Poder y Nuevas Subjetividades: otros lugares de lo político
Grupo de Investigación-Facultad de Derecho y Ciencias políticas
Universidad de Antioquia – Medellín (Colombia)
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II CONGRESO DE ESTUDIOS POSCOLONIALES y III JORNADAS DE FEMINISMO POSCOLONIAL
“Genealogías críticas de la Colonialidad”, mesa temática numero 11: “Epistemologías disidentes, género y color”.
Mujer-caribe, memoria y guerra: opciones de-coloniales en la construcción de otras historias
del conflicto armado en Colombia1
Por: Luisa Fernanda Pineda Cadavid*2
A modo de introducción: ¿Por qué “otras” formas del recuerdo?
A decir del historiador Gonzalo Sánchez (2004), en Colombia, donde “el pasado no pasa”, porque la
guerra no termina, la apelación al recuerdo es mucho más ambigua y compleja que en historias de
guerras y violencias ya consumadas como lo fueron: la Segunda Guerra Mundial y las posteriores
vicisitudes frente a la elaboración de una conciencia colectiva sobre el Holocausto; los genocidios
extremos de origen estatal en Yugoslavia y Ruanda (1994) y la verdad de los tribunales penales
internacionales; o para el caso de América Latina, las dictaduras del cono sur y las guerras civiles
centroamericanas y sus respectivas comisiones de la verdad.
En Colombia “(…) las reciprocidades del pasado y el presente o, si se quiere, los procesos de
intervención del uno sobre el otro, en una especie de movimiento pendular [entre el recuerdo y el
olvido]” (Sánchez, 2004, p. 160), pueden cumplir una función liberadora, pero pueden también
producir efectos paralizantes sobre el presente, llevando a “(…) la rutinización del olvido y la
rutinización de la guerra” (p. 174). Pedagogía macabra que opera como una praxis política que
pretende crear historias únicas. Historias funcionales a quien detenta el poder, puesto que, cómo se
cuentan, quién las cuenta, cuándo se cuentan, cuántas historias son contadas, depende del poder. El
poder no solo de contar la historia de los “otros”, sino de hacer que esa historia sea la historia
definitiva (Adichie, 2009).Una historia oficial que en el caso colombiano ha terminado
convirtiéndose en narraciones cotidianas de nuestro pasado, libros de texto escolar, manuales del
recuerdo y hasta Cartas (de batalla) Constitucionales ordenadoras de la vida política.
1 La ponencia que se presenta surge del proyecto de investigación “Mujer –caribe, memoria(s) y guerra(s): opciones
decoloniales en la construcción de otras historias del conflicto armado en Colombia (1997-2005). Este proyecto ha sido presentado y elegido, para su financiación, en la Convocatoria para proyectos de investigación de estudiantes de pregrado de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de Antioquia y así mismo por el Comité para el Desarrollo de la Investigación- CODI-, según Acta 685 del 22 de julio de 2014.
*Estudiante del pregrado en Ciencia Política de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de Antioquia – Medellín (Colombia), integrante del Semillero de investigación “Poder y nuevas subjetividades”: otros lugares de lo político. Email: [email protected]
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La historia, esa de los grandes universales, acontecimientos, monumentos y versiones oficiales
que alimenta las identidades unívocas y sentidos homogéneos de nación, tiene una pretensión
objetivadora y distante con el pasado que le permite atenuar y colonizar “(…) la exclusividad de las
memorias particulares” (Dosse; Ricoeur, 2001). Esta estrategia colonizadora de la historia hace parte
de la gestión política típica del pensamiento eurocéntrico, tanto global como geográfico. Es una
práctica que se utilizó y se sigue utilizando como técnica para gestionar lo vivo y lo libre de la vida.
Práctica que comienza con el saber, se desplaza hacia el ser y termina instalándose en un régimen de
poder que gestiona, sujetos, cuerpos y mentes, o si se quiere, poblaciones, territorios y conocimientos
(Dussel, 2000; Quijano, 2000; Maldonado, 2008). Puesto que, como lo plantea el Poeta Palestino
Mourid Barghouti (2002) “(…) si se pretende despojar a un pueblo, la forma más simple es contar su
historia”.
De ahí que el hecho de relatar el pasado de una sociedad sea un campo de disputa político
constante, puesto que, definir lo que será recordado –como se ha querido reiterar- es un ejercicio, un
acto de poder. Lo cual permite poner en discusión ese carácter “legítimo” de esa historia que se
alimenta de las memorias oficiales “institucionalizadas” y contraponerlas a las “memorias no
oficiales”, “memorias otras” o “subterráneas” (Blair, 2011, p. 73). Discusión que nunca estará demás
en Colombia, toda vez que lo que se ha pretendido llamar “nuestra” historia oficial, la mayoría de
veces, ha omitido la pluralidad de relatos, trayectorias y proyectos que se tejen en relaciones
específicas de poder que afirman, suprimen o subordinan a determinados actores, entre estos, las
mujeres de la(s) guerra(s). Mujeres víctimas y guerreras, mujeres que han tenido que transitar entre
ser víctimas y victimizar, entre victimizar y ser victimizadas al tener que diluir sus reivindicaciones
en guerras y violencias pensadas por y para hombres, o en el peor de los casos solo caer por una
espiral de múltiples procesos de victimización. Todas ellas, son mujeres que se están diluyendo en
las historias oficiales del conflicto armado colombiano, en el relato común que pareciera querer
eliminar el carácter militante de sus memorias como una expresión política contra el olvido.
