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LENGUAJE Y UNIVERSALIDAD
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Los textos utilizados en esta guía son para uso estrictamente académico
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Índice
EDAD ANTIGUA
pág.
Rougier, Louis. (2005) El Genio de Occidente: RACIONALISMO GRIEGO: DEMOCRACIA, UNA ECONOMÍA MONETARIA Y LA CIENCIA DE LA ETICA
6
La Oración Fúnebre de Pericles (Reconstruida por Tucídides) 14
El Imperio Romano en relación con su cultura 18
Marco Tulio Cicerón. La Ley Suprema
27
EDAD MEDIA
Gombrich, Ernst (1998) Breve Historia del Mundo “COMIENZA LA NOCHE
ESTRELLADA”
29
Rougier, Louis. (2005) El Genio de Occidente “La Revolución social del
Cristianismo”
39
EDAD MODERNA
Schmitt, Carl. (2002) “Libro Tierra y Mar. ¿QUÉ ES UNA REVOLUCIÓN ESPACIAL?
45
Sábato, Ernesto. (2001). “El despertar el hombre laico” 52
René Descartes. Fragmento del Discurso del método. 60
Gombrich, Ernst (1998) Breve Historia del Mundo “LA VERDADERA
EDAD MODERNA”
61
Brom, Juan (1977): Esbozo de Historia Universal. El Absolutismo y el Despotismo
Ilustrado
66
Hobbes. T. El Corporeísmo y la Teoría del Absolutismo Político 68
Lazo, A. (1980). Revoluciones del Mundo Moderno, “Junto al Rey, el Parlamento” 74
Chevallier, J. (1980). Los grandes textos políticos, “El ensayo sobre el Gobierno
Civil de John Locke”(1690)
76
4
Stearns, Peter N. (2005) Influencia mundial de la Revolución Industrial
81
EDAD CONTEMPORANEA
Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano 88
Enciclopedia Encarta. La Revolución Francesa. 90
Enciclopedia Encarta. Discurso de Robespierre del 7 de febrero de 1794
Sabine, George H. (1996) Historia de la teoría política “Las ideologías”
101
103
Marx, Karl. (1848) Manifiesto del Partido Comunista
Pimlott, John. (1989) Los Conflictos del siglo XX. La Primera Guerra Mundial. (Ver
en Anexos)
Messenger, Charles. (1989) Los Conflictos del Siglo XX. La Segunda Guerra
Mundial (Ver en Anexos)
109
Dossier. La Caída del Muro de Berlín. (Ver en Anexos)
Méndez, Marco. (2003). Postmodernismo 121
Enciclopedia Encarta. Globalización y Desarrollo
ANEXOS
128
Ilustración 133
Empirismo 136
Libertad 139
Razón 143
Estado 145
Gobierno 146
5
6
Selección de textos para Lenguaje y Universalidad,
Unimet 2010.
El Genio de Occidente: Louis Rougier
CAPITULO II
RACIONALISMO GRIEGO: DEMOCRACIA, UNA ECONOMÍA MONETARIA Y LA
CIENCIA DE LA ETICA
La democracia y el imperio de la ley
La revolución que los griegos iniciaron en las ciencias y las artes afectó también a sus
relaciones sociales. Tanto la democracia ateniense como la geometría deductiva son productos
del racionalismo griego.
La democracia puede definirse como gobierno de leyes, a diferencia del concepto de un
gobierno de hombres. Puesto que vivían bajo el imperio de la ley, los griegos decían que eran
hombres libres. A diferencia de los persas y los bárbaros, los griegos no estaban sujetos a la
voluntad arbitraria de déspotas.
Las leyes de Solón garantizaban la libertad civil de los griegos a lo largo de su historia al
prohibir la esclavitud de deudores insolventes;1as 1eyes de Pericles garantizaron la igualdad
política al inaugurar el pago de honorarios por servicios públicos, lo que permitió a 1os
ciudadanos de condición humilde acceder al ejercicio de cualquier cargo civil excepto
aquellos relacionados con la seguridad de la ciudad. En lo concerniente a la ley, cada uno era
libre de vivir como quisiera. Aquí tenemos una de las más grandes innovaciones sociales en la
larga historia de la sociedad humana.
En un régimen oligárquico o aristocrático el poder se limita a una pequeña clase de gente rica
que explota a las masas. La democracia, por otro lado, significa igualdad ante la ley; es un
gobierno para ricos y pobres. Aristóteles, al igual que Platón antes de él, declaró que “la
democracia se basa en la libertad”, lo que sólo es posible “donde todos son iguales”.
El concepto griego de democracia fue admirablemente expresado en el discurso, que
Tucidides atribuye a Pericles, pronunciado ante la tumba de los soldados que perecieron en la
Guerra del Peloponeso:
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Nuestro gobierno se llama una democracia porque su control está en las manos
de muchos, no de unos pocos. Todos los hombres son iguales ante la ley en
el arreglo de sus pleitos privados, y los honores públicos se otorgan a un hombre
según su mérito, y no porque pertenezca a una clase determinada... Nadie queda
marginado de cargos públicos en razón de su pobreza o su rango; se espera que
sirvan al estado todos los que están en condiciones de hacerlo. Tucidides,Historia,
II, 37.
Los griegos reservaban el término polis para una ciudad gobernada por la ley. Desde su
aparición en algún momento en los siglos séptimo u octavo antes de Cristo, el imperio de las
leyes sancionadas por la Asamblea de los ciudadanos modificó toda relación humana y creó
una forma de vida social completamente nueva. La simple obediencia a una autoridad
superior fue reemplazada por la discusión entre iguales; la solidaridad no provenía de la
fuerza sino de la persuasión.
Una nueva fuerza hizo en este momento su aparición: el poder de la palabra hablada. Los
griegos hicieron de ella una divinidad… Pero ya no se trataba de palabras provistas de algún
sentido mágico o religioso. Tampoco era igual que los edictos de los reyes de las leyendas
homéricas. El nuevo concepto de ley se fundamentaba en discusiones libres y razonadas que
generaban convicción, que a su vez generaba decisiones. Todas aquellas cuestiones que antes
eran decididas por sacerdotes y reyes sin posibilidad de apelación ahora eran planteadas ante
la asamblea, que ponderaba los diferentes argumentos y decidía el asunto por medio del voto.
Una segunda característica de la polis griega era la publicidad que se otorgaba a todas las más
importantes manifestaciones de la vida civil. En lugar del decreto del rey, producto del
examen de su propia conciencia o luego de consultar con sus consejeros privados, todo asunto
importante de interés general era discutido abiertamente y en público. Poco a poco, la
participación en todos los asuntos serios relacionados con la ciudad en su conjunto,
inicialmente limitada a pequeños grupos aristocráticos, religiosos o militares, fue
extendiéndose a los miembros de todas las clases reconocidas como poseedoras de las
cualidades requeridas para la ciudadanía.
Una tercera característica era el continuo control popular de las acciones de los magistrados.
Aquí encontramos por primera vez la noción de “responsabilidad” (tener que rendir cuentas),
a diferencia del “capricho” del rey que afirma que gobierna por derecho divino, o del tirano
que no responde a nadie.
Una cuarta característica era el sentimiento que los griegos describían como isonomía (en
ninguna lengua occidental existe equivalente exacto): la idea de que, ante la ley, cada
ciudadano es igual a cualquier otro. Los lazos de subordinación fueron reemplazados por
lazos de reciprocidad. Cualquiera que participara en asuntos de estado se declaraba, y se
sentía, un igual , entre iguales.
Todas estas características se combinaban para secularizar la vida política. La religión oficial,
que en un tiempo estuvo íntimamente ligada a los asuntos humanos, se tornó completamente
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formal; decoraba la vida social, pero no la determinaba. Sus ritos, tales como los sacrificios o
el juramento que los magistrados aún debían realizar al asumir sus cargos, no eran más que
un marco de referencia formal para la vida pública. El sacerdote se convirtió en un
funcionario público que ya no enseñaba dogma; su trabajo consistía en manejar asuntos
prácticos.
Con la democracia nació una nueva fuerza -—el patriotismo—- entendido no como lealtad
hacia la persona de un príncipe sino como un amor por la ciudad, el sentimiento de que al
defender la ciudad uno defendía una parte de sí mismo. Los griegos estaban convencidos de
que mientras más libres fueran los hombres, más fuertes serían. Las guerras persas
confirmaron esta convicción. ¿Cómo podría ser de otra manera, si el pequeño ejército de la
democrática Atenas había aplastado la enorme maquinaria de guerra persa? Al volverse
ciudadano, el griego se convirtió en patriota, un luchador mucho más formidable que los
mercenarios enviados a la batalla por déspotas asiáticos. Unos mercenarios jamás habrían
lanzado el grito de los marinos griegos en Salamina: “Adelante, hijos de Grecia, salven su
tierra natal, salven a sus hijos, sus esposas, sus templos y las tumbas de sus antepasados” El
griego luchaba con un propósito porque luchaba por su hogar.
Una economía monetaria
El racionalismo griego, que llegó a crear las ciencias demostrativas y condujo a la democracia
ateniense, también condujo a una radical reorganización de la vida económica. Hacia el siglo
V antes de Cristo, Pireo se había convertido en el gran almacén de Grecia, desempeñando en
el mundo mediterráneo el papel que la City de Londres habría de desempeñar en la vida
comercial y económica del siglo XIX de la era moderna. Esta primacía se debió, ante todo, al
escrupuloso respeto por la propiedad privada. Cada año, al asumir su cargo, el arconte
ateniense enumeraba las posesiones de cada ciudadano y le garantizaba su propiedad y sus
derechos para disponer de ella. Esta primacía también se debió en buena medida a una fuerte
disciplina monetaria. Según la tradición, fue en Lidia, en la encrucijada de los mundos
asiático y mediterráneo, donde el rey Giges emitió las primeras monedas acuñadas. Pero
fueron las ciudades griegas —Argos, Egina, Corinto y Atenas — las que difundieron su uso.
Las minas de Laurio proporcionaban a los atenienses la plata para sus famosos dracmas. Y
nunca en su larga historia, a pesar de las dificultades que pudieran tener, cambiaron los
atenienses el titulo legal o el peso de su moneda.
Por eso los “búhos” atenienses —los tetradracmas aticos— se convirtieron en una moneda
internacional, como la libra esterlina en el siglo XIX, hasta el momento en que Alejandro
introdujo una única moneda valorada según la unidad ética y que fue la base del denario
romano.
En una época en que la mayoría de las otras ciudades griegas aún vivían de los frutos de sus
tierras y de la producción casera, los atenienses habían desarrollado una economía de
intercambio basada en el dinero. Los corredores de cambios se convirtieron en banqueros que
aceptaban depósitos, efectuaban préstamos con garantías, y emitían cartas de crédito. Atenas
creó el derecho comercial, inauguró un sistema de pesas y medidas, y estableció un sistema de
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inspectores, llamados agoranomoi y metronomoi, para verificar la precisión de las pesas y la
calidad de la mercancía.
Hacia 450 a.C., Atenas constituía el primer ejemplo de un estado dispuesto a confiar en
regiones de ultramar para su abastecimiento de alimentos, pagando por éstos mediante la
producción de unos pocos cultivos especiales (vino y aceite) y bienes manufacturados
adecuados a sus recursos y aptitudes naturales (plata, mármol, cerámica fina). Hacia el siglo
cuarto, Atenas importaba cuatro veces más grano que lo que producía, y gozaba de lo que hoy
en día llamaríamos una balanza comercial favorable — pagando con bienes terminados, tales
como jarrones, joyería, armas y telas finas, por sus importaciones de materias primas,
alimentos, metales, oro de Tracia, tintes de Fenicia, cueros de Siria, y trigo de Egipto y
Escitia.
Se han encontrado cerámicas áticas en las remotas estepas de Rusia, en la cuenca del
Danubio, y en el sur de Alemania. Estos intercambios tan distantes fueron facilitados por la
ausencia de las barreras aduaneras que caracterizan a épocas posteriores. Por lo general, los
únicos gravámenes sobre el comercio eran ligeros cobros efectuados en los puntos de origen y
destino.
Progresos en el arte de la navegación dieron a los atenienses el dominio del mar, debido en
parte al mayor tamaño de los barcos veleros y al uso intensivo de remos, y en parte a mejores
conocimientos sobre las rutas comerciales. Este dominio proporcionó una fuente adicional de
ingresos —— el tributo pagado por aliados para la protección.
Por último, y a diferencia de las otras ciudades aristocráticas de Grecia, la democrática Atenas
no despreciaba el trabajo manual o artesanal. Los mercaderes y los artesanos eran ciudadanos;
los artesanos extranjeros eran bienvenidos. El gobierno contrataba las obras públicas con
hombres libres o incluso con extranjeros residentes en la ciudad. Las minas de Laurio
dependieron por mucho tiempo del trabajo de hombres libres.
En resumen, Atenas tuvo en el periodo de su grandeza lo que hoy llamaríamos una economía
de mercado libre, y esto fue lo que le dio su liderazgo indiscutido en riqueza y cultura,
liderazgo que sobreviviría a la derrota militar y la pérdida de su imperio. Su consuelo fue que,
al perder su imperio, no perdió por ello su riqueza.
La ética como ciencia
El racionalismo no sólo gobernó el pensamiento griego; también tendía a gobernar la
conducta, proporcionando así un fundamento intelectual a las opiniones morales. Sócrates
enseñaba que la virtud es una ciencia y que conocer lo bueno es desear lo bueno. El pecado
mortal era el juicio erróneo. Por tanto, para citar a Epicteto, “Debe uno procurar nunca
equivocarse, nunca actuar impetuosamente, en una palabra, nunca asentir a nada sino después
de una justa deliberación. (Epicteto, Discursos, III 2 y I,7) Por esto los estoicos vinculaban la
ética tan estrechamente a la lógica. Puesto que errar era hacer el mal, era esencial, para evitar
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el mal, razonar correctamente, dedicarse al estudio de silogismos, a la solución de aporías, y
dominar la dialéctica.
Puesto que la moralidad se consideraba una ciencia, siempre era encomiable enseñarla y tratar
de reencauzar a los malvados hacia el buen camino.
La meta de la ética es la realización del mayor bien posible, al vivir en conformidad con la
naturaleza. Puesto que el hombre es por naturaleza razonable, se deduce que vivir la vida en
conformidad con la razón es moral. La virtud más altamente estimada era la moderación-
controlar las propias pasiones, subordinación de las facultades al control de la razón. La
moderación era un arte: ejercer tacto y medida y evitar los extremos. Sócrates enseñaba que
las más grandes virtudes eran la moderación, el justo medio, y la palabra o la acción oportuna.
Poseer belleza interior, ser dueño de su propio destino, nunca ser sorprendido por los eventos,
poder gozar de “calma” hasta el último día de la propia existencia, todo esto es haber vivido
la buena vida guiada por la sabiduría. Todo lo demás constituía arrogancia, insensatez e
hipérbole. El pecado imperdonable era el extremismo, la hybris homérica que lleva a los
necios a pensar que pueden igualar a los dioses. El primer obsequio irónico que Zeus
otorgaba a los que deseaba destruir era la imprudencia que proviene de la vanidad.
Así como la moderación era la primera virtud para el individuo, la justicia era la primera
virtud del ciudadano. Platón definía la justicia apelando a otras tres virtudes: templanza, valor
y prudencia. La justicia es el principio unificador que los une en perfecta armonía. La armonía
es belleza, sea del alma o del cuerpo. Para los griegos, la belleza era una manifestación de lo
bueno. Su humanismo se resumía en la frase: “Alma hermosa en un cuerpo hermoso”
(República, 443D-E)
Escritura fonética y la democratización de la cultura griega
La singularidad de Grecia se explica por una serie de accidentes afortunados. Uno de los más
notables fue la fonetización de la escritura en los siglos XII y XI a.C.
El alfabeto fenicio, creado por las necesidades del comercio, enriquecido con vocales por los
sutiles griegos, se convirtió en el instrumento necesario y perfecto para la comunicación de
ideas. Veinticuatro letras, más unas pocas tildes, bastaban para transcribir todas las
modulaciones de la palabra hablada. Desde entonces, y sin un esfuerzo excesivo, la lectura
estuvo al alcance de cada vez más personas; y por medio de la palabra escrita, el
conocimiento pudo preservarse y difundirse con facilidad.
Un constante fermento de ideas se propagaba de una ciudad a otra; los académicos planteaban
problemas y los intelectuales lanzaban desafíos. Poco sorprende que la ciencia griega haya
progresado rápidamente para tornarse verdaderamente internacional; la medición de la Tierra
por Eratóstenes, el mapa de los cielos de Hiparco, y el mapa de la Tierra de Tolomeo —
todos estos logros requirieron colaboración a grandes distancias, lo que ayudó a diseminar el
griego como la lengua internacional de la ·ciencia e hizo posible la creación en Alejandría de
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la célebre Biblioteca y Museo, donde poetas, matemáticos, astrónomos, médicos, filósofos y
filólogos convivían y trabajaban juntos.
El conocimiento ya no era la posesión privada de una pequeña clase conservadora de
sacerdotes y escribas; se hizo asequible a círculos cada vez más amplios. De no haber sido por
la revolución en la escritura, la ciencia necesariamente habría consistido en una acumulación
de técnicas obsoletas basadas en fórmulas mágicas y reservadas a sacerdotes y escribas. El
mundo nunca habría presenciado lo que sucedió en Grecia; comunidades de ciudadanos que
rechazan los decretos de dioses y reyes en favor de leyes de su propia confección. Sin esa
revolución en la escritura, la civilización occidental nunca habría sido posible.
Libertad de pensamiento y ausencia de dogmatismo religioso
En Grecia, como después en Roma, y contrariamente a lo que sucedió en las diferentes
civilizaciones orientales y en la Europa cristiana hasta el siglo XVIII el pensamiento nunca
estuvo sujeto a ninguna ortodoxia religiosa por un clero con suficiente poder temporal como
para imponer su voluntad. Las indefinidas y cambiantes mitologías y ritos arcaicos de las
religiones paganas no contenían ningún mensaje de carácter dogmático que pudiera
amordazar el libre desarrollo del pensamiento. En las ciudades griegas la religión era un mero
ritual y su observancia no era más que una simple función municipal. Es cierto que ocurrían
de cuando en cuando brotes impulsivos de intolerancia religiosa. Pero estos juicios por
herejías religiosas de hecho no fueron más que estallidos xenófobos dirigidos contra filósofos,
quienes, con la única excepción de Sócrates, eran extranjeros. Si bien a veces se promulgaban
severas leyes contra la libertad de pensamiento, la opinión pública rara vez las imponía.
Los sabios griegos fundamentaban su rechazo del antropomorfismo de los dioses del Olimpo
en un concepto más elevado de la divinidad y en los imperativos de la ética como ciencia.
Después de viajar durante 67 años por toda Grecia, Jenófanes de Colofón observó que los
hombres en todas partes representaban a sus dioses según su propia imagen.
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“Los etíopes tienen dioses con narices achatadas y pelo negro;
los tracios tienen dioses con ojos grises y pelo rojo... Si los bue-
yes, caballos y leones tuvieran manos y pudieran pintar y es-
culpir como los hombres, representarían a sus dioses según
sus propias formas; los caballos harían dioses en forma de ca— `
ballos, y los bueyes los harían como bueyes. “
El hombre primitivo no sólo dio a sus dioses forma mortal; también les dotó de sentimientos,
pasiones y vicios. Jenofanes dirigía sus sátiras contra Homero y Hesíodo, quienes “han
atribuido a los dioses todas aquellas cosas que son vergonzosas y criticables en los humanos:
robo, adulterio y traición mutua”
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Sobre este punto, estuvieron de acuerdo filósofos, dramaturgos e historiadores. Las fábulas de
los poetas, dijo Píndaro, eran brillantes fantasías “gracias al encanto de la poesía, lo único que
tiene el poder para tornar creíble aquello que es poco plausible”. Píndaro pensaba que de los
dioses “solo deben decirse cosas hermosas”
Pero aun despojándolos de sus atributos humanos, ¿realmente existían los dioses? Demócrito
consideraba que no eran más que productos del temor del hombre primitivo por los eventos
naturales, que le parecían terroríficos únicamente por su incapacidad para explicarlos.
“Nuestros antepasados, al observar extraños eventos en los cielos, el rayo y el trueno, cometas
y eclipses del Sol y la Luna, sentían temor. Pensaban que los dioses eran los causantes de
estos fenómenos.”Los sofistas, al observar la diversidad de dioses adorados en diferentes
partes de Grecia y entre los bárbaros, no dudaron en concluir que eran meros productos de la
convención y que no existían en la naturaleza. Los primeros legisladores, según los sofistas,
crearon estos dioses en sus imaginaciones a fin de asegurar la santidad de los contratos, el
respeto a los juramentos, y el mantenimiento del orden público.
Un siglo y medio de reflexión había convertido en escépticas a todas las mejores mentes en
Grecia.
El balance del helenismo
Los griegos estaban convencidos de que sus conocimientos eran ampliamente superiores a los
de los bárbaros del Este. Eran conscientes de sus deudas para con el Oriente, pero sabían que
habían hecho buen uso del préstamo. Nadie lo ha expresado mejor que el emperador romano
Juliano, quien observó:
“El conocimiento de los fenómenos celestes fue perfeccionado
por los griegos sobre la base de anteriores observaciones efec-
tuadas por los bárbaros en Babilonia. La geometría, que des-
ciende de la geodesia egipcia, produjo las enormes mejoras
que hemos presenciado. Fueron nuevamente los griegos quie-
nes elevaron la aritmética de los mercaderes fenicios al rango
de ciencia. Por último, fueron también los griegos quienes, al
unir estas tres disciplinas, aplicaron la geometría a la astro-
nomía, combinaron la aritmética con ambas, y descubrieron
las relaciones armónicas que en ellas se fundamentan" ( Juliano, Obras
Completas, 1963)
Hemos dedicado todo este espacio al racionalismo griego porque es el fundamento de nuestra
civilización occidental. Sin él, las revoluciones científicas, industriales y técnicas de los siglos
XVII, XVIII, XIX no habrían sido posibles; la idea misma de gobierno mediante leyes
públicamente discutidas y adoptadas por medio de procedimientos generalmente aceptados no
habría surgido. Sin él, el concepto de la autonomía de la persona humana, destinada a
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desarrollar sus facultades y moldear su destino, quizá nunca habría prevalecido.. Sin este
racionalismo griego quizá nunca habríamos escapado del mito y la magia con todas sus
supersticiones, tabúes y restricciones. Perseo matando a la Medusa es el símbolo del genio
griego: la razón que se libera del hechizo y la fábula.
El racionalismo no era, por supuesto, la única corriente que operaba en el mundo griego.
Junto al espíritu de Apolo estaba el espíritu de Dionisio. Las restricciones impuestas por la
sabiduría iban acompañadas por arrebatos de insensatez. Los osados vuelos del pensamiento
de los jónicos se contrapesaban con la sobria y práctica moralidad de Sócrates. Junto a la
Academia y al Liceo, que se ocupaban del mundo de las ideas y de la naturaleza, estaba el
Eleusinio, donde los hombres trataban de descifrar los misterios del más allá. En oposición a
la sociedad abierta de Pericles estaba la sociedad cerrada de Platón
Para nuestros propósitos, es suficiente recordar aquellos aspectos de la mente griega sin los
cuales nunca se habría producido la civilización occidental. Otras civilizaciones hicieron
importantes contribuciones a su manera. Pero fueron los griegos quienes dieron sentido a la
palabra logos, una característica del comportamiento humano altamente valorada por ellos:
razón y raciocinio, palabra y discurso, relación y proporción.
“Nuestra ciencia, nuestras artes, nuestra literatura, nuestra filosofía, nuestro código
moral, nuestro código político, nuestra diplomacia, nuestro derecho marítimo e
internacional, son de origen griego. El marco de referencia cultural creado por Grecia
es susceptible de incremento indefinido, pero es en sí completo en sus diversos
componentes.
El progreso consistirá en desarrollar constantemente aquello que Grecia ha
engendrado,en ejecutar el diseño, podríamos decir, que ella nos trazó”
(Ernest Renan, History of de People of Israel)
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La Oración Fúnebre de Pericles
(Reconstruida por Tucídides)
La mayoría de mis predecesores en este sitio nos ha dicho que es honesto pronunciar algunas
palabras, exigidas por la ley durante el entierro de aquéllos que han muerto en batalla.
Por lo que se refiere a mí mismo, me inclino a pensar que el valor que se ha mostrado en
hechos concretos ya ha sido saldado suficientemente mediante los honores, también
mostrados en hechos concretos. Ustedes mismos pueden apreciar lo que ellos significan ya
que están participando de este funeral solventado por el pueblo.
Debiera también yo desear que las reputaciones de tantos hombres valientes no estuvieran en
peligro en boca de un orador único, de tal manera que ellas suban o bajen según si habla bien
o mal.
Puesto que es duro hablar adecuadamente, cuando ya de entrada se presenta la dificultad de
convencer al auditorio que se está diciendo la verdad.
Por un lado, el amigo a quien le son familiares algunos hechos de la vida de estos muertos
puede pensar que varios aspectos no han sido destacados con la dedicación que desea y que
sabe que merecen.
Por otro, aquél que no los ha conocido puede sospechar por envidia, que hay exageración,
cuando escucha mencionar virtudes que están por encima de su propia naturaleza. (Porque los
hombres aceptan que se ensalce a otros en tanto en cuanto ellos se puedan persuadir que las
mismas acciones recordadas las podrían haber vivido ellos mismos como protagonistas.
Cuando ese limite se traspasa, surge la envidia y con ella la incredulidad). Sin embargo como
nuestros antecesores han establecido esta costumbre y la han aprobado, la obediencia a la ley
pasa a constituir para mí un deber.
Intentaré satisfacer las opiniones y deseos de todos ustedes de la mejor manera que pueda.
Tendría que comenzar con nuestros antepasados. Es tan adecuado como prudente, que ellos
reciban el honor de ser mencionados en primer lugar, en una ocasión como la de ahora, ellos
vivieron en esta comarca sin interrupción de generación en generación; y nos la entregaron
libre como resultado de su bravura. Y si nuestros antepasados más lejanos merecen alabanza,
mucho más son merecedores de ella nuestros padres directos. Ellos sumaron a nuestra
herencia el imperio que hoy poseemos y no escatimaron esfuerzo alguno para transmitir esa
adquisición a la generación presente.
Por último, hay muy pocas partes de nuestro dominio que no hayan sido aumentadas por
aquellos de entre nosotros que han llegado a la madurez de sus vidas. Por su esfuerzo la patria
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se encuentra provista con todo lo que le permite depender de sus propios recursos, tanto en la
guerra como en la paz.
Aquella parte de nuestra historia que muestra cómo nuestras hazañas bélicas trajeron como
consecuencia nuestras diversas posesiones, así como también la que muestra cómo tanto
nosotros como nuestros padres pudimos frenar la marea de la agresión extranjera,
valerosamente y sin dobleces, constituye un capítulo demasiado conocido por todos los que
me escuchan.
