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Sudáfrica después del Apartheid
Arrascaeta RocíoIuvaro Mauro
Garat M. Cristina
HISTORIA SOCIAL MODERNA Y CONTEMPORÁNEACÁTEDRA ROFÉ
CARRERA DE SOCIOLOGÍAFACULTAD DE CIENCIAS SOCIALESUNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES
Noviembre 2013
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Razones de la elección del tema: El factor detonante para realizar este
análisis nace de la ignorancia generalizada sobre el continente africano, además de lo
difícil que se torna encontrar información histórica que dé a conocer quiénes fueron y
siguen siendo los actores principales de las problemáticas de poder y democracia en
Sudáfrica, que ha traído consigo el enriquecimiento de unos pocos. Por otro lado llama
la atención la extensa duración de este sistema de segregación racial, en franco
contraste con la tendencia occidental hacia la ampliación de derechos, que se dio
desde la declaración universal de los derechos humanos.
Pregunta de investigación: La disolución del apartheid. ¿Mero cambio formal o
erradicación definitiva?
Antecedentes: La población indígena sudafricana es producto de una
inmigración procedente de diferentes zonas del continente africano. Como menciona
la autora María Alicia Divinzenso, la discriminación hacia la población no-blanca fue un
rasgo inherente a la sociedad sudafricana desde un primer momento. La primera
colonización había traído aparejada la idea de la superioridad de las personas blancas.
Hacia el año 1652 la Compañía Holandesa de las Indias Orientales1 estableció un
asentamiento de pequeña magnitud que, años más tarde, se conocería como Ciudad
del Cabo, la cual se convirtió en colonia británica en 1806. Tiempo después Sudáfrica
sufriría una pugna constante entre bóeres2 y británicos, por el control de los recursos
minerales, resultando estos últimos triunfadores. Paralelamente otro elemento los
enfrentaba: su posición respecto a la segregación racial: los británicos no apoyaban
una legislación discriminatoria, mientras que los bóeres propugnaban medidas
racistas contra la población negra.
La elite blanca bóer implementó históricamente políticas tendientes a la
independencia sudafricana respecto a Reino Unido, el cual en 1910 concede una
independencia limitada. Aprovechando esta situación de disminución del control
inglés, los bóeres comenzaron a emitir normas segregacionistas y racistas, impuestas
de modo semioficial, tendientes a sentar los bases de lo que luego se llamó Apartheid.
Con el transcurso de los años la política racista se fue consolidando dentro del
territorio sudafricano.
1 Establecida en el año 1602, cuando los Estados Generales de los Países Bajos le concede la libertad para realizar actividades coloniales en Asia. Fue la primera corporación multinacional en el mundo y la primera compañía que publicaba sus ganancias. Además, la VOC (como se la conoce), poseía poderes cercanos a los de un gobierno: incluyendo la potestad de declarar la guerra, negociar tratados, acuñar moneda y establecer colonias. (Wikipedia)2 Colonos de Holanda, Flandes, Francia y Alemania.
2
Pero el punto de inflexión fue en la década del 1940 cuando con la llegada del
Partido Nacional3 al poder el sistema del Apartheid alcanzó estatuto legal y oficial,
adquiriendo el carácter de política de estado.
Qué fue el Apartheid y sus principales políticas: El término Apartheid
significa en afrikaans4 “separación” siendo éste un sistema social cuyo principal
objetivo fue separar las razas en términos jurídicos, estableciendo una pirámide
jerarquizada en la cual la “raza blanca” dominaba a la “no blanca”5, mientras tanto,
en el ámbito geográfico y espacial se instauró, por mecanismos institucionales, la
creación de territorios reservados exclusivamente para cada grupo racial6. Siguiendo
a la autora María Alicia Divinzenso, esta política implicaba que la población no blanca
debía residir en tierras o homelands, basadas en una distribución territorial de las diez
principales etnias sudafricanas, dando como resultado la creación de diez
“batustanes” o “tierras de negros”. Además de estar superpoblados, estos territorios
carecían de los servicios y condiciones más indispensables para que esta población
pudiese cómodamente residir, implicando consecuentemente que debieran salir de
sus homelands para insertarse laboralmente en propiedades blancas carentes de
mano de obra barata. La construcción de ciudades blancas o barrios en las periferias
sirvió como excusa para alojar a la población condicionada para realizar sus tareas
laborales. Además se legislaron otra serie de medidas segregacionistas como la
prohibición los matrimonios mixtos, se diferenció con la leyenda “only whites” (solo
blancos) los medios de transporte, locales públicos, áreas de residencia y
entretenimiento y se ilegalizó el Partido Comunista.
Introducción: Siguiendo a David Fernández de Arriba vemos que al estudiar el
proceso de transición democrática de Sudáfrica se destaca la labor de la Comisión de
la Verdad y la Reconciliación (CVR) y sus efectos en la democracia sudafricana, por lo
que será analizada en primer lugar, luego de un breve recuento histórico. En segundo
lugar, expondremos una breve comparativa de los balances que realizan las dos
principales fuerzas políticas sudafricanas, el Congreso Nacional Africano (ANC), en el
gobierno, y la Democratic Alliance (DA), en la oposición, haciendo especial énfasis en
los argumentos de ésta última. Finalmente, compararemos los análisis que llevan a
cabo dos historiadores, R.W. Johnson ex-profesor en la Universidad de Oxford y
3 Partido de gobierno en Sudáfrica (1948-1994) fue una de las instituciones más visibles de la población afrikáner de Sudáfrica. Desde su formación y su acenso al poder en 1948, el NP fue un partido que se opuso a la influencia británica sobre Sudáfrica. (Wikipedia).4 Variedad del neerlandés que es, junto con el inglés, lengua oficial de Sudáfrica.(Wikipedia)5 Asiáticos, mestizos, bantúes y negros.6 http://www.historiasiglo20.org/GLOS/apartheid.htm
3
corresponsal del Sunday Times en Ciudad del Cabo; y Robert Ross, profesor en la
Universidad de Leiden en Provincias Unidas de los Países Bajos.
La transición democrática. Los hechos
Tras la euforia inicial que produjeron las primeras elecciones democráticas,
Sudáfrica tuvo que afrontar numerosos problemas. La existencia de un régimen
político abominable a lo largo de tantas décadas dejó al país una herencia muy difícil
de asumir: una sociedad violenta, injusta y desigual que debía decidir su futuro y
enfrentarse a problemáticas muy diversas, desde la erradicación de la pobreza o el
analfabetismo, hasta la lucha contra la epidemia del SIDA.
Las negociaciones entre el ANC y el NP, para concretar la salida democrática, no
hicieron sino incrementar la violencia reinante en el país. El número de víctimas
políticas del periodo 1990-1994 fue mucho más elevado que el de toda la década de
los ochenta, aunque, finalmente, NP y ANC pudieron acercar sus posturas. En
noviembre de 1993 ANC y NP acordaron la celebración de elecciones plenamente
democráticas en abril de 1994, y el establecimiento hasta esa fecha de un Gobierno
de Unidad Nacional liderado por el ANC, pero con importantes ministerios, para los
pesos pesados del NP, como Botha y De Klerk. También se aprobó la nueva
Constitución Transitoria, que debía tutelar el proceso hasta la formación de la nueva
Asamblea Constituyente electa.