Así, a partir de la inquietud de abordar (contra) el tema de las memorias dominantes (Blair, 2011,
p.65; Pollak, 2006, p. 20), y teniendo como premisa la posibilidad pero también la urgencia de
evidenciar “otras historias“, en tanto opción decolonial que permita; por un lado, narrar el pasado de
formas alternativas y desde voces no tradicionales; y por el otro, desprendernos de los modelos con
los cuales los llamados saberes modernos -eurocéntricos- gestionaron e impusieron dinámicas de
jerarquización, diferenciación y exclusión contra cuerpos situados en su singularidad, saberes y
sensaciones propias (Lander, 2000; Mignolo, 2000; Cuevas, 2005). Creemos necesario descentrar la
mirada y fijarla en otras historias, como las de las mujeres caribeñas de la guerra en Colombia.
Mujeres negras, mulatas, zambas y mestizas que transitaron y en muchos casos siguen transitando
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por ese espiral de múltiples victimizaciones que mencionábamos. En donde sus singularidades –sexo,
raza, clase- las signa como las subalternas de los subalternos, un simple territorio, trofeo o bien que
puede ser objeto de soberanía, apropiación y conquista por parte de otros (Bidaseca, 2008).
Mujeres que, sin importar que muchas de sus experiencias y sensaciones de la guerra(s) sean
calificadas como historias para no transmitir y olvidarlas como pesadillas (Morrison, 1987), o lo
que debe permanecer oculto, silenciado para no interrumpir y molestar angustiosamente el fluir de
nuestro presente (Bhabha, 2002).En un ejercicio político de memoria están demandando narraciones
del conflicto armado que privilegien las huellas y sensaciones de la experiencia vivida, su
interpretación, su sentido o su marca a través del tiempo, por sobre el acontecimiento, la narración de
los hechos (o su reconstrucción), como dato fijo a engrosar una historia oficial. Pues como lo subraya
Marc Augé (1998), lo que se olvida y se recuerda no son los hechos mismos, tal como se han
desarrollado, sino la “impresión”, que han dejado en la memoria (pp. 22-23).
Mujeres que en el caso del conflicto armado en Colombia tuvieron en la región caribe del país y
en el periodo de transito del siglo XX al XXI un contexto complejo, violento y perturbador de su ser-
mujer, pero igualmente fecundo en experiencias micropolíticas de resistencia, praxis y militancia por
la vida y en ocasiones en contra de la vida. Lo cual, como se plantea en el informe del grupo de
memoria histórica de la comisión nacional de reparación y reconciliación “Mujeres y guerra.
Víctimas y resistentes en el Caribe colombiano”; se vio reflejado especialmente en la Costa Caribe
entre los años 1997 y 2005. Toda vez que en este periodo las Autodefensas Unidas de Colombia no
solo dominaron a sangre y fuego los pueblos de la zona, sino también, ejercieron como practicas más
frecuentes de sus estrategias de conquista la violencia contra las mujeres y la reconstrucción de un
nuevo orden social. En donde, las mujeres no solamente fueron víctimas y resistentes, sino que
también participaron en las redes armadas. Lo cual, enfrenta el entendimiento que se pueda tener de
las realidades del conflicto armado con un sinnúmero de preguntas no fáciles de responder3.
En este orden de ideas la ponencia que se presenta abordará diferentes asuntos en dos
dimensiones: En el terreno teórico nos preguntaremos por ¿Cómo entender desde las teorías
poscoloniales y decoloniales aquellas voces, lugares, sujetos y prácticas que emergen en tanto
“otras” formas de enunciación/sensación del pasado en relación a la(s) guerra(s)? Y en una
dimensión empírica con una perspectiva narrativa e interpretativa proponemos evidenciar ¿Quiénes y
cómo se han contado las experiencias de las mujeres-caribe en relación a su
participación/padecimiento/sensación en el marco del conflicto armado en Colombia durante el
3 Cf. Grupo de Memoria Histórica- CNRR- Gonzalo Sánchez (coordinador), (2011). Mujeres y guerra. Víctimas y
resistentes en el Caribe colombiano. Colombia: Ediciones Semana.
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periodo 1997-2005? A su vez, a partir de dar voz a esas “otras” historias se pretende hacer un
llamado –uno más- por la resignificación y la decolonización de la memoria de la guerra, en tanto,
herramienta propia de las mujeres que les permita la posibilidad de entender y elaborar su pasado y
rescatar a éste como eje referencial de sus vidas. Toda vez que “Las herramientas del amo nunca
desmantelaran la casa del amo” como lo proponía la autonombrada "guerrera poeta feminista negra y
lesbiana" Audre Lorde ya por el año 1984. Anotación pertinente para contextos como el de Colombia
en donde los “odios heredados” de hombres han servido durante mucho tiempo de encadenantes de
nuestras guerras (herramientas del amo), saldadas con diversas fórmulas de olvido y recuerdo
(herramientas del amo).
Memoria decolonial y conocimiento situado: referentes para la decolonización de las historias y
memorias “otras”.
