Los Cuadernos de Literatura
PERUCHO, UN ABORDAJE(*)
José Doval
A CONTRACORRIENTE
Hay un surtido de escollos para llegar a Joan Perucho, y no son los menores cuantos derivan, gananciales, del alto maridaje que su obra mantiene con ese
ancho mar de los sargazos que se llama imaginación. En sus momentos, así sucedió, y los escollos fueron casi diques que obligaron a sus textos a permanecer anclados en las calas editoras de su costa natal. Ahora, como por paradoja, o puede que como penúltima ilustración de los flujos y reflujos de la historia, cuyo salitre es la moda y su figura el remolino, llegan a los acuarios de los escaparates productos largo tiempo náufragos, pero en los que es notorio su perfecto estado de conservación.
También es verdad que cuando, a mediados de los '50, aparece Llibre de cavalleries, no andaban las aduanas portuarias del realismo socialista muy proclives a acoger una historia sobre un viaje hacia atrás en el tiempo, una queste en busca de recuperar el brazo incorrupto de santa Eufrigis y derrocar al traidor Paleólogo Dimas. Una carga incómoda en momentos de urgente acceso a lo contemporáneo, al desnudo reflejo social. Por si fuera poco, la novela, aparte de esa estructura más cercana a la experimentalidad que a la lineal y omnicomprensora del realismo, practicaba un estilo pudorosamente lírico, muy alejado del referencialismo a ultranza que entonces parecía de rigor. Por último, estaba escrita en catalán, lengua que, a los ojos oficiales, apenas alcanzaba otra gracia que la de habla de trato entre comerciantes de Levantía.
Mas Perucho no era ningún recién llegado a la literatura. Había sido poeta de algún renombre, bendecido por D'Ors (1) y alentado por Riba (2); había ejercido como crítico de arte, un crítico de una acusada, indómita, impertérrita modernidad (3). Pero ahora, cuando sale al océano de la narrativa, desnudo como los hombres de la mar, lo hace a desmano y en una lengua marginalizada. El lector no catalán pudo, en el intermedio, llegar a leer Galería de espejos sin fondo, que no era sino una recopilación de artículos publicados en Destino y La Vanguardia, donde se va de Tahúll a Miró, de Azorín a Cunqueiro, del Preste Juan a -y es la zona más amplia del libro- una pormenorizada información sobre vampiros: de nuevo, extravagante, elíptico, tangencial a los intereses del momento.
Fue en 1968 cuando aparecieron en el ámbito editorial castellano Las historias naturales, tra-
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ducidas por Corredor-Matheos y en un claro intento de ampliar el público lector. Pero bastaría recordar el maremoto del Mayo francés y el tifón del boom latinoamericano a las puertas, para no hacerse excesivas ilusiones sobre un relato que narra las andanzas del naturalista catalán del Ochocientos Antonio de Montpalau tras los pasos de un vampiro que responde al nombre de Onofre de Dip, y que tan pronto puede ser un guerrillero carlista, apodado «El Mochuelo», cuanto murciélago que anida en la amplia frente del general Cabrera, más conocido por «El Tigre del Maestrazgo».
Así las cosas, al año siguiente, contumaz, publica Botánica oculta o el falso Paracelso, en una colección [«El Ciempiés»] que él mismo dirigía para la Editorial Táber. A pesar de que dicha colección consiguió poco menos que una cofradía de lectores convictos y confesos, ya se comprende que a no mucho más allá de esa diseminada fratría podría alcanzar la masa lectora que se encarase con un título así, al que, por si fuera poco, seguía un «Apéndice» sobre plantas mágicas, «siguiendo las directrices del formidable ocultista Rodolfo Putz» (BO 152,-186).
Por fin, en 1972, una Editorial de gran calado, Planeta, se decide a lanzar en nada menos que su Colección Universal, y flanqueado por nombres como Sender, Palomino o Umbral, Historias secretas de balnearios. Sin descrédito del poder difusor de Editorial y Colección, ni de las verdades económicas del marketing aplicado a cualesquiera industria, no parece imprudente suponer que informes del tipo «Frégoli y las aguas de Alcaraz», o relaciones de tanto tirón como «Arnedilio, los lodos y Fernando VII», no son como para catapultar a nadie a lo alto del mástil de la popularidad.
FLETE
Nos las habemos, pues, con un escritor de alguna rareza, que cuando surge en narrativa está en las antípodas del gusto coetáneo -más la dificultad añadida de la lengua literaria-, pero que, paso a paso, ha ido amarrando una obra tan original como abundante. No sólo consta de la poesía inicial (4) (y final: a ella ha vuelto tras un largo paréntesis) (5) y aquello que hoy es más conocido entre lo suyo, la novelística (6), sino que aporta igualmente una carga de cuentos (7), prosas poéticas autobiográficas (8) (que parece ser se incorporarán a sus Memorias, en curso de redacción), recopilaciones de artículos periodísticos (sobre arte [9], sobre gastronomía [10], misceláneos [11]), incluso un cierto ensayismo (sobre Cataluña [12], sobre las artes visuales [13]), y sin que se pueda olvidar una serie de libros inclasificables, entre la erudición y la fantasía, por los márgenes de la historia, por las fronteras de la ciencia (13 bis), para acabar, por último mas no en último lugar, con un peculiarísimo libro de viajes a los grandes centros de la cristiandad
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(14), acompañado de espectros tales como el Barón Corvo y toda la larga serie de comisionados secretos de la Cataluña decimonónica, de Saturnino Ximénez a Pedro Felipe Monlau, pasando por el anteriormente guerrillero carlista Xaconín, cuyo Diario llegó a manos de Perucho (15).
Al solo prorrateo, ya es de ver la amplitud genérica (sólo no ha escrito teatro) y temática (botánica, historia catalana, magia, balnearios, zoología monstruosa ... ). Pero, además, si nos centramos en su narrativa, los límites del mundo peruchiano vienen a ser poco menos que los del mundo conocido, de sus orígenes a la actualidad. Especialmente, el lector se puede mover por la Grecia catalana (LC), la Cochinchina -actual Vietnam- (GC), el Norte de Africa (CK) o el Priorato, cuya capital es Falset (HN). Temporalmente, lo narrado puede ocurrir a finales del s. VI (CK), hacia la mitad del XIX (HN), simultáneamente a principios y finales del mismo (P),o ser una fulgurante vuelta del s. X al XIII (LC).
Hay una sensación de dispersión, de excesivavariabilidad, casi de desasosiego. Esta impresión inicial de descentramiento a la vista del conjunto de la obra de Perucho, no hace sino aumentar, si de la flota pasamos a cada cubierta. Porque es una prosa (abandonemos definitivamente la lírica) cuya voz narrativa parece sobria, casi fría, monótona, impersonal: algo como el narrador omnisciente se diría que emite el texto, tan imperturbable como glacial. O eso simula ser, hasta que cruje el maderamen. Al principio serán detalles que la atención registra a medias y almacena por algún desván del recuerdo; más tarde viene su acumulación, apilándose a contramano, casi a su pesar; finalmente, el golpe seco del humor, que reúne todas las piezas para luego hacerlas saltar con estrépito, balizas que harán imposible olvidar un movimiento textual diferente al de superficie y sospecha cierta de que el texto se mueve. Es lo que pudiera llamarse la educación del lector por bamboleo.
CABOTAJE
Como los ejemplos podrían ser muy abundantes, tomemos la primera novela que el lector no catalán pudo conocer, Las historias naturales.
No es cuestión ahora de sonreír ante un título que alude a la vez, e impávidamente, a historias que tienen que ver con la Historia Natural (siendo el héroe, Antonio de Montpalau, un reputado naturalista, de aquellos cuya biografía se superpone o confunde con su sola actividad científica) y, al mismo tiempo, e irónicamente, a historias tan poco naturales como las provenientes del vampirismo del caballero Onofre de Dip, al que Montpalau debe destruir.
No es cuestión de eso ahora, sino de tomar el libro y empezar a leer. Comienza aquel detallado, detalladísimo -esto es, y literariamente hablando, naturalista- recorrido por el laboratorio
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científico de Montpalau, donde van ordenadas linneanamente las especies, cada cual con su nombre latino, del «simius saltarinus» a la «tenies intestinalis»; allí están luego los frascos donde flotan restos corpóreos en fenol que el cristal abraza. En resumen, ese aire entre mórbido y taxonómico, como de domingo después de la muerte, que el laboratorio sólo comparte con el hospital. Quien tal espacio transita es Isidro Novau, un marino primo del protagonista, Montpalau, quien se acerca, saluda y, acto seguido, pasa a devorar el Courier des Sciences. Es el momento en que el impertérrito narrador aprovecha para hacer una relación biográfica de Novau, neutra, distante, punto menos que insípida, hasta que, flemático, nos informa del sucedido entre Novau y el «pez Nicolás». El lector sabe que la narración anda por los recuelos de la Ilustración, y sin mucho esfuerzo se acuerda del hombre-pez que viene en Feijoo, o no le son ajenas informaciones que puede haber leído en el Monstres, Démons et merveil/es a la fin du Mayen Áge (16) de Kappler o, más cerca de nosotros, El pez pulmonado, el dodó y el unicornio de Willy Ley (17); y si hubiera sido un lector más asiduo del propio Perucho, sabría que el «pez Nicolás» viene en otros lugares de su obra (18).