La Comisión de la Verdad y la Reconciliación
Fernández de Arriba, siguiendo el análisis de Richard Wilson7, sostiene que el
principal problema para los nuevos gobiernos que se establecen en los estados que
emergen de un conflicto prolongado es el de la justicia. Se encuentran con tres límites
que son previos a la creación del propio gobierno. El primero es el carácter histórico
de la legalidad establecida por el régimen autoritario, es decir, la justicia tiene
manchada su reputación, la población no tiende a depositar su confianza en la justicia
tras años de injusticia legal. El segundo es el equilibrio de poderes entre las partes,
entre las fuerzas del régimen anterior y sus opositores; cuanto mayor sea el poder de
las fuerzas opositoras democráticas, mayor legitimidad podrá conseguir la justicia. Y
el tercero es la necesidad de llegar a acuerdos concretos para acabar con el conflicto,
esto es, las actuaciones de urgencia necesarias para poder regularlo.
7 Artículo basado en el análisis de “Justicia y legitimidad en la transición sudafricana” de Richard A. Wilson, director del Human Rights Institute de la Universidad de Connecticut, que ha estudiado entre otras la transición de Guatemala y la de Sudáfrica. Está incluido en: AGUILAR, P. et.al. Las políticas hacia el pasado. Juicios, depuraciones, perdón y olvido en las nuevas democracias. Ed. Istmo, Madrid, 2002.
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Los nuevos gobiernos tienen ante sí una gran disyuntiva. Por un lado, la lógica
política vinculada a la utilidad, y por el otro, la lógica ética asociada a la dinámica de
la justicia. La utilidad política tiene como principal objetivo la reconciliación, a la que
se puede llegar mediante comisiones de la verdad. En cambio, la lógica ética tiene
como finalidad la venganza que se consigue mediante los procesos judiciales. Para
Richard Wilson ambas líneas de actuación son complementarias, y lo ideal es su
puesta en marcha conjunta.
En el caso sudafricano, señala el autor, las negociaciones sobre la justicia,
centradas básicamente en la amnistía, se llevaron a cabo exclusivamente entre el
ANC y el NP. La Constitución transitoria contenía un apartado, denominado
postámbulo, cuyo título era “Unidad Nacional y Reconciliación”. Las bases que
establecía eran el entendimiento y la reparación, por contraposición a la venganza y
la represalia. Este acto de buena voluntad acabó deparando una amnistía muy
cercana a la impunidad. El lema de la Comisión de Verdad y Reparación (CVR),
Reconciliación mediante la verdad, acabó transformándose en Reconciliación
mediante la impunidad, ya que esta vía fue la que se utilizó en muchos casos.
La CVR como umbral institucional
Richard A. Wilson define las comisiones de la verdad como mecanismo de
creación de legitimidad para las nuevas instituciones, es decir, son un elemento de
distanciamiento del régimen anterior. Sigue a Hannah Arendt quien dijo, en su obra
“Los orígenes del Totalitarismo”, que lo primero que hace un sistema totalitario es
matar el impulso legal de los ciudadanos. Una comisión de la verdad trata de hacer
renacer este impulso, que es una respuesta a la falta de fe de la ciudadanía en los
tribunales.
La reforma del sistema judicial fue un gran problema para el nuevo gobierno. La
mayoría de funcionarios, incluso algunos de alto rango, siguieron en sus puestos,
hecho que restó credibilidad ante la población. El Estado tuvo serias dificultades para
demostrar la culpabilidad del régimen anterior en muchos sucesos, ya que la justicia
estaba viciada por décadas de actuaciones antidemocráticas.
La Comisión de la Verdad y la Reconciliación era una forma de afrontar los
problemas que tenía ciertas ventajas. En palabras del arzobispo Desmond Tutu
(presidente de la comisión), la CVR presentaba mejores perspectivas para el
establecimiento de la verdad que los tribunales. Además, los tribunales no tenían la
capacidad de actuar contra todos los crímenes cometidos durante los treinta y cuatro
años que se establecieron como periodo de vigencia del apartheid. La CVR y la justicia
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ordinaria eran complementarias, aunque la debilidad de los tribunales hacía que
algunos presuntos culpables prefirieran no acudir a la CVR.
La CVR se constituyó como umbral, lo cual es señalado por Fernández de Arriba
como un aspecto esencial. Era un elemento de mediación. No era una instancia
jurídica ni política ni religiosa, pero reunía aspectos de las tres categorías. Era una
institución creada como derecho público transitorio, que solo tenía la facultad de
hacer recomendaciones al jefe del ejecutivo –el ya electo Nelson Mandela- sobre las
reparaciones y las medidas institucionales, administrativas y legislativas, para evitar
violaciones de los derechos humanos.
Su carácter no exclusivamente jurídico la situaba más allá del ordenamiento legal
sudafricano. Un ejemplo de esta situación era su capacidad de conceder la amnistía
antes de que el acusado fuera condenado, con lo que podía conceder una especie de
inmunidad política. En el caso concreto de la amnistía, la CVR actuaba como un
tribunal que decidía entre otorgar la amnistía o denegar la inmunidad. Otro ejemplo
de la peculiaridad de la comisión era el uso frecuente del testimonio como prueba
legal, ya que el objetivo principal de la CVR era la verdad, la revelación total de los
hechos.
La condición especial de la CVR también era visible por su posicionamiento
intermedio entre los tres poderes del Estado. Era complementaria al sistema judicial,
hacía recomendaciones al ejecutivo y presentaba informes ante el legislativo. De
hecho, según Wilson, la CVR ponía los límites democráticos a los tres poderes. Era
parte de la representación teatral que llevaba a cabo el nuevo estado para legitimarse
frente a su antecesor. El potencial simbólico de la Comisión, derivado de su condición
de entidad política, jurídica y, sobretodo, religiosa, es fundamental para comprender
su alcance.
La CVR recibió más de 21.000 declaraciones de víctimas. El gran número de
actuaciones necesario para tratar de verificarlas generó una ingente labor de
investigación externa a los cauces jurídicos ordinarios. Este factor permitió descubrir
muchos hechos que hubieran quedado fuera del ámbito de acción de los tribunales.
La actuación de la Comisión también tuvo que afrontar las limitaciones impuestas
durante las negociaciones. La más grave fue que sólo serían consideradas como
violaciones de los derechos humanos los actos que hubieran sobrepasado la propia
legalidad del apartheid. Por tanto, las detenciones sin juicio, los traslados forzosos y
un sinfín de violaciones de los derechos humanos no fueron considerados como tal. Es
decir, se tenía que juzgar el pasado siguiendo sus propios criterios; la
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violencia ordinaria y cotidiana del apartheid quedaba impune. Además, la CVR
no contaba con los suficientes recursos para tratar de conseguir una verdadera
justicia social. La redistribución económica necesaria para redireccionar los beneficios
obtenidos gracias a la discriminación racial fue descartada. Pese a ello, la Comisión
trató de hacer visible este hecho mediante grandes vistas de acontecimientos en que
los grandes sectores sociales beneficiados por el anterior régimen –empresarios,
jueces, iglesias, sector sanitario y medios de comunicación- declaraban ante la
Comisión. Estas vistas trataban de hacer pública la colaboración de estos sectores con
el régimen, o cuanto menos, su complacencia.