Frente a la idea de una colonialidad que marginaliza el conocimiento y los saberes “otros”, Arturo
Escobar (2004) propone situarse “más allá del paradigma moderno”, y así evidenciar la presencia y
consolidación de una suerte de “colonialidad global” que subordina desde lo económico, militar e
ideológico a sujetos, pueblos y regiones en todo el mundo. Lo cual, a decir de Escobar, ha generado
“(…) el aumento de la marginalización y supresión del conocimiento de los grupos subalternos”
(2004, pp.86-100). En este sentido a la hora de abordar el problema de la configuración de la
historia y la memoria social desde un orden hegemónico en constante disputa con la diversidad de
saberes, memorias y lenguas existentes, cabría estudiar aquellos procesos dirigidos especialmente a
la subalternización de la diversidad de conocimientos (Mignolo, 2000). Y desde la colonialidad del
saber, intentar comprender “(…) la relación que la epistemología moderna estableció entre
localizaciones geohistóricas y producción de conocimiento, así como las posibilidades que se tendría
de pensar desde un paradigma otro, en la perspectiva de aportarle a una epistemología fronteriza, la
misma que desde la subalternidad reorganizaría la hegemonía epistémica de la modernidad” (Cuevas,
2005, p.6).
De hecho, la colonialidad/decolonialidad y los legados que la primera parte de esta dicotomía
supone, y las opciones que desde la segunda se vislumbran, nos lleva necesariamente al ámbito del
poder y del saber en articulación con las formas en que memoria e historia oficial se configuran
como elementos consustanciales a la experiencia colonial contemporánea. Lo cual, nos pone de
presente la necesidad de analizar los alcances que tendrían las actuales prácticas de construcción,
reconstrucción y recuperación de la memoria y la historia de sujetos y colectivos. Esto desde una
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postura crítica frente a los procesos de diferenciación y exclusión que han pretendido enunciar el
conocimiento a partir de la invisibilización y fagocitación, tanto de lo que llamamos “otros” lugares
de enunciación, como de los sujetos, organizaciones, comunidades y movimientos sociales que
demandan el reconocimiento desde su propia historicidad. Es entonces que la memoria decolonial y
las historias “otras” surgen como “(…) un pensamiento de frontera que transgrede los presupuestos
epistemológicos convencionales y reconoce la “multiplicidad de voces” y memorias que pueden
reconfigurar críticamente los diseños globales, (…) contribuyendo desde la “diferencia colonial” a la
construcción de pensamientos críticos alternativos, que posibiliten prácticas concretas de
descolonización” (Cuevas, 2005, p. 8).
De ahí que una opción decolonizadora de la historia deba pensarse necesariamente como una
irrupción del sujeto y la memoria, así como de la noción de lugar en tanto referente desde el cual se
construye el conocimiento situado en la singularidad y sensaciones de quien lo produce. Un
conocimiento que en el caso de las compresiones que pudiéramos tener en relación al pasado del
conflicto armado en Colombia implicaría subvertir los supuestos epistemológicos básicos que han
referenciado la construcción de las historias oficiales. Aquellas que emergieron en el contexto del
nacimiento de los estados nacionales del siglo XIX, a partir de dicotomías convencionales
expresadas en la relación entre neutralidad y veracidad (Wallerstein, 1998).
Así, la memoria como opción decolonial seria aquella que permita; en primer lugar, evidenciar las
relaciones de poder presentes en la configuración de las historias hegemónicas; y en segundo lugar,
desvirtuar las prácticas que han concebido una única historia nacional, heroica, etnocéntrica y sobre
todo política en un sentido bastante tradicional, lineal en el tiempo y patriarcal (Garrido, 2002). La
opción decolonial permitiría entonces, como lo propone Gnecco (2000) acabar con la domesticación
de la memoria por las historias hegemónicas, aquellas que “(…) han tomado la forma de una suerte
de historia natural: historia científica, objetiva, dueña de los únicos dispositivos de verdad y de
legitimación posibles, atemporal(es), universal(es)” (p. 173).
Entonces, frente al tema de las memorias e historias “otras” ¿Qué implica asumir una opción
decolonial en tanto saber y praxis de lo político? Utilizando las palabras de Foucault (1979; 2013
[1970]) se podría decir que implica perturbar los aparatos de verificación de la verdad que los textos
coloniales nos legaron como norma y que han pretendido legitimar la controvertida “voluntad de
verdad” de la cultura occidental4. De ahí que las praxis decoloniales propongan un constante llamado
4 Si bien Michel Foucault poco o nada se ocuparía en sus análisis de las relaciones coloniales entre Europa y América,
apelamos a sus conceptos como parte de lo que el mismo nombró una “caja de herramientas”, de tal forma echamos mano del concepto “voluntad de verdad” para sustentar la reflexión que nos ocupa. Así, el concepto en mención es desarrollado inicialmente en “El orden del discurso”, lección inaugural que ofreció el autor en 1970 en el Collège de France, cuando sucedió a Jean Hyppolite en la cátedra de “Historia de los sistemas de pensamiento”. En su
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de atención sobre como los cánones o formas únicas de conocer son dispositivos de poder que sirven
para “fijar” los conocimientos en ciertos lugares, haciéndolos fácilmente identificables y
manipulables, situación que resulta sospechosa e inquietante a la hora intentar recordar el pasado
como una praxis política (Mignolo, 2003; Johnson, 2007). Puesto que, en términos de la producción
de conocimiento lo decolonial va en contra de la idea cartesiana de que:
(…) la certeza del conocimiento sólo es posible en la medida en que se produce una distancia entre el
sujeto conocedor y el objeto conocido. [O como planteaba] Descartes [al proponer] que los sentidos
constituyen un obstáculo epistemológico para la certeza del conocimiento y que, por tanto, esa certeza
solamente podía obtenerse en la medida en que la ciencia pudiera fundamentarse en un ámbito
incontaminado por lo empírico y situado fuera de toda duda. [De ahí que]Los olores, los sabores, los
colores, en fin, todo aquello que tenga que ver con la experiencia corporal, constituye, para
Descartes, un “obstáculo epistemológico”, y debe ser, por ello, expulsado del paraíso de la ciencia y
condenado a vivir en el infierno de la doxa (Castro-Gómez, 2007, p. 82).
