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DE MISIÓN PARA EL PUEBLO A UN PUEBLO EN MISIÓN PERMANENTE
Pbro. Francisco Silva
No pretendo en este espacio predicar ni aconsejar. Simplemente, con humildad,
compartir con ustedes lo que voy aprendiendo y construyendo desde mi formación y
experiencia. Y estoy convencido es clave para la proyección de nuestra acción eclesial por el
fundamento teológico-pastoral que implica.
Nadie es tan sabio que pueda decir todo ni nadie es tan ignorante que no pueda decir
nada. En la misión encomendada, necesitaré de la ayuda y el acompañamiento de todos para
que las propuestas orientativas que vayan saliendo sean desde una experiencia de escucha
fraterna y compromiso de caridad, con la guía permanente de nuestro Obispo.
La ENCARNACIÓN como criterio y método de la acción eclesial
Una presentación segura y definitiva que permitiría superar el tradicional dualismo
entre teoría y praxis, entre fe y razón, y sobre el cual poder fundar la acción pastoral de la
Iglesia, es encontrarse en el acontecimiento de la encarnación, entendido no en el sentido
reductivo del evento cristomonístico solamente sino el sentido más amplio y completo del
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evento trinitario: del amor de un Dios Uno y Trino que se revela en el tiempo en Cristo y a
través de Cristo.
La Encarnación, además de ser un dogma de fe, a constituir un misterio a adorar,
puede constituir también una metodología, un estilo de vida, un criterio de comportamiento.
Delante del misterio de la encarnación no se trata sólo de creer, de adorar o contemplar. Se
trata también de imitar, de asumir, de asimilar, haciendo de la encarnación un modelo
ejemplar para el vivir y actuar de la Iglesia y del hombre.
En el actuar histórico-salvífico de Dios y en su estilo de irrupción en la historia del
hombre, podemos individualizar y reconocer un verdadero principio inspirador de la teología
y de la praxis pastoral de la Iglesia.
Sergio Lanza afirma que “la encarnación indica la realidad total de Jesús y define el
modo en el cual la redención se realiza en la historia. El involucramiento de Dios en la vida
humana es un tomar en serio la realidad y la historia de los hombres, un asumirla en la
obediencia hasta la muerte, un rescatarla no desde arriba o desde fuera, sino desde dentro”
(LANZA, S., Introduzione alla teologia pastorale…, 229).
Juan Pablo II ha indicado en el hombre “la primera y fundamental vía de la Iglesia…
no el hombre en teoría, sino real, histórico, concreto, en su singularidad irrepetible de su
identidad personal y en su espesor concreto de su situación” (Redemptor hominis, 14). Él ha
individualizado en el principio de Encarnación las raíces del actuar mismo de la Iglesia y de
su misión en el mundo.
Pero el principio de Encarnación no se explica con las categorías de la historia, ni se
termina en la historia, sino parte desde la historia y a través de ella se abre a la escatología
en cuanto que orienta a los hombres al encuentro último y definitivo con Cristo. La historia
entonces, no es predeterminación del actuar humano, no es un puro sucederse de días y de
años, sino es el espacio en el cual actúa la libertad del hombre que es llamado por Dios a la
secuela de Cristo y en el cual él de hecho encuentra a Dios en Cristo para llegar a ser
hombre nuevo y transformar el mundo.
La Encarnación recuerda a la Iglesia que ella no está llamada a estar por encima, o por
debajo, o fuera del mundo, sino dentro del mundo, como esencial comunión y necesario
servicio: como levadura que fermenta la masa.
Poner como fundamento de la pastoral el principio de Encarnación significa por lo
tanto ayudar a que la acción eclesial logre metas y objetivos irrenunciables, como: superar el
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dualismo entre Iglesia y mundo, sacro y profano, espiritual y material; dar una connotación
pedagógica a la pastoral, a partir de la valoración de la dimensión esencial del hombre;
garantizar la apertura dialógica del hombre, del ambiente y de la cotidianidad a la acción
pastoral de la Iglesia.
Una pastoral que tiene como su motivo inspirador el principio de la encarnación,
meterá al centro la humanidad y su existencia. Atenderá al hombre concreto, a su situación,
sus problemas, sus esperanzas y necesidades, sus expectativas y luchas, sus sufrimientos y
aspiraciones.
La acción pastoral de la Iglesia, sobre el camino de la Encarnación, embocará y
desarrollará un constante proceso de inculturación y de penetración en las culturas y en sus
costumbres de la gente y de sus pueblos, y será siempre abierta a la confrontación y a la
colaboración con las ciencias humanas, sus descubrimientos y sus conquistas.
