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Especialización Maestría
HISTIORIOGRAFÍA GENERAL DEL SIGLO XIX: CONSTITUCIÓN DE SABERES, PRINCIPIOS DOMINANTES Y SUS
GÉNEROS DE EXPRESIÓN
MARIA LUNA ARGUDIN
2ª. EDICIÓN CORREGIDA Y AUMENTADA
2007 / 2008
Posgrado en Historiografía
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INDICE
Presentación
Objetivos Generales
La estructura del curso y sistema de trabajo
Criterios de evaluación
Eje de trabajo 1. Los problemas historiográficos
Eje de trabajo 2. La construcción de la historiografía liberal: constitución de saberes y los principios dominantes, 1822-1850
Eje de trabajo 3. La polimorfia del conocimiento histórico: de la novela a México a través de los siglos (1867-1890)
Eje de trabajo 4: El polimorfo conocimiento histórico: de la historia a la sociología, del romanticismo al naturalismo (1900-1910)
Bibliografía
Autoevaluación
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Presentación∗ La Historiografía Crítica propone que su objeto de estudio es el análisis desde la
historicidad del conocimiento histórico, en otras palabras, de cualquier forma de
registro de memoria.
La historicidad es en palabras de Silvia Pappe “la posibilidad, condición y
necesidad para la constitución del pensamiento y del conocimiento histórico”. Es
de sobra conocido que un hecho, un documento, un libro, una interpretación e
incluso un paradigma es interpretado de distintas maneras por cada estudioso, y
estas diferencias se acentúan al compararse las interpretaciones hechas por autores
de distintas épocas, ello se debe a que cada lectura se lleva a cabo desde un
horizonte de enunciación específico.
Horizonte es un término acuñado por Hans Georg Gadamer que designa “el
ámbito de visión que abarca y encierra todo lo que es visible desde un
determinado punto”.1 Si se mueve el observador, si cambia su situación, incluso
con vivencias y lecturas, el horizonte será diferente, aunque el punto de
observación sea parecido, ya que “el horizonte se desplaza a paso de quien se
mueve”.2 El horizonte, por lo tanto está enmarcado por un tiempo y un espacio
particular, y cobra coherencia a partir de los principios dominantes que lo
constituyen.
∗ Muchas de las ideas que aquí se presentan fueron desarrolladas en María Luna Argudín, Historiografía General del siglo XIX, México, Maestría en Historiografía de México\UAM-A (Cuadernos de Posgrado); no obstante, para esta nueva edición se han ampliado algunas explicaciones y se reformuló el cuarto eje de trabajo. Mi más profundo agradecimiento a Leticia Algaba Martínez, quien por muchos años se ha dedicado al estudio de la literatura decimonónica a ella le debo valiosas orientaciones. Mi reconocimiento para Carlos Martínez Ruiz, quien colaboró localizando muchos de los materiales que han servido de base para este trabajo. Sin la diligente ayuda de Julio Cesar Villar Segura, este trabajo no hubiera sido posible concluirlo. La antología que acompaña este Cuaderno está basada en la que Cuauhtémoc Hernández Silva elaboró para la Maestría en Historiografía de México en 1999.
1 Hans Georg Gadamer, Verdad y Método. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1988, p. 369. 2 Idem, p. 375.
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Es otra vez Silvia Pappe quien ha definido los principios dominantes. Estos
son marcas culturales de una época, que pretenden construir una identidad y por
lo tanto superar la temporalidad, por ello se presentan como indefinibles y
ahistóricos. En todo discurso afloran y determinan los recursos conceptuales
empleados con los que esa sociedad indaga en sí misma.3
Este cuaderno propone que el principio dominante del siglo XIX mexicano
fue la libertad individual, la que se buscó concretar a través del liberalismo en los
ámbitos político y económico y del romanticismo como sensibilidad y forma de
expresión. Por ende, el conocimiento histórico en este largo siglo estuvo
encuadrado por una misma preocupación que se plasma en los intentos por
conocer y recuperar el pasado para explicarse el caótico, inestable y doloroso
presente. Los intelectuales acudieron al pasado con un afán programático: cómo
fincar la libertad y cómo evitar la posibilidad de que nuevamente se establecieran
el despotismo y los gobiernos tiránicos. Para la mayoría de las elites intelectuales,
estos males quedaban sintetizados en el gobierno virreinal, de cuya herencia era
necesario desprenderse para definir y construir una cultura e identidad nacional.
3 Silvia Pappe, “El concepto de principios dominantes en la historiografía crítica”, en Gustavo Leyva (Coord.), Política, identidad y narración, México, UAM/CONACyT/Porrúa, 2003, pp.503-516.
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OBJETIVOS GENERALES
a) Conocer un panorama general sobre los distintos registros de la memoria en el siglo XIX.
b) Identificar las distintas formas de la constitución de los saberes en el siglo XIX.
c) Distinguir la función del romanticismo en la escritura nacionalista del pasado histórico.
d) Analizar la imbricación del positivismo, del liberalismo y del nacionalismo en el conocimiento histórico de las postrimerías del siglo XIX.
e) Argumentar una interpretación propia de la historiografía liberal decimonónica.
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LA ESTRUCTURA DEL CURSO Y SISTEMA DE TRABAJO
Esta uea está diseñada para brindarte una visión general de los diversos registros
de la memoria utilizados en el siglo XIX e introducirte en el análisis historiográfico
de los discursos a partir de uno de sus elementos constitutivos: los principios
dominantes.
Cuando tengas este Cuaderno de Posgrado en las manos estarás cursando
simultáneamente Metodología II y Taller I Con el objeto de que retroalimentes los
conocimientos adquiridos algunas de las actividades que realizarás en este
trimestre están íntimamente ligadas a dichas uea.
El sistema de trabajo que se te propones es el siguiente:
En la primera semana del trimestre lee este Cuaderno de Posgrado en su conjunto.
Elabora un cronograma en el que planees las actividades para todas las uea. En la
primera semana también relee la introducción al primer eje de trabajo y desarrolla
la actividad indicada.
Cada Eje de Trabajo señala las actividades que debes desarrollar y las fechas de
entrega. Se te solicita que con base en las lecturas que se te proporcionan en la
Antología que acompaña este Cuaderno elabores comentarios críticos y un ensayo
final, los criterios para elaborar este tipo de textos los encontrarás en el Cuaderno
de Posgrado de Metodología.
Es recomendable que al finalizar la 9ª semana del trimestre, entregues a tu
profesor-asesor un esquema de redacción de tu ensayo en el que indicarás
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claramente el título tentativo, un primer planteamiento del problema así como una
primer selección bibliográfica en la que apoyarás tu análisis, de manera que
puedas discutir este primer planteamiento con el profesor-asesor de la materia, y si
lo deseas también con tu tutor.
En cada Eje de Trabajo encontrarás una bibliografía complementaria que puede
apoyarte en la elaboración de tu tesis o producto terminal de la especialización. En
la Antología que se te brinda como apoyo didáctico no se han incluido algunos
textos, sin embargo éstos son de fácil acceso en bibliotecas y librerías.
Semana ACTIVIDAD 1ª. Cuaderno de Posgrado. Elaboración de un cronograma.
Desarrollo de la actividad indicada en el Eje de Trabajo 1. 2ª.- 11ª. Desarrollo de las actividades de los Ejes de Trabajo. 9ª. Entrega del esquema de redacción del trabajo final. 11ª. Entrega del ensayo final. Algunas Sugerencias:
• Al planear tu cronograma toma en cuenta la carga académica a la que estás sujeto. Algunas te exigirán mayor tiempo y dedicación que otras.
• Al llevar a cabo la lectura de los textos señalados toma notas que te resulten útiles para desarrollar varias actividades, ya que algunas están vinculadas, asimismo te deberán ser útiles para elaborar tu ensayo final.
• Conserva siempre una copia de los trabajos que entregues ya que ello te facilitará desarrollar las actividades diseñadas para la segunda mitad del trimestre.
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CRITERIOS DE EVALUACIÓN
La calificación del alumno se conformará en un 60% por la suma de las
actividades desarrolladas semanalmente a lo largo del trimestre. Las
actividades serán entregadas al profesor-asesor en las fechas programadas para
tal efecto.
El 40% de la calificación restante se obtendrá con un ensayo monográfico que
tendrá una extensión máxima de 15 cuartillas.
Los objetivos que se persiguen con la elaboración de un ensayo son:
a) ampliar los conocimientos sobre el tema que se escribe,
b) desarrollar las habilidades para transmitir por escrito lo que se piensa,
c) desarrollar las habilidades de argumentación y fundamentación de tus
propios puntos de vista y
d) reflexionar sobre la metodología que utilizarás como herramienta de
análisis.
Para obtener una calificación aprobatoria es necesario entregar cada una de las actividades en las fechas señaladas.
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Eje de trabajo 1: planteamiento de los problemas historiográficos
En este Cuaderno de Posgrado se identifican y analizan los principios
dominantes que constituyeron el pensamiento histórico decimonónico. Los
principios dominantes son las marcas que dan forma al horizonte cultural de
una época, y por tanto se manifiestan en todos los discursos.4 Se propone que
los principios dominantes fueron dos: la libertad individual y la mexicanidad,
el contenido de estos principios y su significación se construyeron en el
ámbito político y económico a través del liberalismo y en el ámbito de la
escritura por medio del romanticismo, y es por medio de esta doble óptica
que los muy diversos intelectuales buscaron en el conocimiento del pasado no
sólo una explicación a la problemática del presente, sino una definición de
una identidad propia, una identidad mexicana y, por ende, con la
recuperación del pasado buscarían difundir su proyecto político.
Antes de revisar la manera en que los intelectuales orientaron la
escritura del pasado, es necesario hacer unas cuantas precisiones sobre los
conceptos nodales que se analizarán.
La historia
La historia hasta finales del siglo XIX no contaba con un estatuto disciplinario
propio. Luis de la Rosa en abril de 1844 leyó una conferencia en el Ateneo
Mexicano que es ilustrativa. Sostuvo que bajo la literatura debían entenderse
“los idiomas, la oratoria, la poesía, todos los escritos inspirados por la
imaginación o que son la expresión de un sentimiento, la historia y todos los
ramos anexos a ella”. La literatura en este sentido amplio era considerada
como “el más poderoso instrumentos para propagar la instrucción y la
4 Para mayores detalles véase el Cuaderno de Posgrado Metodología I.
10
moralidad”, y en consecuencia el instrumento que más podía “influir en la
civilización y en el engrandecimiento de los pueblos”.5
La historia entendida como parte de la literatura y su función social
axiológica son herencia del pensamiento iluminista, y aún del clásico, y
fueron uno de los elementos constitutivos del pensamiento decimonónico que
se expresó en “conservadores” como Tadeo Ortíz de Ayala y José Justo
Gómez de la Cortina y en “reconocidos liberales” como Guillermo Prieto,
Manuel Payno, José María Lafragua, Ignacio M. Altamirano y Vicente Riva
Palacio.
Los intelectuales cultivaron varios géneros de las “artes liberales”, por
eso se las ha llamado polígrafos. Persiguieron una misma función social:
civilizar a los pueblos. Carlos Ma. Bustamante, además de ser periodista
desempeñó varios cargos públicos,6 lo mismo ocurriría con los miembros del
Ateneo José María Lafragua7 y Luis de la Rosa.8 Guillermo Prieto9 escribió
5 De la Rosa, “Utilidad de la literatura en México”, en Jorge Ruedas de la Serna (coord.), La
misión del escritor. Ensayos Mexicanos del siglo XIX. México, UNAM, 1996, p. 87. 6 Carlos María de Bustamante (1774-1848). En 1805, edita el Diario de México; en 1812, al
promulgarse la libertad de imprenta, redactó y editó El Juguetillo. Fue también redactor del Correo Americano del Sur y escribe para el Semanario Patriótico Americano. En el Congreso de Chilpancingo participa como representante por la ciudad de México. En 1822 es diputado al Congreso, que lo elige presidente; durante ese año se publica el periódico La Avispa de Chilpancingo, periódico en el que se dedica a revisar la guerra de independencia. En 1984, y tras oponerse al federalismo, escribe en El Sol y otros periódicos a favor del centralismo. Entre 1837 y 1841 es uno de los cinco miembros del Supremo Poder Conservador. Es autor de Cuadro histórico de la revolución de la América Mexicana, comenzada el 15 de septiembre de 1810, El Nuevo Bernal Díaz del Castillo, o sea historia de la invasión de los anglo-americanos en México. Bibliografía elaborada por Carlos Martínez Ruiz, apud Humberto Musacchio, Diccionario Enciclopédico de México. México, Andrés León Editor, 1989, p. 237.
7 José María Lafragua (1813-1875). Fue miembro del Instituto Nacional de Geografía y Estadística (1835), y de la Academia de San Juan de Letrán (1836). Además de aceptar la redacción del periódico poblano El imperio de la opinión; en 1838 edita la revista El ensayo literario, para la década de 1840 edita la revista El apuntador (1841) y El Ateneo Mexicano (1844), además de pertenecer durante estos años a la asociación llamada “El Ateneo”. Es diputado por el estado de Puebla (1842), secretario de Relaciones Exteriores (1846), y en 1847 se reintegra al Congreso como diputado por Puebla. Fue secretario de Gobernación en el gabinete de Ignacio Comonfort (1855-1857); durante 1855 expide el Reglamento de la Libertad de Imprenta, conocido como “Ley Lafragua”; en 1867 al triunfo de la República es nombrado magistrado de la Suprema Corte de justicia e integrante de la Comisión para redactar el Código Civil; en 1868 fue magistrado de la Suprema Corte de Justicia; entre 1872-1875 es nuevamente secretario de Relaciones Exteriores hasta su muerte. Entre sus colaboraciones en periódicos destacan: El Siglo XIX, El Monitor Republicano, El
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cuentos, cuadros de costumbres, innumerables artículos periodísticos para
dar a conocer los principios liberales y constitucionales, buscó crear la
epopeya de la independencia con su Romancero nacional, como orador fue
uno de los más convincentes diputados del Constituyente de 1856–1857 y
continuaría fungiendo como congresista federal en la República Restaurada.
Ignacio Manuel Altamirano luchó en la rebelión de Ayutla (1854) y en la
Guerra de Reforma (1859-1860), fue diputado federal, periodista y editor,
publicó poesía (Rimas, 1871), novelas entre las que sobresale Navidad en las
montañas (1891) calificada como “la más importante obra del utopismo
mexicano”10 y fue el más destacado “crítico literario”. Francisco Zarco, el
federalista y el Semanario de las Señoritas Mexicanas (1841-1844). Es coautor de las novelas Netzula (1832) y Ecos del Corazón (1837), además de escribir Negocios pendientes entre México y España (1958). Carlos Martínez Ruiz, apud Musacchio, op. cit., p. 997 y Luis Oliveira “José María Lafragua” en Antonia Pi-Suñer Llorens (coord.), Historiografía Mexicana. Vol. IV. En busca de un discurso integrador de la nación. México, UNAM\IIH, 1996, p. 339.
5 Luis de la Rosa (1804-1856). Cofundador del periódico Estrella Polar (1824) y El Fantasma (1824). Colaborador del gobernador de Zacatecas (1828-1834), diputado local y militante federalista. Colaboró también en El Siglo XIX, El Ateneo y El Museo Mexicano. Participó en el movimiento popular que derrocó a Santa Anna (1844); fue secretario de Hacienda (1845), de Justicia y Negocios Eclesiásticos (1847-1848), de Relaciones Interiores y Exteriores (1848) e intervino en la firma de los Tratados de Guadalupe-Hidalgo (1848). Fue nuevamente secretario de Relaciones Interiores y Exteriores (1855-1856) y diputado al Congreso Constituyente de 1856-1857. Es autor de Impresiones de un viaje de México a Washington en octubre y noviembre de 1848 (1848), El Porvenir de México, Cultivo de Maíz en México (1846) y Miscelánea de estudios descriptivos (1848). Carlos Martínez Ruiz, apud, Diccionario Porrúa, Historia, Biografía y geografía de México. México, Porrúa, 6ª ed., Tomo IV, 1995, p. 534.
9 Guillermo Prieto fue miembro fundador de la Academia de Letrán (1836). En 1837 es nombrado redactor del Diario Oficial; más tarde ingresa al Siglo XIX donde se inicia como crítico teatral publicando sus famosos “San Lunes” de Fidel; colaboró también en la revista literaria El Museo Mexicano y se sumó a los redactores de El Monitor Republicano. En 1845, junto con Ignacio Ramírez, fundó el periódico satírico Don Simplicio. Fue diputado al Constituyente de 1857, senador de la República y secretario de Hacienda. En poesía destaca con La Musa Callejera y El romancero nacional. Escribió además Las memorias de mis tiempos y ensayos mexicanos en torno a la historia, Notas bibliográficas e índice onomástico de Eugenia W. Meyer, México, UNAM, 1992, p. 279 y Begoña Arteta “Guillermo Prieto”, en En busca de un discurso, op. cit., p. 35.
10 Altamirano (1834-1893) tomó parte en la Revolución de Ayutla en 1854, y combatió a los conservadores durante la Guerra de Reforma; a la etapa final de la guerra Altamirano se integraría en el periódico oficial de estado de Guerrero, El Eco de la Reforma. Fue diputado en 1861 para el Congreso General de la Nación; en 1863 figuró como miembro de la Diputación Permanente del Congreso en San Luis Potosí. Durante 1864 y 1880 reanuda sus actividades periodísticas colaborando en La Voz del Pueblo, publicado en su tierra natal. Colaboró en las principales
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periodista por excelencia, constituyente, diputado federal y novelista. Manuel
Payno también sería funcionario, periodista y novelista.11 Vicente Riva
Palacio quien, además de ser militar, desempeñó innumerables cargos de
elección popular, para recuperar el pasado escribió leyendas y tradiciones,
novelas históricas, dirigió la monumental obra México a través de los siglos, y se
encargó de escribir su segundo tomo.12
publicaciones de la época y fue cofundador de El Correo de México (1867) y el Renacimiento (1869), El Federalista (1871), La Tribuna (1875) y la República (1880). Otras novelas destacadas son Clemencia, y el Zarco. Muere mientras cumplía una misión consular en Europa. Carlos Martínez Ruiz, apud Musacchio, op. cit., p. 58, y Nicole Giron, “Ignacio Altamirano”, en En busca de un discurso integrador... op. cit., p. 257.
11 Manuel Payno (1810-1894). En 1847 combatió la invasión norteamericana y estableció el sistema secreto de correos entre México y Veracruz. Fue secretario de Hacienda (1949-1851), fue perseguido por el gobierno de Santa Anna y se exilió en los Estados Unidos; volvió a México al triunfo de la Revolución de Ayutla y se encargó nuevamente de la Secretaría de Hacienda (1855-1857). En 1858 se adhirió al Plan de Tacubaya de Félix Zuloaga; en 1861, luego del triunfo liberal, fue juzgado y marginado de la actividad política; en 1863 es acusado de conspiración y encarcelado por la Regencia del Imperio. Derrotado el Imperio volvió a la vida política y fue diputado en tres ocasiones consecutivas (1867-1875). Fundó, con Ignacio M. Altamirano, el periódico El Federalista. Fue profesor de historia en la Escuela Preparatoria, senador de la República (1880-1884), enviado a París por el presidente Manuel González para atraer inmigrantes (1882); cónsul en Santander (1886), cónsul general en España y nuevamente senador (1892). Colaboró en El Museo Mexicano, El Ateneo Mexicano, El Año Nuevo, Don Simplicio, El Siglo XIX, Boletín de la Sociedad de la Geografía y Estadística y la Revista Científica y Literatura de México, que editó Guillermo Prieto. En 1865 publicó las memorias de Servando Teresa de Mier con el nombre de Vida, aventuras, escritos y viajes del Dr. D. Servando Teresa de Mier. Coautor de Apuntes para la historia de la guerra entre México y los Estados Unidos (1848) y El libro rojo (1871). Autor de ensayos y crónicas: Memorias e impresiones de un viaje a Inglaterra y Escocia (1853), Contestación de los agentes de la convención inglesa (1855), La convención española (1857), México 1845-1846 (1859), la Memoria sobre la revolución de diciembre de 1857y enero de 1858 (1860), entre otros. En cuanto a sus novelas se encuentran: El fistol del diablo (1845-1846), El hombre de la situación (1861), Tardes nubladas (1871) y Los bandidos de Rio Frío (1889). Carlos Martínez Ruiz, apud, Diccionario Porrúa…op. Cit., p. 238.
12 Vicente Riva Palacio (1832-1896). Fue regidor (1855), diputado suplente al Congreso Constituyente (1856-1857) y secretario del Ayuntamiento de la ciudad de México (1857). En 1858 fue encarcelado por Félix Zuloaga y al año siguiente por Miguel Miramón. Durante los años 1861-1862 fue diputado federal. En 1862, iniciada la intervención francesa, organizó una guerrilla que se unió a las fuerzas de Ignacio Zaragoza; siguió al gobierno juarista a San Luis Potosí, donde se le designó gobernador del estado de Michoacán y General en Jefe del Ejército del Centro, a la muerte de José María Arteaga. Durante la guerra editó periódicos como El Monarca (1863) y El Pito Real; compuso los versos de canciones como Adiós, mamá Carlota (paráfrasis de Adiós, oh, patria mía, de Ignacio Ramírez Galván). Al triunfo de la República dirigió La Orquesta y fue magistrado de la Suprema Corte de Justicia (1868-1870). Colaboró en El Correo del Comercio, La Vida en México, El Imparcial, El Radical y El Ahuizote (1874-1876) y fue redactor de El Constitucional (1874). Apoyó con las armas a Porfirio Díaz en la rebelión de Tuxtepec. Fue secretario de Fomento (1876-1880); en 1885fue ministro de plenipotenciario en Portugal y España país donde muere. Dentro de sus novelas
13
Los diversos autores que colaboraron en esta gran síntesis histórica son
también elocuentes ejemplos: José María Vigil, quien historió desde la guerra
de independencia hasta la década de 1840, incursionó en la poesía y en lo que
hoy llamaríamos crítica literaria;13 Alfredo Chavero, narra la historia
“antigua” de nuestro país, escribió varios cuentos ambientándolos en el
México prehispánico y a lo largo del porfiriato fue un muy destacado
congresista. Enrique de Olavarría y Ferrari escribió cinco novelas, seis obras
dramáticas, veinticinco obras históricas y entre ellas el tomo IV de México a
través de los siglos en que narra la primera mitad del siglo XIX. En pocas
palabras, los escritores decimonónicos antes que poetas, novelistas e
historiadores eran polígrafos que acudieron a la literatura –en este sentido
amplio- para defender y difundir sus proyectos políticos sociales y culturales.
Liberalismo
Algunos autores conciben al liberalismo como una doctrina o una ideología.
Otros, se refieren a la “revolución liberal” o al horizonte liberal.14 Cada una
históricas principales se encuentran: Monja y casada, virgen y mártir (1868), Martín Garatuza (1868); Calvario y Tabor (1868), Las dos emparedadas (1869), Los Piratas del Golfo (1869), La vuelta de los muertos (1870), Memorias de un impostor, don Guillén de Lampart, rey de México (1872); escribió también Historia de la administración de don Sebastián Lerdo de Tejada (1875), Los Ceros (1882), Páginas en verso (1885), Mis versos (1893), Cuentos del general (1896) e Historia de la guerra de intervención en Michoacán (1896). Carlos Martínez Ruiz, apud, Diccionario Porrúa…op. cit. p. 345.
13 Dentro de la producción hemerográfica de Vigil destaca como colaborador del periódico La Revolución en 1855; un año después es director de El País, periódico oficial del estado de Jalisco. En 1862 al inicio de la Intervención Francesa, emigra a San Francisco, California y funda el periódico El Nuevo Mundo; para 1869 será redactor en jefe de El Siglo Diez y Nueve, posteriormente del periódico El Eco de Ambos Mundos; fundaría la Asociación de Periodistas Escritores. En 1874, funda y dirige El Porvenir y en 1878 escribe cinco artículos en el periódico El Sistema Postal sobre la necesidad de estudiar la historia patria. En 1880 es designado director de la Biblioteca Nacional; participa en cinco legislaturas. Muere en la ciudad de México dejando importantes obras entre las que destacan La Reforma, La Intervención y El Imperio (1889); La Reseña Histórica de la Literatura Mexicana (1894); y las antologías de poetisas mexicanas. Editó la Historia de la Indias del padre Las Casas, la Crónica mexicana de Tezozómoc y Memorias para la historia del México Independiente, por José María Bocanegra. Carlos Martínez Ruiz, apud. Ortega y Medina, Plémicas y ensayos… op. cit., p.158.
14 Por ejemplo Marcello Carmagnani utiliza en Federalismos latinoamericanos: México, Brasil y Argentina el término “horizonte liberal”, mientras que Alicia Hernández en La tradición republicana del buen gobierno, se refiere a la “revolución liberal”.
14
de esas definiciones plantea diferentes características y orígenes, diferentes
sentidos y proyecciones.
El vocablo liberalismo hace referencia a un periodo; así se afirma que el
“siglo XIX es la época del triunfo liberal: ninguna doctrina habló con la
misma autoridad o ejerció influencia tan general desde Waterloo hasta la
iniciación de la Gran Guerra”.15
El mismo vocablo designa una doctrina política difusa, que en cada país
asumió rasgos distintos pero al extraer sus peculiaridades se define como un
conjunto de creencias que tendieron a la ampliación de la esfera de la libertad
frente al Estado, tomando como fundamento el jus naturalismo para demandar
que los derechos naturales del hombre (concebidos como inalienables,
superiores y anteriores al Estado) fuesen convertidos en derechos positivos y
en la base de las instituciones. Buscó el establecimiento de un estado de
derecho por medio de leyes generales (leyes fundamentales o constituciones)
que garantizaran la igualdad del ciudadano ante la ley y que impusieran
obstáculos al despotismo a través de la clásica división de poderes o del
parlamentarismo,16 es en este sentido en el que se utiliza en este libro.
Conviene señalar que la palabra “liberalismo” conduce a otras
referencias. La historiografía mexicanista, bajo el término liberalismo
implícitamente refiere a la lucha entre los partidos conservador y liberal, cuyo
enfrentamiento esencialmente se definió por la relación que en el nuevo país
habría de establecer entre la Iglesia y el Estado. Sin embargo, ambos partidos
coincidieron en los principios básicos doctrinarios que se han señalado, por lo
que algunos autores han propuesto que en las tres primeras décadas del
México independiente no hubo un partido conservador sino pugnas entre
15 Harold J. Laski, El liberalismo europeo. México, FC E, 1979, (Breviarios, 81), p. 202. 16 Norberto Bobbio, Liberalismo y democracia. México, FC E, 1979. (Breviarios, 476), pp. 7-31. Se
puede consultar también el capítulo IV. “La era liberal” en John Gray, Liberalismo. México, Nueva Imagen, 1992, pp. 53–68.
15
distintas facciones y modalidades liberales (a este problema se volverá mas
adelante).
En este Cuaderno de Posgrado se invita a superar la imagen que tiene el
público mexicano no especializado (por ejemplo el estudiante de licenciatura)
que concibe al liberalismo como un movimiento netamente republicano,
democrático, federalista, laico y nacionalista que condujo a la separación de la
Iglesia y el Estado. Esta imagen reduce el amplio espectro de posiciones
políticas que se manifestaron en México: confederalistas, federalistas,
centralistas, monárquicos, republicanos, pero todos ellos liberales.
Debe precisarse que la historia europea escrita en el siglo XIX recibe el
calificativo de “historiografía liberal”, sin importar el bando en el que
militaron sus autores, ello se debe a que la estrecha relación entre la “doctrina
liberal” y la producción realista-romántica de estudios históricos fue
acompañada por una profunda reflexión sobre la función de la historia y
condujo a una nueva forma de escribirla. En términos generales, puede
afirmarse que esta nueva escritura de la historia se caracterizó por el
abandono de la explicación providencialista en el acontecer humano, el
creciente privilegio de la documentación sobre la memoria, la construcción de
caudillos y gobernantes como héroes cuyo ejemplo se esperaba que las
nuevas generaciones siguieran. La magistral creación de ambientes y la
convicción de que eran las acciones de los individuos los que determinaban el
acontecer, dentro de una gran evolución que marchaba hacia la consolidación
de las naciones.
Las características generales de la producción mexicana son las mismas.
Los escasos estudios sobre la producción conservadora mexicana obligan a
tomar como hipótesis que las características constitutivas de la escritura de la
historia liberal fueron las mismas para todos los grupos políticos, aunque
presentan divergencias menores que en los ejes de trabajo. Pese a ello, desde
ahora debe señalarse que no se estableció una relación mecánica entre las
16
ideas políticas radicales y una escritura “progresista”. Es significativo el caso
de Ignacio Ramírez, quien utilizaba el sobrenombre de El Nigromante para
escandalizar a las buenas conciencias cristianas, fue un jacobino radical en el
Congreso Constituyente, pero el teatro que escribió continuó enmarcando en
los moldes neoclásicos, que defendían los intelectuales cercanos a la iglesia
católica.
El romanticismo
La mayoría de los polígrafos del siglo XIX eligieron como forma de expresión
el romanticismo, no obstante éste es un concepto, e incluso categoría de
análisis de muy difícil definición.
El romanticismo –al igual que el liberalismo— era una forma de percibir
la realidad y una forma de expresión, acaso se trata de “una estética difusa”,
ya que las variaciones locales e históricas son tan profundas que no se puede
formular una teoría crítica. Goethe, por ejemplo, identificaba el clasicismo con
la salud y el romanticismo con la enfermedad. En cambio Victor Hugo
identificó el romanticismo con el liberalismo y la revolución. Charles
Baudelaire en sus Curiosidades Estéticas decía que el romanticismo no está
situado ni en la elección de los sujetos ni en la verdad exacta, sino en una
manera de sentir […] decir romanticismo es decir arte moderno –esto es,
intimidad, espiritualidad, color, aspiración a lo infinito, expresado por todos
los medios que tienen las artes.17
Bibliografía complementaria:
Para mayores detalles del liberalismo como periodo histórico se puede
consultar el capítulo IV. “La era liberal”, en John Gray, Liberalismo. México,
Nueva Imagen, 1992.
17 Charles Baudelaire ¿Qué es el romanticismo? Este texto puede consultarse en la página
web www.warwick.uk/fac/arts/history/teaching/sem10/baud.html
17
Para una caracterización de la historiografía liberal europea véase
Georges Lefebvre, El nacimiento de la historiografía moderna. Barcelona,
Ediciones Roca S.A., 1977 y en particular consúltese el capítulo 11. “Los
historiadores liberales de Occidente”.
18
Eje de trabajo 2. La construcción de la historiografía liberal: constitución de saberes y los principios dominantes, 1822-1850
Los autores mexicanos (por tanto aquello que publicaron a partir de 1822)
muestran una misma preocupación: cómo formar una cultura nacional. La
literatura en cualquiera de sus géneros --poesía, cuento, cuadros de costumbres,
novela, historia, oratoria, ensayo-- tenía una triple función: era una manera de
observar y reflexionar sobre la realidad, formaba los valores de las jóvenes
generaciones y era el espacio privilegiado para formar una cultura y una identidad
distinta a la española. No había fórmulas preestablecidas había en cambio una
misma certeza que compartían las elites, como dijera Tadeo Ortiz de Ayala en 1832
“A medida que los pueblos abandonan o se aplican a las ciencias y las artes, se
embrutecen o se civilizan”.18
En este eje de trabajo se presentan las características generales de las distintas
formas que se utilizaron para el registro de la memoria, su intencionalidad al
recuperar el pasado y la fusión entre romanticismo y liberalismo.
Los primeros géneros que comenzaron a explorarse en el México
independiente fueron los cuadros estadísticos, los cuadros históricos y la poesía,
para después escribir las primeras novelas históricas. Para abarcar este amplísimo
espectro se eligió como hilo conductor una breve presentación de los distintos
géneros y la reflexión sobre la escritura que publicaron en la prensa los principales
intelectuales del periodo que nos ocupa, muchos de los cuales durante la República
Restaurada escribirían novelas históricas e historias.
El género más socorrido en el primer tercio del siglo XIX fue el cuadro
estadístico, mismo que adoptó diversos formatos: exposiciones, noticias,
18 Tadeo Ortíz de Ayala, “De los beneficios del cultivo de las ciencias y las artes” en Jorge Ruedas de la Serna (Coord.), La misión del escritor. Ensayos Mexicanos del siglo XIX. México, UNAM, 1996, p. 35.