De ahí que la real posibilidad de la decolonialidad como lo propone Catherine Walsh (2009)
pueda evidenciarse y hacerse comprensible en la reflexión de aquellos ejercicios performativos de la
realidad, los cuales son realizados de manera constante, individual y colectiva, en la cotidianidad.
Puesto que la decolonialidad en tanto praxis va más allá de pretender desarmar, deshacer, o revertir
lo colonial: es decir, “(…) pasar de un momento colonial a un no colonial, como que fuera posible
que sus patrones y huellas desistan de existir” (Walsh (2009, p.15). La intención, más bien, es
señalar y provocar un posicionamiento- una postura y actitud continua de transgredir, intervenir, in-
surgir e incidir. Lo decolonial denota, entonces, un camino de lucha continuo en el cual podemos
identificar, visibilizar y alentar “lugares” de exterioridad y construcciones alternativas (Ávila, 2010,
pp. 97-98).
Mujer-caribe-Colombia: o de las “subalternas de los subalternos”.
La mujer-caribe es un sujeto diferenciado sexo-genéricamente ubicado en su corporalidad y
subjetividad en la región Caribe de Colombia, la cual para las comprensiones que pretendemos
preocupación por los poderes y peligros del discurso Foucault reflexionará sobre la “voluntad de verdad”, relacionándola con el tipo de separación que rige nuestra voluntad de saber a lo largo de diversos siglos de la historia, la cual se ha configurado como un sistema de exclusión de carácter histórico, modificable e institucionalmente coactivo. Subraya además que la “Voluntad de verdad” materializada en discursos ejerce su propio control y se caracteriza por fungir como principio de clasificación, de ordenación, de distribución para dominar la dimensión del discurso relativa a lo que acontece, rubro al cual pertenecen el comentario, el autor y la organización del saber en disciplinas con pretensión de verdad (Revel, 2008).
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generar se asumirá en dos sentidos; el geográfico y el simbólico/discursivo/cultural. Frente a la
territorialidad geográfica-espacial colombiana relacionamos la mujer-caribe con las subregiones de:
Golfo de Urabá (Antioquia), Montes de María (Córdoba), Sabanas de Córdoba, Sucre y Bolívar,
Delta del Rio Magdalena. En cuanto a la construcción simbólica/discursiva/cultural, la asumimos no
solo como una corporalidad situada en el espacio físico delimitado dentro de la geografía de un país,
sino también como el cuerpo y el ser-mujer que de una forma u otra se vincula subjetivamente con la
identidad que la idea (usos y costumbres) de territorio trae aparejada, la cual puede frente a las
comprensiones que se plantean descentrar la idea de región Caribe a mujeres/corporalidad/territorio
susceptibles de estar situadas en otros contextos espaciales (Londoño, 2005; Zuluaga, 2011).
Por otro lado, asociamos la idea de mujer-caribe con la existencia de una suerte de subalterna de
los subalternos (Bidaseca, 2008), quizás el aspecto más relevante para la reflexión que proponemos.
Toda vez que nos habla, no solo de la existencia de mujeres que participan/padecen/sienten
múltiples dinámicas de exclusión, violencias física, simbólica y discursiva, en razón de sus
singularidades –sexo, raza, clase, sino además de “otras” historias y memorias que “aunque
reclaman, no son reclamadas” y por tanto tienden a disolverse en presentes históricos habitados por
los “pasados subalternos” (Chakrabarty, 1998), “(…) por los pasados no dichos u olvidados, que
aunque “se resisten a ser historizados”, al no ser reclamados, desaparecen disueltos en el tiempo”
(Bidaseca, 2008, p. 1).
Situación que también nos pone de presente la fagocitación que las voces femeninas tienen que
encarar cotidianamente al ser tratadas como “voces bajas” en los archivos históricos que
tradicionalmente dan cuenta de las praxis políticas en la sociedad. Lo cual hace un llamado sobre la
omisión en la constitución del subalterno como sujeto (sexuado) o la decisiva instrumentalidad que
se hace de la mujer como objeto de intercambio simbólico y discursivo (Spivak, 1985). Pretender
construir comprensiones sobre la mujer-caribe nos lleva entonces a una apuesta política por impedir
la disolución de la memoria y la historia de los que Dipesh Chakrabarty llama “pasados subalternos”,
lo cual en relación a la crítica poscolonial y decolonial seria buscar en la Historia la fabricación de
narrativas “otras” (Chakrabarty, 1998). Reconsiderar la historia desde “otro” lugar del conocimiento,
desde el lugar de los colonizados, y así intentar recuperar las “voces bajas” (Guha, 2002) de la
historia.
Voces de la colonialidad y la decolonialidad: la emergencia de las subalternas en las narraciones
del pasado.
