Memoria del
II Foro de Arqueología, Antropología e Historia de Colima
Juan Carlos Reyes G. (ed.)
Colima, México; Gobierno del Estado de Colima, Secretaría de Cultura, 2006.
LA INNOVACIÓN TECNOLÓGICA Y EL FIN DE UNA ERA El caso de las Salinas de Cuyutlán, Colima1
Juan Carlos Reyes Garza
Dirección de Investigaciones Históricas Secretaría de Cultura del Edo. de Colima, México
1. Este trabajo fue pre-parado para el Congreso Internacional “Salinas de interior y medioambiente”
(Sigüenza, España, 2006). Aquí se reproduce
con algunas modifica-ciones y el propósito de difundirlo localmente. N.
del A.
2. Para la descripción del proceso de “beneficio de
patio” pueden cónsul-tarse: Reyes G., Juan
Carlos, Sal, el oro blanco de Colima. Historia de la industria salinera de coli-mense durante el virrey-nato; Colima, Méx.; Go-
bierno del Estado de Co-lima, Secretaría de Cultu-
En Nueva España, el paso del siglo XVI al XVII se
significó por un crecimiento prácticamente exponencial
de la producción de plata, resultado del descubrimiento
de minas portentosas como Taxco, Zacatecas,
Guanajuato y Real del Monte, que hasta el día de hoy
producen, más una multitud de grandes, medianos y
pequeños “reales de minas” que antes y después
surgieron y gozaron de sus propios momentos de
esplendor. Y en el beneficio del mineral argentífero,
realizado principal y mayormente mediante el proceso
denominado “de patio” –introducido en América a
mediados del siglo XVI y que se mantuvo en uso hasta el
fin del siglo XIX– la sal jugó un papel relevante.2 De tal
manera que sin lugar a duda puede afirmarse que el
auge de la minería de la plata impulsó el desarrollo de la
2
ra, 2004, pp.91-92; Bargalló, M., La minería y
la metalurgia en la Amé-rica española durante la Época Colonial; México:
Fondo de Cultura Eco-nómica, 1955, pp. 268-
270.
3. Reyes G., Juan Car-los, “El tapextle salinero.
Notas sobre su origen, distribución y variantes”,
en Eduardo Williams (ed.), Bienes estratégicos del antiguo Occidente de México; México, El Cole-gio de Michoacán, 2004,
pp.183-202.
industria salinera novohispana. En ese contexto de
extraordinaria demanda de sal en continuo crecimiento,
en las salinas costeras del estado mexicano de Colima
surgió la tecnología conocida como “pozo de tapextle”,
que a lo largo de los siguientes 400 años habría de
evolucionar y difundirse hasta ser, con variantes locales,
la más comúnmente utilizada en las salinas costeras del
Pacífico mexicano, desde el norteño Estado de Sonora
hasta el de Chiapas en el sur, e inclusive hasta la vecina
Guatemala.3
El surgimiento y rápida difusión de esta nueva
tecnología fue la causa del abandono, en esa misma
región, de las antiguas técnicas prehispánicas para la
obtención de sal, como la recolección simple y las de sal
cocida, y a la vez provocó la aparición de una serie de
fenómenos sociales directamente vinculados con su
aplicación, entre otros: la migración masiva estacional
hacia las salinas y la aparición de ciertos oficios
especializados.
Conforme la tecnología evolucionaba lo hacían
también los aspectos sociales relacionados con la
producción, aunque generalmente de manera más lenta,
salvo el caso de la migración, que creció de manera
continua durante los primeros tres siglos y comenzó a
decrecer a partir de la segunda década del siglo XX,
hasta abatirse de manera drástica en la última década
del mismo, como consecuencia de la introducción de un
único elemento: el plástico laminado –poliuretano– usado
en el recubrimiento de los estanques de evaporación y
concentración.
