La esencia de unaguerrera
Melissa Good
Renuncia estándar: Los personajes de Xena y Gabrielle pertenecen por completo aUniversal y Renaissance y sus escritores y todas aquellas personas con derechos depropiedad. No se he pretendido infringir los derechos de autor y todo esto es puradiversión. Los demás personajes de la historia son producto de mi cerebro retorcido y noestán tomados de ninguna fuente literaria ni de ningún otro tipo de fuente. Nadie tiene laculpa de su existencia salvo yo.Para esta historia no es necesario advertir nada sobre mayoría de edad, pero haysubtexto, de modo que si no podéis soportarlo, hacer clic con el ratón es barato. Muybarato. Melissa Good[Nota de Atalía: El título de esta novela en inglés es una adaptación de un verso de laobra de Shakespeare Romeo y Julieta. Es un título muy poético y evocador y cualquierlector de habla inglesa con un mínimo de cultura lo puede reconocer como lo que es y loque sugiere. Por desgracia, traducido literalmente al español no dice nada o directamentequeda mal sin completar el resto de la cita, por lo que he optado por adaptar el sentido dela cita, unido al contenido de la novela, y de ahí ha salido La esencia de una guerrera. Sia alguien se le ocurre algo mejor, más poético o lo que sea, que me lo comunique :-)]
Título original: A Warrior By Any Other Name. Copyright de la traducción: Atalía (c) 2002
1
Lo único que conocía, ahora, era la oscuridad. Vagamente, en una parte muy
pequeña de lo que quedaba de su consciencia, recordaba la luz. La luz que iba ligada a
un nombre que no pronunciaría nunca, una voz que no oiría nunca y unos ojos que
nunca más le devolverían la mirada. Una parte de su vida, de su alma, que se había ido
para siempre...
A su alrededor había miedo, odio y rabia: notaba el dolor sordo de las piedras que
lo golpeaban y de los palos que pinchaban sus costados magullados, pero mantuvo los
ojos cerrados para no ver a la muchedumbre vociferante. La verdad era que no
importaba: no podía durar mucho más. Notaba que su fuerza vital iba disminuyendo,
arrastrándolo cada vez más a la oscuridad y alejándolo del sol caliente y de la calle
polvorienta de esta pequeña aldea. Los gritos iracundos fueron desvaneciéndose en su
oído, salvo un último sonido que le era familiar: el tamborileo enérgico de los cascos
de un caballo, luego hasta eso se alejó de él.
Bajo el sol del final de la tarde, dos mujeres y un caballo avanzaban tranquilamente
por un camino de tierra.
—Xena. —Gabrielle miró a su compañera—. ¿Vamos a ir a Atenas en algún
momento? —preguntó la bardo con deliberada despreocupación, mientras examinaba el
extremo ornamentado de su vara para huir de la mirada con ceja enarcada de la que
sabía que era objeto.
La alta guerrera miró a su compañera de viajes con aire ligeramente risueño.
—Bueno, lo estaba pensando —contestó por fin—. ¿Por qué? ¿Nos hemos dejado
algo allí o...? —Se colocó delante de Gabrielle y entabló contacto visual, sorprendiendo
a la bardo—. ¿O tienes algún otro motivo?
Gabrielle abrió la boca para disimular hábilmente, pero descubrió que no podía, no
con los ojos de Xena, azules como el hielo, clavados en los suyos. Suspiró por dentro.
Mentir a Xena era casi imposible. Siempre tenía la sensación de que la alta guerrera leía
sus pensamientos con la descuidada facilidad con que hacía todo lo demás. Al quedarse
sin recursos, Gabrielle sacó la lengua, lo cual hizo sonreír a Xena, normalmente austera.
—La he dejado sin habla —rió Xena entre dientes. Luego se dio la vuelta y siguió
caminando al lado de la paciente Argo—. Vale, es tu secreto. —Observó el paisaje,
advirtiendo los primeros indicios de lo que probablemente era una pequeña aldea no
muy lejana—. Podemos hacer una parada allí delante y cenar algo, si quieres.
Gabrielle suspiró con cierto alivio. La había pillado, pero Xena no estaba insistiendo,
lo cual quería decir que probablemente pensaba que fuera lo que fuese lo que se traía
Gabrielle entre manos, era inofensivo.
—Una cena me parece estupendo —comentó, volviéndose para mirar a su compañera
—. Hoy estás de buen humor. —Lo cual no era tan infrecuente como antes, reflexionó
Gabrielle. No sabía cuándo se había producido ese cambio... bueno, sí lo sabía, en
realidad, pero prefería no pensarlo.
Xena bebió un trago de uno de los odres de agua colgados del lomo de Argo y le pasó
el agua a Gabrielle.
—Vaya, ¿qué te parece? Creo que sí —contestó y luego alargó la mano y estrujó el
odre con fuerza justo cuando Gabrielle se lo llevaba a la cara.
—¡¡¡Aahh!!! —farfulló Gabrielle, cuando el agua salió disparada del odre y la mojó.
Girándose en redondo, lanzó el resto del agua en un chorro a su alrededor trazando un
arco lo más amplio posible y usando la mano libre para quitarse el agua de los ojos. Oyó
que el chorro de agua alcanzaba algo, pero por el resoplido sobresaltado, supo que era
Argo. Miró al caballo, que, efectivamente, lucía una banda oscura a mitad del costado
donde le había alcanzado el agua. Xena, completamente seca, estaba al otro lado de la
yegua, riéndose.
—Me las vas a pagar —gruñó Gabrielle, apartándose el pelo mojado de los ojos—.
Eres una tramposa.
Sin dejar de reír, Xena hurgó en una alforja, se acercó donde estaba Gab goteando y
le ofreció un paño doblado.
—Toma —dijo—. No creí que fuera a salir tanta agua.
Suspirando, Gabrielle cogió el paño y se secó la cara. Estaba a punto de hacer un
comentario mordaz cuando la actitud de Xena cambió bruscamente. Se puso tensa y se
irguió, oteando el horizonte, con expresión severa.
Esta súbita transformación siempre intrigaba a Gabrielle. Esta dualidad que convertía
a su amiga en una compañera aficionada a gastar bromas y en una luchadora mortífera.
Una mujer de profundas contradicciones cuyas manos podían atender delicadamente a
Argo o arrebatar una vida con la misma habilidad, la misma elegancia. Compleja de un
modo que no tenía nada que ver con nadie que hubiera conocido Gabrielle en toda su
vida y fuente inagotable de fascinación para la bardo.
Los rasgos tensos de Xena se volvieron hacia Gabrielle e hizo un gesto señalando la
aldea cercana.
—Están dando una paliza a alguien. —Se montó en Argo y miró a la bardo—.
¿Vienes? —Le ofreció un brazo.
—Oh —exclamó Gabrielle, sorprendida—. ¿Quieres decir que no tengo que
quedarme aquí? —Esto era un cambio. Y lo agradecía.
Xena enarcó una ceja y volvió a mirar hacia la aldea.
—Sólo si tú quieres.
A Gabrielle no le hacía falta que se le preguntaran dos veces, aunque eso supusiera
montar en Argo. Agarró el brazo de Xena y antes de poder saltar, fue izada a la altura de
la silla y colocada en la grupa de Argo. Se acomodó rápidamente, bajando la vara y
apartándola de Xena y Argo.
—A veces se me olvida —murmuró—, lo fuerte que eres. —Notó más que oyó la risa
grave de Xena como respuesta, al agarrarse con fuerza a la cintura de la guerrera con un
brazo.
El dolor estaba empezando a desaparecer ya, con gran alivio por su parte. Sabía que
no iba a durar mucho más. Los sonidos se hicieron más definidos, más claros: el ruido
enérgico de los cascos se había transformado ahora en un poderoso galope. Le
encantaban los caballos... cuánto echaba de menos a su precioso Eris... pensó
difusamente que lo último que le gustaría ver era a este animal galopante que venía
hacia él, pero el esfuerzo de abrir los ojos era tan grande... sólo una rendija y el
resplandor del sol casi lo obligó a cerrarlos de nuevo con fuerza. Pero el caballo... con
determinación, se obligó a abrir más el ojo que tenía en condiciones, luchando con
todas sus fuerzas para aclararse la vista por última vez. Lo más cercano a él eran los
que lo atormentaban. Hombres, chiquillos, mujeres de la aldea, todos ellos armados de
piedras o palos, uno con una pica. Sus caras furiosas y asustadas formaban un círculo
sólido de ruido ensordecedor delante de él. No podía levantar la cabeza para ver por
encima de ellos... no podía... ah. Ahí.
El caballo... hermoso. Más bonito incluso que su Eris, tuvo que reconocer. De un
asombroso color dorado, con una crin blanquecina que se agitaba al viento. ¿Dónde
iba? Parecía venir directamente hacia él... oh, para esto merecía la pena abrir el ojo,
sí, para esto sí. El sol poniente se despejó, dorando innecesariamente al caballo dorado
y prendiendo fuego a la armadura de su jinete.
Los aldeanos no habían oído los cascos. ¿Cómo podían estar tan sordos?, se
preguntó. Seguían tirándole piedras, el hombre de la pica le golpeó las costillas con
fuerza suficiente para rompérselas. Él ni siquiera lo notó... En cambio, observó al
caballo, que cada vez estaba más cerca, y ahora vio la cara sonriente de su jinete. Y
supo que iba a pasar sus últimos momentos en el deleite de la sorpresa. Una mujer
guerrera... y encima tan hermosa como su caballo, pero oscura, en contraste con el
caballo dorado. Ohh... ¡cuánto lamentaba no poder conocerla!... Su última visión
vacilante fue el sol reflejado en la espada que llevaba en la mano cuando atravesaron
el círculo de aldeanos sorprendidos y aterrorizados que tenía delante. Luego... sólo
hubo oscuridad.
Gabrielle se sujetó con fuerza e intentó ver a la persona que la multitud estaba
pegando. Lo único que veía era un cadalso y las manos y los brazos grandes y
musculosos del prisionero.
Xena estaba soltando la espada en la vaina y se echó hacia delante, azuzando a Argo.
Al acercarse, desenvainó la espada y sonrió. Ah, no iba a matar a ninguno de ellos. Sólo
iba a darles tal susto que la próxima vez se lo pensarían dos veces antes de lapidar a
nadie.
—¡Agárrate! —le gritó a Gabrielle, que respondió rodeando con más fuerza con el
brazo a Xena y echándose hacia delante, siguiendo el impulso del caballo.
Con un grito salvaje, hizo pasar a Argo a través del círculo de aldeanos súbitamente
pasmados, pegando patadas a varios de los más grandes. Gabrielle movió su vara con
mano experta y eliminó a dos mujeres armadas con ramas llenas de espinas y a un joven
fornido que tenía dos piedras.
—Muy bien —comentó Xena, al tiempo que dejaba caer la empuñadura de la espada
sobre la cabeza de alguien y usaba una de sus musculosas piernas para dar una patada a
otro que lo lanzó al otro extremo de la aldea.
—Gracias —replicó Gabrielle, golpeando a un pastor alto justo en el pecho. Los
aldeanos se dispersaron, corriendo en todas direcciones. Gabrielle lo aprovechó para
bajarse de los cuartos traseros de Argo y acercarse al cadalso, pero se paró en seco
cuando vio lo que allí había y se quedó mirando. Detrás de ella, Xena también se bajó
de Argo y terminó de desanimar a los últimos torturadores del cautivo antes de reunirse
con su amiga al borde del cadalso y mirar lo que habían salvado.
El hombre que colgaba de la plataforma de madera era enorme, por lo menos una
cabeza más alto que Xena, y con un cuerpo inmenso, cubierto de un espeso vello dorado
claro. Tenía la cabeza cubierta de pelo del mismo color que le caía por el cuello y
formaba una especie de gola. Su cara, magullada y desfigurada, con un ojo cerrado y
cubierto de sangre, era de proporciones extrañas, con una mandíbula inmensa, una línea
de dientes algo redondeada, la nariz aplastada y toda ella cubierta también de pelo. El
ojo que tenía bien estaba cerrado y por la flojedad del cuerpo y la tensión de las cuerdas
que lo sujetaban, Gabrielle supuso que estaba inconsciente. O muerto. No, al acercarse
más vio que su ancho pecho peludo se movía débilmente.
—¿Qué es? —Gabrielle se volvió hacia Xena, desconcertada—. ¿Es un hombre o...?
Por una vez, la guerrera no tenía una respuesta inmediata.
—Tú eres la experta en historia, oh bardo mía. —Xena meneó la cabeza—. No tengo
ni idea. Pero más vale que lo saquemos de aquí o no tendrás oportunidad de
preguntárselo.
Para entonces, los aldeanos se habían percatado de que Xena no los iba a matar a
todos y se estaban acercando con cautela. Pero no mucho. El jefe de la aldea carraspeó
nervioso.
—Aah... ¿es, o sea... es... bueno, es amigo tuyo, guerrera? —Fue rodeándolas para
verlas bien. Gabrielle se acercó, ofreciéndole la mano.
—Hola. Soy Gabrielle. —El jefe se apartó de golpe, mirando su vara con
preocupación—. Ah, no te preocupes —dijo ella, alegremente—. Sólo golpeo a la gente
cuando les hacen algo malo a otras personas. —Volvió a ofrecerle la mano y esta vez el
jefe la aceptó, con cautela. Así que esto es lo que se siente cuando te tienen miedo,
pensó Gabrielle. Interesante. Mientras, se puso a hablar con el jefe para distraerlo de lo
que estaba haciendo Xena en el cadalso—. ¿Por qué lo estabais matando a golpes? —
preguntó, mirando al hombre a los ojos—. ¿Qué le ha hecho a esta aldea? —Se irguió e
hizo girar el cuerpo grácilmente, examinándolo todo—. A mí me parece que está bien
intacta. —Se volvió y le clavó la mirada verde y brumosa.
—Oh, pues... —farfulló el jefe, echando miradas nerviosas a Xena, que había soltado
al prisionero de sus ataduras y estaba depositando con cuidado su mole en el suelo—.
Pues no nos ha hecho nada, exactamente, pero... —Se volvió y señaló a la figura tendida
—. Míralo. ¿Cómo podíamos dejar que algo como él viviera cerca de nuestra aldea, de
nuestras mujeres e hijos, que estarían indefensos contra él? Lucha como una bestia
salvaje y terrible.
—¿Sabes? —dijo Gabrielle, con tono tranquilo, arrodillándose para que su cabeza
quedara a la altura de la del jefe, que estaba en el suelo—. Deberíais confiar más en
vuestras mujeres. Las mujeres no siempre están indefensas. —Le sonrió con dulzura—.
¿Y realmente os ha amenazado, o simplemente habéis dado por supuesto que iba a
entrar en la aldea para comeros a todos?
Él tuvo la decencia de sonrojarse ante su tono sarcástico. Ella le sostuvo la mirada un
momento más y luego volvió la cabeza para mirar a Xena y al cautivo. El jefe los miró
también.
—Ohh... eeh... mm. Caramba. Ésa no es... estooo... Xena, por casualidad, ¿verdad?
—Miró a Gabrielle, que le dio unas palmaditas en la mejilla y asintió.
—Eso es.
Xena contempló al enigma que yacía delante de ella, sin saber qué podía ser. Nunca a
lo largo de sus viajes había visto nada parecido: como un cruce entre un hombre y un
gato del desierto, más que nada. ¿Podría ser en parte esfinge? Echó una mirada a
Gabrielle, que estaba entreteniendo al jefe para que ella pudiera recapacitar y evaluar la
situación. En su cara se dibujó una sonrisa breve y luego devolvió su atención al
prisionero.
Su ancho pecho subía y bajaba con dificultad y Xena pensó que probablemente se
estaba muriendo. Se agachó para examinar las heridas que había sufrido en la cabeza:
sangraban mucho, pero no eran muy profundas, salvo por la que tenía alrededor de la
órbita ocular. Se encogió por reflejo al ver los daños que había sufrido. Bueno, a lo
mejor no moría, pero tenía que sacarlo de esta aldea. Hasta Xena, a la que normalmente
no afectaban los ambientes, captaba el miedo y el odio que la gente que rodeaba la
plataforma dirigía contra esta criatura, u hombre, o lo que fuera. Y probablemente
contra mí también, añadió, sardónicamente. Al menos tenemos eso en común.
Se irguió y se alzó con un ágil movimiento y se acercó donde estaban el jefe y la
bardo. Gabrielle se había vuelto para mirarla mientras se acercaba y sus ojos se
encontraron con un rápido intercambio de entendimiento.
—Bueno —dijo Xena, agarrando al jefe por la camisa y levantándolo por completo
del suelo para que la mirara directamente a los ojos. El hombre parecía petrificado—.
Creo que me voy a hacer responsable de nuestro peludo amigo. ¿Te importa? —Xena
irradiaba amenaza, cosa que se le daba muy bien. Gabrielle estaba convencida en
privado de que Xena practicaba durante horas interminables en charcas y espejos esa
mirada que echaba a la gente—. Creo que vas a encontrar a unos valientes que me
ayuden a cargarlo en mi caballo. Y seré buena... —Hizo una pausa para sonreír—. Y os
lo quitaré de encima.
El jefe tragó con dificultad. Miró a Gabrielle, que asintió, apoyada
despreocupadamente en su vara.
—Conviene hacer lo que dice. Odia que la gente la fastidie. —Hizo una pausa con
efecto bárdico—. Suelen acabar muertos.
—Va-va-vale —contestó él por fin y suspiró cuando Xena lo bajó y le soltó la
pechera de la camisa—. Pero lo vais a lamentar. Es un salvaje. —Miró a los ojos gélidos
de Xena—. O a lo mejor lo lamenta él.
Salió corriendo para llamar a unos fornidos aldeanos que ayudaran a levantar a la
criatura. Xena miró a Gabrielle con una ceja enarcada.
—¿Suelen acabar muertos? —Se rió por lo bajo mientras sacudía el brazo: la tensión
de sujetar en vilo al jefe durante tanto tiempo había sido terrible—. Qué cosas dices a
veces.
La bardo le devolvió la sonrisa y se apoyó en su vara.
—Bueno, si no me aseguro de que se mantenga tu reputación, ¿quién lo va a hacer?
—Se echó hacia delante y apoyó la frente en la de Xena, mirándola directamente a los
ojos—. Y además, normalmente sí que acaban muertos. O con partes de menos. Partes
importantes.
Xena frunció el ceño y luego empujó a Gabrielle hacia Argo.
—Vamos, tenemos que preparar a la pobre Argo para que cargue con nuestro amigo.
A Argo no le hizo gracia tener que cargar con esta mole de olor extraño. No paraba de
volver el cuello para oler lo que llevaba al lomo y de resoplar. Xena la sujetaba con
firmeza por la brida, haciendo que siguiera adelante. La criatura seguía inconsciente,
respirando débilmente. Le habían vendado las heridas más graves antes de cargarlo,
pero algunas se estaban abriendo a causa de los movimientos de Argo. Xena estudió el
terreno y divisó un pequeño grupo de árboles cerca de un arroyo donde podían acampar.
Hizo un gesto a Gabrielle para que se dirigiera hacia allá y la siguió tirando de la poco
dispuesta Argo.
—Xena. —La bardo se volvió hacia ella—. ¿Por qué nos lo hemos llevado? Quiero
decir, sé que lo estaban machacando y eso... pero has dicho que probablemente se esté
muriendo... —Frunció el ceño—. Nos podríamos haber quedado allí y obligarlos a
cuidar de él, quiero decir... —Se calló al ver la expresión de Xena—. ¿Qué pasa?
Los ojos azules tenían una expresión distante, como si estuviera viendo algo que
Gabrielle no veía. Devolvió su atención a su compañera.
—¿La verdad? —dijo, alargando la mano y apartándole el pelo a Gabrielle de los ojos
—. No lo sé. A veces, Gabrielle... a veces haces las cosas porque sientes que es lo
correcto, aunque no tenga sentido cuando lo piensas con lógica. —Avanzó y empezó a
quitar cosas de encima de Argo, para poder, de alguna manera, depositar la carga
principal en el suelo.
—Ah —susurró Gabrielle por lo bajo, reflexionando un momento sobre eso. Luego
extendió las mantas de las que se habían apoderado en la aldea y se acercó, insegura, a
Argo—. Pesa mucho —comentó—. ¿Cómo lo vamos a bajar?
Xena estaba junto al caballo, estudiando pensativa la carga de Argo. Por fin, cogió
con cuidado los brazos de la criatura y se los colocó cruzados sobre los hombros.
—Atrás, Argo. —El caballo, de mala gana, empezó a retroceder, sacudiendo la
cabeza como protesta—. ¡Atrás! —repitió Xena, apretando los dientes cuando el peso
de la figura inconsciente cayó sobre sus musculosos hombros. Se echó hacia delante
para equilibrar la carga y se apartó de Argo, dirigiéndose a las mantas. Gabrielle se quitó
de en medio y se limitó a vigilar el trayecto bajo los pies de Xena por si hubiera piedras
o ramas con las que pudiera tropezar. Cuando estuvo encima de las mantas, Xena se
agachó despacio sobre una rodilla, se soltó la carga que llevaba en los hombros y la
depositó en el suelo.
Gabrielle se arrodilló a su lado y le colocó bien las extremidades para que estuviera
más cómodo. Miró a Xena, que estaba descansando un momento para recuperar el
aliento antes de preparar la bolsa de hierbas en la manta junto a él.
—Voy a coger agua y a hacer fuego.
Los ojos azules se alzaron un momento para encontrarse con los suyos.
—Buena idea, Gabrielle. Gracias.
La bardo se levantó y rodeó las mantas, dirigiéndose a sus pertrechos.
Hizo falta mucho tiempo para limpiar y curar todas las heridas de la criatura, porque
Xena tenía que ir cortando zonas de pelo que estaban pringadas de sangre. El pelo era
áspero, pero no tanto como el de un perro. Era más parecido a pelo humano espeso que
a otra cosa, pensó Xena. Bajó la mirada.
—Lleva ropa. —Señaló los restos de pantalones que le cubrían las extremidades
inferiores—. Y lleva joyas. —Señaló el pequeño brazalete casi oculto por el pelo de sus
brazos.
Gabrielle miraba, fascinada, como siempre que aprendía algo nuevo.
—Entonces crees que es un hombre. —Observó su inmensa figura, que incluso en su
triste estado daba muestras de una fuerza enorme —. ¿Crees que el jefe tenía razón? Si
se pone mejor, ¿intentará atacarnos a nosotras, o a ellos? —Ladeó la cabeza y miró
interrogante a Xena—. Parece que podría ser muy peligroso cuando esté recuperado.
—Yo también lo soy —comentó Xena irónicamente—. Supongo que todo depende
del punto de vista. —Miró a la criatura, que eligió ese momento para abrir el ojo sano y
mirarlas.
Gabrielle sofocó una exclamación al verle el ojo, que era de un color dorado líquido,
con leves chispas agazapadas en sus profundidades.
—Oh... ¡qué bonito!
El ojo, sorprendido, se fijó en su cara y luego en la de Xena. Débilmente, como si le
costara un gran esfuerzo, la comisura de su boca de forma extraña se elevó. Abrió la
mandíbula, revelando unos incisivos humanos combinados con unos colmillos curvos
bien auténticos. Atentamente, el ojo dorado observó la cara de Xena para ver su
reacción, pero la guerrera mantuvo su serenidad imperturbable y siguió limpiando la
herida que tenía cerca del otro ojo.
La criatura movió la lengua y luego consiguió susurrar:
—Gracias.
Xena y Gabrielle se miraron.
—Bueno —comentó Gabrielle—. Tenías razón. Otra vez. Como siempre. —Meneó la
cabeza y fue a coger una taza de agua para su paciente. Xena sonrió mientras la miraba
alejarse y la sonrisa permaneció en su cara cuando volvió a mirar a la criatura.
—De nada. —Lo miró con firmeza—. Estás bastante malherido. —Levantó la mirada
cuando Gabrielle regresó con el agua—. Haré todo lo que pueda por tu ojo. Pero vas a
tardar unos días en recuperarte.
Gabrielle le echó una mirada larga y circunspecta al oírlo, pero se arrodilló y ofreció
el agua al... hombre herido, según lo consideraba ahora, ya no una criatura. Xena lo
levantó para que pudiera beber y él la miró algo sorprendido. Lo volvió a tumbar y
terminó de recoger la bolsa de hierbas. Lo miró.
—¿Cómo te llamas?
El ojo estudió los suyos largo rato. Luego los labios se movieron levemente de nuevo
y consiguió volver a susurrar:
—Jessan. —Y se la quedó mirando.
—Xena —dijo ella y señaló al otro lado de él. Su ojo siguió el gesto y se posó en la
cara de Gabrielle—. Gabrielle.
Algo, entonces, un vestigio de reconocimiento asomó en su expresión. Asintió y
murmuró suavemente:
—Eso creía... —Y se quedó dormido.
Xena estaba más silenciosa que incluso de costumbre mientras adecentaban el
campamento después de cenar. Su paciente dormía apaciblemente, sin roncar, ante la
sorpresa de ambas, dada su dentición y la estructura de su mandíbula.
—¿Vas a darte un baño? —preguntó Gabrielle, sacando ropa limpia. Miró a Xena,
que contemplaba el fuego, con expresión absorta. Estaba a punto de repetir la pregunta
cuando Xena suspiró por fin y la miró.
—Sí. —Se frotó el cuello y se estiró—. A eso voy. Ha sido un día muy largo.
Gabrielle se puso detrás de ella y le soltó las tiras y hebillas de la armadura, que Xena
se quitó, junto con los brazales, las espinilleras y las botas.
—¿Crees que estará bien si se queda solo un momento? —preguntó Gabrielle,
apoyando la barbilla en el hombro más bajo de Xena—. Creo que a mí también me
apetece darme un baño.
Xena le dirigió una mirada risueña pero indulgente.
—Ah, así que te apetece, ¿eh? —Se levantó, cogió una camisa limpia de lino y le
lanzó una a Gabrielle—. Y yo que creía que ya habrías tenido bastante agua esta tarde.
—¡Oye! —exclamó la bardo—. ¡Es cierto! Me debes una por eso... —Avanzó
amenazadora hacia Xena, que estaba de pie con los brazos cruzados, echándole esa
mirada tipo "a que no te atreves". Gabrielle entrecerró los ojos con rabia fingida y gruñó
—: Te la vas a cargar...
—Ja. Primero tendrás que cogerme —replicó Xena, que echó a correr hacia el arroyo.
Maldiciendo, Gabrielle salió disparada tras ella, sabiendo perfectamente que no
podría alcanzar a la mujer más alta ni aunque lo intentara, pero intentándolo de todas
formas. Corría a tal velocidad que no se dio cuenta de que el arroyo volvía sobre sí
mismo y se encontró en el aire encima de un tramo de agua antes de percatarse de lo que
estaba pasando, al salir corriendo de la orilla.
—Oh, Hades —murmuró y cerró los ojos, a la espera del ataque helado del arroyo.
Cuando pensaba que estaba a punto de dar en el agua, fue atrapada en medio del aire y
en cambio aterrizó en una orilla cubierta de hierba—. Uuff —jadeó y abrió los ojos para
encontrarse con la sonrisa sardónica de Xena, echada junto a ella en la hierba.
—Gabrielle, ¿es que nunca miras por dónde vas? ¿Es que siempre te tienes que lanzar
a las cosas de cabeza? —La guerrera estaba apoyada en un codo, con una sonrisa en la
comisura de los labios que suavizaba cualquier crítica implícita.
—No —jadeó Gabrielle, sin aliento—. Siempre me lanzo a las cosas de cabeza. Y
mira dónde estoy. —Alargó la mano, tocó a Xena en la punta de la nariz y vio la sonrisa
de la guerrera.
—Dónde, ¿verdad? —rió Xena.
Jessan notó que el dolor era más agudo ahora. La insensibilidad que había tenido
parecía estar desapareciendo, lo cual podía considerarse buena señal, supuso. Había
dormido un buen rato y era vagamente consciente de lo que lo rodeaba. Notaba el
calor de una hoguera, a su derecha, y el ojo sano le indicaba que también había luz en
esa dirección.
Así que ésa era Xena, reflexionó su mente aturdida. Dado lo que él era, había oído
hablar de la Princesa Guerrera, por supuesto. El Pueblo se mantenía al tanto de los
guerreros que sobresalían por encima de lo normal, que podían suponer un peligro
para su especie. Xena había supuesto ese peligro. Su gente había desarrollado una
habilidad muy útil para evitar a la especie de ella: pensó que podía considerarse como
una conciencia de la vida. Normalmente podía percibir a los seres vivos que lo
rodeaban, la verde inmensidad del bosque, las criaturas pequeñas y huidizas, la
respiración de la tierra misma. Las personas como Xena destacaban en esa paz como
algo muerto y feo, oscuro y desagradable. Evitarlas solía ser fácil, nunca tenía que
preguntarse si uno de su especie quería hacerle el mal o el bien, sólo tenía que Mirar y
luego desaparecer en el verdor impenetrable de su bosque natal... Pero estos aldeanos,
a quienes no había hecho el menor daño, le habían hecho algo en la cabeza y ahora no
conseguía percibir nada. Eso le daba más miedo que nada a lo que se hubiera
enfrentado en toda su vida. Tendría que tomar decisiones sobre estas dos personas
basándose únicamente en su instinto, y eso no bastaba. ¿Cómo podía confiar en ellas?
¿Confiar en Xena? Imposible. Esa mujer destruía aldeas, mataba a niños inocentes.
¿Qué iba a hacer con él? Cierto, le había limpiado las heridas. Probablemente para
poder sacarle hasta el último detalle de información antes de matarlo. No, eso no tenía
sentido. Tal vez quería exhibirlo como a un animal. Sabía de otros de su especie que
habían sufrido ese destino. Oyó unos débiles roces y llegó a la conclusión de que
probablemente estaban cerca. Más le valía echar un vistazo y empezar a planear cómo
escapar. A lo mejor... ¡qué idea! A lo mejor podría matarla... ¡qué premio para su
gente, no tener que volver a preocuparse jamás de que la Princesa Guerrera los
pudiera encontrar! Su padre estaría muy orgulloso.
Al principio las llamas bajas le hicieron parpadear y lagrimear y le impidieron ver
nada más alrededor del fuego. Esperó pacientemente y las sombras poco a poco se
fueron aclarando cada vez más. Un campamento bien organizado. Un campamento de
guerrero. Al intante se sintió mejor. Distinguió la difusa forma dorada del caballo no
muy lejos, oyó el ruido áspero que hacía al pastar la hierba. Movimiento... su ojo se
movió hacia la izquierda y se encontró con la mirada de Xena, que estaba reclinada en
una roca cercana, ocupándose de una pieza de armadura. Estaba echada, vestida con una
camisa de lino, sobre lo que parecía una gruesa alfombra de piel negra, con las piernas
desnudas estiradas y cruzadas, y su hombro servía de almohadón a la mujer rubia más
joven, que estaba profundamente dormida.
Se miraron en silencio un momento, como lo harían dos poderosos animales del
bosque, para decidir si se trataba de un amigo o un enemigo. Xena no se engañaba con
respecto a lo que era capaz de hacer, cualquiera con ojos en la cara se podía dar cuenta
de que no era un granjero. Pero el ojo era inteligente, había pensamiento tras esa mirada,
no la furia ciega de una bestia. Xena tenía la sensación de que se podía razonar con él.
Al menos, eso esperaba. No tenía la menor gana de hacerle más daño.
Nunca habían mencionado, pensó Jessan, vagamente divertido, que además era
bella, para tratarse de una de su especie. La excelencia en el campo de batalla sí, eso sí
que lo mencionaban. La falta de misericordia, las crueldades, el desprecio a la vida.
Todo eso ya lo sabía. Y había oído, como todos, que había renunciado a su vida como
señora de la guerra y que se dedicaba a recorrer las tierras, ayudando a la gente
cuando podía. Aunque no lo habían creído, pues sin duda nadie tan sanguinario como
ella podía cambiar tan de repente. ¿Podía dejarlo sin más cuando conocía, en cuerpo y
alma, lo que su Pueblo también conocía: la euforia del combate, el fuego incomparable
que invade el corazón al matar? ¿El júbilo feroz del combate a muerte que corría por
las venas como un vino fuerte? ¡El don de Ares! Él lo conocía. Sabía que ella también:
lo llevaba escrito en los ojos, legible para alguien como él. No, no lo habían creído.
Ahora su vida dependía de que descubriera si era realmente cierto, y sólo tenía los
sentidos físicos y la capacidad de raciocinio para hacerlo. No era justo. Habría sido
tan fácil... con sólo cerrar los ojos y extender suavemente su percepción, habría visto
su Molde. Ahora, lo único que podía hacer era mirar con su vista inadecuada y ver a
una mujer morena, más joven de lo que creía, limpiando una pieza de armadura junto a
una fogata bien hecha. Arrggg. Bueno, estaba sola, salvo por la bardo. Hasta ahí, la
historia era cierta. ¿Y el resto? ¿Cómo podía esperar saberlo? La bardo se mueve, ah,
tiene sueños oscuros. Observó cuando Xena apartó la mirada de él y se concentró en
cambio en Gabrielle, y ahora vio la emoción de su cara al rodear a la muchacha con
un brazo y ahuyentar su pesadilla, tranquilizándola. Ah. De repente, se sintió mucho
mejor. A lo mejor era cierto. Mañana intentaría descubrirlo. Por ahora, al menos,
parecía estar a salvo.
Al despertarse a la mañana siguiente, Jessan supo que probablemente viviría. Sus
cortes se estaban curando y ya no sentía el malsano calor de la fiebre a su alrededor. Los
golpes le dolían y la cabeza le martilleaba especialmente, pero estaba más alerta y sus
pensamientos eran coherentes y cuerdos. Abrió el ojo cuando unas pisadas se acercaron
a él y se fijó con cierta dificultad en la joven bardo rubia, que estaba de rodillas a su
lado con agua que le hacía mucha falta. Los ojos de Gabrielle se encontraron con el
suyo sin miedo, mientras lo ayudaba a beber.
—Buenos días —dijo, alegremente—. Por favor, bébete todo esto. Lo necesitas.
Jessan obedeció y luego observó su bonita cara con interés.
—No tienes miedo —comentó, observando que enarcaba la ceja ante la pregunta que
dejaba entrever su voz áspera.
—No —contestó Gabrielle, ofreciéndole más agua.
—Pues deberías —gruñó Jessan, alzando los labios con esfuerzo para mostrar los
colmillos—. Incluso ahora, podría matarte tan deprisa que ni siquiera Xena podría
detenerme.
—Lo dudo —susurró una voz grave y sibilante en su otro oído. Notó el frío acero en
el cuello y se quedó inmóvil. Su ojo dorado giró al otro lado para encontrarse con los
azules de Xena a menos de doce centímetros de su cara. ¡Por Ares! ¡Cómo ha
conseguido acercarse tanto! El corazón le martilleó en el pecho, hasta que se dio cuenta
de que el acero que notaba no era más que el cuchillo pequeño que usaba para limpiar
las heridas y que estaba haciendo justamente eso alrededor de su ojo hinchado.
Gabrielle se rió suavemente.
—Tranquilo. De todas formas, no lo habrías hecho. —Le ofreció un poco de carne a
la parrilla—. Al cabo de un tiempo, tienes una... no sé... como una sensación sobre las
personas cuando tienen intención de matarte o de pegarte o ese tipo de cosas. A mí me
ha parecido que estabas bastante bien. —Le pasó otro pedazo de carne, dado que él
estaba masticando distraído el primero y haciendo todo lo posible por no pensar en
Xena arrodillada a su lado con un cuchillo contra su sien—. Y la verdad es que eso nos
pasa muy a menudo, porque mucha gente quiere matarnos o pegarnos o cosas así,
¿sabes? —Le puso una mano en el brazo y lo miró al ojo—. Siento muchísimo que esa
gente te hiciera daño.
Él dejó de masticar y se la quedó mirando. Al cabo de una vida entera de recibir el
odio de su especie, esto le resultaba casi demasiado duro de soportar. Ella le dio unas
palmaditas en el brazo y se levantó, encaminándose al fuego donde estaba cocinando.
Desconcertado, volvió la mirada hacia Xena, que estaba terminando con su herida de
la cabeza. Ella le sonrió levemente.
—Ve la bondad en todo el mundo.
Él se quedó pensando en eso. Podía ser cierto. Tal vez...
—Es evidente que la ha visto en ti —dijo en voz alta, obteniendo una pequeña
victoria por la expresión sobresaltada de sus ojos. Ah... tenía razón. Se sintió mejor—.
No me creía que hubieras dejado de matar. —La miró a los ojos, espejos del alma
incluso en el caso de ella—. Ahora sí. —Se apoyó en un codo e incorporó el cuerpo
dolorido para poder reclinarse a medias y hablar con ella. No se iba a perder esta
oportunidad. Puso en orden sus ideas, sabiendo que tendría que dar cierta información
antes de obtenerla. Se dio cuenta, al abrir la boca para hablar, de que había decidido
confiar en ellas, al menos por ahora. Era pavoroso, como si hubiera saltado de un alto
precipicio sin garantía de sobrevivir al aterrizaje.
—Soy —declaró, echando una mirada a Gabrielle, que había vuelto y ahora estaba
sentada al lado de Xena—, un hijo de Ares.
Sin embargo, esta rimbombante declaración no obtuvo el pasmo habitual de su
público.
Gabrielle resopló.
—Caray, pues sí que mariposea.
Xena se limitó a poner los ojos en blanco.
—Cómo no —masculló—. Tendría que habérmelo imaginado.
Jessan pasó la mirada de la una a la otra muy desconcertado. Así pues, ¿podía ser
cierto?
—Habláis de Ares como si lo conociérais —dijo, alzando su voz áspera en tono de
pregunta.
Xena suspiró.
—¿Quieres decir que tú no? —Se apoyó en un tocón que tenía detrás y estiró las
largas piernas—. Qué falta de consideración por su parte. Aunque no me sorprende. —
Lo miró—. Yo era una de sus Elegidos. —Él le sostuvo la mirada, retándola a decir el
resto—. Hasta que un día decidí romper nuestro contrato. —Involuntariamente, su
mirada se desvió hacia Gabrielle, que le sonrió como respuesta—. Pero nunca había
oído hablar de tu especie. ¿Qué eres, ya que estamos?
Jessan se quedó en silencio un momento, repasando lo que había averiguado. Había
desafiado a Ares. Así que los rumores eran ciertos.
—Ares decidió que estaba harto de los mortales y quiso crear un ejército de guerreros
inmortales que le fueran leales. —Carraspeó un poco y Gabrielle se inclinó para pasarle
el odre de agua—. Gracias —respondió roncamente—. Nos creó mezclando la sangre de
un león con la de un hombre y uniendo nuestras dos especies en una sola. —Bebió un
largo trago de agua—. Somos más fuertes que vuestra especie y fieros como leones, y
vivimos para el combate y la muerte. —Sacó la mandíbula y les echó su mejor mirada
de guerrero despiadado.
La boca de Xena esbozó una sonrisa.
—Ah, ya —comentó—. ¿Y qué pasó?
El gran guerrero suspiró.
—Afrodita.
—Ohhh... —dijeron Xena y Gabrielle a la vez, maliciosamente.
—Se presentó ante él cuando estaba terminando. Cometió el error de dejarla un
momento a solas con nuestros antepasados. —Se quedó mirando la luz del sol de la
mañana—. Ella nos dio la mortalidad. Nos dio alma y la voluntad de conocerla. Y... —
Aquí se detuvo, cuando la pena le agarrotó la garganta y le impidió seguir hablando.
Bajó la mirada y al cabo de un momento volvió a mirar sus caras serias, pero atentas—.
Y nos dio la capacidad de amar. —Ah... Devon, lloró su corazón. Respirando hondo,
apartó sus recuerdos por la fuerza y carraspeó—. Hace seis años, no lejos de aquí, unos
de vuestra especie rodearon a tres de nosotros y mataron a mi Devon con sus flechas de
cobardes. —Con fiereza, desafiante, alzó el ojo para mirarlas a los suyos, esperando no
sabía muy bien qué—. Estaba embarazada de mi hijo. —Ahora sus palabras se tiñeron
de cólera—: No habíamos hecho nada... a vuestra especie.
Gabrielle lo miró, horrorizada. Alargó la mano y le agarró el brazo con compasión.
Xena meneaba la cabeza y suspiró profundamente.
—Lo siento. —Se quedó mirando al hombre atentamente, notando cómo apretaba y
aflojaba los grandes puños—. Afrodita fue muy cruel.
Jessan la miró.
—¿Cruel? ¿Y por qué? —preguntó, con curiosidad—. ¿Cuánto más cruel fue vuestra
especie, al matarla a sangre fría?
—Vivimos en un mundo cruel, Jessan —contestó Xena—. El mayor riesgo que se
puede correr es amar a alguien. —Hablaba sin expresión—. No puedo hacerme
responsable de todos los actos, buenos o malos, de mi gente, pero lo lamento, por ti y
por tu Devon. —Se puso bruscamente en pie y se encaminó hacia Argo.
—¿Alguna vez has lamentado enamorarte, Jessan? —preguntó Gabrielle, en voz baja.
Observó su cara, mientras él meditaba su respuesta. En realidad no era tan espantoso de
aspecto, una vez que te acostumbrabas a él. Su rostro, aunque magullado, tenía cierta
nobleza. Eso probablemente también procede de Afrodita, pensó, seguro que Ares no
los habría hecho tan atractivos. Ahora bien, los colmillos eran puro Ares. La nariz
respingona, por otro lado, era claramente cosa de Afrodita.
—No, Gabrielle, nunca lo he lamentado, y tampoco ahora —contestó por fin, como si
la respuesta lo sorprendiera un poco—. Es decir, Xena tiene razón, ¿sabes? Vivimos por
la espada y siempre sabemos que puede pasar esto. Somos lo que somos, a fin de
cuentas. —Suspiró—. No, cada minuto valió la pena. —Esto pareció reconfortarlo, pues
la miró de nuevo con una expresión más apacible—. Gracias por recordármelo.
Ella le sonrió y se levantó.
—Discúlpame un momento.
Con un suspiro, se echó de nuevo y parpadeó. Había sido una conversación
sorprendente, pensó. Aquí hay algo más de lo que sé. Estiró las extremidades, sintiendo
el dolor que las invadía. Cerró los ojos e intentó de nuevo extender su percepción.
Nada. Como si tuviera un saco atado a la cabeza. Suspiró. ¿Estaba seguro de ellas?
No... pero en el fondo tampoco podía odiarlas, como debería odiar a la gente que mató
a su Devon. Estas dos no eran aquellos aldeanos. Eso lo sabía. ¿Debía hacer caso de
su corazón? No, demasiado peligroso, tanto para él como para su gente. Mejor que no
hubiera Princesas Guerreras por el mundo.
Xena se alejó de ellos, con la mente confusa. Lo que le había dicho al hombre era la
verdad. Gabrielle todavía tenía pesadillas sobre su muerte. ¡Lo que le había hecho pasar
a su amiga! ¿Qué derecho tenía a hacer eso? Debería haber seguido mi propio consejo,
pensó gravemente. Demasiado tarde... Se sentó en una roca para poner en orden sus
ideas confusas y se apresuró a coger una pieza de armadura cuando oyó que se acercaba
la bardo. Miró a Gabrielle, que se sentó a su lado.
—¿Estás bien? —preguntó la bardo, en voz baja, observando su cara.
—Sí —contestó ella, puliendo el trozo de armadura.
Gabrielle se acercó más y le susurró al oído:
—Mientes.
Consiguió media sonrisa.
—Sí. —Xena soltó un resoplido—. Me ha recordado que sé lo que se siente al morir.
—Oh... —dijo Gabrielle, con tono apagado.
Xena la miró.
—¿Lamentas haber preguntado?
—No —sonrió la bardo—. Me alegro de que hayas contestado. —Apoyó la cabeza en
el hombro de Xena—. Bueno, ¿qué vamos a hacer con él?
—Mmm —murmuró la alta guerrera—. Depende de lo que quiera hacer él, ¿no? Está
bastante lejos de casa. Me pregunto cómo ha llegado hasta aquí.
Gabrielle se encogió de hombros.
—Supongo que tendremos que preguntárselo, ¿no? —Miró hacia el otro lado del
campamento—. Me gusta. Es decir, sé que da miedo mirarlo y que probablemente es
peligroso, pero también tiene algo dulce.
—Sí —contestó Xena escuetamente—. Algo.
Esa noche, su gran paciente se unió a ellas para cenar alrededor del fuego. Se curaba
asombrosamente deprisa: un legado de Ares, sospechaba Xena. Si te vas a pasar la vida
luchando, más vale que te cures rápido, ¿eh? Sonrió por dentro. A mí me ha venido
bien, de vez en cuando. Terminó el pescado y miró a Jessan, que contemplaba pensativo
el fuego.
—Bueno —dijo. Él levantó la mirada al oír su voz—. ¿Te diriges a casa?
Jessan suspiró.
—Mi casa está en la costa noroeste. —Sonrió sin humor—. No creo que lo consiga.
Hay demasiados asentamientos, con demasiada gente asustada desde aquí hasta allí. —
Se quedó mirando al suelo—. Sois una especie cruel y estúpida, ¿lo sabíais? Nuestra
gente jamás ha atacado a la vuestra, pero vivimos en las sombras, con la esperanza de
que no nos veais, porque cuando nos veis, no paráis de darnos caza hasta que matáis a
todos los que encontráis.
—El miedo da una gran motivación —respondió Xena, con tono frío—. Me imagino
que la gente que te vea, y Jessan, tienes que reconocer que tienes un aspecto de lo más
feroz, no podría imaginarse que no atacarías si pudieras. —Jugueteó distraída con una
piedrecita que tenía cerca de la bota—. De no haberte conocido, yo habría pensado eso.
Jessan lo asimiló.
—Y me habrías atacado al instante. —Miró a Gabrielle, que guardaba silencio, pero
observaba sus rostros mientras hablaban.
Xena le dedicó una de sus sonrisas lentas y fieras.
—Bueno, en otro tiempo tal vez. Ahora, probablemente habría esperado a que tú me
atacaras primero. —Echó una mirada rápida a la bardo—. Intento no crear problemas.
—Gabrielle resopló y luego soltó una risita, provocando la risa de Jessan y Xena—.
Bueno —reconoció la mujer morena—, la mayor parte del tiempo, en cualquier caso. —
Se irguió y se estiró, captando la mirada de Gabrielle y enarcando una ceja. Gabrielle
mostró su acuerdo asintiendo, pues ya habían hablado de las posibles contingencias
antes de cenar—. Jessan, estaríamos encantadas de acompañarte hasta la frontera
noroeste, de llevarte a casa con tu gente, si no te importa viajar con nosotras. —Le
sonrió de nuevo con indolencia—. Creo que puedo mantener tu pellejo intacto hasta
entonces.
¿Podrías?, pensó Jessan. ¿Podrías, Xena? No sé yo. ¿Eres tan buena como afirma tu
reputación? Lo dudo... nadie lo es jamás. Oh, sí, estoy convencido de que fuiste una
general brillante, pero ya no tienes ejército. ¿Puedes demostrar tu habilidad sobre los
cuerpos de tus enemigos? No sé yo. Se la quedó mirando, mientras esperaban
pacientemente su respuesta. Toda músculo, eso era cierto. Lo veía en la forma en que se
movía. Las muñecas eran muñecas de espadachín, de eso tampoco cabía duda. Ésa no
era una espada de adorno y la armadura era funcional. Tal vez sí, tal vez no. Era un
riesgo que tendría que asumir. En cualquier caso, era mejor que ir solo... y... se obligó a
reconocerlo, a pesar de lo que eran, su corazón se negaba a doblegarse ante su cerebro.
Estas dos le gustaban.
—Sería para mí un honor aceptar vuestro ofrecimiento —dijo, en voz baja.
—Me alegro —sonrió Gabrielle y le dio unas palmaditas en el brazo—. Lo
conseguiremos sin problemas.
Jessan sonrió con todos sus dientes.
—Pero me gustaría conseguir armas. Me siento... —Buscó una descripción en su
mente.
—Desnudo —afirmó Xena, tajantemente. Lo miró enarcando una ceja sardónica,
pero en sus labios bailaba una ligera sonrisa. Lo miró a los ojos con un brillo
comprensivo que... por Ares... podría haber sido una de su propia especie.
—Sí —respondió, encogiéndose de hombros con cierta timidez—. Exactamente.
—Guerreros —suspiró Gabrielle, teatralmente—. Les das una espada y carne cruda y
ya están contentos. —Los miró a los dos poniendo los ojos en blanco.
—¿Carne cruda? —dijeron los dos a la vez, sin mirarse siquiera—. Puaj.
Jessan ya estaba lo bastante fuerte como para viajar un poco al día siguiente, aunque
Xena insistió en avanzar despacio para dañar lo menos posible sus heridas en proceso de
curación. Pasaron ante dos pequeñas aldeas, pero no los vio nadie y tuvieron la suerte de
toparse con un antiguo campo de batalla ya más avanzado el día. Jessan y Xena se
pasaron un rato escarbando pacientemente entre los restos hasta que por fin Xena
encontró lo que estaba buscando.
—Ah. Esto es. —Alzó su hallazgo, una reliquia incrustada de barro y mugre, de unas
tres cuartas partes el largo de su cuerpo—. No me lo esperaba. Normalmente revisan a
fondo los campos de batalla en busca de metal utilizable. No me puedo creer que se les
haya pasado esto. —Miró a su alrededor desde donde estaba—. Ah. Debe de haber
estado debajo de una pila de cadáveres. —Un fémur cayó rodando por la pila donde
estaba hurgando y le echó un breve vistazo. ¿Cuánto tiempo me he pasado revisando
restos de cadáveres? Suspiró por dentro. Demasiado.
—¿Qué es eso? —preguntó Gabrielle, desde un lado donde había estado echada a la
sombra, trabajando en uno de sus pergaminos. Se puso de pie y se sacudió el polvo
antes de acercarse a donde estaban Jessan y Xena, examinando seriamente lo que fuera
que tenían. Jessan cogió el hallazgo de Xena y lo golpeó con fuerza contra el árbol junto
al que estaba. Cayó una lluvia de mugre, polvo y escamas de herrumbre, revelando los
contornos generales de una gran espada de las que se manejaban con las dos manos.
Volvió a golpearla con fuerza, soltando más suciedad y herrumbre, hasta que vieron
cómo cobraba forma el firme contorno de una empuñadura.
—Ah. Esto ya me gusta más —comentó Jessan, agarrando la empuñadura con
firmeza. Xena agarró la vaina podrida y los dos tiraron en direcciones opuestas. Los
resultados los sorprendieron a todos.
—Caray —exclamó Gabrielle, con los ojos de par en par.
Xena enarcó una ceja y soltó un suave silbido.