No necesito extenderme en el tema que, por consiguiente, dejo de lado. Pero cuál fue el
camino por el que llegamos a nuestra posición; cuál es la forma de gobierno que permitió
volver más evidente nuestra grandeza; cuáles los hábitos nacionales a partir de los cuales ella
se originó; éstos son los problemas máximos que intento dejar en claro, antes de proseguir con
el panegírico de todos estos muertos.
Pienso que el tema es adecuado para una ocasión como la presente y que ha de resultar
ventajoso escucharlo con atención tanto por los nativos como por los extranjeros. Nuestra
constitución no copia leyes de los estados vecinos. Más bien somos patrón de referencia para
los demás, en lugar de ser imitadores de otros. Su gestión favorece a la pluralidad en lugar de
preferir a unos pocos. De ahí que la llamamos democracia.
Otra diferencia entre nuestros usos y los de nuestros antagonistas se aprecia con nuestra
política militar. Abrimos nuestra ciudad al mundo. No les prohibimos a los extranjeros que
nos observen y aprendan de nosotros, aunque ocasionalmente los ojos del enemigo han de
sacar provecho de esta falta de trabas. Nuestra confianza en los sistemas y en las políticas es
mucho menor que nuestra confianza en el espíritu nativo de nuestros conciudadanos.
En lo que se refiere a la educación, mientras nuestros rivales ponen énfasis en la virilidad
desde la cuna misma y a través de una penosa disciplina, en Atenas vivimos exactamente
como nos gusta; y sin embargo nos alistamos de inmediato frente a cualquier peligro real.
Una prueba de que esto en así se aprecia con los lacedemonios quienes por sí solos no invaden
nuestras comarcas, sino que traen consigo a todos sus confederados; mientras nosotros,
atenienses, avanzamos sin aliados hacia el territorio de un vecino y luchando en tierra
extranjera derrotamos usualmente con facilidad a los mismos que están defendiendo sus
hogares.
No hubo aún un enemigo que se opusiera a toda nuestra fuerza unida, puesto que nos
empeñamos al mismo tiempo, no sólo en alistar a nuestra marina, si no también en despachar
por tierra a nuestros conciudadanos en cien servicios diferentes. Y así resulta que a menudo
entra en lucha alguna de estas fracciones de nuestro poderío total. Si el encuentro resulta
victorioso para el enemigo, su triunfo lo exageran como si fuera la victoria sobre toda la
nación. Si en cambio cae derrotado, el contraste se presenta como sufrido con el concurso de
un pueblo entero.
Y, sin embargo, con hábitos que son más bien de tranquilidad que de esfuerzo y con coraje
que es más bien naturaleza que arte, estamos preparados para enfrentar cualquier peligro con
esta doble ventaja: escapamos de la experiencia de una vida dura, obsesionada por la aversión
al riesgo; y sin embargo, en la hora de la necesidad, enfrentamos dicho riesgo con la misma
falta de temor de aquellos otros que nunca se ven libres de una permanente dureza de vida.
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Pero con estos puntos no finaliza la lista de los motivos que causan admiración en nuestra
ciudad.
Cultivamos el refinamiento sin extravagancia; la comodidad la apremiamos sin
afeminamiento; la riqueza la usamos en cosas útiles más que en fastuosidades, y le
atribuimos a la pobreza una única desgracia real.
La pobreza es desgraciada no por la ausencia de posesiones sino porque invita al desánimo en
la lucha por salir de ella. Nuestros hombres públicos tienen que atender a sus negocios
privados al mismo tiempo que a la política y nuestros ciudadanos ordinarios, aunque
ocupados en sus industrias, de todos modos son jueces adecuados cuando el tema es el de los
negocios públicos.
Puesto que discrepando con cualquier otra nación donde no existe la ambición de participar en
esos deberes, considerados inútiles, nosotros los atenienses somos todos capaces de juzgar los
acontecimientos, aunque no todos seamos capaces de dirigirlos.
En lugar de considerar a la discusión como una piedra que nos hace tropezar en nuestro
camino a la acción, pensamos que es preliminar a cualquier decisión sabía. De nuevo
presentamos el espectáculo singular de atrevimiento irracional y de deliberación racional en
nuestras empresas: cada uno de ellos llevado hasta su valor extremo y ambos unidos en una
misma persona, mientras que, por igual caso, en otros pueblos, las decisiones son el resultado
solamente de la ignorancia o solamente del espíritu de aventura o solamente de la reflexión.
La palma del valor corresponde ser entregada en justicia a aquellos que no ignoran, por
haberlo experimentado en carne propia, la diferencia entre la dureza de la vida y el placer de
la vida; y que, sin embargo, no ceden a la tentación de escapar frente al peligro.
Si nos referimos a nuestras leyes, ellas garantizan igual justicia a todos, en sus diferencias
privadas. En lo que respecta a las diferencias sociales, el progreso en la vida pública se vuelca
en favor de los que exhiben el prestigio de la capacidad. Las consideraciones de clase no
pueden interferir con el mérito. Aún más, la pobreza, no es óbice para el ascenso. Si un
ciudadano es útil para servir al Estado, no es obstáculo la oscuridad de su condición, la
libertad de la cual gozamos en nuestro gobierno, la extendemos así mismo a nuestra vida
cotidiana. En ella, lejos de ejercer una supervisión celosa de unos sobre otros, no
manifestamos tendencia a enojarnos con el vecino, por hacer lo que le place. Y puesto que
nada está haciendo, opuesto a la ley, nos cuidamos muy bien de permitirnos a nosotros
mismos exhibir esas miradas críticas que sin duda resultan molestas.
Pero esta liberalidad en nuestras relaciones privadas no nos transforma en ciudadanos sin ley.
Nuestras principales preocupaciones tratan de evitar dicho riesgo, por lo cual nos educamos
en la obediencia de los magistrados y de las leyes, un ejemplo de lo expresado es el referente
a la protección a los inválidos, sean los inscritos en el padrón del estatuto, ya sean los
amparados por ese otro código que, a pesar de no estar escrito, no puede ser violado sin
condena.
Más aún, disponemos de recursos numerosos conque la mente se pueda distraer del negocio.
Celebramos juegos y sacrificios a lo largo del año. La elegancia de nuestras construcciones
forman una fuente diaria de placer y nos ayudan a desterrar el aburrimiento, mientras esa
magnificencia de nuestra ciudad atrae a los productos del mundo hacia nuestro puerto.
17
En lo referente a la generosidad destacamos asimismo en forma singular ya que nos forjamos
amigos dando, en lugar de recibiendo favores. Pero por supuesto, quien hace los favores es el
más firme amigo de ambos, de manera de mantener al amigo en su deuda, mediante una
amabilidad continuada. Mientras que el deudor se siente menos atraído puesto que se da
cuenta que la devolución que él ofrece es un pago casi obligado pero no una libre dádiva.
Y son solamente los atenienses quienes sin temor por las consecuencias abren su amistad, no
por cálculos de una cuenta por saldar, sino en la confianza de la liberalidad. En pocas
palabras resumo que nuestra ciudad es la escuela de Grecia y que dudo que el mundo pueda
producir otro hombre que dependiendo sólo de sí mismo llegue a su altura en tantas
emergencias y resulte agraciado por tamaña versatilidad como el ateniense.
Y ésta no es una mera bravata lanzada en esta ocasión favorable, sino que es la realidad de los
hechos, considerando el presente poder de Atenas que esos hábitos conquistaron. Porque
solamente Atenas ha llegado a ser superior a su fama y es la única que, en ocasión de ser
asaltada, no ocasiona pudor en sus antagonistas cuando ellos resultan derrotados. Ni sus
mismos enemigos cuestionan su derecho, obtenido por mérito, de poner de manifiesto su
imperio.
Más bien la admiración de la edad presente y de la futura estará dirigida hacia nosotros dado
que no hemos dejado nuestro poder sin testigos. Antes bien, han quedado de él testimonios
gigantescos.
Lejos de necesitar a un Homero como panegirista ni otro con habilidades artísticas tales, que
sus versos puedan encantar por un momento (aunque la impresión que dejan se derrite luego
frente a la realidad), nosotros hemos obligado a cada tierra y a cada agua que se transforme en
la ruta de nuestro valor. Y hemos dejado en todo sitio monumentos imperecederos, de una
índole o de otra, detrás de nosotros.
Ésta es la Atenas por la cual estos hombres han luchado y muerto noblemente, en la seguridad
de contribuir a que no desfallezca. De la misma manera que cualquiera de los sobrevivientes
está dispuesto a morir por la misma causa. Por supuesto, si es que me he detenido con cierto
detalle en señalar el carácter de nuestra comarca, ha sido para mostrar que nuestra disposición
en la lucha no es la misma que la de aquellos que no tienen ese tipo de bendiciones que se
pueden llegar a perder si no se defienden; y también para demostrar que el panegírico de los
hombres a quienes me refiero puede ser construido sobre la base de pruebas establecidas.
Casi está completo este panegírico. Pues la Atenas que he celebrado, es solamente la que ha
conquistado el heroísmo de éstos y de sus émulos. Al fin estos hombres, apartándose del resto
de los helenos, han de llegar a tener una fama solamente comparable a sus merecimientos.
Pero si hace falta prueba definitiva de su bravura intrínseca, es fácil encontrarla en esta escena
terminal.
No es solamente el caso de aquéllos a quienes la muerte puso el sello final atestiguando el
mérito que tenían sino también el otro caso, en que coincidió con la primera señal de que
tuvieran mérito. Hay justicia en la aseveración de que el valor en las batallas por su nación
puede ocultar muy bien otras imperfecciones del hombre, dado que la buena acción ha
ocultado a la mala; y su mérito como ciudadano más que sobradamente ha balanceado a su
demérito como individuo. Pero ninguno de éstos permitió que su bienestar económico, si ya lo
conocía, o que la esperanza, aún sin realidad, de una futura situación de bienestar,
18
disminuyera su solidario espíritu de lucha; así como la pobreza, en otros casos, pese a la
esperanza de un día de riqueza, a nadie tentó a que se escapara del peligro.
Sintiendo que la bravura frente al enemigo es más deseable que sus personales venturas; y
dándose cuenta que en esta ocasión surge el más glorioso de los azares, ellos se determinaron
gozosamente a aceptar el riesgo, a confirmar su altivez, y a postergar sus deseos; y mientras
se arrojaban hacia la esperanza de volcar la incertidumbre de la victoria, en la empresa que
estaba frente a ellos, prefirieron morir resistiendo, en lugar de vivir sometiéndose. Huyeron
solamente del deshonor. Luego de un breve momento, que resultó la crisis de su fortuna,
durante el cual pensaron en escapar, no de su miedo, sino de su gloria, enfrentaron la muerte
cara a cara.
Y así murieron estos hombres como es honesto de un ateniense. Ustedes, los sobrevivientes,
se tienen que determinar, en el campo de batalla, a la misma resolución inalterable, pese a que
es lícito que oren por un desenlace más feliz. Y sin contentarse con ideas solamente inspiradas
en palabras, con respecto a las ventajas de defender nuestro país (aunque esas palabras serían
un arma de importancia para cualquier orador frente a un auditorio tan sensible como el
presente) ustedes mismos, con su acción, deben exaltar el poder de Atenas y alimentar los
ojos con su visión, día a día, hasta que el amor por ella llene el corazón de ustedes; y luego,
cuando su grandeza se derrame hacia ustedes, deben reflexionar que fue el coraje, el
sentimiento del deber y una sensibilidad especial del honor en acción, los que permitieron al
hombre ganar todo esto.
A pesar de que existieran las fallas de carácter, o las defecciones previas en la vida personal,
ellas no fueron suficientes como para privar a la patria de su valor, puesto a sus pies como
homenaje, como la contribución más gloriosa entre las que ellos podían ofrecer.
Por esta ofrenda de sus vidas hecha en común por todos ellos, individualmente, cada uno de
ellos, se hizo acreedor de un renombre que no se vuelve caduco, así como se hizo acreedor de
un sepulcro, mucho más que el receptáculo de sus huesos: ya que es el más noble de los
altares.
Altar donde se deposita la gloria por ellos alcanzada para ser recordada cuando las
eventualidades inviten a su conmemoración. Porque los héroes tienen al mundo entero por
tumba y en países alejados del que los vio nacer (único sitio donde un epitafio lo atestigua)
tienen su ara en cada pecho y un recordatorio no escrito en cada corazón que como mármol lo
preserva, adopten ustedes estos hombres como modelo y juzgando que la felicidad es el fruto
de la libertad y que la libertad es el fruto de la bravura, nunca declinen la exaltación de sus
valores.
No son desgraciados quienes no ahorran su vida en aras de lo justo; nada tienen que perder, si
no más bien, lo son aquéllos quienes ahorran sus vidas a costa de una caída que si sobreviene,
ha de tener tremenda consecuencia. Y sin duda, para un hombre de espíritu, la degradación de
la cobardía debe ser inmensamente más triste que la muerte que no se siente, pues lo golpea
en la plenitud de sus fuerzas y de su patriotismo.
Puedo ofrecer ayuda, pero no condolencias, a los parientes de los muertos. Son innumerables
los azares a los cuales el hombre está sujeto, como ustedes saben muy bien. Pero son
afortunados aquellos a quienes el azar ofrece una muerte gloriosa, la misma que hoy nos
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enluta. Aquellos cuya vida ha sido tan bien medida que pudiera acabar en la felicidad de
servir de modelo.
A pesar de ello reconozco que es una dura manera de decir, especialmente cuando está
involucrado aquel que ha de ser recordado por ustedes, que ven continuar en otros hogares la
bendición que alguna vez también han tenido, porque la pena se siente más por la pérdida de
algo a lo cual estábamos acostumbrados, que por el deseo de algo que nunca fue nuestro.
Aquellos entre los deudos que estén en edad de procrear hijos, deben consolarse con la
esperanza detener otros en su lugar.
No solamente van a ayudar a que no olvide a quien se ha perdido, sino que para el mismo
estado ha de ser un refuerzo y un reaseguro. Porque nunca un ciudadano ha de buscar tanto
una política justa y honesta cuanto que lo motiven, siendo padre, los intereses y las
aprehensiones de tal bendición. Los que ya han sobrepasado la edad madura, dejen que los
convenza la idea de que la mayor parte de la vida les fue afortunada y que el breve intervalo
que falta, ha de ser iluminado con la fama del que ya no está. Porque lo único que no se
vuelve viejo es el amor al honor.
No son las riquezas, como algunos quisieran. Es el honor lo que reconforta al corazón, con la
edad y la falta de ayuda.
Me dirijo a los hijos y a los hermanos de los difuntos. Veo una ardua lucha en ustedes.
Cuando un ser humano se va, todos tienden a alabarlo y pese a que el mérito de ustedes ha de
ir creciendo, difícil que se acerque a su renombre. Los vivientes se ven expuestos a la
envidia. En cambio los muertos están libres de ella y honrados con la buena voluntad de
quienes los recuerdan.
He de decir algo sobre la excelencia femenina de aquéllas, entre ustedes, que se encuentran
hoy en la viudez. Grande ha de ser la gloria de ustedes, si es que no permiten que decaiga el
ánimo por debajo del carácter natural de cada una. Pero más grande ha de ser todavía, entre
los atenienses, la de aquella que consiga no ser mencionada, ni para bien, ni para mal.
Mí tarea ha acabado. He cumplido con lo mejor de mi habilidad y por lo menos, en lo
referente a la intención, con lo dispuesto por la ley. Si es trata de hechos concretos, aquellos
que han sido enterrados han recibido los honores que los corresponde; en lo que se refiere a
sus hijos, han de ser mantenidos hasta la adultez, por los caudales públicos.
El estado ofrece así una recompensa de valía como guirnalda de victoria para esta raza de
bravos, recompensando tanto a los caídos como a sus descendientes. Allí donde la
recompensa al mérito es máxima, allí se encuentran los mejores ciudadanos. Terminando las
lamentaciones por sus parientes, pueden ustedes partir.
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El Imperio romano en relación con la cultura
Capítulo XXIX
El Imperio romano afectó a la historia de la
cultura de varios modos más o menos
separados.
Primero: hay el efecto directo de Roma
sobre el pensamiento helenístico. Este no es
muy importante ni profundo.
Segundo: el efecto de Grecia y el Oriente
sobre la mitad occidental del Imperio. Este
fue profundo y duradero, puesto que
incluyó a la religión cristiana.
Tercero: la importancia de la larga paz
romana en la difusión de la cultura y en el
acostumbrar a los hombres a la idea de una
civilización única asociada con un solo
gobierno.
Cuarto: la transmisión de la civilización
helenística a los mahometanos, y de aquí
finalmente al oeste de Europa.
Antes de considerar estas influencias de
Roma, será útil una brevísima sinopsis de la
historia política.
Las conquistas de Alejandro habían dejado
intacto el Mediterráneo occidental; se
hallaba dominado, a comienzos del Siglo III
antes de Cristo, por dos poderosos Estados
ciudades, Cartago y Siracusa. En la primera
y segunda guerras púnicas (264-241 y 218-
201), Roma conquistó Siracusa y redujo a
Cartago a la insignificancia, Durante el
siglo II, Roma conquistó las monarquías
macedónicas; Egipto, es cierto, perduró
como un Estado vasallo hasta la muerte de
Cleopatra (30 a. de C.). España fue
conquistada como un incidente en la guerra
con Aníbal; Francia fue sojuzgada por
César a mediados del siglo I antes de
Cristo, e Inglaterra fue sometida unos cien
años más tarde. Las fronteras del Imperio,
en sus días de esplendor, eran el Rin y el
Danubio en Europa, el Éufrates en Asia, y
el desierto en el Norte de África.
El imperialismo romano fue, quizá, lo
mejor posible en África del Norte
(importante en la historia cristiana como la
patria de san Cipriano y San Agustín), en
donde grandes áreas, incultas antes y
después de la época romana, fueron
fertilizadas y abastecieron a populosas
ciudades. El Imperio romano fue en general
estable y tranquilo durante más de
doscientos años, desde el advenimiento de
Augusto (30 a. de C.) hasta los desastres del
siglo III.
Entre tanto, la constitución del Estado
romano había experimentado importantes
trasformaciones. Originalmente Roma era
una pequeña ciudad estado, no muy
desemejante a las de Grecia, especialmente
las que, como Esparta, no dependían del
comercio exterior. A los reyes, como a los
de la Grecia homérica, había sucedido una
república aristocrática. Paulatinamente,
aunque el elemento aristocrático, encarnado
en el Senado, permanecía poderoso, se
añadieron ingredientes democráticos; el
compromiso resultante fue reputado por
Panecio el estoico (cuyas opiniones son
reproducidas por Polibio y Cicerón) como
una combinación ideal de elementos
monárquicos, aristocráticos y democráticos.
Pero las conquistas desquiciaron el precario
equilibrio; llevó una inmensa opulencia
nueva a la clase senatorial, y, en un grado
levemente menor, a los ‘caballeros’, como
se llamaba a la alta clase media La
agricultura italiana, que había estado en
manos de pequeños labradores, que
obtenían el trigo con su propio trabajo y el
de sus familias, acabó por ser un negocio de
enormes fincas pertenecientes a la
21
aristocracia romana, en las que se
cultivaban viñas y olivos mediante el
trabajo de los esclavos El resultado fue la
virtual omnipotencia del Senado, que fue
usada descaradamente para el
enriquecimiento de los individuos, sin
miramiento a los intereses del Estado ni al
bienestar de sus súbditos.
Un movimiento democrático, inaugurado
por los Gracos en la segunda mitad del
siglo II antes de Cristo, condujo a una serie
de guerras civiles, y finalmente—como tan
a menudo en Grecia—al establecimiento de
una tiranía. Es curioso observar la
repetición, en tan vasta escala, de
desenvolvimientos que, en Grecia, se
habían limitado a áreas diminutas. Augusto,
el heredero e hijo adoptivo de Julio César,
que reinó desde el 30 antes de Cristo al 14
después de Cristo, puso término a la
contienda civil, y (con escasas excepciones)
a las guerras externas de conquista. Por
primera vez desde los inicios de la
civilización griega, el mundo antiguo gozó
de paz y seguridad.
Dos cosas habían arruinado el sistema
político griego: en primer lugar, la
pretensión de cada ciudad a la soberanía
absoluta; en segundo lugar, la acerba y
sangrienta lucha entre ricos y pobres en la
mayoría de las ciudades, Después de la
conquista de Cartago y de los reinos
helenísticos, la primera de estas causas ya
no afligió al mundo, puesto que ninguna
resistencia efectiva a Roma era posible.
Pero la segunda causa permaneció. En las
guerras civiles, un general se proclamaba el
campeón del Senado, el otro el del pueblo.
La victoria se inclinaba hacia el que ofrecía
las más elevadas recompensas a los
soldados. Los soldados no solo querían
pagas y pillaje, sino concesiones de tierras;
por eso cada guerra civil terminaba en la
expulsión formalmente legal de muchos
terratenientes existentes, que eran
nominalmente arrendatarios del Estado,
para dejar el puesto a los legionarios del
vencedor. Los gastos de la guerra, aunque
progresivos, eran costeados ejecutando a
hombres ricos y confiscando sus bienes.
Este sistema, desastroso como era, no podía
acabar fácilmente; por último, ante la
sorpresa de todos, Augusto salió tan
completamente victorioso que no quedó
ningún competidor para alegar su derecho
al poder.
Para el mundo romano, el descubrimiento
de que el periodo de la guerra civil había
concluido llegó como una sorpresa, lo cual
fue una causa del regocijo para todos, sa1vo
para un pequeño partido senatorial. Para los
demás, fue un profundo alivio cuando
Roma, bajo Augusto, logró al fin la
estabilidad y el orden que griegos y
macedonios habían buscado en vano, y que
Roma, antes de Augusto, tampoco había
conseguido producir. En Grecia, de
conformidad con Rostovtseff, la Roma
republicana no había «introducido nada
nuevo, excepto la pauperización, la
bancarrota, y la obstrucción de toda
actividad política independiente»
El reinado de Augusto fue un periodo de
felicidad para el Imperio romano. La
administración de las provincias estaba por
fin organizada con algún miramiento hacia
el bienestar de la población, y no según un
sistema puramente depredatorio. Augusto
no fue solo oficialmente divinizado después
de su muerte, sino que fue espontáneamente
estimado como un dios en varias ciudades
provinciales. Los poetas lo elogiaron, las
clases comerciantes encontraron
conveniente la paz universal, e incluso el
Senado, al que trató con todas las formas
exteriores de respeto, no perdió ninguna
ocasión de acumular honores y cargos sobre
su cabeza.
Pero si bien el mundo era feliz, la vida
había perdido cierto sabor, ya que la
seguridad había sido preferida al riesgo. En
los tiempos anteriores, todo griego libre
había tenido la oportunidad de la aventura;
Filipo y Alejandro pusieron término a este
estado de cosas, y en el mundo helenístico
solo las dinastías macedonias disfrutaban de
una libertad anárquica. El mundo griego
22
perdió su juventud, y se volvió o cínico o
religioso. La esperanza de encarnar ideales
en instituciones terrenas se desvaneció, y
con ella los mejores hombres perdieron su
ímpetu. El cielo, para Sócrates, era un lugar
donde podía proseguir discutiendo; para los
filósofos posteriores a Alejandro, era algo
muy diferente de su existencia aquí abajo.
En Roma, una evolución similar llegó más
tarde y en una forma menos dolorosa.
Roma no fue conquistada, como lo fue
Grecia, sino que tuvo, por el contrario, el
estímulo de un imperialismo afortunado. A
lo largo del periodo de las guerras civiles,
era en los romanos en quienes recaía la
responsabilidad de los desórdenes. Los
griegos no habían asegurado la paz y el
orden sometiéndose a los macedonios,
mientras que tanto los griegos como los
romanos alcanzaron ambas cosas al
someterse a Augusto, Augusto fue un
romano a quien los romanos se sometieron
voluntariamente, no solo en razón de su
poderío superior; además, se tomó el
cuidado de disfrazar el origen militar de su
gobierno, y de basarlo sobre decretos del
Senado. La adulación expresada por el
Senado era, sin duda, en gran parte
insincera, pero aparte de la clase senatorial
nadie se sintió humillado.
El talante de los romanos era parecido al de
un jeune homme rangé de la Francia
ochocentista, que, tras de una vida de
aventuras amatorias, se decide a un
matrimonio de conveniencia. Esta
mentalidad, aunque satisfecha, no es
creadora. Los grandes poetas del siglo de
Augusto se habían formado en tiempos más
turbulentos. Horacio huyó en Filipos, y
tanto él como Virgilio perdieron sus fincas
en confiscaciones a beneficio de soldados
victoriosos. Augusto, en gracia de la
estabilidad, se aplicó, un tanto
insinceramente, a restaurar la antigua
piedad, y fue por ende necesariamente
bastante hostil a la libre investigación. El
mundo romano empezó a quedar
estereotipado, y el proceso continuó bajo
los emperadores posteriores.
Los inmediatos sucesores de Augusto se
entregaron a espantosas crueldades para con
los senadores y los posibles competidores a
la púrpura. Hasta cierto punto, el
desgobierno de este periodo se extendió a
las provincias; pero en lo esencial, la
máquina administrativa creada por Augusto
siguió funcionando medianamente bien.
Un periodo mejor se inició con la subida al
trono de Trajano en el 98 después de Cristo,
y se prolongó hasta la muerte de Marco
Aurelio en el 180 después de Cristo.
Durante este tiempo, el gobierno del
Imperio fue tan bueno como pueda serlo
cualquier gobierno despótico. El siglo III,
por el contrario, fue de horrendos desastres.
El ejército se dio cuenta de su poder, hizo y
deshizo emperadores a cambio de dinero y
con la promesa de una vida sin guerras, y
cesó, en consecuencia, de ser una fuerza
aguerrida eficaz. Los bárbaros, del Norte y
del Este, invadieron y saquearon el
territorio romano. El ejército, preocupado
con las ganancias privadas y la discordia
civil, fue incompetente en la defensa. Todo
el sistema fiscal se derrumbó, ya que hubo
una inmensa merma de recursos y, al
mismo tiempo, un vasto incremento de
gastos en guerras desgraciadas en el
soborno del ejército. La peste, además de la
guerra, disminuyó grandemente la
población. Parecía corno si el Imperio
estuviera a punto de caer.
Este resultado fue advertido por dos
hombres enérgicos, Diocleciano (286-305)
y, Constantino, cuyo indiscutible reinado
duró desde el 312 al 337 después de Cristo.
Por ellos fue dividido el Imperio en una
mitad oriental y otra occidental,
correspondientes, aproximadamente, a la
división entre las lenguas griega y latina. La
capital de la parte oriental fue establecida
por Constantino en Bizancio, a la que dio el
nuevo nombre de Constantinopla.
Diocleciano refrenó al ejército por algún
tiempo, alterando su carácter; desde su
época en adelante, las fuerzas guerreras más
efectivas estuvieron compuestas de
bárbaros, principalmente germanos, a los se
23
abrieron todos los mandos más elevados.