En el presente trabajo se describirán los principales
3
cambios ocurridos durante la década pasada en la
tecnología y procesos utilizados en las salinas de la
Laguna de Cuyutlán del Estado de Colima, México, y sus
consecuencias más notables. Antes, para la mejor
comprensión de estos es necesario describir el complejo
tecnológico del pozo de tapextle en su forma tradicional,
y los procesos necesarios para su operación, como se
practicaron hasta mediados de la década de 1990.
Descrito de manera sucinta, el tapextle –nahuatlismo
que significa emparrillado– es un filtro compuesto de
varias capas de materiales diversos (básicamente
carrizo, zacate y arena), construido sobre una estructura
de madera más o menos elevada, mediante el cual se
realiza la lixiviación de tierra con alta concentración de
sal. Bajo la estructura que sostiene el filtro se encuentra
la “taza”, depósito que recibe la salmuera producto de la
lixiviación, al frente de la misma están las “eras” o
estanques de evaporación, y a un costado el “tajo”, un
pozo que provee el agua necesaria para llevar a cabo el
proceso. Es importante hacer notar que lo anterior se
construye sobre terrenos sometidos a inundación anual,
por lo que con la salvedad de la estructura que sostiene
al filtro, construida con maderas duras, el resto debe
reconstruirse anualmente.
Concluida la construcción de los elementos
mencionados da inicio el proceso, que a grandes rasgos
implica los siguientes pasos: 1) obtención de tierra
salitrosa; 2) traslado de ésta al filtro; 3) mezclado de la
tierra con agua del tajo para su lixiviación; 4)
acumulación de la salmuera en la taza; 5) vertido de la
salmuera en las eras o estanques de evaporación; 6)
4
4. Descripciones detalla-das del complejo y pro-
cesos pueden cónsul-tarse en Reyes Garza,
Juan Carlos, “El pozo de tapextle de Colima, Mé-
xico. Breve historia de un ingenio tecnológico para la producción de sal”; en
Journal of Salt-History 4:117-135 (Austria, Inter-national Commission for
the History of Salt, 1996).
recolección de la sal cristalizada; 7) traslado,
almacenamiento y empaque de la sal.4 Estos pasos se
repiten de manera continuada a lo largo de la temporada
de trabajo, llamada “zafra”, que tiene lugar de febrero a
mayo.
Hasta aquí he usado el tiempo presente para hacer
esta descripción sumaria, sin embargo, lo cierto es que
más certero sería hacerla en pasado pues ya casi nada
de lo descrito se usa o practica. Veamos pues los
cambios y sus consecuencias.
Figura 1. Tapextle y vista parcial de las eras construido con las técnicas tradicionales. Cuyutlán, Col., 1982.
El fin de los tapextles
Como ya mencioné, el tapextle evolucionó a lo largo
de los siglos. Originalmente, en el siglo XVII era una
pequeña estructura circular, con superficie de
aproximadamente 2m2, que cambió a rectangular y
paulatinamente fue creciendo hasta alcanzar en su
momento de máximo apogeo (s.XIX) los 24m2 en
5
promedio. El crecimiento del filtro significaba incremento
en la producción de salmuera, y en consecuencia la
necesidad de contar cada vez con mayor número de
eras, y eras de mayor tamaño.
Como es común entre la gente del medio rural, la
mayoría de los salineros fueron capaces de construir por
sí mismos todos los elementos del tapextle y sus anexos,
sin embargo requerían de un especialista que los
auxiliara en dos pasos de la construcción: nivelar las
terrazas donde se construirían las eras, y dar el acabado
a: pisos, bordos y canales comunicantes de las eras,
bordo del contenedor del filtro –llamado “ñagual” –, y el
interior de la taza. A este trabajador especializado se le
llamaba “tendedor”, nombre que hacía referencia a que
era él quien hacía el “tendido” o trazado de las eras. La
razón de ser del trabajo de los tendedores era lograr que
el lixiviado y la evaporación se dieran de la manera más
uniforme posible, lo que requería que todo estuviera
perfectamente nivelado, y que bordos, taza, eras y
canales fueran impermeables, lo que lograban mediante
el bruñido del mortero, preparado con arena, cal y
salmuera, bruñido que se hacía a mano, utilizando
piedras previamente pulidas y adheridas a una pieza de
madera.
