¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
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Colección Emancipación Obrera IBAGUÉ-TOLIMA 2015
GMM
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
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© Libro No. 1720. El Hombre Acecha. Hernández, Miguel. Colección E.O. Mayo 16
de 2015.
Título original: © EL HOMBRE ACECHA. Miguel Hernández
Versión Original: © EL HOMBRE ACECHA. Miguel Hernández
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APUNTES SOBRE EL HOMBRE ACECHA
Autor: Ramón Fernández Palmeral
Orihuela: Curso de Verano Universidad Orihuela, septiembre 2014.
Preámbulo
El presente artículo es una recopilación renovada y puesta al día de mi libro
El hombre acecha, como eje de la poesía de guerra, con prólogo de poeta oriolano
Manuel-Roberto Leonís, Editorial Palmeral, Alicante 2004. Para la conferencia
proyectaré imágenes de las ilustraciones del libro.
El hombre acecha (1939) poemario póstumo de Miguel Hernández, no es uno de los
poemarios más conocidos de Miguel; sin embargo, es un libro imprescindible para
entender la angustia vital en que se avecinaba la derrota republicana que nos habla de
la brutalidad de la guerra, del desencanto, del hambre, de los heridos, de los culpables,
donde Miguel se convierte en un poeta maduro, vigoroso, sencillo y asequible al lector
medio con expresiones rotundas por haber vivido el sufrimiento directamente en los
frentes de batalla. Su poesía alcanza, salvo algunas composiciones menos logradas, un
momento solemne, auténtico, revolucionaria y del proletariado, y a la vez se convierte
en un verdadero maestro de las fórmulas sencillas pero contundentes. El mensaje estaba
dirigido a levantar los ánimos de los combatientes.
El hombre acecha está considerado como una segunda parte de Viento del pueblo,
otros autores lo han llamado el reverso, al considerar que los dos poemarios forman un
“corpus épico” resultado de su experiencia y de una cosmovisión poética común: la de
denunciar los abusos y consecuencias de la guerra, y sobre todo, la culpabilidad de no
haber puesto el pueblo (del bando republicano) todo su empeño y medios para ganarla.
Se ha considerado que la poesía urgente o de guerra es poco reflexiva, aunque como
ha escrito recientemente Carmen Alemany en su libro Miguel Hernández. El desafío
de la escritura. (2014), nos encontramos ante un libro muy elaborado y meditado, por
los bocetos que ella ha encontrado y estudiado. La mayoría de estos poemas, salvo
«Los hombres viejos» escrito durante su viaje a la URSS, los escribió en Cox donde
vivía con su esposa Josefina y el hijo de pocos meses. Estaba aquejado de fuertes
dolores de cabezas «anemia cerebral», se le permitió descansar durante el 1938, además
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estuvo en un Hotel de Reposo para combatientes Benicasim (Castellón de la Plana).
Hizo varias escapadas a Valencia y Madrid. Desde julio se le supone adscrito a la
Escuela de Oficiales de la VI División, ubicada en Alabalt de Sorell. No pudo acudir
a la llamada del comandante Carlos Contreras a Cataluña con la 11º División cuando
se inicia la batalla del Ebro.
Valioso y clarificador ha sido el libro de Eutimio Martín, Oficio de poeta, Aguilar
2010, en su capitulo XXI, dedicado al El hombre acecha. También en Miguel
Hernández, pasión, cárcel y muerte de un poeta de José Luis Ferris, 2010. En 2006
escribí y publiqué en Internet el artículo “Las huellas de Miguel Hernández en Valencia
y Teruel”, como resultado de un viaje que hice por Teruel. De gran utilidad me fue el
libro de Manuel Tuñón de Lara La batalla de Teruel, publicado en Instituto de Estudios
Turolense nº 2 de 1986, de la Diputación de Teruel
Por otra parte nos hallamos ante una joya bibliográfica, un poemario histórico en
el panorama de la poesía castellana, una obra rarísima, una fortuna de que viera la luz,
puesto que en la primavera 1939 fue destruida a la entrada de los Nacionales
(posiblemente como cuenta Eutimio Martín, por el equipo inquisitorial del censor
Joaquín Entrambasagaus) en la imprenta Tipografía Moderna de Valencia (intervenida
por la Subsecretaria de Propaganda), se piensa que eran 50.000 ejemplares preparados
para salir a la calle (según Leopoldo de Luis eran las tiradas usuales); excepto dos
«capillas» que milagrosamente se salvaron del censor franquista: una se hallada en la
biblioteca del bibliófilo y académico extremeño Antonio Rodríguez Moñino, que
durante la guerra fue técnico de la Junta de Incautación y Protección del tesoro
Artístico, es en 1979 cuando es descubierta la "capilla" por el profesor Víctor Ynfantes
de Miguel (es la primera vez que se puede leer “Los hombres viejos”), y este se lo
comunicó a Leopoldo de Luis; y otra un libro encuadernado de una «capilla» en la
colección de José María Cossío, hoy Biblioteca-Museo de la Casona de Tudanca
(Santander). Otra capilla estuvo en poder de Enrique Azcoaga, que pensaba edita rn
Melilla, pero al fin no se editó. Hacer suposiciones de cómo llegaron las capillas en
poder de Moñino o Cossio, solo son especulaciones que no tienen valor documental.
No obste otra posibilidad apuntada por Oscar Moreno Ferrández en su ponencia "La
suerte editorial de El hombre acecha", es la de que, el propietario de la imprenta
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Vicente Soler se las enviara a Moñino, y éste a su vez le diera una a Cossío. Como
apunta Francisco Esteve, director de la Cátedra Miguel Hernández de la Universidad
de Elche, la "capilla" de Moñino se encuentra actualmente en la Real Academia de la
Lengua de Madrid, metida en una cartera del banco Hispano, y el sacó una fotografía
de la portada del libro impresa en papel fino corriente, lo que da a entender que era una
prueba de imprenta.
Hasta 1979 no se conoció completo El hombre acecha, por falta del censurado
poema “Los hombres viejos” (poema clave de este libro) debido a su “violencia verbal
de tipo escatológico” (comentarios de Leopoldo de Luis y Jorge Urrutia en la edición
de Cátedra de 1981 y 1998) agresividad verbal, de denuncia ante las viejas tradiciones,
burlas al poder, denuncia de la usura, recomendaciones de los que eluden la lucha. La
hispanista Marie Chevallier descubrió en 1973 un manuscrito fragmentado que
consideró versión de “El hambre”.
Anteriormente, una selección de este poemario los publicó Aguilar en 1952 y
Losada en 1960, Leopoldo de Luis y Jorge Urrutia como Poemas sociales de guerra y
de muerte, en Alianza Editorial, 1977 excepto «Los hombres viejos». También publicó
El hombre acecha. Cancionero y romancero de ausencias. En CUPSA, Madrid. Pero
no es hasta 1979 cuando aparece publicado “Los hombres viejos” en ZARO-ZYX, 41
edición. Y Poesía completa de Agustín Sánchez Vidal, Aguilar 1979. Las ediciones
anteriores de Obras escogidas, de Aguilar de 1952, con prólogo de Arturo del Hoy, así
como las Obras completas de Elvio Romero, Losada, Buenos Aires de 1960, no está el
poema «Los hombres viejos». Losada tenía una copia mecanografiada desde 1948, sin
este poema. En 1981 se publica por primera vez le edición facsímil de 1939, edición
del bibliotecario y poeta Rafael Gómez de la Casona de Tudanca, Instituto Cultural de
Cantabria, Diputación de Santander, capilla encuadernada que tenía José María de
Cossío, en su biblioteca que fue donada en 1975 a la Diputación Provincial de
Santander. Con amplio estudio previo de Leopoldo de Luis y Jorge Urrutia. Cubierta
del pintor cántabro Eduardo Sanz.