—Ohhhhh —suspiró Jessan, girando la hoja, que, increíblemente, tenía el borde liso
y ni una sola abolladura ni arañazo. El frío metal relucía afilado y mortífero a la
polvorienta luz del sol del atardecer. Sonrió encantado—. Y además es de mi tamaño
justo. —Sopesó el arma con regocijo—. ¿Me harás el honor de combatir conmigo más
tarde, Xena? —Descubrió los colmillos como desafío en broma—. Sería una historia
estupenda para contarla cuando vuelva a casa.
¿Lo hará? Eso me dará una oportunidad de matarla, seguro que lo sabe. ¿Confiará
en mí? ¿Confiaría yo en ella?
Xena le dedicó una sonrisa igualmente fiera.
—Ya veremos. —Pero el brillo de sus ojos le dijo que probablemente lo haría.
Envolvió con cuidado la espada en un trapo que le prestó Gabrielle, con la intención de
fabricar una vaina adecuada en cuanto tuviera ocasión.
—No vais a luchar de verdad el uno contra el otro, ¿verdad? —le preguntó Gabrielle
a Xena en voz baja, mientras seguían avanzando por un camino del bosque cubierto de
árboles. Dirigió una mirada preocupada a su compañera—. Quiero decir... ya sé...
bueno, que eres tú... o sea, él es...
Xena la agarró del hombro para reconfortarla.
—Calma, Gabrielle. Si es tan bueno como creo que es, será el combate de
entrenamiento más seguro que haya tenido en mi vida. —Se echó a reír suavemente al
ver la expresión desconcertada de Gabrielle—. No pasa nada, en serio.
La bardo se quedó callada, sin mirar a Xena a los ojos.
La alta guerrera se la quedó mirando un momento y luego pasó la mano del hombro
de Gabrielle a la barbilla de la bardo y le volvió la cara para mirarla a los ojos.
—¿Gabrielle? —habló en voz baja—. No nos vamos a hacer daño. No se trata de eso.
Gabrielle se quedó mirando a su compañera largamente antes de responder.
—Lo sé. Lo siento. Es que me cae muy bien, y tú... Xena, puede haber un accidente.
—Suspiró—. Lo sé, es una tontería, ¿verdad?
—No —murmuró Xena—. No lo es. —Inesperadamente, rodeó a Gabrielle con un
brazo y la estrechó—. Tendremos mucho cuidado, te lo prometo.
Jessan las observaba con interés por el rabillo del ojo sano. Estaba demasiado lejos
para oír su conversación y, a decir verdad, se habría apartado más si hubiera podido
oírlas. El Pueblo era así, valoraban su intimidad y esperaban el mismo respeto por
parte de los demás. Una característica muy útil.
¿Pero qué era esto? La bardo pelirroja parecía disgustada por algo. ¿Qué, pensó,
podía ser? No era su presencia, de eso estaba seguro. Cualquiera podía fingir bien,
pero la cordialidad que notaba en la joven Gabrielle era más real y tangible que
cualquiera que hubiera notado en su vida, incluso entre su propia especie. No le tenía
miedo y no tenía miedo de Xena. Entonces, ¿qué?
Ah... ¡lo que estaba averiguando! Tiene miedo... de repente lo percibió. Ah... por fin.
Muy débil, muy desenfocado, pero ahí estaba, un pálido gris donde antes sólo había
oscuridad. Se dio cuenta de que se debía a que las emociones de ella eran tan fuertes
que estaban atravesando la barrera sofocante que habían levantado sus heridas.
¿Miedo? ¿De qué tenía...? Ah... ahora lo Veía. Tiene miedo de que luchemos. Bardo
boba. Teme el sufrimiento, de Xena y... se quedó pasmado... el mío también. Por Ares.
Pero ya, Xena se lo ha explicado. Ahora está mejor.
No podía leer pensamientos. Lo que percibía eran oleadas de emociones fuertes, que
había aprendido con la práctica a interpretar. Las emociones de Gabrielle eran
definidas y muy fuertes: lo sorprendían por su intensidad. Xena... la guerrera, por otra
parte, reprimía las suyas con un control excelente. Apenas percibía nada de ella, salvo
un poquito aquí... Mmm. Muy interesante e inesperado.
El ojo abierto de Jessan reflejó un asombro momentáneo. Bah. Soy un vulgar cotilla,
se regañó a sí mismo, y se adelantó unos pasos. En casa le habrían dado de bofetadas
por espiar de tal manera. Supuso que podía defenderse diciendo que su vida corría
peligro, pero... sabía que no era así y que no había excusa para ello. Mamá se
avergonzaría de él.
—Ven aquí, Jessan —dijo Xena, esa noche después de cenar—. Te voy a quitar la
venda del otro ojo y veremos qué tal va.
Nervioso, Jessan se acercó a ella de mala gana y se sentó en el tronco para poner la
cabeza a su alcance. ¿Y si no veo? El miedo le revolvía el estómago. ¿Y si me ha dejado
ciego a propósito? Cuando se le pasó esta idea por la mente, la miró rápidamente y vio
su intensa mirada azul clavada en su herida, sus manos que trabajaban deprisa, pero con
delicadeza. No. Al estar así de cerca, estuvo seguro. La que estaba sentada a su lado no
era un ser oscuro y malévolo.
Xena cortó con cuidado la venda que le tapaba el otro ojo y examinó su trabajo.
—Vale, ábrelo —le indicó, protegiéndole la vista del resplandor del fuego.
Con el corazón palpitante, abrió despacio el párpado del ojo herido y parpadeó,
suspirando de alivio cuando el mundo cobró forma. Casi le dio un abrazo de alivio al
recuperar toda su capacidad visual.
—Bien. —Xena se echó hacia atrás, con aire satisfecho—. Eso está mucho mejor.
Gabrielle sonrió, apoyada en su vara, y se acercó un poco más para ver mejor lo que
ahora era un par de ojos dorados, que reflejaban los últimos rayos del sol y el primer
resplandor de su fogata.
—Oye. —Lo empujó con la vara—. ¿Quieres venir a nadar con nosotras?
—Ehhh... —farfulló Jessan, lleno de pánico—. ¿A nadar? —Pasó la mirada recién
liberada al arroyo cercano, cascada incluida, que Xena había elegido para acampar—.
Es que, mm... pues nosotros no nadamos mucho. —Intentó mirarlas con aire hosco—.
Paso.
—Tienes miedo —afirmó Gabrielle, tajantemente—. No me lo puedo creer.
—¡No es cierto! —ladró Jessan, molesto—. Es que no me gusta... nadar. ¡Nada más!
—Seguro que nunca lo has hecho —comentó la bardo—. Seguro que no sabes. —Sus
ojos soltaron un destello travieso—. Venga, Jessan... te enseñaremos. —Se arrodilló
delante de él—. Es una habilidad de lo más últil. En serio. —Lanzó una mirada a Xena
—. A lo mejor Xena te enseña a coger peces con las manos.
Jessan frunció el ceño severamente. Lo había pillado. Sabía la verdad: no tenía ni
idea de nadar. ¿Podrían enseñarle? Intentó mantener sus defensas imaginando que se
trataba de un truco para ahogarlo, pero su corazón se rió de él con desprecio. ¿Era
remotamente posible que estas dos hijas del mayor enemigo de su especie estuvieran
empezando a llenar la oscuridad creada por la muerte de Devon? No. Imposible.
Pero... suspiró. Maldición. Iba a tener que aprender a nadar. Un momento... ¿¿¿¿coger
peces con las manos???? Eso sí que no. Hasta ahí llegaba.
—Bueno, tal vez para... mm... nadar un poco —aceptó de mala gana.
Bajaron hasta la orilla del arroyo, él vacilante, ellas agarrándolo delicada pero
inexorablemente de los grandes brazos. El agua estaba más caliente de lo que esperaba y
gruñó sorprendido.
—Hay una fuente termal un poco más arriba —comentó Xena, interpretando
correctamente el gruñido—. No está muy caliente, pero es mejor que si estuviera gélida.
—Se había quedado sólo con la túnica de cuero para la lección y estaba varios pasos por
delante de él dentro del agua. ¿Es que estamos chifladas?, se preguntó, pensativa.
Enseñarle a nadar. ¿En qué estaba pensando Gabrielle? Le había seguido la corriente
porque... bueno, porque a veces los instintos de Gabrielle con este tipo de cosas eran
mucho más certeros que los suyos, por eso. Aunque jamás lo reconocería.
Consiguieron que se metiera hasta la cintura y luego se asustó cuando la superficie
que tenía bajo los pies se hundió más. Les echó una mirada y vio expresiones pacientes,
no asqueadas. Despacio, siguió adentrándose, hasta que el agua le llegó al cuello, pero
seguía haciendo pie en el fondo. Era agradable, la verdad. Xena y Gabrielle se
mantenían a flote justo delante de él, esperando. Las observó, parecía bastante fácil.
Xena demostró cómo dar una brazada... ah, sí, ya comprendía el mecanismo. Lo
intentó... caray... sus brazos lo impulsaron con mucha más facilidad de la que podía
esperar. Gabrielle aplaudió y lo felicitó.
—¡Así se hace, Jessan! ¿Lo ves? No es difícil.
Él se colocó de espaldas y movió un poco los brazos. No, no era difícil, en realidad.
Y la sensación del agua, la presencia del mundo a su alrededor, eran embriagadoras. Los
breves destellos de percepción interna que estaba sintiendo se iban haciendo más
tangibles y ahora que lo rodeaba el agua, le hablaba con susurros ligeros y risueños.
Gabrielle era ahora una presencia sólida y cálida. Xena, como el mercurio, entraba y
salía vertiginosamente de su Vista. En contra de su buen juicio, notó que su corazón las
acogía y no pudo impedirlo. ¡Por Ares! ¿Qué iba a hacer? Éstas eran sus enemigas... y
las enemigas de su gente. No era justo...
Xena se sumergió, desapareciendo de su vista de repente. Jessan contempló las ondas
creadas al zambullirse y luego miró a Gabrielle a la cara, para ver si debía preocuparse.
Al parecer no. La muchacha pelirroja sonreía con aire travieso.
—¡¡¡Aahhhh!!! —gritó él, saltando casi fuera del agua, cuando algo le mordisqueó la
pierna. Se giró en redondo y Xena salió a la superficie, con una sonrisa maliciosa y
sujetando una enorme trucha con las dos manos.
—La cena —dijo riendo y lanzó el pez a lo alto de la orilla.
Jessan farfulló indignado y luego hizo lo que habría hecho con su hermana Eldwin,
sin pensar. Se lanzó contra ella, olvidándose del agua, y se hundió con un gran
chapuzón. Lo invadió el pánico, pero antes de que pudiera aspirar el agua o hacer
cualquier otra tontería, unas manos fuertes lo agarraron y le sacaron la cabeza fuera del
arroyo susurrante.
Tosió, por reflejo, y echó una mirada iracunda de soslayo a Xena, que lo sujetaba.
Debería haberla asustado, pero tal vez el hecho de que lo estuviera acunando como a un
cachorro echó a perder el efecto. Con tanto contacto físico, casi podía percibir también
su calidez... no... un momento... sí. Sí, la percibía. Enterrada bajo esos duros escudos
había una persona capaz de sentir profundas emociones. Sentía aprecio por él. No lo
podía evitar. Él también sentía aprecio por ella. Sonrió y le devolvió la calidez, aunque
sabía que no podía percibirla.
—Gracias —dijo con voz ronca y suave, aunque no podía saber por qué le daba las
gracias. Por un momento, sintió una profunda lástima por los humanos. Viven sólo
media vida... tal vez por eso matan todo lo que encuentran... caray... qué cosa más
profunda... tal vez lo hacen porque no tienen forma de sentir el dolor que causan...
mm... no sé...
—Ay ay ay —dijo Gabrielle, colocándose a su otro lado—. No intentes atraparla en
el agua. En una causa perdida. Lo sé bien. —Apoyó un codo en su pecho—. ¿Habéis
dicho algo de la cena? Me muero de hambre.
El viaje del día siguiente trajo consigo el problema que Jessan llevaba tiempo
esperándose. Justo después de comer, se les echó encima una banda de soldados de a pie
bastante bien armados. Xena se colocó delante, interponiéndose entre Gabrielle y Jessan
y los soldados. Gabrielle sujetó bien la vara y esperó. Miró a Jessan, que observaba
tanto a la guerrera como a los soldados con mucha atención. Él la miró interrogante.
—Vamos a ver qué tiene Xena en mente —le susurró—. Sólo son ocho. —Sonrió al
ver su expresión de asombro.
—¿No deberíamos ayudarla? —preguntó él, llevándose la mano a la espada.
Ella lo agarró del brazo para detenerlo.
—No pasa nada, creo... por lo general, si la interrumpo cuando son menos de una
docena, se irrita. —No la creyó. Gabrielle suspiró por lo bajo. Nadie la creía nunca.
Aunque no se lo echaba en cara, puesto que ella había tardado mucho en darse cuenta de
que en realidad a Xena le encantaba luchar. De verdad. Igual que a ella le encantaba
contar historias. Le había costado mucho aprenderlo y eso casi la había llevado a
plantearse renunciar a seguir viajando juntas hasta que por fin lo comprendió. Aunque
nunca conseguía descifrar a Xena del todo, por supuesto.
—¿Qué tienes ahí? —preguntó el líder de la banda de soldados, mirando a Jessan de
arriba abajo. Sus hombres formaron un círculo cauteloso detrás de él, mirando a Jessan,
pero también vigilando a Xena.
—Es un amigo —comentó Xena, escuetamente—. No queremos problemas. —
Hablaba con tono conciliador, pero Gabrielle, por experiencia, advirtió la tensión de la
alta figura de Xena, vio el movimiento de la armadura sobre sus hombros que indicaba
que estaba preparada y a la espera de un predecible ataque.
—¿Un amigo? —se burló el hombre riendo—. Deberías aprender a elegir mejor a tus
amigos, señora. —Se acercó a ella muy decidido—. Aparta. Te libraremos de él y lo
llevaremos a la ciudad. —Hizo un gesto a sus hombres para que avanzaran.
—Elijo a mis amigos con mucho cuidado, gracias —respondió Xena, manteniéndose
firme y agarrando la empuñadura de la espada como advertencia—. He dicho que no
queremos problemas. No he dicho que no sea capaz de causarlos.
—Suficiente advertencia —murmuró Gabrielle, sin hacer caso de la mirada de Jessan
—. Está mejorando.
Él avanzó, directamente hacia Xena. A Jessan se le aceleró la respiración y vio que
Gabrielle agarraba con fuerza la vara que sujetaba. El hombre se plantó justo delante de
Xena y alargó la mano para quitarla de en medio.
—No hagas que me enfade, mujer. Sólo quiero hacer mi trabajo —dijo, con cierta
exasperación. Esta mujer que jugaba a ser soldado lo estaba irritando.
—Qué idiota —susurró Gabrielle—. Está frito.
Jessan estaba a punto de moverse cuando se oyó un súbito y breve chasquido y un
golpe sólido. Vio que Xena golpeaba primero al hombre directamente en la entrepierna
y luego lo lanzaba de una patada a su círculo de seguidores.
Con un grito, los demás soldados corrieron hacia Xena, que esperaba y que entró en
un frenesí de movimiento casi demasiado rápido para seguirlo con la vista. Jessan nunca
supo en realidad qué le hizo a cada soldado después de soltar un grito salvaje de batalla,
sacar la espada de la funda que llevaba a la espalda y lanzarse al ataque.
En un momento dado, salió catapultada por el aire y dio un salto mortal por encima
de las cabezas de los desventurados soldados. Aterrizó detrás de ellos y tumbó a uno con
la parte plana de la espada, luego agarró a otros dos e hizo chocar sus cabezas. Jessan
notó que se quedaba boquiabierto. Cuando se posó el polvo, sólo había un montón de
soldados polvorientos e inconscientes y Xena, que mascullaba por lo bajo y regresó con
ellos como si hubiera salido a dar un paseo. ¡Por Ares! ¡Ni la han tocado!
—Penoso —suspiró ella—. Vamos. —Cogió las riendas de Argo y tiró de ella y luego
notó la expresión vidriosa de Jessan—. ¿Qué? ¿Te han herido? —Miró a Gabrielle, que
sonreía burlona—. ¿¿Qué??
La bardo puso su expresión más ufana.
—Oh, nada. Acaba de ver a la Princesa Guerrera en acción. —Sofocó una risita ante
la mirada asesina de Xena y clavó un dedo en las costillas de su amiga—. Y has estado
deslumbrante, como siempre.
—Gabrielle... —gruñó Xena, con tono de advertencia, con lo cual su compañera se
rió aún más y le volvió a clavar el dedo.
—Vamos, Xena, sabes que te encanta hacer eso. —La bardo se fue animando con el
tema—. Aplastarlos como un torbellino con toda facilidad... —Se calló por fin al ver la
expresión impasible y pétrea de Xena.
Jessan salió por fin de su trance y emprendió la marcha, siguiendo a Argo. Y yo que
me preguntaba si sería capaz de hacer justicia a su reputación. Se dio una bofetada
mental. Caray, chico. Resopló suavemente.
—Gracias de nuevo, por cierto —dijo, en voz baja.
—Bueno —comentó Xena—, a fin de cuentas, tengo una reputación mortífera que
mantener. —Y consiguió mantener una expresión seria cuando los otros dos se
volvieron y se la quedaron mirando pasmados—. Y ya sabéis que la única manera de
hacerlo es dejando un reguero de sangre. —Los miró con una ceja enarcada y una
expresión totalmente seria que se le extendió incluso a los ojos. Puso lo que sabía que
era una mirada gélida y la clavó en los otros dos. Ellos se miraron nerviosos y Gabrielle
tragó con fuerza, una vez. Xena los dejó así un poco más y luego pasó a su lado y siguió
por el camino, tirando de Argo, en silencio. La verdad es que no debería ser tan
sensible a las bromas. Suspiró por dentro. Y no debería haberle hecho eso a Gabrielle.
Jessan soltó el aliento con evidente alivio.
—Caray. —Echó un brazo por encima de Argo—. Caray, Argo... no quiero que se
enfade nunca conmigo —le susurró a la yegua, que apuntó una oreja hacia él con aire
compasivo. Él agachó la cabeza y siguió adelante.
Gabrielle estuvo en silencio largo rato después de aquello, caminando al lado de
Xena, que estaba también muy callada. Claro, que Xena no era especialmente habladora
ni en las mejores circunstancias, pensó Gabrielle, con el estómago aún encogido por esa
"mirada". Maldijo en silencio por dentro. Estúpida, pero qué estúpida, Gabrielle.
¿Cuándo vas a enterarte de que tiene poca tolerancia a las bromas? Miró a su
silenciosa compañera.
—Supongo que me lo merecía —dijo por fin, y Xena volvió la cabeza y la miró con
risueño cariño, mirada que Gabrielle no captó en absoluto.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Xena, que lo sabía muy bien.
—Ya me conoces... siempre intento encontrar la gracia de una situación. A veces se
me olvida... o sea, creo que tengo derecho a... y no lo tengo y sé que estabas enfadada,
pero he seguido dale que dale y... —Qué mal se estaba expresando. Mentalmente, se
pegó un grito a sí misma por no ser capaz de enunciar la más sencilla de las frases
cuando estaba tensa y con Xena. Menuda bardo.
—Gabrielle. —La voz grave era cálida. Xena la agarró del hombro más cercano.
Dejaron de andar y se miraron un momento—. Sí que tienes derecho. —¿Comprendes
lo que te estoy diciendo, amiga mía? La mayor parte de nuestra comunicación la
hacemos sin palabras. A mí no se me dan bien.
—¿Sí? —preguntó la bardo, con seriedad.
—Sí —afirmó Xena—. Además, ¿cuántas personas conoces que puedan clavarme un
dedo en las costillas sin que les rompa la mano? —Esperó a ver una sonrisa como
respuesta por parte de su compañera y luego siguió adelante para alcanzar a Jessan y
Argo, tirando de la bardo—. Vamos. —Caray. ¿Es posible que, por una vez, haya
sabido llevar bien el tema? Gabrielle se había relajado y seguía sonriendo. Puede que
sí.
Jessan contempló el paisaje que los rodeaba esa tarde.
—Ya no estamos lejos... creo que dentro de dos días estaremos muy cerca de mi casa.
—Se terminó el pan y la carne con gran satisfacción y dedicó a Gabrielle una leve
reverencia—. Pero voy a echar de menos tus guisos. No se lo digas a ella, pero son
mejores que los de mi madre. —Vio que la bardo se sonrojaba y sonrió. Miró a Xena,
que estaba apoyada tranquilamente en un árbol cercano y también sonreía.
—Se lo llevo diciendo desde hace meses. Creo que piensa que se lo digo sólo porque
no tengo elección —comentó la guerrera, observando a su compañera, que se sonrojó de
nuevo, esta vez hasta las raíces del pelo rubio—. Me alegro de tener una segunda
opinión. A lo mejor ahora me cree. —Luego miró a Jessan—. Bueno, ¿estás listo para
ese combate que me pediste?
El enorme y peludo guerrero sonrió mostrando los dientes.
—Sí. —Se estiró—. Tenemos que bajar esta excelente cena de algún modo y no se
me ocurre una manera mejor. —Corrió a su zurrón y sacó la espada, casi dando brincos
de emoción. Su espeso vello relucía al sol y se movía sobre su musculoso cuerpo como
si fuera agua. Era la esencia misma de una naturaleza primitiva, y se regocijaba con la
sensación del cálido sol del atardecer en la espalda y la tierra firme bajo las potentes
piernas. Levantó la espada hacia el sol y alzó la cara, absorbiendo el calor. ¡Lo va a
hacer! ¿Confía en mí? ¿Puedo confiar en ella? ¡Oh, padre! Podría vengar tantas
muertes con este momento, ella es todo lo que tú odias de ellos. Mi nombre viviría en
nuestra aldea para siempre... pero papá, oh, papá... miro en mi corazón y no puedo, no
puedo... ya me ha derrotado. Sonrió con tristeza por dentro. Qué razón tenía ella. El
amor era el peligro más grande.
Xena se echó a reír al verlo y luego se encaminó hacia un pequeño claro cercano, se
volvió y esperó. Se habían detenido algo temprano, por lo que el sol del atardecer
todavía daba mucha luz. Jessan desenvainó la espada y al aproximarse al claro y
colocarse ante ella, la saludó con la parte plana. Ella inclinó la cabeza como respuesta y
esperó a que él hiciera la primera finta, sin desenvainar aún su propia arma. Espero
saber lo que estoy haciendo, pensó, observando mientras él se acercaba. Se lo prometí a
Gabrielle... pero de verdad que espero ser tan buena como creo que soy, si no esto
podría acabar con sangre. Se planteó la posibilidad de que él intentara aprovechar esta
oportunidad para librar a su pueblo de una enemiga peligrosa, y luego se encogió de
hombros. Como había dicho, la vida era peligrosa, y si ella lo hacía lo mejor posible,
daría igual. El corazón le empezó a latir con fuerza.
Ah... no te confíes tanto, Xena... canturreó Jessan por dentro, sintiendo el júbilo del
combate que se alzaba en su interior. Sé que eres buena, pero yo también lo soy...
Balanceó un poco los brazos, para relajarse, y avanzó. Sus ojos dorados se clavaron en
los azules de ella, vigilando cualquier leve movimiento que pudiera indicarle sus planes,
que pudiera revelar sus maniobras. ¿Se traicionaría a sí misma? No, los ojos estaban
clavados en los suyos, la cabeza firme como una roca. Ahí no iba a haber suerte. Se
lanzó hacia delante, echando el brazo de la espada hacia atrás siguiendo el movimiento
del cuerpo, con la intención de darle un ligero golpe con la parte plana de la hoja para
enseñarla a respetar su habilidad. Al esperar el leve hormigueo del contacto, se quedó
sorprendido cuando no se produjo, sino que ella penetró su defensa con una gracilidad
ágil y fluida, le dio un cachete en la mejilla y volvió a quedar fuera de su alcance antes
de que él pudiera reaccionar siquiera. Parpadeó. Por Ares, esta mujer estaba tocada por
Hermes, con esa velocidad. Respiró hondo para calmarse y se reagrupó.
Una sonrisa pícara y entonces ella desenvainó su arma y volvió a esperarlo.
Fascinada, Gabrielle estaba sentada en un tocón justo fuera del claro y los observaba.
Una sólida estocada, entonces, por parte de Jessan, hábilmente parada por Xena y
seguida de un encuentro circular de ambas espadas, que provocó un siseo primigenio
por el claro. Otra estocada, otra parada, cada vez más deprisa, hasta que el metal se hizo
borroso ante sus ojos y los movimientos demasiado rápidos para poder verlos. Jessan
descubrió que tenía el corazón desbocado, con la esperanza de que su habilidad
estuviera a la altura de las circunstancias. Era mejor de lo que había imaginado, y si uno
de los dos cometía un error, el resultado sería doloroso. Podría resultar mortal, porque
ninguno de los dos se estaba refrenando. Pero la adrenalina lo impulsaba, el fuego
palpitante de su sangre lo mantenía en el combate y en su cara se formó una sonrisa
fiera. Sus brazos se movían trazando los arcos precisos, definidos y disciplinados de un
magnífico espadachín, buscando los huecos en las defensas de ella, algún punto débil en
su técnica. Llevaba practicando para esto desde que tuvo edad suficiente para levantar
una espada, cuando su padre lo llevó a la parte de atrás de su cómoda casa, colocó las
pequeñas manos de su hijo alrededor de la empuñadura y asestó un mandoble...
incontables horas de combate desde entonces. Estaba considerado como uno de los
mejores entre los de su especie y, ahora, en este claro bajo el sol poniente de un largo
día, se había encontrado con alguien que era igual de bueno que él y mejor.
Xena dejó que su cuerpo actuara y reaccionara sin pensarlo conscientemente, lo cual
habría sido demasiado lento para este combate. El fornido guerrero era tan bueno como
pensaba y este enfrentamiento estaba poniendo a prueba su propia habilidad, cosa que
no ocurría con la suficiente frecuencia. Con él podía dar todo lo que tenía, sin temer por
su vida o la de ella, y en su cara apareció una sonrisa fiera equiparable a la de él. Ah,
qué divertido. Era divertido de un modo que nunca podría explicar a nadie que no
viviera por la espada, y ni siquiera a la mayoría de los que vivían de esta manera. Se
fueron moviendo en círculo, avanzando, retrocediendo, avanzando de nuevo. Era muy
bueno... posiblemente el mejor adversario al que se había enfrentado jamás, y se había
enfrentado a muchos durante los largos años desde que fue atacada su aldea. Ella tenía
cierta ventaja en materia de velocidad, él la tenía en fuerza. Pero poco a poco, empezó a
ver pequeños fallos en su técnica y se lanzó a por ellos.
Ya veo lo que quería decir, pensó Gabrielle, dándose cuenta. Los dos son tan buenos
que pueden combatir sin hacerse daño. Los observó y por primera vez vio el arte que
había en ello, más allá del miedo puro que a menudo sentía cuando Xena cruzaba su
espada con las legiones de personas a las que se enfrentaban. Siempre se había sentido
maravillada por la habilidad de Xena para el combate, que parecía estar a varios niveles
por encima de la media, a juzgar por la facilidad con que derrotaba a la mayoría de sus
adversarios, pero esto era distinto.
Jessan era mucho más alto que ella, pero ahora, hasta Gab se daba cuenta de que
Xena estaba haciendo retroceder a su adversario más grande, que su espada empujaba a
la de él detrás de su cuerpo con cada estocada por la fuerza bruta de los golpes. Por fin,
con una finta espectacular, capturó su espada con el borde de su empuñadura y, con un
movimiento de increíble fuerza, lo desarmó y lanzó la espada por el aire. Antes de que
pudiera aterrizar y clavarse en el suelo, dio una voltereta en el aire y atrapó la espada
por la empuñadura, y luego saltó por encima de la cabeza de Jessan y le dio un azote en
el trasero con su propia espada. Luego lo saludó inclinando la cabeza de nuevo y le
entregó la espada, presentándole la empuñadura, cuando él se giró en redondo para
mirarla.
Jessan cogió la espada, sin dejar de mirarla, memorizando cada detalle. El sonido de
su respiración agitada, la de ella mucho menos. El sonrojo de la sangre que oscurecía la
piel de ambos, la chispa brillante y salvaje de sus ojos azulísimos, la admiración que él
sabía que se reflejaba en los suyos. Su sonrisa. La de él. Era glorioso.
Ella suspiró con fuerza y luego envainó la espada.
—Bueno, qué falta me hacía. —Le sonrió con indolencia—. Hacía mucho tiempo que
no tenía un adversario tan bueno como tú. —Se acercó a él y lo miró a los ojos
largamente—. Gracias... tenemos que volver a hacerlo. —Alargó la mano y le dio una
palmada en el brazo, y él se derritió con su aprecio. Ya no podía considerarla una
enemiga.
—Xena —murmuró, por fin—. Eres hermana de mi corazón. —Tomó aliento de
nuevo y envainó la espada con cuidado—. ¿Vamos a escuchar la nueva historia de tu
bardo?
Regresaron juntos a la hoguera y Jessan fue al arroyo para beber agua. Xena se
acercó donde estaba sentada Gabrielle.
—¡Eh! —gruñó, arrodillándose al lado de la bardo—. ¿A qué viene esa cara? Te lo
prometí, ¿no? ¿Que no habría ni un arañazo?
Gabrielle meneó la cabeza rubia ligeramente y carraspeó.
—Has cumplido tu promesa... Xena, ha sido asombroso.
La guerrera se encogió de hombros con timidez.
—Ya me has visto luchar otras veces.
—Sí —dijo Gabrielle—, pero no así. Esto ha sido...
—¿Una chulería? —interrumpió Xena, en voz baja. Sardónicamente.
—No, una belleza —dijo Gabrielle, terminando su propia frase, sin hacer caso de la
interrupción—. Y nunca pensé que pudiera opinar eso de algo tan violento. —Bueno...
Se guardó ese pensamiento y sonrió por dentro. Había hecho callar a Xena, que no tenía
ni idea de cómo responder a esta sorprendente afirmación. Gabrielle se habría echado a
reír, pero sabía que eso sólo haría enfadar a Xena. Y eso no era lo que quería hacer en
estos momentos. Ahora tendría que hacer un comentario ligero, para disipar la tensión
—. Bueno, ¿qué historia te apetece escuchar? —Alzó una ceja interrogante mirando a su
amiga, que estaba ahí sentada, con cierto aire de estar pensando que le habían colado
una, pero sin saber en realidad cómo ni por qué. Disfrutó en privado de la tan poco
frecuente sensación de haber conseguido desconcertar a Xena.
—Mm... —Xena se esforzó por pensar en un título. Todavía estaba intentando
descifrar el sentido de la última conversación—. No lo sé, pregúntale a Jessan. Ha dicho
que tenías una nueva, ¿es eso cierto? —Eso, así tenía un momento para respirar. Era
consciente del fulgor de los ojos de Gabrielle, lo cual quería decir que la bardo sabía
que la había afectado, pero que no iba a aprovecharse de su ventaja.
—Ah, sí. —Gabrielle se dejó desviar del tema—. Es ésa en la que tú...
Xena levantó la mano.
—Mmmm. Por favor, Gabrielle, esta noche nada sobre mí, ¿vale? —Sonrió—. Tienes
una nueva sobre Herc, que te la contó Iolaus, lo sé... te oí ensayarla la semana pasada.
El fulgor seguía allí.
—Bueno, tal vez podrías convencerme para no contar nada sobre ti, ¿pero qué gano
yo con ello? —Gabrielle no pudo resistir pincharla un poquito. Sabía dónde estaban los
puntos débiles de esa armadura tan sólida.
—Gabrielle... —El gruñido de advertencia de Xena, pero con una sonrisa—. Vale,
esta noche no te levantaré cuando estés dormida para tirarte al río. ¿Qué te parece?
Un último pellizquito.
—Mmm. Pues podría gustarme. —Y Gabrielle se alejó trotando por el campamento
antes de que Xena pudiera responder. Aunque no habría sabido en absoluto qué
contestar a eso, pensó para sí misma. ¿Qué mosca le ha picado? Meneó la cabeza y se
levantó, sacudiéndose la túnica de cuero. A lo mejor se había comido unas setas raras
con el guiso que habían cenado. Daba igual. A veces creía que tenía calada a Gabrielle,
pero esa idea nunca duraba mucho. De simple aldeana, a bardo de talento, a princesa
amazona. Gabrielle nunca dejaba de asombrarla. Xena sabía que se estaba acercando el
momento en que Gabrielle tendría que sostenerse sobre sus propios pies y dejar su
huella en el mundo. Su destino no era seguir a una ex señora de la guerra medio loca y
de malos modales en la mesa. Ya, y ella misma hasta podría convencerse de que eso
sería lo mejor para ambas, si se empeñaba lo suficiente. Pero sería lo mejor para
Gabrielle, ni siquiera ella era tan ciega como para no darse cuenta de eso. Suspiró y se
encaminó a donde Jessan se estaba acomodando junto al fuego.
—Tengo una idea —dijo Gabrielle, cuando se sentaba—. Creo que esta vez Jessan
nos debe una historia. —Sonrió al sorprendido guerrero.
Xena alzó una ceja intrigada.
—Mmm. Oye, creo que tienes razón, Gab. —Se acomodó encima de la gran piel
negra de dormir y se apoyó en un tronco caído, observando la cara nerviosa de él—.
Apenas sabemos nada de tu gente. Debéis de tener historias.
Él se quedó un momento pensando, mientras las luces y sombras del fuego creaban
extraños reflejos en su curioso perfil.
—Bueno —dijo por fin—. Lo intentaré, pero yo no soy bardo. —Y saludó con la
cabeza a Gabrielle, que le sonrió dulcemente como respuesta. Se deslizó hasta donde
estaba sentada Xena y se apoyó en el mismo tronco, de modo que las dos quedaron
sentadas la una al lado de la otra, frente a él. Qué distintas eran, pensó, dedicando un
momento a poner en orden sus ideas. Como la oscuridad y la luz en persona. Cerró los
ojos y cruzó los dedos y, como si un dios lo hubiera tocado, su percepción interna volvió
a él por completo. Casi temeroso, se extendió delicadamente y Miró. Ah... su espíritu se
tranquilizó. Había tenido razón, al fin y al cabo. Gabrielle era un familiar calor dorado,
pero la mujer que estaba a su lado, ahora que por fin sus sentidos se habían despejado,
era un fuego de plata bruñida. Vio el vínculo que había entre ellas y se preguntó si lo
sabían... no, probablemente no. Su especie no era capaz de percibirlo. Lástima. Pero...
bueno, a lo mejor... oye...—. Os voy a contar la historia de Lestan y Wennid —dijo por
fin, con una pequeña sonrisa por dentro—. Y del vínculo que se produce entre dos de
nuestra especie, cuando tenemos mucha suerte. —Y se lanzó a contar la historia, que
hablaba de dos miembros de su Pueblo, de tribus distintas, que se encontraron una
noche en un claro iluminado por la luna en las profundidades de un bosque oscuro.
Mientras hablaba de su encuentro, que empezó con un combate y terminó con un
aprecio a regañadientes, observaba sus caras. ¿Se darían cuenta de lo que estaba
intentando mostrarles? Probablemente no. Suspiró.
—Sus tribus no eran amigas. Procedían de mundos diferentes. La tribu de él era
guerrera y quería enfrentarse a vuestra especie cuando se adentraba en el bosque. Y la
de ella era de talante pacífico y se ocultaba en las sombras cuando se acercaban los
humanos. —Les habló del romance que mantuvieron de mala gana, de dos mundos que
se repelían por naturaleza y que se unieron por una fuerza demasiado poderosa para
poder resistirla. Lestan y Wennid, sin esperarlo, estaban vinculados entre sí, sus almas
se habían conectado sin hacer caso de su historia, de su mente consciente, hasta de su
buen juicio.
—Entonces, ¿se enamoraron? —preguntó Gabrielle, embelesada con la historia.
—El vínculo es más que amor, Gabrielle —contestó Jessan suavemente, intensamente
—. Es una conexión entre dos almas que va más allá de nuestro conocimiento, más allá
de nuestra comprensión, algunos dicen que más allá de la muerte misma. —Eso provocó
una reacción en ellas para la que no estaba preparado. La disimularon rápidamente, pero
él la vio, en los ojos de ambas. ¿Qué he dicho?, pensó, desconcertado. Creo que aquí
hay algo que se me escapa. Carraspeó y continuó la historia—. Eso no ocurre a
menudo. —Les habló de la larga lucha entre los dos, para reconciliar a sus respectivas
tribus, con poco éxito—. Entonces, una noche, un gran grupo de miembros de vuestra
especie descubrió la aldea de ella, que estaba en lo más hondo de nuestro bosque, donde
creíamos que ninguno de vosotros llegaría jamás. —Le temblaban las manos, no podía
evitarlo—. Los persiguieron por el bosque, clavándoles lanzas.
Xena apretó la mandíbula con rabia y notó que Gabrielle se agitaba a su lado por la
angustia. Se miraron.
—Lestan había salido de caza y oyó a los atacantes. —Aquí, como siempre, su sangre
bulló por el orgullo—. Hizo que su Garan girara hacia la aldea de ella y cabalgó como
un dios a través del bosque. —Sabía que había captado su atención por completo—.
Wennid se había plantado contra un árbol caído, protegiendo a su madre y a tres
pequeños. No era guerrera, pero se enfrentó a ellos como pudo, con un palo. Lestan le
había estado enseñando un poco y para agradarle, se había permitido aprender algo
sobre el arte del combate. —Su voz se hizo más intensa—. Dos de ellos cabalgaron
hacia ella, con lanzas largas. Vio la muerte que se le echaba encima, pero abrió los
brazos de par en par, para proteger a los demás y aceptar ella misma los golpes. —
Ahora tenía el pelo del cuello erizado, tan vivos eran sus recuerdos—. Llegaron a ella y
justo cuando las lanzas estaban a punto de atravesarle el cuerpo, Lestan y Garan saltaron
por encima del árbol caído y los atacaron, haciéndolos retroceder. —Vio sus expresiones
de alivio y asombro—. Y entonces, sacó la espada y, como si estuviera poseído por el
espíritu de Ares, se enfrentó a todos ellos. Pero eran muchos. —Se le encogió la
garganta—. Luchó hasta que todos estuvieron muertos o dispersados por el bosque,
hasta que su cuerpo se tiñó de rojo por su propia sangre y el suelo quedó empapado de
ella.
—¿Murió? —preguntó Gabrielle, en voz baja, con angustia, sin mirar a la mujer
morena sentada tan cerca de ella.
Jessan la miró.
—No, no murió. —Sonrió, ligeramente—. Pero pagó un gran precio y perdió el uso
de un brazo. —Respiró hondo—. Y, después de eso, las dos tribus decidieron unirse,
porque se dieron cuenta de que tanto las costumbres de una como de otra merecían la
pena. Lestan y Wennid fueron elegidos como líderes de la nueva aldea.
—¿Y fueron felices? —preguntó Xena, rompiendo su silencio por primera vez desde
que empezó la historia.
—Sí —contestó Jessan, pensando que era una pregunta bastante rara.
—Pareces muy seguro —comentó la guerrera, mirándolo con una ceja enarcada.
En su cara leonina se formó una sonrisa pícara.
—Son mis padres. —Se echó a reír al verles la cara—. De modo que sí, estoy seguro.
¡Ja! ¡¡¡Las he pillado!!!, se regocijó por dentro, satisfecho con su historia y con sus
reacciones. A lo mejor hasta han captado lo que les estaba mostrando... no, seguro que
no. Qué ciegos eran los humanos. Se levantó y se estiró, bostezando.
—Voy a beber agua... —comentó y se encaminó al río.
—Bueno —dijo Gabrielle, suspirando—. Le he pedido una historia, ¿no? —Miró a
Xena con una sonrisa traviesa.
La mujer más alta se cruzó de brazos y contempló la cara de Gabrielle.
—Sí, se la has pedido —dijo, pensativa—. Deberías tener cuidado con lo que le pides
a la vida, Gabrielle. A veces los dioses te lo conceden. —En su boca se dibujó una
sonrisa.
La bardo la miró.
—Si pudieras pedir una sola cosa, Xena, y te fuera concedida, sin más, ¿qué pedirías?
No es justo, Gabrielle... la regañó su mente. No es justo... no deberías haberle
preguntado eso. Puede que no te guste saber la respuesta... seguro que dice algo sobre
evitar ciertas aldeas pequeñas...
Xena resopló y apoyó la cabeza en el tronco. ¿El qué, efectivamente? Su aldea, Cirra,
César, Marcus, Calisto... M'Lila, de cambiar cualquier de esas cosas, no sería la persona
que era. La mayor parte del tiempo no le gustaba ser quien era, ¿pero le habría gustado
más cualquier otro camino? En una ocasión, los dioses le habían mostrado un camino
alternativo y ella lo había rechazado. Por fin, suspiró y giró la cabeza hacia Gabrielle.
—Nada.
La bardo se quedó sorprendida.
—¿Nada? —Frunció el ceño—. ¿Cómo que nada? —El instinto le decía que se
callara, que dejara de insistir, pero no pudo—. ¿Quieres decir que no hay nada que
quisieras cambiar? —Se volvió de lado y miró atentamente a Xena—. ¿Nada?
—No —dijo Xena, sabiendo que Gabrielle se estaba enfadando. Tenía que
tranquilizarla—. Prácticamente cualquier cosa que cambiara significaría que habría
estado en otro lugar y no en un pequeño claro a las afueras de Potedaia hace dos años.
—Disfrutó en silencio de la expresión atónita de Gabrielle—. Y no querría haberme
perdido eso. —Ah... no te esperabas esa respuesta, ¿verdad, amiga mía?—. ¿Y tú qué?
¿Qué cambiarías si pudieras? —preguntó, más por distraer a la bardo que por otra cosa.
Estaba bastante segura de que había muchas cosas que a Gabrielle le gustaría que fueran
distintas. Pérdicas, por ejemplo.
Gabrielle se mordisqueó el labio en silencio, enredada en su propia trampa.
¿Cambiaría las cosas? Bueno, sí, siempre había pequeños detalles, cosas molestas, tanto
en Xena como en ella misma, que a menudo le resultaban fastidiosas. Deseaba que Xena
hablara más, aunque había estado de lo más charlatana durante este pequeño viaje.
¿Pero cambiar cosas? Suspiró por dentro.
—Me gustaría... —Alargó la mano y agarró el brazo de su compañera con firmeza—.
Me gustaría... quitarte todo tu dolor, Xena. —No era exactamente lo que quería decir,
pero se acercaba bastante. Y la respuesta fue un largo abrazo, tan largo que se quedó
dormida en él, en toda esa paz.
Jessan, acurrucado en sus propias mantas al lado opuesto del fuego, se sonrió
mientras se quedaba dormido.
Dos días después, estaban contemplando un ancho río y al otro lado una región
cubierta de bosque que se extendía hasta el horizonte. Xena y Gabrielle miraron
interrogantes a Jessan, que sonrió asintiendo.
—Mi casa —afirmó, con una sonrisa satisfecha—. Nunca pensé que volvería a ver
este río.
Se volvió hacia ellas.
—No hay palabras suficientes para expresaros mi agradecimiento. —Abrazó primero
a Gabrielle, levantándola del suelo y estrujándola. Ella se echó a reír, causando una
vibración en sus brazos, y le devolvió el abrazo, con toda la fuerza que pudo. La dejó en
el suelo con delicadeza y luego se volvió a Xena, que le echó una mirada fría, antes de
rendirse y sonreír. A ella la abrazó con más fuerza, porque sabía que no le iba a hacer
daño—. Voy a hacer esto, porque puedo —le susurró, y luego la levantó del suelo y dio
vueltas con ella entre sus brazos. Su risa suave resonó en su oído. Por fin la dejó en el
suelo y se sonrieron el uno al otro—. Algún día, cuando los haya acostumbrado a la
idea, vendréis a conocer a mi gente —dijo, con seriedad—. Pero las dos siempre seréis
familia para mí.
—Y tú para nosotras, Jessan —contestó Xena, estrechándole el brazo. Gabrielle se
limitó a asentir. Lo observaron mientras se daba la vuelta y corría hacia el río. Mientras
cruzaba, Xena distinguió apenas los indicios de unas figuras oscuras que salían de la
línea de árboles para recibirlo. Al llegar a las primeras, se volvió y las saludó agitando el
brazo. Ellas le devolvieron el saludo.
—Lo voy a echar de menos —comentó Gabrielle, apoyada en su vara.
—Mm —asintió Xena, apartando a Argo de la larga extensión de árboles—. Pero por
alguna razón, tengo la sensación de que lo vamos a ver de nuevo.
2
—¿Quiénes eran, Jess? —gruñó Deggis al reunirse con su primo al otro lado del río
—. No es un buen momento para que unos desconocidos sepan dónde vivimos. —El
hombre más bajo miraba a derecha e izquierda mientras Jessan y él caminaban por el
sendero hacia la aldea.
Jessan miró a su primo con cierta irritación.
—Calma. —Suspiró—. Me ayudaron a escapar de los humanos y me han traído a
casa. ¿Eso no es suficiente? —Miró hacia atrás—. En cuanto a quiénes son, eso será
mejor que lo oiga mi padre primero. —Oh, sí, por supuesto, y por cierto, Deggis, ésa de
ahí era Xena... ¿sabes, la señora de la guerra que masacró a las mujeres y los niños del
valle vecino? Ya—. ¿Por qué, qué está pasando? —preguntó por fin, al darse cuenta de
lo que había dicho Deggis.
Su primo suspiró.
—El príncipe humano de la comarca, Hectator, nos vio a unos cuantos cazando —
contestó con gravedad—. Se están preparando para una invasión total del bosque. —
Volvió a mirar a Jessan—. ¡Eh! ¿De dónde has sacado esa espada? —Soltó un silbido—.
Es estupenda...
—Es una historia larguísima —respondió Jessan, divisando la casa de su familia—.
Ahora que lo pienso, es una lástima que no haya invitado a mis nuevas amistades.
Seguro que nos venía bien su ayuda.
Deggis lo miró como si estuviera loco. ¿Humanos? ¿Amigos? ¿Pero qué le había
pasado ahí fuera?
—¿Qué? —Sacudió la cabeza—. ¿Qué podrían hacer los humanos por nosotros?
Jessan no le hizo caso y entró corriendo en su casa. Como esperaba, allí estaban su
padre y su madre, sentados a la gran mesa, y a su alrededor los mejores jefes guerreros
de su padre. Se volvieron para mirarlo sorprendidos cuando entró por la puerta.
—¡Jess! —exclamó Wennid, pasmada—. Nos... —Miró a Lestan algo confusa—. Nos
habían dicho que te habían capturado.
Lestan dejó que una expresión de alivio le invadiera las facciones marcadas de
cicatrices.
—Me alegro de ver que no era cierto —gruñó, echando una mirada de reojo a varios
de los guerreros de más edad, que le habían dado la noticia. Ellos le devolvieron la
mirada muy desconcertados. Sabían lo que habían visto.
—Era cierto —dijo Jessan, tan tranquilo. Ésta no es la forma en que esperaba revelar
mi historia, pero...—. Me capturaron y me ataron a un cadalso y se estaban dedicando a
matarme a golpes, la verdad. —Ajjj. No debería haberle dicho eso a madre, mira cómo
se ha encogido. Jessan, a veces eres un idiota. Se acercó a ella y encajó el cuerpo entre
sus brazos abiertos para recibir un abrazo. Qué extraña esta necesidad de contacto
físico, en un pueblo tan belicoso, pensó. Pero era real.
—Te escapaste —dijo Lestan, hablando despacio. Frunció el ceño—. Evidentemente.
—Miró a su hijo y ahora, con la luz, vio las heridas recién curadas que tenía en la
cabeza y los hombros.
Jessan miró por encima del hombro de su madre y clavó los ojos en los de su padre.
—No. —Cerró los ojos y saboreó el momento, oyendo el trueno de los cascos de un
caballo—. No, me rescataron. —Sonrió ferozmente—. Me rescató un ser humano. —
Notó que su madre se ponía rígida entre sus brazos—. Dos, en realidad. —Miró la cara
confusa de su madre—. Y un caballo.
Se dio cuenta, al mirar a su alrededor, de que todo el mundo lo estaba mirando.
Lestan vaciló y luego hizo un gesto a las demás personas que había en la estancia.
—Marchaos. —Dejó los planes de batalla en la mesa—. Sé que tenemos poco
tiempo, pero tengo que hablar con mi hijo.
Se hizo un silencio ensordecedor cuando todos salieron. Jessan soltó a su madre y se
sentó a la mesa, apoyando la barbilla en las manos.
—Un ser humano —repitió Wennid, cogiendo una jarra y un vaso del otro lado de la
mesa. Le temblaban las manos.
—Dos —contestó Jessan, en voz baja, observando la cara de su padre por el rabillo
del ojo. Lestan tenía una expresión agria—. Y un caballo —añadió.
—No te hagas el gracioso —gruñó Lestan, sentándose en una esquina de la mesa—.
¿Cómo te rescataron? —Se echó hacia delante—. ¿Y a qué precio?
Ay. Jessan hizo una mueca.
—Ahuyentaron a los aldeanos, me cortaron las cuerdas y me sacaron de allí. —Hizo
una pausa y se tocó la cabeza con cuidado—. Luego me curaron las heridas y me
cuidaron hasta que pude viajar. —Los miró. Esto está saliendo más o menos como
esperaba—. En cuanto al precio... —¿Mi ira? ¿Mi desesperación? ¿Mi deseo de morir
y reunirme con mi amada? Una parte de mi corazón es lo que les he dado. Bien barato
me parece—. No me pidieron nada. —Y yo les daría... cualquier cosa.
—¿Y los dejaste con vida? —preguntó Lestan, en cuyos ojos empezaba a asomar el
horror—. Los has traído hasta aquí ¿¿¿y has dejado que vivan??? —Golpeó la mesa con
el puño sano, haciendo saltar la jarra y derramando agua en la superficie—. ¡No me lo
puedo creer! —Se levantó y se puso a ir y venir, de la puerta a la mesa y vuelta.
Jessan suspiró levemente.
—Oh, sí. —Ese último abrazo—. Ya lo creo que viven. —Sonrió por dentro. Papá...
¿cómo podrías entenderlo? ¿Quién tuvo que teñir el bosque con el rojo de su sangre?
Ni siquiera mamá, que lleva la paz en el corazón, puede soportar la idea de su
existencia. Pero... no son tan distintos de nosotros. No son tan distintos en absoluto.
Wennid observó la cara de su hijo en silencio. Era evidente que le había pasado algo,
pero no sabía qué. Jessan se había marchado de su bosque natal... atormentado... con los
ojos ensombrecidos por la muerte de Devon. No había visto una sonrisa en sus rasgos
marcados más que unas pocas veces desde que ella murió. Se había hecho introvertido y
su carácter bondadoso y alegre se había nublado, perdido. Este hombre que había vuelto
a ella era más parecido al hijo que recordaba. La sonrisa dulce le bailaba en la comisura
de los labios, reflejando la tenue sonrisa que se veía en sus ojos. Percibía una paz en él
ausente desde hacía mucho tiempo. ¿Pero cómo podían haberle dado ese regalo unos
humanos? Además, ¿por qué habrían ayudado a Jessan? Sabía de alguno que otro que, al
contrario que la mayoría, parecía haberse librado de su estrechez de miras casi
incomprensible, pero... y sin embargo, a su hijo le había pasado algo. Preocupada, miró
a Lestan, que daba muestras de estar a punto de perder los estribos.