19
memorias,19 que tenían por objeto proporcionar información sobre el territorio,
sus habitantes y recursos naturales. Sus autores solían ser funcionarios que se
desempeñaron en el periodo colonial y posteriormente en los gobiernos de los
estados o departamentos del país,20 su importancia y permanencia fue tal que se
continuaron escribiendo aún en la segunda mitad del siglo.21
Dentro de este género se inscribe el primer tomo de Méjico y sus revoluciones
(1836) de José María Luis Mora, quien dedicó esta parte de su obra a las “noticias
estadísticas” para dar a conocer la extensión de la República y sus riquezas
naturales; el estado de la minería, industria y comercio; la propiedad, las rentas y
la hacienda pública. Mora explícitamente señaló que se proponía presentar una
continuación de la obra de Alejandro von Humboldt en vista de que “Méjico
después de 1804 ha sufrido cambios de mucho tamaño”,22 y al igual que
Humboldt fijó como punto de partida el orden natural que deriva de sus leyes y
que éstas a su vez regulan el orden moral y social.
19 El antecedente más antiguo de estos escritos son las Relaciones Geográficas que datan del
siglo XVI. Durante el periodo colonial se continuaron recogiendo este tipo de informes para lo cual se elaboraron cuestionarios específicos hasta dar forma en el siglo XVIII a las Memorias, cuya estructura básica se siguió utilizando en el siglo XIX. Para mayores detalles véase José Marcos Medina y Bustos, “Las memorias estadísticas en la primera mitad del siglo XIX: el caso del noreste mexicano”, en José A. Ronzón y Saúl Jerónimo (Coords.) Formatos, géneros y discursos. Memoria del Segundo Encuentro de Historiografía. México, UAM-A, 2000.
20 Por ejemplo, Miguel Ramos Arizpe presentó un cuadro estadístico ante las Cortes de Cádiz. Tadeo Ortiz Ayala escribió La estadística del Imperio mexicano (1822), pronto los estados publicaron las suyas. El título de la escrita por Juan Manuel Riego, Salvador Porras, Francisco Velasco y Manuel José de Zuloaga muestra los objetivos que se perseguían con este género: Memoria sobre las proporciones naturales de las Provincias Internas Occidentales. Causas de que han provenido sus atrasos, providencias tomadas con el fin de lograr su remedio, y las que por ahora se consideran oportunas para mejorar su estado, e ir proporcionando su futura felicidad (1822). Un buen estudio de los cuadros estadísticos regionales es la tesis de José Marcos Medina Bustos, “Sonora, tierra en `guerra viva` visiones sobre una sociedad de frontera (1822-1859). Un análisis historiográfico de las memorias estadísticas de la época los autores oriundos de la región”. Tesis de grado, Maestría en Historiografía de México. UAM-A, 1998.
21 Un ejemplo es el texto de José Guadalupe Romero: Noticias para formar la historia y estadística de Michoacán.
22 José María Luis Mora, México y sus revoluciones. México, Instituto Cultural Helénico–FCE, 1986, Tomo 1, p. VII.
20
De manera muy temprana se publicaron cuadros y ensayos históricos, sus
autores son ampliamente conocidos: Carlos María Bustamante, el Dr. Mora,
Lorenzo de Zavala y Lucas Alamán. Conviene señalar las características generales
de su escritura, pues ellos iniciaron una nueva forma de escribir la historia que
dominó el siglo XIX.
Los autores eran políticos, periodistas y también historiadores, pero
fundamentalmente eran “publicistas”. La suya era una historia inminentemente
política, de corte testimonial que se escribió para defender una causa, buscaron
“esclarecer la verdad” discutiendo los enfoques y los juicios de los autores que les
precedieron. Por ejemplo, Zavala en su Ensayo histórico de la Revoluciones (1831) y
Mora con su Méjico y sus revoluciones (1836) buscaban rebatir los juicios e
inexactitudes que Bustamante presenta en su Cuadro histórico (1822) y la obra de
Mariano Torrente, éste último –según Zavala– escribió bajo el encargo de Fernando
VII de España. Más tarde, José María Bocanegra escribiría Memorias para la historia
de México independiente (1862) buscando la imparcialidad que, a su juicio, no
alcanzaron los textos de Bustamante, Zavala, Mora, Alamán, entre otros.
En la nueva escritura, que con el tiempo se llamaría “historiografía liberal”,
los autores privilegiaron la documentación aún sobre su memoria, a pesar de
tratarse de testigos y connotados actores políticos; sus interlocutores en primera
instancia no son mexicanos sino que sus obras se dirigieron a “las naciones
civilizadas” y, en especial, al público europeo. En sus explicaciones excluyeron la
intervención de la Providencia, al igual que los racionalistas del siglo XVIII, de
modo que los hechos históricos cobraban sentido por causas naturales y humanas.
En este sentido puede afirmarse que Bustamante fue el último historiador
21
mexicano providencialista.23 La historia se concibe, como dijera Mora, como
“empresa de individualidades sobresalientes”.
La memoria que les interesó registrar era fundamentalmente el pasado
inmediato como parte de un diagnóstico de la sociedad en la que vivían, retrataron
su sistema político, su estructura socioeconómica y sus riquezas naturales,
convencidos de que el pensamiento humano era capaz de conocer los hechos
sociales y naturales y utilizar ese conocimiento para modificarlos.
Así, Lorenzo de Zavala en su Diario de Viaje a los Estados Unidos (1834)
comparó las instituciones norteamericanas con las mexicanas.24 Al narrar sus
experiencias en cada estado de la Unión Americana, expone la organización de los
poderes, el derecho al voto, el funcionamiento del ejército, etc., y transmite al lector
su admiración por los valores públicos norteamericanos: la tolerancia religiosa y el
respeto a las libertades públicas.
Escribieron también como una “vindicación”, el mejor ejemplo es el texto de
Mora Revista política de las diversas administraciones que la República Mexicana ha
tenido desde 1837, en la que hace un alegato de los enfrentamientos entre “el partido
del progreso” y “el partido del retroceso” durante la administración de Valentín
Gómez Farías y en la que él participó activamente.
Desde una perspectiva netamente política, se observa en la obra de Zavala y
Mora una definición acabada y sistemática de un programa partidista consolidado
en 1831-1833, cuando como grupo político accedió al poder con Vicente Gómez
Farías como vicepresidente y Antonio López de Santa Anna como presidente de la
23 Gloria Villegas asienta que para Bustamante la mano de la Providencia es inobjetable, la
excepcionalidad individual se explica en función de hombres predestinados que aceptan su misión divina. Así los héroes son aquellos que fueron capaces de concebir ideas que se identifiquen con el curso que la Providencia tiene trazado para el país. Gloria Villegas Moreno, “Reflexiones en torno al motor de la historia”, en Cuadernos de Filosofía y Letras, No. 1. México, UNAM\FFyL, 1985, p. 55.
24 Resulta interesante que Zavala publicara este libro en París casi al mismo tiempo que Alexis de Tocqueville diera a la imprenta sus primeros volúmenes de La democracia en América.
22
República. Lorenzo de Zavala en su “Memoria de Gobierno del Estado de México
por los años 1831-32” presentó los fundamentos de su gobierno ofreciendo una
síntesis representativa de la postura del “partido del progreso”.25
El documento doctrinario más difundido es el “Programa del Partido del
Progreso” elaborado por el Dr. Mora en el que proponía la libertad de imprenta,
abolir los fueros del clero y la milicia, la supresión de las instituciones monásticas,
conocer y amortizar la deuda pública con los bienes del clero, destruir el
monopolio educativo de la Iglesia, y la libertad de imprenta, pues los grupos
clericales defendían la censura para impedir que desde la prensa se atacara el
dogma. Resulta evidente que ambos documentos otorgan una excesiva centralidad
al conflicto entre la Iglesia y el Estado, debido a su carácter programático, en
cambio sus historias revelan una profunda discusión filosófico doctrinaria.
Zavala en su Ensayo histórico de las Revoluciones (1831) articuló la escritura de
la historia con la doctrina liberal. Esta amalgama se expresa en una denostación del
pasado virreinal para justificar la Independencia. Para Zavala la Colonia “es un
periodo de silencio, sueño y monotonía”, en cambio la Independencia permitió que
México progresara en la carrera de la libertad con la destrucción de los “intereses
creados por la superstición” (encarnada en la Iglesia) y el despotismo (de la
Corona).26
25 Zavala en su Memoria explicó que los liberales querían abolir las órdenes o estamentos para
construir una sociedad en la que los ciudadanos fueran iguales ante la ley, ello implicaba suprimir la “aristocracia eclesiástica”, que a su juicio existía en el país. Para Zavala una profunda reforma jurídica era necesaria ya que la Constitución de 1824 era un documento de transacción entre el partido del progreso y los serviles “porque al lado de las declaraciones de soberanía popular, creación de cámaras populares, libertad de imprenta, y otros semejantes que son puramente democráticas, están la intolerancia de otros cultos fuera del romano, el reconocimiento de fueros privilegiados, y el status quo de los establecimientos eclesiásticos y monacales, que han consagrado nuestras leyes coloniales”. Por ello exhortaba a los legisladores a “formar una democracia absoluta, sin mezcla de otros elementos heterogéneos”. Lorenzo de Zavala, Memoria de Gobierno del Libre y Soberano Estado de México para los años 1831\1832. Toluca, Imprenta del Estado, 1833, p. 34.
26 Lorenzo de Zavala, Ensayo histórico de las Revoluciones de México desde 1808 hasta 1830. México, F CE-Instituto Cultural Helénico, 1985, vol. 1, pp. 15 y 19.
23
Mora, en la ya mencionada historia, considera que la revolución liberal en el
ámbito político había concluido, sin embargo todavía faltaba una última y
profunda batalla en el campo axiológico que condujera a crear una nueva moral
social que --en palabras de nuestros días-- permitiera establecer un Estado de
derecho en el que las masas conocieran sus deberes políticos y civiles y actuasen
conforme a la ley, sin influjo eclesiástico.27
Pronto se inició una disputa por el momento fundacional de la nueva nación.
Zavala y Mora al tratar de desmarcarse del pasado colonial señalan que el país se
fundó con la Independencia; en cambio, Alamán trató de recuperar algunas de las
instituciones virreinales y, con ellas, su pasado. Los héroes fueron también materia
de disputa, los dos primeros eligieron a Hidalgo, mientras que el último se inclinó
por Iturbide, quien había planteado un tránsito pacífico del orden colonial a la
nación independiente.
Las interpretaciones históricas maniqueas han presentado la historia
mexicana del siglo XIX como la irreconciliable lucha entre los partidos liberal y
conservador. El primero representado por Mora, el segundo fundado por Alamán.
No obstante, el riguroso y ya clásico estudio de Charles Hale: El liberalismo
mexicano en la época de Mora ha mostrado los muchos puntos coincidentes entre
ambos intelectuales: pertenecían al mismo grupo masónico escocés; defendieron
los intereses de los propietarios; sentían el mismo temor a los grupos indígenas,
sector social que veían degradado. Hale mostró que Edumund Burke, el gran
inspirador del conservadurismo mexicano, influyó en ambos escritores, puesto que
Burke era el doctrinario del liberalismo inglés, defensor de la tradición y también
de la secularización, lo que lo convirtió en una influencia decisiva para liberales
27 Cfr. el capítulo “Estado de la moral pública”, en Mora, México y sus revoluciones, op. cit., vol.
1, pp. 547-551.
24
como Benjamin Constant, quien a su vez fue un pensador fundamental para los
intelectuales de nuestro país.
Sin duda, en el periodo “prereformista” hubo un importante conflicto
ideológico, pero éste se focalizó en el papel que debía jugar la Iglesia en la nueva
nación y en el régimen político que debía establecerse: centralismo o federalismo.
Sin embargo, el resto del credo liberal: el habeas corpus, el jus naturalismo, el
constitucionalismo, el principio de representación política, la libertad de comercio
y propiedad, etc., eran aceptados por Alamán. Debe insistirse con Hale que el
conflicto de la década de 1830 no puede analizarse a la luz del conflicto ideológico
que se solidificó entre 1847 y 1853 a consecuencia de la derrota mexicana en la
guerra de los Estados Unidos y que conduciría al surgimiento de lo opción
monarquista.
David Brading en Los orígenes del nacionalismo mexicano propone una
interpretación similar pues afirma que en la primera mitad del siglo XIX el
conflicto se debió al enfrentamiento de las distintas facciones liberales.
Si bien el cuadro y el ensayo histórico han sido privilegiados por el análisis
historiográfico, estos no fueron las únicas formas de recuperar el pasado ni las más
difundidas.
A lo largo del siglo XIX los intelectuales se veían a sí mismos como parte de
una empresa colectiva para formar una identidad nacional, en la que las artes
liberales y su difusión tenían un sentido civilizatorio. Su sentido colectivo pudo
organizarse con base en nuevas formas de sociabilidad, que se mantendrían a lo
largo del siglo XIX: las logias, las tertulias y veladas literarias, las sociedades y
academias. Todas ellas fueron importantes para la difusión y reflexión de ideas,
doctrinas políticas y corrientes literarias que se plasmaron en la escritura y fueron
también fundamentales para que los ciudadanos se organizaran políticamente.
25
La primera forma de sociabilidad fueron las logias masónicas que jugaron un
importante papel en la guerra de independencia, puesto que ofrecían a los
insurgentes una base organizativa clandestina que era a la vez una basta
organización internacional que apoyaba a los movimientos autonomistas con gran
eficiencia debido a su jerarquización. Antes de los partidos políticos fueron las
logias las que definían las corrientes políticas, después de la Independencia fueron
las logias yorquina y escocesa. Es una organización “moderna” en el sentido de
que la adhesión no era ya por corporaciones o estamentos como en el Antiguo
Régimen virreinal, sino que eran sociedades voluntarias, de ciudadanos que
establecían solidaridades y a ellas pertenecieron la gran mayoría de los hombres
políticos.28
Las academias y sociedades que surgieron en la década de 1830 tenían un
doble propósito: animar el intercambio de ideas e instruir al gran público. Lucas
Alamán en 1831 fundó desde la Secretaría de Relaciones y para fomentar la cultura
del país, la Sociedad de Literatos, la que sin embargo ha sido poco estudiada.29 En
cambio, los historiadores de la literatura mexicana han centrado su atención en la
Academia de Letrán.
Fue fundada en 1836 por un grupo de jóvenes: José María Lacunza, Juan
Neponucemo Lacunza, Manuel Tossiant Ferrer y Guillermo Prieto. Su objetivo era
formar una literatura nacional, en palabras de Prieto era “su tendencia decidida a
mexicanizar la cultura, emancipándola de toda otra y dándole carácter peculiar”.
Al núcleo original se irían incorporando los escritores citadinos, sin importar la
28 François Xavier Guerra, Del Antiguo Régimen a la Revolución. México, FCE, 1988, Vol. II, p.
332. 29 María del Carmen Ruiz Castañeda, “Introducción a José Justo Gómez de la Cortina” en La
misión del escritor, op. cit., p. 49.
26
facción política en la que se inscribían.30 En palabras de Prieto, “Con la Academia
de Letrán se produce una ruptura en la costumbre de ejercicio de la literatura: deja
de ser propiedad de religiosos y gente educada gracias a su posición social y
económica”.31
Es así como la existencia misma de la Academia fue un ejercicio de un
programa liberal. La participación individual de sus miembros muestra que habían
interiorizado su condición de ciudadanos, eran las elites ilustradas que --como
diría Guerra-- eran “las que piensan” y se piensan como “la voz de la nación”.32
La Academia, además de funcionar como lo que hoy llamaríamos un “taller
literario”, ofrecía conferencias sobre gramática, poesía y sus miembros
reflexionaban sobre el objeto de las artes liberales, su principal publicación fue el
anuario titulado El año nuevo. El primero, publicado en 1837, ilustra la búsqueda de
una identidad nacional a partir de la negación de toda herencia hispánica. A juicio
de Marco Antonio Campos la colonia y “todo lo español (instituciones, cultura,
costumbres) se presentaban como una abominación autoritaria”.33 A cambio se
30 Dos notables excepciones fueron el Conde de la Cortina y Manuel Eduardo Gorostiza, pues
no participaron en la Academia. Entre 1836 y 1840 pasaron por la Academia los jóvenes Luis Martínez de Castro, Eulalio María Ortega, Joaquín Navarro, Antonio Larrañaga, Ignacio Rodríguez Galván, Fernando Calderón, Ignacio Ramírez, Manuel Payno, Ramón Isaac Alcaraz, José María Lafragua, Ignacio Aguilar y Marocho, Clemente de Jesús Murguía, Félix María Escalante, Casimiro del Colado, José María Pacheco, Agustín A. Franco, y se integrarían al grupo, “varias glorias de la época”: Andrés Quintana Roo, Francisco Ortega, José Joaquín Pesado, Manuel Carpio, José María Tornel, el rector Iturralde, los abogados Francisco Modesto Olaguíbel y Joaquín Cardoso y el arqueólogo Isidro Rafael Góndra. La Academia llegó a tener corresponsables en varias ciudades de la República como Gabino Ortiz en Morelia y José María Esteva en Veracruz. Marco Antonio Campos “La Academia de Letrán”, en Literatura Mexicana, Vol. VIII, No. 2, UNAM, 1997.
31 Fernando Tolá, “Prólogo a los Años Nuevos”, citado por Campos, op. cit., p. 572. 32 Guerra, Del Antiguo Régimen a la Revolución, op. cit., Vol. II, p. 333. 33 Así en El Año Nuevo de 1837 Alpuche publicó el poema “Moctezuma” en el que presenta
todo lo español como “sanguinario”. Eulalio María Ortega en su poesía “La batalla de Otumba”, jura que los mexicanos cruzarán el Atlántico y aniquilarán España de modo que “no se halle un español en todo el mundo”. Campos, op. cit., p. 572.
27
muestra una idealización del pasado prehispánico. Acaso una de las mayores
contribuciones de la Academia fue el impulso que dio a la prensa.34
La publicación El año nuevo se inscribía en la tradición iniciada por El Iris
(1826), periódico crítico literario. Dirigido por Florencio Galli, Claudio Linat y José
María Heredia, poeta cubano al que se le atribuye la introducción del romanticismo
a México. La mayor parte de sus páginas se dedicaban a ensayos con un contenido
muy diverso, pero destaca su preocupación por formar una ciudadanía. Por
ejemplo, se propone una didáctica para hacer atractiva la pedagogía de la moral en
el individuo, en otro se propone que la educación civil realza el mérito del hombre.
En un ensayo titulado “historia contemporánea” se señala la importancia de que
América estudie su historia contemporánea para no caer en el despotismo político
ni “moral”. No por ello descuidaba los temas de actualidades y novedades: los
últimos descubrimientos sobre la electricidad, sobre la cristalización de las sales y
ensayos sobre la literatura romántica alemana y en especial sobre Goethe.35
La prensa fue a lo largo del siglo XIX el espacio privilegiado de discusión y
polémica de los problemas nacionales, de denuncia al gobierno y de acción
pedagógica. Es también el espacio de la caricatura, de las cátedras sobre nociones
constitucionales y ahí se publicaban novelas europeas por entregas,36 el cuadro de
costumbres y el cuento. Cada uno de estos géneros imponía sus formatos y reglas
34 Dos periódicos fundados a partir de la Academia fueron El Museo Mexicano dirigido por
Guillermo Prieto y Manuel Payno y El Liceo Mexicano en el que participaron Agustín A. Franco, Luis Martínez de Castro, Joaquín Navarro y Ramón Isaac Alcaraz.
35 El Iris. Periódico Crítico y Literario. Edición Facsimilar. Introducción de María del Carmen Ruiz Castañeda, México, UNAM/IIB, 1988.
36 Las novelas, el género decimonónico por excelencia, comenzaron a publicarse en episodios que se imprimían en la parte inferior de las páginas de los periódicos (que luego podían recortarse y encuadernarse). Los editores mexicanos introdujeron esta práctica iniciada por La Presse de París en 1836 con el objeto de aumentar la circulación y disminuir los precios, tuvo tal éxito que pronto todos los periódicos publicaban novelas por entregas, e incluso el Diario Oficial en 1846 imprimió como folletín El Padre Goriot de Balzac. José Ortiz Monasterio, Historia y ficción. Los dramas y novelas de Vicente Riva Palacio. México, Instituto Mora-UIA, 1993, p. 181.
28
de escritura, y en su conjunto conformaron el horizonte de enunciación de los
autores, y el horizonte de expectativas del público.
Acaso una de las mayores contribuciones de la Academia fue el impulso que
dio a la prensa. Los miembros de la Academia de manera conjunta editaron Los
Años Nuevos y dieron forma a innumerables periódicos. El primero fue El Museo
Mexicano dirigido por Guillermo Prieto y Manuel Payno y El Liceo Mexicano en el
que participaron Agustín A. Franco, Luis Martínez de Castro, Joaquín Navarro y
Ramón Isaac Alcaraz.37 En lo esencial, gracias a los miembros de la Academia de
Letrán, los años cuarenta fueron una magnífica década de ediciones periódicas.
Ellas son la base de las publicaciones literarias, e incluso de un diario como El Siglo
Diez y Nueve, que se fundó en 1841 y duró hasta 1896.38
La crítica literaria contemporánea afirma que la Academia presentaba signos
de fractura desde 1842, y atribuye su desaparición a diferencias políticas.39
Entre los muy diversos temas de debate que abordó la prensa cabe destacar
dos: ¿Cuáles eran los elementos constitutivos de la nueva identidad nacional? y
¿En qué pasado habría de fincarse la identidad?
La mayoría de los polígrafos se inclinaron por el romanticismo como medio
de expresión, los menos por el neoclasicismo. Conviene detenerse para circundar
los rasgos generales del romanticismo. Éste --al igual que el liberalismo-- era una
forma de percibir la realidad y una forma de expresión, acaso se trata de “una
37 Campos, op. cit., p. 572. 38 La mayoría de los que participaron en las reuniones de la Academia de Letrán están
presentes en El Museo Popular (1840), El Apuntador (1841), El Seminario de las señoritas mejicanas (1842), El Museo Mexicano (1844), La Guirnalda (1844), La Revista Científica y Literaria (1845), El Católico (1846) y en el Presente Amistoso de 1847. Campos, op. cit., p. 591.
39 Prieto escribe en sus Memorias: “La Academia de Letrán había decaído lastimosamente: la política había surtido en su seno efectos de envenenamiento”. La primera separación, a causa de la política, fue la de José Joaquín Pesado, quien incorporó en 1838 como secretario del Interior al gobierno de Anastasio Bustamante. Pesado aunque dejó de participar en las actividades continuó en las publicaciones del grupo, pues colaboró en El Año Nuevo de 1839 y 1840.
29
estética difusa”, ya que las variaciones locales e históricas son tan profundas que
no se puede formular una teoría crítica. Goethe por ejemplo, identificaba el
clasicismo con la salud y el romanticismo con la enfermedad; en cambio, Víctor
Hugo identificó el romanticismo con el liberalismo y la revolución.
Del amplísimo espectro de manifestaciones románticas la que mayor impacto
tuvo en México fue el romanticismo francés, impulsado por las guerras
napoleónicas y que fungieron como catalizadores de los nacionalismos europeos
marcados por la imitación del folklore, o la búsqueda de una ficción histórica en
verso o prosa que recuperaba el periodo medieval. Una tercera ola en la década de
1830, propiciada por los cambios de régimen político en Grecia, Bélgica y Francia, y
los levantamientos armados en Italia y Polonia, consolidaron las tendencias
nacionalistas, que habían aflorado desde la primera década del siglo XIX, dando
inicio al realismo romántico en el teatro y la novela con una cercana identificación
con el liberalismo político y los socialismos utópicos.40
Con todas estas salvedades y al señalar las características que compartieron el
romanticismo mexicano y europeo se puede afirmar que en la escritura se exaltó al
individuo, convirtiendo sus acciones en la explicación del acontecer, por lo tanto
intentó penetrar en la explicación de las pasiones y motivos humanos. Sin importar
géneros o formatos, amalgamaron la descripción exhaustiva, el individuo como
actor central y eje de la narración histórica con el encantamiento por el pueblo y su
folklore basado en la viva creencia de un espíritu del pueblo (Volksgeist).
Josefina Zoraida Vázquez indica que el pueblo era visto como un personaje
homogéneo de la historia y el pasado era la única explicación del genio. La historia
patria y toda manifestación cultural, e incluso de la naturaleza, eran medios para
formar una identidad nacional. La narración busca recrear el ambiente así se
40 “Romanticism”, en Encyclopedia Britannica, 1967, Vol. 19, p. 561.
30
describe el paisaje, la arquitectura, las costumbres y los personajes principales, no
como personas sino como héroes de la patria, que gracias a fuerzas espirituales y
misteriosas lograron comprender el espíritu del pueblo.41
La vertiente romántico revolucionaria tuvo una gran recepción en México,
primero a través del “Prólogo” de Victor Hugo a Cromwell más conocido como el
“Manifiesto romántico”(1827), y el realismo romántico de Alejandro Dumas, poco
después la novela histórica de Walter Scott, Honorato Balzac y Eugenio Sue, que se
convirtieron en referentes e interlocutores obligados. Por ejemplo, en 1844 José
María Lafragua en la sesión inaugural del Ateneo Mexicano leyó el discurso
“Carácter y objeto de la literatura” en el que dialoga y disiente de las ideas
expuestas por Hugo en el “Prefacio”42, lo que también hizo Luis de la Rosa para
proponer la función que deben tener las artes liberales en México.43
41 Josefina Zoraida Vázquez de Knauth, Historia de la historiografía. México, Ediciones Ateneo,
S.A., 1978, p. 105. 42 Blanca Estela Treviño sintetiza de la siguiente manera la recepción que Lafragua hace de
Hugo: En la primera parte de su disertación, el escritor mexicano parte de la convicción de la que la “literatura no es más que la expresión moral del pensamiento de la sociedad”, y para trazar el devenir histórico de la misma, Lafragua, siguiendo a Víctor Hugo, emprende una revisión de la poesía occidental caracterizándola desde sus orígenes. De los tres grandes periodos en que el autor francés dividió la tradición literaria de Occidente, el escritor mexicano rescata dos: la edad primitiva y la edad antigua; la oda y la epopeya. Sin embargo, el drama desaparece de su elocución, omite la tercera categoría que Hugo establece como el eje medular de su estética. Lo que en el “Prefacio” había quedado dominado como la “sociedad moderna” pasa a ser en el ensayo de Lafragua “la sociedad media” caracterizada, según él, por la imitación de “antiguos modelos” y seguida por otra de “mal gusto y exageración”. Si prescinde de la poesía dramática, como expresión de la tercera edad, es porque caracteriza la modernidad, como lo había hecho Víctor Hugo (a partir del advenimiento del cristianismo) “lo hubiera llevado necesariamente a reivindicar el valor de lo siniestro como elemento constitutivo de la estética romántica”, opuesta al pensamiento neoclásico que Lafragua profesaba con relación al carácter de la literatura. Blanca Estela Treviño, “Nota introductoria a José María Lafragua”, en La Misión del escritor, op. cit.
43 Víctor Díaz Arciniega en su estudio introductorio a De la Rosa muestra que nunca se refiere a Hugo y sí lo alude reiteradamente. “De la Rosa difiere en forma rotunda de Hugo, a partir de la noción del concepto básico de la literatura. El mexicano la formula como un quehacer cultural mientras que el francés la pone como una expresión artística; el primero busca a través de la literatura la creación y conformación de una tradición cultural y el segundo aspira a la transformación del arte; en aquél resuenan los propósitos instructivos pregonados por el neoclasicismo y en éste se escucha la beligerancia del romanticismo y, por último, De la Rosa concibe a la literatura como un medio útil para la sociedad y Hugo como un fin estético”. Díaz Arciniega señala que Hugo “se rebelaba contra las normas que, como indicaba, tanto daño hicieron
31
Altamirano en su célebre Revistas Literarias de México (1868) atestigua que a
Scott se debía agradecer que diera a “conocer en todo el mundo con sus
encantadoras leyendas la historia de su país antes muy ignorada.44 De Hugo señaló
que Los miserables era “la más grande novela social de nuestro siglo” y aseguró que
sería leída “mientras haya quienes sufran sobre la tierra”.45 Dumas era el escritor
que había “vulgarizado gran parte de la historia de Francia”. A sus novelas más
conocidas: Los tres mosqueteros, Veinte años después y La máscara de Hierro, se
agregaba San Felice que el propio Dumas presentaba como “un monumento a la
gloria del patriotismo napolitano”, pues relata la revolución de este pueblo contra
los borbones y la proclamación de la República Partenópea a fines del siglo
pasado.46 Junto con Hugo, consideraba Altamirano, era el mejor representante de
una “historia filosófica” o del romanticismo revolucionario. Cada una de las obras
realistas de Balzac --según el liberal mexicano-- “es un estudio de la sociedad
moderna con sus dolores y sus esperanzas, con sus vicios y sus virtudes”.47
De la Rosa –como ya se ha señalado—explícitamente señaló que la historia
era parte de la literatura, con elementos propios que la distinguían de la ficción. El
para el desarrollo del arte dramático francés. No obstante, Luis de la Rosa retomó de Víctor Hugo la revisión de la Historia y se apropió de ella a partir de una nueva perspectiva”. En cambio para De la Rosa lo anterior de 1810 no existía. En su conclusión cifraba su propuesta: tras “la sangrienta guerra de Independencia, hubo ya verdadera poesía, hubo inspiración, porque se concibió ya la esperanza de tener patria”.
Por último, resulta significativa la exhortación final que Luis de la Rosa hizo a su público, pues en ella soslayaba tanto una crítica a los admiradores de Hugo y del romanticismo y a los escépticos que ponderaban a la literatura como una ocupación frívola e inútil, como subrayaba su propuesta de literatura útil para la creación de la cultura “nacional”. En sus palabras finales, que las avala con su convencimiento, se alcanzan a percibir la tópica característica de la época –en donde la Naturaleza ocupa un lugar preponderante—y, sobre todo, el concepto de un amplio programa cívico y moral indispensable para contrarrestar el caos imperante y para comentar el porvenir de México”. Víctor Díaz Arciniega, “Nota introductoria a Luis de la Rosa”, en La Misión del escritor, op. cit., pp. 82-84.
44 Altamirano, “Revistas literarias”, en La literatura nacional. Prólogo y notas de José Luis Martínez, México, Porrúa, 1949, p. 31.
45 Idem, p. 34. 46 Idem, p. 32. 47 Idem, p. 34.
32
historiar era una actividad erudita, guiada por la filosofía que permitía el estudio
del “corazón humano” y de “sus instintos y pasiones”. Necesitaba de la crítica para
“discernir la verdad o falsedad de los hechos”, sin la cual la historia terminaría
siendo fábula o novela.
Quizá lo más interesante de la conferencia de De la Rosa era su exhortación a
escribir una historia romántica, que merece citarse en extenso.
El historiador debía poseer “una imaginación viva y una ardiente fantasía”,
de otra manera
los cuadros de la historia serían inanimados y no dejarían impresión alguna en el espíritu de los lectores, ni conmoverían el corazón profundamente. Es cierto que la historia no debe ser sino la relación fiel de los hechos y su más verídica exposición; pero la imaginación es necesaria para dar a los hechos que se refieren y a las escenas que se describen ese tinte de verdad, ese colorido de vida, ese tono dramático que es necesario para dar interés a los
hechos que se refieren y hacer que se graben en la memoria.48
De hecho, del romanticismo mexicano como movimiento nacionalista estaba
sólidamente cimentado desde la década de 1830, su principal tópico se refería a la
imagen que los literatos proyectaban sobre el pasado: la conquista como
destrucción. El romanticismo amalgamado con el liberalismo presentaba la firme
convicción en la función civilizadora de las artes liberales, en la riqueza legendaria
de México y en la libertad como condición para el florecimiento de las artes y las
ciencias.
