quese apiñan entre cajas de cartónfrente a lo que horas más tardeserán bares y restaurantes llenosde pálidos visitantes extranjeros.En la vida de las ciudades, gobernadas por la cobardía y el individualismo, la única salida es lalocura No hay lugar para esconderse, solo miradas, miradas fijasenel suelo de vagones de metroy enbiillantes cristales, cada unode ello~s moldeado a la medida denuestra propia indiferencia. lavida puede ser maravillosamenteasfixiante, solo hay que alzar lavista.

— “Cuando nos acabemos labirra entramos aquí”.

Caminary caminar, y escucharel rugido de miles de estómagosal mismo tiempo ypreguntarse auno mismo dónde está la salida.“El Gobierno cifra la asistenciaen 100.000 manifestantes, enun día de protestas que ha terminado con 15 detenciones y 32heridos”.

En ocasiones, la única formade escapar del aburrido ensueño de las costumbres diarias, espasar la noche en un calabozo oprender fuego a un par de contenedores. Recuerdo que me peguéa un grupo de mediana edad queparecía pacifico. Estaban todos depie, rigidós, hieráticos, en mediode la orgía de ruido y fuego quese había desatado a su alrededor.Todos menos uno, un hombremayor, con barba, que se arrodillaba yse llevaba las manos a lacabeza en una especie de ritualreligioso. Quizás simplementeestaba loco. Como aquella chica

» El caso es queaquella gente parecíaestar libre de porrazos,así que me quedé allíun buen rato. Podíaver las hogueras arderbajando hacia Atocha.

» Llevar un bolígrafoy un trozo de papelpuede ser tan peligrosocomo llevar un cóctelmolotov. Aquello eraun festín, una grancelebración.

que salió sernidesnuda a “rezar aIsis” en medio de todo el follón.Menuda estupidez. Aunque si loque quería era atención, la consiguió.

El caso es que aquella genteparecía estar libre de porrazos,asi que me quedé allí un buenrato. Podía ver las hogueras arderbajando hacía Atocha. Los antidisturbios se movían en bloquesde poco más de diez unida4es,corriendo de un lado para otro,eliminando los pequeño~ corpúsculos de encapuchados. Losfurgones volaban en todas direcciones, hacia los principales focosde violencia No era como erí laspelículas. Dos frentes cara a cara.Nada de eso. Era una especie deguerra de guerrillas.

Había una desordenada ma-rafia de personas de todo tipo entorpeciéndolo todo. Jóvenes con

cámaras y sin ellas, pensionistasrodeados de una incandescenteaura de invulnerabilidad. Aquello empezaba a aburrirme, así quecorrí detrás de un par d~ fotógrafos acreditados. Iban de un ladopara otro en sus geniales chalecosverdes y naranjas, una foto aquí,otra allá, las imágenes de la resaca del día siguiente. La tribu delos periodistas. Vi a uno de ellossentado en una parada de autobús, escribiendç en su portátil ala vez que hablaba por teléfono,indiferente al estruendo de lasescopetas.

-“Están cerrandoya. Vamos alWurli, a ver si hay cola”.

Nunca es fácil admitir una de-nota. Y menos si se es españoL Daigual que hayas robado una barrade pan o unos cuantos millones.Da igual que te traten de tú o deexcelentísimo señor, que te pifiennunca es agradable.

“El pleno en el Congreso, queterminó sobre la una de la madrugada, se llevó a cabo con totalnormalidad”. Las neurosis colectivas son un modo de liberarse

— de las individuales, aunque seadurante cinco minutos. Los cinco minutos de odio. De caminoa Atocha me refugié en un bar,donde los camareros limpiabanvasos y mesas, como cualquierotro martes a medianoche.

Podría haber disfrutado delespectáculo desde mi cómodatrinchera, pero quería verlo enprimera fila, de modo que seguími camino hasta llegar a la rotonda. Esta vez me acerqué a unpar de enfermeros del SAMUR,que charlaban con las manos ala espalda como quien comentaun partido de futboL Mi cámarase había quedado sin batería asíque saqué una libreta para tratarde escribir algo, pero no tardé endescubrir que no era buena idea

llevar un boligrafo y un trozode papel puede sertan peligrosocomo llevar un cóctel molotav.

Aquello era un festín. Unagran celebración, y al mismotiempo un acto rutinario. Era unacto temporal, un manifiesto pos-moderno y un monumento a loabsurdo. El sonido de cientos demiles de vidas enfrentándose ala maldición del tedio, asaltandolas calles con tímida determinación. Todo ello en la retumbanteluminaria del Madrid del sigloXXI, que cambia noche tras noche y, sin embargo, es el mismosiempre.

—“Yo me voy a casa, estoy cansado y además es imposible entrar en este sifio”.

Y eso fue todo. La puerta dela ambulancia se cerró detrás demí y mis pasos fueron testigosde cómo se atenuaban las vocesde los enfermeros ami espaldaMientras me ponía la chaquetasobre el brazo que me quedabalibre, alcé la mirada para ver alhelicóptero sobrevolando la cercanaPlazade Cibeles yrememoréel final de una mis películas favoritas. “Quite an experience to livein feas, isn’t it?’~

Madrid me mata

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