Esto era evidentemente un expediente
peligroso, y a comienzos del siglo y
produjo su fruto natural. Los bárbaros
resolvieron que era más provechoso luchar
por sí mismos que por un amo romano. No
obstante, cumplió su propósito durante más
de un siglo. Las reformas administrativas de
Diocleciano tuvieron igualmente éxito por
cierto tiempo, y fueron igualmente
desastrosas a la larga. El sistema romano
tenía que permitir el autogobierno local a
las ciudades, y dejar sus funcionarios la
recaudación de impuestos, de los cuales
solo la cantidad total debida por cada
ciudad era fijada por las autoridades
centrales. Este sistema había ido bastante
bien en los tiempos prósperos, pero ahora,
en la situación exhausta del Imperio, las
rentas exigidas eran más de lo que podía
soportarse sin excesiva opresión. Las
autoridades municipales eran
personalmente responsables de los
impuestos, y huían para eludir el pago.
Diocleciano obligó a los ciudadanos
acomodados a aceptar el cargo municipal, y
declaró ilegal la huida. Por motivos
similares convirtió a las poblaciones rurales
en siervos, adscritos al suelo, e impedidos
de emigrar. Este sistema fue mantenido por
los emperadores posteriores.
La más importante innovación de
Constantino fue la adopción del
cristianismo como religión del Estado, al
parecer porque una gran proporción de los
soldados eran cristianos. El resultado de
esto fue que cuando, durante el siglo V, los
germanos destruyeron el Imperio de
Occidente, su prestigio les hizo abrazar la
religión cristiana, preservando con ello para
la Europa occidental tanto de la civilización
antigua como había sido absorbido por la
Iglesia.
El desenvolvimiento del territorio asignado
a la mitad oriental del Imperio fue diferente.
El Imperio de Oriente, aunque
continuamente decreciendo en extensión
(salvo las transitorias conquistas de
Justiniano en el siglo VI), sobrevivió hasta
1453, en que Constantinopla fue
conquistada por los turcos. Pero la mayor
parte de lo que habían sido provincias
romanas en el Este, incluyendo también
África y España en el Oeste, se hicieron
mahometanas. Los árabes, a diferencia de
los germanos, rechazaron la religión, pero
adoptaron la civilización, de aquellos a
quienes habían vencido. El Imperio oriental
era griego, no latino, en su civilización; en
consecuencia, desde el siglo VII al XI, fue
él y los árabes quienes conservaron la
literatura griega y cuanto sobrevivió de la
civilización griega, en oposición a la latina.
Desde el siglo XI en adelante, al principio a
través de la influencia mora, el Occidente
recuperó gradualmente lo que había perdido
de la herencia griega.
Paso ahora a los cuatro modos en que el
Imperio romano afecto a la historia de la
cultura.
I. El efecto directo de Roma sobre el
pensamiento griego. Este empieza en el
siglo II antes de Cristo, con dos hombres, el
historiador Polibio y el filósofo estoico
Panecio. La actitud natural del griego hacia
el romano era de desprecio mezclado con
temor; el griego se sentía más civilizado,
pero políticamente menos poderoso. Si los
romanos tuvieron más éxito en la política,
eso únicamente mostraba que la política era
una tarea innoble. El griego medio del siglo
III antes de Cristo era amante de los
placeres, de inteligencia viva, experto en
loa negocios, y sin escrúpulos en todas las
cosas. Sin embargo, aún quedaban hombres
de capacidad filosófica. Algunos de ellos—
notablemente los escépticos, tales como
Carnéades—habían consentido que la
destreza destruyera la seriedad. Otros, como
los epicúreos, y un sector de los estoicos, se
habían retirado completamente a una
tranquila vida privada. Pero unos pocos,
con más visión de la que había manifestado
Aristóteles en relación con Alejandro, se
percataron de que la grandeza de Roma se
debía a ciertos méritos de que carecían los
griegos.
24
El historiador Polibio, nacido en Arcadia
hacia el 200 antes de Cristo, fue enviado a
Roma como prisionero, y allí tuvo la buena
fortuna de hacerse amigo de Escipión el
menor, a quien acompañó en muchas de sus
campañas. Era poco común entre los
griegos saber latín, aunque la mayoría de
los romanos instruidos sabía griego; las
circunstancias de Polibio, sin embargo, lo
condujeron a una perfecta familiaridad con
el latín. Escribió, para provecho de los
griegos, la historia de las últimas guerras
púnicas, que permitieron a Roma conquistar
el mundo. Su admiración por la
constitución romana se estaba, quedando
anticuada mientras escribía, pero hasta su
tiempo había competido ésta muy
favorablemente, en estabilidad y en
eficacia, con las constituciones
continuamente cambiantes de la mayoría de
las ciudades griegas. Los romanos
naturalmente leían su historia con placer;
que los griegos lo hicieran así, es más
dudoso.
Panecio el estoico ya ha sido considerado
en el capítulo precedente. Fue amigo de
Polibio, y, como él, un protegido de
Escipión el joven. Mientras vivió Escipión,
fue con frecuencia a Roma, pero a raíz de la
muerte de Escipión en el 129 antes de
Cristo, permaneció en Atenas como jefe de
la escuela estoica. Roma tenía todavía, lo
que Grecia había perdido, la confianza
ligada a la oportunidad de la actividad
política. De conformidad con ello, las
doctrinas de Panecio eran más políticas, y
menos afines a las de los cínicos, que lo
fueron las de los estoicos anteriores.
Probablemente la admiración hacia Platón
sentida por los romanos cultos lo indujo a
abandonar la estrechez dogmática de sus
predecesores estoicos. En la forma más
amplia dada por él y por su sucesor
Posidonio, el estoicismo atrajo
poderosamente a los más serios de los
romanos.
En una fecha posterior, Epicteto, aunque
griego, pasó la mayor parte de su vida en
Roma. Roma le proporcionó la mayoría de
sus ilustraciones; siempre estuvo
exhortando al sabio a no temblar en
presencia del emperador. Conocemos la
influencia de Epicteto sobre Marco Aurelio,
pero su influencia sobre los griegos es
difícil de rastrear.
Plutarco (ca. 46-120 d. de C.), en sus Vidas
de los griegos y romanos nobles, trazó un
paralelismo entre los más eminentes
hombres de los dos países. Pasó un tiempo
considerable en Roma, y fue honrado por
los emperadores Adriano y Trajano.
Además de sus Vidas escribió numerosas
obras sobre filosofía, religión, historia
natural, y ética. Sus Vidas se interesan
evidentemente en conciliar a Grecia y
Roma en el pensamiento de los hombres.
En su conjunto, aparte de tales hombres
excepcionales, Roma actuó como un
obstáculo en la parte de habla griega del
Imperio. El pensamiento y el arte decayeron
a la vez. Hasta finales del siglo II después
de Cristo, la vida, para los acomodados, era
agradable y fácil; no había incentivo alguno
para el esfuerzo, y pocas oportunidades
para grandes logros. Las escuelas de
filosofía reconocidas—la Academia, los
peripatéticos, los epicúreos y los estoicos –
continuaron existiendo hasta que fueron
cerradas por Justiniano. Ninguna de ellas,
sin embargo, mostró vitalidad en todo el
tiempo después de Marco Aurelio, excepto
los neoplatónicos en el siglo III después de
Cristo; y estos hombres, en todo caso,
apenas fueron influidos por Roma. Las
mitades griega y latina del Imperio se
volvieron cada vez más divergentes; el
conocimiento del griego se hizo raro en el
Oeste, y a partir de Constantino el latín, en
el Este, sobrevivió solamente en la ley y en
el ejército.
II. La influencia de Grecia y del Oriente
sobre Roma. Hay aquí dos cosas muy
diferentes a considerar: primera, la
influencia del arte, la literatura y la filosofía
helénicas sobre la mayoría de los romanos
cultivados, segunda, la propagación de las
25
religiones y supersticiones no helénicas en
todo el mundo occidental.
1) Cuando los romanos entraron por
primera vez en contacto con los griegos, se
dieron cuenta de ser ellos mismos
comparativamente bárbaros y toscos. Los
griegos eran inconmensurablemente
superiores en muchos aspectos: en las
manufacturas, y en la técnica de la
agricultura; en los tipos de conocimientos
que son necesarios para un buen
funcionario; en la conversación y en el arte
de gozar la vida; en el arte y la literatura y
la filosofía. Las únicas cosas en que los
romanos eran superiores eran la táctica
militar y la cohesión social. La relación de
los romanos con los griegos fue algo
parecido a la de los prusianos con los
franceses en 1814 y 1815; pero esta última
fue pasajera, mientras que aquella duró
largo tiempo. Tras de las guerras púnicas,
los jóvenes romanos concibieron una gran
admiración por los griegos. Aprendieron el
idioma griego, copiaron la arquitectura
griega, emplearon escultores griegos. Los
dioses romanos fueron identificados con los
dioses griegos. Se forjó el origen troyano de
los romanos para crear una conexión con
los mitos homéricos. Los poetas latinos
adoptaron los metros griegos, los filósofos
latinos se apropiaron de las teorías griegas.
En fin, Roma fue culturalmente parásita de
Grecia. Los romanos no inventaron ninguna
forma artística, no erigieron ningún sistema
original de filosofía, ni hicieron
descubrimientos científicos. Construyeron
buenas carreteras, códigos legales
sistemáticos, y ejércitos eficientes; en
cuanto al resto, imitaron a Grecia.
La helenización de Roma trajo consigo
cierto reblandecimiento de las costumbres,
aborrecido por Catón el viejo. Hasta las
guerras púnicas, los romanos habían sido un
pueblo bucólico, con las virtudes y los
vicios de los labriegos: austeros,
industriosos, brutales, obstinados y
estúpidos. Su vida familiar había sido
estable y edificada sólidamente sobre la
patria potestad: las mujeres y los jóvenes
estaban completamente subordinados. Todo
esto cambió con el influjo de la opulencia
repentina. Las pequeñas fincas
desaparecieron, y fueron gradualmente
reemplazadas por enormes haciendas en las
que el trabajo esclavo se empleaba para
llevar a cabo nuevos métodos científicos de
agricultura. Surgió una extensa clase de
comerciantes, y un gran número de
hombres se enriquecieron con el pillaje,
como los nababs en la Inglaterra del siglo
XVIII. Las mujeres, que habían sido
esclavas virtuosas, se volvieron libres y
disolutas; el divorcio se hizo corriente; los
ricos dejaron de tener hijos. Los griegos,
que habían experimentado una evolución
similar hacía siglos, fomentaron, con su
ejemplo, lo que los historiadores llaman la
decadencia de la moral. Aun en los tiempos
más licenciosos del Imperio, el romano
medio todavía pensaba en Roma como en la
sostenedora de una norma ética más pura
frente a la decadente corrupción de Grecia.
La influencia cultural de Grecia sobre el
Imperio occidental disminuyó rápidamente
desde el siglo III después de Cristo en
adelante, principalmente porque la cultura
en general decayó. Para esto hubo muchas
causas, pero una en particular debe ser
mencionada. En los últimos tiempos del
Imperio de Occidente, el gobierno fue una
tiranía militar mucho menos disfrazada de
lo que había sido, y el ejército usualmente
elegía como emperador a un general
afortunado; pero el ejército, incluso en sus
puestos más elevados, ya no estaba
compuesto de romanos cultos, sino de
semibárbaros de la frontera. Estos burdos
soldados no precisaban de la cultura y
consideraban a los ciudadanos civilizados
exclusivamente como una fuente de
ingresos. Las personas privadas estaban
demasiado empobrecidas para sostenerse
mucho tiempo en la senda de la educación,
y el Estado consideraba la educación
innecesaria. En consecuencia, en Occidente,
solo unos pocos hombres de excepcional
erudición continuaron leyendo en griego.
26
2) La religión y la superstición no
helénicas, por el contrario adquirieron a
medida que pasaba el tiempo, un
predominio cada vez más firme en
Occidente. Ya hemos visto cómo las
conquistas de Alejandro introdujeron en el
mundo griego las creencias de babilonios,
persas egipcios. Análogamente las
conquistas romanas familiarizaron al
mundo occidental con estas doctrinas, y
también con las de los judíos y cristianos..
En Roma, cada secta y cada profeta estaban
representados, y a veces alcanzaron el favor
de las altas esferas del gobierno. Luciano,
que mantenía un sano escepticismo a pesar
de la credulidad de la época, cuenta una
historia divertida, generalmente aceptada
como en gran parte verdadera, acerca de un
profeta milagrero llamado Alejandro el
paflagonio. Este hombre curaba a los
enfermos y predecía el futuro, con
excursiones al chantaje. Su fama llegó a
oídos de Marco Aurelio, a la sazón
combatiendo a los marcomanos en el
Danubio El emperador lo consultó sobre
cómo ganar la guerra, y se le informó que si
arrojaba dos leones al Danubio resultaría
una gran victoria. Siguió el consejo del
adivino, pero fueron los marcomanos los
que obtuvieron la gran victoria. A despecho
de este desastre, la fama de Alejandro
continuó creciendo. Un conspicuo romano
de rango consular, Rutiliano, después de
consultarlo sobre muchos asuntos, solicitó
su consejo respecto a la elección de una
esposa. Alejandro, como Endimión había
gozado de los favores de la luna, y tuvo de
ella una hija, la cual recomendó el oráculo a
Rutiliano. «Rutiliano que tenía entonces
sesenta años de edad, obedeció el mandato
divino, y celebró su matrimonio
sacrificando hecatombes enteras a su suegra
celestial».
Más importante que la carrera de Alejandro
de Paflagonia fue el reinado del emperador
Elegábalo o Heliogábalo (218-22 d. de C.),
que fue, hasta su elevación por la elección
del ejército, un sacerdote sirio del sol. En su
lento viaje desde Siria a Roma fue
precedido por su retrato, enviado como un
presente al Senado. «Se mostraba en sus
vestiduras sacerdotales de seda y oro, a la
manera flojamente ondulante de los medas
y fenicios; su cabeza estaba cubierta con
una alta tiara, sus numerosos collares y
brazaletes se hallaban adornados con gemas
de inestimable valor. Sus cejas estaban
teñidas de negro, y sus mejillas pintadas
con un rojo y un blanco artificiales. Los
graves senadores confesaron con un suspiro
que, tras de haber experimentado largo
tiempo la rígida tiranía de sus compatriotas,
Roma se humillaba finalmente bajo el lujo
afeminado del despotismo oriental»
Apoyado por un gran sector del ejército,
procedió, con celo fanático, a introducir en
Roma las prácticas religiosas del Oriente;
su nombre era el del dios-sol adorado en
Emesa, donde había sido sumo sacerdote.
Su madre, o su abuela, que era la auténtica
gobernante, percibió que él había ido
demasiado lejos, y lo destronó ci favor de
su sobrino Alejandro (222-35), cuyas
inclinaciones orientales eran más
moderadas. La mezcla de credos que fue
posible en su época se ilustraba en su
capilla privada, en la que colocó las estatuas
de Abrahán, Orfeo, Apolonio de Tiana y
Cristo.
La religión de Mitra, que era de origen
persa, fue un firme competidor del
cristianismo, especialmente durante la
segunda mitad del siglo III después de
Cristo. Los emperadores, que estaban
haciendo desesperadas tentativas por
controlar al ejército, advirtieron que la
religión podía proporcionar la estabilidad
tan necesitada; pero tendría que ser una de
las nuevas religiones, ya que eran estas las
que los soldados favorecían. El culto fue
introducido en Roma, y tuvo mucho que
agradecer a la mentalidad militar, Mitra era
un dios solar, pero no tan afeminado como
su colega sirio; era un dios relacionado con
la guerra, la gran guerra entre el bien y el
mal que había formado parte del credo
persa desde Zoroastro. Rostovtseff6
reproduce un bajorrelieve que representa su
27
culto, el cual fue encontrado en
Heddernheim, en Alemania, y muestra que
sus adeptos debieron ser numerosos entre
los soldados, no solo en Oriente, sino
también en Occidente.
La adopción del cristianismo por
Constantino fue políticamente un éxito,
mientras que los intentos anteriores por
introducir una nueva religión fracasaron;
pero los conatos precedentes fueron, desde
un punto de vista gubernamental, muy
similares al suyo. Todos derivaban por
igual su posibilidad de triunfo de las
calamidades y el cansancio del orbe
romano. Las religiones tradicionales de
Grecia y Roma eran adecuadas para
hombres interesados en el mundo terrenal, y
esperanzados en la felicidad sobre la tierra.
Asia, con una experiencia más larga de la
desesperación, había desarrollado antídotos
más eficaces en la forma de esperanzas
ultramundanas; de todas ellas, el
cristianismo fue la más efectiva para traer la
consolación. Pero el cristianismo, para el
tiempo en que se convirtió en la religión del
Estado, había absorbido mucho de Grecia, y
transmitió esto, junto con el elemento
judaico, a las edades subsiguientes en el
Occidente.
III. La unificación del gobierno y la cultura.
Somos deudores, en primer lugar a
Alejandro y luego a Roma, de que los
logros de la gran época de Grecia no se
perdieran para el mundo, como los del
periodo minoano. En el siglo I antes de
Cristo, un Gengis Kan, si por casualidad
hubiera surgido uno, podría haber asolado
todo lo que era importante en el mundo
helénico; Jerjes, con un poco más de
competencia, habría hecho de la
civilización griega algo enormemente
inferior a lo que fue después de ser
rechazado. Consideremos el periodo desde
Esquilo a Platón: todo lo que se hizo en este
tiempo fue realizado por una minoría de la
población de unas pocas ciudades
comerciales. Estas ciudades, según mostró
el futuro, no tenían gran capacidad para
resistir a la conquista extranjera, más por un
extraordinario golpe de buena suerte, sus
conquistadores, macedonios y romanos,
eran helenófilos, y no destruyeron lo que
conquistaron, como Jerjes o Cartago
hubieran hecho. La circunstancia de que
hayamos conocido lo que llevaron a cabo
los griegos en arte, literatura, filosofía y
ciencia, se debe a la estabilidad introducida
por los conquistadores occidentales, que
tuvieron el buen sentido de admirar la
civilización a la que sojuzgaron pero a la
que hicieron lo posible por conservar.
En ciertos aspectos, políticos y éticos,
Alejandro y los romanos fueron la causa de
una filosofía mejor que cualquiera de las
profesadas por los griegos en sus días de
libertad. Los estoicos, como hemos visto,
creían en la fraternidad del hombre y no
limitaron sus simpatías a los griegos. El
prolongado dominio de Roma habituó a los
hombres a la idea de una sola civilización
bajo un solo gobierno. Nosotros sabemos
que había importantes partes del mundo que
no estaban sometidas a Roma: la India y la
China, más especialmente. Pero a los
romanos les parecía que fuera del Imperio
únicamente había tribus más o menos
bárbaras, que podrían ser conquistadas
cuando quiera que mereciese la pena hacer
el esfuerzo. Esencial e idealmente, el
Imperio, en la mente de los romanos, era
mundial. Esta concepción pasó a la Iglesia,
que fue ‘católica’ a pesar de los budistas,
los confucianos y (más tarde) los
mahometanos. Securus judicat orbis
terrarum es una máxima de san Agustín,
que encarna la doctrina de los últimos
estoicos; debe su atractivo a la aparente
universalidad del Imperio romano A lo
largo de la Edad Media, después de la
época de Carlomagno, la Iglesia y el Sacro
Imperio Romano fueron mundiales en idea,
aunque todos sabían que no lo eran de
hecho. La concepción de una familia
humana, una religión católica, una cultura
universal y un Estado mundial, ha
obsesionado el pensamiento de los hombres
desde su realización aproximada por Roma.
28
El papel desempeñado por Roma en la
ampliación del área de la civilización fue de
inmensa importancia, La Italia
septentrional, España, Francia y partes del
oeste de Alemania, fueron civilizadas como
consecuencia de su conquista violenta por
las legiones romanas. Todas estas regiones
resultaron tan capaces de alcanzar alto nivel
de cultura como Roma misma. En los
momentos finales del Imperio de Occidente,
la Galia produjo hombres que fueron por lo
menos iguales a sus contemporáneos de
zonas de más antigua civilización. Fue
merced a la difusión de la cultura por Roma
por lo que los bárbaros solo ocasionaron un
eclipse temporal, no una oscuridad
permanente. Cabe argüir que la calidad de
la civilización nunca volvió a ser tan buena
como en la Atenas de Pericles; pero en un
mundo de guerra y destrucción, la cantidad
es, a la larga, casi tan importante como la
calidad, y la cantidad fue debida a Roma.
IV. Los mahometanos como vehículo del
helenismo. En el siglo VII, los discípulos
del Profeta conquistaron Siria, Egipto y
África del Norte; en el siglo siguiente,
conquistaron España. Sus victorias fueron
fáciles, y la lucha ligera. Salvo
posiblemente durante los escasos años
iniciales, no fueron fanáticos; los cristianos
y los judíos no fueron molestados mientras
pagaron el tributo. Muy pronto los árabes
adquirieron la civilización del Imperio de
Oriente, pero con la perspectiva de una
política ascendente en lugar del tedio de la
decadencia. Sus hombres instruidos leyeron
a los autores griegos en traducción, o
escribieron comentarios. La reputación de
Aristóteles es principalmente debida a ellos;
en la antigüedad no fue estimado al nivel de
Platón.
Es instructivo considerar algunas palabras
que derivan del árabe, tales como: álgebra,
alcohol, alquimia, alambique, álcali,
acimut, cenit. Con la excepción de
‘alcohol—que significaba, no una bebida,
sino una sustancia usada en la química—,
estas palabras darían una buena descripción
de algunas de las cosas que debemos a los
árabes. El álgebra había sido inventada por
los griegos alejandrinos, pero fue
proseguida por los mahometanos.
‘Alquimia’, ‘alambique’, ‘álcali’ son
vocablos conectados con el intento de
convertir los metales bajos en oro, que los
árabes tomaron de los griegos, y en cuya
búsqueda recurrieron a la filosofía griega.
‘Acimut’ o ‘cenit’ son términos
astronómicos, principalmente útiles a los
árabes en relación con la astrología.
El método etimológico oculta lo que
debemos a los árabes en lo que atañe al
conocimiento de la filosofía griega, porque,
cuando fue de nuevo estudiada ésta en
Europa, los vocablos técnicos requeridos se
tomaron del griego y del latín. En filosofía,
los árabes fueron mejores como
comentadores que como pensadores
originales, Su importancia, para nosotros,
radica en que fueron ellos, y no los
cristianos, los inmediatos herederos de
aquellas partes de la tradición griega que
solo el Imperio de Oriente había mantenido
vivas, El contacto con los mahometanos, en
España y en menor extensión en Sicilia,
hizo que Occidente supiera de Aristóteles; y
también de los guarismos arábigos, del
álgebra y de la química. Fue este contacto
el que inició el resurgimiento de la
erudición en el siglo XI, que condujo a la
filosofía escolástica, Fue más tarde, desde
el siglo XIII en adelante, cuando el estudio
del griego capacitó a los hombres para ir
directamente a las obras de Platón, de
Aristóteles y de otros escritores griegos de
la antigüedad. Pero si los árabes no
hubieran conservado la tradición, los
hombres del Renacimiento podrían no
haber sospechado cuánto había de ganarse
con la renovación de las letras clásicas.
29
La ley suprema
Marco Tulio Cicerón gran escritor, orador y político romano define, en este fragmento de su obra De la República, la ley
suprema, entendida como el imperio de la recta razón.
Fragmento de De la República.
De Cicerón.
La ley suprema.
III.
La ley verdadera es la recta razón, á la naturaleza conforme, á todos infundida, constante,
sempiterna; que llame al deber, mandando; que, prohibiendo y aterrando, aleje del mal. La
que, sin embargo, ni manda ó prohíbe en vano á los probos, ni, mandando ó prohibiendo,
mueve á los ímprobos. Esta ley ni es permitido substituir; ni quitar de ella es lícito, ni dable
derogarla; ni senado ni pueblo exentarnos de ella pueden; ni de comentadores ó intérpretes
extraños necesita. Ni habrá una ley en Roma, otra en Atenas; hoy una, otra mañana; sino que
á las gentes todas, en todos los tiempos comprenderá una ley sola, eterna, inmutable; y todos
tendrán un solo como maestro y soberano. Dios, de esta ley autor, juez, dador. Cuyos
contraventores huirán de sí propios, y ultrajando la naturaleza humana, padecerán, por lo
mismo, las mayores penas; aun cuando evadir logren todos los imaginables suplicios.
Fuente: Jünemann, Guillermo. Antología universal. Friburgo: Herder, 1910.
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El Genio de Occidente:Louis Rougier
CAPITULO V
LA REVOLUCION SOCIAL DEL CRISTIANISMO
El genio griego creó el homo sapiens, quien inventó la ciencia demostrativa y organizó la
ciudad racionalmente. No fue capaz de crear el homo faber, el artesano, quien, por medio de
las artes mecánicas, sometió las fuerzas de la naturaleza y las puso al servicio de los hombres.
Antes de que éste pudiera aparecer tuvo que ocurrir una revolución moral y social que acabara
con la esclavitud y rehabilitara el trabajo manual y las arles mecánicas. Esto fue logrado por el
cristianismo.
La rehabilitación moral del esclavo
La intención del mensaje cristiano no era reformar la sociedad. Su propósito era anunciar la
inminencia del Reino de Dios y la necesidad de prepararse por medio de la penitencia.
Mientras esperaba el gran juicio, cada persona debía permanecer en la condición en que Dios
la había colocado. San Pablo recomendaba a los esclavos obedecer a sus amos, y a los amos
que trataran bien a sus esclavos.
Que permanezca cada cual tal como le halló la llamada de
Dios. ¿Eras esclavo cuando fuiste llamado? No te preocupes.
Y aunque puedas hacerte libre, aprovecha más bien tu condi-
ción de esclavo. Pues el que recibió la llamada del Señor sien-
do esclavo, es un liberto del Señor sienclo esclavo; igualmen- :
te, el que era libre cuando recibió la llamada, es un esclavo
cle Cristo} ( Biblia de Jerusalén)
La Carta a los Efesios recomienda: ”Amos, obrad de la misma manera con ellos, dejando las
amenazas; teniendo presente que está en los cielos el Amo vuestro y de ellos, y que en él no
hay acepción de personas” Nunca se les ocurrió a los Padres de la Iglesia, como tampoco se
les ocurría a los filósofos y jurisconsultos paganos, contemplar la desaparición de la
esclavitud. San Juan Crisóstomo se contentaba con recomendar moderación: “ ¿Por qué
tantos esclavos? Al igual que con el vestido y con la mesa, deben limitarse al número
necesario de esclavos. “Séneca trataba a sus esclavos como “amigos humildes”
Jurídicamente, el esclavo en la antigüedad era una cosa, una mezcla para ser objeto de uso y
abuso a discreción. Aristóteles había definido un esclavo como una “herramienta viviente”. –
Los esclavos se clasificaban, para propósitos tributarios, en la misma categoría que los
caballos y las mulas. El esclavo no tenia voluntad propia; era un cuerpo sin la facultad `de
decir no; no tenla derechos; no tenía familia, ni matrimonio legal, ni paternidad reconocida.
Para él, nada que le pidiera su amo podía ser vergonzoso. Su religión no era reconocida; los
dioses no se ocupaban de esclavos. El amo podía castigarle, encadenarle, encarcelarle,
mutilarle y torturarle, incluso darle muerte.
