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INTRODUCCIÓN
1. Contexto Histórico-literario 1.1 De la vanguardia a la Posguerra.
Nacido en Astorga en 1909, Leopoldo Panero es una de las principales figuras del
panorama cultural español de la Primera Generación de Posguerra o Generación del
36.
Sus primeros versos los dio a conocer en la Nueva Revista de Madrid hacia finales de
los años 20 con Crónica cuando amanece (1929) y Poema de la niebla (1930). En esta
etapa de preguerra rastreamos en él la influencia de los movimientos artísticos de
vanguardia que entonces imperaban. Sobre todo, va a ser notable en el la huella del
surrealismo (el francés y el español de Alberti, Cernuda y Aleixandre, sobre todo) y del
creacionismo (cuya máxima figura en España es Gerardo Diego, amigo del poeta hasta
el final de sus días). También la poesía pura de Jorge Guillén y su visión del “mundo
bien hecho”, el mundo de la naturaleza que arropa al hombre, serán un poso
innegable en su obra.
Pero, sin duda, la figura que más influenció a Panero, en lo poético y en lo personal,
es Antonio Machado. De ahí que podemos afirmar que su acercamiento a las
vanguardias poéticas fue más formal que de contenidos, pues es notorio el fondo
humanístico de su poesía y su actitud cada vez más conversacional. Este aspecto será
desarrollado en otro capítulo. También César Vallejo, en torno al tema de la
cotidianidad, supuso una gran influencia, y amistad (se hospeda en casa de los Panero
en plena Guerra Civil y, a su muerte, Leopoldo le dedica una hermosa elegía).
En 1929 se produce un hecho decisivo en su vida. A causa de una tuberculosis es
internado en el Sanatorium Royal de la Sierra de Guadarrama donde se enamora de
Joaquina Márquez (otra paciente), que fallece ocho meses después. De esta estancia
data la gestación de diversos poemas que se integrarán en Versos del Guadarrama,
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antología de poemas escritos entre 1930 y 1939 y que será publicado en 19451. En esta
obra Panero demuestra tener una voz poética propia en la que aparecen líneas
temáticas que lo acompañarán siempre: la soledad, la nostalgia de la niñez, el amor, la
fusión del yo poético con la naturaleza… Es fundamentalmente una obra de contenido
amoroso en la que se produce el descubrimiento del mundo a través del sentimiento
de unión, provocado por el inmediato amor hacia Joaquina Márquez. En este sentido
es notable la influencia de Machado y de Jorge Guillén.
Conforme avanza la década de los 30 va abandonando el influjo vanguardista hasta
que se produce un hecho que marcará, no sólo la trayectoria poética del autor, sino la
vida de todos los españoles: la Guerra Civil. En la contienda, Panero es apresado por el
bando nacional por su supuesta colaboración con el Socorro Rojo y mantener
relaciones con grupos de izquierda (había sido un declarado republicano y sus
tendencias progresistas de izquierda no eran desconocidas en los círculos literarios que
frecuentaba), por lo que se le aplica un consejo de guerra cuya pena es la muerta. El
novio de su hermana Asunción será asesinado en iguales circunstancias y su hermano
(participando en el bando nacional) morirá en 1937 a causa de un accidente de tráfico
(hecho que lo marca profundamente e inspira uno de sus más célebres poemas,
“Adolescente en sombra”).
Su madre hace todo lo posible por evitar el desenlace fatal, visitando a don Miguel de
Unamuno para que interceda por él ante las autoridades militares. Siendo infructuosa
la negociación, acude a Carmen Polo de Franco, esposa del futuro dictador y prima
lejana suya. Panero es librado de la ejecución e ingresa en el bando nacional por
recomendación de su familia.
Desde entonces se produce un viraje ideológico en su persona hacia posturas
falangistas según la doctrina de José Antonio Primo de Rivera (que culmina en 1953
con la publicación de su poema Canto personal: carta perdida a Pablo Neruda).
Paralelamente, sufre una profunda crisis religiosa que se salda con el abrazo de la fe, si
1 Si bien algunos poemas de esta obra pasaran a formar parte de su poemario fundamental Escrito a
cada instante (1949)
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bien, como veremos, fue un hombre en continua tensión con lo religioso, lejos de ser
tan dogmático como otros compañeros de generación (Luis Felipe Vivanco, por
ejemplo). En este punto de su vida es donde se produce su maduración poética,
llegando a una hondura y expresión poética que no encuentra parangón en sus
coetáneos. Dámaso Alonso dijo a este respecto, en un ensayo inmediatamente
posterior a la publicación de Escrito a cada instante (1949), su obra maestra:
“Poeta auténtico y hondo, con una autenticidad entrañada y una hondura rezumante, como quizá no la haya en toda la poesía española de los treinta últimos años”.2
Posteriormente publicará Desde el umbral de un sueño (1959) y Romances y canciones (1960), de escasa resonancia pública. En 1960 publicará también Cándida puerta, libro que la crítica recoge con cierto entusiasmo, aunque para entonces la imagen del poeta ya está muy dañada, y no supone un gran éxito para él. Esta última obra ahonda en la idea de unión con Dios, pero es sin duda en Escrito a cada instante donde muestra la mayor carga de expresividad y filosofía en busca de un imposible.
2 Dámaso Alonso: “Poesía arraigada y desarraigada” en Poetas españoles contemporáneos, Gredos,
Madrid, 1965.
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1.2 La Generación del 36: temas fundamentales La nómina de la Generación del 36 es amplia, heterogénea y, sin duda, una de las que
representan la ineficacia de la etiqueta de las generaciones literarias, como desde hace
unas décadas viene haciendo notar la crítica.
Para la delimitación de esta generación se toma la fecha del inicio de la Guerra Civil,
1936, englobando a los poetas nacidos entre 1909-1920 que desenvolverían su
actividad literaria previamente a la Guerra, o bien durante e inmediatamente después
de ella. Por esto, también se la ha llamado “Primera Generación de Posguerra”.
Sin embargo, se toman otros dos parámetros que Dámaso Alonso dejó definidos en el
ensayo anteriormente citado, dividiendo a la poesía de la época entre desarraigada y
arraigada. Estas consideraciones, un tanto generalistas y maniqueas y que, en
cualquier caso, obvian la especificidad de cada autor, se han mantenido en los estudios
críticos hasta hoy, mostrándose como las más representativas de la producción poética
de la época (puesto que se ciñe a la temática de la primera generación de posguerra
obviando la edad de los autores).
En el grupo de la poesía desarraigada encontraríamos a poetas como el propio
Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre (ambos integrantes de la Generación del 27 y
representantes de lo que se ha dado en llamar el “exilio interior”), Blas de Otero,
Carlos Bousoño o Gabriel Celaya, en torno a la revista Espadaña (1940).
Destaca por el desarraigo existencial (son opuestos a la España oficialista del
régimen), la angustia vital, el nihilismo, la preocupación por el hombre y su fragilidad y
la religión vista desde la duda, la desesperanza y la pregunta por el porqué del dolor
humano. Son más rupturistas formalmente que los poetas arraigados. Coinciden con
los postulados del Tremendismo en la novela de posguerra y las filosofías
existencialistas europeas. Hijos de la ira de D. Alonso y Sombra del paraíso de V.
Aleixandre, publicadas ambas en 1944, marcan el carácter de esta poesía.
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Al grupo de la poesía arraigada pertenecerían poetas como Luis Rosales, Dionisio
Ridruejo, Luis Felipe Vivanco, Gerardo Diego (integrante de la Generación del 27), José
García Nieto y el propio Panero. En torno a la revista Garcilaso (1940), desarrollan una
poética de evasión ante la realidad social de la España de Posguerra, de formas
tradicionales (con preferencia por el soneto) y un tono de equilibrio y armonía que no
se corresponden con la situación del momento.
Se caracterizan por su idealismo y su vuelta a los temas fundamentales de la poesía:
amor, Dios, la patria y el paisaje, todo envuelto en una visión luminosa y
supuestamente coherente y ordenada del mundo. Sin embargo, tres autores
mostrarán un progresivo desencanto con esta “serenidad optimista”: Ridruejo, Rosales
y Panero.
En el primero se produce más por disensiones políticas que poéticas. Rosales y
Panero tenderán hacia una poesía existencialista con la interpelación a Dios como
horizonte. Destacan La casa encendida de Rosales y Escrito a cada instante de Panero,
ambas de 1949.
Pero no debemos obviar que Panero dista de estar en la línea sosegada y
excesivamente formalista de este grupo, y ya en 1944 sorprende con un extenso
poema de gran hondura filosófica y poética en un tono rebosante de desolación: La
estancia vacía.
Leopoldo Panero (años 50).
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1.3 La obra de Leopoldo Panero en la Posguerra En la década de los 40, en plena efervescencia poética, Panero publica La estancia
vacía (1944), cuyo trasfondo filosófico trataremos más adelante. Baste decir que con
este poema introduce el tema de “Dios” o lo “divino” en una suerte de preguntas
retóricas casi no formuladas y de interpelaciones que parecen buscar asidero en un
lugar que, pesimistamente, se pretende reconocer insondable para el hombre.
Como construcción, el poema supone una autobiografía espiritual y real del poeta,
por lo que no nos sorprenden temas como la familia (tan golpeada por la Guerra), el
amor, la soledad, la existencia, lo divino…
De esto puede desprenderse claramente el tono de dolor y angustia, por una parte, y
la actitud de entrega y rendición del hombre desde una nostalgia que atraviesa la
existencia toda. Aquí es capital la antinomia hombre-niño, que desde entonces tendrá
un lugar predominante en la poesía de Panero, pues que reconoce en el “niño” un
compendio de las virtudes incorruptas del ser humano desde la melancolía de lo
pasado: bondad, solidaridad, asombro ante el mundo, alegría, etc. Ello se ve
contrastado con la presente visión pesimista del hombre que inunda el discurso
poético: un ser errante y dolorido, sin valores en que apoyarse, espectador de un
mundo en ruinas,… Podría decirse que este binomio niño-hombre que el poeta intenta
conciliar en su poesía es la clara imagen del impacto psicológico ante las experiencias
de la Guerra Civil.
Pero no podríamos juzgarlo como una evasión de la realidad, pues que el hombre es
visto desde su inmediata realidad (con un hiperbólico pesimismo) y el “niño” no es sino
el desgarro ante una actualidad devastadora desde la nostalgia de un tiempo anterior y
mejor (algo así como lo que Freud llamó la regresión o vuelta al estado anterior de la
conciencia en que está no sufre tensión ante un estímulo dado, en este caso la Guerra
y sus consecuencias).
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Formalmente el poema estaría compuesto en endecasílabos blancos con la única
interrupción de tres sonetos, avanzada la segunda mitad del poema, y tres seguidillas
intercaladas en el clímax de la obra. Abandona así todo preciosismo formal,
decantándose por un extenso poema de unos 1000 versos que rompe con la estética
tradicionalista de los arraigados. La obra tiene una disposición climática que se
consigue a modo de “recitativos” y puntos de extrema expresividad, como éxtasis de la
palabra poética, lo que dota al poema de una dispositio efectiva y sólida.
