27 octubre
Domingo XXX del Tiempo Ordinario
(Ciclo C) – 2019
1. TEXTOS LITÚRGICOS
1.a LECTURAS
La súplica del humilde atraviesa las nubes
Lectura del libro del Eclesiástico 35, 12-14. 16-18
El Señor es juez y no hace distinción de personas:
no se muestra parcial contra el pobre y escucha la súplica del oprimido;
no desoye la plegaria del huérfano, ni a la viuda, cuando expone su queja.
El que rinde el culto que agrada al Señor, es aceptado, y su plegaria llega hasta las nubes.
La súplica del humilde atraviesa las nubes y mientras no llega a su destino, él no se consuela:
no desiste hasta que el Altísimo interviene, para juzgar a los justos y hacerles justicia.
Palabra de Dios.
SALMO Sal 33, 2-3. 17-19. 23 (R.: 7ab)
R. El pobre invocó al Señor, y Él lo escuchó.
Bendeciré al Señor en todo tiempo,
su alabanza estará siempre en mis labios.
Mi alma se gloría en el señor:
que lo oigan los humildes y se alegren. R.
El Señor rechaza a los que hacen el mal
para borrar su recuerdo de la tierra.
Cuando ellos claman, el Señor los escucha
y los libra de todas sus angustias. R.
El Señor está cerca del que sufre
y salva a los que están abatidos.
El Señor rescata a sus servidores,
y los que se refugian en Él no serán castigados. R.
Está preparada para mí la corona de justicia
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo 4, 6-8. 16-18
Querido hermano:
Yo ya estoy a punto de ser derramado como una libación, y el momento de mi partida se aproxima: he
peleado hasta el fin el buen combate, concluí mi carrera, conservé la fe. Y ya está preparada para mí la
corona de justicia, que el Señor, como justo Juez, me dará en ese Día, y no solamente a mí, sino a todos los
que hayan aguardado con amor su Manifestación.
Cuando hice mi primera defensa, nadie me acompañó, sino que todos me abandonaron. ¡Ojalá que no les
sea tenido en cuenta!
Pero el Señor estuvo a mi lado, dándome fuerzas, para que el mensaje fuera proclamado por mi
intermedio y llegara a oídos de todos los paganos. Así fui librado de la boca del león.
El Señor me librará de todo mal y me preservará hasta que entre en su Reino celestial. ¡A Él sea la gloria
por los siglos de los siglos! Amén.
Palabra de Dios.
ALELUIA 2Cor 5, 19
Aleluia.
Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo,
confiándonos la palabra de la reconciliación.
Aleluia.
EVANGELIO
El publicano volvió a su casa justificado, pero no el fariseo
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 18, 9-14
Refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, dijo también esta parábola:
Dos hombres subieron al Templo para orar; uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, de pie, oraba
así: «Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y
adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas
mis entradas».
En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo,
sino que se golpeaba el pecho, diciendo: «¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!»
Les aseguro que este último volvió a sus casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se
eleva será humillado y el que se humilla será elevado».
Palabra del Señor.
1.b GUION PARA LA MISA
Guion para el Domingo XXX del Tiempo Ordinario (C)
(Domingo 27 de Octubre de 2019)
Entrada:
La Eucaristía es la fuente y, al mismo tiempo, la cumbre de toda la vida de la Iglesia, porque en ella se realiza
el sacrificio de Cristo que reconcilia a los hombres con Dios. Dispongámonos, pues a participar del Santo
Sacrificio en que el Hijo nos reconcilia con el Padre.
Liturgia de la Palabra
1° Lectura: Ecle 35, 12-14.16-18
Dios Padre derrama su gracia en abundancia, sobre los que le suplican con amor filial.
Salmo Responsorial: 33
2°Lectura: 2 Tim.4,6-8.16-18
El que busca a Dios, cumpliendo sus mandamientos, aguarda con confianza y fortaleza ser librado en los
momentos difíciles.
Evangelio: Lc. 18,9-14
San Lucas, en el evangelio, nos narra la parábola del fariseo y el publicano. El reconocimiento de que hemos
pecado es la clave para alcanzar la gracia de Dios.
Preces:
Acerquémonos con confianza a nuestro Dios Padre, para alcanzar misericordia y gracia en
favor de nuestros hermanos.
A cada intención respondemos….
✓ Por el Santo Padre, el Papa Francisco, por sus necesidades e intenciones. Oremos.
✓ Por los frutos del Sínodo sobre la Amazonía, que hoy termina, para que la Iglesia crezca en la fe
y el amor hacia su divino fundador. Oremos.
✓ Por todos los seminarios, sus formadores y seminaristas, para que sepan aprovechar el tiempo de
formación dejando modelar su espíritu a semejanza de Jesucristo, Eterno sacerdote y buen Pastor
de su rebaño. Oremos.
✓ Por las misiones Ad gentes, la re-evangelización de los pueblos y la fortaleza de los misioneros.
Oremos.
✓ Por los cristianos que sufren persecución, para que confiando en el auxilio divino sean constantes
en dar testimonio de su fe. Oremos.
✓ Por Chile, para que la paz de Cristo reine en la sociedad y se sanen las heridas abiertas por la
violencia. Oremos.
Dios de inmensa bondad, recibe nuestras peticiones y las de todos los que te buscan con sincero
corazón. Por Jesucristo nuestro Señor.
Liturgia Eucarística
Ofertorio: Con reverencia y espíritu filial ofrecemos a Dios nuestros dones:
✓ Incienso, y con él nuestras oraciones y sacrificios por la paz en el mundo y en la Iglesia.
✓ Pan y el vino, y con ellos el vivo deseo de una participación activa y gozosa en la pasión del
Señor.
Comunión:
Acerquémonos a recibir a Jesús Sacramentado, conscientes de recibir el verdadero Cuerpo de Cristo,
alimento sustancial para el alma.
Salida:
Al terminar la Misa, la Iglesia nos envía al mundo para proclamar el evangelio del perdón y de la
gracia de Jesucristo.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)
Párrafos del Catecismo de la Iglesia Católica sugeridos por el Directorio Homilético
Trigésimo domingo del Tiempo Ordinario (C)
CEC 588, 2559, 2613, 2631: la humildad es el fundamento de la oración
CEC 2616: Jesús satisface la oración de la fe
CEC 2628: la adoración, la disposición del hombre que se reconoce criatura delante del Señor
CEC 2631: la oración de perdón es el primer motivo de la oración de petición
588 Jesús escandalizó a los fariseos comiendo con los publicanos y los pecadores (cf. Lc 5, 30) tan
familiarmente como con ellos mismos (cf. Lc 7, 36; 11, 37; 14, 1). Contra algunos de los "que se tenían
por justos y despreciaban a los demás" (Lc 18, 9; cf. Jn 7, 49; 9, 34), Jesús afirmó: "No he venido a
llamar a conversión a justos, sino a pecadores" (Lc 5, 32). Fue más lejos todavía al proclamar frente
a los fariseos que, siendo el pecado una realidad universal (cf. Jn 8, 33-36), los que pretenden no tener
necesidad de salvación se ciegan con respecto a sí mismos (cf. Jn 9, 40-41).
QUE ES LA ORACION
Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de
reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como desde dentro de la alegría (Santa
Teresa del Niño Jesús, ms autob. C 25r).
La oración como don de Dios
2559 "La oración es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes convenientes"(San Juan
Damasceno, f. o. 3, 24). ¿Desde dónde hablamos cuando oramos? ¿Desde la altura de nuestro orgullo
y de nuestra propia voluntad, o desde "lo más profundo" (Sal 130, 14) de un corazón humilde y
contrito? El que se humilla es ensalzado (cf Lc 18, 9-14). La humildad es la base de la oración.
"Nosotros no sabemos pedir como conviene"(Rom 8, 26). La humildad es una disposición necesaria
para recibir gratuitamente el don de la oración: el hombre es un mendigo de Dios (cf San Agustín,
serm 56, 6, 9).
2613 S. Lucas nos ha trasmitido tres parábolas principales sobre la oración:
La primera, "el amigo importuno" (cf Lc 11, 5-13), invita a una oración insistente: "Llamad y se os
abrirá". Al que ora así, el Padre del cielo "le dará todo lo que necesite", y sobre todo el Espíritu Santo
que contiene todos los dones.
La segunda, "la viuda importuna" (cf Lc 18, 1-8), está centrada en una de las cualidades de la oración:
es necesario orar siempre, sin cansarse, con la paciencia de la fe. "Pero, cuando el Hijo del hombre
venga, ¿encontrará fe sobre la tierra?"
La tercera parábola, "el fariseo y el publicano" (cf Lc 18, 9-14), se refiere a la humildad del corazón
que ora. "Oh Dios, ten compasión de mí que soy pecador". La Iglesia no cesa de hacer suya esta
oración: "¡Kyrie eleison!".
