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PEDRO JOSÉ MÁRQUEZ, FILÓSOFO MÁS VALORADO EN EL EXTRANJERO QUE EN SU PAÍS28 agosto, 2013 · de CEFIME · en Artículos. ·
Por Héctor Eduardo Luna López
El título del presente escrito contiene, por desgracia, una frase que es realidad recurrente en nuestro medio. Pedro José
Márquez fue un mexicano del siglo XVIII, miembro de la Compañía de Jesús expulsada de todas las colonias españolas
por órdenes del rey de España Carlos III en 1767. Estuvo exiliado en Italia, fue el único personaje del grupo de jesuitas en regresar
a México, y es uno de los más fervientes defensores del hombre esclavizado de su época, pero al mismo tiempo, uno de los
filósofos más desconocidos y poco valorados en México.
Pedro Márquez nació en la tierra que hoy es León, Guanajuato, y salió expulsado del país cuando apenas tenía 26 años. Dejando
incompleta su formación como teólogo en la ciudad de México, terminó sus estudios religiosos en Roma en 1769. Se adentró en los
estudios estéticos de monumentos y arquitectura de la milenaria Roma, demostrando un talento tal que lo llevó a ser admitido en
prestigiosas academias de arte, entre ellas las de Bellas Artes de Roma, Florencia, Bolonia, Madrid y Zaragoza.
La agudeza de sus observaciones sobre arquitectura clásica grecorromana le
ha valido que hoy en día sigan publicándose en preciosas ediciones italianas -por más de una editorial- la mayoría de sus
obras: Illustrazioni della villa di Mecenate in Tivoli (Ilustraciones de la villa de Mecenas en Tívoli), así como Delle ville di Plinio il
giovane, con un appendice su gli atrii della S. Scrittura, e gli scamilli impari di Vitruvio (De la villa de Plinio el joven, con un apéndice
sobre los atrios de la Sagrada Escritura, y losscamilli impari de Vitruvio) yDell’ordine dorico, ricerche (Del orden dórico,
investigación), entre otras. Este hecho puede ser constatado recurriendo a tiendas en línea como Amazon o Barnes and Noble.
En México, las obras mencionadas no cuentan con traducción, como muchas otras, y ni mencionar las que continúan inéditas.
Apenas conocemos su obraDos antiguos monumentos de arquitectura mexicana, libro donde habla de los sitios
arqueológicos del Tajín, Veracruz y de Xochicalco, Morelos, ilustrado por él mismo, y donde aprovecha para lanzar algunas de sus
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reflexiones más preclaras sobre el humanismo. Del mismo modo, apenas es estudiada su obra más famosa de estética: Sobre lo
bello en general.
Esas obras fueron escritas en italiano y el primer intento de traducción lo hizo en 1882 el célebre Francisco del Paso y Troncoso –
quien también fue el primero en darnos a conocer en México la Historia antigua de las cosas de Nueva España de Bernardino de
Sahagún-. Tuvieron que pasar casi cien años para que contáramos con una traducción más completa a cargo del historiador y
esteta Justino Fernández en 1972. Y casi treinta años más para que gracias al interés de la Dra. Ma. del Carmen Rovira
Gaspar y a la Dra. Carolina Ponce se hiciera una nueva y completa traducción de dichas obras a cargo de José Luis Bernal
en 2007[1]; traducción a la que se suman los más actualizados estudios críticos sobre Márquez realizados por las doctoras ya
mencionadas.
A este hecho que refiere a la publicación contemporánea de sus obras en Europa puede sumarse el Congreso
Internacional “El clasicismo en la época de Pedro José Márquez (1741-1820)” que en 2009 fue celebrado en la
ciudad de Madrid, España, dedicado a este pensador y al que concurrieron en su mayoría investigadores de países europeos,
siendo mínima la participación de mexicanos. Esto lo ha testimoniado en conferencias la Dra. Carmen Rovira, lamentándose del
poco interés de parte de los mexicanos hacia este pensador universal, que conocen mejor en otras partes del mundo.
Pero pasando a las ideas de este filósofo, quisiera apuntar sólo dos de sus reflexiones, mismas que nos permitirán comprender por
qué la sorpresa y decepción que genera su desconocimiento.
1. Su preocupación por la historia de México y la identidad nacional
En Pedro José Márquez hay una preocupación por dar a conocer la cultura que ha dejado atrás, en el país que tuvo que abandonar
de manera forzada. Esta preocupación considero que se da como una necesidad, ya que al estar lejos de su patria, Márquez -como
los demás jesuitas-, siente la necesidad de arraigo con su tierra, con el lugar en donde nació y se crió. Márquez reconoce,
como Francisco Javier Clavijero, que la tierra donde vivían tiene un pasado cultural que va más allá de los españoles y de los
criollos: ese pasado es la cultura mesoamericana, la cultura indígena.
Esto último es importante pues en Márquez se da ya un sentimiento de pertenencia y de identidad no hispanista. Es decir, como
nacido en América ya no siente una pertenencia a la cultura española; aunque sus padres lo fueran, él ya no se siente español, se
sienten otra cosa, algo propio de América, y ese arraigo a la tierra lo lleva a considerar a las culturas que antes la poblaron. No en
vano firma cada una de sus obras como Pietro Marquez, messicano.