Veamos cómo estos elementos se expresaron en el pensamiento de un grupo
de polígrafos que pertenecieron a El Ateneo. Éste se formó a partir de la Academia
de Letrán, sus principales miembros fueron Andrés Quintana Roo, José María
Lafragua, Guillermo Prieto, Francisco Ortega, Luis de la Rosa, entre otros. Su
48 De la Rosa, “Utilidad de la literatura”, en La misión del escritor, op. cit., p. 99.
33
objetivo era fundar “un establecimiento que no solamente fuese conservador de las
luces, sino el manantial de donde se difundiese éstas...”.49 Sus miembros se
reunían semanalmente para presentar trabajos en los que se reflexionaba sobre el
sentido de la historia y la literatura, la economía, la agricultura del país, etc.50
En 1844 José María Lafragua en la sesión inaugural del Ateneo Mexicano leyó
el discurso “Carácter y objeto de la literatura” en el que dialoga y disiente de las
ideas expuestas por Hugo en el “Prefacio”,51 lo que también hizo Luis de la Rosa
para proponer que la función que debían tener las artes liberales en México era
crear una tradición cultural, mientras que el novelista francés aspiraba a la
transformación del arte. Hugo había hecho una revisión de la poesía occidental
caracterizándola desde sus orígenes. Para De la Rosa lo anterior a 1810 no existía.
En su conclusión cifraba su propuesta: tras “la sangrienta guerra de
Independencia, hubo ya verdadera poesía, hubo inspiración, porque se concibió ya
la esperanza de tener patria”. La escritura en cualquiera de sus géneros era el
vehículo para difundir un amplio programa cívico y moral.52 En ello coincidía
49 Introducción al Tomo I del Ateneo, p.1, citado por David B. Crow, “Nota introductoria a
Francisco Ortega”, en La misión del escritor, op. cit., p. 128, nota 1. 50 Ibid. 51 Blanca Estela Treviño sintetiza de la siguiente manera la recepción que Lafragua hace de Hugo:
Lafragua, siguiendo a Víctor Hugo, emprende una revisión de la poesía occidental caracterizándola desde sus orígenes. De los tres grandes periodos en que el autor francés dividió la tradición literaria de Occidente, el escritor mexicano rescata dos: la edad primitiva y la edad antigua; la oda y la epopeya. Sin embargo, el drama desaparece de su elocución, omite la tercera categoría que Hugo establece como el eje medular de su estética. Lo que en el “Prefacio” había quedado dominado como “la sociedad moderna” pasa a ser en el ensayo de Lafragua “la sociedad media” caracterizada, según él, por la imitación de los “antiguos modelos” y seguida por otra de “mal gusto y exageración”. Si prescinde de la poesía dramática, como expresión de la tercera edad, es porque caracteriza la modernidad, como lo había hecho Víctor Hugo (a partir del advenimiento del cristianismo) “lo hubiera llevado necesariamente a reivindicar el valor de lo siniestro como elemento constitutivo de la estética romántica”, opuesta al pensamiento neoclásico que Lafragua profesaba con relación al carácter de la literatura. Blanca Estela Treviño, “Nota introductoria a José María Lafragua”, en La misión del escritor, op. cit.
52 Víctor Díaz Arciniega, “Nota introductoria a Luis de la Rosa”, en La misión del escritor, op. cit., pp. 82-83.
34
Lafragua al afirmar que la “literatura no es más que la expresión moral del
pensamiento de la sociedad”.53
Así es como en México el romanticismo adquirió una doble connotación, fue
nacionalista y pedagógico. Al señalar las características que compartieron el
romanticismo mexicano y europeo se puede afirmar que en la escritura se exaltó al
individuo, convirtiendo sus acciones en la explicación del acontecer, por lo tanto
intentó penetrar en la explicación de las pasiones y motivos humanos. Sin importar
géneros o formatos amalgamaron la descripción exhaustiva, el individuo como
actor central y eje de la narración histórica con el encantamiento por el pueblo y su
folklore basado en la viva creencia de un espíritu del pueblo (Volksgeist).
El pueblo era visto como un personaje homogéneo de la historia y el pasado
era la única explicación del genio. La historia patria y toda manifestación cultural e
incluso de la naturaleza eran medios para formar una identidad nacional. La
narración buscó recrear el ambiente así se describe el paisaje, la arquitectura, las
costumbres y los personajes principales, no como personas sino como héroes de la
patria que gracias a fuerzas espirituales y misteriosas lograron comprender el
espíritu del pueblo.54
La memoria histórica adquiere una renovada importancia para la literatura, y
con ella la historia como parte de ésta. De la Rosa explícitamente señaló que el
historiar era una actividad erudita, guiada por la filosofía que permitía el estudio
del “corazón humano” y de “sus instintos y pasiones”. Necesitaba de la crítica para
“discernir la verdad o la falsedad de los hechos”, sin la cual la historia terminaría
siendo una fábula o novela.
53 Citado por Blanca Estela Treviño, “Nota introductoria a José María Lafragua”, en La misión
del escritor, op. cit. 54 Vázquez de Knauth, Historia de la historiografía, México, Ediciones Ateneo, S.A., 1978, p.
105.
35
Quizá lo más interesante de la conferencia de De la Rosa que pronunció en el
Ateneo era su exhortación a escribir una historia romántica, por lo que merece
citarse en extenso.
El historiador debía poseer “una imaginación viva y una ardiente fantasía”
de otra manera
los cuadros de la historia serían inanimados y no dejarían impresión alguna en el espíritu de los lectores, ni conmoverían el corazón profundamente. Es cierto que la historia no debe ser sino la relación fiel de los hechos y su más verídica exposición; pero la imaginación es necesaria para dar a los hechos que se refieren y a las escenas que se describen ese tinte de verdad, ese colorido de vida, ese tono dramático que es necesario para dar interés a los hechos que se refieren y hacer que se graben en la memoria.55
De hecho, del romanticismo mexicano como movimiento nacionalista estaba
sólidamente cimentado desde la década de 1830. Su principal tópico se refería a la
imagen que los literatos proyectaban sobre el pasado: la conquista como
destrucción. El romanticismo amalgamado con el liberalismo presentaba la firme
convicción en la función civilizadora de las artes liberales, la riqueza legendaria de
México y la libertad como condición para el florecimiento de las artes y las
ciencias.
El interés central siguió siendo formar una identidad y una cultura nacional
por lo que se continuó devaluando las manifestaciones culturales del periodo
virreinal. Para Lafragua “nuestra literatura hasta 1821, con muy honrosas
excepciones, estuvo reducida a sermones y alegatos, versos de poco interés,
descripciones de fiestas reales y honras fúnebres y alguna letrilla erótica. Ni podía
ser de otra manera cuando la sociedad no tenía carácter propio”.56 No obstante,
55 De la Rosa “Utilidad de la literatura” en La Misión del escritor, op. cit., p. 99. 56 Lafragua, “Carácter y objeto de la Literatura”, en La misión del escritor, op. cit., p. 75.
36
reconocía la importancia de la obra de los principales intelectuales novohispanos
del siglo XVIII: Clavijero, Alegre, Cárdenas y León, Muñoz y Molina, Portillo y
Galindo, aunque insistió en que “las ciencias eclesiásticas, el derecho y la historia
eran los teatros en que se distinguían los ingenios mexicanos, cuya fecundidad se
empleaba en la literatura latina más que en la propia”.57 Luis de la Rosa de
manera aún más contundente que Lafragua, hizo del pasado prehispánico y
colonial para señalar a la Independencia como el origen del verdadero México
pues “en donde no hay patria no hay poesía”.
Como balance de las primeras décadas del México independiente, Lafragua
señala que
vino la independencia; y durante tres lustros, la patria, el gobierno y la libertad ocuparon exclusivamente nuestros ánimos. Y aunque este campo era vasto, la literatura no podía fecundarlo, porque la política tenía en continua acción a todos los resortes sociales.
Esta apreciación, que sin duda era acertada, ponía en duda uno de los
elementos constitutivos del horizonte de enunciación de los autores revisados. “El
arte por el arte” no se había afirmado como principio, sino que el ejercicio de las
letras encontraba su sentido por sus funciones sociales: la formación de valores
ciudadanos y de una identidad nacional.
Los literatos al igual que los polígrafos de las décadas anteriores eran activos
actores políticos. Francisco Ortega, también miembro del Ateneo, manifestaba que
“se cree que llamados los literatos al desempeño de las funciones administrativas y
legislativas, no pueden entregarse al cultivo de las letras con el desempeño y el
buen suceso que lo harían, si fueran ellas su ocupación exclusiva”. A lo que
responde airadamente “¿Por ventura Bossuet y Fenelon no eran hombres muy
ocupados, sin que por eso dejaron de ser eminentes literatos? ¿Qué funcionario
57 Idem, p. 74, nota 5.
37
público tendrá hoy más negocios que Cicerón, el primero de los oradores romanos,
y acaso también el primero de los filósofos?”.58
Para Ortega, y éste como representante de un siglo, el cerrado tejido que
formaban las letras --en sentido amplio-- y la política era posible e incluso
deseable, y haciendo eco a la erudición y aún al conocimiento enciclopédico
proponía que se perdiera “el temor de que se introduzca el cisma entre las ciencias
y las bellas letras, y llegue a romperse el vínculo indisoluble que las tendrá
perpetuamente unidas”.59
La derrota mexicana en la guerra de 1847 obligó a los intelectuales a repensar
cuál debía ser el rumbo político que el país debía adoptar, y cuál sería su mejor
sistema político, pues México parecía amenazado con desaparecer como nación
independiente. Paulatinamente se consolidó una opción monarquista, que veía en
la religión católica el único lazo que podría mantener unidos a los mexicanos.
La incidencia del acontecer político en el periodo 1848-1853 en la
conformación de los llamados partidos liberal y conservador se analizará en este
Eje de trabajo con la lectura de un fragmento de la obra de Hale: El liberalismo
mexicano en la época de Mora, por lo que baste señalar muy brevemente el desarrollo
literario y los intentos por reflexionar sobre el pasado inmediato y sobre el
acontecer diario, mostrando la estrecha relación entre el costumbrismo, la prensa y
el conocimiento histórico.
En 1849 se estableció la Constitución de 1824, lo que alentó un renacimiento
literario. En la ciudad de México en 1850 se fundó el Liceo Hidalgo. En los estados
se formaban otras sociedades similares, y en otras ciudades aparecían nuevos
58 Francisco Ortega, “Sobre el porvenir de la literatura”, en La misión del escritor, op. cit., p.
138. 59 Idem, p. 139.
38
periódicos literarios, o los políticos dedicaban una parte de sus columnas a la
poesía.
“El Liceo Hidalgo no era la única escuela; pero sí el núcleo”, recordaba
Altamirano en 1880, “porque los individuos que lo formaban eran en su mayor
parte distinguidos escritores y poetas, conocidos ya generalmente, y que
mantenían estrechas relaciones con todos los que cultivan las bellas letras en la
República”.60
Uno de los principales fundadores del Liceo era el entonces joven Francisco
Zarco. El Liceo dio a conocer en el país las literaturas inglesa y francesa, casi
ignoradas hasta entonces. Sus miembros escribieron poesía, pero se dedicaron
fundamentalmente a la oratoria política, la historia popular, el drama patriótico y a
las discusiones nacionalistas.
Aquello no era una simple escuela poética, sino un apostolado liberal que adaptaba las formas de la bella literatura para propagar sus ideas. No en balde, el nombre de su asociación que celebraba. Natural era que la poesía se empeñase entonces en cantar las glorias de la patria y de los héroes, como que éste era un deber fundamental. Por eso los jóvenes vates del Liceo Hidalgo
celebraron a porfía “las proezas de los héroes de 1810”.61
El mejor representante de un nuevo periodismo fue Francisco Zarco. Para
Zarco --que escribía en los diarios El Demócrata y El Siglo XIX--, la prensa debía
brindar los materiales necesarios para elaborar la historia contemporánea. Sus
artículos eran disertaciones históricas para ensalzar la democracia, para criticar a la
monarquía o ponderar el papel que había desempeñado el cristianismo en el
mundo. El periodista debía adoptar una postura para crear una conciencia
histórica que posibilitara a los ciudadanos comprender el sentido de la
Independencia por la que había que continuar luchando para consolidar sus
60 Ignacio M. Altamirano, “Poesía épica y poesía lírica en 1870”, en La literatura nacional. Prólogo y notas de José Luis Martínez, México, Porrúa, 1949, p. 268.
61 Idem, p. 276.
39
logros. Zarco ilustra también el amplio espectro de posiciones liberales, pues él
defendía el liberalismo y la democracia como formas de cristianismo.
En 1850 escribía que:
México se vio conmovido por una asombrosa revolución que abolió la esclavitud, proclamó los derechos del hombre y ha tratado hasta el día de hoy de establecer la democracia, ese sistema único que hace la verdadera prosperidad de las naciones y que es el único que caracteriza la civilización positiva, y es conforme con el cristianismo, fuente de civilización, es decir de la
libertad.62
Con el fin de comprender lo inmediato y exaltar el heroísmo del pueblo
mexicano un grupo de destacados políticos: Manuel Gómez Pedraza, Mariano
Otero, José María Iglesias, Manuel Payno y Guillermo Prieto dieron forma a
Apuntes para la Guerra de los Estados Unidos (1848). Prieto explica en la introducción
que cada uno de los colaboradores
estampaba según su ingenio, ya sus impresiones, ya sus raptos de imaginación, ya sus recuerdos de patriotismo y ternura, ya sus afecciones o prevenciones más íntimas, ya sus juicios imparciales o apasionados, según su profesión, su
edad, su carácter, y el punto en que lo habían colocado los sucesos.63
No obstante, los autores se propusieron que su obra no fuera sólo testimonial
sino que los colaboradores contribuyeron a “colectar los documentos oficiales y el
mayor acopio de datos particulares”. Una segunda obra que se ocupó de la guerra
de 1845 es Recuerdo de la invasión norteamericana por un joven de entonces (1883) de
62Francisco Zarco, “Situación actual de la república”, en El Demócrata, 14-03, 1850, citado por
Silvestre Villegas Revueltas “Francisco Zarco”, en En busca de un discurso…op. cit., p. 143. 63 Citado en Begoña Arteta, “Guillermo Prieto”, en ibid., p. 40.
40
José María Roa Bárcena que también fusiona el testimonio, la autobiografía y la
prueba documental.64
La preocupación por dar forma a un diagnóstico de la realizad nacional se
ejemplifica con dos obras completamente distintas, el clásico de Mariano Otero
(que revisarás en esta uea) y Viajes de orden suprema (1857) de Guillermo Prieto,
considerado como una obra costumbrista, Ésta inicia con el golpe de Estado que
derrocó a Mariano Arista en enero de 1853, gobierno en el que Prieto participaba
como secretario de Hacienda, “motivo por el cual se ve forzado a viajar por orden
suprema; como llama sarcásticamente a su obligado exilio”.65 Su recorrido por
diversos estados del país sirve de pretexto para retratar los paisajes, costumbres, su
situación socioeconómica (comercio, industria y producción agrícola). El texto
muestra dos constantes: la crítica a las instituciones religiosas y sus intereses (que
considera que impiden el crecimiento moral y económico de la sociedad y en
especial obstaculizaban a los grupos indígenas), y a la dictadura de Santa Anna.66
Los mismos objetivos que a través de la prensa que señalara Zarco en 1850 se
encuentran en José María Iglesias, quien escribió Revistas históricas sobre la
Intervención Francesa en México. Ésta es una recopilación de una serie de artículos
periodísticos que publicó en 1867. Originalmente fueron escritos por encargo de
Manuel Doblado, secretario de Relaciones y Gobernación, ante la inminente
intervención francesa. Las Revistas seguían un mismo formato, empezaban con una
acuciosa revisión de los acontecimientos ocurridos en Europa y Estados Unidos, ya
que Iglesias señalaba que “nada de lo que atañe a la cuestión extranjera puede
dejar de tener para nosotros un interés vital”. Para después informar sobre lo que
64 Debe por lo menos mencionarse otra obra que se ocupó de la guerra de 1847, Recuerdo de la
invasión norteamericana por un joven de entonces (1883) de José María Roa Bárcena. 65 Arteta, op. cit., p. 51. 66 Ibid, p. 51.
41
ocurría en la parte intervenida del país y los logros del gobierno republicano. Para
terminar exhortando “al pueblo” a defenderse hasta la última extremidad […]
porque sabe que es indefectible la llegada del día en que ha de respirar libre de
peso que ahora le sofoca”.67
Cabe señalar que en las décadas de 1830 a 1850 a medida en que el
romanticismo fue adquiriendo relevancia en México, una buena parte de los
literatos imitaron los cánones europeos, la trama de los cuentos, noevelas y poesías
e incluso sus escenarios y paisajes. Esta tendencia Altamirano en 1868 la criticaba
duramente, pues consideraba que para que las letras se convirtieran en un
elemento de integración nacional era necesario que los temas, ambientes y
“temperamento” fuesen mexicanos. En palabras de este intelectual “la poesía y la
novela mexicanas deben ser vírgenes, vigorosas, originales, como lo son nuestro
suelo, nuestras montañas, nuestra vegetación”.68 Ello no implicaba que favoreciera
una cultura xenofóbica o insular, por el contrario, insistió en que se debían conocer
profundamente todas las escuelas literarias, “creemos que estos estudios son
indispensables; pero deseamos que se cree una literatura absolutamente nuestra,
como todos los pueblos tienen, los cuales también estudian los monumentos de los
otros, pero no fundan su orgullo en imitarlos servilmente”.69
Aunque disminuyó notablemente la producción a causa de la guerra
extranjera, debe señalarse que se publicaron los primeros trabajos etnográficos.
Manuel Orozco y Berra: Geografía de las lenguas indígenas de México, (1862).
Asimismo se continúa escribiendo bajo el género de los antiguos cuadros
67 Antonia Pi-Suñer Llorens, “José María Iglesias” en En busca de un discurso…” op. cit., pp.
162-164. 68Altamirano, Revistas, op. cit, p. 14. 69 Idem, p. 15.
42
históricos, un ejemplo es José Guadalupe Romero: Noticias para formar la historia y
estadística de Michoacán. Pero éstas eran excepciones, como señala Altamirano:
¿quién no ha observado que durante la década que concluyó en 1867, ese árbol antes tan frondoso de la literatura mexicana, no ha podido florecer ni aún conservarse vigoroso, en medio de los desastres de la guerra? Era natural: todos los espíritus estaban bajo la influencia de la preocupaciones políticas; apenas había familia o individuo que no participase de la conmoción que agitaba a la nación entera, y en semejantes circunstancias ¿cómo consagrarse a las profundas tareas de la investigación histórica o a los blandos recreos de la poesía, que exigen un ánimo tranquilo y una conciencia desahogada? Verdad es que en esta época es justamente cuando deben vibrar poderosos y arrebatadores los cantos de Tirteo, y cuando en el fuego de la discusión deben brotar los rayos de la verdad; pero es indudable también que esta poesía apasionada, que ésta discusión política, no son los únicos ramos de la literatura y que generalmente hablando se necesita la sombra de la paz para que el
hombre pueda entregarse a los grandiosos trabajos del espíritu.70
Los acontecimientos políticos frenaron el desarrollo literario en los dos
lustros de 1850 y en el primero de 1860 para irrumpir de manera renovada en 1867
con la restauración de la República, iniciando la época de oro de la novela
romántica y la historia patria; ese será el tema del siguiente eje de trabajo.
En pocas palabras, en estas páginas se ha señalado la manera en que el
principio dominante de la libertad se fusionó y amalgamó para expresarse en el
nacionalismo, el liberalismo y el romanticismo. Se ha revisado someramente la
recepción del romanticismo revolucionario, la función de la literatura para formar
la identidad nacional y la preocupación de los intelectuales por construir una
ciudadanía. Experimentaron todos los géneros, pues les servían como formas de
observación y para tratar de afirmar un orden liberal.
Debe de hacerse hincapié en dos elementos constitutivos del periodo
estudiado:
70 Altamirano, “Poesía épica…”, op. cit., p. 270.
43
Primero, la historia no se había afirmado como una disciplina con estatuto
propio, era un género que formaba parte de las artes liberales, y al igual que la
oratoria y la poesía tenía su propias reglas, formatos y se escribía para un público
específico. Era una forma más de abordar el conocimiento histórico, pero no se le
atribuía un valor superior ni científico ni en términos de verdad sobre otras formas
narrativas o poéticas. Fue hasta el último tercio del siglo XIX, con la introducción
del positivismo, que la historia empezó a adquirir un estatuto científico hasta
separarse definitivamente de las artes.
Segundo, “El arte por el arte” tampoco se había afirmado como principio
sino que el ejercicio de las letras encontraba su sentido por sus funciones sociales:
la formación de valores ciudadanos y de una identidad nacional. En consecuencia,
los intelectuales liberales se aproximaron al conocimiento histórico ya fuese para
hacer un diagnóstico del presente (y en ese sentido con los criterios
contemporáneos podrían calificarse sus escritos como sociológicos), como una
vindicación personal para aclarar su participación política ante la opinión pública,
o bien recuperando personajes y acontecimientos fundando un panteón de héroes
nacionales.
44
Eje de trabajo 3. La polimorfia del conocimiento histórico: de la novela a México a través de los siglos (1867-1890) La escritura del conocimiento histórico --al igual que en las décadas
precedentes-- continuó teniendo como función social dominante la formación
axiológica de los lectores. Los intelectuales siguieron expresándose por medio
de la oratoria, el periodismo político, la poesía y los cuadros de costumbres a
lo que se añadieron de manera destacada la novela y nuevas formas de
escribir y enseñar la historia. De modo que en este periodo, como señala
Nicole Giron, el “ejercicio de las letras” enraizado en la tradición clásica aún
englobaban un extenso campo de disciplinas subsumidas a la noción de
historia.7
En esta introducción al Eje de Trabajo se brinda un panorama general
que indica las principales características de cada uno de los géneros, por lo
tanto no se presenta una revisión exhaustiva de los intelectuales que
escribieron en este periodo, sino unos cuantos ejemplos que tienen por objeto
sensibilizar al alumno a otra forma de constitución de los saberes distinta a la
contemporánea.
El elemento distintivo que abre ese periodo es la consolidación de los
grandes bloques políticos: el partido liberal y el partido conservador, a
consecuencia de la derrota mexicana en la guerra de 1847. Debe destacarse
que no se trataba de partidos políticos en un sentido moderno –disciplinado,
con programas políticos y organizados por estatutos-- sino de corrientes de
opinión fragmentadas en un sinnúmero de facciones, pero que la enfrentarse
fueron diferenciándose cada vez más. No obstante, cabe señalar que los
escasos estudios sobre el pensamiento conservador obliga a centrarse en los
7 Nicole Giron, “Ignacio Altamirano”, en En busca de un discurso... op. cit., p. 257.
45
principales intelectuales liberales y únicamente se han revisado los más
destacados historiadores que escribieron para explicarse la derrota del
Segundo Imperio.
En esta introducción se muestra la importancia que los intelectuales dieron a la
novela histórica como una forma de recuperar el pasado y consolidar su proyecto
político, y se ejemplifica fundamentalmente con la producción de Riva Palacio; se
enfatizan los tenues linderos entre la novela y la historia; muy brevemente se presenta
México a través de los siglos como una obra que articula la visión romántica de la
historia con el nacionalismo, la plena consolidación de la doctrina liberal, y es
también ejemplo de la convivencia de dos horizontes de enunciación: el liberal
romántico y el positivista. Por último, se ofrecen los principales rasgos de las historias
escritas por monarquistas.
La prensa
La prensa en el periodo que nos ocupa continuó siendo el espacio privilegiado
de discusión y polémica de los problemas nacionales, de denuncia al gobierno
y de acción pedagógica. Es el espacio en el que se desarrolló la polémica entre
los grupos políticos, el espacio de la caricatura, de las cátedras sobre nociones
constitucionales y ahí se publicaban la novela por entregas, el cuadro de
costumbres y el cuento. Cada uno de estos géneros imponía sus formatos y
reglas de escritura, y en su conjunto conformaron el horizonte de enunciación
de los autores, y el horizonte de expectativas del público.
Para los liberales el principal cometido de la prensa continuaba siendo la
formación ciudadana. Para Altamirano
la enseñanza de los principios que forman el credo republicano, debe ser el objeto principal del publicista hoy, él quiere ver en México un pueblo tan ilustrado como en los Estados Unidos, en el que no pueda ejercerse mañana tan fácilmente la influencia del soborno o de la presión de los ambiciosos políticos, y esta enseñanza debe comenzar a difundirse desde la escuela primaria, por medio de pequeños libros, en que es desleída la doctrina
46
suavemente, como lo estaba el dogma en los antiguos catecismos cristianos, hasta el folleto y el periódico en que se educa diariamente a los hombres ya formados, tocando las cuestiones de actualidad y haciendo la aplicación
práctica de los principios aprendidos en la niñez.8
Pero no había libros de texto y sólo la prensa empezaba a desarrollar
esta función. Faltaban, pues, semejantes lecturas.
En lo general, el estilo árido de la política cansaba al pueblo. Con una
función didáctica y bajo el formato de una revista científica y literaria se
fundó El Semanario Ilustrado (1868) en el que participaban Ignacio Altamirano,
Ignacio Ramírez, Guillermo Prieto, Alfredo Chavero y Gumesindo Mendoza,
“notablisimo por sus estudios en las ciencias naturales”, entre otros.
Entre sus artículos cabe destacar la serie que escribió Ramírez criticando
una vieja tradición. Altamirano reseña que “en casi todos los historiadores del
tiempo de la conquista se ve estampada la opinión de que un apóstol de
Cristo, que convienen en que fue Santo Tomas, vino a la América y predicó el
Evangelio, y aun afirman que fue deificado por esas naciones”9, versión que
utilizó fray Servando Teresa de Mier como argumento independentista.
Ramírez fincado en “la escuela crítica a que pertenece, que es la
moderna, la del buen sentido, la que inició Lessing en la pensadora Alemania,
y a la que se debe darse preferencia para los estudios de esta naturaleza”,
destruye
la creencia de los cándidos escritores de la conquista, sobre que el apóstol Santo Tomás viajó por estos mundos; creencia a que pudieron dar lugar las ideas de aquella época y una singular y candorosa disposición a dar por ciertas todas las suposiciones que tendían a favorecer el cristianismo.
Altamirano explica que el Nigromante estudiaba las tradiciones
históricas mexicanas y su idioma, “y marchando de lo conocido a lo
8 Ignacio M. Altamirano, “Revistas literarias” en La Literatura nacional, op. cit., p. 99. 9 Idem, pp. 97-98.
47
desconocido, guiado por la antorcha de la crítica, juzga esta cuestión”. Más
aún afirma que
ésta es la manera con que hoy se trata la historia y la tradición; todo lo demás no es otra cosa que hacer una recopilación indigesta de relatos y opiniones, que dejan en la misma oscuridad los puntos más importantes, y que se van repitiendo servilmente. Hoy en Europa los antiguos libros clásicos son materia de un maduro examen, y se descartan de ellos todos los hechos que se juzgan falsos y que pasaban en el mundo por dogmas históricos.
Los avances en el conocimiento y la libertad de pensamiento y de
imprenta habían permitido que, según el crítico tixtleco, “las más acreditadas
opiniones se sujeten al libre examen; de modo que en el trono de la nueva
época sólo podrán sentarse de hoy en más, la historia filosófica”.10
La novela histórica
Es en el periodo que nos ocupa cuando en México la novela histórica
adquirió una difusión masiva. Comenzó a publicarse en episodios que se
imprimían en la parte inferior de las páginas de los periódicos (que luego
podían recortarse y encuadernarse). Los editores mexicanos introdujeron esta
práctica iniciada por La Presse de París en 1836 con el objeto de aumentar la
circulación y disminuir los precios, tuvo tal éxito que pronto todos los
periódicos publicaban novelas por entregas, e incluso el Diario Oficial en 1846
imprimió como folletín El Padre Goriot de Balzac.11 Las novelas por entregas
también se publicaron por fascículos que se distribuían semanalmente a los
suscriptores. Este fue el esquema bajo el que se dieron a la luz las novelas de
Riva Palacio y México a través de los siglos. No obstante, como las entregas se
10 Idem, pp. 97-98. 11 José Ortiz Monasterio, Historia y ficción. Los dramas y novelas de Vicente Riva Palacio.
México, Instituto Mora-UIA, 1993, p. 181.
48
editaban periódicamente se usaba la técnica del folletín,12 que imprimió en la
novela romántica una serie de características propias: el suspenso, que se
lograba con una complicada intriga y una gran intensidad melodramática y
con ello se aseguraba la venta de la siguiente entrega.
Esta novela popular se escribía con recursos formales reconocibles en la
estructura de la obra (suspenso, golpes de efecto, kitsch, etc.), sin que la
continua repetición de tales recursos les hiciera perder su efecto; por el
contrario, era precisamente su carácter reiterativo lo que las hacía tan
atractivas para el público consumidor, derivándose de ahí su enorme
capacidad de transmitir mensajes en forma penetrante.13
La novela y en particular la histórica alcanzó un auge sin precedente,14
como una de las formas privilegiadas de recuperar el pasado.
El intelectual que mejor logró precisar sus características y articular en
un programa las preocupaciones que se habían manifestado entre los literatos
en las primeras cuatro décadas del México decimonónico fue Ignacio M.
Altamirano. Plasmó este proyecto cultural en sus innumerables ensayos,
prólogos y prefacios, pero de manera particular en sus Revistas Literarias,
publicadas entre 1868 y 1883.
En 1868 Altamirano explicaba su inclinación por “lograr en el espíritu
popular la afirmación de una conciencia y un orgullo nacionales” a través de
la literatura, la educación y el cultivo a las lenguas indígenas.15 Para que las
letras se convirtieran en un elemento de integración nacional era necesario
12 Idem, p. 182. 13 Teresa Sólorzano Ponce, “La historia como material compositivo de las novelas”, en
Secuencia, nueva época. No. 35, mayo-agosto, 1996, p. 26. 14 Entre las primeras novelas históricas escritas por mexicanos cabe mencionar Netzula
(1832) de José María Lafragua; El Misterioso (1836) de Mariano Meléndez y Muñoz; El Inquisidor (1837) de José Joaquín Pesado; La hija del Judío (1848-1849) de Justo Sierra O´Riley; Historia de Welinna (1862) de Crecencio y Ancona; y dos novelas de Eligio Ancona: La cruz y la espada y El filibustero (1866). Ortiz Monasterio, Historia y ficción... op. cit., p. 181.
15 José Luis Martínez, “Prólogo” a Ignacio M. Altamirano, en La literatura nacional, op. cit., p. XII.
49
que los temas, ambientes y “temperamento” fuesen mexicanos. En palabras
de este intelectual “la poesía y la novela mexicanas deben ser vírgenes,
vigorosas, originales, como lo son nuestro suelo, nuestras montañas, nuestra
vegetación”.16 Ello no implicaba que favoreciera una cultura xenofóbica o
insular, por el contrario, insistió en que se debían conocer profundamente
todas las escuelas literarias, “creemos que estos estudios son indispensables;
pero deseamos que se cree una literatura absolutamente nuestra, como todos
los pueblos tienen, los cuales también estudian los monumentos de los otros,
pero no fundan su orgullo en imitarlos servilmente”.17
Ignacio Altamirano, que fue el principal crítico literario y promotor de la
novela, indicó que este género era “el más cultivado en el siglo XIX”, su
importancia radicaba en su sentido didáctico ya que era “el artificio con que
los hombres pensadores de nuestra época han logrado hacer descender a las
masas doctrinas y opiniones que de otro modo habría sido difícil hacer que
acepten”.18 Este crítico proponía una lectura que superara la anécdota e
incluso su valor estético para buscar en “el fondo de ella el hecho histórico, el
estudio moral, la doctrina política, el estudio social, la predicación de un
partido o de una secta religiosa; en fin, una intención profundamente
filosófica y trascendental”.19
Sin duda, esta propuesta de lectura es de gran valor para el análisis
historiográfico. Tradicionalmente la novela y en general todas las obras
literarias se han considerado como fuentes para la historia, de las que se
entresacan “hechos históricos” verosímiles, elementos para “reconstruir la
vida cotidiana”, etc. La crítica literaria tradicional ha buscado reconstruir en
16 Altamirano, Revistas, op. cit, p. 14. 17 Idem, p. 15. 18 Idem, p. 17. 19 Idem y Solórzano Ponce, op. cit., p. 27.
50
detalle la participación política y militar de los autores para explicar pasajes
específicos de las obras literarias.20
Para la Historiografía Crítica las novelas son un testimonio y parte
constitutiva del discurso y del horizonte de una época. Son objeto de estudio
para la historiografía los géneros en los que se registra el pasado, el
argumento y la trama, el trazo de los personajes, los valores sociales y
religiosos que transmiten y aquellos que querían transmitir, el conocimiento
del presente y del pasado, los discursos y metadiscursos con los que
escribieron, pero fundamentalmente deben leerse como “publicistas”, pues
ésta era su intencionalidad explícita, tal y como señala Altamirano.