La CVR contaba con unos recursos muy escasos, además sólo tenía la capacidad
de hacer recomendaciones ante otras instancias para promover la concesión de
indemnizaciones. Este factor era conocido por las víctimas, sabían que su declaración
en el mejor de los casos supondría una pequeña compensación. Muchas víctimas tan
solo reclamaban el pago de una lápida como indemnización. La Comisión no
contemplaba medidas concretas para conseguir la reconciliación de la sociedad
sudafricana, a pesar de que existían organizaciones que las proponían.
Amnistía
La singularidad de la Comisión de la Verdad sudafricana es la vinculación de la
amnistía con la propia comisión. En la mayoría de casos, la amnistía es un proceso
judicial totalmente independiente. La CVR recibió más de 7.000 solicitudes de
amnistía. Los requisitos para solicitar la amnistía eran bastante claros. El delito por el
que se pedía debía de haberse cometido en el periodo que va del 1 de marzo de 1960
hasta el 10 de mayo de 1994. Tenía que ser un delito de carácter político, que no
estuviera motivado por el beneficio propio, el rencor o el despecho. Además,
el solicitante debía relatar a la Comisión todo lo que supiera sobre el crimen,
incluyendo la cadena de mando que lo había ordenado. Un aspecto llamativo era
que no se pedía el remordimiento, hecho que no gustó a las víctimas, ya que en
ocasiones vieron cómo eran amnistiados personajes que justificaban sus actos, e
incluso algunos de ellos estaban orgullosos de lo que habían hecho. Cualquier proceso
legal contra los acusados quedaba temporalmente suspendido mientras el comité de
Amnistía de la CVR llevaba a cabo sus investigaciones. El principal inconveniente de la
amnistía sudafricana, según Fernández de Arriba, fue que las expectativas de las
víctimas no se cumplieron, por varios motivos. La amnistía tenía carácter inmediato,
mientras que las compensaciones para las víctimas llegaban tras largos periodos de
espera. Además el hecho de no exigir el arrepentimiento de los culpables amnistiados
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fue difícil de llevar para los afectados. Entre las víctimas, la sensación de la impunidad
oficial estaba muy presente. Pese a esto, Richard A. Wilson considera que el proceso
de amnistía que tuvo lugar en Sudáfrica ha sido mejor que el llevado a cabo en varios
países en los que han tenido lugar procesos similares. Es muy importante que la
amnistía no fuera general, sino individualizada. Además, la exigencia de
revelaciones facilitó información que benefició a posteriores investigaciones.
El informe de la Comisión
El informe de la CVR estuvo formado inicialmente por cinco volúmenes que
suman en total 3.500 páginas. Se incluyen aproximadamente cuatrocientos nombres
de implicados en violaciones de los derechos humanos. El informe trata de ser una
especie de texto fundacional, trata de crear una nueva historia oficial de Sudáfrica. El
Apartheid es definido como crimen contra la humanidad, para tratar de restar
crédito a algunas teorías revisionistas que afirman que era un sistema de desarrollo
separado con buena voluntad, aunque al final acabó desviándose. El informe cita las
declaraciones de las víctimas, con el objetivo de que ellas también formen parte de la
Historia de Sudáfrica. Otro elemento destacado es que el informe de la Comisión tiene
validez jurídica y puede utilizarse para iniciar otros procesos. A pesar de la evidente
buena intención, el informe posee ciertos vacíos, ya que en los campos en que nadie
solicitó la amnistía falta información. Los líderes de ANC no consideraron los reclamos
de ciertos sectores del National Party y de la extrema derecha blanca de una amnistía
general, una especie de ley de punto final, aunque a pesar de ello, Desmond Tutu hizo
una propuesta según la cual los juicios por crímenes políticos no debían alargarse por
un periodo superior a seis años, proponiendo, de esta manera una especie de
prescripción de los delitos.
Otra postura en relación a la labor de la Comisión de Verdad y Reconciliación es
la de Fiona Ross, que en su artículo “La elaboración de una memoria nacional: la
Comisión de Verdad y Reconciliación de Sudáfrica” apunta que el énfasis puesto en la
memoria por los comisionados fue un intento de responder al disgusto diseminado
acerca de la amnistía que se ofrecía. La autora sostiene que para muchos, la amnistía
se equiparaba a amnesia y de ese modo, grupos de derechos humanos, académicos,
activistas, víctimas y grupos de apoyo estaban ansiosos por asegurarse de que la
amnistía constitucional a ser provista no permitiera que se “olvide” el pasado. Dada la
destrucción de los registros sobre el Apartheid, este miedo no era infundado.
A través del uso de una “narrativa de la verdad”, teniendo en cuenta una verdad
“social”, una verdad “forense” y una verdad “reparadora” que buscaban documentar
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el espectro más amplio posible de experiencias e interpretaciones para “recuperar
partes de la memoria nacional que habían sido anteriormente ignoradas de manera
oficial”, la Comisión intentó crear un registro del pasado como “parte de una memoria
nacional”. Entonces, a pesar de que la memorialización no era una de las tareas
encomendadas por ley a la Comisión, de esta forma, se convirtió igualmente en una
faceta importante de su tarea. Su archivo iba a convertirse en la fuente duradera de
la “memoria colectiva”, su trabajo, particularmente las audiencias públicas, eran
ampliamente registradas por los medios de comunicación y su reporte debía
convertirse en la fuente pública de esa memoria. Esos reportes fueron manejados de
modo tal que fueran instrumentos en el establecimiento de la reconciliación y de la
unidad nacional lo que explica que gran parte del material recolectado por la
Comisión no estaba disponible al público. El reporte final de la Comisión –de siete
volúmenes– cinco de los cuales fueron presentados al parlamento en 1998 y el resto
en 2002-2003, es costoso y, a pesar de que versiones resumidas de los cinco
primeros volúmenes fueron producidas y distribuidas a través de las oficinas de
Correo, no aparecían en todas las lenguas nacionales, convirtiendo de este modo al
reporte en inaccesible para el público.
Otra postura en relación a la CVR, es la de Fiona Ross que enuncia dos cuestiones
a relacionar con la memoria colectiva (entendida por la autora como un recurso
necesario para la construcción de una nueva e inclusiva identidad nacional): un
registro individual del daño en oposición a otro sobre el abuso sistemático; los modos
en los que el testimonio es moldeado por el género.
Da ñ o individual, violencia estructural
La autora sostiene que si bien es irrefutable que la Comisión produce un registro
de las formas particulares de la violencia, lo hace de modo tal que deja sin relevar
una comprensión histórica de los procesos y las relaciones estructurales.