De manera que no es eso lo llamativo, ni pone ni quita sospecha, como tampoco lo hace el que se afirme que, de resultas del encuentro, a Novau le quedase media cabeza cana, pues es algo que la medicina psicosomática registra con mayor frecuencia de lo previsto. Lo que respinga es el comentario del átomo, pasivo, neutral, casi transparente narrador: esa semicabellera cana fue «cosa que favoreció notablemente su físico» (HN 23). Se concederá el beneficio de dudar que exista relación alguna entre la estética y un apéndice capilar como ése, a lo ficha de dominó. Pero tampoco es cosa de alterar el pulso, pues el mismo narrador distante, eficaz, impasible, casi áspero, nos sigue contando el desplazamiento de ambos primos a una finca cercana, propiedad de Montpalau, donde este hombre de ciencia inasequible al desaliento experimenta novedades agrícolas, siempre bajo el auspicio y abrigo del progreso científico-racional. Como a Novau no parece interesarle mucho el asunto, se nos dice que hacía, mientras Montpalau controlaba sus plantaciones, «ejercicios metódico-ambulatorios por los huertos, y observaba ahora, pensativo, la gran alberca llena de ranas» (HN 28). Desde luego, aquí hay varias líneas de flotación. No sólo ese salto temporal del ahora, y ni siquiera la inversión atributiva, de manera que se le aplique a Novau -«ejercicios metódico-ambulatorios»- lo que parecería propio de Montpalau, sino que todo viene a dar en esa figura pensativa frente a un medio -la alberca llena de ranas- del que resulta difícil admitir que pueda simbolizar algo semejante a la articulación cartesiana del discurso.
Ha prendido en el lector la chispa de la sospe-
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cha, que no le abandonará. No es que el narrador deje de ser la esfinge maragata o de Gizeth, o el grado cero del narrador naturalista; es queempieza a asemejarse al poliedro; y gira. Ya elrecelo, en adelante, anidará en lo que parecíacalma, helada, pero ya se ve que espejeante, superficie textual. A veces, será una simple irisación, como cuando la voz narrativa afirme que«se levantó en aquel momento un fuerte vientoque venía del sur, posiblemente de las costasafricanas, o quizá más lejos todavía» (CK 29-30).En otras ocasiones, la disparidad entre lo que alnarrador comenta y un personaje enuncia alcanza tamaño de salto de delfín: «-Efectivamente-declaró el gramático y autor del Arte de hablaren prosa y en verso, don José Gómez Hermosilla,crítico funesto a quien temen los literatos noveles» (P 55). En fin, y por no cansar, otras vecesla ironía es de algún calado, y más si se tiene encuenta que ocurre en un texto comúnmente admitido como el menos proclive a estos bandazos(19). Ya se ha dicho que Libro de caballerías esuna vuelta hacia atrás en el tiempo, de formaque el personaje, con plena justicia ortográficaretroactiva, pasa de apellidarse Safont a Cafont;lo que ya no se esperaría uno es que el narradorcomente que el tal Cafont, «abusando de los privilegios de su increíble situación personal, vituper[ase] al caballero [= el Gran Maestre de losHospitalarios] y, anticipándose aproximadamente un siglo, le ech[ara] en cara, con gran estupefacción de éste, los grandes beneficios que laOrden tendría que agradecer a los todavía no natos Antón Fluviá y Pedro Ramón Sa Costa,grandes figuras del futuro» (LC 51).
Y eso sin contar, por demasiado de bulto, cuando efectos tales alcanzan a todo un libro. Es el caso de su Bestiario fantástico, un catálogo de seres dudosos e imposibles colocado en el centro mismo de la Ilustración, en la mayor vecindad, sobre todo, de los ilustrados catalanes. Allí tenemos al Fardacho, al Bernabó, el Colintro, aparejados con José Finestres en su Universidad de Cervera, con Mayans y Sisear, con los redactores del Diario de los literatos de España, con el abbé Desfontaines de las Mémoires de Trévoux y hasta con D. Mariano de Rementería y Pica, cocinero que fuera del gran Voltaire y posteriormente del barón de Panckoucke, el editor de la Enciclopédie, sin que pudiera faltar Jerónimo Benito Feijoo, que fue el mayor causante del descrédito de esos desprestigiados seres: «Feijoo despierta temerariamente el espíritu crítico hasta el extremo de negar la existencia de los monstruos. De ellos, sólo admite los híbridos, producto de un cruzamiento contra natura, y considera los demás como fabulosos. De esta forma, quedan sin vigencia los más tradicionales y, hasta cierto punto, familiares: el unicornio, el basilisco, el grifo, etcétera» (BF 32). Y por ahí para adelante. Basta decir, para colocar el asunto en las coordenadas del portulano, que este Bestiario fantástico no es sino la ampliación del Dis-
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curso de ingreso de Perucho en la Reial Academia de Bones Lletres de Barcelona, institución de cuyo raigambre ilustrado parece ocioso dudar. El Discurso llevaba por título «La zoologia fantastica a Catalunya en la cultura de la Illustració».
AGUJA DE MAREAR CULTOS
Parece, pues, de alguna evidencia lo conveniente de andar con pies de plomo por este fondo textual, y más si la ironía puede girar aún más la tuerca, anudar otro nudo. Y a va el lector haciéndose a ese humor seco, mate, culturalizado. Lee, verbigracia (HSB 35-39), algo que ocurre en Bohemia, en aquel lugar famoso que dicen Marienbad, el mismo que en época reciente el cineasta Resnais traspasara para siempre a nuestras pesadillas, con tanto juego de desencuentros con fondo de susurros. Pero ahora no. Ahora es el encuentro, el deseo que crece como un lirio, el vibrátil lenguaje del amor entre la marquesa de Séchelles y el príncipe Rakoski. Los amantes, adulterinos, se buscan por los salones, por el fondo de los espejos, que reflejan las mejillas encendidas, el brillar de las copas de champagne, la embriaguez de vivir. Ella, la que consume a grandes tragos la vida y las jornadas balnearias, la marquesa de Séchelles, es esposa de un alto intelectual español: D. Pío Reburro. Ni los corredores de mármol, ni el languidecer de los valses vieneses, ni la ternura que embarga pensar en ver atardecer entre los mármoles balnearios con un fondo de valses vieneses, impiden sonreír ante un nombre como ése para un intelectual. Pío Reburro. Pues bien, D. Pío Reburro no es invención de Perucho, antes al contrario, quien quiera tener cumplida cuenta suya acuda al insondable D. Marcelino Menéndez Pelayo, a sus Heterodoxos, a la p. 411 del t. I de sus Obras Completas, editadas en Madrid por el C.S.I.C., el año de gracia de 1946, Deo va/ente.
Sí, la erudición es una constante en Perucho,casi lo primero que viene a la vista en su obra, su mascarón de proa, pudiera decirse. Guiños, referencias, títulos, citas de alguna extensión, todo un cordaje de cultura escrita entrelaza la narrativa peruchiana, desde los textos más conocidos hasta -y esto podría ser, en parte, otra marca de fábrica- aquellos que comparten esa indecisa línea de sombra que no se sabe si separa o une la bibliofilia más extrema con la vulgaridad librera (si no es que el amor por el libro lleva obligatoriamente a amar todo libro, cualquier cosa publicada, el más humilde pergeño de la mente humana).
En cualquier caso, uno acaba haciéndose a topar con cosas como los Elementos de higiene pública (20) de Pedro Felipe Monlau, ya citado como uno de los comisionados secretos catalanes del Ochocientos, y de alguna notoriedad para el experto, pero también se puede dar de higos a brevas con la Orden breve y Régimen muy útil y
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provechoso para preservar y curar de Peste. Hecho y ordenado por Bernat Mas, en Artes y Medicina Doctor; natural de la ciudad de Manresa. Dirigido a Nuestra Señora Santísima de la Fuente de la Salud. Año 1625. Con licencia y Privilegio. En Barcelona por Esteban Liberós (21). Y, a la vez que trae el narrador a colación el Catecismo de la Doctrina Cristiana explicat i adaptat a la capacitat deis noys y noyas (22) del eximio san Antonio María Claret, en nada empece que también se cite el anónimo Itinerario de um viagem a cara dos elephantes (23), o el Arte de escribir con técnica y práctica (24) del tan mentado Eduardo Cocker, sin olvidar ese «libro de imposible localización», La misteriosa Armenia (25), de Luis Faraudo de Saint Germain, que ya tiene alguna tela que cortar, si el lector consulta la nota (26). O qué decir de la Endelechia (27) del polígrafo asturiano Isidro de las Pedrochas, tan amante del diálogo didascálico, donde se resuelven todas las grandes cuestiones que apenumbran el corazón humano: por qué tienen la voz aflautada las señoras, a qué se debe el que unos caballeros sean calvos y otros pilosos, por qué oculta razón tenemos entrambos, señoras y señores, dos orejas, y otras incógnitas no menores.
A pesar del mareo, uno se habitúa, y hasta cree haber conseguido dar con un cierto ritmo alternativo entre erudición real y ficticia. Así, vamos por Nicéforas y el grifo, la recopilación de textos que Perucho editara en su colección de Táber, y allí encontramos un par de entregas (C 115-119 y 120-123) sobre D. Mariano Pardo de Figueroa, andaluz, gastrónomo, taurófilo, filatélico, cervantinista, además de terrateniente y «Cartero Honorario Mayor del Reino, con uso de uniforme y sin sueldo». Pardo de Figueroa no sólo es, o fue, ente real, sino que se hizo muy célebre por sus colaboraciones periódicas sobre gastronomía, que firmaba como Doctor Thebussem, anagrama de «Doctor Embustes», si no fuera esa h sobrante, puede que de regalo, o, al ir colocada tras consonante -Th-, para evitar la fatiga andaluza de aspirarla. Y algo de su existencia sabe el lector de Perucho, pues, aparte de ahí, aparece también en Pamela: como resulta que la novela va en dos tiempos -principio y final del s. XIX-, no sólo viene él, sino también su abuelo, D. José Pardo y Figueroa (P 129-133), de quien D. Mariano heredará su finca de Medina Sidonia, con aquella huerta de la Cigarra que tantos éxitos horticultores le habrían de producir y en la que escribiría aquella obra que tanto le plugo, Ristra de ajos (28).