Entrando en la génesis del poema, podemos descubrir que la “estancia” hallaría su
referente real en la habitación de la juventud en la casa familiar de Astorga según
inferimos de estas palabras del poeta:
Al volver a ver mis viejas cosas, mi cuarto de adolescente, los sitios donde he soñado tanto y donde he vivido la angustia y el gozo de una juventud que ya casi ha desaparecido, los miro con tus ojos, y por primera vez desde hace muchos años hago descansar sobre ellos mi esperanza; los vuelvo a incluir en la
corriente de mi tiempo interior y los enlazo dulcemente a mi vivir futuro [Mainer: 18-VII-1940]3.
En el plano simbólico la cuestión de la “estancia”/ “habitación”/”templo” vacíos se
refieren al cuerpo vacío de alma o espíritu. Este tema es rastreable en la poesía
religiosa de los siglos XVI y XVII. Leemos de Alonso de Ledesma:
Es nuestro cuerpo una casa que labró naturaleza, adonde se hospede el alma mientras se parte a la eterna.
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También se halla en la mística de San Juan de la Cruz (Cántico, Noche oscura del alma,
y Llama de amor viva), Santa Teresa de Ávila (Castillo interior o Las moradas) o Sor
Juana Inés de la Cruz (Primero Sueño). Representa la querencia del alma por escapar
del cuerpo para la mística unión con Dios. En Panero es difícil entenderlo sólo de esta
forma porque ya reconoce en un principio la imposibilidad de la unión divina, y no
piensa a Dios en este sentido, como luego veremos. En Quevedo vemos ya un tinte
3 Leopoldo Panero: En lo oscuro (Antología). Ed. Cátedra, Madrid 2011. Volumen consultado en general
sobre su obra, en particular para el texto íntegro de La estancia vacía. 4 Con las comillas resaltamos la intención poética en torno a los términos empleados.
Rafael Alberti: Sobre los ángeles. Cátedra. Madrid, 2006. 9ª edición. Consultada también para la información sobre el propio libro albertiano.
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existencialista en imágenes como “desierto estoy en mí”, “el desierto me puebla de
ciudades” o “el cuerpo que del alma está desierto”.
Cabría más bien relacionarlo con la imagen del “cuerpo vacío” o “deshumanizado” que
podemos encontrar en algunas obras surrealistas españolas que se sirven de esta
tensión espiritual tan arraigada en nuestra poesía para imbricarla al hombre concreto
que se interroga por su existencia.
Vemos en Alberti en un fragmento de “Desahucio” (título muy revelador) de Sobre los
ángeles:
Ángeles malos o buenos, que no sé, te arrojaron en mi alma. Sola, sin muebles y sin alcobas, deshabitada.
Y en su auto sacramental (sin sacramento), El hombre deshabitado, de corte también
surrealista, cómo describe a la humanidad como “viviendas vacías” (al inicio de la obra
las acotaciones obligan a “una luz verde que alumbre almas de los hombres: blancos
moldes de escayola, de distintos tamaños, mudos y oscilantes, igual que péndulos”).5
Luis Cernuda dirá en “Remordimiento en traje de noche” de Un río, un amor:
Un hombre gris avanza por la calle de niebla; no lo sospecha nadie. Es un cuerpo vacío; vacío como pampa, como mar, como viento, desiertos tan amargos bajo un cielo implacable.
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No se puede olvidar que Cernuda va a ser una de las grandes influencias, y amigo, del
poeta. Su visión romántica del hombre siempre enfrentado a su pueblo, sus ansias de
libertad y romper barreras, así como una extrema sensibilidad ante el mundo y el dolor
5 Rafael Alberti: Noche de guerra en el Museo del Prado. El hombre deshabitado. Biblioteca Nueva.
Madrid, 2008. 4ª edición. 6 Luis Cernuda: Un río, un amor. Los placeres prohibidos. Cátedra. Madrid, 2009. 4ª edición.
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existencial, son asuntos que impresionaron a un joven Panero en los años 30 y que en
su época de madurez tienen una influencia innegable en su obra.
En Lorca, tan admirado por Panero (al que dedica la elegía “España hasta en los
huesos” y estrofas de homenaje en Canto personal), encontramos referencias a este
tema en diversos poemas. Destaca el “Nocturno del hueco” de Poeta en Nueva York
donde realiza una continua yuxtaposición de imágenes en torno al vacío del cuerpo por
la imposibilidad del amor y su consumación espiritual. En el Llanto por la muerte de
Ignacio Sánchez Mejías, una de las cimas elegíacas de la poesía española, hay varias
secuencias impregnadas de esta desolación (claramente en la parte final, “Alma
ausente”), que se resumen con estos versos de la III parte (“Cuerpo presente”):
Estamos con un cuerpo presente que se esfuma, con una forma clara que tuvo ruiseñores y la vemos llenarse de agujeros sin fondo.
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Así, Panero va a presentar un desabrido lamento en torno a la soledad del hombre y
su aspiración al alivio por su encuentro con Dios, entendido como su acercarse a algo
que lo sobrepase y le dé la razón de su sufrimiento y del horror presenciado (aquí
vemos ya una dimensión humanística cercana al Dámaso Alonso de Hijos de la ira,
nada reposado y sin idealismos). Su interpelación a Dios parte de un profundo
sentimiento de soledad: “Estoy solo, Señor”, “Tu silencio, Señor”, “Estoy solo Señor, en
Tu mirada”.
El vacío del cuerpo podríamos verlo en el siguiente fragmento, además de la
repetición, casi como un estribillo, de “estancia vacía” en la obra. La fusión del plano
real (la casa de Astorga, su habitación) con el simbólico (el cuerpo como morada del
alma que espera a Dios) es total, además de presentarse como resumen temático del
poema:
Desde el olvido de nuevo torno hacia el amor de entonces y abro la puerta, silenciosamente, de mi estancia vacía. En este sitio
7 Federico García Lorca: Primer romancero gitano. Llanto por Ignacio Sánchez Mejías. Castalia. Madrid,
1990.
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he dormido de niño y tuve luego, tras los cristales ávidos y azules, soledad, tiempo, amor; remota el alma en imposibles sueños. Ya vacía para siempre de mí, transida de humo, como esperando en vela al viajero que nunca ha de tornar, pareces isla de penumbra en la casa.
Es notable la esperanza ante Dios, el amor representado por el alma que inunda
el cuerpo para volcarlo hacia el mundo, aunque si bien es visto desde la amargura
ante el pasado perdido y recuerda al hombre su obligación de vivir en ese mundo
cada día con pasión (esperanza). Vemos aquí cierta presencia de Jorge Manrique,
sobre todo en el siguiente pasaje en que Panero utiliza el verbo “recordar” en su
antigua acepción de “despertar”8, como un exhorto a Dios para devolver al
hombre la capacidad de amar entre tanta desesperación:
Recuerda un día. Recuerda nuestro nombre, nuestro sitio. Recuerda nuestro amor con Tu mirada. Y haz eterna otra vez nuestra inocencia.
Destaca, así mismo, la fusión con el paisaje, en estilo machadiano, al fundir los
sentimientos del poeta con lo natural, pero visto aquí desde una perspectiva llena
de pesimismo, de oscuridad: “orilla oscura”, “tela de araña oscura de rocío”,
“Camino a oscuras a través de mi alma”, “Señor, la noche, / la noche es Tu
camino”. Por ello encontramos frente a un paisaje idílico del monte del Teleno y el
mar de la infancia en San Sebastián, otro paisaje de “yermos campeadores de la
muerte” y “páramo reseco”.
Además de la interpelación a Dios aparece un diálogo con la madre fallecida,
figura esencial en su poesía, que representa el recuerdo de la felicidad pura en la
juventud. Aun en la muerte, la madre es entendida como el curso natural de la
vida y el amor hacia ella vence lo absurdo de la vida misma (“llena de sol de agosto
y luz vacía / vino la muerte para hacerte madre / otra vez), por lo que contrasta en
8 Comienza Manrique sus célebres Coplas: “Recuerde el alma dormida / avive el seso y despierte”.
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cierta medida con la mujer de “Mujer con alcuza” que Dámaso Alonso pintara con
inexorable angustia en su más célebre obra.
El tercer destinatario del poema sería el poeta mismo, representado por un niño-
poeta al que se dirige en las seguidillas, donde clama rodeado de un paisaje
devastador. Sorprende, como acertadamente señala Jorge García Huerta, el uso de
una forma tan popular para un punto tan álgido del poema, y que reproducimos:
A través de la nada van mis caminos hacia el dolor más alto pidiendo asilo. La espuma me sostiene y el verde frío de las olas me lleva pidiendo asilo.
Hacia el amor más alto que hay en mí mismo la esperanza me arrastra pidiendo asilo.
La primera de ellas representaría el caminar en la desconsolación más profunda,
en la nada, que en la segunda se acrecienta a expensas del vaivén del mar y el
“naufragio”. La tercera rompería esta “zozobra” al vencer la nada por el camino
del amor, y el dolor por la esperanza, trayectoria que persigue toda la obra del
autor. De ahí que aparece la imagen de Dios como esperanza en el mundo a través
de la vivencia en él y hacia todo aquello que lo sobrepasa como hombre, por lo
que no podemos ver en Panero a un ferviente cristiano, sino a un hombre con
dudas y en busca del encuentro con el mundo “que estuvo (y en esencia está) bien
hecho” (que había cantado Guillén). Su relación con Dios bien hace suyo el verso
de Machado: “siempre buscando a Dios entre la niebla”.
Un acontecimiento capital en su vida será el detonante que lo ayude a vislumbrar
la esperanza que lo aparta del tremendismo de La estancia vacía, su matrimonio
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con Felicidad Blanc y el nacimiento de sus hijos Juan Luis, Leopoldo María y José
Moisés, presentes de forma fundamental en Escrito a cada instante.
De tal forma, en ésta, su obra maestra, el poeta logra su más honda expresión
acerca del mundo y de sí mismo. La obra tiene, como los Versos del Guadarrama
un carácter antológico y, por este motivo, la presencia de la tensión entre el poeta
y Dios, la soledad y el amor, el mundo y su devastación, está muy presente.
Posteriormente escribirá en 1953 el Canto personal: carta perdida a Pablo
Neruda. subtitulado como Poética, que fue el error más grande de su vida poética.
Obra inentendida en la época, usurpada desde el régimen Franquista, desoída por
sus amigos y contestada por los sectores antifranquistas en el exilio desde el
ataque personal más que desde el punto de vista poético.
Previamente, en los años 40 Panero había participado con Rosales y otros
literatos liberales más o menos cercanos al régimen en misiones culturales a
Hispanoamérica. Allí había tenido contacto con exiliados y había hecho una
defensa de la reconciliación, aún sin atacar directamente al régimen. Su acogida
tuvo más de un suceso violento como contestación a sus conferencias de actitud
tibia y tildada de ingenua. Aun así, contó con algunos apoyos y amigos que le
tendieron la mano.