Encomendada a centrarse en “violaciones aberrantes a los derechos humanos”, que
incluían tortura, desaparición, asesinatos y maltrato severo y para investigar acerca
de las causas de éstas, el trabajo y los hallazgos del Comité de Violaciones a los
Derechos Humanos se centraba en violaciones individuales a expensas de una más
amplia comprensión de los efectos sociales y devastadores del colonialismo y el
Apartheid. Ross hace especial mención de este y realiza una dura crítica al enfoque
individualista de la Comisión. A su vez, señala que fue sólo en 2006, diez años
después de que la Comisión iniciara su tarea, que ésta enunciara pública y
“retrospectivamente” el fracaso de la Comisión para consignar las estrategias
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económicas y políticas que sostuvieron el Apartheid y el colonialismo, tales como las
erradicaciones forzadas, el despojamiento y la explotación racializada (Kollapen,
2005). La autora sostiene que el efecto de centrar el enfoque en el daño corporal es el
de ocultar los modos sistemáticos en los que la sociabilidad fue socavada a través de
la alienación de la tierra, el confinamiento a sectores geográficos específicos y el
relegamiento a una forma de empleo servil y a una educación inferior. Ese enfoque,
agrega, oculta también los modos en los que los procesos del capitalismo
internacional fortalecieron el sistema del Apartheid, un aspecto que está siendo
actualmente cuestionado por un movimiento de apoyo a la víctima, Khulumani and
Jubilee S.A., una asociación sin fines de lucro que ha llevado casos a las cortes de
Nueva York contra empresas que no dejaron de invertir en Sudáfrica durante el
período de sanciones internacionales en contra del régimen del Apartheid (ver
www.khulumani.org.za). El efecto de esta serie de omisiones, en conjunción con el
período que la Comisión se abocó a investigar (1º de marzo de 1960 –fecha en que el
congreso nacional africano y el congreso panafricano fueron proscriptos por el estado
de Apartheid–, a 1994 –fecha de las primeras elecciones democráticas–) vino a
significar que las continuidades entre el Apartheid, el más temprano gobierno de las
minorías y el colonialismo permanecieran disimuladas en el reporte de la Comisión.
Por otro lado la autora apunta que la Comisión promovió un modelo de recuperación
basado sobre premisas cristianas, biomédicas y psicoterapéuticas. En este sentido, la
Comisión empleó una noción de “empate” que funcionó sobre la premisa de que se
trataba de partes “iguales” en una lucha contra el Apartheid y que ambas partes
cometieron atrocidades comparables. Asimismo, le prestó escasa atención a las
extensas historias referidas a la opresión colonial y aquella practicada durante el
Apartheid en Sudáfrica.
La idea central de Ross consiste en que el hecho de comprender a la violencia
como daño individual lleva a que su registro no ofrezca los medios, a las nuevas
generaciones, para la comprensión de las condiciones históricas que continúan
moldeando las relaciones sociales y las instituciones que han heredado, ni ofrezca
tampoco los medios para el rediseño que vaya más allá de la reparación individual. La
Comisión fue encomendada para reconocer un único tipo de daño: “Violaciones a los
derechos humanos sobre la integridad corporal”. Sin embargo, el Apartheid fue
sistemático y sistemáticas fueron, a su vez, sus consecuencias. De este modo, el
enfoque sobre los individuos genera, para Ross, conocimiento sobre una dimensión
limitada de la experiencia humana. En este sentido la autora afirma que en el trabajo
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de la Comisión, el énfasis puesto en la experiencia individual de la tortura, los
secuestros, los asesinatos y el maltrato severo generó un sesgo en el relato que se
hizo del pasado, dado que incluye a experiencias fundamentalmente masculinas.
Género y discurso
La autora señala que en las audiencias de la Comisión de Violaciones a los
Derechos Humanos que se fueron realizando en el país entre 1996-1997, los hombres
y las mujeres hablaron de modos diferenciados de los daños que experimentaron a lo
largo de la era del Apartheid. Los hombres hablaron directamente de su sufrimiento
físico y psicológico mientras que las mujeres daban testimonio –usualmente– del daño
hecho sobre otros –sobre todo hombres–: hijos, maridos, hermanos y otros hombres
de la familia. Los testimonios de las mujeres eran –generalmente– más amplios en su
espectro que aquellos que daban los hombres: ellas eran más proclives a describir los
efectos de la violencia en la vida comunitaria. Eran más proclives también a dar
testimonio de las reverberaciones del sufrimiento a través de las generaciones y el
tiempo. Para alarma de la Comisión, y más allá de haber sido atizadas, las mujeres de
todo el país dieron escasa cuenta de sus propios sufrimientos o experiencias de
violencia, menos aún de violaciones sexuales. Ante este hecho Ross señala con
preocupación que una de las consecuencias de los silencios de las mujeres es que se
leen habitualmente como fracasos de la moral más que como fracasos institucionales
a dirigirse de manera apropiada al sufrimiento. Según la autora no se tomaba en
cuenta el hecho de que las personas habitan múltiples comunidades discursivas y que
los actos discursivos ofrecidos en un sitio podían circular en una variedad de sitios
donde cargan diferentes cadencias y son sujetos a diversas interpretaciones.
El balance de las fuerzas políticas sudafricanas
Retomaremos en este apartado las ideas expuestas por Fernández de Arriba,
quien hace un análisis de dos textos: por un lado el documento Towards a Ten Year
Review, editado por el departamento de presidencia; y por el otro, el
documento Truth and Denial Document, redactado por la Democratic Alliance,
principal partido de la oposición. Las opiniones que muestran los dos grandes partidos
políticos sobre el periodo posterior a la transición democrática y sobre la situación
actual son contrapuestas. El Congreso Nacional Africano centra sus explicaciones en
la dificultad del proceso y en los éxitos conseguidos; mientras que la Democratic
Alliance basa su discurso en la crítica de los insuficientes avances y en la corrupción
gubernamental.
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La visión que muestra el ANC sobre la actual Sudáfrica es positiva: se muestra
satisfecho con los logros conseguidos pero es consciente que aún queda mucho para
superar algunas de las problemáticas más graves. Lo más destacado por el partido
del gobierno son los éxitos logrados en determinados campos: avances sociales,
políticas de discriminación positiva, reducción de la pobreza y estabilidad
democrática. De todas formas el ANC también reconoce que aún no se ha hecho
suficiente en algunos ámbitos. Los índices de pobreza se han reducido, pero aún son
elevados. La igualdad racial es teórica, pero queda un amplio margen de mejora para
que la sociedad sudafricana sea una sociedad más igualitaria y justa.
El autor señala que dentro del propio ANC existen corrientes críticas que analizan
la situación sudafricana desde otras perspectivas. El caso más destacado es la
postura de la Youth League – las juventudes del ANC – que afirma que aún existe
racismo en Sudáfrica y que este afecta sobre todo a la juventud negra, que dispone
de menos oportunidades que los jóvenes de otros grupos étnicos. La Youth League
centra su discurso, radical en ocasiones, en la denuncia de las desigualdades que aún
existen en la sociedad sudafricana y por ello exigen una mayor fuerza de las políticas
de discriminación positiva.