La Encarnación ha sido el “método pastoral” usado por Dios para realizar su plan de
salvación de los hombres. Dios ha querido salvar al hombre desde dentro de él mismo,
asumiendo la condición humana para transformarla, salvándola de la esclavitud del pecado y
de la muerte. En Jesús de Nazareth, la experiencia humana y la experiencia cristiana
coinciden. La fe cristiana no puede ser, por tanto, alienante del hombre, sino humanizante.
Nuestra acción pastoral hoy deberá Provocar y sostener el encuentro con el Dios que
salva, haciendo experimentar cercana la presencia amorosa de Dios, que en Jesucristo se ha
inclinado sobre el hombre; ayudar a descubrir la salvación como un don que se injerta en la
existencia cotidiana y la hace nueva. El mensaje cristiano debe integrarse como levadura en
la vida humana; y los valores humanos deben ser asumidos como realizaciones de salvación.
La orientación teológico-pastoral y la metodología pedagógico-misionera de tal evento
son muy explícitos y claros: la comunidad eclesial, siendo la prolongación de Cristo en la
historia, debe asumir la vida de los hombres a los cuales a la vez es enviada, y al mismo
tiempo debe lograr poner su tienda en el hábitat humano, en el territorio donde los hombres
conducen cotidianamente su existencia. Esto es su destino: encarnarse y habitar
concretamente entre los seres humanos para llevar a cumplimiento la misión salvífica
que le fue confiada por el Señor Jesús.
Es verdad que el hombre no es sólo “aquello que come” (como lo dijo L. A.
Feuerbach) ni sólo un “animal pensante” (como lo intuyó Aristóteles). Es aquello que
piensa, ama, desea, también es acción que ejecuta, el trabajo que cumple, la casa que habita,
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la cultura de la que vive, el hobby que prefiere, el tiempo libre que transcurre, la compañía
que frecuenta, la lucha por la vida que realiza en la sociedad, la profesión que desarrolla, la
carrera que con sacrificio poco a poco alcanza, sus recuerdos, sus experiencias, las raíces de
su pasado, sus ideales, sus equivocaciones, sus debilidades, sus caídas, sus sueños, los
proyectos de su futuro, el territorio donde reside, la mentalidad que respira, el lenguaje que
habla, la familia en la que vive… ¿Todo esto es el hombre? Entonces de todo esto la
comunidad debe interesarse porque “el hombre es la primera fundamental vía de la Iglesia”
(RH 14).
Encarnación y territorio: dos elementos coesenciales e inseparables. El territorio
además de ser ámbito geográfico, ambiental, estructural, es sobre todo lugar antropológico y
cultural porque en el vive, opera y se realiza de hecho cada ser y cada convivencia humana.
Y si es antropológico y cultural, para el cristiano, es también lugar teológico. Ahí el Señor
Jesús nació, dentro de su realidad socio-económico-cultural ha venido y ha obrado, a lo
largo de sus calles ha anunciado su Evangelio, ahí murió y resucitó, por la promoción
integral de sus habitantes ha enviado a la Iglesia.
Desde el momento en que el Verbo de Dios se ha hecho carne (Jn 1, 14) y al mismo
tiempo ha escogido como demora y campo de misión el mismo ambiente donde la gente
reside y vive, a la Iglesia no le queda otra opción, ni otro camino para cumplir fielmente con
su misión que el de su Maestro y Señor.
Ricardo Tonelli dice: “La encarnación nos propone un evento salvífico, que funda un
método pastoral, un método de actuación de esta salvación. En este sentido, la considero el
criterio fundamental de la pastoral. La pongo al centro de cada investigación. Desde el
evento (acontecimiento) de la Encarnación la pastoral reencuentra su objetivo y la
orientación metodológica fundamental: actuar la salvación encarnándose en la vida
cotidiana” (Cf. TONELLI Riccardo, «Incarnazione», en MIDALI, M.-TORNELLI, R. (a
cura di), Dizionario di pastorale giovanile, ELLEDICI, Leumann (Torino) 1989, 450-460,
en este caso particularmente 459). ¿Qué es la pastoral si no se direcciona a y desde la vida, a
y desde la realidad cotidiana?