2631 La petición de perdón es el primer movimiento de la oración de petición (cf el publicano: "ten
compasión de mí que soy pecador": Lc 18, 13). Es el comienzo de una oración justa y pura. La
humildad confiada nos devuelve a la luz de la comunión con el Padre y su Hijo Jesucristo, y de los
unos con los otros (cf 1 Jn 1, 7-2, 2): entonces "cuanto pidamos lo recibimos de El" (1 Jn 3, 22). Tanto
la celebración de la eucaristía como la oración personal comienzan con la petición de perdón.
Jesús escucha la oración
2616 La oración a Jesús ya ha sido escuchada por él durante su ministerio, a través de los signos que
anticipan el poder de su muerte y de su resurrección: Jesús escucha la oración de fe expresada en
palabras (el leproso: cf Mc 1, 40-41; Jairo: cf Mc 5, 36; la cananea: cf Mc 7, 29; el buen ladrón: cf Lc
23, 39-43), o en silencio (los portadores del paralítico: cf Mc 2, 5; la hemorroísa que toca su vestido:
cf Mc 5, 28; las lágrimas y el perfume de la pecadora: cf Lc 7, 37-38). La petición apremiante de los
ciegos: "¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!" (Mt 9, 27) o "¡Hijo de David, ten compasión de
mí!" (Mc 10, 48) ha sido recogida en la tradición de la Oración a Jesús: "¡Jesús, Cristo, Hijo de Dios,
Señor, ten piedad de mí, pecador!" Curando enfermedades o perdonando pecados, Jesús siempre
responde a la plegaria que le suplica con fe: "Ve en paz, ¡tu fe te ha salvado!".
San Agustín resume admirablemente las tres dimensiones de la oración de Jesús: "Orat pro nobis ut
sacerdos noster, orat in nobis ut caput nostrum, oratur a nobis ut Deus noster. Agnoscamus ergo et in
illo voces nostras et voces eius in nobis" ("Ora por nosotros como sacerdote nuestro; ora en nosotros
como cabeza nuestra; a El dirige nuestra oración como a Dios nuestro. Reconozcamos, por tanto, en
El nuestras voces; y la voz de El, en nosotros", Sal 85, 1; cf IGLH 7).
2628 La adoración es la primera actitud del hombre que se reconoce criatura ante su Creador. Exalta la
grandeza del Señor que nos ha hecho (cf Sal 95, 1-6) y la omnipotencia del Salvador que nos libera
del mal. Es la acción de humill ar el espíritu ante el "Rey de la gloria" (Sal 14, 9-10) y el silencio
respetuoso en presencia de Dios "siempre mayor" (S. Agustín, Sal. 62, 16). La adoración de Dios tres
veces santo y soberanamente amable nos llena de humildad y da seguridad a nuestras súplicas.
2631 La petición de perdón es el primer movimiento de la oración de petición (cf el publicano: "ten
compasión de mí que soy pecador": Lc 18, 13). Es el comienzo de una oración justa y pura. La humildad
confiada nos devuelve a la luz de la comunión con el Padre y su Hijo Jesucristo, y de los unos con los otros
(cf 1 Jn 1, 7-2, 2): entonces "cuanto pidamos lo recibimos de El" (1 Jn 3, 22). Tanto la celebración de la
eucaristía como la oración personal comienzan con la petición de perdón.
2. EXÉGESIS
Alois Stöger
El fariseo y el publicano
Introducción: condiciones para entrar en el reino (Lc.18,9-30)
¿En qué casos será saludable la venida del Hijo del hombre? ¿Quién saldrá triunfante en el juicio? ¿Quién
entrará en el reino definitivo de Dios? La respuesta a estas preguntas se da en tres relatos: la parábola del
fariseo y el publicano (Lc. 18:9-14), el relato de la amable acogida dispensada a los niños (Lc_18:15-17), y
el encuentro con un hombre rico que no tuvo valor para seguir a Jesús (Lc_18:18-30). En el trasfondo de los
tres relatos se halla la pobreza como condición para entrar en el reino de Dios. El publicano se siente pobre
en lo religioso y moral, el rico tiene que hacerse pobre en sentido económico, el niño es pobre en todos los
sentidos, tiene que contar absolutamente con los mayores. Vuelven otra vez las bienaventuranzas y las
condiciones formuladas al comienzo del sermón de la Montaña. Mateo, que habla de los pobres «en el
espíritu», se fija principalmente en la actitud moral y religiosa. Lucas habla de la pobreza material. «Es
posible que Jesús dirigiera su llamamiento a la salvación a determinados sectores del pueblo, pero no por
razón de su situación inferior, sino por la apertura religiosa y la buena disposición moral que halló en ellos.
Para Mateo, estos sectores encarnan la actitud moral y religiosa que se exige a todos, también a los futuros
creyentes en Cristo; para Lucas, en cambio, son en gran parte el recuerdo vivo del mensaje salvífico de Jesús
dirigido a los pobres, y de las amenazas dirigidas a los ricos que no quieren convertirse».
a) El fariseo y el publicano (Lc/18/09-14)
9 Dijo también, para algunos que presumían de ser justos y menospreciaban a los demás, esta parábola:
Los rasgos con que se caracteriza a «algunos» que confían en sí mismos, están tomados del retrato de los
fariseos. Los fariseos han pasado ya a la historia; no se los menciona; sin embargo, también en la Iglesia
existe la propensión velada a presentar a Dios los propios méritos en el cumplimiento de la ley, a invocar las
propias obras y a afirmar los propios derechos frente a Dios.
La seguridad con que los fariseos pretenden ser justos, agradar a Dios y dar por descontada su entrada en el
reino de Dios, se basa en el propio rendimiento, en la confianza en sí mismos. Quien así piensa, menosprecia
a los que no pueden invocar tales méritos. E1 fariseo desprecia al pueblo ordinario, porque no cumple la ley,
dado que no conoce la ley y no tiene idea de su interpretación (Jua_7:49). La propia justicia se constituye en
medida y criterio para examinar a los otros, para exhortarlos, alabarlos, despreciarlos y reprobarlos. La
condena de los otros se convierte en condena de uno mismo (Lc_6:37).
10 Dos hombres subieron al templo para orar: el uno era fariseo y el otro publicano. 11 El fariseo,
erguido, oraba así en su interior: ¡Oh Dios! Gracias te doy, porque no soy como los demás hombres:
ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. 12 Ayuno dos veces por semana; doy el
diezmo de todas las cosas que poseo.
Hay un craso contraste entre estos dos hombres que suben al templo. Los dos tienen una misma meta: el
templo; una misma voluntad: la de orar; un mismo deseo profundo: ser justificados en el juicio de Dios,
poder salir airosos del juicio de Dios. Y sin embargo, ¡qué contraste tan grande!
Los dos oran. Oran en su interior, a media voz (cf.lSam 1,13). Lo que expresan en la oración, lo dicen con
plena convicción. El orante está delante de Dios, que todo lo sabe (Mat_6:8). El fariseo está erguido; en el
judaísmo se ora de pie (Mar_11:25). Ora en su interior, para sí, como cuchicheando, no a grandes voces
delante de los hombres, con alguna exageración. Lo que dice revela su estado de ánimo interior. La oración
judía es ante todo acción de gracias y alabanza; su oración es tal como lo exige su doctrina. El fariseo es
«justo».
En su acción de gracias se hace patente la confianza en su propia justicia y su desprecio de los otros. Yo no
soy como los demás hombres. El fariseo no es ladrón, injusto, adúltero, observa la ley. Va más allá de la ley
y hace buenas obras, obras de supererogación. La ley impone el ayuno sólo el día de la expiación
(Lev_16:29); el fariseo ayuna dos veces por semana, el lunes y el jueves, a fin de expiar por las transgresiones
de la ley por el pueblo. Ni siquiera viola la «cerca de la ley»; por eso da el diezmo de todo lo que posee
(Mat_23:23), aunque no está obligado a pagar diezmo por la compra de trigo, mosto y aceite; los que estaban
obligados eran los cultivadores (Deu_12:17). Quiere estar seguro de no hacer nada que le exponga a traspasar
los límites de la ley. Hubo también salmistas devotos que enumeraron en la oración sus buenas obras (Sal
17[16],2-5); pero en la oración del fariseo pasa pronto Dios a segundo término: el fariseo lo olvida; lo que
importa es el yo: Yo no soy como los demás hombres, yo ayuno, yo pago el diezmo... Los demás hombres
son el fondo oscuro del espléndido autorretrato. En esta oración se revela uno que se tiene por justo y
menosprecia a los otros.
13 En cambio, el publicano, quedándose a distancia, no quería levantar los ojos al cielo, sino que se
golpeaba el pecho diciendo: ¡Oh Dios! Ten misericordia de mí, que soy pecador.