Son dos entregas, las de Nicéforas y el grifo referentes al Doctor Thebussem, amplias, con gran acopio de datos, irrefutables. De manera que, cuando vemos que el siguiente texto versa sobre el muy honesto brujo Alexandre Vincent-Charles Berbiguier (C 124-127), que se pretende haya escrito una obra autobiográfica intitulada Les farfadets, donde el autor, Berbiguier, daba cuenta de su incómoda relación con esa raza abomi-
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nable y diminuta, como pulgas de lo invisible, losfarfadets, levantamos el arpón para dar caza a la pieza falsaria. Sin embargo, ha de ser dicho que el género humano nunca dejará de dar motivos para la maravilla y el alhelamiento, la patografía diaria o ese delirio que dicen razón; de forma que no es ocioso recordar que existe, o existió, el tal Berbiguier, que hay la tal obra intitulada Les f arjadets, y quien quiera comprobarlo no tiene sino que acudir a la espléndida obra que Auguste Viatte dedicó, con tanta sabiduría como paciencia, y puede que sorna, a Victor Hugo et les il/uminés de son temps, reimpresa por Slatkine Reprints, en Geneve, corriendo el año de 1973 [ed. original, 1943], en su p. 41.
POR LOS CANALES
Y a se comprenderá que todo esto va más allá de la simple broma, o el juego de manos, o un agitar de banderas que transmitieran un mensaje en código para iniciados. Ocurre, sencillamente, que la escritura peruchiana participa de las dos cualidades mayores que inauguran y caracterizan a la Edad Moderna en literatura: la ironía y la analogía (29). Y de una forma aún más cercana, ahora que tanto se enuncia del fin de los grandes relatos, y la contaminación como paradigma estilístico: ironía y analogía se dicen una en función de otra, siendo las resultantes una ironía analogizada y una analogía ironizada.
No hará falta insistir en cómo, con frecuencia, en los textos de Perucho, tras el sentido literal anida el figurado, cómo el bloque textual que simulaba ir como un iceberg por los mares del Norte, comenzaba a escarchar, a cuartearse. Detrás de una cosa podía haber otra, que tampoco acababa siendo lo que esperábamos aparentara. Este sentido oculto tras el visible, esta anudación de similitudes y equivalencias, esta fenomenología del ser y el aparecer, es lo que emparenta la ironía peruchiaba con la Analogía. Y sistema analógico de pensar el mundo es el que la magia -así sea la de Berbiguier y sus farfadetspractica, y que la literatura moderna recupera como opción estética, desde el simbolismo ( o el modernismo hispánico) en adelante, con recaladas tan significativas como el surrealismo ( o nuestro posterior postismo ), y eso sin apuntar a obras concretas más cercanas, como el Portrait de l'artiste enjeune singe de Butor (30) (o, ya que se ha reeditado recientemente, el Hechizo de la triste marquesa de Corpus Barga) (31).
Si ironía es aplicar magnitudes relativas a lo ínfimo y lo superior, y analogía hacer equivaler lo superior y lo inferior, ningún ejemplo más adecuado que el último citado de Berbiguier: esa atención peruchiana a un ocultista marginal, estrafalario, casi de pacotilla, esa preocupación por una analogía extravagante, ha de ponerse irónicamente en relación con la creencia, repetidamente afirmada, de un autor, Perucho, que identifica la creación literaria con una forma de
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conocimiento de lo oculto y que no duda en asimilar -si se quiere, analogar- escritura a magia (OR 9, ID 107, etc.). Por si fuera poco, hablamos de alguien que pasará su bautismo de fuego literario con un libro que, sintomáticamente, se titulará El medium (32): fue el momento en que un viejo capitán, Eugenio d'Ors, le escribiera, confirmándole como un digno sucesor de la gran estela literaria catalana (33).
Perucho no es sólo medium, o -como en otras ocasiones reclama- mago, porque por sus escritos boguen espiritistas, messmerianos, hipnotizadores, brujos, vampiros, y hasta Martines de Pasqually (C 20-22 y 167), Sofía Walder (C 55-58; GC 93-94; P 74) o incluso la Blavatsky en persona (BO 99-103); ni tan siquiera lo es porque haya libros completos dedicados a ello (BO). Lo es, además, porque Perucho es un transmisor, un mediador que nos pone en relación con infinidad de textos, los más muertos vivos, e incluso desaparecidos. Por más que de su sombrero textual haga surgir libros inverosímiles, las ediciones más olvidadas, autores que hay que hacer un acto de fe para aceptar su existencia, no se queda en la pura prestidigitación. De
. todo ese material, que en su extrema diferencia parece masa inerte, obtiene, como en la alquimia, un producto nuevo, transmutado.
De manera que a él le puede ser aplicado el cuento, por más que sus textos mismos oficien de catalizadores. Son ellos los que señalan lo oculto tras lo enunciado, las relaciones a distancia, las anáforas que surcan el conjunto, las vías subterráneas, todo el tejido de comunicaciones bajo superficie. No podría decirse de forma mejor qué cosa sea la intertextualidad (34).
MAR ABIERTO
Que, a simple vista, la literatura peruchiana está llena de trayectos es indudable. Y visible: sus personajes no cesan de desplazarse. Safont [LC] empieza su aventura en Barcelona, va a San Feliu de Guixols, donde embarca hasta Mesina (Sicilia), de forma que arriba a Alejandría, sigue hasta El Cairo por tierra, internándose a continuación en el desierto que le llevará hasta Ulm, de donde escapa al Reino del Preste Juan, cuya capital es Addis [y ya se comprende que es la actual capital de Abisinia]; de allí pasa por el desierto que bordea Guria, desde donde vuelve a Haffa, en Israel, retornando por Famagusta de Chipre, la Atenas catalana, y a través de Brighia, Livadostro y Salona, lejos definitivamente de su tiempo y su geografía natal, aposentará en Akantos, feliz y puede que eterno.
Y, si de ésta su primera novela pasamos a la última [GC], veremos cómo Alfredo Darmell y su inseparable Celestino Barallat, botánico funerario, empiezan su periplo en el n. º 22 de Grosvenor Square, Londres, dirigiéndose pronto a Wentworth (allí reside, tras la carlistada, el general Cabrera), más tarde a Manchester y, vía
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Liverpool, se aproximan hasta el lago Ness, de donde retornan a Londres. No pasará mucho tiempo para que la fortuna de una herencia, unida a los intereses del Estado español, les hagan salir hacia Manila, para lo que han de hacer escala en Cádiz, Tenerife, La Habana, Java, Luzón (se les unen, o están en sus cercanías, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Charles Darwin, Diego Rocafort -el personaje de Los misterios de Barcelona de A. Altadill- (35), un pariente de Nicomedes Pastor Díaz que, como él, va «De Villahermosa a la China», y se pone en escena durante la travesía una obra de quien enviara a nuestros héroes desde su alto puesto en la jerarquía del Estado, Patricio de la Escosura: Roger de Flor). Llegan a Manila (allí triunfa el dramaturgo Enrique Gaspar), pero no pasa mucho tiempo cuando ya han de salir en misión especial hacia la Cochinchina -actual Vietnam-, para lo que tienen que seguir la ruta de Mekong, Saigón y Ankung, a fin de poder volver a Manila, donde Alfredo Darnell logrará casarse con su amada Clarita y donde su fiel amigo Celestino Barallat comenzará a redactar su celebérrima Botánica funeraria (36) que tanta gloria le concedería entre las futuras generaciones.
CORRIENTES, MAREJADAS
Esos eran los grandes trayectos externos, rosa de los vientos que en su fragancia establece los límites espaciales y centrífugos del mundo. Pero la escritura de Perucho conoce otros trayectos, ahora internos, conductos que van de un texto a otro, personajes que pasean su vida por varios, líneas genealógicas que se pueden seguir a través del tiempo; en definitiva, un tejido que se va construyendo por encima o por debajo de la superficie textual, una red en la que el lector acaba totalmente atrapado, o quizá a salvo.
Hay una novela entera de Perucho, Pamela, protagonizada por la homónima heroína de Richardson, Pamela Andrews, que tan leída fue entre nosotros a comienzos del s. XIX. En ella seguimos las andanzas de esta propagadora de la peste liberal, desde el Cádiz de las Cortes hasta su final en Bellver: allí, tras un emocionado recuerdo a Jovellanos, hallará la barca que le llevará al país de los muertos. Pero ya se ha dicho que la obra toda de Perucho está surcada de ríos internos, de manera que volvemos a encontrar a Pamela en Los laberintos bizantinos. Ahí aparece durante un momento como amiga de lady Caroline Gibbon, la nieta del conocido autor del De
cline and Fa/1 of the Roman Empire, sir Edward (LB 45 y ss.). Es cuando se nos recuerda que el traductor de esta obra en España fue Mor de Fuentes, el inefable autor del Bosqueji/lo de mi vida (37). Como se sabe, Mor de Fuentes estaba ligado al círculo del editor Bergnes de las Casas -de quien fue secretario-, y muy en concreto ala gente de El Vapor.
Ustedes dirán que a qué viene lo que va a se-
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guir, pero pronto se dará razón de ello. Por (BF 15-20) alcanzamos a saber del monstruo Jezabel,aquella figura femenina, si monstruosa no terrorífica, pero coqueta, que sólo parecía tenerexistencia en la turbia mente de Marie-JeanLéon Lecoq, barón de Hervé y marqués deSaint-Denis, más conocido, para simplificar, como Hervé de Saint-Denis. Jezabel «no teníaninguna existencia real fuera del sueño» (BF16), como Saint-Denis le confía a su futura esposa por carta, «seguramente influido por unareciente lectura de la novela epistolar de Richardson, la celebrada Pamela Andrews» (BF16). Pues resulta que, a pesar de la existencia sutil, incorpórea, sólo mental, producto de lasmiasmas del sueño, de Jezabel, la noticia de suexistencia la va a dar, para España, Bergnes delas Casas, en El Vapor, y precisamente «a instancias de su íntimo amigo José Mor de Fuentes»(BF 19).
