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MATERIA: Políticas Públicas y Programas para el Desarrollo Familiar ALUMNA: Consuelo Rosas Zúñiga PRACTICA 1
Las funciones sociales de la familia
A través de los años, la familia ha sido la institución central más antigua de la historia que
constituyéndose como la piedra angular, en la cual prácticamente todas las sociedades han
basado su fortaleza y a partir de la cual han forjado su futuro. Sin embargo, en la sociedad
contemporánea se puede reconocer que en la familia se han manifestado cambios en su
estructura social y una modificación de sus funciones para sus miembros y la sociedad,
originados por factores de carácter económico, social, político, así como, guerras, desastres
naturales, enfermedades entre otros.
En todo el mundo, las familias son diferentes, pero al mismo tiempo, se asemejan entre sí en
cuanto a su problemática que enfrentan día a día, para poder cumplir con sus funciones,
enfrentándose muchas veces a la incapacidad de poder brindar un entorno ideal en donde
sus miembros puedan desarrollarse íntegramente como seres humanos físicamente sanos y
con valores. Esta situación no ha sido privativa de un Estado, de ideologías o sistemas
económicos, se ha convertido en una situación de carácter general en todo el mundo,
llamando la atención de organizaciones internacionales interesadas en el bienestar de todo
ser humano y por ende de la sociedad. Retomándose a la familia, en el ámbito internacional
como elemento importante en el desarrollo de los seres humanos y de la sociedad misma y
la muestra de la preocupación sobre su situación; que tiene matices distintos según los
lugares del mundo en que las familias habitan.
Si hay algo común en todo el mundo, y en todas las épocas, es el reconocimiento de la importancia de la familia y las funciones que desempeña en la sociedad; al ser un sistema social universal, un elemento clave en las estrategias de reproducción, no sólo biológica, sino económica, social y cultural y un elemento imprescindible en la formación de nuevos ciudadanos (Montoro, 2004: 13).
La familia es transmisora de las ideas y los valores fundamentales en una sociedad, por eso
su importancia transciende a las relaciones privadas que se desarrollan entre sus miembros.
Se hace, por tanto, inevitable la existencia de relaciones de colaboración y continuidad entre
las familias, las sociedades y los Estados. Cierto es que cada momento ha tenido sus
particulares focos de atención, han cambiado sin duda las cuestiones y los problemas, pero
hoy lo más importante es destacar no sólo la importancia de la familia para el desarrollo
personal, sino también comprender la importancia de la familia en la acción social y
económica del Estado; bajo la visión de la familia como institución integradora de todos los
temas que son manejados desde éste. La familia funciona como la principal estrategia de
prevención del delito, la violencia y conductas de riesgo (Del Valle, 2012). Frente a las
problemáticas planteadas los estados están proponiendo una serie de acciones y de
esfuerzos para proveer bienes y servicios a las familias que no tienen la capacidad de suplir
los diferentes perjuicios a los que se enfrentan. A todos estos esfuerzos se les llama políticas
sociales, sin embargo “las políticas deben de ir mucho más allá de lo asistencialista o de la
atención inmediata a problemáticas de fondo” (Lhoman, 2008: 24). Al ser compleja la relación
entre la familia y las políticas públicas, es fundamental la revisión de estos dos conceptos.
El presente ensayo tiene como objetivo exponer a grandes rasgos las transformaciones que
la familia ha sufrido en las últimas décadas y que han cambiado la conceptualización que se
tenía de ella, así como, puntualizar el papel que juega la familia como institución social en la
actualidad, en base a las funciones principales que cumple. La aclaración de estas
percepciones, permitirá una mayor concienciación acerca de las necesidades reales de la
familia teniendo en cuenta que éstas no son sólo de índole económica, al momento de hablar
de la elaboración e implementación de políticas públicas. Como punto de partida para
comprender mejor el papel que desempeña la familia se expondrá la conceptualización
actual que existe sobre la misma y las variadas conformaciones de las estructuras familiares
existentes, por otro lado, a groso modo se mencionará el mosaico de factores tanto
económicos, sociales y políticos que las modifica y que define sus funciones para
posteriormente, emitir algunas conclusiones al respecto.
En las sociedades modernas la familia (y junto a ella, la conyugalidad, el matrimonio, la
maternidad/paternidad, etc.) ha sido durante largo tiempo definida, representada y legitimada
social, cultural y políticamente conforme a un modelo particular, basado en la familia
articulada en torno a los cónyuges y los hijos y a los vínculos derivados de esas relaciones
(Ceballos, 2011).