Altamirano veía en la novela un instrumento que servía para educar a
las masas y poco a poco borrar las diferencias sociales con el viejo afán liberal
de construir una sociedad de iguales.
Para el crítico tixtleco. La novela es el libro de las masas.
Los demás estudios, desnudos del atavío de la imaginación, y mejores por eso, sin disputa, están reservados a un círculo más inteligente y más dichoso, porque no tiene necesidad de fábulas y de poesía para sacar de ellos el provecho que desea. Quizás la novela está llamada a abrir el camino a las clases pobres para que lleguen a la altura de este círculo privilegiado y se confundan con él. Quizás la novela no es más que la iniciación del pueblo en los misterios de la civilización moderna, y la instrucción gradual que se le da para el sacerdocio del porvenir.
Altamirano era contundente al afirmar la importancia que le concedía a la
novela como género popular y por tanto medio de difusión:
el hecho es que entretanto llega el día de la igualdad universal y mientras haya un círculo reducido de inteligencias superiores a las masas, la novela, como la
20 Véase por ejemplo el artículo de Nicole Giron, “Ignacio Manuel Altamirano y Vicente Riva
Palacio: una amistad con fondo de parentesco tlixtleco”, en Secuencia, nueva época. No. 35, mayo-agosto, 1996.
51
canción popular, como el periodismo, como la tribuna, será un vínculo de
unión con ellas, y tal vez el más fuerte.21
La novela debía desempeñar una función didáctica particularmente en
favor del “bello sexo, que es el que más lee y al que debe dirigirse con
especialidad, porque es su género”,22 función que no debe subestimarse
porque eran las mujeres las que los liberales consideraban que eran las
responsables de formar los valores y lealtades de sus hijos.
Para el lector la novela de folletín podía tener una función recreativa,
pero para los autores servía para difundir los principios liberales y
republicanos, “principios que fundamentarían el orden, el progreso y el
bienestar general”.23
Si los liberales mexicanos eligieron la novela histórica y el romanticismo
como medios para difundir su ideario no fue fortuito, era su sentido
inmanente lo que les permitía explicar el presente con base a sus orígenes.
Enrique Anderson Imbert propone que la novela histórica era una nueva
manera de comprender el pasado:
En todas las épocas se noveló el pasado pero fue especialmente en el periodo romántico cuando las novelas históricas aparecieron en constelación con una implícita filosofía de la vida. Los racionalistas habían desatendido las raíces históricas de la existencia humana. Cuando ofrecían asuntos lejanos apuntaban a lo inmutable; y la móvil relatividad y volatilidad del hombre se les escapan. La filosofía romántica, en cambio, insistió en que vivimos en el tiempo y, por tanto, el sentido de nuestras acciones está condicionado por las particularidades del proceso cultural. El novelista del siglo XIX --el siglo de la historia-- enriqueció, pues, el viejo arte de contar con un nuevo arte de
comprender el pasado.24
21 Altamirano, Revistas, op. cit., pp. 39-40. 22 Idem, p. 68. 23 Solórzano Ponce, op. cit, p. 25. 24 Enrique Anderson Imbert, “El telar de una novela histórica: Enriquillo de Galván”, en
Estudios sobre letras hispánicas. México, Editorial Libros de México, 1974. (Colección Biblioteca del Nuevo Mundo, 7) p. 93.
52
En el eje de trabajo anterior se señaló que el romanticismo que mayor
impacto tuvo sobre México fue el “revolucionario” y en particular la novela
“social” o “romántico realista”, ésta ayudó a desarrollar una nueva
sensibilidad por el sentimiento único e irrepetible del acontecer y su
capacidad de marcar la vida diaria de los ciudadanos. Era también una forma
de observación de la realidad inmediata y una búsqueda de sus causas y
raíces. Altamirano en su célebre Revistas Literarias de México de 1868 atestigua
que los autores más leídos en nuestro país eran Walter Scott, Victor Hugo,
Alejandro Dumas, Honorato Balzac y Eugenio Sue. Para Altamirano a Scott,
como fundador de la novela histórica, se debía agradecer que diera a “conocer
en todo el mundo con sus encantadoras leyendas la historia de su país antes
muy ignorada.25
De Hugo señaló que Los miserables era “la más grande novela social de
nuestro siglo” y aseguró que sería leída “mientras haya quienes sufran sobre
la tierra”.26 Dumas era el escritor que había “vulgarizado gran parte de la
historia de Francia”. A sus novelas más conocidas: Los tres mosqueteros, Veinte
años después y La máscara de Hierro, se agregaba San Felice que el propio
Dumas presentaba como “un monumento a la gloria del patriotismo
napolitano”, pues relata la revolución de este pueblo contra los borbones y la
proclamación de la República Partenópea a fines del siglo XIX.27 Junto con
Hugo, consideraba Altamirano, era el mejor representante de una “historia
filosófica” o del romanticismo revolucionario. Cada una de las obras realistas
25 Altamirano, Revistas literarias, op. cit., p. 31. 26 Idem, p. 34. 27 Idem, p. 32. 28 Idem, p. 34.
53
de Balzac --según el liberal mexicano-- “es un estudio de la sociedad moderna
con sus dolores y sus esperanzas, con sus vicios y sus virtudes”.28
El carácter de difusión doctrinaria de la novela mexicana social filosófica
se ilustra con Monedero (1862) de Nicolás Pizarro Súarez. Otra vez es el crítico
Altamirano quien explica que ésta “no sólo es un estudio de las costumbres,
de las necesidades y de los vicios de la sociedad, sino un proyecto de reforma,
un monumento filosófico elevado al amor del pueblo y propuesto a la
consideración de los hombres pensadores para mejorar la educación y la
suerte de las clases desgraciadas”. El fondo del asunto, según explica
Altamirano, “es el socialismo en su explicación práctica en nuestro país, es la
teoría del falansterio, no enseñada especialmente por Victor Considerant, sino
desleída con habilidad en una hermosa historia de amor para convencer y
tentar”.29
La novela en general, pero en particular la novela filosófica e histórica,
planteaban cómo distinguir los límites de la ficción del diagnóstico social
“científico”, cómo diferenciar el acontecimiento del trazo literario. En otras
palabras, cuáles serían los criterios de verdad.
La argumentación de Ignacio Altamirano resulta “muy contemporánea”,
e incluso podría calificarse como próxima a los debates de la segunda mitad
del siglo XX, puesto que no identificó la verdad con la objetividad y la prueba
documental, sino que enraizado en la tradición clásica y específicamente en
las propuestas de Tácito, Altamirano proponía que el criterio de verdad se
define por la imparcialidad e intencionalidad del escritor. Nuevamente
citémoslo en extenso:
La historia de ese gran libro de la experiencia del mundo está de hoy en más, abierto ante todos los ojos, y su conocimiento no será el privilegio de un grupo de hombres favorecidos por la suerte, pues engalanada con los atavíos de la leyenda, se la hace aprender al pueblo, que saca de ella provechosas
29 Idem, p. 54
54
lecciones. Algunos opinan que esta manera de escribir la historia la desnaturaliza, y corrompe las fuentes de la verdad. Nosotros respondemos que no hay forma histórica que no ofrezca ese peligro cuando el escritor carece de criterio, o cuando el interés de un partido se apodera de tal recurso para hacer triunfar sus ideas. Dad el buril histórico a un adulador de los Césares, y tendréis un panegírico vergonzoso; dadlo a Tácito y tendréis a la verdad majestuosa denunciando las infamias de la tiranía. Leed las páginas de Solís sobre la conquista de México, y veréis fábulas ridículas como las que puso Herodoto en su libro, desnaturalizando hechos verdaderos; pero estudiad a Prescott, que ha sabido con sana crítica descartar lo verdadero de lo falso, y tendréis la buena historia. Así pues, la novela no es la que trae en si este inconveniente, sino la intención o la capacidad del escritor; y aquella novela histórica será más estimable, que presente los hechos con mayor imparcialidad; además de que para combatir los errores se ofrece el mismo
medio a los autores que deseen defender la verdad contra la impostura.30 Es frecuente que se afirme que la novela histórica desde Walter Scott se
leía a partir de un pacto implícito establecido con el lector, éste sabía que la
ambientación era verídica, mientras que el argumento (las acciones y diálogos
de los personajes) eran ficticios.31
El uso que Riva Palacio, por ejemplo, hace del conocimiento histórico y
en especial de las fuentes documentales es mucho más complejo. En la novela
Monja y casada, virgen y mártir Riva Palacio diseña sus personajes basándose
en los expedientes del archivo de la Inquisición, transcribe documentos
enteros del mismo archivo y para incrementar la verosimilitud de su relato
interrumpe la narración para señalar que lo que el narra no es materia de
novelas. Por si fuese poco, pasajes enteros de esta novela, su autor años
después los utilizaría en México a través de los siglos.32
Vicente Riva Palacio es el más estudiado de los novelistas mexicanos de
este periodo, lo que permite ejemplificar en detalle la manera en que utilizó el
conocimiento del pasado histórico como arma liberal.
30 Idem, p. 30. 31 cfr. Hayden White, “El acontecimiento modernista”. 32 Un análisis detallado lo brinda Ortiz Monasterio en Historia y ficción. op. cit.
55
El triunfo de la República sobre el Segundo Imperio implicó la
construcción de un orden civil laico. Riva Palacio con sus novelas buscó
convencer a “las masas” sobre la bondad y justicia de la Reforma e inducirla
al rechazo de cualquier forma de intolerancia. En Monja y casada, virgen y
mártir, el autor presenta el enfrentamiento entre el poder eclesiástico y poder
civil.
Esta novela narra la manera en que, por primera vez en la Nueva
España, la Iglesia, para consolidar su poder y riqueza, se opuso a la autoridad
virreinal. El marqués de Gelves defendió su autoridad frente a la poderosa
institución, pero en respuesta el arzobispo Juan Pérez de la Serna incitó un
tumulto en 1624 contra el poder civil, por lo que el virrey tuvo que asilarse en
el convento de San Francisco. Aunque el Rey dio la razón al marqués de
Gelves, esté no volvió a tomar el poder, mientras que el Arzobispo perdió el
favor del monarca y fue depuesto. Con esta trama de trasfondo, el “lector
popular podía comparar la querella entre el virrey y el arzobispo con la
querella liberal de 1857”.33
Riva Palacio acude al pasado colonial con el fin de borrar del imaginario
popular las simpatías y los lazos que aún guardaba con el Antiguo Régimen.
La institución que mejor le sirve a este propósito es el Santo Oficio que
invadía tanto el orden civil como el eclesiástico. En la mayor parte de su obra
la Inquisición es un actor importante que perseguía a judíos, judaizantes,
protestantes, piratas, magos, hechiceros, astrólogos, alienados, pillos e
inocentes que eran denunciados simplemente por venganzas personales. Es
una constante la descripción detallada de la prisión, la captura y el
interrogatorio que se autentificaba con el tormento físico. Riva Palacio se
regodea al relatar los métodos y procedimientos de tortura y la muerte de las
33 Solórzano Ponce, op. cit. pp. 25-26.
56
víctimas en la hoguera en un solemne auto de fe,34 contribuyendo así a
sembrar la leyenda negra, que hoy en día prevalece.
El liberal censuró la Inquisición como muestra de intolerancia religiosa y
racial,35 simbolizaba el periodo colonial en la que no existían las garantías por
las que los liberales habían luchado desde la Cortes de Cádiz: el habeas corpus,
el reconocimiento de lo derechos naturales del hombre y del ciudadano, la
equidad de los ciudadanos ante la ley. De manera que en sus novelas las
imágenes del medievo no producen la nostalgia embellecedora del pasado,
típica del romanticismo europeo, sino el horror.
La historia que se escribe es, sin duda, doctrinaria, y es una legitimación
de la Reforma, pero su sentido programático se gestó al iniciarse la guerra
entre liberales y conservadores. El mejor ejemplo es otra vez Vicente Riva
Palacio.
En marzo de 1861 el presidente Benito Juárez ordenó al diputado Riva
Palacio recoger del Arzobispado el archivo de la Inquisición y poco después el
Congreso de la Unión decretó que se publicaran sus “causas célebres”. Pero,
la Suprema Corte de Justicia solicitó a la Legislatura que le entregase los
archivos del Santo Oficio, argumentando que algunas causas inquisitoriales
eran de interés para la hacienda pública.36
El Monitor Republicano publicó un prospecto que anunciaba que se
levantaría “el velo a documentos reservados hace tantos años, y extraídos, por
decirlo así, del dominio público”. El objetivo era dar a conocer “el execrable
pasado” en aras de su destrucción. Sin embargo, un año después comenzó la
Guerra de Reforma, los documentos no fueron publicados y el archivo lo
34 Véase, por ejemplo, el capítulo II del Tomo II de México a través de los siglos y el relato “La
familia Carbajal” en El libro rojo. 35 Solórzano Ponce, op. cit., pp. 36-37.
36 Leticia Algaba, Las licencias del novelista y las máscaras del crítico. México, UAM-A, 1997, p.
13.
57
conservó Riva Palacio, sería hasta el triunfo de la República que --a juicio de
Leticia Algaba-- el literato desarrollaría este proyecto en cada una de sus
obras.
En su novela Monja y casada, virgen y mártir recurre a un argumento
trillado: la joven que sin vocación religiosa se ve obligada a convertirse en
monja. La angustia, el dolor y la impotencia de la monja ante la carencia de
libertad era un tema típicamente romántico.37 Riva Palacio lo retoma en el
personaje de doña Blanca de Mejía, personaje que sintetiza la fusión entre el
romanticismo y el liberalismo, ambos en su lucha por hacer de la iniciativa
individual y la capacidad de elección del ciudadano la base del orden social.
No debe perderse de vista que Riva Palacio perteneció a la generación
que luchó por las Leyes de Reforma que suprimieron en la República
Mexicana los votos monásticos perpetuos porque significaban la pérdida
irrevocable de la libertad, cualidad a la que, según los liberales, el hombre
simplemente no podía renunciar, de ahí que el literato apoyara a Sebastián
Lerdo de Tejada en la exclaustración de monjas y frailes.
Pero la formación de un nuevo ciudadano a través de sus novelas no
implicaba la ruptura de los valores sociales tradicionales cristianos, por el
contrario buscó perpetuarlos como base del orden social. Por ejemplo,
Matilde, personaje de Calvario y Tabor, es una joven honrada, casada, madre
de dos niños, seducida bajo amenaza y que por eso mismo no puede
recuperar su lugar de esposa y madre en la sociedad.38
37 El tema de la joven que sin vocación religiosa es obligada a convertirse en monja ya había
sido explorado por Justo Sierra padre en La hija del judío y por Manuel Payno en El fistol del diablo. 38 Teresa Solórzano Ponce brinda un análisis de los personajes femeninos y de la figura
masculina en las novelas de Riva Palacio que apunta la manera en que refuerza los valores tradicionales. “El espacio en las oposiciones abierto-cerrado, adentro-afuera, otorga a la mujer los espacios cerrados: habitación, casa, iglesia, convento; mientras que al hombre le pertenecen los espacios abiertos: atrios, plazas, calles, campos. Del espacio cerrado se deriva la situación social de la mujer. Las oportunidades que le ofrece la vida no puede ser otras más que el hogar paterno, el matrimonio o el convento; cualquier otra perspectiva la colocaría fuera de la sociedad. Solórzano Ponce, op. cit.
58
Leticia Algaba estudió la polémica entre Riva Palacio y el presbítero
Mariano Dávila suscitada entorno a Monja y casada... El presbítero escribía
“¿Cuándo la historia ha dejado de ser alterada por la acalorada imaginación
de los poetas y romanceros o completamente desmentida por la encarnizada
pasión del espíritu de partido?”39
Estas palabras sintetizan una posición que al anteponer la llamada
verdad a la ficción literaria mostraban las profundas diferencias que
mediaban entre los intelectuales del liberalismo triunfante y los del más
acendrado catolicismo conservador. La novela tiene como trasfondo el
Tumulto de 1624. El Presbítero, consideraba que Riva Palacio erró en la
perspectiva que todo narrador debe cuidar, pues usa recursos que da “rasgos
increíbles y grandiosos” al tumulto.
Para el Presbítero, la gente estaba acostumbrada, como cualquier pueblo,
a tales turbulencias. Algaba indica que
La inferencia, ya se ve, opera como un ejemplo del quehacer del historiador, precisamente centrado en el concepto de verosimilitud. Aunque no se usa este término, se infiere del recurso de trasladar con la imaginación al teatro de los sucesos y a la época en que acontecieron, movimiento que ya la retórica clásica atribuía al historiador para dar a la verdad posible, probable o creíble, elementos de lo verosímil, concepto que emparienta al historiador con el poeta. Dávila acepta tal parentesco pero rechaza la exageración, lo inverosímil. Del falseamiento de la verdad histórica, señala, se forma en la novela un suceso espantoso.
El hincapié que Dávila hace en esclarecer la verdad histórica pretende
subrayar un problema ético: Riva Palacio promete referirse a la historia de los
tiempos de la Inquisición mas no se apega a la verdad. Las finas precisiones
de Dávila exhiben lo errores de Riva Palacio a través de un enfrentamiento de
fuentes historiográficas que delatan el largo y sinuoso camino de dos formas
39 Algaba, op. cit., p. 34.
59
de abordar el pasado colonial. “Dos anclas con las que los historiadores del
siglo XIX pretendían sustentar el proyecto del país a penas independizado de
España”.40
Arrogándose el derecho de defender un pasado que Riva Palacio aborda
desde una perspectiva alejada del “teatro de los acontecimientos”, Dávila lo
acusa de no comprender el orden social colonial. La Conquista había sido una
acción que la Providencia tenía reservada a España. En los designios de la
Iglesia había sido crucial la siembra de la fe católica.41
Tradiciones, leyendas y relatos
Este breve panorama “literario”, ejemplificado con Riva Palacio, no estaría
completo sino se señalara que otra forma de recuperar el pasado colonial fue a
través de las “leyendas” y “tradiciones”, forma exclusiva y definitoria del
costumbrismo latinoamericano. La mayor parte de los críticos literarios
coinciden en que el costumbrismo es un movimiento que guarda una especial
relación con el romanticismo, se caracterizó por exhibir las manifestaciones
culturales populares como una forma de observación y análisis de la realidad
y, por tanto, como otra forma de búsqueda de definición de la nación
mexicana.
El mejor representante y quien consagró “las tradiciones” como género
fue Ricardo Palma con sus Tradiciones Peruanas (1872-1913), que los críticos
literarios califican como “mezcla de costumbrismo y ficción histórica”.42 En
México José María Roa Bárcena había publicado en 1862 Leyendas Mexicanas y
cuentos y baladas del norte de Europa que, según Altamirano eran “tradiciones
40 Idem, pp. 39 y 43. 41 Idem, pp. 44-45. 42 Lee Fontanella, “El costumbrismo en la literatura española e hispanoamericana” en Historia
de la literatura. Volúmen quinto. La edad burgesa, 1830-1914. Madrid, Ediciones Akal, 1993, p. 342.
60
de nuestra historia e imitaciones del alemán”.43 El propio Altamirano escribió
Paisajes y leyendas, tradiciones y costumbres de México (1884), y Riva Palacio con
Juan de Dios Peza publicaron Tradiciones y leyendas mexicanas (1885), volumen
que contiene dieciséis textos, todos en verso de diversa métrica.44 En los
textos dedicados a la ciudad de México sobresalen, los hechos sobrenaturales,
pero también los sucesos infractores de la moral, como lo son los amoríos,
elementos que, contribuyen al trazo de personajes románticos. “No dejan los
autores de indicar, de vez en cuando, las fuentes históricas, en ese guiño usual
del novelista histórico que advierte al lector sobre la veracidad de su
relato”.45 No obstante, la conservación de las leyendas registrándolas y no
sólo manteniéndolas vivas a través de la tradición oral, fue una práctica
frecuentemente en el periodo virreinal.
Las similitudes temáticas e incluso estructurales en las leyendas de lo
dos más grandes virreinatos americanos son señalados por Ricardo Palma.
“Nuestro Zelenque es el don Juan Manuel de ustedes. La mujer herrada es
leyenda también de mi tierra. “La cita en la catedral” (precisamente
versificada) nos es familiar. El barquichuelo de “La mulata de Córdoba” es el
mismo en que se embarcó nuestra Inés la voladora para burlarse de un
inquisidor”.46
El libro rojo
Antes de iniciar la revisión de las principales historias que se escribieron en
este periodo y sus principales características cabe destacar El libro rojo por
43 Altamirano, “Introducción a El Renacimiento”, en La literatura nacional, op. cit., p. 216. 44 Leticia Algaba, “Una amistad epistolar: Ricardo Palma y Vicente Riva Palacio”, en
Secuencia. México, Instituto Mora, No. 30, septiembre-diciembre, 1994, p. 182. 45 Idem. 46 “Carta del 14 de mayo de 1886 de Vicente Riva Palacio a Ricardo Palma” citado por Algaba
en “Una amistad epistolar...”, op. cit., pp. 182-183.
61
tratarse de una obra en la que se manifiesta cabalmente la hibridación de la
novela e historia como géneros, o si se quiere de sus fronteras móviles.
Escrito por Vicente Riva Palacio, Manuel Payno y Rafael Martínez de la
Torre, tiene un título de suyo significativo: El libro rojo. Hogueras, horcas,
patíbulos, martirios, suicidios y sucesos lúgubres extraños acaecidos en México
durante sus guerras civiles y extranjeras. Es una colección de “cuadros
históricos” que leídos en conjunto presenta la “evolución de México”. Inicia
con los relatos “Moctezuma II”, “Xicoténcatl” y “Cuahutémoc”. Revisa a los
“tiranos después de la conquista”: Gonzalo de Salazar, Perlaminoles Chirino y
el visitador Muñoz. El libro rojo trata la conjura de Martín Cortés como el
primer intento criollo de independizar a la Nueva España.
Riva Palacio escribió varios relatos con los temas que serían una
constante en su producción. En “Los treinta y tres negros” narra la masacre de
un grupo de esclavos que habían luchado pacíficamente por la libertad y
dignidad; y en “La familia Carbajal” relata como ésta fue torturada y
quemada por el Santo Oficio debido a su fe judaica.
En “La familia Dongo” escrita por Payno el sentido doctrinario es quizá
menos explícito, pues da cuenta del “asesinato más espeluznante de que se
tuvo memoria en la colonia”, pero Payno con una breve aclaración afirma su
liberalismo igualitario ya que indica que no fue cometido por hombres de
condición humilde, sino por “tres españoles, de una condición y clase no
común”.
La segunda mitad del libro se dedica al siglo XIX y en particular a los
personajes independentistas (“Hidalgo”, “Allende”, “El padre Matamoros”,
“Morelos”, “Iturbide”, “Mina”, y “Guerrero”), y a los de la Reforma (en los
que destaca la muerte de Leandro Valle y de Santos Degollado).
Con “Los Mártires de Tacubaya” se destaca la superioridad moral de los
liberales, pues narra como fueron fusilados civiles, heridos y médicos por las
fuerzas conservadoras.
62
El libro cierra con el “martirio” de Maximiliano, escrito por Rafael
Martínez de la Torre quien junto con Mariano Riva Palacio, padre de Vicente,
fueron los abogados defensores en el juicio militar que se le abrió en
Querétaro.
El historiar el proceso es parte de un esfuerzo de conciliación política y
así lo señala Martínez de la Torre:
La historia con el inexorable poder de su criterio, es la única que al través de los años que calman las pasiones, mide bien los acontecimientos públicos. Ojalá y ella, al juzgar esta generación de que formamos parte pueda decir: El velo que la nación arrojó con el decreto de amnistía en 1870 sobre el periodo de la Intervención y los de la guerra civiles en la República pueda levantarse sin temor para el examen filosófico de sus causas; porque estén asegurados los votos de Maximiliano al morir; los de Juárez como vencedor y juez, son ya una verdad: la paz, la libertad y la
independencia de México.47
El carácter híbrido de El libro rojo se muestra cabalmente en el uso de las
fuentes históricas, algunos cuadros brindan transcripciones textuales de
procesos abiertos por el Santo Oficio, como el seguido a la familia Carbajal,
escrito por Riva Palacio, mientras que en otros, como el relato “Morelos” de
Manuel Payno, la imagen literaria se sobrepone a las pruebas documentales.
José Ortiz Monasterio observa que “habiendo sido fusilado el héroe a orillas
del lago de San Cristóbal, una súbita alteración provoca que se levanten las
olas del lago que vienen a lavar la sangre del prócer, señalando así su carácter
providencial. Casi sobra decir que en los documentos relativos a la muerte de
Morelos no se halla ningún informe de aguas que se encrespen ni nada
semejante.”48 Cabe señalar que al tratarse Payno de un liberal cristiano es
posible que quisiera indicar “su carácter providencial”, pero a mi juicio se
trata de la falacia romántica en la que la naturaleza se trasmuta haciendo eco, e
incluso sirviendo de coro, a las desdichas del personaje.
47 Rafael Martínez de la Torre, “Maximiliano”, en Manuel Payno y Vicente Riva Palacio, El
Libro Rojo. Prólogo de Carlos Montemayor, México, CONACULTA, 1989, p. 471. 48 José Ortiz Monasterio, “Estudio preliminar”, en Vicente Riva Palacio, Ensayos históricos.
CONACULTA-UNAM-Instituto Mexiquense de Cultura- Instituto Mora, 1997, p. 13.
63
En todos los relatos los autores pretendieron --según afirma Payno en
“Alonso Avila”-- “animar” a los personajes y ponerlos de bulto ante el lector,
pero conservando en todo la verdad histórica”.
En este “ponerlos de bulto” se advierte la escritura de una historia
romántica siguiendo los elementos que indicara Luis de la Rosa en su
conferencia en el Ateneo. Es la recuperación del personaje, en su
individualidad a quien se rescata y a través de sus actos se busca despertar los
sentimientos del lector para conmoverlo, para resaltar el antiguo valor
cristiano del martirio, no por la fe religiosa sino por su lealtad a la causa
política y a la nación, así se trata de una historia heroica novelada.49
La imparcialidad como criterio de verdad se dificulta a los autores al
historiar los personajes contemporáneos, pero la dificultad se salva al
reconocerse. Payno al escribir sobre Comonfort afirma “No es una biografía la
que vamos a escribir, sino el recuerdo familiar de alguno de los rasgos más
marcados de un personaje que, de todas maneras, tendrá que figurar en
nuestra historia contemporánea”.50 Es así como en el Libro rojo se conjunta
una historia doctrinaria, una historia heroica y la historia testimonial.
La vindicación
En el periodo que nos ocupa debe indicarse --aunque sea escuetamente que--
la recuperación del pasado inmediato se llevó a cabo principalmente por
49 Para mayores detalles sobre la construcción del caudillo y del gobernante como héroe
romántico véase Thomas Carlyle, “Sexta Conferencia”, en Thomas Carlyle y R. W. Emerson, De los héroes. Hombres representativos. Estudio preliminar de Jorge Luis Borges, México, CONACULTA- Océano, 1999.
50 Payno, “Comonfort” en El libro rojo, op. cit., p. 410. Riva Palacio en “Arteaga y Salazar” narra la muerte de este personaje en 1865. El relato inicia afirmando “Quisiera no tener la necesidad de escribir este artículo; los recuerdos que tengo que evocar, pues a pesar de los años que han transcurrido desde que acaeció el sangriento drama que voy a referir hasta hoy siento aún aquella penosa angustia, lo que voy a contar no está apoyado en documentos oficiales, ni en citas históricas, ni en comentario de sabios; es lo que yo mismo presencié, lo que llegó a mi noticia por las sencillas relaciones de los jefes, de los oficiales que militaban a mis órdenes, y que fueron hechos prisioneros en unión de Arteaga y Salazar”. “Arteaga y Salazar” en El libro rojo, op. cit., p. 438.
64
medio de la novela y la historia testimonial. Sin embargo, pocas fueron las
novelas que se escribieron para recuperar el pasado inmediato. Juan A.
Mateos publicó El cerro de las campanas (1868) y Riva Palacio Calvario y Tabor
(1868).
La historia testimonial se puede inferir que, atendiendo a las
consideraciones de Altamirano, se dirigía a un público reducido, al círculo de
las inteligencias educadas, a las élites políticas. Son opúsculos autobiográficos
que tienen por objeto justificar la acción política de los actores como parte del
funcionariado. Formaron un género específico llamado “vindicación”,
enraizado en la tradición retórica y en los valores del Antiguo Régimen su
función es lavar la honra.51
El primer texto del periodo conocido como la “Reforma” se publicó en
1855, cuando Melchor Ocampo dio a la imprenta su opúsculo “Mis días como
ministro”. En 1858 Anselmo de la Portilla y en 1860 Manuel Payno imprimen
sus defensas sobre su participación en el golpe de Estado de Ignacio
Comonfort. Sirva de ejemplo una breve cita del texto de Payno en la que
indica cuál es el objeto de su publicación.
El autor de El fistol del diablo busca “contestar con la narración verdadera
de los hechos, a tantas especies como se han escrito en mi contra, atacándome,
no sólo con relación a la política, sino de cuantos modos puede herir los
sentimientos más delicados de un hombre”.52
En una fecha tan tardía como 1885 se publicó el texto de José María
Iglesias La cuestión presidencial de 1876 en el que explicó las razones por las
cuales encabezó la rebelión decembrista para impedir que Sebastián Lerdo de
Tejada se reeligiera por segunda ocasión.
51 Véase para mayores detalles el estudio pionero de Aarón Grajeda “Vindicación. Análisis
historiográfico para el _______. La identidad y la muerte”. Tesis para obtener el grado de Maestro en Historiografía. México, UAM-A, 2001.
52 Manuel Payno, Memoria sobre la Revolución de diciembre de 1857 a enero de 1858. México, INEHRM, 1987, p. 22.
65
Vicente Riva Palacio e Irineo Paz en su Historia de la Administración de
don Sebastián Lerdo de Tejada53 justificaron la rebelión de Tuxtepec.
Las historias
Las historias y novelas escritas por los liberales eran textos que como se ha
mostrado tenían una intencionalidad explícita: recuperar el pasado para crear
una identidad nacional.
Nicole Giron al analizar la obra de Ignacio Altamirano propone un
elemento adicional que, sin duda, puede aplicarse a toda la historiografía
decimonónica:
al acto de hacer historia se asocia cierta voluntad de trascendencia, el propósito de desafiar, tanto como sea posible, lo perecedero de las cosas humanas, abolir el olvido. Este fin exige una rigurosa selección de los hechos que se van a
trasmitir y la manifestación evidente de su valor ejemplar.54
El valor ejemplar es de vital importancia puesto que se vincula con su
sentido axiológico. Es con el ejemplo con el que se educa a la ciudadanía, es el
ejemplo que se espera que los jóvenes emulen y con ello afirmen su lealtad al
Estado liberal.
Una vez consolidado el triunfo político-militar del llamado “Partido
Liberal” se expresa un nuevo elemento en la narración histórica escrita por los
vencedores, la plena identificación de su lucha con la legalidad, el
constitucionalismo y el nacionalismo. José María Vigil y Juan B. Hijar y Haro
en la Historia del Ejército de Occidente (1874) presentan la guerra contra la
Intervención y el Segundo Imperio como una segunda independencia que
condujo a la consolidación del Estado-nación y a un proceso de
53 Publicado íntegro por la Biblioteca Mexicana de la Fundación Miguel Alemán, México,
1992. Un fragmento se reproduce en Vicente Riva Palacio, Ensayos históricos, op. cit. 54 Nicole Giron, “Ignacio Manuel Altamirano”, en En busca de un discurso...op. cit., p. 267.