El proceso de reconstrucción y construcción un pozo
promedio, con cuarenta eras de 3 x 5 m c/u, equivalentes
a 600 m2, demandaba la participación de al menos cuatro
hombres –uno o dos tendedores y sus mozos o peones--,
y de principio a fin tomaba aproximadamente un mes. En
la actualidad casi nada de esto es necesario. Ahora un
pozo promedio tiene la misma cantidad de eras,
6
cuarenta, pero sus medidas son 7 x 7 m c/u, que son
1960 m2, y entre dos hombres pueden terminarlas en
solamente una semana. El oficio de tendedor
desapareció. Hoy es suficiente con nivelar “a ojo” el
terreno donde se instalarán las eras, sin escalonamiento,
levantar los bordos con la misma tierra que se obtiene al
ir nivelando, y cubrir todo con plástico negro laminado. La
utilización generalizada de bombas con motor a disel o
gasolina hace innecesarios los canales para el vertido
por gravedad.
Figura 2. Tendedores en el proceso de nivelar y bruñir las eras. Cuyutlán, Col., ca. 1982.
También desaparecieron la recolección, traslado y
lixiviado de la tierra. La recolección de tierra demandaba
realizar primero el “gateado” o “rascado del panino”, la
capa superficial del piso, endurecida por la alta
concentración de sal, acción que se realizaba mediante
una rastra triangular llamada “gata”, provista de grandes
7
clavos metálicos, tirada por una bestia o por el salinero
mismo. Anteriormente la tierra era trasportada al filtro
valiéndose de canastos de carrizo, que el salinero
cargaba en la cabeza, o mediante costales de arpilla
cargados por bestias. Una vez en el filtro la tierra era
mezclada con agua del tajo, que se subía con cántaros
de barro, más tarde recipientes de hojalata, y desde la
década de 1970 con bomba mecánica. El gateado,
recolección y acarreo de tierra se repetían continuamente
durante toda la temporada de producción, debiendo el
filtro ser limpiado y recargado cada cuatro días en
promedio.
Figura 3. Salinero preparando las eras para recibir la cubierta de plástico (abajo a la derecha). Cuyutlán, Col., 2006.
Al dejar de ser la tierra la fuente principal de la sal,
evidentemente su recolección y lavado –lixiviación–
dejaron de tener sentido, haciendo obsoletos el filtro, la
taza y el tajo. En la actualidad la sal se extrae
directamente del agua de la laguna, por lo que basta con
8
excavar, valiéndose de una retroexcavadora mecánica,
un canal que la acerque al área donde se van a construir
las eras y los –antes inexistentes-- estanques de
concentración, de 7 x 50 m, donde se la deja hasta
alcanzar 20° Baume, para luego simplemente bombearla
de estos a las eras.
Figura 4. Tierra “gateada”, lista para ser llevada al tapextle.
Cuyutlán, Col., ca. 1982.
Figura 4. Canal y bomba para extraer agua de la laguna.
Cuyutlán, Col., 2006.
9
Antes de que se generalizara el uso de plástico como
recubrimiento, recoger la sal cristalizada era un trabajo
que debía hacerse cuidando de no lastimar el bruñido de
las eras, por lo que se realizaba manualmente,
valiéndose de paletas hechas de “vástago”, nombre local
de la vaina que cubre la inflorescencia del cocotero; un
material suave y relativamente flexible. Con el mismo
propósito de cuidar el bruñido se usaban
preferentemente herramientas de madera y fibras
vegetales. La sal recogida se escurría y apilaba utilizando
canastos de carrizo, aunque ciertamente éstos hace al
menos dos décadas se cambiaron por carretillas con caja
de fibra de vidrio, resistentes a la corrosión. La mayoría
de aquellas herramientas eran manufacturadas por los
mismos salineros, y las que no, como los canastos, lo
eran por artesanos de las comunidades vecinas. En la
actualidad prácticamente todo el instrumental usado es
de fabricación industrial; escobas de plástico, palas y
rastrillos metálicos son lo común.