La llamada familia nuclear conyugal (padre-madre-hijo) ha sido considerada como normal en función de su importancia cuantitativa y proyectada socialmente como modelo natural de organización familiar en nuestras sociedades. Más allá de la estructura de relaciones, esta forma familiar ha funcionado también como ideología dominante, marcando los límites de la realidad familiar (Covarrubias, P., 2008: 20)
Se ha limitado su definición y legitimidad social, porque cualquier distanciamiento de ese
modelo es tomada como una situación familiar incompleta o anormal, disfuncional y
claramente perjudicial para el orden personal y social. Pero si bien la familia es un fenómeno
universal, no hay un modelo universal de familia. Desde el punto de vista estructural, lo más
característico de la familia es su diversidad. “La familia es una forma de vida en común, entre
personas unidas por lazos de parentesco y afectivos, que se desarrolla en un ámbito cultural,
económico, moral y religioso al que no puede permanecer ajena” (Franco, 2006: 5). Por eso,
la familia es un acontecer sujeto a continuas transformaciones. Su historia varia al mismo
tiempo que lo hace la sociedad en que se inserta; siendo un elemento activo de la sociedad
que no permanece fija, sino que evoluciona con ella. Consecuencia de ello es la diversidad
de las formas de uniones familiares.
En nuestro entorno cultural se han producido, en los últimos años, algunos cambios
sustanciales en el modelo de organización de la vida familiar. De acuerdo con Morales
(2010):
…las familias jerarquizadas van dando paso a las regidas por criterios de igualdad; las familias constituidas formalmente, a las familias de hecho; las relaciones a perpetuidad, a relaciones temporales; las familias de necesaria diversidad sexual, a las familias entre personas del mismo sexo; las familias depositarias de poderes, a las familias cuyos miembros ejercen funciones, poderes y derechos (p. 2).
Familias, en definitiva, no jerarquizadas, estructuradas horizontalmente y en las que puede
no estar presente la diferencia sexual como principio básico, o al menos único, de su
organización. Ya no se trata tanto de familias patriarcales como de familias coparentales,
biparentales, multiparentales, pluriparentales, homoparentales o monoparentales
(Covarrubias, 2008).
Hoy, el fenómeno debe abordarse en su complejidad, la familia debe analizarse en todas sus
dimensiones histórica, social, jurídica, económica, etc., concibiéndose como una
manifestación social de múltiples caras, que no siempre coinciden. Debe darse un giro
conceptual, necesario para comprender el fenómeno familiar en las sociedades actuales.
El término familia en un sentido amplio remite al modo en que seres humanos siguen viviendo con una serie de vínculos; cómo se instituyen, entre quiénes, con qué alcance, obligatoriedad, continuidad o duración, serían pautas de variación que contribuyen a delinear los límites de la realidad familiar, no a definir su esencia (Arteaga, 2007: 70).
En cualquier caso, conviene recalcar que desde la mirada sociológica las familias son
expresiones diversas en modos de establecer vínculos sexuales, de definir lazos afectivos,
de convivir, de procrear, de socializar a los hijos, de producir y proveer de bienes materiales
a sus miembros, de satisfacer necesidades afectivas; y lo que es más importante, ninguna
forma familiar por mayoritaria es mejor o peor que otra pasada, presente o futura (Del Valle,
2012). Hoy, se observa un paisaje familiar diferente en las formas pero, sobre todo, en las
condiciones objetivas y subjetivas en las que las personas construyen sus vidas y sus
proyectos familiares.
Diversas transformaciones económicas, políticas, sociales, religiosas, morales y culturales
han contribuido a modificar el desenvolvimiento de la vida familiar y a diversificar los modelos
de familias. Entre ellas, podemos señalar como significativas, la modificación de las
condiciones económicas marcadas por el paso de la producción al consumo; las
transformaciones de un mercado laboral más flexible; la mayor movilidad geográfica y social;
el creciente aislamiento en las condiciones actuales de la vida urbana; la disminución de
presiones económicas, morales, sociales y jurídicas para contraer o disolver el matrimonio; la
secularización de la vida; la libertad sexual despojada de antiguos condicionantes morales;
los avances tecnológicos en materia biológica y médica; la cultura democrática y sus técnicas
de diálogo y argumentación insertadas en el ámbito familiar; el papel central del amor en el
establecimiento y mantenimiento de la unión familiar; la pluralización y los procesos de
individualización en las formas de vida; el reconocimiento y garantía de la igualdad entre los
sexos; un mundo globalizado que relativiza las fronteras, las políticas nacionales y que hace
del multiculturalismo una de las características más propias de nuestras actuales condiciones
de vida (Montoro, 2004).