Lo que son las cosas: a El Vapor también estaba ligado el protéico Sinibaldo de Más, el autor del Sistema musical de la lengua castellana (1832), del que Marasso afirma que Rubén Darío lo estudió en profundidad, y que tanto ensalza Tomás Navarro Tomás (38). Sinibaldo de Más es uno de los espectros acompañantes del narrador de Los laberintos bizantinos, donde se nos confirma que fue él quien organizó los servicios de los comisionados secretos conforme a sugerencias de Olózaga (LB 65), así como de su viaje al imperio de los zares haciéndose pasar, primero, por artificiero distinguido y, después, por director del circo «La Alegría» (LB 137-143), sin olvidar su amistad con Horacio Perry, el marido de Catalina Coronado (LB 211), que tanta leyenda creara a su muerte, sobre si mantuvo Carolina su cuerpo incorrupto, y lo tenía oculto en una habitación, y le daba las buenas noches, y, en fin, todas cuantas extravagancias concede ese delirio que dicen amor, deseo más allá de la muerte (39).
Pero hete aquí que en La guerra de la Cochinchina viene el dato de que Bergnes de las Casas también editó la versión castellana del famoso libro de Walter Scott sobre brujos y magos escoceses, donde precisamente viene Bob Dadington, que era familia de la mujer del general Cabrera, Maryon Catharine Richard, y estaba enterrado en el panteón familiar de Wentworth (CG 45). El general Cabrera, el Tigre del Maestrazgo, es un viejo conocido de los lectores -y no digamos ya si, además, han leído el Pirala, para ponerse en situación-, pues ocupa gran parte de Las historias naturales. A punto estuvo de ser vampirizado por Onofre de Dip, si no hubieran sido las urgencias que se tomó Antonio de Montpalau, con mucho crucifijo y abundante infusión de ajos. Ahora está en su retiro campestre de Wentworth, y allí va a dar el pterodáctilo «Charlie», ptosaurio huido de la Era Secundaria y de Barcelona; allí lo van a buscar Alfredo Darnell y Celestino Barallat, que ya se dijo que tan
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atento andaba a la vegetación, con vistas a después aplicarlo a su tratado de botánica funeraria modernista. Cuando ambos, vueltos a la Ciudad Condal -y antes de su gran periplo filipino-, visiten el cementerio de San Gervasi, lquerrán creer que encuentran la tumba de Bergnes de las Casas y la de Mor de Fuentes (CG 78-79)?
RAPIDOS, REMOLINOS
Como se vio, el trayecto anterior cerraba sobre sí mismo, pero no es el único posible. Volvamos al comienzo. Y el comienzo era Pamela Andrews (ya que salió antes a relucir uno de los «comisionados secretos», digamos de pasada que -conforme a LB 112- Pamela había sido cortejada por otro, el ya citado Pedro Felipe Monlau, doctor en Medicina, polígrafo e higienista, de quien Pamela llegó a ser tardía amante, y una de cuyas líricas conversaciones alcanzamos a oír en GC 88).
En (LB 112), pues, vemos a Pamela tomar el té nada menos que con Eugenia de Montijo, bajo la atenta mirada de la baronesa de Urpí. lQue quién es la baronesa de Urpí? Quien haya leído Las historias naturales sabe que era hermana de José Martí y Lubra, marqués de La Gralla, a cuya tertulia barcelonesa acudía lo más granado de la ciencia catalana del momento. Pero, además, y sobre todo, la baronesa era la madre de Inés, aquella que alcanzará a ganar el recio corazón de Antonio de Montpalau. Ustedes lo recordarán, porque quizá yo mismo se lo haya contado. La baronesa de Urpí escribe a su hermano, el marqués de La Gralla, pues están ocurriendo hechos misteriosos en las proximidades de su residencia, en Pratdip. La tertulia científica que se reúne en casa del marqués decide enviar al intrépido Antonio de Montpalau, paladín de la Ciencia Moderna, aborrecedor de la Superstición, sólo armado de la esplendente espada de la Razón; allí se dará de bruces con lo acientífico, lo supersticioso, lo irrazonable: la existencia vampírica de Onofre de Dip.
(Aprovechando que ya estamos en Pratdip, ha de decirse que, al poco de aposentarse allí Montpatau, pasa transeúnte el P. Jaime Villanueva, O. P., a quien tantas veces cruzamos en Pamela (40), siempre a la disputa con Bartolomé José Gallardo, cuando el Cádiz cortesano, y cuando el mar de la bahía gaditana le succionara la biblioteca que bibliopirateara -y luego fantaseara aún más- el erudito; también ahí veíamos a la greña al P. Villanueva con Antonio Puigblanch, al que volvemos a encontrar, siempre disputante, en Carnets d'un diletant) ( 41).
Pero estábamos en Pratdip, si mal no recuerdan. Conocemos sus contornos tal como los describe Cristóforo o Cristóbal Despuig en Los coloquios de la insigne ciudad de Tortosa fechas por mosén Cristóbal Despuig, caballero ( 42). Son momentos estos en los que la quilla de la navegación roza las playas biográficas peruchianas.
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En la rada cordial de Perucho, esta zona, con sus afluentes como venas y el Ebro por aorta, forma parte de su geografía espiritual. Allí se inició profesionalmente, allí vivió: «Siempre me ha gustado -y me gusta- pasear por las calles de la ciudad de Tortosa, a la que hace años estuve, en cierta manera, vinculado» (OR 99). Afirmación pudorosa, pues nunca se acabará de desenganchar de esa zona, a la que vuelve, con esa repetición compulsiva que el psicoanálisis adjunta a la pulsión de muerte: «Estoy en Tortosa y, desde el alto castillo de la Zuda, contemplo los edificios descendiendo hacia el río. Aquí el Ebro es majestuoso y lento, algo sonámbulo, y se complace en ceñir perezosamente la cintura de esta ciudad ilustre, cargada de historia y belleza [ ... ] Que lo diga la sombra enamorada del caballero Despuig cuando, rodando por estas calles y plazas, escribió en sus Col/oquis el más limpio y claro elogio de Tortosa» (OR 11).
Cerca de esa zona en que el Ebro es arteria fluvial, vaso de sangre que la emoción azota, está Pratdip, y la baronesa de Urpí, y Onofre de Dip, y Antonio de Montpalau, que concediere el reposo eterno al fatigado vampiro, que tanto lo ansiara. Allí, en Pratdip, Antonio de Montpalau, el perfecto caballero en queste de la Razón Científica, dio con la otra parte: la no muerte y el amor. Quizá sean la misma cosa. Al menos, él halló a la vez la sinrazón y el loco deseo por Inés que hizo trizas aquel frasco cerrado al que nombraba corazón.
Por allí había también acertado a pasar Perucho, y fue entonces cuando un compañero de comportamiento le contara la historia que luego atravesara Las historias naturales: «Fue durante un viaje en tren, al contemplar el paisaje montañoso que circunda el pueblo tarraconense de Falset, cuando tuve por primera vez noticia de Pratdip» (OR 176). El caballero enjuto y triste le habla del misterio que envuelve la zona y de una vieja historia ligada al lugar, que había empavorecido, con sus dips misteriosos, su imaginación infantil. «Tanto me impresionó lo que dijo el melancólico caballero que, días después, alquilé un taxi y me fui a Pratdip. Con la información recogida escribí luego Las historias naturales» (OR 176).
RECOGIENDO MOMENTANEAMENTE VELAS
Como se puede comprobar, todo un tejido de venillas, vasos comunicantes, un verdadero sistema capilar recorre la escritura peruchiana, que tanto podría ser un rescoldo atemperado de su antigua actividad surrealista como una práctica de eso ya apuntado y que la crítica denomina como intertextualidad. De la misma manera que, en su comienzo como escritor, Perucho escribió ya no de lo que había bajo el cuerpo, sino Sota la sang (44), bajo la sangre, de lo que estaría reticulando aquel sistema venoso capilar, así tam-
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bién, después, lo que sostiene sus textos posteriores -en el sentido de subtender y sustentarserán elementos discontinuos, discretos, diferenciales, que articulan el sentido último de su escritura.
Es una intertextualidad, en ocasiones, claramente metonímica, en cuanto una cosa se puede relacionar con otra por su misma contigüidad: así ocurría cuando, junto a Pamela Andrews, estaba la baronesa de Urpí, y a partir de entonces se extendía toda una nueva serie. Otras veces, quizá las más, la intertextualidad ocurre en esa dimensión tan incierta entre sinécdoque y metáfora (que, por ejemplo, el psicoanálisis desconoce): los elementos mantienen una relación en ausencia y, a la vez, cada elemento forma parte de un todo; así acaban siendo las formaciones finales de los diversos trayectos, múltiples, constantes, dentro de cada obra, de una obra a otra, y de cada una al conjunto de la producción de Perucho. Es verdad que, en ocasiones, la dispersión misma del texto peruchiano impide ver su urdimbre. Pero es igualmente cierto que estas características -que la mirada del lector comparte con la mirada del narrador, tal cual éste la registra y aquél la percibe- de objetos disruptos, discretos, no continuos, parciales, no son sino las figuras mismas del lenguaje del deseo, de la mirada erótica que se engarza en el afecto amoroso ( 45). Y el objeto de elección del narrador, aquel que le obliga a una mirada errática, disyunta, fractal, seriada, no es otro que Cataluña.