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Actualmente en Colombia existe una vasta producción de textos enmarcados en lo que se conoce
como “Memoria Histórica”. Particularmente se destacan aquellos producidos en el marco de las
actividades realizadas por el Grupo de Memoria Histórica (GMH) adscrito a la Comisión Nacional
de Reparación y Reconciliación (CNRR), la cual operó entre los años 2007 y 2012 en virtud de los
distintos mandatos que le fueron otorgados por la Ley 975 de 2005. Marco legal que crea y define
como una de las funciones contenidas en lo que se denominó la “Hoja de Ruta de la CNRR”, el
deber que le asiste al estado de investigar, reconstruir y preservar la “verdad histórica” frente al
origen y desarrollo de los actores y eventos violentos en Colombia, teniendo como objetivo general
“(…) diseñar, elaborar y divulgar una narrativa sobre el conflicto armado interno que identifique las
razones para el surgimiento y la evolución de los grupos armados ilegales, así como las distintas
verdades y memorias de la violencia, con un enfoque diferenciado y una opción preferencial por las
voces de las víctimas que han sido suprimidas o silenciadas”(CNRR, 2012).
Hasta el día de hoy cuando ya ha terminado formalmente su fase de investigación, la iniciativa de
recuperación de la verdad y la memoria histórica en cabeza del GMH ha generado 16 informes sobre
la memoria del conflicto colombiano. Frente a éstos podríamos decir que la mayoría han servido de
punto de partida para resignificar desde unos lugares y sujetos de enunciación en constante tensión y
negociación de lo subalterno y lo hegemónico la construcción de una relación con el pasado o los
pasados de violencia bajo una especie de “imperativo moral del recuerdo” (De Gamboa, 2005,
p.315). Muchos de éstos se han erigido como escenarios singulares de conjugación y confrontación
de las memorias y las historias políticas de la represión, del terror y del conflicto interno que
pretenden relatar.
En estos informes en unas ocasiones de forma más plural que otras el imperativo del recuerdo es
fijado y archivado por los enunciadores, y más allá de las tensiones con la verdad o versión no
expuesta que podamos evidenciar en ellos cumplen su misión como archivos, esto es “con-signar” y,
en la medida de lo posible, garantizar la posibilidad social e histórica de ser “legibles” para diversos
sectores que los trasforman en plataformas deliberativas, alrededor del pasado y expectativas de
futuro, las más de las veces, obscuras e inciertas (Castillejo, 2009). Muchos de estos textos
terminaron siendo una suerte de etnografías del terror al revelar con detalle lo ocurrido en diferentes
zonas del país, evidenciando que las acciones de extrema violencia acaecidas en tales territorios en
conflicto no fueron sólo “hechos violentos”, “excesos”, o “brotes de violencia aislada”.
Ahora, y a pesar de que en la mayoría de sus informes el GMH mostró de una u otra forma un
pasado de terror que no había sido revelado anteriormente en Colombia, y que había sido ignorado
históricamente o silenciado por los agentes institucionales o para estatales. Debemos cuestionarnos
realmente quién y cómo se contó ese pasado, puesto que, si su pretensión es ser el “(…) lugar de
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legitimación simbólica de las voces y demandas de las víctimas” (Jelin, 2006, p.7), frente a los
olvidos impuestos, las muestras de impunidad e indiferencia de algunos organismos del Estado, o las
versiones sesgadas de los victimarios (Jaramillo, 2010, p. 53), unas voces deben emerger, otras
deben dar paso y otras hacer eco de las narraciones que se evidencien.
Memorias, historias y narraciones de la guerra: dialogo de voces “altas” y “bajas. Dentro de las
narraciones del GMH el informe titulado: “Mujeres y guerra. Víctimas y resistentes en el Caribe
colombiano”, publicado en el año 2011 por Ediciones Semana nos resulta llamativo. Toda vez que el
informe además de intentar expresar las diversas maneras en que se disputan, pluralizan, cruzan, y
superponen las distintas memorias y las voces de un mismo suceso pasado en la pugna por ser
historizados en supuestos que engrosen unos relatos con pretensiones de verdad histórica, también
dice dar voz a las mujeres del caribe colombiano y a otros actores que demandan un sitio de
enunciación sobre los hechos de violencia en esta región. Ahora, ¿En términos de una lectura que
ponga en juego la dicotomía colonialidad/decolonialidad como referente de comprensión qué
podríamos decir?
Inicialmente, que el proyecto político intelectual del GMH pareciera no haber encarado de la
manera más adecuada la fagocitación histórica que la academia hace de las voces femeninas y el
tratamiento de esas “voces bajas” en los archivos históricos. Así podemos observar que en los textos
del informe en mención las voces femeninas de la mujer-caribe que narran las memorias y las
historias aparecen básicamente en dos modalidades: por un lado, como voces que cuentan en primera
persona la participación y el padecimiento en los hechos violentos, pero solo para respaldar la
comprensión que previamente la voz “alta” del académico realiza; por otro lado para respaldar la
compresión de la voz “alta”, pero no desde su participación o padecimiento, sino como sabedora de
hechos que una tercera persona padeció y de los cuales da fe de certeza o indicio de una verdad
común. Su lugar de enunciación no corresponde con el lugar de su sensación, puesto que esta
pareciera no importar al no ser un dato contrastable con lo dicho por otras voces “bajas”. En todo
caso la voz de la mujer-caribe en cuanto voz “baja” aparece simplemente instrumentalizada como
objeto o recurso de verificación de una verdad discursiva que tiende o pretende tornarse hegemónica:
Una “voz alta”, es algo opuesto a una voz baja. Sólo podemos entender su status en términos de
hegemonía. Es en tal sentido que una voz alta no deja hablar a una baja, y ésta queda subalternizada,
en un estado como si fuera de sin voz (o no voz), un espacio carente de enunciación, como si los
sonidos que le salen por la boca sólo pudiera expresar agrado o dolor (Rancière, 1996); sin más, la
negación del otro. No obstante, las voces bajas también emiten enunciaciones que muchas veces se
condicen con las voces altas, con los discursos de la hegemonía dominante. Una reproducción que se
conecta directamente con el “consenso” social instaurado por las voces altas. Dichas voces son a
nuestro entender voces miméticas (Bidaseca, 2008, p.5).