Con respecto al discurso de la DA sobre este periodo, Fernández de Arriba señala
que el documento Truth and Denial trata de reflejar la imagen real de Sudáfrica, muy
alejada, según la DA, de la idílica visión del ANC. Este texto compara diferentes
estudios internacionales con el discurso gubernamental.
Algunos de los estudios que utiliza la DA para demostrar la veracidad de su
postura son:
Índice de Desarrollo Humano: Sudáfrica desciende 27 puestos de 2001 a 2006.
International Maths and Science Study (Educación): descenso de 11 puestos de
1999 a 2003.
Global Competitiveness Index (Competitividad económica): descenso de 5
puestos de 2006 a 2007.
Economic Freedom Network (Índice de libertad económica): descenso del puesto
47 en el año 2000 al puesto 59 en año 2006, de un total de 130 estados.
Transparency International Global Corruption Barometer (Percepción de
corrupción en las sociedades): aumento de 2004 a 2005 y descenso de 2005 a
2006. Es destacable la percepción de corrupción en la policía.
Global Peace Index: Sudáfrica situada en el puesto 99 de 121. Compara el nivel
de criminalidad de Sudáfrica con países como China, India o Rusia.
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A partir de estos datos, la DA llega a la conclusión de que la descripción que
presenta el ANC está muy alejada de la realidad del país.
Por otra parte el autor analiza también la postura de dos historiadores, que
realizan una valoración contrapuesta de la situación de Sudáfrica post-Apartheid.
Utiliza las obras homónimas Historia de Sudáfrica, por un lado la de R.W. Johnson,
editada por Debate en el año 2005; y por el otro la de Robert Ross, editada por Akal
en el año 2006.
El libro de Johnson da una visión muy negativa de la Sudáfrica actual, y es
especialmente crítico con el gobierno del ANC. Comparte algunos argumentos con la
DA, como el fracaso de las políticas educativas, la existencia de una elevada
criminalidad o las elevadas tasas de desempleo. Además Johnson hace hincapié en
otros elementos negativos de la nueva Sudáfrica como los problemas en la sanidad
sobre todo por la gran epidemia de SIDA – o la fuga de cerebros que supone la
emigración masiva de sudafricanos preparados. Según Fernández de Arriba, Johnson
califica las políticas de discriminación positiva como ingeniería social y la compara con
la llevada a cabo durante el apartheid dado, que según este autor, en muchos
ámbitos los blancos están discriminados, ya que el ANC se ha propuesto conseguir
que todas las administraciones públicas sean racialmente representativas de la
composición étnica de Sudáfrica. También critica la nueva corrección política que se
ha instalado en el país, que convierte, según él, a cualquier crítico con el ANC en
racista o en culpable de racismo subliminal. La epidemia del SIDA y la desastrosa
gestión que de ella hizo el ANC en sus primeros años, son también utilizadas por
Johnson para criticar al gobierno. Fernández de Arriba remarca que Johnson compara
continuamente al gobierno del ANC con el gobierno del National Party durante el
periodo del apartheid.
Sin embargo, Ross, el otro historiador que toma nuestro autor, describe una
Sudáfrica con problemas, pero al mismo tiempo reconoce los avances que se están
llevando a cabo. Su análisis no es tan catastrófico, aunque también enumera las
problemáticas que aparecen en el texto de Johnson. Es una visión más matizada y no
tan destructiva. Además Ross asegura que la consolidación de la democracia
sudafricana ha hecho que aumente la visibilidad de los problemas. El libro de Ross
considera de manera positiva la actuación de la Comisión de la Verdad y la
Reconciliación. Valora por encima de todo que la nueva Sudáfrica es un estado
democrático, y por tanto, por muchas dificultades que atraviese siempre será mejor
que el régimen anterior. Además, señala Fernández de Arriba, trata temas en los que
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la labor de los gobiernos del ANC ha sido muy favorable para los sudafricanos más
desfavorecidos. La mayoría de los sudafricanos tiene acceso a agua corriente y
electricidad, y las políticas de vivienda también han ayudado a paliar la situación de
las capas sociales más bajas. En cuanto a la corrupción, Robert Ross explica que se da
especialmente en el nivel de la administración local, y por tanto no es un problema
exclusivo del ANC. Sobre la epidemia de SIDA, Ross vincula el problema con la pauta
sexual tradicional de la región, y aunque critica la actuación del ANC y especialmente
de Tabo Mbeki, trata de explicar las motivaciones de su actuación.
A diferencia de Johnson, Ross asegura que las desigualdades raciales se han
reducido, aunque la desigualdad social sigue siendo elevada. Reconoce que la
pobreza no se ha reducido, pero valora el surgimiento de una incipiente clase media
negra.
Resabios de la discriminación sexista del apartheid hoy
En su libro “Políticas sobre Sexualidad. Reportes desde las líneas del frente”
Belinda Beresford, Helen Schneider, Robert Sember sostienen que en Sudáfrica,
durante el período del apartheid, se llevaron a cabo políticas que ponían su enfoque
en la manipulación de la sexualidad con propósitos de control social, legislando leyes
tales como La Ley de Prohibición a los Matrimonios Mixtos y la Ley de Inmoralidad,
cuyo fin era el de proteger y preservar la “pureza” de la raza blanca. A pesar de que
ya se haya transitado varios años desde la primera celebración electoral democrática
en el país luego del apartheid, el entorno es un recordatorio de las desigualdades
profundamente enraizadas durante su vigencia. En estos casos, las distancias entre
los principios constitucionales y las normas de la mayoría, son particularmente
grandes. Mónica Inés Cejas, en su artículo “¿Ciudadanía generizada? alcances y
limitaciones de las políticas de Género en Sudáfrica post-apartheid” señala que
existen en Sudáfrica cuestiones aún pendientes, como por ejemplo:
La persistencia de niveles inferiores en los salarios de las mujeres en
comparación con los de los hombres en un contexto donde las mujeres
sudafricanas constituyen 42% de la fuerza de trabajo pero sólo 30% de los
empleados formales y 51% de los desempleados (situación mucho más grave en
las mujeres menores de 30 que constituyen 75% de los desempleados) (datos
de 2003, Labour Force Survey, Statistics South Africa, Pretoria)
La situación de las mujeres de las zonas rurales donde constituyen la categoría
de los ciudadanos más pobres del país y donde el 81% percibe ingresos
14
mensuales inferiores a los 100 dólares aproximadamente. Un programa de
reforma agraria, formulado de manera ambiciosa, pero que demora en
implementarse de manera dinámica y sin lineamientos claros para asegurar la
inclusión de las mujeres, fracasó en los procesos de redistribución y restitución
de tierras y reforma de la tenencia. A esto se suma la falta de acción del
gobierno frente al poder que continúan teniendo las autoridades tradicionales
respecto a la asignación de recursos en las comunidades rurales. Según Walker:
“es improbable que las mujeres pobres se beneficien de la nueva dirección que
ha tomado la política de reforma agraria desde 1999, que concede prioridad a la
promoción de una clase agrícola comercial negra por encima de otros
compromisos”, en el marco de una política macroeconómica orientada hacia el
inversor, que limita ciertamente el compromiso del gobierno de redistribución
de recursos, y todo en un contexto económico social marcado por las
consecuencias de políticas de discriminación en el acceso a los recursos en base
a criterios racistas.