Después del éxito de Viento del pueblo, le piden otro poemario. Miguel se
encuentra en la cúspide de su fama, ya ha venido de Rusia, en diciembre de 1937 se
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encuentra en el frente de Teruel donde son compuestos algunos poemas que veremos
más detalladamente. El 19 de diciembre nació en Cox su primer hijo Manuel Ramón,
se encontraba en el Frente de Teruel y vino a Cox el 24 de eses mismo mes, le trajeron
en coche. Trajo a casa 25 ejemplares de Viento del pueblo, y 3.000 pesetas que le
habían pagado por derechos de autor. Nos lo cuenta Josefina Manresa, en la página 67
de su libro Recuerdos de la viuda de Miguel Hernández.
Los poemas de Viento del pueblo y El hombre acecha están llenos de denuncia y de
realismo social, experiencia de la guerra desde sus inicios en el 36 hasta finales de
1938, poesía auténtica y comprensible donde no habitan falsedades ni higuera fosca
(del poema «El hambre»). Poeta nacido de las raíces del pueblo con un marcado
destino trágico, amigo de sus amigos, un alma pura, que supo llevar y comunicar su
angustia vital hasta las últimas consecuencias y mantener la dignidad y fidelidad a las
propias creencias e ideas políticas.
Para ser un poeta verdadero, comprometido con su tiempo y su obra es necesario
tener «casta», haber sufrido ¡Ay de quien no esté herido, de quien jamás se siente /
herido por la vida...!, escribió en su poema «El Herido». Puesto que ser sincero, y
sobre todo, poseer la iluminación del genio es «carecer de los límites corporales», de
los que nos habló el sevillano Vicente Aleixandre, o fluir de atávica sangre, sobre lecho
de sedientos ríos sin márgenes ni riberas que den límite al líquido sediento, es una de
la cualidades más sobresalientes que no podemos olvidar en Miguel: ruiseñor que cantó
encima de los fusiles. En este grupo de poema de combate se encuentras «El soldado y
la nieve», «El hambre» y «El tren de los heridos»
El 19 de octubre de 1938 muere su hijo Manuel Ramón tenía diez meses, Miguel
estaba en Cox, compuso «Canción última» y «Canción Primera». Miguel es un hombre
dolorido y enrabietado contra el destino, que se extrapola a las injusticias y tropelías
cometidas contra el pueblo llano y contra él mismo. Por todo ello, considero que El
hombre acecha, auténtico poemario de guerra, merece un análisis detenido y una
atención más exhaustiva, de la que hasta le han dedicado lo investigadores
hernandianos. Además de poeta fue dramaturgo, escribió teatro, un teatro social
prácticamente desconocido, que no por desconocido es menos importante, si leemos
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los estudios de los indiscutible especialista en este tema como es Jesucristo Riquelme,
Mariano de Paco y Francisco Javier Díez de Revenga, lo comprenderemos mejor.
Estos dos libros de poesía de guerra merecerían un estudio global, por contener
numerosa poesía urgente o de guerra, objeto de este artículo, además son poemas
sociales y de muerte, (la muerte-amor de la que hablara Ramón Sijé), tal vez la más
valiente que se escribiera, por su compromiso y evidentes peligros tangibles, y, sobre
todo, por esa descarga de rabia, desolación ante la impunidad y la injusticia, que
llevaron a muchos poetas a tomar la pluma y las armas, empujados por un turbio río
bélico de una época trágica para las dos Españas. «España: piedra estoica que se abrió
en dos pedazos».
El hombre acecha, más otras publicaciones poéticas de otros autores
contemporáneos en revistas, Altavoz del Frente y libros de romances de la guerra civil,
nos servirán como eje principal o parámetros para ahondar en la poesía española
durante la guerra: la denominada «poesía de guerra», «de urgencia», «de lucha y
combate», «de resistencia», «bélico-épica» o también llamada revolucionaria,
testimonios de una Memoria Histórica, que debe permanecer en el recuerdo, en la que
participaron excelentes escritores, poetas y algunos soldados republicanos y que
tomaron la poesía como arma de lucha ideológica y sobre todo propagandista política
en busca de la libertad y defensa de la República. En la propuesta de conmutación de
la pena treinta años por la de veinte años y un día a Miguel, datada en Madrid el 10 de
diciembre de 1943, se le calificaba en hechos probados como «Poeta de la revolución».
No es fácil tarea intentar comprender el dolor y el penar, el sufrimiento que
siente el poeta orcelitano, el poeta del pueblo, llamado por sus carceleros de la
revolución, en la composición de algunos de estos poemas de ira y rabia como es El
hombre acecha. También es verdad que he hallado algunas metáforas surrealistas que
no he podido descifrar, bien por su hermetismo o quizás por estar demasiado
enraizadas en su cosmovisión poética, que son de una intimidad psicológica o
espiritual que sólo el abismo de su yo y de su subconsciente pudieron alimentar.
Algunas metáforas son de una alta factura lírica que, únicamente le son concedidas a
los tocados por los dioses, como podremos leer en ese: He regresado al tigre…, latido
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de cartas; o ese quitar la piel al sol; retoñarán aladas; rayo amarrado; reliquias de mi
cuerpo que pierdo a cada herida... Las armas son un signo de impotencia… Otros poetas
podrán igualarlas pero jamás superarlas.
No debemos olvidarnos de aquellos intelectuales y escritores que con sus
primeros estudios supieron mantener viva la obra y memoria hernandiana como
Manuel Molina, Vicente Ramos, pioneros en la publicación de poemas en los años
cincuenta durante la posguerra y el silencio franquista. Ni tampoco de Rafael Alberti,
Vicente Aleixandre junto con Arturo del Hoyo, Guerrero Zamora, María de Gracia
Ifach o Concha Zardoya. Las primeras publicaciones después de su muerte fueron: El
rayo que no cesa y otros poemas, edición de Rafael Alberti, Colección Rama de Oro,
Buenos Aires, noviembre de 1942. Homenaje a M. Hernández. La Habana. Palacio
Municipal. 1943. Noticias sobre M. Hernández, de Juan Guerrero Zamora en
Cuadernos de política y Literatura. Madrid 1951. Obras escogidas, Madrid Aguilar,
1952, con prólogo de Arturo del Hoy. Las Obras Completas de Elvio Romero en 1960
en Losada. Las publicaciones tempranas de Juan Cano Ballesta, La poesía de Miguel
Hernández, Gredos 1962. O de Claudio Couffon. Jacinto Guereña. Gabriele Morelli,
Darío Puccini, Jesús Poveda y las Obras Completas de José Carlos Rovira, Agustín
Sánchez Vidal y Carmen Alemany, Espasa-Calpe, 1992. Más los tres congresos
realizados hasta a fecha con la publicación de sus correspondientes actas. Más la parte
inédita del legado por investigar y que os herederos han trasladado a Quesada (Jaén).
En aquella tragedia española quedaron en el limbo del olvido muchos escritores y
poetas de la Vega Baja, algunos, todavía anónimos y olvidados, como los hermanos
poetas Francisco y Enrique Salinas (Jefe de Sanidad de Alicante, durante la República),
ambos presos en el Reformatorio de Adultos de Alicante. Nos queda también Vicente
Bautista Belda, pintor y escrito de Callosa del Segura cuya memoria caudal
imprescindible, Santiago Moreno Grau, Carlos Fenoll, Jesús Poveda, Augusto
Pescador…Otro alicantinos como Pascual Plá y Beltrán, Juan Gil Albert.
http://www.revistaperito.com/Apunteselhombreacecha.htm
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CANCION PRIMERA
Se ha retirado el campo
al ver abalanzarse
crispadamente al hombre.