Hasta la época de los Antoninos no se creó una dependencia encargada de proporcionar a los
esclavos un recurso de apelación contra los peores excesos. Los grandes jurisconsultos, los
cínicos y los estoicos, decían que todos los hombres nacen libres; justificaban la esclavitud,
sin embargo, citando los diversos orígenes de la familia humana. Algunos descendían de
dioses y héroes y tenían el derecho de mandar. Otros eran hombres libres que gozaban de
derechos civiles y políticos, distinguiendo el Imperio tardío entre hombres de noble cuna y
hombres de humilde cuna . Otros por naturaleza, conquista, o nacimiento— eran esclavos.
La legislación relativa a los esclavos fue humanizada bajo los emperadores paganos, pero bajo
los primeros emperadores cristianos hubo un retroceso. Constantino restableció una antigua
ley según la cual una mujer libre que cohabitara con un esclavo caería bajo la servidumbre del
40
amo de dicho esclavo, y cualquier mujer que viviera en concubinaje con sus propios esclavos
debía ser quemada en la hoguera. El orden social se fundamentaba en la esclavitud. -
No obstante, el cristianismo, al declarar que todos los hombres descienden de la misma
pareja, que todos son hijos de Dios, que todos fueron igualmente redimidos por la pasión de
Cristo, y que como hermanos todos son igualmente valiosos, establecía la dignidad de los
hombres sin excepción de raza, condición o nacionalidad. “Ya no hay judío ni griego; ni
esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”,
proclamó San Pablo. El esclavo cristiano es, ante Dios, el igual de un hombre rico, de un
hombre libre, y de su propio amo. Es admitido en pie de completa igualdad en la Iglesia, en
las fiestas de confraternidad, en los sacramentos, en los rangos de la jerarquía eclesiástica, y
por último, en el sepelio en las catacumbas. Si fuera bautizado, podría incluso ser superior a
su propio amo, si el amo fuera un iniciado (catecúmeno) o si estuviera bajo alguna penitencia
pública. Un esclavo puede convertirse en sacerdote, en obispo, incluso en papa como sucedió
Con Calixto, un esclavo fugitivo. Su matrimonio es válido; su paternidad es reconocida; su
castidad es defendida. Se establece la familia cristiana.
La Iglesia recomendó la liberación de esclavos Como la forma más allá de caridad y la forma
más aceptable de penitencia; condenó la esclavitud de prisioneros; comprometía sus recursos
para el rescate de los cautivos; y adoptaba a los niños abandonados. Enseñó un nuevo respeto
por la persona humana, y los emperadores cristianos, si bien es cierto que muchas veces
vacilaban, finalmente suprimieron los combates de gladiadores y los abominables circos
donde había fluido tan libremente la sangre de los mártires. El cristianismo revolucionó las
posiciones sociales de esclavos y humiliores al proporcionar una ratificación religiosa de su
dignidad individual; todo hombre, creado a imagen de Dios, posee un alma libre.
La rehabilitación del trabajo manual y de las artes mecánicas
La proclamación de la dignidad por igual de todos los hombres condujo inevitablemente a la
rehabilitación del trabajo manual y de las artes mecánicas. ¿No fue Jesús un carpintero, no
fueron los primeros discípulos humildes pescadores, y San Pablo un fabricante de tiendas de
campaña? Poco sorprende que los primeros grandes éxitos del Cristianismo hayan sido entre
los esclavos y las masas de pobres labradores. El término operarius (obrero) aparece
frecuentemente en los epitafios de los cristianos. Una reiterada recomendación de la Iglesia
era que el artesano realizara su trabajo con entusiasmo y diligencia.
Los antiguos creían que un hombre libre debía ser un hombre de medios que no tuviera que
trabajar, a fin de que pudiera dedicar sus energías a los asuntos de estado. Este era un tipo de
ocio muy diferente al de las masas de libertos atestados en las grandes ciudades de la Roma
Imperial. La competencia de la mano de obra esclava había desplazado del campo a un gran
ejército de empobrecidos campesinos, labradores y artesanos. Sin raíces y sin trabajo, vivían
de la caridad pública, de distribuciones gratuitas, y de los réditos de la corrupción política,
pasando sus días en el teatro, el circo o el anfiteatro, reclamando panem et circenses. Los
primeros cristianos se oponían a este ocio corruptor, declarando, en las palabras de San Pablo,
que” si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma”
Obispos y sacerdotes daban ejemplo. La disciplina primitiva los obligaba a trabajar con sus
manos. Los monjes de Occidente, al incorporar el trabajo manual en sus reglas monásticas,
hacían del trabajo parte del opus Dei, la obra de Dios. Los vemos desmontando bosques,
drenando pantanos, transformando cenagosas selvas en campos de cultivo y abadías que a su
vez se convirtieron en los sitios de aldeas, pueblos, y eventualmente grandes ciudades.
Durante toda la Edad Media, el trabajo de obreros y artesanos fue borrado en pie de igualdad
con el de otros funcionarios públicos. Sus organizaciones — sus gremios y corporaciones-
tenían sus propios estandartes, y tenían el derecho de exhibirlos durante las solemnes misas
dedicadas a sus santos patronos. Con sus propias tierras y recursos, construían las iglesias,
salones gremiales y otras estructuras que relataban en ladrillo, piedra y mármol los grandes
41
eventos de sus ciudades. Con el tiempo se volvieron suficientemente poderosos como para
obtener de reyes, señores feudales y dignatarios eclesiásticos privilegios políticos para sí
mismos. En algunas partes, especialmente en Flandes, Alemania e Italia, gobernaban de
hecho las ciudades. Venecia en el siglo XIII fue gobernada por una aristocracia de
comerciantes. Esto hubiera sido algo inconcebible para los hombres de la antigüedad —
ciudades gobernadas por artesanos y mercaderes.
lnvenciones en la Edad Media,
Esta glorificación de la mano de obra cualificada fue uno de los factores responsables de la
larga serie de útiles inventos perfeccionados durante la Edad Media. `
Al comienzo aparecieron el molino de agua y el molino de viento. Estas dos formas de
energía —de agua y de viento—dominaron la evolución técnica hasta el siglo XVIII Durante
los siglos X y XI las corrientes de agua fueron aprovechadas para obtener energía hidráulica,
generando una verdadera revolución industrial. El desarrollo del eje de levas, que convertía el
movimiento circular en movimiento lineal —proceso conocido por los antiguos pero no
utilizado—, permitió a los hombres realizar una gran diversidad de tareas. Los martillos
hidráulicos no solo reemplazaron el ancestral uso de manos y pies, sino que también
mejoraron enormemente la calidad de los objetos fraguados. La industria textil, en particular,
se beneficio de las nuevas maquinarias. Un telar mecánico para tejer seda apareció en el norte
de Italia a fines del siglo XII. Los molinos de viento, ampliamente usados por los árabes, se
desarrollaron rápidamente después del siglo XI. No solo se usaban para moler trigo, sino
además, y especialmente en los Países Bajos, para drenar pantanos y extraer carbón de turba.
Cuando Europa empezó a cubrirse de una blanca capa de catedrales y cuando los grandes
nobles empezaron a construir sus castillos fortificados, se plantearon nuevos desafíos para los
constructores. Se desarrollaron sofisticadas herramientas para levantar materiales, usando
poleas, contrapesas y pasadores. El gato mecánico data de esta época. En los cuadernos de
apuntes de Villard de Honnecourt se encuentra un diseño para un gato de rosca.
Gracias a máquinas que permitían levantar pesas y drenar agua se hicieron grandes progresos
en el arte de la minería. La agricultura también fue mejorada mediante el desarrollo de arados
con ruedas, vertederas y rejas, todo lo cual permitió cultivar el suelo más profundamente y
con mayor eficiencia. La práctica de rotar los cultivos cada tres años incrementó
enormemente la producción de vegetales ricos en proteínas. Estas mejoras liberaban cada vez
más personas de la necesidad de trabajar la tierra e incrementó el número de pobladores que
podían vivir en pueblos y ciudades. Además de todo esto, hubo una revolución en el
transporte de personas y productos gracias a dos innovaciones: la hombrera para caballos, que
incrementó la fuerza motriz de los animales, y el timón fijo, que revolucionó la navegación.
De este modo, se realizaron considerables progresos en agricultura, minería, ganadería,
metalurgia, química, armamentos y construcción. Se estaba formando una civilización técnica
destinada a transformar la vida económico-social y la cosmovisión del hombre. Este
desarrollo fue facilitado enormemente por la gradual desaparición de la esclavitud por el
establecimiento de una relativa seguridad contra invasiones a medida que surgían las grandes
monarquías feudales a partir del siglo XI.
Las órdenes religiosas tuvieron un papel importante en estos cambios. La regla de San
Benito, por ejemplo, decía lo siguiente con relación al trabajo: ”Si los hermanos, sea por
necesidad o por pobreza, son obligados a salir a cosechar ellos mismos los cultivos, que esto
no los perturbe, porque cuando vivan del trabajo de sus manos serán monjes de verdad,
siguiendo el ejemplo de nuestros padres (del desierto) y de los Apóstoles.” ( Regla N° 48 de la
Orden) La elaborada liturgia a la que debían dedicar mucho de su tiempo los monjes
benedictinos los obligaba a transferir a las espaldas de sus arrendatarios la mayor parte del
trabajo pesado que tendría que haber sido una fuente de satisfacción para ellos. Esto dio lugar
42
a las reformas cistercienses a comienzos del siglo XII, y la decisión de San Bernardo de
exaltar el trabajo manual y la auto—suficiencia de los monasterios para todas sus necesidades.
A pesar de las interminables guerras y desastres como la Peste Negra, los Siglos VIV y XV
presenciaron desarrollos técnicos que habrían de revolucionar la vida industrial y comercial.
Durante estos dos siglos el consumo de metal para la agricultura, la industria, y nuevas formas
de artillería (tras la introducción, por parte de los árabes, de la pólvora proveniente de China)
se incrementó enormemente. Aparecieron fundiciones y fraguas hidráulicas que duplicaron la
producción de hierro y devoraron los bosques de donde se obtenía el combustible para las
nuevas industrias metalúrgicas. Esta industria no podía realmente desarrollarse, sin embargo,
mientras el carbón de leña no fuera reemplazado por el carbón mineral, lo que comenzó en
Inglaterra en 1570.
Cómo el desarrollo de In tecnología medieval fomentó la investigación científica
El desarrollo de la tecnología promovió la investigación científica. La construcción de
catedrales planteó problemas de geometría y física estética. Mientras que los planos para las
catedrales de Reims y Estrasburgo (siglo XIII) no son más que elevaciones frontales, el de la
catedral de Siena (siglo XIV) es lateral; pero ninguno es geométrico. La construcción de
fortificaciones y catapultas obligaban a los ingenieros a realizar ciertos cálculos numéricos,
aunque seguían siendo muy inferiores a la balística de Galileo y Tartaglia.
Cuadernos de la época, tales como los de Villard de Honnecourt, muestran mejoras en la
investigación, pero fue en Oxford, con Robert Grossteste, Roger Bacon y Pierre de Maricourt,
donde nació el espíritu científico basado en la experimentación. Bacon y Maricourt se
jactaban de haber dominado las artes más diversas a fin de penetrar en los secretos de la
naturaleza. Ellos proponían el método inductivo, oponiéndose a la mentalidad escolástica que
se basaba exclusivamente en la razón y desconfiaba de los sentidos Más aún, ellos enfatizaban
el importante papel de la matemática en el estudio de la naturaleza.
El nuevo espíritu de empresa también ejerció su influencia en el ámbito científico. Del
comercio con continentes distantes, de los estudios geográficos, y de las transacciones
bancarias y financieras surgieron tratados sobre navegación, contabilidad y economía política.
Estos desarrollos, sin embargo, no fueron resultado deliberado de adelantos en la ciencia pura,
sino producto de necesidades inmediatas y prácticas. La ciencia tuvo que desarrollarse por su
propia cuenta por medio del contacto con las recientemente descubiertas obras de los
filósofos griegos. Simultáneamente, se tuvo que ganar la batalla contra lo que ahora se conoce
como Escolástica —las enseñanzas de la Iglesia basadas en las Sagradas Escrituras y los
escritos de Aristóteles. . .
¿Es justificado hablar de una revolución tecnológica medieval? ¿O es cierto, como afirman
muchos, que no hubo mejora significativa en los métodos de producción entre los siglos V y
XVIII? Los desarrollos en este periodo fueron numerosos: la montura ecuestre, la hombrera
para los animales de tiro, la herradura, la carretilla de mano, los molinos de agua y de viento,
la sierra mecánica, la fragua con sus martillos, vidrio para ventanas, el caño de chimenea, la
vela de cera y el papel encerado, el arado con ruedas y la vertedera, el cepillo de carpintería,
calles pavimentadas, el timón, anteojos, relojes mecánicos — todos los cuales se combinaban
para hacer la vida algo más fácil y placentera. -
A pesar de las guerras, epidemias y hambrunas, la condición de los campesinos mejoraba de
un siglo a otro. El esclavo se convirtió en un siervo que podía plantear demandas en los
tribunales y, bajo ciertas circunstancias, casarse según su voluntad y disponer de sus
posesiones. El siervo a su vez se convirtió en arrendatario, con obligaciones expresadas en
dinero en lugar de servicios específicos. En las ciudades, los artesanos y mercaderes se
asociaban en corporaciones que protegían sus intereses por medio de precios y salarios
“justos” Si bien eran frecuentes las rebeliones, ello se debía a que los siervos estaban
43
deseosos de formar parte de sus sociedades, económica y socialmente, y compartir la
creciente abundancia, Hacia el siglo XV, las ciudades se habían convertido en centros de
civilizaciones populares que afectaban a la vida del pueblo en lo espiritual, en lo artístico y en
lo recreativo. Ya no podían ser ignorados. Cuando la ciencia reinició su marcha progresiva en
los siglos XVI XVII se orientó hacia la mejora en la condición del hombre común.
A medida que se desarrollaban el comercio y la especialización, la vida se tornaba cada vez
más mundana y racional. Esta tendencia se aprecia en una típica publicación de la época,
Práctica del comercio, que describe las mercancías, especifica pesos y medidas, monedas y
tipos de cambio, aranceles, primas de seguro y rutas marítimas, y proporciona fórmulas para
el cálculo de calendarios perpetuos. En los siglos XIV y XV hubo grandes adelantos en las
técnicas comerciales y financieras, tales como los inicios de la contabilidad de partida doble,
el uso del cheque y cartas de crédito, depósitos bancarios y transferencias mediante endoso,
dinero bancario y un uso más generalizado del crédito y de las bolsas de valores. En pocas
palabras, los comienzos del capitalismo moderno.
Estos desarrollos orientaron el pensamiento humano en nuevas direcciones, diferentes a las
direcciones favorecidas por la Iglesia. El interés por la otra vida y la preocupación por lo
universal y lo sobrenatural cedió el terreno a la preocupación ·por entender las realidades de la
vida presente; las lenguas vernáculas del pueblo empezaron a reemplazar al latín de los
intelectuales. La vida dejó de estar dominada por la liturgia. El año religioso empezaba en
una fecha que variaba entre el 22 de marzo y el 25 de abril. Los comerciantes preferían
fechas fijas, y con frecuencia, cada vez mayor, iniciaban sus cuentas el 1 de enero o el 1 de
julio. La Iglesia anunciaba las horas y las estaciones según los movimientos del sol. Para los
comerciantes era más conveniente dividir el día en 12 o 24 partes iguales. Los relojes
automáticos que marcaban las horas reemplazaron a las campanas de las iglesias, que eran
tocadas manualmente y reguladas por relojes de sol o de arena.
El siglo XVI fue el siglo de los Fugger —una nueva clase de comerciantes y banqueros. Ellos
coronaban emperadores, colocaban papas en el trono de San Pedro, y arreglaban matrimonios
reales. Competían entre sí para patrocinar artistas y embellecer ciudades, como lo demuestran
las ciudades de Augsburgo, Nuremberg, Brujas, Gante, Génova, Florencia y Venecia. El
artista buscaba nuevas fuentes de inspiración que no fueran la Biblia y las actas de los
mártires. Ambrogio Lorenzetti decoró la Sala della Pace en la plaza pública de Siena con seis
alegorías que representaban el buen y el mal gobierno. Una nueva escala de valores
transformaba las formas de pensar de los hombres, sus costumbres y sus ideas sobre el
universo. Se iniciaba una nueva primavera humanista tras el largo y frío invierno de la Edad
Media —-el Renacimiento.
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EDAD MODERNA
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Libro Tierra y Mar de Carl Schmitt
QUÉ ES UNA REVOLUCIÓN ESPACIAL?
¿Qué es eso de una revolución espacial?
El hombre tiene una determinada conciencia del «espacio», sujeta a grandes cambios históricos. A la diversidad de formas de vida corresponden otros tantos espacios diversos. Incluso dentro de una misma época, en la práctica de la vida diaria, el medio ambiente en que se desenvuelve cada individuo está ya determinado en forma diversa, según la profesión que ejerce. El habitante de una gran ciudad ve el mundo de modo muy diferente que un campesino; el cazador de ballenas tiene otro «espacio vital» que el cantante de ópera; para un aviador el mundo y la vida se manifiestan no sólo bajo otra luz, sino también con diferentes proporciones, profundidades y horizontes. Mayores y más hondas aún son las diferencias entre las imágenes del espacio cuando se trata de diferentes pueblos y de diferentes épocas de la historia humana.
Las doctrinas científicas sobre el espacio pueden entonces en la práctica significar mucho o muy poca cosa. Durante varios siglos fueron tenidos por dementes y peligrosos los pocos sabios que se percataron de la redondez de la tierra. En la Edad Moderna, las distintas ciencias han elaborado con creciente especialización sus propios conceptos del espacio. Geometría, física, psicología y biología siguen en esto caminos propios y bastante distanciados entre sí. Si preguntas a los sabios te contestarán que el espacio matemático es algo completamente distinto del de los campos de fuerzas electromagnéticas, y éste, a su vez, por completo diferente del espacio en sentido psicológico o biológico. Resultan así media docena de conceptos de espacio. Falta, pues, toda unidad y amenaza el peligro de que la deshilvanada coexistencia de esos diferentes
conceptos descomponga y saque de quicio el gran problema. La filosofía y la teorìa del conocimiento decimonónicas tampoco nos dan una respuesta sencilla y aplicable a todos los casos; nos dejan prácticamente en la estacada. Falta, pues, toda unidad y amenaza el peligro de que la deshilvanada
coexistencia de esos diferentes conceptos descomponga y saque de quicio el gran problema. La filosofía y la teoría del conocimiento decimonónicas tampoco nos dan una respuesta sencilla y aplicable a todos los casos; nos dejan prácticamente en la estacada.
Las fuerzas y energías históricas no aguardan, sin embargo, a la ciencia, como no espera tampoco Cristóbal Colón a Copérnico. Cada vez que mediante un nuevo impulso de ellas son incorporadas nuevas tierras y mares al ámbito visual de la conciencia colectiva de los hombres, se transforman también los espacios de su existencia histórica. Surgen entonces nuevas proporciones y dimensiones de la actividad histórico-política, nuevas ciencias, nuevas ordenaciones, vida nueva de pueblos nuevos o que vuelven a nacer. El ensanchamiento puede ser tan grande, tan sorprendente, que cambien no solo proporciones y medidas, no únicamente el horizonte externo del hombre, sino también la estructura del concepto mismo de espacio. Se puede hablar entonces de revolución espacial. Las grandes transformaciones históricas suelen ir acompañadas, en verdad, de una mutación de la imagen del espacio. En ella radica la verdadera médula de la amplia transformación política, económica y cultural que entonces se lleva a cabo. Tres ejemplos nos permitirán comprender rápidamente este hecho de carácter general: la repercusión de las conquistas de Alejandro Magno, el Imperio romano en los primeros siglos de nuestra era y las consecuencias de las cruzadas en la evolución de Europa.
TRES EJEMPLOS EN LA HISTORIA DEL MUNDO
Con las conquistas de Alejandro se abre a los griegos un nuevo, enorme horizonte espacial. La cultura y el arte del helenismo son sus consecuencias. Aristóteles, el gran filósofo contemporáneo de aquella transformación espacial, advirtió en seguida cómo se unían cada vez los mundos habitados de Oriente y Occidente. Aristarco de Samos, que vivió poco después (310-230 a.C,), sospechaba ya que el sol era una estrella fija colocada en medio de la órbita terrestre. La ciudad de Alejandría, fundada por Alejandro junto al Nilo, fue centro de asombrosos descubrimientos e invenciones en la técnica, la física y las matemáticas. Allí enseñó Euclides, el fundador de la geometría euclidiana; allí realizó Herón asombrosos descubrimientos técnicos; Arquímedes de Siracusa, un inventor de grandes máquinas de guerra y formulador de leyes naturales,
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estudió allí. Eratóstenes (275-195 A.C), director de la biblioteca de Alejandría, calculó ya con exactitud el Ecuador y probó científicamente que la tierra era redonda; se adelantó así a las doctrinas de 'Copérnico. Ello no obstante, el mundo helenístico no estaba suficientemente maduro para una revolución espacial planetaria. Sus conocimientos no trascendieron de un núcleo de sabios, porque aún no había incorporado ningún océano del mundo a su realidad existencial. Cuando César, trescientos años más tarde, conquistó, partiendo de Roma, las Galias e Inglaterra, extendióse la mirada hacia el noroeste y se alcanzó el Atlántico. Éste fue el primer paso para llegar al actual concepto espacial «Europa». Durante el primer siglo del Imperio romano, en tiempos de Nerón sobre todo, se hizo tan fuerte y notoria la conciencia de una honda transformación, que, al menos en las cabezas rectoras, cabe hablar ya de mutaciones que casi suponen una revolución Este momento histórico se hunde con el primer siglo de nuestra era y merece por ello especial consideración. El horizonte visual se dilató por los cuatro puntos cardinales. Conquistas y guerras civiles habían trastocado el espacio desde España a Persia, de Inglaterra a Egipto. Lejanas comarcas y pueblos se pusieron en relación y sintieron la unidad de un destino político común. De todas las partes del Imperio, de Germania como de Siria, de África como de Iliria, podía un general ser elevado por sus soldados a emperador. Se había cruzado el istmo de Corinto y se había circunnavegado ya Arabia por el sur. Nerón enviaba una expedición a las fuentes del Nilo. El mapamundi de Agripa y. la Geografía de Estrabón son documentos que registran esa dilatación espacial. El que la tierra tuviese la forma de una esfera no era cosa que supiesen tan sólo unos pocos astrónomos y matemáticos. Un célebre filósofo de aquel tiempo: Séneca, maestro, educador y víctima de Nerón, expresó en espléndidas frases y versos lo que podría denominarse ya sentido planetario de aquella situación. Con toda claridad dice que con viento en popa -viento de Levante en este caso- no son precisos muchos días de navegación hacia Poniente para alcanzar, desde las últimas costas de España, las Indias situadas en Oriente. En otro lugar, en su tragedia Medea, expresa en hermosos versos una singular profecía:
El cálido lndo y el frígido Araxes se tocan; beben los persas del Elba y del Rin; Tetis' desvelará nuevos orbes, y Tule no será ya el confín de la tierra ". *
He citado estos versos porque expresan el vasto sentimiento del espacio existente en el primer siglo de nuestra era. Su comienzo significa ya realmente un giro de los tiempos, al que van aparejados no sólo la conciencia de plenitud temporal, sino también la de un espacio terrestre y un horizonte planetario colmados.
Pero además, las palabras de Séneca tienden un misterioso puente hacia la Edad Moderna y la época de los descubrimientos, ya que sobrevivieron al secular oscurantismo espacial del Medievo europeo y a su vocación terrestre. Ellas transmitieron a los hombres capaces de pensar la noción de un espacio mayor y de una universalidad, contribuyendo asimismo al descubrimiento de América. Cristóbal Colón conocía, como muchos de sus contemporáneos, las palabras de Séneca y halló en ellas acicate y estímulo para su travesía, para el arriesgado viaje en que, navegando hacia Occidente, pretendía alcanzar y alcanzó las costas del Oriente. La expresión Nuevo Mundo, Novus Orbis, que Séneca empleara, fue aplicada en'1492 inmediatamente a la recién descubierta América.
*Tetis, madre de Aquiles, aparece aquí como diosa de los mares. Según otra versión se habla de Tiphys, el piloto del Argo, buque en que marcharon los argonautas al mar Negro, a la búsqueda de un tesoro de oro. • Séneca, Medea, vv. 372-379; trad. española de V. García Yebra, Gredos, Ma- drid, 1982. [N. del E
La caída del Imperio romano, la expansión del islam, las irrupciones de árabes y turcos,
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trajeron consigo la territorialización de Europa y el oscurecimiento del sentido del espacio por varios siglos. El apartamiento del mar, la falta de flota y la territorialización plena son características de la temprana Edad Media y su sistema feudal. Del 500 al año 1100, Europa se había convertido en una masa feudal agraria de territorio, cuya capa dominante, los señores feudales, abandonaba el cultivo del espíritu, incluso el leer y escribir, a la Iglesia y al clero. Señores y héroes famosos de este tiempo no sabían leer ni escribir y se ayudaban para este menester de un monje o capellán. En un Imperio marítimo no es probable que los gobernantes hubiesen podido seguir largo tiempo ignorantes, sin saber leer ni escribir, como lo fue en un complejo de poder puramente territorial y de economía basada en las tierras. Pero a consecuencia de las cruzadas, los caballeros y comerciantes franceses, ingleses y alemanes conocieron el Próximo Oriente. La expansión de la Hansa alemana y de la Orden Teutónica abrió en el norte un nuevo horizonte; surgió aquí un sistema de tráfico y de comercio que ha sido llamado la «economía mundial de la Edad Media». También este ensanchamiento del espacio fue a la vez un cambio muy profundo desde el punto de vista de la cultura. En Europa surgen por doquier nuevas formas de vida política. En Francia, Inglaterra y Sicilia se establecen administraciones centralizadas, que anuncian ya, en algunas cosas, el Estado moderno. En la Italia central y septentrional brota una nueva cultura urbana. Surgen universidades con nueva teología y ciencia jurídica hasta entonces desconocidas. El renacer del derecho romano engendra una nueva clase intelectual, los juristas, que destruye el monopolio cultural del clero, típico de la época feudal. En el nuevo período, el del gótico, un poderoso ritmo de movimiento sacude el espacio estático del arte románico precedente y le reemplaza en arquitectura, pintura y escultura por un dinámico campo de fuerzas, por un espacio en movimiento. La nave gótica es un ensamblaje en el que las diversas piezas se mantienen en equilibrio y sostienen mutuamente en virtud de su peso. Frente a las sólidas y pesadas masas de los edificios románicos, supone esto un sentido totalmente nuevo del espacio. Pero también se advierte en el arte gótico, en comparación con el espacio del templo antiguo y con el de la arquitectura renacentista posterior, la expresión de una fuerza y un movimiento peculiares, que entrañan una evolución espacial.