Hasta aquí, a grandes rasgos he descrito los cambios
que a partir de la década de 1990 se han sucedido en la
tecnología y el proceso. Veamos ahora los cambios
causados por estos, que trascienden el medio
estrictamente salinero y afectan de manera directa la
economía y tejido social de la región, y de manera
notable el medioambiente de la Laguna de Cuyutlán.
Los cambios económicos y sociales
La desaparición de oficios especializados, como el de
los tendedores, puede y debe lamentarse como una
pérdida cultural, al igual que otros elementos que
10
veremos adelante, pero lo que realmente obliga a prestar
atención en el caso es un hecho que se dice fácil y en
primera instancia resulta beneficioso: la nueva tecnología
permite producir más sal con menos esfuerzo. Dicho con
otras palabras, reduce al mínimo el trabajo del salinero, a
la vez que le permite producir hasta cuatro veces más.
Pero este aparente milagro esconde trampas que podrían
tener consecuencias negativas en el mediano plazo.
Como vimos, hacer sal con el nuevo sistema no
requiere de la construcción del complejo pozo de
tapextle, que fue característico de las salinas de
Cuyutlán. Hoy basta con nivelar un área relativamente
pequeña, levantar bordos con tierra suelta, cubrir todo
con plástico negro laminado, cavar un canal para
abastecerse de agua salobre, bombearla, y confiar en el
clima para su rápida evaporación y la consecuente
cristalización de la sal. La simplicidad del proceso es tal
que hace innecesario poseer el conocimiento profundo
del oficio, acumulado por generaciones de salineros.
Basta con saber utilizar un densímetro, para medir la
concentración de la salmuera, y mantener los estanques
libres de algas y otros organismos que proliferan con el
uso de aguas no tratadas, y que antes se evitaban
mediante el proceso de lixiviación.
Con el método y tecnología tradicionales, un pozo de
tamaño promedio requería del trabajo de cuatro hombres
y su producción promedio por temporada era de 100
toneladas, o sea 25 toneladas por hombre. Con el
método actual el número de hombres se redujo a la mitad
y la producción se cuadriplicó; con sólo dos hombres un
pozo puede rendir hasta 200 toneladas por temporada.
11
5. En México las costas oceánicas, las corrientes y cuerpos de agua inte-riores, así como sus le-
chos y playas son propie-dad Federal, por ello Go-
bierno Federal es el ú-nico autorizado para otor-gar concesiones para su
uso y explotación. Es jus-to reconocer que la ma-yoría de los nuevos em-
presarios de la sal son antiguos salineros, y que
prefieren contratar a salineros con experien-
cia.
Además, antes, para iniciar la construcción del tapextle y
eras y la recolección de tierra, era necesario esperar a
que el piso de la laguna estuviera totalmente seco,
condición que en un año de precipitación pluvial normal
se presentaba hacia finales del mes de febrero; en tanto
que hoy, al no ser la tierra salobre el factor determinante,
es posible comenzar a preparar el terreno desde
noviembre o diciembre y obtener los primeros productos
de la cosecha en diciembre o enero. La temporada de
producción o “zafra” se amplió, de cuatro a siete meses.
Esto haría suponer que se produce una crisis de
empleo entre los salineros, pero la paradoja es que hoy
parece haber más individuos dedicados a esta labor.