¡Qué abismo entre el olivo
y el hombre se descubre!
El animal que canta:
el animal que puede
llorar y echar raíces,
rememoró sus garras.
Garras que revestía
de suavidad y flores,
pero que, al fin, desnuda
en toda su crueldad.
Crepitan en mis manos.
Aparta de ellas, hijo.
Estoy dispuesto a hundirlas,
dispuesto a proyectarlas
sobre tu carne leve.
He regresado al tigre.
Aparta o te destrozo.
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Hoy el amor es muerte,
y el hombre acecha al hombre.
LLAMO AL TORO DE ESPAÑA
Alza, toro de España: levántate, despierta.
Despiértate del todo, toro de negra espuma,
que respiras la luz y rezumas la sombra,
y concentras los mares bajo tu piel cerrada.
Despiértate.
Despiértate del todo, que te veo dormido,
un pedazo del pecho y otro de la cabeza:
que aún no te has despertado como despierta un toro
cuando se le acomete con traiciones lobunas.
Levántate.
Resopla tu poder, despliega tu esqueleto,
enarbola tu frente con las rotundas hachas,
con las dos herramientas de asustar a los astros,
de amenazar al cielo con astas de tragedia.
Esgrímete.
Toro en la primavera más toro que otras veces,
en España más toro, toro, que en otras partes.
Más cálido que nunca, más volcánico, toro,
que irradias, que iluminas al fuego, yérguete.
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Desencadénate.
Desencadena el raudo corazón que te orienta
por las plazas de España, sobre su astral arena.
A desollarte vivo vienen lobos y águilas
que han envidiado siempre tu hermosura de pueblo.
Yérguete.
No te van a castrar: no dejarás que llegue
hasta tus atributos de varón abundante,
esa mano felina que pretende arrancártelos
de cuajo, impunemente: pataléalos, toro.
Víbrate.
No te van a absorber la sangre de riqueza,
no te arrebatarán los ojos minerales.
La piel donde recoge resplandor el lucero
no arrancarán del toro de torrencial mercurio.
Revuélvete.
Es como si quisieran arrancar la piel al sol,
al torrente la espuma con uña y picotazo.
No te van a castrar, poder tan masculino
que fecundas la piedra; no te van a castrar.
Truénate.
No retrocede el toro: no da un paso hacia atrás
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si no es para escarbar sangre y furia en la arena,
unir todas sus fuerzas, y desde las pezuñas
abalanzarse luego con decisión de rayo.
Abalánzate.
Gran toro que en el bronce y en la piedra has mamado,
y en el granito fiero paciste la fiereza:
revuélvete en el alma de todos los que han visto
la luz primera en esta península ultrajada.
Revuélvete.
Partido en dos pedazos, este toro de siglos,
este toro que dentro de nosotros habita:
partido en dos mitades, con una mataría
y con la otra mitad moriría luchando.
Atorbellínate.
De la airada cabeza que fortalece el mundo,
del cuello como un bloque de titanes en marcha,
brotará la victoria como un ancho bramido
que hará sangrar al mármol y sonar a la arena.
Sálvate.
Despierta, toro: esgrime, desencadena, víbrate.
Levanta, toro: truena, toro, abalánzate.
Atorbellínate, toro: revuélvete.
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Sálvate, denso toro de emoción y de España.
Sálvate.
RUSIA
En trenes poseídos de una pasión errante
por el carbón y el hierro que los provoca y mueve,
y en tensos aeroplanos de plumaje tajante
recorro la nación del trabajo y la nieve.
De la extensión de Rusia, de sus tiernas ventanas,
sale una voz profunda de máquinas y manos,
que indica entre mujeres: Aquí están tus hermanas,
y prorrumpe entre hombres: Estos son tus hermanos.
Basta mirar: se cubre de verdad la mirada.
Basta escuchar: retumba la sangre en las orejas.
De cada aliento sale la ardiente bocanada
de tantos corazones unidos por parejas.
Ah, compañero Stalin: de un pueblo de mendigos
has hecho un pueblo de hombres que sacuden la frente,
y la cárcel ahuyentan, y prodigan los trigos,
como a un inmenso esfuerzo le cabe: inmensamente.
De unos hombres que apenas a vivir se atrevían
con la boca amarrada y el sueño esclavizado:
de unos cuerpos que andaban, vacilaban, crujían,
una masa de férreo volumen has forjado.
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Has forjado una especie de mineral sencillo,
que observa la conducta del metal más valioso,
perfecciona el motor, y señala el martillo,
la hélice, la salud, con un dedo orgulloso.
Polvo para los zares, los reales bandidos:
Rusia nevada de hambre, dolor y cautiverios.
Ayer sus hijos iban a la muerte vencidos,
hoy proclaman la vida y hunden los cementerios.
Ayer iban sus ríos derritiendo los hielos,
quemados por la sangre de los trabajadores.
Hoy descubren industrias, maquinarias, anhelos,
y cantan rodeados de fábricas y flores.
Y los ancianos lentos que llevan una huella
de zar sobre sus hombros, interrumpen el paso,
por desplumar alegres su alta barba de estrella
ante el fulgor que remoza su ocaso.
Las chozas se convierten en casas de granito.
El corazón se queda desnudo entre verdades.
Y como una visión real de lo inaudito,
brotan sobre la nada bandadas de ciudades.
La juventud de Rusia se esgrime y se agiganta
como un arma afilada por los rinocerontes.
La metalurgia suena dichosa de garganta,
y vibran los martillos de pie sobre los montes.
Con las inagotables vacas de oro yacente
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que ordeñan los mineros de los montes Urales,
Rusia edifica un mundo feliz y trasparente
para los hombres llenos de impulsos fraternales.
Hoy que contra mi patria clavan sus bayonetas
legiones malparidas por una torpe entraña,
los girasoles rusos, como ciegos planetas,
hacen girar su rostro de rayos hacia España.
Aquí está Rusia entera vestida de soldado,
protegiendo a los niños que anhela la trilita
de Italia y de Alemania bajo el sueño sagrado,
y que del vientre mismo de la madre los quita.
Dormitorios de niños españoles: zarpazos
de inocencia que arrojan de Madrid, de Valencia,
a Mussolini, a Hitler, los dos mariconazos,
la vida que destruyen manchados de inocencia.
Frágiles dormitorios al sol de la luz clara,
sangrienta de repente y erizada de astillas.
¡Si tanto dormitorio deshecho se arrojara
sobre las dos cabezas y las cuatro mejillas!
Se arrojará, me advierte desde su tumba viva
Lenin, con pie de mármol y voz de bronce quieto,
mientras contempla inmóvil el agua constructiva
que fluye en forma humana detrás de su esqueleto.
Rusia y España, unidas como fuerzas hermanas,
fuerza serán que cierre las fauces de la guerra.
Y sólo se verá tractores y manzanas,
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panes y juventud sobre la tierra.
LA FÁBRICA-CIUDAD
(En una ciudad de la U.R.S.S. -Jarko- he asistido al nacimiento
multiplicado, numeroso, rápido del tractor.)
Son al principio un leve proyecto sobre planos,
propósitos, palabras, papel, la nada apenas,
esos graves tractores que parten de las manos
como ganaderías sólidas con cadenas.