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Situación determinante, pues la pretensión de resignificar y decolonizar las memorias y las
historias de la guerra, en tanto, herramientas propias de las mujeres que les permita la posibilidad de
entender y elaborar su pasado y rescatar a éste como eje referencial de sus vidas, no es posible si las
voces de éstas no adquieren el estatus político que les confiere el poder traspasar el ámbito de lo
privado a los público, no solo a partir de que se les escuche, sino además de que lo enunciado
realmente provenga de sus voces y cuerpos situados en la singularidad, saberes y sensaciones propias
de su ser mujer-caribe, y en tal sentido trasgreda la “(…) distribución simbólica de los cuerpos que
los divide en dos categorías: aquellos a quienes se ve y aquellos a quienes no se ve, aquellos de
quienes hay un logos –una palabra conmemorativa, la cuenta en que se los tiene- y aquellos de
quienes no hay un logos, quienes hablan verdaderamente y aquellos cuya voz, para expresar placer y
pena, sólo imita la voz articulada” (Rancière, 1996, p. 36). De hecho en el informe “Mujeres y
guerra. Víctimas y resistentes en el Caribe colombiano” se evidencia una de las contradicciones y
tensiones más recurrentes frente al trabajo de narrar los pasados. Nos referimos a la idea de
representar al subalterno/subalterna en los términos de las llamadas historiografías de poder. En tal
sentido a continuación presentamos tres ejemplos para la reflexión:
La voz “alta”: el dato, la cifra y la realidad de la academia. La gráfica que se presenta a
continuación (figura 1) es la constatación del porcentaje de mujeres vulneradas- de acuerdo a su
perfil- en la Costa Caribe entre 1997 y 2005 cuando las Autodefensas Unidas de Colombia
dominaron los pueblos de la zona, siendo la violencia contra las mujeres y la reconstrucción de un
nuevo orden social algunos de los rasgos más representativos de este periodo. Estamos hablando de
víctimas no solo por cuestiones de género sino también por asignación de roles enmarcados en el
conflicto. La intensidad porcentual de la victimización se ve reflejada en la intensidad del color. Así,
la figura 1 señala que el 28% de las mujeres más perseguidas por los armados fueron aquellas
mujeres emblemáticas, frente a las cuales se pretendió impedir los procesos de transformación que
ellas venían adelantando como forma de resistencia a la guerra.
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Otras graficas que no traemos al texto dan cuenta en términos estadísticos de los castigos físicos
diferenciados por sexo, en los cuales se incluían prácticas públicas y privadas de violencia física y
simbólica como rapar las cabezas de las mujeres, la violación de sus cuerpos, los trabajos forzados
domésticos y la esclavitud laboral. Las gráficas, porcentajes y estadísticas, en tanto dato científico
nos hablan del papel que juega la historia oficial como mecanismo para producir “verdad”. Nosotros
nos preguntamos ¿No será que nos hablan también de cómo la historia oficial produce olvido?
Historia construida sobre cimientos de negación y el silenciamiento de otras voces que aún no han
sido “liberadas” de su pasado.
Las narrativas de las voces “altas”; aquellas medibles, contrastables, cartografiables nos hablan de
mujeres negras, mulatas, zambas y mestizas que transitaron y siguen transitando por dinámicas de
múltiples victimizaciones. Nos hablan de cifras susceptibles de transformarse en respuestas
institucionales-burocráticas por parte del Estado y la sociedad civil a través de políticas e iniciativas
que apuntan a lo que suele llamarse “reparación integral”. No obstante, disuelven los colores de las
mujeres-caribe en una serie de tonalidades grisáceas propias de las iconografías estadísticas, como si
de una suerte de metáfora del conocimiento que de ellas se construye se tratase, una advertencia de
que la subalternidad de las subalternas pasara a ser un espacio de la vivencia homogénea y
generalizable. Así, se domestica políticamente el recuerdo mediante la imposición del documento
escrito, de los archivos públicos, de las cifras, los porcentajes y las estadísticas como mecanismos de
ocultación y de imposición de olvido de lo autóctono, de lo vivido y de lo sentido. Una suerte de
reafirmación de que el conocimiento “válido” desde este punto de vista de la voz “alta” es aquel
generado primero en los centros de poder para luego, desde allí, ser distribuido desigualmente hacia
las periferias y a los sujetos periféricos, que se limitan a ser receptores pero nunca productores de ese
conocimiento (Dussel, 1992). La participación/padecimiento/ sensación de las mujeres-caribe en la
narración de la voz “alta” “(…) dejó de ser un asunto político de sus protagonistas (...) para ser una
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realidad escriturada; dejó de ser memoria para volverse texto; pasó de ser interpretación para
concebirse como constatación (...) en vez de ser una historia para un fin dio lugar al “fin de la
historia” (Gnecco y Zambrano, 2000, 37-38).