NAVEGANTES DE PAPEL: RECORTABLES CON RUMBO A CATALUÑA
Que hay un arrastre, una tracción final catalana en todo cuanto Perucho escribe es innegable. Ya se acaba de ver aquel trayecto que nos condujo de Pamela Andrews a Pratdip. Esto sería aplicable a toda la narrativa peruchiana. Por más que la escala pareciera, en principio, desorbitada, con aquellas idas y venidas por la antigua Cochinchina, la secreta Albania, la pajarera Manila, la inexistente ciudad de Indala en Africa, a pesar de estos trayectos que casi abrazan los límites del planeta, la narrativa peruchiana siempre acaba acercándose, atravesando o reposando en España, y, dentro de ella, en Cataluña, ya sea la que hoy se conoce como tal o la antiguamente perteneciente al Reino de Aragón. Además, con la mayor frecuencia, los personajes eran catalanes, o pasaban por Cataluña, o se acercaban a las antiguas posesiones catalanas en Oriente.
Libro de caballerías comienza en la Barcelona de la bel/e époque y acaba ascendiendo por el tiempo hacia una antigua colonia de la Corona de Aragón ( cuando Cataluña formaba parte suya) en tierras griegas. Las historias naturales ocurren prácticamente en los límites del Priorato. Pamela terminará su doble y paralelo trayecto, uno en Mallorca, y otro, definitivamente, en
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Vilafranca. El caballero Kosmas se las arregla para pasar por el Montsant y Prades y, al final, tras fatigar medio Oriente próximo, entra por Mallorca, Tarragona y finaliza en Barcelona. Laguerra de la Cochinchina se organiza de modo que pasen unos cuantos capítulos los protagonistas en Barcelona. Del todo (HN) a la parte (GC), pues, los trayectos de superficie recorren o habitan Cataluña. Pero, como antes, tambiénbajo superficie van trayectos intertextuales quetejen múltiples figuras catalanas.
Es así como va el desprevenido lector leyendo atento las bizantinas aventuras del caballero Kosmas, el que fuera recaudador imperial para Cartago Nova, en el cual oficio le ayudan sus fieles autómatas Macario, Arquímides I y Arquímides II, y siempre en la compañía -hasta que surja Juan de Bíclaro- de su sirviente Ugernum y el buen buitre Orgo, rapsoda y cantor. El tema de los autómatas es frecuente en Perucho, que recuerda cómo tiene unos, cercanos, en el Tibidabo (OR 21-22). Lo que sí puede desorientar al lector es que, al poco de comenzada la novela, y como será su costumbre periódica, efectivamente el buitre Orgo se pone a cantar «una tonada griega, aquella que fue la preferida de la princesa Lyscaris, prima y compañera de Kosmas: / Ten, amor, el arco quedo,/que soy niña y tengo miedo» (CK 14). Por si el lector no va curado en salud, o no frecuenta el folklore, en seguida se curará de espantos, justo cuando ese fidelísimo buitre Orgo, buscando endulzar las acíbaras horas en que su amo tiene perdida a su amada Egeria, desempolve de su repertorio algo «un poco melancólico del lunfardo bonaerense: / Una noche que al cotorro/fue sin vento la garaba,/ la fajó de una castaña/aquel chorro escabiador [ etc.]» (CK 172-173).
Con todo, textualmente, lo más desazonante es la alusión a la princesa Lyscaris, que, si bien prima de Kosmas, sólo volverá a estar presente en el texto por alusión: un hermoso triclinio hecho por un ebanista de Pisa, y donde Kosmas hace sentar a su vecino San Isidoro, había sido regalo suyo (CK 31); cuando Kosmas, adulto, recuerde sus días infantiles, allí aparecerá por un momento Lyscaris, a quien, por cierto, Kosmas regala una muñeca mecánica (CK 60); sólo otra vez se la citará, y es cuando, casada ya con Focos, protonotario del Emperador, y con cuatro hijos, sirva como comparación a aquel Kosmas que se mantenía soltero y permanentemente joven (CK 204).
lQué hace ahí esa Lyscaris, como flor griega entre la retama textual? Sin acudir a otros expedientes que los propios textos de Perucho, en principio, tan porosos como compactos, esponjas por las que el sentido viene y va, pueden establecerse algunos regueros intertextuales. Así, por (C 47) sabemos que Lyscaris fue condesa de Pallars, donde -y ahora nos informa (P 96)- hacen un queso llamado 1/enguat, como aquél que la marquesa de Valldaura enviara a Ignacio de
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Siurana (y ya observan cómo la onomástica y la toponimia se inclinan hacia la zona catalana): será en la casa madrileña de la marquesa de Valldaura donde aparecerá el mazo de cartas que Pamela Andrews dirigiera a Lord Holland, y que constituirán el bloque fundamental de Pamela. La cosa no queda ahí, pues por (TC 65) nos enteramos también de que, a las afueras de Montblanc, hubo un monasterio de clausura, fundado precisamente por Lyscaris. Es decir, muy cerca de donde -«[ en] Vallclara, al lado de Montblanc, bajo las montañas de Prades» (CK 78)- Juan de Bíclaro, el compañero de Kosmas, escriba una regla monástica innovadora que -según (ID 66)- aplicará en el monasterio deSan Feliu de Guixols.
También por (TC 65) tenemos conocimiento de que, antes de todo este asunto, Lyscaris estuvo casada con el famosísimo comte Arnau: es el momento de recordar -conforme a (HN 258)que Prades y Siurana pertenecían al antiguo dominio del conde. Y no parece ya casualidad el que fuera Milá i Fontanals, tío de Ignacio de Siurana, el amante a través del tiempo de Pamela Andrews en Pamela, quien se lo explicara a Antonio de Montpalau: «[ ... ] el conde Arnau, cuyo dominio geográfico comprendía desde Ripoll y San Juan de las Abadesas hasta Castellar de N'Hug, con infiltraciones por todas partes, como Prades y Ciurana» (HN 258).
El conde Arnau, al decir de Josep Rumeu ( 46), es ni más ni menos que una de las polaridades que conforman el imaginario catalán, desde el Medievo a nuestros días. Personaje popular que destiñe sobre el folklore, los juegos infantiles y hasta expresiones del habla común, no puede decirse que su esposa Lyscaris caiga fuera del reflujo general de la obra peruchiana hacia Cataluña. Si bien lo ha hecho de esa manera desplazativa, descentrada, fuera de órbita, con la magnitud cambiada, propia de las formaciones afectivas inconscientes. Es el camino más cierto al fondo del sujeto.
Supongo que me creerán si les digo que ese rodar giróvago puede continuar, y que ya no llega a extrañar el que sepamos que Lyscaris era tía de Nicéforas, el que da nombre al libro de relatos de Perucho Nicéforas y el grifo (cf. C 47). Como tampoco el que nos enteremos de que Nicéforas era muy amigo de Tomás <;afont, aquel que llegará a ser, rampado por sus antepasados, el héroe de Libro de caballerías. Por cierto, que <;afont era, curiosamente, natural de Blanes -(LC 41)-, lo mismo que la tan amada por Kosmas Egeria, en los tiempos en que, con alguna hermosura, Blanes se decía Blanda (CK 29). Claro que, cuando el narrador de El caballero Kosmas describa a Egeria, en ese momento inaugural, meridiano, definitivo, en que Kosmas la ve por primera vez, lo hará, en un homenaje muy claro, siguiendo las pautas que D'Ors utilizara para describir a Teresa, la ben plantada (CK 29). Y la vida, o el afecto, o la literatura, continúan.
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AJUSTANDO EL CATALEJO HACIA PUERTO
El texto, que parecía centrífugo, acaba siendo centrípeto. Conoce una imantación fatal. Tantas rutas por el fondo textual, por caminos de lo que se ha denominado genotexto (47), rutas libérrimas pero de dirección única, con el mismo determinismo que las líneas de vencimiento en el cristal, o que las vías del rocío sobre la rama con que simbolizara Stendhal el amor, terminan alzando una cartografía a escala ampliada de ese trozo de tierra que todo iris arrastra, barro de su carne, y que en el caso de Perucho viene a ser el Priorato y sus contornos.
La primera mención, si bien fugaz, es en su inicial salida narrativa. Un extraño Canciller de la antigua Corona de Aragón envía a Tomás Safont, a través del tiempo, órdenes con vistas a recuperar el brazo incorrupto de Santa Eufrigis y derrocar a Dimas Paleólogo, traidor a la Companyia Catalana a l'Orient ( 48). El cumplimiento de estas órdenes, rampando tiempo arriba es todo el asunto de la novela, de cuyo carácter más lírico, o poemático, de estructura no lineal, dan fe estos como fogonazos iniciales, en que el discurso tocante al personaje Tomás Safont en el siglo XX se ve atravesado por otros, momentáneos, muy cortos, pertenecientes al siglo XIII. Así, el citado Canciller, tras varias intromisiones, aparece de nuevo cuando Tomás Safont, aceptando el encargo, empiece la navegación que le hará surcar el tiempo. El Canciller, pues, como si lo celebrara, aparece fugaz bebiendo a sorbitos el vino rancio que un sobrino suyo, a la sazón prior de Poblet, le enviara. Es entonces cuando el Canciller «recuerda cómo, en cierta ocasión, al salir del monasterio, la comitiva siguió el camino de Prades, a través de un gran bosque de castaños, y recuerda también cómo, ya en las proximidades de Ciurana, entre barrancos y riscos, descubrió el rostro y la mirada suplicante de una doncella campesina» (LC 36).