Aceptó diversos cargos de representatividad cultural, entre los que destaca su
papel en Inglaterra como Lector Bibliotecario del Instituto de España en Londres,
donde contacta con algunos exiliados como Salvador de Madariaga, Alberto
Jiménez Fraud, el Coronel Segismundo Casado y Cernuda. En esta etapa se
produce su ruptura con Luis Cernuda, por motivos personales de trasfondo
político. Su cargo más importante fue el de coordinador de las Bienales de Arte
Hispanoamericano, favoreciendo la inclusión de jóvenes artistas y sus nuevas
tendencias (incluso aquellos de ideología opuesta al régimen), destacando por su
talante conciliador y afán de modernización de la cultura peninsular.
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Canto personal surge como contestación a Pablo Neruda, quien en Canto general
en una parte en la que recuerda al fallecido Miguel Hernández arremete
sañudamente contra Dámaso Alonso, Gerardo Diego y José Mª de Cossío, amigos
del poeta. Ante la pasividad de éstos, Panero decide contestar defendiendo no
sólo a sus colegas, sino a sí mismo (aunque de forma velada) pues no se reconoce
en la oficialidad del régimen, además del trasfondo de la anterior amistad con
Neruda, del que considera injustas sus acusaciones personales.
Mal lo consigue, pues en 1953, año de su publicación, recibe el Premio Nacional
de Literatura “18 de Julio” de manos del Ministro de Cultura, lo que le vale la
consideración de “poeta del régimen” así como el auge de su carrera peninsular
pero, por otro lado, la repulsa de los intelectuales exilados y de los grupos
estudiantiles (pensemos que en estos años se fraguan las revueltas universitarias
que culminan con los “Sucesos de 1956” contra el régimen). La obra está
organizada en tercetos endecasílabos de rima alterna, a modo de epístolas en las
que repasa su vida (a Ridruejo, Rosales, Lorca, José Antonio Primo de Rivera,
Neruda…). Su acercamiento a los postulados falangistas no lo dejan en buen lugar
para los exiliados y ensombrece la parte de “teoría poética” en la que Panero
resume su pensamiento poético (dirá Bousoño que aunque propagandística y poco
comprometida contra el régimen, como estaban otros, rezuma frescura y
hondura). El pulso con Neruda es perdido y le depara los años más tristes de su
vida, con un gran aislamiento, hasta su muerte prematura en 1963 por un infarto
de miocardio.
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2 La cuestión teologal: Escrito a cada instante
2.1 La soledad como radicalidad existencial
Ya en La estancia vacía vimos como la soledad se reconocía como la condición
fundamental de la vida del hombre.
La soledad es importante en la poesía de Panero porque sirve de escenario para
reconocer la angustia que provoca el arrojo del ser humano al mundo, lleno de
libertad y en continua obligación de vivirse. Esto lo coloca en consonancia con la
filosofía existencialista europea que se gesta paralelamente.
De esta suerte que el gran credo de la poesía paneriana, por el cual ya podemos
adelantar que su visión de Dios no es la dogmática tradicional, es: “Estamos
siempre solos” (en el soneto “A mis hermanas”)9.
Por esto la soledad puede generar hasta miedo (como en el soneto “Por donde
van las águilas”) y se pretenda encontrar la serenidad y paz que en la figura de
Dios podría tener amparo. Profunda es la tensión que se produce en la
consideración de Panero sobre lo trascendente, lo que lo empuja a momentos de
máxima interioridad en búsqueda de Dios y otros de extrovertida celebración del
mundo.
En este sentido es muy importante el papel de la familia. Uno de los más bellos
poemas de amor de nuestra poesía es, precisamente, “Cántico”, de inspiración
guilleniana, dirigido a su futura esposa en el que se encuentra (por vez primera)
sujetado en el mundo. Esto lo logra porque el sentimiento vivido de amor lo
“abre” ontológicamente, si queremos, al mundo, se lo descubre10. Vamos a
analizarlo por ser representativo en el conjunto de la obra y del tema de la
soledad:
9 Leopoldo Panero: Escrito a cada instante. La veleta. Granada, 2007.
10 En consonancia con este poema estarían “Sola tú”, “En tu sonrisa”, “Te quiero”, “Los pasos
desprendidos”, “Canción de la belleza mejor” o “Madrigal lento”.
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Es verdad que la tierra es hermosa y que canta el ruiseñor. La noche es más alta en tu frente.
[…] Es verdad el milagro. Todo cuanto ha nacido descifra en tu hermosura su nombre verdadero.
Por así decirlo, el amor abre los ojos del poeta, que adquiere una sensibilidad
despierta para poder admirar el mundo (no hay que ver aquí a la mujer como ideal,
como medida de todas las cosas, tópico romántico que aquí no es aplicable). La mujer
es el detonante de ese “recordar” como “despertar” que se le rogaba a Dios en La
estancia vacía.
La mujer devuelve así la esperanza al poeta en la vida, puebla su soledad (“Gracias os
doy, Dios mío, por el amor que llena / mi soledad de pájaros como una selva mía”). Se
produce un cambio en la visión del poeta ante sí mismo, hasta que llega a dudar de
cómo es, en una declaración de amor de gran hondura:
No sé la tierra fija de mi ser. No sé dónde empieza este sonido del alma y de la brisa, que en mi pecho golpea, y en mi pecho responde, como el agua en la piedra, como el niño en la risa. No sé si estoy ya muerto. No lo sé. No sé, cuando te miro, si es la noche lo que miro sin verte. No sé si es el silencio del corazón temblando o si escucho la música íntima de la muerte. Pero es verdad el tiempo que transcurre conmigo. Es verdad que los ojos empapan el recuerdo para siempre al mirarte, ¡para siempre contigo, en la muerte que alcanzo y en la vida que pierdo!
Y entonces nos da una frase esencial: “La esperanza es la sola verdad que el hombre
inventa.” Con esto Panero nos revela su consideración acerca de la esperanza, no
como confianza en el porvenir de forma pasiva, sino como estado de serenidad por el
que el hombre no se sumerge en vanas ilusiones, antes bien, es un permanecer atento
hacia lo que le rodea para dejarse golpear en el asombro de existir (de ahí las
tensiones con lo religioso).
Lanzará entonces un exhorto, no ya a Dios, sino a la humanidad reencontrada, a través
de su pareja:
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Lo más mío que tengo eres tú. Tu palabra va haciendo débilmente mi soledad más pura. ¡Haz que la tierra antigua del corazón se abra y que se sientan cerca la muerte y al hermosura!
“Lo más mío que tengo eres tú.” significa que la otredad, el hecho de reconocer “al
otro que uno mismo no es ni puede ser”, lo descubre a sí mismo ontológicamente. De
ahí que la “palabra de ella” haga la soledad más pura, es decir, lo deja solo pero en
abierto a todo lo que puede amar, percibir. El unir la muerte a la hermosura no es un
capricho retórico, sino el reconocimiento del tiempo como horizonte vital. Al llegar a
esta consideración, Panero propone el amor al mundo, el arraigo a lo que es tan
cercano a nosotros. Quizás esta postura es la que Dámaso Alonso empleó para
denominarlo poeta arraigado, pero lejos de ser una postura conformista y de evasión
es un posicionamiento solemnemente estoico en el que el poeta reconoce lo bello del
mundo y el don que es el poder compartirlo (quizás por esto su acercamiento a Dios
como refugio y “dador” de ese mundo en algunos poemas).
En una de las siguientes estrofas dice:
El tiempo ya no existe. Sólo el alma respira. Sólo la muerte tiene presencia y sacramento. Desnudo y retirado, mi corazón te mira. Es verdad. Tu hermosura me borra el pensamiento.
“El tiempo ya no existe” porque entendida la vida, teniendo sólo la certeza de la
muerte (“Tengo la muerte sola”, en la siguiente estrofa), es obligado para el poeta
vivir. En otro poema dirá que el amor es una “diaria tarea”, no se puede, por tanto,
permanecer pasivo y esperar una salvación mesiánica vencido al abandono del mundo,
todo lo contrario: un poeta pesimista y destrozado se está obligando a vivir porque,
aun en su dolor, reconoce la verdad de “lo otro” y se encuentra amando de una forma
que lo empuja a vivir. Vemos una curiosa forma de vitalismo pero, si acaso, la
declaración sincera de un hombre que intenta encontrarse a sí mismo sin renunciar al
mundo.
La presencia de Dios eres tú. Mi agonía empieza poco a poco como la sed. ¡Tú eres la palabra que el Ángel declaraba a María, anunciando a la muerte la unidad de los seres!
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“La presencia de Dios eres tú”, clímax del poema pues, al ir hilando referencias a la
mujer como detonante de su liberación de oscuras ataduras, termina reafirmándose
en que ella es lo que estaba esperando cuando había clamado a Dios desesperado.
Aquí “agonía” no significa pena o estado que precede a la muerte, sino “ansia o deseo
vehemente”, como la “sed”. Porque la unión ya es total y ni siquiera la muerte puede
ya suponer una barrera entre el poeta y lo amado, sino unirlos en igual ventura: la
palabra del Ángel a la que se refiere es la de amor, amor como unidad. No debe
desdeñarse aquí el magisterio de Vicente Aleixandre con su La destrucción o el amor,
que impresionó a Panero profundamente, considerando a Aleixandre uno de los
poetas más lúcidos y emocionantes de su tiempo.
No obstante, cabe citar la presencia de la soledad en otro poema, escalofriante y
místico, dedicado a su hijo Juan Luis, “Hijo mío”:
Desde mi vieja orilla, desde la fe que siento, hacia la luz primera que toma el alma pura, voy contigo, hijo mío, por el camino lento de este amor que me crece como mansa locura. Voy contigo, hijo mío, frenesí soñoliento de mi carne, palabra de mi callada hondura,
música que alguien pulsa no sé dónde, en el viento, no sé dónde, hijo mío, desde mi orilla oscura. Voy, me llevas, se torna crédula mi mirada, me empujas levemente (ya casi siento el frío); me invitas a la sombra que se hunde a mi pisada, me arrastras de la mano... Y en tu ignorancia fío, y a tu amor me abandono sin que me queda nada, terriblemente solo, no sé dónde, hijo mío.
El hijo simbolizaría un lazarillo que acompaña al poeta en la penumbra, camino a la
muerte, pero desde la fe en el amor (“y a tu amor me abandono”) y en lo que se ha
amado. Digamos que es la consciencia de la salvación no como promesa de una vida
eterna, sino la salvación como el haber vivido plenamente en este mundo de tal forma
que la muerte, aunque con cierto miedo (“terriblemente solo, no sé dónde, hijo mío”),
es aceptada con voluntad (“Voy, me llevas, se torna crédula mi mirada”).
18
Edición de Escrito a cada instante por La veleta, Granada (2007).
Foto de una de las misiones a Hispanoamérica. Podemos ver a Panero (2º por la izquierda) y a Rosales (el 4º por la izquierda).