Quien se llama fariseo se constituye orgullosamente en un ser aparte: «Yo te doy gracias, Señor, Dios mío,
porque me has dado participación entre los que se sientan en la casa de la doctrina (en la sinagoga), y no con
los que andan por los rincones de las calles... Yo corro, y ellos corren; yo corro con vistas a la obra del
mundo futuro, y ellos corren con vistas al pozo del foso.» También el publicano es un ser aparte, es un
segregado, esquivado y repudiado como pecador por los buenos. Se queda lejos, pues no merece presentarse
entre las personas religiosas. No osa levantar los ojos a Dios, pues el que no es santo no soporta la mirada
del Dios santo. Se golpea el pecho, donde tiene la sede su conciencia, pues se lamenta de su propia culpa.
Su oración consta de muy pocas palabras, de la invocación «¡Oh Dios!», de la súplica «Ten misericordia de
mí» -que recuerda el salmo miserere (Sal 51[50],3)- y de la confesión de que es pecador. La situación del
publicano era desesperada. Según las enseñanzas de los fariseos, debía restituir lo que había adquirido
injustamente, y además dar un quinto de la propiedad, si quería esperar perdón. El publicano sólo podía
esperar que Dios aceptara su «corazón contrito» (Sal_51:19) y por su misericordia le perdonara su pecado.
14 Yo os digo que éste descendió a su casa justificado, y aquél no; porque todo el que se ensalza será
humillado, pero el que se humilla será ensalzado.
¿Quién es justo en el juicio de Dios? El fariseo es de una exactitud escrupulosa en el cumplimiento de los
muchos y difíciles preceptos de la ley, el publicano es colaborador con los enemigos del pueblo y
engañadores. Jesús conoce el juicio de sus oyentes y le contrapone su juicio sorprendente, desconcertante e
inaudito: Yo os digo. Él es profeta de Dios. Su juicio es juicio de Dios. El publicano es declarado justo
delante de Dios, y así, justificado, se va a su casa.
¿Y el fariseo? El publicano se va a casa, justificado, no como aquél. ¿Es que con esto se compara la justicia
del fariseo y la del publicano y se antepone la justicia del publicano a la del fariseo? ¿O es que Jesús va más
hondo? ¿Rehúsa acaso absolutamente al fariseo la justicia que atribuye al publicano? Ya el primer juicio
sería bastante escandaloso, pues esto querría decir que Dios se complace más en el pecador arrepentido que
en el justo con sus muchos méritos y su seguridad de sí mismo. Pero si rehúsa la justicia al fariseo, este juicio
sólo puede aterrorizar. ¿De qué sirven entonces los méritos adquiridos? Cristo entendió así sus palabras.
«Aquello que es alto entre los hombres, es abominación ante Dios» (Sal_16:15). El hombre alcanza la justicia
no por su propio esfuerzo, sino por un don de Dios. El hambre y sed de justicia es saciado por el don del
reino de Dios (Mat_5:3). ¡Qué frágil es, pues, toda justicia y santidad humana (Mat_5:20) si no interviene
Dios y otorga su justicia! Quien se hace cargo de esto deja de despreciar a los demás.
La parábola del fariseo y del publicano se cierra con una sentencia que aparece en el Evangelio una vez aquí,
otra vez allá (Mat_14:11; Mat_23:12). El hombre que pone su confianza en sí mismo, se ensalza; el juicio
de Cristo, que anticipa el juicio definitivo de Dios, lo humilla. El que se humilla, reconoce su insuficiencia
y se pone por debajo de los demás, es ensalzado por el juicio de Jesús. Dios mismo lo justifica cuando
sobreviene el juicio.
(STÖGER, ALOIS, El Evangelio según San Lucas, en El Nuevo Testamento y su Mensaje, Editorial Herder,
Madrid, 1969)
3. COMENTARIO TEOLÓGICO
Leonardo Castellani
La parábola del fariseo y el publicano
La Parábola del Fariseo y el Publicano es bien conocida. Voy a ver si puedo añadir algunas
precisiones a lo que ya dije acerca della; a saber: el retrato de los dos personajes, la esencia del fariseísmo y
la breve oración del ‘Pecador’ que le mereció salir del Templo ‘perdonado’.
El retrato de los dos personajes está como grabado en acero: tan breve y tan incisivo. El Publicano,
que como saben, era una clase social tan despreciada que ese nombre era como una mala palabra, está en el
fondo del Templo, de rodillas y no osando siquiera alzar los ojos; y está tan penetrado por la conciencia de
sus pecados que su oración voltea sobre dos palabras: "¡Piedad!, ¡pecador!", como dos interjecciones, junto
con el golpearse el pecho, signo de arrepentimiento. El Fariseo está de pie cerca del altar, y habla con Dios
–o mejor dicho, consigo mismo- dentro de sí; porque el Fariseo está siempre dentro de sí; y si mira al prójimo,
lo mira para despreciarlo y para volver con más fuerza a sí mismo, a la contemplación de su propio Yo.
"Gracias te doy porque no soy como los otros hombres." Soy mejor.
Es verdad que no es como los otros hombres; solamente que no es mejor, como él cree, sino peor. Es
verdad también que la mayoría de los hombres son pecadores, o si vamos a cuentas, todos. También deben
de ser verdad las obras buenas de que se gloría: paga los diezmos a la Sinagoga y ayuna dos veces por
semana. (En otro lugar, Cristo dice que los Fariseos daban limosnas y hacían actos de devoción
ostentosamente1).
1 Mateo 6, 1-6.
De modo que este hombre religioso se engaña con la verdad, que es la peor manera de engañarse.
Ahí vemos lo que eran en puridad los fariseos: "hipócritas" los llamó Cristo, pero no eran el hipócrita
vulgar, que retrató Moliere en su "Tartufo" y Pereda en los dos maravillosos personajes Don Sotera y Patricio
Rigüelta, individuos que fingen conscientemente devoción o bondad para engañar al prójimo; mas los
fariseos "se creen justos", conforme a la definición de Cristo; de modo que engañan a los demás comenzando
por engañarse a sí mismos; una hipocresía mucho más profunda y peligrosa que la otra; lo cual podemos
encontrar también en nuestros días. Es una actitud radicalmente irreligiosa, e incluso antirreligiosa, que
aparece como religiosa. Con razón pues dice Cristo que "éste no salió del Templo perdonado" –ya que ni
siquiera sabía que había algo que perdonar ... "Algunos que se creían justos y despreciaban a los demás",
dice San Lucas. Es un efecto de la soberbia, y de la peor soberbia, pues hace de la misma religión su alimento.
Con razón dice Cristo que no tienen remedio. Éste es el pecado contra el Espíritu Santo2.
Lo encontramos también en nuestros días porque el fariseísmo es el vicio específico y la enfermedad
grave de la Religión verdadera, a saber, la hebrea y la cristiana; aunque también en el mahometismo pueden
hallarse rastros -que al fin es una herejía judea cristiana -como en el asombroso caso del martirio del místico
poeta Al Hallaj3. Lo encontramos en dos formas: teórico y práctico. El fariseísmo teórico se continuó en la
religión judía, la cual actualmente se funda mucho más en el Talmud que en la Escritura: el Talmud es un
enorme centón de comentarios hechos a la Escritura por los rabinos fariseos. Dese fariseísmo teórico dentro
del Talmud no me ocuparé hoy, sino del práctico, en la Iglesia.
El poner el acento en lo exterior de la religión ahogando poco a poco lo interior, que parece una
inocente beatería, es el primer paso; claro que en nuestras iglesias la beatería es comúnmente inocente y a
veces loable; pero no así en los que llamó una revista hace poco "católicos gubernativos"; o sea, los que
arbolan y ostentan el Catolicismo para sacar provecho o de plata o de prestigio o de poder. Alguien dijo que
2 “El fariseísmo es el pecado contra el Espíritu Santo. ¿Por qué? Porque el Espíritu es el Amor que une el Padre y el Hijo; el Amor
que saca al hombre de sí mismo y lo lleva a Dios. Así, éste es el pecado que no tiene cura posible; porque el que tuerce el amor,
tuerce sus acciones todas, y tuerce aquello que destuerce todo lo torcido. Desvirtúa 'il Primo Amore', como lo llama el Dante. Al
verse a sí mismo divino, todas las acciones del fariseo quedan para él divinizadas. No hay punta tan aguda que pueda penetrar esa
cota de malla, esas escamas más apretadas que las de Behemot; ni la misma Palabra de Dios, que es espada de dos filos. ¡La
palabra de Dios justamente ha sido laminada para esta coraza! ¡Los fariseos en tiempo de Cristo la llevan encima, en fimbrias,
vinchas, orlas, estolas y filacterias!