Lestan se acercó a la mesa y agarró a su hijo por la mandíbula, obligándolo a mirarlo
a los ojos.
—¿Quiénes son? —preguntó, con tono tajante. Como si no tuviéramos ya suficientes
problemas y ahora tengo que enviar exploradores tras esos dos. Estaba enfurecido.
¿Cómo ha podido Jessan hacerle esto a su pueblo? Conoce los riesgos. Niño idiota.
Jessan se levantó, soltándose de la mano de su padre, y se irguió del todo, superando
a Lestan por varios centímetros. Lo aprovechó, cuadrando los anchos hombros y
tomando aliento. Ésta era la parte que le daba miedo.
—Padre... —Se humedeció los labios, nervioso—. No nos van a hacer daño. No lo
entiendes, no puedes... —Se acercó a la pared y volvió—. Yo... para mí son familia. —
No hizo caso de la exclamación sofocada de su madre—. Lo siento... sé que los odiáis,
mamá, papá... pero... —Un sonoro chasquido cuando Lestan le dio una bofetada en la
cara con el brazo sano. Él ni se inmutó y tuvo la satisfacción de ver la momentánea
expresión de asombro en los ojos de Lestan.
—¿Que los odiamos? —gruñó su padre, con un tono espantosamente grave—.
¡Idiota! No tienes ni idea de lo poco apropiada que es esa palabra para lo que siento. —
Agarró a Jessan por un lado del cuello y lo empujó contra la pared—. Todos los días de
mi vida tengo que caminar en ese bosque sobre la sangre de miles de los nuestros por la
incapacidad de los humanos de vivir en paz. —Tragó con fuerza, volviendo a empujar a
Jessan contra la pared—. ¿Cómo has podido traicionarnos así? —Acercó más la cara—.
¿¿Quiénes eran??
—No puedo. No te lo voy a decir —fue la respuesta de su hijo, tranquila, suave,
inflexible como el granito—. Se jugaron la piel por salvarme. Me cuidaron. Me
ofrecieron su amistad. Me trajeron a casa. —Agarró la mano de su padre y se la quitó
del cuello—. ¿Y quieres que revele quiénes son por tu ira? A mí sólo me han hecho el
bien, ¿es que somos tan malos como ellos? ¿Les vamos a devolver un daño cuando no
han hecho ninguno? No. —Dirigió una mirada a la cara atribulada de su madre—. No,
no lo voy a hacer. —Jessan volvió a mirar a los ojos furiosos de su padre—. No lo voy a
hacer.
Silencio en la estancia. Wennid la cruzó y se puso al lado de su hijo.
—Déjame Ver tu corazón —dijo, colocándole una mano en el pecho. Miró a los ojos
cuajados de motas doradas de Jessan, percibiendo... ah. Cerró los ojos, con un profundo
dolor. ¿Qué clase de humanos eran estos que le hacían sentir esto? Ahondó más y captó
apenas unos retazos de las imágenes que se le pasaban por la mente, cosa que sólo podía
hacer con su hijo y con su vinculado. Una puesta de sol. Agua. Una humana de pelo rojo
y ojos verdes como el mar, que se reía. Agua de nuevo, esta vez por encima de su
cabeza. Wennid sofocó una exclamación. ¿Habían intentado ahogar a su hijo? No... unas
manos fuertes, unos brazos que lo levantaban y lo sacaban del agua. Otra humana. Pelo
oscuro y penetrantes ojos azules... Percibió el cariño que se intercambiaban, vio que la
humana sonreía a su hijo, supo que era cierto.
Supo que reconocía a la segunda humana, que la había visto con las manos
ensangrentadas en medio de una aldea saqueada del valle vecino y de nuevo al mando
de una banda de asaltantes atacando a los pastores que había hacia el este.
—Oh, Jessan —exclamó Wennid suavemente, enredando los dedos en el pelo de su
pecho—. Dime que me equivoco. —Lo miró a los ojos, desolada. Dime que lo que le vi
hacer en aquel valle, a esa gente, no era cierto. Ah... pero no puedes, ¿verdad, noble
hijo mío? Porque yo la vi. Yo misma. No puedes convencerme de que la persona que
hizo aquello es digna de tu... Oh, Jessan... No. Mamá, no... no se lo digas,
porfavorporfavorporfavor... no... aulló la mente de Jessan. Su madre era el único factor
sobre el que no tenía ningún control. La miró a los ojos claros, rogando. Ella tenía más
motivos que la mayoría para odiar a la especie de Xena, y ahora conocía el rostro de
quien lo había rescatado. No había muchas mujeres guerreras, y Wennid la había visto,
por lo menos una vez. El aspecto de Xena no se olvidaba fácilmente. Se dio cuenta de
que Wennid se debatía con su dilema y aguantó la respiración. Al final, ella suspiró y
alzó la mano para acariciar delicadamente la cara de su hijo. ¿Como disculpa?
¿Aceptación? Sólo de pensarlo, se estremeció.
—Lestan... amor mío —Volvió la cabeza y miró a su pareja a los ojos. Su vínculo
transformó incluso esa mirada fortuita en algo más íntimo, al tocarse sus almas, y ella se
sintió flotar en la mirada caoba de él—. Lo que siente es... cierto. —Frunció los labios
—. Creo... que no suponen un peligro para nosotros. —Sonrió a su hijo, quien cerró los
ojos lleno de alivio y cansancio—. Pero Jessan... debes decirle a tu padre quién era esta
persona. —Le tocó levemente la mejilla—. Tiene que saberlo. Porque si te equivocas,
suponen un peligro extremo para nuestro pueblo.
Él la miró, desconcertado. ¿Acaso no lo entendía? Pensaba que había...
—¿Y exponerla a ella a su castigo? —preguntó suavemente—. Mamá, no puedo.
—¿¿Ella?? —interrumpió Lestan, por primera vez desde lo que parecían horas. Parte
de la ira salvaje había desaparecido de su tono, consumida por la mirada de Wennid—.
¿¿A ella?? —Frunció el ceño al mirar a su hijo—. Por Ares, hijo, ¿qué me estás
diciendo, que una humana te ha salvado? —Arrugó el entrecejo muy molesto. Matar
mujeres no era lo suyo, ni siquiera humanas, estaban tan indefensas como unos
cachorros—. Está bien, está bien... puedes contármelo. Ya sabes lo que siento al
respecto. —Frunció el ceño y apoyó la barbilla en la mano sana. Wennid se colocó
detrás de él y se inclinó sobre su cuello, estrechándolo entre sus brazos.
Jessan respiró hondo.
—Era Xena. —Luego cerró los ojos con fuerza y esperó la explosión. Cuando no se
produjo, entreabrió un párpado y miró a su padre. Lestan lo miraba con una curiosa
mezcla de pasmo, incredulidad e intriga—. Es muy agradable —añadió Jessan con
cautela—. ¿Os acordáis de que habíamos oído que había dejado de atacar? Ahora va por
ahí ayudando a la gente... es cierto. —Miró preocupado a su madre, quien frunció los
labios, con gesto grave.
—Agradable —dijo Lestan despacio—. Jessan, he oído muchos términos usados para
describir a Xena. Agradable nunca ha sido uno de ellos. —Tamborileó con los dedos en
la mesa, intrigado a su pesar—. Casi no puedo creerlo. Pero... aquí estás. —Intentó
disimular su repentina curiosidad—. Xena, ¿eh?
Jessan tuvo la súbita sospecha de que su padre no desaprobaba tanto a su nueva
amiga como había pensado. Debe de ser porque es guerrera, sonrió por dentro.
Wennid alzó la cara hacia su hijo.
—Yo... he visto las pesadillas que ha causado esa humana. ¿Y ahora esperas que me
crea que se ha transformado en una especie de heroína? Jessan, te estás engañando. —
Apoyó la mejilla en el pelo de Lestan y continuó—: Seguro que te das cuenta de lo
imposible que es.
—Mamá... —Jessan vaciló—. Yo tampoco lo creía al principio... —Entonces se
detuvo y repasó sus recuerdos—. No. Eso no es cierto. —En su boca se dibujó una
curiosa sonrisa—. En cuanto la vi, mi corazón supo que no suponía ningún peligro para
mí. Pero mi mente tardó un tiempo en aceptarlo. No tenía la Vista para ayudarme...
cuando la conozcáis, lo veréis. —Levantó las manos ante sus miradas de sobresalto—.
Oh... no ahora mismo... pero algún día, la traeré aquí. Quiero que lo veáis vosotros
mismos... pero dejad que os cuente toda la historia...
—Bueno —quiso saber Gabrielle—. ¿Y ahora a dónde? —Miró hacia delante, donde
el camino parecía ir ensanchándose y haciéndose más definido entre la hierba.
Xena contempló pensativa el horizonte.
—Pues podríamos ir a hacerle una visita a Hectator. Tengo entendido que su nueva
capital es muy grande. —Dirigió una mirada de reojo a su amiga y le sonrió con aire de
guasa—. También tengo entendido que se pueden hacer compras muy buenas. —Ladeó
la cabeza y miró a la bardo un momento. Se le ocurrió una idea—. Sí, de hecho, vamos
a hacer eso.
Gabrielle la miró con una ceja enarcada.
—Pues me parece genial. —¿Qué se traía ahora Xena entre manos? Tenía esa
sonrisita en la cara que se le ponía cuando estaba tramando algo. Ah, bueno, supongo
que no tardaré en descubrirlo. Cuando estaba a punto de emprender de nuevo la
marcha, Xena se montó de un salto en la silla de Argo y le alargó el brazo.
—Venga —la urgió Xena—. Me gustaría llegar a la capital antes del anochecer.
Gabrielle arrugó la frente con desconcierto, pero se encogió de hombros y se adelantó
para coger el brazo que se le ofrecía. Xena levantó a Gabrielle detrás de ella y azuzó a
Argo con un breve apretón de rodillas.
Suspirando, la bardo se puso la correa de la vara al hombro y se sujetó a la cintura de
Xena con los dos brazos. Dioses, odio montar a caballo, pero al menos si somos dos
tengo algo sólido donde agarrarme. Sonrió ligeramente. Argo emprendió un buen paso
y al cabo de un rato, sosegada por el ritmo y el sol, Gabrielle se quedó dormida apoyada
en la espalda de Xena.
—Qué novedad —murmuró Xena por lo bajo, risueña. Sujetó con un brazo los dos
con que la bardo la había rodeado, para evitar que se resbalara, y se echó a reír entre
dientes. Más tarde podré tomarle el pelo con esto.
Xena esperó hasta que se estaban acercando a la ciudad antes de poner a Argo al
paso, y volvió la cabeza para mirar por encima del hombro.
—Eh, princesa —le dijo a su compañera, y notó el sobresalto de Gabrielle al
despertarse.
—¿Qué? —Miró a su alrededor asombrada—. ¿Dónde... cuánto tiempo he estado
durmiendo? —preguntó, advirtiendo la sonrisa divertida de Xena. El sol se estaba
poniendo sobre las torres de la ciudad. No me digas que me he quedado dormida
encima de este maldito caballo y que me he pasado horas durmiendo, Xena, por favor.
—Un par de horas —confirmó la morena alegremente, y se echó a reír suavemente al
ver la expresión mortificada de Gabrielle—. Y yo que creía que no estabas cómoda en
un caballo.
Gabrielle suspiró y apoyó la cabeza en la espalda de Xena. ¿Cómo puedo haber
hecho eso? Debe de haber sido el sol. De repente, se dio cuenta de que seguía abrazada
a la mujer más alta y que tenía los brazos bien sujetos. Pobre Xena... hasta ha tenido
que impedir que me cayera, se recriminó Gabrielle, irritada.
—Disculpa —murmuró, moviéndose y soltando los brazos—. No sé qué me ha
entrado.
Xena volvió a mirar por encima del hombro.
—No te preocupes. Parecía que te hacía falta dormir y he pasado por cosas peores. —
Dejó que Argo avanzara trotando un poco más y luego miró a Gabrielle a la cara, que
seguía seria y en silencio—. Gabrielle —dijo amablemente, volviéndose a medias en la
silla—. No pasa nada. No tiene nada de particular. Vale, te has quedado dormida encima
de Argo. ¿Y qué?
—Lo siento —masculló Gabrielle, con el ceño fruncido—. Nunca te veo a ti echarte
una siesta sin motivo alguno.
Xena resopló.
—Bueno, no, pero con una de las dos siempre a punto de saltar es más que suficiente,
¿no crees? —Contempló las puertas de la ciudad que ya tenían cerca—. Parece que hay
mucha actividad.
La bardo atisbó alrededor del alto hombro de Xena y observó la puerta. Actividad, sí.
Hombres y caballos entraban y salían con aire decidido.
—Parece que hay...
—Problemas —terminó Xena gravemente, con un hondo suspiro—. ¿Es que nunca
podemos ir a algún sitio donde no esté ocurriendo algo? —Meneando la morena cabeza,
volvió a poner a Argo al trote largo, lo cual hizo que Gabrielle se agarrara a ella de
nuevo.
Entraron trotando por las puertas, esquivando soldados a la carrera y carros de
combate en movimiento. No cabía duda de lo que significaba toda aquella actividad: los
preparativos para la guerra eran evidentes. Había soldados por todas partes equipándose,
afilando armas, reparando armadura. Apenas se fijaban en la yegua dorada que trotaba
tan decidida y en sus insólitas jinetes. Por fin, Xena vio a alguien a quien conocía.
—Eh, Alaran. —Se bajó de Argo e hizo un gesto a Gabrielle para que siguiera
montada.
El canoso soldado levantó la mirada sorprendido.
—¡Xena! —Sofocó una risa—. Pero bueno... —Se adelantó y le estrechó el brazo—.
Cuánto tiempo. ¿Qué te trae por aquí? Aunque llegas bien a tiempo... —La sujetó
alargando los brazos—. Estás estupenda. —Sonrió—. Da gusto mirarte.
Xena se echó a reír y le dio unas palmadas en la barriga.
—Pues tú parece que no has estado trabajando mucho. —Hizo un gesto señalando el
ajetreado patio—. ¿Qué ocurre?
—Ah —rezongó Alaran—. Hemos descubierto un nido de... no sé, unos seres,
podríamos decir. Medio humanos, medio no sé qué, y más malos que la quina. Hectator
está organizando una gran fuerza para expulsarlos. —Levantó la mirada, advirtiendo por
fin la expresión de Xena—. ¿Qué? ¿Qué pasa?
—Tengo que ver a Hectator —gruñó Xena—. Está a punto de cometer un grave error.
—Se montó de nuevo en Argo y le volvió la cabeza hacia el castillo, azuzándola—. Me
alegro de verte, Alaran —gritó por encima del hombro.
—Ni la mitad de lo que me alegro yo de verte a ti, Xena —le gritó el veterano,
meneando la cabeza. Por Zeus, qué mujer tan bella pero peligrosa. Se preguntó qué se
proponía.
Gabrielle carraspeó.
—No sabía que tenías viejos amigos que se alegraban tanto de verte —dijo,
sonriendo, antes de darse cuenta de cómo debía de sonar aquello—. Mm... quiero decir,
bueno, eso no es lo que quería decir.
Xena sofocó una risa.
—Sí que lo es. —Dio unas palmaditas a Gabrielle en la pierna—. Pero no pasa nada,
normalmente es cierto. Alaran era una excepción. Nos conocemos desde hace mucho
tiempo. —Suspiró—. No creo que Hectator se muestre tan amistoso. —Dirigió a Argo
hacia el rastrillo del castillo—. Espero poder convencerlo de que ponga fin a esto.
Detuvo a la yegua y desmontó, alargando los brazos y atrapando a Gabrielle cuando
ésta se disponía a hacer lo mismo. La bardo estaba a punto de protestar diciendo que era
capaz de desmontar de un caballo cuando llegó al suelo, y se habría desplomado si Xena
no la hubiera tenido agarrada.
—Ay —se quejó Gabrielle—. Gracias. —Se tomó un momento para estirar las
piernas doloridas y luego le hizo a Xena un gesto de asentimiento—. Estoy bien —dijo,
y la guerrera la soltó y le dio una palmadita en la espalda.
El castillo era de tamaño medio, pero bien hecho, y la puerta estaba guardada. Xena
se detuvo delante del guardia de la puerta y esperó a que le hiciera caso. Al cabo de un
momento, el guardia levantó la vista y se echó hacia atrás sorprendido. Seguro que no
se esperaba ver a una mujer guerrera, que le saca varios centímetros de estatura,
plantada ante su puerta, pensó Xena.
—Necesito ver a Hectator —dijo con su tono de voz más grave y más imponente.
El guardia tragó.
—Está ocupado —se atrevió a decir—. Está muy ocupado.
—Más ocupado va a estar si no me dejas pasar a verlo —gruñó Xena, añadiendo una
dosis de la mirada a la exigencia y avanzando un paso más. Venga, amigo, déjame
pasar. No me obligues a molerte a golpes, ¿vale? He tenido un día muy largo , masculló
por dentro. ¿Sólo por esta vez? ¿Por favor?
El guardia la miró de arriba abajo, alzó las manos y meneó la cabeza.
—Señora, soy lo bastante listo como para saber que no puedo detenerte, así que
adelante. Pero espero que de verdad necesites verlo. Estamos preparándonos para la
guerra.
Xena alzó los ojos al cielo y dio las gracias a quienquiera que hubiera estado
escuchando.
—No te preocupes. No le diré a nadie que me has dejado pasar. —Cruzó las puertas,
seguida de Gabrielle, que se reía en silencio. Xena intentó echarle una mirada ceñuda,
pero fracasó y convirtió el intento en una sonrisa irónica—. Me alegro de haberte
divertido —comentó.
Encontrar a Hectator fue fácil. Llamarle la atención fue un poco más difícil. Había
varios comandantes de guerra moviéndose por su sala de reuniones, arrastrando mapas y
planes de batalla. El propio Hectator, un hombre alto y bien formado de pelo y ojos
oscuros, pasaba de un grupo a otro, dando órdenes.
Tras varios intentos de interrumpir, Xena perdió por fin la paciencia y decidió tomar
medidas drásticas. Levantó un extremo de la enorme mesa de reuniones y la volcó
entera, mandando por los aires mapas, comandantes de guerra y objetos diversos.
Además del horroroso estrépito cuando la mesa cayó al suelo. A continuación se hizo el
silencio. Xena se colocó en el centro ahora despejado de la sala y se cruzó de brazos.
—Hola, Hectator —dijo despacio—. Tenemos que hablar.
Creo que disfruta con esto, pensó Gabrielle, observando la reacción. Creo que le
gusta de verdad estar ahí plantada, en medio de esta sala llena de hombres armados,
sabiendo que ella es lo más peligroso que hay aquí y sabiendo que todos ellos lo saben
también. Sonrió por dentro. Y creo que yo disfruto viéndolo. Eso es terrible, ¿no? Pero
es cierto.
—Mm. ¿Nos disculpáis, por favor? —dijo Hectator, carraspeando—. Hola, Xena. No
te había visto entrar. —Hizo un gesto a sus hombres, que salieron a toda prisa de la sala,
dejándolos a los dos cara a cara. En los ojos de él se advertía un respeto cauteloso
mientras contemplaba a su inesperada invitada—. Supongo que te has enterado de
nuestro pequeño problema. ¿Quieres ayudarnos? —La miró enarcando una ceja con
gesto interrogante—. Nos vendría bien la ayuda, por supuesto.
Xena se acercó a él, lo agarró del brazo y lo llevó a un asiento cercano.
—Siéntate. —Ella se sentó en la mesa a su lado—. Gabrielle, ven aquí. —La bardo
cruzó la sala y se acomodó en un banco—. Escucha. Estás cometiendo un grave error.
—Lo miró a los ojos—. Esos monstruos con los que vas a combatir no son monstruos.
—Gabrielle siempre me insiste para que intente solucionar las cosas hablando
primero. Vale. Pues lo intentaré.
Hectator sofocó una risotada.
—Vamos, Xena. Los he visto. No puedes decirme que no son peligrosos. —Se cruzó
de brazos y meneó ligeramente la cabeza.
—¿Peligrosos? —Xena enarcó una ceja—. Por supuesto que son peligrosos. Tú eres
peligroso. Yo soy peligrosa. —Le clavó la fría mirada—. De hecho, yo soy mucho más
peligrosa que ellos. —Le puso una mano en la manga—. Escucha, los conozco. Están
bien si los dejas en paz. ¿Te han hecho algo? ¿Han matado a alguien?
Hectator se levantó de golpe y se puso a pasear muy agitado.
—No sé qué es lo que te propones, Xena. No puedes esperar que deje a unos
animales peligrosos en mis fronteras, ni aunque fueran granjeros y no guerreros, cosa
que evidentemente son. Ahora, si no nos vas a ayudar, haz el favor de dejarme que
termine de hacer lo que tengo que hacer. —La miró ceñudo—. Y apártate de mi camino.
Xena suspiró y se volvió hacia Gabrielle.
—¿Sabes? Tenía muchas ganas de que esto de hablar saliera bien. Estoy cansada, ha
sido un día muy largo y pensé que a lo mejor, sólo por esta vez, lo iba a intentar. —Se
puso en pie, a tiempo de interceptar a Hectator cuando éste se acercó más a ella. Con
una mano, lo agarró del cuello de la chaqueta. Su otra mano formó un puño y golpeó su
mandíbula con un fuerte chasquido. Él se desplomó fláccidamente en sus brazos sin
emitir el más mínimo ruido—. Supongo que no era el momento.
Sacudiendo la cabeza, se agachó y lo agarró por la chaqueta y el cinturón, lo levantó
con un fuerte impulso y se lo echó sobre los hombros.
—Vamos —dijo, haciendo un gesto a Gabrielle para que fuera delante de ella—. Va a
ser una noche muy larga.
—¿Dónde lo vamos a llevar? —preguntó Gabrielle, con curiosidad.
—A la aldea de Jessan —contestó Xena, colocando a Hectator en una postura más
cómoda para llevarlo a cuestas—. A lo mejor consigo que Lestan y él solucionen las
cosas hablando. Aunque sólo sea, a lo mejor consigo que Hectator se dé cuenta de que
lo que tiene en sus fronteras no son unos animales estúpidos.
—Mmm —comentó Gabrielle—. ¿Y si deciden librar al mundo de tres humanos
más? —Su tono era ligero, pero no pudo evitar cierto grado de preocupación en la
pregunta.
Xena la miró, con una ligera sonrisa en la comisura de los labios.
—¿Estás preocupada?
—Sí —contestó la bardo, con sinceridad—. A Jessan le preocupaba mucho que
estuviéramos cerca del territorio de su pueblo.
—Bueno, Gabrielle —murmuró Xena, mientras bajaban por la escalera,
manteniéndose en las oscuras sombras que ya habían caído sobre el castillo—. Hectator
no me preocupa. Pero... —Se detuvo y sonrió—. Para llegar a ti, tendrán que pasar a
través de mí.
Gabrielle sintió que se le cortaba la respiración por un instante.
—Vale. Ya me siento mejor —dijo, con la voz algo ronca—. Seguro que todo va bien.
—Miró de reojo a Xena, que estaba observando su reacción con una ligera sonrisa. Qué
extraña mezcla de reacciones. Quiero decir... es cierto. Lo sé. Y me pregunto si se da
cuenta de lo mucho que eso me asusta. O del por qué.
La bardo siguió a Xena y su carga hasta el patio, contenta ahora de haber tenido
ocasión de dormir anteriormente. Aunque más bien era una excusa de cuatro horas para
un abrazo. Se rió de sí misma, como reacción. Pobre Xena. El contacto físico había sido
una parte muy importante de la vida familiar de Gabrielle: en casa nunca hacían falta
excusas para que todos ellos se dieran abrazos. Para ella era algo tan natural como
respirar. Por desgracia, Xena tenía una actitud muy distinta al respecto: le gustaba
mantener las distancias y no le gustaba nada que la gente invadiera su espacio personal
y mucho menos que la tocaran. Se ponía muy nerviosa, y las personas con reflejos
instantáneos y un montón de armas afiladas no son gente que convenga poner nerviosa.
Gabrielle lo respetaba, pero le resultaba imposible recordarlo todo el tiempo,
especialmente después de llevar un tiempo viajando con Xena y estar más cómoda con
la guerrera y lo que la rodeaba. Y al menos hacía ya tiempo que Xena había dejado de
encogerse o ponerse tensa cuando se le olvidaba y la tocaba para hacer hincapié en algo
o como gesto fortuito. Arrugó el entrecejo, súbitamente pensativa. En realidad, se dio
cuenta sobresaltada, últimamente Xena había bajado un poco la guardia y se permitía
tocarla a su vez, una palmadita en la espalda, o un apretón en el hombro, o un abrazo
cariñoso cuando Gabrielle más lo necesitaba. Aunque nunca osaría mencionarlo, por
supuesto. Ah, no. Su boca esbozó una sonrisa.
Esquivaron a los guardias que se movían por el patio del castillo, mientras la
oscuridad ocultaba lo que Xena llevaba al hombro. Argo relinchó al verlas y se acercó
trotando al oír el suave silbido. Xena colocó a Hectator sin muchos miramientos sobre
el lomo de la yegua, tapándolo con un pliegue de una manta, y salieron por la puerta y
emprendieron el largo camino de regreso al bosque antes de que a nadie se le ocurriera
detenerlas. O se dieran cuenta de lo que transportaba la yegua.
Hectator iba atado de pies y manos y cuando recuperó el conocimiento, no se mostró
muy agradable. Se pasó varios minutos soltando improperios.
—Xena, no te vas a salir con la tuya. ¿Qué crees que estás haciendo? Mis hombres
nos encontrarán por la mañana, ¡y haré que te encadenen! —Se retorció furioso en sus
ataduras, echando miradas asesinas al perfil que veía a medias en la oscuridad.
Xena bostezó.
—Pues ponte a la cola. Hay por lo menos un dios y muchísimos hombres más
peligrosos que tú que ya me han amenazado con eso. —Se rió cansada—. En cuanto a lo
que estoy haciendo, estoy intentando hacerte entrar en razón y evitar que se pierdan
vidas inocentes, así que dame un respiro, ¿quieres? —Lo miró con aire risueño—. No te
harán daño. Sólo quiero que hables con ellos.
Hectator se quedó callado un momento.
—De verdad crees que me van a dejar salir con vida de esa guarida... —Su tono
chorreaba sarcasmo—. Se te han ablandado los sesos, Xena.
Xena le hizo una mueca.
—Más te vale preguntarte si se me ha ablandado alguna otra cosa. —Lo miró,
divertida—. Hectator, no dejaré que te hagan nada, te lo prometo.
—Qué segura estás de tener razón, ¿verdad? —comentó él, volviendo la cabeza sobre
el cuello de Argo para mirarla.
—No, Hectator. Acabo de raptarte y te estoy llevando por la fuerza a la base de
quienes consideras tus enemigos porque esta noche no tenía nada mejor que hacer —le
soltó ella—. Créeme, preferiría estar sentada en una de tus posadas, contribuyendo a tu
economía local.
Gabrielle la alcanzó y le pasó un odre de agua que Xena no se había dado cuenta de
que necesitaba hasta ese mismo instante. Miró la forma en sombras de su compañera y
sonrió.
—Gracias —susurró—. ¿Sueno tan cansada como me siento? —La luz de la luna
bastó apenas para permitirle ver la sonrisa con que le respondió Gabrielle—. Eso me
parecía.
—¿Quieres que nos paremos un rato? —le susurró la bardo a su vez.
—No —suspiró Xena—. No hay tiempo, por desgracia. —Se volvió para mirar el
camino por el que acababan de bajar—. Sus guardias empezarán a perseguirnos... en
cuanto se den cuenta de que nos lo hemos llevado. —Miró a Hectator con aire de guasa
—. Y se recuperen de la vergüenza.
Gabrielle asintió y luego le ofreció un poco de pan y queso.
—Pues más vale que cenemos.
Xena la miró con una sonrisa irónica y maliciosa.
—¿Qué más podría pedir? —Aceptó los alimentos y se puso a comer. Gabrielle
caminaba en silencio a su lado, masticando su propia porción. Hectator también
guardaba silencio, intentando encontrar una postura cómoda en el lomo de Argo. Xena
se apiadó de él y cortó las cuerdas que le ataban las manos, advirtiéndole de que si
intentaba escapar, haría el resto del viaje debajo de Argo, en lugar de encima.
—Así que me dejaron cerca del río y siguieron su camino —terminó Jessan, que
sentía la boca como si un ratón hubiera estado correteando por ella. El agua no le había
servido de nada: le dolía la lengua de hablar. Wennid y Lestan habían escuchado más
bien en silencio, con algunas preguntas pertinentes, hasta el final. Ahora se miraron
pensativos. Jessan suspiró. Podían comunicarse más cosas con una mirada que la
mayoría de su pueblo con una conversación entera. En momentos como éste, su vínculo
era casi tangible. Los envidiaba... había querido a Devon, por supuesto, pero no había
sido un vínculo vital.
—Bueno —suspiró Lestan por fin—. Menuda historia. —Se apartó de la mesa y
bebió un largo trago de hidromiel—. No puedo decir que yo habría hecho lo mismo que
tú, Jessan... —Lo miró ceñudo—. Pero ya está hecho... no puedo cambiarlo. —Miró a
su vinculada, que estaba sentada con las fuertes manos unidas ante la cara, sumida en
sus pensamientos. Dioses, qué bella es, pensó Lestan, mirándola con cariño, a la espera
de que se pronunciara sobre el relato de su hijo.
—Me alegro de que hayas conseguido volver a casa —dijo por fin Wennid,
mostrando toda la aceptación que estaba dispuesta a mostrar por ahora. Alzó
bruscamente la cabeza, al igual que ellos, al oír unos pasos que se acercaban a la
carrera. Sonidos de tierra y luego un golpe cuando el que corría subió de un salto a su
porche.
—¡Lestan! —jadeó Deggis, que apareció en la puerta—. Humanos. Vienen hacia
aquí.
Lestan soltó una maldición.
—¿Cuántos? —Su mente ya estaba preparando maniobras de defensa. ¡Qué pronto!
¿Pero cómo?
—Mm... tres —contestó Deggis—. Y un caballo.
Todos se lo quedaron mirando.
—¿Tres? —preguntó Lestan, extrañado. Entonces no se trataba de una partida de
guerra.
—Descríbelos —pidió Jessan se repente, volviéndose hacia su primo—. ¿Qué
aspecto tienen?
Deggis se volvió hacia él.
—Hay un hombre atado al caballo y dos mujeres caminando a su lado. Una es alta, de
pelo oscuro y con una espada. La otra es más baja, de pelo claro y con una vara. —Miró
a Lestan y Wennid, que estaban petrificados—. ¿Por qué?
Jessan miró a sus padres y asintió, confirmándolo.
—Son ellas. —Se volvió hacia Deggis—. ¿Hay alguien atado al lomo del caballo? —
Su primo asintió—. Me pregunto qué será todo esto. —Entonces se le ocurrió una idea,
que no expresó. ¿Y si Xena y Gabrielle se habían enterado del ataque que planeaba
Hectator? ¿Y si estaban haciendo algo al respecto? Sería muy propio de ellas. Se echó
hacia delante—. Deja que vengan —le instó a su padre.
Lestan sonrió.
—Ah, eso pretendo. —Miró a su hijo con frialdad—. Eso pretendo. —Se levantó y
alcanzó sus armas—. De hecho, voy a recibirlas yo mismo.
Ooohhh... no... chilló la mente de Jessan. Mala idea. ¿Pero cómo hacérselo entender
a su orgullosísimo padre? Para él no eran más que un par de humanas, fáciles de
eliminar.
—Deja que vaya contigo —rogó—. Por favor...
Lestan nunca había podido resistirse a un desafío, incluso con un solo brazo era uno
de sus mejores campeones vivos... y Xena era un desafío demasiado importante para
pasarlo por alto. Pero había un pequeño problema... una cosita que sólo su padre y él
sabían: que de los dos, Jessan era el que mejor luchaba. Lo habían descubierto hacía
poco, en un claro del bosque no muy lejos de aquí en una mañana de primavera.
En muchos sentidos, había sido como si llegara a la mayoría de edad, y lo recordaba
con gran orgullo y cierta tristeza. Lestan podía soportar la idea de ser derrotado por su
hijo. No podría, no debía soportar la idea de ser derrotado por un humano. Por una
mujer humana. Eso acabaría con él. Y Jessan sabía, con la misma certeza con que sabía
que el sol subía por el cielo cada mañana, que sería derrotado, a menos que los dioses le
dieran suerte o Xena se apiadara de él.
—No —gruñó Lestan—. Tú te quedas aquí. Tienes la mente nublada con este tema.
—Se puso una ligera cota de combate sobre los hombros y luego estrechó a Wennid en
un rápido abrazo—. Sólo son tres. No tardaré.
Por Ares, gimió Jessan por dentro. ¿Por qué tiene que ser todo tan difícil?
—Padre —exclamó, llamando la atención a todos—. Es... peligrosa. Por favor... no te
dediques... a jugar con ella. —Se le aceleró la respiración.
Lestan sofocó una risotada.
—Voy a poner al descubierto las fanfarronadas de esta humana, hijo mío. Pero
intentaré no hacerle mucho daño, ya que nos ha hecho un gran favor al ayudarte. —
Dirigió una mirada exasperada y cariñosa a su hijo, que había heredado, lo sabía, el
corazón de su madre, así como la especial intuición de ésta.
Jessan suspiró por dentro. A veces... Se levantó y bloqueó el camino de su padre hacia
la puerta, sin hacer caso de la ira que se veía en los ojos de Lestan.
—Padre, por favor... no lo entiendes.
—Entiendo que estás en mi camino, hijo, y que más te vale apartarte —gruñó Lestan,
ahora en serio—. Creo que puedo ocuparme de una guerrera humana sin tu ayuda.
Quiere venir a hacernos una visita... pues veremos si se lo permito.
—Padre, no la retes. —Ganará ella, gritó su mente, y eso no puedo decírselo a la
cara—. Es... —Ah, ya sé. Vergonzoso, pero era una forma de salir del paso y una forma
de advertir a su padre sin que éste quedara en ridículo—. He luchado con ella. —Soltó
una carcajada breve—. Varias veces. Lo hice con todas mis fuerzas, dándole todo lo que
tenía. Intenté... de todo. —Ahora Lestan le estaba prestando atención. Bien—. No pude
ni tocarla. —Incredulidad en los ojos de todos—. Me quitó la espada y me dio un azote
en el trasero con ella. —Incredulidad total—. No fanfarronea —terminó en voz baja—.
No le hace falta. —Miró a Lestan a los ojos. Ah... se da cuenta. Espero.
—Lo tendré presente —rezongó el alto líder—. Quédate aquí. —Y salió, seguido de
Deggis, que estaba confuso. Wennid se quedó mirando la puerta largo rato y luego
volvió la penetrante mirada hacia su hijo. Le hizo un gesto de asentimiento y le dirigió
una sonrisa conspiradora.
—Eso ha sido muy amable por tu parte, Jessan.
—No te lo crees —suspiró Jessan. Claro que no. Sólo son humanas, ¿no?
—Todo lo contrario —contestó su madre. Se acercó a él y le cogió la cara entre las
suaves manos—. Eres hijo mío, además de suyo. —Le dio un beso en la cabeza—. Sólo
espero que estés en lo cierto con respecto a ellas. —Lo miró pensativa—. ¿Quieres a
esta humana, a este... monstruo?
Jessan cerró los ojos, agachó la cabeza y no contestó. No necesitaba hacerlo.
Era cerca del amanecer cuando llegaron al río que marcaba la frontera del territorio
de los habitantes del bosque. Xena se detuvo cuando llegaron a la orilla, bebió un largo
trago de agua y volvió a colocarse bien la armadura y las armas. Esperaba poder hablar
con los habitantes del bosque antes de que se iniciara ninguna lucha, pero nunca se
sabía. Jessan podía haberse ido o estar durmiendo o lo que fuera. Y sabía que tendría
muy pocas posibilidades de dar explicaciones una vez cruzado el río. Se volvió para
mirar a Gabrielle, que estaba charlando con Hectator, al tiempo que observaba la línea
de árboles. Debería enviarla de vuelta. Lo mismo de siempre, ¿no? Pero ahora ya no
hay tiempo y se pondría como una furia si lo intentara. Xena suspiró. Espero que este
pequeño plan funcione.
—Bueno —dijo con frialdad—. Vamos. —Agarró la brida de Argo y entró en el río.
El agua estaba fría y la despertó de golpe, como había esperado. Gabrielle avanzaba a su
lado, tanteando el camino con la vara. La bardo se resbaló ligeramente en las piedras
redondeadas y se habría caído de no haber sido por el rápido brazo de Xena sujetándola
por el hombro—. Cuidado —le advirtió, dejando el brazo en esa posición como medida
de seguridad hasta que llegaron al otro lado.
Cuando llegaron a la orilla opuesta, el agudísimo oído de Xena empezó a captar
movimientos muy leves y sutiles a su alrededor.
—Están aquí —dijo en voz baja. Detuvo a Argo y se colocó delante del caballo, con
las manos bien lejos de sus armas. Estaba empezando a salir el sol, tiñendo el cielo de
un primer tono de delicado rosa. El viento del amanecer era fuerte y le echaba el pelo
hacia atrás mientras esperaba, percibiendo que se iban acercando cada vez más. Clavó
los ojos en el punto donde sabía que estaba el más próximo y por fin habló—. Puedes
salir.
Una forma oscura se alzó inmediatamente de la alta hierba de la orilla, sobresaltando
a Hectator, pero no a Xena ni a Gabrielle, tras haber viajado con Jessan. Su pelaje era
más oscuro que el de su amigo y era tal vez un poco más bajo y un poco más
corpulento. Iba totalmente armado y sujetaba una larga espada competentemente con
una mano inmensa. Sus ojos, de un tono dorado más oscuro que los de Jessan, se
clavaron en los de ella, intensamente. Xena lo observó con la misma atención y se dio
cuenta de que le pasaba algo en el brazo derecho. Sonrió ligeramente.
—¿Lestan?
En los ojos de él se advirtió la sorpresa.
—Sí —contestó por fin—. Y tú debes de ser Xena. —La saludó con la cabeza y luego
la inclinó hacia la mujer rubia que estaba detrás de ella—. Y Gabrielle. —Volvió la
mirada fría hacia la carga de Argo—. ¿Y éste quién es?
Xena bajó los brazos y se acercó a él, tirando de las riendas de Argo.
—Éste es Hectator. Creo que los dos tenéis que hablar. —Se detuvo a una distancia
de ataque de él y se limitó a esperar. Gabrielle se quedó a unos pasos detrás de ella,
apoyada en la vara, pasando la mirada de la cara de él a la de ella.
Lestan se la quedó mirando desconcertado.
—¿Traes al gran enemigo de mi pueblo a mi territorio y me dices que tengo que
hablar con él? ¿Qué te hace pensar que no le voy a cortar la cabeza? —Trazó un arco
con la espada desnuda, acercándola a ella y observando sus ojos, sin ver en ellos nada
de lo que estaba buscando.
—Dos cosas —afirmó Xena, mirándolo con total confianza—. La primera, que
conozco a tu hijo. —Soltó las riendas de Argo y se plantó ante él, sin hacer caso de la
espada desenvainada y de su inmenso tamaño—. La segunda, que le he dado mi palabra
de que lo mantendría a salvo aquí. —Se calló y esperó.
—¿Y a mí qué me importa tu palabra, humana? —dijo Lestan, con tono frío. ¡Cómo
se atrevía!—. ¿Crees que podrías detenerme?
Xena sonrió y se quedó muy quieta.
—¿Que si lo creo? —preguntó suavemente, y luego hizo un gesto negativo con la
cabeza—. Lo sé. —Y notó que todos sus sentidos se aguzaban y la sensación intensa y
exquisita de sus reflejos preparándose para reaccionar en cuanto él hiciera el más
mínimo movimiento. Están tan equivocados sobre nosotros como nosotros sobre ellos,
pensó, distraída. Interesante.
Esta mujer está loca, pensó Lestan sin dar crédito. ¿De verdad se cree lo que ha
dicho? Observó esos ojos azules como el hielo. Vio un convencimiento absoluto. Por
Ares, ¿en qué está pensando? Él era mucho más alto que ella y se había pasado la vida
entera combatiendo. Sabía que su propia habilidad, incluso con un solo brazo, era
absolutamente formidable. Sin duda, ella lo sabe y sin embargo...
¿De verdad derrotó a Jessan? ¿Cómo ha podido hacerlo? No es más que un ser
humano y además mujer... seguro que... pero Jessan no mentiría. La expresión de los
ojos de su hijo había destilado verdad, y reconocer la derrota delante de sus padres y su
primo... no, había dicho la verdad. ¿¿Pero cómo?? Arrugó el entrecejo y volvió a
mirarla, esta vez viéndola como guerrera, como miraría a uno de su propia especie.
Ah... humana, sí, pero en ella había una gran fuerza y mucho valor en esos ojos claros
y el inconfundible sello de Ares en esa postura. Estaba preparada para reaccionar ante su
más mínimo movimiento, y le entró la incómoda sensación de que no podía predecir en
absoluto lo que pasaría si efectivamente se moviera. ¿Quería arriesgarse? ¿Jugársela con
ella? Ni un parpadeo, ni un solo movimiento de la mirada que tenía clavada en él.
Lestan no habría vivido tanto tiempo de haber sido un estúpido. Saboreó, con cauteloso
interés, el conocimiento de que en este momento de silencio estaba más cerca de la
muerte de lo que nunca lo había estado, enfrentado a esta humana que era más de lo que
parecía y menos de lo que indicaban sus numerosas leyendas.
Bueno. Ésta es Xena, la que no fanfarronea. A quien mi hijo aprecia tanto que la
considera familia. Que ha pasado de incendiar y saquear a ayudar a los indefensos.
Increíble. Lestan inclinó ligeramente la cabeza y luego envainó despacio la espada.
—Mi hijo me ha hablado mucho de ti. —La miró a los ojos—. Pero ya veo que no me
lo ha dicho todo. —Hizo un gesto hacia el bosque—. Venid. Hablaremos.
Gabrielle soltó en silencio el aliento que había estado conteniendo.
—Por poco —se dijo en un susurro, echando un vistazo a Xena, que ahora caminaba
tranquilamente junto a Lestan, escuchándolo. Se alegraba mucho de que Lestan hubiera
decidido dejarlos pasar: no tenía el menor deseo de ver herido al padre de Jessan, y si
había interpretado correctamente las reacciones de Xena, así habría sido, y
probablemente Xena también habría resultado herida. Gabrielle no era muy aficionada a
apostar, pero... en sus labios se dibujó una sonrisa desganada. Reconócelo... te lo pasas
tan bien viéndola hacer esas cosas como ella haciéndolas. La bardo soltó una ligera risa
sofocada. Sí, mucha montaña de músculos y colmillos, pero ella habría apostado por
Xena.
Delante de ellos, la oscura línea de árboles los esperaba.
¿Por qué tardan tanto? Jessan estaba frenético y daba vueltas en pequeños círculos.
Se irguió y entrecerró los ojos. Espera... ¿son ellos? Se temió...
Ah... un destello de flancos dorados. Argo, sin duda. Ahora veía a su padre, que
caminaba solemnemente junto a la figura oscura y ágil de Xena, con la cabeza inclinada,
hablando y haciendo gestos con las manos. Lo inundó una oleada de alivio. Ahora
también vio a Gabrielle, que caminaba al otro lado de Xena, escuchando. A lomos de
Argo iba... Hectator. Increíble. Bueno. Una vez más, había justificado su fe en ella.
Suspiró lleno de felicidad y recreó la vista en ellas con una sonrisa.
Deggis le clavó un dedo en las costillas.
—¿Así que... ésas son tus nuevas... amigas? —le susurró a Jessan, apartándose
cuando el guerrero de mayor tamaño se volvió enfadado—. Espera a que todos se
enteren de que una de ellas te derrotó... —Sonrió con aspereza—. Y no tienen mal
aspecto, para ser humanas. —Ladeó el corto cuello y observó con interés—. Ése es...
no... no puede ser... es... ¡es Hectator! —Echó la cabeza hacia atrás y soltó una breve
carcajada—. Eso nos ahorra la incomodidad de tener que salir a buscarlo. Qué amigas
tan amables tienes, Jess.
Jessan se limitó a cerrar los ojos y sacudir la peluda cabeza dorada. No tardarían en
verlo por sí mismos, ¿verdad?
Xena escuchaba la voz grave de Lestan mientras caminaban hacia el bosque. La
distancia hasta los árboles era bastante corta y por el camino se les había sumado una
escolta. Unas formas oscuras se movían de árbol en árbol y varios de los inmensos
habitantes del bosque formaron un grupo a su alrededor. Todos tenían cierto parecido
superficial con Jessan, pero cada uno tenía diferencias individuales, en el color del pelo,
la estatura, los gestos. Cuando llegaron al borde de la aldea misma, una de las figuras
que aguardaban inmóviles soltó un rugido atronador y echó a correr hacia ellos. Xena
oyó la exclamación de Hectator y sonrió por dentro, al tiempo que Jessan lanzaba su
inmenso cuerpo hacia ellos y estrechaba a las dos mujeres entre sus brazos.
—Jessan, Jessan —rió Xena—. Tranquilízate, ¿quieres? —Su afición a los abrazos le
hacía sospechar que Gabrielle y él tenían un antepasado común—. Seguro que no
pensabas que nos ibas a volver a ver tan pronto. —Dirigió una mirada a la multitud
pasmada y desaprobadora de habitantes del bosque que los rodeaba.
—Xena —gorjeó él—. Os dije que me dejarais que los fuera haciendo a la idea. Esto
no es lo que tenía pensado. —Se echó a reír y rodeó los hombros de ambas con los
brazos mientras continuaban hacia el centro de la aldea—. Y encima nos traéis un
invitado. —Las miró meneando la cabeza—. Yo que me había pasado tanto tiempo
pensando en cómo les iba a decir a mis padres no sólo que os conocía, sino que además
os consideraba familia... y zas, os metéis en el bosque, dando un susto tremendo a todo
el mundo. —Se volvió para mirar a Argo, que los seguía pacientemente—. Y venís con
Hectator.
Xena se volvió entonces hacia Hectator, a quien le había cortado las cuerdas de las
piernas antes de cruzar el río, con una advertencia amenazadora de que no huyera, ni
causara problemas, ni atacara a nadie ni nada.
—Hectator, éste es nuestro amigo Jessan.
Hectator miró al habitante del bosque con receloso interés. No era un hombre
estúpido, sólo de visión limitada, y se había tranquilizado bastante por el hecho de que
estos habitantes del bosque no le habían hecho el menor daño. Todavía. Aunque
reconocía que la escena entre Lestan y Xena lo había intrigado y le había dado
esperanzas de que Xena pudiera realmente cumplir su promesa de protección.
Ciertamente, había detenido a Lestan, que era mucho más grande que ella. Interesante.
Así que a lo mejor tenía razón y no eran animales. Sonrió entristecido por dentro.
Normalmente, uno pensaba en Xena, cuando lo hacía, a la luz de su habilidad al luchar.
Se le había olvidado, como les ocurría a tantos otros con frecuencia, que también era lo
bastante lista como para haber dirigido uno de los ejércitos más grandes que esta parte
de Grecia había visto jamás. Había una inteligencia bien despierta en esa cabeza morena
y algo más que un ligero toque de genialidad táctica. Eso había sido un error. Intentaba
no cometer el mismo dos veces, y si Xena consideraba amigo suyo a este ser del bosque,
bueno... Ademas, se frotó con cuidado la mandíbula, daba un puñetazo que podía
tumbar a un caballo y no tenía el menor deseo de volver a padecerlo.
—Hola —dijo por fin y al cabo de un largo momento, le ofreció la mano a Jessan. El
guerrero de pelaje dorado ladeó la cabeza algo sorprendido, pero aceptó la mano de
Hectator y se la estrechó.
Argo se detuvo ante la casa de Jessan, donde Wennid estaba esperando, y los ojos de
Xena pasaron rápidamente por encima de ella, absorbiendo información sin ofender por
mirar abiertamente.
La madre de Jessan era un ejemplar de los habitantes del bosque más pequeño y de
color amarillo más pálido, pero no por ello dejaba de ser grande, y tenía la fuerza
imponente de todos ellos. Tenía un rostro dulce y sus ojos eran del mismo color que los
de su hijo. Ahora mismo, esos ojos observaban a sus invitados con una desconcertante
expresión calculadora.
Xena esperó a que Hectator desmontara de Argo y luego envió a la yegua hacia un
arroyo cercano. Se volvió y observó a Lestan y Hectator, que se miraban, y luego sonrió
por dentro cuando los dos asintieron ligera y casi imperceptiblemente.
—Creo —gruñó Lestan—, que tú y yo podemos conversar. ¿Quieres entrar, compartir
mi hospitalidad y hablar de nuestras diferencias conmigo?
Hectator tomó aliento.
—Sí. —Dirigió una mirada a Xena y Gabrielle—. Sí quiero. —Esperó a que Lestan
ascendiera los pequeños escalones y lo siguió al interior de la cabaña.
Wennid observaba a las dos mujeres mientras tenía lugar esta conversación. Así que
ésta es Xena. No parece tan terrorífica como la recuerdo. A lo mejor es la sonrisa... No
había sonreído cuando arrasó la aldea del valle vecino, ni la otra ocasión en que Wennid
la había visto. Esta mujer había matado niños, mujeres indefensas y ancianos en sus
ataques legendarios. Y aquí está, a la puerta de mi casa, como si no tuviera nada de
especial presentarse en un territorio desconocido con un príncipe de la comarca atado
al lomo de su caballo. ¿Qué ve Jessan en esta mujer, en este monstruo del pasado?
Respirando hondo para calmarse, cerró los ojos con decisión y, temiéndose lo peor,
alargó los sentidos. Un momento después, abrió los ojos de golpe, sintiendo una oleada
de pasmo que la calaba como lluvia fina. Vaya. Ha cambiado algo más que la sonrisa.
Inesperado. Muy inesperado. Y Jessan lo ha visto, es más... ha entregado su corazón a
esta... humana.
Xena contempló a Lestan y a Hectator entrando en la casa con no poca satisfacción.
Se le había ocurrido el plan, como solía pasar, sobre la marcha cuando Gabrielle y ella
estaban entrando en el castillo. El hecho de que hubiera funcionado como estaba
funcionando le producía una cálida sensación de triunfo, cosa rara, cuando la mayor
parte de sus victorias suponían algún tipo de violencia. Notó la sonrisa de Gabrielle
incluso antes de volverse para mirarla y la bardo le guiñó el ojo cuando se cruzaron sus
miradas.