“La pastoral de la Iglesia no puede prescindir del contexto histórico donde viven sus
miembros. Su vida acontece en contextos socioculturales bien concretos…” (DA 367). “La
conversión pastoral de nuestras comunidades exige que se pase de una pastoral de mera
conservación a una pastoral decididamente misionera. Así será posible que „el único
programa del Evangelio siga introduciéndose en la historia de cada comunidad eclesial‟
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(NMI 12) con nuevo ardor misionero, haciendo que la Iglesia se manifieste como una madre
que sale al encuentro, una casa acogedora, una escuela permanente de comunión misionera”
(DA 370).
Es una respuesta de amor a una llamada de amor, que no es meramente intelectual. Es
una respuesta con la vida de manera integral e integrada en el contexto de toda la vida.
Es una invitación a la comunión de vida y misión con Jesús como la vid y los
sarmientos (cf. Jn 15). Cristianos, animadores profundamente integrados en la vida de Dios
para ser misioneros en el corazón del mundo, en el corazón de las familias, en el corazón de
las personas.
La misión es llegar a ser levaduras, para transformar el mundo. Pero dentro de un
contexto de una comunidad unida, como condición necesaria para la formación de
discípulos. Ojalá entráramos en la escuela de la comunión, de la solidaridad y sobre todo, en
la escuela de ser discípulos-misioneros en el mundo. Sí, escuela: donde todos enseñamos,
pero también aprendemos los unos de los otros. Escuela de amor, escuela de misericordia,
escuela de discípulos-misioneros. La enseñanza-aprendizaje debe ser nuestro pan de cada
día, nuestro regalo y tarea como misión sin fronteras.
Características peculiares para las nuevas misiones populares
1. Más que ser misiones para el pueblo, son para un pueblo en misión: para un
pueblo de Dios en estado permanente de misión;
2. No más sólo misiones desarrolladas en pocos días sino preparadas,
desarrolladas y orientadas en etapas: la preparación, misión intensiva, misión
permanente con programas para fermentar el mundo.
3. Con el Concilio Vaticano II más que fijar la atención sobre la predicación del
infierno, purgatorio… se prefiere encarar el Kerygma en función de la
evangelización y una nueva evangelización para llegar a la programación de
una catequesis permanente para todo el pueblo.
4. Más que organizada la misión desde religiosos o sacerdotes con el aporte de
algunos laicos, las nuevas misiones deben ser realizadas desde los laicos
misioneros, debidamente preparados ad hoc, con la ayuda de algunos
religiosos y/o del clero diocesano.
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5. Además de ser a favor de la conversión de los creyentes singulares, las nuevas
misiones están en función de la renovación de la comunidad eclesial; esto
incluso debería ser uno de sus principales objetivos.
6. Más que para una misión temporánea, vienen organizadas en función de una
misión permanente, a través de pequeñas comunidades establemente presentes
en el territorio en vista de una catequesis permanente en las casas, la
verificación de los grupos y las asambleas populares.
Motivaciones de fondo
Las motivaciones son de orden teológico-pastoral y socio-cultural. No es tiempo sólo
de la simple conservación de la existencia, ir superando una simple pastoral de conservación
o de renovación del los ya cristianos, para movernos también hacia los lejanos.
Urge por tanto encontrar nuevos caminos que consigan el pasaje de una pastoral
introvertida a una extrovertida, de una pastoral sacramentalista y cultual a una dinámica y
socio-cultural. Pasar de una pastoral repetitiva y cansada a una dinámica e innovativa.
Porque la Iglesia nació para evangelizar (cf. EN 14)
La misionariedad, antes de exprimir el actuar, define y describe el ser mismo de la
Iglesia. La misión no es una nota agregativa en la carta de identidad de la comunidad
eclesial, sino un elemento originario y constitutivo, en cuanto que toca la naturaleza íntima y
profunda de ella.
Sin misión no es Iglesia. Una realidad cristiana como diócesis, parroquia, grupo,
asociación, movimiento, etc., para que se llamase comunidad eclesial, debe por sí misma
estar en estado permanente de misión, siempre, totalmente y por todas partes. La misión así
debe ser ad intra –en el ámbito mismo de la comunidad-, ad extra –en el territorio, en el
ámbito externo de la comunidad-, y ad gentes –hacia el mundo de los no creyentes-.
Si participa a la vida divina (cf. LG 2-4) y es reflejo de la comunión trinitaria, la
Iglesia es por su naturaleza esencialmente misionera. Ella nace de un Dios misionero: el
Padre envía al Hijo, el Hijo envía al Espíritu Santo, el Espíritu Santo a los apóstoles en el día
de Pentecostés, los apóstoles a muchos discípulos al mundo para que la Iglesia se prolongue
en el tiempo y viva en cada espacio posible.