El recuerdo, como el olvido, nunca es inocente, y la extrañeza de este recuerdo se diluirá al final, cuando se vea hasta qué punto está lleno de motivación ese área territorial. Así comienza, pues, perdida por entre los remolinos textuales, esta primera baliza de situación. Porque también será por esa zona, entre las sierras de Monsant y Prades, concretamente en Vallclara, donde Juan de Bíclaro, el compañero fiel de Kosmas durante el Concilio Toledano, fundará un monasterio: «Bíclaro dejó solucionados en pocos días los asuntos pendientes de Vallclara (Kosmas aprovechó el tiempo explorando las sierras del Monsant y Prades), y una vez hubieron repuesto fuerzas y se hubieron avituallado, nuestros amigos siguieron viaje hacia Gerona, atravesando toda clase de climas y paisajes de sorprendente belleza, en cuyo fondo emergía la montaña santa de Montserrat» (CK 113).
Los no lugareños, y ni siquiera viajeros por la
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región, se pueden hacer algo de idea de ella por lo que Perucho nos dice en otra parte, hablando de Montroig (para nuestra información, nos recuerda que allí tuvo el pintor Miró la tan conocida masía que aparece en el cuadro homónimo, con el interior de la casa, todos sus animales, y hasta cada piedrecita, cuadro del que se enamoró Hemingway y no paró hasta comprarlo): «A !'esquerra es troba Pratdip, amb el seu castell en rui:nes [ ... ] A l'altre costat de la collada de Falset [s'estat] el Priorat [ ... ] Una mica més amunt [sorgeix] de la boira Prades» (SV 146-147).
Pero ya en Las historias naturales la acción va a ocurrir, en su mayor parte, por allí. En su capítulo titulado «Camino de la aventura», Antonio de Montpalau y su inseparable Isidro Novau salen en busca del lugar donde mora, muerto de día, vivo de noche, el hastiado vampiro Onofre de Dip, a quien el amor desbocado por una dama magiar llevara a tan espantable condición. En Reus visitan nuestros héroes a José Veciana y Sardá, corresponsal de la Academia de Ciencias, y éste les indica la ruta que deben escoger: «Indudablemente, la de Falset». Y, por si no se tuviera constancia de ello, comenta el narrador: «Falset es la capital del Priorato» (HN 108).
Estimada por los enólogos, y los amantes de los caldos densos, graduados, ricos en azúcares, es zona que también los fieles peruchianos conocían siquiera fuese por aquel temprano Galería de espejos sin fondo, ahora transmutado en lncredulitats y devocions. Ahí viene quizá el primero de esos caballeros eruditos, ángeles tutelares suspendidos en el tiempo sobre el aire catalán, micer Lluis Pons d'Y cart, el conocido autor del Libro de las grandezas y cosas memorables de la metropolitana, insigne y famosa ciudad de Tarragona [Lérida, 1572]. Allí nos habla -al decir de Perucho- «d' Altafulla, 1,a Selva, Riudoms, Salou, Constantí i Prades. Es segur que devia coneixer també Scala Dei, Cornudella, Cambrils, Mont-roig i Pratdip» (ID 52). Son parajes estos muy frecuentados por Perucho: «Passo sovint davant d'aquestes paratges estimats per Miró. A Falset, giro a la dreta i, per una mala carretera, baixo per la Torre de Fontaubella vers Mont-roig» (ID 56).
Parecería un enclave mágico, de esos que atraen, imantándolas a través del tiempo, las creencias más diversas. Porque, como por allí pasa estancias Perucho, no es extraño que, por ejemplo, salga a por agua y vea que «J. V. Foix y Joan Prats, impecables y elegantemente vestidos, comentan, en el cruce de la carretera de Pratdip, la nueva edición del libro de Fulcanelli sobre el misterio de las catedrales» (OR 173). Pero, anterior a esos arduos enigmas y luminosos misterios de las catedrales góticas, es el monasterio cisterciense que hay no lejos de allí, precisamente panteón de aquellos antiguos reyes de la Corona de Aragón que interrumpían, por momentos, Libro de caballerías: Poblet. Poblet es «un altre dels nostres monestirs-sím-
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bols» (TC 124), dice Perucho, y dice bien, pues el románico es temporada alta del símbolo, de la cultura que no ha pasado al signo, del reino de la analogía. «El paisatge que l'envolta és un paisatge de conreu, romanitzat, fet a la mesura de l'home, que tot d'un cop ascendeix abruptament vers les muntanyes i els boscos que menen a Prades i, una mica més enlla, a Siurana» (TC 125).
De Siurana ya saben ustedes que es originario el amante imposible de Pamela Andrews, grácil figura que sonríe a lo lejos, como un holograma que surcase el tiempo. Y si fue cuna de Ignacio de Siurana, tampoco es raro que sea también jardín de infancia por donde acierte a vagar aquel petit animal felif que dicen el lom, el cual «ve a ésser com un gat de pel molt fi que es cría a les muntanyes de Prades i pels rodals de Siurana [ ... ] També he sentit dir [-diu Perucho-] que a les masies del Mont-Sant, prop de Scala Dei, se n'hant vist alguns, somicant satisfets, a les teulades o vora els galliners» (GPPAF 41-42).
ESCALA TEMPORAL, REVERSIBLE PERO DEFINITIVA
Se ha ido bajando, pues, desde las dimensiones casi del mundo navegable, la Cochinchina, Filipinas, Grecia, Norte de Africa, hasta esta península donde está España; y, dentro de ella, siguiendo la herida que el Ebro abre, por esa zona que el Mediterráneo estrecha contra el Pirineo, llegamos hasta aquel punto de luz, luciérnaga que alumbra toda la travesía, que los ojos de Perucho, quizá húmedos aún de surcar las riberas del sueño, reflejan: «Más arriba de Montroig, las tierras suben hasta Colldejou y la Torra de Fontaubella. Allí las casas están blanqueadas con cal y se utilizan unos hierros para marcar el ganado de significación evidentemente oculta, secreta. A la izquierda, entre las montañas, está Pratdip, la villa del desventurado Onofre, perseguido por Antonio de Montpalau, el científico [ ... ] Al otro lado de la collada de Falset se extiende a los pies el Priorato, con las Vilelles, Porrera, Scala Dei, Cantallops y Cornudella. Todavía más arriba asoman Prades, la roja, y la romántica y aérea Siurana» (C 242). El pasaje lleva por título: Simplemente, he mirado. Podría ser el lema de su obra. Nadie hubiera podido definir mejor esa proyección en el espacio y el tiempo, pero con un punto de apoyo, de amarre, de tierra. Luego, sí, se remonta la vista y se tocan los siglos y el mundo con los ojos: Les yeux fertiles, los ojos fértiles, que Perucho cita (SV 9), de Paul Éluard.
Ahora sería el momento de remontar, río arriba, y comprobar cómo la obra de Perucho, quizá sin proponérselo, pero por su propio peso de gravedad, alza la cadena alternativa o complementaria del mundo visible. Del mundo mineral ( el «Lapidario portátil» que cierra HSB) ( 49) al humano ( con sus variantes de no muertos, vampiros, espíritus, etc.), pasando por el reino vege-
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tal (BO) y el animal (BF). Como si ayudara a calafatear esa débil cáscara de nuez azotada por el oleaje, que dicen razón, preparándola a salir al océano por donde anda, con sus pies de espuma sobre las olas, la imaginación.
Pero ya el lector me dispensará, y permitirá que me acoja al tópico medieval de «viene la noche»: para una cultura que no conoce otra luz que la solar, o el pabilo que desfallece, de noche es ya imposible escribir, y no digamos trazar a escala todo un universo, de lo inanimado a lo animado, de la materia al espíritu, ni levantar alternativas al mundo ya por tan poco tiempo visible. Quizá reste sólo entrecerrar los ojos, como si se soñara, pues va ya la vista algo cansada. Escrevir en tiniebra -dijo el maestro Ber- ..-.._ ceo- es un mester pesado. Y, en ocasio- �nes, una obligación. �
NOTAS
(*) Para evitar repeticiones, tan fatigosas, con cierta frecuencia utilizaré abreviaturas para referirme a obras de Perucho. Estas serán las más utilizadas: LC = Libro de caballerías, Alianza/Enciclopedia Cata
lana, M., 1986. Es la edición que utilizo. Conviene saber que su primera edición fue en cata-
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HN =
CK =
P=
GC =
C= LB= BF = BO =
HSB =
lán (Llibre de cavalleries, Ancora, B., 1957) y conoció, antes de la de Alianza/Enciclopedia, una traducción (Planeta, B., 1976). Las historias naturales, Marte Ed., B., 1968. Utilizo la primera versión al castellano; originalmente, Les histories naturals (Destino, B., 1960). Las aventuras del caballero Kosmas, Seix Barral, B., 1986. De 1981 (Ed. Planeta) es la primera edición, tanto castellana como catalana. Pamela, Planeta, B., 1983; es la l.ª ed., coetánea de la catalana. La guerra de la Cochinchina, Plaza & Janés, B., 1986. Dígase lo mismo que de P (La guerra de la Cotxinxina apareció en Edicions 62). Cuentos, Alianza, M., 1986. Los laberintos bizantinos, Bruguera, B., 1984. Bestiario fantástico, Cupsa, B., 1977. Botánico oculta o el falso Paracelso, Plaza & Janés, 1986. Historias secretas de balnearios, Planeta, B., 1972.
GPPAF = Gabia per a petits animals feliros, Ed. deis Qua
ID=
OR =
TC =
sv =
derns Crema, B., 1981. Incredulitats i devocions, Edicions 62, B., 1982. Es la versión catalana, posterior a la castellana, que llevó el título de Galería de espejos sin fondo, Destino, B., 1963. Dietario apócrifo de Octavio de Romeu, Destino, B., 1985. Cf. n. l. Teoría de Catalunya, Edicions 62, B., 1985; acaba de salir en Destino la versión castellana, 1987. Una semantica visual, Plaza & Janés, 1986.