La aplicación de la ley consuetudinaria en algunas zonas del país, que mantiene
a las africanas como menores.
Las africanas continúan siendo la principal fuerza en el sector informal de la
economía.
Las denuncias sobre violencia doméstica todavía dependen de una fuerza
policial que no está suficientemente preparada para atender este tipo de casos
y no cuenta con recursos suficientes.
Todo esto en un contexto exacerbado por la pandemia de VIH/SIDA con la
población femenina más vulnerable a la infección (58% de los VIH positivo son
mujeres, es decir 3.1 millones de los 5.5 millones infectados entre adultos mayores de
15 años, UNAIDS, 2006). Carentes, en muchos casos, del acceso a servicios sociales
básicos (electricidad, agua potable, hospitales, etcétera) son ellas quienes tienen que
hacerse cargo además, del cuidado de los enfermos de la familia que resultan VIH
positivos.
La “ruptura radical” entre la “intolerancia y la exclusión” pasadas y la “igualdad
y el respeto” futuros, se halla ensombrecida por la “ruptura radical” entre la visión
constitucional y las realidades de la vida diaria de los sudafricanos. Es decir, una
actual escisión entre el idealismo nacional y la noción del día a día. En esa misma
opinión el juez Sachs admite que, por sí misma, la ley puede hacer poco para eliminar
los estereotipos y los prejuicios; la ley, aseguró, “hace las veces de un gran maestro,
15
establece normas públicas que se asimilan en la vida diaria, y protege a las personas
vulnerables de la marginación y del abuso injusto.”
Cejas analiza el discurso inaugural del año 2004 del entonces presidente Thabo
Mbeki, como también su informe presidencial del año 2007. Según la autora, Mbeki
sostuvo que, durante el apartheid, mientras que el “haber nacido negro significaba
una maldición de por vida, haber nacido blanco significaba una carga de miedo
permanente y furia escondida”. Con esta afirmación, según la perspectiva de la
autora y a la cual nosotros adherimos, el entonces presidente hizo un intento por
conciliar a los opuestos en una retórica que llama a la inclusión bajo una misma
identidad (una Sudáfrica post apartheid cuyo telos —o “sueño común” como señala
Mbeki— es constituirse en “sociedad democrática, en paz, no racial y no sexista,
próspera y comprometida con la humanidad”) ya que ambos serían “victimas” aunque
con un diferente significado. Y es así que son igualmente desagradables y repulsivas
las condiciones de vida de los marginados por el régimen, significados en este caso
por el “hedor” de la pobreza, como la falta de seguridad de los pudientes, significados
en la necesidad de defensas electrificadas, altas paredes, perros guardianes, patrullas
de policía y regimientos militares para garantizar su seguridad en espacios
estrictamente delimitados. Mbeki, en 2004, propone la creación de fuentes de trabajo
y la erradicación de la pobreza para terminar con la inestable situación de Sudáfrica. Y
esta es la antesala para afirmar la pertinencia de una serie de políticas de liberación
de la economía.
La carta abierta de GENTA (“Gender and Trade Network in Africa”, una red de
feministas con sede en Johannesburgo, Sudáfrica, que asesoran en material de
comercio y género a grupos de mujeres, ONGs, movimientos sociales y oficinas
gubernamentales en el continente africano) que analiza Cejas, es ante todo, según
ella, un reclamo a la ausencia de las mujeres en la retórica de Mbeki. La carta fue
publicada el 14 de febrero de 2007 como respuesta al informe presidencial publicado
el 9. La autora apunta que GENTA reconoce el crecimiento económico de Sudáfrica y
su emplazamiento como un lugar atractivo para la inversión, pero ataca las políticas
implementadas haciendo una lectura cualitativa y de género de las mismas: “este
crecimiento no se traduce en el mejoramiento de las vidas de la mayoría de la gente
en este país y especialmente de las mujeres quienes son la mayoría de los menos
capacitados, las peor pagadas, y cuyo trabajo es el más fácil de malbaratar a los
inversores extranjeros”.
16
Siguiendo este análisis realizado por Cejas, compartimos la opinión de Michael
Neocosmos quien subraya que “la igualdad de derechos resulta simplemente
imposible en una sociedad desigual, y que la realidad en Sudáfrica, como en todas las
democracias liberales, es que sin importar los mecanismos de participación, y como
consecuencia de los costos, la falta de conocimientos y de acceso a la amplia gama
de recursos de la sociedad burguesa, la lucha por los derechos ha sido arrebatada del
control popular y movida a la esfera técnica del sistema judicial.”
Posturas del desarrollo económico actual en Sudáfrica
Siguiendo las posturas de Julio Esteban Rodríguez Parra “Pobreza en el Post-
Conflicto Sudafricano: un análisis desde la perspectiva del Desarrollo Humano”, una
de las claves para entender el proceso sudafricano, es analizando que el término
“desarrollo” tiene una característica singular que reside en cómo está radicado en la
concepción de una sociedad determinada. Dicha concepción puede ser algo variable o
relativo, en el imaginario de las sociedades a lo largo de sus procesos.
Nosotros a la hora de determinar el concepto de desarrollo, lo ubicamos entre
dos teorías que son entre sí contrapuestas por la naturaleza de sus de sus
enunciados: las categorías de las teorías clásicas del desarrollo y lo que en
literatura es conocido como las teorías del desarrollo humano.
En la primera de estas categorías podemos determinar que lo que hallamos en la
constante de estas es la perspectiva economicista que gira en torno a ellas.
Algunos de sus exponentes norteamericanos, como Nurske, Lewis y Baran,
argumentan que la “acumulación de capitales y la ampliación del sector industrial
eran la base misma del desarrollo”. En este contexto también se establecieron etapas
a seguir por un país determinado para alcanzar el desarrollo avanzado, cuya etapa
final es la sociedad de consumo.
Por lo tanto, todas tienen en el fondo un enfoque donde se concibe al ser humano
como un “homo economicus” (Parra, 2012) y al desarrollo como un concepto afín a la
industrialización y modernización.
La visión opuesta a esta categoría es la expuesta por Amartya Sen (1990) quien
entiende al desarrollo como un proceso de expansión de las libertades y capacidades
que generan el disfrute del y los individuos. Allí se puede determinar la contraposición
al abordaje del concepto de desarrollo clásico ya que se establece allí una visión
ética, cuestionando el concepto de las teorías clásicas. La crítica principal hacia la
perspectiva clásica está en la visión simplista de entender al individuo como “una
17
variable que gira en torno a la industrialización y modernización como ejes principales
de desarrollo”. La pobreza es un obstáculo, para la teoría clásica, porque restringe las
libertades y capacidades individuales para su desarrollo. Para Sen, la problemática
radica en el abordaje de la situación y quienes padecen la pobreza. Es allí en donde la
visión económica no ha brindado respuestas, y en donde la postura ética busca una
nueva visión.