LA PRIMERA REVOLUCIÓN ESPACIAL PLANETARIA
Podrían hallarse aún otros ejemplos históricos, pero todos palidecen ante la más honda y trascendental transformación de la imagen planetaria del mundo de que tenemos noticia en la historia universal. Acaece en los siglos XVI y XVII, en la época del descubrimiento de América y de la primera circunnavegación de la tierra. En este periodo nace un mundo nuevo en el sentido más audaz de la palabra y la conciencia colectiva de los pueblos de Europa central y occidental primero y, finalmente, de toda la humanidad fue cambiada de raíz. Es ésta la primera revolución espacial propiamente dicha y en el más amplio sentido de la palabra, extensible a tierra y mundo. Es una revolución que no es comparable con ninguna otra. No fue una mera dilatación, singularmente amplia en términos cuantitativos, del horizonte geográfico producida a raíz del descubrimiento de nuevos continentes y de nuevos mares. Lo que se transformaba, para la conciencia colectiva de los hombres, era, más bien, la imagen global de nuestro planeta, y, más todavía, la concepción astronómica de todo el universo, con la consiguiente total eliminación de la concepciones de la Antigüedad y de la Edad Media. Por vez primera en su historia tuvo el hombre en su mano, como si fuera una bola, la esfera terrestre entera y verdadera. El hombre medieval, incluso Martín Lutero, hubiera tenido por ridícula fantasía indigna de ser tomada en serio el que la tierra fuese redonda. Ahora, la redondez de la tierra era un hecho palpable, una irrecusable experiencia y una verdad científica indiscutible. Nuestro planeta, inmóvil hasta entonces, se movía ahora alrededor del sol. Pero tampoco era eso, con ser mucho, la verdadera y más honda transformación espacial que entonces se lleva a cabo. El agrandamiento del cosmos en sí y la idea de un infinito espacio vacío fueron lo decisivo. Copérnico fue el primero que demostró científicamente que la tierra gira alrededor del sol. Su obra sobre las rotaciones de los cuerpos celestes, De revolutionibus orbium coelestium,
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aparece en 1543. Transforma así en verdad nuestro sistema solar, pero sigue manteniendo todavía, no obstante, que el universo en su conjunto, el cosmos, es un espacio limitado. El mundo, en su amplio sentido cósmico, y con él el propio concepto de espacio, no se habían alterado aún por consiguiente. Pocas décadas más tarde desaparecen estos límites. En el sistema filosófico de Giordano Bruno, nuestro sistema solar, en que la tierra se mueve como planeta alrededor del sol, es tan sólo uno de los muchos sistemas solares de la infinita bóveda estrellada. A consecuencia de los experimentos científicos de Galileo, se convirtieron tales especulaciones filosóficas en verdad demostrable matemáticamente. Kepler llegó a calcular las órbitas de los planetas, aunque él mismo se estremeciese al pensar en la infinitud de esos espacios, en que, sin límites imaginables y sin centro alguno, se mueven los sistemas planetarios. Con la teoría de Newton se consolida definitivamente para toda la Europa de la Ilustración la nueva concepción espacial. Equilibradas las fuerzas de atracción y de repulsión, los astros se mueven según las leyes de la gravedad en un infinito espacio vacío. Los hombres pueden, pues, imaginar ahora un espacio vacío, cosa que antes no podían, aunque algunos filósofos hubiesen hablado ya del «vacío». Antes, los hombres tenían miedo al vacío; sentían el llamado horror vacui. Ahora olvidan su temor y acaban por aceptar que tanto ellos como su mundo existen en el vacío. En el siglo XVIII los escritores de la Ilustración, con Voltaire a la cabeza, se sienten incluso muy orgullosos de ese concepto científicamente demostrable de un mundo suspendido en un infinito espacio vacío. Intenta, sin embargo, concebir realmente en tu imaginación un auténtico espacio vacío! Un espacio que se encuentre no sólo privado de aire, sino completamente huero de las más sutiles y volatilizadas materias. Trata de diferenciar realmente en tu pensamiento espacio y materia, de separados entre sí y de pensar en el uno sin el otro! De igual manera puedes pensar en la nada absoluta. Los escritores de la Ilustración se dieron mucho de aquel horror vacui. Pero tal vez su risa era tan sólo un explicable estremecimiento ante la nada y el vacío de la muerte, ante una concepción nihilista y, en suma, ante el nihilismo. No es posible explicar el cambio que supone la idea de un infinito espacio vacío como simple consecuencia de una mera prolongación geográfica de la tierra conocida. Es tan esencial y revolucionaria que puede decirse, por el contrario, que el descubrimiento de nuevos continentes y la circunnavegación de la tierra son simplemente aspectos y consecuencias de cambios más profundos. Sólo así podía llevar el desembarco en una isla desconocida a toda una época de descubrimientos. Varias veces habían pisado tierra americana hombres procedentes de Oriente y Occidente. Los vikingos, desde Groenlandia, hallaron, como es sabido, hacia el año 1000, la América del Norte, y los indios que halló Colón debieron llegar a América de alguna parte. Pero América no fue «descubierta», sin embargo, hasta 1492 por Colón. Los descubrimientos precolombinos ni produjeron una revolución espacial planetaria ni tuvieron parte en dicho proceso. De lo contrario, no hubieran permanecido en México los aztecas y en el Perú los incas. Un buen día hubieran hecho, mapa en mano, una visita a Europa y, en vez de que los descubriéramos, nos habrían descubierto ellos a nosotros. Una revolución espacial no se limita solamente a un desembarco en parajes hasta entonces desconocidos. Supone además una transformación de los conceptos espaciales que abarca todos los aspectos y ámbitos de la existencia humana. La prodigiosa transformación que tuvo lugar al filo de los siglos XVI y XVII permite conocer su verdadero significado. En esos siglos de cambio, las gentes de Europa imponen simultáneamente en todos los ámbitos de su genio creador un nuevo concepto espacial. La pintura del Renacimiento sustituye el espacio de la pintura gótica medieval; los pintores colocan ahora objetos y personas en un espacio, cuya perspectiva presenta un fondo vacío. Hombres y cosas están ahora y se mueven en un espacio. En comparación con la estructura espacial de un cuadro gótico esto significa, de hecho, un mundo distinto. El que los pintores vean ahora de otra manera, el que su retina haya cambiado, es para nosotros muy significativo. Los grandes pintores no son tan sólo gentes que nos muestran cosas bellas. El arte acusa en cada momento la conciencia espacial de la época, y el verdadero pintor es un hombre que ve las cosas y las personas mejor y con más exactitud que los demás hombres, con mayor exactitud sobre todo en el sentido de la realidad histórica de su tiempo. Pero no sólo en la pintura aparece un nuevo espacio. La arquitectura renacentista crea sus edificios de estructura geométrica, clásica, separados por todo un mundo de ideas del espacio gótico.
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La nueva escultura coloca las estatuas de figura humana aisladas en el espacio, en tanto que las figuras del Medievo aparecen adosadas a muros y columnas. La arquitectura barroca, por su parte, imprime de nuevo un dinámico movimiento y guarda por ello mayor cohesión con el gótico, aunque sigue manteniéndose dentro de la nueva y moderna idea de espacio, surgida con la revolución espacial, a la que ella misma contribuye decisivamente. La música toma sus melodías y armonías de los tonos antiguos y se coloca en el ámbito auditivo de nuestro llamado sistema ton al. El teatro y la ópera mueven sus personajes en el fondo vacío de un espacio escénico, que es separado mediante un telón de la sala o espacio destinado a los espectadores. Todas las corrientes intelectuales de estos dos siglos: Renacimiento, Humanismo, Reforma, Contrarreforma y Barroco han contribuido, por consiguiente, a que esta revolución espacial sea de signo total. No es excesivo afirmar que todas las esferas vitales, todas las formas de existencia, toda clase de fuerzas creadoras humanas, arte, ciencia y técnica, han participado de aquel nuevo sentido espacial. Los grandes cambios de la tierra en lo geográfico no son sino el aspecto externo de la honda transformación que expresa la trascendental palabra «revolución espacial». Todo lo que se ha caracterizado como supremacía racional del europeo y del racionalismo occidental, surge entonces con impulso irresistible. Se desarrolla en los pueblos de la Europa central y occidental, rompe las formas medievales de comunidad humana, crea nuevos estados, flotas y ejércitos, inventa nuevas máquinas, somete a los pueblos no europeos y los coloca ante el dilema de aceptar la civilización de Europa o caer en simple pueblo colonial.
LA CONQUISTA EUROPEA DEL NUEVO MUNDO
Todo ordenamiento fundamental es un ordenamiento espacial. Se habla de la constitución de un país o de un continente como de su ordenamiento fundamental, de su nomos'*, Ahora bien, el propio y verdadero ordenamiento fundamental en su esencia está basado en unas determinadas fronteras y divisiones espaciales. En dimensiones determinadas y en una determinada distribución de la tierra. Por eso el comienzo de los grandes períodos históricos va precedido de grandes conquistas territoriales. En especial, todo cambio o variación notable de la imagen de la tierra va unido a cambios políticos universales, a una nueva distribución del globo, a una nueva conquista de territorios. Una revolución espacial tan asombrosa y única como la de los siglos XVI y XVII tenía que llevar forzosamente a una conquista igualmente asombrosa y única. Los pueblos europeos, ante quienes se abrieron entonces nuevos espacios sin límites visibles y que se desparramaron en ellos, trataban a los pueblos y países no europeos y no cristianos que descubrían como bienes sin dueño, pertenecientes al primer ocupante europeo. Todos los conquistadores, tanto católicos como protestantes, invocaron para justificarse la misión de propagar el cristianismo entre los pueblos no cristianos. Esto bien podía haberse intentado también sin conquista y sin saqueos. Pero no había otra legitimación ni argumento. Algunos frailes, como el teólogo español Francisco de Vitoria, en sus lecciones sobre los indios",
*El sustantivo griego nomos deriva del verbo griego nemein y posee, como
éste, tres significados. Nemein, en primer lugar, tiene el mismo significado que el tér- mino alemán nehmen, «tomar, conquistar»; por tanto nomas significa en primer lugar «toma de posesión, conquista» (Nahme). Como, por ejemplo, de la misma forma que
en griego legein-logos corresponden a los alemanes sprecben-Sprache (hablar-lengua- je), los términos griegos nemein-nomos corresponden a los alemanes nehmen-Nahrne. La toma de posesión es al principio «conquista de la tierra» (Landnahme) y más tarde
también «conquista del mar» (Seenahme) -sobre la que se habla ampliamente en nues-
tra reflexión sobre la historia universal-, mientras que en el ámbito industrial se habla de la «conquista de la industria» (Industrienahme), es decir, la conquista de los medios
industriales de producción. En segundo lugar, nemein significa «dividir» (teilen) y «dis- tribuir» (verteilen) aquello de lo que se ha tomado posesión. El nomos, consiguiente-
mente, es, en segundo lugar, el modo fundamental de división y distribución del terre-
no, así como del ordenamiento de la propiedad basado en ello. El tercer significado de nemein es «pastar» (weiden), es decir, el uso, el cultivo y la explotación del terreno
obtenido mediante la división, por tanto, la producción y consumo. «Tomar», «dividir»
y «explotar» son, en este orden, los tres conceptos fundamentales de todo ordena-
51
miento concreto. Especificaciones ulteriores sobre el significado de nomos se encuen-
tran en el volumen Der Nomos der Erde, Greven, K61n, 1950; 2." edición,
expusieron que el derecho de los pueblos sobre su suelo es independiente de sus creencias religiosas y defendieron, con asombrosa franqueza, los derechos de los indios. Ello no varía en un punto el aspecto histórico general de la conquista europea. Más tarde, en los siglos XVIII y XIX, la tarea de la misión cristiana se convirtió en la tarea de extender la civilización europea a los pueblos no civilizados. De tales legitimaciones surgió un derecho internacional cristiano-europeo, es decir, el de una comunidad de pueblos cristianos de Europa contrapuesta al resto del mundo. Formaron éstos una «familia de naciones», un orden interestatal. Su derecho de gentes se basaba en la diferenciación entre pueblos cristianos y no cristianos o, un siglo más tarde, entre pueblos civilizados (en el sentido cristiano-europeo) y no civilizados.
Un pueblo no civilizado, en tal sentido, no podía ser miembro de aquella comunidad jurídica internacional; no era sujeto, sino simple objeto de aquel derecho internacional; es decir, pertenecía como colonia o protectorado colonial a las posesiones de uno de esos pueblos civilizados.
Por supuesto que no has de imaginar la «comunidad de pueblos cristiano-europeos» como rebaño de pacíficas ovejas. Mantuvieron entre sí sangrientas guerras. Pero eso no excluye el hecho histórico de una comunidad y un orden cristiano-europeo civilizado. La historia universal es una historia de conquistas territoriales y en cada conquista no siempre se han entendido los conquistadores entre sí, sino que han disputado a menudo y, a menudo también, en sangrientas luchas fratricidas. Los conquistadores tenían, sin embargo, entre sí, frente a los antiguos poseedores y a terceros extraños, una causa común. Luchas intestinas, guerras fratricidas y guerras civiles son, como es sabido, las más cruentas de todas las luchas. Esto rige de ordinario en las conquistas en común. Y las guerras son tanto más duras cuanto más valioso es el objeto de la lucha. Se trataba aquí de la conquista de un mundo nuevo. En Florida, por ejemplo, durante el siglo XVI, se mataron ferozmente durante años españoles y franceses, sin respetar a mujeres y niños. Españoles e ingleses sostuvieron una encarnizada, centenaria guerra, en la que pareció alcanzar su más alto grado la brutal enemistad que los hombres son capaces de tener entre sí. No sintieron algunos de estos pueblos escrúpulo alguno en utilizar a no europeos, indios o musulmanes, como auxiliares declarados o encubiertos e incluso como aliados. . El comienzo de las hostilidades era siempre tremendo: se calificaban mutuamente de asesinos, ladrones, piratas y violadores de mujeres. Un solo reproche omitían, que era empleado con singular predilección contra los indios: entre europeos-cristianos no se echaban en cara la antropofagia. Por lo demás, nada faltó en el léxico de su encarnizada y mortal enemistad. Todo esto desaparecía, sin embargo, ante el hecho predominante de la común conquista europea del Nuevo Mundo. El sentido y la esencia del derecho internacional cristiano-europeo, su ordenamiento fundamental radican precisamente en el reparto de las nuevas tierras Los pueblos de Europa estaban de acuerdo, sin excesivas consideraciones metódicas, en considerar el territorio no europeo como suelo colonial, es decir, como objeto de conquista y explotación. Este aspecto del desarrollo histórico es tan importante que la época de los descubrimientos puede ser considerada igualmente, y acaso con mayor exactitud, como la época de las conquistas europeas de tierra. «La guerra une -dice Heráclito- y el derecho es lucha» ". *
* Relectiones de Indis recenter inventis et de jure belli Hispanorum in barbaros (1539), en Relationes tbeologicae XII, apud Iacobum Boyerium, Lugduni, 1557; trad. castellana La libertad de los indios, CSIC, Madrid, 1967. [N. del E.] *Heráclito, 22 80,enLos filósofos presocráticos 1, trad. y ed. de C. Eggers Lan y V. E. Juliá, Gredos, Madrid, 1981. [N. del E.]
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“El despertar del hombre laico” Ernesto Sábato (2001): “El despertar el hombre laico”, Hombres. Argentina, s.d.e.
Cuando por primera vez estudié la historia
mundial, en el colegio secundario, fui
sorprendido por las extrañas virtudes del
ejército turco, que más o menos se
sintetizaban así: en 1453 tomaba a
Constantinopla y ponía fin, de tal manera, a
la Edad Media; inmediatamente, una
cantidad de señores se ponían a refutar
Aristóteles con pesas que caían de una torre
y planos inclinados, o mirando a través del
tubo de un telescopio.
Esta doctrina sobre las propiedades del
ejército turco es bastante popular y, aunque
no sea con tal nitidez, figura en muchos
textos escolares. Y hasta tal punto domina
en la enseñanza que al doblar el cabo del
año 1453 se pasa a otro volumen y a otro
año de estudios.
Cuando ya de grande me interesé por la
historia de la ciencia, encontré que en
aquella época tenebrosa que antecedió a la
caída de Constantinopla los europeos
habían inventado o reinventado la pólvora,
la imprenta, las armas de fuego, la brújula,
la pintura al óleo, las catedrales, el molino
de viento, el molino de agua, las lentes, el
tim6n, la esclusa, la forja de fuelle, la
medicina y la cirugía, el reloj mecánico, los
fundamentos de la ciencia experimental, los
vitrales, los esmaltes, los mapas mate-
máticos, la navegación de altura, la
industria de los tejidos y del vidrio.
¿Quiénes habían elaborado todo eso?
En general, es peligroso cortar la historia en
pedazos. Pero, si debemos buscar el viraje
que originó nuestra civilización, hay que
buscarlo en la época de las Cruzadas. Es
ahí, en las comunas burguesas, donde
verdaderamente se inician los Tiempos
Modernos, con una nueva concepción del
hombre y su destino.
Entre el derrumbe del Imperio Romano y el
despertar del siglo XII el mundo occidental
se sume en lo que propiamente debería
llamarse «edad media». El hombre se
sumerge en los valores espirituales y sólo
vive para Dios: el dinero y la razón emigran
hacia mejores territorios, refugiándose en
Bizancio, en el imperio musulmán, entre los
judíos. Bajo la doble presión de la ética
cristiana y del aislamiento militar, el
hombre de Occidente renunció durante seis
siglos a las dos potencias que mejor parecen
representar los halagos de la materia y del
pensamiento, la tentación del espíritu
mundano.
Es difícil precisar por qué despierta
Occidente. Lo que sucede es el resultado de
infinitos factores, desde una ética hasta la
belleza de una mujer, desde una estructura
económica hasta el poder de convicción de
un fanático a caballo. Es muy difícil, y a
menudo muy bizantino, establecer las
causas últimas de un acontecer histórico;
parece mejor tomar el hecho en su totalidad,
como una estructura cerrada. Hacia la época
de las Cruzadas comienza el despertar de
Occidente, gracias a un conjunto de factores
concomitantes: el debilitamiento del poder
musulmán, la relativa tranquilidad de las
ciudades después de tantos siglos de lucha y
destrucción, la pérdida de las esperanzas en
el advenimiento del reino de Dios sobre la
tierra, la reapertura del comercio
mediterráneo. ¿Cuál de todos ellos es el
factor último? No es fácil discriminarlo.
Pero en cambio es fácil advertir que debajo
de todos ellos actúan dos fuerzas
fundamentales: la razón y el dinero.
El levantamiento de la razón comienza en el
seno de la teología hacia el siglo XI, con
Berengario de Tours. San Pedro Damián
combate esta tentativa, manifestando su
desconfianza por la ciencia y la filosofía,
poniendo en duda la validez de las leyes del
pensamiento y, en particular, la validez
absoluta del principio de contradicción, que
aunque rige en el mundo de lo finito -
afirma- no rige para el ser divino.
53
La polémica se agudiza con Abelardo,
quien sostiene que no se debe creer sin
pruebas: sólo la razón debe decidir en pro o
en contra. Es silenciado por San Bernardo,
pero representa, en pleno siglo XII, el
heraldo de los tiempos nuevos, en que la
inteligencia, ya desenfrenada, no
reconocerá otra soberanía que la de la
razón. «¡Oh, Jesús! –exclamará un teólogo
en estado de embriaguez racionalista-
¡Cuánto he reforzado y ensalzado Tu doc-
trina! En verdad, si fuera Tu enemigo,
podría invalidarla y refutarla con
argumentos todavía más poderosos.»
Pero para que esa soberanía de la razón se
estableciera, era menester el afianzamiento
de su aliado el dinero. Entonces, toda la
gigantesca estructura de la Iglesia y de la
Feudalidad se vendrá abajo.
El dinero había aumentado silenciosamente
su poderío en las comunas italianas desde
las Cruzadas. La Primera Cruzada, la
Cruzada por antonomasia; fue la obra de la
fe cristiana y del espíritu de aventura de un
mundo caballeresco, algo grande y
romántico, ajeno a la idea de lucro. Pero la
historia es tortuosa y era el destino de este
ejército señorial servir casi exclusivamente
al resurgimiento mercantil de Europa: no se
conservaron ni el Santo Sepulcro ni
Constantinopla, pero se reiniciaron las rutas
comerciales con Oriente. Las Cruzadas
promovieron el lujo y la riqueza y, con
ellos, el ocio propicio a la meditación
profana, el humanismo, la admiración por
las ciudades de la antigüedad.
Así comenzó el poderío de las comunas
italianas y de la clase burguesa. Durante los
siglos XII y XIII, esta clase triunfa por
todos lados. Sus luchas y su ascenso provo-
caron transformaciones de tan largo alcance
que hoy sentimos sus últimas
consecuencias. Ya que nuestra crisis es la
reducción al absurdo de aquella irrupción
de la clase mercantil.
Del naturalismo a la máquina
Al despertar del largo ensueño del
Medioevo, el hombre redescubre al mundo
natural y al hombre natural, el paisaje y su
propio cuerpo. Su realidad será ahora
secular y profana, o tenderá a serlo cada vez
más, pues una visión del mundo no cambia
instantáneamente. Pero lo que importa es
ver las líneas de fuerza que ocultamente
empiezan a dirigir la orientación de una
sociedad, la inquietud de sus hombres, la
dirección de sus miradas; sólo así puede
saberse lo que va a acontecer visiblemente
varios siglos después. La profanidad de
Rafael no se explica sin esa oculta tensión
de las líneas de fuerza que empiezan a
actuar en el siglo XII. Entre un Giotto y un
Rafael -comienzo y fin de un proceso- hay
toda la distancia que media entre un
pequeño burgués profundamente cristiano,
todavía sumergido hasta la cintura en la
Edad Media, y un artista mundano,
emancipado de toda religiosidad.
La vuelta a la naturaleza es un rasgo
esencial de los comienzos renacentistas y se
manifiesta tanto en el lenguaje popular
como en las artes plásticas, en la literatura
satírica como en la ciencia experimental.
Los pintores y escultores descubren el
paisaje y el desnudo. Y en el
redescubrimiento del desnudo no sólo
influye la tendencia general hacia la
naturaleza, sino el auge de los estudios
anatómicos y el espíritu igualitario de la
pequeña burguesía: porque el desnudo,
como la muerte, es democrático.
La primera actitud del hombre hacia a
naturaleza fue de candoroso amor, como en
San Francisco. Pero dice Max Scheler, amar
y dominar son dos actitudes comple-
mentarias y a ese amor desinteresado y
panteístico siguió el deseo de dominaci6n,
que había de caracterizar al hombre
moderno. De este deseo nace la ciencia
positiva, que no es ya mero conocimiento
contemplativo, sino el instrumento para la
dominación del universo. Actitud arrogante
que termina con la hegemonía teológica,
libera a la filosofía y enfrenta a la ciencia
con el libro sagrado.
54
El hombre secularizado -animal
instrumenticum- lanza finalmente la
máquina contra la naturaleza, para
conquistarla. Pero dialécticamente ella
terminará dominando a su creador.
El diablo reemplaza a la metafísica
El fundamento del mundo feudal era la
tierra; como consecuencia, esta sociedad es
estática, conservadora y espacial. En
cambio, el fundamento del mundo moderno
es la ciudad; la sociedad resultante es
dinámica, liberal y temporal. En este nuevo
orden prevalece el tiempo sobre el espacio,
porque la ciudad está dominada por el
dinero y la razón, fuerzas móviles por
excelencia. La dinámica es una rama
moderna de la física, contemporánea de la
industria y de la balística del Renacimiento;
los antiguos sólo habían desarrollado la
estática.
La característica de la nueva sociedad es la
cantidad. El mundo feudal era un mundo
cualitativo: el tiempo no se medía, se vivía
en términos de eternidad y el tiempo era el
natural de los pastores, del despertar y del
descanso, del hambre y del comer, del amor
y del crecimiento de los hijos, el pulso de la
eternidad; era un tiempo cualitativo, el que
corresponde a una comunidad que no
conoce el dinero.
Tampoco se medía el espacio, y las
dimensiones de las figuras en una
ilustración no correspondían a las distancias
ni a la perspectiva: eran expresión de la
jerarquía. . Pero cuando irrumpe la
mentalidad utilitaria, todo se cuantifica. En
una sociedad en que el simple transcurso
del tiempo multiplica los ducados, en que
«el tiempo es oro», es natural que se lo
mida, y que se mida minuciosamente.
Desde el siglo XV los relojes mecánicos
invaden a Europa y el tiempo se convierte
en una entidad abstracta y objetiva,
numéricamente divisible. Habrá que llegar
hasta la novela actual para que el viejo
tiempo intuitivo sea recuperado por el
hombre.
El espacio también se cuantifica. La
empresa que fleta un barco cargado de
valiosas mercancías no va a confiar en esos
dibujos de una ecumene rodeada de grifos y
sirenas: necesita cartógrafos, no poetas. El
artillero que debe atacar una plaza fuerte
necesita que el matemático le calcule el
ángulo de tiro. El ingeniero civil que cons-
truye canales y diques, máquinas de hilar y
de tejer, bombas para minas; el constructor
de barcos, el cambista, el ingeniero militar,
todos ellos tienen necesidad de matemática
y de un espacio cuadriculado.
El artista de aquel tiempo surge del artesano
–en realidad es la misma persona- y es
lógico que lleve al arte sus preocupaciones
técnicas. Piero della Francesca, creador de
la geometría descriptiva, introduce la
perspectiva en la pintura. Entusiasmados
con la novedad, los pintores italianos
comienzan a emplear una perspectiva abun-
dante y muy visible, como nuevos ricos de
este arte geométrico. El viejo Ucello se
extasía tanto ante el invento, que su mujer
tiene que reclamarlo repetidas veces para la
comida. Leonardo escribe en su Tratado:
«Dispón luego las figuras de hombres
vestidos o desnudos de la manera que te has
propuesto hacer efectiva, sometiendo a la
perspectiva las magnitudes y medidas, para
que ningún detalle de tu trabajo resulte
contrario a lo que aconsejan la razón y los
efectos naturales.» Y en otro aforismo
agrega: «La perspectiva, por consiguiente,
debe ocupar el primer puesto entre todos los
discursos y disciplinas del hombre. En su
dominio, la línea luminosa se combina con
las variedades de la demostración y se
adorna gloriosamente con las flores de las
matemáticas y más aún con las de la
física.»
Según Alberti, el artista es ante todo un
matemático, un técnico, un investigador de
la naturaleza.
Y así, también, irrumpe la proporción. El
intercambio comercial de las ciudades
italianas con Oriente facilitó el retorno de
las ideas pitagóricas, que habían sido
corrientes en la arquitectura romana. Pero
55
es con la emigración de los eruditos griegos
de Constantinopla cuando en Italia
comienza el real resurgimiento de Platón y,
a través de él, de Pitágoras. Cosimo recoge
a los sabios y él mismo sigue sus
enseñanzas en la Academia de Florencia.