Se congregan metales de zonas diferentes,
prueban su calidad los finos probadores,
la fundición, la forja, los metálicos dientes.
Y empieza el nacimiento veloz de los tractores.
Id conmigo a la fábrica-ciudad: venid, que quiero
contemplar con los pueblos las creaciones violentas,
la gestación del aire y el parto del acero,
el hijo de las manos y de las herramientas.
La fábrica se halla guardada por las flores,
los niños, los cristales, en dirección al día.
Dentro de ella son leves trabajos y sudores,
porque la libertad puso allí la alegría.
Fragor de acero herido, resoplidos brutales,
hierro latente, hierro candente, torturado,
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trepidando, piafando, rodando en espirales,
en ruedas, en motores, caballo huracanado.
Una visión de hierro, de fortaleza innata,
un clamor de metales probados, perseguidos,
mientras de nave en nave se encabrita y desata
con dólmenes de espuma, chispazos y rugidos.
Es como una extensión de furias que contienen
su casco apasionado sobre desfiladeros,
contra muros en donde se gastan, van y vienen,
con llamas de sudor y grasa los obreros.
Chimeneas de humo largo, sordo, grasiento,
acosan con penumbras a la creadora masa,
a la generadora masa que obra el portento,
el tractor con los dientes sepultados en grasa.
Hornos de fogonazos: perspectivas de lumbre.
Irradian los carbones como el sol, las calderas,
los lavaderos donde llega la muchedumbre
del metal que retiene sus escorias primeras.
Laten motores como del agua poseídos,
hélices submarinas, martillos, campanarios,
correas, ejes, chapas. Y se oyen estallidos,
choques de terremotos, rumores planetarios.
Leones de azabache, por estas naves grises,
selvas civilizadas, calenturientas moles,
relucen los obreros de todos los países
como si trabajaran en la creación de soles.
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En la sección de fraguas y sonidos más puros,
se hacen más consistentes las domadas fierezas.
Y el tornillo penetra como un sexo seguro,
tenaz, uniendo partes, desarrollando piezas.
Veloz de mano en mano, crece el tractor y pasa
a ser un movimiento de titán laborioso,
un colosal anhelo de hacer la espiga rasa,
fértiles los baldíos, dilatado el reposo.
Ya va a llegar el día feliz sobre la frente
de los trabajadores: aquel día profundo
en que sea el minuto jornada suficiente
para hacer un tractor capaz de arar el mundo.
Ya despliega el vigor su piel generadora,
su central de energías, sus titánicos rastros.
Y los hombres se entregan a la función creadora
con la seguridad suprema de los astros.
La fábrica-ciudad estalla en su armonía
mecánica de brazos y aceros impulsores.
Y a un grito de sirenas, arroja sobre el día,
en un grandioso parto, raudales de tractores.
EL SOLDADO Y LA NIEVE
Diciembre ha congelado su aliento de dos filos,
y lo resopla desde los cielos congelados,
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como una llama seca desarrollada en hilos,
como una larga ruina que ataca a los soldados.
Nieve donde el caballo que impone sus pisadas
es una soledad de galopante luto.
Nieve de uñas cernidas, de garras derribadas,
de celeste maldad, de desprecio absoluto.
Muerde, tala, traspasa como un tremendo hachazo,
con un hacha de mármol encarnizado y leve.
Desciende, se derrama como un deshecho abrazo
de precipicios y alas, de soledad y nieve.
Esta agresión que parte del centro del invierno,
hambre cruda, cansada de tener hambre y frío,
amenaza al desnudo con un rencor eterno,
blanco, mortal, hambriento, silencioso, sombrío.
Quiere aplacar las fraguas, los odios, las hogueras,
quiere cegar los mares, sepultar los amores:
y se va elevando lentas y diáfanas barreras,
estatuas silenciosas y vidrios agresores.
Que se derrame a chorros el corazón de lana
de tantos almacenes y talleres textiles,
para cubrir los cuerpos que queman la mañana
con la voz, la mirada, los pies y los fusiles.
Ropa para los cuerpos que pueden ir desnudos,
que pueden ir vestidos de escarchas y de hielos:
de piedra enjuta contra los picotazos rudos,
las mordeduras pálidas y los pálidos vuelos.
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Ropa para los cuerpos que rechazan callados
los ataques más blancos con los huesos más rojos.
Porque tienen el hueso solar estos soldados,
y porque son hogueras con pisadas, con ojos.
La frialdad se abalanza, la muerte se deshoja,
el clamor que no suena, pero que escucho, llueve.
Sobre la nieve blanca, la vida roja y roja
hace la nieve cálida, siembra fuego en la nieve.
Tan decididamente son el cristal de roca
que sólo el fuego, sólo la llama cristaliza,
que atacan con el pómulo nevado, con la boca,
y vuelven cuanto atacan recuerdos de ceniza.
LOS HOMBRES VIEJOS
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Nacen puestos de gafas, y una piel de levita,
y una perilla obscena de culo de bellota,
y calvos, y caducos. Y nunca se les quita
la joroba que dentro del alma les explota.
Pedos con barbacana, ceremoniosos pedos,
de su senil niñez de polvo enlevitado,
pasan a la edad plena con polvo entre los dedos,
sonando a sepultura y oliendo a antepasado.
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
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Parecen candeleros infelices, escobas
desplumadas, retiesas, con toga, con bonete:
una congregación de gallardas jorobas
con callos y verrugas al borde del retrete.
Con callos y verrugas, y coles y misales,
la dignidad del asno se rebela en la enjalma,
mirando estos cochinos tan espirituales
con callos y verrugas en la extension del alma.
Alma verruguicida, callicida la vuestra.
Habéis nacido tiesos como los monigotes,
y vivís de puntillas, levantando la diestra
para cornamentar la voz y los bigotes.
Saludáis con el ano, no arrugáis nunca el traje,
disimuláis los cuernos con laureles de lata.
No paráis en la tierra, siempre vais de viaje
por un pais de luna maquinal, mentecata.
Nacéis inventariados, morís previa promesa
de que seréis cubiertos de estatuas y coronas.
Vais como procesados por el sol, que procesa
aquello que señala delito en las personas.
Os alimenta el aire sangriento de un juzgado,
de un presidio siniestro de abogados y jueces.
Y concedéis los pedos por audiencia de un lado,
mientras del otro lado jodéis, meáis a veces.
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
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Herís, crucificáis con ojos compasivos,
cadáveres de todas la horas y los días:
autos de poca fe, pastos de los archivos,
habláis desde los púlpitos de muchas tonterías.
Nunca tenga que ver yo con estos doctores,
estas enciclopedias ahumanas, aplastantes.
Nunca de estos filósofos me ataquen los humores,
porque sus agudezas me resultan laxantes.
Porque se ponen huecos igual que las gallinas
para eructar sandeces creyéndose profundos:
porque para pensar entran en las letrinas,
en abismos rellenos de folios moribundos.
Sentenciosas tinajas vacías, pero hinchadas,
se repliegan sus frentes igual que acordeones,
y ascienden y descienden, tortugas preocupadas,
y el corazón les late por no sé qué rincones.
No se han hecho para estos boñigos los barbechos,
no se han hecho para estos gusanos las manzanas.
Sólo hay chocolateras y sillones deshechos
para estas incoherencias reumáticas y canas.
Retretes de elegancia, cagan correctamente:
hijos de puta ansiosos de politiquerías,
publicidad y bombo, se corrigen la frente
y preparan el gesto de las fotografías.