Georg Sorensen ha intentado reconciliar ambas posiciones preguntándose cuál
sería el camino correcto. Finalmente determina que el desarrollo es “en donde se
reconoce que los modelos industrializadores son necesarios en la medida en que
proporcionan los servicios básicos para cumplir con las necesidades primarias de la
población.” Además reconoce que es de vital importancia cubrir las necesidades no
materiales de los individuos que se ven reflejadas en las capacidades reales de
participación y en su libertad de escoger en el tipo de vida que valoran.
En este orden de ideas, Molina (2005) propone en esta visión ética, siguiendo a
Sen, cinco capacidades determinantes para alcanzar una vida libre de miseria: la
capacidad de vivir libre de hambre, la capacidad para vivir libre de enfermedades
previsibles y de mortalidad prematura, la capacidad para vivir libre del analfabetismo
y el acceso a un empleo.
Teniendo en cuenta lo arriba esbozado podemos decir que uno de los autores
analizados, Julio Esteban Rodríguez Parra, tiene una visión más bien optimista de la
situación sudafricana en cuanto al desarrollo post-apartheid. El autor sostiene que
teniendo en cuenta la situación durante el apartheid y lo que se logró en el
postconflicto sería injusto decir que el proceso sudafricano no fue exitoso. De esta
forma, Rodríguez Parra sostiene que la política empleada en los últimos tiempos del
apartheid y luego de su disolución fue exitosa en los siguientes ámbitos:
La problemática del hambre: Al comparar los índices poblacionales, teniendo
en cuenta los crecimientos demográficos desde 1992 al 2008, y los índices de
desnutrición se puede decir que se han mantenido estables. Gracias a
programas como un “Programa integrado de seguridad alimentaria y nutrición”
que busca brindar mecanismos agrícolas necesarios para las comunidades que
sufren de seguridad alimentaria puedan producir sus propios alimentos8
Enfermedades y mortalidad prematura: una de los principales problemas
en Sudáfrica es el VIH/SIDA, que para estudios realizados se han logrado una
disminución9. El elemento fundamental es un proceso de prevención mediante
8 http://www.info.gov.za/issues/govtprog/land_2008.htm#ifsnp9 http://www.who.int/gho/map_gallery/en/
18
declaraciones promulgadas por Mbeki y Mandela. Se buscaban proponer
objetivos y metas con respecto a la prohibición de esta enfermedad.
Analfabetismo: durante el Apartheid con el objeto de sometimiento a la
población sudafricana fue la de controlar el sistema educativo orientándolo
hacia los fines de este. La política educativa se oriento a que los no blancos
acepten su inferioridad. Cuando una persona sufre analfabetismo, la habilidad
de entender y proclamar sus derechos se vuelve más limitada y las falencias
educacionales pueden derivar en privaciones alternativas. Debido a leyes
educativas10 durante la opresión se implantó la educación bantú para restringir
que las poblaciones no blancas puedan acceder al conocimiento y que sus ideas
se vean oprimidas. La constitución de 1996 elimina estas desigualdades e
impulsa la educación igualitaria. Además se han impuesto una serie de
organismos que buscan ofrecer ayuda para alfabetizar a adultos que no han
tenido acceso a la educación durante el Apartheid.
Revisionismo: las historias de brutalidad e injusticia fueron narradas y
denunciadas en “La Comisión para la Reconciliación de la Verdad” que se ha
conformado para que las víctimas explicasen lo sucedido durante el Apartheid y
se buscaba enjuiciar y castigar a los perpetradores, con el objeto de comenzar a
generar tomas de conciencia a nivel socio-cultural.
Acceso a servicios sanitarios básicos: uno de los servicios más relevantes
en Sudáfrica es el agua, el cual se ve intensificada esta problemática de acceso
en las zonas rurales, más que en el área urbana, ya que es en esta, donde
vivían las poblaciones blancas con cómodos y apropiados servicios. Mediante
programas que el gobierno ha emprendido11 se ha podido lograr grandes
traspasos de agua desde las zonas más privilegiadas a las más condicionadas,
con el objeto de lograr una mayor equidad.
La mirada internacional: la política de desarrollo separado ha recibido fuertes
críticas y aislamientos en el plano internacional en relación con algunos
organismos, lo cual afectó agudamente la economía y estabilidad del país.
Muchas naciones han restringido sus negocios, se han prohibido y excluido de
ciertos espectáculos y participaciones deportivas en campeonatos
internacionales. Desde la década del 90 comienza a ser uno de los países más
influyentes a escala mundial en la realidad geopolítica y mundial.
10 http://www.unicef.org/infobycountry/southafrica_statistics.html11 http://www.wssinfo.org/data-estimates/maps/
19
Sin embargo el autor postula la existencia de algunas dificultades no resueltas
todavía:
Acceso al empleo. En esto la políticas post apartheid, han fallado en combatir.
El índice de desempleo se ha incrementado en los últimos dieciséis años
llegando en el 2012 a un 25,2%12.
La supresión del apartheid si bien significó el acceso a la población negra al
poder político (podemos observar el ejemplo de Nelson Mandela), gracias a las
elecciones de 1994, los problemas sociales aún continúan. Hay una fuerte
resistencia y un resentimiento demasiado arraigado que aún continúa en el
escenario social, por lo que todavía resulta dificultoso generar respuestas
viables a la vida de la población nativa.
En el otro extremo, tenemos a María Alicia Divinzenso que en su artículo El
Apartheid después del Apartheid. Consecuencias sociales de la segregación racial en
Sudáfrica plantea una mirada antagónica a la de Rodríguez Parra. Desde su
perspectiva son escasos los logros post-apartheid, dado que la autora, al igual que
Cejas, disiente con las políticas neoliberales aplicadas desde 1994. La autora sostiene
que cuando el ANC llegó al poder, las presiones del FMI y del Banco Mundial
impidieron una verdadera redistribución de las riquezas. Sudáfrica entraba al mercado
mundial, donde separarse del camino impuesto por los organismos multilaterales de
crédito implica el “castigo” a los “malos alumnos”. Muchos integrantes del partido
pensaron que el declive económico cuestionaría el mandato negro, o quizás esto fue
solo la excusa de una burguesía negra, que comenzaba a ascender a medida que la
economía de su país crecía. Para lograr este “despegue”, estimularon la radicación de
inversionistas extranjeros lo que supuso privatizaciones masivas, ventajas
impositivas, despidos, reducciones en el sector público, etc. La situación actual de
Sudáfrica es sumamente complicada. La colonización y el posterior sistema de
segregación racial hicieron que, la mayoría de los recursos, se concentraran en los
blancos, situación que permanece inalterable. Paralelamente, la mayor parte de la
población vive bajo el límite de pobreza, mientras una minoría concentra la
producción del país, el más rico del continente por sus riquezas naturales y su
ubicación geográfica. “Es una mezcla única de primer y tercer mundo cuyo resultado,
más que el segundo mundo, es la dualidad. Un país que reproduce dentro de sus
fronteras la realidad global, los inaceptables desequilibrios entre países ricos –
12 http://www.statssa.gov.za/keyindicators/keyindicators.asp20
representados por los blancos de Sudáfrica- y los países pobres –en la figura de los
negros-“.13
El ANC diseñó en 1996 un programa llamado GEAR (en inglés: crecimiento,
empleo y redistribución) basado en la ortodoxia económica “para aumentar la renta
nacional y el empleo”. Para ello, ha seguido al pie de la letra las recomendaciones del
FMI y del BM “a través de reformas estructurales, austeridad presupuestaria,
liberalización de capitales, bienes y servicios y privatización de las empresas
públicas”14. Y por otro lado ha prometido al pueblo mejorar los servicios públicos,
cosa que no puede hacer sin renunciar a la disciplina fiscal; aplicar una política de
“discriminación positiva” y de transferencia de la tierra, cosa que desalienta la
inversión privada pues implica mayor intervención del Estado y un aumento en la
rigidez del mercado laboral. Por lo tanto el presidente ante esta supuesta
contradicción ha elegido las exigencias del mercado por encima de las del pueblo.