De este modo, el misticismo numerológico
de Pitágoras celebra matrimonio con el de
los florines, ya que la aritmética regía - por
igual el mundo de los poliedros y el de los
negocios. Con razón sostiene Simmel que
los negocios introdujeron en Occidente el
concepto de exactitud numérica, que será la
condición del desarrollo científico. El viejo
tirano dejaba su:; múltiples preocupaciones
para asistir, embelesado, a las discusiones
académicas; y, por un complicado
mecanismo, Sócrates lo aliviaba del último
envenenado. Lo mismo, más tarde, su nieto
Lorenzo: «Sin Platón, me sentiría incapaz
de ser buen ciudadano y buen cristiano»,
aforismo paradojal que no le impedía
degollar o ahorcar a sus enemigos políticos.
Nada muestra mejor el espíritu del tiempo
que las obras de Luca Pacioli, especie de
almacén en que se encuentran desde los
inevitables elogios al Duque hasta las
proporciones del cuerpo humano, desde
contabilidad por partida doble hasta la
trascendencia metafísica de la Divina
Proporción: «Esta nuestra proporción, oh
excelso Duque, es tan digna de prerrogativa
y excelencia como la que más, con respecto
a su infinita potencia, puesto que sin su
conocimiento muchísimas cosas muy
dignas de admiración, ni en filosofía ni en
otra ciencia alguna, podrían venir a luz.»
Sucesivamente la califica de divina
exquisita, inefable, singular, esencial,
admirable, innominable, inestimable,
excelsa, suprema, excelentísima,
incomprensible y dignísima. Parece como si
hablara del propio Duque de Milán.
Este concepto pitagórico tuvo influencia en
casi todos los artistas de] Renacimiento
italiano, así como en Durero. Pero también
se extendió al campo de las ciencias, como
puede observarse en los trabajos de
Cardano, Tartaglia y Stevin. Finalmente,
reaparece. en la mística de la armonía
kepleriana y en las hipótesis estético-
metafísicas que sirvieron de base a las
investigaciones de Galileo. Porque los que
piensan que los hombres de ciencia
investigan sin prejuicios estético-
metafísicos tienen una idea bastante
singular de lo que es la investigación cien-
tífica.
Este es el hombre moderno. Conoce las
fuerzas que gobiernan al mundo, las tiene a
su servicio, es el dios de la tierra: es el
diablo. Su lema es: todo puede hacerse. Sus
armas son el oro y la inteligencia. Su
procedimiento es el cálculo.
Jacobo Loredano asienta en su Libro
Mayor: «Al Dux Foscari, por la muerte de
mi hijo y de mi tío.» Después de haber
eliminado a Foscari y a su hijo, agrega:
«Pagado.» Gianozzo Minnetti ve en Dios
algo así como el maestro d’uno traffico.
Villani considera que las donaciones y
limosnas son una forma contractual de
asegurarse la ayuda divina. Inocencio VIII
instaura un banco de indulgencias, en donde
se venden absoluciones por asesinatos. Esta
mentalidad calculadora de los mercaderes
se extiende en todas direcciones. Empieza
por dominar la navegación, la arquitectura y
la industria. Con las armas de fuego invade
el arte de la guerra, a través de la balística y
la fortificación. Se desvalorizan la lanza y
la espada del caballero, a la bravura
individual del señor a caballo sucede /a
eficacia del ejército mercenario.
A estos ingenieros no les interesa la Causa
Primera. El saber técnico toma el lugar de
la preocupación metafísica, la eficacia y la
precisión reemplazan a la angustia religiosa.
Para juzgar hasta qué punto esto es en
esencia del espíritu burgués, véase la crítica
que Valéry hace a la metafísica en
Leonardo y los filósofos: aunque falaz, es la
misma que hace Leonardo, la misma que
hacen los pragmatistas y positivistas, esos
ingenieros de la filosofía.
La mentalidad calculadora invade
finalmente la política: Maquiavelo es el
56
ingeniero del poder estatal. Se impone una
concepción dinámica e inescrupulosa, que
no reconoce honor, ni derechos de sangre,
ni tradición. ¡Qué lejos estamos de aquella
cristiandad unida en su fe contra los
infieles! El papa Alejandro VI intenta la
alianza de los turcos contra los venecianos.
Las dinastías se levantan y se liquidan
mediante el puñal de asesinos a sueldo, a
tantos ducados por cabeza. El poder es el
ídolo máximo y no hay fuerzas que puedan
impedir el desarrollo de los planes
humanos. Leonardo, en sus laboriosas
noches del hospital Santa María, inclinado
sobre el pecho abierto de los cadáveres,
busca el secreto de la vida y de la muerte,
quiere ver cómo Dios crea seres vivos,
ansía suplantarlo, exclama: «Voglio fare
miracoli!»
Complejidad y drama del hombre
renacentista
Estamos hablando de las fuerzas
dominantes, pero es necesario que ahora
consideremos las contrafuerzas. El
Renacimiento, como cualquier época, sólo
puede ser profundamente juzgado si se lo
piensa como la lucha y la síntesis de fuerzas
encontradas. La afirmación (provisoria y
parcial) de que el Renacimiento es un
proceso de secularización no implica negar
el misticismo de Savonarola, o de Miguel
Ángel. Bastaría sentir por un instante, en el
Palazzo del Bargello, la tierna y
estremecida actitud del San Giovannino, de
Donatello, para comprender hasta qué punto
es trivial aquella creencia sobre la mera
profanidad del Renacimiento.
Una doctrina no traduce unívocamente una
época, sino se forma de manera compleja;
en parte por el desarrollo autónomo y
puramente intelectual de las ideas anteriores
-por o en contra de esas ideas-, en parte
como manifestación del espíritu de su
tiempo. Y también esto de manera
polémica: al espíritu religioso de la Edad
Media sucede el espíritu profano de la
burguesía; pero, al asumir éste sus formas
más groseras, suscita la reacción mística de
Savonarola. Artistas como Miguel Angel y
Botticelli fueron intensamente conmovidos
por esta reacción y no sólo no contradicen
la profanidad del Renacimiento, sino que
son su consecuencia.
Por eso es falso afirmar que «el
Renacimiento es una vuelta a la
antigüedad». La historia no retorna jamás.
Lo que hay es un retorno de ciertas
características del espíritu greca-latino, en
la medida en que también había sido un
espíritu ciudadano, el producto de una
cultura de ciudades, una civilizaci6n.
Más las ciudades renacentistas eran
ciudades distintas a las antiguas y bastaría
la sola existencia del cristianismo para
diferenciar radicalmente esta nueva
civilización de la antigua. ¿Cómo sería
posible comparar el realismo de un espíritu
cristiano como Donatello con el realismo de
un escultor griego?
La importancia del cristianismo se revela
hasta en aquella actividad del espíritu que,
por su naturaleza, parece más alejada: la
ciencia positiva. Mucho se sorprenderían
los anticlericales de barrio si se les dijese
que la ciencia occidental nació gracias a la
Iglesia, y no obstante es así. .
Creo posible explicar aquel proceso de la
siguiente manera:
Durante la Edad Media, la Iglesia está
caracterizada por dos temas: el dogma y la
abstracción. La burguesía aparece
caracterizada por los dos temas
contrapuestos: la libertad y el realismo.
Entre los clérigos y los burgueses están los
humanistas. El sentido naturalista, concreto,
vivo del humanismo, frente a la aridez
escolástica, lo hace un aliado de la
burguesía: con su paganismo, conmueve los
fundamentos de la Iglesia, es
revolucionario, ayuda al ascenso de la
nueva clase; los dos temas de la burguesía -
libertad y realismo- son los suyos propios; y
no es extraño, en consecuencia, que la
mayor parte de los humanistas proviniesen
de la clase mercantil. Al otorgar a los
57
escritos de los antiguos tanto valor como a
la Biblia, el cristianismo se hizo
irreconocible en estos hombres; la
yuxtaposición de ambos cultos tenía que
conducir a la indiferencia y finalmente al
ataque de la moral cristiana y de las
instituciones eclesiásticas, paso que dio
Lorenzo Valla, esa especie de protestante
avant la lettre. Pero en el momento en que
el humanismo se extasía con la antigüedad,
en el momento en que hace de su culto un
juego cortesano y exquisito, se vuelve
conservador y reaccionario: técnicos como
Leonardo, los hombres que mejor
representan el espíritu de la modernidad,
mirarán como a charlatanes a los señores
que se pasaban el día discutiendo en la
Academia, a esos pedantes que habían
vuelto la espalda al lenguaje popular para
entregarse a la vana resurrección del latín, a
esos presuntuosos que habían dejado de
llamarse Fortiguerra o Wolfgang Schenk
para convertirse, grandiosamente, en
Carteromachus y Lupambulus Ganimedes.
De esta manera, el humanismo pasa del
tema de la libertad al tema del dogma, al
dogma de la antigüedad. Y de la revolución
pasa a la reacción.
En cuanto al burgués, había insurgido como
realista, preocupándose solamente por lo
que tenía delante de las narices,
desconfiando de toda suerte de
abstracciones. Pero con palancas y ruedas
no se hace 1a ciencia moderna: es necesario
unir los hechos en un esquema racional y
abstracto. Por eso, paradojalmente, la
ciencia positiva no pudo surgir sin la ayuda
de la Iglesia, pues mientras su faz técnica y
utilitaria proviene de la burguesía, su lado
teórico, la idea de una racionalidad del
Universo (sin la cual ninguna ciencia es
posible) proviene de la escolástica. De este
modo, apenas la burguesía ha llegado a la
etapa de la ciencia, hace suyo el tema de la
abstracción, que caracterizaba a la
escolástica, pero lo instrumenta a su modo,
uniéndolo al saber concreto y utilitario,
entrelazándolo a los poderes temporales de
la máquina y el capitalismo y, a través del
número, al tema de la belleza en la
proporción, que era típico del humanismo.
Y así, en este fugaz reinado pitagórico,
oímos la última parte de una compleja
partitura, en que todos los temas iniciales
aparecen complicados y entrelazados de tal
manera que apenas puede distinguirse a
Platón de Aristóteles, a las preocupaciones
prácticas de las metafísicas, a la aridez
escolástica de la intuición concreta.
Pero esto no es todo. Además del
cristianismo, hay dos fuerzas que
complican aún más el proceso renacentista.
Como dice Jung, el proceso cultural
consiste en una dominación progresiva de
lo animal en el hombre, un proceso de
domesticación que no puede llevarse a cabo
sin rebeldía por parte de la naturaleza
animal, ansiosa de libertad. De tiempo en
tiempo, una especie de embriaguez acomete
a la humanidad, que ha ido entrando por las
vías de la cultura. La antigüedad
experimentó esa embriaguez en las orgías
dionisíacas, desbordadas de Oriente, y que
constituyeron un elemento esencial y
característico de la cultura clásica. Según la
ley ya establecida por Heráclito de la
enantiodromía, o contracorriente, todo
marcha hacia su contrario, y a la orgía
dionisíaca tenía que seguir, fatalmente, el
ideal estoico y luego el ascetismo de Mitra
y de Cristo; hasta que, con el Renacimiento,
un nuevo tumultuoso y adolescente
entusiasmo intenta el dominio del espíritu
humano.
Este espíritu dionisíaco explica la
duplicidad de muchos grandes hombres del
Renacimiento, que en ciertos casos llevará
hasta la neurosis. Un ejemplo sencillo lo
tenemos en la ciencia: ni Leonardo, ni
ninguno de los precursores, tuvieron una
idea sistemática de la racionalidad. En todo
el Renacimiento se asiste a una lucha entre
la magia y la ciencia, entre el deseo de
violar el orden natural - ¡Y qué sexual es
hasta la misma expresión! y la convicción
de que el poder sólo puede adquirirse en el
respeto de ese orden. En uno de sus
58
aforismos, dice Leonardo: «La naturaleza
no quebranta jamás sus leyes»; pero en uno
de sus arrebatos demiúrgicos, exclama con
soberbia: «¡Quiero hacer milagros! » Es
probable que su conciencia pensara en ese
instante en milagros «científicos), pero es
seguro que su inconsciencia soñaba con
milagros genuinos. El Renacimiento está
saturado de brujerías. La obra de los
alquimistas y astrólogos es eminentemente
renacentista, y no poco de la química y de
la astrología de nuestro tiempo tiene origen
en aquellas desaforadas investigaciones. El
Renacimiento es demoníaco, por lo mismo
que busca el dominio de la tierra. Roger
Bacon, el doctor mirabilis, padre de nuestra
ciencia experimental, era tenido por un
poderoso mago: condensando el aire, había
construido un puente de treinta millas entre
Inglaterra y el continente, y por él había
pasado con toda su comitiva,
desvaneciéndolo detrás de sí.
Con el arte pasan cosas similares: la
duplicidad del espíritu renacentista nos
explica esa especie de insatisfacción
neurótica que nos parece intuir en la obra de
tantos artistas renacentistas, y quizá en los
más grandes: ya en la angustiosa y
romántica escultura de Miguel Ángel, como
en la melancólica pintura de Botticelli.
Como ha señalado Berdiaeff, el' hombre
occidental ya no podía volver ingenuamente
a la naturaleza, en el estado de ánimo del
griego, porque de por medio estaba el
cristianismo; y así, mientras los antiguos
lograron la perfección en el arte, el
Renacimiento sufrió siempre los efectos de
ese radical desdoblamiento del espíritu:
ímpetu profano, herencia cristiana. En los
hombres del cuatrocientos se siente la
añoranza por la perfección clásica, que ya
nunca más será alcanzable: la disociación
que la conciencia cristiana ha establecido
entre la vida divina y la terrena, entre lo
eterno y lo perecedero, no podrá ser
superada más en el curso de nuestra
historia.
Esa disociación es más intensa en los países
germánicos que en Italia, porque éste era un
país antiguo, y no es asombroso que en ella
hasta los mismos papas hayan sucumbido a
la actitud profana. La irrupción gótica es la
otra y potente fuerza de la modernidad,
fuerza que ya oculta, ya aparente, hará que
el conflicto básico de nuestra civilización
sea más dramático, hasta terminar primero
con la rebelión protestante y más tarde con
la rebelión romántica y existencial. En la
arquitectura gótica, angustiosamente
estirada hacia arriba, incapaz de la medida y
de la perfección grecolatina, ve Berdiaeff la
materialización de ese conflicto del alma
europea, de ese carácter de imposible que es
el rasgo característico de toda la cultura
cristiana.
En suma, si por Renacimiento
consideramos no el mero, estrecho y falso
concepto de los humanistas, sino el
comienzo de los tiempos modernos, hay
que tomarlo como el despertar del hombre
profano, pero en un mundo profundamente
transformado por lo gótico y lo cristiano.
Como una civilización que
simultáneamente produce palacios en estilo
antiguo y catedrales góticas, pequeños
burgueses anticlericales como Valla y
espíritus religiosos como Miguel Ángel,
literatura realista y satírica como Boccaccio
y un vasto drama cristiano como La Divina
Comedia. Olvidemos de una vez por todas
las viejas fórmulas de los humanistas, para
quienes el Renacimiento no era sino una
vuelta a la antigüedad, como si jamás
semejante milagro se hubiera producido;
olvidemos sus teorías sobre la aberración
del arte gótico y pensemos que justamente
fueron las catedrales góticas el corazón de
muchísimas comunas burguesas que se
desarrollaron a partir de la primera
Cruzada. Sólo podremos entender la
complejidad del Renacimiento y el
dramático dualismo de nuestro tiempo si
admitimos que ese tiempo nuestro nació
como interacción de los pueblos de distinta
raza y tradición. Italia nunca perdió del todo
la noción de ser un pueblo antiguo, ni
olvidó jamás el esplendor grecolatino, que
perduraba en las ruinas de sus foros, en sus
59
acueductos y estatuas semiderruidas; y así
como muchos soñamos con los
irrecuperables instantes de la infancia, así
los italianos imaginaban que de ese
melancólico universo de ruinas podía
realmente resurgir el portentoso pasado. En
tanto que en aquellas ciudades nórdicas,
formadas en torno de las fortalezas
feudales, el surgimiento de la nueva
civilización se iba a realizar con atributos
más bárbaros y modernos, en ciudades
esencialmente mercantiles, con las más
típicas características del capitalismo
moderno. Pero, al mismo tiempo,
paradojalmente en apariencia, serían la cuna
de las reacciones más vio lentas contra la
nueva civilización: el romanticismo y el
existencialismo.
60
Fragmento del Discurso del método. René Descartes.
En el siguiente fragmento del Discurso del método, René Descartes analiza detalladamente los
cuatro preceptos fundamentales que, según él, debían regir el método de análisis filosófico.
Segunda parte.
Había estudiado un poco, cuando era más joven, de entre las partes de la filosofía, la lógica, y
de las matemáticas, el análisis de los geómetras y el álgebra, tres artes o ciencias que al
parecer debían contribuir en algo a mi propósito. Pero, al examinarlas atentamente, advertí
con relación a la lógica que sus silogismos y la mayor parte de sus preceptos sirven más para
explicar a otro cuestiones ya sabidas o incluso, como el arte de Lulio, para hablar sin juicio de
las que se ignoran, que para investigar las que desconocemos. Y si bien contiene, en efecto,
muchos preceptos que son muy buenos y verdaderos, hay sin embargo, mezclados con ellos,
tantos otros perjudiciales o bien superfluos, que es casi tan difícil separarlos como sacar una
Diana o una Minerva de un bloque de mármol en el que ni siquiera hay algo esbozado. En lo
que concierne, por otra parte, al análisis de los antiguos y al álgebra de los modernos, además
de que no se refieren sino a materias muy abstractas, que parecen carecer de todo uso, el
primero está siempre tan circunscrito a la consideración de las figuras, que no permite
ejercitar el entendimiento sin fatigar excesivamente la imaginación; y en la segunda, hay que
sujetarse tanto a ciertas reglas y cifras, que se ha convertido en un arte confuso y oscuro,
bueno para enredar el ingenio, en lugar de una ciencia que lo cultive. Tal fue la causa por la
que pensé que había que buscar algún otro método que, reuniendo las ventajas de los otros
tres, estuviera exento de sus defectos. Y como la multiplicidad de leyes a menudo sirve de
excusa para los vicios, de tal forma que un Estado está mucho mejor regido cuando no existen
más que unas pocas, pero muy estrictamente observadas, así también, en lugar del gran
número de preceptos de los que la lógica está repleta, estimé que tendría suficiente con los
cuatro siguientes, con tal de que tomase la firme y constante resolución de no dejar de
observarlos ni una sola vez.
El primero consistía en no admitir jamás cosa alguna como verdadera sin haber conocido con
evidencia que así era; es decir, evitar con sumo cuidado la precipitación y la prevención, y no
admitir en mis juicios nada más que lo que se presentase tan clara y distintamente a mi
espíritu, que no tuviese motivo alguno para ponerlo en duda.
El segundo, en dividir cada una de las dificultades a examinar en tantas partes como fuera
posible y necesario para su mejor solución.
El tercero, en conducir con orden mis pensamientos, empezando por los objetos más simples
y más fáciles de conocer, para ascender poco a poco, gradualmente, hasta el conocimiento de
los más complejos, y suponiendo incluso un orden entre aquéllos que no se preceden
naturalmente unos a otros.
Y el último, en hacer en todas enumeraciones tan completas y revisiones tan amplias, que
llegase a estar seguro de no haber omitido nada.
Fuente: Descartes, René. Discurso del método. Estudio preliminar, traducción y notas de
Eduardo Bello Reguera. Madrid: Editorial Tecnos, 1987.
61
Breve Historia del Mundo. Ernst Gombrich (anterior al artículo precedente)
“LA VERDADERA EDAD MODERNA”
Si pudieras hablar con una persona que hubiera vivido en el tiempo en que los turcos sitiaron
Viena, te llevarías una gran sorpresa por su manera de hablar alemán, por el gran número de
palabras francesas y latinas utilizadas por ella, por el complicado y retorcido amaneramiento y
formalismo de sus expresiones, por el modo en que se inclinaría ceremoniosamente y por
como ensartaría con cualquier motivo una cita en latín cuya procedencia desconoceríamos
tanto tú como yo. Sin embargo, es probable que tuvieras la impresión de que bajo aquella
respetable peluca había una cabeza a la que le gustaba pensar en comer y beber bien, y que
todo aquel señor, con sus encajes, puntillas y sedas y bien perfumado, apestaba—con permiso
de vuecencia—, pues no se lavaba casi nunca.
Pero, tu asombro sería mayúsculo cuando comenzara a exponer sus opiniones: que se debe
pegar a los niños; que las muchachas deben casarse casi niñas con hombres a quienes
prácticamente no conocen; que los campesinos están en el mundo solo para el trabajo y no les
está permitido rechistar; que los mendigos y vagabundos tienen que ser azotados en público
para, luego, encadenarlos y someterlos al escarnio en la plaza mayor; que los ladrones deben
ser ahorcados y los asesinos troceados públicamente; que se ha de quemar a las brujas y
demás magos dañinos que practican tan a menudo sus peligrosas actividades; que se ha de
perseguir, desterrar o arrojar a una oscura mazmorra a quienes pertenecen a otra fe; que el
cometa recién visto en el cielo significa malos tiempos; que para la inminente peste que se ha
cobrado ya en Viena muchas victima debe de ser bueno llevar un brazalete rojo; que el señor
F ulano, un amigo inglés, lleva mucho tiempo haciendo magníficos negocios con la venta en
América de negros traídos de África como esclavos, lo cual es una buena ocurrencia del
honorable señor, pues los indios cautivos no valen para trabajar.
Es probable que esas opiniones no las escucharas de boca de un patán, sino, incluso, de las
personas más razonables y hasta piadosas de cualquier condición y país y Las cosas
comenzaron a cambiar poco a poco a partir de 1700. Las numerosas y atroces miserias
provocadas en Europa por las tristes guerras de religión hicieron pensar a mucha gente: ¿Es,
realmente, importante que artículos del catecismo se consideran verdaderos? ¿No tiene mayor
importancia ser una persona buena y decente? ¿No sería mejor que los seres humanos, incluso
quienes tienen opiniones diferentes y una fe distinta, se soportasen, que se respetaran
mutuamente y tolerasen las convicciones de los demás? Esta fue la idea primera y más
importante que entonces se expuso: la idea de la tolerancia. La diversidad de opiniones,
pensaba la gente que hablaba así, sólo se puede dar en cuestiones de fe. Mientras que todas las
personas razonables están de acuerdo en que 2 X 2 = 4. Por eso, lo que puede y debe unir a
todos los seres humanos es la razón (el sentido común, como se decía también entonces). En
el reino de la razón se puede combatir con argumentos para convencer al otro que se deberá
respetar y tolerar la fe del prójimo, que queda más allá de cualquier principio de razón.
Para aquella gente, lo segundo en importancia era, pues, la razón, El pensamiento claro y
consciente acerca de las personas y la naturaleza. Sobre este asunto volvieron a encontrar
muchas observaciones en las obras de los antiguos griegos y romanos y en las de los
florentinos de la época del Renacimiento. Pero, sobre todo, las que encontraron en las obras
de hombres inteligentes que, como Galileo, habían partido en busca de la fórmula mágica
del cálculo de la naturaleza. En estos asuntos no había diferencia de creencias. Sólo existían
el experimento y la prueba. La razón decidía cuál era el aspecto de la naturaleza y que ocurría
en el mundo de los astros. La razón, dada por igual a todos los humanos, pobres y ricos,
blancos, amarillos o rojos.
62
Pero, como la razón se ha dado a todos, todos tienen en el fondo el mismo valor, seguían
enseñando aquellas personas. Sabes, sin duda, que ésta había sido ya la doctrina del
cristianismo: que todos los seres humanos son iguales ante Dios. Pero los predicadores de la
tolerancia y de la razón fueron más allá: no sólo enseñaron que los humanos son iguales en
principio, sino que exigieron además que se trataran a todos por igual. Dijeron que toda
persona, en cuanto ser creado y dotado de razón por Dios, posee derechos que nadie puede ni
debe arrebatarle. Que todos tienen derecho a decidir por sí mismos su profesión y su vida;
que todos deben ser libres para hacer y dejar de hacer lo que les aconsejen su razón y su
conciencia. Que, además, no se ha de educar a los niños con la vara, sino con la razón
enseñándoles a entender por qué una cosa es buena y otra mala. Que también los criminales
son personas que, aunque hayan errado, pueden ser mejorados. Que es terrible grabar con un
hierro candente una marca imborrable en la frente o en la mejilla de una persona que ha
cometido un delito para que quede siempre a la vista su condición de criminal. Que existe una
dignidad humana que prohíbe, por ejemplo, burlarse públicamente de otro.
Todas estas ideas difundidas a partir de 1 700, ante todo en Inglaterra y, luego, en Francia,
se llaman “ Ilustración”, porque pretendían luchar contra la gran tiniebla de la superstición
mediante la claridad de la razón.
A algunos les parece que esta Ilustración sólo enseñaba obviedades y que la gente de entonces
imaginaba muchos de los grandes secretos de la naturaleza y el mundo de manera
excesivamente simple. Eso es cierto, pero debes pensar que esas obviedades no eran entonces
aún tan evidentes y que se necesitó mucho valor, sacrificio y constancia para exponer a los
demás esos pensarnient0s de forma tan reiterada que hoy nos resultan realmente obvios.
También has de pensar que, si bien la razón no puede resolver ni resolverá los enigmas, ha
rastreado la solución de muchos.
En los últimos 200 años a partir de la Ilustración se ha investigado y sabido más acerca de los
secretos de la naturaleza que en los 2.000 anteriores. Pero, sobre todo, no debes olvidar qué
significan para la vida la tolerancia, la razón y el sentimiento de humanidad, los tres
principales artículos de fe de la ilustración. Que una persona es sospechosa de haber cometido
un crimen, no ha de ser ya torturada de forma inhumana por esa mera sospecha hasta que,
inconsciente, admita todo cuanto se desee; que la razón nos ha enseñado que la brujería es
imposible y que, por tanto, no se han de quemar más brujas (la última fue llevada a la
hoguera en Alemania en 1783). Que las enfermedades se combaten no con trucos
supersticiosos sino, ante todo, con la limpieza y la investigación científica de sus causas. Que
ya no hay más siervos o campesinos sujetos a la tierra ni esclavos. Que todas las personas de
un Estado han de ser tratadas con las mismas leves y que también las mujeres poseen
idénticos derechos que los hombres. Todo ello es obra de los valerosos burgueses y escritores
que se atrevieron a tomar partido por estas ideas. Y fue, realmente, una audacia. Es cierto que,
en la lucha contra lo antiguo v tradicional, se mostraron a veces irrazonables e injustos, pero
también es cierto que su lucha a favor de la tolerancia, la razón y la humanidad fue difícil e
imponente.
Esta lucha habría durado mucho más tiempo y habría costado muchas más víctimas de no
haber existido entonces en Europa algunos soberanos que combatieron en primera línea en
favor de las ideas de la Ilustración. Uno de los primeros fue Federico el Grande, rey de Prusia.