19
2.2 La poesía como conversación: el tú esencial machadiano
Una vez la soledad es asimilada, aceptada la muerte, hermanado con el mundo, el
poeta tiende a volcarse hacia todo, hacia “lo otro”, pero siempre hacia un tú, ya sea
Dios, la familia, el paisaje…
En esto también hay una consideración poética del discurso, pues lo que pretende es
despojar a la poesía de retóricas vacías y excesivamente recargadas para lograr
establecer un diálogo indirecto con el lector. Así, la suya no sería una poesía donde el
poema es algo pétreo para deleite de la contemplación, sino algo comunicativo, pero
que lejos de ser una simple confesión es la expresión en busca de captar el
sentimiento.
Por ello, su poesía va a tender a la sencillez, a lo cotidiano, presentando como
escenario las tierras queridas de Astorga y tratando la realidad individual del poeta
para así, darse al mundo, hermanarse en búsqueda de la paz. De esta forma pretende
hallarse ese “tú esencial”, lo esencial y propio de lo que es ajeno al poeta, de lo que le
rodea. En su obra no es extraño, entonces, encontrar tantas referencias al paisaje
castellano, como bien pudo encontrar el joven Panero en los Campos de Castilla de
venerado Antonio Machado.
Además, en esta búsqueda del tú entrarían con gran peso todas las composiciones
elegíacas, que nos presentan diálogos hermosos con los que ya no están con el poeta:
“Adolescente en sombra” (a Juan Panero”, “España hasta en los huesos” (A Lorca),
“César Vallejo” (Al poeta peruano), “Epitafio a Dolores” (criada en su casa infantil), “A
un joven vecino muerto”…
No es de extrañar, pues, el talante conciliador en su vida pública ante la situación de
España. Quizás en Canto personal este estilo conversacional quede más patente que
en el heterogéneo Escrito a cada instante, pero es en la interpelación a Dios (La
20
estancia vacía ya fuera muestra de ello) donde se logra la mayor expresividad y
sensibilidad poética.
Es fácil saber cuándo se dirige directamente a Dios, pues utiliza mayúscula en la
primera letra del vocativo “Tu”, “Señor”… Trataremos el papel de lo divino en el
siguiente capítulo.
Es singular, como señalábamos, la conversación con elementos paisajísticos, así como
en “Laderas del Teleno”, “Camino del Guadarrama”, “Montaña con tiempo”, “A
espaldas de Madrid”, etc.
Sobre todos destaca “El peso del mundo”. En este poema se hace un canto al mundo
en su descubrimiento continuo a lo largo de la vida, desde el asombro, desde la belleza
de lo cotidiano. Ya comienza con el vislumbre de la luz, de raíces machadianas:
“Llenando el mundo el sol abre / la meseta más y más”. Nos está refiriendo la luz como
elemento que espacia ante los ojos la belleza del mundo, pero es aquí símbolo de la
sensibilidad del poeta que en su decir poético espacia haciendo “hablar” al mundo,
haciéndolo ser presente por el simple hecho de ensalzarlo. Esto último lo evidencia el
poeta al ser un contemplador activo, que se deja sorprender por el mundo, por “la
unidad / de lo que miran los ojos / humildemente al mirar”.
En este poema ya nos da una visión de la impotencia ante la búsqueda de Dios desde
la inmanencia, antes bien, el poeta quiere encontrarse en el mundo donde poder
sentir a Dios. Este giro rompe cualquier identificación con la hegeliana consideración
de la autoconciencia que en sí descubre lo ente del mundo para darlo así como
concepto que amoldar al referente físico. Estos versos nos lo demuestran con la
gracieta del ruido de los rebaños a modo de aviso de la presencia del mundo fuera del
interior del poeta:
Los ojos ven hacia adentro, buscando sombra, y al ras del rastrojo, los rebaños se responden al balar.
21
El poeta realiza un canto al fluir de la vida, ese instante que parece perenne que tan
cantó Machado, y lo congela para disfrutarlo un instante, hasta que nos dice:
Vivir, vivir como siempre. vivir en siempre y amar, traspasado por el tiempo, las cosas en su verdad.
Luego nos lo explica: “Vivir hoy y siempre, y estar / arraigado aquí y ahora”. Ésta es la
verdad de las cosas, es decir, el mundo en su presencia y en su ser la situación
fundamental del hombre. Casi Panero parece gritar con Husserl: “¡A las cosas mismas”.
Vemos en este poema un deseo de habitar el mundo y de amar esta empresa tal que lo
separan de los demás garcilasistas o arraigados. Porque, si bien se busca la paz y el
equilibrio, es un desiderátum, no un vencimiento a la ilusión o evasión de la realidad.
Panero está llamando en este poema a esa concordia que preconizó en sus viajes fuera
de España.
Aquí vemos un nuevo humanismo, una consideración del hombre no como sujeto
ético, res moralis, sino como una ser más en el mundo que debe desarrollar su vida sin
violar la especificidad de lo otro e incluso amarlo y socorrerlo si fuera necesario. En
este sentido destaca la influencia del Machado del “Juan de Mairena”, en la
preocupación por la otredad y el respeto fundamental a los seres que pueblan el
mundo. Es un proyecto, pues, de humanismo distinto al de sus coetáneos, que se giran
hacia el hombre social, obrero, en la tensión de las luchas de clases o, en el otro
extremo, hacia el hombre que convive bajo normas dictatoriales supuestamente
justas. Panero nos dice, como unidad de los hombres:
Una luz única fluye. Siempre esta luz fluirá desde el aroma del árbol de la encendida bondad.
Finalmente lanza un consejo para dejarse vivir, acogidos por ese peso del mundo que nos
mantiene unidos a él para desenvolvernos como hombres, mientras tenemos ese tiempo que
es nuestro para vivir en el amor a cuanto nos rodea:
22
Mientras el peso del mundo tira del cuerpo y lo va enterrando dulcemente entre un después y un jamás.
Basten para cerrar esta parte y entender la consideración de la poesía como diálogo
estos versos dedicados a la memoria de Manuel Machado, poeta hermano de Antonio
Machado:
Pienso en ti, y en tu clara lección de vida hecha… Tu verso, dialogado o hablado (porque espera contestación parece dialogado; y porque nada afirma y todo prueba), dice bien lo que quiere acompañar, e igual a todos llega: al que lo aprende de memoria, y canta, o al que lo olvida en la memoria buena, rimando, sin saberlo, cualquier día, su nuevo amor con tu palabra vieja.
Poesía como diálogo establecido con el lector, sincero (“nada afirma y todo prueba”,
sencillo y directo (“dice bien”, “igual a todos llega”), pues queda en el recuerdo o como
“sabor” de una sincera lectura de la expresión humana de un poeta. Es fundamental
entender el magisterio de los Machado en Panero para ver el abandono de los
formalismos vanguardistas y la hondura de su expresividad poética tan comunicante,
aun en los temas más oscuros y difíciles como el amor o Dios.
Con su mujer Felicidad Blanc, a mediados de los 40 en la casa de Astorga.
23
2.3 En torno al problema de Dios: Unamuno y Zubiri
Probablemente las siguientes palabras de Panero nos sirvan para entender su
quehacer poético: “la calidad de un poeta depende de la intensidad de su vida
espiritual y de la actitud del alma en contacto con las cosas”.
No es de extrañar entonces que, volcado hacia el mundo siempre, llegue Panero al
límite de todo lo cósico para habérselas con lo absoluto: con Dios. Alrededor de la
figura de Dios Panero elabora toda una red de reflexiones que encauzan todos los
temas de su poesía que ya hemos deshilado poco a poco.
Cabe analizar la presencia de dos pensadores españoles que lo influyen notablemente
en torno a la cuestión de lo divino: Miguel de Unamuno y Xabier Zubiri.
De Unamuno Panero admira la lucha poética continua por acercarse a la idea de lo
absoluto, la agonía continua del hombre por asirse a Dios para dar sentido a su vida y a
su muerte. Unamuno es un escéptico en el sentido etimológico de la palabra, pues no
es aquel que duda, sino que frente a los que creen haber hallado y ya se sientes llenos
de convicciones, el poeta intenta investigar siempre, escudriñar lo más hondo de su
inquietud.
Quizás estas palabras del propio Unamuno nos aclaren mejor su postura:
Se me dirá, "¿Cuál es tu religión?" Y yo responderé: mi religión es buscar la verdad en la vida y la vida en la verdad, aun a sabiendas de que no he de encontrarlas mientras viva; mi religión es luchar incesante e incansablemente con el misterio; mi religión es luchar con Dios desde el romper del alba hasta el caer de la noche, como dicen que con Él luchó Jacob. No puedo transigir con aquello del Inconocible —o Incognoscible, como escriben los pedantes— ni con aquello otro de "de aquí no pasarás". Rechazo el eterno ignorabimus. Y en todo caso, quiero trepar a lo inaccesible.
11
Por tanto, Unamuno siempre está en guerra consigo mismo, es el hombre que quiere
creer ciegamente y no puede. En efecto, va a reconocer la imposibilidad de acceder a
Dios mediante la razón, así como mediante la renunciación a la vida para dejarse cegar
por creencias. Dirá: “es cosa del corazón”. Porque, en definitiva, lo que para él vale es
11
Unamuno: Mi religión y otros ensayos, 1910.
24
la historia de los Evangelios, la vida de Cristo como enseñanza de una ética y unos
valores dignos, no la dogmática de la escolástica cristiana. Lo que busca Unamuno es
remover conciencias, hacer salir a los hombres del pozo nihilista que había preludiado
Nietzsche y que conducirá a Europa al desastre de la 1ª Guerra Mundial.
De siempre, rechazó escribir una obra de adoctrinamiento sobre la fe, uan obra en la
que hubiera un camino para llegar definitivamente a Dios. Siempre defendió su
libertad, incluso para contradecirse, en el puro sendero de la oscuridad y la eterna
pregunta. Una de sus mejores composiciones poéticas es El Cristo de Velázquez, en el
que repasa su consideración sobre la figura del mesías y la relación del hombre con
Dios. De ahí nos enseña que el alma está siempre sola, como vimos en un capítulo
anterior, y ello lo empuja a darse al mundo en la más absoluta solidaridad. Este vínculo
que Panero aprende de Unamuno, principalmente, le permite mantener esa tensión de
búsqueda, de reconocimiento de lo otro, y de entrega.
Baste contrastar la similitud de pensamientos entre dos poemas de ambos autores,
“La catedral de Barcelona”12 de Unamuno y “La catedral de Astorga” de Panero.
Formalmente ya destaca el uso del endecasílabo blanco, que Panero ya empleó
magistralmente en La estancia vacía. Unamuno lo había preferido por su ritmo estable
y con el fin de abolir la rima, dando fluidez al texto. Como trasfondo al poema, es
protagonista la personificación del templo, si bien en el primero es el sujeto de acción
(el que habla) y en el segundo es el destinatario del poema. En ambos textos queda
patente la profunda crisis religiosa que inunda el decir de estos poetas. Como señala
Manuel Alvar a propósito del poema de Unamuno, y que bien podríamos aplicar al de
Panero: “La visión del templo es mucho más que la fruición artística; es la fusión de la
arquitectura religiosa con el alma del hombre”.