66
modernización que elevó al país al nivel de las “naciones civilizadas”. En
palabras de los autores la Reforma fue
el combate gigantesco, librado entre el pasado que implica la destrucción de la nacionalidad, y una revolución gloriosa, que empuñando la bandera del porvenir, ha defendido no sólo la existencia de México como pueblo independiente, sino que procuró implantar las fecundas conquistas de la
moderna civilización.55
El mismo texto actualiza la antigua función ciceroniana de la historia:
Maestra de los tiempos y de los pueblos. Primero, porque con su sentido
ejemplar da a conocer a los “hombres notables por sus virtudes y por sus
vicios, que han ejercido en la sociedad una influencia benéfica o maléfica”,
por ende permite a “los pueblos evitar escollos” y “adoptar la conducta más
conforme a los intereses generales”. Segundo, la historia desempeña una
pedagogía valoral para las nuevas generaciones: “¿Qué estímulo más
poderoso puede presentarse a la juventud que el sacrificio voluntario del
virtuoso patriota?” --se interrogan los autores.56
La mejor síntesis de las tesis históricas que sostuvieron los miembros del
“Partido del Progreso” la brinda el discurso cívico del 16 de septiembre de
1871 que pronunció Riva Palacio para conmemorar la Independencia
(naturalmente permean sus novelas y se plasmarían también en el Tomo II de
México a través de los siglos).
A lo largo de la historia la humanidad se ha dividido en dos grandes partidos, el del progreso y el del retroceso; la historia es pues una marcha ascendente en la que luchan la inteligencia y la ciencia contra el oscurantismo y la superstición. Algunos buscan la felicidad en el porvenir, otros en la conservación de viejas instituciones y tradiciones. Pero la marcha de la humanidad es siempre progresiva, pues tal es la ley eterna, que aun el mismo triunfo de las ideas retrógradas... hace marchar siempre el mundo en su
camino de progreso... 57
55 José María Vigil y Juan B. Hijar y Haro, Historia del Ejército de Occidente. México, INEHRM,
1989, p. VII. 56 Idem, p. V. 57 Riva Palacio, “Discurso del 16 de septiembre”, en Ensayos históricos, op. cit., pp. 58-72.
67
Esta visión maniquea del progreso histórico redujo la historia mexicana
a una lucha liberal (que se asocia a una lucha por la democracia) en contra de
las fuerzas de la opresión política y del clero, de la injusticia social y de la
explotación. Charles Hale afirma acertadamente que “dentro de las
suposiciones particulares de cada era sucesiva, ha sido continuamente
reproducidas por historiadores posteriores”.58
Otra tesis del novelista, compartida por una buena parte de los
historiadores de su generación --y que sin embargo no ha pervivido--,
señalaba que la conquista española había sido necesaria para preparar el
camino del “sagrado principio de soberanía popular”, destruyendo las
monarquías indígenas, con lo cual los conquistadores se convirtieron “de
terribles enemigos, en poderosos auxiliares de la libertad”. Pero, en el
virreinato sólo se conoció el lado odioso de la monarquía: guerra, persecución,
esclavitud, monopolio, estanco, impuestos, azotes, picota y autos de fe; jamás
tuvieron los virreyes la autoridad, el lustre ni los gestos magnánimos de los
reyes europeos. De manera paralela, los tumultos de tiempo coloniales
mostraron el poder latente del pueblo. Todo esto preparó el camino para la
democracia en América, pues el Nuevo Mundo era “el continente
predestinado”, el lugar elegido “para la libertad, la república y la
democracia”.
El orador advertía que faltaba consolidar lo que hoy llamamos el orden
liberal, por ello “aún hay que sufrir, aún hay que llorar, aún hay que defender
y que conquistar”. Lo importante era que “el modo de ser político y social” ya
estaba cimentado porque “México es grande porque es republicano, México es
libre porque merece serlo, México es la tumba de las tiranías y el asilo de las
58 Hale, El liberalismo mexicano en la época de Mora, op. cit., p. 5.
68
libertades”.59 En consecuencia, el pasado que habría de recuperarse era para
mostrar la necesidad del ser republicano y liberal.
El texto liberal más importante escrito por los actores políticos fue
México a través de los siglos en el que se fusionan la doctrina liberal
sistematizada, el liberalismo como sinónimo de nacionalismo, una escritura
romántica, una historia concebida como Maestra de los tiempos, y la
legitimación del régimen. Dirigida por Vicente Riva Palacio fue una obra
realizada por encargo oficial.
Había un importante antecedente. Desde 1870 Manuel Orozco y Berra,
Manuel Larrainzar y Manuel Payno habían planteado la necesidad de
elaborar una historia general de México que se basara en fuentes
documentales y que incluyera una revisión exahustiva de testimonios. Pero
no la llevaron a cabo.60
La gran síntesis fue escrita bajo condiciones peculiares, no sólo porque
Riva Palacio se encontraba encarcelado en la prisión militar de Santiago
Tlatelolco cuando escribió el Tomo II,61 sino porque fue una obra colectiva
comercializada y distribuida por una empresa privada. El financiamiento lo
aportó la casa editorial Ballescá, como la novela de folletín debía mantener el
suspenso hasta la siguiente entrega, lo que determinó su estructura. Para
escribirse se contó con lo que hoy llamamos auxiliares de investigación, unos
se dedicaban a localizar y reproducir las ilustraciones que adornan
59 Riva Palacio, “Discurso del 16 de septiembre“, en Ensayos históricos, op. cit., pp. 58-72. 60 Payno escribió Compendio de historia de México que terminaría por convertirse en un libro de
texto. Para mayores detalles sobre las ideas de Manuel Larrainzar véase “Algunas ideas sobre la Historia y la manera de escribirla”, en Ortega y Medina, Polémicas y ensayos, op. cit., pp. 142-255.
61 Manuel González propuso que se escribiera una historia de la guerra de Intervención, para lo cual comisionó a Riva Palacio el 8 de febrero de 1881. En su archivo personal hay indicio del tránsito hacia una historia general: se trata de un documento que refiere todas las intervenciones extranjeras que se pueda imaginar, incluyendo incursiones de piratas y aventuras filibusteras; marcada nuestra historia por las intervenciones extranjeras, era lógico convertir el proyecto en una historia general de México. En diciembre de 1883 Riva Palacio se opuso en la Cámara de Diputados a la nueva moneda de níquel, por lo que fue aprehendido y conducido a la prisión militar de Santiago Tlatelolco y desde ahí dirigiría la obra, pues permaneció encarcelado hasta el 16 de septiembre de 1884. Ortiz Monasterio, “Estudio preliminar”, op. cit., p. 32.
69
profusamente la obra, otros revisaban los textos y verificaban la información,
sin faltar los amanuenses que copiaban las versiones definitivas enviadas por
el editor a la casa de Espasa en España.
La obra consta de cinco tomos que corresponden a Alfredo Chavero
(etapa prehispánica y conquista de Tenochtitlán), Vicente Riva Palacio (la
dominación española), Julio Zárate (la guerra de Independencia), Juan de
Dios Arias (la primera mitad del siglo XIX) y José María Vigil (de la
revolución de Ayutla a 1867). Arías murió dejando inacabado su tomo, que
continuó el español Enrique de Olavarría y Ferrari.
El primer tomo resulta de especial interés, y en particular su
introducción en la que Chavero presenta un recuento del nacimiento de la
arqueología mexicana, los esfuerzos para recopilar los códices y descifrar los
“jeroglíificos”, la crítica de fuentes distintas a las occidentales y el privilegiar a
éstas sobre las crónicas españolas, las que reduce así a un complemento.
Chavero reconoce en especial los esfuerzos de Santiago Ramírez y de Manuel
Orozco y Berra para dar forma a una nueva aproximación al pasado indígena.
Riva Palacio en la introducción al volumen que él redactó presenta una
visión de la historia mexicana que expresa los mismo rasgos que su discurso
de 1871.62
Es importante señalar que esta obra ya no es típicamente romántica,
busca al pueblo como personaje, pero no es el individuo y la explicación
intencionalista la que impera, pues los héroes comprendidos a lo Carlyle dan
paso a una nueva noción. Riva Palacio atemperado por el positivismo
spenceriano explica que
62 El embrión del mexicano se formó en el siglo XVI, pero no era el pueblo conquistado ni el
conquistador. “Nueva España no fue la vieja nación conquistada que recobra su libertad después de trescientos años de dominación extranjera: fuente de históricos errores y de extraviadas consideraciones filosóficas ha sido considerada así, cuando un pueblo cuya morfología deben estudiarse en los tres siglos del gobierno español”. Riva Palacio, México a través de los siglos. México, Editorial Cumbre, 1966, Vol. II.
70
Es verdad que los grandes hombres pueden producir importantes modificaciones en la estructura y en la marcha de los pueblos pero es preciso no olvidar, como dice Spencer, que cuando un hombre influye sobre una sociedad, esa sociedad ha influido con anterioridad sobre el hombre, y todos los cambios de que él es autor inmediato tienen sus causas principales en las generaciones de que él desciende. El hombre pertenece a su siglo y el siglo no pertenece al hombre, pero para conocer el siglo se necesita conocer a la
sociedad.63
El conjunto de la obra muestra la convivencia en la década de 1880 de
distintos horizontes de enunciación. Mientras Riva Palacio adoptó algunos
elementos del positivismo spenceriano, José María Vigil se mantuvo hasta su
muerte defendiendo la visión romántica-nacionalista de la historia.64 No
obstante, Vigil comparte con Riva Palacio algunos elementos entre los que
cabe destacar la noción de un desenvolvimiento social que se inicia con la
conquista española, pues de manera inmediata se mezclaron las facultades del
poder civil y las del poder eclesiástico, por lo tanto el núcleo que explica el
acontecer del país es su búsqueda de la independencia y de la emancipación
del poder eclesiástico.65
El segundo elemento que compartieron es la noción de imparcialidad.
Vigil declara como propósito escribir una obra en la que el autor se procura
colocar “sobre toda mira apasionada, para poder fijar con entera precisión las
verdaderas causas de los hechos y su trascendente significación”. Es así como
se propone explicar “una revolución mal comprendida por unos y
siniestramente interpretada por otros, que no pudiendo hacer retroceder las
cosas al estado que guardaban antes de ella, se satisfacen con derramar la hiel
del odio, alterando los acontecimientos y envileciendo a sus autores”.66
63 Idem, p. XII. 64 Véase el espléndido libro de Charles Hale, La transformación del liberalismo en México, en el que
estudia la polémica entre Vigil y Justo Sierra en torno al positivismo.
65 José María Vigil, “Introducción”, en México a través de los siglos, T. V, p. IV. 66 Idem.
71
Pese a este esfuerzo al historiar el pasado reciente es evidente el sentido
programático de la obra. Para Vigil al mediar el siglo XIX “llegose a
comprender, por las lecciones repetidas de la experiencia, que existía una
suma de intereses radicalmente hostiles a los de la nación”, se trataba del
“partido clerical” que instituyó la dictadura de Santa Anna.
“Desde ese momento no era ya posible vacilación alguna; la misma
violencia de la reacción tenía que provocar una acción igualmente enérgica
[...] quedando perfectamente definido el pensamiento de una revolución
iniciada hacía tanto tiempo”.67 En este conflicto Vigil presenta a una
“sociedad mexicana, que se vio arrebatada por el genio de la Reforma,
pronunciando la última palabra en aquel movimiento preparado por tantos
años y por tanto pensadores”.68
En la década de 1880 la historia programática se extendió a la enseñanza
de la Historia Patria. Este objetivo no era enteramente nuevo. En la primera
república federal se empezaron a publicar cartillas y catecismo políticos para
instruir a los niños en sus derechos y deberes civiles en los que se destacaban
los acontecimientos más relevantes de la historia de México. Es significativo
que en este periodo se suscitara una polémica ante la objetividad que
pregonaba el pedagogo suizo Enrique Rébsamen y Guillermo Prieto. El
intelectual mexicano sostuvo que el método más apropiado para la enseñanza
de la historia era “el liberal”, puesto que la historia tenía un fin político,
didáctico y de propaganda.
Un gobierno es hijo de un partido político con su programa político y social; y puesto que cobró sus títulos en determinados principios que constan en sus instituciones como programa y pacto con el pueblo, la propaganda de esos
principios es su deber para consolidarse y aspirar al progreso.69
67 Idem, p. LIII. 68 Idem.
69 Ortega Medina, Polémicas y ensayos, op. cit., p. 297.
72
Por medio de la historia se disputaba el control de las conciencias, es
una “lucha por imponer los valores morales, sociales y políticos que debían
predominar en la nación que se estaba gestando”.70
Entre la abundante producción conservadora deben destacarse dos
autores: Francisco de Paula Arrangoiz, y el español Niceto de Zamacois.71
Desde el destierro Arrangoiz escribió sus dos obras sobre el Segundo Imperio
mexicano: Los apuntes para la historia del Segundo Imperio (1869) y México desde
1808 hasta 1867 (1871). Al inició de los Apuntes... Arrangoiz señaló que escribió
para refutar a los escritores franceses que culpaban el fracaso del segundo
imperio al Papa, al clero mexicano y a los conservadores. En la introducción
de México desde 1808... copia textualmente la misma idea y explica que pronto
agotó la obra por lo que preparó “la segunda edición de los Apuntes
aumentada con documentos importantes, haciéndola preceder de una relación
sucinta de los principales acontecimientos políticos de México en el presente
siglo hasta la proclamación del Segundo Imperio”.72
Al igual que la tradición liberal, la segunda obra de Arrangoiz inserta
numerosos documentos para apoyar su argumentación partidista. De hecho,
los Apuntes eran apenas un esbozo sobre el tema de la intervención y el
imperio, el libro de México desde 1808... resultaba ser la obra acabada, --afirma
Patricia Montoya.
Cabe destacar que Arrangoiz en su obra, aunque no se propuso
biografar a lo héroes del conservadurismo mexicano, sus páginas sirvieron de
cimiento en la construcción del panteón de la reacción en contraposición al
70 Saúl Jerónimo, “Combates con la historia. Reseña Antonia Pi-Suñer LLorens (Coord.), Historiografía Mexicana. En busca de un discurso integrador de la nación, 1848-1884,” (mecanuscrito).
71 La caracterización de las historias escritas por miembros del partido conservador está basada en Patricia Montoya Rivero, “Miramón, el héroe de la reacción. La visión de la historiografía conservadora: siglo XIX”. Tesis de grado, Maestría en Historiografía de México, UAM\A, 2000.
72 Francisco de Paula Arrangoiz, México desde 1808..., pp. 8-9. Citado por Patricia Montoya, op. cit.
73
panteón oficial, al presentarnos a los personajes como dignos de recuerdo por
sus acciones y sus méritos.
La obra de Niceto Zamacois, Historia de México desde los tiempos más
remotos hasta nuestros días fue publicada entre 1876 y 1882. Para Zamacois era
apremiante que México recuperara el orden y la paz perdidas por la lucha de
facciones, consideraba que una historia general de México jugaría un papel de
gran importancia para lograrlo, puesto que brindaría “lecciones de útil
experiencia a los que están llamados a regir los destinos de las naciones en el
proceloso mar de la política...” con lo que se podría lograr hacer del país “una
de las potencias más poderosas y fuertes de la América”. La siguiente cita
ilustra tres elementos constitutivos de la producción escrita por los llamados
miembros del partido conservador: la centralidad de los individuos en el
desarrollo histórico, el contenido axiológico de las narraciones, y la exigencia
de imparcialidad.
Si la historia es el espejo donde deben reflejar los hechos de los individuos que han figurado y figuran en el gran cuadro político de las ciudades; si ella ha de ser un libro de enseñanza provechosa para los pueblos, a quienes se debe poner en estado de apreciar lo que han sido y son las personas que, por su elevada posición y su respetable carácter han influido de una manera marcada en la marcha de los países; si la historia ha de ser un correctivo para lo malo y un benéfico estímulo para el bueno, preciso es que el historiador, haciendo absoluta abstracción de su afecto por los individuos, presente a estos obrando
de la manera que obraron.73
Las obras de Arrangoiz y Zamacois comparten otros dos elementos
importantes con la producción hasta ahora señalada: la transcripción del
mayor número de documentos posibles, tanto privado como oficiales (cartas,
circulares, actas, partes militares, proclamas, bandos y testimonios
hemerográficos), pues decía Zamacois éstos “conducen al lector al
conocimiento exacto de las ideas que animaban a la sociedad”.
73 Citado por Montoya, op. cit.
74
Niceto de Zamacois, como mayor parte de los “historiadores”
decimonónicos, está permeado de una visión romántica que se muestra en el
uso de narraciones anecdóticas y de algunos de los elementos estructurales de
la novela de folletín, así como describe la naturaleza para ambientar los
acontecimientos referidos, e incluso utiliza la falacia romántica. Es así como
en lo que se refiere a escritura no se muestran diferencias lo que permite
proponer que en el siglo XIX dominó una historiografía romántica liberal.
Resulta evidente que los contenidos ideológicos son diametralmente
opuestos. Zamacois busca justificar el establecimiento del imperio en México
señalando que ninguno de los bandos que se habían disputado el poder había
logrado establecer un régimen de paz que propiciara el desarrollo armónico
del país, afirma que “La idea de la monarquía surgió, pues, no de la mala
prevención contra las instituciones republicanas que todos los partidos habían
adoptado, gobernándose por ellas, sino por los desaciertos de los hombres
que uno y otro partido habían sido elevados al poder”. El mismo autor indica
que la sociedad mexicana era un enfermo que llevaba cincuenta años de
padecer, la monarquía se le presentaba como la medicina más eficaz que
terminaría con las constantes revueltas que habían arruinado al país.
En la obra de Zamacois, al igual que en México a través de los siglos la
influencia del positivismo en su noción de evolución social.
Un análisis detenido --que no se realiza en estas páginas-- de los
contenidos ideológicos de la historiografía conservadora mostraría grandes
similitudes con la liberal. Por ejemplo, de herencia ilustrada y liberal,
Zamacois sostuvo que para lograr el desarrollo de las sociedades resultaba
fundamental la libertad de los hombres, su fe en el progreso y en la marcha de
los pueblos a la libertad, nociones que retoma de Burke.
Sin embargo, muestra también elementos providencialistas fruto del
tradicionalismo católico que se expresan en alusiones a la divinidad como
creador y providente, a la que considera fundamentales para mantener el
75
status quo de la sociedad. No obstante, recupera del romanticismo a la fortuna
como factor decisivo para la explicación de los acontecimientos pretéritos y
del actuar humano.
El discurso conservador (representado por Alamán, Arrangoiz y
Zamacois) es profundamente nacionalista y exalta --como los liberales-- el
amor y la entrega a la patria, el respeto a las autoridades establecidas. Pero,
“los valores de la religión católica fueron la piedra angular de su explicación
historiográfica; en efecto, en repetidas ocasiones el escritor afirma que la
sociedad mexicana se unificaba en torno a las ideas y sentimiento
católicos”.74 Característico del pensamiento conservador de este periodo fue
la fusión del ámbito institucional con la religión, así la separación de la Iglesia
y el Estado se asumió como un atentado en contra de la libertad que para
profesar la fe católica, debían de gozar los mexicanos.
Las acres críticas de Zamacois y Arrangoiz por la secularización del país
(las reformas de 1833, la Constitución de 1857, las leyes Lerdo, Iglesias y
Juárez de 1859) se debían a su postura en favor de los intereses del catolicismo
institucional. Más aún la Guerra de Reforma es convertida en una cruzada por
la fe. Esta breve caracterización de las obras conservadoras es suficiente para
señalar un elemento nodal para el análisis historiográfico: más allá de las
divergencias político-ideológicas, los autores compartieron muchos prejuicios
que permean sus horizontes de enunciación y de expectativas y, por lo tanto
su escritura.
En síntesis, en esta introducción se ha querido mostrar que lo que hoy
designamos como historia era una de las tantas formas de recuperar el
pasado, incluso para sus autores el periodismo y la novela ejercían una acción
pedagógica del ideario liberal más directa sobre el público. Se ha buscado
mostrar las fronteras móviles entre novela e historia, que se consideraban
como distintos géneros de una misma disciplina: la literatura.
74 Montoya, op. cit.
76
Cabe preguntarse cuál era entonces la línea divisoria entre la ficción y la
historia. Ésta era tenue, sin duda.
El acontecer empieza a concebirse nuevamente dotado de un sentido
teleológico. En los diversos registros de la memoria se inicia una búsqueda de
regularidades para descubrir “el sentido de la Historia”. Esta preocupación,
que era un legado del racionalismo ilustrado, se expresa en la mayor parte de
los autores. Por ejemplo, Manuel Payno en Memoria sobre la Revolución de
diciembre de 1857 a enero de 1858 muestra que el proceso conocido
genéricamente como la “Reforma” empieza a cargarse con un signo de
inevitabilidad, una ley histórica que rige los destinos humanos, así este autor
afirma que la mayor parte de las naciones “tienen que sufrir tres grandes
catástrofes: la Conquista, la Independencia y la Reforma”.75
Al buscar distinguir en términos de escritura las diferencias entre la
literatura y la historia, debe destacarse el público al que se dirige. La literatura
y en particular la novela se escriben para “las masas”, especialmente para las
mujeres. La historia es un género para los varones, y sólo para el estrecho
círculo de la “inteligencia”, aquellos educados, que se piensan el pueblo y
hablan en su nombre.
En las historias es mayor la exigencia de escribir con la imparcialidad
que recomendaba Tácito, referente que se mantiene a lo largo del siglo XIX.
Es otra vez Riva Palacio quien ofrece mayores precisiones. En la
introducción al segundo volumen de México a través de los siglos explica las
diferencias entre los diversos géneros literarios.
La severa imparcialidad de la historia del juzgar a los hombres y a los acontecimientos sin preocuparse del efecto que su fallo ha de producir en las presentes o venideras generaciones. El tribuno puede halagar las pasiones a los intereses de la multitud para alcanzar el triunfo de una gloria al hombre que le inspira el canto. El historiador no puede ni debe más sino decir la verdad; pero como esa verdad iluminada por la filosofía del escritor afecta mucha veces formas y
75 Payno, op. cit., p. 135.
77
proporciones que están muy lejos de ser las ciertas, preciso es alumbrar cada uno de los
cuadros con la luz que le es propia”.76
La cita anterior muestra que la imparcialidad no es suficiente por
alcanzar la verdad, como tampoco lo es la prueba documental. Posiblemente
los literatos del siglo XIX, que en su mayoría contaban con una sólida
formación jurídica, estaban conscientes de que los documentos no hablan por
sí mismos, apenas constituyen el caso; la resolución y defensa o condena
radica en la interpretación que el “hombre de letras” de. Es también por ello
que en sus historias y en particular en México a través de los siglos no sólo
señalan cuáles son las fuentes en las que se basan, sino que también ofrecen
una discusión de cada una de ellas, para destacar cuáles de ellas pueden
gozar de credibilidad y cuáles son meras “consejas”.
Riva asienta que esa verdad --interpretación diríamos nosotros-- está
iluminada por la filosofía del escritor. Propone que es necesario alumbrar el
pasado con la luz que le es propia. Esta exhortación romántica implica --como
señala Riva-- que los hombres del siglo XVI no pueden ser juzgados por la
cultura y la ciencia de fines del siglo XIX, pues el fallo sería injusto y podría
no comprenderse el pasado, e implica también la construcción pormenorizada
de ambientes en los que se desarrolla la trama.
76 El subrayado es mío.
78
ACTIVIDADES
Elabora un comentario crítico de los siguientes textos:
“Los frailes del siglo XVI. La voz de México y los liberales” y “las fiestas
nacionales”, ambos artículos se encuentran en Ignacio M. Altamirano, Obras
completas. Periodismo político, 2. Edición, prólogo y notas de Carlos Román
Célis, CONACULTA, 1989, pp. 292-294 y 361-368.
En tu comentario analiza los siguientes problemas historiográficos:
a) la construcción de los saberes y el conocimiento histórico
b) el género que utiliza el autor y su intencionalidad
c) la manera en que se expresa la relación entre liberalismo,
romanticismo y nacionalismo.
Te será de gran utilidad consultar el texto de Nicole Giron, “Ignacio
Altamirano” Pi-Suñer Llorens, Antonia (coord.), Historiografía Mexicana. Vol.
IV. En busca de un discurso. Integrador de la nación. México, UNAM\Instituto de
Investigaciones Históricas, 1996, pp. 257-294.
Extensión: 5 cuartillas.
Fecha de Entrega: al finalizar la 7ª semana.
BIBLIOGRAFÍA COMPLEMENTARIA:
Algaba, Leticia, Las herencias del novelista y las máscaras del crítico. México,
UAM-A, 1997.
Luna Argudín, María, “La escritura de la historia y la tradición retórica (1834-1885)” en Jorge Ruedas de la Serna, Maria Luna Argudín y Leticia Algaba, La tradición retórica en la poética y en la historia, México, UAM/A- CONACYT, 2004 (Cuadernos de Debate, 3) pp. 31-106.
79
Ruedas de la Serna, Jorge (Coord.), La historiografía de la literatura mexicana.
Ensayos y comentarios. México, UNAM\Facultad de Filosofía y Letras,
1996.
Ruedas de la Serna, Jorge, (Coord.), La misión del escritor. Ensayos mexicanos del
siglo XIX. México, UNAM, 1996.
80
Eje de trabajo 4: El polimorfo conocimiento histórico: de la historia a la sociología, del romanticismo al naturalismo (1900-1910)
En la antología que acompaña este Cuaderno de Posgrado analizarás desde
distintas perspectivas el positivismo y la escuela erudita, por lo que en esta
introducción baste señalar las continuidades de la tradición liberal romántica
en la producción positivista, lo que se ejemplifica con la construcción de
Benito Juárez como héroe nacional.
La historia escrita entre 1900 y 1910 responde a dos horizontes
historiográficos distintos el liberal y el positivista que convivieron
influenciándose mutuamente.
Los autores liberales continuaron la tradición establecida por Vigil. En
ese sentido resulta representativo el texto de Miguel Galindo y Galindo La
gran década nacional, 1857-1867 (1904), que no sólo retomó el tomo V de
México a través de los siglos como una de sus principales fuentes, sino que
también reproduce cuatro de sus argumentos nodales: la Guerra de Reforma
cambió radicalmente el modo de ser de la nación, emancipó a México de la
tutela que ejercía el clero, condujo a la auténtica independencia del país
liberándose del invasor francés y por estas razones pudo “entrar desde luego
al goce de los derechos y prerrogativas inherentes a todo pueblo culto y
civilizado”.77
El positivismo presenta importantes continuidades frente al liberalismo.
Por un lado, se observa la misma imbricación entre el quehacer político, el
desempeño de cargos en la administración pública,78 la escritura de textos de
77 Miguel Galindo y Galindo, La gran década nacional, 1857-1867. México, Instituto Nacional
de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1987, Vol. 1 , p. 9 78 Los autores positivistas más representativos fueron activos políticos comprometidos con
su presente. Por ejemplo, Justo Sierra se desempeñó como diputado, senador, activo promotor de la
81
ficción79 y la producción de estudios históricos. Por el otro, los autores
positivistas mantuvieron una firme creencia en la doctrina liberal.80 De
manera que, en contra de la imagen que han formado los estudios
historiográficos que contrapone la subjetividad de la historiografía
testimonial romántica a la imparcialidad positivista, se puede afirmar que la
tradición historiográfica mexicana parte de la problemática contemporánea y
busca en la historia una respuesta política al presente inmediato.
No obstante, en la escritura de la historia se registra un importante
cambio frente los historiadores que les precedieron, la historia ya no se
concibe como una actividad literaria sino que presentan una nueva
orientación disciplinaria que reclamó un estatuto de cientificidad. Las
historias dejaron atrás la descripción pormenorizada para buscar una
explicación nomológica basada en el uso del llamado “método positivo”, lo
que condujo a la producción de las primeras obras “sociológicas” y la
inclusión de nuevas temáticas: el estudio de las instituciones jurídicas y del
sistema político que se consolidaron con el triunfo del “partido liberal” en
1867. Asimismo, los positivistas elaboraron diagnósticos de lo que ellos
consideraban como “los grandes problemas nacionales” y buscaron sus raíces
en el pasado.81
A los positivistas el liberalismo mexicano debe la construcción de Juárez
como “prócer de la Patria” que comenzó a tan sólo ocho años de su muerte,
cuando, por instrucción presidencial, se inició la construcción estatuas y Unión Liberal en 1892 y secretario de Instrucción Pública; Rabasa como diputado, senador y gobernador de Chiapas; Molina Enríquez durante la Revolución promulgó el Plan de Texcoco y participó activamente en la redacción del artículo 27 constitucional.
79 Los positivistas también acudieron a la literatura por ejemplo Emilio Rabasa escribió La bola (1887), La gran ciencia (1887) y Moneda Falsa (1888), pero la influencia en sus novelas no es romántica como en los historiadores liberales sino costumbrista .
80 Charles Hale ha estudiado cuidadosamente la relación entre el positivismo y el liberalismo en su libro La transformación del liberalismo en México. México, Vuelta, 1991. Véase en particular el capítulo “La política científica y el constitucionalismo”.
81 Los mejores exponentes de esta nueva historiografía fueron Andrés Molina Enríquez con Los grandes problemas nacionales (1908) y Emilio Rabasa con su Evolución histórica de México (1920).
82
monumentos con su efigie82 como muestra de la voluntad política de
conciliación nacional del régimen de Díaz sellado simbólicamente con el
matrimonio del tuxtepecano con Carmen Romero Rubio, permitiendo la
reconciliación entre las distintas facciones liberales y entre éstas y la Iglesia.
Sin embargo, desde las mismas filas liberales se mostraron resistencias:
Altamirano en su Revista histórica y política (1882) indicaba que resultaba
imposible escribir imparcialmente porque “el juicio sobre Juárez se liga con el
juicio de su tiempo y sobre sus contemporáneos”.83 No obstante, el mismo
autor en su prólogo al Romancero de Guillermo Prieto hacia notar la falta en
México de un culto a los héroes de la Independencia, práctica que consideraba
fundamental para formar en la ciudadanía la lealtad a la patria.
Los positivistas se vieron obligados a iniciar el estudio de la vida del
benemérito a consecuencia de la publicación de El verdadero Juárez y la verdad
sobre la intervención y el imperio (1904) de Francisco Bulnes, texto que mostraba
cuánto se habían exagerado las virtudes de Juárez y lo responsabilizaba de
haber retardado la Reforma. Este eje de trabajo se focaliza en dicha polémica.
La polémica en torno a Juárez
“El aspecto físico y moral de Juárez no era el del apóstol, ni el de mártir, ni el
de hombre de Estado, sino el de una divinidad de teocali, impasible sobre la
húmeda y rojiza piedra de sacrificios”— afirmó Francisco Bulnes en El
verdadero Juárez. La publicación de ese libro, en 1904, inició una polémica que
duró dos años y alcanzó dimensiones nacionales. Su revisión permitirá
ilustrar la manera en que convivieron diferentes horizontes de enunciación.
82 Cfr. el informe de Porfirio Díaz al Congreso de la Unión del 15 de diciembre de 1880 en Los
presidentes de México ante la Nación. Informes, manifiestos y documentos de 1821 a 1966. México, Imprenta de la Cámara de Diputados, 1966.
83 Ignacio M. Altamirano, “Revista histórica y política” op. cit., p. 107.
83
Pronto salieron a la defensa del héroe una veintena de títulos, entre
ellos los siguientes: Juárez discutido como dictador y estadista de Carlos Pereyra
(1904), Hilarión Frías y Soto dio a la imprenta Juárez glorificado y la intervención
y el imperio ante la verdad histórica. Refutando con documentos la obra del señor
Francisco Bulnes intitulada El verdadero Juárez (1905). Justo Sierra escribió Juárez,
su obra y su tiempo (publicada por entregas entre 1905 y 1906), y explicó,
parafraseando a Horacio, que escribía con “el afán de limpiar del negror del
humo”.72
En 1905 se iniciaron los preparativos para celebrar el centenario del
natalicio de Juárez y, entre ellos, y para “desmentir” a Bulnes, se convocó a un
concurso literario que estableció tres categorías: biografía, estudio sociológico
de la Reforma y composición poética a Juárez.73 Rafael de Zayas Enríquez fue
premiado en la primera categoría; Ricardo García Granados, Andrés Molina
Enríquez y Porfirio Parra en la segunda; y bajo la tercera Manuel Caballero,
Juan A. Mateos y otra vez Zayas.74
El propósito de este eje es revisar algunos de los estudios histórico-
sociológicos que fueron premiados en el citado concurso literario, así como la
respuesta que Bulnes dio a sus detractores con Juárez y las revoluciones de
Ayutla y de Reforma (1905). Con este restringido corpus se analiza: a) tres
formas de representar el pasado: la historia, la crítica histórica y la sociología,
por lo que será necesario estudiar sus límites epistemológicos y la relación
que los autores que aquí se revisan establecieron entre cada una de estas
disciplinas; b) las manifestaciones de los positivismos mexicanos como
expresión de la modernidad75 y vehículo de modernización. Sin embargo,
72 Sierra, Juárez, su obra y su tiempo, op. cit. p. 10. 73 Agustín Basave Benítez, México Mestizo. Análisis del nacionalismo mexicano entorno a la mestizofilia
de Andrés Molina Enríquez, México, FCE, 1992, p. 56, n. 63. 74 Martín Luis Guzmán, “Prólogo”, en Porfirio Parra, Sociología de la Reforma, México, Empresas Editoriales, S. A., 1948. (El liberalismo mexicano en pensamiento y en acción, 8), p. 7. 75 Por proyecto de modernidad se entiende, en estas páginas, la firme creencia de origen
ilustrado en el progreso lineal e ilimitado de todas las expresiones humanas, la posibilidad
84
estos conceptos han sido utilizados tan reiterativamente que resultan
ambiguos, por este motivo su significado cabal sólo puede aprehenderse
reconstruyendo su horizonte de enunciación. Cabe aclarar que la
modernización que estos autores promovieron se refería a diversos ámbitos:
en las formas de conocer el pasado y el presente pues buscaban establecer un
diagnóstico de los problemas nacionales; en el constitucionalismo mexicano y
en las prácticas políticas. Asimismo les preocupaba la falta de una identidad
nacional homogénea, problema al que se propusieron dar solución.