“Voces bajas”: evidenciar el padecimiento, invisibilizar la sensación y corroborar la
comprensión. Lo ocurrido en la Costa Caribe entre 1997 y 2005 da cuenta de algunos de los rasgos
más notorios del conflicto armado colombiano en relación a la violencia contra las mujeres. Uno de
estos rasgos; los castigos físicos, se convirtieron en una estrategia tan poderosa como los propios
muertos, de ahí los múltiples testimonios que dan cuenta de éstos. Testimonios que ha pretendido
rescatar el GMH como sustento de una memoria signada por una funcionalidad; la reparación
simbólica que busca evitar que los sufrimientos queden suprimidos en el relato sobre nuestro
conflicto. Sufrimientos que parecieran obedecer no a quien “necesita contar ya”, sino a quien tiene
el mandato pero sobre todo el saber/poder de contar:
Mujeres rapadas en Rincón del Mar 2004. Los hechos sucedieron el 31 de octubre del 2004, hace seis
años: me cortaron el cuero cabelludo con una macheta. El „Flaco‟ vivía en la casa del frente de
nosotros. Golpeó puertas, a mi marido le dio disparos y a mí no me quitó el cabello sino que me quitó
el cuero cabelludo; me iba a meter viva en un hueco. Yo corrí, me metí en la casa de mi abuela
bañada en sangre. Los carros no me querían sacar porque la gente temía. Sólo un señor se arriesgó a
sacarme. En el hospital me cogieron cincuenta y pico de puntos y a los tres días me dieron de alta. La
Policía de San Onofre me quitó las recetas de los medicamentos. Ellos eran los mismos: eran
mandados por „Cadena‟ (…) Ese día venían a buscar a mi marido y como no lo encontraron se
ensañaron conmigo. Él me sacó desnuda y me sentó en la calle a hacerme todo eso. El pueblo no se
atrevía a salir, observaba a escondidas. Mi esposo salió corriendo, se tiró al caño, al mar, y salió al
otro lado. El „Flaco‟ me perseguía pero yo me escondí en la casa de mi abuela. Él me decía que yo
era una perra, una hijueputa, que no valía nada, que lo que merecía era la muerte. Ese día también
rapó a una prima mía, a las seis de la mañana, dentro de la casa (…). “Si me vas a matar mátame
aquí porque yo para el cuarto no me voy a ir” [le dije]. Yo tenía que usar pañoleta porque me daba
pena que me vieran así, calva. Me sentía apenada con la gente de mi pueblo. Ellos no me molestaban.
Yo constantemente salía con pañoleta o con paño, yo no salía calva, pelada a la calle. Yo sufro de
adormecimiento de cabeza, dolor de cabeza, quedé sufriendo de ese dolor de cabeza. Yo no dormía,
temiendo, angustiada, desesperada. En el hospital yo dije que había sido el marido mío, no dije que
los paramilitares, pero la doctora no me creyó, dijo que ella sabía qué era (GMH, 2012, p. 72).
Frente al testimonio que se presenta, el cual si bien es narrado por quien lo padeció y nos da a
conocer en primera persona una suerte de economía del terror y la muerte, necesariamente y
siguiendo quizás la comprensión más significativa que Gayatri Chakravorty Spivak (1998) nos legó,
tendríamos que cuestionarnos “¿Pudo la subalterna hablar?”, y al igual que Spivak tendríamos que
contestar con un rotundo “No”. Toda vez que la forma en que se instrumentaliza el testimonio de ésta
para corroborar la verdad de la voz “alta”, termina ejerciendo una suerte de ejercicio colonizador del
ser/mujer/caribe, donde, el “ser” es un atributo que le pertenece a la voz “alta”, mientras que a las
subalterna de los subalternos lo que les caracteriza es el “no-ser”, y por tanto, carecen de un lugar
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válido de enunciación y construcción propia de su ser, de ahí que en tanto sujetos “otros” siempre
serán una construcción de quienes detentan el poder, una suerte de afuera constitutivo que da vida a
los conocimientos hegemónicos expresión del saber/poder (Escobar, 2003).
En condiciones como las del testimonio presentado, decir que se ha recuperado la voz del ser de la
subalterna, no es posible, pues estas voces que hablan desde un lugar de enunciación que no les
pertenece sólo son una expresión de los registros de la dominación. No hay voz a la que hacer hablar
cuando esta es solo una designación presente en los textos. Puesto que concebida de tal forma la
subalterna es “(…) una subjetividad bloqueada por el afuera, no puede hablar no porque sea mud[a],
sino porque carece de espacio de enunciación. Es la enunciación misma la que transforma [a la]
subaltern[a]. Poder hablar es salir de la posición de la subalternidad, dejar de ser subaltern[a].
Mientras [la] subaltern[a] sea subaltern[a], no podrá “hablar”” (Bidaseca, 2008, p. 10).
La voz “baja”, hacer emerger las sensaciones: catarsis inconclusas vidas suspendidas. Las
imágenes intrusivas de la violencia extrema pueden llegar a „enloquecer‟, hacen que el miedo te
encierre y te aislé, te desconecte del mundo social, más aún cuando las formas del recuerdo no
superan las incertidumbres del olvido, cuando la historia agobia constantemente en forma de pesadillas
que mantienen vivo el pasado doloroso, pasado que sucede una y otra vez cada que se cierran los ojos.