“‘Los Calzados -decía San Juan de Yepes de los de su tiempo- están tocados del vicio de la ambición, y así todo lo que hacen lo
coloran y tiñen de bien, de manera que son incorregibles...’ La ambición en los religiosos, que se les vuelve a veces una pasión
más fuerte que la lujuria en los seglares, es una de las partes más finas del fariseísmo: 'Amar los primeros puestos ... amar el vano
honor que dan los hombres’.
“Pero la flor del fariseísmo es la crueldad: la crueldad solapada, cautelosa, lenta, prudente y subterránea, 'el dar la muerte
creyendo hacer obsequio a Dios'. El fariseísmo es esencialmente homicida y deicida. Da muerte a un hombre por lo que hay en
él de Dios. Instintivamente, con más certidumbre y rapidez que el lebrel huele la liebre, el fariseo huele y odia la religiosidad
verdadera. Es el contrario de ella, y los contrarios se conocen. Siente cierto que si él no la mata, ella lo matará.
“Desde ese momento, el que lleva en sí la religiosidad interna sabe que todo cuanto haga será malo, todos sus actos serán
criminosos. La Escritura en sus labios será blasfemia, la verdad será sacrilegio, los milagros serán obras de magia ¡y guay de él
si en un momento de justa indignación recurre virilmente a la violencia, aunque no haga más daño que unos zurriagazos y derribo
de mesas! Su muerte está decretada.
“Y todo este drama se desenvuelve en el silencio, en la oscuridad, por medio de tapujos y complicadas combinaciones. La muerte
ilegal, cruel e inicua de un hombre se resuelve en reuniones donde se invoca a la Ley con los textos en la mano, en graves cónclaves
religiosos que se comienzan con una oración, por medio de discursos, diálogos, frases donde casi no habla más que la Sagrada
Escritura y se usan las palabras más sacras que existen sobre la tierra. –‘En verdad os digo que si un muerto resucitado viniese a
deponer, no lo creeríais’.
“Y todos los medios son buenos con tal que sean sigilosos: la calumnia, el soborno, el dolo, la tergiversación, el falso testimonio,
la amenaza. Caifás mató a Cristo con un resumen de la profecía de Isaías y con el dogma de la Redención: ¿Acaso no es
conveniente que por la salud de todo un pueblo muera un hombre?” (Castellani, "Cristo y los Fariseos". Inédito). 3 Sobre Al Hallaj, ver Psicología Humana, JAUJA, Mendoza, 1995 y 1997, Capít. VIII - La Presencia
los verdaderos católicos se enteran que lo son cuando se mueren: como fue el caso de mis amigos José Luis
Torres y Roberto de Laferrere. Mientras viven parecen hombres comunes, e incluso a veces un poco raros o
retobados.
Hay en la lengua común de la gente una cantidad de expresiones que, si no son muy caritativas, son
realistas: como "católicos gubernativos", "católicos de etiqueta", "católicos de relumbrón", "católicos buen
u dos", "católicos politicones", "católicos pelucones" (Chile), "católicos comadreja", "católicos de parroquia
rica", etc., que son simplemente los que hacen de la Iglesia, no el Cuerpo Místico de Cristo, sino como un
partido político: es el primer grado de fariseísmo, que es venial, lo cual no quiere decir que no sea dañoso.
Éstos no son capaces de asesinar a uno (último grado de fariseísmo), anoser de aburrimiento; porque son
pesados.
El último grado de fariseísmo está retratado por Balzac en su noveleta "Le Curé de Tours", que ya
no está más prohibida: retrata un cura ambicioso, un Vicario General que quiere llegar a Obispo, el Vicario
Troubert, el cual hace trizas a un Párroco viejo y sencillo que sin querer está cortándole el camino: lo mata
prácticamente. Lo malo de la novela (por lo cual la prohibieron) es que saca como conclusión que el celibato
eclesiástico fue bueno en otro tiempo y ahora es malo. Pero es evidente que el Vicario Troubert no es
perverso por ser célibe, sino por ser fariseo.
Cuando yo la leí dije: "Esto no puede pasar"; después experimenté que puede pasar y pasa: que hay
todavía Anases y Caifases que dicen: "Es conveniente que este hombre muera por la salud de muchos", que
es la flor del fariseísmo; pues es por la salud de ellos. "La mejor gente del mundo la he encontrado entre los
sacerdotes y religiosos, y la peor gente del mundo la he encontrado entre los sacerdotes y religiosos", dijo
Santa Catalina de Siena, una muchacha de 21 años, pero que tenía gran experiencia; y eso se debe a que el
fariseísmo es el peor pecado del mundo, un pecado que no está en la lista de la Policía, que no lo persigue la
Justicia, que no lo sanciona la Ley, y que no lo abomina la opinión pública, al contrario, entre el vulgo (y
todos somos vulgo de algún modo) los fariseos rpasan por santos. (La mugre abriga, dijo el linyera).
Quería reseñar el choque entre Savonarola y Alejandro Borgia, pero no hay tiempo: si lo leen, verán
que es el caso del choque de dos fariseísmos: el fariseísmo fanático (tercer grado) contra el fariseísmo maula
y homicida (séptimo grado), donde vence, naturalmente, el séptimo grado: Savonarola muere injustamente
ahorcado, y nadie le echa la culpa al Papa maula Alejandro VI, que tuvo la culpa. Para confirmar que hay
siempre Anases y Caifases en la Iglesia; y en este caso, entre los Papas -que Dios nos proteja.
Tengo que hablar de lo principal, que es la oración del Publicano, por la cual "salió justificado", dice
el Evangelio. Consiste sencillísimamente en reconocerse "pecador" delante de Dios; lo cual significa que la
relación esencial entre el hombre y Dios es el pecado; esa relación fundamental entre el hombre pecador y
la Justicia y Piedad Infinita.
Por eso es tan brava herejía el Naturalismo, que niega el pecado, y por tanto superfluiza la Religión
-como Pelagio.
Por eso la Iglesia nos hace repetir 100 veces que somos pecadores, en la Misa y fuera della: "ruega
por nosotros pecadores ... ", "perdónanos nuestras deudas", ''in remissionem peccatorum"4. -en la
Consagración nada menos. "Yo pecador me confieso ante Dios ... "
Por eso el fin último del hombre en esta vida es la "salvación", lo cual supone que de suyo está
"perdido". Si no, ¿qué necesidad de salvación?
4 "Para el perdón de los pecados".
Por eso la humildad es tan importante, cimiento y basamento de toda la vida cristiana más bien que
una virtud. Si nos hace ver que somos nada, y que eso es la realidad, es porque existe el pecado. Si no
existiese el pecado, yo sería imagen y semejanza de Dios, como Adán y Eva, y la corona de toda la Creación
visible -altro que nada5.
Por eso finalmente hemos de decir en la hora de la muerte –y antes también muchas veces- la oración
del Publicano: "Señor, ten piedad de mí, pecador" -o "Ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de
la muerte." Amén.
(CASTELLANI, L., Domingueras Prédicas II, Ediciones Jauja, Mendoza (Argentina), 1997, p. 233 – 238)
4. SANTOS PADRES
San Agustín
No quiso rogar a Dios, sino alabarse a sí mismo
(…)
2. Dado que la fe no es propia de los soberbios, sino de los humildes, a algunos que se creían justos y
despreciaban a los demás, propuso esta parábola: Subieron al templo a orar dos hombres. Uno era
fariseo, el otro publicano. El fariseo decía: Te doy gracias, ¡oh Dios!, porque no soy como los demás
hombres. ¡Si al menos hubiese dicho «como algunos hombres»! ¿Qué significa como los demás
hombres, sino todos a excepción de él? «Yo, dijo, soy justo; los demás, pecadores». No soy como los
demás hombres, que son injustos, ladrones, adúlteros. La cercana presencia del publicano te fue ocasión
de mayor hinchazón. Como este publicano, dijo. «Yo, dijo, soy único; ése es de los demás». «Por mis
acciones justas no soy como ése. Gracias a ellas no soy malvado». Ayuno dos veces en semana y doy la
décima parte de cuanto poseo. ¿Qué pidió a Dios? Examina sus palabras y encontrarás que nada. Subió
a orar, pero no quiso rogar a Dios, sino alabarse a sí mismo; más aún, subió a insultar al que rogaba. El
publicano, en cambio, se mantenía en pie a lo lejos, pero el Señor le prestaba su atención de cerca. El
Señor es excelso y dirige su mirada a las cosas humildes. A los que se exaltan, como aquel fariseo, los
conoce, en cambio, desde lejos. Las cosas elevadas las conoce desde lejos, pero en ningún modo las
desconoce. Escucha aun la humildad del publicano. Es poco decir que se mantenía en pie a lo lejos. Ni
siquiera alzaba sus ojos al cielo. Para ser mirado rehuía el mirar él. No se atrevía a levantar la vista
hacia arriba; le oprimía la conciencia y la esperanza lo levantaba. Escucha aún más: Golpeaba su pecho.