Francisco Bulnes, el polemista
Quién era Bulnes en 1904-1906 que se atrevía a poner en duda las virtudes del
Benemérito de las Américas.
Francisco Bulnes (1847-1924) al publicar El verdadero Juárez ya había sido
diputado y senador (cargos que desempeñó alternativamente por treinta años).
Ingeniero Civil, era un conocido periodista que había sido director de La Libertad,
redactor de El Siglo XIX, y de México financiero. Participó en el primer y segundo
Congreso Nacional de Instrucción (1889-1890) que reformaron la educación básica
y sentaron las bases para establecer una educación federal uniforme. También
había incursionado en los campos de la sociología y la economía y se le conocía
entonces como un prolífico historiador.76 Figura central del positivismo,
autonombrado como miembro del grupo científico, pero jamás incluido como de la incesante mejoría de las sociedades y del hombre mismo por medio del conocimiento científico (desligado de las religiones), la tecnología y las instituciones. Entendida de este modo la modernidad, resulta evidente que el positivismo mexicano fue una de sus tantas expresiones. Para mayores detalles sobre los orígenes y fracturas del proyecto de modernidad véase Johannes Rohbeck, Filosofía de la historia —Historicismo— Posthistoire. Una propuesta de síntesis, México, UAM/A, 2004 (Cuaderno de debate, 4). 76 Bulnes, La deuda inglesa, 1885; “Estudio” en La crisis monetaria, 1886; El porvenir de las naciones latinoamericanas ante las recientes conquistas de Europa y Norteamérica, 1899; Las grandes mentiras de nuestra historia: La Nación y el ejército en las guerras extranjeras, 1904; La independencia de Cuba en relación con el criterio americano y los intereses de México, 1897; Francisco Bulnes, coeditor con Joaquín D. Casasús et al, Sebastián Lerdo de Tejada, 1823-1899: In Memoriam, 1899.
85
secretario en el gabinete.77 En dos ocasiones fue una figura clave que hizo posible
la reelección de Porfirio Díaz.
En 1903 quedó encargado de preparar el proceso electoral de 1904, tras
defender la necesidad de que Díaz permaneciera en el poder, indicó que en México
la democracia era desconocida. Más aún, señaló que el pueblo mexicano era inepto
para ese sistema de gobierno y sostuvo la necesidad de adecuar las leyes a la
sociedad. Estas afirmaciones no eran novedosas, sino que constituían el clima y
debate político-sociológico de la época, como se verá en detalle más adelante.
En pocas palabras, Bulnes para 1904 era conocido como un importante
constructor del régimen porfiriano, pero también era muy temido como orador y
polemista debido a su sarcasmo y a su capacidad de llevar los argumentos a sus
últimas consecuencias. Su obra a lo largo del siglo XX, e incluso hoy en día
continúa siendo debatida.
La construcción de Juárez como prócer de la Patria
La imagen de Juárez que Bulnes combatió se había construido lentamente:
primero, sus partidarios, en los discursos cívico-conmemorativos liberales
pronunciados al calor de la guerra contra la intervención francesa y el Segundo
Imperio, sintetizaron el programo liberal convirtiendo a Juárez en una suerte de
bandera;78 después, tanto la oratoria como la historiografía testimonial formaron
una imagen que representó al triunfo del “Partido Liberal” con las siguientes
connotaciones: republicana, laica, nacionalista, federal y democrática.
77 Para mayores detalles acerca de los conflictos políticos entre Bulnes y el “grupo científico” véanse Ariel Rodríguez Kuri, “Francisco Bulnes”, en Carlos Illades y Ariel Rodríguez Kuri, Ciencia, filosofía y sociedad en cinco intelectuales del México liberal. México, UAM/I-Miguel Ángel Porrúa, 2001. 78 Véase, por ejemplo Ignacio Vallarta, “Discurso pronunciado en Guadalajara el 5 de mayo de 1867”, en Vallarta en la Reforma. Prólogo y selección de Moisés González Navarro. México, UNAM, 1979 (Biblioteca del Estudiante Universitario, 76).
86
El liberalismo se concibió como agente de la secularización del país,
promotor y agente de la libertad de conciencia, debido a que en México el triunfo
militar sobre los conservadores permitió la separación de la Iglesia del Estado.
En esta discursiva se enfatizó que el “Partido Liberal” luchó y triunfó sobre
el entonces poderoso imperio francés, por eso la guerra en contra de la
intervención francesa se interpretó como una segunda guerra de independencia,
con su respectiva connotación nacionalista.
El posterior restablecimiento del orden constitucional en 1867, basado en la
Carta Magna de 1857 y en las Leyes de Reforma, propició que el llamado “Partido
Liberal” se autoidentificara como el arquitecto de la reconstitución de la nación,
misma que adquirió definitivamente la forma republicana, democrática y federal.
El origen social del presidente oaxaqueño serviría para mostrar que con la
Reforma se había logrado la igualdad del ciudadano ante la ley, suprimiendo las
corporaciones y haciendo posible la movilidad social. Así, la Reforma se
presentaba como la revolución social que había permitido que en un futuro
próximo la desigualdad social sólo fuera consecuencia del mérito individual.
En pocas palabras, los viejos liberales veneraban a Juárez como el héroe que
había hecho posible la Reforma y que había encabezado la lucha contra la
intervención francesa por lo que cada uno de los autores que se analizan en este
artículo repitieron las connotaciones con las que se identificó la Reforma.
Los jóvenes que hacia 1877 y a lo largo de la década de 1880 escribieron en el
periódico La Libertad, principal publicación del positivismo spencereano, tuvieron
sus propios motivos para homenajear a Juárez: lo consideraban como una figura
necesaria que abrió paso a la era positiva en la historia de México, pues Juárez
apoyó a Gabino Barreda y la fundación de la Escuela Preparatoria Nacional.79 Casi
treinta años después los editores de la Revista Positiva, órgano del positivismo
79 William Dirk Raat, El positivismo durante el porfiriato, 1876-1910. Trad. Andrés Lira. México, SEP, 1975. (SepSetentas, 228), p 104. Para un análisis de los redactores de La Libertad como grupo político véase Hale, La transformación del liberalismo en México a fines del siglo XIX, op. cit.
87
comtiano, mantenían una visión similar: Agustín Aragón, en 1906, afirmó que
Juárez inició el periodo científico e industrial de México, y Sabino M. Olea, en 1908,
señaló que el liberalismo había abierto una nueva era de progreso evolutivo
mediante la ciencia.80 Así Juárez era también un símbolo de los exitosos esfuerzos
que hacían las elites culturales para modernizar el país.
Para la construcción de la legitimidad del gobierno de Díaz, Juárez fue una
figura emblemática. A tan sólo diez años de su muerte se empezó a elevar a
“prócer de la Patria” sembrando el país, por decreto presidencial, con estatuas y
monumentos suyos,81 convirtiéndolo de este modo en el símbolo y en el artífice de
la victoria liberal. Al honrar la gesta de la Reforma se rendía homenaje también a
Porfirio Díaz como el héroe militar de la batalla del 5 de mayo y como el gran
constructor de la paz, una vez restablecida la república.
Poco a poco Juárez se convirtió en una figura central de la liturgia cívica, en
cuya formación Justo Sierra tuvo una participación decisiva porque estaba
convencido que era indispensable crear una lealtad popular a la Patria, que se
reafirmara con rituales cívicos en los que se venerara el “sacrificio de los mártires,
el valor de los héroes y la inteligencia de los sabios”.82
En el ámbito educativo Sierra luchó, con éxito, para que las escuelas
elementales instruyeran a los niños en la vida de los héroes como fuente de
emulación y para inculcarles el nacionalismo y la lealtad al Estado nacional.83 La
representación de Juárez fue central en esta empresa ya que su biografía, según el
secretario de Instrucción Pública, constituía una “suprema lección de moral
cívica”.84
80 Idem, p. 86. 81 Cfr. el informe de Porfirio Díaz al Congreso de la Unión del 15 de diciembre de 1880. 82 Sierra, El Federalista 21 y 28 de septiembre de 1875 en, Obras Completas. Tomo VIII. 83 Cfr. El libro de texto “Elementos de Historia General” de Justo Sierra. 84 Sierra, Juárez… op. cit., p. 10.
88
Rafael de Zayas y su caramelo literario Zayas (1848-1932) fue premiado en la categoría de biografía del concurso literario
mencionado con Benito Juárez, su vida y su obra. Al estallar la polémica, Zayas era
un reconocido poeta romántico que había sido discípulo de Ignacio Ramírez,
Guillermo Prieto y Manuel Altamirano; había publicado en los principales diarios
y revistas literarias del país: El Siglo Diez y Nueve, Revista Azul, El Heraldo del Hogar
y El Mundo Ilustrado.85 Contaba con una sólida trayectoria en el desempeño de
cargos públicos: jefe político, juez de distrito de Veracruz, diputado local y varias
veces diputado federal, cónsul general de México en Nueva York, Barcelona y San
Francisco, California.86 Zayas como historiador era un porfirista convencido, que
en 1899 publicó Los Estados Unidos Mexicanos, sus progresos en veinte años de paz,
1877-1897. En éste elogió y conmemoró las primeras dos décadas del gobierno de
Díaz; es un texto tan oficioso que incluso el manuscrito fue corregido por el propio
Presidente.87
Su biografía de Juárez es una historia apologética que destaca tanto a la
figura pública como al hombre privado. El objetivo explícito que perseguía su
autor en demostrar el carácter heroico del biografiado.
La historia centrada en el relato de la vida de los “grandes hombres” era un
elemento constitutivo de la tradición retórica, cuyos principios generales se
mantuvieron vigentes en México desde el siglo XVI hasta el decenio de 1930,
mismos que se han estudiado en los ejes precedentes.
La historia tenía una función fundamental —como había señalado Cicerón—
debía ser Maestra de la Vida, enseñando a los hombres de Estado las experiencias
en las que otros pueblos habían fracasado o habían tenido éxito, ya fuese para
evitarlas o para propiciarlas.
85 HENESTROSA, “Advertencia”, p. 30. 86 Para una sintética autobiografía de Zayas véase CM C9. D.I. Reg. 1052, folio 147. Carta de Rafael de Zayas a Enrique Olavarría y Ferrari del 10 de agosto de 1900. 87 CM C8, E18, D2, reg. 711. Folio 125. Carta de Rafael de Zayas Enríquez a Enrique de Olavarría y Ferrari del 12 de mayo de 1899.
89
El principio ciceroniano es patente en la obra de Zayas, quien esperaba que
su historia sirviera de enseñanza a los gobernantes:
Hagamos conocer la vida del hombre incomparable […] a los buenos gobernantes para modelo; a los malos para correctivo; a los invasores como escarmiento, a fin de que sepan estos últimos que la semilla de apóstoles fecundada por sangre de mártires, es la que más pronto germina y fructifica y produce cosecha de héroes incontrastables y que los pueblos que quieren ser libres, reconquistan en un día de empuje heroico todo lo que se dejaron arrebatar en largas épocas de
fallecimiento.88
El relato de la vida de Juárez, para Zayas, era un ejemplo que debería normar
la vida cotidiana de sus conciudadanos. Para los niños y jóvenes la figura de Juárez
les serviría de orientación “en caso de extravío; de consuelo, en caso de pena; de
estímulo, en caso de desfallecimiento; de ejemplo y de orgullo en todos los casos
de la existencia.89
La verosimilitud de la biografía escrita por Zayas se incrementaba con un
importante elemento: su autor participó en los hechos que narró, lo que era
altamente valorado por los preceptistas retóricos.90
En esta obra Zayas fusionó la historia en su forma retórica con una
vehemente defensa del proyecto liberal e hizo de Juárez la encarnación de éste.
Conviene recordar brevemente que el liberalismo, sin ser una doctrina o
corpus homogéneo, tuvo una sola demanda que se expandió a todos los ámbitos:
hacer del individuo el núcleo de la sociedad. En el ámbito económico esta
demanda se tradujo en un Estado mínimo, en el laissez faire económico; para el caso
mexicano, además, implicó la supresión de monopolios. En el campo político se
trató de crear ciudadanos, actores políticos individuales, por lo tanto suprimir
88 Rafael de Zayas Enríquez, Benito Juárez: su vida y su obra. México, SEP, 1971, (SepSetentas, 1), p. 351. 89 Idem. 90 Zayas en 1861, estando en el exilio en Nueva York, vivió “en gran intimidad con la familia Juárez y con ella volví a mi país”. En México mantuvo “excelentes relaciones” con el Presidente oaxaqueño pero, deslumbrado por Porfirio Díaz, se unió a la Plan de la Noria, un año antes de la muerte de Benito Juárez. CM Carta de Rafael de Zayas a Enrique Olavarría y Ferrari del 10 de agosto de 1900.
90
estamentos y corporaciones (y con ellas los fueros) para que los ciudadanos
pudieran ser iguales ante la ley.
La principal función del Estado era garantizar los derechos del hombre y del
ciudadano, concebidos siempre como individuos, para lo cual se establecieron una
serie de controles: la Constitución de 1857 expandió y garantizó esos derechos; esa
ley fundamental estableció un nuevo equilibrio a la división de poderes para evitar
que alguno de ellos se sobrepusiera sobre los otros dando forma a un gobierno
despótico; y, se fortaleció a la Suprema Corte de Justicia para que cumpliera una
triple función: garantizar los derechos del hombre y el ciudadano, arbitrar las
controversias entre los poderes legislativo y ejecutivo y entre los estados y la
federación.91
En el mundo occidental los estados liberales tendieron a ser laicos debido a
que la antigua unión entre Iglesia y Estado impedía las libertades de conciencia y
expresión, consideradas como derechos naturales; y la concentración de bienes
inmuebles eclesiásticos obstaculizaba la formación de una sociedad de pequeños
propietarios, ideal liberal.
Zayas en su texto presentó a Juárez como el hombre que hizo posible la
revolución liberal: “Redimió la conciencia, en el orden religioso, al proclamar la
libertad de cultos; en el orden político, estableciendo la libertad de enseñanza”.
Zayas continuaba: “Redimió al hombre, convirtiéndolo en ciudadano”; suprimió
los fueros eclesiástico y militar; creó el registro civil; clausuró los conventos, “esos
ergástulos del fanatismo donde se corrompía el alma”; dictó la ley de manos
muertas, “devolviendo al César, la sociedad, lo que era del César”; estableció el
derecho civil y el derecho penal sobre bases modernas; organizó la hacienda;
“estableció las bases del progreso material”; “erigió al pueblo en soberano para el
91 Para una caracterización detallada del liberalismo mexicano véase el capítulo 1 de mi libro El Congreso.
91
ejercicio del derecho electoral” y “reconoció la esfera de acción trazada por la Carta
Magna a cada uno de los poderes orgánicos que constituyen el Gobierno”.92
Una tercera vertiente se fusionó en la obra de Zayas: el positivismo comtiano
como corriente historiográfica dominante de la época. El biógrafo retomó la
teleología que compartieron los diversos positivismos: la humanidad, se
desarrollaba en un proceso evolutivo que conduciría a que las sociedades fueran
paulatinamente más complejas.
Zayas se apegó al planteamiento de Augusto Comte: la evolución estaba
configurada por tres grandes estadios de desarrollo (teológico, metafísico y
positivo) a los que correspondía una mentalidad o forma específica de concebir el
mundo, así como modalidades de organización social e institucional. “El ideal que
concibió Juárez desde la juventud, fue concluir, de una vez para siempre con el
repugnante régimen teológico-militar que pesaba sobre su patria como una
maldición bíblica” —afirmó el biógrafo.93
Para los positivistas comtianos mexicanos la metafísica había alimentado los
conflictos entre la Iglesia y el Estado, siendo la causa determinante de estériles
disturbios sociales,94 de ahí que creyeran imprescindibles consolidar la era positiva
y erradicar los resabios del estadio anterior, y que según Zayas, Juárez había
suprimido de modo definitivo.
La hostilidad de las elites políticas y culturales liberales a la iglesia católica
propició el encuentro entre tradición retórica, liberalismo y positivismo. Para los
positivistas mexicanos la filosofía de Comte no sólo se presentaba como opuesta a
la religión tradicional y a las fuerzas conservadoras apoyadas por la Iglesia, sino
como una fuerza modernizadora que lograría emancipar a la población, de todos
los estratos sociales, del fanatismo y la superstición. La modernización debía
llevarse a cabo fundamentalmente por medio de la educación formal, pero también 92 Zayas, Benito Juárez op. cit., pp. 41-43. 93 Ibid., p. 38. 94 Karl Schmitt, “The Mexican Positivists and the Church-State Question, 1876-1911”, sobretiro de A Journal of Church and State, vol. 8, no. 2, 1966, p. 203.
92
la literatura —y como parte de ella la historia— era una importante herramienta de
propaganda.
Zayas mostró su propio encono contra la Iglesia y el catolicismo tradicional
(expresión acabada de la mentalidad teológica) al abordar uno de los aspectos más
polémicos de la vida de Juárez: sus creencias religiosas. Zayas afirmó que su
biografiado siempre fue deísta, en su madurez francmasón y en su juventud
católico ferviente, pero con los años abandonó su religiosidad porque “en su
evolución llegó a comprender que no había idea más degradante que la del Ser
providencial dirigiéndolo todo hasta en sus menores detalles, manejando a los
hombres como ridículos autómatas, desprovistos de memoria, de entendimiento y
de voluntad”.95 Según el escritor, para Juárez la divinidad otorgaba la existencia,
pero no se ocupaba de labrar el destino de los hombres y menos aún de los detalles
de sus vidas.
Para este autor explicar la religiosidad de Juárez fue una nueva oportunidad
para defender el proyecto liberal que pugnaba por hacer del individuo la base de la
organización social. El biógrafo afirmó que Juárez creía en el hombre “como un ser
pensante y libre, autor de su yo social, responsable de sus actos y de sus
pensamientos, labrándose el porvenir por sí mismo”.96 Es aquí donde asoma la
modernidad de la mano del liberalismo, ambos como proyectos que coincidieron
en la necesidad de crear individuos sin ataduras de índole alguna, sujetos
modernos dueños de sí mismos, activos y actuantes, responsables de su presente y
de su futuro.
Bulnes frente al programa narrativo de la historia liberal En 1904 Bulnes inició un ciclo de publicaciones con Las grandes mentiras de nuestra
historia. La nación y el ejército en las guerras extranjeras que tenían por objeto
“discernir la verdad” y darla a conocer a la opinión pública. Su idea de difundir la
95 Zayas, op. cit., p. 328. 96 Idem.
93
verdad era un elemento fundamental de su “filosofía política” y de las leyes
sociológicas que creyó haber descubierto a través del estudio de la historia.
En su estudio El porvenir de las naciones hispanoamericanas afirmó que en todo
gobierno había tres elementos: el moral, basado en la tradición; el económico,
formado con las riquezas individuales y sociales, y el intelectual, constituido por
las clases profesionales. Aseguraba que con el estudio del pasado era posible
descubrir las leyes históricas y también los principios políticos que rigen las
sociedades. Uno de estos principios era que los elementos económicos y sus leyes
imponen despóticamente la forma de gobierno y determinan la moral, la religión y
la política.
Para Bulnes los gobernantes —dominados por el elemento económico—
embaucaban al pueblo con falacias, por lo tanto sostuvo que el mundo había sido y
era gobernado con falsedades, destacó tres: las religiones; la “fuerza material del
Estado en las monarquías” y el sufragio popular, que regía en todos los “países
civilizados”.
Para el polémico escritor mientras los pueblos vivieran bajo las mentiras no
podrían ser redimidos, y desgraciadamente “no existe aún hoy una sociedad
gobernada por la verdad”. Enseñar la verdad y difundir las leyes sociológicas
subvertiría el orden social establecido. Sin embargo, no explícito su proyecto de
futuro.97
Bulnes con su serie Las grandes mentiras de la historia buscaba poner en duda
el programa narrativo de la historia liberal, cuya máxima expresión era México a
través de los siglos. De herencia retórica era hacer del héroe el impulsor y
responsable de las grandes acciones que habían forjado la nación. Específicamente
97 Francisco Bulnes, El porvenir de las naciones hispanoamericanas ante las recientes conquistas de Europa y Latinoamérica, México, El pensamiento vivo de América, 1941, pp. 368-369.
94
liberal había sido trazar una línea de continuidad entre Cuauhtémoc, Hidalgo y
Juárez haciéndoles aparecer como luchadores de la liberación nacional.98
En 1905 Bulnes publicó otro libro, aún más demoledor: Juárez y las
revoluciones de Ayutla y de Reforma. Las principales tesis que presentó fueron tres:
Juárez no había sido autor de la Reforma, tampoco se le podía atribuir el triunfo
liberal porque lo había logrado gracias al apoyo del presidente norteamericano
Buchanan y debía fincársele responsabilidad política por la firma Tratado Mac
Lane-Ocampo.
En sus conclusiones retomó su búsqueda por establecer la verdad histórica
como una forma de redención de los pueblos y naturalmente era una respuesta
directa a los impugnadores de El verdadero Juárez: “Se ha desarrollado por Juárez,
no la admiración por un grande hombre, sino por un ser sobrenatural que nos ha
dado Patria, Libertad, Reforma y Democracia” —afirmó el polemista.
Al crítico positivista preocupaba la imagen que se había construido de Juárez
fundamentalmente por dos motivos:
Primero, porque el desarrollo de la Reforma se había reducido a un solo
individuo cuando todo fenómeno social tiene “multitud de autores” y causas. El
problema radicaba en que no sólo se había sobre-simplificado el proceso, sino que
además se enaltecía a un hombre que no había sido el autor ni el iniciador de las
Leyes de Reforma, un hombre de mediana estatura.99
Segundo, porque en México se había desarrollado un culto antropolátrico.
Los mexicanos no podían concebir que “el pueblo mexicano o que una gran clase
media ilustrada haya hecho la Reforma” sino que, debido a su escaso desarrollo
social e intelectual, adoraba a un ídolo. El culto cívico que durante el porfiriato se
98 Rogelio Jiménez Marce, La pasión por la polémica. El debate sobre la historia en la época de Francisco
Bulnes, México, Instituto Mora/Historia política, 2003, p. 16, n. 6. Estoy de acuerdo con Rogelio Jiménez
Marce en que Bulnes “tenía la intención de cuestionar el gran programa narrativo de la historia oficial
liberal”, pero disiento de su noción de lo que era la historia oficial y de la función que atribuye a la retórica en
la representación del pasado, pues entiende esta arte desde una perspectiva meramente formal dejando de lado
su concepción epistemológica, estos elementos se desarrollan en el siguiente apartado. 99 Francisco Bulnes, Juárez y las Revoluciones de Ayutla y Reforma. Antigua Imprenta de Murgía, México, 1905, p. 379.
95
había desarrollado a Juárez, Bulnes lo llamó antropolatría, misma que –según él–
cumplía una función social, aunque indigna: “postrarnos como nuestros
antepasados, enloquecidos en su caverna mientras no veamos al Hombre Dios que
nos redimió, porque sin él, como entre los salvajes, todo es miseria, vacío,
desolación y muerte”.100
Bulnes y la crítica histórica
En Juárez y las revoluciones de Ayutla y Reforma Bulnes se inscribió dentro de la
crítica histórica que, según afirmó, “tiene por objeto depurar lo que se llama
historia y formular con ella generalizaciones que sirvan de enseñanza a los
hombres de Estado y a los pueblos”.101 Pese a que no definió explícitamente el
quehacer de la crítica histórica, un texto de un colaborador suyo publicado en el
periódico La Libertad, pude ayudar a precisarlo.
Porfirio Parra en “Los historiadores. Su enseñanza” (1899) indicó que la
historia considerada como una verdadera ciencia debía destacar la relación causa-
efecto, comprobar la ley de causalidad que asciende de los hechos a la ley, al
mismo tiempo que ilustrada por la ley interpreta los hechos. Un estudio de historia
considerado así se componía de dos partes: la crítica histórica y la filosofía de la
historia.
La crítica histórica tenía por objeto establecer los hechos compulsados. La
labor de la filosofía de la historia consistía en aplicar la lógica inductiva a los
hechos históricos para elaborar con ellos leyes sociológicas.102
Bulnes indicó que él retomó la noción de crítica histórica de otro positivista,
Hipólito Taine, y en particular de su obra Últimos ensayos de crítica y de historia.103
100 Ibid., p. 379. 101 Ibid, p. 22. 102 En Ortega Medina, Polémicas… op. cit., p. 308.
96
Con esta base el polemista propuso su propia metodología, misma que debía
articular de manera equilibrada el análisis (la división en partes del objeto de
estudio) y la síntesis que permitía hacer generalizaciones.
El polemista, basándose en Taine, explicó que el crítico debía desconfiar de
los nombres célebres y los dogmas, debía ponerse a salvo de los compromisos de
partido, en cambio “debe investigar y marcar siempre el punto débil en una época,
en una nación, en un hombre, en sí mismo”.104 Pretendió aplicar estos principios a
su escritura, y en este segundo texto ofreció vehemencia, saña e inquina en el
análisis “para hacer una crítica implacable de la época, del medio, de las facciones,
de las leyes, de los hombres públicos y sobre todo de Juárez: tal como lo exige la
filosofía moderna”.105
Para sustentar su perspectiva de análisis en la primera parte de su libro
Juárez y las revoluciones… dedicó un amplio espacio a la veintena de biografías que
habían sido publicadas en respuesta a El verdadero Juárez. El polemista señaló que
la biografía es una descripción de vida y en la vida de todo individuo hay errores y
torpezas, pero estos autores los habían suprimido en sus textos “hiperbolizando
sus méritos con las turbias lentes del politiqueo”.106 A estas biografías las calificó
como fruto de “la escuela patriótica de los caramelos literarios”, y afirmó que
constituían un peligro porque escondían la verdad al pueblo logrando que éste se
mantuviera “intelectualmente miserable, incapaz de entender el derecho y amar la
justicia, inmensos bienes que sólo la verdad puede proporcionarnos”.107
Juárez y las revoluciones… está dividida en cinco partes: la primera “Los
elementos serios de la ola de indignación”; la segunda, “La Reforma antes de
103 Es indudable que su Juárez y las revoluciones de Ayutla y Reforma compartía la concepción metodológica señalada por Parra. Es posible que ambos la retomaran directamente de la obra de Taine. 104 Bulnes, Juárez y las revoluciones… op. cit., p. 31. 105 Ibid., p. 32. 106 Idem 107 Ibid., p. 32.
97
Juárez”; la tercera, “La revolución de Ayutla”; la cuarta, “La revolución de
Reforma” y la quinta, conclusiones “Non onim possumus contra veritatem”.
A mi juicio, en la segunda parte, “La Reforma antes de Juárez”, presentó los
capítulos más interesantes de la obra, pues es ahí donde propuso que la Reforma
fue un proceso secular y la articuló al desarrollo del liberalismo.
Al igual que Zayas y la historiografía liberal, los positivistas —y con ellos
Bulnes— afirmaron la teleología liberal que hizo de Morelos el punto de partida y
las Leyes de Reforma la plena consolidación del Estado liberal.
Su defensa del liberalismo es explícita: “La Reforma en México, como en el resto
del mundo, era el duelo entre la tradición y la ciencia, entre los privilegios y la
justicia, entre el dogma que petrifica y la libertad que impulsa, entre la parálisis
completa de las costumbres y las corrientes impetuosas del progreso”.108
La interpretación de Bulnes y en particular su defensa del proyecto liberal no
fueron distintas a las enseñanzas de la historiografía dominante, en lo que
difería y por lo que sería tan atacado fue fundamentalmente por su apreciación
de Juárez.
Revisemos ahora la manera en que Bulnes pretendió desterrar las mentiras de
la conciencia histórica mexicana. La última parte del libro está organizado por
episodios, cuya interpretación, a juicio del autor, era especialmente falaz. Utilizó el
mismo procedimiento que había ensayado en Las grandes mentiras de nuestra
historia: cada uno de los episodios que analizó inicia con un breve balance
historiográfico; para después, haciendo gala de una abrumadora erudición,
demostrar los errores, omisiones y sofismas de las interpretaciones hegemónicas.
Cabe insistir en que las falacias que denunció en Juárez y las revoluciones... se
centran en el tratamiento de este personaje.
Juárez, para Bulnes, antes de convertirse en gobernador de Oaxaca, a los 40
años de edad, había sido como cualquier empleado menor de provincia que había
108 BULNES, Juárez y las revoluciones, p. 101.
98
rodado de gobierno en gobierno sin importar su orientación política. Al asumir la
gubernatura de su estado, en 1852, era un católico ferviente, de inteligencia
mediana que pensaba que el cólera morbus sólo se podía combatir con agua
bendita, procesiones y misas.109 Los panegíricos lo pintaban como un hombre que
amaba la soberanía, la democracia y la libertad pero en este periodo el Juárez que
gobernó Oaxaca, si acaso y según Bulnes, podría considerarse un buen gobernante
católico.
Para Bulnes el acto más grave que cometió Juárez fue apoyar el Tratado Mac
Lane-Ocampo.
El polemista buscó fincar una responsabilidad política al Benemérito. Este
Tratado —como se recordará— fue entablado entre el gobierno liberal mexicano y
el gobierno de los Estados Unidos en 1860, pero no fue ratificado por el Senado
norteamericano. En ese documento (que Bulnes reproduce como apéndice) México
otorgaba al país vecino “servidumbre de paso a perpetuidad” a través del Istmo de
Tehuantepec y “por cualquier camino que actualmente exista o que existiere en lo
sucesivo” para los ciudadanos, bienes, tropas y abastecimientos militares
estadounidenses.110
El polemista se centró en el análisis documental y con una rigurosa lógica
jurídica indicó: “Este tratado tiene valor de escritura pública intachable y toda
escritura pública causa prueba plena, sin que se admita solicitud de más pruebas”.
El análisis detenido del articulado le permitió concluir que conforme al derecho
internacional, el tratado restringía la soberanía plena del Estado mexicano.111 Al
exponer el artículo adicional del mismo tratado, denunció que: Juárez quedaba
“obligado a llamar al ejército de Estados Unidos para que exterminase a Miramón
y a los reaccionarios pagando al contado el servicio con territorio de la Nación”.112
Las conclusiones que Bulnes desprendió del análisis del Tratado —como puede 109 Ibid., pp. 140-143. 110 Art. 1 del Tratado Mac Lane-Ocampo, citado en Ibid., p. 463. 111 Ibid., p. 462. 112 Idem, p. 477.
99
observarse— eran muy graves: el ídolo al que se le rendía culto porque había
defendido la soberanía nacional de la invasión francesa, era el mismo que había
estado dispuesto a entregar parte del territorio mexicano a los Estados Unidos.
En pocas palabras, Bulnes buscaba desmitificar a Juárez no por un afán
iconoclasta sino para demoler el “culto antropolátrico” que se había desarrollado y
que, según él condenaba a los mexicanos a quedarse encajonados en un primitivo
grado de civilización.