En panero esta visión representa la mayor levedad del espíritu: ni el mar, ni la brisa, ni
la luz, ni la caricia materna son comparables a la ligereza y armonía de las sensaciones
producidas por el espacio sagrado. Cabría ver aquí, incluso, una interrelación entre la 12
Incluido en Poesías de 1906
25
catedral paneriana y la de fray Luis de León con su salmantina catedral en la “Oda a
Salinas”13. Pero Unamuno es un filósofo que pone de relieve la nihilidad de lo ente y,
en concreto, la insuficiencia de la explicaciones del hombre en cuanto al sentido de su
existencia. Por ello, se hace del todo necesario para evitar la caída en un abismo el
buscar el asidero más grande pensable, el punto donde todas las preocupaciones del
hombre encontrarían respuesta, que es Dios.
Quizás en este punto se ponga otra vez de manifiesto que Panero no es un poeta
arraigado tal como lo quiso ver Dámaso Alonso, pues no hay en él ninguna pasividad y
gozo ante el misterio divino, sino una “oscura certidumbre” una búsqueda agónica al
estilo unamuniano que provoca una de las mayores tensiones emocionales vividas en
la poesía española. Valgan los tercetos del soneto “El arrojado del paraíso”, que
representa la soledad del hombre que se pregunta por Dios, entre la fe y la
imposibilidad del encuentro:
Lo que Dios ha mirado sólo existe. Sólo existe la fe. La sombra piso de mi antiguo vivir y mi nueva muerte; la planta de mi pie camina triste, y arrojado del propio paraíso mi corazón se duerme para verte.
En Panero no se produce la negación de Dios o la continua duda para llegar a él, sino
un encuentro con lo otro y, por extensión, con “el Otro” que sería Dios. Dios sería así
una revelación que no halla referente físico en que apoyarse y, por tanto, la
disposición natural ante él es de angustia y de búsqueda. En palabras del propio
Dámaso en su estudio ya señalado:
“Si toda poesía (directa o indirectamente) busca a Dios, diremos ahora, con Leopoldo Panero, que esta búsqueda lleva apareado el fracaso.”
13
Bien es rastreable el tópico del beatus ille (“dichoso aquel”) que en el poeta renacentista es tan característico. Panero va a admirar de esta poesía, precisamente, la armonía establecida con el cosmos y la naturaleza, que hermanan al hombre con su entorno en una vívida comunión con Dios.
26
Me parece muy revelador el soneto “A mis hermanas” en este sentido, del que aporto
el 2º cuarteto y el 2º terceto:
Alguien cuenta, sin voz, el viejo cuento de nuestra infancia, y nuestra sombra juega trágicamente a la gallina ciega; y una mano nos coge el pensamiento.
[…] ¡Estamos siempre solo, siempre en vela, esperando, Señor, a que nos abras los ojos para ver, mientras jugamos!
Así, el hombre estaría siempre a ciegas, como en el infantil juego, trágicamente (tan
unamuniano), buscando a través de esa mano que guía (la de Dios, que dirige el
pensamiento). Pero el poeta mantiene su corazón en vilo esperando la revelación
absoluta durante su búsqueda. Lo trágico, a la manera que Unamuno había señalado
en Del sentimiento trágico de la vida es la mortalidad del hombre que ansía
enternizarse, ser como Dios, y por ello lo interpela, lo busca en una búsqueda que
desde el principio se reconoce inútil, pero balsámica, de alguna forma. Dirá en el 2º
cuarteto del soneto “Piadosamente, las estrellas”:
Así mi corazón en la corriente siente Tu oscuridad, Tu fe devana, y recibe el latir de Tu lejana fuente de vida, cristalina fuente.
De este modo, cabría ya acercarse a la gran influencia de Panero en la cuestión
teológica de la vida: Xabier Zubiri. Zubiri había estudiado el pensamiento
fenomenológico en Friburgo con Husserl y Heidegger en 1929. Su impacto en el
panorama español llega con la publicación de su célebre artículo En torno al problema
de Dios (incluido en Naturaleza, Historia, Dios en 1944, junto con otros artículos de
similar temática)14.
Zubiri rechaza la vía epistemológica de la escolástica metafísica (como por aquellos
años Heidegger había venido haciendo), y se enfrenta al problema de Dios desde
14
De este artículo extraemos nuestra disertación sobre la filosofía zubiriniana.
27
nuevas perspectivas. En un principio, el hombre es el ente que participa de
inteligencia, de sentidos y de la capacidad para entender lo sentido: tiene una
inteligencia sentiente. Éste es el gran concepto de toda la filosofía zubiriniana.
De tal forma, el hombre no puede estar desligado del mundo para comprenderlo,
sino que ya está ahí, en su meollo, y no sólo lo percibe sino que es interpelado por él.
Esto significa, para Zubiri, que la realidad no es el conjunto de entes existentes como
en la metafísica tradicional, o el conjunto de los casos como en Wittgenstein, sino que
es lo percibido como siendo en su presencialidad dentro de aquello que es dado
(mundo), lo que él llama “de suyo”. Así, la realidad no sería forma allende de la
percepción, descubierta en la autoconciencia de la res cogitans, sino que estaría en la
percepción: en la aprehensión de la realidad ésta se capta como tal, el hombre
entiende como real lo que percibe como presente. Aquí ya se nos ponen en íntima
relación el intelecto y lo sensorial.
Por tanto, Zubiri va a afirmar que no existen sustancias aisladas sino sustantividades,
unidades de estructuras y funciones que el hombre percibe en su “habitud”, en
palabras del filósofo. Zubiri quiere hacer notar como en lo cotidiano está ya presente
el ser que Heidegger nos enseña que pasa desapercibido y que es en el propio hecho
de experienciar lo real el momento en que el hombre se puede abrir a la comprensión
del ser.
Cabe ver en Panero una relación con este concepto, en lo que Zubiri dice sobre la
esencia, a saber, que la función de ésta no es especificar la realidad, sino estructurarla.
La substantividad sería pues un momento físico de (conformación de partes) y no
lógico; en este sentido la unidad estructural de una cosa es “constitución física
individual”, que la descubre como “cosa”, como esa cosa que es ajena al
contemplador, que es “lo otro”. El ser se funda, por tanto, en la realidad, y el ente es lo
que es en cada caso, consistiendo en lo que hay. Ésto es capital para entender el canto
de Panero a las cosas de esa humildad que hemos visto antes, con los ojos abiertos
para ver y dejarse impresionar por lo visto: el asombro de la existencia del mundo en
que está arrojado el hombre.
28
No cabría entender en Panero el esencialismo de Juan Ramón Jiménez que culmina
en Dios deseante y deseado con la idea del poeta-dios, como una especie de
organizador del mundo en un “recrearse el mundo para sí desde sí mismo”. Panero no
está pensando aquí en el Nous de Anaxágoras o en el Demiurgo platónico, más sencillo
que todo eso, está pensando en el hombre, podríamos decir, que se sube al monte del
Teleno para que su escasa altura de hombre no le entorpezca la visión del paisaje.
Panero no se opone como sujeto pensante a los objetos de su pensamiento, sino que
camina por las tierras de León dejándose asombrar, casi infantilmente, ante la realidad
en la que se encuentra y a la que se ve ligado indefectiblemente para encontrarse a sí
mismo.
Este abrirse, este estar volcado al mundo en el ser es lo que formulará Zubiri con un
concepto capital en su pensamiento: la religación.
La religación es la realidad apoderándose del individuo, se trata de un hecho
experencial, de una vivencia, de la “dimensión teologal del hombre”. La religación es el
fundamento que nos liga a la realidad y que plantea claramente el “problema de Dios”.
El carácter incoativo de la razón presenta a Dios como vía posibilitatoria; y la que parte
de la religación nos lleva de hecho, al problema. Toda búsqueda de fundamento, (en
cuanto que intelección con detenimiento) nos presenta ante la principalidad.
Pero aquí fundamento no debemos entenderlo como principio, origen, sino como lo
esencial, lo más propio que, parafraseando a Machado, el hombre individual es todo
aquello que no son las cosas que lo rodean, es lo otro que se reconoce como sí mismo
frente a la otredad circundante. Zubiri denuncia la vía epistemológica tradicional, en la
que Dios es una realidad-objeto. Dios no puede ser nunca objeto del hombre, sino en
todo caso fundamento. La religación no es el problema, Dios, sí.
Si estamos en el mundo y buscamos su esencialidad, su unidad, no podemos
encontrarla en algo constituido como está constituido al mundo (causa de la causa, ad
infinitum, que ya había presentado Santo Tomás de Aquino como prueba de la
29
existencia de Dios, al considerarlo causa prima). Panero intenta forzarse a encontrar
en la dogmática cristiana la verdad de Dios, pero la suya será siempre una relación sin
encuentro, el fracaso que antes decíamos. Pero es singular ver en un hombre que
tiende al catolicismo la idea de Dios como señal de la existencia de las cosas (la
“unidad de los seres” en “Cántico”, como vimos, como espaciamiento que permite al
hombre descubrir al hombre en su dejar aparecer a las cosas con los ojos abiertos y
cantar la relación del hombre con el mundo (el canto a al artesanalidad de los
materiales de la naturaleza, el canto mismo a la naturaleza,…).
Con esta cotidianidad y sencillez aparente, Panero se adelanta al último Heidegger,
de “Tiempo y ser”, con el concepto de lo divino como espaciamiento para el Ereignis o
“acontecimiento apropiador” en el que se produce una donación y retracción
recíprocas entre hombre y ser para lograr la comprensión de lo que es.
Vemos por tanto que Panero va a realizar una introspección hacia dentro y hacia
fuera para lograr acercarse a la consciencia de Dios. No en vano, Dámaso Alonso había
dicho sobre la poesía:
“Toda poesía es religiosa. Buscará unas veces a Dios en la Belleza. Llegará a lo mínimo, a las delicias más sutiles, hasta el juego, acaso. Se volverá otras veces, con íntimo desgarrón, hacia el centro humeante del misterio […] Si se vierte hacia las grandes incógnitas que fustigan el corazón del hombre, a la gran puerta llama. Así va la poesía de todos los tiempos a la busca de Dios…15
Unamuno (en 1925) Zubiri (Años 40)
15
Op. cit.
30
2.4 La mística paneriana: sondeando lo oscuro Después de haber hecho una aproximación a las influencias filosóficas en la poesía de
Panero a razón de la búsqueda de Dios, debemos introducirnos más a fondo en su
poética para ver ese sondear en lo oscuro del poeta para encontrar a Dios, y cómo
articula la palabra poética hasta los límites de lo decible.
Hay varios poemas capitales en este sentido, dentro de Escrito a cada instante que,
ya vista La estancia vacía, nos permiten desarrollar el camino de Panero en la
búsqueda de Dios.
Para llegar a Dios, Panero se introduce en lo más oscuro del pensamiento, el límite
donde el lenguaje casi no tiene referente sobre el que decir nada:
Materia transparente
Otra vez como en sueños mi corazón se empaña de haber vivido... ¡Oh fresca materia transparente! De nuevo como entonces siento a Dios en mi entraña. Pero en mi pecho ahora es sed lo que era fuente. En la mañana limpia la luz de la montaña remeje las cañadas azules de relente... ¡Otra vez como en sueños este rincón de España, este olor de la nieve que mi memoria siente! ¡Oh pura y transparente materia, donde presos, igual que entre la escarcha las flores, nos quedamos un día, allá en la sombra de los bosques espesos donde nacen los tallos que al vivir arrancamos! ¡Oh dulce primavera que corre por mis huesos otra vez como en sueños...! Y otra vez despertamos.