En el ámbito internacional, el gobierno de Mbeki goza de una reputación
sumamente positiva y ha recibido el apoyo del G-8. A la vez que se comprometía a
mantener la democracia e intervenir a favor de la paz en los conflictos de todo el
continente africano, por lo que ha recibido el apoyo de Estados Unidos y Europa.
Paralelamente a la liberalización económica, se ha reconocido el advenimiento de
una burguesía negra a la que poco le interesan las luchas y reivindicaciones de sus
pares. Hoy parece ser que sus únicas preocupaciones son la arrogancia y la codicia.
La clase media sudafricana ha aumentado, se desempeña fundamentalmente en la
administración pública o son cuentapropistas. Se han mudado a los antiguos barrios
blancos y condenan las huelgas y manifestaciones de sus compañeros negros.
Mantienen vivo el lenguaje que usaban los blancos durante el apartheid, pues
califican a los obreros de indisciplinados, salvajes y primitivos. Maltratan a los obreros
negros y son igual de autoritarios que los patrones blancos. Por lo tanto, si bien
reivindican su condición de negros en cuanto la discriminación positiva los ayude a
subir posiciones en la escala social, se comportan con todos los prejuicios. Mostrando
que estos no son potestad de los blancos, sino simplemente de los burgueses sin
importar el color.
CONCLUSIONES
13 Guimón J.: “La complejidad sudafricana” en Papeles de cuestiones internacionales Nº 76 Invierno 2001/2002. Centro de investigación para la paz. Madrid.14 Ibídem
21
Siguiendo el orden esbozado en el desarrollo del trabajo exponemos en primera
instancia las conclusiones en relación a la Comisión de la Verdad y la Reconciliación.
Creemos que el hecho de que sólo fueran consideradas como violaciones de los
derechos humanos los actos que hubieran sobrepasado la propia legalidad del
apartheid implica, desde nuestra perspectiva, que el apartheid siguió siendo
considerado un sistema legítimo, que no se cuestionaron a fondo las ideas racistas
que lo sustentaban y por lo tanto su disolución fue sólo parcial. El peso simbólico que
tuvo la acción de no impugnar la legalidad propia del Apartheid es enorme, e implica
que de cierto modo el sistema sigue incuestionado e impune. Esto genera en la
conciencia colectiva no blanca un profundo resentimiento, muy difícil de reparar.
Pensamos también que la teoría del “empate” agrava la situación, ya que niega la
posición de víctima a la población no blanca, neutralizando las culpas de las elites
blancas; esto último está especialmente acentuado en el caso de las mujeres dado
que la memoria colectiva construida por la CVR está basada principalmente en
experiencias masculinas, lo que lleva a soslayar el sufrimiento femenino de la
memoria nacional. Por otro lado valoramos negativamente el hecho de que la CVR
haya omitido en su relato oficial las culpas correspondientes al capitalismo económico
mundial, dado que el mantenimiento del apartheid no podría ser comprendido sin el
financiamiento dado por empresas multinacionales. Por ende consideramos que la
CVR no pudo cumplir con todos sus objetivos. La "reconciliación" de Sudáfrica no es
hoy en día una realidad, porque no se erradicó la desigualdad social heredada del
Apartheid.
En segundo lugar, en relación al desarrollo económico, llegamos a la conclusión
de que los gobiernos posteriores a 1994, es decir luego del desmantelamiento legal
de apartheid, no fueron exitosos en su misión de subsanar las desigualdades, tanto de
género como raciales. La pobreza heredada de décadas anteriores no pudo ser
erradicada. Pensamos que es importante un resarcimiento material de las víctimas;
con esto no queremos decir que se necesiten “indemnizaciones” si no que creemos de
vital importancia la implementación de políticas tendientes a reforzar el desarrollo y
crecimiento de aquellos sectores históricamente relegados de Sudáfrica, entre los
cuales se encuentran sin lugar a dudas las mujeres, especialmente las no blancas.
Basándonos en las experiencias latinoamericanas pasadas y las implementadas en
Europa actualmente, creemos que políticas de liberalización económica no colaboran
en el mejoramiento de las condiciones de vida de los sectores postergados, sino más
bien, empeoran su situación.
22
Por otro lado creemos que la postura del presidente Mbeki de plantear al régimen
del apartheid como una situación de opresión para ambos grupos de población
(blancos y no blancos) despierta un profundo rechazo. Estamos convencidos que para
una erradicación definitiva del régimen, tanto a nivel material como simbólico, es
necesaria una condena contundente desde el plano discursivo por parte de las
autoridades; no existe reconciliación posible si no se reconoce explícitamente quiénes
fueron las víctimas y quiénes victimarios, e intentar ocultar esta realidad no hace más
que recrudecer el odio.
Si bien es cierto que no se puede dudar que el país actualmente se encuentra en
una situación mucho mejor que la anterior, es evidente que la sociedad sudafricana
se encuentra profundamente dividida y que existen en su seno posiciones y lecturas
de la realidad diametralmente opuestas e irreconciliables; prueba de ello es la
cantidad de documentos que afirman sobre la actualidad sudafricana hechos
incompatibles entre sí. No hace falta indagar mucho más para llegar a la conclusión
de que el Apartheid no fue definitivamente eliminado, dado que la unión nacional no
se logró.
En definitiva consideramos que erradicar absolutamente el apartheid no es
simplemente desmontar un aparato legal. Implica reparaciones en el plano simbólico,
discursivo, económico, habitacional, como también en el ámbito de la salud y la
educación, entre otras cosas. Es fundamental, desde nuestra perspectiva, tener claro
que las desigualdades engendradas por el apartheid si bien tuvieron por eje la raza,
estuvieron (y están) atravesadas por las cuestiones de género y clase. Debe
entenderse la desigualdad en sus múltiples cruzamientos, y únicamente desde esta
perspectiva será posible subsanar la profunda división que existe en la sociedad de
Sudáfrica.
23
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