El mismo se aplicaba los castigos. Por eso el Señor le perdonaba al confesar su pecado: Golpeaba su
pecho diciendo: Señor, seme propicio a mí que soy un pecador. Pon atención a quien ruega. ¿De qué te
admiras de que Dios perdone cuando el pecador se reconoce como tal? Has oído la controversia sobre
el fariseo y el publicano; escucha la sentencia. Escuchaste al acusador soberbio y al reo humilde;
escucha ahora al juez: En verdad os digo. Dice la Verdad, dice Dios, dice el juez: En verdad os digo
que aquel publicano descendió del templo justificado, más que aquel fariseo. Dinos, Señor, la causa.
5 En el comentario a esta Parábola que aparece en Domingueras Prédicas I, Castellani matiza esta afirmación: "Para ser de veras
grande hay que cavar abajo hasta la propia pequeñez: humildad significa bajo o pequeño: de 'humus', que significa 'tierra'. La
humildad es ponerse en la verdad, esa verdad de lo poco que somos enfrente de Dios Nuestro Señor. Es lo contrario de la soberbia:
la soberbia es endiosarse, tomar esto divino que hay en nosotros y contraponerlo y oponerlo a Dios. Es ponerse en la mentira: en
la mentira más fundamental que existe; parecida a la paranoia o megalomanía. 'Todo lo que tienes lo has recibido, ¿y por qué te
glorías como que no lo hubieras recibido?' (ICor. 4, 7). 'Yo soy una NADA; peor aún, soy una NADA PECADORA', decía Santa
Margarita."
Veo que el publicano desciende del templo más justificado; pregunto por qué. ¿Preguntas el por qué?
Escúchalo: Porque todo el que se exalta será humillado, y todo el que se humilla será exaltado.
Escuchaste la sentencia. Guárdate de que tu causa sea mala. Digo otra cosa: Escuchaste la sentencia,
guárdate de la soberbia.
3. Abran, pues, los ojos; escuchen estas cosas no sé qué charlatanes y óiganlas quienes, presumiendo de
sus fuerzas, dicen: «Dios me hizo hombre, pero soy yo quien me hago justo» ¡Oh hombre, peor y más
detestable que el fariseo! Aquel fariseo, con soberbia, es cierto, se declaraba justo, pero daba gracias a
Dios por ello. Se declaraba justo, pero, con todo, daba gracias a Dios. Te doy gracias, ¡oh Dios!, porque
no soy como los demás hombres. Te doy gracias, ¡oh Dios! Da gracias porque no es como los demás
hombres y, sin embargo, es reprendido por soberbio y orgulloso. No porque daba gracias a Dios, sino
porque daba la impresión de que no quería que le añadiese nada. Te doy gracias porque no soy como
los demás hombres, que son injustos. Luego tú eres justo; luego nada pides; luego ya estás lleno; luego
ya vives en la abundancia, luego ya no tienes motivo para decir: Perdónanos nuestras deudas. ¿Qué
decir, pues, de quien impíamente ataca a la gracia, si es reprendido quien soberbiamente da gracias?
(…)
(SAN AGUSTÍN, Obras Completas, X-2º, Sermones, BAC, Madrid, 1983, Pág. 870-872)
5. APLICACIÓN
P. José A. Marcone, IVE
Parábola del fariseo y el publicano
(Lc 18,9-14)
Introducción: el sentido propio y esencial de la parábola
Es muy importante comprender que la parábola de hoy está íntimamente ligada a la pregunta que
Jesús hizo un versículo antes y que hemos leído el domingo pasado: “Cuando venga el Hijo del hombre,
¿encontrará la fe sobre la tierra?” (Lc 18,8).
Desde el versículo de Lc 17,20 Jesús viene hablando acerca de su Segunda Venida. La parábola del
‘Juez Inicuo y la Viuda Inoportuna’ (Lc 18,1-8) estaba orientada a ilustrar los momentos difíciles que los
cristianos deberán sufrir a causa de la presión que el mundo malo ejercerá sobre ellos. También estaba
orientada a advertir sobre el peligro de apostasía y a hacer ver que la oración es absolutamente necesaria
para mantener la fe recta en Jesucristo.
E inmediatamente después viene la frase recién mencionada: “Sin embargo, cuando venga el Hijo
del hombre, ¿encontrará la fe sobre la tierra?” (Lc 18,8). Esta frase cierra la parábola anterior y abre la
siguiente, es decir, la de hoy. Cierra la parábola anterior porque hace ver que las tentaciones contra la fe
serán tantas y tan profundas que se pone en duda que al venir Cristo por segunda vez exista la actitud de la
viuda de la parábola, es decir, cristianos capaces de rogar que Dios abrevie el tiempo.
Y abre la parábola del fariseo y el publicano porque da una explicación más detallada acerca de lo
que se entiende por esa duda respecto a la presencia o ausencia de la fe cuando Cristo venga por segunda
vez. Digámoslo abierta y claramente: la parábola del fariseo y el publicano está orienta a explicar la frase de
Jesús “Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará la fe sobre la tierra?”.
El indicio textual más fuerte (aunque no el único) que nos indica que la parábola de hoy está
íntimamente conectada con la frase acerca de la situación de la fe en la Segunda Venida consiste en que el
evangelista San Lucas dice que la parábola fue dicha directamente a los fariseos. En efecto, el texto griego
dice textualmente: “Entonces dijo también esta parábola a algunos (prós tinas) que confiaban en sí mismos
como justos y despreciaban a los demás” (Lc 18,9). De hecho, así traduce la Vulgata, la Biblia de Jerusalén
y la Biblia de las Américas. El Leccionario en uso en Argentina traduce: “Refiriéndose a algunos que se
tenían por justos y despreciaban a los demás, dijo también esta parábola”. Sin embargo, hay una buena
diferencia entre decir algo refiriéndose a algún grupo y decir algo a ese grupo. Es importante saber que la
parábola es para los fariseos y dicha a los fariseos, no sólo a causa de ellos. No es lo mismo decir algo a
causa de un grupo de personas, que decírselo abiertamente a ese grupo.
De manera que Jesús está insinuando que la duda sobre la existencia de la fe al final de los tiempos
está relacionada con los fariseos. Por eso dice L. Castellani: “La parábola comienza con una frase que es
misteriosa: ‘Cuando vuelva el Hijo del Hombre ¿creéis que encontrará fe sobre la tierra?’ Cristo conecta
proféticamente su Primera y Segunda Venida, indicando que el estado de la religión será parecido en ambos
momentos, el Primero y el Último”6.
De esto podemos concluir que la duda acerca de si se encontrará la fe cuando venga Cristo por
segunda vez está explicada en la parábola del fariseo y del publicano. O dicho inversamente: la parábola del
fariseo y el publicano explica qué significa que cuando Jesucristo venga por segunda vez estará en duda que
se encuentre la fe sobre la tierra.
De manera que el sentido propio y esencial de la parábola de hoy es que el gran peligro para la fe al
final de los tiempos (y en todos los tiempos) será el espíritu farisaico, o si se quiere, de una manera más
concreta, la herejía de los fariseos.
1. La herejía de los fariseos
¿Cuál es la herejía de los fariseos? Está dicho por el mismo evangelista San Lucas. En efecto, él los
define así: “Entonces dijo también esta parábola a algunos que confiaban en sí mismos como justos (díkaios)
y despreciaban a los demás” (Lc 18,9). Esta traducción responde literalmente al texto griego y concuerda
perfectamente con la traducción que San Jerónimo hace en la Vulgata7. También la Biblia de las Américas
traduce así. Lo esencial de los fariseos es ‘confiar en sí mismos como justos’8.
El verbo que usa el original griego y que hemos traducido con el verbo castellano ‘confiar’ es el
verbo peítho. Del verbo peítho proviene la palabra pístis9, que significa ‘fe’. Por lo tanto, el sentido profundo
de la frase de San Lucas ‘confiaban en sí mismos como justos’ significa que la fe en la justificación de sus
almas no la ponían los fariseos en Dios sino en ellos mismos. La causa de la justificación la ponen en ellos
mismos y no en Dios. En esto consiste, precisamente, la gran herejía de los fariseos. “La justificación es el
tránsito del estado de pecado al estado de justicia”10. Ese tránsito sólo puede hacerlo Dios y lo hace de una
manera absolutamente gratuita. Confiar en sí mismos en cuanto a la justificación, es decir, confiar en que el
estado de justificación proviene del mismo hombre es una herejía, y de las más grandes y nocivas que pueda
existir.