Paradoja que se explica porque al no requerir
conocimiento profundo del oficio, prácticamente
cualquiera puede convertirse en un “obrero de la sal”. Lo
que ha dado pie para que a partir de mediados de la
década de 1990 varios particulares soliciten y obtengan
del gobierno concesiones para explotar salinas en las
playas de la Laguna de Cuyutlán,5 y con ello se ha roto el
monopolio que desde el fin de la Revolución Mexicana –
1921– habían mantenido las cooperativas de salineros en
el Estado de Colima y otras regiones del país.
La consecuencia más grave de esta apertura, desde
el punto de vista económico, es la sobreproducción. Las
salinas artesanales tienen un mercado históricamente
limitado, tan tradicional como las salinas mismas. Al
incrementarse la producción con poco control y sin
planeación alguna, ha surgido la competencia entre las
cooperativas y los particulares, evidentemente en
términos de desigualdad por los compromisos que las
12
primeras tienen con sus miembros, y de la que hasta el
momento los principales beneficiarios han sido los
comerciantes mayoristas. Este año de 2006 fue posible
ver un ejemplo de lo dicho: la Sociedad Cooperativa de
Salineros de Colima no produjo, debido a que aún tenía
en bodega la producción del 2005, que no se vendió,
según ellos afirman, porque los productores particulares
vendieron su sal a precios muy por abajo del oficialmente
establecido. Aparentemente los controles oficiales sobre
calidad y precio se aplican de manera discrecional.
Figura 5. Bodega de la Sociedad Cooperativa de Salineros de Colima. Fotografía tomada en mayo de 2006, mostrando la sal
cosechada antes de junio de 2005.
Otra característica de la industria salinera tradicional
de la costa del Pacífico mexicano fue la migración anual.
Durante la temporada de la zafra --febrero a junio-- los
salineros y sus familias migraban a la costa. Estos rara
vez radicaron de manera permanente en las zonas de
salinas. En el caso particular de Cuyutlán procedían de
13
poblaciones distantes entre 20 y 200 km de la laguna.
Hasta el siglo XIX la migración hacía surgir
aparentemente de la nada pequeños caseríos,
levantados con materiales efímeros, que desaparecían al
terminar la temporada. Este patrón migratorio se fue
modificando en la medida en que se modernizaban las
vías de comunicación. Hasta 1950 el viaje de la Cd. de
Colima a las salinas de Cuyutlán, que podía realizarse en
ferrocarril o por camino carretero, tomaba seis, ocho o
más horas, en la actualidad se hace en 45 minutos,
viajando por una moderna autopista de cuatro carriles.
Sin embargo, todavía en la década de 1970 la migración
de familias enteras era tan importante que las
autoridades estatales de la educación pública hacían un
caso de excepción, para permitir que los hijos de los
salineros asistieran alternadamente a las escuelas de su
lugar de origen y a las de los pueblos más cercanos a las
salinas.
Las mujeres de los salineros no trabajaban en las
salinas, pero atendían las necesidades de sus hombres e
hijos, y con frecuencia también de los peones
contratados por el marido. Los hijos varones en cambio,
regularmente ayudaban al padre en su trabajo de la sal,
lo que aseguraba la transmisión del conocimiento del
oficio. La conjunción de mejores vías de comunicación y
tecnología de producción más eficiente ha hecho
innecesaria la migración familiar, y con ello no solamente
se pone en riesgo la integridad de la familia –con la
ausencia parcial del padre por un periodo de entre cuatro
y seis meses–, también se rompe el proceso de
transmisión del conocimiento. Los hijos de los salineros
14
de hoy ya no aprenderán el oficio.
Sus efectos sobre el medioambiente
La Laguna de Cuyutlán enfrenta diversos problemas
de contaminación: la presencia en su extremo norte de
una importante planta termoeléctrica, el crecimiento de
los poblados existentes en sus márgenes, entre los que
destaca el Puerto de Manzanillo que hoy es el puerto de
carga más importante del Pacífico mexicano, y el azolve
de los canales que la comunican con el océano son
algunos, a los que ahora se viene a sumar el plástico
desechado por la industria salinera.