El poeta busca a Dios allí donde estuvo (el pecho), pero sin encontrarlo (“ahora sed lo
que era fuente”). Dios es como una materia transparente (nieve en su derretimiento),
siempre presentida, pero en el fondo inasible. No obstante, embarga al poeta y lo
arraiga en la búsqueda continua (“nos quedamos / un día, allá en la sombra de los
bosques espesos…”). La tensión sueño-despertar con esa corriente-primavera
presentida simboliza la pugna del hombre por llegar a Dios, a algo que lo está
31
moviendo en lo más hondo de su ser sin poder, en definitiva, llegar. En este sentido la
corriente ya la encontramos en el pórtico de la obra, “Invocación”, donde Dios es como
una ola de paz por fluir anegando el mundo con quietud (imagen que desarrolla todo
el poema). Comienza así:
¡Oh, fluye tú feliz, ola tranquila del corazón de Dios, dando a mis pulsos tanta viviente paz, sobre esta cumbre -delgada ya-, donde mi voz resuena, con el rumor de Su presencia sola, en la vencida luz que deja agosto, tras el verdor de los viñedos áurea!
Vemos en este fragmento que aunque la búsqueda de Dios va a ser el hilo argumental,
éste es “el rumor de Su presencia sola” que mueve al poeta a cantar (“mi voz
resuena”) en su busca.
El gran poema que define la búsqueda en la que Panero vierte sus ansias poéticas y
espirituales es “Escrito a cada instante” que da nombre a la obra. Aquí es fácil ver esa
inteligencia sentiente zubiriniana:
Para inventar a Dios, nuestra palabra busca, dentro del pecho, su propia semejanza y no lo encuentra, como las olas de la mar tranquila, una tras otra, iguales, quieren la exactitud de lo infinito medir, al par que cantan... Y Su nombre sin letras, escrito a cada instante por la espuma, se borra a cada instante mecido por la música del agua; y un eco queda solo en las orillas. ¿Qué número infinito nos cuenta el corazón? Cada latido, otra vez es más dulce, y otra y otra; otra vez ciegamente desde dentro va a pronunciar Su nombre. Y otra vez se ensombrece el pensamiento, y la voz no le encuentra. Dentro del pecho está. Tus hijos somos, aunque jamás sepamos decirte la palabra exacta y Tuya, que repite en el alma el dulce y fijo girar de las estrellas.
32
El hombre intenta nombrar a Dios en la conciencia racional, y no encuentra la
respuesta a su pregunta, el Dios hecho a su imagen y semejanza (que diría Feuerbach).
En estos tres primeros versos Panero ya nos da a entender que su religiosidad va a ser
algo vivido en el sentimiento, lejos de la dogmática y la escolástica.
Entonces nos da la bella imagen de la espuma escribiendo el nombre de Dios en la
arena, el nombre que ningún hombre podría dar (“Y Su nombre sin letras”, lo que lo
desmarca del esencialismo juanramoniano), que “se borra a cada instante”, tan sólo
queda el rumor. Este rumor, que ya presenta al inicio de la obra como vimos, no es
banal, sino que lo podemos ver en la “oscura noticia” que Dámaso Alonso cantara en
su obra Oscura noticia de 1944 y que toma de San Juan de la Cruz, quien nos señala
esa noticia de Dios tan oscura que no es sino su amor, como presencia en el corazón
de los hombres:
“Por lo cual, al modo que es la inteligencia en el entendimiento, es también el amor en la voluntad; que, como en el entendimiento esta noticia que le infunde Dios es general y oscura, sin distinción de inteligencia, también la voluntad ama en general, sin distinción alguna de cosa particular entendida.”16
Dámaso Alonso nos lo expresará en versos como: “No sé, sólo me llega en el venero /
de tus ojos, la lóbrega noticia / de Dios.” (en el poema “Ciencia de amor”). Y en Hijos
de la ira, en el poema “Las alas”, nos señala esa oscura noticia como amor de Dios,
presencia en su ausencia misma como “música callada o soledad sonora” (como dice
en la 15ª lira en Cántico San Juan de la Cruz): “… me vino la noticia, / la lóbrega noticia
/ de tu amor”.17
Al referirse Panero en la siguiente estrofa al corazón profundiza en la idea del vaivén
del mar en ese torpe intento por alcanzar a Dios (“Y otra vez se ensombrece el
pensamiento / y la voz no le encuentra”). Pero nos señala el lugar de la noticia de Dios:
16
En el comentario a Llama de amor vivía. Para la obra de San Juan de la Cruz se ha consultado el siguiente tomo. San Juan de la Cruz: Poesía. Cátedra. Madrid, 2010. 16ª edición. 17
Tanto para la información sobre Oscura noticia e Hijos de la ira se ha consultado la siguiente edición de Hijos de la ira. Dámaso Alonso: Hijos de la ira. Castalia. Madrid, 1988.
33
“Dentro del pecho está”. Aquí no pretende significar la dicotomía inmanencia-
transcendencia, sino que a Dios no se llega por el pensamiento sino por el sentimiento,
como ese “habitud”, en el “ethos” que según la carga vocálica en griego puede
significar “costumbre /carácter” o “morada”. Dios sería, entonces, algo así como ese
morar que en el hombre encuentra refugio para volcarlo a un habitar en el mundo con
solidaridad hacia los seres. Así vemos que Panero está en consonancia con la avanzada
filosófica de Zambrano en cuanto a la “razón poética” y la dimensión “ética”
heideggeriana como un “habitar poéticamente la tierra”, ésa que ya hemos entrevisto
en la obra paneriana.
Otra forma de ver la consonancia de Panero con la poética religiosa no escolástica es
recordar aquellos versos de Hölderlin en su poema “Patmos”18:
Nah ist und schwer zu fassen der Gott. Wo aber Gefahr ist, wächst das Rettende auch.
(Cercano está y difícil de captar el dios. Pero donde arrecia el peligro crece la salvación.)
¿Cuál es el peligro y qué es lo que salva? Heidegger apuntó genialmente que aquí el
“peligro” es que Dios pueda ser captado por el hombre, apresado, pues que Dios es lo
absolutamente ajeno al hombre y éste no puede pretender dejar de ser mortal. Que lo
que “salva” crezca no habla de la inmortalidad del hombre ni promesas de vida eterna,
sino del estar en vilo ante la sensibilidad de lo divino, de esa señal que hace ver al
hombre que es hombre y nada más, que no puede hacerse ilusiones de inmortalidad ni
ser “lo otro” que lo rodea. Lo que significa es que en la búsqueda de Dios el hombre
sólo puede descubrir su ser propio y “lo otro”, como ya señalamos en otros capítulos, y
entonces comienza a asombrarse y respetar el mundo, fundando una ética distinta de
todas las éticas: una ética no formalista, sino sentida, humana, poética si se quiere,
18
Friedich Hölderlin: Antología poética, edición bilingüe. Cátedra. Madrid, 2012. 5ª Edición.
34
donde el hombre no viola el ser y presencia de lo que le rodea. De ahí que los poetas lo
canten constantemente, tal es el caso de Panero, como venimos apuntando.
Panero termina el poema situando a la humanidad como “hijos de Dios” no el sentido
de emanaciones divinas encarnadas, sino que coloca la conciencia del hombre fuera de
sí, bajo una ley que no controle ni haga a su medida. Por esto, conviene afirmar De ahí
que señale lo imposible de la búsqueda al no poder llegar a la “palabra exacta y Tuya”,
lo cual acrecienta la idea de esa ética suprahumana, casi visto como el übermensch de
Nietzsche, que postuló de forma similar la presencia del hombre en la tierra con un
cariz vitalista, rechazando el dios cristiano, pero no la idea de lo divino como ética.
Resuenan en este final los versos de Rilke en la 9ª “Elegía de Duino”19:
¿Acaso estamos aquí para decir: casa, puente, fuente, puerta, jarra, árbol frutal, ventana; a lo más: columna, torre?... Sino para decir, compréndelo, oh para decirlo así, como íntimamente las cosas mismas nunca creyeron serlo.
Como Rilke, la palabra poética de Panero no quiere el esencialismo juanramoniano de
hacer de la conciencia un bastión donde crear el mundo para luego extrapolarlo hacia
lo ente, sino que quiere ensalzar las cosas, señalarlas para darles la importancia que
merecen, ellas que no tienen voz. Se hace ser a las cosas, en una suerte de
personificación, pero dejándolas ser ellas mismas, el hombre se sirve de la natura en
una simbiosis y no en un dominio técnico y deshumanizado.
Podemos ver en Panero la gestación de un nuevo humanismo, que ya habíamos visto
al hablar de “Cántico”, al descubrir a los seres, “lo otro”. Pero ya en la búsqueda que
comenzó en La estancia vacía nos decía Panero que descubre a Dios: “a través de los
hombres”, “cuando abrazo / a un amigo al reír, a un hombre muerto, / a un corazón
que late”. Es la vida misma lo que el poeta quiere respetar por encima de todo, bien en
los seres animados o inanimados, tal podemos entender después de la experiencia de
19
Rainer María Rilke: Nueva antología poética. Austral. Madrid, 2009. 6ª edición.
35
la Guerra Civil. Por ello, la ausencia de Dios provoca la angustia que se sacia sólo en la
búsqueda, aun con el pesimismo del no encontrarse:
Señor, el hacha llama al tronco mudo, golpe a golpe, y se llena de preguntas el corazón del hombre donde suenas.
De ahí que la palabra poética de Leopoldo Panero no pueda sino ser, como su poema
homónimo, “Canción en lo oscuro”. Este poema ya comienza con un diálogo con Dios
que destaca por el uso del verso largo, a modo de versículo y el polisíndeton que le
confiere un tono grave de letanía:
Y nos dejaste confiadamente en lo oscuro y nos hiciste creer en Tus enigmas, alentar en lo íntimo de Tus profecías, y nos contemplaste para siempre en lo más oscuro de Tu espíritu, y nos hiciste parecidos a la sombra.
El hombre es así, en sí mismo, un enigma que Dios no resuelve. Avanza señalando ese
peligro que vimos en Hölderlin: “Mezclados al peligro vivimos, y al sabor que no es
tiempo, y a la libertad que nos basta”. Seguirá tendiendo su voluntad a la fe, un
dejarse vivir en el reconocimiento de lo bello del mundo, pero reconociendo en todo
momento lo oscuro (la oscura certidumbre del amor sentido en el corazón). La poesía
funcionaría como “desocultamiento” en el sentido de la ἀλήθεια griega (“alétheia”),
que señala al mundo de forma análoga a como Dios se convierte en señal de lo que
hay en el mundo. Lo que hay en el mundo es visto, precisamente, como “lo que hay”,
“lo existente en su presencialidad”, que diría Heidegger.