Estas circunstancias, entre muchas otras, han cambiado las formas de desarrollo personal,
que se convierten en una gran variedad de realidades familiares, cada vez más complejas.
En la diversidad hay que encontrar los rasgos comunes que identifican distintas realidades
de convivencia como familias; no ya en su estructura y composición, sino en sus funciones.
La familia ha ido cambiando, redefiniéndose tanto desde el punto de vista interno como en sus relaciones hacia el exterior, como un reflejo de los cambios sociales, de la pluralización de las formas de vida y en relación a las propias demandas que genera. Hay una nueva cultura familiar que se plasma en diversas alternativas familiares más iguales, más libres y más plurales, pero siguen siendo familias (Belart, A., y Ferrer, M., 2003: 20)
La institución familiar sigue siendo necesaria e insustituible para el bienestar de la sociedad
porque proporciona formas de solidaridad, funciones afectivas y emocionales que no son
suplidas en ningún otro ámbito o institución social. Sigue siendo una institución fundamental
en la protección y desarrollo integral de los individuos, un ámbito de solidaridad, ayuda mutua
y colaboración recíproca, de protección y satisfacción de necesidades de aquellos que no
pueden mantener una existencia autónoma. Este papel esencial se logra gracias a que
posee funciones de latencia con respecto a la sociedad más amplia como son el
mantenimiento de pautas de conducta y el manejo de tensiones y funciones manifiestas que
conforman el proceso de educación y socialización a través del cual las personas asimilan a
su modo el ethos y la cosmovisión imperante en la sociedad; y que se llevan a cabo
indistintamente del tipo de familia que se hable (Jelin, E., 2008).
El concepto de función familiar de acuerdo con Cabanillas, D. M. (2010) abarca “las
actividades que realiza la familia, las relaciones sociales que establece en la ejecución de
esas tareas y, en segundo nivel de análisis, comprende los aportes (o efectos) que de ellos
resultan para las personas y para la sociedad” (p. 62). Este concepto nos habla de la familia
como el espacio primario de convivencia de los seres humanos, primer contexto donde
percibimos y a través del cual configuramos la dimensión colectiva de nuestra personalidad a
partir, de las vivencias y de las razones que se guían por los matices del afecto.
Las principales funciones de la familia son cinco:
1. Equidad generacional: la familia funciona cuando existe solidaridad diacrónica, es
decir, corresponsabilidad intergeneracional (abuelos-padres-hijos, por ejemplo) que
permite que los miembros de la familia al poseer diversas edades y papeles puedan
recibir diversos cuidados, afectos y equilibrios entre actividad laboral, servicio e
inactividad forzosa a través del tiempo. La equidad generacional se ejercita en el
ámbito de lo privado, es decir, de lo propiamente intra-familiar y tiene una incidencia
importante en el ámbito de lo público (ejemplo de ello son los ancianos que al dejar de
trabajar pueden ser protegidos, sostenidos y queridos por los más jóvenes), (Ayllón,
T., 2003).
2. Transmisión cultural: la familia funciona cuando educa en la lengua, la higiene, las
costumbres, las creencias, las formas de relación legitimadas socialmente y el trabajo.
Sobre todo la familia funciona cuando educa a las personas en el modo de buscar el
significado definitivo de la vida que evita la pérdida existencial al momento de afrontar
situaciones-límite (muerte de un ser querido, desamor, enfermedad, injusticia laboral,
etc.), (op. cit.).