Temblad, hijos de puta, por vuestra puta suerte,
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que unos soldados de alma patética deciden:
ellos son los que tratan la verdadera muerte,
ellos la verdadera, la ruda vida piden.
La vida es otra cosa, sucios señores míos,
más clara, menos turbia de folios, de oficinas.
Nadan radiantemente sus cuerpos en los ríos
y no usan esa cara de múltiples esquinas.
Nunca fuisteis muchachos, y queréis que persista
un mundo aparatoso de cartón estirado,
por donde el cartón vaya paticojo y turista,
rey entre maniquíes de pulso congelado.
Venís de la Edad Media donde no habéis nacido,
porque no sois del tiempo presente ni del ausente.
Os mata una verdad en el caduco nido:
la que impone la vida del siempre adolescente.
Yo soy viejo: tan viejo, que el primer hombre late
dentro de mis vividos y veintisiete años,
porque combato al tiempo y el tiempo me combate.
A vosotros, vencidos, os trata como a extraños.
II
Trapos, calcomanías, defunciones, objetos,
muladares de todo, tinajas, oquedades,
lápidas, catafalcos, legajos, mamotretos,
inscripciones, sudarios, menudencias, ruindades.
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Polvos, palabrería, carcoma y escritura,
cornisas; orinales que quieren ser severos,
y se llevan la barba de goma a la cintura,
y duermen rodeados de siglos y sombreros.
Vilmente descosidos, pálidos de avaricia,
lo que más les preocupa de todo es el bolsillo.
Gotosos, desastrosos, malvados, la injusticia
se viste de acta en ellos con papel amarillo.
Los veréis adheridos a varios ministerios,
a varias oficinas por el ocio amuebladas.
Con el sexo en la boca canosa, van muy serios,
trucosos, maniobreros, persiguiendo embajadas.
Los veréis sumergidos entre trastos y coños
internacionalmente pagados, conocidos:
pasear por Ginebra los cojones bisoños
con cara de inventores mortalmente aburridos.
Son los que recomiendan y los recomendados.
La recomendación es su procedimiento.
Por recomendación agonizan sentados
donde la muerte cómoda pone su ayuntamiento.
Cuando van a acostarse, se quitan la careta,
el disfraz cotidiano, la diaria postura.
Ante su sordidez se nubla la peseta,
se agota en su paciencia la estatua más segura.
A veces de la mala digestión de estos cuervos
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que quieren imponernos su vejez, su idioma,
que quieren que seamos lenguas esclavas, siervos,
dependen muchas vidas con signo de paloma.
A veces son marquesas íntimas de ambiciones,
insaciables de joyas, relumbronas de trato:
fracasadas de título, caballares de acciones,
dispuestas a llevar el mundo en el zapato.
Putonas de importancia, miden bien la sonrisa
con la categoría que quien las trata encierra:
políticas jetudas, desgastan la camisa
jodiendo mientras hablan del drama de la guerra.
Se cae de viejo el mundo con tanto malotaje.
Hijos de la rutina bisoja y contrahecha,
valoran a los hombres por el precio del traje,
cagan, y donde cagan colocan una fecha.
Van del hotel al banco, del hotel al paseo
con una cornamenta notable de aire insulso.
Es humillar al prójimo su más noble deseo,
y el esfuerzo mayor le hacen meando a pulso.
Hemos de destrozaros en vuestras legaciones,
en vuestros escenarios, en vuestras diplomacias.
Con ametralladoras cálidas y canciones
os ametralllaremos, prehistóricas desgracias.
Porque, sabed: llevamos mucha verdad metida
dentro del corazón, sangrando por la boca:
y os vencerá la ferrea juventud de la vida,
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pues para tanta fuerza tanta maldad es poca.
La juventud, motores, ímpetus a raudales,
contra vosotros, viejos exhombres, plena llueve:
mueve unánimemente sus músculos frutales,
sus máquinas de abril contra vosotros mueve.
Viejos exhombres viejos: ni viejos tan siquiera.
La vejez es un don que cederá mi frente,
y a vuestro lado es joven como la primavera.
Sois la decrepitud andante y maloliente.
Sois mis enemiguitos: los del mundo que siento
rodar sobre mi pecho más claro cada día.
Y con un soplo sólo de mi caliente aliento,
con este soplo dicté vuestra agonía.
EL VUELO DE LOS HOMBRES
Sobre la piel del cielo, sobre sus precipicios
se remontan los hombres. ¿Quién ha impulsado el vuelo?
Sonoros, derramados en aéreos ejercicios,
raptan la piel del cielo.
Más que el cálido aceite, sí, más que los motores,
el ímpetu mecánico del aparato alado,
cóleras entusiastas, geológicos rencores,
iras les han llevado.
Les han llevado al aire, como un aire rotundo
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que desde el corazón resoplara un plumaje.
Y ascienden y descienden sobre la piel del mundo
alados de coraje.
En un avance cósmico de llamas y zumbidos
que aeródromos de pueblos emocionados lanzan,
los soldados del aire, veloces, esculpidos,
acerados avanzan.
El azul se enardece y adquiere una alegría,
un movimiento, una juventud libre y clara,
lo mismo que si mayo, la claridad del día
corriera, resonara.
Los estremecimientos del valor y la altura,
los enardecimientos del azul y el vacío:
el cielo retrocede sintiendo la hermosura
como un escalofrío.
Impulsado, asombrado, perseguido, regresa
al aire al torbellino nativo y absorbente,
mientras evolucionan los héroes en su empresa
inverosímilmente.
Es el mundo tan breve para un ala atrevida,
para una juventud con la audacia por pluma;
reducido es el cielo, poderosa la vida,
domada y con espuma.
El vuelo significa la alegría más alta,
la agilidad más viva, la juventud más firme.
En la pasión del vuelo truena la luz, y exalta
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alas con que batirme.
Hombres que son capaces de volar bajo el suelo,
para quienes no hay ámbitos ni grandes ni imposibles,
con la mirada tensa, prorrumpen en el vuelo
gladiadores, temibles.
Arrebatados, tensos, peligrosos, tajantes,
igual que una colmena de soles extendidos,
de astros motorizados, de cigarras tremantes,
cruzan con sus bramidos.
Ni un paso de planetas, ni un tránsito de toros
batiéndose, volcándose por un desfiladero,
darán al universo ni acentos más sonoros
ni resplandor más fiero.
Todos los aviadores tenéis este trabajo:
echar abajo el pájaro fraguador de cadenas,
las ciudades podridas abajo, y más abajo
las cárceles, las penas.
En vuestra mano está la libertad del ala,
la libertad del mundo, soldados voladores:
y arrancaréis del cielo la codiciosa y mala
hierba de otros motores.
El aire no os ofrece ni escudos ni barreras:
el esfuerzo ha de ser todo de vuestro impulso.
Y al polvo entregaréis el vuelo de las fieras
abatido, convulso.
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Si ardéis, si eso es posible, poseedores del fuego,
no dejaréis ceniza ni rastro, sino gloria.
Espejos sobrehumanos, iluminaréis luego
la creación, la historia.
EL HAMBRE
I
Tened presente el hambre: recordad su pasado
turbio de capataces que pagaban en plomo.
Aquel jornal al precio de la sangre cobrado,
con yugos en el alma, con golpes en el lomo.
El hambre paseaba sus vacas exprimidas,
sus mujeres resecas, sus devoradas ubres,
sus ávidas quijadas, sus miserables vidas
frente a los comedores y los cuerpos salubres.