El culto a Juárez tenía un segundo aspecto negativo, despojaba de “su mérito
a los mejicanos a quienes debemos la Patria y la Reforma religiosa; porque las
reformas políticas aunque decretadas, nuestro mérito como pueblo no las puede
sostener”.113
Mucho más importante que la polémica en torno a la personalidad y
actuación de Juárez, fue que señalara que el pueblo mexicano no había podido
defender las libertades que encerraba el proyecto liberal. La tesis implícita que se
desprende de Juárez y las revoluciones de Ayutla y de Reforma es que el proceso
secular de la Reforma en México había quedado trunco, ni la modernidad ni el
gobierno liberal, ni la democracia se habían podido establecer en el país.
Recapitulación: la crítica histórica frente a la historia en su forma retórica
La biografía escrita por Zayas representa al tipo de historia que Bulnes combatía,
ya se ha señalado que el crítico se levantaba en contra de la historia en su forma
retórica, más aún podría afirmarse que luchaba en contra de la difusa cultura
retórica literaria que prevalecía en el país.
Bulnes se presentaba a sí mismo como un sujeto moderno, cuya
modernidad radicaba en su capacidad de poner en duda y combatir la tradición.
No obstante, mantuvo importantes elementos de la tradición retórica.
113 Idem, p. 621.
100
Frecuentemente se ha señalado que el positivismo marcó el inició de una
historiografía moderna, científica y académica debido a su rechazo a la historia
testimonial. Es evidente que ningún cambio cultural puede hacer una tabla rasa del
pasado, aun cuando se lo proponga, la obra de Bulnes es una buena prueba de ello.
Elementos retóricos en la obra de Bulnes fueron su defensa de la elocuencia
(entendida como el arte de bien hablar y escribir), su método expositivo —
incluyendo en éste el manejo de los recursos retóricos—, e incluso las funciones
sociales que atribuyó a la historia.
En los aspectos formales de la escritura de la historia, Bulnes se mostraba en
contra de los historiadores científicos que pregonaban que el “estilo histórico”
debía ser “opaco como el comercial y apagado como una oficina de policía”.
Defendió la elegancia, el sarcasmo, el ritmo de la frase y una narrativa “artística”.
Los tratadistas de la historia retórica, concebida como un arte liberal,
recomendaban el uso de recursos literarios y retóricos para sostener la causa que el
historiador defendía. Zayas despliega su experiencia como poeta romántico en el
trazo del personaje y en el uso de un lenguaje rico en metáforas, símiles y
analogías.
Bulnes en Juárez y las revoluciones... explicó sus estrategias expositivas:
primero, expondría los hechos, mismo que analizaría con serenidad; después
ofrecería las pruebas necesarias para refutar los falsos argumentos, aceptaría las
evidencias que le parecieran justificadas para llegar a una síntesis sentenciosa.114 A
grandes rasgos ésta era la estrategia expositiva que Cicerón había propuesto en La
invención retórica.
Tanto Zayas como Bulnes aceptaron la misión axiológica que se le había
conferido a la historia en su forma retórica: enseñar la virtud y condenar el vicio,
formar ciudadanos y crear una identidad nacional. Asimismo, ambos aceptaron el
principio ciceroniano de la historia como Maestra de la Vida, por lo que creyeron
que las elites políticas obtendrían enseñanzas del conocimiento histórico, pues 114 BULNES, Juárez y las revoluciones, pp. 19-22.
101
esperaba que de la historia se podrían extraer generalizaciones que sirvieran “de
enseñanza a los hombres de Estado y a los pueblos”.115
Ambos se concibieron a sí mismos por encima de la ciudadanía y de ese
pueblo al que pretendieron modernizar educándolo. Pero, la modernización que
buscaban era diferente. Zayas, recogiendo el positivismo comtiano, tenía un doble
objetivo: por un lado, usar la vida de Juárez como lección cívica y moral; por otro
lado, defender la obra de Juárez y con ello la Reforma, símbolo de la superación
del estadio metafísico. Este doble objetivo confluyó en un tercero: desfanatizar al
pueblo conduciéndolo a que rompiese con la tradición católica.
Para Bulnes la crítica histórica llevaría a formar un nuevo pueblo en la
verdad, cuyas consecuencias no eran predecibles, pero tenía confianza en que
acercaría a sus lectores a un valor trascendente: la justicia.
En cuanto el proyecto de modernidad y el liberalismo confluyeron en la idea
de que la sociedad debía fincarse en un sujeto consciente y un ciudadano educado,
ambos autores de manera implícita mostraron su preocupación por la organización
política del país y la democracia. Zayas no desarrolló estos elementos, aunque
indicó que Juárez había dado al país la democracia, probablemente estuvo de
acuerdo con las elites político-culturales en que el pueblo mexicano aún no estaba
apto para ejercerla, de ahí que fuera necesario educarlo tanto moral, como cívica y
políticamente, tarea pedagógica a la que él contribuía escribiendo su biografía y
poesía.
Bulnes —como se ha indicado— no creía que México fuera un país
demócrata, pero tampoco creía en la democracia ni en el sistema representativo
como bienes deseables, escéptico ante las diversas formas de organización política,
quizá creyó que cuando el pueblo ya no fuera dirigido por las mentiras podrían
surgir nuevas formas de organización social.
El público al que se dirigieron, sus lectores ideales, era distinto. Zayas buscó
llegar a los jóvenes y a los gobernantes, mientras que Bulnes se dirigió a un público 115 Bulnes, Juárez y las revoluciones… op. cit., p. 22.
102
restringido: a esas nuevas clases profesionistas e ilustradas en quienes cifraba sus
esperanzas para operar un cambio en el orden político y moral de la sociedad.
Tampoco persiguió la imparcialidad de Tácito, máxima autoridad que había
servido de referente a los historiadores decimonónicos. Bulnes le concedió al autor
de los Anales elocuencia, un majestuoso estilo, pero señaló que el romano sacrificó
la exactitud a lo pintoresco, y que estaba desprovisto de sentido crítico.116
La tradición retórica había convertido a la historia en un tribunal supremo en
el que el historiador dictaba sentencia a partir de una incólume actitud moral, de
modo que la supuesta imparcialidad había derivado en el apoyo a uno de los
bandos, a una de las facciones del pasado que representaba.
En la tradición retórica establecer la verdad se refería a una discusión que se
restringía a los historiadores, quienes deslindaban los elementos de ficción y
tomaban posición en uno de los bandos enfrentados, éste era el sentido que los
historiadores decimonónicos mexicanos –Mora, Alamán, Zavala, por ejemplo–
daban a la frase “esclarecer la verdad” con la que iniciaban sus relatos.
Bulnes rompió tajantemente con esta tradición en El verdadero Juárez afirmó:
No pretendo ser el perito de la historia, aspiro únicamente en este libro a
establecer una mina de cimientos de ese edificio monumental de falsedades que
el espíritu de partido, de facción, de camarilla, abusando de la ignorancia y de
la vanidad nacional, ha levantado y pesa ya mucho sobre nuestras
conciencias.117
El polemista, a cambio, ofrecía en esta obra una crítica sana apoyada en
hechos y pruebas incontestables.
El concepto de objetividad fue el punto clave de fractura entre la historia en
su forma retórica y las nuevas formas de representar el pasado (historia crítica,
historia científica y sociología). Para la tradición retórica la diferencia entre
116 Las críticas que Bulnes le hace a Tácito las apoya principalmente en Racine, Mommsen y Marius Fontaine. 117 BULNES, El verdadero, p. 869.
103
literatura e historia radicaba en que la segunda se distinguía de la primera por su
pretensión de verdad, mientras que el poeta tenía licencia incluso para mentir. A
esta distinción los positivistas añadieron un cambio de paradigma para afirmar la
objetividad misma que se podía alcanzar a través de la crítica de las fuentes en el
procedimiento de investigación.118
En la epistemología positivista se dio un encuentro entre la objetividad y la
verdad, ambos como criterios de validez que hacían posible el pensamiento
histórico y la historiografía. La noción de verdad se tradujo a concordancia con la
realidad.
Porfirio Parra: oposición y complementariedad de la sociología y la historia
Porfirio Parra (1854-1912) fue alumno de Gabino Barreda en la Escuela Nacional
Preparatoria, de la que llegó a ser director. Fue médico y socio de número de la
Academia Nacional de Medicina y de otras agrupaciones científicas y literarias.
Fundó los periódicos El Método y El positivismo y colaboró en La Libertad y en la
Revista de Instrucción Pública Mexicana. La mayor parte de su obra para 1906 ya
había sido publicada: Pacotillas; Poesías; Discursos y poesías, y Lutero.
Un breve artículo, publicado el 14 de febrero de 1891 en el periódico El
Universal, preparó el camino metodológico de La sociología de la Reforma, su obra
premiada.119
En su artículo Parra distinguió tres perspectivas con las que se ha abordado la
historia. La primera parte de la Antigüedad clásica y llega hasta el siglo XVII, “se le
tenía por un ramo de las bellas artes: la Historia se juzgaba como el relato ameno,
elegante y hermoso de los grandes sucesos, de los grandes personajes que han
regido la suerte de las naciones”. Como características propias de la escritura “el 118 RÜSEN, “Acerca de la visibilidad”. 119 Ortega Medina, Polémicas…op. cit., pp. 302-304.
104
historiador ponía arengas atildadas en boca de sus héroes, y forjaba frases de
efecto que les atribuía, repartía elogios y censuras, calificaba los actos, escudriñaba
los móviles y medía la talla de los personajes”.120 Esta concepción de la disciplina
es la que he llamado historia retórica, he sostenido en otros trabajos121 —a
diferencia de Parra— que sus principales elementos se mantuvieron en México
hasta la irrupción del positivismo.
Parra explicó que en el siglo XVIII “la parte puramente narrativa” fue
perdiendo importancia y se consideró de mayor valor “las reflexiones que los
sucesos inspiran” dando forma a la filosofía de la historia.122
El siglo XIX introdujo la historia como “una verdadera ciencia” que establecía
leyes, y por medio de las leyes interpretaba los hechos. Esta nueva forma de
historiar necesitaba de la crítica histórica y de la filosofía de la historia, a la
primera— como se ha indicado— correspondía el quehacer heurístico, y la
segunda destacaría por la ley sociológica basada en los hechos históricos.123 De este
modo, Parra estableció una estrecha articulación entre sociología e historia, en la
cual la primera se servía de la segunda.
En Sociología de la Reforma comenzó explicando con gran didactismo lo que
habría de entenderse por un estudio histórico-sociológico. La materia prima de la
historia eran los sucesos de carácter público que quedan guardados en la memoria
de los hombres. El suceso lo concebía como la superficie de una masa enorme de
hechos independientes de la voluntad humana, estos hechos eran los elementos o 120 Porfirio Parra, “Los historiadores. Su enseñanza”, en Ortega y Medina, op. cit., p. 307. 121 María Luna Argudín, “La escritura de la historia y la tradición retórica (1834-1885)” en Jorge Ruedas de la Serna, Maria Luna Argudín y Leticia Algaba, La tradición retórica en la poética y en la historia, México, UAM/A- CONACYT, 2004. (Cuadernos de Debate, 3) pp. 31-106. 122 Parra, “Los historiadores”… op. cit., p. 307. 123 En cuanto el artículo formaba parte de un debate sobre la importancia del estudio de la historia y sus métodos de enseñanza, el médico defendió que la historia impactaba en los educandos en tres aspectos: el emocional, el imaginativo y el racional. En la educación primaria propuso se enseñara a los niños la historia patria desde una perspectiva cercana a la historia retórica desarrollando “la parte moral y afectiva de nuestro ser”. En la preparatoria por medio de la Historia Universal se debía desarrollar la inteligencia y en particular las facultades de “ideación, abstracción y analogía”. El aspecto racional correspondía a la historia abordada como “una verdadera ciencia” y se reservaba para los profesionales. Ibid, pp. 307-308.
105
materia prima de la sociología, “ciencia que estudia los fenómenos de coexistencia
y sucesión propios de las sociedades humanas”.124 Los hechos eran sólo el material
que constituía la ciencia, ésta se conformaba con las generalizaciones que permitían
que los hechos se uniesen en conceptos y los conceptos en leyes.
Un estudio histórico-sociológico, para Parra, se formaba con dos exposiciones
paralelas: una refería los acontecimientos históricos; la otra, los hechos, conceptos o
leyes sociológicos.125 Las leyes sociológicas sin un sustento histórico no tendrían un
objeto definido, pero la historia sin la sociología sólo daría por resultado un relato
pintoresco, sin significación.
La división de funciones que le correspondería a cada disciplina no era tan
clara ni sencilla en el momento de escribir para representar el pasado, pues los
escritores se veían enfrentados a dar solución a dos graves problemas: a) cuál era el
espacio de libertad de los hombres frente a las leyes naturales y sociales; b) cómo
integrar a los individuos con su especificidad en la explicación sociológica.
Comte —como se recordará— indicó que la función de la sociología era
encontrar las leyes que regían las sociedades, este último principio, con sus
matices, fue aceptado por casi todos los intelectuales positivistas mexicanos. Parra,
siguiendo fielmente al sociólogo francés, defendió que “no hay contradicción en
admitir que el ser humano está sometido a leyes y admitir al mismo tiempo que es
responsable de sus actos supuesto que puede, por medio de ciertas leyes, modificar
otras”. Para explicar esta cuestión, ejemplificó: “el hombre puede por el ejercicio
físico desarrollar sus músculos, puede mejorar y vigorizar su inteligencia por una
educación metódica, y puede también perfeccionar sus condiciones morales
creándose hábitos convenientes”.126 Para este sociólogo lo que era observable en los
individuos era también aplicable a las sociedades, en consecuencia por medio de la
educación las sociedades eran perfectibles.
124 PARRA, Sociología, p. 11. 125 Ibid., pp. 11-12. 126 Ibid., p. 122.
106
En lo que se refiere al segundo problema epistemológico, los positivistas en
sus estudios sociológicos tuvieron que resolver la tensión entre la explicación
nomológica (aquella que busca leyes en el acontecer) y la explicación
intencionalista o voluntarista (aquella que hace recaer la explicación histórica en
los actos, omisiones y decisiones de los personajes históricos).
Parra dividió su Sociología de la Reforma en tres partes —“Preliminares de la
Reforma”, “La Reforma iniciada” y “La Reforma consumada”— siendo
consecuente con la metodología que había propuesto, cada una de las partes la
dividió en capítulos en los que trató de manera separada los sucesos, las ideas y los
conceptos. Los sucesos los explicó desde el intencionalismo, los conceptos e ideas
los abordó con una explicación nomológica.
En el último capítulo, “Consecuencias de la Reforma”, que sirve de
conclusiones a su estudio, nuevamente consideró la relación entre sociología e
historia. Identificar la relación de causalidad en los acontecimientos sociales era,
según el autor, una empresa muy difícil, pero más difícil aún era discernir las
consecuencias y evaluarlas.
La dificultad que Parra señalaba no sólo era epistemológica sino que también
tenía una faceta política: se veía obligado a justificar la Reforma que él mismo
calificaba como “la guerra más encarnizada, más sangrienta, más terrible”,127 y no
obstante, como todos los positivistas mexicanos, rechazaba la violencia y las
revoluciones; en cambio se inclinaba por la evolución pacífica que se desarrollara
bajo el orden, pues éste era considerado como la base sobre la cual se establecería
la libertad.
Parra justificó la Reforma como una suerte de mutación biológica que orientó
“el movimiento evolutivo por mejores lineamientos”.128 La siguiente analogía, en la
que se muestra claramente su visión evolucionista del acontecer, le sirvió para
explicar la necesidad de aquella revolución:
127 Ibid., p. 219. 128 Ibid., p. 215.
107
Equivalió a lo que en el desarrollo embrionario significa la aparición de ciertos órganos que, como el motocardio, apartan al futuro ser de la estructura orgánica del invertebrado, para encaminarlo a la más diferenciada del vertebrado, y acaso para conducir al embrión indiferente por la vía evolutiva que le haga llegar hasta
el tipo orgánico propio de la humanidad.129
El médico reiteró un mismo argumento a lo largo de su estudio: la Reforma
llevó a cabo la “tarea hercúlea” de transformar el régimen colonial. No era poca
cosa, la Reforma, según Parra, había sido una lucha necesaria, agónica, para la
sobrevivencia, para proyectar a México hacia el futuro.
Sociología y constitucionalismo en la obra de Parra En 1906 la sociología, sin estar aún institucionalizada en México, era el campo para
el estudio de los grandes problemas nacionales.130 Surgió en nuestro país como una
respuesta combativa a la dominante, hegemónica y difusa cultura retórica literaria
y surgió también de la necesidad de formar una cultura social adecuada a los
problemas del Estado y de la “sociedad civil”, entendiendo por cultura social una
formación histórica cultural, positiva, de la que participan individuos, familias y
grupos políticos, que permitiera el diseño y adopción de decisiones institucionales
y estatales.
Esta cultura social se alimentó sincréticamente del comtismo, darwinismo y
espencerismo que los difundió y divulgó de manera ecléctica, por medio de las
instituciones educativas, de la prensa y de “los trabajos científicos”, haciendo de la
sociología la espina dorsal del positivismo.131
Porfirio Parra fue uno de los artífices de la difusión del positivismo y asentó
las bases de la sociología en México. En el programa de enseñanza de la Escuela
129 Ibid., p. 215. 130 Si por institucionalización de una disciplina se entiende su introducción en la enseñanza, en 1907 la sociología quedó institucionalizada en México cuando se convirtió en asignatura obligatoria en la Facultad de Derecho para la carrera de abogado y en la especialidad de Ciencia Jurídica. Filippo Barbano, “Introduzione. Sociologia, Positivismo, Postmodernitá”, en Filippo Barbano. Sociologia, storia, positivismo: Messico, Brasile, Argentina e l'Italia. Milán, F. Angeli, 1992, p. 18. 131 Ibid., p. 25.
108
Nacional Preparatoria de 1867 se sustituyó la física social o sociología con la
materia de lógica, que se creía brindaba al estudiante una metodología que guiaba
el pensamiento para resolver los problemas de la vida cotidiana; pero dentro de la
lógica que Gabino Barreda y Parra enseñaron estaban inmersos los rudimentos de
la ciencia social,132 de ahí la importancia que Parra escribiera Nuevo sistema de lógica
inductiva y deductiva, que se usó como libro de texto en la preparatoria.
El eclecticismo de la sociología mexicana de aquella época se ilustra con la
propia trayectoria de Parra. En el periodo porfiriano, Agustín Aragón y Parra
fueron los más importantes divulgadores de la comtiana religión de la
Humanidad. Parra fue director de la Sociedad Positiva y Aragón fundó la Revista
Positiva en 1900, órgano de los positivistas ortodoxos. Otra importante
organización en la que participó fue la Sociedad Metodofila,133 fundada en 1876,
que se propuso comprobar la validez de la teoría darwiniana en el campo de la
medicina y tuvo por publicación Anales de la Asociación Metodofila.
De manera paralela, participó como colaborador en el periódico La Libertad
fundado en 1877, el que publicaba ensayos sobre problemas sociales como la raza,
el indígena, la distribución de la propiedad, la organización política y
fundamentalmente en sus páginas se ensayaba la metodología del organicismo
social.134 La vertiente espencereana quedaría plasmada en su estudio La ciencia en
México (parte de la obra colectiva México su evolución social, dirigida por Justo Sierra
y publicada en 1901) en el que consideró a la sociedad como un organismo.
Resultaría ocioso tratar de identificar los elementos propiamente
organicistas, darwinianos o comtianos en Sociología de la Reforma, sabiendo de
antemano que su método fue ecléctico, como lo fue el positivismo mexicano, ya
132 Mariella, Berra, “Sociología scienza política in Messico. Le influenze culturale italiane“, Barbano, Filippo, “Introduzione. Sociologia, Positivismo, Postmodernitá”, en Filippo Barbano. Sociologia, storia, positivismo: Messico, Brasile, Argentina e l'Italia. Milán, F. Angeli, 1992, p. 106. 133 La Sociedad Metodofila en sus inicios tuvo como presidente a Gabino Barreda, Manuel Gómez Portugal y Manuel Flores como secretarios. Entre sus socios estaban Porfirio Parra, Miguel S. Macedo, Manuel Ramos y Alfonso Herrera. 134 Berra, op. cit., pp. 97 y 99.
109
que esta doctrina se manejó en nuestro país con una gran flexibilidad de carácter
instrumental.
Más interesante resulta indicar el uso que Parra hizo de la sociología en el
ensayo que nos ocupa. En esta obra se propuso hacer un diagnóstico del grado de
evolución social, y en las conclusiones presentó con gran optimismo los resultados
de la Reforma.
A la Reforma atribuyó “el gran desarrollo observado en todos los elementos
que constituyen la riqueza y el adelanto de un país y que hoy forman la
prosperidad de la nación”.135
Parra consideraba —como Zayas— que la Reforma consagró la forma federal,
republicana y representativa, estableció la democracia, garantizó todo tipo de
libertades, entre ellas la libertad de conciencia; modificó el orden económico
poniendo a la venta una gran cantidad de propiedades, creó una burguesía “o
verdadera clase media”. Asimismo, modificó el orden social y proclamó la
igualdad de los ciudadanos ante la ley.136
En el aspecto social, estableció dos etapas sucesivas de la Reforma: una
“destructora” y la otra constructora. La “destructora” pronto obtuvo resultados: la
separación Iglesia y Estado, que permitió abrir “la inteligencia del mexicano” a
todos los horizontes de la filosofía.
Un logro importante de la etapa constructora era el sistema educativo
positivista, y en particular: la Escuela Nacional Preparatoria..
La etapa constructora, se instituyó en la Constitución de 1857 y las Leyes de
Reforma que tuvieron como propósito reconstituir la sociedad sobre nuevas
bases.137 No en balde dedicó una sección a revisar y defender la Constitución de
1857. Su importancia —según Parra— radicaba en que fijó los principios del credo
democrático, del federalismo y las aspiraciones del Partido Liberal.
135 Parra, Sociología…op. cit., p. 216. 136 Ibid., pp. 215-216. 137 Ibid., pp. 226-227.
110
Desde una perspectiva netamente liberal explicó que las constituciones son
instrumentos jurídicos que cierran “la puerta a la arbitrariedad”, consignan “los
principios de gobierno” y marcan “las atribuciones y límites del poder”. La
importancia de la ley fundamental de 1857 radicaba en que había establecido las
instituciones democráticas.138
El triunfo de la Guerra de Reforma no implicó que hubiese un consenso en
torno al código de 1857. El sociólogo indicó que continuaba siendo combatido por
“los vestigios del difunto Partido Conservador”, pero era más grave que los
positivistas —“hombres de ideas avanzadas, de espíritu culto, emancipados de
todo influjo teológico o metafísico y nutridos algunos de ellos con la médula de
león de las ideas científicas”— también lo descalificaban.139
Tras describir y elogiar la primera sección de la ley fundamental relativa a
los derechos del hombre y el ciudadano, Parra —con una gran capacidad de
síntesis— señaló las dos objeciones fundamentales que le hacían los positivistas: la
Constitución había establecido la libertad absoluta y la igualdad, también absoluta,
del hombre.140
Mostró que la Constitución no consignó una libertad única sino que
instituyó libertades especificas y determinadas que correspondían a actividades
humanas: la libertad de tránsito, la libertad de expresión, etcétera.141
En lo que se refiere a la noción de igualdad, estaba de acuerdo con los
críticos de la ley fundamental en que la ciencia había demostrado que los hombres
no eran iguales, pues diferían en aptitudes. Pero Parra puntualizó que la
Constitución únicamente consignó la igualdad ante la ley. Con justeza indicó que
“haber proclamado esta igualdad fue realizar un gran adelanto sobre el antiguo
régimen” el que se fundaba en privilegios y legislaciones distintos para cada
estamento y para cada corporación. 138 Ibid., pp. 121 y 117. 139 Ibid., p. 118. 140 Ibid.., p. 121. 141 Ibid., p. 123.
111
Parra reconoció que había problemas cuya resolución había sido agendada
por la Reforma, pero que al iniciarse el siglo XX aún no se habían resuelto: la falta
de inmigrantes (pues impedía que se llevara a cabo un programa de colonización
sistemático), los sistemas de reclutamiento al ejército (ya que se continuaba
reclutando por medio de la leva) y fundamentalmente era indispensable mejorar la
condición del indígena.
Este último problema nacional estaba estrechamente relacionado con la
democratización del país. El ciudadano —como se ha señalado— era concebido
por liberales y positivistas como un sujeto moderno, condición que, según ellos, los
indígenas no tenían, pues –como indicó Parra– eran “en nuestras haciendas el
siervo enclavado en el terruño por la cuenta que se le abre en la tienda de raya”.142
No obstante, Parra presentaba una visión optimista del futuro, pues consideraba
que el país atravesaba por un periodo de transición política preparado por la
Reforma que permitiría en breve tiempo que “el gañán indígena” dejara de ser
siervo y se estableciera en el país la democracia, ideal de la Constitución de 1857.143
Pese a los esfuerzos de los positivistas mexicanos para fundar una ciencia
neutra con la cual crear una cultura social homogénea, el carácter eminentemente
político con el que surgió la disciplina se tradujo en la defensa de un proyecto
político específico. En Sociología de la Reforma Parra defendió el proyecto de su
grupo, “los científicos”, que consistió en formar un mercado interno de carácter
liberal, para eso era necesario suprimir las alcabalas (lo que había prometido la
Constitución, aunque fueron abatidas casi cuarenta años después), nivelar los
presupuestos (federal y estatales), atraer inversión extranjera y colonos que
“ayudaran a los mexicanos a explotar las riquezas naturales”,144 abrir canales de
crédito interno y externo.
142 Ibid.., p. 227. 143 Ídem. 144 Ibid., p. 216.
112
La argumentación de Parra era sumamente falaz. Todos estos objetivos
habían sido alcanzados en la segunda mitad de la década de 1890 bajo la gestión de
José Y. Limantour, la cabeza más destacada del grupo científico, pero Parra los
presentó como si hubiesen sido metas trazadas por la ley fundamental de 1857. Así
el médico trazaba una línea de continuidad entre la Reforma y el Porfiriato.
Conviene hacer hincapié en que, Parra a través de la sociología buscaba, como
otros muchos positivistas, crear una cultura social homogénea que, a su vez,
sirviera para establecer pautas que se tradujeran en políticas gubernamentales, por
lo tanto sus trabajos sociológicos y las actividades públicas que realizó (tales como
la organización de asociaciones e instituciones educativas y culturales) estuvieron
estrechamente ligadas al Estado y expresaban su proyecto político.
En síntesis, con el estudio de la Reforma persiguió un triple objetivo: a)
elogiar desde una perspectiva liberal, apenas transformada por el positivismo, la
revolución que había permitido instituir un nuevo régimen; b) difundir su propio
proyecto político, que se cifraba en la unificación de un mercado nacional, mismo
que presentó como la continuación de las metas establecidas por la Constitución y
las Leyes de Reforma; c) legitimar la administración de Porfirio Díaz pues bajo este
gobierno, desde 1892, él y su grupo político habían podido desarrollar su proyecto.
García Granados: oposición y complementariedad de la historia y la sociología Ricardo García Granados (1851-1929), ganador en el citado concurso con la obra La
Constitución de 1857 y las Leyes de Reforma en México. Estudio histórico-sociológico,
para 1906 contaba con una historia intelectual distinta a la de los otros estudiosos
positivistas que se revisan en este trabajo. En Alemania estudió Ingeniería Civil y
se doctoró en Economía y Ciencias Políticas en la ciudad de Leipzig, lo que le
permitió entrar en contacto con diversas corrientes sociológicas vanguardistas de
la época, pero no conoció el historicismo, entonces en auge en aquel país. Regresó a
113
México durante la primera administración de Díaz, pero de 1893 a 1896 tuvo que
exiliarse en los Estados Unidos por publicar, con su hermano Alberto, los diarios
de oposición El Demócrata y La República. Durante su estancia en el país vecino
estudió en la American Academy of Political Science.145 En México a partir de 1900
colaboró con el gobierno federal como diputado al Congreso de la Unión y
desempeñó diversas misiones diplomáticas.
García Granados advertía a sus lectores que, a pesar de escribir para celebrar
el centenario de Juárez, su estudio no era apologético.146 En efecto, Juárez como
personaje histórico se desdibuja en su texto.
Este positivista explicaba en su prólogo que la comisión encargada de
organizar el evento conmemorativo puso como requisito que
los estudios históricos que se presentaran debían tener un carácter sociológico, lo cual implica, que no se pretende destinar el estudio a servir los intereses de un partido determinado ni a propagar tales o cuales ideas preconcebidas, ni a ensalzar ciertas personalidades, sino a exponer imparcialmente los hechos
comprobados y las deducciones que de ellos se desprenden.147
El prólogo expresa una oposición implícita entre historia y sociología. La
primera era, acaso, el campo que propagaba ideas preconcebidas, ensalzaba
personajes, y servía a intereses partidistas. En cambio, la sociología era entonces la
ciencia que permitía ceñirse a la imparcialidad de los hechos comprobados y a la
búsqueda rigurosa de la verdad.
García Granados indicó que el carácter sociológico de su estudio le permitió
ofrecer nuevos alcances que la historia no brindaba: conocer las leyes que han
determinado y seguirán determinando el desarrollo político y social mexicano.148
145 Laura Angélica Moya, “Historia y sociología en la obra de Ricardo García Granados”, en Sociológica. México, Universidad Autónoma Metropolitana, no. 24, 1994, p. 14. (www.revistasociologica.com.mx/) 146 Ricardo García Granados, La Constitución de 1857 y las Leyes de Reforma en México. Estudio
histórico-sociológico. México, Editora Nacional, 1957, p. 5. 147 Ibid., p. 5. 148Ibid., p. 6.
114
Sus conclusiones sobre la evolución del país le sirvieron para otro propósito:
proponer la reforma política —como se verá más adelante.
En una obra posterior, El concepto científico de la historia (1910), su perspectiva
sobre la historia había cambiado: la historia y la sociología eran disciplinas
complementarias, puesto que “la Historia investiga y explica, con auxilio de la
Sociología, los hechos concretos, mientras que la Sociología establece, en parte con
auxilio de la Historia, las leyes que determinan el desarrollo de los pueblos.”149
Este mismo texto, pese a haber sido publicado cuatro años después de la
obra que nos ocupa, puede servir para distinguir los elementos que en 1906 García
Granados rechazaba de la historia. Para el sociólogo en las “naciones de escasa o
mediana cultura intelectual” las historias se reducían a narraciones de los sucesos
públicos más importantes, o “a poemas destinados a enaltecer las hazañas de los
gobernantes y de los héroes populares”.150 Su esquema de la historia del
conocimiento histórico se separa del ofrecido por Parra quince años atrás,
ajustándose, en cambio, a los tres estadios comtianos. Para García Granados con el
Renacimiento y hasta el siglo XVIII “dos escuelas se disputaron el campo: la
teológica y la metafísica”. La primera de corte providencialista; la segunda,
iniciada por la Ilustración, hizo del “libre albedrío del hombre” el factor
determinante de la historia. En el siglo XIX una tercera escuela surgió: la
naturalista o positivista, que afirmaba que las leyes generales de la naturaleza
determinan los acontecimientos históricos.151
Podría aventurarse que en su Sociología de la Reforma consideraba que la
historia que se escribía en México correspondía a “las naciones de escasa o
mediana cultura” que sólo producían relatos apologéticos, idea que compartía
Bulnes. 149 García Granados, Ricardo, “El concepto científico de la historia”, en Juan Antonio Ortega Medina, Polémicas y ensayos mexicanos en torno a la historia. Notas bibliográficas e índice onomástico por Eugenia W. Meyer. México, UNAM/IIH, 1992., p. 321. 150 García Granados, La Constitución… op. cit, p. 321 151 Ibid., p. 323.
115
García Granados anunció en el subtítulo de su obra galardonada la manera
en que resolvería la complementariedad entre la historia y la sociología así como la
tensión entre explicación nomológica y voluntarista que subyacía en la perspectiva
positivista. En su estudio histórico-sociológico escribió unos capítulos bajo una
perspectiva histórica en los que domina la explicación intencionalista, en otros
domina la perspectiva sociológica y, por lo tanto, la explicación nomológica,
misma solución que ensayó Parra.