6 CASTELLANI, L., El Evangelio de Jesucristo, Ediciones Dictio, Buenos Aires, 1977, p. 297. Notemos que L. Castellani pone
como inicio de la parábola la frase de Lc 18,8. También A. Stöger cree que la parábola de hoy responde a la preocupación de
Cristo sobre la situación de la fe en su Segunda Venida (Cf. STÖGER, A., El evangelio según San Lucas, en El Nuevo Testamento
y su mensaje, Herder, Madrid, 1969). 7 “In se confidebant tamquam iusti”. 8 Algunos traducen ‘se tenían por justos’, pero el texto griego es mucho más preciso y es necesario atenerse a él. 9 Cf. Multiléxico del NT, nº 4102, voz pístis. 10 BOVER, J. M., Teología de San Pablo, BAC, Madrid, 1967, p. 645.
Esta será la primera gran insidia que el error pondrá a la doctrina cristiana y contra el que luchará
denodadamente San Pablo11. Se trata de la herejía de aquellos que han sido llamados ‘cristianos judaizantes’,
es decir, aquellos cristianos que opinaban que para alcanzar la justificación y la salvación era necesario
cumplir la Ley de Moisés. Confiar en la Ley de Moisés en lo que se refiere a la justificación es confiar en
las propias obras; y confiar en las propias obras es confiar en sí mismos para alcanzar la justificación. Es el
error de aquellos a quienes fue dicha la parábola de hoy, es decir, los fariseos.
Por eso dice San Pablo: “Conscientes de que el hombre no se justifica por las obras de la ley sino
sólo por la fe en Jesucristo, también nosotros hemos creído en Cristo Jesús a fin de conseguir la justificación
por la fe en Cristo, y no por las obras de la ley, pues por las obras de la ley nadie será justificado”. (Gál 2,16).
Respecto a esto dice J. M. Bover: “La controversia de San Pablo con los judaizantes acerca de la justificación
versa (...) sobre su origen o principio. (...) El punto de la discusión, la manzana de la discordia, es el origen
de la justificación, que para los judaizantes es la ley de Moisés, para Pablo la fe de Jesu-Cristo”12.
En la parábola Jesús no niega que el fariseo lleve una conducta según la Ley de Moisés. Todo lo que
el fariseo dice de sí mismo es verdad. Sus actos son correctos. Pero atribuye el origen de la justicia de sus
actos a sí mismo y no a Dios. Respecto a esto dice K. Stock: “El fariseo está convencido de que es justo con
sus propias fuerzas. (...) De las cosas que dice el fariseo no se puede dudar, pero considera sus obras buenas
como efecto de su propio rendimiento y no como don de Dios”13. Y A. Stöger dice: “La seguridad con que
los fariseos pretenden ser justos, agradar a Dios y dar por descontada su entrada en el reino de Dios, se basa
en el propio rendimiento, en la confianza en sí mismos. (...) En su acción de gracias se hace patente la
confianza en su propia justicia”14.
Jesucristo, como genio literario que es, expresa esta verdad teológica, es decir, la herejía de los
fariseos con una pequeña pincelada gráfica: opone la posición corporal del publicano, que tiene la cabeza
gacha, con la del fariseo, que está de pie y con la cabeza erguida. La diferencia está en la posición del cuello,
es decir, de la cerviz, el hueso dorsal del cuello. En el fariseo de la parábola se cumple aquello que Yahveh
dice al pueblo de Israel por boca del profeta Isaías: “Tu cerviz es una barra de hierro” (Is 48,4). El fariseo
está caracterizado por Cristo como aquel que no dobla la cerviz ante Dios. El fariseo mira a Dios de frente,
en una actitud casi desafiante: ‘Soy justo por mí mismo y no por Ti’. Se constituye en un dios que se justifica
a sí mismo.
Esta actitud del fariseo impide que Dios pueda justificarlo, es decir, que pueda darle el estado de
justicia y santidad. Por eso la parábola culmina así, literalmente: “El fariseo no salió justificado (verbo
dikaióo)” (Lc 18,14).
2. El publicano
El publicano tiene una teología absolutamente distinta a la del fariseo. El publicano cometía pecados
graves15. Quería que se verificara en él el tránsito del estado de pecado al estado de justicia, es decir, deseaba
11 Respecto a esto dice J. M. Bover: “Lo que da unidad a este grupo de las Cuatro Grandes Cartas (Rm, 1Cor, 2Cor y Gál) (...) es
la presencia de los judaizantes, cuya perversa doctrina y cuyos indignos manejos combate bajo todos sus aspectos y de todas
maneras el grande Apóstol de Jesu-Cristo” (BOVER, J. M., Idem, p. 6). 12 BOVER, J. M., Idem, p. 643. 13 STOCK, K., La Liturgia della Parola. Spiegazione dei Vangeli domenicali e festivi, Anno C (Luca), ADP, Roma, 2003, p. 316;
traducción nuestra. 14 STÖGER, A., Ibidem. También el P. Castellani reconoce que la herejía del fariseo es el creer que la justificación proviene de sus
propias fuerzas, es decir, la herejía de naturalismo y pelagianismo. Dice refiriéndose al fariseo de la parábola de hoy: “Por eso es
tan brava herejía el Naturalismo, que niega el pecado, y por tanto superfluiza la Religión -como Pelagio” (CASTELLANI, L.,
Domingueras Prédicas II, Jauja, Mendoza (Argentina), 1998, p. 237). 15 El P. Castellani resume bien en qué consistía el pecado del publicano: “Los Publicanos eran receptores de rentas o cobradores
ser justificado, deseaba la justificación. Pero no pone el origen de la justificación en sí mismo. Todo lo
contrario. El publicano dice literalmente según el original griego: “¡Oh Dios! ¡Perdóname, a mí, pecador!”
(Lc 18,13). Para decir ‘perdóname’ usa el verbo griego hiláskomai, cuyo sentido principal es ‘expiar el
pecado’, ‘destruir el pecado’, ‘perdonar los pecados’. En el NT se usa solamente en el evangelio de hoy y en
Heb 2,17, donde se dice: “Por eso Cristo tuvo que asemejarse en todo a sus hermanos, para ser
misericordioso y Sumo Sacerdote fiel en lo que toca a Dios, en orden a expiar (verbo hiláskomai) los pecados
del pueblo”.
Respecto a este verbo dice Vine que nunca se lo usa para indicar alguna acción o algún mérito
humano sino que se trata de una acción soberana de Dios que perdona al pecador “quitando su culpa y
dándole la remisión de sus pecados”16. Por esta razón no es del todo exacto traducir: ‘Ten compasión de mí’,
como lo hace la Biblia de Jerusalén, u otras traducciones semejantes. El verbo hace referencia explícita a la
destrucción del pecado y no a una compasión que puede incluir otros aspectos de la misericordia17. “El publicano sabe que no puede perdonarse a sí mismo esta culpa, sino que depende del perdón de
Dios: perdón que él no puede merecer, sino que sólo Dios puede darle. (...) No apela a los propios méritos,
sino que se remite únicamente a la misericordia de Dios. (...) Por su sinceridad y su confianza es acogido
por Dios, que lo justifica, lo hace justo y le da la paz que proviene de la reconciliación”18.
“Lo principal (...) es la oración del Publicano, por la cual ‘salió justificado’, dice el Evangelio.
Consiste sencillísimamente en reconocerse ‘pecador’ delante de Dios; lo cual significa que la relación
esencial entre el hombre y Dios es el pecado; esa relación fundamental entre el hombre pecador y la Justicia
y Piedad Infinita”19.
Respecto a esto dice el Papa Francisco: “Si el fariseo no pedía nada porque ya lo tenía todo, el
publicano sólo puede mendigar la misericordia de Dios. Y esto es hermoso: mendigar la misericordia de
Dios. Presentándose ‘con las manos vacías’, con el corazón desnudo y reconociéndose pecador, el publicano
muestra a todos nosotros la condición necesaria para recibir el perdón del Señor”20.
El publicano dobló la cerviz ante Dios porque ‘no quería ni siquiera levantar los ojos al cielo’. El
‘cielo’ suple por Dios. Y por eso dice A. Stöger: “El publicano no osa levantar los ojos a Dios, pues el que
no es santo no soporta la mirada del Dios santo”21.
3. La causa y los efectos de la herejía de los fariseos
Hemos hablado del error ‘dogmático’ (por así decirlo) de los fariseos, es decir, de su herejía. Pero la
causa de esta herejía es un vicio moral: la soberbia; pero no cualquier soberbia, sino la soberbia religiosa.