Los años de abundancia, la saciedad, la hartura,
eran sólo de aquellos que se llamaban amos.
Para que venga el pan justo a la dentadura
del hambre de los pobres aquí estoy, aquí estamos.
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31
Nosotros no podemos ser ellos, los de enfrente,
los que entienden la vida por un botín sangriento:
como los tiburones, voracidad y diente,
panteras deseosas de un mundo siempre hambriento.
Años del hambre han sido para el pobre sus años.
Sumaban para el otro su cantidad los panes.
Y el hambre alobadaba sus rapaces rebaños
de cuervos, de tenazas, de lobos, de alacranes.
Hambrientamente lucho yo, con todas mis brechas,
cicatrices y heridas, señales y recuerdos
del hambre, contra tantas barrigas satisfechas:
cerdos con un origen peor que el de los cerdos.
Por haber engordado tan baja y brutalmente,
más abajo de donde los cerdos se solazan,
seréis atravesados por esta gran corriente
de espigas que llamean, de puños que amenazan.
No habéis querido oír con orejas abiertas
el llanto de millones de niños jornaleros.
Ladrábais cuando el hambre llegaba a vuestras puertas
a pedir con la boca de los mismos luceros
En cada casa, un odio como una higuera fosca,
como un tremante toro con los cuernos tremantes,
rompe por los tejados, os cerca y os embosca,
y os destruye a cornadas, perros agonizantes.
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II
El hambre es el primero de los conocimientos:
tener hambre es la cosa primera que se aprende.
Y la ferocidad de nuestros sentimientos,
allá donde el estómago se origina, se enciende.
Uno no es tan humano que no estrangule un día
pájaros sin sentir herida en la conciencia:
que no sea capaz de ahogar en nieve fría
palomas que no saben si no es de la inocencia.
El animal influye sobre mí con extremo,
la fiera late en todas mis fuerzas, mis pasiones.
A veces, he de hacer un esfuerzo supremo
para acallar en mí la voz de los leones.
Me enorgullece el título de animal en mi vida,
pero en el animal humano persevero.
Y busco por mi cuerpo lo más puro que anida,
bajo tanta maleza, con su valor primero.
Por hambre vuelve el hombre sobre los laberintos
donde la vida habita siniestramente sola.
Reaparece la fiera, recobra sus instintos,
sus patas erizadas, sus rencores, su cola.
Arroja sus estudios y la sabiduría,
y se quita la máscara, la piel de la cultura,
los ojos de la ciencia, la corteza tardía
de los conocimientos que descubre y procura.
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Entonces solo sabe del mal, del exterminio.
Inventa gases, lanza motivos destructores,
regresa a la pezuña, retrocede al dominio
del colmillo, y avanza sobre los comedores.
Se ejercita en la bestia, y empuña la cuchara
dispuesto a que ninguno se le acerque a la mesa.
Entonces sólo veo sobre el mundo una piara
de tigres, y en mis ojos la visión duele y pesa.
Yo no tengo en el alma tanto tigre admitido,
tanto chacal prohijado, que el vino que me toca,
el pan, el día, el hambre no tenga compartido
con otras hambres puestas noblemente en la boca.
Ayudadme a ser hombre: no me dejéis ser fiera
hambrienta, encarnizada, sitiada eternamente.
Yo, animal familiar, con esta sangre obrera
os doy la humanidad que mi canción presiente.
EL HERIDO
Para el muro de un hospital de sangre.
I
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34
Por los campos luchados se extienden los heridos.
Y de aquella extensión de cuerpos luchadores
salta un trigal de chorros calientes, extendidos
en roncos surtidores.
La sangre llueve siempre boca arriba, hacia el cielo.
Y las heridas sueñan, igual que caracolas,
cuando hay en las heridas celeridad de vuelo,
esencia de las olas
La sangre huele a mar, sabe a mar y a bodega.
La bodega del mar, del vino bravo, estalla
allí donde el herido palpitante se anega,
y florece y se halla.
Herido estoy, miradme: necesito más vidas.
La que contengo es poca para el gran cometido
de sangre que quisiera perder por las heridas.
Decid quién no fue herido.
Mi vida es una herida de juventud dichosa.
¡Ay de quien no está herido, de quien jamás se siente
herido por la vida, ni en la vida reposa
herido alegremente!
Si hasta a los hospitales se va con alegría,
se convierten en huertos de heridas entreabiertas,
de adelfos florecidos ante la cirugía
de ensangrentadas puertas.
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35
II
Para la libertad sangro, lucho, pervivo.
Para la libertad, mis ojos y mis manos,
como un árbol carnal, generoso y cautivo,
doy a los cirujanos.
Para la libertad siento más corazones
que arenas en mi pecho: dan espumas mis venas,
y entro en los hospitales, y entro en los algodones
como en las azucenas.
Para la libertad me desprendo a balazos
de los que han revolcado su estatua por el lodo.
Y me desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos,
de mi casa, de todo.
Porque donde unas cuencas vacías amanezcan,
ella pondrá dos piedras de futura mirada,
y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan
en la carne talada.
Retoñarán aladas de savia sin otoño
reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.
Porque soy como el árbol talado, que retoño:
porque aún tengo la vida.
CARTA
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El palomar de las cartas
abre su imposible vuelo
desde las trémulas mesas
donde se apoya el recuerdo,
la gravedad de la ausencia,
el corazón, el silencio.
Oigo un latido de cartas
navegando hacia su centro.
Donde voy, con las mujeres
y con los hombres me encuentro,
malheridos por la ausencia
desgastados por el tiempo.
Cartas, relaciones, cartas:
tarjetas postales, sueños,
fragmentos de la ternura,
proyectados en el cielo,
lanzados de sangre a sangre
y de deseo a deseo.
Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme a la tierra,
que yo te escribiré.
En un rincón enmudecen
cartas viejas, sobres viejos,
con el color de la edad
sobre la escritura puesto.
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
37
Allí perecen las cartas
llenas de estremecimientos.
Allí agoniza la tinta
y desfallecen los pliegos,
y el papel se agujerea
como un breve cementerio
de las pasiones de antes,
de los amores de luego.
Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme a la tierra,
que yo te escribiré.
Cuando te voy a escribir
se emocionan los tinteros:
los negros tinteros fríos
se ponen rojos y trémulos,
y un claro calor humano
sube desde el fondo negro.
Cuando te voy a escribir,
te van a escribir mis huesos:
te escribo con la imborrable
tinta de mi sentimiento.
Allá va mi carta cálida,
paloma forjada al fuego,
con las dos alas plegadas
y la dirección en medio.
Ave que sólo persigue,
para nido y aire y cielo,
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carne, manos, ojos tuyos,
y el espacio de tu aliento.
Y te quedarás desnuda
dentro de tus sentimientos,
sin ropa, para sentirla
del todo contra tu pecho.
Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme a la tierra,
que yo te escribiré.
Ayer se quedó una carta
abandonada y sin dueño,
volando sobre los ojos
de alguien que perdió su cuerpo.
Cartas que se quedan vivas
hablando para los muertos:
papel anhelante, humano,
sin ojos que puedan serlo.
Mientras los colmillos crecen,
cada vez más cerca siento
la leve voz de tu carta
igual que un clamor inmenso.
La recibiré dormido,
si no es posible despierto.
Y mis heridas serán
los derramados tinteros,
las bocas estremecidas
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de rememorar tus besos,
y con su inaudita voz
han de repetir: te quiero.
LAS CÁRCELES
I
Las cárceles se arrastran por la humedad del mundo,
van por la tenebrosa vía de los juzgados:
buscan a un hombre, buscan a un pueblo, lo persiguen,
lo absorben, se lo tragan.