Ya sabes que el título imperial hereditario de los Habsburgo era entonces casi únicamente
honorífico. En realidad, los Habsburgo gobernaban sólo sobre Austria, Hungría y Bohemia
mientras que en Alemania mandaban los distintos príncipes territoriales de Baviera, Sajonia y
muchos otros Estados, grandes v pequeños. Desde la Guerra de los Treinta Años, los
territorios protestantes del norte no se preocuparon ya casi nada por el emperador católico de
Viena. El Estado más poderoso entre todos estos territorios alemanes regidos por príncipes
protestantes era Prusia, que desde le reinado de su gran soberano Federico Guillermo I, que
63
gobernó de 1640 a 1688, había arrebatado continuamente tierras a los suecos en el norte de
Alemania. En 1701, los príncipes prusianos se habían declarado, incluso, reyes. Prusia era un
riguroso Estado de guerreros cuyos nobles no conocían mayor honor que ser oficiales en el
excelente ejército del rey.
Pues bien, desde 1740 reinaba en Prusia, como tercer rey, Federico II, de la familia de los
Hohenzollern. Se le conoce con el nombre de Federico el Grande. Y realmente, fue uno de los
hombres más, instruidos de su tiempo Mantenía amistad con muchos ciudadanos franceses
que predicaban en sus escritos las ideas de la Ilustración y el mismo escribió también esa
clase de obras en francés, pues, aunque era rey de Prusia, despreciaba el idioma y las
costumbres alemanas, muy decaídas, sin duda, por la desgracia de la Guerra de los Treinta
Anos. No obstante, se sentía obligado a hacer de su Estado alemán un Estado modélico y
demostrar el valor de las ideas de sus amigos franceses. Como dijo en muchas ocasiones, se
consideraba el primer servidor, más aún, el primer funcionario de su Estado, y no su dueño.
Como tal, se preocupaba por todos los detalles e intentaba imponer en todas partes las nuevas
ideas. Uno de sus primeros actos fue suprimir el horror de la tortura. También alivio las
pesadas servidumbres de los campesinos al servicio de los terratenientes. Siempre procuró que
todas las personas de su Estado, tanto los más pobres como los más poderosos, fueran tratados
por igual ante los tribunales. Aquello no era entonces ninguna obviedad.
Pero, sobre todo, quiso hacer de Prusia el Estado más poderoso de Alemania y acabar por
completo con el poder del emperador austríaco. Estaba convencido de que aquello no sería
difícil, pues desde 1740 reinaba en Austria una mujer, la emperatriz María Teresa. Cuando
María Teresa llegó al poder, con solo 23 años, Federico pensó que era una buena oportunidad
para arrebatar un territorio al imperio. Invadió con su excelente ejército la provincia de
Silesia y la conquistó. Desde entonces luchó durante casi toda su vida contra la soberana
alemana de Austria, Sus tropas eran para él lo más importante. Las entrenó sin
contemplaciones e hizo de ellas el mejor ejército del mundo.
Pero María Teresa fue una enemiga mayor de lo que había creído al principio. Es cierto que
no era belicosa sino una mujer de una especial piedad y una auténtica madre de familia que
tuvo 16 hijos Aunque Federico era su adversario, lo tomó no obstante como modelo en
muchos asuntos e introdujo así mismo sus mejoras en Austria. Suprimió también la tortura,
alivio la vida de los campesinos y procuró, sobre todo, que se diera una buena instrucción en
el campo. Se consideraba, realmente, una madre de todo su país y no tuvo la falsa vanidad de
pretender saberlo todo mejor que nadie. Nombró consejeros a las personas más laboriosas,
entre ellas algunas que estuvieron a la altura del gran Federico, incluso en las prolongadas
guerras. Pero no sólo en el campo de batalla, pues la emperatriz supo ganarse además todas
las cortes de Europa por medio de sus embajadores, incluida la propia Francia que, sin
embargo, había luchado desde hacía siglos contra el imperio alemán aprovechando cualquier
ocasión. En prenda de la nueva amistad, María Teresa entregó a su hija María Antonieta por
esposa al sucesor del trono francés.
Así pues, Federico se vio rodeado de enemigos por todas partes: Austria, Francia, Suecia y la
poderosa y gigantesca Rusia. Pero no esperó a que le declararan la guerra, sino que ocupó
Sajonia, que también le era hostil, y mantuvo durante siete años una guerra implacable en la
que sólo le apoyaron los ingleses. Pero sus dotes le permitieron llegar a tanto que no perdió la
guerra contra aquella superpotencia y hubo que entregarle Silesia.
Desde 1765, María Teresa no fue ya la única soberana de Austria. Su hijo José gobernó junto
con ella como emperador (José II) y, tras su muerte, pasó a ser soberano de Austria. Fue un
luchador aún más celoso que Federico, e incluso que su madre, en favor de las ideas de la
Ilustración. La tolerancia, la razón y la humanidad eran, realmente, lo único que le importaba.
Suprimió la pena de muerte y la servidumbre de los campesinos. Permitió a los protestantes
de Austria volver a celebrar los servicios divinos y arrebató, incluso, a la iglesia católica parte
64
de sus tierras y sus riquezas, aunque era un buen católico. Estaba enfermo y tenía la sensación
de que no podría gobernar mucho tiempo. Por eso lo hizo todo con tanto empeño, con tal
impaciencia y prisa, que sus súbditos consideraron sus iniciativas excesivamente rápidas y
repentinas, y demasiadas para una sola vez. Muchos le admiraban, pero el pueblo le quiso
menos que a su sosegada y piadosa madre.
Por las fechas en que las ideas de la Ilustración habían triunfado en Austria y Alemania, los
burgueses de muchas colonias inglesas de América se negaron a seguir siendo súbditos de
Inglaterra y a pagarle impuestos. Su jefe en la lucha por la independencia fue Benjamin
Franklin, un simple ciudadano muy dedicado al estudio de las ciencias de la naturaleza,
descubridor del pararrayos. Era un pensador honrado como pocos, pero también un hombre
sensato y sencillo. Bajo su dirección y la de otro americano, George Washington, las
colonias inglesas y ciudades comerciales de América constituyeron una federación de Estados
y, tras largas luchas, expulsaron a las tropas inglesas del país. A continuación, quisieron vivir
enteramente según los principios de la nueva orientación del pensamiento y declararon en
1776 como Constitución para su nuevo Estado los sagrados derechos humanos de la libertad y
la igualdad. Pero permitieron que en sus plantaciones siguieran trabajando esclavos negros.
65
66
El Absolutismo y el Despotismo Ilustrado Juan Brom (1977): Esbozo de Historia Universal. Editorial Grijalbo; México (Síntesis)
Aunque hay grandes diferencias en la
situación particular de cada uno de los
países, se distinguen con claridad algunas
características generales en los
acontecimientos que tienen lugar a partir
del siglo XVI. Los reyes fortalecen su
alianza con las ciudades, basada en la
coincidencia de intereses. A ambos
conviene un Estado centralizado, que
permita el comercio y facilite las
comunicaciones sobre un territorio extenso.
Quedan abolidos o restringidos
severamente los derechos de soberanía de
los señores feudales, como los tributos al
tráfico, el derecho de justicia mayor, el de
acuñar moneda, el de mantener ejércitos
propios. Muchos nobles obtienen
importantes puestos, junto con elementos
de la burguesía, pero como representantes
del rey y ya no simplemente por su
procedencia feudal. La alta nobleza se
transforma en nobleza palaciega, cuya
función ya no es política sino
fundamentalmente decorativa. Donde más
claramente se puede apreciar este desarrollo
es en la corte de Luís XIV en Francia.
La Edad Media no conocía los Estados
nacionales. Existía un enorme número de
feudos más o menos soberanos, que
formaban una unidad nominal bajo la
dirección del Emperador y del Papa. En la
época del absolutismo, aparecen o se
consolidan más los Estados nacionales que,
por una parte,"" absorben la soberanía de
los feudos que los integran y, por otra, se
independizan del gobierno imperial y papal.
Esto se expresa en la teoría del "derecho
divino" de los reyes, según el cual los
soberanos responden directamente ante dios
y no están sujetos ni al Papa ni al
emperador, ni tampoco deben rendir
cuentas a sus propios vasallos feudales. La
frase atribuida a Luís XIV, "el Estado soy
yo", simboliza perfectamente la
concentración del poder en el monarca.
A pesar de sus grandes transformaciones, la
estructura básica de la sociedad no había
cambiado. Los campesinos seguían en la
servidumbre, lo que limitaba la fuerza de
trabajo y el mercado disponible para la
nueva burguesía, y dificultaba su desarrollo.
Además, esta situación perpetuaba y
acentuaba la miseria de las capas explotadas
de la población.
La sociedad está estructurada en varias
capas. La nobleza, a pesar de haber perdido
su poderío político, conserva gran parte de
sus privilegios económicos. De sus filas
proviene la mayor parte de los altos
funcionarios de la monarquía absoluta. El
clero, estrechamente relacionado con la
nobleza, tiene una organización semejante a
la de ésta. Después de la moralización
parcial provocada por la Reforma, había
vuelto a introducirse una gran dispersión y
se iba debilitando nuevamente el espíritu
religioso entre los propios eclesiásticos
católicos. Los dos estados privilegiados, la
nobleza y el clero, se dividían en alta
nobleza y alto clero por un lado y baja
nobleza y bajo clero por el otro. Los
primeros vivían en la corte, disfrutando de
privilegios, mientras que los segundos
llevaban una vida modesta. Sobre todo el
bajo clero muchas veces se identificaba con
las masas pobres de las ciudades y también
del campo.
El "Tercer Estado" o "Estado Llano" estaba
integrado por toda la población que no
gozaba de privilegios. Su clase más
importante era la burguesía, comercial e
incipientemente industrial. La alianza entre
ésta y la monarquía era la base fundamental
del régimen absolutista. Sin embargo, su
desarrollo chocaba con el régimen de
servidumbre y con los numerosos
67
privilegios feudales que subsistían. Cada
vez más, la burguesía exige participar en el
gobierno. Esto se expresa sobre todo en el
movimiento de la "Ilustración", en que la
razón humana desplaza la antigua fe en el
dogma. Es un movimiento ideológico, que
abarca sobre todo a la filosofía; prepara la
gran revolución burguesa, que da fin a esta
época e inaugura la siguiente.
El período de la Ilustración corresponde al
"Despotismo Ilustrado". En éste los
gobernantes conservan su poder absoluto,
pero pretenden ya gobernar paternalmente a
favor de sus pueblos. El régimen podría
simbolizarse en el lema acuñado por José II
de Austria: "todo para el pueblo, pero sin el
pueblo"; o sea, el gobierno actúa a favor del
pueblo, pero no permite la intervención de
éste en las decisiones.
68
Thomas Hobbes: El Corporeísmo y la Teoría del Absolutismo
Político
Capítulo XI
1. SU VIDA Y SUS OBRAS
Thomas Hobbes nació en Malmesbury en
1588. Su madre lo dio a luz antes de
tiempo, dominada por el terror que había
suscitado la noticia de la llegada de la
Armada invencible, por lo que en su
Autobiografía Hobbes —en son de
broma— afirma que su madre, junto con él
había dado a luz un hermano gemelo: el
miedo. Más allá de la broma, esto
constituye un indicio claro de manera de
pensar: su meditación acerca del
absolutismo hunde sus raíces sobre todo en
el terror ante las guerras que ensangrentaron
su época. Aprendió con gran corrección, y
con mucha rapidez, el latín y el griego,
hasta el punto de que antes de cumplir los
quince años ya era capaz de traducir Medea
de Eurípides, del original griego a versos
latinos. Este amor por las lenguas clásicas
fue una constante en él: la primera obra de
Hobbes que se imprimió fue una traducción
de la Guerra del Peloponeso de Tucídides, y
la última, una traducción de los poemas de
Homero. Además, muchos escritos suyos
(sus principales obras) están escritos en
latín y a menudo con una prosa magnífica.
El propio Bacon, hacia el final de su vida,
apeló a la ayuda de Hobbes para traducir
algunas de sus obras al latín.
Después de realizar sus estudios superiores
en Oxford, apartir de 1608 fue nombrado
preceptor de la poderosa casa de los
Cavendish, condes de Devonshire, a la que
estuvo vinculado durante mucho tiempo.
También fue preceptor de Carlos Estuardo
(el futuro Rey Carlos II), en 1646, esto es,
durante el período en que la corte se había
exiliado en Paris, al haber asumido
Cromwell poderes dictatoriales en Londres.
Al producirse la restauración de los
Estuardo, Hobbes obtuvo una pensión del
rey Carlos II (de quien, como sabemos,
había sido preceptor) y pudo así dedicarse
con tranquilidad a sus estudios. Sin
embargo, los últimos años de su vida se
vieron amargados por las polémicas que
suscitó su pensamiento tan audaz y, sobre
todo, por las acusaciones de ateísmo y
herejía, de las que tuvo que defenderse,
dedicándose a profundos estudios en
materia de jurisprudencia inglesa relativa a
los delitos de herejía. Murió a los 91 años,
en diciembre de 1679.
Hobbes pasó gran parte de su larga vida en
Europa continental y, en especial, en su
amada Francia. En 1610 realizó el primer
viaje, al que siguieron otros dos en 1629 y
1634. Este último tuvo una importancia
particular, ya que en él conoció
personalmente a Galileo en Italia (sobre el
cual, sin embargo, ya había tenido noticias
en su primer viaje) y a Mersenne en
Francia, quien le introdujo en el círculo de
los cartesianos. Desde 1640 hasta 1651
vivió en Paris, en un exilio voluntario.
Entre sus obras, las fundamentales son las
Objectiones ad cartesii Mediationes (1641),
el De cive (1642), el De corpore (1655), el
De homine (1658) y sobre todo el Leviatán,
publicado en inglés en 1651, y en 1670 en
latín, en Amsterdam (fue en especial esta
redacción latina la que aseguró a Hobbes su
fama más notable). Recordemos también
Sobre la libertad y la necesidad (1654) y
las Cuestiones concernientes a la libertad,
la necesidad y el movimiento (1660). Entre
sus ultimas obras hay que mencionar una
historia de la Iglesia en verso titulada
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Historia eclesiástica carmine elegiaco
concinnata (publicada póstumamente en
1688) y una autobiografía. Thomae
Hobbesii vita (publicada en el mismo año
de su muerte).
5. LA TEORÍA DEL ESTADO
ABSOLUTISTA
En la base del enfoque que Hobbes nos
brinda acerca de la sociedad y del Estado
hay dos supuestos fundamentales. 1) En
primer lugar, nuestro filósofo admite que,
aunque todos los bienes sean relativos,
existe entre ellos un bien primero y
originario, que es la vida y su conservación
(por lo tanto, hay asimismo un primer mal,
la muerte). 2) En segundo lugar. niega que
existan una justicia y una injusticia
naturales, puesto que no hay «valores»
absolutos: éstos no son otra cosa que el
fruto de convenciones establecidas por
nosotros mismos, cognoscibles de manera
perfecta y a priori, junto con todo lo que
surge de ellas. Egoísmo y
convencionalismo son, por lo tanto, los dos
quicios de la nueva ciencia política que,
según Hobbes, podrá desplegarse en cuanto
sistema deductivo perfecto, al igual que el
de la geometría euclidiana.
Para comprender de forma adecuada la
nueva concepción política de Hobbes,
conviene recordar que constituye la
inversión más radical de la postura
aristotélica clásica. El Estagirita, en efecto,
sostenía que el hombre es un animal
político, constituido de un modo tal que por
su misma naturaleza está hecho para vivir
junto con los demás en una sociedad
políticamente estructurada. Además,
Aristóteles asimilaba el hecho de que el
hombre fuese animal político con el estado
propio de otros animales también, por
ejemplo las abejas y las hormigas, que al
desear (y huir de) cosas semejantes y
dirigiendo sus acciones hacia fines
compartidos, forman agregados de manera
espontánea. Hobbes discute con mucha
viveza la proposición aristotélica y la
comparación correspondiente. Para él, cada
hombre es profundamente distinto de los
demás hombres y en consecuencia está
separado de ellos (es un átomo de
egoísmo). Por lo tanto, cada hombre no se
halla en absoluto ligado con los demás
hombres por un consenso espontáneo como
el de los animales, que se basa en un apetito
natural. En efecto, a) en primer lugar, entre
los hombres hay motivos de disputas,
envidias, odios, sediciones, que no existen
entre los animales; b) en segundo lugar, el
bien de los animales individuales que viven
en sociedad no difiere del bien común,
mientras que en el hombre el bien privado
se distingue del bien publico; e) en tercer
lugar, los animales no encuentran defectos
en sus sociedades, mientras que el ser
humano si cae en la cuenta de ellos y quiere
introducir continuas novedades, que
constituyen causas de discordias y de
guerras: d) en cuarto lugar, los animales no
poseen el don de la palabra, que con
frecuencia en el hombre es un «clarín de
guerra y de sedición»; e) en quinto lugar,
los animales no se acusan entre sí, cosa que
sí hacen los hombres; f) por último, en los
animales existe un consenso natural,
mientras que entre los hombres no es así.
El Estado, pues, no es algo natural sino
artificial. Nace de la forma que veremos a
continuación. Naturalmente, los hombres se
hallan en una condición de guerra de todos
contra todos. Cada uno tiende a apropiarse
de todo lo que le sirve para su propia
supervivencia y conservación. Como todos
tienen derecho sobre todo y la naturaleza no
ha colocado ningún límite, de aquí surge el
inevitable predominio de unos sobre otros.
En este contexto Hobbes utiliza la frase de
Plauto homo homini lupus, «el hombre es
un lobo para el hombre», cosa que sin
embargo no posee aquel pesimismo moral,
radical y lúgubre, que muchos han
detectado, porque se limita a ser un mero
calificativo estructural, que indica una
situación a la que hay que poner remedio.
Estas son sus palabras:
70
Ciertamente, se afirma con verdad
que el hombre es un dios para el
hombre y que el hombre es un lobo
para el hombre Aquello, si
comparamos entre sí a los
conciudadanos, esto, si
compararnos entre si a los Estados.
En el primer caso, llega a
asemejarse a Dios por la justicia y
la caridad, las virtudes de la paz En
el segundo. debido a la perversidad
de los malvados, también los buenos
han de recurrir —si quieren
defenderse- a la fuerza y al engaño,
las virtudes de la guerra; esto es, a
la ferocidad de las bestias salvajes.
Y aunque los hombres se reprochen
mutuamente tal ferocidad, porque
debido a una costumbre innata
consideran que las propias
acciones, en los demás, se hallan
reflejadas como en un espejo,
cambiando la izquierda por la
derecha y la derecha por la
izquierda; sin embargo, no puede
ser un vicio aquello que constituye
un derecho natural, derivado de la
necesidad de la propia
conservación.
En estas circunstancias, el hombre se
arriesga a perder el bien primario, la vida, al
hallarse expuesto en todo momento al
peligro de una muerte violenta. Además,
tampoco puede dedicarse a ninguna
actividad industrial o comercial, ya que sus
frutos resultarían siempre inseguros. No
puede cultivar las artes ni dedicarse a
ninguna otra actividad placentera. En suma:
cada hombre permanece solitario, en su
miedo a perder de manera violenta su vida,
en cualquier momento. El hombre puede
superar tal situación gracias a dos
elementos básicos: a) determinados
instintos y b) la razón.
a) Los instintos son el deseo de evitar la
guerra continua, para salvar la vida, y la
necesidad de procurarse lo necesario para la
subsistencia.
b) La razón se entiende aquí no como un
valor en sí, sitio como un instrumento apto
para realizar aquellos deseos
fundamentales.
Nacen así las leyes de naturaleza, que no
son más que la racionalización del egoísmo,
las normas que permiten satisfacer el
instinto de autoconservación. Hobbes
escribe: «Una ley de naturaleza (lex
naturali) es un precepto o una regla general
descubierta por la razón, que prohíbe al
hombre hacer aquello que resulte lesivo
para su vida o que le quite los medios para
preservarla, y omitir aquello que le sirva
para conservarla mejor.»
Por lo general se mencionan las tres
primeras, que son las principales. Sin
embargo, en el Leviatán Hobbes enumera
diecinueve. El modo en que las afirma y las
deduce es una muestra excelente de cómo
utilizaba el método geométrico aplicándolo
a la ética, y cómo pretendía reintroducir con
nuevos ropajes aquellos mismos valores
que había excluido y sin los cuales se hace
imposible edificar una sociedad.
1) La primera regla, de carácter
fundamental, ordena esforzarse por buscar
la paz. Hobhes sostiene: «Constituye un
precepto o regla general el que todos los
hombres deben esforzarse por la paz,
siempre que haya esperanza de obtenerla, y
cuando no se la pueda obtener, busque
todas las ayudas y ventajas de la guerra. La
primera parte de esta regla contiene la
primera y fundamental ley de naturaleza,
que es buscar la paz y conseguirla. La
segunda, la culminación del derecho de
naturaleza, que es defenderse con todos los
medios posibles.»
2) La segunda regla impone renunciar al
derecho sobre todo, a aquel derecho que se
posee en el estado de naturaleza y que es el
que desencadena todos los enfrentamientos.
La regla prescribe «que un hombre esté
dispuesto —siempre que los otros también
lo estén, en lo que considere necesario para
su propia paz y defensa— a abdicar de este
derecho a todas las cosas; y que se contente
71
con poseer tanta libertad en contra de los
demás hombres, como la que él les
concedería a los otros hombres en contra de
él». Nuestro filósofo comenta que ésta «es
la ley del Evangelio: todo lo que quieres
que los otros te hagan, házselo a ellos; es la
ley de todos los hombres: quod tibi fieri
non vis, alteri ne feceris»
3) La tercera ley manda, una vez que se ha
renunciado al derecho sobre todo. «que se
cumplan los pactos establecidos». De aquí
nace la justicia y la injusticia (la justicia es
atenerse a los pactos realizados; la injusticia
consiste en transgredirlos).
A estas tres leyes básicas les siguen otras
dieciséis, que resumimos brevemente.
4) La cuarta ley prescribe devolver los
beneficios recibidos, de manera que los
otros no se arrepientan de haberlos hecho y
continúen haciéndolos; de aquí nacen la
gratitud y la ingratitud.
5) La quinta prescribe que cada hombre
tienda a adaptarse a los demás; de aquí
surgen la sociabilidad y su opuesto.
6) La sexta prescribe que, cuando se posean
las garantías debidas, hay que perdonar a
aquellos que, arrepintiéndose, lo deseen.
7) La séptima prescribe que en las
venganzas (o castigos) no se tenga en
cuenta el mal recibido en el pasado, sino el
bien futuro; el no observar esta ley da lugar
a la crueldad.
8) La octava ley prescribe que no se
manifieste odio o desprecio hacia los
demás, a través de palabras, gestos o actos;
la infracción de esta ley recibe el nombre de
contumelia.
9) La novena ley prescribe que todos los
hombres reconozcan a los demás como
iguales a ellos por naturaleza: la infracción
de esta ley es el orgullo.
10) La décima ley prescribe que nadie
pretende que se le adjudique un derecho
que no este dispuesto a adjudicar a todos
los demás hombres; de aquí nacen la
modestia y la arrogancia.
11) La undécima ley prescribe que, aquel a
quien se confíe la tarea de juzgar entre un
hombre y otro, debe comportarse de una
manera equitativa entre los dos; de aquí
nacen la equidad y la parcialidad.
Las ocho leyes restantes prescriben el uso
compartido de las cosas indivisibles, la
regla de confiar a la suerte (natural o
establecida de manera convencional) el
disfrute de los bienes indivisibles, el
salvoconducto para los mediadores de la
paz, el arbitraje, las condiciones de
idoneidad para juzgar de forma equitativa y
la validez de los testimonios.
Estas leyes, empero, no son suficiente por
sí mismas para constituir la sociedad, ya
que es preciso que también exista un poder
que obligue a respetarla.: los «pactos sin la
espada que imponga que se respeten» no
sirven para lograr el objetivo deseado. Por
consiguiente, según Hobbes es preciso que
todos los hombres encarguen a un único
hombre (o a una asamblea) su
representación.
Téngase en cuenta, sin embargo, que el
pacto social no lo establecen los súbditos
con su soberano, sino los súbditos entre sí.
(El pacto social propuesto por Rousseau
tendrá un carácter muy distinto; cf. p.
645ss.) El soberano permanece fuera del
pacto, es el único depositario de las
renuncias a los derechos que poseían antes
los súbditos y, por lo tanto, el único que
conserva todos los derechos originarios. Si
también el soberano entrase en el pacto, no
podrían eliminarse las guerras civiles, ya
que muy pronto aparecerían diferentes
enfrentamientos en la gestión del poder. El
poder del soberano (o de la asamblea) es
indivisible y absoluto. Se trata de la teoría
más radical del Estado absolutista, que no
se deduce del derecho divino (como había
ocurrido en el pasado), sino del pacto social
antes descrito.
Puesto que el soberano no entra en el juego
de los pactos, una vez que ha recibido en
sus manos todos los derechos de los
ciudadanos, los detenta de manera
72
irrevocable. Se halla por encima de la
justicia (porque la tercera g1rtéual que las
demás-- se aplica a los ciudadanos, pero no
al soberano). También puede intervenir en
cuestión de opiniones, juzgando, aprobando
o prohibiendo determinadas ideas. Todos
los poderes deben concentrarse en sus
manos. La Iglesia misma debe estarle
sometida. Por lo tanto, el Estado también
intervendrá en materia de religión. Y como
Hobbes cree en la revelación y en la Biblia,
el Estado al que se refiere deberá arbitrar en
materias de interpretación de las Escrituras
y de dogmática religiosa, evitando así todo
motivo de discordia. El absolutismo de este
Estado es, realmente, total. —
6. EL LEVIATÁN. CONCLUSIONES
ACERCA DE HOBBES
En la Biblia, en el libro de Job (caps. 40—
41) se describe al Leviatán (que significa
literalmente «cocodrilo») como un
monstruo invencible. La larga descripción
finaliza en estos términos:
Si lo despiertan, furioso se levanta,
¿y quién podrá aguantar delante de el?
Lo alcanza a espada sin clavarse,
lo mismo la lanza, jabalina o dardo.
Para él el hierro es sólo paja,
el bronce, madera carcomida.
No lo ahuyentan los disparos del arco,
cual polvillo le llegan las piedras de la
honda.
Un junco la maza le parece,
se ríe del venablo que silba.
Debajo de él tejas puntiagudas:
un trillo que va pasando por el lodo.
Hace del abismo una olla borbotante,
cambia el mar en pebetero.
Deja iras de si una estela luminosa.
el abismo diríase una melena blanca.
No hay en la tierra semejante a él,
que ha sido hecho intrépido.