A propósito, es valioso remitirnos a algunas palabras de la dedicatoria de su obra Dos antiguos monumentos…: “A la muy noble,
ilustre e imperial Ciudad de México… [donde] floreció la singular cultura de sus primeros fundadores… ¿A quién, sino a vos que,
teniendo presentes tantos otros monumentos de los antiguos mexicanos, aún poseéis luces en abundancia para poder ilustrarlos
cumplidamente…?”[2]
Lo anterior abona a la configuración de una identidad propia, criolla pero con antepasados que se ubican en la cultura indígena
habitante de las mismas tierras. La historia, y la reconstrucción de la cultura, tienen aquí un lugar preponderante. Cuando uno ve las
obras de Márquez, Dos antiguos monumentos… y de Clavijero, Historia Antigua de México, donde se proponen la reconstrucción de
la historia prehispánica, pienso en las palabras del investigador Alberto Saladino, quien al margen de esto apunta en su más
reciente obra: “Sin conciencia histórica es imposible construir la identidad y sin el conocimiento del proceso de las creaciones
culturales resulta incomprensible la situación que guarda la humanidad en el presente.”[3]
En ese sentido, pienso que eso fue justamente lo que pensaron estos jesuitas exiliados, pues sólo hasta que toman conciencia de la
importancia de la historia de su país, son capaces de ir conformando una identidad propia.
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Se ha dicho que los criollos novohispanos rescataron “al indio muerto” pero no al vivo, no al de su tiempo. Al menos en
Márquez considero que esto no fue así. Cuando Márquez habla del indígena, de su gran cultura, arquitectura, sabiduría,
conocimientos en astronomía y otras artes, no lo hace sin dejar de pensar en el ser humano de carne y hueso. Es cierto que
Márquez no habla del esplendor del indio de sus días, pero tiene muy buenas razones para hacerlo: ya no existía tal esplendor.
Esto, nos señala, se debe a la destrucción y exterminio de esa cultura por parte de los conquistadores, y por lo mismo, añade: “Los
mexicanos de hoy están destinados a hacer en la gran comedia del mundo la representación de la plebe; pero sus antepasados
estaban educados de otra manera; tenían maestros y libros; tenían otro gobierno y, en suma, eran los amos”[4].
En Pedro José Márquez hay un humanismo y una preocupación por el hombre como tal, por el hombre de sus días y de cualquier
cultura. Márquez es, lo que hoy llamaríamos un “pluriculturalista”. Veámoslo en el siguiente punto.
2. Defensa de lo humano
Ya en la “Advertencia” a la obra que comentamos, vemos que Márquez defiende la cultura que considera propia y critica la
pretensión que existe de desvalorizar a las culturas indígenas por factores accidentales o contingentes. Por ejemplo, habla del tema
de la lengua como factor para la desvalorización.
Recordamos rápidamente a Ginés de Sepúlveda, uno de los críticos de la cultura indígena del siglo XVI que disputó
con Bartolomé de las Casas sobre la racionalidad de los indios. Ginés seguía la idea griega que designaba comobárbaro a
todo aquel que no hablara el griego, y la usa para desvalorizar a los indígenas. Márquez nota que esto seguía existiendo en sus
días –y por desgracia en los nuestros también- y dice:
“no hay cosa más común entre los habitantes de la Tierra que el reírse el uno del otro cuando oye
que éste habla en una lengua que no es la nativa suya: efecto de la ignorancia que aún se ve en
muchos que se reputan doctos y discretos”[5].
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Otro momento de gran lucidez es cuando señala que “la verdadera filosofía no
conoce incapacidad en ningún hombre, ni porque haya nacido blanco o negro, ni porque se haya educado en los polos, o en la zona
tórrida”[6].
Lo anterior nos indica que en Márquez hay una defensa del ser humano concreto, del hombre como tal, donde no interviene ningún
reparo a su cultural, a su lengua, a su color de piel. Hay en nuestro filósofo un humanismo radical,
pluriculturalista, que va más allá de cualquier consideración secundaria: va a la esencia de lo humano y lo hace apelando a la
“verdadera filosofía”. Lo mismo defiende al mexicano criollo que al indígena vivo o muerto, porque todos son seres humanos.
Vemos que en Márquez, esta defensa la aplica a los mexicanos y a todos los pueblos y culturas del mundo pues se considera
cosmopolita. Por ello, afirmamos que es un humanista radical, que rompe con prejuicios culturales, tan difíciles de vencer en su
tiempo y en el nuestro, y se aboca a la defensa de lo humano.
De ahí que coincidamos con la Dra. Ma. del Carmen Rovira Gaspar en que es una pena la poca atención que le ponen los
estudiantes, investigadores e historiadores mexicanos a Pedro Márquez mientras que en Europa se le considera un sabio lleno de
erudición, como lo dijera desde el siglo XVIII, el historiador y arqueólogo italiano Leopoldo Cicognara al referirse así de
Márquez:
“Los escritos de este sabio mexicano están llenos de erudición y merecen ser mencionados entre
las obras más útiles y más instructivas que hay sobre las materias de que tratan”[7].
Sirva pues, este texto, como una brevísima aproximación a este pensador y una invitación a estudiarlo con seriedad, por la
importancia que tiene y por la terrible vigencia de sus planteamientos.
Héctor Eduardo Luna