No se ve, que se escucha la pena de metal,
el sollozo del hierro que atropellan y escupen:
el llanto de la espada puesta sobre los jueces
de cemento fangoso.
Allí, bajo la cárcel, la fábrica del llanto,
el telar de la lágrima que no ha de ser estéril,
el casco de los odios y de las esperanzas,
fabrican, tejen, hunden.
Cuando están las perdices más roncas y acopladas,
y el azul amoroso de las fuerzas expansivas,
un hombre hace memoria de la luz, de la tierra,
húmedamente negro.
Se da contra las piedras la libertad, el día,
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
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el paso galopante de un hombre, la cabeza,
la boca con espuma, con decisión de espuma,
la libertad, un hombre.
Un hombre que cosecha y arroja todo el viento
desde su corazón donde crece un plumaje:
un hombre que es el mismo dentro de cada frío,
de cada calabozo.
Un hombre que ha soñado con las aguas del mar,
y destroza sus alas como un rayo amarrado,
y estremece las rejas, y se clava los dientes
en los dientes del trueno.
II
Aquí no se pelea por un buey desmayado,
sino por un caballo que ve pudrir sus crines,
y siente sus galopes debajo de los cascos
pudrirse airadamente.
Limpiad el salivazo que lleva en la mejilla,
y desencadenad el corazón del mundo,
y detened las fauces de las voraces cárceles
donde el sol retrocede.
La libertad se pudre desplumada en la lengua
de quienes son sus siervos más que sus poseedores.
Romped esas cadenas, y las otras que escucho
detrás de esos esclavos.
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
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Esos que sólo buscan abandonar su cárcel,
su rincón, su cadena, no la de los demás.
Y en cuanto lo consiguen, descienden pluma a pluma,
enmohecen, se arrastran.
Son los encadenados por siempre desde siempre.
Ser libre es una cosa que sólo un hombre sabe:
sólo el hombre que advierto dentro de esa mazmorra
como si yo estuviera.
Cierra las puertas, echa la aldaba, carcelero.
Ata duro a ese hombre: no le atarás el alma.
Son muchas llaves, muchos cerrojos, injusticias:
no le atarás el alma.
Cadenas, sí: cadenas de sangre necesita.
Hierros venenosos, cálidos, sanguíneos eslabones,
nudos que no rechacen a los nudos siguientes
humanamente atados.
Un hombre aguarda dentro de un pozo sin remedio,
tenso, conmocionado, con la oreja aplicada.
Porque un pueblo ha gritado, ¡libertad!, vuela el cielo.
Y las cárceles vuelan.
PUEBLO
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Pero ¿qué son las armas: qué pueden, quién ha dicho?
Signo de cobardía son: las armas mejores
aquellas que contienen el proyectil de hueso
son. Mírate las manos.
Las ametralladoras, los aeroplanos, pueblo:
todos los armamentos son nada colocados
delante de la terca bravura que resopla
en tu esqueleto fijo.
Porque un cañón no puede lo que pueden diez dedos:
porque le falta el fuego que en los brazos dispara
un corazón que viene distribuyendo chorros
hasta grabar un hombre.
Poco valen las armas que la sangre no nutre
ante un pueblo de pómulos noblemente dispuestos,
poco valen las armas: les falta voz y frente,
les sobra estruendo y humo.
Poco podrán las armas: les falta corazón.
Separarán de pronto dos cuerpos abrazados,
pero los cuatro brazos avanzarán buscándose
enamoradamente.
Arrasarán un hombre, desclavarán de un vientre
un niño todo lleno de porvenir y sombra,
pero, tras los pedazos y la explosión, la madre
seguirá siendo madre.
Pueblo, chorro que quieren cegar, estrangular,
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y salta ante las armas más alto, más potente:
no te estrangularán porque les faltan dedos,
porque te basta sangre.
Las armas son un signo de impotencia: los hombres
se defienden y vencen con el hueso ante todo.
Mirad estas palabras donde me ahondo y dejo
fósforo emocionado.
Un hombre desarmado siempre es un firme bloque:
sabe que no es estéril su firmeza, y resiste.
Y los pueblos se salvan por la fuerza que sopla
desde todos sus muertos.
EL TREN DE LOS HERIDOS
Silencio que naufraga en el silencio
de las bocas cerradas de la noche.
No cesa de callar ni atravesado.
Habla el lenguaje ahogado de los muertos.
Silencio.
Abre caminos de algodón profundo,
amordaza las ruedas, los relojes,
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
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detén la voz del mar, de la paloma:
emociona la noche de los sueños.
Silencio.
El tren lluvioso de la sangre suelta,
el frágil tren de los que se desangran,
el silencioso, el doloroso, el pálido,
el tren callado de los sufrimientos.
Silencio.
Tren de la palidez mortal que asciende:
la palidez reviste las cabezas,
el ¡ay! la voz, el corazón la tierra,
el corazón de los que malhirieron.
Silencio.
Van derramando piernas, brazos, ojos,
van arrojando por el tren pedazos.
Pasan dejando rastros de amargura,
otra vía láctea de estelares miembros.
Silencio.
Ronco tren desmayado, envejecido:
agoniza el carbón, suspira el humo
y, maternal, la máquina suspira,
avanza como un largo desaliento.
Silencio.
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
45
Detenerse quisiera bajo un túnel
la larga madre, sollozar tendida.
No hay estaciones donde detenerse,
si no es el hospital, si no es el pecho.
Silencio.
Para vivir, con un pedazo basta:
en un rincón de carne cabe un hombre.
Un dedo solo, un solo trozo de ala
alza el vuelo total de todo un cuerpo.
Silencio.
Detened ese tren agonizante
que nunca acaba de cruzar la noche.
Y se queda descalzo hasta el caballo,
y enarena los cascos y el aliento.
LLAMO A LOS POETAS
Entre todos vosotros, con Vicente Aleixandre
y con Pablo Neruda tomo silla en la tierra:
tal vez porque he sentido su corazón cercano
cerca de mí, casi rozando el mío.
Con ellos me he sentido más arraigado y hondo,
y además menos solo. Ya vosotros sabéis
lo solo que yo voy, por qué voy yo tan solo.
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
46
Andando voy, tan solos yo y mi sombra.
Alberti, Altolaguirre, Cernuda, Prados, Garfias,
Machado, Juan Ramón, León Felipe, Aparicio,
Oliver, Plaja, hablemos de aquello a que aspiramos:
por lo que enloquecemos lentamente.
Hablemos del trabajo, del amor sobre todo,
donde la telaraña y el alacrán no habitan.
Hoy quiero abandonarme tratando con vosotros
de la buena semilla de la tierra.
Dejemos el museo, la biblioteca, el aula
sin emoción, sin tierra, glacial, para otro tiempo.
Ya sé que en esos sitios tiritará mañana
mi corazón helado en varios tomos.
Quitémonos el pavo real y suficiente,
la palabra con toga, la pantera de acechos.
Vamos a hablar del día, de la emoción del día.
Abandonemos la solemnidad.
Así: sin esa barba postiza, ni esa cita
que la insolencia pone bajo nuestra nariz,
hablaremos unidos, comprendidos, sentados,
de las cosas del mundo frente al hombre.
Así descenderemos de nuestro pedestal,
de nuestra pobre estatua. Y a cantar entraremos
a una bodega, a un pecho, o al fondo de la tierra,
sin el brillo del lente polvoriento.