—Jessan —dijo Xena—, creo que podemos dejarlos a solas por ahora. —Soltó un
profundo suspiro—. Pero yo tendría cuidado con sus guardias... estoy segura de que nos
han seguido.
Jessan posó en ella su mirada dorada y asintió.
—Estaremos alerta. —Volvió a rodearlas con los brazos, sonriendo a su madre—.
Madre, me gustaría presentarte a mis amigas Xena y Gabrielle. —Sonrió—. Chicas, ésta
es mi madre, Wennid. —Miró a su madre con los ojos chispeantes, recordando la sonora
bronca que le habían echado esa noche. Ahora que se había demostrado que tenía razón,
no estaba dispuesto a dejar que lo olvidara tampoco. Había visto a su madre cerrando
los ojos y había sentido que extendía la Vista para ver por sí misma lo que él mismo
sabía sin lugar a dudas. La expresión de Wennid le dijo todo lo que necesitaba saber.
Había Visto.
Wennid, tras una vida entera de convivencia con Lestan, era una mujer muy terca. Sin
embargo, también era incurablemente justa y tenía la capacidad admirable de reconocer
cuándo se equivocaba.
—Bienvenidas las dos —dijo con tono suave y sereno—. Mi hijo me ha contado todo
lo que habéis hecho por él. Por favor, compartamos la mesa y contadme... —dirigió una
mirada guasona a su hijo—, la verdadera historia.
Gabrielle soltó una carcajada y hasta Xena se rió entre dientes. Subieron los
escalones y entraron en la vivienda familiar que era el hogar de Jessan. Xena era bien
consciente de que la madre de Jessan, a pesar de su cordialidad, no confiaba en ninguna
de las dos. No la culpo. La mujer de más edad las llevó a una zona de estar grande y
cómoda y les señaló los asientos. Entró en la siguiente estancia y apareció de nuevo
minutos después con una bandeja cargada de comida y bebida.
—Aquí tenéis. —Wennid colocó la bandeja en la mesa y se sentó en una butaca
grande y bien rellena—. Creo que aquí somos todos carnívoros, ¿verdad? —preguntó
cortésmente—. Y Lestan está muy orgulloso de su hidromiel. Por favor, servíos.
Xena se rió por lo bajo.
—Se me ha acusado de muchas cosas, pero de ser vegetariana no es una de ellas. —
Cogió alegremente un trozo de carne de la bandeja y mordió un buen pedazo,
manteniendo el contacto visual con Wennid. La carne estaba hecha a la parrilla, sabía
ligeramente a hierbas y era probablemente venado. Eligió un vaso de hidromiel y se
acomodó en su asiento, con una expresión risueña en la cara. Pruebas. Siempre tienen
que ponernos a prueba. ¿Seré civilizada? ¿Aceptaremos su hospitalidad? Uno de estos
días, le voy a decir a alguien que sólo bebo sangre y que necesito dos cubos enteros al
día. Y que sea humana. Intercambió una mirada con Jessan, quien, a juzgar por la
mueca que tenía en la cara, se estaba esforzando por no echarse a reír. ¿Crees que eso
tiene gracia? Tú espera a que empiece Gabrielle. ¿Ves esa chispa que tiene en los ojos?
Tú espera.
—Qué bueno está —comentó Gabrielle, masticando con entusiasmo—. Y tienes una
casa preciosa —añadió, mirando a su alrededor con aprecio—. Me gustan esos cuernos
de ciervo. —Dirigió su vivaz mirada hacia Wennid—. ¿Los cazaste tú misma? —Habría
percibido el pequeño desafío de Wennid incluso sin haber visto la chispa de los ojos
azules de Xena, pero el intercambio de miradas risueñas entre la guerrera y la bardo le
había confirmado que también Xena se había dado cuenta y estaba devolviéndole la
pelota a Wennid.
Wennid tuvo que reconocer que se había quedado descolocada. Los humanos eran
muy difíciles de juzgar. Había tenido la esperanza de demostrarle a su hijo cómo se
burlarían de lo que consideraban el hogar y las costumbres de un animal, ¡y aquí estaban
estas dos! Comiendo carne alegremente con las manos y haciendo preguntas sobre la
caza de ciervos. ¡Aaajj! Y aún más, Xena sabía perfectamente lo que pretendía, lo
percibía en su sonrisa indolente y en las miradas que habían intercambiado ella y la
humana más joven de pelo claro. Había algo familiar en ese cruce de miradas... Wennid
estrechó los ojos y dirigió una mirada desconfiada a su hijo. No. Imposible.
Jessan se encontró con la mirada de su madre, adivinando con notable precisión lo
que estaba pensando. Sí... es posible, madre mía... Mira y Ve por ti misma. Nos
compadecemos de ellos por su carencia... ahora Mira y ve lo que es para ellas estar
bendecidas, igual que lo estáis padre y tú... y apénate por ellas, mamá... porque ni
siquiera saben qué es lo que sienten. Las distrajo un momento, al ver que los ojos de su
madre se cerraban apenas un instante y luego se abrían con una expresión inescrutable.
Bueno.
Wennid se obligó a salir de su trance.
—Pues sí, la verdad es que los cacé yo misma —dijo, contestando a la pregunta de
Gabrielle—. Eres muy amable por fijarte. —Qué ojos tan penetrantes tenía esa joven,
pensó Wennid. Ve más de lo que sabe. Pero no lo suficiente... pobres humanos ciegos.
¿Cómo pueden tener un vínculo tan fuerte y no notarlo?
Lanzó una mirada a su hijo, que sonreía muy ufano, de una forma disimulada que
sólo ella reconocía. ¡¡Mocoso!! Ah, en fin, suspiró por fin. El muy cabroncete tenía
razón. Más me vale reconocerlo y dejarme de jueguecitos estúpidos.
—Bueno. Ahora contadme toda la historia. ¡No os saltéis nada!
Ante su sorpresa, fue Gabrielle la que carraspeó y empezó a hablar. ¿Qué? Ah... ¡una
bardo! Dirigió una mirada aviesa a Jessan. Eso no lo había mencionado. Al menos,
aunque sólo fuera, sacaría un nuevo puñado de historias de todo esto.
Cuando la curiosidad de su madre quedó satisfecha del todo, Jessan las llevó a una
pequeña habitación situada al fondo de la vivienda.
—Seguro que os vendría bien dormir un poco —comentó, señalando la cama con la
mano—. Lo más probable es que papá se pase el resto del día hablando con Hectator. Ya
sabéis, tienen que ponerse a prueba, hacer tratos... lo de siempre. —Se calló y puso la
mano en el hombro de Xena—. Por cierto, todavía no lo hemos dicho, pero gracias. —
Jessan la miró a los ojos—. Si esto sale bien, será la primera vez y un hito en la historia
de mi pueblo. —Sonrió con timidez—. Y en la del vuestro, creo.
Xena le sonrió de medio lado y se encogió de hombros ligeramente.
—Después de todos los problemas que hemos tenido para traerte a casa, no nos
parecía buena idea ver cómo atacaban tu aldea. —Se detuvo, y luego—: Pero de nada. Y
sí, dormir un poco sería estupendo. Algunas no nos echamos una siesta de camino a la
ciudad. —Con una mirada burlona hacia Gabrielle.
—Venga —intervino Gabrielle, pasando al otro lado de Xena—. Armadura. —Soltó
una hebilla mientras Xena le echaba una mirada risueña.
Jessan se rió por lo bajo.
—Parece que te cuidan muy bien. —Sus ojos dorados soltaron un destello de luz
oculta por un momento y luego las dejó sin decir nada más.
—No me mires así —la reprendió Gabrielle, soltando otra correa—. Hasta la gran
Xena la Pacificadora tiene que dormir en ocasiones. —Desabrochó la última hebilla y
clavó un dedo en el brazo de Xena—. Así que a dormir, oh grandiosa.
Xena se echó a reír y se arrodilló para quitarse las últimas armas. Puso juntas las
armas y la armadura, colocándolo todo hasta quedar satisfecha.
—Creo que todo este asunto podría salir bien. —Levantó la vista hacia su amiga, que
estaba dando golpecitos con el pie con aire de irritación fingida—. Será mejor que dejes
de hacer eso o te...
Gabrielle estrechó los ojos hasta convertirlos en ranuras.
—O me... ¿¿¿qué??? —Avanzó amenazadora—. ¿Mmm?
—Esto —respondió Xena y se abalanzó de repente, pillando a Gabrielle por sorpresa,
agarrándola por la cintura y tirándola en la cama—. Ya te tengo. —Aumentó el ultraje
haciéndole cosquillas, hasta que la bardo se puso morada por el esfuerzo de aguantar la
risa—. Amenazas a mí, ¿eh? —gruñó Xena, haciéndole más cosquillas, hasta que
Gabrielle estalló en carcajadas y agitó los brazos indicando su rendición. Xena sonrió y
se tumbó en el otro lado de la cama, sujetándose la cabeza con una mano y mirando a su
amiga, que seguía riendo.
—Ohh. —La bardo por fin recuperó suficiente aliento para hablar—. Vale... vale... tú
ganas... —Se volvió de lado para mirar a Xena, quitándose el pelo de los ojos—. Algún
día aprenderé a no hacer eso. —Entonces sus ojos soltaron un destello—. O averiguaré
dónde tienes cosquillas.
Xena enarcó una ceja y estuvo a punto de hacer un comentario, pero se lo pensó
mejor.
—Yo no tengo cosquillas —afirmó, pero sus labios se curvaron con una ligera
sonrisa. Se estiró y luego se colocó de lado para dormir, con la cabeza apoyada en un
brazo.
Gabrielle se la quedó mirando un momento y luego se acomodó para dormir ella
misma, todavía riendo un poco. Hacía ya algún tiempo que se había dado cuenta de que
esta faceta traviesa y amable de su amiga era una que sólo ella llegaba a ver. Oh, a veces
alguien más conseguía entreverla, como Jessan cuando le había mordisqueado el pez,
pero en general no... lo que el resto del mundo veía era a la guerrera fría y sobre todo
severa. Eso le hacía entender lo lejos que habían llegado desde que se conocieron,
cuando se pasaba la mitad del tiempo muerta de miedo de ir a hacer un movimiento
equivocado y perder el brazo por ello.
Jessan las despertó cuando terminó la conferencia, aunque Xena ya estaba despierta
cuando entró. Estaba sentada, con la espalda apoyada en el cabecero mullido de la
cama, reparando una correa de la armadura al tiempo que observaba a su amiga
dormida. Lo miró con una ceja enarcada cuando entró.
—Victoria —fue su único comentario. Le sonrió de oreja a oreja.
Xena asintió.
—Me lo imaginaba —comentó, alargando la mano para sacudir el hombro cercano de
Gabrielle—. Gabrielle... —La bardo la miró parpadeando adormilada y luego se
despertó por completo y se dio la vuelta para mirar a Jessan.
—¿Ha funcionado? Sí... lo sé por tu cara. ¡Genial! —soltó Gabrielle de carrerilla—.
Caray... qué historia más buena va a ser... —Se le puso una expresión introspectiva,
mientras empezaba a planear cómo organizar verbalmente la aventura, y luego salió de
su trance con una sonrisa—. Me muero de ganas de contársela a Iolaus. Es muchísimo
mejor que la última que me contó él.
—Se ha organizado un pequeño banquete —les informó Jessan—. Hectator ha
mandado un mensaje a su guardia para que depongan las armas. —Sonrió al ver la
expresión de Xena—. Tranquila, no es un banquete formal, no hemos tenido tiempo de
organizar una cosa así. —Miró por encima del hombro con miedo fingido—. Puedes dar
gracias.
El banquete se celebró en el exterior, alrededor de una gran hoguera al otro extremo
de la aldea. Había bancos bajos y anchos colocados alrededor para sentarse y empezaron
a circular carnes asadas e incluso algunos tubérculos y verduras. El narrador de la aldea
se levantó y se puso a contar lo que, a juzgar por la respuesta, eran las historias
preferidas de la tribu.
Gabrielle lo absorbía todo como una esponja, mientras sus ojos registraban con
avidez no sólo las palabras, sino también el ambiente y los movimientos físicos del
narrador, que tenía mucho talento. No se dio cuenta de que ella misma estaba siendo
observada hasta que Lestan habló con su voz grave y profunda.
—Ah... tengo entendido que una de nuestras invitadas, que ha estado disfrutando de
nuestras historias, es también bardo. ¿Es eso cierto? —La miró con una chispa en los
profundos ojos ambarinos.
—Pues... —vaciló Gabrielle—. O sea, bueno, más o menos...
—Es cierto —intervino Xena con tono resuelto, dándole un empujoncito—. Venga,
Gabrielle. Te acaban de encargar una actuación. —Ignoró alegremente la mirada
indignada de Gabrielle y le dio a su amiga un segundo empujón más fuerte—. No me
obligues a llevarte en brazos hasta ahí. —Sonrió para quitarle hierro a la advertencia.
Xena observó a Gabrielle ocupando el centro del escenario y luego se acomodó para
mirar al público mientras éste miraba a la talentosa bardo. Y Gabrielle se superó a sí
misma. Los mantuvo hechizados con tres buenas historias y un poema épico. Hasta
Xena, que se sabía el final de las tres historias y había oído ese poema más veces que
árboles había en el bosque, se quedó enganchada en la narración. Los habitantes del
bosque le sonrieron de verdad cuando terminó y se dejó caer en el banco bajo junto a
Xena.
—Buen trabajo —le susurró Xena al oído—. Muy bien hecho.
Gabrielle se sonrojó, pero con expresión contenta.
—Gracias. Creo que ha salido muy bien —contestó, susurrando a su vez—. Les ha
gustado el poema.
—Claro que sí. A mí también me gusta —replicó Xena y cuando estaba a punto decir
algo más, unos murmullos bajos le llamaron la atención. Volvió la cabeza ligeramente
para captar mejor las palabras de unos cuantos habitantes del bosque, que estaban de pie
detrás de la hoguera. Vio a Jessan entre los que parecían ser algunos de los hombres más
jóvenes. Las pocas palabras que había oído le hicieron sospechar que el tema de la
conversación era ella misma y que Jessan estaba siendo objeto de unas bromas bastante
crueles.
Gabrielle se había percatado del cambio de humor y miró hacia el grupo.
—¿Qué ocurre? —Escudriñó a través del humo del fuego—. ¿Están discutiendo? —
Miró a Xena a la cara, que había adoptado una expresión severa.
—Quédate aquí —masculló Xena—. Está visto que yo también voy a tener que hacer
una actuación por encargo. —Se levantó y se estiró y luego se dirigió hacia el grupo,
que había aumentado y ahora había levantado la voz.
Jessan estaba acorralado contra un árbol y tenía una expresión de rabia en la cara.
Tenía las manos alzadas, como si intentara calmar a la gente, y entonces vio a Xena
apoyada en un poste cercano, observando. Bueno. Lo había oído. Dejó que sus labios
esbozaran una ligera sonrisa agria. La Xena tranquila y relajada que toda su aldea había
visto durante la cena había desaparecido, sustituida por esta guerrera tensa, concentrada
y peligrosa.
Se había corrido la voz, gracias a Deggis, de que ella lo había derrotado... sabía que
sucedería. Ahora todos sus compañeros se lo estaban pasando en grande con sus bromas
pesadas y sus comentarios estúpidos.
—Siempre he sabido que no tienes lo que hay que tener —reía Ectran con regocijo.
Era el más grande de este grupo, casi tan grande como el propio Jessan, no tan alto, pero
con un pelaje mucho más oscuro y un cuerpo más pesado—. ¿Cómo puedes levantarte
siquiera y pisar el suelo de esta aldea, pedazo de rumiante? —Escupió al suelo con
desprecio—. ¡Una humana! ¡Encima una mujer! Seguro que yo podría...
—Seguro que no puedes —Apareció simplemente... ahí. Jessan se estremeció. Ahí e
irradiando tal grado de amenaza que el pelo del cuello se le erizó por pura reacción. Con
esa voz grave y sedosa que se oía claramente en todo el grupo, ahora silencioso,
mientras Xena se enfrentaba a Ectran—. ¿Pero qué tal si lo averiguamos? —continuó,
con una sonrisa, sin apartar los ojos de los de él ni por un instante. Vio que tragaba, con
fuerza—. ¿Qué pasa, es que no tienes lo que hay que tener?
La respiración de Ectran cambió, se aceleró. Alcanzó la espada que llevaba a la
espalda y ella retrocedió un paso, haciéndole sitio para desenvainar. Cuando su espada
salió de la vaina y se lanzó hacia ella, lo esquivó ágilmente y lo dejó pasar. Él se volvió,
ultrajado, y se lanzó de nuevo contra ella, moviendo la espada en una compleja serie de
estocadas. Xena esperó a tenerlo casi encima y entonces desenvainó su propia espada y
paró las estocadas, desviando su mayor peso y penetrando su guardia con unas
estocadas rápidas y hábiles que le afeitaron el pelo del pecho. Se separaron y se
movieron en círculo y entonces él avanzó y se lanzó contra ella con más determinación,
golpeando con auténtica fuerza. Xena se mantuvo en su sitio, contrarrestando cada
estocada con una sólida parada, y de repente pasó al ataque, encontrando los huecos de
su defensa, obligándolo a retroceder, echando entonces el peso hacia delante y, al final
de la serie, lo desarmó con un poderoso y sólido revés que atrapó la espada de él a mitad
de la empuñadura y la lanzó por los aires por encima de las cabezas de los demás.
Lo único que se oyó por encima del chisporroteo del fuego fue el golpe de la espada
al caer en tierra. Ectran se sujetaba la muñeca con la otra mano, con una mueca de dolor.
Se quedó mirando a Xena, quien se puso la espada al hombro y se relajó,
contemplándolos.
—¿Queréis más? —preguntó Xena, con frialdad—. Por mí, encantada. —Se volvió
en círculo despacio y observó al grupo silencioso y pasmado—. ¿Alguien quiere? —
Siguió reinando el silencio—. ¿No? Pues parece que no. —La espada volvió despacio a
su vaina y sus manos se apoyaron en su cinturón—. Las suposiciones son peligrosas —
dijo Xena suavemente, recorriéndolos con la mirada—. Pero yo también —terminó,
echando una mirada a Jessan junto con un ligerísimo guiño, y salió entonces del círculo
de habitantes del bosque para regresar hacia el fuego. Se apresuraron a abrirle paso.
—Os lo dije —suspiró Jessan—. Ectran, vamos a ocuparnos de tu muñeca. —Miró
enfurecido al guerrero más joven—. Has tenido suerte. No tienes ni idea de la suerte que
has tenido.
Ectran lo miró, con los ojos como platos.
—Caray —balbuceó por fin—. Lo siento muchísimo, Jessan... Es que... una humana,
y encima mujer, y chico... caray. Nunca me han golpeado la espada con tal fuerza, ni
siquiera tu padre. —Se frotó la muñeca, con un gesto de dolor, y luego sonrió a Jessan
con aire taimado—. Me encantaría verla en acción. —Miró al grupo ahora sonriente—.
Siempre y cuando no fuera yo contra quien estuviera luchando, claro. —Soltó un silbido
bajo y prolongado y luego miró a Jessan con una ceja enarcada—. Oye... espera un
momento. ¿¿¿Tú aguantaste más de una ronda con ella???
Jessan percibió el nuevo respeto del que estaba siendo objeto. Ya van tres, Xena. Voy
a tener que pensar en algo bien espectacular para darte las gracias. Se rió por lo bajo y
dirigió a Ectran hacia el sanador de la aldea.
—Sí y, chico, qué miedo pasé todo el rato, rezando para no resbalarme. —Sonrió de
mala gana—. Habría perdido una pierna o algo. —Se estremeció al recordarlo—. Es tan
rápida... —Chasqueó los dedos como un látigo—. Es como... es como... —Se encogió
de hombros, algo cohibido—. Es precioso. —Levantó los ojos y se encontró con sus
miradas, que ahora eran de admiración y cierta envidia.
Gabrielle estaba sentada con las piernas cruzadas en la plataforma baja, mirando a
Xena mientras ésta regresaba hacia ella tras su pequeña demostración. La bardo observó
con interés las miradas que seguían a su amiga por el centro de la aldea. Cuando Xena
llegó de nuevo a su altura, dio unas palmadas en el banco y apoyó la barbilla en una
mano que a su vez tenía apoyada en la rodilla.
Xena se dejó caer en el banco, suspirando. Se echó hacia atrás y miró a Gabrielle.
—Bueno, pues ya está. En realidad, ha sido más fácil de lo que esperaba. —Se rodeó
una rodilla con los brazos y se quedó contemplando el fuego, con aire de haber
encontrado algo de interés en su ardiente centro. En sus ojos todavía había un brillo
acerado y sus hombros se estremecían de tensión.
La bardo esperó en silencio hasta que Xena cerró los ojos un momento, tomó aliento
con fuerza y se relajó al soltarlo despacio. Entonces advirtió la mirada de Gabrielle y
ladeó la cabeza para mirarla a su vez.
—¿Un dinar por tus pensamientos? —preguntó, con tono ligero.
—¿En serio quieres oírlos? —respondió Gabrielle, con un tono igual de ligero—.
Mira que un dinar es un precio muy alto. —Eso, Gab... ¿y si dice que sí? ¿Se lo vas a
decir? Más vale que se te ocurra algo rápidamente.
—Sí —dijo Xena, arrastrando la palabra—. Quiero. Tenías una expresión muy
interesante en la cara.
Oh-oh.
—Mmm... ha sido muy bonito lo que has hecho para proteger a Jessan. —La bardo
carraspeó—. Creo que has impresionado a sus amigos. —Sonrió—. Mucho. —Gabrielle
echó un vistazo a la cara de Xena, donde había una ligera sonrisa indulgente y una ceja
enarcada devolviéndole la mirada. Vale, no se lo traga. Pero no va a insistir. Será
mejor... que empiece a trabajar en esta historia, antes de que se me desboque la
imaginación.
—Ya —comentó Xena con humor—. Lo que tú digas. —Observó el rubor que subía
despacio por el cuello de Gabrielle mientras la miraba y entonces se echó a reír
ligeramente. A veces... podría jurar que sabía exactamente lo que estaba pensando
Gabrielle. Era... una idea muy extraña. Su mente lógica le dio una respuesta:
probablemente captaba el lenguaje corporal subliminal de la bardo, lo cual sería normal,
dado todo el tiempo que pasaban juntas. Dio vueltas a esa idea en la cabeza durante un
rato y luego la abandonó y se quedó mirando el fuego, sin ver.
Desayunaron con Lestan y Wennid a la mañana siguiente, mientras se preparaban
para regresar a la ciudad de Hectator. Sus guardias habían sido bien tratados, pero
Hectator estaba deseoso de volver a casa y desmovilizar a las tropas que probablemente
seguían preparándose.
—Bueno, han sido dos días inesperados pero estupendos —dijo Hectator con tono de
guasa, mirando a Xena, que entraba en ese momento seguida de Jessan.
Xena se encogió de hombros, pero sonrió.
—Primero te ofrecí una explicación —comentó, sentándose al otro extremo de la
mesa—. No es culpa mía que decidieras no escuchar.
Hectator se frotó la mandíbula, que seguía dolorida.
—Una lección para mí. —Pero le sonrió—. Se me había olvidado lo fuerte que pegas.
—Obtuvo una ceja enarcada como respuesta—. Intentaré recordarlo para la próxima.
Lestan los miraba algo desconcertado. Humanos. Bromeando. En su casa. Imposible.
Se sacudió y ofreció caballos a sus invitados para el regreso. Se reunieron fuera para
despedirse: la guardia de Hectator, que seguía acampada en el río, se estaba poniendo
nerviosa. Hectator se montó en un hermoso semental ruano de mirada dulce y le dio una
palmadas en el cuello con aprecio. Xena se montó en Argo y luego, al ver la dolorida
expresión de Gabrielle mientras contemplaba el caballo que le habían ofrecido, una
bonita yegua pía, se echó a reír y alargó un brazo.
—Vamos. —La bardo la miró mortificada, pero con alivio—. Odia cabalgar —le
comentó a Hectator, que las miraba risueño, e izó a Gabrielle, colocándola detrás de ella
sobre la paciente Argo—. Argo está acostumbrada a llevar doble carga.
Jessan les agarró las rodillas como gesto de despedida, pues ya las había abrazado en
el suelo.
—Cuidaos —les aconsejó—. Volved por aquí cuando tengáis ocasión.
Lestan se acercó a ella por el otro lado y colocó una gran mano sobre el cuello de
Argo.
—Como dice mi hijo, volved por aquí. Tengo la sensación de que tenemos muchas
historias que contarnos. —La miró a los ojos—. Además, —ahora sonrió y se pareció
mucho a su hijo—, todos mis guerreros me están exigiendo que te pida lecciones. —Sus
ojos y los de Xena se encontraron e intercambiaron una mirada risueña de
entendimiento—. Por favor, venid, cuando podáis —terminó Lestan, alzando la mano
para estrechar la de ella.
Xena asintió.
—Lo haremos. —Volvió la cabeza de Argo y la azuzó para que se dirigiera hacia la
puerta de la aldea.
Gabrielle intercambió un guiño con Jessan y saludó a Wennid agitando la mano. Una
larga visita, con la oportunidad de absorber las historias de una cultura totalmente
nueva... sonrió alegremente.
—Eso sí que va a ser divertido —murmuró al oído de Xena y la guerrera le respondió
con una risa baja.
—Sí —asintió Xena, guiando a Argo con movimientos expertos—. Tengo la
sensación de que lo va a ser, y además no va a pasar mucho tiempo hasta entonces.
3
—La cosecha ha sido buena —le comentaba Hectator a Xena mientras cabalgaban
deprisa hacia la ciudad, rodeados de sus desconcertados guardias—. Y hemos empezado
a construir un pabellón dentro de los muros de la ciudad. Ya lo verás. —Dirigió una
mirada a la mujer que cabalgaba a su lado—. Os quedaréis unos días, ¿verdad? Te debo
por lo menos un banquete.
Xena se echó a reír.
—Claro. —Miró por encima del hombro a Gabrielle, que por el momento estaba
callada. Probablemente trabajando en otra historia—. Veníamos hacia aquí antes de
desviarnos. —Se estiró en la silla de Argo y volvió a acomodarse—. Lo decía en serio:
habría preferido contribuir a tu economía local.
Hectator se rió por lo bajo como respuesta.
—Pues ha salido bien. —Miró hacia delante, donde se veía una pequeña nube de
polvo—. Ah. Un comité de bienvenida. —Se quedaron mirando la nube de polvo, que
se iba haciendo más grande, y entonces Xena se puso tensa. Su vista más aguda había
distinguido algo que Hectator no: los rostros llenos de pánico y los flancos sudorosos de
los jinetes y los caballos que se dirigían hacia ellos.
—Parece que hay problemas, Hectator. —Puso a Argo a medio galope, seguida
rápidamente por el príncipe y sus guardias. Se reunieron con los jinetes que se
acercaban en medio de un remolino de patas en movimiento y animales resollantes. El
jefe de los jinetes desmontó a toda prisa de su animal y se acercó al estribo de Hectator,
con el pecho jadeante.
—Mi señor... un ejército... viene hacia la ciudad. —Tosió—. Mi señor, son miles. —
Se quedó mirando a Hectator, con los ojos desorbitados.
—Por Hades —musitó el príncipe—. Debe de ser Ansteles. —Se volvió hacia Xena
—. Sal de aquí, Xena... lo digo en serio. Ésta no es tu lucha y yo sólo puedo movilizar a
cuatrocientos hombres. —Luchó con las riendas de su caballo, ahora inquieto al percibir
las emociones de Hectator—. Al menos tenemos la posibilidad de evacuar a los no
combatientes.
Xena se quedó sentada en Argo en silencio por un momento, observándolo. Era
absolutamente consciente de la presencia de Gabrielle, que esperaba aguantando la
respiración justo detrás de ella. Por fin, suspiró.
—Lo siento, Hectator. —Una ligera sonrisa, una repentina tensión en los brazos de
Gabrielle—. Vas a tener que aguantarme un tiempo. —Un apretón por parte de la bardo.
Respondió con una leve risa por lo bajo que sabía que Gabrielle podía notar—. Vamos.
Tenemos que hacer planes. —Se le ocurrió una cosa y volvió la cabeza para hablar con
Gabrielle.
—Ah, no —soltó la bardo, echándole a Xena una mirada de advertencia—. Ni lo
pienses siquiera.
—Gabrielle... —empezó Xena, haciendo un gesto tranquilizador con una mano.
—He dicho que no. Y ya está —contestó Gabrielle, con una mirada furiosa. Abrió la
boca para añadir algo más, pero Xena se adelantó a ella, tapándosela con la mano.
—Sshh. No te voy a enviar lejos del peligro. —Apartó la mano con cautela y obtuvo
un silencio relativo.
—¿No? —preguntó Gabrielle, extrañada.
—No —respondió Xena—. Pero me gustaría que cogieras el caballo de Hectator y
que avisaras a Lestan. Si Ansteles toma la ciudad, su aldea será la próxima. —Vio las
nubes de tormenta que se acumulaban en los ojos de su amiga—. Luego vuelve aquí lo
antes posible. —Sus ojos enviaron un ruego a Gabrielle—. Se merecen un aviso.
Por fin, la bardo asintió despacio. Pasó una pierna por encima de los cuartos traseros
de Argo y se deslizó hasta el suelo. Ante su sorpresa, Xena hizo lo mismo, de modo que
las dos quedaron ocultas a los guardias que esperaban. Gabrielle vaciló, mirando a Xena
a los ojos en busca de una explicación.
—¿Qué? —preguntó, al ver que la guerrera no hablaba.
—Escucha —contestó Xena, buscando las palabras con evidente esfuerzo—. Si
dependiera de mí, te quedarías en la aldea de Lestan. Esto no va a ser bonito, Gabrielle.
—Alzó una mano para atajar las protestas que ya se estaban formando en los labios de
su amiga—. Pero sé que no depende de mí y que no te quedarás. Así que, por favor, date
prisa y ten cuidado.
Gabrielle respiró hondo y asintió.
—Vale. Me daré prisa. —Espero. Aceptó de mala gana las riendas del ruano de
Lestan de manos de Hectator, que se ofreció para ayudarla a subir al caballo. Le sonrió
con ironía—. No hace falta, gracias. No me gusta, pero sé hacerlo. —Se montó en el
caballo y le dio unas palmaditas en el cuello—. Venga, caballo. Vamos a volver a casa.
Xena la vio marchar con una mezcla de orgullo triste y auténtica preocupación.
Bueno, ha salido mejor de lo que esperaba siquiera, pensó, resoplando en silencio. Mi
técnica debe de estar mejorando. Se volvió hacia Hectator, que se estaba montando de
nuevo en uno de los caballos de su guardia.
—Vámonos —dijo—. Ese ejército no va a esperar.
Hectator la miró.
—Xena... —Su atractivo rostro se puso muy serio—. No tengo fuerzas suficientes
para detener a Ansteles, si es que se trata de él. Y los dos nos odiamos desde hace
muchísimo tiempo. No habrá posibilidad alguna de negociar. —Acercó su montura a
Argo y bajó la voz—. Por favor... no quiero verme en el Tártaro con tu muerte sobre mis
hombros también.
Xena lo miró con una ceja enarcada.
—Primero, si piensas que vas a morir, morirás. —Se le desenfocó la mirada un
momento y luego volvió a centrarse—. Segundo, siempre hay posibilidades. —Permitió
que una sonrisa acudiera a sus labios—. Tercero, si me veo en el Tártaro contigo por
culpa de esto, te garantizo que lo lamentarás. —Le dio un leve puñetazo en el hombro
—. Veamos qué opciones tenemos antes de dedicarnos a planear nuestra vida en el más
allá.
Hectator vaciló, pero se dio cuenta de que sus guardias a la escucha miraban a Xena
con algo parecido al alivio. La miró y luego suspiró.
—Bueno, tenía que intentarlo —masculló cohibido—. Y seguiré intentándolo. —
Volvió la cabeza de su montura e hizo un gesto a sus guardias para que emprendieran la
marcha—. Vamos allá.
Gabrielle no vaciló al llegar al río que marcaba la frontera, sino que se lanzó de lleno
a él. Los cascos del caballo levantaron una ligera espuma, que la caló de agua helada.
Brr. Pero sólo duró un segundo y de nuevo se encontró entre la hierba.
Cuando estaba a medio camino de la línea de árboles, una gran figura se alzó delante
de su montura y levantó la mano para detenerla.
—Tengo que hablar con Lestan —le dijo al guardia—. Es importante.
El alto habitante del bosque la miró solemnemente y luego le hizo un gesto para que
siguiera adelante.
—Puedes pasar —dijo con voz grave.
—Gracias —asintió ella. Volvió con decisión la cabeza de su montura y se dirigió
hacia los árboles. Ahora se sentía presa de la urgencia e hizo algo que nunca había
hecho: puso al galope al caballo, que estaba bien dispuesto a ello. Era terrorífico... y
emocionante, se reconoció a sí misma con franqueza. Ya no controlaba al inmenso
animal: éste había olido su hogar y tenía ganas de correr. Aunque la verdad es que
parece mucho más fácil cuando lo hace Xena. Xena parece tan a gusto a caballo...
dioses, ojalá yo pudiera hacer lo que hace ella... debe de estar muy bien eso de poder
hacer sin más todas esas cosas.
Gabrielle notó que el caballo echaba a correr a galope tendido, haciendo que el pelo
se le echara hacia atrás dolorosamente. Se agarró a su cuello con todas sus fuerzas y él
no bajó el ritmo hasta que llegaron a las puertas de la aldea misma, y así y todo no frenó
gran cosa. Entraron al galope y Gabrielle apenas consiguió dirigirlo a la casa de Jessan.
A su alrededor se oían pisadas de carreras, como reacción a su violenta llegada.
Gabrielle detuvo con dificultad al sudoroso caballo y se dejó caer de su lomo,
agarrándose a la espesa crin para sujetarse. Miró a su alrededor y vio a Jessan, que venía
hacia ella, tras haber saltado del porche con una expresión de pasmo al reconocerla.
—¡Gabrielle! —exclamó Jessan, extrañado por su repentina aparición—. ¿Qué haces
aquí? ¿Ha ocurrido algo cuando volvíais? —La agarró de los hombros con delicadeza,
mirándola a los ojos con expresión preocupada.
—No, bueno, sí, pero no es lo que estás pensando —consiguió decir Gabrielle entre
jadeos—. Es un ejército.
Jessan se puso pálido bajo el pelaje.
—Espera. —Se volvió a su primo más cercano—. Llama a Lestan.
—Estoy aquí. —La voz grave sonó por encima de su otro hombro. Lestan miraba por
encima del hombro de su hijo con preocupación—. ¿Un ejército? —Observó a Gabrielle
—. ¿De quién? ¿Dónde? ¿Cuándo?
La bardo se lo explicó rápidamente, ahora que había recuperado el aliento.
—Así que Xena quiso que os avisara... porque cree que si toman la ciudad, pues... —
terminó.
Lestan la miró con desconfianza.
—¿Y qué quiere que hagamos? —Aliados o no... ésta no es nuestra lucha, pequeña
bardo.
Gabrielle se quedó parada y lo miró fijamente.
—No me dijo que os pidiera que hicierais nada —contestó, extrañada—. Sólo me
dijo que os merecíais un aviso. —Observó a los habitantes del bosque que la rodeaban,
advirtiendo el interés en sus rostros—. ¿Hay algún problema con eso?
—Ah —fue lo único que contestó Lestan—. Nos tomamos el aviso muy en serio.
Gracias. —Hizo un gesto a varias personas para que lo precedieran a su sala de
reuniones y cerró la puerta, sin hacer caso de los crecientes murmullos de interés.
Jessan la miró preocupado.
—¿Y Xena cree que tomará la ciudad? —preguntó, en voz baja. Todavía la rodeaba
con los brazos para sostenerla y ella no protestó.
Gabrielle se quedó pensando un buen rato en las palabras de despedida de Xena y en
la expresión de su cara.
—Pues no lo ha dicho, pero sí... creo que eso es lo que piensa. —Se mordisqueó el
labio—. Hectator sólo puede movilizar a cuatrocientos hombres. —Volvió a levantar la
vista para mirarlo—. Me tengo que ir. Le prometí a Xena que me daría prisa.
Jessan echó hacia atrás la cabeza dorada y se quedó contemplando las estrellas
pensativo.
—Espera un momento —le dijo suavemente a la bardo. Esto es, lo noto. A esto es a
lo que estoy destinado. Los dioses han conspirado para reunirnos a todos justo para
esta ocasión. Percibo la astuta mano de Ares... lo sé y me dirijo a ello con los ojos
abiertos y la espada en alto—. Te llevaré de vuelta —dijo por fin, apoyando la barbilla
en el pecho y mirándola—. Deja que coja mis cosas. —La llevó al interior de su casa y
abrió una puerta de la zona del fondo. Su cuarto, al parecer.
Gabrielle miró a su alrededor, con curiosidad. La habitación era bastante pequeña y
no tan atestada como esperaba. Había una gran cama redonda en una esquina, parecida a
la que habían usado Xena y ella, cubierta con unas gruesas colchas en tonos azules y
verdes. De las paredes colgaban esteras de caña, pintadas con representaciones bien
hechas del bosque que los rodeaba.
—Qué bonito —comentó.
—Gracias. Las he pintado yo —contestó Jessan, distraído, mientras sacaba varios
objetos de un baúl situado al pie de la cama—. Espada, cota de combate, armadura para
las piernas... creo que eso es todo. —Se levantó con los brazos cargados y sonrió por la
sorpresa que se veía en la cara de la bardo—. ¿Qué... creías que sólo sabíamos hacer
flechas o algo así? —Sus ojos dorados chispeaban risueños—. Y yo que pensaba que
tenías una mente abierta.
Gabrielle se sonrojó.
—Me lo merezco —reconoció con una sonrisa cohibida—. Ya debería saberlo,
después de llevar tanto tiempo viajando con Xena.
—Oh —dijo Jessan, con una sonrisa maliciosa—. ¿Ella también pinta? —En sus ojos
bailaba la risa—. No tenía ni idea.
—¿Que si pinta? No —se rió Gabrielle—. Pero sabe hacer muchas cosas. —Otra
risita al ver su fingida expresión de inocencia y sus cejas arqueadas.
—Bueno, eso... —dijo Jessan despacio con una amplia sonrisa—. Eso sí que me lo
creo. —Levantó de nuevo la armadura y se volvió hacia la puerta justo cuando se
estrellaba hacia dentro por la fuerza de la mano de Lestan.
—Jessan... —Se detuvo en seco, al ver lo que llevaba su hijo en los brazos—. ¿Qué
es esto? ¿Dónde te crees que vas? —Entró en la habitación, echando una mirada algo
desconfiada a Gabrielle.
—Voy a luchar con nuestros nuevos aliados, padre —contestó Jessan, dejando su
carga en el suelo y, en cambio, empezando a armarse—. Les vendría bien un poco de
ayuda. —Esquivó los ojos de su padre.
—¡¡¿¿Qué??!! —El rugido de Lestan sacudió la casa como un terremoto. Sus ojos
ambarinos atravesaron a su único hijo como una llamarada, mientras Jessan se armaba
muy tranquilo—. ¡Esto no es asunto tuyo! —Se acercó a su hijo—. ¿Es que estás loco?
¡Tienes tantas posibilidades de morir a manos de nuestros nuevos aliados como a manos
de sus enemigos! —Golpeó el baúl con el puño—. No, Jessan... te prohíbo que lo hagas.
Jessan se detuvo y luego levantó la vista para mirar a Lestan.
—No puedes —dijo con calma—. Elijo este camino sabiendo dónde termina, padre.
—Se puso la cota de combate y se colocó las placas en capas sobre los anchos hombros.
Se volvió y miró a Lestan a los ojos—. Además, ¿qué símbolo más tangible de nuestra
nueva alianza podrías desear tener que tu hijo luchando en defensa de su ciudad? —
Descubrió los colmillos—. Padre... esto me está llamando. Tengo que ir. —Se puso la
correa de la espada y se colocó con firmeza a la espalda la larga espada de una batalla
del pasado. Luego se volvió y, clavando los ojos en la cara atribulada de su padre, se
arrodilló ante él. Oyó la exclamación sofocada de su padre—. Bendíceme —rogó
Jessan, suavemente. El ruego tradicional cuando un hijo del bosque partía hacia el
campo de batalla por primera vez—. Eres mi padre y el río que ha engendrado el arroyo
que soy yo. —Tragó y siguió adelante—. Envíame al combate con tu bendición.
Respeta mi decisión. —Por un momento, pensó que Lestan no lo iba a hacer, y luego
vio las lágrimas que llenaban los ojos de su padre.
—Eres mi hijo —consiguió decir Lestan—. Eres la antorcha encendida con el fuego
de mi corazón y te envío a tu futuro con mi bendición. —Colocó las dos manos sobre la
cabeza dorada de Jessan—. Mi corazón se estremece al enviarte por este camino, Jessan,
pero... por Ares... tu decisión y la mía habrían caminado juntas por el bosque. —Agarró
la cara de Jessan y se quedó mirando a su hijo a los ojos largo rato—. Respeto tu
decisión —añadió por fin, con voz áspera. Luego se fue y la habitación quedó en
silencio. Jessan se alzó, algo estremecido, y se volvió para mirar a la silenciosa
Gabrielle.
—Es hora de irse —susurró.
—¿Estás seguro, Jessan? —susurró Gabrielle a su vez—. Ésta realmente no es tu
lucha.
—Ah... Gabrielle —sonrió su alto amigo—, qué equivocada estás. Es precisamente
mi lucha. —Señaló hacia la puerta y luego vaciló—. Pero... tú podrías quedarte aquí,
¿sabes? Eres muy experta con la vara, pero eso no sirve de mucho contra espadachines a
caballo. —Supo su respuesta antes de que ella se la diera. Por supuesto. Qué estupidez
por su parte mencionarlo siquiera. Para ella era tan imposible mantenerse al margen
como para él.
—No —suspiró la bardo—. No, tengo que ir. —Se dirigió hacia la puerta por delante
de él—. No sé explicarlo bien...
Jessan se rió suavemente.
—No, no sabes, ¿verdad? —murmuró por lo bajo, pero ella lo oyó y lo miró
sorprendida—. Aahh... quiero decir... Bueno, vámonos. —Le hizo un gesto para que lo
precediera y en ese momento los detuvo su madre, que lo miraba con dolorosa tristeza.
Sus ojos se encontraron y ella lo estrechó entre sus brazos sin decir palabra y lo acunó
como a un niño. Luego se echó hacia atrás y le dio un beso en la cabeza. Sólo cuando él
le devolvió el beso, se volvió hacia Gabrielle.
—Niña, tráelo de vuelta de una sola pieza y yo te lo explicaré. Creo que lo
comprendo mejor que mi hijo. —Wennid le sonrió con tristeza. ¡Ni siquiera se da
cuenta! Qué ciegos son los humanos.
Gabrielle esperó a estar fuera y, de hecho, hasta que Jessan estuvo montado en Eris
antes de soltar:
—¿¿Pero de qué estaba hablando?? —Agarró el brazo que le ofrecía Jessan, que la
subió a los anchos cuartos traseros de Eris.
Aaiijj. Ahora Jessan estaba atrapado. ¿Debía explicárselo? Caray... era un tema en el
que no creía que debía entrar con ella... ahora no, no en la víspera de una batalla. No...
sin hablar también con Xena.
—No me lo preguntes ahora, por favor, Gabrielle. —Volvió la cabeza de Eris hacia la
puerta y emprendió el largo camino a la ciudad—. Pregúntamelo cuando haya acabado
todo esto.
Gabrielle le clavó puñales visuales en la espalda. Secretos, otra vez. Los odiaba. ¿De
qué hablaban Jessan y su madre? Sabía que tenía que ver con ella, de una forma difusa.
¿Explicarme el qué? ¿Que comprende mejor el qué? ¿Qué tiene Wennid que pueda
llevarla a explicar algo que comp... Oh. Un momento. La bardo se quedó quieta, atónita
ante una súbita idea. Qué va. Qué tontería. Se encogió de hombros y se acomodó para
esta cuarta ronda de lo que se estaba convirtiendo en un trayecto muy desagradable.
Tenía tiempo más que suficiente para pensar en lo tonta que era su idea.
Xena y Hectator estaban en la muralla, observando una nube lejana que se acercaba y
escuchando los chasquidos mientras el viento hacía trizas sus estandartes. Los dos
estaban de un humor sombrío, pues sólo tenían trescientos noventa y dos hombres para
proteger el castillo, y se enfrentaban a un ejército cada vez más cercano que sumaba
cerca de mil doscientos y contaba con buenas armas y buenos caballos. Xena se había
puesto la armadura extra que rara vez se ponía ya, y se había guardado en varios sitios
unos cuantos puñales más con sus correspondientes fundas. Estaba sentada con calma
en la parte superior de la muralla y sus ojos contemplaban las tropas que se avecinaban.
Hectator la miró, impresionado a su pesar. Ella sabía que se trataba de una causa
perdida. No habría amnistía ni tratados: con Ansteles no. Su rencor hacia Hectator era
antiguo y bien alimentado. Sólo le cabía la esperanza de plantar cara con valor y
evacuar a todos los no combatientes a los alrededores. Mañana moriría en este campo,
lo mismo que sus tropas y, muy probablemente, esta hermosa mujer que estaba sentada
con engañosa tranquilidad en su muralla.
Una vez más.
—Xena. —Con osadía, la agarró del hombro y ella se volvió para mirarlo a los ojos.
Él se estremeció—. No hagas esto. Aquí no tienes nada que demostrar. Márchate...
llévate a Gabrielle. —Le tocó su punto débil con delicadeza. Lo sabía y ella también—.
No la obligues a ver esto.
Despacio, ella le sonrió.
—Hectator, agradezco tu preocupación. En serio. —Volvió a mirar al horizonte—.
Gabrielle conoce el peligro. No es como si no hiciéramos esto todo el tiempo. —Me ha
visto morir dos veces. Nada nuevo—. Digamos que me estoy jugando la vida contra mi
propio buen juicio. —Se levantó, cruzó el estrecho muro y se quedó mirando hacia la
puerta del castillo. De la oscuridad del bosque, diminuto en la distancia, surgió un
animal negro al galope cuyo primer jinete atrapaba los últimos rayos del sol, que hacían
arder su pelaje dorado. Bajando la vista, Xena se sonrió en silencio.
—Ahí está el castillo —comentó Jessan, volviéndose hacia Gabrielle, que guardaba
silencio. No había dicho gran cosa durante el trayecto, lo cual era inusual—. ¿Estás
bien?
Gabrielle asintió.
—Bastante. —Contempló las torres del castillo, donde apenas distinguía una figura
alta que destacaba contra el cielo teñido de ocaso. A esta distancia no le veía la cara,
pero la forma y una sensación interna que Gabrielle hacía poco que había empezado a
percibir le dijeron quién estaba allí, observando. En su cara se dibujó una leve sonrisa
—. Vamos dentro.
El guardia de la puerta se sobresaltó al ver a Jessan, de eso no cupo duda. Gabrielle
se apresuró a tranquilizarlo, mientras el alto habitante del bosque observaba en silencio.
El hombre asintió cuando ella se lo explicó.
—Sí, conocemos el tratado. Es que no nos esperábamos... —Levantó los ojos hacia
Jessan—. No es que no nos venga bien tu ayuda.
Está asustado, pensó Jessan, sorprendido. Ah... a los humanos no les gusta el
combate en realidad, salvo a unos pocos. Se me había olvidado.
—¿Podemos entrar? —preguntó, apaciblemente, mirando al guardia con una ceja
enarcada.
—Claro... claro —El guardia, avergonzado, se quitó de en medio—. Mm... —Se
volvió hacia Gabrielle—. Xena me dijo que estuviera atento a tu llegada... Hectator y
ella están...
—En lo alto de la muralla. Gracias —contestó Gabrielle, distraída. Cruzó la puerta y
se dirigió a la gran entrada, que estaban preparando para el asedio.
Jessan corrió detrás de ella, la agarró del brazo y frenó su avance.
—¿Cómo lo sabías? —preguntó, ladeando la gran cabeza con una expresión cómica
—. Dónde estaban, me refiero. —A esta distancia, él desde luego que no podía percibir
a Xena, de modo que...
Gabrielle se encogió de hombros.
—Porque la he visto ahí arriba, claro. —Lo miró con curiosidad—. ¿Cómo creías que
lo sabía? —Frunció el ceño—. No te me irás a poner todo místico, ¿verdad? O sea, es
una explicación perfectamente razonable.
—Aaiijj —farfulló Jessan—. Sí. O sea, no. O sea... oh, por Hades. —Le puso una
mano en el hombro y la guió hacia las escaleras—. Olvida la pregunta. —Pero sabía que
ella no lo iba a hacer. Sabía que iba a tener que darle alguna explicación estúpida. Por
Ares, qué imbécil era en ocasiones—. No, es decir, no olvides la pregunta.
Gabrielle se limitó a mirarlo y a esperar, mientras continuaba el largo ascenso.
—Uuf... vale... —suspiró él por fin—. Pensé que tal vez podíais... es decir, nosotros
podemos... así como... percibir... a la gente. —Jessan la miró a la cara un momento—.
Así que... pensé que a lo mejor... aunque por lo general los humanos no pueden... pero
vosotras sois únicas, así que tal vez... mm... vosotras también podíais.
—Ah. —Gabrielle reflexionó sobre ello un momento—. Pues sí. Es decir, Xena lo
hace todo el tiempo —comentó—. Y supongo que yo también puedo, al menos con ella,
un poco. —Lo miró, aliviada—. ¿Eso es todo? Pues podrías haber preguntado. Dado
como te habías puesto, pensé que era algo... no sé qué pensé que era.
—Xena lo hace todo el tiempo —repitió Jessan, sin comprender—. ¿Todo el tiempo?
—Siguió subiendo en silencio durante un buen rato—. Increíble.
—Pues sí. —Gabrielle se rió ligeramente, agarrándose al pasamanos para ayudarse a
subir—. Yo creía que era una de esas... ya sabes, esas cosas de los guerreros. Como lo
que os enseñan en la escuela para guerreros o donde sea que aprendéis todas esas cosas.
—Miró irritada el final de las escaleras allá en lo alto—. En lo más alto de la torre, ¿eh,
Xena? Te vas a enterar.
Jessan siguió subiendo, profundamente pensativo. Por fin:
—Gabrielle.
—¿Sí? —contestó la bardo, mirándolo—. ¿Qué?
—¿Te puedo hacer una pregunta sin que te enfades conmigo? —Jessan la miró, con
cierta preocupación. Xena es mucho más fácil de calibrar que ésta. Ésta tiene unas
honduras que yo no comprendo.
Gabrielle se paró en seco y se puso en jarras.
—¿Qué? ¿Qué podrías preguntarme para que me enfadara, Jessan?
El alto habitante del bosque se detuvo también y la miró, con expresión seria en sus
ojos dorados.
—¿Recuerdas cuando os conté la historia de mis padres? —Vio que arrugaba la
frente.