El primer capítulo es un relato de la rebelión de Ayutla en contra de la
dictadura de Antonio López de Santa Anna; el segundo lo dedicó a los partidos
políticos, organizado con base en la tradicional división liberales y conservadores;
en el tercero, analizó el debate del Congreso Constituyente; en el cuarto, la
Constitución de 1857. En los capítulos quinto a octavo evaluó los alcances y logros
de la Reforma desde diversos ámbitos: “Revolución y Reforma”, “La Reforma
como medida política”, “Importancia económica de la Reforma” e “Importancia
intelectual y moral de la Reforma”.
Los dos primeros capítulos son una narración eminentemente política
apegada a los criterios de la entonces pujante historia científica: descripción
detallada de los acontecimientos, profusa trascripción de documentos (planes
políticos y sus adiciones, cartas intercambiadas por los actores políticos, etcétera),
enfatizó la explicación intencionalista pero con pretensiones de imparcialidad,
objetividad y verdad. Los capítulos tercero y cuarto, escritos desde una perspectiva
sociológica, son brillantes investigaciones que rebasan el ámbito jurídico, para
analizar el sistema político y sus instituciones, sin perder una perspectiva
comparativa con los países de Europa Occidental (Inglaterra, Francia, España,
Alemania y Suiza) y con los países latinoamericanos (fundamentalmente Chile).
Al evaluar los logros de la Reforma concluyó que ésta había cumplido una
función modernizadora al liberar al país del espíritu teocrático y conducirlo al
científico, estableciendo un gobierno laico.
116
Consideró que en el ámbito social la Reforma fue un éxito porque permitió la
desaparición de los fueros eclesiástico y militar, la separación de la Iglesia y el
Estado y sentó las bases para que bajo el gobierno de Díaz fuese posible extender la
educación básica, haciéndola obligatoria.
No obstante, al evaluar los logros económicos de la Reforma señaló que estos
habían sido limitados, pues el Constituyente se había pronunciado por formar una
sociedad de pequeños propietarios y, aunque con las Leyes de Reforma una gran
cantidad de fincas se habían fraccionado, esa legislación había beneficiado
fundamentalmente a “los capitalistas”.152 En efecto, la investigación histórica de
nuestros días confirma este diagnóstico.
La reforma política fue un rotundo fracaso para este sociólogo, como se verá
a continuación.
García Granados y su propuesta política En el capítulo que específicamente dedicó a la Constitución, destacó el principio de
perfectibilidad de la ley asentada en la Carta Magna y, por lo tanto, destacó la
posibilidad de que ésta se modificase. El autor basó la necesidad de reformar las
leyes en dos principios: la transformación incesante de la sociedad y en la noción
de evolución, ambos principios eran constitutivos del pensamiento positivista
mexicano, en cualquiera de sus tendencias.
La reforma en el ámbito político no había logrado el objetivo de la
Constitución y de las Leyes de Reforma: crear una ciudadanía y establecer un
sistema democrático en el país, “pero por desgracia nuestros legisladores al
expedir nuestras leyes fundamentales, desconocieron por completo la incapacidad
del pueblo para adaptarse al régimen democrático”.153 Con en esta idea
fundamentó su propuesta de reforma política, pero antes de exponerla, conviene
152 Ibid., p. 102. 153 Ibid., p. 132.
117
indicar la manera en que el positivismo modificó la concepción jurídica del Estado
liberal.
El horizonte romántico liberal, aquel en el que actuó la generación del
Constituyente de 1856-1857, luchó por garantizar y expandir los derechos del
hombre y del ciudadano que eran concebidos dentro de la tradición jus naturalista,
es decir se les concebía como derechos con los que nacía todo ser humano y por lo
tanto eran superiores y anteriores a cualquier ordenamiento jurídico. En contraste,
la doctrina positivista defendió que era el Estado el que otorgaba las garantías
individuales, y en consecuencia podía acotarlas o expandirlas.
El segundo principio que modificó el positivismo fue el sentido de la ley. Los
“viejos jacobinos” habían defendido que las masas se convertirían en ciudadanos
con el ejercicio de los principios e instituciones liberales y, entre ellos los
democráticos. Para los positivistas las transformaciones en el país debían darse de
manera paulatina, por medio de una legislación basada en las leyes de la
organización social, objeto de estudio de la sociología, y debían basarse también en
el grado de evolución social que había alcanzado México. El estudio de la historia
era útil para determinar el grado de evolución.
García Granados articuló su propuesta política con la siguiente tesis: la
Constitución de 1857 tenía “el carácter de un sistema político-filosófico de escasa
aplicación práctica, consistiendo su principal mérito en mantener a la vista del
pueblo un ideal digno a que aspirar”.154 La mayor parte de los intelectuales
positivistas habían sostenido, desde la década de 1880, esta mismo juicio sobre la
ley fundamental e insistieron en que el sistema político mexicano debía
reformarse.155
154 Ibid., pp. 122-123. 155 Jorge Hemmeken Mexía, por ejemplo, desde las páginas de La libertad en 1880 había sostenido que los liberales tradicionales sostenían como soluciones políticas abstracciones metafísicas, idealistas y legalistas, que resultaban impracticables a la realidad mexicana. Hemmeken y Mexía, “La política positiva y la política metafísica” en La libertad, 12 y 20 de agosto, 1880 citado por Raat, El positivismo…op. cit., p. 50. Parra, a pesar de haber pertenecido al grupo político de los redactores de La Libertad —como se ha indicado— defendió la Constitución de 1857.
118
García Granados ilustra las profundas diferencias que mediaban entre los
constituyentes y los positivistas del nuevo siglo:
el error fundamental de nuestros constituyentes de considerar las cosas no como son, sino como deberían ser a su juicio, y de ajustar las leyes a ciertos dogmas democráticos en boga, suponiendo sin duda que los ciudadanos cambiarían en lo sucesivo de modo de ser, renegando unos de sus costumbres e ideas, adquiriendo otros repentinamente las aptitudes necesarias, y amoldando todas sus acciones al código político que los legisladores hubieran tenido a bien adoptar y decretar. Tales errores eran por lo demás muy generales, hace medio siglo, no solamente en México, y sería una injusticia criticar demasiado severamente a nuestros legisladores de entonces; pero por otra parte nos condenaríamos nosotros mismos, los de la actual generación, si insistiéramos en realizar lo que por experiencia sabemos ya que es imposible. Si el errar es humano, el perseverar en
un error es privilegio de los necios.156
De acuerdo con su diagnóstico los principales problemas del sistema político
mexicano eran dos: los constituyentes habían reducido excesivamente las
atribuciones del Ejecutivo para evitar la dictadura y habían hecho del voto
universal la base de las instituciones, “...sin atender a que la gran mayoría del
pueblo carecía de la educación política indispensable para ejercer la soberanía”. En
consecuencia, esa Constitución —agregó— condujo, a la anarquía y enseguida a
una dictadura, que ejercieron los presidentes Juárez, Lerdo y Díaz.
El objetivo de García Granados era reformar el sistema político para hacer
posible la democracia. Con este estudio se insertó en el debate, que se inició con el
siglo, sobre los mecanismos institucionales que deberían establecerse para
garantizar la estabilidad y gobernabilidad una vez que desapareciera Porfirio Díaz
de la vida pública, ya fuese por muerte o enfermedad.
Unos propusieron habilitar al pueblo mexicano para la democracia. Así, en
1901 Antonio Díaz Soto y Gama propuso en “Breves consideraciones sobre la
importancia del municipio” que a la ciudadanía debía permitírsele participar
libremente en las elecciones municipales, las que servirían de escuela para el
pueblo y posteriormente éste podría participar en los procesos electorales 156 García Granados, La Constitución… op. cit., p. 124.
119
federales. En el mismo año Manuel Calero publicaba La nueva democracia, fue en ese
año también en el que Justo Sierra recogía una inquietud generalizada: el progreso
material parecía una meta lograda, pero faltaba la libertad.157
Otros, desde una perspectiva positivista, sostuvieron que era indispensable
reformar las instituciones para evitar la discordancia entre la legislación y las
costumbres (cultura política diríamos hoy), que eran expresión del grado de
evolución social, ésta fue la línea de argumentación de García Granados.
La primera reforma que propuso era sustituir el voto universal indirecto que
había establecido la Constitución para que el voto pasivo fuese exclusivo para los
ciudadanos ilustrados, o, por lo menos, que se instituyera como requisito que los
electores supieran leer y escribir.158 La demanda no era nueva, sino que desde 1878
se habían presentado al Congreso de la Unión varias iniciativas de reforma en ese
sentido, pero no llegaron a discutirse en el pleno.
García Granados brinda un original y atinado diagnostico: en México se
había formando en los últimos decenios una nueva clase activa e ilustrada que
ejercía una gran influencia sobre el Ejecutivo, por lo tanto dirigía indirectamente
los destinos del país. Desafortunadamente García Granados no caracterizó a este
grupo, no obstante la investigación histórica contemporánea indica que a partir de
la década de 1890 se formaron diversos grupos de inversionistas nacionales y
extranjeros, agricultores, fabricantes y banqueros, todos ellos sin representación
política en el Congreso, que acordaban directamente con los secretarios de
Hacienda y Fomento, influyendo así en la política económica del país. 159
157 Gloria Villegas Moreno (comp.).“Estudio preliminar”, en En torno a la democracia. El debate político en México 1901-1916. México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1989, p. 15. 158 García Granados, La Constitución… op. cit., p. 125. 159 Para mayores detalles véase María Luna Argudín, El Congreso de la Unión y la política mexicana, 1857-1911. México, Fidecomiso para la historia de las Américas/El Colegio de México/Fondo de Cultura Económica, 2006. .
120
La propuesta para restringir el voto la articuló con una segunda reforma,
aumentar las facultades del Ejecutivo. La argumentación no deja de ser
complicada:
La ley fundamental estableció que el poder Ejecutivo quedara subordinado
al Legislativo, lo que en México dio por resultado que durante la República
Restaurada se confrontaran constantemente ambos poderes.
García Granados con esa lente que atribuyó al sociólogo que describe las
cosas como son y no como debieran ser, indicó que:
Desde que rige la Constitución de 1857, el Ejecutivo ha venido sobreponiéndose más y más a los otros poderes y esta situación no cambiará, mientras no se modifique la ley en el sentido de aumentar sus atribuciones por más que esto parezca un contrasentido; pues al permitir que el Legislativo adquiriese toda la preponderancia que la ley le confiere, el Ejecutivo no haría ni más ni menos que cometer suicidio, y con el suicidio no se debe contar, en el curso natural de los
acontecimientos.160
La propuesta no era del todo original, sino que se sumaba a un nutrido
grupo de abogados que creían que era necesario fortalecer el presidencialismo
mexicano. Esta corriente de opinión sería popularizada, pocos años después por
Emilio Rabasa con su libro La Constitución y la dictadura. El argumento central era el
mismo: desde los gobiernos de Juárez y Lerdo y a lo largo de la administración de
Díaz el Ejecutivo paulatinamente había adquirido, a través de prácticas informales
y extraconstitucionales, un gran poder hasta convertirse en el árbitro supremo de
la vida pública.
Recapitulación: la democracia y la transición política
En aquella época la noción de democracia dominante era un sistema que
descansaba en el voto ciudadano, se asumía que si las elecciones eran
transparentes se tendría entonces un sistema representativo y, en consecuencia, un
160 García Granados, La Constitución… op. cit., p. 45.
121
buen gobierno. Los partidos políticos desempeñaban una función secundaria:
proponer candidatos y dar a conocer sus plataformas electorales. Los más variados
diagnósticos de la sociedad mexicana, desde el elaborado por José María Luis
Mora hasta los de los opositores de Díaz, coincidieron en que en México no había
una ciudadanía extendida, ilustrada, capaz de ejercer su voto de manera
autónoma, responsable y consciente. Ponciano Arriaga en el Congreso
Constituyente había señalado que las instituciones liberales y democráticas poco a
poco transformarían a las masas de ilotas en ciudadanos,161 cincuenta años después
los positivistas señalaban que no se había operado tal transformación.
Tampoco había partidos políticos capaces de organizar la competencia
electoral. Aunque debe destacarse que entonces en México no referían a las
organizaciones políticas permanentes, con estatutos y programas definidos, sino
que por partido político se entendía la alianza entre clubes políticos, grupos de
opinión e individuos, alianza que era coyuntural, electorera, pues su fin era apoyar
a un candidato y desaparecer una vez concluidas las elecciones.
García Granados perteneció al extendido y heterogéneo grupo que buscó
restringir el voto activo para que éste fuera exclusivamente para los sectores
sociales en los que creía que se habían formado sujetos modernos, capaces de
ejercer los cargos de representación popular. Esta forma de organización política
que tendía a la oligarquía proponía que fuera transitoria, se substituiría por una
democracia incluyente cuando la anhelada ciudadanía adquiriera madurez.
García Granados se ubicaba entre dos polos: uno, representado por Porfirio
Parra que sostenía que México con la Reforma había llegado a la democracia; el
otro, defendido por Bulnes, afirmó que el sistema representativo en general y la
democracia en México, en lo particular eran mentiras.
La Reforma había sido, según Parra, una suerte de revolución burguesa que
al superar el antiguo régimen había permitido conducir a México a “una evolución
161 Ponciano Arriaga, “Proyecto de la constitución. Dictamen de la comisión”, en Felipe Tena Ramírez, Leyes Fundamentales de México 1808-1988. México, Editorial Porrúa, 1988, pp. 525-573.
122
social avanzada” con una división del trabajo y especialización de las funciones de
gobierno más complejas.
Con esta base de análisis spencereano, Parra concluía que este periodo
histórico dominado por la burguesía “corresponde, por decirlo de una vez, a la
realización y al advenimiento de las ideas democráticas hechas forma de
gobierno”.162
Para Bulnes la democracia era un problema nodal que abordó en sus diversos
libros. En Juárez y las revoluciones de Ayutla y de Reforma reflexionó sobre la
democracia y su funcionamiento en México. Empezó por definir la democracia,
para después defender el derecho de las minorías. El axioma democrático es “la
voluntad del pueblo es la suprema ley”, a lo que el polemista propuso añadir: “si
no es tiránica contra las minorías, aun cuando éstas últimas estén formadas por un
solo hombre”.163 Por minorías no se refería a grupos marginales y menos aún
sostuvo que debieran contar con una representación proporcional en los órganos
de gobierno, sino que se refería a los grupos “aristocráticos o plutocráticos”.
Las minorías, afirmó, se habían salvado de la amenaza de las mayorías a
través de su representación en el Senado. Debe aclararse que Bulnes no se refería a
los sistemas políticos norteamericano ni mexicano, en los que los diputados y
senadores contaban con los mismos orígenes sociales. El polemista tenía en mente
el modelo británico en el que la cámara alta representaba los intereses de la
nobleza.
Bulnes, como Parra y García Granados, analizó la Constitución de 1857 y fijó
su posición. Al igual que García Granados criticó el voto universal y las excesivas
atribuciones del legislativo. Sin llegar a proponer una serie de reformas al marco
institucional, señaló lo que consideraba sus principales contradicciones:
Primera. El carácter semi-parlamentarista de la Cámara de Diputados, puesto
que la Constitución en su versión original había suprimido el Senado. Con ello,
162 Parra, Sociología… op. cit., p. 117. 163 Bulnes, Juárez y las revoluciones… op. cit., p. 206.
123
señalaba, acertadamente, que el Constituyente había impedido la representación
de los intereses de las minorías y había suprimido las bases del federalismo (pues
el Senado representaba a los estados en los poderes de la Unión).
Segundo. El presidencialismo disminuido. “El veto al presidente de Estados
Unidos, le sirve para defender al poder ejecutivo de las agresiones del poder
legislativo y para defender a la nación contra impuestos ruinosos y contra toda
clase de excesos y torpezas legislativos”, herramienta jurídica con la que el
presidente mexicano no contaba porque la Constitución suprimió el veto
presidencial.
Tercero. El sufragio universal, el polemista afirmó que cuando el pueblo es
esclavo de alguna clase privilegiada, su voto será por está; en México —de ser
competidas las elecciones— el pueblo llevaría al poder público “a los curas,
obispos y a los mayordomos de monjas”.
Así, García Granados y Bulnes compartían el extendido prejuicio liberal en
contra de cualquier participación política del clero y lo convirtieron en la
justificación de la dictadura. Ambos favorecían una democracia restringida,
Bulnes, advertía que el Constituyente de 1856-1857 debió haber colocado el
sufragio en alguna clase social ilustrada.164
La gran diferencia entre estos dos positivistas radica en que García Granados
proponía la reforma del Estado para democratizar el país, Bulnes negó que la
democracia fuera posible en México debido a la cultura política de los mexicanos.
En El porvenir de la naciones hispanoamericanas (1899) había indicado que en la
legislación de los países latinoeuropeos, e incluso en México, las libertades
consignadas eran más amplias que las que gozaban los países anglosajones, pero la
gran diferencia estaba en que para los países latinos no se llevaban a la práctica.
Había un problema más grave aún: el anglosajón
164 Ibid., pp.210 y 215.
124
sabe muy bien y nunca lo olvida que no puede haber DERECHOS CIVILES SIN DERECHOS POLÍTICOS, que estos se han hecho para garantizar aquellos y que cuando la autoridad posee DERECHOS POLÍTICOS posee sus DERECHOS CIVILES. El latino cree que entre los DERECHOS CIVILES y los POLÍTICOS hay una misma diferencia que entre el paralaje de un astro y un par de
PANTUNFLAS.165
De acuerdo a su diagnóstico, las libertades individuales eran decorativas en
México porque expresaban derechos civiles “y estos sólo pueden ser inviolables
por medio del ejercicio de los derechos políticos para lo que no hemos nacido los
actuales mexicanos”.166
En Juárez y las revoluciones de Ayutla y de Reforma Bulnes definió al mexicano
como un ser servil. Este servilismo no tenía por origen el analfabetismo —como
sostenían algunos liberales y positivistas— que se hubiera podido erradicar con la
educación, sino que su origen era congénito. El mexicano —señalaba Bulnes— era
producto de la fusión de españoles e indígenas, ambos podían ser solamente
autócratas o serviles. De modo que “no tenemos de donde nos venga lo
democrático”.
Con aguda ironía concluyó que “En México, sólo habrá ejercicio de derechos
políticos cuando otra raza ocupe nuestro país por conquista, o por inmigración y
que se imponga aristocráticamente como amo o por cruzamiento en la sangre
mexicana”.167
Pese a sus acerbas críticas al sistema y a la cultura políticos mexicanos, Bulnes
como Parra y García Granados, cifraba sus esperanzas en un grupo social
específico que conduciría al país hacia formas no autoritarias de organización
política. Parra lo llamó la burguesía; García Granados, clase media; Bulnes se
refirió a las elites intelectuales, eran aquellos que “a fuerza de voluntad han
165 En mayúsculas en el original. Bulnes, El porvenir… op. cit., p. 309. 166 Ibid., p. 309. 167 Ibid., p. 214.
125
logrado marchar al mismo paso que los hombres distinguidos de las más cultas
naciones”,168 afirmaba el polemista.
En cuanto una de las funciones de la sociología era dar pautas para trazar
políticas gubernamentales, García Granados advirtió que si la Iglesia y el Estado no
lograban una conciliación franca y leal “sobre las bases de los principios modernos,
los países católicos se atrasarán en su desarrollo y el ascendiente de los países
protestantes tendrá que ser cada día mayor hasta convertirse en definitivo”.169 Esta
última cita expresa que los países anglosajones, en particular Estado Unidos e
Inglaterra, eran vistos como modelos de la modernidad que se quería alcanzar
tanto en el ámbito político como económico, y eran también el modelo de las
sociedades industriales que Spencer indicaba como las que habían conseguido un
mayor grado de evolución.
Al elaborar el diagnóstico de los problemas nacionales y al analizar la
Reforma como un proceso de modernización de manera implícita o explícita los
positivistas mexicanos establecieron una comparación entre México, Estados
Unidos e Inglaterra. A partir de esta comparación la modernidad mexicana parecía
incompleta, trunca, imagen que se proyectaría a lo largo del siglo XX. Parra fue la
excepción.
El médico en su Sociología de la Reforma buscó explicar por qué los grados de
desarrollo de México y Estados Unidos eran tan distintos. México contaba con un
territorio vasto y apenas poblado; una configuración accidentada del territorio; una
población heterogénea formada por criollos, indios y castas; faltaban hombres de
Estado y faltaba práctica en la política, lo que hizo que los hombres públicos
condujeran al país hacia “resultados funestos, como con desgarradora elocuencia
lo demuestra nuestra historia”.170 Fue la Reforma la que colocó a México en el
sendero de la prosperidad.
168 Bulnes, Juárez y las revoluciones… op. cit., p. 381. 169 Ibid, p. 120. 170 Parra, Sociología… op. cit., p. 95.
126
El esfuerzo por hacer de México parte del “concierto de las naciones
civilizadas” tuvo como contraparte la conciencia de que México ingresaba en
condiciones de debilidad. La agresiva competencia de Estados Unidos, Inglaterra y
Alemania por el dominio de los mercados latinoamericanos y la creciente inversión
directa norteamericana que a partir de la década de 1892 transformaba
aceleradamente el ámbito económico nacional, harían que se intensificaran las
voces que temían que Estados Unidos absorbiera por completo nuestro país o que
se anexionara parte del territorio mexicano.
Es bajo este clima que los sociólogos mexicanos propusieron las reformas
que creyeron necesarias tanto para modernizar de una manera acelerada el país
como para fortalecer internamente a la nación ya fuera para defenderse o
aprovechar, en la medida de lo posible, la competencia entre los imperialismos de
la época.
En síntesis, los ganadores en su conjunto dan forma a un amplio espectro
historiográfico y un cuidado equilibrio de posiciones políticas. Rafael de Zayas
representa a los viejos porfiristas tuxtepecanos, esforzados constructores del
régimen y firmes publicistas. Francisco Bulnes y Porfirio Parra siendo jóvenes
fueron colaboradores estrechos de La Libertad, periódico liberal-conservador, dirigido
por Justo Sierra, que pugnó porque se atemperara la Constitución de 1857
adecuándola a lo que creían era el grado de evolución social. Bulnes y Parra —
como se ha señalado— políticamente pertenecían al grupo científico. García
Granados, aunque de joven fue encarcelado y tuvo que exiliarse en Estados Unidos
y Europa, compartió sus demandas políticas con un extendido grupo de opinión,
cuya cabeza más conocida fuera Sierra, que desde 1878 exigió la restricción del
voto activo y la expansión de las facultades del Ejecutivo, línea que sería recogida
127
por Emilio Rabasa en La Constitución y la dictadura (1913) y por Venustiano
Carranza en su iniciativa de reformas y adiciones a la Constitución (1916).171
En el aspecto intelectual, los autores aquí revisados ofrecen una amplia
gama de manifestaciones del positivismo, mejor dicho de los positivismos. Debe
insistirse, con Leopoldo Zea, que la filosofía positivista buscó ser en México, como
en América Latina, aquello que había sido la escolástica en la Colonia: un
instrumento de orden mental172 con su correlativo orden social.
Las elites intelectuales mexicanas consideraron a los positivismos como
expresión de la modernidad europea e instrumento de modernización que dotaba
al Estado de criterios específicos para intervenir en los ámbitos económico, político
y social; asimismo era un instrumento ideológico que permitía poner fin a la
anarquía, era también un método para interpretar correctamente la realidad y una
doctrina que promovería el cambio social.
Entre los positivistas había un amplísimo abanico de propuestas, polémicas
y debates, pero había también un núcleo básico propiciado por el encuentro entre
positivismo y liberalismo, éste último también múltiple.
En las páginas precedentes se ha indicado reiteradamente que el encuentro
y la transformación del liberalismo por el positivismo se sintetizó en la apología de
la separación Iglesia y Estado.
Los diversos autores aquí estudiados coincidieron en que la Reforma había
sido un largo y lento proceso, pues el enfrentamiento entre la potestad civil y la
eclesiástica se inició con la nación mexicana, con la guerra de Independencia. Más
aún, la mayoría encontró sus antecedentes remotos en la Edad Media española.
171 En este documento Carranza propuso fortalecer el poder presidencial y consideraba que lo más conveniente para el país era restringir el voto. No obstante, como reconocimiento a la participación de campesinos y obreros en la lucha armada, propuso al Constituyente que se instituyera el sufragio universal directo. 172 Leopoldo Zea, El pensamiento positivista latinoamericano. Caracas, Fundación Biblioteca Ayacucho, 1980.
128
Los galardonados en sus textos partieron de un mismo argumento
romántico constitucionalista que identificó el poder eclesiástico y a los grupos que
lo sostuvieron como retrógradas, mientras que el poder civil se identificó —como
lo había hecho Riva Palacio— con el partido del progreso, con la ciencia. Asimismo
en los textos se descubre un mismo principio que es reiterado: la Guerra de
Reforma fue un acceso violento, aunque necesario a la modernidad. La magnitud
que en México alcanzó el conflicto entre Iglesia y Estado haría que la revolución
liberal quedara reducida a esta dimensión, perdiendo de vista que la auténtica
revolución estaba en el intento de emancipar la iniciativa individual, como bien
afirmaron García Granados y Parra.
Los autores aquí revisados reprodujeron el gran programa narrativo de la
historia liberal que trazó una línea de continuidad que iniciaba con Hidalgo y
Morelos, encontraba como punto culminante el Congreso Constituyente de 1856-
1857 y la Reforma, y como feliz desenlace el Porfiriato. Un acendrado nacionalismo
estaba implícito en este programa narrativo. Nacionalistas fueron todos, como
interpretación dominante afirmaron que Juárez había conquistado la soberanía
nacional y que Juárez había encabezado una segunda independencia. La airada
respuesta en contra de las obras de Bulnes se debió precisamente a que en algunos
aspectos puso en tela de juicio este programa narrativo.
El positivismo transformó al liberalismo. Mientras que la generación de la
Reforma, tenía una orientación romántica jacobina que creía firmemente en que las
instituciones poco a poco transformarían al pueblo en ciudadanos, los positivistas
tenían una orientación mucho más conservadora, creían que las instituciones
debían adecuarse al grado de evolución social del país, para poder hacer esto
necesitaban hacer un diagnóstico, el medio fue la sociología y el conocimiento
histórico.
Los textos galardonados, excepto el de Zayas, son también un diagnóstico
de los múltiples problemas nacionales que no habían sido resueltos: la cuestión
indígena, la concentración de la propiedad, la falta de democracia y la incipiente
129
industrialización. Pareciera transparentarse una misma convicción: México había
llegado a la modernidad, pero había llegado tarde, su modernidad había quedado
trunca debido a que el pueblo no había podido constituirse en ciudadanos como
sujetos modernos.
Atender los múltiples problemas nacionales era necesario no sólo para
consolidar el proyecto liberal, sino también porque percibían, en particular García
Granados y Bulnes, el agresivo expansionismo de los Estados Unidos como un
peligro inminente para la soberanía nacional. De manera implícita los diversos
autores se preguntaron por qué nuestro país no había alcanzado la modernidad
norteamericana si Estados Unidos y México contaban con un pasado colonial, la
respuesta la encontraron en la diferencia de los climas, de las razas, de la
alimentación y de la cultura.
El positivismo barrediano de Rafael de Zayas no modificó ni la escritura ni
la concepción de la historia en su forma retórica. En cambio un positivismo
ecléctico transformó la noción de historia en Parra, García Granados, y Bulnes. Los
tres primeros vieron en la historia un conocimiento auxiliar de la sociología.
Mientras que el último, aunque compartió con los otros el desprestigio de la
historia, optó por la crítica histórica. Debe hacerse hincapié en que pese al
desprecio por esta arte liberal —no en balde Bulnes y García Granados apuntaron
que la historia era el ámbito de los panegíricos, de la lucha de facciones, el medio
para divulgar las ideas preconcebidas y las leyendas—, se vieron obligados a
recurrir a ésta para representar el pasado.
El desprestigio de la historia surgió al imponerse un nuevo paradigma de
verdad. Esta nueva verdad que se creía fría y objetiva podría alcanzarse por medio
de la sociología. Los diversos escritores estaban de acuerdo en que la función de
esta nueva ciencia era establecer las leyes de la evolución social. Podría afirmarse
que antiguas funciones propias de la historia en su forma retórica se habían
extendido a la sociología: se dirigía a las elites políticas y sociales. La antigua
función retórica de la historia como maestra de la vida la sociología la transformó
130
en un diagnóstico de la sociedad, para que con base en éste elaborar las propuestas
que se creían necesarias para reformarla.
En 1906 la cuestión social en el marco de una profunda crisis económico-
financiera por la que atravesaba el país se convirtió en un tema fundamental
porque la ciencia positiva se consideraba como un medio para prevenir las
convulsiones sociales.
En este eje se ha enfatizado la perspectiva de los escritores que elaboraron
sus estudios desde la sociología, no obstante debe, por lo menos, mencionarse que
la historia continuó cultivándose y fue también transformada por el positivismo
que dio lugar a una historiografía filológica que se impuso como tarea la
recopilación y edición crítica de la documentación de la “historia nacional”:
Manuel Orozco y Berra, Joaquín García Izcalbazeta, Francisco del Paso y Troncoso
y Genaro García, fueron sus principales cultores. Este nuevo acercamiento recurrió
a los documentos como una forma de salvar la distancia histórica, era una
estrategia para garantizar la exactitud y un nuevo sentido a la imparcialidad. En
pocas palabras la historiografía positivista se volcó en la búsqueda de la de un
estatuto científico para la historia, búsqueda que animaría la historiografía del
siglo XX culminando con su desprendimiento de las artes liberales.173
173 Para Guillermo Zermeño esta nueva actitud hacia las fuentes se encuentra ya en la obra de Lucas Alamán, pero el mismo autor reconoce que la historiografía positivista aunque “regulada por los nuevos criterios científicos, deberá cumplir tareas análogas a las que desempeñaba en el antiguo régimen: la de ser maestra para la vida”. Guillermo Zermeño, “Imparcialidad, objetividad y exactitud. Valores epistémicos en el origen de la historiografía moderna”, en Historia y grafía, México, UIA, no. 20, 2003. pp. 49-83. .
131
ACTIVIDADES
Objetivos:
a) Relacionar la constitución de saberes y los principios dominantes b) Analizar las continuidades y las transformaciones en los principios
dominantes de los registros de la memoria en el siglo XIX. c) Distinguir la argumentación de historiadores clásicos que escribieron
sobre el positivismo y la escuela erudita. d) Evaluar el conocimiento adquirido.
Elabora un ensayo con los siguientes textos:
Vázquez, Josefina Zoraida, Historia de la Historiografía. México, Ediciones Ateneo, S.A., 1978, pp.127-160.
Collingwood, R. G., Idea de la historia. México, Fondo de Cultura Económica, 1977, pp. 129-147.
Zea, Leopoldo, El positivismo en México, Fondo de Cultura Económica, 1978, pp. 55-61.
O´Gorman, Edmundo, “Tres etapas de la historiografía mexicana”, en Anuario de historia. México, UNAM-FFyL, 1962, año II, pp. 11-19.
En el ensayo evalúa la perspectiva de análisis de cada uno de los autores y el
uso del conocimiento histórico en el siglo XIX.
Extensión máxima: 15 cuartillas.
Fecha de entrega: al finalizar la 11ª semana.
Evalúa tu aprendizaje, para ello compara los prejuicios con los que iniciaste
el curso que debieron expresarse en la primera actividad de la uea y los que
sostienes ahora. Entrega tu evaluación a tu profesor de la uea, una copia a tu tutor
y una copia al coordinador del Posgrado.
BIBLIOGRAFÍA COMPLEMENTARIA Lefebvre, G., El nacimiento de la historiografía moderna. Barcelona, ediciones Martínez
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Fueter, Ed, Historia de la historiografía moderna. Buenos Aires, Editorial Nova, 1953, Vol. II, pp. 205-271.
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142
AUTOEVALUACIÓN Envía una carta al coordinador del Posgrado en Historiografía evaluando el Taller
II.
Para llevar a cabo la evaluación del Taller es necesario que sigas los siguientes
pasos:
1) Relee el presente cuaderno.
2) Confronta el texto elaborado en la primera semana sobre los objetivos y
expectativas que tenías al iniciar el taller con el desarrollo de este mismo.
3) Señala la manera en que las actividades desarrolladas en esta UEA te
elaborar tu comunicación idonea de resultados.
4) Evalúa la asesoría que te brindó tu profesor y suguiere cómo podría
mejorarse.
5) Evalúa tu propio desempeño.