(1) Hay una fidelidad d'orsiana en Perucho, como se demuestra en que reutilice aquel alter ego del maestro, Octavi de Romeu, y para la misma función: la crítica de arte (OR). OR es la ampliación, con material procedente de otros libros, del primer bloque de Museu d'ombres (Edicions 62, B., 1981), aquel que lleva por título «Un dietari enigma.tic d'Octavi de Romeu», pp. 7-78; en ambas ocasiones, la dedicatoria va dirigida a la memoria de Eugenio d'Ors. (Una información de urgencia sobre este pseudónimo d'orsiano puede verse en G. Díaz-Plaja, Estructura y sentido del Novecentismo español, Alianza, M., 1975, pp. 190-196).
Por otra parte, d'Ors era bisnieto de D. Joaquín Rubio y Ors (de manera que la d'de d'Ors vendría bajo su pseudónimo Lo Gayter del Llobregat, en HN 43: allí vienen un par de estrofas debidas a su estro, las que empiezan «De antiguo trobador la muda lira/yo arrancaré de su húmedo sepulcro [etc.]; en HN 309 se nos informa de que «instauró una dinastía de hombres de letras». Y si Perucho hace aparecer a D. Joaquín, bisabuelo de Xenius, en sus comienzos narrativos, no se ve por qué no ha de sacarlo en los últimos: enGC se hace mención extensa de aquella «sublime obra» deD. Joaquín El libro de las niñas, en aquella parte suya quecomienza: «De la misma manera que las flores son más omenos bellas y despiden más o menos fragancia según elcultivo que reciben, así vosotras, hijas mías [etc.]» (GC128). También lo vemos teniendo tertulia abierta en «El Café Español» de la barcelonesa Plaza Real con D. ManuelMilá y Fontanals, así como aconsejando al padre del protagonista, Alfredo Darnell, sobre la elección de estado de suhijo (GC 158), y, posteriormente (GC 190), insistiendo este«vate catalán y pedagogo femenil» en cómo el pensar en lamujer en general y en la amada en particular aleja toda melancolía y tristeza.
En cualquier caso, donde más abundantemente trata Perucho de D. Eugenio d'Ors es, naturalmente, en OR. En él piensa con cierta tristeza a la vista de las casas solariegas que sólo el hereu recibe (OR 20); cita su libro sobre el Barroco (OR 25); recuerda la observación d'orsiana sobre cómo, «durante mucho tiempo, hablar en Europa de civiliza-
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ción era referirse exclusivamente a un orden cultural propio» (OR 52), con cierta minusvaloración hacia las culturas externas a ese ámbito; al hablar de Francesc Pujols, el insólito autor de La Hiparxiología pragmática y que diseñara aquella Sumpéptica, o Ciencia General Catalana, amén de fundador de la inefable revista humorística Papitu (que Perucho reeditara, por cierto), se nos dice que era amigo de d'Ors (OR 101); hablando con alguna emoción de Laura Albéniz, hija de Isaac Albéniz, y medio familiar suya, por parte de madre, recuerda su muerte en 1944 y cómo Xenius le dedicó una «glosa» (OR 140); con motivo de la «mentalidad primitiva» de Lévy-Bruhl, trae a colación lo que d'Ors llamaba en su Ciencia de la Cultura «la irrupción de la Subhistoria en la Historia» (OR 144); nuevamente recuerda, por extenso, el gran libro d'orsiano, reeditado por Gallimard, Du Baroque (OR 148-149).
Lo que más interés tiene -y a ello se aludirá en el texto más adelante-, es la mención, doblemente repetida (OR 113 y 203, éste cerrando el libro), orgullosa, de la carta que le enviara Xenius cuando Perucho le remitiera El Medium: fue su espaldarazo cqmo poeta.
(2) Cuando Perucho tenía 22 años, en abril de 1943,vuelve del exilio Caries Riba y se establece en su casa de la calle República Argentina, al pie del Putxet. Allí le visitará Perucho. Es una zona emocional para el joven escritor, pues, no muy lejos de allí, en un colegio de los hermanos de La Salle, estudiaría y vería crecer su adolescencia (puede verse un recuerdo muy emotivo de esa época en el prólogo que le puso al libro de Elvira Farreras Adeu, Putxet, recogido en su Les delícies de /'oci, Laia, B., 1984, pp. 41-45).
Riba acoge al joven poeta, que se hará no sólo discípulo, sino amigo suyo. Gracias al maestro será como Perucho asista a los congresos de poetas organizados por Ruiz Giménez y Pérez Villanueva (años 1952 a 1954), en Segovia, Salamanca y Santiago: aunque fuera decisión muy discutida en los medios nacionalistas del momento, Riba apostó por abrir el auditorio posible de la lengua y cultura catalanas; fue por esa misma razón por la que alentó igualmente a Perucho a presentarse al Premio Ciudad de Barcelona de poesía, en el año 1954, que Perucho ganó con El Medium: el premio era verdaderamente oficial, pero, como Perucho le cuenta a Carlos Pujo!: «El [Riba] creyó que en aquel momento era una cuestión de supervivencia literaria. Me dijo, en palabras textuales, que me presentase a todas las ocasiones sin agradecerlas» (Pujo!, Carlos, Juan Perucho. El mágico prodigioso, Servicio de Publicaciones de la Universidad Autónoma de Barcelona, 1986, p. 36. Es el mejor estudio de conjunto sobre la obra de Perucho y la mejor ayuda para iniciarse en tan compleja singladura).
En Incredulitats i devocions, versión catalana curiosamente posterior a la castellana Galería de espejos sin fondo (aquélla lo es en edicions 62, B., 1982, y ésta lo fue en Destino, B., 1963, y la razón editorial parece ser el que aquélla era ya inencontrable), se puede ver la altísima significación que Perucho otorga a Riba con respecto a él mismo y a toda su generación poética: «En aquest sentit fou un mestre. Ensenyit que era el que no podia fer en poesia. És a dir, va excloure de la poesia allo que no era poesia, el que era llast, propaganda, escoria inútil. Després, en l'ample camí de la poesia, el poeta era lliure» (ID 47; el trabajo completo, titulado «Caries Riba en el record», ocupa de la p. 46 a la 48).
(3) Carlos Pujo!, o. cit., p. 29, cuenta cómo Perucho seinició en la revista Alerta, publicación del S.E.U., dirigida por Francesc Espriu, hermano de Salvador, a la que le insuflaron la cultura más moderna de la época. A pesar de una reprimenda del pintor José Santamarina, hermano de Luys, a Perucho por ocuparse de los impresionistas, éste siguió escribiendo sobre Picasso, Miró, le douanier Rousseau, etc.
Tras el vacío crítico que siguió a sus dos primeras novelas, una vez abandonada la poesía que le diera algún nombre, tras comprobar que su narrativa no tenía nada que hacer frente a la hegemónica de esos finales de los '50 y co-
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mienzos de los '60, Perucho volverá a la crítica de arte, en la que alcanzará notoriedad e influencia, especialmente desde su sección del diario Destino. Ha publicado libros específicos sobre el tema, como El arte en las artes (Danae, B., 1964), Gaudí, una arquitectura de anticipación (Polígrafa, B., 1968), Juan Miró y Cataluña (idem), La cultura y el mundo visual (Táber, B., 1968), etc. Como curiosidad, y dada la relevancia que actualmente ha adquirido, puede decirse que Perucho ha sido de los primeros en atender, en nuestro país, a la cultura del diseño.
Aparte de esto, en sus libros misceláneos rara es la vez que no introduce notas sobre pintores, especialmente del área catalana. Así, ocurre, en mayor o menor proporción, en Les delícies del oci, ya cit., en ID, en OR, en Carnet d'un diletant (Eliseu Climent, Valencia, 1985) y en Museu d'ombres, ya cit., donde un apartado lleva precisamente el título de «Pictor christianus eruditus», pp. 137-154.
(4) Los libros iniciales de su poesía son: Sota la sang(Caries Pisas, Ed., B., 1947), Aurora per vosaltres (Óssa Menor, B., 1951), El medium (Óssa Menor, B., 1954) y El país de les meravelles (Joaquim Harta, B., 1956). Una buena selección es la Antología poética que preparó José CorredorMatheos y prologó Antoni Comas (Polígrafa, B., 1970); también, la hecha por Leopoldo de Luis bajo el título Poesía. 1947-1981 (Plaza & Janés, B., 1983).
(5) Inesperadamente, tras un largo silencio, Peruchovolvió a la publicación de poesía: Quadern d'Albinyana (Edicions deis Quaderns Crema, B., 1983), e ltineraris d'Orient (edicions 62, B., 1985). A lo que parece (cf. «Libros» de El País, IX, n.º 410 -10/IX/87-), Ed. La Malgrana prepara otro volumen poético que se titulará La medusa (p. 8).
(6) Las siglas que en (*) vienen como LC, HN, P, CKy GC.
(7) Id., la sigla C; es una antología de relatos procedentes de GESP, Nicéforas y el grifo (Táber, B., 1968; anuncia su reedición Ed. Destino), y Roses, diables i somriures (Destino, B., 1965; apareció traducida en Táber, B., 1970, y hay una edición reciente, 1986, en Edicions del Mali, B.). Bajo esta rúbrica también debería incluirse HSB, así como los cuatro relatos incluidos en Minuta de monstruos, Almarabú, M., 1987.
(8) Diana i la Mar Morfa (Atzavara, B., 1953; luego pasóa Roses, diables i somriures, cit. en la nota anterior).
Se anuncia su reedición castellana en Ed. Mondadori. Podrían ser la base de unas largas Memorias familiares que Perucho prepara en la actualidad.
(9) Aparte de lo citado en la n. 3, El arte de las artes(Danae, B., 1964).