—Sí —contestó Gabrielle, despacio. ¿A dónde quiere ir a parar con esto? ¿De
verdad quiero saberlo? Probablemente no.
—¿Recuerdas cuando me preguntaste si se habían enamorado? Y yo dije que un
vínculo vital es más que amor, es un vínculo que va más allá... —Se detuvo al ver la
expresión de su cara. Un espejo de lo que había visto al contarlo la primera vez—. ¿Por
qué eso quiere decir algo para ti? —Jessan esperó, incómodo, sin saber si ella iba a
contestar. Se maldijo por entrometerse, por abrir la boca para empezar. Esto no era
asunto suyo. Además, no se lo iba a decir, lo veía en sus ojos.
Gabrielle se volvió y siguió subiendo las escaleras. Al cabo de un momento, Jessan se
reunió con ella.
—Perdona —dijo, con cautela—. No pretendía...
—No, no pasa nada, Jessan —murmuró Gabrielle—. Es lo de más allá de la muerte.
Nosotras hemos pasado por eso. —Miró su cara pasmada—. Supongo que me ha
afectado.
—Oh —contestó Jessan, con un tono muy apagado—. Eso expli... caray. Lo siento,
Gabrielle. —Bueno. Lección número uno. No des nada por supuesto con respecto a los
humanos. Especialmente éstas.
—No pasa nada, Jessan —replicó Gabrielle—. Ahora ya puedo con ello bastante
bien. —Le sonrió—. Cosas que pasan, ¿no?
—Sí —contestó Jessan, con el mismo tono exacto que empleaba la propia Xena
cuando quería decir precisamente todo lo contrario. Llegaron a lo alto de las escaleras y
Jessan alargó una mano enorme para abrir la puerta.
Pisadas en las escaleras superiores. Los dos se volvieron para mirar cuando se abrió
la puerta de la parte superior de la muralla y salió Gabrielle, seguida de la mole y el
color inconfundibles de Jessan. Xena se fijó en la bardo al acercarse a ellos y notó la
expresión algo tensa de Gabrielle.
—¿Estás bien? —preguntó en voz baja cuando estuvieron más cerca.
—Sí —contestó Gabrielle escuetamente—. Sólo un poco cansada. —Sonrió a Xena
fugazmente—. Demasiados caballos para un solo día. —Xena asintió y luego prestó
atención al habitante del bosque.
—Jessan. —Xena pronunció su nombre como si lo saboreara—. No tienes ninguna
obligación de estar aquí. —Levantó los ojos para mirarlo—. Esto no va a ser una
práctica de combate. —Sus ojos azules capturaron los dorados de él.
—Lo sé —contestó Jessan, con una carcajada grave resonando en su pecho—. Como
le he dicho a mi padre, entro en esto con los ojos abiertos. —Sonrió, lo cual revistió su
rostro feroz de una expresión increíblemente dulce—. Me ha bendecido, me ha enviado
a la batalla y ya lo estoy pasando en grande. —Se le iluminó la cara—. Estoy deseando
luchar a tu lado.
Xena frunció los labios pensativa y luego su mirada se hizo más cálida con la
comprensión que hay entre personas afines.
—Ya me siento mejor —comentó, viendo cómo se le iluminaba la cara de placer por
el cumplido. Al contrario que Hectator, al contrario que la inmensa mayoría de los
soldados que se preparaban abajo, Jessan era el único que sentía la intensa punzada de
emoción que ella también sentía. Él lo vio en sus ojos y los suyos lo recibieron con un
destello solemne.
Ella se levantó y señaló hacia la puerta.
—Deberíamos descansar un poco mientras podamos. —Dirigió una mirada al
horizonte—. Estarán aquí hacia el amanecer. —Miró a Gabrielle, que estaba apoyada en
el muro cercano, con aire exhausto—. Tú también. ¿Cuánto has montado a caballo hoy?
—añadió la guerrera, en broma—. ¿Crees que ya te va gustando?
Gabrielle consiguió sonreír, aunque no veía nada que mereciera una sonrisa. Al ver la
armadura extra que rodeaba a su amiga, había sentido un escalofrío por la espalda como
reflejo. También percibía la fiebre reprimida de Xena que iba en aumento y sabía que
ésta era una faceta de la guerrera que no entendía, que no le era posible comprender, del
mismo modo que Xena no podía concebir cómo ella reunía los detalles deslavazados
para crear un impresionante relato. Bueno, ahora no podía pensar en eso.
—Sé que mañana lo lamentaré. —Se apartó del muro y se acercó a ellos—. ¿He oído
a alguien mencionar la cena?
Xena se rió por lo bajo y la llevó hacia la escalera con una mano en el hombro de
Gabrielle.
—Tú siempre igual. —Hizo un gesto a Hectator y Jessan para que las precedieran y
los observó mientras desaparecían en la oscuridad de la escalera. Entonces se volvió
hacia Gabrielle y el humor desapareció de su cara—. ¿Seguro que estás bien? —Xena
examinó la cara de la bardo—. Pareces un poco tensa.
Gabrielle le sonrió brevemente.
—Sí, estoy bien. Sólo cansada, de verdad. Pero gracias por preguntar. —Empezó a
bajar las escaleras—. Y me muero de hambre —añadió, con una sonrisa guasona en
dirección a Xena.
Xena resopló.
—¿Y cuándo no? —dijo, sofocando una risa.
Bajaron a un patio inmerso en una sombría actividad. Ahora que había oscurecido,
hasta los ruidos parecían apagados, mientras los soldados y los ciudadanos de la ciudad
de Hectator se preparaban para el ataque que tan rápidamente se avecinaba. El patio
mismo estaba inundado de pilas de armas y armadura y del ruido de las antorchas
agitadas por el viento constante.
Jessan era consciente de las miradas subrepticias que recibía, sorprendido de que no
hubiera más hostilidad de la que percibía, y entonces cayó en la cuenta de que estas
personas estaban mucho más preocupadas por la idea de la pérdida y la muerte que por
unos extraños seres del bosque caminando entre ellas. Lo veía en sus caras, en sus
movimientos constantes y precisos, en sus miradas ceñudas. Tan fuerte era la sensación
que pesaba sobre este lugar como un sudario, nublándole la Vista más que la visión.
Echó una mirada a Hectator, que caminaba a su lado, sumido en sus propios
pensamientos lúgubres, y se acercó un poco más a él.
—Hectator —murmuró, suavemente. El príncipe levantó la mirada, algo sobresaltado
—. Sé que no te será de mucho consuelo, pero me alegro mucho de estar aquí para
ayudar —continuó el habitante del bosque, en voz baja—. Tal vez las cosas vayan mejor
mañana de lo que esperas.
Hectator suspiró.
—Jessan, no sé por qué estas aquí siquiera. No es que no lo agradezca. —Miró al
hombre más alto con desesperación en los ojos—. ¿Por qué? ¿Por qué te juegas la vida
en esto, cuando hace dos días me estaba preparando para atacar tu aldea? ¿Por qué nos
ayudas? No lo entiendo. No te entiendo a ti y no la entiendo a ella. —Echó una rápida
mirada por encima del hombro a las mujeres apenas visibles que los seguían—. Yo que
tú, saldría al galope de aquí todo lo deprisa que pudiera llevarme mi caballo.
—¿Eso harías? —preguntó Jessan, apaciblemente—. Lo dudo. —Le echó su sonrisa
cálida y dulce—. La vida es una lucha, Hectator. Todos lo sabemos. Supongo que
cuando puedes elegir el sitio donde hacer frente a algo, lo haces. —Bajó la mirada al
suelo y la subió de nuevo—. Al menos yo lo hago. —Un vistazo hacia atrás—. Y no
puedo hablar por Xena, claro está, pero creo que ella también lo hace.
—¿La conoces desde hace mucho? —preguntó Hectator, olvidando por un momento
su melancolía gracias a una vaga curiosidad.
Jessan se echó a reír.
—Quince días. —Sus ojos destellearon—. Y me parecen toda una vida. —Se
encontró con la mirada asombrada de Hectator—. Me rescató de una aldea al otro lado
de esta región. —Adivinó fácilmente la pregunta tácita en el rostro del príncipe—. Y sí.
Esto lo hago más por ella que por ti. ¿Contento?
Hectator se quedó callado un momento, asimilando esta información. Luego asintió y
sonrió a Jessan tensamente.
—Puedo... comprender... tus motivos —reconoció—. Pero creo que estarías aquí de
todas formas. —Miró con una ceja enarcada a Jessan, que le sonrió mostrando los
dientes como respuesta.
—Los humanos no estáis tan mal después de todo —comentó alegremente—. Al
menos algunos de vosotros. —El habitante del bosque levantó una mano para abrir de
un empujón la puerta de la cámara interna, donde los trabajadores del castillo habían
reunido alimentos para los habitantes de la ciudad—. Mmm... qué bien huele —comentó
con aprobación.
Hectator los llevó a la mesa principal, levantando la mano para saludar a medida que
sus capitanes advertían su presencia. Alrededor de las mesas de caballetes esparcidas
por la sala había pequeños grupos de hombres y mujeres y algunas de las mujeres tenían
niños pequeños en brazos, evidentemente familiares que estaban pasando el rato con sus
padres y maridos soldados. Hectator hizo una mueca. Él no tenía dama, todavía, aunque
había varias posibilidades en perspectiva. Echaré de menos la posibilidad de haber
conocido eso, pensó para sí mismo. No se hacía ilusiones de sobrevivir: Ansteles se
encargaría de ello, aunque permitiera a parte de sus fuerzas rendirse y dispersarse.
Suspirando, apartó una silla de la mesa principal y se sentó, y sus tres acompañantes
hicieron lo mismo. Un criado del castillo se acercó a ellos, con una jarra y una bandeja
de pan.
—Gracias —musitó Hectator, distraído, pasándole el pan a Jessan. Una mano le tocó
el brazó y lo sobresaltó. Miró a la izquierda y quedó capturado por los claros ojos azules
de Xena. Alzó una ceja interrogante.
—Hectator —dijo Xena, en voz baja—. Tienes que controlarte. Así no puedes dirigir
a tus tropas.
—¿Así cómo? —contestó Hectator, apaciblemente, apoyando la barbilla en una mano
—. Lo siento, Xena, no puedo fingir entusiasmo ni optimismo cuando no los siento en
absoluto. —Hizo un gesto señalando la sala—. ¿Sería justo para ellos? Lo saben, Xena.
Mira sus caras. Míralos a los ojos. Mañana no tenemos la más mínima posibilidad. Y
algunos de ellos puede que consigan escapar al bosque. —Bajó la voz y le devolvió la
intensa mirada—. Así que, por última vez, ¡quieres hacer el favor de irte de aquí! Y
llévate a Jessan contigo.
—Escucha —dijo Xena, agarrándolo por las solapas y sorprendiéndolo con su
repentina violencia—. He vivido ya lo mío, lo suficiente como para saber que en la
guerra puede pasar cualquier cosa, Hectator. Cualquier cosa. Pero si entras derrotado,
sales derrotado. Si quieres creer que vas a morir ahí fuera, muy bien. Pero a todos los
demás les tienes que dar una oportunidad. Eso incluye a Jessan. Eso me incluye a mí.
No voy a salir mañana ahí fuera pensando que no voy a volver. No puedo. —Su voz se
apagó hasta convertirse en un susurro sibilante—. No puedo. —Miró rápidamente hacia
la derecha, donde Jessan hablaba en voz baja con Gabrielle. La mirada no le pasó
desapercibida a Hectator—. Así que más vale que decidas si puedes hacer una buena
actuación delante de tu gente o voy a tener que hacer algo al respecto. ¿Me oyes?
Hectator la contempló en silencio, comprendiendo mínimamente y por primera vez a
esta extraordinaria mujer.
—Está bien —contestó, lanzando su vida, sus creencias, su honor al río revuelto del
destino. No creía en su futuro, pero, ineludiblemente, creía en ella. Eso tendría que
bastar, al menos por ahora—. Te oigo. —Tomó aliento con fuerza y luego lo soltó.
Cuando alzó los ojos, en ellos ya no se veía la derrota. Recorrió la sala con la vista,
intercambiando miradas con sus capitanes, dedicando a esos rostros marcados de
cicatrices una ligera inclinación de cabeza, una leve sonrisa. Inexplicablemente, la
pesadumbre que había en la sala disminuyó, las voces adoptaron un tono más normal.
Hectator sintió un leve estremecimiento de emoción que le bajó por la espalda. Eso lo
he hecho yo. Miró a Xena, vio la leve sonrisa que le bailaba en los labios y la
correspondió—. Siempre me olvido de que ya has pasado por esto —reconoció,
abochornado.
Xena sofocó una risa.
—Sí. Una o dos veces. —Se reclinó y mordió pensativa un trozo de carne mientras
escuchaba a Gabrielle relatar una historia a Jessan, que estaba fascinado. De repente las
palabras le llamaron la atención y sonrió. Cómo no, le está contando esa historia. Un
momento. Esta mujer es bardo...—. Gabrielle —interrumpió Xena, echándose hacia
delante para llamarle la atención.
—¿Mmm? —contestó Gabrielle, inclinando la cabeza hacia su amiga—. ¿Qué pasa?
—¿Te apetece contar una historia a toda esta gente? —Xena señaló la sala con la
cabeza—. Creo que les vendría bien un poco de ánimo. —Observó a Gabrielle mientras
ésta estudiaba la sala y luego asentía, comprendiendo.
—Ya veo a qué te refieres —comentó, tomando aliento—. Vale. Creo que me he
recuperado un poco. A ver qué se me ocurre. —Se quedó en silencio un momento y
luego se le iluminó la cara con una sonrisa—. Creo que ya lo tengo.
Xena observó a la bardo mientras ésta cruzaba grácilmente hasta la parte delantera de
la sala y se sentaba sobre una mesa baja, atrayendo las miradas de los ciudadanos sobre
ella. Cuando empezó a contar la historia y la atención de la multitud se centró en ella,
Xena reconoció el relato. Oh, Gabrielle... buena elección. Se rió encantada por dentro.
Otra historia de una pequeña fuerza contra obstáculos imposibles, en la que las víctimas,
superadas en número y habilidad, superaban los obstáculos, la oposición y su propia
naturaleza para hacerse con la victoria. Era una de sus preferidas, y la bardo lo sabía. Se
acomodó para disfrutar, mirando de reojo la cara ahora embelesada de Hectator.
Gabrielle estaba sentada en la habitación donde las habían llevado después de cenar y
observaba a Xena mientras ésta hacía unos arreglos de última hora en su armadura y sus
armas.
—Un trabajo estupendo con esa historia, por cierto —comentó Xena, mirándola por
encima del hombro—. Ha sido perfecto.
—Gracias —contestó Gabrielle, distraída—. Sé que a ti también te gusta ésa. —
Empezó a decir algo más, pero se calló. Al cabo de un momento, volvió a empezar, para
cerrar la boca, insegura—. Xena —por fin consiguió preguntar—, no hay forma de que
mañana ganemos, ¿verdad?
Xena levantó la vista para mirar a su amiga, advirtiendo la expresión de su cara.
Terminó rápidamente lo que estaba haciendo y fue hasta la bardo, sentándose en la cama
frente a ella. Con delicadeza, Xena... no la mates del susto.
—Nada es imposible, Gabrielle. —Se miró el brazal de la armadura y luego levantó
la vista para mirar a los ojos verdes de la bardo con franqueza—. Pero no. No tiene
buena pinta.
—Ah —murmuró Gabrielle—. Tendrás cuidado, ¿verdad? —Qué tontería acabas de
decir, Gabrielle—. Recuerda, me lo prometiste —añadió, con una débil sonrisa.
Xena suspiró suavemente.
—Sí, te lo prometí, ¿verdad? —Volvió a examinarse el brazal—. No me gustaría que
se me considerara como una persona que no cumple sus promesas. —Levantó la vista y
se encontró mirando directamente a los ojos de Gabrielle a corta distancia. Bueno,
ahora o nunca. Odio hacer esto, pero no sé si tengo elección. No si espero cumplir esa
promesa—. ¿Quieres hacer algo por mí?
—¿Por ti? —exclamó Gabrielle, desconcertada—. Lo que sea, claro... ¿qué...? —
¿Qué podía pedirle?
—Pase lo que pase... Gabrielle, mañana no salgas al campo de batalla. —Un tono
seco, preciso, absolutamente serio.
—Espera un momento —espetó Gabrielle—. No me vas a hacer esto. —Apretó los
puños—. Ni hablar. No me vas a dejar aquí atrás como a una cesta. Ya lo hemos hablado
una y mil veces, Xena. Ni hablar.
El tono de Xena se hizo más duro.
—Gabrielle... —empezó, con una grave advertencia en el tono.
La bardo lanzó las manos al aire, molesta e irritada.
—¡Escucha! ¡Estoy más que harta de que se me trate como a una niña pequeña!
¡Puedo cuidar de mí misma, Xena!
Vale. Táctica equivocada. Probemos con el plan B.
—Por favor. —Xena le cogió las manos y se echó hacia delante, suavizando el tono y
la mirada—. Gabrielle, yo nunca te he pedido nada. ¿Verdad?
Gabrielle quedó atrapada por la pregunta.
—No —susurró por fin—. No me pidas esto. No me pidas que me quede a un lado
mientras tú sales ahí fuera, por los dioses, Xena, por favor...
—Te lo pido. —Los ojos azules de Xena soltaron chispas al tiempo que daba rienda
suelta a su poderosa personalidad por un momento—. Prométemelo. —Su voz bajó de
tono—. Prométemelo.
—Vale... vale... —contestó la bardo, rechinando los dientes—. Lo prometo. —Tenía
la mirada tempestuosa—. Pero... Xena, ¿por qué? Quiero decir, sé que es peligroso, pero
todo el mundo, incluidos los granjeros con sus horcas, van a estar ahí fuera... —Se le
apagó la voz al ver la expresión de la cara repentinamente impasible de Xena. Oh-oh.
Me parece que esto no tiene nada que ver con mi habilidad con la vara, ¿verdad?
Xena bajó los ojos durante un buen rato y luego soltó el aliento que había estado
conteniendo. El plan B requiere una explicación, Xena... por eso tenías la esperanza de
que el plan A saliera bien, ¿cierto? Cierto.
—Mira, mañana las cosas se van a poner... muy crudas ahí fuera. Voy a necesitar toda
la concentración que tengo sólo para... bueno, eso —dijo por fin Xena, observando la
cara de Gabrielle mientras apretaba con suavidad las manos de la bardo, que todavía
tenía entre las suyas—. Y si tú estás ahí fuera, Gabrielle, mi mente estará donde tú estés,
no con el tipo de la espada que tenga delante. —Levantó los ojos y se encontró con la
mirada sorprendida de Gabrielle. Eso nunca lo habías pensado, ¿verdad? Sonrió
levemente—. Y me gustaría tener una posibilidad de cumplir esa promesa.
Las palabras resonaron en los oídos de Gabrielle, en medio de un silencio repentino y
quieto. Siempre me he preguntado por qué siempre me obliga a mantenerme al margen.
Y me lo dice ahora.
—Oh —suspiró—. No me había dado cuenta... —En su mente apareció la imagen
repentina de incontables momentos de peligro en los que Xena simplemente parecía
encontrarse en el lugar adecuado en el momento adecuado para parar una flecha, un
cuchillo, una espada... —. Supongo que tendría que haberme dado cuenta. —¿Se puede
ser más dura de mollera? ¿Más ciega? Dioses.
En medio de un silencio tan profundo que Xena habría jurado que oía cómo se
encajaban las piedras del edificio, se quedaron sentadas mirándose la una a la otra. Por
fin, Xena bajó la mirada hacia sus manos, que seguían unidas, y suspiró. Apretó una vez
y luego soltó a la bardo.
—Tenemos que descansar un poco antes de mañana.
—Sí —respondió Gabrielle—. Supongo que sí. —La voz le sonaba ahogada.
Xena se quitó la armadura y luego se acomodó contra el cabecero de la cama, medio
tumbada. Cruzó las manos sobre el estómago y volvió la cabeza ligeramente para mirar
a Gabrielle, que se estaba acurrucando a su lado, demasiado despacio, con una
expresión dolida en la cara. Vale, vale... ¿y ahora qué? He agotado todas mis
ingeniosidades en esta ronda... y no es que tenga muchas... Ladeó la cabeza morena y se
encontró con la mirada atribulada de Gabrielle.
—Eh —dijo suavemente, levantando un brazo y rodeando a la bardo con él—. Ven
aquí —continuó, estrechando a Gabrielle. Con un ruidito ahogado, su amiga obedeció.
Eso me ha dado más miedo que la batalla de mañana, pensó Xena. Dioses, qué mal
preparada estoy para luchar en este campo de batalla, es patético. Contempló la
coronilla de Gabrielle, mientras la bardo se relajaba. Al menos he conseguido que se
sienta mejor. Sé que le gustan los abrazos. Sus labios esbozaron una sonrisa irónica.
Nunca pensé que me acostumbraría a eso.
Se acomodó, recordando distraída sus primeros viajes con Gabrielle. Le había
explicado a la terca muchacha, una y otra vez, hasta ponerse casi morada, que tocar o
especialmente agarrar a Xena era una mala idea, por no decir mortal. Mi cuerpo no sabe
que eres una amiga, Gabrielle. Da por supuesto que todo el mundo es un enemigo y no
se para a preguntarle a mi cerebro qué tiene que hacer. Podrías resultar herida. Si lo
haces mal, podrías acabar muerta. Y Gabrielle había sido muy buena desde entonces,
asegurándose siempre de que se acercaba a Xena por delante, sin sorpresas... y cuando
de vez en cuando se le olvidaba y alargaba la mano para agarrarle un brazo, al menos
Xena lo veía venir y conseguía evitar molerla a palos.
De modo que un día, cuando ya llevaban viajando un tiempo, se encontraron con
unos bandidos que estaban saqueando una aldea. ¿Cuál? A saber. Detuvieron el saqueo y
ahuyentaron a los rufianes, pero fue una lucha dura y difícil. Poco después, Xena estaba
sentada junto al fuego, cansada, dolorida y deprimida, y Gabrielle, pensando no se sabe
qué, llegó por detrás de ella, le agarró la nuca con las dos manos y se puso a darle un
masaje.
Xena se rió ahora por lo bajo, al pensar en ello. Justo después de un combate difícil, y
yo estaba de pésimo humor. Tendría que haberle roto la mitad de las costillas. Pero no
lo hizo, y las manos de la bardo relajaron la tensión de sus hombros con sólo tocarla. Ni
una muestra de sus reflejos a flor de piel. Ni una muestra de sus cacareados instintos
defensivos. Nada.
Debería haberlo sabido entonces, pensó Xena, mirándo a su amiga con cariño.
Menuda sorpresa me llevé. Y ella también. ¿Qué comentario sarcástico hice? Ah, sí.
"Creo que estaba más cansada de lo que pensaba. Has tenido suerte". Xena puso los ojos
en blanco mentalmente. Y ahora míranos. Meneó la cabeza sin dar crédito. Y podría
hasta mentirme a mí misma y decir que sólo lo hago por ella. Ya. ¿Y cuánta gente hay
en mi vida que confíe ciegamente en mí, de esta manera?
¿Cómo lo sabe?, se preguntó Gabrielle, arrimándose de buen grado, echando un
brazo alrededor de la cintura de Xena y apoyando la cabeza en el hombro de Xena,
donde su oído detectaba los constantes latidos. Siempre sabe cuándo necesito esto. Ni
palabras, ni explicaciones, sólo... esto. Vaya si no me paso la mayor parte del tiempo
atisbando por la ventana y entonces va ella y abre la puerta y me invita a pasar. Y aquí
hay tanto calor y seguridad que no quiero volver a salir nunca.
—Gracias —susurró, levantando la vista—. Sé que por lo general no te gustan estas
cosas.
Xena la miró con una expresión inescrutable.
—Por lo general, no —dijo despacio, con frialdad. Entonces sonrió y la sonrisa llegó
hasta sus ojos—. Pero tú eres una excepción a la regla, Gabrielle.
—¿Lo soy? —musitó la bardo, contenta de que Xena no pudiera ver la cara de tonta
que estaba segura de que se le había puesto.
—Mmmm —confirmó Xena.
Gabrielle se quedó callada un momento, absorbiéndolo. Luego preguntó, pensativa:
—Xena, ¿alguna vez tienes miedo? Quiero decir, cuando sabes que vas a tener que...
—No —replicó Xena, pensativa—. Cuando lucho, no. —Titubeó—. La verdad es que
no hay tiempo de tener miedo.
Gabrielle la miró parpadeando.
—¿Y en otro momento? —preguntó, con curiosidad. Al tener una oreja pegada al
pecho de Xena, oyó que a ésta se le aceleraba un poco el corazón.
Una pregunta sencillísima, con respuestas complicadísimas.
—A veces me asusto cuando pienso en las consecuencias —contestó por fin la
guerrera, con tono mesurado—. Si mis planes van a funcionar, cuánta gente va a acabar
muerta por su causa, qué va a ser de los supervivientes... ese tipo de cosas.
—Ah. —La bardo se quedó pensando un momento—. Bueno, tus planes suelen
funcionar... pero ¿alguna vez... o sea, alguna vez tienes...? —Gabrielle se detuvo. Tenía
un público cautivado e iba a hacer esta pregunta.
Xena la miró con una sorprendente dosis de compasión.
—¿Que si tengo miedo de morir?
Gabrielle se quedó callada. Se alegraba mucho de que Xena no pudiera oír su corazón
ahora mismo, porque le latía con tal fuerza que le sorprendía que no resultara audible.
—Sí. Algo así —farfulló, y notó que el pecho de Xena se movía al tomar aliento con
fuerza y soltarlo.
—Antes no —reconoció Xena por fin, mientras en su cara se empezaba a dibujar una
sonrisa, que la bardo no veía—. De hecho, en cierta época lo habría agradecido. —Notó
que Gabrielle se quedaba rígida bajo su brazo protector—. No tenía gran cosa que me
preocupara dejar. Ahora... —Se rió ligeramente—. Digamos que es algo que me
preocupa seriamente.
—Por favor, ten cuidado —dijo Gabrielle en voz baja—. Te echaría muchísimo de
menos.
—Lo tendré —replicó Xena, igualmente en voz baja—. Yo también te echaría
muchísimo de menos. —Alargó el brazo libre y apagó la vela que había junto a la cama
—. Descansa un poco —añadió Xena, y miró pensativa a la bardo, que no daba señales
de querer moverse ni un centímetro. La guerrera sonrió con resignación y luego cerró
los ojos con firmeza.
Seguía oscuro fuera cuando Gabrielle se despertó al notar un golpecito suave en la
espalda. Parpadeó adormilada y luego levantó la mirada y distinguió apenas el brillo de
los ojos claros de Xena a la débil luz de la vela.
—Oh... lo siento —murmuró, al darse cuenta de que se había quedado dormida
encima del hombro de su amiga—. No deberías haberme dejado hacer eso, Xena. No
tiene que haber sido cómodo. —Miró hacia la ventana—. ¿Cuánto tiempo he...?
Xena se rió por lo bajo.
—Está casi amaneciendo. —Miró risueña la expresión consternada de la bardo y se
encogió de hombros—. He dormido muy bien. No te preocupes. —Bostezó ligeramente
—. Me voy a lavar antes de ponerme toda esa armadura.
Gabrielle la vio entrar en silencio en el baño antes de incorporarse y estirarse. Mmm.
No tan dolorida como esperaba, dado todo lo que había cabalgado el día anterior. A lo
mejor se estaba acostumbrando. De hecho, se sentía asombrosamente bien, teniendo
todo en cuenta... increíble lo que una noche de dormir bien... sus pensamientos se
detuvieron. Una noche de dormir bien y sin pesadillas, se dio cuenta sobresaltada.
Vaya, hacía tiempo que no me pasaba. Aunque no me sorprende, pensó burlándose de sí
misma. Cuesta tener tu peor pesadilla cuando te quedas dormida con el corazón bien
vivo de la protagonista palpitándote al oído, ¿eh? Qué lástima que no pueda hacerlo
siempre. Sofocó un suspiro mientras se ponía las botas, seleccionó una fruta para comer
y salió al balcón para contemplar la oscuridad.
—¿Ves algo? —La voz de Xena flotó hasta ella y se volvió para ver a la guerrera
entrar en la habitación con la túnica de cuero en la mano y escurriéndose el agua del
pelo oscuro. Gabrielle sonrió al verlo.
—No —comentó, mordiendo la fresca fruta—. Qué prisa te has dado —añadió,
volviendo a entrar en la habitación.
—El agua estaba muy fría —dijo Xena, con sorna, mientras se ponía la túnica de
cuero y se sujetaba los tirantes de los hombros—. Ahora sí que estoy despierta —
comentó, acercándose a donde había dejado la armadura cuidadosamente colocada y
metiéndose por la cabeza el peto y la protección de la espalda.
—Espera, déjame. —Gabrielle dejó la fruta y agarró una correa. Apretó bien la
hebilla, mirando la cara de Xena para que le indicara si estaba bien puesta. Xena asintió,
ocupada con el brazal derecho, que siempre era un incordio. Gabrielle terminó con la
correa del otro hombro y luego se encargó de atar el terco brazal, con una leve sonrisa
—. A veces, esto es peor que un rompecabezas ateniense.
—A veces —sonrió Xena, y esperó pacientemente a que la bardo terminara de atarlo.
Luego se puso la armadura extra de protección de muslos y brazos y se colocó las
hombreras con la facilidad que da la experiencia. Los puñales, el chakram y por fin la
espada, bien sujeta a la espalda. Saltó de puntillas unas cuantas veces, para asentar todas
las piezas—. Vale. —Respiró hondo—. Vamos allá. —Se pasó los dedos por el pelo
oscuro, sacándoselo de debajo de la armadura, y luego se dirigió hacia la puerta, justo
cuando se oyó un leve golpe desde el otro lado.
Jessan abrió la puerta de la habitación de Xena, al oír la voz de la guerrera diciéndole
que pasara. La escasa luz de la vela que había en la habitación se reflejaba en la
armadura que llevaba al acercarse a él. Salió otra vez al pasillo para dejarla pasar y
saludó con una sonrisa a Gabrielle, que iba detrás.
—Todavía están a dos horas de distancia —le comentó a Xena, que asintió—. Parece
que van a intentar un ataque frontal pleno... no vamos a poder defender las murallas.
Tenemos que encontrarnos con ellos delante, si queremos tener una oportunidad.
El tranquilo análisis de Jessan coincidía con el de Xena, de modo que una vez más
ésta se limitó a asentir. Las tropas de Hectator, al menos, iban todas a caballo y eran
soldados bastante experimentados. Podría tener peor material con el que trabajar, y lo
había tenido en otras ocasiones. Simplemente, no eran suficientes. Caminó a grandes
zancadas junto a Jessan por el pasillo hacia el patio, donde empezaba a distinguir la
actividad organizada de los preparativos para la batalla. Hectator los vio y dejó a sus
hombres inmediatamente, cruzando hacia ellos con paso rápido.
—Amigos míos —dijo Hectator, al llegar a su lado—. Aliados míos. —Inclinó la
cabeza tímidamente hacia Jessan—. Ha llegado la hora de combatir. —Sus ojos se
clavaron en los de ellos—. No siento ningún placer de teneros aquí, dispuestos a alzar
las armas en una lucha que en justicia no es vuestra.
—Hectator —dijo Xena, con tono firme—. Deja de decirme en qué luchas debo o no
debo participar. —Lo miró a los ojos—. Mírame y dime que no quieres que luche a tu
lado.
La boca de Hectator esbozó una sonrisa. Esa mirada azul veía perfectamente a través
de él.
—No. —Sonrió—. No te lo voy a decir. —Bajó la mirada y luego la volvió a
levantar, esta vez como un ruego—. En realidad, ¿puedo pedirte un gran favor?
Jessan, risueño, miró al humano con una ceja enarcada. Creía saber lo que Hectator
estaba a punto de pedir, y se preguntó si Xena estaría de acuerdo. Él desde luego que lo
estaba. La creciente tensión que lo rodeaba ya le estaba erizando el pelo. En los brazos
sentía hormigueos de emoción, y olisqueó el fuerte viento del amanecer con ansia y
ganas.
Xena lo miró con recelo.
—Claro. Tú pide.
—Ya que no puedo convencerte para que te marches, ¿nos harías un gran honor? —
Hectator se detuvo, esperando. Iba a ser un día muy duro y quería tener por lo menos un
momento de alegría con el que iniciarlo.
—No sé —dijo Xena, enarcando las cejas—. ¡No me has dicho qué es lo que quieres!
—Dirígenos —pidió el príncipe, simplemente.
Xena se quedó pasmada. Contempló su cara en silencio, mientras todos aguardaban
su respuesta. Por fin, miró hacia el horizonte y luego volvió a mirarlo a él.
—Está bien. —Vio el alivio en los ojos de Hectator y el regocijo en los de Jessan.
Una sonrisa tensa por parte de Gabrielle, pero acompañada de un ligero gesto de
asentimiento—. Pues pongámonos en marcha. No van a esperar todo el día. —En
silencio, alzó la mirada hacia las estrellas. Ares, espero que estés mirando. Esto va por
haber cumplido tu palabra y haberme devuelto mi cuerpo. Habría podido jurar que oyó
una risa satisfecha como respuesta.
—No vamos a poder contenerlos en caso de asedio —dijo Xena, mientras se dirigían
hacia los soldados reunidos—. Tenemos que situarnos en esa pequeña ladera que hay
entre esos dos montículos. —Señaló hacia la parte de delante del castillo—. Si
conseguimos que pasen por entre esas dos escarpas, podremos hacer que avancen más
despacio. —Se detuvo junto a Argo, que la saludó resoplando. La yegua dorada llevaba
una cota tejida con relleno debajo de la silla, junto con protectores de patas y pecho.
Xena le acarició ligeramente el cuello y se dispuso a montar, sabiendo que Hectator y
Jessan se dirigían a sus propios caballos. Gabrielle se acercó en silencio y agarró la
brida de Argo para que no se moviera.
Xena se detuvo y apoyó una mano en el lomo de Argo, mientras miraba a su amiga.
Gabrielle la miró a su vez, por una vez sin palabras.
La bardo carraspeó por fin.
—Cuídate —dijo, con la voz algo ronca, y soltó la brida de Argo, quitándose de en
medio.
—Lo haré —contestó Xena, apartándose de Argo y abriendo los brazos—. No me
estrujes —advirtió—. Te vas a pinchar. —Estrechó suavemente a la bardo contra su
cuerpo por un momento y notó que los brazos de Gabrielle se apretaban
convulsivamente a su alrededor, sin hacer caso de la armadura. Cerró los ojos y apoyó la
mejilla en la cabeza de la bardo hasta que notó que Gabrielle aflojaba los brazos, y sólo
entonces la soltó a su vez. Las dos retrocedieron un paso, mirándose, sujetas todavía de
los brazos.
Algo pasó entre ellas. No con palabras, tal vez ni siquiera con el pensamiento. Xena
sonrió levemente y luego se echó hacia delante y le dio un beso a la bardo en la frente.
—Sé buena —le advirtió.
Gabrielle asintió ligeramente.
—Ten cuidado.
—Hasta luego —dijo Xena con humor, y se montó en Argo con un ágil movimiento
—. Lo prometo. —Sonrió y dirigió al caballo hacia la puerta.
—Lo prometes —repitió Gabrielle, en voz baja—. Lo recordaré. —Tomó aliento y
luego se volvió y regresó al interior del castillo, donde el mayordomo estaba frenético
intentando preparar las cosas para lo peor. Gabrielle se hizo cargo de todo amablemente.
Lestan se apartó de su más viejo amigo, con los anchos hombros hundidos de
desesperación.
—Mika, no puedo hacerlo. Tú sabes que no puedo. —Se volvió y alargó el brazo
sano, con un gesto de súplica—. Sí, la mujer me ha caído bien. Sí, mi hijo está
implicado. Sí, Hectator es ahora un aliado. Sí, sí, sí... pero arriesgar una sola gota de
sangre de nuestra aldea, no. —Se sentó—. ¿Cómo podría considerarme líder, si os dirijo
donde me lleva el corazón, sin tener en cuenta lo que le conviene a nuestro pueblo?
Mika se sentó, acariciándose el suave pelaje tostado de la barbilla.
—Y tu corazón te lleva con él, ¿verdad? —Sonrió con profunda comprensión—.
Igual que el mío. —Se levantó inquieto y se puso a dar vueltas—. Igual que el mío. —
Por fin se giró en redondo y se arrodilló ante Lestan—. Por favor. —En sus ojos
clarísimos había un ruego—. Quiero a tu hijo como si fuera el mío. No puedo... Lestan,
no puedo dejarlo ir solo.
—Mika —gimió Lestan—, no puedo hacerlo. No puedo dar esta orden. Simplemente
no puedo. Yo... —Sus ojos soltaron un destello—. Puedo... ir yo. —Miró a Mika,
arrodillado ante él—. No puedo ordenarle a nadie más que vaya. —Se volvió y se quedó
mirando el cielo del amanecer—. Y de todas formas, probablemente ya es demasiado
tarde.
—Pregúntaselo a ellos —respondió Mika, con los ojos brillantes—. Pregúntaselo,
Lestan... pregúntales a los guerreros del pueblo qué es lo que quieren hacer. Es lo justo.
—Levantó la mirada cuando entró Wennid, que había oído la última parte de la
conversación. Se acercó a la silla de Lestan y le rodeó el cuello con los brazos,
apoyando la barbilla en su hombro. Flotaron apaciblemente en su vínculo por un
momento y luego ella habló.
—Te quiero. —Su voz grave se oía hasta en el último rincón de la habitación—. Más
que a la vida misma. —Cerró los ojos y juntó su mejilla con la de él—. Iría hasta el fin
del mundo para evitar que sufrieras daño alguno. Lo sabes. —Hizo una pausa—. Pero
esto te va a partir el corazón, amor mío, si no lo haces —le susurró al oído—. Lo
percibo en ti. Somos lo que somos. Mika tiene razón. Pregúntaselo a ellos.
Lestan se quedó inmóvil durante lo que pareció una eternidad. Por fin, tomó aliento
con fuerza y lo soltó de nuevo.
—Lo único que voy a hacer es preguntárselo —gruñó—. Y aceptaré su respuesta
como la mía. —Se volvió y clavó los ojos en los de su vinculada—. Y yo también te
quiero. —La besó, se volvió y se dirigió hacia la puerta, sin ver la mirada que se cruzó
entre Wennid y Mika. Observaron su cara cuando abrió la puerta y les dijo—: Pedidle al
pueblo que se reúna en el patio.
—No es necesario —murmuró Mika, cuando Lestan volvió la cabeza y miró fuera de
la puerta.
La luz de las antorchas creaba sombras caprichosas por el gran espacio y el único
sonido era el de la brisa que agitaba las cotas de combate de trescientos guerreros
montados, armados y en silencio. Un caballo resopló. Apareció Deggis, que llevaba a
Garan hacia él, y se detuvo a diez pasos de distancia, esperando. Con los ojos
relucientes.
Lestan sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas y detuvo el discurso que se le
estaba formando en la garganta, al tiempo que apartaba el brazo del cuerpo para dejar
que Mika le metiera la cota de combate por la cabeza. Su pueblo. Empezó a notar
escalofríos por la espalda y notó que le subía la fiebre del combate. Mika le sujetó la
espada y tiró por última vez de las correas. Se volvió y lo miró.
—Lo sabías.
—Sí —contestó Mika, con los ojos brillantes—. Claro que lo sabía. —Se ciñó las
correas de su propio equipo y soltó un silbido para llamar a su fiel Esten.
Así se quedó solo en el porche con Wennid, que lo rodeó con los brazos.
—Trae de vuelta a ese hijo nuestro —le dijo ella con tono de guasa, estrechándolo
con fuerza—. Tengo unas cuantas cosas que decirle.
Se besaron y se separaron, mirándose profundamente a los ojos. Lestan sintió que su
vínculo prendía, llenándolo de una profunda calidez, que devolvió plenamente.
—Volveré —juró. Romper el vínculo era... impensable.
—Más te vale —le advirtió ella, acariciándole la mejilla con un dedo—. O tendré que
ir a buscarte. —Más allá de la comprensión, más allá del buen juicio, más alla de la
muerte misma. En su mente resonó el viejo dicho. Más cierto de lo que habían pensado
nunca.
—Adelante —gritó Lestan, que se volvió hacia Garan y montó en él de un salto,
levantando un brazo ante su pueblo a la espera. Le contestó un grito compuesto de
muchas voces y emprendieron la marcha—. Si es que llegamos a tiempo.
El amanecer cubrió una llanura inmóvil y silenciosa. Xena había situado a sus tropas
donde las quería y ahora estaba montada en Argo en el extremo de las dos escarpas con
Jessan y Hectator a su lado, esperando. El ejército que se acercaba iba creciendo en el
horizonte, y era evidente que no se iban a detener para negociar.
Xena se levantó en la silla de Argo e hizo un gesto a las tropas a la espera, que le
respondieron con un grito. Llevó a Argo a galope corto hasta el centro de la línea
montada y le dio la vuelta, colocándose de cara a las tropas y alzando las manos para
pedir silencio. Todos los ojos estaban posados en ella.
—No se trata de territorio —gritó, y su voz se proyectó por la llanura hasta llegar casi
de vuelta al castillo—. No se trata de comercio, ni de botín, ni de cosechas. —Xena dio
más fuerza a su tono—. Se trata de vuestros hogares y de vuestras familias, que os serán
arrebatados si no los defendéis. —Todos tenían los ojos clavados en ella, absorbiendo lo
que decía—. Vuestras familias os quieren y dependen de vosotros, y nada... nada en este
mundo es más importante que eso. —Hizo una pausa—. ¿Me oís?
Un alarido como respuesta.
—Este enemigo no tiene nada para luchar contra eso... ¡convertidlo en vuestra fuerza
y no podrán venceros! —Xena sintió el escalofrío que empezó a subirle por la espalda al
oír el gruñido grave con que le respondieron los soldados, un gruñido que fue creciendo
y creciendo y creciendo hasta convertirse en un muro de sonido que la cubrió como una
ola del mar. Dio la vuelta a Argo, al tiempo que Hectator y Jessan se acercaban para
unirse a ella al frente de la primera línea.
—Pase lo que pase, Xena... para mí ha sido un honor conocerte —dijo Hectator, en
voz baja. Alargó la mano sobre la silla, ofreciéndosela. Xena se la estrechó sin decir
palabra.
Jessan tragó con fuerza, conteniendo la emoción. Ahora ya veía claramente a las
tropas que venían hacia ellos y el trueno de los cascos de los caballos le estremecía los
huesos. Miró a Xena, que estaba colocándose bien los brazales y comprobando las
cinchas de Argo. Ella volvió la cabeza y lo miró a su vez y luego sonrió. Él le devolvió
la sonrisa, con perfecto entendimiento.
Se alzó sobre el lomo de Argo, dispuesta a dar la señal para avanzar, cuando su aguda
vista captó un movimiento detrás de ellos. Al ver lo que era, en su cara se formó una
amplia sonrisa y se echó a reír. Hectator se volvió, sorprendido, y vio lo que estaba
mirando ella.
—Pero bueno...
Jessan también se volvió y se quedó mirando, maravillado e incrédulo. Su pueblo,
cientos de ellos, armados y montados, se iban sumando a las tropas que tenían detrás.
Lestan llevó a Garan hacia delante para unirse con ellos al frente de las tropas,
saludando a su hijo con una leve inclinación de cabeza y algo que se parecía
sospechosamente a un guiño.
—Lestan —dijo Xena, con una leve carcajada.
—He hecho caso de tu aviso, Xena —comentó el líder del bosque, desenvainando la
espada—. Y ahora, creo que tenemos compañía.
Xena se volvió de nuevo y alzó el brazo para avanzar. Hizo un gesto y la ansiosa
Argo emprendió la marcha, al frente ahora de casi setecientos guerreros a caballo,
avanzando hacia las tropas enemigas.
Jessan mantuvo la cabeza de Eris a la altura de la cola de Argo, observando mientras
Xena apretaba las rodillas con firmeza contra la silla y sacaba la espada. Había divisado
al que parecía ser el líder del ejército enemigo e iba derecha hacia él. Jessan desenvainó
su propia espada y sonrió con un placer intenso y salvaje. Echó la cabeza hacia atrás y
soltó un rugido, que fue repetido inmediatamente por los habitantes del bosque que los
seguían y luego, como en tándem, se oyó el alarido más agudo como respuesta de los
soldados humanos. Ah... iba a ser glorioso.
Xena avanzó poderosamente hacia los guardias enemigos, captando las reveladoras
señales de un jefe de guerra estúpido. Estaba rodeado de guardias fuertemente armados
y todos llevaban estandartes. Se encontró con el primero de los soldados de primera
línea y arrasó, blandiendo la espada en arcos cerrados. De su pecho se escapó un grito
explosivo, al sentirse arrebatada por la fiebre del combate, y se dejó ir. A su derecha,
Jessan partía a los soldados en dos con su gran espada y Hectator acababa de cortarle la
cabeza a un desafortunado jinete de un solo golpe.
Los guardias eran demasiado lentos y no podían competir con su velocidad y mucho
menos su habilidad. Detrás de ella, era consciente de que las tropas de Hectator estaban
abriendo un gran agujero en el ejército enemigo, luchando con una furia que
compensaba su menor número.
Desmontó a uno de los guardias de Ansteles con una patada bien plantada y luego
cayó otro bajo su espada. A su alrededor tejió una red que no conseguían penetrar y
cuando lo intentaban, allí estaba Jessan, tirándolos de sus monturas sólo con su enorme
fuerza.
Un guardia era bueno: saltó desde su silla y la golpeó en el pecho, tratando de tirarla
de Argo. Ella lo lanzó por encima de los hombros sudorosos de Argo, tirándolo al otro
lado, y luego desmontó para enfrentarse a él, en el momento en que él se giraba y
atacaba. Su espada paró la estocada y luego ella se agachó y atacó de nuevo, hiriéndolo
esta vez en la muñeca. Él maldijo y estampó su empuñadura contra su peto, intentando
doblegarla.
Xena sonrió y empujó a su vez, sorprendiéndolo. Se apartó perdiendo el equilibrio y
ella lo golpeó en la barbilla con la empuñadura de la espada. Él volvió a caer y esta vez
no se levantó. Ella levantó la vista en el momento en que Ansteles estaba a punto de
decapitar a Hectator, que estaba atontado y demasiado cerca para que su chakram
resultara eficaz. En cambio, se lanzó contra él y paró a Anteles en el momento en que
bajaba la espada, a meros centímetros del cuello desprotegido de Hectator. No había
tenido tiempo de hacer algo elegante, sólo un bloqueo corporal básico, pero funcionó.
Echaron a rodar y se separaron y Xena se levantó de un salto y de un golpe le quitó la
espada de las manos, que intentaban recuperarse.
Ansteles se quedó mirándola, sin dar crédito, y luego le quitó una lanza a uno de sus
pasmados guardias y se levantó ciego de rabia. Jessan gritó una advertencia, pero la
lanza dio en el aire, pues Xena pegó un salto y una voltereta cerrada, por encima de la
cabeza de Ansteles, y aterrizó detrás de él. Aprovechó para darle una patada en el
trasero, tan fuerte que se estampó de cabeza contra el tocón de un árbol y se desplomó
en el barro.
Entonces una ola de guerreros se abatió sobre ellos y Xena tuvo que hacer un gran
esfuerzo para conservar intacto el pellejo, al estar rodeados de cien soldados enemigos
en grupo. Se encontró luchando espalda contra espalda con Jessan, blandiendo la espada
en contrapunto con él como si llevaran años luchando juntos. Despejaron un círculo a su
alrededor y luego avanzaron contra los soldados enemigos en retirada. Se pusieron
hombro con hombro, obligando a los soldados a retroceder, al tiempo que el rugido
atronador de Jessan y el alarido salvaje de ella asustaban de tal modo a los hombres que
empezaron a huir corriendo.
Jessan se detuvo cuando los soldados enemigos pusieron pies en polvorosa y
aprovechó para recuperar el aliento. A su lado, Xena también se detuvo y aprovechó el
momento para ajustarse un brazal que se le estaba soltando.
—No está tan mal como pensaba —comentó Xena y luego se puso tensa, al ver a un
grupo de soldados enemigos que rodeaba a alguien que parecía, según consiguió
distinguir apenas, uno de los habitantes del bosque. Maldiciendo, montó en Argo de un
salto y salió disparada hacia ellos.
Los soldados de Ansteles no la oyeron llegar. Estaban totalmente concentrados en su
blanco, la figura alta e inconfundible de Lestan. Éste los mantenía a raya, aunque
apenas, con poderosas estocadas con un solo brazo, arrinconado contra una gran peña.
Pero dos soldados lo atacaron a la vez y empezaba a perder la capacidad de mantener
sus espadas lejos de su cuerpo. Wennid... clamó su mente, amada mía...
El soldado grande consiguió por fin arrebatar la espada de Lestan de sus agotados
dedos y le dio un golpe en la cabeza desprotegida. Lestan se desplomó y el soldado
sonrió con crueldad, alzando su arma para la estocada final. La hoja bajó... y se estrelló
en la roca cuando el soldado cayó al suelo sin sentido a causa de un cuerpo vociferante
y vestido de cuero, casi tan grande como el suyo, que se abalanzó contra él. Xena rodó y
se levantó blandiendo la espada, y le cortó la cabeza al segundo soldado de una estocada
limpia. El sorprendido círculo de soldados se detuvo un momento y luego hizo acopio
de valor y cayó sobre ella como una manada de lobos.
Esto podría haber sido un error, pensó Xena con gravedad, mientras se esforzaba por
mantenerse en pie ante la oleada de cuerpos y armas en movimiento. Se colocó sobre la
figura inconsciente de Lestan y a base únicamente de fuerza de voluntad mantuvo a raya
al gentío, soltando estocadas y mandobles con la espada hasta que los chorros de sangre
estuvieron a punto de cegarla. Ahondó en su interior, buscando unas reservas de fuerza a
las que rara vez tenía que acudir, reservas que respondieron más deprisa de lo que había
creído. Ninguna banda de soldaditos cochambrosos de tres al cuarto va a poder
conmigo... hoy no, se juró a sí misma con total seriedad. Hoy no. Y seguían llegando y
ella, tercamente, seguía rechazándolos, depositando una alfombra de cuerpos a su
alrededor, negándose a ceder terreno, negándose a dejarles penetrar sus defensas, hasta
que por fin, por fin, se acabó. Los soldados estaban muertos, o agonizantes, o
dispersándose ante la llegada de refuerzos de las tropas de Hectator.
Xena se apoyó en la peña y respiró hondo, intentando calmar el corazón desbocado.
Cerró los ojos y esperó a que su cuerpo dejara de temblar, aferrando la espada con
fuerza para que no se le cayera. Bajó la vista para mirar a Lestan, que había recuperado
el conocimiento y estaba atontado, mirándola con los ojos brillantes. Se acuclilló a su
lado y examinó un largo corte que tenía en el hombro malo.