No dispongo de cifras exactas sobre la extensión de
la superficie lagunar, pero sabemos que su vaso tiene
aproximadamente 36 km de largo por 4 km en su parte
más ancha, y su profundidad promedio es de de 1.5
metros. Durante la temporada seca el espejo de agua se
reduce dramáticamente, hasta en un 40 por ciento, y es
en las áreas que quedan expuestas, mayoritariamente de
su extremo sur, donde se asientan las salinas.
Debido a que en su forma tradicional la tecnología
salinera utilizaba casi de manera exclusiva materiales
tomados del entorno, su efecto como factor contaminante
había permanecido nulo a lo largo de siglos. De hecho, la
única alteración notable del paisaje atribuible a la
producción de sal eran los tapextles mismos, que una
vez abandonados se desintegraban en un lapso de
alrededor de veinte años, dejando como huella de su
existencia los “terreros” –acumulaciones de tierra
lixiviada–, que con el tiempo también se desintegraban o,
los de mayor tamaño se cubrían de vegetación,
15
convirtiéndose en pequeños islotes de bajo perfil. Pero
con el plástico es otra cosa; se trata de un elemento
ajeno al entorno, no biodegradable. El poliuterano es
prácticamente indestructible.
Figura 6. Tapextle abandonado y su terrero cubierto de vegetación. Cuyutlán, Col., 2006.
Un pozo promedio, que tenga cuarenta eras de 7 x 7
m y tres estanques de concentración de 7 x 50 m, utiliza
aproximadamente 3000 m2 de plástico laminado. La
cantidad de pozos en explotación varía año con año,
pero haciendo una estimación conservadora es posible
afirmar que anualmente se explotan como mínimo 300
pozos, lo que representa 90 hectáreas cubiertas de
plástico durante siete meses del año. 900 mil m2 de
plástico que anualmente serán desechados y
abandonados in situ.
Aquí resulta necesario hacer un paréntesis para
señalar que el concepto de “pozo”, entendido hasta hoy
como la unidad de producción que comprende al
16
tapextle, eras y parcela de tierra salitrosa suficiente para
ser beneficiada por un salinero y sus peones, pronto
resultará obsoleto y su uso se limitará a trabajos de corte
historiográfico pues, las nuevas salinas privadas, que en
sentido estricto no requieren de parcela de tierra salitrosa
y son beneficiadas por una empresa y sus obreros,
puede ser tan grande que no admite comparación. Por
ejemplo, en el presente año de 2006, la salina llamada La
Coronita (Figura 8), emplea 30 obreros de la sal para
atender 600 eras. Es lógico suponer que en el mediano
plazo las cooperativas adoptarán una forma de
organización para la producción similar a la de estas
nuevas empresas.
Figura 7. Anualmente los productores de sal, cooperativistas y privados en conjunto, cubren con plástico 90 hectareas o más del
lecho de la laguna. Salina La Coronita, Cuyutlán, Col., 2006.
Me atrevo a afirmar que no se ha realizado hasta
la fecha ningún estudio que nos permita saber el efecto
que esto tiene o puede tener a mediano y largo plazo
17
sobre la flora y fauna locales.
En el subsuelo fangoso de la laguna habitan y se
reproducen: gusanos, insectos, variedad de crustáceos y
sus larvas, así como algas, que en conjunto forman la
base de la cadena alimenticia de la rica fauna avícola
presente en la laguna, conformada por más de una
veintena especies de aves acuáticas: garzas, ibis,
espátula rosadas, cigüeñas, patos, pelícanos, fragatas,
etcétera, y de algunos mamíferos silvestres como
coyotes, mapaches y tejones entre otros.
Figura 8. Laguna de Cuyutlán es zona de anidamiento de gran diversidad de aves acuáticas.