Ahí está Federico: sentémonos al pie
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
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de su herida, debajo del chorro asesinado,
que quiero contener como si fuera mío,
y salta, y no se acalla entre las fuentes.
Siempre fuimos nosotros sembradores de sangre.
Por eso nos sentimos semejantes del trigo.
No reposamos nunca, y eso es lo que hace el sol,
y la familia del enamorado.
Siendo de esa familia, somos la sal del aire.
Tan sensibles al clima como la misma sal,
una racha de otoño nos deja moribundos
sobre la huella de los sepultados.
Eso sí: somos algo. Nuestros cinco sentido
en todo arraigan, piden posesión y locura.
Agredimos al tiempo con la feliz cigarra,
con el terrestre sueño que alentamos.
Hablemos, Federico, Vicente, Pablo, Antonio,
Luis, Juan Ramón, Emilio, Manolo, Rafael,
Arturo, Pedro, Juan, Antonio, León Felipe.
Hablemos sobre el vino y la cosecha.
Si queréis, nadaremos antes en esa alberca,
en ese mar que anhela transparentar los cuerpos.
Veré si hablamos luego con la verdad del agua,
que aclara el labio de los que han mentido.
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
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OFICIALES DE LA VI DIVISIÓN
Dejad los mapas y los cartapacios,
y ese color caído de estudiantes.
Es hora de entregar a los espacios
vuestra imaginación de comandantes.
Ya sois los oficiales de la vida
en esta Sexta División; dorada,
por avasalladora y decidida;
verde, por joven; por hiriente, espada.
Sed, por encima de los meridianos,
las latitudes y los hemisferios
las ametralladoras y los planos,
hombres alegres, pero yunques serios.
El enemigo del herrero ataca,
con una sed armada de invasores,
la región donde vence la albahaca:
marchad al contraataque hasta con flores.
Que nadie os haga nunca prisioneros,
si no es tierra triunfante y española
aconsejada por los limoneros,
la libertad, un sueño de amapola.
No vea entre nosotros ni un vencido,
y que por vuestro arrojo constelado
llevéis al pecho un cielo anochecido
con todos los luceros del soldado.
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
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Porque nadie pondrá más luz en ellos,
para vosotros la mujer y el día
con su vasto dominio de cabellos,
su juventud y su topografía.
Cuando los impotentes cañonazos
detengan los retumbos y las ruinas,
vuestros serán las bocas y los brazos,
y todas las miradas femeninas.
Con vosotros vendrá la primavera
de la herida cerrada y de los panes.
Y ha de alabarse el vientre y la cantera
de donde habéis nacido capitanes.
18 DE JULIO 1936-18 DE JULIO 1938
Es sangre, no granizo, lo que azota mis sienes.
Son dos años de sangre: son dos inundaciones.
Sangre de acción solar, devoradora vienes,
hasta dejar sin nadie y ahogados los balcones.
Sangre que es el mejor de los mejores bienes.
Sangre que atesoraba para el amor sus dones.
Vedla enturbiando mares, sobrecogiendo trenes,
desalentando toros donde alentó leones.
El tiempo es sangre. El tiempo circula por mis venas.
Y ante el reloj y el alba me siento más que herido,
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
50
y oigo un chocar de sangres de todos los tamaños.
Sangre donde se puede bañar la muerte apenas:
fulgor emocionante que no ha palidecido,
porque lo recogieron mis ojos de mil años.
MADRID
De entre las piedras, la encina y el haya,
de entre un follaje de hueso ligero
surte un acero que no se desmaya:
surte un acero.
Una ciudad dedicada a la brisa,
ante las malas pasiones despiertas
abre sus puertas como una sonrisa:
cierra sus puertas.
Un ansia verde y un odio dorado
arde en el seno de aquellas paredes.
Contra la sombra, la luz ha cerrado
todas sus redes.
Esta ciudad no se aplaca con fuego,
este laurel con rencor no se tala.
Este rosal sin ventura, este espliego
júbilo exhala.
Puerta cerrada, taberna encendida:
nadie encarcela sus libres licores.
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
51
Atravesada del hambre y la vida,
sigue en sus flores.
Niños igual que agujeros resecos,
hacen vibrar un calor de ira pura
junto a mujeres que son filos y ecos
hacia una hondura.
Lóbregos hombres, radiantes barrancos
con la amenaza de ser más profundos.
Entre sus dientes serenos y blancos
luchan dos mundos.
Una sonrisa que va esperanzada
desde el principio del alma a la boca,
pinta de rojo feliz tu fachada,
gran ciudad loca.
Esa sonrisa jamás anochece:
y es matutina con tanto heroísmo,
que en las tinieblas azulmente crece
como un abismo.
No han de saltarle lo triste y lo blando:
de labio a labio imponente y seguro
salta una loca guitarra clamando
por su futuro.
Desfallecer ... Pero el toro es bastante.
Su corazón, sufrimiento, no agotas.
Y retrocede la luna menguante
de las derrotas.
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
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Sólo te nutre tu vívida esencia.
Duermes al borde del hoyo y la espada.
Eres mi casa, Madrid: mi existencia,
¡qué atravesada!
MADRE ESPAÑA
Abrazado a tu cuerpo como el tronco a su tierra,
con todas las raíces y todos los corajes,
¿quién me separará, me arrancará de ti,
madre?
Abrazado a tu vientre, ¿quién me lo quitará,
si su fondo titánico da principio a mi carne?
Abrazado a tu vientre, que es mi perpetua casa,
¡nadie!
Madre: abismo de siempre, tierra de siempre: entrañas
donde desembocando se unen todas las sangres:
donde todos los huecos caídos se levantan:
madre.
Decir madre es decir tierra que me ha parido;
es decir a los muertos: hermanos, levantarse;
es sentir en la boca y escuchar bajo el suelo
sangre.
La otra madre es un puente, nada más, de tus ríos.
El otro pecho es una burbuja de tus mares.
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
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Tú eres la madre entera con todo su infinito,
madre.
Tierra: tierra en la boca, y en el alma, y en todo.
Tierra que voy comiendo, que al fin ha de tragarme.
Con más fuerza que antes, volverás a parirme,
madre.
Cuando sobre tu cuerpo sea una leve huella,
volverás a parirme con más fuerza que antes.
Cuando un hijo es un hijo, vive y muere gritando:
¡madre!
Hermanos: defendamos su vientre acometido,
hacia donde los grajos crecen de todas partes,
pues, para que las malas alas vuelen, aún quedan
aires.
Echad a las orillas de vuestro corazón
el sentimiento en límites, los afectos parciales.
Son pequeñas historias al lado de ella, siempre
grande.
Una fotografía y un pedazo de tierra,
una carta y un monte son a veces iguales.
Hoy eres tú la hierba que crece sobre todo,
madre.
Familia de esta tierra que nos funde en la luz,
los más oscuros muertos pugnan por levantarse,
fundirse con nosotros y salvar la primera
madre.
¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular!
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España, piedra estoica que se abrió en dos pedazos
de dolor y de piedra profunda para darme:
no me separarán de tus altas entrañas,
madre.
Además de morir por ti, pido una cosa:
que la mujer y el hijo que tengo, cuando pasen,
vayan hasta el rincón que habite de tu vientre,
madre.
CANCIÓN ÚLTIMA
Pintada, no vacía:
pintada está mi casa
del color de las grandes
pasiones y desgracias.
Regresará del llanto
adonde fue llevada
con su desierta mesa,
con su ruinosa cama.
Florecerán los besos
sobre las almohadas.
Y en torno de los cuerpos
elevará la sábana
su intensa enredadera
nocturna, perfumada.