—Te pondrás bien —le aseguró, dándole una palmada en el otro brazo.
Lestan estudió su cara, memorizando cada detalle. Había abierto los ojos para verla
de pie sobre él, sólida como una roca de granito contra la que se estrellaban los soldados
enemigos como las olas del mar. Como él mismo había defendido a Wennid en una
ocasión. Ni siquiera le importaba que fuera humana, era algo tan, tan glorioso.
—Xena —dijo, con la voz ronca, asintiendo—, en el nombre de Ares, cómo me
alegro de no haberte desafiado en el paso del río. —Le sonrió, con los ojos llenos de
deleite—. Parece que mi familia está todavía más en deuda contigo. —La miró a los
ojos—. Mi vinculada también te da las gracias. Otra vez.
Xena le sonrió de medio lado.
—De nada, Lestan. —Miró a su alrededor y luego a él de nuevo—. Al fin y al cabo,
no podía permitir que se rompiera ese vínculo, ¿verdad?
Se miraron el uno al otro largamente. Entonces Lestan sonrió y ella también.
—Lo comprendes —suspiró él—. Por fin. Alguien de tu pueblo que ve lo que vemos
nosotros. —Se esforzó por ponerse de rodillas y luego de pie mientras Xena tiraba de su
brazo sano—. A lo mejor hay esperanza para nosotros, después de todo.
La batalla duró el día entero, durante la mayor parte del cual las tropas de Hectator se
dedicaron a perseguir y eliminar pequeños focos de resistencia. Los supervivientes del
ejército de Ansteles desertaron del campo de batalla una vez se puso el sol bajo el
horizonte y sólo quedaron unos pocos detalles por terminar.
—Bueno —le dijo Xena al cansado Jessan mientras caminaban despacio por el
sangriento campo de batalla—. ¿Te ha gustado? —Estaba cubierta de mugre, sangre y
sudor, y parte de esa sangre era suya, pero no mucha. Él tenía varios cortes, algunos
profundos, y también estaba bien cubierto de barro y mugre.
—Me ha encantado —contestó Jessan, de corazón—. Tienes que enseñarme esa
estocada en diagonal y hacia atrás que haces. Es mortal. —Le sonrió—. Eres pura
poesía, ¿sabes? —Sus ojos relucían intensamente—. Me quedé atrapado con un grupo
de ellos cuando fuiste a salvar a mi padre y debo decirte que estaba tan distraído viendo
cómo masacrabas a esa masa que casi me cortan la pierna. —Se estremeció de emoción
—. Jamás, jamás en la vida he visto nada tan... —Vaciló, buscando la palabra adecuada
—. Hermoso —terminó Jessan, suspirando.
Xena estalló en carcajadas.
—Jessan, estoy segura de que sólo tú me describirías así. —Sacudió la cabeza—.
Pero me alegro de que te hayas divertido. —Le dio unas palmaditas en la espalda—. Tu
pueblo nos ha dado la victoria, ¿sabes?
—No —fue la sorprendente respuesta de Jessan—. Habríamos ganado de todas
formas. —La miró y en sus ojos brilló algo que no era humano—. Tú nos has dado la
victoria.
—Venga ya, Jessan —se burló Xena, poniendo los ojos en blanco—. Yo sólo soy una.
¿Recuerdas? —Agitó el brazo izquierdo para indicar el campo de batalla—. Hemos
ganado porque tu pueblo ha equilibrado la balanza a nuestro favor. Yo sólo... he
ayudado. —Titubeó—. Y... tenía una promesa que cumplir.
—Ya —respondió Jessan—. Vale, pues cree lo que quieras, Xena... pero cuando
erijan una estatua tuya en la ciudad de Hectator y en mi aldea, a lo mejor entiendes mi
punto de vista. —No hizo caso de la expresión escandalizada de Xena—. Sí, y ya verás
a todas las niñas con tu nombre...
—Jessan —gruñó Xena.
—E imagínate la historia que va a montar Gabrielle con esto... —continuó Jessan,
divirtiéndose probablemente más de lo que le convenía—. Sí, ya estoy oyéndola... —Se
detuvo cuando Xena se volvió despacio hacia él, con los brazos cruzados y una
expresión amenazadoramente gélida en la cara—. Ahh... perdona. Ya me callo —dijo,
soltando un gallo, y retrocedió bajo esa mirada gélida.
Xena mantuvo la mirada un momento más y luego alzó una ceja.
—Me alegro de ver que todavía funciona —comentó con humor.
Siguieron adelante en agradable silencio y él aprovechó para entrecerrar los ojos y
usar su Vista para Verla. Mercurio, como la había visto por primera vez, con corrientes
ocultas y cambiantes. De repente, mientras Miraba, adoptó una tonalidad más suave y
dorada ante su Vista. Intrigado, abrió los ojos y la miró, preguntándose qué podía haber
causado ese cambio y la correspondiente sonrisa que había en su cara. Como era un
cachorro sin tacto, las palabras salieron de su boca antes de que pudiera detenerlas.
—Xena, ¿en qué estás pensando? —Se podría haber tapado la boca con la mano, pero
ya era demasiado tarde. Ella se volvió para mirarlo, extrañada.
—¿Por qué? —inquirió Xena, preguntándose por qué le hacía esa pregunta en ese
momento. Justo en ese momento.
—Oh —se recuperó Jessan—. Por curiosidad. —Evitó su mirada—. Es que estabas
sonriendo, nada más. —Bueno, eso era cierto—. Parecías estar pensando en algo que te
hacía muy feliz.
Xena lo miró, pensativa, y luego sonrió despacio.
—Eso es muy cierto —admitió, y luego—: ¿Puedes leer la mente, Jessan?
—No —se apresuró a responder el habitante del bosque—. No, bueno, mi madre
puede, un poco. Bueno, puede leer la mía. —Hizo una mueca—. Pero los demás, no. —
Tragó—. Podemos... percibir... la fuerza vital de lo que nos rodea... si una persona es
buena o mala y, si está cerca, podemos percibir sus emociones, a veces. —La miró,
intentando descifrar su expresión.
—¿Por eso decidiste confiar en nosotras, cuando te rescatamos de la aldea? —
preguntó Xena inesperadamente, sintiendo ahora auténtica curiosidad.
Jessan le sonrió levemente.
—No. La herida de la cabeza me quitó la percepción del mundo, durante la mayor
parte del tiempo que estuvimos viajando juntos. La recuperé la noche en que os conté la
historia de mis padres. —La miró y advirtió su expresión de interés. Ay ay—. No, eso
tuve que decidirlo de la manera tradicional.
—¿Cómo? —insistió Xena, fascinada—. ¿Qué te hizo decidirlo? Sabías quién era yo.
—Lo miró con una ceja enarcada, esperando su respuesta.
¿Se lo digo? Me pregunto si se da cuenta de lo que muestran sus ojos, por lo menos
a mí. Probablemente no. Los humanos son... tan inconscientes, reflexionó Jessan
pensativo, antes de alzar los ojos para encontrarse con los de ella.
—La primera noche. —Le hizo gracia su expresión de sorpresa—. Cuando Gabrielle
tuvo pesadillas y tú se las ahuyentaste. —Ahora sus ojos azules tenían una expresión de
pasmo receloso—. La expresión de tu cara. Supe que... alguien... que tenía tanto amor
en su interior... no me iba a hacer daño.
Le había hecho mella y vio cómo reaccionaba ante sus palabras. Tal vez demasiado.
Era el momento de retroceder.
—Lo siento. —Le puso la mano en el brazo con gesto conciliador—. ¿Te has
enfadado?
Xena siguió avanzando en silencio varios pasos más y luego soltó una carcajada
grave.
—No. —Lo miró de reojo—. No estoy enfadada. —Unos pasos más—. Eres muy
perspicaz. —En sus labios se iba dibujando una sonrisa desganada.
—Es un don de mi pueblo —contestó él, mirándose las botas manchadas de sangre.
Xena resopló.
—Tu pueblo tiene muchos dones interesantes. —Lo miró por el rabillo del ojo.
Jessan se mordisqueó el labio un momento.
—Sí, así es. —Se calló y tomó aliento con decisión—. ¿Sabes, Xena? Hay algo que...
veo... entre Gabrielle y tú.
—Lo sé —contestó Xena, volviendo la cabeza del todo y mirándolo con una sonrisa
tensa.
—Oh —respondió Jessan—. ¿Lo sabes? —¿Por qué me sorprendo ante esta mujer?
¿Esta humana?
—Sí —suspiró Xena, con expresión resignada pero apacible—. Pero no es lo que más
le conviene a ella, así que intento no pensarlo.
Jessan dio un respingo.
—¿Cómo? Espera... Xena... no lo entiendes.
La guerrera lo miró.
—Sí que lo entiendo. —Se quedó contemplando el horizonte—. Pero nosotros no
somos como tu pueblo. Podemos elegir. —Se volvió para mirarlo a la cara y en sus ojos
se advertía el peso de todos sus años y todo lo que le había pasado en la vida—. Y yo
elijo no permitirle entrar en un futuro que sólo ofrece oscuridad y peligro y... —Alzó el
brazo e hizo un gesto, indicando lo que los rodeaba—. Esto.
—Ella podría cambiarlo —dijo Jessan, armándose de valor.
Xena negó con la cabeza.
—No. —Le sonrió de medio lado—. Puedo fingir que no es así, pero esto es lo que
soy. —Le dio unas palmaditas en el brazo—. Además, es una gran bardo. Tengo que
llevarla a algún sitio donde pueda dedicarse a dejar crecer ese don. No a vagabundear
por el campo.
Ah, Xena, pensó Jessan en silencio. Crees que controlas esto. Mis padres también lo
creyeron. Durante un tiempo.
—Lo que tú digas, Xena —respondió, con tono ligero.
Ella se quedó callada y contempló las grandes puertas de la fortaleza de Hectator.
Varios soldados la vieron y su nombre empezó a resonar a gritos por el patio abierto.
Ella lanzó una mirada fulminante a Jessan, que se limitó a encogerse de hombros con
gesto cohibido.
Dos pajes se acercaron corriendo, ofreciéndose a ocuparse de sus caballos. Xena se
arrodilló para ponerse a la altura de los ojos de uno de ellos.
—¿Sabes cómo atender las heridas de combate de un caballo? —preguntó
solemnemente. Él la miró con los ojos como platos y luego le mostró su bolsa, que
contenía vendas y desinfectante—. Bien —dijo ella y le entregó las riendas de Argo—.
Cuídala bien. —Le revolvió el pelo y a cambio recibió una mirada de adoración. Su
compañero y él se llevaron a los dos cansados animales, dejando que sus jinetes
cruzaran el patio delantero del castillo y subieran las escaleras hasta la puerta principal.
El patio estaba lleno de restos de la batalla y heridos ambulantes, así como sus
compañeros sanos. Xena notaba sus miradas posadas en ella mientras cruzaba las losas
y se esforzó por mirar a los ojos a todos los que pudo antes de empezar el largo ascenso
hasta la puerta. Bueno. Así que esto es lo que debe de sentir Hércules todo el tiempo, se
dijo burlonamente. Si hubiera estado al frente del ejército de Ansteles, no creo que
estuvieran tan encantados. Podría haber tomado esta ciudad, con habitantes del
bosque o sin ellos. Me pregunto si son conscientes de ello. Me pregunto si les importa.
¿Es que no se dan cuenta de que tienen que adorar a héroes que den la vida, no a un
caballo de guerra maldito por los dioses y sumido en la oscuridad como yo, cuya
mayor habilidad es matar a la gente?
Una figura oscura se interpuso en su camino.
—Alaran —dijo Xena, deteniéndose para mirarlo a la cara. Había sufrido algunas
heridas leves, pero estaba de una pieza—. Me alegro de que hayas conseguido salir de
ahí. —Le sonrió con cansancio.
—Xena —murmuró el canoso soldado—. ¿Sabes? Se me había olvidado lo que era
luchar bajo tu mando. —Alargó una mano y le tocó la maltrecha armadura—. Has
vuelto a conseguir que me olvidara de las probabilidades, Xena. Dijiste que éramos
imparables y así ha sido. Se me había olvidado que eras capaz de hacer eso. —Se rió
ligeramente—. No han tenido nada que hacer. No has perdido ni un ápice, ¿lo sabes? De
hecho, creo que eres aún mejor. ¿Cómo lo has conseguido?
Xena suspiró resignada. Luego se le puso expresión traviesa y susurró algo al oído de
Alaran que le provocó a éste un ataque de risa.
—Pero no vayas diciéndolo por ahí —le advirtió y le dio un breve abrazo. Se rió un
poco entre dientes mientras Jessan y ella seguían subiendo por las anchas escaleras
hacia la puerta iluminada que había en lo alto.
Gabrielle había empezado observando la batalla desde la torre más alta, pero lo dejó
al ver a Xena saltando de Argo y emprendiendo el combate cuerpo a cuerpo. Se alegraba
de ver a los habitantes del bosque, pero era consciente de que las fuerzas de Hectator
seguían superadas en número. Empleó el tiempo en organizar a los sanadores y a las
personas encargadas de los suministros e intentó no prestar atención a los ruidos que
venían de fuera.
Cuando empezaron a llegar los heridos y los moribundos, no tuvo tiempo de pensar
en gran cosa salvo para intentar salvar a todos los soldados que fuera posible, y dedicó
su exceso de energía a asegurarse de que el reabastecimiento de suministros funcionara
como estaba previsto. Los jefes de guerra habían sido los primeros en salir y serían los
últimos en volver, eso lo sabía y, además, así era como hacía las cosas Xena. Sabía que
Xena estaba viva: ése era el rumor que había llegado del campo de batalla, que todos los
jefes de guerra habían sobrevivido, aunque Lestan estaba aquí para que le vendaran el
hombro y se decía que Hectator había sufrido un golpe muy fuerte en la cabeza. Pero
saberlo no le deshacía el enorme nudo que tenía en el estómago. Quería ver la prueba
con sus propios ojos.
Habían ganado, casi todo el ejército de Ansteles estaba dispersado o destruido y ellos
mismos habían sufrido pérdidas relativamente bajas, de modo que Gabrielle suponía que
había sido un éxito, para tratarse de lo que se trataba. Mientras atendía a los heridos,
empezó a oír historias sobre los habitantes del bosque, sobre Hectator, sobre Jessan,
pero especialmente sobre Xena y lo que todos habían hecho en una lucha a la que
ninguno de estos hombres había esperado sobrevivir. Había hecho buenas migas con
este grupo de soldados y estaban contando unas historias de lo más increíble. Con
curiosidad, Gabrielle fue en busca de Lestan y por fin lo encontró rodeado sobre todo de
habitantes del bosque, junto con dos cirujanos de guerra humanos.
—¡Gabrielle! —gritó Lestan, al verla—. Chica, menudas historias vas a contar sobre
esta batalla. —Se rió, sin hacer caso del intento de los cirujanos de coserle el hombro
herido—. Y yo soy testigo ocular de una de las mejores.
—Eso he oído —sonrió Gabrielle, sentándose en la banqueta que había junto al
camastro donde estaba echado—. Pero cada vez que lo oigo, el número de soldados
enemigos no para de aumentar. —Miró a algunos de los habitantes del bosque que los
rodeaban—. Iba por... mm... los doscientos o así la última vez que lo oí. Así que... ¿cuál
es la historia de verdad?
Lestan se acomodó con expresión satisfecha.
—No lo sé con exactitud —reconoció—. Me enfrentaba a un círculo de soldados
enemigos y me tiraron la espada de la mano y luego me dieron un golpe de lado en la
cabeza. Me desmayé tal cual. —Chasqueó los dedos—. Pensé que todo había terminado.
—Tomó un sorbo de agua que uno de los otros cirujanos le ofrecía con insistencia—.
Gracias. El caso es que cuando me quiero dar cuenta, lo único que oigo son gritos y el
choque de las espadas, pero ninguna me alcanza. Levanto la mirada y ahí está Xena,
manteniendo a raya a... ah... me parecieron... no sé. Cientos de ellos, durante horas.
Nunca, —meneó la cabeza—, nunca he visto nada semejante. —En sus ojos se veía el
asombro—. Había tantos y, por los dioses, cómo lo intentaban, pero ella no les permitía
ni acercarse. Fue increíble.
—Fue una idiotez —le corrigió una voz grave, con tono divertido y cansado. Los ojos
de todos se volvieron hacia la puerta, donde estaba apoyada Xena, cruzada de brazos,
mirándolos.
Gabrielle sintió que la opresión que había tenido en el pecho desde por la mañana se
evaporaba, dejándola casi mareada por el alivio. Cubierta de sangre y suciedad, pero
entera, con esos ojos azules que sonreían a los suyos verdes.
—Lo prometido es deuda —comentó Xena, con una chispa en los ojos—. Aunque
creo que me he traído la mitad del campo de batalla de vuelta. —Hizo una mueca de
fastidio, mirando el barro y la mugre, y luego miró a Gabrielle y se encogió de hombros.
La bardo se echó a reír.
—Me daría igual que volvieras cubierta de fango negro de la laguna Estigia —dijo,
acercándose, y le dio un abrazo a Xena, con armadura, mugre, sangre y todo—. Pero
probablemente te estropearía la armadura. —Tiró de la armadura en cuestión—. Venga.
Vamos a quitarte todo esto antes de que te oxides en el sitio.
Xena la siguió apaciblemente a una pequeña estancia, donde se sentó en una caja y
empezó a soltarse las correas de la armadura. Levantó la mirada cuando Gabrielle
regresó de un almacén situado fuera de la estancia, con las manos llenas de trapos. Xena
se quitó la hombrera y oyó la súbita exclamación sofocada de Gabrielle.
—Caray —murmuró la bardo, mirando más de cerca el corte que tenía la guerrera en
un lado del cuello—. Eso ha estado muy cerca.
—Sí —dijo Xena, con una mueca de dolor al flexionar el brazo de ese lado—. No me
quedó más remedio... Ansteles estaba a punto de cortarle la cabeza a Hectator. Lo único
que había cerca para detenerlo era yo. —Se ocupó de quitarse los brazales—. La
estocada iba dirigida contra su nuca... a mí me rozó cuando me estampé contra él.
—Voy a buscar desinfectante —contestó Gabrielle, con voz apagada. Salió de la
estancia y Xena empezó a quitarse la armadura de las piernas. Con cuidado, soltó la de
la izquierda, revelando la magulladura que se esperaba por haber desviado al guardia
que había intentado tirarla de Argo. No estaba demasiado mal, la verdad. Levantó la
mirada cuando regresó Gabrielle, con varias vendas y un desinfectante de hierbas.
Xena se quedó sentada en silencio, con los ojos cerrados, mientras la bardo le
limpiaba el largo corte y le daba unos puntos para mantenerlo cerrado.
—Gracias —suspiró cuando Gabrielle terminó—. Ya lo tengo mejor. —Sonrió a su
amiga—. Tienes buenas manos.
Gabrielle se ruborizó ligeramente y miró al suelo y luego subió la vista de nuevo para
encontrarse con los ojos de Xena.
—Manos cansadas —reconoció, carraspeando un poco—. Tantos... —Su mirada se
dirigió hacia la gran sala abierta y meneó la cabeza—. Hemos perdido a muchos... las
heridas eran demasiado graves... yo... —Se detuvo y se llevó una mano temblorosa a la
sien, luego suspiró y tomó aliento—. Algunos se nos fueron mientras yo estaba...
Bueno... me alegré de... de no conocer a ninguno de ellos. —Levantó la cabeza y miró
la cara tranquila y quieta de Xena. Sin su permiso consciente, su mano se movió y
colocó la palma sobre la mejilla manchada de sangre de Xena.
Xena se dijo después que estaba demasiado cansada para moverse cuando Gabrielle
alargó la mano hacia ella, demasiado cansada para apartarse de esa tierna caricia,
demasiado cansada para evitar que sus ojos miraran a los brumosos ojos verdes de la
bardo durante lo que pareció un momento demasiado largo, viendo demasiadas cosas
que le eran correspondidas. Por fin, parpadeó y Gabrielle bajó la mano hacia el largo
corte que acababa de curar, toqueteando un poco el vendaje.
—¿Alguno más? —preguntó la bardo suavemente.
Xena ladeó la cabeza pensando.
—No... —Hizo una ligera mueca de dolor—. Sobre todo golpes por todas partes.
Unos cuantos arañazos, lo de siempre. —Su tono era ligero—. Menos de lo que
esperaba, a decir verdad. —Sonrió—. Hacía mucho tiempo que no tenía que hacer algo
así. Creía que a lo mejor me estaba poniendo un poco blanda.
Gabrielle se rió suavemente.
—¿Tú? —Clavó un dedo en uno de los musculosos hombros de Xena—. Sí, ya. —Se
le había relajado la cara, al pasar a sus bromas de costumbre—. Pero más vale que te
quites el cuero, antes de que se ponga tieso.
—Mmmm. —Xena contempló su cuerpo cubierto de sangre y mugre con una risa
grave—. Voy a subir a lavarme todo esto. —Miró a Gabrielle, que estaba apoyada en el
mostrador cercano—. Tú... —Miró bien a la bardo, estrechando los ojos—. Vas a
conseguir algo de comer y te vas a sentar un rato. Estás blanca como una sábana. —La
bardo hizo una mueca—. No me obligues a cogerte en brazos y depositarte en una silla
—añadió, con una falsa mirada fulminante.
Gabrielle reprimió una sonrisa.
—Vale... vale... —Señaló las escaleras que llevaban arriba—. Te propongo un trato.
Consigo algo de comer y lo llevo arriba para que podamos comer las dos. —Le devolvió
a Xena la falsa mirada fulminante—. Venga, dime que no lo necesitas.
Xena se limitó a sonreír con aire burlón y salió en silencio. Gabrielle se quedó en el
sitio un momento, contemplándose pensativa las botas de cordones, y luego se encogió
de hombros y los sacudió mientras recogía una bandeja de camino a la puerta. Jo, tengo
que estar cansadísima para haber hecho eso, pensó. Y lo único que he hecho es ayudar
aquí. Imagínate cómo se debe de sentir Xena. Lleva luchando desde el amanecer y ya
se ha puesto el sol. Blanda, ¿eh? Gabrielle se rió por dentro. Vio que los ojos de casi
todos los soldados, humanos y habitantes del bosque por igual, seguían a Xena hasta la
puerta, reconoció la adoración pura que se veía en sus caras. Encandila a la gente con
tan poco esfuerzo, pensó, pasando ante los cirujanos que seguían trabajando. Yo lo sé
bien, reconoció privadamente. Y no tiene ni idea de que lo hace. Estos hombres la
seguirían ahora hasta el Tártaro... ni siquiera les importa que sea una mujer.
Simplemente se enamoran de ella. Cierto. A más niveles de los que estaba dispuesta a
plantearse.
Agua, pensó Xena, mientras se mojaba de la cabeza a los pies para quitarse del
cuerpo toda la sangre y la suciedad. Hectator no tenía un mal apaño aquí. Había grandes
conductos de piedra que recorrían la parte central del edificio y canalizaban el agua que
se podía calentar para bañarse o se podía beber cuando se tenía sed. Xena se ahorró el
aburrimiento de calentarla y se lavó con el agua gélida. No era que no le gustaran los
baños calientes, se rió por dentro. Pero quería estar limpia, y si para lograrlo hacía falta
agua helada, pues bueno.
Terminó de quitarse toda la sangre reseca a base de frotar y se aclaró por última vez
antes de sacudirse para secarse en parte, y usó un trozo de lino suave para terminar el
trabajo. El aire relativamente cálido de la habitación le producía una sensación
agradable en la piel helada y se detuvo un momento para contemplar su reflejo en el
espejo de la habitación. El resultado fue un bufido burlón. Vale. Gabrielle tiene razón,
pensó, burlándose de su reflejo. Aquí no hay mucha blandura. No me extraña que
asustes a la gente cuando entras en una habitación. Xena sacudió la cabeza con una risa
irónica y se metió por la cabeza una suave camisa de lino cuyo borde le llegaba hasta las
rodillas. Luego se sentó cruzada de piernas en una pequeña alfombra cerca de la
chimenea de la habitación y emprendió el complicado proceso de limpieza de su
armadura. Se daba cuenta de que la mayoría de la gente lo habría dejado para la mañana
siguiente. Supongo que por eso no soy como la mayoría de la gente.
—¿Qué haces? —dijo Gabrielle, con un tono que destilaba sarcasmo al abrir la puerta
poco después y entrar en la habitación—. No me puedo creer que estés limpiando la
armadura... no, borra eso. Me lo puedo creer. Lo que no me puedo creer es que me
sorprenda de no poder creérmelo. —Se detuvo y repasó su última frase—. Creo que ahí
he metido demasiadas negaciones —terminó, y cruzó la habitación hasta donde estaba
sentada Xena, que ahora tenía la barbilla apoyada en una mano y observaba a su amiga
con una sonrisa demasiado guasona.
—Hola a ti también, Gabrielle —dijo la guerrera despacio—. Ahora te toca a ti
quitarte la sangre. —Hizo un gesto con la cabeza señalando la ropa manchada de rojo de
la bardo—. Espero que te guste el agua fría —añadió, con un brillo taimado en los ojos.
Gabrielle gimió.
—Tienes suerte de que esté demasiado cansada para que me importe. —Suspiró y
depositó la bandeja cargada de comida al lado de Xena—. Toma, empieza con esto
mientras me lavo. —Se dirigió a la zona de baños, reprimiendo un bostezo.
Xena cogió otra pieza de la armadura con una mano y un trozo de queso con la otra.
Se colocó la pieza en la rodilla mientras masticaba, usando el trapo de lino para limpiar
los últimos restos de suciedad del metal que brillaba apagadamente. Había terminado
tanto con el queso como con la pieza de armadura cuando regresó Gabrielle.
—Brr —dijo la bardo, castañeando los dientes y arrebujándose en su camisa limpia
—. ¿Cómo lo aguantas? —preguntó, con tono quejumbroso, cruzando la habitación y
desplomándose en la alfombra al lado de Xena.
—Toma —contestó Xena, pasándole una taza—. Esto te ayudará. —Observó
mientras Gabrielle olisqueaba el contenido y luego sonreía y empezaba a beber,
calentándose las manos con la parte externa de la taza—. ¿Mejor?
Gabrielle dedicó un momento a aspirar el cálido vapor que subía de la infusión de
hierbas.
—Sí. Gracias. —Se apoyó en la chimenea—. Bueno. —Miró a Xena—. Háblame de
esos doscientos soldados enemigos a los que derrotaste —le pidió, con una sonrisa, al
tiempo que se comía un gran pedazo de pan.
—Oh, no empieces tú —gimió Xena, poniendo los ojos en blanco—. Por favor. Ya he
tenido que aguantar a Jessan con esa historia durante todo el camino de vuelta a la
fortaleza. —Dejó la última pieza de armadura y cogió otro trozo de queso—. ¿Qué iba a
hacer, dejar que hicieran pedazos a Lestan? —Apoyó la cabeza en la chimenea y miró a
Gabrielle—. No intentaba darte material para tus historias. En serio.
Gabrielle se echó a reír.
—Lamento no haberlo visto en persona. —Soltó una uva y se la metió en la boca—.
Aunque bien pensado, si realmente eran doscientos, creo que me alegro de no haberlo
visto. Me habría muerto de miedo.
Xena la miró, con una sonrisa muy cansada en los labios. Empezaba a notar el final
de un día muy largo.
—Ya —masculló y luego cerró los ojos y volvió a apoyar la cabeza en la chimenea
—. Vale, Gabrielle. Si quieres que fueran doscientos, fueron doscientos. —Echó la
cabeza a un lado y abrió de mala gana un ojo para calibrar la respuesta—. Ahora mismo,
me siento como si hubieran sido doscientos. Como poco —reconoció.
—Vamos —replicó la bardo, dejando el tono de broma y poniendo una mano en el
brazo de Xena—. Es hora de acostarse. —Empezó a levantarse—. Si es que consigo
levantarme.
Xena le sonrió con indolencia, luego hizo acopio de la poca energía que le quedaba y
se puso de pie ágilmente, levantando con ella a la bardo, que seguía agarrada a su brazo.
—No hay problema —dijo con sorna, ganándose una mirada de asco por parte de
Gabrielle—. Has dicho que querías levantarte. —La guerrera bostezó y se dirigió a la
cama, con una ligera mueca de dolor al notar las contusiones que se le estaban
enfriando. Se tumbó con cuidado, evitando golpearse el cuello, y observó distraída
mientras Gabrielle se ocupaba del fuego y luego se reunía con ella, acurrucándose de
lado y de cara a Xena.
Se quedaron mirándose un momento y luego Xena ladeó la cabeza para mirar a la
bardo directamente a los ojos.
—¿Estás bien? —preguntó, suavemente, observando las minúsculas reacciones de la
cara que tan bien conocía y tenía a su lado.
Gabrielle asintió en silencio. Claro que estoy bien, ahora. Ahora que mi peor
pesadilla ha terminado y puedo volver a despertarme y ver que no es real. Pero no
puedo decirlo, ¿verdad? ¿Cómo puedo decirte lo que es verte morir en mis sueños
todas las noches, sin que te eches esa culpa también sobre los hombros?
—Sí, estoy bien —susurró por fin—. Ahora. —La última palabra se le escapó sin
querer y fue demasiado lejos, lo sabía, decía demasiado. Una mano se acercó a ella y le
apartó el pelo de los ojos, con una caricia que casi, casi acabó con su decisión de
hacerse la fuerte. Gabrielle mantuvo los ojos cerrados, sabiendo que si los abría,
establecería contacto visual, se vendría abajo y se echaría a llorar como una niña de
puro alivio. Y eso, juró apretando los dientes, era algo que no iba a hacer, no iba a dar
más cargas a Xena después de un día como éste.
Xena desterró la fatiga por el momento mientras estudiaba la cara de la bardo,
advirtiendo la tensión, la emoción escritas en ella, por mucho que la mujer intentara
tranquilizarse. Se le da muy bien eso de conseguir que me abra, sí... y a mí se me da tan
mal conseguirlo de ella. Vale... probemos con el plan A.
—Gabrielle. —La voz de Xena sonaba grave e irresistible. La bardo sintió que le
bajaba retumbando por los oídos, tocando algo dentro de ella que ninguna otra voz
tocaba. Maldición. Y ahora notó una mano en la barbilla y esos ojos azules clavados en
ella, incluso a través de los párpados cerrados. Maldición. A regañadientes, abrió los
ojos y se encontró con la mirada firme de Xena y notó que se le empezaban a acumular
las lágrimas.
—Lo siento, es que estoy muy cansada —farfulló Gabrielle, pasándose la mano por
los ojos—. Ha sido un día muy largo. —Tomó aliento con fuerza y lo soltó y no notó el
menor alivio de la presión sofocante que tenía en el pecho. Maldición. A ver si creces,
Gabrielle. Acaba de matar a no sé cuántas personas, está herida, está cansada y no
necesita ocuparse de tu histeria—. Estoy bien. En serio.
—¿Gabrielle? —dijo Xena, con infinita suavidad...—. Mírame un momento. —
Vale... vale... plan B, entonces.
La bardo suspiró y levantó la mirada, parpadeando un poco.
—¿Sí? —consiguió susurrar, con la esperanza de poder aguantar unos minutos más.
—Gracias por preocuparte —dijo Xena, con sencillez—. Eso es muy importante para
mí.
Atrapada entre un suspiro y un latido, Gabrielle se quedó paralizada un momento,
luego cerró los ojos y notó que le resbalaban las lágrimas por la cara. Unos dedos le
enjugaron las lágrimas y de algún modo se encontró estrechada en un abrazo al que no
sabía cómo había llegado, pero del que sabía, con una repentina y cegadora claridad,
que no quería escapar jamás.
No debería hacer esto, le riñó su mente. Debería serenarme y hacer que se duerma
después del día que hemos tenido. Debería... pero por los dioses... es tan maravilloso
soltarlo todo... y no puedo evitarlo... lo necesito... Al cabo de un largo rato, cuando las
lágrimas por fin cesaron y Xena la soltó, acomodándola de nuevo en la cama pero
manteniendo un brazo protector alrededor de sus hombros, volvió a abrir los ojos, de
mala gana.
—Xena, lo siento —suspiró Gabrielle, secándose los ojos con rápida irritación—. No
quería hacer eso. No sé qué me ha pasado. —Se frotó las sienes con una mano, tratando
de aliviarse el dolor del llanto—. Lo que te faltaba, tener que ocuparte de eso. —La
bardo meneó la cabeza, disgustada.
Xena permaneció en silencio, pero llevó una mano al cuello de la bardo y se puso a
eliminar la tensión que encontró allí. Al cabo de unos minutos, notó que los músculos de
Gabrielle se relajaban y la bardo dejó caer la cabeza hacia delante sobre la cama.
—¿Mejor? —comentó la guerrera, con tono ligero.
—Sí —contestó Gabrielle, con tono apagado—. Gracias.
—De nada —dijo Xena, arrastrando las palabras—. Los ex señores de la guerra
tenemos que servir para algo, ¿no? —Obtuvo la esperada risa sofocada por parte de la
bardo y sonrió como respuesta cuando Gabrielle la miró por debajo de las pestañas
húmedas—. No me uses a mí como patrón para juzgarte a ti misma, Gabrielle —dijo
Xena, suavemente—. Después de un día como el de hoy, ésa es la reacción normal de
cualquier persona cuerda.
La bardo reflexionó sobre eso.
—Mm. Supongo —reconoció por fin, acomodando la cabeza sobre un brazo—. Es
que me siento tan... inútil... a veces. —Se encogió ligeramente de hombros.
—Gabrielle... —Es demasiado tarde y estoy demasiado cansada para esto... Sé que
voy a decir algo raro...—. No eres inútil... para mí no. —Titubeó, luego se doblegó ante
una mente excesivamente cansada y continuó—. Eres una parte muy importante de mi
vida. No sé qué haría sin ti. —¿¿¿Acabo de decir eso??? Debo... sonaba como mi voz...
la pregunta es... ¿lo he dicho en serio? Maldición... creo que sí.
—¿En serio? —Un tenue susurro de Gabrielle, una súbita inmovilidad de su cuerpo
que Xena notó bajo el brazo con que la rodeaba como sin darle importancia.
—En serio —fue la respuesta.
—Bien —suspiró la bardo—. Porque para mí tú eres lo más importante del mundo y
me muero de miedo con la mera idea de volver a perderte. —Ya estaba. Lo soltó todo de
una vez, casi como si lo hubiera ensayado, varios miles de veces.
Gabrielle alzó la mano, la puso sobre el brazo de Xena y continuó, antes de poder
pensar en detenerse.
—¿Sabes que anoche fue la primera noche desde hace meses que no he tenido ese
mismo sueño? Creo que tenía el cerebro tan sobrecargado por lo que iba a pasar por la
mañana que se me quedó en blanco.
Xena luchó con varias emociones contradictorias. Una calidez inesperada ante la
confesión de la bardo, rabia contra sí misma por provocarla, pena por causar el terror
nocturno de la mujer.
—Lo siento, Gabrielle —suspiró.
Gabrielle respiró hondo.
—Yo no —fue la sorprendente respuesta. Contestó a la mirada desconcertada de
Xena con una dulce sonrisa—. Algunas personas pasan por la vida sin sentir nada en
absoluto, Xena. —Distraída, acarició con el pulgar los pelillos finos del brazo de Xena
—. Nunca experimentan el tipo de rabia, miedo, desesperación, alegría o amor que yo
he experimentado. —Sus ojos se encontraron por fin con los de Xena—. Eso es muy útil
para alguien que cuenta historias, ¿no crees? —Vio una sonrisa como respuesta en
aquellos ojos azules—. Lo hace todo real... y eso es necesario para poder hacer que otra
gente se lo crea.
Xena se rió entre dientes.
—Nunca dejas de asombrarme, oh bardo mía. —Revolvió el pelo de Gabrielle y
recibió una sonrisa cansada como respuesta—. Es hora de descansar un poco. —Alargó
la mano y apagó la vela, dejando únicamente la luz de la chimenea en la enorme
habitación, y luego sus ojos se cerraron. Como siempre, sus demás sentidos se
intensificaron para compensar la falta de vista. Oyó los pequeños sonidos que llegaban
desde el patio, leves golpes y crujidos dentro de la fortaleza, los ruidos de los caballos
en el lejano establo y el desagradable sonido de los carroñeros en el campo de batalla. A
su lado, Gabrielle se movió y Xena notó el ligero escalofrío que estremeció a la bardo a
causa de la brisa fresca que se movía por la habitación—. ¿Tienes frío? —preguntó.
Una pausa demasiado larga.
—No —respondió Gabrielle por fin—. Estoy bien.
Xena miró hacia el techo invisible y sonrió y luego meneó la morena cabeza. Se
acercó al oído de la bardo.
—Mientes —susurró, intentando evitar que su voz se inundara de risa.
—Sí —suspiró Gabrielle—. Pero estoy demasiado cansada para levantarme a coger
una manta. Sobreviviré. —Bostezó y se hizo un ovillo más apretado—. No parece que
tenga una especie de fuente mística de calor interno como ciertas Princesas Guerreras.
—Muy sutil, Gabrielle —comentó Xena con humor. Dobló el brazo que ya rodeaba
los hombros de la bardo y la acercó tirando con una impresionante demostración de
fuerza, dadas las circunstancias—. Me han llamado muchas cosas, pero ésta es la
primera vez que soy una bolsa de agua caliente. —Dirigió una mirada invisible aunque
no por ello menos afectuosa a la bardo.
—Mmm —farfulló Gabrielle, relajándose y durmiéndose por fin, acurrucada en el
calor de Xena. Creo que estoy perdiendo el control de algo... se dijo riendo suavemente
por dentro, pero me parece que no me importa.
4
Jessan parpadeó despacio, perezosamente, cuando los rayos del sol entraron en la
habitación donde estaba y le inundaron el pecho de calor. Sus ojos recorrieron las
paredes, tan distintas de las que estaba acostumbrado, y se estiró cuan largo era en la
gran cama mullida. Dolorido, pero no demasiado, pensó, vagamente satisfecho. Miró
hacia la ventana guiñando los ojos. He dormido hasta tarde. Bostezó, mostrando los
inmensos colmillos, y se preguntó si el resto de la fortaleza habría hecho lo mismo.
Aguzó el oído y oyó sobre todo silencio. Una sonrisa. Seguro que sí. Cerró los ojos y
dejó flotar la Vista... sí. Dormidos, en su mayoría, incluso... sondeó hacia la izquierda,
algo sorprendido. Incluso Xena seguía dormida. No es que no se lo merezca, pensó.
Pero... oh... pero qué interesante... De repente, en su cara se dibujó una amplia sonrisa y
abrió los ojos despacio. A ver en qué lío puedo meterme...
Jessan pasó un rato breve pero entretenido en la zona del baño, chapoteando en el
agua con deleite y disfrutando de la sensación del suave lino al secarse, con cuidado de
no rozarse los cortes y arañazos que cubrían su gran cuerpo. Se puso una túnica y unos
pantalones y abrió la puerta con cuidado, atisbando por el pasillo con una sonrisa
traviesa. Soy demasiado grande para caminar de puntillas, pero... Jessan se deslizó por
el pasillo y se detuvo ante la siguiente puerta y con mucho, mucho sigilo, la abrió,
poquito a poco, hasta que pudo asomar la cabeza dorada y mirar al otro lado del marco.
El sol de la mañana iluminaba la cama delicadamente, destacando los brillos de fuego
del pelo de Gabrielle, que estaba echada de lado, con un brazo doblado debajo de la
cabeza y el otro rodeando con firmeza a Xena. Ambas mujeres seguían profundamente
dormidas, cosa rara en el caso de la guerrera, como Jessan sabía a ciencia cierta. Las
observó un poco más, notando el aire más apacible que de costumbre que tenían, y
luego cerró despacio los ojos y extendió la Vista... ah. Arrugó la nariz respingona al
reaccionar con una sonrisa de felicidad. Cerró la puerta sin hacer ruido y siguió adelante
por el pasillo, reprimiendo las ganas de ponerse a silbar. ¿Que tienes elección, Xena?
Ohhh... no. No me parece que tengas la menor elección... ese vínculo es de los más
fuertes que he visto jamás... y empiezo a pensar que tú también lo sientes. ¿Tengo
razón? ¿La tengo? Tal vez sí... mmmm...
A desayunar, creo, decidió, sofocando un bostezo. Y a ver a padre. Lestan había
pasado la noche en la enfermería, después de que le cosieran el corte del hombro. Bajó
por las escaleras, algo sorprendido de que tanto él como todos los demás se hubieran
adaptado tan deprisa a este estrecho contacto con los humanos. ¿Demasiado deprisa?
Mmm. Posiblemente. Ya había dejado de pensar en algunos de ellos como humanos y
había empezado a considerarlos miembros de aspecto raro de su propia especie... y eso
era muy peligroso.
—Buenos días —dijo la joven hija del mayordomo de Hectator, al verlo en las
escaleras, dirigiéndole una sonrisa nerviosa, pero bastante cortés—. Mm. Hay desayuno
ahí dentro, si quieres, o sea, si quieres comer.
Jessan la miró con cierto interés. Rubia clara, muy delgada, ojos bonitos.
—Gracias. —Su voz grave la sobresaltó un poco—. ¿Tienes una... una bandeja o algo
así que pueda llevarme? —Ella retrocedió cuando él se acercó. Suspirando, se detuvo—.
Tengo unas amigas a las que me gustaría llevarles el desayuno. Tranquila... no te voy a
hacer daño. —Humanos. Hizo una mueca mental.
—Pues... —titubeó ella—. Me llamo Sharra. Y sí, te puedo conseguir una bandeja. —
Sharra lo miró con timidez—. Tú eres el que llaman Jessan, ¿verdad? —Lo observó,
retorciéndose las manos distraída.
—Sí —dijo Jessan, mirándola con una ceja enarcada—. Soy yo. —Siguió avanzando,
pero más despacio—. Gracias por ofrecerte a ayudarme, Sharra. —Probó a sonreírle y
se sintió aliviado cuando ella le respondió con una breve sonrisa a su vez—. ¿Has dicho
que había desayuno? —preguntó, con una mirada deseosa.
—Ahí dentro —señaló la rubia, manteniéndose bien apartada de él. Otra sonrisa
nerviosa—. ¿Necesitas... algo... crudo? ¿O lo que sea?
Jessan se detuvo en seco y la miró fijamente, haciendo su mejor imitación de la
"mirada" de Xena, ceja enarcada incluida.
—¿Crudo? —contestó, con cierta brusquedad—. Lo último que comí crudo fue miel
y lo pagué a base de picaduras. —Se puso los puños en las caderas y la miró ladeando la
cabeza melenuda—. Y también esas nueces crudas que encontró Gabrielle el otro día,
pero eso no cuenta. —Soltó un resoplido—. ¿Qué te hace pensar que quiero algo...
puaj... crudo?
—Mm... pues... —farfulló Sharra, confusa.
—¿Es por esto? —preguntó Jessan, descubriendo los colmillos—. A lo mejor te como
a ti para desayunar...
Sharra chilló y se volvió para echar a correr.
—Eh... eh... eh... —exclamó Jessan, a toda prisa. Agitó las manos para que se callara
—. ¡Calma! ¡Calma! ¡Sólo era una broma! —Sus ojos dorados se clavaron en los de ella
—. En serio... tranquila... por favor... siempre desayuno gachas de avena. De verdad.
Sharra se detuvo, mirándolo con enfado. Luego se acercó un poco y sorbió.
—Eso no ha estado bien.
Jessan resopló.
—Tampoco ha estado bien que hayas dado por supuesto que quiero desayunar carne
cruda.
La rubia lo miró un momento.
—Tienes razón. —Se encogió de hombros—. Te pido disculpas.
Jessan la miró con su expresión más abochornada.
—Y yo a ti. Mamá siempre me está diciendo que no asuste a las chicas.
Ella soltó una risita.
—Eres gracioso —declaró Sharra, y se volvió para llevarlo al comedor—. Vamos. Te
enseñaré dónde está el desayuno. —Esperó a que la alcanzara y luego caminó en
silencio un ratito antes de volverse hacia él con curiosidad—. Tú eres amigo de la
Princesa Guerrera, ¿verdad? —Lo miró de reojo, ya más relajada con su extraño
protegido.
—¿Te refieres a Xena? —contestó Jessan, preguntándose dónde quería ir a parar con
este interrogatorio. ¿Amigo? Sin pretenderlo, de forma inesperada, pero sin la menor
duda—. Sí. Lo soy. ¿Por qué?
—Da miedo —dijo Sharra, bajando la voz y mirando a su alrededor—. Le da miedo
incluso a mi hermano. —Miró fugazmente al habitante del bosque—. Pero seguro que a
ti no te da miedo, ¿a que no? —Lo miró alzando una ceja, estudiando su tamaño y sus
esbeltos músculos.
—Mm —farfulló Jessan, dudando entre la sinceridad y el ego. Ganó la sinceridad—.
Pues a decir verdad, sí que me da miedo. —Hizo una pausa—. A veces —se apresuró a
añadir. La miró encogiendo los grandes hombros—. Pero también puede ser muy
amable y muy agradable la mayor parte del tiempo. —Una mirada de incredulidad total
por parte de Sharra—. Si no la fastidias —se corrigió Jessan, con una sonrisa. Señaló la
mesa cargada de comida—. De hecho, la bandeja es para ella.
Sharra lo miró atentamente, ladeando la cabeza rubia.
—¿En serio? —Se sentía intrigada. No conseguía imaginarse a Xena haciendo algo
tan corriente como comer—. He oído que sólo bebe sangre o algo así.
Jessan enarcó ambas cejas a la vez y se detuvo.
—¿Qué? —exclamó—. ¿De dónde te has sacado esa idea? ¿Sangre? Puaj. Qué asco.
—Sacó la lengua con una expresión cómica—. ¡No! Eso no es cierto para nada. Come
lo que comemos tú y yo y supongo que todo el mundo. Pan, queso, carne, fruta...
¿sabías que atrapa peces con las manos? —Vio que se quedaba boquiabierta—. ¡Es
cierto! Yo la he visto. Y le gustan las infusiones de hierbas. —La miró ladeando la
cabeza—. ¿De dónde te sacas esas ideas tan raras? Quiero decir, es una persona. Como
tú. Como yo. —Como nadie más en el mundo. Como nadie a quien yo haya conocido o
vaya a conocer. ¿Pero qué sabes tú de eso, niña humana? ¿Ya estás atrapada en tu
estrechez de miras? A lo mejor podemos ampliarte un poco el horizonte. ¿Mmmm?
¿Igual que se ha ampliado el mío?
—Llevo media vida oyendo historias sobre ella —contestó Sharra, con tono flemático
—. Y mi tío luchó en su ejército. —Levantó la vista para mirarlo—. Son historias muy
sangrientas.
—Las historias no lo cuentan todo —respondió Jessan, con tono más amable—. Y la
gente cambia y sigue cambiando a lo largo de su vida. —Le sonrió—. Dale una
oportunidad. Yo no lo he lamentado.
Sharra se acercó más a él, intrigada a su pesar.
—¿Tú?
Jessan asintió, despacio.
—Yo. La conocía por las historias y me la imaginaba más o menos como te la
imaginas tú. Entonces nos conocimos y descubrí todo lo que no contaban esas historias.
—Apoyó la barbilla en una mano y la miró—. Ha salvado a esta ciudad, ¿sabes?
Sharra asintió pensativa.
—Eso he oído. —Lo miró con aire meditabundo—. Tengo que pensar en lo que has
dicho.
—Bien —contestó Jessan, con tono tranquilo—. Hazme saber lo que decides.
Sharra sonrió, pasándole una fuente y una rebanada de pan caliente.
—Toma, cómete esto. —Sus ojos examinaron su cara mientras masticaba—. Eres
muy agradable. —Se rió por lo bajo al ver cómo se sonrojaba—. Te ayudaré con tu
bandeja cuando acabes, si me prometes que seguiré de una sola pieza.
La llegada del amanecer la despertó, como de costumbre. Xena se quedó tumbada en
silencio, contemplando los primeros vestigios de gris que tocaban el cielo por el este, y
se puso a pensar, como siempre hacía a esta hora apacible antes de que fuera de día.
Con cuidado, para no molestar a la bardo profundamente dormida que seguía pegada
a su lado derecho, flexionó los maltratados músculos, para comprobar los daños del día
anterior, y se llevó una grata sorpresa. No está nada mal, salvo por el dolor palpitante en
el cuello, que era de esperar, y una irritación continua en las costillas a causa de varios
lanzazos bloqueados. En total, no tenía mucho de que quejarse.
Y tampoco Hectator, reflexionó, y luego hizo una mueca. Iba a darle a esto mucha
importancia, ¿verdad? Xena se preguntó si podría eludir los homenajes y marcharse,
sigilosamente... entonces miró a Gabrielle. No. Me mataría. La guerrera sonrió
contemplando el techo. Me mataría sin la menor duda. No me dejaría en paz en la vida.
Así que aquí me quedo unos cuantos días.
Lo cual, reconoció, no estaría tan mal. Hacía tiempo que no se tomaba un descanso,
si no se tenía en cuenta estar muerta una semana, y éste no era un lugar tan horrible para
descansar unos días. Hectator tenía un buen mercado y podría conseguir una nueva
túnica de cuero y dejar suelta a Gabrielle entre los comerciantes. A lo mejor hasta podría
hacer unas compras...
Xena miró hacia la ventana, donde el gris se iba transformando despacio en un
profundo rosa. Sabía que debería levantarse e ir a ver a Argo, terminar con la armadura,
hacer un montón de cosas que había que hacer... pero al pensarlo, descubrió que su
cuerpo se plantaba con una atípica rebelión, deseando con todas sus ganas quedarse
donde estaba, acurrucado en esta cama absurdamente mullida. Eso es mala señal, se
advirtió a sí misma. Tengo que cortarlo de raíz ahora mismo y ponerme en marcha.
Pero Gabrielle escogió ese momento para arrimarse más a ella, rodeando a Xena con
un brazo y dejándola firmemente atrapada en el sitio. La guerrera enarcó las cejas,
observando a su amiga, y notó que el brazo se ponía tenso y luego se relajaba cuando la
bardo se hundió más en el sueño con un suspiro satisfecho. Por otra parte... En la cara
de la guerrera se dibujó una sonrisa cómica mientras Xena luchaba con su vena
perezosa, rara vez tolerada y siempre bien oculta, y decidía que dormir hasta tarde una
mañana no iba a hacerle mucho daño, a fin de cuentas. Volvió a rodear a su amiga con el
brazo y se quedó dormida de nuevo.
El sol entraba a raudales en la habitación cuando abrió los ojos de nuevo y parpadeó
sorprendida y luego bajó la mirada para encontrarse con los ojos de Gabrielle, que
soltaban destellos maliciosos. La bardo seguía tumbada perezosamente a su lado y no
hizo ademán de levantarse.