El final es la confesión de que Panero encuentra Dios y su sed en el dolor, por ello
busca curar su pena. Así es que se vuelca hacia el que da todo lo que le rodea y su
postura es la de entrega humilde en la hora “de ensombrecerme, / de quemarme.” El
poeta, lanza un grito desesperado hacia aquello que lo sobrepasa como hombre y que
lo interpela para descubrirse hombre mortal que sufre porque se ve afectado por el
mundo.
36
Es de una belleza singular entender este acercamiento tan tenso entre el poeta y Dios
en un mundo ensombrecido por las guerras y las mentiras, buscando en Dios la luz, el
nuevo humanismo. Pero esta paz que se busca en Dios tiene doble filo, pues empiezan
a ser problemas para la fe cuestiones que antes no lo eran. Así nos lo aclara Unamuno:
“Si me buscas es porque me encontraste / mi Dios me dice.”
Para cerrar este capítulo nos detendremos en el análisis de uno de los poemas más
complejos de Panero que une en torno a Dios los temas que venimos apuntando:
amor, soledad, dolor, humildad, fe. “Quizá mañana”, escrito con abundancia en
versículos y verso blanco. Recurre a la anáfora “quizá mañana” y al polisíndeton, tan
característico de su producción más emotiva.
Sí, quizá mañana; quizá mañana, y ahora estoy tan tranquilo, y ahora respiro como debajo de un sudario, y ahora estoy escribiendo palabras oscuras, debajo de las estrellas, iluminado sólo por mi alma.
El poeta se sosiega en el acto mismo de traslucir su sentimiento en la escritura,
“palabras oscuras” que se ven iluminadas por el alma. Es el hombre buscando a Dios,
pero también buscándose a sí mismo. Aparece la idea de la memoria como horizonte
de la vida, lo que “salva” es la continua ligazón del hombre a su historia personal:
[…] Y las horas, como una caricia interminable, como si se abrieran lentamente las puertas, tornan ligeramente desde lo más olvidado, regresan desde lo invisible, a posarse en este papel donde escribo, y quizá la postrer palabra no llegue a rozar su blancura.
Lo “olvidado”, lo “invisible”, que quizá no alcance la palabra es Dios. Por eso el poeta
quiere entregarse, pero su actitud es de temblor, de duda que quiere disolverse en el
amor que busca en Dios como amor mismo para aliviar su dolor existencial:
Sí, quizá mañana, quizá mañana mismo me tenderé hacia Tus manos, Padre mío, me tenderé temblando, adivinándome en Tu alma, […]
37
y miro a mi alrededor para cerciorarme de que vivo, para olvidarme de que vivo, desprendido del todo entre Tus brazos.
Así prosigue repitiendo el concepto del “temblor” ante la interpelación de Dios por
sus faltas, con la consciencia de que podría morir en cualquier momento y así es que
en lo oscuro inspecciona su interioridad dejándose interpelar por Dios: “y quizá
mañana seré otro, y no sé dónde, y mi alma tiembla, / porque sé que es verdad, que
quizá mañana me preguntarás”, “las palabras me responden oscuramente, como si
algo muy profundo estuviera vibrando”.
Entonces retoma el tema del cuerpo vacío, para señalar la futilidad del hombre al que
quiere exhortar a vivir: “y quizá mañana todo habrá cambiado, todo será como una
casa abandonada”. Porque la muerte es certeza siempre y una inminencia inludible
para el hombre: “habré pasado […] / quizá mañana mismo la hora que está ya viva en
el futuro”.
Es la muerte la que hace al poeta interpelarse por el sentido de su vida, sentir un
dolor existencial, y lo obliga, paradójicamente, a vivir. Aquí encontramos resonancias
de la filosofía heideggeriana sobre la vida auténtica que reconoce la muerte y obliga al
hombre a cerrar su vida en el acto mismo de vivir, atento a su estar en el mundo sin
desviar su vista con vanos entretenimientos. De esta forma, Panero encuentra en la
reflexión sobre la vida que la idea de la muerte le proporciona la serenidad del amor
de Dios que busca para vivir plena y humanamente en el mundo:
la hora que cuelga como una lámpara tenuemente velada cada día, la hora de que esta sed naciera, de que este amor bajara de las estrellas de una noche, la hora de esta claridad que está sonando dulcemente en mi alma.
Dios es la claridad entendida como amor que descubre el mundo a los ojos del
hombre y al mismo tiempo lo liga a él. La zozobra existencial vivida va a volcar
entonces las dudas y sufrimiento no hacia el mundo, sino hacia la idea de Dios, esa
“sed nacida” o “amor en la noche”. A esta oscuridad profunda, de angustia y
búsqueda, le corresponde una “claridad” que va pareja al hombre en su poder
experimentar el amor al mundo desde la idea de Dios como “espaciamiento”, como
38
señal de su obra, si bien su obra no es tal por una interpretación creacionista, sino por
una idea de provocar en el hombre la “consciencia del haber del mundo”.
Lo podemos entender desde lo que Heidegger llamó Lichtung o “despejamiento”, por
el cual el hombre es el lugar en el que la interpelación del Ser (o de la idea de lo divino,
como en Panero) “abre los ojos”, esto es, abre la sensibilidad para que el hombre
comprenda y habite el mundo en que está arrojado.
Sin embargo, como ya apuntamos repetidas veces, en Panero la tensión con lo
religioso es perenne y ello provoca en el poeta un gran sufrimiento que al final sólo
logra vencer, como hemos entrevisto, en el amor. Quizás la búsqueda de Dios para él
no haya sido sino el anhelo de esperanza, de apoyo en una época histórica difícil que él
mismo, a nivel personal, vivió desde una continua congoja.
39
2.5 La dicotomía amor-dolor: la búsqueda de la esperanza
Conviene fijarse en que este dolor tan al estilo de Unamuno que Panero transmite es
el detonante que nos ofrece sus composiciones de mayor hondura, como hemos visto
en La estancia vacía y varios poemas de Escrito a cada instante.
En este sentido, la poesía conversacional de Panero tendería, en su invasión de lo
oscuro, hacia el silencio. Aquí el silencio tendríamos que entenderlo desde un cariz
ontológico, es decir, aquel estado en que el sentido de la palabra toma al referente,
toma cuerpo (como en el Génesis: “Y el verbo se hizo carne”). La palabra sería la
consecuencia inevitable del sentir del poeta en la experiencia vital, como el mismo
Panero dice a tenor de la poesía como conversación:
“La poesía como conversación. Diferencia entre conversación y charla. La poesía es casi silencio: algo misteriosamente comunicado y convivido.”
La poesía sería, pues, un camino para lograr ese silencio en que el poeta puede
“sentir conscientemente” el misterio al que encamina su búsqueda. El lenguaje tendría
que retorcerse casi, perderse en su decir hasta hallar ese “punto cero” sobre el que
décadas después trabajará el poeta José Ángel Valente. Baste este significativo
fragmente del soneto “Decir con el lenguaje”:
¡Decir con el lenguaje la ventura de nuestra doble infancia, hermano mío, y escuchar el silencio que te nombra!
El silencio simboliza también el “acaecer” de la memoria, el lugar en que lo real se
mezcla con lo vivido y sólo queda la emoción que golpea el corazón del poeta. Por eso,
Panero va a ser, sin duda, uno de los poetas más sinceros en su decir, eliminando
cualquier retórica hueca, al estilo de Antonio Machado, quien aspiraba a decir “unas
pocas palabras verdaderas”.20
20
A. Machado: Soledades. Galerías. Otros poemas. Cátedra. Madrid. Madrid 2010, 19ª Edición.
40
En el soneto “Por donde van las águilas” nos queda clara la dicotomía oscuridad-luz
donde la luz es presentida sobre lo inmóvil (la roca como símbolo de Dios, de la
serenidad a la que aferrarse”). El silencio es la señal de lo que se puede sentir, esa luz
reveladora (la “oscura noche del alma” que San Juan nos dibujaba en sus famosos
versos):
Entre las piedras brilla la lumbre soñolienta del sol oculto y frío. La luz, de rama en rama, como el vuelo de un pájaro, tras la sombra se ahuyenta. Bruscamente, el silencio crece como una llama.
Lo oscuro, lo silencioso, como paso previo para ese espaciar del hombre ante la luz
divina, ese momento místico de Lichtung (despejamiento) que necesita de un lenguaje
que no esté sujeto a los condicionantes de la referencialidad, un escuchar la palabra
que consiente en ser dicha. Como bien advertirá Valente ante el permanecer sensibles
a lo trascendental del mundo: “no separes / la sombra de la luz que ella ha
engendrado."21
Panero está dejándose abrir para acoger la idea de lo que pueda ser lo divino, cuya
respuesta es infructuosamente hallable. Valente a este respecto me parece
especialmente sagaz al afirmar en “Punto cero”22: “la respuesta es anterior a la
pregunta / y no puede encontrarla.” De ahí que en Panero podemos ver en todo
momento la lucha por encontrarse con Dios, sin poder hallarlo.
En esta idea de lo oscuro-silencioso para llegar al despejamiento, podemos ver el
“retirarse púdicamente”, el dar paso al mundo para florecer en la mirada del hombre
sensible a su entorno. Está presente aquí la idea del beatus ille de fray Luis, que Panero
podría dejar impregnado en el “Pequeño canto a la Sequeda”23: “La Sequeda es una /
costumbre del alma / y a un lado del mundo / donde todo calla”.
21
J. A. Valente: Obra poética 2, “Material memoria” (1977-1992). Alianza Editorial. Madrid, 2001. 4ª reimpresión. 22
J. A. Valente: Obra poética 1, “Punto cero” (1953-1976). Alianza Editorial. Madrid, 2001. 4ª reimpresión. 23
No incluido en Escrito a cada instante. Consultado en la siguiente antología. Leopoldo Panero: Memoria del corazón, antología poética. Renacimiento. Sevilla, 2009.
41
Pero el silencio es “llama”, es “lumbre”, como ya vimos. En él está implícito el peligro
que salva al hombre. En “Los náufragos” nos confiesa el itinerario seguido:
Ya sé que no le ven mis ojos. Ya sé que vivo lejos de sus estrellas sombrías. Ya sé que de su música sólo la sustancia me llega a través del corazón dulcemente. Pero contemplo el mar, las anchas olas verdes, el ruido donde me quemo, el hoy gris entre las montañas.
Aquí Panero ya ve clara la imposibilidad de la unión con Dios, pero lo reconoce en su
sentimiento (“a través del corazón dulcemente”), y contempla el ruido inasible (el
rumor) donde se hace presente Dios, aun en la penumbra (“el hoy gris”).
Su sentimiento no es sólo creencia, es un grito desesperado de encuentro, un
interpelación:
Todos, en las noches oscuras, hemos sentido la plenitud de mirarte cara a cara. Hemos amado el inmenso vacío del amor. Hemos (como en la esquina de una calle), recibido la tiniebla, la bofetada con lágrimas, desde el dulce terror de las olas.