Esto lo dice explícitamente Jesucristo cuando concluye su parábola con esta sentencia: “Todo el que se exalte
de impuestos, pero no como los nuestros. Los romanos ponían a subasta pública los impuestos de una Provincia; y el ‘financiero’
que ganaba el remate quedaba facultado para cobrar a la gente como pudiera –y, bajo mano, lo más que pudiera–; lo cual hacía
por medio de cobradores terribles, los publicanos, cordialmente odiados, como todo cobrador: y mucho más por servir en definitiva
a los romanos, los odiosos extranjeros. En suma, decir publicano era peor que decir ladrón; prácticamente era decir traidor o
vendepatria...” (CASTELLANI, L., El Evangelio de Jesucristo, Ediciones Dictio, Buenos Aires, 1977, p. 296). 16 VINE, Multiléxico del NT, nº 2433. Este verbo se usa muchas veces en la LXX, la versión griega del AT, siempre en el sentido
de que Dios perdona el pecado, expía el pecado. Por ejemplo: 2Re 5,18 (Naamán pide que se perdone su pecado); Sal 77,38 (Dios
perdona el pecado); 2Re 24,4; etc. 17 Por eso San Jerónimo, correctamente, traduce: ‘Propitius esto mihi peccatori’, ‘sed propicio para mí, pecador’. 18 STOCK, K., Ibidem. 19 CASTELLANI, L., Domingueras Prédicas II..., p. 237. 20 PAPA FRANCISCO, La parábola del fariseo y el publicano, Audiencia General del miércoles 1 de junio de 2016. 21 STÖGER, A., Ibidem.
será humillado” (Lc 18,14), haciendo referencia, evidentemente, al fariseo. El fariseo se auto-exalta a sí
mismo erigiéndose como el autor de su propia salvación. Y ese auto-exaltarse es, precisamente, la soberbia
religiosa.
El P. Castellani define la parábola de hoy como “un retrato de la soberbia religiosa (...); retrato breve
pero enérgicamente incisivo, como un medallón o un aguafuerte. (...) La oración parece no contener nada
malo; pero está penetrada del peor mal que existe, que es el orgullo religioso”22. El fariseo, al alzarse como
la causa de su propia justificación, se endiosa a sí mismo: “La soberbia es endiosarse, tomar esto divino que
hay en nosotros y contraponerlo y oponerlo a Dios”23. El fariseo, de alguna manera, se convierte en un
imitador del diablo que, “como dice el Dante de Satanás: ‘e contra il suo Fattore alzó le ciglia’: alzó las
cejas contra su Creador”24. Y el desprecio que el fariseo muestra hacia los demás “es un efecto de la soberbia,
y de la peor soberbia, pues hace de la misma religión su alimento. Con razón dice Cristo que no tienen
remedio”25.
Pero la soberbia, además, engendra otro vicio: el desprecio a los demás. Los desprecia porque no han
sido capaces de justificarse a sí mismos. Jesucristo lo dice cuando pone en boca del fariseo aquella frase que
dice: “Gracias, Señor, porque no soy (...) como ese publicano” (Lc 18,11). Parece decir el fariseo: ‘No soy
como ese publicano que no ha tenido fuerzas para justificarse y salvarse a sí mismo; en cambio yo sí he
podido’. De hecho, en el reproche que el fariseo hace a ‘los demás hombres’ (Lc 18,11) menciona que son
‘injustos’ (ádikos) que también podría traducirse ‘no justificados’.
Si bien Jesucristo no pone en su personaje fariseo ningún otro vicio moral, sin embargo, al pintarlo
como el prototipo de la soberbia religiosa está insinuando que no escapa a la corrupción moral que reina
entre los fariseos. De hecho, San Ignacio de Loyola dice que el diablo induce al hombre a la soberbia para
de allí inducirlo “a todos los otros vicios”26. La soberbia es madre de pecados y mucho más la soberbia
religiosa. Ya en esta vida el que cree hacerse justo a sí mismo cae en una cadena de vicios.
El Papa Franciso, hablando acerca de las tentaciones que pueden tener los agentes de pastoral,
enumera algunos de los vicios que brotan del espíritu farisaico. Algunos de ellos son: “El neopelagianismo
autorreferencial y prometeico de quienes en el fondo sólo confían en sus propias fuerzas y se sienten
superiores a otros por cumplir determinadas normas (...). Es una supuesta seguridad doctrinal o disciplinaria
que da lugar a un elitismo narcisista y autoritario, donde en lugar de evangelizar lo que se hace es analizar y
clasificar a los demás, y en lugar de facilitar el acceso a la gracia se gastan las energías en controlar”27.
“La mundanidad espiritual, que se esconde detrás de apariencias de religiosidad e incluso de amor a
la Iglesia, es buscar, en lugar de la gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar personal. Es lo que el
Señor reprochaba a los fariseos: ‘¿Cómo es posible que creáis, vosotros que os glorificáis unos a otros y no
os preocupáis por la gloria que sólo viene de Dios?’ (Jn 5,44). (...). Toma muchas formas, de acuerdo con el
tipo de personas y con los estamentos en los que se enquista. Por estar relacionada con el cuidado de la
apariencia, no siempre se conecta con pecados públicos, y por fuera todo parece correcto. Pero, si invadiera
la Iglesia, ‘sería infinitamente más desastrosa que cualquiera otra mundanidad simplemente moral’”28.
22 CASTELLANI, L., El Evangelio de Jesucristo..., p. 294 – 295. 296. 23 CASTELLANI, L., Domingueras Prédicas I..., Ediciones Jauja, Mendoza (Argentina), 1997, p. 214. 24 CASTELLANI, L., Domingueras Prédicas I..., p. 214. 25 CASTELLANI, L., Domingueras Prédicas II..., p. 237. 26 SAN IGNACIO DE LOYOLA, Libro de los Ejercicios Espirituales, nº 142. 27 PAPA FRANCISCO, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual, año 2013,
nº 94. 28 PAPA FRANCISCO, Idem, nº 93. En los números 93 – 97 de esta Exhortación Apostólica se señalan otras tentaciones provenientes
del espíritu farisaico, imposible de reseñarlas en el marco de una homilía dominical.
“El mal de la rivalidad y la vanagloria. Es cuando la apariencia, el color de los atuendos y las insignias
de honor se convierten en el objetivo principal de la vida, olvidando las palabras de san Pablo: ‘No obréis
por vanidad ni por ostentación, considerando a los demás por la humildad como superiores. No os encerréis
en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás’ (Flp 2,3-4)”29.
Conclusión
El principal peligro para la fe, el más recurrente y el más nocivo, ahora y en todos los tiempos de la
Iglesia, hasta los tiempos contemporáneos a la Segunda Venida de Jesucristo, será el espíritu farisaico.
Siendo el fariseísmo la corrupción propia de la religión (como la leucemia es la corrupción propia de la
sangre o la cirrosis es la corrupción propia del hígado) siempre convivirá con la religión; será como el
parásito que solamente puede alimentarse de religión y le chupa la sangre a la religión. Pero en los tiempos
contemporáneos a la Parusía será particularmente grave. He aquí el mensaje total y definitivo de la parábola
de hoy.
Cuando decimos ‘religión’ debe entenderse con toda claridad ‘Iglesia Católica, Apostólica, Romana’,
dado que la única verdadera religión es ella.
El fariseísmo enquistado en la Iglesia Católica ya ha sido, podemos decir, protagonista principal, sino
del fin de el mundo, sí del fin de un mundo. En efecto, la causa principal de la decadencia de los siglos de
oro de la cristiandad, los siglos XI - XIII, fue la decadencia espiritual dentro de la Iglesia Católica,
decadencia que tiene todas las características del espíritu farisaico. Así lo dice un gran historiador, Hillaire
Belloc: “La cumbre de la cultura medieval, época en que Europa alcanzó su expresión más auténtica, y
cuando, probablemente, nuestra raza fue más feliz, estaba destinada a declinar. El más glorioso de esos tres
siglos, el XIII, fue también el último. El cambio comienza poco después del año 1300. Fue un cambio trágico,
pues implicaba la pérdida de todo lo que había sido nuestra felicidad y de lo que nos acercaba más a la
perfección. La decadencia continúa durante dos siglos, desde el comienzo del XIV hasta el comienzo del
XVI, y termina en el naufragio de la Reforma. (...)
“El período queda marcado (especialmente hacia el final) por dos males complementarios,
consecuencia necesaria de un exceso de confianza en la autoridad que descansa sobre la fuerza. En primer
lugar, está marcado por los perjuicios causados por funcionarios indignos de regir y conducir la religión de
la cristiandad y, en segundo lugar, está marcado asimismo por otro mal: el creciente esfuerzo de los hombres
de Iglesia para curar, mediante la violencia, las malas consecuencias derivadas de su propia deficiencia. Así,
pues, a fines del siglo XV y a comienzos del XVI contemplamos algo así como un reino religioso del terror
destinado a consumarse y desmoronarse”30.