—No puedo creer que me haya despertado antes que tú. —La bardo sonrió burlona
—. Tengo que levantarme y escribirlo. —En realidad, sólo llevaba despierta unos
minutos, pero ahora no iba a reconocerlo, no... no ahora que tenía la insólita
oportunidad de burlarse como nunca. Se había quedado de piedra al despertarse y
encontrarse a Xena todavía profundamente dormida. De hecho, su primera reacción fue
de alarma, hasta que consiguió despejarse los ojos borrosos por el sueño y se tranquilizó
al ver la respiración regular y el color normal de la guerrera.
Gabrielle se había quedado tumbada y muy quieta durante unos minutos, ya que Xena
todavía le rodeaba los hombros con un brazo, y la bardo sabía que si se movía mucho,
despertaría a su amiga. Y tenía tan pocas ocasiones de observar a la guerrera así de cerca
sin que se diera cuenta. Lo aprovechó al máximo, advirtiendo que ni siquiera dormida
Xena se relajaba por completo: el brazo que rodeaba los hombros de la bardo
conservaba una tensión a flor de piel y Gabrielle veía los leves respingos de su cara, por
lo demás inmóvil, que eran sus agudos sentidos siguiendo la marcha del mundo que la
rodeaba mientras dormía.
La he visto pasar de un sueño profundo a un ataque pleno en menos tiempo del que
tardaría yo en contarlo. ¿Cuántas veces nos ha salvado eso el pellejo? Y creo que yo
soy la única que podría despertarla sin salir disparada de un golpe. La única. Qué
raro... es peligrosísima e incluso... incluso cuando está enfadada conmigo, siempre me
siento... a salvo. Incluso cuando entrenamos. Incluso cuando jugamos y hacemos lucha
libre. Sé que me puede partir en dos. Pero sé que no lo va a hacer y a veces me siento
como un cachorro de león transportado en las mandíbulas de su madre.
Caray... esto es demasiado profundo antes de desayunar. Tengo que parar ahora
mismo. Pero ahí hay una historia...
Se alegraba de haberse despertado a tiempo de aflojar el brazo con que sujetaba a la
pobre mujer. Gabrielle se imaginó, sin mucho esfuerzo, la mirada con ceja enarcada que
le habría dirigido por eso. Últimamente está más tolerante conmigo que de costumbre,
pero...
De modo que ahora se limitó a mirar a Xena, sonriendo burlona.
—Otra primera ocasión... debe de ser mi semana.
Xena le respondió con una sonrisa indolente.
—Bueno... —dijo despacio, colocándose de lado y apoyando la cabeza en una mano
—. Me habría levantado al amanecer, pero alguien me tenía de rehén y me dio pena
despertarla. —Observó el rubor que ascendía por la cara de Gabrielle y se rió
suavemente—. Eres una mala influencia, Gabrielle.
—¡Ja! —bufó la bardo, recuperándose rápidamente. Me ha pillado. Pero no parece...
enfadada... ¿molesta? ¿Qué estoy buscando? Da igual—. Que yo soy una mala
influencia. —Se puso boca abajo y agitó un dedo delante de Xena—. Y esto lo dice el
Terror de las Llanuras en persona, la poderosa Princesa Guerrera. ¡¡¡Yo soy una mala
influencia!!! —Muy animada, se dio la vuelta y se dirigió al techo—. Por favor.
Xena la observó con risueña tolerancia hasta que se puso boca arriba. Entonces vio la
oportunidad y aprovechó la falta de atención de la bardo para alargar la mano y hacerle
cosquillas, lo suficiente como para que su amiga chillara sobresaltada y, al seguir, para
que le diera un ataque de risa.
—Eso no es justo —jadeó Gabrielle, cuando por fin recuperó el aliento y dejó de
reírse.
—No —asintió Xena, riéndose ahora a su vez—. Pero ha sido muy divertido.
—¿Ah, sí? —preguntó la bardo, frunciendo el ceño en broma.
—Sí —contestó Xena, todavía riendo.
—Te lo advierto, Xena... un día de estos... —Gabrielle se dio la vuelta y se colocó a
escasos centímetros de la cara de su amiga—. Descubriré dónde tienes cosquillas.
—¿No me digas? —contestó Xena, con los ojos risueños—. Pues será interesante ver
cómo lo intentas. —Sonrió al ver el nuevo sonrojo de la bardo—. Pero hazme un favor...
el truco está en la sorpresa... y si quieres sorprenderme... —Se acercó al oído de
Gabrielle y susurró—: Acuérdate de agacharte.
—Lo haré —prometió Gabrielle, sonriendo—. Bueno —continuó, apoyando la
cabeza en una mano, en la misma postura que su amiga—. ¿En cuántos desfiles tienes
que participar por esto? —Venganza sutil—. Una estatua, ¿o van a hacer una serie? —
Después de tanto tiempo, sabía muy bien cómo picar a Xena, y se regodeó en el ceño
ofendido que obtuvo como respuesta y que quería decir que había dado justo en el
blanco.
—En realidad —comentó Xena con sorna—, estaba pensando en darte un golpe en la
cabeza y marcharnos esta mañana temprano, antes del amanecer.
—Oh —murmuró la bardo—. Y... ¿qué ha pasado? —Se preguntó si Xena lo decía en
serio. A veces, hasta a ella le costaba saberlo, especialmente cuando se trataba de cosas
así. Xena odiaba las ceremonias. Y esto prometía mucha ceremonia y festejo, con ella
como atracción principal.
—Que lo he superado. —La guerrera se encogió de hombros—. Sobreviviré, creo.
Además, te prometí que podrías ir de compras, ¿no? —dijo con tono de guasa,
clavándole un dedo a Gabrielle en el hombro—. Y yo misma quiero comprar algunas
cosas.
Gabrielle resopló.
—¿Tú? —Se le escapó una carcajada—. Sí... ya. Esto tengo que verlo.
Xena salió rodando de la cama y fue donde había dejado las alforjas de Argo,
consciente de la intensa atención de Gabrielle. Metió la mano en la de la derecha y sacó
dos bolsas de lino, sonriendo para sí misma antes de borrar la sonrisa de su cara y darse
la vuelta para volver con la bardo.
—Toma —dijo, lanzándole a su amiga una de las bolsas—. Con una condición. Lo
tienes que gastar todo.
Gabrielle atrapó la bolsa, sorprendida por el peso y el leve sonido metálico. Miró un
momento dentro y luego a Xena, que estaba apoyada en el poste de la cama, aguardando
su reacción.
—¿Pero esto no es...? —Se detuvo y Xena asintió—. Xena, esto es tuyo. No puedo...
—Sí, es mío —afirmó Xena—. Y eso quiere decir que puedo hacer con ello lo que
me dé la gana. —Lanzó su propia bolsa al aire y la volvió a atrapar—. Y lo que quiero
hacer con ello es dártelo a ti. Somos compañeras, ¿no? —Sus ojos se pusieron serios un
momento y Gabrielle notó el cambio—. Así que, por favor, vas a hacer lo que te pido,
sólo por esta vez, sin discutir, ¿vale?
Gabrielle se lo pensó un momento.
—Vale. —Miró a Xena y sonrió. Compañeras. Creo que me gusta cómo suena—.
Gracias. Va a ser divertido. —Salió de la cama y dejó la bolsa junto a su vara—.
¿Desayunamos?
—Ah. Bueno, no creo que vaya a ser un problema —le aseguró Jessan, terminándose
el pan—. Delicioso, por cierto. Estoy seguro de que no corres ningún peligro por parte
de Xena.
—Sí. —Se oyó una risa grave a meros centímetros detrás de él—. Sólo sacrifico
bebés una vez al mes —dijo Xena, más divertida que otra cosa. Dirigió una mirada
tranquila a la petrificada Sharra y rodeó a Jessan, eligiendo una rebanada de pan de la
cesta que había en la mesa. Vestida con una sencilla túnica de lino con cinturón, no
resultaba en absoluto tan amenazadora como cuando iba de cuero y armadura, pero
Sharra se apartó nerviosa—. Tranquila. Lo único que quiero es desayunar —dijo Xena,
dando un bocado al pan y masticando con placer.
—Vaya —dijo Jessan despacio, lanzándole una mirada cargada de malicia—. Ya era
hora de que te despertaras. —No hizo el menor caso de la mirada severa que obtuvo
como respuesta—. Y yo que creía que iba a tener que servirte el desayuno en la cama.
—Sus ojos dorados soltaron destellos y le sacó la punta de la lengua sonrosada.
Xena no pudo evitar una risa irónica.
—Un día de estos, Jessan —le advirtió, con una sonrisa burlona y una expresión
traviesa en los ojos—, cuando menos te lo esperes...
El habitante del bosque cruzó los brazos sobre el musculoso pecho y la miró sacando
la mandíbula, muy risueño.
—Ah... amenazas sin peso. —Miró a Sharra con aire de superioridad—. Qué miedo
me da. —Le volvió a sacar la lengua, lo cual hizo que la muchacha apenas pudiera
contener una risita, lo cual a su vez no hizo sino darle más alas. Miró a Xena meneando
las cejas, retándola para que lo intentara—. Creo que te estás tirando un farol —terminó,
sin ver el repentino destello malicioso de esos ojos claros, olvidando lo difícil que era
predecir sus acciones, olvidando la velocidad de sus reacciones.
Y claro que reaccionó, moviéndose tan deprisa que no tuvo oportunidad alguna de
pararla, ni la menor esperanza de detener su ataque repentino, ni la idea siquiera de
resistirse cuando ella le atrapó la cara y le plantó un sólido beso en la boca. El
sobresalto y la subida de sangre a la cabeza le hicieron perder momentáneamente el
control de las extremidades inferiores y se cayó del banco al suelo. Sabía que estaba
como un tomate del cuello hasta la coronilla y se quedó allí sentado, mirándola
parpadeando. Su cerebro aturdido no era capaz de producir lenguaje coherente y las
risotadas de Sharra y la recién llegada Gabrielle no contribuían a mejorar las cosas.
—Ahhh... —farfulló, tapándose los ojos con una manaza.
—Ooo... Xena —exclamó Gabrielle desde el otro lado de la mesa—. Qué astuta. —
Alargó la mano y le dio a Jessan unas palmaditas en la cabeza—. Ya te dije que sabe
hacer muchas cosas. —Se sentó al lado de Sharra—. Hola, soy Gabrielle. —Le ofreció
la mano, que Sharra le estrechó con cierta vacilación—. Tú trabajas aquí en la fortaleza,
¿verdad?
—Yo nunca me tiro faroles —comentó Xena, sonriendo, y luego cedió y alargó la
mano hacia Jessan. Éste la agarró del brazo y ella lo levantó del suelo. Él se sacudió la
ropa, rehuyendo la mirada, con la cara todavía sonrojada. Por fin, la miró de reojo y le
sonrió de mala gana.
—Venganza, ¿eh? —Le chispeaban los ojos—. Eres peligrosa, Xena.
—Eso me han dicho —respondió Xena con seco humor. Lo llevó de nuevo a la mesa
y se sentó a su lado, frente a Gabrielle y Sharra, que estaban charlando como viejas
amigas mientras Gabrielle le sacaba información sobre los comerciantes de la ciudad.
Comió en silencio, escuchando hasta que Gabrielle hizo una pausa para respirar—. ¿Por
qué no te llevas a Sharra para que te lo enseñe todo, Gabrielle? —propuso como de
pasada—. Yo tengo que ir a ver a los marroquineros y los armeros. Sé que a ti eso no te
gusta nada.
Gabrielle la miró, pero en la expresión de Xena no vio nada salvo un moderado
interés.
—Mmm. Vale. Es una buena idea. —Enarcó una ceja al mirar a Sharra, que asintió
con entusiasmo—. Os vemos más tarde, entonces —continuó la bardo, y la trabajadora
del castillo y ella se apartaron de la mesa y se dirigieron hacia la puerta.
Xena las siguió con los ojos hasta que salieron de la estancia, luego miró hacia la
izquierda y vio que Jessan la miraba con expresión maliciosa.
—¿Qué? —gruñó.
Jessan se limitó a sonreír y volvió a bajar la mirada hacia su plato, que estaba casi
vacío.
Xena sofocó una risa y se levantó de la mesa.
—Bueno, tengo que ocuparme de unas cosas. Hasta luego, Jessan.
Pasó por el rastrillo y se dirigió a las plazas del mercado. Primero el armero, pensó, y
se volvió hacia el sitio donde oía el típico ruido rítmico de un yunque bajo el martillo.
Se quedó observando cómo trabajaba un rato, mientras una espada corta iba cobrando
forma bajo sus habilidosas manos. Él era consciente de que estaba allí, pero ella no lo
distrajo hasta que la espada quedó bien enfriada en un barreño de agua cercano.
Entonces él se acercó, secándose en el delantal las manos ennegrecidas tras décadas de
trabajo en la forja.
—Bonita pieza —comentó Xena, señalando el barreño de agua con la cabeza.
—Gracias. —El herrero sonrió de medio lado—. ¿Qué es lo que deseas? Una espada
no, seguro. —Sus profundos ojos marrones soltaron un destello—. Ayer vi la tuya. Muy
buena.
Xena se rió por lo bajo.
—No, hoy no. Dos dagas para las botas. Lo demás conseguí conservarlo. —Recorrió
el taller con mirada distraída mientras él se acercaba a un baúl y sacaba varias dagas.
Sus ojos se posaron en un juego de cuchillos de cocina que estaban en un estante justo a
la altura de su mirada. De un solo filo, espiga pequeña, mangos bien forrados, pensó, y
luego sonrió—. Y esos también. —Señaló el juego con la barbilla.
El herrero la miró sorprendido.
—Esos son cuchillos de cocina, mi señora. Para cortar carne y esas cosas.
Xena lo miró ladeando la cabeza.
—Ya lo sé. —Se inclinó hacia él—. Y no soy una señora. —A eso le siguió una
sonrisa fiera y el herrero retrocedió un paso. Ella salió un poco después, con un paquete
debajo del brazo, y se dirigió al marroquinero, cuyos talleres, situados contra el viento,
estaban llenos de soldados solicitando arreglos de su armadura básica tras la batalla del
día anterior.
El maestro artesano, un hombre mayor de pelo rojizo canoso y dulces ojos grises, se
distrajo de su discusión con un soldado magullado cuando entró ella y terminó el debate
a toda prisa, acercándose a ella con una sonrisa.
—Ah. Nuestra heroína. —Sonrió aún más cuando ella hizo una mueca—. Hola,
Xena. Cuánto tiempo —añadió el marroquinero con aprecio, ofreciéndole el brazo como
saludo.
—Hola, Teldan —contestó Xena, con el mismo aprecio—. Se me ha ocurrido
pasarme por aquí y darte trabajo, por los viejos tiempos. —Sus ojos chispearon—.
Además, trabajas bien. —Le estrechó el brazo que le ofrecía y le sonrió, recordando la
última vez que se habían visto—. La última túnica ha resistido bien hasta ahora.
—Viniendo de ti, eso es un buen cumplido, muchacha —contestó el marroquinero,
ahora todo negocios—. Vamos ahí atrás. Tengo unos cueros muy bien curados... elige el
que quieras. —La llevó a la zona separada por una cortina donde colgaban los cueros
curándose. Xena fue pasando de uno a otro, acariciándolos con los sensibles dedos hasta
que encontró uno cuya textura y peso le gustaron.
—Traje completo —dijo, escuetamente—. Éste está bien. —Lo miró de reojo—. El
mismo modelo que la última vez.
El artesano le sonrió de oreja a oreja.
—Ése es un encargo que me encanta. Venga... vamos a ver si te han cambiado las
medidas antes de que empiece a cortar. —La cogió del codo con gentileza y la llevó a
una estancia trasera—. Y después de todos esos soldados peludos, menudo placer va a
ser esto, permíteme que te diga.
Xena suspiró y puso los ojos en blanco, mientras se quitaba la túnica, y se quedó
plantada con aire despreocupado mientras él reunía la información que necesitaba.
—Parece que has estado trabajando duro —comentó Teldan, garabateando notas en
un trozo de papel. Sus dedos rozaron ligeramente los moratones que tenía en las
costillas—. ¿Eso es de ayer?
—Mmmm —contestó la guerrera—. Ya sabes cómo es esto.
—Sí —gruñó Teldan—. Lo sé. —Se colocó detrás de ella y le midió los hombros,
alzando una ceja ligeramente y tomando nota—. ¿Has estado moviendo rocas o algo
así? —Asomó la cabeza por su costado y captó su mirada desconcertada—. Tienes los
hombros cinco centímetros más anchos que la última vez.
Xena alzó las manos, encogiéndose de hombros.
—He estado luchando mucho, supongo —contestó—. La verdad es que no me fijo.
—¿Cinco centímetros? ¿Pero qué he estado haciendo?
Teldan soltó un gruñido humorístico y siguió tomando notas.
—Supongo que no. ¿Esos golpes y este corte es todo lo que te has llevado del campo
de batalla? —Observó los músculos que se movían por toda la espalda cuando ella se
dio la vuelta para mirarlo.
—He tenido suerte —dijo Xena, encogiéndose de hombros.
Teldan la rodeó para mirarla de frente y sus ojos recorrieron despacio su figura.
Contuvo una carcajada y meneó la cabeza.
—¿Suerte? Vamos, Xena. Tú no tienes suerte. Es que eres buenísima. No te quites
mérito, ¿vale? —La miró con cariño—. Veo todo tipo de gente, muchacha, y ojalá viera
más como tú. —Le pasó su túnica—. Vuelve a ponerte eso antes de que me obligues a
hacer algo por lo que seguro que acabo con un brazo roto. —Se rió entre dientes y se
apoyó en un baúl cercano, para terminar sus notas—. Serán dos o tres días. —Levantó la
mirada—. Te vas a quedar para las celebraciones, ¿no?
—Sí —asintió Xena, acercándose y apoyándose en el mismo baúl—. Ningún
problema. —Le sonrió—. Gracias, Teldan.
—Por ti, lo que sea, muchacha —le sonrió Teldan a su vez—. Cuídate, ¿eh? Me
gustaría seguir haciéndote túnicas durante mucho tiempo.
Xena meneó la cabeza.
—Nada de promesas, Teldan. —Pero le guiñó el ojo antes de recoger su paquete y
salir del taller del marroquinero. Las necesidades inmediatas ya están... ahora... Xena
se detuvo un momento, intentando decidir qué hacer a continuación. Por fin, se encogió
ligeramente de hombros y dirigió sus pasos hacia el grupo de comerciantes cercanos, sin
un objetivo definido en mente.
Gabrielle y Sharra estaban muy entretenidas, entregadas a las compras. Gabrielle ya
se había detenido donde los tejedores y había comprado no sólo tela nueva, sino además
una túnica nueva de color verde claro de tela suave y reluciente para el banquete de esa
noche, junto con una falda corta de color crema para acompañarla. A Sharra le gustó
mucho el conjunto y le propuso un pasador para el pelo que hacía juego perfectamente.
La bardo llevaba ambas cosas firmemente sujetas bajo el brazo mientras se
encaminaban a la tienda del cacharrero.
—Necesito una sartén —había dicho Gabrielle, sin explicar la sonrisa sardónica que
se le dibujó en la cara.
También tenía un dilema, pues estaba deseando comprarle algo a Xena, pero... ¿el
qué? No puedo comprarle cualquier cosa sin más... reflexionó la bardo. Armas, fuera.
Cosas con adornos, fuera. Joyas que cuelguen, fuera. ¿Otro par de brazales con
armadura? Gabrielle suspiró. No.
—¿Qué te pasa? —preguntó Sharra, al verle la cara—. ¿Por qué sacudes la cabeza?
—Había decidido que la joven bardo le caía bien, a pesar de su compañera de viajes.
—Por ningún motivo, la verdad —contestó Gabrielle, con un suspiro—. Es que estoy
intentando decidir una cosa. —Miró al otro lado de la calle y vio una platería—. Eh...
vamos a echar un vistazo ahí. —Entraron—. ¡Guau! —sonrió Gabrielle—. Aquí sí que
podría meterme en un buen lío. —Sus ojos recorrieron las joyas con interés. Dio varias
vueltas por el interior, bajo la mirada risueña del platero, hasta que sus ojos se posaron
en un par de brazaletes de plata forjada a juego, grabados con un bello diseño de nudos.
Gabrielle se quedó sin respiración—. Oh. —El familiar diseño le hacía cosquillas en la
memoria con insistencia—. Son preciosos.
Sharra estiró el cuello para mirar por encima del hombro de Gabrielle.
—Mmm... —Silbó por lo bajo.
—¿Cuánto cuestan? —preguntó la bardo, mirando al platero, que se acercó y la miró
ladeando la cabeza, observando su cara de repente con mucha atención.
—¿Quieres venir un momento a la luz, mi señora? —le pidió el platero, con voz
grave y profunda. Llevó a Gabrielle hacia la ventana y la miró intensamente a los ojos.
Luego, sin motivo aparente, le sonrió con dulzura—. Me harías un gran honor si
aceptaras esos brazaletes como regalo.
Gabrielle se quedó boquiabierta. Toda la escena le resultaba incomprensible.
—¿Qué? ¿Por qué? O sea... no lo entiendo.
El platero se la quedó mirando con una expresión imposible de interpretar.
—Digamos que me gustaría regalártelos. Por favor. No digas que no. —La miró con
ojos risueños, sacó los brazaletes de la caja, los envolvió en un paño suave y se los
colocó en las manos, que no ofrecieron resistencia.
—Va... vale... —musitó Gabrielle, meneando confusa la cabeza—. Gracias. —Sharra
y ella salieron y se quedaron paradas, mirándose la una a la otra—. ¿Pero y eso? —se
preguntó Gabrielle—. No lo entiendo. —Desenvolvió el paño y dejó que el sol se
reflejara en el metal.
Sharra sacudió la cabeza y los miró.
—Pero son demasiado grandes para ti, Gabrielle. —Midió las muñecas de la bardo—.
Qué lástima —dijo encogiéndose de hombros.
Gabrielle se quedó en silencio un momento y luego replicó, casi distraída:
—Ah. No son para mí. —Sus labios esbozaron una sonrisa. Rodeó uno con la mano
delicadamente y cerró los ojos pensando—. Le quedarán perfectos. —Abrió los ojos y
miró parpadeando a Sharra, que la miraba con cara rara.
Pero Sharra se quedó callada y al cabo de un momento, siguieron caminando por la
calle.
—Bueno —dijo Sharra por fin—. Tú viajas con Xena. ¿Qué tal es eso? —Miró a la
bardo con curiosidad. Se dio cuenta de que eran más o menos de la misma edad,
Gabrielle tal vez un poco mayor, pero en el rostro de la muchacha pelirroja había
arrugas de experiencia de las que el suyo carecía por completo.
—Qué tal es eso —repitió Gabrielle, pensándolo—. Bueno, pues somos amigas
íntimas. —Bajó la mirada y sonrió para sí misma—. Nos metemos en un montón de
problemas. Como aquí.
—Qué raro. Yo no me imagino siendo amiga de alguien así —replicó Sharra,
echándole una rápida mirada—. ¿No tienes miedo?
—¿De qué? —dijo Gabrielle riendo—. ¿¿De Xena?? Qué tontería. —Se detuvo un
momento—. Bueno, no es una tontería... es decir... sí, puede dar mucho miedo a las
personas que no le caen bien. —Sonrió a Sharra—. Pero supongo que yo no soy una de
esas personas, así que veo una faceta distinta de ella. —Siguieron caminando un trecho
en silencio—. ¿Tienes hambre?
—Un poco —reconoció Sharra—. ¿Los brazaletes son para ella? —Supo la respuesta
antes de que la bardo asintiera, y tomó nota de la información—. Seguro que le gustan.
—Sonrió a Gabrielle levemente—. Vamos a comprar unos pasteles. Eften los hace
buenísimos, rellenos de nueces y miel. —Y dirigió la marcha hacia la tienda.
Xena sonreía mientras regresaba a la fortaleza. No está mal, no está nada mal, pensó
con satisfacción. Túnica de cuero, dagas, algo para ponerme esta noche, botas y unas
cuantas... cosas más. Todo un éxito, y ni siquiera he tardado mucho. Entró en el patio y
se encontró con Hectator, que iba en dirección contraria.
—¿Qué tal la cabeza? —preguntó, aflojando el paso para hablar con él.
—Me duele como el propio Tártaro —contestó Hectator alegremente—. Me he
enterado de que has salido a apoyar mi economía local. —La cogió del brazo y regresó
con ella hacia el rastrillo—. Iba a salir para buscarte. —Hizo una pausa—. Todavía no te
he dado las gracias como es debido. Ese murmullo medio consciente de anoche no
cuenta.
Xena se encogió de hombros afablemente.
—Un trabajo como otro cualquiera, Hectator.
—No —resopló el príncipe—. ¿Puedo convencerte para que te quedes unos días?
Tenemos un gran banquete planeado para esta noche y unas fiestas para los próximos
dos días. Creo que te gustaría... vamos a tener concursos de guerra. —Sus ojos grises
oscuros observaron los azules de ella—. Y también voy a invitar a Lestan y su gente.
Xena se rió por lo bajo.
—Sí, muy bien. ¿Por qué no? —Lo miró—. De todas formas, tenía pensado
descansar unos días.
—Bien —contestó Hectator, muy satisfecho—. ¿Crees que podría conseguir que
Gabrielle preste servicio como bardo esta noche durante un ratito? Les gustó mucho el
otro día y seguro que conoce historias estupendas.
—Eso tendrás que preguntárselo a Gabrielle —replicó Xena, pero con una sonrisa—.
Pero creo que probablemente le gustaría hacerlo.
—Estupendo —suspiró Hectator muy contento—. ¿Quieres que te lleve algunas de
esas cosas? —Hizo un gesto señalando los paquetes de Xena. Ésta volvió la cabeza y le
lanzó una larga mirada con ceja enarcada—. Vale... vale... es la costumbre... disculpa.
—Se echó a reír—. Permíteme que me vaya de aquí antes de que decidas subirme a mí
por las escaleras. —Salió disparado por un pasillo, dejando que Xena subiera las
escaleras hasta su habitación, cosa que hizo de dos en dos.
Estoy de buen humor, reflexionó la guerrera pensativa. Y creo que me gusta esa
sensación. Tendré que volver a probarla en algún otro momento. Por supuesto, estaba
de vuelta antes que la bardo. Xena depositó sus paquetes en el baúl que había cerca de
las alforjas de Argo y los organizó, dejando a un lado el paquete de cuchillos y varios
otros más pequeños. Sin embargo, su sensible oído captó unos pasos conocidos que
subían por las escaleras y se apresuró a meter la mayor parte de los paquetes en las
alforjas, dejando fuera los cuchillos y otro paquete pequeño. Sopesó en la mano otro
más y luego lo guardó con el resto.
—Ése... ése me va a meter en un lío —murmuró Xena, levantando la mirada cuando
se abrió la puerta y entró Gabrielle tambaleándose, con los brazos cargados de paquetes.
Soltando un taco, Xena se acercó a toda velocidad para agarrar unos cuantos antes de
que la bardo perdiera el equilibrio por completo y saliera volando. Acabó agarrando los
paquetes y a la bardo y consiguió depositarlos a todos sin que se le cayeran.
—¡Gabrielle! —exclamó, riendo—. ¿Es que has comprado el mercado entero?
Gabrielle sonrió, sin aliento.
—Fiuu. Pues casi. —Se apartó el pelo de los ojos—. Necesitábamos muchas cosas.
—Dirigió a Xena una mirada taimada—. Y he comprado una sartén. —Recibió una
mirada—. Les dije que me la hicieran con un pincho en el extremo, por si acaso —
añadió, con una sonrisa maliciosa.
—¿En serio? —rió Xena sorprendida.
—Sí —contestó la bardo alegremente—. También he comprado pieles de dormir
nuevas. Dijiste que lo tenía que gastar todo, ¿recuerdas? —Se levantó y empezó a
organizar los paquetes—. He comprado algo para ponerme esta noche.
—Sí, yo también —comentó Xena, ante lo cual Gabrielle se detuvo sorprendida—.
No me mires así. Me están haciendo una túnica de cuero nueva, porque la otra acabó
hecha trizas ayer.
—¡Eh! —Gabrielle alzó las manos con un gesto de rendición en broma—. ¡Que yo
no digo nada! —Volvió a sus paquetes—. He conseguido provisiones y jabones y más
pergaminos y tinta y... —Se debatió rápidamente consigo misma—. Y esto. —Se volvió
con el paquete de paño en las manos y lo depositó en las manos soprendidas de Xena—.
Para ti.
Es curioso cómo nuestras mentes parecen seguir los mismos derroteros, pensó Xena,
mientras desenvolvía el paquete.
—No tenías por qué, Gabrielle —reprendió a su amiga, luego miró el contenido y se
quedó maravillada, con los ojos como platos—. Oh, Gabrielle... —Levantó los ojos y
atrapó la mirada de la bardo con la suya y luego trazó los diseños con un dedo—. Son
preciosos.
Gabrielle sonrió.
—Parece que te gustan, ¿eh? Eso pensé. —Se anotó un punto mental.
—Mucho —contestó Xena, sonriéndole. Entonces cogió algo que tenía detrás y le
lanzó un paquete a Gabrielle—. Mi turno.
—Pero... —Gabrielle se detuvo y se echó a reír, luego cogió el paquete y atisbó por
debajo del envoltorio—. ¡Guau! —exclamó encantada—. ¿Dónde los has encontrado?
¡He recorrido todas las tiendas buscando unos como estos y no he conseguido encontrar
nada! —Levantó los cuchillos de cocina y volvió el filo pulido hacia la luz.
—Me alegro de que te gusten —replicó Xena—. Mira... he comprado este broche
para Jessan. ¿Qué te parece? —Le enseñó a la bardo el broche del león risueño que
había encontrado en una pequeña tienda justo fuera de las murallas del castillo.
Gabrielle se echó a reír.
—Oh... es perfecto. —Tocó el broche con un dedo—. Hasta se parece a su
expresión... ya sabes cuál.
—Mmmm —asintió Xena—. Creo que será mejor que empecemos a prepararnos para
el banquete. —Miró hacia fuera, donde se estaba poniendo el sol—. Me voy a lavar. —
Se apartó del poste de la cama y cuando dio dos pasos hacia la habitación del baño
Gabrielle la interceptó con un abrazo—. Eh... eh... —Se rió suavemente por la ferocidad
del abrazo de la bardo—. Tranquila. Voy a acabar yendo al banquete con las costillas
rotas.
Oscuridad total. Xena recorrió la habitación encendiendo velas para aumentar el
resplandor del fuego. Las puertas abiertas del balcón dejaban pasar una brisa fresca y
dulce que agitaba la llama de las velas, pero sin fuerza suficiente para apagarlas. Xena,
que ya estaba vestida, se acercó a las alforjas y sacó dos paquetes más, muy pequeños.
Uno lo dejó en el baúl, el otro lo desenvolvió con cuidado y se lo puso en la palma de la
mano antes de acercarse a Gabrielle, que acababa de salir de la habitación del baño y
estaba acicalándose ante el espejo de la habitación.
—Muy bonito —comentó la guerrera, al ver el atuendo nuevo de la bardo—. Te
sienta muy bien.
—Gracias —murmuró Gabrielle, mirando a Xena, y entonces se dio la vuelta del
todo para mirarla fijamente—. Caray. —Contempló el atuendo de Xena, de seda
carmesí con bordados, parpadeando un poco. Mangas abiertas forradas de blanco puro,
a juego con las ajustadas polainas blancas, todo ello terminado con blandas botas negras
de interior—. Estás estupenda —sonrió la bardo.
—Me alegro de obtener tu aprobación —contestó Xena con seco humor, pero
sonriéndole—. Tú también estás muy guapa. —Alargó una mano y tocó la suave tela de
color verde.
Gabrielle sonrió y se volvió de nuevo hacia el espejo.
—Me gustó —reconoció, colocándose bien una manga—. No hacemos esto muy a
menudo. —Sonrió burlona a su propio reflejo—. Y te aseguro que yo no lo hacía en
casa. —Se volvió y recorrió de nuevo a Xena con los ojos—. ¿El puñal es necesario?
Creía que esto era una celebración... entre amigos. ¿Es que me he perdido parte de los
planes o algo?
Xena se apoyó en la mesa y se cruzó de brazos.
—Pues verás —explicó—. Es una fiesta. Una gran fiesta. Donde se van a mezclar los
ánimos con otro tipo de animaciones.
—¿¿¿Y...??? —preguntó Gabrielle, alzando las manos con un leve encogimiento de
hombros.
—Y que cuando los guerreros contentos se emborrachan, lo primero que hacen es
buscar pelea con la persona más dura de la taberna —dijo Xena con tono de guasa,
extendiendo los brazos y señalándose a sí misma—. Y ésa soy yo. —Su tono sonaba
resignado, pero con moderado buen humor—. La espada la voy a dejar aquí, pero no
voy a aparecer totalmente desarmada.
Gabrielle soltó una risita.
—Xena, tendrían que ser unos suicidas —dijo—. Incluso totalmente desnuda y medio
dormida, podrías con la mayoría de ellos, y lo saben. —Sonrió a su amiga con malicia
—. Sólo tienes que echarles una de esas miradas. —Esquivó el capón en broma de Xena
y siguió arreglándose la manga que le estaba dando problemas—. Trata de no pasarte
mucho con ellos, ¿vale?
—Lo intentaré —fue la respuesta ligeramente sarcástica de Xena—. Y por favor, tú
ten cuidado con el hidromiel de Hectator. Es muy potente y no estás acostumbrada a
beber.
—Tendré cuidado —dijo la bardo riendo por lo bajo—. Pero tú me vigilarás,
¿verdad? —Miró a su amiga de reojo—. Como si tuviera que preguntarlo.
—Mmm —asintió Xena, luego echó la cabeza a un lado y observó a Gabrielle
atentamente—. Esa túnica es muy bonita —murmuró—. Me gusta el color. —En sus
labios se dibujó una sonrisa—. Pero creo que le falta algo.
—¿El qué? —preguntó Gabrielle, mirándose en el espejo, perpleja.
—Oh... no sé. Esto tal vez —respondió Xena, como quien no quiere la cosa, al
tiempo que rodeaba el cuello de Gabrielle y le abrochaba un colgante, luego apartó las
manos y retrocedió.
Gabrielle se quedó inmóvil, contemplando su reflejo y el engaste de filigrana
delicadamente forjada que rodeaba una piedra de un color verde grisáceo y cambiante.
Sintió que el corazón le daba un vuelco, tras haberse parado un buen rato, e intentó
buscar una respuesta, pero no encontró ninguna. De modo que se dio la vuelta y se
quedó mirando a Xena y no dijo nada en absoluto.
—Hace juego con tus ojos —comentó Xena, con una ligera sonrisa.
—¿Sí? —soltó Gabrielle, recuperando por fin el habla.
Xena se acercó más y estudió la piedra, luego alzó la penetrante mirada para mirar a
los ojos en cuestión.
—Mmmm. —Dio una palmada a la bardo en el hombro—. Vamos. Será mejor que
bajemos antes de que empiecen a buscarnos.
Qué cosas... Gabrielle se miró al espejo una vez más, alzando una mano para tocar el
colgante. Despacio, lo levantó y lo miró y luego se miró a los ojos en el espejo. Tiene
razón... son del mismo color... ¿lo ha elegido por eso o por... qué? Sintió un hormigueo
nada desagradable que le recorría la espalda. Riéndose levemente y sacudiendo la
cabeza, se miró por última vez en el espejo y se dirigió a la puerta.
Xena estaba en el pasillo, hablando con Jessan, y los dos se volvieron cuando se
acercó a ellos. Jessan llevaba una túnica de cuello alto con cinturón, de color azul
brillante, con pantalones oscuros y los pies descalzos como siempre. Le sonrió.
—Gabrielle. Estás guapísima —gorjeó alegremente, agarrándola del brazo para
empezar a bajar las escaleras y agarrando hábilmente también el brazo de Xena, sin
hacer el menor caso de su falso ceño.
—Tú también estás muy bien, Jessan —comentó Gabrielle, hincándole ligeramente
un dedo en las costillas. Él le sonrió y luego bajó el cuello para mirar más de cerca.
—Caray —sonrió Jessan—. Es precioso. —Levantó la mirada y advirtió su ligero
sonrojo, adivinando con acierto de dónde había sacado la joya. Puso su expresión más
maliciosa y suficiente antes de volver la cabeza para mirar a Xena, que consiguió
devolverle la mirada con controlado y frío interés. Es buena. Tengo que reconocérselo.
Ni se ha inmutado. Le guiñó un ojo y ella le respondió con una levísima insinuación de
sonrisa en la cara. Ahhh... rió su espíritu romántico. ¿Aún no notáis este vínculo? Yo sí...
al estar aquí entre las dos, siento cómo fluye a mi alrededor como el agua... y aunque
las dos sois humanas y no pertenecéis a mi pueblo... tenéis que sentir algo. Seguro que
sí... o por todas las señales del sol, yo también soy ciego.
—No sé, Gabrielle. Parece un poco... —dijo Xena con tono burlón, mirando a la
bardo y parando a Jessan, para estudiarlo.
—Soso —terminó Gabrielle, en el momento oportuno—. Muy soso.
Xena asintió y luego, manteniendo los ojos clavados en los desconcertados ojos de
Jessan, le colocó el broche del león en la túnica.
—Así. Mucho mejor. —Se volvió hacia la bardo—. ¿No crees?
—Absolutamente —asintió Gabrielle con decisión. Se quitó una mota de polvo
imaginaria de la manga—. ¿Listos?
A Jessan se le pusieron los ojos como platos al mirarse, y luego miró a Xena.
—No has...
—Pues sí —contestó Xena, secamente—. ¿Algún problema? —Lo miró con una ceja
enarcada—. ¿Y bien?
—Gracias —contestó el habitante del bosque suavemente, con una mirada
sentidísima, e incapaz de contenerse, la rodeó con los brazos y la levantó del suelo.
Gabrielle se echó a reír cuando la soltó y se dispusieron a bajar las escaleras.
—Te das cuenta de que eres la única persona aparte de tal vez Hércules a quien le
permitiría hacerle una cosa así, ¿verdad? —le dijo la bardo con una sonrisa.
—Sí —canturreó Jessan—. Lo sé. —Sonrió a Xena alegremente y luego flexionó los
músculos de los brazos—. Eh, que tienen que servir para algo, ¿no? Es una cosa de
hombres.
Xena y Gabrielle pusieron los ojos en blanco a la vez.
—Oye, qué bien lo habéis hecho. ¿Es que ensayáis o algo así? —preguntó Jessan,
tomándoles el pelo.
—Vamos —bufó Xena, dirigiéndose hacia las escaleras—. Antes de que nos manden
a un guardia armado.
En los ojos dorados de Jessan asomó un brillo travieso cuando llegaron al pie de las
escaleras y se dio cuenta de que cientos de ojos se volvían hacia ellos. Qué cuadro
debemos de hacer...
Hectator estaba hablando en voz baja con uno de sus lugartenientes cuando Lestan se
inclinó hacia él y le dio un codazo en las costillas. El príncipe miró a su nuevo aliado,
sobresaltado. Lestan se limitó a sonreír y señaló hacia la puerta con la peluda barbilla.
—¿Mmm? —replicó Hectator, mirando hacia allí, y entonces se echó a reír
suavemente—. Pero qué ven mis ojos —comentó, guiñándole el ojo a Lestan cuando el
hijo de éste entró en la sala, escoltando a Xena y a Gabrielle con gran elegancia—. No
me puedo creer que ella le esté permitiendo una cosa así —comentó Hectator,
advirtiendo la expresión divertida de la mujer morena.
Lestan se rió por lo bajo.
—Yo tampoco. —Intercambió una mirada con el príncipe, descubriendo cada vez
más cosas que le gustaban de este aliado humano. Se volvió hacia Wennid, sentada a su
izquierda, levantó la mano que sujetaba en la suya y la besó ligeramente en los dedos—.
Nuestro hijo está muy guapo, ¿no estás de acuerdo, amor mío?
Wennid, desconcertada, miró hacia Jessan y ladeó la cabeza, pensativa.
—Muy propio de Jessan —sonrió burlona. Observó mientras su hijo le hacía una
limpia reverencia a Xena indicándole su asiento en la mesa principal antes de seguir
avanzando por la sala con Gabrielle, que inclinaba la cabeza hacia él, evidentemente
contándole algo que le hacía reír.
Xena se dirigió a la mesa del príncipe, donde había un asiento reservado entre Lestan
y el que estaba obligada a ocupar. Preferiría estar en la sala con Jessan y Gab, suspiró
mentalmente. Oh, bueno... que empiece el espectáculo, supongo. La mesa se extendía
por la sala y ella se estaba acercando por delante en lugar de por detrás y tenía la mesa
entre las sillas y ella. Bueno, siempre he sido una señora de la guerra sin modales y que
me ahorquen si voy a rodear toda la mesa, con toda la sala mirándome. Con los ojos
chispeantes, esperó a estar a dos zancadas de la mesa y saltó hacia arriba y hacia
delante, dando una voltereta por encima de la mesa y girando en medio del aire para
aterrizar limpiamente delante de su silla. La expresión de Hectator estuvo a punto de
hacerla estallar en carcajadas, pero en cambio se quitó una mota de polvo imaginaria de
la manga y se sentó.
—Buenas noches, Hectator. —Y logró no echarse a reír.
Lestan se desternilló. Hasta Wennid reprimió una sonrisa. Hectator colocó un codo
con cuidado encima de la mesa y apoyó la barbilla en la mano, meneando la atractiva
cabeza mientras la miraba.
—Buenas noches, Xena —dijo por fin, con tono burlón—. Muy amable por... mm...
dejarte caer por aquí. —Esto le provocó a Lestan otro ataque de risa, mientras los
criados del banquete empezaban a servir la comida y los primeros encargados del
entretenimiento hacían sus reverencias.
La sala del banquete estaba iluminada por las antorchas y muy ruidosa, y el jaleo de
voces y la mezcla de pisadas y ruido de cacharros dificultaba incluso la conversación
más cercana. Xena, sentada entre Hectator y Lestan, consiguió evitar un ataque de
violencia sólo al recordarse a sí misma que en algún momento acabaría fuera de la sala
y en un lugar tranquilo. Detestaba las multitudes. Detestaba el ruido. Detestaba las salas
de banquetes ruidosas y atestadas de gente.
El entretenimiento estuvo bien y Gabrielle se llevó a la sala de calle con unas
historias estupendas, contando las dos primeras y luego dirigiendo una mirada a Xena
antes de empezar la tercera, para avisarla de que ésta probablemente le iba a resultar
conocida a la guerrera de una forma más personal. Efectivamente, la guerra entre
centauros y amazonas. Captó la mirada de Gab y le dirigió una sonrisa auténtica, para
que la bardo supiera que no estaba enfadada. Dos copas del hidromiel de Hectator
habían quitado algo de fuerza a su fastidio, aunque no habían bastado ni por asomo para
quitar la menor agudeza a sus reflejos. Sin embargo, la atestada sala no se había
moderado como ella y ahora que la velada se iba prolongando, ya veía ojos vidriosos y
pasos tambaleantes por la gran sala.
Gabrielle bebió otro trago de hidromiel, disfrutando de su fuego dulce y potente.
Miró hacia la mesa principal y sofocó una risita. Interpretar las expresiones de Xena se
había ido haciendo más fácil con el tiempo, y la bardo sabía que esa cara aparentemente
tranquila y desinteresada quería decir que Xena se estaba poniendo cada vez más
nerviosa con el ruido, la gente... y que la postura relajada que tenía en la silla ocultaba
una tensión muy grande traicionada por la flexión rítmica de los largos dedos...
Gabrielle suspiró y miró su copa. Creo que sé de alguien que se puede beber esto mejor
que yo. Se disculpó y salió de detrás de la mesa, dirigiéndose hacia la parte frontal de la
sala.
A medio camino, alguien la agarró del brazo.
—Hola, preciosa. —Un guerrero, con la ropa algo desordenada, que no soltaba a su
presa—. Me han gustado esas historias. Quiero oír más. En privado. —Le sonrió con
impudicia y buen humor.
—Gracias —suspiró Gabrielle—. Pero no querrás que me marche de la fiesta,
¿verdad? —¿Salgo de ésta a base de labia o con amenazas? Mmm.
—Claro que sí —rió el hombre, agarrándola del brazo con más fuerza—. No se ve
muy a menudo a una cosita bonita como tú. Vamos. Tengo una buena habitación en el
cuartel... podemos ponernos cómodos. —Echó a andar, sin esperar resistencia, pero se
paró en seco cuando el objeto de sus atenciones se negó a cooperar—. Oye, no te me
pongas difícil, moza. Ayer tuve un día muy duro.
—Sí, bueno, yo también —contestó Gabrielle—. Y tengo otras cosas que hacer, así
que... ¿qué tal si me dejas en paz?
—Dame una sola razón convincente para que no te coja en brazos y te saque de aquí.
Sé lo que quiero. —El hombre se estaba enfadando y la agarró del otro hombro con la
mano libre.
—Una razón convincente —dijo Gabrielle, asintiendo para sí misma. Una razón
convincente. Vale, hemos intentado hablar. Pasemos al plan B, como diría Xena—.
Mira por encima de mi hombro derecho.
Ya, y yo soy la que siempre le está diciendo que me deje librar mis propias batallas.
Ya. Claro, Gabrielle, ¿me dices otra vez lo mucho que te molesta eso, mmmm?
—¿Qué? —El hombre volvió la cabeza y Gabrielle vio cómo se quedaba paralizado y
una expresión de lenta comprensión cruzaba sus rasgos algo feos. Apartó las manos de
ella como si estuviera al rojo vivo y empezó a retroceder, con los brazos apartados de
cualquier posible arma. La bardo sonrió y ella misma volvió la cabeza para mirar hacia
atrás, encontrándose con una gélida mirada azul que se suavizó cuando sus ojos se
encontraron. Xena estaba de pie detrás de la mesa, con los brazos cruzados, irradiando
una amenaza nerviosa que poco a poco fue cediendo a medida que Gabrielle se iba
acercando a la mesa.
—¿Estás bien? —preguntó Xena, mirándola de arriba abajo.
—Por supuesto —rió Gabrielle—. Lo único que necesitaba era una mirada tuya. —
Sonrió burlona—. Deberías descubrir la forma de embotellar eso y venderlo.
Xena hizo una mueca.
—¿No quieres eso? —Indicó la copa con la cabeza—. ¿No te gusta?
Gabrielle frunció los labios pensativa.
—En realidad me gusta demasiado —reconoció, bebiendo otro trago—. No quiero
que ésta sea la primera vez que me desplomo borracha. —Se calló un momento—. Ésta
es mi cuarta copa. —Una mirada contrita a Xena, que se echó a reír—. He pensado que
a lo mejor te venía bien... pareces un poco tensa.
—Mmm —asintió Xena—. Las grandes fiestas no son lo mío. —Observó la cara de
la bardo y sonrió—. Entonces has bebido más que yo —advirtió la guerrera, pasando la
mano ante los ojos de Gabrielle y notando la lentitud de la reacción—. Será mejor que
pares. —Recorrió la sala con la mirada—. De todas formas, esto ya se está acabando.
Creo que podemos escabullirnos sin ofender a nadie.
—No tienes por qué... —protestó la bardo—. Puedes quedarte y divertirte... —Se
calló ante la mirada con ceja enarcada de Xena—. Tal vez no —terminó, riendo.
—Vamos —contestó Xena, y saltó otra vez por encima de la mesa y se despidió con
un gesto de Hectator, Lestan y Wennid, que estaban apiñados en torno a un pequeño
mapa, derramando hidromiel encima de dicho mapa y de ellos mismos—. Ah, sí —
murmuró la guerrera—. Fíjate, me voy a perder esto. —Colocó una mano en el hombro
de Gabrielle y la guió hacia la puerta.
A mitad de las escaleras, Gabrielle se paró de repente y se agarró a la barandilla muy
confusa.
—Uuuf —farfulló en voz baja, llamando la atención de Xena—. No tiene gracia.
Xena se acercó a ella y la cogió del brazo con delicadeza.
—¿El qué? —Observó preocupada cuando la bardo cerró los ojos y se apoyó en la
pared.
—Vueltas —contestó Gabrielle, vagamente, abriendo los ojos y parpadeando—. Ay.
Xena la agarró de la muñeca y se puso su brazo alrededor de los hombros.
—Venga. Con calma... apóyate en mí y vamos a subir.
Gabrielle intentó seguir las instrucciones, pero las piernas no obedecían a su voluntad
y con la otra mano se agarró la cabeza, que le había empezado a doler de repente.
—No puedo. Espera un momento... deja que me siente.
Xena se mordisqueó el labio un momento.
—No, aquí no. Aguanta. —Rodeó los hombros de la bardo con un brazo y con el otro
la cogió por detrás de las rodillas, levantándola y acunándola como a una niña—.
Agárrate a mi cuello. No estamos lejos.
—Vale —murmuró Gabrielle, obedeciendo. Debería oponerme, objetó su cabeza
difusamente. No debería dejar que me suba en brazos por las escaleras... debería...
debería... Gabrielle, deberías apoyar la cabeza en su hombro y callarte. Cosa que hizo,
dejando que su mente atontada se hundiera en una cálida neblina dorada.
Xena subió los últimos escalones hasta el rellano superior y usó el codo para abrir la
puerta de su habitación, que cerró de una patada al pasar, y cruzó hasta el sofá bajo que
había al otro lado de la chimenea. Una vez allí, se dejó caer sobre una rodilla y acomodó
a Gabrielle en los almohadones.
—Vale... tranquila. Voy a buscar agua fría.
La bardo la miró parpadeando y alzó la mano para frotarse la cabeza.
—¿Agua? No tengo sed, gracias —farfulló.
—Sí que tienes —suspiró Xena—. Sólo que no lo sabes. —Se levantó y fue a la
habitación del baño, sacando una copa de entre sus cosas por el camino. Un momento
para llenarla de agua fría y luego regresó donde Gabrielle estaba ahora sentada,
frotándose las sienes—. Toma. —La guerrera se sentó en el sofá a su lado.
Gabrielle levantó la mirada, con una mueca de dolor.
—Vale, dentro de un momento. En cuanto la cabeza deje de darme vueltas. —Miró a
Xena bizqueando—. Guau... ahora eres dos. Qué suerte tengo.
Xena le echó una mirada tolerante y riseuña.
—Creo que lo has dejado justo a tiempo —comentó con una ligera sonrisa y le
ofreció el agua—. Bébete esto. Te sentirás mejor, te lo prometo.
La bardo cogió la copa, rodeándola con las manos y colocándose el metal frío en la
frente.
—Tienes razón. Me siento mucho mejor. —Sonrió a Xena débilmente—. Vale...
vale... —Suspiró y bebió un trago del líquido y luego varios más—. Oye. Sí que me
siento mejor. —Miró a Xena, que puso los ojos en blanco, pero se reclinó en el sofá.
—¿Te has divertido? —preguntó la guerrera distraída—. Has tenido mucho éxito con
esas historias. —Volvió la cabeza y miró a Gabrielle con una sonrisa—. Hasta me ha
gustado la guerra de los centauros.
Los ojos de Gabrielle se pasearon por su cara.