El poeta llega a asimilar, que si es en la ausencia de Dios donde puede sentirse cerca
de él (recordemos los versos de Hölderlin, anteriores), entonces vale la pena el
sufrimiento para afirmarse en su descubrimiento del amor, a través de la búsqueda
imposible:
Pero ahora es más hondo, más fino mi dolor. […] Los náufragos palidecen también y se hunden en la profunda calma.
De esta forma, lo propio del que busca a Dios es el “naufragio”, que ya vimos en la 2ª
seguidilla de La estancia vacía. Pero el hombre, en su revolverse contra sí mismo
42
siempre estará solo, hasta el pesimista final en que ni Dios parece socorrer la angustia:
“morimos en cambio desde lejos, / y nadie sabe dónde tampoco”.
Así pues, el gran proyecto de la poesía de Panero, entendido el lugar en que hundirse
con todo su ser para hallar respuestas, un sentido a la vida, Panero va a crear la
esperanza (“la sola verdad que el hombre inventa”, que dijo en “Cántico”), a través del
amor.
El amor en la poesía paneriana es el hilo por el que todo su camino se va fraguando
en el sostener al poeta durante su hundimiento. En “De tu honda luz”:
Cariño es al latir lo ya vivido. Con nuevo sino y voluntad más pura, y más clara verdad que la soñada, mi pasado refrescas en tu olvido hacia una virgen juventud futura que duerme oscuramente en tu mirada.
La esperanza la forja el hombre al crearse su destino, hacerse escogiendo sus
posibles, que diría Heidegger. El hombre agarra su dolor y se lo da a Dios en señal de
amor y sufrimiento, para consolar al poeta en el futuro que se abre (“duerme
oscuramente en tu mirada”). El futuro no es predecible por el hombre, pero tampoco
es obra sólo del Dios, sino que el hombre parte de una voluntad pura (“ética”) en la
que hallar la armonía necesaria para el vivir.
Trayendo otra vez el canto a la Sequeda, dice Panero:
¡Ojalá que un día quien su tierra labra mire el surco henchido por el agua clara, por la acequia pura que en mi pecho canta, cristalinamente, desde la esperanza!
43
Aquí el poeta ya nos da la fórmula, con ciertos símbolos típicos machadianos que el
poeta redefine hacia la esperanza, venciendo al tiempo en el amor al mundo
reencontrado. En lo cotidiano, la vida humana (“quien su tierra labra”) debe verse todo
lo que se ha vivido (“surco henchido”) por un tiempo que el hombre hace suyo para la
vida plena (“agua clara”). Así el hombre vive plenamente (“acequia pura”) y encuentra
en el amor (“en mi pecho”) con la revelación (“cristalinamente”), la esperanza en que
el sentido de la vida no es sino la vida del sentido: es el destinarse, hacerse en el
mundo con las cosas y lo amado de forma desprendida siendo consciente de todo lo
que se vive, con los ojos bien abiertos, para no dejar nada a la suerte del olvido”. Casi
valdría recordar para esta postura de Panero el sincero exhorto de Vicente Aleixandre:
“Amar, amar, ¿quién no ama si ha nacido?”24
No puede ser entonces otra la consecuencia de este volcarse al mundo el de la total
sorpresa. Este concepto lo desarrolla con gran precisión en “Introducción a la
ignorancia (nana para Leopoldo María): “Se te ve sonreír donde no estaba nadie”. Esta
idea la desarrolla extendiendo este asombro a todas las cosas del mundo,
resumiéndose en una profunda reflexión sobre la vida: “Nadie estaba, / y llegamos de
repente, / sorprendiendo a las cosas en su origen”. A partir de aquí cabe preguntar:
Nadie estaba: ¿Para quién todo aquello? A lo que el poeta responderá afirmando la
existencia de su hijo, como símbolo de la humanidad, para quien está el mundo “ahí”
para vivirse con él.
Al reconocer la otredad, Panero provoca en sí la retracción que ya no permite ver en
él a un poeta metafísico tradicional: “Se te ve, / y tú nos cantas, / tú a nosotros nos
cantas, / no nosotros a ti.” La existencia sería como ese canto al que hay que prestar
atención para reconocerlo, tal como en la búsqueda de Dios el poeta tiende al silencio.
Así es que, aunque el hombre “vive solo”, “se vive a sí mismo sin poder eludir su vivir”,
como tan desconsoladamente Panero canta en versos que ya comentamos, el hombre
que descubre “lo otro” en lo que encuentra el amor, sólo así, el hombre se encuentra
“en compañía”. La soledad no es borrada de la mente, pero deja de ser un problema y
24
Vicente Aleixandre: Espadas como labios. La destrucción o el amor. Castalia. Madrid, 1993. La cita se corresponde con el poema “A la muerta” de La destrucción o el amor”.
44
así toda la vida del hombre deja de ser un producto interior limitado por la
autoconciencia, para ser un proyecto de “convivencia” de “habitar” el mundo que por
la búsqueda de Dios, de aquello que le señala al mundo mismo al ser la señal que en lo
oscuro abre al poeta “lo que está fuera de sí”, se convierte en un escenario vivido. La
familia, diríamos pues, tiene especial importancia en la poesía de Panero no como un
concepto tradicional de la organización humana, o un concepto meramente cristiano,
sino que es el apoyo de un hombre desgarrado por los acontecimientos de su vida y
que en la familia va a ver el símbolo de ese hermanamiento que buscaba con el mundo
en un nuevo (y verdaderamente ético) humanismo. Así termina este poema:
Se te ve, y tú nos cantas, tú a nosotros nos cantas, no nosotros a ti, cada noche, para la experiencia en suspenso de la noche, como en un nuevo suelo cada noche, como en un valle serio cada noche, como en una sonrisa repartida, al disolverse en niño nuestro sueño.
45
3 Conclusiones Hemos visto los temas fundamentales de Panero, y cómo son hilvanados a través de
una de las trayectorias poéticas más interesantes de nuestra historia literaria.
La figura de Panero, como poeta, está a gran distancia de sus compañeros de
generación y dista mucho de poder encasillárselo como un simple poeta arraigado. Su
obra trasciende los formalismos y se engarza en una de las expresiones más hondas
del pasado siglo. Históricamente es un puente necesario, además, para entender el
tratamiento de la mística y de la “poesía como silencio” entre la obra anterior a la
Guerra Civil y la obra de Claudio Rodríguez o José Ángel Valente, aunque no podemos
hablar de una influencia lineal, sino de un tratar los mismos temas desde posturas
distintas.
No se puede negar la ambigua figura que representa en lo personal, con sus vaivenes
políticos, pero que sin duda valen para juzgar su obra en los años 40 (La estancia vacía
y Escrito a cada instante), que no son obras de carácter político, sino poético y místico,
si se quiere. En ellas desarrolla los temas fundamentales de la lírica castellana: amor,
muerte, Dios y naturaleza. Por ello podemos señalar su obra de estos años como
meritoria de un reconocimiento literario innegable.
Cabe señalar no obstante, que sobre su figura (sobre todo a raíz del Canto personal)
se han dado múltiples discrepancias que, en cualquier caso y como señalábamos al
principio, poco han tenido que ver con el ámbito literario.
Finalmente la figura de Panero se ha visto ensombrecida por la tensa relación que
tuvo con sus hijos, quienes relatan la figura oscilante entre cariñosa y autoritaria de su
padre, retratada en la película El desencanto de 1976, dirigida por Jaime Chávarri.
Representa la película la confesión de una familia que destapa la apariencia idílica de
su día a día, si bien, años después, amigos del poeta como Rosales o Ricardo Gullón
han visto cierta sobreactuación por parte de sus hijos (tal como reconocerá José
Moisés Panero).
46
En Jardín perdido. La aventura vital de los Panero. Andrés Martínez Oria hace alusión
a las contradicciones de la familia en torno a la película citada. Juan Luis Panero se
desentendió totalmente de su madre y sus hermanos. Leopoldo María se internó por
voluntad propia en varios psiquiátricos (aunque es un gran poeta de la generación de
los Novísimos). José Moisés Panero murió joven a causa de enfermedades crónicas y
una vida de excesos.
Para Oria las tensiones existieron, incluso infidelidades por parte de ambos cónyuges
que, sin embargo, son difíciles de contrastar. Se sabe que, hacia el final de su vida,
Panero acrecentó un cierto problema con el alcohol, lo que le hizo vivir momentos
violentos en su casa.
Paradójicamente, la persona del poeta y la del hombre distan de tener encuentro, y
esa tensión ha impregnado su obra completamente, con Dios como horizonte y la
familia como seno, en el contexto de una España destrozada. Válganos como colofón
este poema de Panero titulado “Epitafio” en el que repasa su vida consciente de sus
faltas y del amor que intentó construir cada día:
Ha muerto
acribillado por los besos de sus hijos,
absuelto por los ojos más dulcemente azules
y con el corazón más tranquilo que otros días,
el poeta Leopoldo Panero,
que nació en la ciudad de Astorga
y maduró su vida bajo el silencio de una encina.
Que amó mucho,
bebió mucho y ahora,
vendados sus ojos,
espera la resurrección de la carne
aquí, bajo esta piedra.
47
4 Bibliografía De Leopoldo Panero:
En lo oscuro (Antología). Ed. Cátedra, Madrid 2011. Escrito a cada instante. La veleta. Granada, 2007. Memoria del corazón, antología poética. Renacimiento. Sevilla, 2009.
Sobre Leopoldo Panero:
Alonso, Dámaso: “Poesía arraigada y desarraigada” en Poetas españoles contemporáneos, Gredos, Madrid, 1965.
Artículos varios:
Domínguez de Paz, Elisa: “Dios, una constante en la poesía de Leopoldo Panero.” Revista Castilla. Valladolid, 1980, Vol. 1
Martínez Oria, Andrés: “La verdad soñada de Leopoldo Panero”. Revista Argutorio de la Asociación cultural “Monte Irago” . Leon 2012, nº 29
López Castro, Armando: “Antonio Machado, guía espiritual de Leopoldo Panero.” Revista Tierras de León. León, 2001 nº 111-112
Serrano, Anastasio: Leopoldo Panero, el hombre y el poeta. Revista Tierras de León. León, 2010 nº 124-125
Vivanco, Luis Felipe: “Leopoldo Panero en su rezo personal cotidiano” en Introducción a la poesía española contemporánea. Madrid, Guadarrama, ed. 1974.
Webgrafía:
http://amediavoz.com/panero.htm : Antología de textos del autor.
http://sumacultural.unir.net/201209216723/leopoldo-panero-la-otra-cara-del-
desencanto : Artículo que repasa la trayectoria del poeta
http://hispanoteca.eu/Literatura%20espa%C3%B1ola/Generaci%C3%B3n%20d
e%20la%20Guerra%20Civil/Leopoldo%20Panero%20-
%20Vida%20y%20obras.htm : Incluye una relación de sus obras publicadas.
Videografía:
“El desencanto” de Jaime Chávarri. Documental sobre la familia Panero en
torno al poeta Leopoldo Panero. 1976
Después de tantos años: de Ricardo Franco. Documental sobre la familia
Panero y la película “El desencanto” de Chávarri. 1994