Por esto, con razón dice el P. Castellani: “Los hombres se enorgullecen del mando, y eso es la
ambición; se enorgullecen del talento, y eso es el engreimiento; se enorgullecen de la religión, y eso es
29 PAPA FRANCISCO, La Curia Romana y el Cuerpo de Cristo, Discurso a la Curia Romana, Lunes 22 de diciembre de 2014, nº
7. También en este discurso hay un análisis del espíritu farisaico que puede insidiar a toda comunidad católica. 30 BELLOC, H., La crisis de la civilización, Alexandriae.org, p. 82. 84. Y sigue diciendo el autor: “La estructura orgánica de la
Iglesia Católica quedó debilitada y al mismo tiempo comienza, en cierto modo, a ‘osificarse’, a crecer rígida y muerta. (...) He
dicho que la estructura orgánica de la religión se debilitó debido a algo así como un proceso de osificación. Si lo comparamos con
la decadencia del cuerpo humano, ese proceso corresponde al del endurecimiento de las arterias: esa arteriosclerosis que
caracteriza la vejez en un cuerpo vivo. Vemos esto en tres de sus efectos principales: en el aumento de la superstición, en la
desfiguración de la historia a través de las leyendas y en algo mucho más grave: en la actitud asumida respecto a las rentas y
donaciones para la Religión. (...) Sin mucho exagerar hemos dicho que el final de la Edad Media era un ‘reino de terror religioso’”
(BELLOC, H., Idem, p. 83. 87. 92).
fariseísmo; son las tres soberbias más grandes que hay -las que han cubierto el mundo de cadáveres, de
ruinas y de lágrimas”31.
El antídoto mejor para evitar estos males y que puede ser aplicado en la vida de cada cristiano
individual y en cada comunidad católica por pequeña que sea es la frase de Jesucristo que corona la parábola
de hoy: “Todo el que se exalta será humillado y todo el que se humilla será exaltado” (Lc 18,14). Todo el
que se exalta a sí mismo, será humillado por Dios por la condenación eterna. Todo el que se humilla a sí
mismo, doblando la cerviz ante Dios, será exaltado por Dios, dándole la vida eterna.
Papa Francisco
El fariseo es la imagen del corrupto que finge rezar
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El miércoles pasado hemos escuchado la parábola del juez y la viuda, sobre la necesidad de rezar con
perseverancia. Hoy, con otra parábola, Jesús quiere enseñarnos cuál es la actitud correcta para rezar e invocar
la misericordia del Padre; cómo se debe rezar; la actitud correcta para orar. Es la parábola del fariseo y del
publicano (cf. Lc 18, 9-14).
Ambos protagonistas suben al templo para rezar, pero actúan de formas muy distintas, obteniendo resultados
opuestos. El fariseo reza «de pie» (v. 11), y usa muchas palabras. Su oración es, sí, una oración de acción de
gracias dirigida a Dios, pero en realidad es una exhibición de sus propios méritos, con sentido de superioridad
hacia los «demás hombres», a los que califica como «ladrones, injustos, adúlteros», como, por ejemplo, —
y señala al otro que estaba allí— «este publicano» (v. 11). Pero precisamente aquí está el problema: ese
fariseo reza a Dios, pero en realidad se mira a sí mismo. ¡Reza a sí mismo! En lugar de tener ante sus ojos
al Señor, tiene un espejo. Encontrándose incluso en el templo, no siente la necesidad de postrarse ante la
majestad de Dios; está de pie, se siente seguro, casi como si fuese él el dueño del templo. Él enumera las
buenas obras realizadas: es irreprensible, observante de la Ley más de lo debido, ayuna «dos veces por
semana» y paga el «diezmo» de todo lo que posee. En definitiva, más que rezar, el fariseo se complace de la
propia observancia de los preceptos. Pero sus actitudes y sus palabras están lejos del modo de obrar y de
hablar de Dios, que ama a todos los hombres y no desprecia a los pecadores. Al contrario, ese fariseo
desprecia a los pecadores, incluso cuando señala al otro que está allí. O sea, el fariseo, que se considera justo,
descuida el mandamiento más importante: el amor a Dios y al prójimo.
No es suficiente, por lo tanto, preguntarnos cuánto rezamos, debemos preguntarnos también cómo rezamos,
o mejor, cómo es nuestro corazón: es importante examinarlo para evaluar los pensamientos, los sentimientos,
y extirpar arrogancia e hipocresía. Pero, pregunto: ¿se puede rezar con arrogancia? No. ¿Se puede rezar con
hipocresía? No. Solamente debemos orar poniéndonos ante Dios así como somos. No como el fariseo que
rezaba con arrogancia e hipocresía. Estamos todos atrapados por las prisas del ritmo cotidiano, a menudo
dejándonos llevar por sensaciones, aturdidos, confusos. Es necesario aprender a encontrar de nuevo el
camino hacia nuestro corazón, recuperar el valor de la intimidad y del silencio, porque es allí donde Dios
nos encuentra y nos habla. Sólo a partir de allí podemos, a su vez, encontrarnos con los demás y hablar con
ellos. El fariseo se puso en camino hacia el templo, está seguro de sí, pero no se da cuenta de haber extraviado
el camino de su corazón.
31 CASTELLANI, L., Domingueras Prédicas I..., p. 214.
El publicano en cambio —el otro— se presenta en el templo con espíritu humilde y arrepentido:
«manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho» (v. 13).
Su oración es muy breve, no es tan larga como la del fariseo: «¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy
pecador!». Nada más. ¡Hermosa oración! En efecto, los recaudadores de impuestos —llamados
precisamente, «publicanos»— eran considerados personas impuras, sometidas a los dominadores
extranjeros, eran mal vistos por la gente y en general se los asociaba con los «pecadores». La parábola enseña
que se es justo o pecador no por pertenencia social, sino por el modo de relacionarse con Dios y por el modo
de relacionarse con los hermanos. Los gestos de penitencia y las pocas y sencillas palabras del publicano
testimonian su consciencia acerca de su mísera condición. Su oración es esencial Se comporta como alguien
humilde, seguro sólo de ser un pecador necesitado de piedad. Si el fariseo no pedía nada porque ya lo tenía
todo, el publicano sólo puede mendigar la misericordia de Dios. Y esto es hermoso: mendigar la misericordia
de Dios. Presentándose «con las manos vacías», con el corazón desnudo y reconociéndose pecador, el
publicano muestra a todos nosotros la condición necesaria para recibir el perdón del Señor. Al final,
precisamente él, así despreciado, se convierte en imagen del verdadero creyente.
Jesús concluye la parábola con una sentencia: «Os digo que este —o sea el publicano — bajó a su casa
justificado y aquel no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado»
(v. 14). De estos dos, ¿quién es el corrupto? El fariseo. El fariseo es precisamente la imagen del corrupto
que finge rezar, pero sólo logra pavonearse ante un espejo. Es un corrupto y simula estar rezando. Así, en la
vida quien se cree justo y juzga a los demás y los desprecia, es un corrupto y un hipócrita. La soberbia
compromete toda acción buena, vacía la oración, aleja de Dios y de los demás. Si Dios prefiere la humildad
no es para degradarnos: la humildad es más bien la condición necesaria para ser levantados de nuevo por Él,
y experimentar así la misericordia que viene a colmar nuestros vacíos. Si la oración del soberbio no llega al
corazón de Dios, la humildad del mísero lo abre de par en par. Dios tiene una debilidad: la debilidad por los
humildes. Ante un corazón humilde, Dios abre totalmente su corazón. Es esta la humildad que la Virgen
María expresa en el cántico del Magníficat: «Ha puesto los ojos en la humildad de su esclava. [...] su
misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen» (Lc 1, 48.50). Que nos ayude ella,
nuestra Madre, a rezar con corazón humilde. Y nosotros, repetimos tres veces, esa bonita oración: «Oh Dios,
ten piedad de mí, que soy un pecador».
(PAPA FRANCISCO, La parábola del fariseo y el publicano, Audiencia General del miércoles 1 de
junio de 2016)
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del el evangelio y las lecturas del domingo para poder brindar una predicación más uniforme, conforme al DIRECTORIO HOMILÉTICO promulgado por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos de la Santa Sede en el 2014.
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Santos Padres: esta sección busca proporcionar la interpretación de los Santos Padres de la Iglesia, así como los
sermones u escritos referentes al texto del domingo propio del boletín de aquellos santos doctores de la Iglesia. Aplicación: costa de sermones del domingo ya preparados para la predica, los cuales pueden facilitar la ilación o alguna idea para que los sacerdotes puedan aplicar en la predicación.
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¿Qué es el IVE, el porqué de este servicio de Homilética? El Instituto del Verbo Encarnado fue fundado el 25 de Marzo de 1984, en San Rafael, Mendoza, Argentina. El 8 de Mayo de 2004 fue aprobado como instituto de vida religiosa de derecho Diocesano en Segni, Italia. Siendo su Fundador el Sacerdote Católico Carlos Miguel Buela. Nuestra familia religiosa tiene como carisma la
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