—Sí... me he divertido —contestó—. Me alegro de que no estés enfadada conmigo.
—Levantó la mano y se tocó el cuello—. A todo el mundo le ha gustado el colgante. —
Sonrió—. ¿Pero cómo conseguiste el color exacto?
—Venga, Gabrielle —rezongó Xena—. Después de tanto tiempo, espero saber de qué
color son tus ojos. —Abrió los suyos un poco más—. Al fin y al cabo, tú sí que sabes de
color son los míos, ¿no?
—Oh... sí —fue la respuesta, en un tono que Xena no se esperaba—. Ya lo creo que
lo sé. —En la cara de Gabrielle se formó una sonrisa y luego contempló las
profundidades de su copa—. Ya lo creo que lo sé —repitió en un susurro. Otro sorbo de
agua y luego se reclinó en el sofá y cerró los ojos.
Xena se sonrió y volvió la mirada hacia el fuego, que ardía con llama baja, apoyó las
botas en el banco forrado que había delante del sofá y se cruzó de brazos.
—¿Qué tiene tanta gracia? —preguntó la bardo.
—¿Mmm? —Xena le echó una mirada y luego volvió a mirar el fuego—. Nada.
—¿Te estás riendo de mí? —Las cejas de Gabrielle se fruncieron en un ceño—. Eso
no es justo. Estoy borracha.
La guerrera volvió la cabeza y se quedó mirando a su amiga.
—No, no me estoy riendo de ti. Así que tranquila. —Volvió a mirar el fuego—.
Además, no creo que estés borracha. No creo que puedas emborracharte sólo con tres...
vale, cuatro copas de hidromiel.
Gabrielle reflexionó.
—Creo que sí que lo estoy. —Soltó una risita, luego se movió ligeramente y apoyó la
cabeza en el oportuno hombro de Xena y también ella dirigió la mirada hacia el fuego.
Otra risita—. Sé que lo estoy.
Xena volvió de nuevo la cabeza para observarla, aunque se estaba haciendo apuestas
mentales sobre lo que iba a pasar a continuación. En sus labios se formó una sonrisa
traviesa.
—Y ahora, ¿qué es lo que te hace a ti tanta gracia? —Esto va a ser interesante.
—Oh... nada —respondió la bardo, con tono inocente, dirigiendo a Xena una mirada
curiosa—. Bueno... en realidad nada... o sea... sólo estaba... olvídalo.
Xena se volvió de modo que se quedó apoyada en un hombro y de cara a Gabrielle.
—Desembucha —dijo con tono guasón—. Y no me obligues a hacerte cosquillas para
que desembuches.
Gabrielle captó el tono alegre.
—Ah, pues... estaba... intentando decidir... si realmente... —Se calló un momento y
luego continuó, con una expresión medio de curiosidad, medio de otra cosa—: ¿Fuiste
tú o fue Autólicus?
Xena sabía exactamente a qué se refería. Echó la cabeza hacia atrás ligeramente y
dirigió a la bardo una sonrisa lenta y peligrosa.
—Juzga tú misma —dijo riendo por lo bajo y luego cogió la cara de Gabrielle con
una mano y la besó, con la intención de que fuera un simple gesto y sin esperarse en
absoluto la explosión de sus sentidos o la inconfundible respuesta de Gabrielle. Duró
mucho más de lo que había planeado. Luego se separaron y Xena sintió la conmoción,
entre otras cosas, que le subía y bajaba por la espalda, mirando a Gabrielle mientras ésta
abría despacio los ojos cerrados. Ohhh... no debería haber hecho eso para nada.
—Caray —suspiró la bardo—. Creo que eso responde a la pregunta. —Su cara se
iluminó con una gran sonrisa—. ¿Podemos hacerlo otra vez?
Xena se rió un poco, con la respiración entrecortada.
—No mientras estés borracha. —Notó que el corazón se le calmaba y volvía a su
ritmo normal—. Ése no es mi estilo.
Gabrielle la miró con ojos serios.
—Estar sobria no va a cambiar lo que siento.
—Tal vez —sonrió Xena, y la rodeó con un brazo para estrecharla un momento—.
Pero no voy a correr riesgos. Contigo no.
Gabrielle sonrió.
—Creo que eso es lo más bonito que me has dicho jamás. —Cogió la copa olvidada y
bebió un largo trago y luego le ofreció el agua a Xena, que la cogió sin decir nada y se
la terminó. La bardo bostezó y se acurrucó de nuevo en el hombro de Xena con un
suspiro satisfecho—. Me alegro.
—¿De qué te alegras? —preguntó Xena, dejando la copa en el suelo y acomodándose
de nuevo en el sofá.
—De que fueras tú y no Autólicus —fue la respuesta, acompañada de una ligera risa.
—¿Ah, sí? —respondió Xena, sonriendo relajada.
—Sí. Tú eres mucho más mona que él —comentó Gabrielle, pensativa.
—¿Eso crees? —rió la guerrera.
—Sí —contestó la bardo.
—No se lo digas a él —advirtió Xena.
—No —afirmó Gabrielle afablemente y volvió su propia mirada, pensativa, hacia el
fuego, echando la cabeza hacia atrás para apoyarla en el pecho de Xena. Sentía el apoyo
reconfortantemente fuerte del brazo que tenía alrededor de los hombros y dejó que el
firme latido que notaba en el cuello fuera adormeciendo sus sentidos.
Xena observó a su amiga hasta que el cambio de su respiración anunció la llegada del
sueño. Luego volvió la cabeza y se quedó contemplando pensativa el agradable fuego.
Al cabo de un momento, en su cara se formó una sonrisa resignada e hizo un ligero
gesto por el aire con la mano que no tenía ocupada, como si estuviera lanzando algo al
viento. Luego, con aire protector, rodeó también con ese brazo a la bardo dormida y
dejó flotar la mente, contemplando las llamas, sin darse cuenta siquiera del momento en
que ella también se quedó dormida.
Unos gritos salvajes interrumpieron la quietud de la fortaleza, muchas horas antes del
amanecer, y tras ellos se oyó el sonido sibilante del acero al ser desenvainado. El
vestíbulo estaba lleno de cuerpos en movimiento cubiertos de cuero y acero, y por el
alto techo abovedado resonaban gritos de sobresalto y dolor. Hectator salió
tambaleándose de sus aposentos y se metió en la refriega, todavía tan atontado por el
hidromiel que apenas conseguía apartar su espada de sus propias piernas. Al verlo, unas
voces broncas empezaron a gritar y unas manos bruscas lo agarraron y lo tiraron,
dándole una patada en los pies y apretándole la cabeza contra el suelo.
—Aaajjj —gruñó, cuando una bota descuidada le dio una patada en los riñones. El
corazón le martilleaba en el pecho y amenazó con pararse por completo cuando lo
levantaron y lo aplastaron contra la pared, con una antorcha ardiente cerca de la cabeza.
—Es él —gruñó una voz grave—. Avisad al capitán. —Se rió—. Te creías que te ibas
a quedar tan contento después de acabar con nuestro ejército, ¿verdad? ¿Con esos seres
malditos? —Le pegó un puñetazo a Hectator en las costillas, haciendo que las piernas
de éste se doblaran bajo su peso—. Puede que hayas ganado la batalla, Hectator... pero
vas a perder esta guerra. —Se inclinó, acercándose, y susurró al oído del príncipe—: Y
esta vez no vas a tener a tu preciosa Xena para que te salve.
El asesino envuelto en sombras se deslizó escaleras arriba, deteniéndose para
escuchar cada pocos pasos. El silencio continuaba... y no percibía el menor movimiento
en las corrientes de aire, ni el susurro de unas pisadas. Tras la seda negra, sonrió.
Subió los escalones hábilmente en total silencio y se detuvo ante la puerta de la
habitación de su presa. Esto, esto redondearía su reputación. Una carcajada silenciosa.
Se había apresurado a aceptar la oportunidad. Con infinito cuidado, colocó las puntas de
los dedos callosos sobre la madera de la puerta, enviando sus sentidos hacia el interior.
Silencio. Quietud.
Con precisa lentitud, empujó la pesada madera que tenía bajo las manos y cuando la
madera salió de la jamba, se detuvo y aspiró los olores de la habitación. Velas, sí, y el
denso aroma especiado del fuego. El característico olor de dos seres humanos, dos
mujeres. Sonrió de nuevo. Y empujó más la puerta. Silencio aún, salvo por el
movimiento casi inaudible de dos personas al respirar. Cuando me vaya, ya no...
La puerta se separó del marco, dejando apenas espacio suficiente para que pasara un
perro pequeño, pero él pasó y cerró la puerta de madera tras él, dejando que la oscuridad
de la habitación lo envolviera, lo absorbiera. Sus ojos se acostumbraron a la escasa luz
del fuego con facilidad, descubriendo claros detalles ocultos para casi todo el mundo
salvo para los que eran como él. Miró hacia la cama y luego miró con más atención.
Vacía. Inesperado. Luego distinguió las dos figuras dormidas en el sofá. Una sonrisa
oculta en la oscuridad.
Silencioso como una sombra, avanzó hasta colocarse detrás de ellas y atisbar por
encima del respaldo del sofá. La respiración acompasada demostraba que seguían
durmiendo, en silencio, sin saber que iban a pasar de entre los vivos a los muertos por
su mano.
Se fijó en su objetivo, la guerrera primero, una zona de bordado justo encima del
corazón, desprotegida. La delgada hoja acanalada que llevaba en la mano izquierda se
estremeció, deseosa de atacar. Se preparó para el golpe, repasó la fuerza necesaria para
empujar la afiladísima hoja a través de los músculos y los huesos y se movió, a una
velocidad vertiginosa que nunca había fallado el blanco. Jamás.
Y no vio que su blanco se movía. Ni vio la mano que agarró la suya, el golpe que le
rompió el brazo por dos sitios. Ni vio el codo que se estampó contra su barbilla con una
fuerza tan devastadora que le destrozó la mandíbula, y ahora sólo era consciente de la
mano de hierro que le aferraba la garganta, impidiéndole respirar y hablar, y del brillo
repentino de un par de trozos de hielo que se clavaron en sus ojos. Sintió una oleada de
terror y dolor bajo aquella mirada feroz.
Entonces dos dedos se clavaron en su cuello y sintió que el resto del cuerpo se le
quedaba insensible y una presión súbita y exquisita que empezaba a crecer dentro de su
cabeza, palpitando.
—Tienes veinte segundos para decirme quién te ha enviado. —La voz era grave y
cargada de amenaza mortal—. Después, morirás.
—Ansteles —jadeó él, asustado—. Está atacando el castillo. Quiere matar a Hectator.
—No tenía sentido no contárselo todo. Tenía un contrato y, en cualquier caso, no había
conseguido cumplir con el encargo.
Otra punzada y el dolor regresó con toda su fuerza, llenándole la vista de puntos
negros por su intensidad. Afortunadamente, recibió un golpe en un lado de la cabeza que
trajo consigo una oscuridad total y una agradable quietud.
—Quédate aquí. —Xena se volvió para mirar la cara grave de Gabrielle—. No,
pensándolo mejor, ve al pasillo y despierta a Jessan, intentad reunir a toda la gente que
podáis.
—¿Y tú? —contestó la bardo—. No, olvídalo. Qué pregunta tan tonta. Xena, por
favor... —Agarró el brazo de la mujer morena para subrayar lo que decía—. No llevas
armadura. Recuérdalo, ¿vale? ¿Tendrás cuidado?
Xena asintió.
—Lo tendré. Tú también ten cuidado. —Fue a la puerta, sacando su espada de la
vaina por el camino, y salió con el mismo sigilo que había empleado el asesino para
entrar. Por poco. El corazón todavía le martilleaba ante la idea. Por muy poco. No lo he
oído hasta que ha entrado. Maldición, estoy perdiendo facultades. Asqueada, se detuvo
al llegar a la escalera y se volvió para ver a Gabrielle que salía por la puerta: se había
quitado la falda y ahora iba vestida únicamente con la larga túnica y botas y se dirigió a
la habitación de Jessan, armada con su vara. Xena sacudió la cabeza y bajó por las
escaleras, deteniéndose de nuevo al oír roce de pisadas y el ruido de las espadas debajo
de ella. Se le aceleró el pulso y en sus labios se dibujó una sonrisa tensa.
Gabrielle se deslizó pegada a la pared y llegó a la puerta de Jessan sin incidentes.
Abrió la puerta de madera y entró a toda velocidad, parpadeando en la repentina
oscuridad.
—¡Jessan! —dijo en voz baja, adentrándose más en la habitación y acercándose a la
cama. Oyó un roce de tela y luego la luz de la luna quedó tapada por la alta figura de su
amigo delineada contra las puertas abiertas del balcón.
—Gabrielle —dijo quedamente, acercándose a ella con una agilidad extraña en un
hombre tan grande—. ¿Qué...? —Bajó la mirada y vio su vara—. ¿Problemas?
—Sí —dijo la bardo con voz ronca—. Un... un soldado. —Se detuvo—. No, un
asesino acaba de aparecer en nuestra habitación. El castillo está siendo atacado por unos
mercenarios contratados por Ansteles.
—¿¡Un asesino!? —exclamó Jessan, dirigiéndose a la puerta y agarrando sus armas
sobre la marcha—. ¿Dónde?
Gabrielle lo alcanzó y lo agarró del brazo.
—No te preocupes por eso. Tenemos que despertar a todo el mundo. —Se lamió los
labios llena de tensión nerviosa—. Xena se ha ocupado del tipo ése. —Hizo un gesto
con la vara—. Ya sabes.
Jessan soltó una risa seca.
—Vaya si lo sé.
Avanzaron por el pasillo, despertando rápidamente a la gente de Jessan y a los
residentes humanos. Al poco, tenían un numeroso grupo de hombres y mujeres armados
avanzando por el vestíbulo hacia el torreón principal. Jessan entró en la habitación de
Gabrielle al pasar, tirando de la manga de uno de los suyos para que lo siguiera. Dentro
de la habitación, se arrodillaron al lado del pretendido asesino, que seguía inconsciente,
y Jessan le quitó la máscara de seda que le tapaba la cara.
—¡Por Ares! —gruñó el habitante del bosque, sobresaltando a Gabrielle, que había
entrado con ellos—. Es Stevanos. —Intercambió una mirada con su compañero guerrero
—. ¿Tío Warrin?
El otro habitante del bosque gruñó.
—Así es. —Volvió los ojos oscuros hacia Gabrielle—. Ansteles va en serio. Stevanos
es uno de los mejores de la especie... si se le puede llamar así. Ha matado a más de
trescientos objetivos. —Se quedó mirando a Gabrielle largamente y luego volvió los
ojos hacia su sobrino—. Ansteles es demasiado peligroso.
Jessan asintió mostrando su acuerdo.
—Lo sé.
Warrin bajó la mirada hacia Stevanos, volviéndole la cara y examinando los huesos
rotos y el destrozo del brazo. Sonrió para sí mismo con gravedad, luego se sacó un
pequeño puñal del cinto y lo sostuvo entre Jessan y él. Los dos hombres se miraron a los
ojos y luego Warrin se hizo un corte con cuidado en la palma de la mano y luego en la
de Jessan y los dos se estrecharon la mano.
—Sangre de mi sangre, hijo de mi hermana —dijo Warrin con tono grave.
—Sangre de mi sangre, hermano de mi madre —contestó Jessan.
Warrin volvió a asentir, le soltó la mano y se alzó, envainando el puñal. Se detuvo al
lado de Gabrielle y la miró, con los ojos entrecerrados por un momento, luego le sonrió
con tristeza y salió por la puerta.
Gabrielle lo observó mientras se marchaba y luego se volvió y miró a Jessan.
—¿Qué ha sido eso?
Jessan se sacudió las manos y se quedó en silencio, mientras ataba al asesino con un
trozo de cuerda de las cosas de Xena. Por fin, se levantó e hizo un gesto a Gabrielle para
que saliera por la puerta delante de él.
—Ése era mi tío Warrin. —En su voz había tristeza—. Es nuestro... bueno, nuestro
mejor rastreador —contestó, de manera evasiva.
—Jessan —respondió Gabrielle, al tiempo que salía al pasillo y se ponía en guardia
—. Está tan triste. —Levantó los ojos para mirar al hombretón—. ¿Por qué?
Los ojos dorados de Jessan se nublaron y se llenaron de sombras.
—Tiene... el vínculo vital roto, Gabrielle. —La miró, mientras bajaban por las
escaleras, hacia donde se oían ruidos de combate—. Es el hermano de mi madre... su
vinculada murió durante una cacería. Un accidente... pero desde entonces camina en la
oscuridad. —Alzó la espada cuando el ruido aumentó de volumen—. Es nuestro...
asesino.
Gabrielle abrió mucho los ojos.
—Eso es terrible... lo de su vinculada, me refiero. —Se calló y sintió un escalofrío
por la espalda—. Va tras Ansteles, ¿verdad? —No era una pregunta. Agarró la vara con
más firmeza y se apartó un poco, para dar espacio a Jessan para mover la espada. Una
lección que había aprendido pronto luchando con Xena. Había que mantenerse bien
lejos del radio de acción de su espada o sufrir las consecuencias.
—Sí —contestó Jessan, abalanzándose cuando apareció el primer mercenario por la
esquina del pasillo. Su espada parpadeó a velocidad vertiginosa al atacar al hombre, a
quien desarmó fácilmente, y empleó entonces un gran puño para dejarlo inconsciente.
Gabrielle pilló al siguiente mercenario por sorpresa, pues no se esperaba que una
mujer a medio vestir y con un palo tuviera la precisión de golpearlo en los pies y la
cabeza con una hábil maniobra doble. Sonrió con gravedad y pasó al siguiente soldado,
captó un punto débil en sus defensas y lo dejó fuera de combate con un golpe rápido en
la cara. Está claro que esto cada vez se me da mejor. Incluso con un dolor de cabeza
capaz de tumbar a Argo.
—No es tan fácil de matar —jadeó Hectator, manteniendo un ojo ensangrentado
clavado en su torturador—. Aunque por vuestro bien, más os vale hacerlo.
El hombre se echó a reír.
—Tenemos un experto encargándose de eso, cerdo asqueroso. —Volvió la cabeza,
cuando un hombre vestido de cuero oscuro y cota de malla se abrió paso a través de la
gente—. Ah... ahí estás, capitán. Mira lo que tenemos aquí.
El capitán asintió, contemplando a Hectator con unos ojos casi incoloros, a juego con
su pelo de color paja. Era de corta estatura, más bajo que Hectator y, de hecho, más que
la mayoría de sus tropas. Pero el hombre emanaba un propósito mortífero, y el príncipe
sintió un escalofrío por la espalda.
El capitán sacó una daga corta de la vaina que llevaba en el brazo izquierdo y la
examinó un momento. A Hectator se le heló la sangre. La daga de un asesino. El capitán
rodeó con sus dedos largos la empuñadura forrada de cuero y se acercó a Hectator,
preparando el brazo para la cuchillada y descargándola luego con la velocidad de una
serpiente.
Atravesó el cuerpo de Hectator con la hoja, clavándolo a la puerta. El príncipe se
mordió la lengua de lado a lado para evitar chillar y dar una satisfacción a este animal.
Sabía que la daga estaba en un punto que lo haría morir despacio. No atravesaba ningún
órgano vital. Levantó la mirada, la clavó en aquellos ojos incoloros y escupió sangre
con perfecta precisión a la cara del capitán.
—Capitán Ilean... —gruñó el teniente—, deja que...
—No —dijo el capitán con voz ronca, secándose la cara—. Va a morir muy bien. —
Se volvió e hizo un gesto a los mercenarios a la espera—. Vamos a terminar lo que
hemos venido a hacer. —Se dio la vuelta y dobló el primer tramo de escaleras,
atisbando las sombras de arriba, iluminadas por las antorchas. Una sombra
especialmente grande se acercó a él, pero estaba concentrado en el rellano superior y
volvió la cabeza demasiado tarde, sin llegar a ver la patada que lo lanzó escaleras abajo
a los brazos sorprendidos de sus soldados.
—Hola, Ilean —murmuró Xena, que se dejó caer en el rellano y limpió su espada, ya
ensangrentada, en un mercenario atónito, abriéndose paso hasta donde colgaba Hectator
—. No me esperaba que fueras así de traicionero. Deben de correr tiempos difíciles. —
Se volvió y se enfrentó a los soldados y a Ilean, que estaba petrificado—. Lo voy a
descolgar de esta puerta. Eso quiere decir que tengo que dejar esta espada y daros la
espalda. Al primero que se mueva, lo parto en dos. ¿Entendido?
—Creo que eres tú la que no lo entiende, Xena —gruñó Ilean, sacudiéndose la túnica
de cuero—. Estos no son soldados corrientes. Te van a hacer pedazos. —Sonrió—. ¿Ni
siquiera llevas armadura? Había oído que te estabas ablandando.
Xena se volvió, apoyando la espada en un hombro cubierto de seda, y le sonrió.
—Podría ser —dijo despacio—. ¿Quieres averiguarlo? ¿Quién es el primero? —
Recorrió con la mirada a los soldados vestidos de cuero, alzando una ceja interrogante
—. ¿Tú, Ilean? ¿Por los viejos tiempos? —El hombre rubio la miró furioso—. Vamos...
vamos... es la mejor oportunidad que vas a tener nunca. —Ojos furibundos,
respiraciones agitadas... pero ni un movimiento en su dirección—. Hacerme pedazos,
¿eh? —bufó Xena—. Más quisieras. —Hizo un gesto con la cabeza señalando las
escaleras—. Ya se están encargando del resto de tu chusma. —Se volvió de nuevo hacia
Hectator, pero dijo por encima del hombro—: Y recoge a tu patético asesino de mi
habitación al salir. —Se acercó a la cara pálida y sudorosa de Hectator—. Aguanta,
Hectator. Te voy a sacar de esto.
—Te matarán —jadeó él, mirando lleno de pánico por encima del hombro de ella—.
¡No les des la espalda! ¡No lo merezco, por el amor de Hades, Xena!
—Qué va —dijo Xena, guiñando un ojo—. Para algo me tiene que servir mi
reputación, ¿no? —Notó un movimiento detrás de ella y concentró los sentidos. Ilean.
Cómo no. Esperó a que estuviera a distancia de ataque, entonces se dejó caer sobre una
rodilla y permitió que su espada se incrustara en la madera de la puerta, pasándole por
encima del hombro derecho tan cerca que oyó el silbido de la hoja al pasar junto a su
oreja.
Dejó que su rabia se acumulara durante un momento, luego se volvió y se alzó y,
poniendo esa rabia en su brazo, lo golpeó en la cara, sintiendo que los huesos se
rompían por la fuerza, y el choque tremendo del impacto lo lanzó hacia atrás como a un
muñeco de trapo.
—Nunca has sido capaz de aprender una lección, ¿verdad? —murmuró, levantando la
espada y avanzando hacia los mercenarios que quedaban, sabiendo lo que debía de
mostrar su expresión por las miradas espantadas y los movimientos inquietos de los
hombres armados—. ¿Quién es el siguiente? —ladró, furiosa y asqueada y sin
molestarse en ocultarlo—. Avanzad o largaos. ¡Ahora! —Se inclinó y agarró la
sobrevesta enguatada de Ilean, lo levantó y lo tiró por las escaleras, donde se desplomó
hecho un guiñapo.
Xena se giró de golpe, dejó caer la espada y agarró la empuñadura de la daga que
mantenía sujeto a Hectator.
—Maldita sea —rabió, apretando los brazos con fuerza contra su cuerpo para
levantarlo de la daga—. Agárrate a mis hombros, Hectator. —Vio que el príncipe apenas
era capaz de hacer lo que le decía. Con todo el peso de su cuerpo, lo levantó apretándolo
contra la puerta y al mismo tiempo tiró con fuerza de la daga, y notó que se soltaba de la
puerta y salía del cuerpo del príncipe con un roce de metal contra hueso. La sangre
caliente se derramó bajo sus manos y lo depositó con cuidado en el suelo.
Xena suspiró y abrió la túnica de Hectator.
—Aaijj. —Hizo una mueca—. Tengo que llevarlo a la enfermería, necesito vendas y
desinfectante. —Notó una presencia conocida a la espalda justo antes de que una mano
delicada le tocara el hombro—. Hola, Gabrielle.
—Hola —murmuró la bardo, mirando por encima del hombro de Xena—. Ay. —Miró
a Hectator—. ¿Qué le ha pasado?
—Un mercenario lo clavó a la puerta con un cuchillo —contestó Xena, con tono
práctico, trabajando rápidamente con un trozo de tela arrancado de la camisa del
príncipe, presionando la fea herida que tenía en el abdomen—. Dame ese otro trozo de
tela. Tengo que mantener la presión hasta que consiga controlar la hemorragia o no
durará ni un minuto.
Gabrielle obedeció, observando con total atención lo que hacía Xena.
Xena oyó la ballesta antes incluso de que estuviera medio amartillada, y miró de
golpe hacia la derecha, manteniendo las manos firmemente apretadas contra el cuerpo
del príncipe. Ilean. Debería haberlo matado. Maldita sea. Tenía razón. Me estoy
ablandando.
—Qué lástima, Xena —dijo el hombre de ojos pálidos con voz ronca—. Tú... tú eras
la clase de adversario que aparece una sola vez en la vida. —Ilean hizo una mueca, que
era lo más parecido a una sonrisa que podía conseguir con las costillas rotas—. Pero le
vas a venir de perlas a mi reputación.
El tiempo se ralentizó, mientras la atención de Xena se concentraba en la punta de la
flecha de una ballesta y en los ojos gélidos que había detrás. No puedo mover las manos
para atrapar esa flecha y no puedo apartarme porque Gabrielle está detrás de mí.
Maldición. De modo que así acaba todo. Los señores de la guerra no deben arriesgarse
por sus tropas, ¿es que no aprendí esa lección hace mucho tiempo? Qué manera de
descubrir que he cambiado de verdad. Asintió mínimamente y se volvió ligeramente
para mirar a Ilean, irguiendo los hombros para presentar el blanco más grande posible.
Sus ojos se encontraron con los de él sin miedo y en su cara se formó una sonrisa.
El mercenario interpretó su sonrisa y asintió a su vez, al tiempo que en su mirada
incolora se percibía un respeto concedido de mala gana. Levantó la ballesta y apuntó
con cuidado. Con ella, tendría una sola oportunidad. Pero la ballesta era su arma y su
dedo se tensó sobre el gatillo con tranquila confianza.
Y cuando la presión descendía sobre el gatillo, su mundo estalló con un rugido tan
bestial que los fundamentos de su comprensión se tambalearon. No tuvo tiempo de
mirar, ni tiempo de vivir cuando un cuerpo dorado se estampó contra el suyo, unas
manos con garras le desgarraron el tórax incluso a través de la armadura y unos
colmillos ardientes lo agarraron de la garganta, acabando su vida con un torrente de
sangre y burbujas de aire y chorros de saliva. El impacto derribó al suelo al mercenario
y al atacante y, sacudiendo la cabeza, Jessan liberó los colmillos y la sangre goteó
libremente de su boca a las losas del suelo.
Los demás mercenarios huyeron cuando el habitante del bosque se levantó de un
salto con un espantoso rugido de rabia.
En el pasillo se hizo el silencio. Jessan parpadeó, luego un escalofrío recorrió su
cuerpo y miró a Xena con los ojos inyectados en sangre. Ella se encontró con su mirada
y se la sostuvo, sin juzgar, sin encogerse.
—Gracias —dijo, con un tono normal, y volvió a mirar el cuerpo inerte de Hectator,
mirando un momento a la izquierda cuando notó que Gabrielle estaba temblando—.
¿Estás bien? —Pregunta estúpida.
La bardo cerró los ojos y respiró hondo varias veces. Luego parpadeó y miró
directamente a Jessan. Si puedo aceptar a Calisto, puedo aceptar esto. No soy una niña.
Su mente repitió esta idea en su consciencia sin parar.
—Gracias, Jessan —dijo, sonriéndole levemente, y él le respondió con una expresión
de alivio casi patético en sus ojos dorados.
Jessan arrugó entonces la cara, sacando la lengua.
—Puaajjj —soltó medio ahogado, buscando un recipiente, y encontró un odre de vino
abandonado. Quitó el tapón y echó un buen trago, hizo unas gárgaras y luego lo escupió
todo sobre las losas del pasillo—. Detesto ese sabor. —Se acercó a ellas, todavía con
una mueca de asco, con las manos ensangrentadas apartadas del cuerpo, y se acuclilló al
otro lado del príncipe—. Yo no... o sea... es que... él iba a...
—Lo sé —dijo Xena, con tono amable—. Ya tengo controlada la hemorragia. —
Levantó una mano y le tocó los dedos ensangrentados y con garras—. ¿Lo puedes llevar
a la enfermería?
Sus ojos se posaron en los de ella, todavía atormentados.
—Ha sido la primera vez en mi vida que he...
Xena suspiró.
—Lo siento, Jessan. —Alzó la mano y le dio una palmadita en la mejilla—. Supongo
que ahora estamos en paz. Me has salvado la vida.
El habitante del bosque se la quedó mirando.
—Yo no lo siento... todos tenemos que tener una primera sangre... y me alegro, por
Ares, cómo me alegro de que ésa haya sido la mía. —Esbozó su dulce sonrisa y,
osadamente, le tocó la cara, viendo cómo los labios de ella se curvaban con una sonrisa
triste.
Gabrielle se mantuvo muy quieta y se limitó a observar, viendo un repentino parecido
entre los dos guerreros que estaban a su lado. De mala gana, ahondó en su interior y
buscó la sensación que había tenido en ese terrorífico instante en que se dio cuenta de
que Ilean estaba a punto de matar a Xena y la sensación que había tenido cuando Jessan
lo hizo pedazos. Y reconoció un parecido también en ella misma. Esa furia, ese rugido...
descubrió ecos de ello en su mente. No tenía duda... la menor duda... y le dolía... de que
de contar con esa velocidad, de contar con esa fuerza, ella misma le habría arrancado el
corazón a Ilean. Xena habría renunciado a la vida. La bardo habría renunciado a algo
más que eso. Bueno. Por fin tenía una ventana que le permitía ver esa oscuridad. Asintió
en silencio por dentro y soltó el aliento que había estado aguantando.
—Sí —estaba diciendo Jessan—. Lo llevaré. Cuidado. —Con infinita delicadeza
metió los brazos bajo el cuerpo de Hectator, lo levantó y se dirigió hacia la enfermería.
Xena esperó un momento, limpiándose las manos en un trozo de tela que quedaba,
antes de volver la cabeza y mirar a Gabrielle.
—¿Estás bien? —preguntó de nuevo, suavemente.
—Ibas a dejar que te disparara. —No era una pregunta. No era el momento de
andarse con rodeos.
Xena asintió, despacio.
—Sí. No podía soltar a Hectator. —Sonrió tensamente—. Y tú estabas detrás de mí.
—Un ligero encogimiento de hombros—. Yo tolero las flechas mucho mejor que tú.
Gabrielle asintió despacio a su vez.
—¿Con esto? —Alargó la mano y tocó la túnica de seda, con una expresión severa en
los ojos.
Xena se quedó callada un buen rato.
—Incluso con esto. —Intentó aligerar la conversación—. Habría intentado que me
diera en algún punto que no fuera vital. Como la cabeza.
La bardo sonrió levemente y sin apartar los ojos de Xena, alargó la mano y rodeó con
los dedos la mano de Xena, que estaba entre las dos.
—Eso no tiene gracia. —Suspiró—. No tengo la menor gana de arrancarte flechas,
me da igual dónde estén.
Xena le devolvió el apretón.
—Lo sé. Pero no tenía mucho tiempo para tomar una decisión y ésa era la única
posibilidad que tenía.
Gabrielle suspiró.
—La próxima vez, a ver si lo planeamos mejor —contestó, y la guerrera soltó una
ligera risa entre dientes. Observó mientras Xena se enderezaba y le alargaba la mano—.
Gracias —añadió, agarrando la mano que se le ofrecía y que la puso en pie.
—Parece que el combate ha terminado —comentó Xena, y empezó a bajar las
escaleras para seguir a Jessan. En la puerta principal, se detuvo y miró a la oscuridad,
moviendo con ritmo la espada que sujetaba en la mano.
Gabrielle se detuvo a su lado y estudió la cara de su amiga.
—¿En qué estás pensando? —preguntó, suavemente, al ver la frialdad insondable de
esos ojos familiares. En nada que quiera saber, probablemente.
—En Ansteles —murmuró la guerrera, cerrando los ojos y haciendo un esfuerzo
consciente por eliminar esa "mirada" antes de volver los ojos hacia Gabrielle—. No me
gusta recibir visitas de asesinos en mis habitaciones. —Supo que lo había conseguido
relativamente por la forma en que la bardo se encogió. Volvió a mirar al exterior—. Está
ahí fuera. —Y hasta el último hueso de mi cuerpo quiere salir ahí fuera a buscarlo.
Maldita sea, eso nunca muere, ¿verdad? El viejo lobo sigue ahí dentro. Sonrió
tensamente para sí misma. El frío aire nocturno la llamaba, una cabalgada en la
oscuridad, un rastreo en las sombras y luego... notó que se le aceleraba el corazón, supo
que en sus ojos surgía el brillo fiero. Supo que seguramente estaba asustando
muchísimo a Gabrielle, que se empeñaba en creer que esta faceta suya estaba mucho
más enterrada de lo que estaba de verdad.
—No lo ha conseguido —respondió en voz baja de la bardo, con un tono cargado de
tensión—. Xena... —Alargó la mano y rodeó la muñeca de Xena, notando la tensión que
vibraba en ella. Se armó de valor para hacer frente a la mirada gélida que sabía que iba a
recibir, al movimiento repentino que le apartaría la mano con el mismo esfuerzo que si
fuera una mosca.
Pero la mirada que recibió no era lo que se temía y la mano que se había arriesgado a
alargar sintió la calidez inesperada de un apretón como respuesta.
—Lo sé —replicó Xena, devolviendo al lobo a su guarida oscura y apartándose del
aire nocturno—. Pero sigue sin gustarme —refunfuñó—. Ha faltado demasiado poco.
—Miró a la bardo ladeando la cabeza—. ¿Pero tú cómo te encuentras?
—Ah —contestó Gabrielle, aliviada—. Pues, ay, en realidad. Me duele la cabeza. —
Lanzó una mirada irritada a Xena, pero sintió una alegría desesperada por el cambio de
tema—. Recuerdo que me tuviste que llevar en brazos por las escaleras y luego poca
cosa más. —Arrugó el entrecejo—. ¿Hice el tonto?
Xena la miró, incapaz de contener la sonrisa que le inundó hasta los ojos.
—No. —Rodeó con un brazo los hombros de la bardo y la volvió hacia la enfermería
—. Fuimos arriba, hablamos un poco y luego te quedaste dormida en el sofá.
—Ah. ¿En serio? —La bardo frunció el ceño—. No me acuerdo. ¿De qué hablamos?
¿Me puse tonta o algo?
Xena dudó durante un instante muy largo.
—No. No te pusiste... tonta. —Bajó la mirada hacia su amiga, esbozando apenas una
sonrisa—. Hablamos de... Autólicus.
Gabrielle se quedó pasmada.
—¿De Autólicus? ¿Pero por qué...? —De repente se le quedó la cara en blanco y dejó
de caminar y cerró con fuerza los ojos brumosos verdes—. Oh, dioses, no.
La guerrera suspiró.
—Gabrielle —dijo con tono cariñoso, estrechando los hombros de la bardo—. Está
bien. Tranquila. —Miró las puertas de la enfermería—. Vamos. Tengo que ponerme
hierbas en esta mano, me escuece un montón. —Vio que Gabrielle abría los ojos
despacio y de mala gana, mirando a todas partes, pero negándose a posarse en los suyos.
Esto no puede ser. Xena alargó la mano y atrapó la barbilla de la bardo, levantándole
delicadamente la cara para obligarla a mirarla a los ojos—. Está bien —repitió,
suavizando conscientemente el tono—. Lo digo en serio.
La mortificación y la vergüenza fueron desapareciendo poco a poco de la cara de la
bardo, sustituidas por una tímida alegría. Sus ojos se fijaron en la mano que tenía en la
barbilla y luego carraspeó.
—Tienes razón. Te tienes que curar eso, se está empezando a hinchar. —Subió la
mano y examinó el daño con los dedos y luego alzó los ojos para encontrarse de nuevo
con los de Xena, sonriendo un poco.
—Eso está mejor —dijo la guerrera, en voz baja—. Vamos.
Reemprendieron la marcha y se encontraron con Jessan nada más entrar. A Xena le
entró más que una sospecha de que el habitante del bosque había estado atisbando por la
puerta, sospecha justificada inmediatamente por la larga mirada sonriente y llena de
placer con que él las observó en cuanto cruzaron la entrada. Xena suspiró, luego decidió
que en el fondo tenía cierta gracia y le devolvió la mirada con una expresión divertida
pero exasperada.
—¿Quieres dejarlo ya? —le gruñó.
—¿Qué? —preguntó Gabrielle, mirándolos a los dos con desconcierto.
—Luego te lo digo —le prometió Xena, clavándole un dedo con fuerza a Jessan en
las costillas. El habitante del bosque respondió rodeándola con un brazo y
estrechándola.
—Hectator se va a poner bien —fue lo que comentó, sin embargo—. Sus cirujanos de
campaña lo están curando ahora, pero quiere hablar contigo. —Ah... Xena... mi amiga
guerrera. He Visto... y lo que he Visto era tan familiar que para mí era como mi hogar.
Me alegro, más de lo que podrías imaginarte.
El príncipe alzó la vista atontado cuando se acercaron. Xena se dejó caer sobre una
rodilla junto a su camastro y examinó el trabajo de los cirujanos de campaña.
—No está mal —murmuró, mirando la cara blanca y tensa de Hectator—. Parece que
saldrás adelante —añadió, dándole unas palmaditas en la rodilla.
Hectator suspiró.
—Por si te interesa, Xena... —Haciendo una mueca de dolor, se movió ligeramente
—. Ansteles no se va a detener. Puedo soportar... que vaya detrás de mí. —Sus ojos
grises la miraron a la cara y luego se posaron en la mano que tenía apoyada en el
camastro a su lado—. ¿He entendido bien que había un asesino en vuestra habitación?
Xena se encogió de hombros.
—Así es. Pero eso no es culpa tuya, Hectator. No es la primera vez que me persiguen
asesinos. —Lanzó una mirada rápida a Gabrielle, que estaba de pie en silencio a su lado.
—Era Stevanos, Xena —interrumpió Jessan, que se acercó con una copa de agua y se
la pasó a Hectator—. Supongo que no lo reconociste en la oscuridad.
Xena enarcó las cejas.
—¿En serio? —En su cara se formó una expresión intrigada—. Creo que me siento
halagada. —Se echó hacia atrás y apoyó un brazo en la rodilla—. Y no lo reconocí
porque no lo había visto nunca. Se ha mantenido bien lejos de mí. —Se rió un poco por
lo bajo. De modo que éste era el asesino a sueldo más mortífero de Grecia.
Hectator se la quedó mirando.
—Te comportas como si no fuera nada. —Se pasó una mano temblorosa por la frente.
Jessan se arrodilló al otro lado de Xena.
—Es esa cosa de los guerreros —comentó con sorna—. Y... uno de los míos ya se
está ocupando de ver qué puede hacer con Ansteles —añadió—. Ahora creo que
Hectator necesita descansar un poco y estoy seguro de que a todos nos vendrá bien
hacer lo mismo.
El cirujano de campaña miró agradecido a Jessan y los apartó de su regio paciente,
corriendo una cortina improvisada a su alrededor.
Los tres regresaron tranquilamente por el vestíbulo, si decir nada. Por fin, Xena
habló.
—¿A qué te referías al decir que alguien se estaba ocupando de Ansteles, Jessan? —
Volvió la fría mirada hacia él, con curiosidad.
—Mi tío —contestó el habitante del bosque, despacio—. Es lo más parecido que
tenemos a nuestro propio asesino. —Siguió caminando, sin mirar a ninguna de las dos
—. Ha ido en busca de Ansteles. Hemos decidido... bueno, él ha decidido que se está
empezando a hacer demasiado peligroso. —Miró por fin a Xena, que miraba al frente
con expresión inescrutable—. Ahora a nosotros también nos va mucho en esto.
—Mm —comentó la guerrera morena—. Eso es cierto. —Dobló la mano y se la miró
con irritación—. Maldito Ilean. Tendría que haber recordado lo dura que tenía la
mollera. —Suspiró cuando llegaron al pasillo tantas veces recorrido y manchado con
restos del combate—. Que descanses, Jessan —dijo, dándole una palmada en la espalda
al habitante del bosque.
—Vosotras también —respondió Jessan, abrazándola con delicadeza y luego a
Gabrielle. Pasó ante ellas rumbo a su propia puerta y se deslizó dentro.
—Con tanto abrazo, ¿estás segura de que no sois parientes? —preguntó Xena, con
tono de guasa, observando el sonrojo de la bardo como respuesta. Abrió la puerta e
indicó a Gabrielle que pasara—. Espero que se hayan acordado de recoger a su asesino a
sueldo.
Lo habían hecho. La habitación estaba vacía y prácticamente a oscuras, salvo por el
débil resplandor de la chimenea. Xena dejó la espada con un suspiro, luego fue al sofá y
se sentó, dejando en el reposapiés la bolsa de hierbas que le habían dado los cirujanos.
Se examinó la mano hinchada con cierto desagrado y luego se puso a preparar una
mezcla.
Gabrielle la observó un momento, luego se acercó al sofá y se sentó, quitándole la
mezcla a su amiga.
—Deja que lo haga yo. —Sonrió—. Seguro que es más fácil con dos manos.
—Seguro —respondió Xena, esperando pacientemente mientras la bardo aplicaba las
hierbas y le vendaba la mano con una tela suave—. Gracias. —Se reclinó y contempló
el fuego—. ¿Qué tal el dolor de cabeza? —preguntó, mirando a Gabrielle.
La bardo se encogió de hombros.
—Los he tenido peores —replicó, ásperamente.
Xena la miró.
—Así de mal, ¿eh? —Sonrió—. Creo que tengo algo que te puede aliviar. —Se
levantó y se puso a hurgar en sus alforjas, de donde sacó varios pergaminos doblados—.
No sabe muy bien, pero funciona.
Gabrielle se levantó y se acercó al baúl.
—Estoy bien, en serio... no te molestes. —Consiguió sonreír tensamente—. Con
tanto luchar, se me ha quitado todo el hidromiel de encima.
—Mmmm —asintió Xena, sin dejar de preparar la mezcla—. Toma —añadió,
pasándole a Gabrielle la copa, sin hacer caso de la mirada exasperada de la bardo.
Gabrielle suspiró y olisqueó el líquido con desconfianza.
—Puajj —comentó, haciéndole una mueca a Xena. Y obtuvo una ceja enarcada como
respuesta—. Oh, está bien —masculló y, cerrando los ojos y aguantando la respiración,
se tragó el líquido con tres grandes sorbos—. Aaaujjj —farfulló, estremeciéndose—.
Pero qué horrible. —La bardo lanzó una mirada aviesa a Xena—. ¿Qué es lo que
llevaba...? No... olvídalo. No me lo digas... acabaría echándolo. —Sacó la lengua de
nuevo y se encaminó a la palangana, llenó la copa de agua y se la bebió a toda prisa.
Xena la observó risueña, luego fue a la cama y se dejó caer boca arriba con una falta
de elegancia impropia de ella.
—Un final asqueroso para una velada bastante agradable. —Suspiró, levantando la
mano que no tenía lesionada y pasándose los dedos por el pelo. Miró a Gabrielle y notó
la inmovilidad de su amiga, un levísimo brillo de sus ojos a la luz danzarina del fuego
—. ¿Estás bien? Sé que esa mezcla era bastante mala, pero...
—Estoy bien —respondió la bardo en voz baja, dejando la copa y cruzando la
habitación—. Está... funcionando. Realmente. Tengo la cabeza mucho mejor. —Se sentó
en el borde de la cama y sonrió a Xena—. Gracias —añadió, tumbándose de lado y
apoyando la cabeza en una mano.
—De nada —dijo la guerrera, volviendo la cabeza y mirando a su amiga con afecto
—. Tienes mejor aspecto.
—¿Sí? —contestó Gabrielle, mirando a los claros ojos azules bien de cerca.
Xena también se puso de lado y observó su cara atentamente.
—Mmmm —afirmó, con una sonrisa amable.
Me podría ahogar ahí, reflexionó Gabrielle, pensativa, con facilidad. Leyendo la cara
que estaba tan cerca de la suya, viendo belleza donde otros veían furia, delicadeza
donde otros veían violencia, luz donde el mundo mismo sólo veía oscuridad. Y siempre
lo he hecho, desde el primer momento en que la vi. Debo de tener un problema raro en
la vista. ¿Verdad?
—¿Qué tal la mano?
Los ojos de Xena soltaron un destello risueño. Probó a doblar la mano.
—No está mal —comentó—. Un poco molesta.
—Una cosa sin importancia para la Princesa Guerrera —contestó la bardo, con una
risita. Entonces se le ocurrió una idea malvada y antes de poder pararse a pensar en las
consecuencias, alargó la mano y, sabiendo que Xena no la iba a detener, le hizo
cosquillas a la guerrera en la oreja que tenía al descubierto.
—¡Eh! —exclamó Xena, sobresaltada. Luego enseñó los dientes con una sonrisa fiera
y abandonó su postura relajada a una velocidad descorazonadora.
—Eh... eh... —chilló Gabrielle, echándose hacia atrás, pero sin la velocidad
suficiente para escapar de la mano que la agarró de la muñeca y la tumbó en la cama.
Decidiendo que un buen ataque era su única defensa, se armó de valor y saltó sobre
Xena, esforzándose frenéticamente por mantener a raya esos largos dedos que le hacían
cosquillas.
Ah... he tenido suerte. Gabrielle había conseguido que Xena quedara colocada boca
arriba y con las dos manos y todo el peso de su cuerpo la tenía sujeta a la cama por los
dos hombros. Por un momento, se miraron la una a la otra.
—¿Te rindes? —preguntó la bardo, esperanzada. Ah, sí. Como si no pudiera
mandarme volando al otro lado de la habitación con sólo encogerse de hombros.
¿Debería?, pensó Xena.
—Sí, me rindo —contestó, abriendo los brazos para indicar su rendición.
Gabrielle parpadeó sorprendida. ¿¿¿Eh??? Entonces Xena dobló los brazos y clavó
rápidamente los dedos en los brazos de la bardo, haciéndole aflojar los codos y
desplomarse con un graznido sobre el pecho de la guerrera.
—Ajj. Ya sabía yo que era demasiado fácil —masculló, notando que Xena se reía en
silencio—. Muy graciosa, Xena.
Xena sonrió con fiereza y se rió entre dientes, luego rodeó a la bardo con los brazos y
la estrechó largo rato... y sintió que Gabrielle se relajaba por completo encima de ella,
sin ofrecer resistencia.
—Mmm —murmuró Gabrielle en la seda roja de su túnica—. Qué a gusto estoy.
¿Puedo quedarme aquí? —Vuelvo a estar dentro de la puerta. Y... dioses... creo que lo
que acabo de oír es cómo se cerraba la puerta con llave... desde dentro...
—Sí —susurró Xena, sin soltarla, notando que las manos de Gabrielle se deslizaban
hacia arriba y le rodeaban los hombros, devolviéndole el abrazo—. Sí. Puedes quedarte
aquí.
Dos días después, tenían todo recogido y estaban preparadas para despedirse de
Hectator y su ciudad. Xena recorrió la ciudad con la vista y sonrió sin ningún motivo
concreto. Luego se volvió hacia Hectator, que estaba sentado en una silla en las
escaleras para despedirse.
—Bueno —les sonrió Hectator—. ¿Dónde vais ahora? —Se movió para aliviar la
presión de las vendas—. Os vamos a echar de menos.
Xena lo miró con una ceja enarcada, pero sonrió.
—Sí, seguro —respondió—. Vamos a subir por la costa, hacia Atenas —añadió la
guerrera, volviéndose para ajustar la cincha de la silla de Argo. Se volvió de nuevo y le
ofreció la mano a Hectator—. Ha sido agradable, Hectator.
El príncipe la miró con la cabeza ladeada.
—Bueno, por así decir. —Hizo un gesto de dolor, pero le estrechó cálidamente el
brazo que le ofrecía—. No hay nada que pueda ofrecerte que pueda empezar a pagar lo
que has hecho aquí. Así que no lo voy a intentar. —Atrapó su mirada—. Pero te digo lo
siguiente: ahora mi ciudad es y lo será para siempre un hogar para ti... para las dos, si es
que decidís dejar de vagabundear salvando a todo el mundo.
Unos ojos verdes grisáceos y otros azules claros lo miraron con un brillo solemne.
—Hectator —dijo Xena, con la voz estremecida por una risa—. Créeme... tu ciudad
siempre ocupará un lugar muy especial en nuestro corazón. Lo mismo que tú. —Miró a
Gabrielle, que estaba asintiendo—. Y creo que podemos asegurar que volveremos. Al
menos para hacer visitas.
—Ya lo creo —añadió Gabrielle, acercándose y abrazándolo con cuidado—. Cuídate.
—Sonrió y luego retrocedió hasta donde estaba esperando Jessan, con las grandes
manos apoyadas en el lomo de su negro corcel. El gran habitante del bosque las
acompañaría de camino a su aldea, dado que tenían intención de seguir la costa después
de eso.
Xena apoyó las manos en el lomo de Argo y montó de un salto, pasando una pierna
por encima del lomo de la yegua y colocando los pies en los estribos. Luego miró a
Gabrielle y le ofreció el brazo izquierdo. La bardo lo agarró sin la menor protesta y se
dejó izar y acomodar en la cruz de la alta yegua.
—¿Ya te gusta más montar a caballo? —preguntó Hectator, con curiosidad cortés.
Gabrielle sonrió y se agarró a Xena, quien, cosa atípica en ella, también sonrió.
—Oh... podríamos decir que sí —replicó la bardo, con aire pícaro—. Creo que va a
acabar gustándome.
—¿En serio? —preguntó Xena, echándole una mirada por encima del hombro.
—Sí —respondió Gabrielle, apretando más los brazos y apoyando la cabeza en la
espalda de Xena—. En serio.
—Me alegro de oírlo —comentó la guerrera con humor, sin hacer caso de la mirada
descarada que le dirigía Jessan—. Vamos. —Apretó las rodillas para que Argo se
encaminara a las puertas de la ciudad y emprendió la marcha, con Jessan avanzando a su
lado—. Jessan, quítate esa sonrisita de la cara.
—¿Quién, yo? —preguntó el habitante del bosque, inocentemente—. ¿Por qué iba yo
a tener que sonreír? Me parece que son imaginaciones tuyas, Xena. Deberías descansar
un poco. —La miró agitando las pestañas—. ¿Tal vez unos días en la playa?
—Jessan... —Un gruñido grave.
La única respuesta fue un silbido que entonaba una alegre melodía.
FIN