(10) Discurs de f'Aquitania i a/tres refinades perversitats(Edicions deis Quaderns Crema, B., 1982). Más técnico, ha escrito con Néstor Luján, El libro de la cocina española (Danae, B., 1970).
(11) Aquí podrían incluirse, entre otros, ID, OR, Carnetd'un diletant, ya cit., etc.
(12) Me refiero a TC.(13) Esto es, SV.(13 bis) Son, sobre todo, BF y BO, a la espera de qué
sea el anunciado (por «Libros» de El País citado en n. 5) Monstres/Erudicions, que sacará, a lo que parece, Enciclopedia Catalana.
(14) Es LB.(15) En Nicéforas y el grifo (que también se anuncia que
reeditará en breve Ed. Destino) viene «El diario de guerra de Xaconín» (recogido en C 83-86). Este guerrillero carlista bajo la enseña del barón de Erales surge con alguna frecuencia en los escritos de Perucho; así lo encontramos en Grecia (LB 191-196) y, ya anciano y ayudando al comisionado secreto Dr. Bonpoing, en la Venecia del Barón Corvo (LB 221); lo vemos fugazmente en compañía de otro comisionado secreto, Pedro Felipe Monlau, blandiendo una cimitarra y liberando a Alfredo Darnell de su secuestro en la «Torre de los Siete Jorobados» (guiño nevillesco que viene
Los Cuadernos de Literatura
en GC 103); sabemos que era amigo del eruditísimo D. Juan Segarra y Coll, autor del tan olvidado Bellezas de laDiscreción y Rasgos de la Providencia (Impr. de Feo. Arís,Tarragona, 1858), quien le corrigiera a Xaconín el estilo, algo campestre, producto de sus correrías campesinas cuandola carlistada, de sus Memóries (HSB 87-88); finalmente, aparece como conversador de las tertulias que en Albinyanamontara Antonio de Montpalau, el héroe de HN, cuandopor allí pasara a tomar baños en un balneario que nuncaexistió (HSB 94-95). Pero aquí surge un enclave, Albinyana,donde Perucho tiene una casa de campo, una de cuyas alasviene del tiempo de los romanos, donde se aúnan sus decoraciones originales con el arte más moderno, en una mezcla, por lo demás, muy peruchiana. Es fama que la tal casa,como algunas inglesas, tiene fantasma, quizá el de Antoniode Montpalau. En cualquier caso, es tema éste, el de Albinyana -recuerden el Quadern d'Albinyana citado en n. 5-,que exigiría un desarrollo demasiado amplio como para serabordado aquí.
(16) Claude Kappler, o. cit., Payot, París, 1980.(17) O. cit., (subtitulada «Una excursión por la zoología
fantástica»), Espasa-Calpe, M., 1963. (18) Por ejemplo, en Rosas, diablos y sonrisas (manejo
la ed. de Edicions del Mali, 1986), pp. 131-135 y pp. 136-141; igualmente, en Carnet d'un diletant, ya cit., p. 27, y en Lesdelícies de l'oci, también cit., p. 112.
(19) Así, por ejemplo, Pere Gimferrer, en su «Prólogo»a la ed. de Alianza/Enciclopedia Catalana, dice: «Entre las novelas de Perucho, Libro de caballerías es, por un lado, la más grave y menos lúdica, y, por otro, la más cercada técnicamente al poema en prosa» (LC, ii).
(20) GC 68-69.(21) HN 188-189.(22) HSB 105.(23) P 93. (24) BF 100.(25) LB 174.(26) TC, uno de los libros capitales para comprender la
vertebración sociocultural de la obra de Perucho, va dedicado «A la memoria del general Lluís Faraudo de Saint Germain» (TC 5). Fue uno de los increíbles «comisionados secretos» que circulan la Cataluña decimonónica hacia Oriente y, a la vez, LB, ese «viaje con espectros»; perteneció a la Reial Academia de Bones Lletres de Barcelona, así como al Institud d'Estudis Catalans (TC 46). No parece el momento de adentrarse por esta «afinidad electiva» (y yo diría que «afectiva»). Baste decir que, si se siguiera por aquella vieja afición gastronómica de Perucho, conviene saber que Faraudo de Saint Germain, experto como era en literatura catalana antigua, publicó el manuscrito valenciano del que puede ser el tratado de cocina catalana más antiguo que se conoce -y que sería también el más antiguo de toda la península (s. XIV)-, el Libre de Sent Soví.
Esta afinidad de elección también arrastra otra de afección, en la que no voy a entrar, por ser siempre, sobre hipotética, vidriosa, y muy dada a la exorbitación. Pero quien quiera navegar tan prohibidos mares, sepa que las pistas textuales pueden ser LB 174 y 99-100, de donde se debe pasar a C 231 y 216, y quizá por ese orden. Parodiando aquel pórtico que Inmanuel Kant pusiera a su Crítica de la RazónPura, parece conveniente que de illo ipso silemus.
(27) C 149-152; cf. sobre el mismo, C 153-56 y 157; OR160 y HSB 54.
(28) Recientemente se ha editado la correspondenciaque Mariano Pardo de Figueroa, «Doctor Thebussem», mantuvo con José Castro y Serrano, «Un Cocinero de Su Majestad», uno de los periodistas más celebrados de la época y autor, entre otros libros, de La novela del Egipto, crónicas reunidas con motivo de la apertura del Canal de Suez, y premiadas por un jurado que elogió el sentido de la observación, el espléndido trabajo de campo y su información de primera mano, siendo así que Castro y Serrano no se había
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movido de su domicilio, aunque, eso sí, echándole una mano la hija de Gayangos en el acceso a la biblioteca paterna. Las cartas gastronómicas cruzadas entre «Dr. Thebussem» y «Un Cocinero de S.M.» han aparecido bajo el título La MesaModerna, en la Ed. Laia, B., 1986. Próximamente, Ed. Alta Fulla reeditará La novela del Egipto, en su colección «Bi-blioteca».
(29) Una sugerente iniciación al tema es la de O. Paz,Los hijos del limo (Seix Barral, B., 1981, 3." ed., ampliada).
(30) Gallimard, P., 1967.(31) Azanca/Júcar, M., 1987.(32) Cit. en n. 4.(33) Cf. n .. l.(34) Cf. J. Kristeva, «Para una semiología de los para
gramas», en Semiótica 1 (Fundamentos, M., 1978), pp. 227-269; ID., «Poesía y negatividad», parágr. «El discurso extranjero en el espacio del lenguaje poético: La intertextualidad. El paragramatismo», en Semiótica 2, ibid., pp. 166 y ss.; ID., «Semanálisis y producción de sentido», en J. Greimas y otros, Ensayos de semiótica aplicada (Planeta, B., 1976), pp. 273-306.
(35) El propio Perucho reeditó la obra para su colecciónde la Ed. Táber, en 1968.
(36) Hay una edición reciente en Alta Fulla, B., 1984(facsimilar).
(37) Editada originariamente por Bergnes de las Casas,en su imprenta de la e/ Escudellers, en 1836, la reeditó Manuel Alvar para la Nueva Biblioteca de Autores Aragoneses (1981). También está prevista su reedición facsimilar en Ed. Alta Fulla. Sobre Bergnes puede consultarse S. Olives Canals, Bergnes de las Casas, helenista y editor (1801-1879), Escuela de Filología de Barcelona, C.S.I.C., 1947.
(38) Cf. Métrica española (Guadarrama, M.-B., 1974),p. 44, 420 n. 16, et passim'. Aparte de en LB, también vieneen GC 114-115 y 185, y TC 46. Sobre su influencia en Rubén Daría, cf. Arturo Marasso, Rubén Darío y su creaciónpoética, Kapelusz, Bs. As., 1954.
(39) Por ser ed. recientemente, cf. Carolina Coronado,Treinta y nueve poemas y una prosa, edición, estudio y comentarios de G. Torres Nebrera, Editora Regional de Extremadura, 1986.
(40) P 36, 43-47, 143, 155-157.( 41) Pp. 119-122.(42) HN 110 (evidentemente, aparece asentado en el
«Indice onomástico» final, HN 304). De él tenemos más noticias en TC 31 y 64, así como en OR 11 y 99.
(43) Esto lo ha estudiado muy atinadamente Juan M.Bonet, «La España de Juan Perucho», en Pasajes, 5 (1986), pp. 19-30.
(44) Cf. n. 4. (45) Cf. G. Bataille, El erotismo, Tusquets, B., 1979.(46) Cit. por R. Buckley, Raíces tradicionales de la nove-
la contemporánea en España (Península, B., 1982), p. 230; este libro contiene un par de aportaciones, sobre «La «materia de Cataluña» en la obra de Joan Perucho», pp. 211-232, una, y, otra, el «Epílogo bizantino» [sobre CK], pp. 233-243, perfectamente iluminadoras y de lectura imprescindible.
(47) El concepto lo ha explicitado Julia Kristeva. Para ellector español, lo más accesible es consultar su Semiótica 1y 2, ya cit., que dispone incluso de un «Indice por materias» (t. 2) muy orientativo y de gran utilidad.
(48) Perucho, en TC 137, no puede dejar de citar a Antonio Rubió y Lluch, hijo de D. Joaquín Rubió y Ors, a quien se cita en la n. 1 de este trabajo, abuelo de Eugenio d'Ors y -según GC 131- «alma gemela de don Marcelino Menéndez y Pelayo»: precisamente disertará Rubió y Lluch, en el Homenaje a Menéndez Pe/ayo de 1899, sobre cómo la máxima expansión de la lengua catalana coincide con las gestas de la Companyia Catalana a l'Orient, de 1302 a 1311. Por otra parte, en TC 37, Perucho indica el engarce entre la Companyia y LC.
(49) HSB 157-176.