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Todos somos llamados a la misión: cada comunidad y cada bautizado
La misión es tarea de todos los discípulos del Señor Jesús a quien por fuerza del
Bautismo se le confía el mandato de evangelizar que hace parte del código genético de cada
bautizado. Es un aporte interesantísimo del Concilio Vaticano II: “Todos los fieles, como
miembros de Cristo Vivo… tienen la obligación de cooperar a la expansión y dilatación de
su Cuerpo” (AG 36). En esta obra de penetración en los ambientes diversos de la sociedad,
los laicos deben tener un rol protagónico porque “misión es de todo el pueblo” (RM 7), ya
que se refiere a todos los cristianos, diócesis, parroquias, instituciones y asociaciones
eclesiales (cf. RM 2).
Así toda la comunidad es no sólo evangelizada sino también evangelizadora metiendo
a las parroquias en estado de misión permanente pasando de una misión al pueblo a un
pueblo en misión. Así cada miembro y comunidad están en esta tarea que nunca se acaba.
La misión integral
Esta misión debe tender a la evangelización y a la promoción humana de todas las
personas y de toda la persona. Debe tener como objetivo todo aquello que hace relación a la
salvación integral de cada hijo de Dios: alma y cuerpo, espíritu y materia, dimensión
intelectiva, volitiva, afectiva, temporal, social… De ahí que debemos:
- ir superando una vieja imagen de Iglesia-cristiandad contrapuesta al mundo
hacia una Iglesia-fermento en el mundo, toda entera comunional, ministerial y
misionera sobre el modelo de la comunidad trinitaria.
- Ir orientando toda la fuerza cristiana para que la Palabra de Dios llegue a ser
conocida, celebrada y testimoniada a nivel popular a través de pequeñas
comunidades en todas nuestras zonas.
- Ir apuntando hacia la valoración y el ejercicio concreto de los ministerios
laicales y sobre la corresponsabilidad de los laicos también en la conducción de
la nueva pastoral eclesial: que sea también el laicado para evangelizar el laicado
(cf. LG 32-33).
- Ir obrando gradualmente el pasaje progresivo de una comunidad cristiana
comprometida sólo en el campo sacramental y ritual litúrgico hacia una
comunidad cristiana fuertemente comprometida también en el ámbito socio-
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pastoral (cf. GS 41-43). No puede haber una pastoral que no sea social, que no
interactúa en la sociedad, el territorio y la cultura.
- Presentar y reconcebir todo el proceso de la nueva evangelización como
proceso estrecha y fuertemente ligado a la promoción del hombre, de su
territorio y de su historia (cf. GS 41).-
La verdadera misión tiene como objetivo el territorio (mejor: las personas que están en
el territorio) y no sólo el templo. La sacralidad del templo –los sacramentos, las devociones,
la liturgia…- es para la gente. Y toda su vida –de manera integral en todas sus dimensiones-
se plenifica cuando esa sacralidad recupera su verdadero simbolismo (y no sólo reduciendo a
lo funcional a toda la Iglesia como las otras instituciones funcionales de nuestra sociedad).
Las misiones de este milenio no deben servir sólo a procurar un poco de oxígeno
sacramental o a dar sólo un elevar de nivel el culto a los cristianos ya evangelizados, sino
deben lograr también realizar una revitalización global –espiritual y socio-pastoral- del
entero organismo eclesial –parroquial-.
Es clave interpretar que la misión propuesta es “ir al encuentro de” no sólo hacia
aquellas personas que frecuentan la Iglesia, sino hacia aquellas que están más alejadas de
Dios, sin una actitud condenatoria. De ahí surge, interpretando la propuesta del CELAM, ir
progresando de la concepción no sólo de ser misioneros para el pueblo sino
fundamentalmente hacia un pueblo en misión permanente; no ya misiones desarrolladas en
pocas semanas, sino preparadas, desarrolladas y orientadas en diversas etapas con una
proyección a largo plazo; no ya centrando la atención sólo en los sacramentos y el culto
litúrgico, sino todo el Kerigma en función para una “nueva evangelización” para llegar a un
plan pastoral en todas las dimensiones de la vida; además de las conversiones de los
creyentes en forma individual, las nuevas misiones sean en función de la renovación de toda
la comunidad eclesial.
Entonces no es sólo “hacer misión” sino “ser misioneros” de manera permanente en
todos los rincones y experiencias posibles que nos corresponda acompañar.