La mayor parte del plástico se utiliza solamente una
temporada, y si bien en teoría el plástico desechado se
debe vender a empresas recicladoras, en la práctica esto
no sucede. El argumento de los salineros para no hacerlo
es que resulta más caro limpiarlo –no lo reciben con
restos de sal– y llevarlo a la recicladora, que lo que ésta
les paga por él. Entonces, simplemente se recoge y
abandona al aire libre en áreas más o menos ocultas de
18
la laguna, o es quemado, o enterrado, y en algunos
casos vendido o regalado a los fabricantes de ladrillo
para ser usado como combustible. La quema del plástico
desechado es la que produce los efectos negativos más
visibles. Por una parte está la contaminación atmosférica,
y por otra el hecho de que las quemas se realizan
durante la temporada seca, lo que ocasiona la
destrucción de la ya de por sí escasa vegetación que
crece en el piso de la laguna y sus islotes.
Figura 10. Destrucción de la vegetación de los islotes de la laguna, causado por la quema del plástico desechado.
Cuyutlán, Col., 2006.
La posición de los salineros ante el problema de la
contaminación causada por el plástico es ambigua.
Saben que están contaminando su medio, y saben que
es ilegal, pero tienden a minimizar el daño, y en no pocos
casos a negar su participación y responsabilidad en él, a
pesar de la evidencia. En cuanto a las instancias de
gobierno responsables del cuidado del medioambiente,
19
su desatención al problema es tan evidente como el
plástico mismo.
Figura 11. Plástico de desecho abandonado en el lecho de la Laguna de Cuyutlán, Col., 2006.
La introducción del plástico laminado tiene menos de
veinte años, la generalización de su uso menos de diez, y
sin embargo la ominosa presencia del plástico negro
desechado ya es un elemento que se destaca en el
paisaje de la laguna.
Conclusiones
En esta rápida exposición he tratado de mostrar los
hechos, sin pretender ocultar mi parcialidad como
amante de las tradiciones y del paisaje salinero, pero el
asunto es controversial.
Por definición, la cultura es dinámica. La tecnología
misma de los salineros de Cuyutlán ha estado sujeta a
una continua evolución, donde la introducción de plástico
representa un paso más, pero éste parece ser de
20
consecuencias mayores, porque su impacto no sólo
afecta de manera directa el quehacer salinero, lo
trasciende y quizá lo amenaza. Dar vuelta atrás se antoja
imposible, y seguramente innecesario. La percepción que
los salineros tienen de la nueva tecnología es simple y
positiva: menor esfuerzo y mayor beneficio. Los aspectos
negativos son vistos por ellos como algo distante y ajeno.
La solución a fondo del problema, como en muchos otros
asuntos, parece estar en la educación, pero esto da
resultados a largo plazo. Es urgente hacer algo
inmediato, antes de que sus efectos sean irreversibles, y
la respuesta está en manos de las autoridades
reguladoras de la industria y el medioambiente.
El problema también traspasa los límites de la
Laguna de Cuyutlán pues el uso del plástico laminado se
difunde rápidamente por todas las salinas costeras de
México, personalmente lo he visto en salinas de los
estados de Guerrero, Michoacán y Oaxaca en el Pacífico,
y Yucatán en el Golfo de México, y estoy seguro que
pronto estará presente en las salinas interiores.
Su impacto genera cambios tan rápidos como
profundos, que hacen prever como inminente la
transformación y en algunos casos la desaparición de las
técnicas, métodos y procesos ancestrales, y los
fenómenos y complejos culturales relacionados a esta
industria tradicional, haciendo que resulte urgente que
quienes estamos interesados en el tema de la sal
aceleremos el paso en su registro y documentación.
En un plazo imposible de precisar, pero seguramente
corto, el orgullo de “ser salinero” dejará de ser parte de la
identidad colectiva del colimense, aunque sobreviva la
21
posibilidad de ser “obrero de la sal”.
◄