3. Socialización: “la familia funciona cuando provee de los conocimientos, habilidades,
virtudes y relaciones que permiten que una persona viva la experiencia de pertenencia
a un grupo social más amplio” (Ceballos, S., 2011: 35). La familia es una comunidad
en una amplia red de comunidades con las que se interactúa cotidianamente. Las
personas desarrollan su sociabilidad, o mejor aún, su relación extra familiar gracias a
que la familia de suyo socializa dentro de sí y hacia fuera de ella (López, V., 2005)
4. Control social: la familia funciona cuando introduce a las personas que la constituyen
en el compromiso con las normas justas, con el cumplimiento de responsabilidades y
obligaciones, con la búsqueda no sólo de bienes placenteros sino de bienes arduos
que exigen esfuerzo, constancia, disciplina. Es esta introducción al compromiso la que
eventualmente aporta el ingrediente cultural para que las conductas delictivas puedan
ser prohibidas a través de la ley, y además, la que permite de hecho que una ley
vigente goce de un cierto respaldo cualitativo al menos implícito por parte de la
comunidad (Montoro, 2004).
5. Afirmación de la persona por sí misma: la familia funciona cuando ofrece una
experiencia para todos sus integrantes de afirmación de la persona por sí misma, es
decir, cuando el valor que las personas poseen independientemente de su edad,
salud, congruencia moral, capacidad económica, o filiación política; se salvaguarda y
se promueve (Del Valle, 2012). Justamente esta función permite el descubrir
existencialmente la importancia de la propia dignidad y de los derechos humanos que
tienen su fundamento en ella.
Las cinco funciones que la familia desempeña son condiciones de posibilidad de la vida
social en general. El derrumbe histórico de las grandes civilizaciones acontece no sólo
cuando existen poderes exógenos que desafían los poderes locales sino cuando la
consistencia cualitativa, propiamente cultural de la sociedad, que habita en la familia al estar
debilitada, hace vulnerables a las instituciones y a su capacidad de respuesta y adaptación al
entorno (Covarrubias, 2008).
Un punto importante que no se debe olvidar al hablar de funciones familiares, es que la
familia las realiza entendida como:
…la persona en la comunión de personas, es decir, la persona es un sujeto familiar, que no puede ser, entenderse o actuar sin la continua referencia ineludible a los otros, en especial, a esos otros que lo explican en la existencia (padres), en la permanencia (amores significativos) y en la proyección activa de la búsqueda del significado definitivo de la vida (matrimonio, filiación, trabajo, religión, etc.), (Franco, 2006: 15).
Esto significa que esta institución no sólo es un hecho social, sino que es un régimen que
permite a la persona descubrir que a la base de toda la funcionalidad social existe un
principio, un punto de partida innegociable, no comercializable, que sostiene a lo demás tanto
desde un punto de vista ético como desde un punto de vista pragmático: los afectos y
sentimientos (Arteaga, 2007). La vinculación emocional que produce el sistema familiar
diferencia a este grupo del resto de grupos sociales. Solo en la familia se da el amor
incondicional, sin esperar nada a cambio y no cabe duda que esto en sí mismo es un activo
social, que merece la pena ser protegido y fomentado. Es en este espacio donde se
encuentra el apoyo y comprensión, a pesar de las dificultades, porque con amor todo se
supera y las cargas se hacen más livianas; y es precisamente esto lo que en muchas
ocasiones hace que la vida humana sea soportable y eventualmente adquiera sentido. Los
afectos y sentimientos en la familia hacen que ésta se constituya como una estructura
peculiar de pertenencia. El formar parte de la familia hace que la persona no sólo se
pertenezca a sí misma sino que pertenezca a otros (Álvarez, S., 2008).
Por lo dicho anteriormente, es que se puede llegar a entender que la centralidad de la
persona, es una idealización mientras no se comprenda la dimensión familiar de la misma. La
familia no es un añadido accidental de personas, no es solamente una incorporación privada
de afectos. La familia tampoco es un espacio innecesario al momento de entender o atender
a las personas. Al contrario, la familia es el modo de aprehender a la persona en su
circunstancia real. A través de la familia se alcanza a la persona y al entramado de
relaciones que constituyen su vida concreta.
No basta que a la persona y a la familia se les mencione mucho, no basta que desde la
sociedad civil o desde el gobierno se encuentren acciones que de intención buscan incidir en
la persona real y en las familias. Es necesario a este respecto algo nuevo, “es necesario
entender que la familia tiene que volverse una perspectiva tanto para la comprensión como
para la atención (en términos de servicio) de las personas reales. Por ello es muy oportuno el
comenzar a hablar de políticas públicas con perspectiva de familia” (Lhoman, 2008: 44). Es
decir, que la familia es la perspectiva para no perder a la persona. El objetivo de estas
políticas públicas familiares deberá ser que las familias sigan cumpliendo sus funciones de
mejorar la calidad de vida y bienestar en la sociedad, a través del cuidado, protección y
apoyo de sus integrantes.