Mi mamá era una líder, una mujer activa y alegre; desde la masacre, ella se fue poniendo mal, poco a
poco. Primero eran los sueños y las pesadillas. Ella empezó a hablar incoherencias (…) a hacer cosas
raras, y así se fue poniendo hasta que ahora está así (…) ya casi no conoce a nadie, habla de lo de la
masacre (...) a veces vuelve y nos reconoce y se alegra (…) lo de ella ya no es de psicólogo, nos dicen
que es de psiquiatra. Yo nunca pude volver a saber qué es dormir bien (...) en los años terribles las
noches eran espantosas, uno rezaba para que la noche pasará rápido (...) Desde entonces no duermo
(…) yo me acuesto y miro para el techo y casi no duermo. Después de la masacre yo no pude volver a
salir. A mí no me podía dar el sol en la cara o en el cuerpo porque me brotaba y me enfermaba. Pasé
muchos años totalmente encerrada (…) hasta ahora, y gracias a que me atendió un psiquiatra, estoy
empezando a salir otra vez, poquito a poco (…) salgo un poquito y vuelvo y me encierro porque me da
miedo el sol (...) (buscar página).
Por último, pudimos apreciar en el anterior testimonio la complejidad que significa hacer catarsis
frente a situaciones límite como las afrontadas por las mujeres-caribe del conflicto armado
colombiano. Más aun, cuando sus voces son silenciadas por la representación y los discursos que
pretenden ser propios y comunes a todas las personas, pasando por alto como en el caso de las
subalternas que éstas no pueden ser representadas y mucho menos podemos hablar por ellas. Que a
cada cuerpo corresponde una voz y a cada voz un rostro. Que a cada mujer-caribe le corresponden
historias y memorias particulares que no solo vivieron y padecieron sino que también sintieron. Por
eso no son solo un rostro, son rostros de víctimas, sobrevivientes, resistentes; son las muertas, las
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desaparecidas, las que “subieron al monte” y no volvieron, las que reclutaron, las que torturaron y
asesinaron, las que violaron, las que mutilaron, las que secuestraron, las que vieron a sus familias
desintegradas, desarraigadas. Son las víctimas de los diferentes actores del conflicto armado
colombiano: guerrilla (FARCEP, ELN), paramilitares, águilas negras, fuerza pública y ejércitos
privados de narcotraficantes, entre otros. Son mujeres convertidas en cifras de una suerte de
taxonomía perversa que las categoriza en víctimas buenas y víctimas malas; víctimas pobres y
víctimas ricas; víctimas para legitimar y víctimas para ocultar; víctimas para reparar y víctimas para
olvidar. Son todas aquellas que su participación/padecimiento/sensación de la guerra les dejo entre
otras cicatrices el miedo a la luz del sol.
A modo de reflexión:
Frente al tema que nos ocupa ¿Qué implica las opciones decoloniales en tanto saber y praxis política
del recuerdo? Utilizando las palabras de Foucault (1979; 1999) implica perturbar los aparatos de
verificación de la verdad que los textos coloniales nos legaron como norma y que han pretendido
legitimar la controvertida voluntad de verdad de la cultura occidental. Postura que resulta
particularmente sugerente, pues permiten iniciar una comprensión decolonial de la noción misma de
historia. Una que desde el pensamiento crítico nos podría acercar a opciones del recuerdo donde la
práctica de la misma “(…) desplaza a un cuerpo del lugar que le estaba asignado o cambia el destino
de un lugar; hace ver lo que no tenía razón para ser visto, hace escuchar como discurso lo que no era
escuchado más que como ruido” (Rancière, 1996, p. 45). Lo cual frente al conocimiento del pasado y
construcción de “otras” historias, memorias o recuerdos del pasado, nos hablaría de un saber no
determinado por su pretensión de objetividad o cientificidad. Uno en donde a diferencia de lo
propuesto por el canon cartesiano, la certeza del conocimiento no se determina en la medida en que
solo pueda obtenerse por medio de la ciencia en el ámbito incontaminado de lo empírico y el dato
situado fuera de toda duda.
De hecho, frente a un panorama como el actual, donde encuentros y desencuentros entre guerra,
historia y memoria son materia de reflexión creciente desde diferentes sectores de la academia -
institucional y no institucional- colombiana, es que surge más que nunca la necesidad de construir y
dar a conocer esas otras historias. Esas que reflejen que la memoria como reconstrucción del pasado
de una sociedad es ante todo política, es decir, una suerte de “juego de poderes y contrapoderes”, que
se hace visible de maneras específicas y refleja la asimetría de las relaciones en pugna en sus
articulaciones con el poder (Blair, 2011, p.70). Y si bien, es difícil hacer aportes novedosos frente a
un tema tan trabajado y discutido tanto en otras latitudes como a nivel nacional, creemos que
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proponer una discusión sobre el tema –una más- nunca sobrará en Colombia, toda vez que lo que se
ha pretendido llamar “nuestra” historia oficial, la mayoría de veces, como consecuencia de actos de
poder ha omitido y en muchos casos sigue omitiendo la pluralidad de relatos, trayectorias y
proyectos que se tejen en nuestra sociedad, suprimiendo o subordinando a determinados actores,
entre estos, las mujeres de la(s) guerra(s). Lo cual, nos obliga a pensar y proponer reflexiones que
posibiliten la comprensión de “lo que está en juego” cuando hablamos de las complejas relaciones
entre historia/memoria, pasado/presente, poder/saber, olvido/resistencia.
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