Los individuos y las familias han resentido las reiteradas crisis económicas, el
desmantelamiento de la seguridad social y de los servicios sociales públicos, el desempleo y
la precariedad laboral. Estas condiciones producen tanto en mujeres como en hombres
sobrecargas de trabajo y vivencias de agobio, frustración e impotencia por no poder cumplir
las expectativas sociales y personales en relación a sus responsabilidades familiares, sin que
el Estado, las empresas y otros actores sociales se hagan cargo del origen y consecuencias
de esta situación.
Hoy más que nunca es necesario apostar por la familia, sensibilizarnos contra el
individualismo y la soledad crónica que vive el ser humano en nuestros días. Situar a la
familia como el espacio más propio de encuentro y comunión para la persona, creer, en
definitiva, que la vida es, ante todo, una vocación al amor y la felicidad. Es necesario desde
todos los niveles (individual, asociativo, administrativo, político, etc.) una apuesta decidida
por la familia. Y como consecuencia es necesario reorientar las políticas familiares que
vienen desarrollando las distintas administraciones, de manera que las políticas públicas
tengan en cuenta a la familia en cuanto grupo social, a fin de facilitar el cumplimiento correcto
de sus fines específicos.
Por su gran diversidad, no es fácil llegar a un consenso universal de cómo deben ser y
funcionar las familias, por lo mismo, tampoco es fácil crear políticas universales que sean
funcionales para todas las familias, sin embargo, si deben existir criterios básicos para la
elaboración de políticas y programas familiares que tomen en cuenta las condiciones más
generales de las familias, independientemente de la zona en la que se desarrollan. Y es que
una política de familia limitada exclusivamente a las políticas sectoriales o a planes integrales
para los miembros de la familia en cuanto individuos resulta siempre una política familiar
incompleta (De Molina, A., 2011).
La mejor ayuda que se puede dar a las familias es atender a la familia como institución; lo
que requiere la elaboración de una política familiar que se dirija a la familia como sujeto
social, y no a los individuos que la componen. Una política de familia que apunte
expresamente a lo concerniente al grupo familiar en cuanto medio afectivo, educativo,
económico y social, supone “que no se legisle sólo en términos de individuos, sino en
términos y en función de personas que viven en una familia, supone que se legisle con
perspectiva de familia” (Ordaz, Monroy y López, 2010: 154).
No se puede pedir que la familia sea una instancia responsable y confiarle deberes concretos
frente a los hijos, los enfermos, los jóvenes, los ancianos o discapacitados, y al mismo
tiempo negarle la dignidad, los derechos y el reconocimiento público en cuanto tal. Es preciso
incluir en las políticas de públicas el que ésta sea defendida como una institución
privilegiada.
Como señala Ordaz (2008) es necesario replantear los modos de convivencia en la sociedad
para así crear una sociedad que goce de un Estado de Derecho con un perfil más social y
menos utilitario, trabajando por una economía más justa al momento de crear y distribuir
riqueza (p. 18). A consecuencia de ello, las políticas públicas con perspectiva de familia
deberán ser de carácter universal (dirigidas a todas las familias sin exclusiones ni
restricciones, reconocidas y propuestas por el propio Estado como un bien para todos y, por
ello, deberá apoyarlas en todos sus aspectos) y no exclusivamente asistencial (destinadas a
las familias con dificultades y que tienen como objetivo corregir desigualdades). Es decir, que
cualquier arreglo de convivencia donde se respeten los derechos de sus miembros y donde
se les brinde afecto, seguridad, protección y oportunidades de crecimiento sano, constituyen
espacios propicios para la crianza y crecimiento de la infancia y juventud. Esos espacios
pueden estar constituidos por personas que tienen relaciones consanguíneas entre sus
integrantes o no, pueden estar formados por hombres y/o mujeres, con relaciones duraderas
o temporales. El asunto central será el interés, el afecto, el respeto y el cuidado que las
personas adultas responsables tengan por el desarrollo integral de los niños y los jóvenes, y
no las relaciones de parentesco que se tenga entre ellos y/o ellas. El estado debe apoyar y
reforzar la función socializadora de las familias mediante diversas medidas de políticas
públicas; más que a las familias mismas, se debe apoyar las funciones que ésta realiza.
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