Mira a la cara a los más altos,
es rey de todos los hijos del orgullo
Hobbes utiliza el nombre de «Leviatán»
para designar al Estado y como título de la
obra que sintetiza todo su pensamiento. Al
mismo tiempo, sin embargo, lo designa
como «dios mortal», porque a él —por
debajo del Dios inmortal— le debemos la
paz y la defensa de nuestra vida. Esta doble
denominación resulta sumamente
significativa: el Estado absolutista que
Hobbes edificó es, en realidad, mitad
monstruo y mitad dios mortal, como se
afirma en el texto siguiente, de forma
paradigmática:
El único camino para erigir un
poder común que logre defender a
¡os hombres de las agresiones
extranjeras y de las injurias
reciprocas —asegurándoles así el
que puedan alimentarse y vivir
satisfechos con su propia industria y
con los frutos de la tierra— reside
en conferir todos sus poderes y toda
su fuerza a un hombre o a una
asamblea de hombres que pueda
reducir todas sus voluntades
mediante la pluralidad de las voces
a una sola voluntad; esto equivale a
designar a un hombre o una
asamblea de hombres para que
represente a su persona, de modo
que cada uno acepte y se reconozca
así mismo como autor de todo
aquello que defiende el
representante de su persona, de lo
que haga o de lo que cause, en
aquellas cosas que conciernen a la
paz y a la seguridad comunes,
sometiendo todas sus voluntades a
la voluntad de él y todos sus juicios
al juicio de él. Esto es más que el
consentimiento o la concordia; es
una unidad real de todos ellos en
una sola y la misma persona,
realizada mediante el pacto de cada
hombre con todos los demás, de una
forma que implica que cada hombre
diga a todos los otros: autorizo y
cedo mi derecho de gobernarme a
mí mismo, a este hombre o a esta
asamblea de hombres, con la
73
condición de que tú le cedas tu
derecho y autorices todas sus
acciones de una manera similar.
Cuando esto se lleva a cabo, a la
multitud que se une así en una
persona se la llama «Estado» en
latín «civitas,». Así se origina aquel
gran Leviatán, o más bien
(hablando con mayor reverencia)
aquel dios mortal al que debemos —
bajo el Dios inmortal— nuestra paz
y nuestra defensa. En efecto,
mediante la autoridad que cada
individuo ha concedido al Estado,
es tan grande la fuerza y la potencia
que le han sido conferidas y cuyo
uso posee, que el terror que
provocan es suficiente para
conducir las voluntades de todos
hacia la paz interior y hacia la
ayuda recíproca en contra de los
enemigos externos. En esto consiste
la esencia del Estado que (Si
queremos definirlo) es una persona
de cuyos actos cada miembro de
una gran multitud —mediante
pactos recíprocos, cada uno en
relación con el otro, y viceversa—
se ha reconocido como autor, para
que pueda utilizar la fuerza y los
medios de todos en la forma que
considere beneficioso para la paz y
para la defensa común.
A Hobbes se le acusó de haber escrito el
Leviatán para ganarse las simpatías de
Cromwell, legitimando teóricamente la
dictadura de éste, y poder así regresar a su
patria. Sin embargo, se trata de una
acusación infundada en gran parte, porque
las raíces del pensamiento político de
nuestro filósofo se hallan en las premisas
características del corporeísmo ontológico,
que niegan la dimensión espiritual y, por lo
tanto, la libertad y los valores morales
objetivos y absolutos, y también en su
convencionalismo lógico.
También Hobbes fue acusado de ateísmo.
Sin embargo, no fue ateo. La mitad de su
Leviatán está dedicada a temas en los que la
religión y el cristianismo ocupan el primer
plano. En cambio, es cierto que su postura
corporeísta —en contra de sus propias
intenciones y afirmaciones— si llega hasta
sus últimas consecuencias acaba por negar a
Dios o, al menos, por convertir en
problemática su existencia. El origen de las
dificultades que aparecen en el pensamiento
de Hobbes consiste en haber tomado a la
ciencia geométrica y física como modelos
que la filosofía debía imitar. No obstante,
los métodos de las ciencias matemáticas y
naturales no pueden transferirse a la
filosofía sin provocar unas limitaciones
muy drásticas, que generan una serie de
aporías indeseadas, cosa que en parte ya
ocurre en Descartes, y que se constatará de
un modo paradigmático en Kant. En
cualquier caso, empero, éste es el signo
distintivo de gran parte de la filosofía
moderna, debido al influjo de la revolución
científica de Galileo.
74
“Junto al Rey, el Parlamento”
Alfonso Lazo (1980). Revoluciones del Mundo Moderno, Salvat Editores, Barcelona.
La burguesía inglesa había hecho una
revolución que tenía entre sus objetivos
principales acabar con el absolutismo, pero,
paradójicamente vino a parar en otro
sistema de poder personal y absoluto. Salir
de semejante contradicción, es decir,
mantener las conquistas burguesas y al
mismo tiempo evitar la tiranía, fue algo que
consiguieron los ingleses tras otra
revolución, que en este caso resultó
incruenta.
A la muerte de Cromwell, en 1658, el
país estuvo a punto de sumirse de nuevo en
la guerra civil a causa de los choques
habidos entre los partidarios de la república
y los que aspiraban a restablecer la
monarquía. Afortunadamente, la crisis pudo
ser superada. La alta burguesía inglesa, que
necesitaba paz y orden para sus negocios y
sentía pánico ante la anarquía, logró llegar a
un pacto con la nobleza, y en 1660 la
monarquía fue restaurada en la persona de
Carlos II. A cambio de ello, el rey aceptaba
que correspondía al Parlamento la
elaboración de las leyes y la fijación de los
impuestos, al tiempo que quedaban
suprimidos los monopolios y privilegios de
la aristocracia. Se había alcanzado así una
situación de equilibrio entre el poder real y
el parlamentario. Lo que ocurrió, sin
embargo, fue que al morir Carlos II, su
sucesor, el rey Jacobo II, de mentalidad
absolutista y católico en un país de
reformistas casi al cien por cien, provocó
una situación en extremo delicada.
En teoría, el nuevo monarca podía
haberse apoyado en la nobleza para
restablecer la monarquía absoluta. Pero la
nobleza no era católica, sino anglicana, y
vio con gran disgusto que Jacobo
permitiese la entrada de misioneros jesuitas
en el reino. Por otra parte. lo nobles eran ya
conscientes de que el país no aceptaría sin
resistencia una vuelta al absolutismo. Este
estado de cosas fue lo que llevó a un nuevo
acuerdo entre la aristocracia y la burguesía:
ambas coincidieron en la necesidad de
destronar al rey, acto que precisaba una
justificación.
Toda revolución parte de una ideología
previa, y esta existía ya en Inglaterra,
extendida entre amplios sectores de la
sociedad burguesa. Su mejor exponente fue
el filósofo John Locke (1632-1704), que
partía del principio de que el hombre, por
su propia naturaleza, tenía derecho a la
vida, la libertad y la propiedad, y que, por
tanto, todo Gobierno debía respetar y
proteger tales derechos. Es más, el mismo
Estado había surgido de un acuerdo libre
entre los hombres para proteger,
precisamente, esos derechos fundamentales.
De aquí se seguía una consecuencia
importante: al surgir el Estado de un pacto
previo entre los seres humanos, todo
gobernante quedaba sometido a la decisión
de la mayoría de los ciudadanos y no podía
comportarse de manera dictatorial o
despótica.
Convencidos, pues, de la licitud moral e
intelectual de su intento de destronamiento,
los enemigos del rey Jacobo II ofrecieron,
en 1688, la corona de Inglaterra al príncipe
holandés Guillermo de Orange, con la
condición de que mantuviese el
protestantismo y dejase gobernar al
Parlamento, condición que aceptó,
desembarcando seguidamente en tierras
75
inglesas. Jacobo II, abandonado de todos,
hubo de dejar el trono. Así, sin violencia,
triunfaba una revolución que abolía
definitivamente la monarquía absoluta e
iniciaba la era del parlamentarismo inglés.
El nuevo régimen resultaba distinto a
todo lo anterior. De hecho, el poder íntegro
residía en el Parlamento: dictaba las leyes,
recaudaba los impuestos y elegía, en la
práctica, al primer ministro, que ostentaba
el poder ejecutivo; por su parte, el Rey
reinaba pero no gobernaba. Con todo, no
cabe llamarse a engaño: el triunfo de la
revolución de 1688 no supuso el
advenimiento de la democracia, que tardaría
en llegar, pues solo tenían derecho al voto
la nobleza y los burgueses ricos. Pese a
todo, y dado que en el resto de Europa
continuaba imperando el absolutismo más
puro, Inglaterra aparecía a Finales del siglo
XVII como un faro de libertad, que atraía la
mirada de los burgueses del continente.
76
“El ensayo sobre el Gobierno Civil de John Locke”
(1690)
J.J. Chevallier (1979). Los grandes textos políticos; Editorial, Aguilar. Madrid
Inglaterra que, en medio del siglo XVII,
había dado a la literatura política el
Leviathan, la muy grande obra del
individualista autoritario que fue Tomás
Hobbes, le da ahora, al final del mismo
siglo, el Ensayo sobre el gobierno civil,
debido a John Locke, individualista liberal.
Hay, comenzando por el Leviathan, obras
políticas más potentes que el Ensayo, pero
apenas hay una cuya influencia haya sido
tan profunda y tan durable sobre el
pensamiento político. La obra de Locke le
da al absolutismo los primeros golpes
serios, si no los más furiosos,
correspondiendo el mérito de estos últimos
al pastor francés Jurieu en sus Cartas
pastorales, refutadas por Bossuet. Estos
golpes comienzan a estremecer el edificio
absolutista, a abrir en él amplias fisuras,
que vendrán a ensanchar los demoledores
del siglo siguiente.
* * *
Siguiendo la moda intelectual de la
época, Locke parte, pues, del estado de
naturaleza y del contrato originario, que dio
nacimiento a la sociedad política, al
gobierno civil. Todo el problema está, para
él, en fundar la libertad política sobre esas
mismas nociones, de las que Hobbes extraía
una justificación del absolutismo. Es la
existencia de los derechos naturales del
individuo en el estado de naturaleza la que
va a proteger a este individuo de los abusos
del poder en el estado de sociedad. ¿Cómo
es esto posible? Pues porque, en primer
lugar, el estado de naturaleza de Locke,
contrariamente al de Hobbes, está regulado
por la razón. Porque, en segundo lugar,
contrariamente a Hobbes, los derechos
naturales, lejos de ser objeto de una
renuncia total por el contrato originario,
lejos de desaparecer barridos por la
soberanía en el estado de sociedad
subsisten. Y subsisten para fundar
precisamente la libertad.
El estado de naturaleza es un estado de
perfecta libertad y también un estado de
igualdad (Hobbes también lo veía así). Pero
el dulce Locke nos tranquiliza en seguida:
este estado de libertad no es, en modo
alguno, un estado de licencia y no implica,
como tampoco el estado de igualdad, la
guerra de todos contra todos que Hobbes
nos pintaba con espantosos rasgos. Porque
la razón natural «enseña a todos los
hombres, si quieren consultarla, que siendo
todos iguales e independientes nadie debe
perjudicar a otro en su vida, en su salud, en
su libertad, en su bien». Y, para que nadie
intente invadir los derechos de otro, la
naturaleza autorizó a todos a proteger y
defender al inocente y a reprimir a los que
hacen mal: es el derecho natural de castigar.
Bien entendido, no se trata de algo
«absoluto y arbitrario» (se ve cómo para
Locke los dos términos son sinónimos);
excluye en su ejercicio todos los furores de
un corazón irritado y vindicativo; autoriza
solamente las penas que la razón tranquila y
la pura conciencia dictan y ordenan
naturalmente, penas proporcionadas a la
falta, que no tienden sino a reparar el daño
que ha sido causado y a impedir que ocurra
otro semejante en el porvenir. ¿Cómo ha
podido confundir Hobbes estado de
naturaleza y estado de guerra?
En el número de los derechos que
pertenecen a los hombres en ese estado de
naturaleza, pintado por un autor lleno de
afabilidad, coloca Locke con insistencia la
propiedad privada. Sin duda. Dios dio la
tierra a los hombres en común; pero la
razón, que también les dio, quiere que
hagan de la tierra el uso más ventajoso y
77
más cómodo. Esta comodidad exige cierta
apropiación individual de los frutos de la
tierra, primero, y de la tierra misma,
después.
Esta apropiación está fundada en el
trabajo del hombre y limitada por su
capacidad de consumo: «tantas yugadas de
tierra como el hombre puede labrar,
sembrar y cultivar, y cuyos frutos puede
consumir para su mantenimiento, son las
que le pertenecen en propiedad».
Justificación natural de la propiedad,
anterior a toda invención social. La
aparición del oro y de la plata cambiaría
¡todo esto, permitiendo la acumulación
capitalista; pero no estamos todavía en esta
etapa; estamos en ese estado de naturaleza
idílico, según Locke, en que no puede, al
parecer, haber disputas sobre la propiedad
de otro, porque cada uno ve, sobre poco
más o menos, qué porción de tierra le es
necesaria y suficiente.
Pero si el estado de naturaleza no es el
infierno de Hobbes, si reinan en él tanta
gentileza y benevolencia, comprendemos
mal por qué los hombres, gozando de tantas
ventajas, se han despojado de ellas
voluntariamente. Sí —nos dice en sustancia
Locke para responder a la objeción—, los
hombres estaban bien en el estado de
naturaleza, pero se encontraban, no
obstante, expuestos a ciertos inconvenientes
que, sobre todo, corrían peligro de
agravarse; y si prefirieron el estado de
sociedad fue para estar mejor.
Cada uno, en el estado de naturaleza, es
juez de su propia causa; cada uno, igual al
otro. es, en cierto modo, rey; puede verse
tentado a observar poco exactamente la
equidad, a ser parcial en provecho propio y
en el de sus amigos, por interés, amor
propio, debilidad; puede sentirse tentado a
castigar por pasión y venganza He aquí
otras tantas graves amenazas para el
mantenimiento de la libertad, de la igualdad
natural, para el goce pacífico de la pro-
piedad. En suma, el hombre, en ese estado
de naturaleza a primera vista idílico, carece:
de las leyes establecidas, conocidas,
recibidas y aprobadas por consentimiento
común; de los jueces reconocidos,
imparciales, cuyo fundamento estriba en la
resolución de todas las diferencias
conforme a esas leyes establecidas; en fin,
de un poder coactivo capaz de asegurar la
ejecución de los juicios fallados. Ahora
bien: todo esto se encuentra en el estado de
sociedad y, precisamente, caracteriza a este
estado. Para beneficiarse de tales mejoras es
para lo que los hombres cambiaron.
Los hombres -escribe sutilmente P.
Haxard—eran naturalmente libres, pero
para afirmar esta libertad eran jueces y
partes, y para la defensa, ¿a quién apelar?
Los hombres eran naturalmente iguales,
pero para mantener esta igualdad contra
las usurpaciones posibles, ¿qué recursos
tenían? habrían caído en un perpetuo
estado de guerra si no hubiesen delegado
sus poderes en un gobierno capaz de
salvaguardar la libertad y la igualdad
primitivas; no formaban una horda, pero se
habrían convertido en una horda si no se
hubiesen precavido de ello.
Este cambio de estado—henos aquí en
el corazón de la doctrina de Locke—no
pudo operarse sino por consentimiento.
Solo este consentimiento pudo fundar el
cuerpo político.
Siendo los hombres naturalmente libres,
iguales e independientes, ninguno puede ser
sacado de este estado y ser sometido al
poder político de otro sin su propio
consentimiento, por el cual puede él
convenir con otros hombres juntarse y
unirse en sociedad para su conservación,
para su seguridad mutua, para la
tranquilidad de su vida, para gozar
pacíficamente de lo que les pertenece en
propiedad y para estar más al abrigo de los
insultos de quienes pretendiesen
perjudicarles v hacerles daño.
Locke insiste, se repite, para que ningún
equívoco pueda reinar sobre este punto: «de
78
tal manera que lo que dio nacimiento a una
sociedad política y la estableció no fue otra
cosa que el consentimiento de cierto
número de hombres libres capaces de ser
representados por el mayor número de
ellos; y esto, y solo esto, fue lo que pudo
dar comienzo en el mundo a un gobierno
legítimo».
Esto, solo esto, y no—como enseñaban
los absolutistas el poder paternal, del cual el
poder real no habría sido sino la
prolongación. No hay ninguna relación
entre el poder paternal y el poder político.
El niño nace libre, como nace racional, pero
no ejercita inmediatamente ni su razón, ni
su libertad; el gobierno del padre no tiene
otra justificación que preparar al niño para
ejercitar convenientemente, llegado el
momento, esta razón y esta libertad, ponerle
en estado de dar conscientemente su
consentimiento (por lo menos, tácito) a la
sociedad política.
Esto, solo esto, el consentimiento, y no
la conquista (otra tesis absolutista):
Algunos tomaron la fuerza de las armas
por el consentimiento del pueblo y
consideraron las conquistas como la fuente
y origen de los gobiernos. Pero las
conquistas están lejos de ser el origen y el
fundamento de los Estados como lo está la
demolición de una casa do ser la verdadera
causa de la construcción de otra en el
mismo lugar. Es verdad que la destrucción
de la forma de un Estado prepara
frecuentemente el camino para otra nueva;
pero sigue siendo cierto que sin el
consentimiento del pueblo no se puede
erigir jamás ninguna nueva forma de
gobierno.
De ahí se sigue que el gobierno absoluto
no puede ser legítimo, no puede ser
considerado como un gobierno civil, pues el
consentimiento de los hombres en el
gobierno absoluto es inconcebible. ¿Cómo
puede imaginarse que los hombres quieran
colocarse en una situación peor que lo era la
del estado de naturaleza y que puedan
convenir en que:
Todos, a excepción de uno solo, se
someterán exacta y rigurosamente a las
leyes, y que este único privilegiado
retendrá siempre toda la libertad del estado
de naturaleza, aumentada por el poder y
hecha licenciosa por la impunidad. Esto
equivaldría a imaginarse que los hombres
son bastante locos para cuidarse mucho de
remediar los males que pudiesen causarles
tuinas y zorras y para aceptar, en cambio—
y hasta creer que sería muy dulce para
ellos—, ser devorados por leones,
(Hobbes y su Leviathan están aquí
visiblemente en el banquillo.)
¿Cabe imaginar, con los absolutistas,
que el poder absoluto purifica la sangre de
los hombres y eleva la naturaleza humana?
¡Basta, protesta Locke—en quien
advertimos una mofa amarga—, haber leído
la historia de este siglo o de cualquier otro
para estar perfectamente convencido de lo
contrario!
* * *
Admiremos ahora la ingeniosidad con
que Locke va a injertar, sobre esta
explicación del origen del gobierno civil, la
distinción de los poderes, distinción que la
lucha entre los reyes y el Parlamento había
grabado en todos los espíritus ingleses.
El hombre en el estado de naturaleza
tiene dos clases de poderes. Al entrar en el
estado civil se despoja de ellos en provecho
de lo sociedad, que los hereda. El hombre
tiene el poder de hacer todo lo que juzgue a
propósito para su conservación y para la
conservación del resto de los hombres; se
despoja de él a fin de que este poder sea
regulado y administrado por las leyes de la
sociedad, “las cuales reducen en varias
cosas la libertad que se tiene por las leyes
de la naturaleza” El hombre tiene, en
segundo lugar, el poder castigar los
79
crímenes cometidos contra las leyes
naturales, es decir, el poder de emplear su
fuerza natural en hacer ejecutar estas leyes
como bien le parezca; se despoja de él para
asistir y fortificar el poder ejecutivo de una
sociedad política.
Así, la sociedad, heredera de los
hombres libres del estado de naturaleza,
posee, a su vez, dos poderes esenciales.
Uno es el legislativo, que regula cómo las
fuerzas de un Estado deben ser empleadas
para la conservación de la sociedad y de sus
miembros. El otro es el ejecutivo, que
asegura la ejecución de las leyes positivas
en el interior. En cuanto al exterior, los
tratados, la paz y la guerra constituyen un
tercer poder, ligado, por lo demás,
normalmente al ejecutivo, y que Locke
llama federativo.
El poder legislativo y el poder
ejecutivo, en todas las Monarquías
moderadas y en todos los gobiernos bien
regulados, deben estar en diferentes manos.
Hay para ello una primera razón puramente
práctica, y es que el poder ejecutivo debe
estar siempre dispuesto para hacer ejecutar
las leyes; el poder legislativo no tiene
necesidad de estar siempre en acción, pues
no hay lugar para legislar constantemente:
«No es siempre necesario hacer leyes, pero
siempre lo es hacer ejecutar las que han
sido hechas.» Una segunda razón,
puramente psicológica, se agrega a esta: la
tentación de abusar del poder se apoderaría
de aquellos en cuyas manos se reuniesen los
dos poderes. La manera deductiva, rica y
clara con que nuestro autor desarrolla esta
idea forma un contraste perfecto con la
manera elíptica con que Montesquieu
tratará más tarde el mismo tema,
inspirándose, por lo demás, directamente en
Locke.
Estos dos poderes distintos no son
iguales entre sí, pues la primera y
fundamental ley positiva de todos los
Estados es la que establece el poder
legislativo, el cual, tanto como las leyes
funda-mentales de la naturaleza, debe
tender a conservar la sociedad. El
legislativo es, pues, el supremo poder; es
sagrado; «no puede ser arrebatado a
aquellos a quienes una vez fue confiado».
Es el alma del cuerpo político, de la que
todos los miembros del Estado sacan todo
lo que les es necesario para su
conservación, su unión, su felicidad.
Inevitable supremacía del poder que hace la
ley, y a quien, por la fuerza de las cosas,
corresponde la última palabra.
El poder ejecutivo es, pues,
subordinado; pero guardémonos de ver en
él un simple dependiente a las órdenes del
legislativo, y confinado por él a un
cometido subalterno de pura y simple
ejecución. El bien de la sociedad exige que
se dejen muchas cosas a la discreción de
aquel que tiene el poder ejecutivo, pues el
legislador no puede preverlo todo ni
proveer a todo, y hasta hay casos en que
una observancia estrecha y rígida de las
leyes es capaz de causar «mucho perjuicio».
* * *
Pero ¿va a reconstituir Locke en
provecho del Parlamento, legislativo
supremo, sagrado, ese poder soberano, sin
límites humanos, frenado solamente por el
poder de Dios, que los absolutistas atribuían
al monarca, sagrado también? El
absolutismo no habría hecho entonces más
que cambiar de manos, el derecho divino de
depositario, y la corona, de cabeza.
No ocurre así, pues es aquí donde
adquiere todo su alcance la anunciada
diferencia entre la teoría de Hobbes y la de
Locke, a saber: que los derechos naturales
de los hombres, según Locke, no
desaparecen a consecuencia del
consentimiento dado a la sociedad, sino
que, por el contrario, subsisten. Y subsisten
para limitar el poder social y fundar la
libertad.
Locke no se cansará de repetirlo: si los
hombres salieron del estado de naturaleza,
que estaba lejos de ser un infierno, pero que
80
presentaba los inconvenientes que
conocemos, fue para estar mejor; fue para
estar más seguros de conservar mejor sus
personas, su libertad, su propiedad, mal
garantizadas en el estado de naturaleza. Por
eso, el poder de la sociedad, encarnado en
el primer jefe a través del legislativo, no
puede suponerse jamás que deba extenderse
más allá de lo que el bien público exige. No
puede ser «absolutamente arbitrario», en
cuanto a la vida y a los bienes del pueblo.
81
Influencia mundial de la Revolución Industrial
Por Peter N. Stearns
En el presente ensayo, Peter N. Stearns, de la Universidad Carnegie Mellon, analiza la naturaleza de la industrialización mundial desde sus comienzos en el siglo XVIII en Inglaterra. Compara asimismo las diferentes revoluciones industriales para
medir el impacto que cada una de ellas tuvo en la vida diaria de las respectivas zonas.
El fenómeno económico conocido como Revolución Industrial es una de las dos
transformaciones fundamentales del ámbito económico de la civilización (la otra fue la
introducción de la agricultura). La industrialización tomó forma inicialmente a finales del
siglo XVIII en el occidente de Europa, en particular en Gran Bretaña. Durante las primeras
décadas del siglo XIX, sus rasgos distintivos se extendieron rápidamente a lugares como
Francia, Alemania, Bélgica y Estados Unidos. En los primeros años del siglo XX, llega a
lugares fuera de Europa y Norteamérica, especialmente a Japón. A finales del siglo XX, la
industrialización o sus efectos habían alcanzado prácticamente a todos los rincones del globo.
La industrialización ha acarreado consecuencias abrumadoras. No sólo cambió radicalmente
la vida laboral, sino también la vida familiar y el ocio personal. De alguna manera, redefinió
los motivos por los que se tenían hijos. Incrementó claramente el poder del estado,
especialmente en lo que se refiere a la producción militar. El proceso alteró incluso a
sociedades que no estaban directamente inmersas en la industrialización. Las economías
industriales adquirieron ventaja sobre las sociedades que seguían basándose en la agricultura,
un desequilibrio que todavía afecta a las relaciones económicas mundiales.
Cualquier proceso tan arrebatador como la Revolución Industrial obliga inevitablemente a los
historiadores a hacerse un montón de preguntas. El término en sí mismo ha estado siempre en
discusión: ¿Es revolución una palabra adecuada para designar un proceso que dura varias
décadas y que en su fase inicial no transforma la economía como un todo? (Dado el ulterior
impacto del proceso, la mayoría de los historiadores dirían que sí). Por otra parte, ¿qué
significa ser una sociedad industrial no sólo en términos tecnológicos sino también de valores
culturales e individuales? ¿Cuáles son las dimensiones globales de la Revolución Industrial?
Pero por encima de todo ¿qué lo puso en marcha, y dónde nos ha llevado?
Causas iniciales Para empezar, es necesario definir la industrialización. La industrialización implica la
mecanización de los procesos de manufacturación y una mayor importancia de las
manufacturas en la economía en su totalidad. Normalmente, suele suceder en economías que
han sido previamente agrícolas y a menudo incluye también importantes cambios en la
producción alimentaria. Antes de la Revolución Industrial, los bienes eran mayoritariamente
fabricados de forma manual, lo que a menudo requería destrezas específicas de los
trabajadores. La producción de bienes estaba descentralizada, lo que otorgaba a pequeños
grupos de trabajadores participación activa y control sobre su propio trabajo. Los costes sin
embargo eran elevados, y el volumen de la producción relativamente bajo. La
industrialización los elevó notablemente e hizo más accesibles los bienes de consumo.
Sin embargo, la industrialización no sucedió de forma instantánea. Mientras la Revolución
Industrial progresaba, innovadores métodos de producción convivían con los tradicionales,
creando a menudo una tensión importante entre los tradicionalistas y los defensores de la
82
mecanización. No obstante, al final del proceso de industrialización, los nuevos métodos de
trabajo y las nuevas máquinas habían triunfado plenamente. Partiendo de los centros
industriales iniciales, los nuevos métodos se extendieron a otras ramas de la producción, así
como al transporte (expansión de los ferrocarriles), la comunicación (invención del telégrafo)
y el comercio (el nacimiento de los grandes almacenes).
Antes de examinar el impacto de la industrialización y sus dimensiones globales, debemos
examinar sus causas. Comprender por qué sucedió un fenómeno histórico concreto ayuda a
los historiadores a comprender la naturaleza del fenómeno y sus consecuencias posteriores.
Pero ni las causas ni las consecuencias son generalmente fáciles de entender. Los
historiadores deben buscar indicios razonables.
El papel que Europa desempeñaba en la economía mundial con anterioridad proporciona los
primeros indicios de por qué fue allí donde primero tuvo lugar. Alrededor del año 1700,
países como Gran Bretaña lograban beneficios del comercio por todo el mundo. Estos
beneficios podían convertirse en capital para inversiones industriales. El comercio mundial
creó también la conciencia de que los mercados mundiales eran capaces de absorber bienes
manufacturados más baratos, además de aumentar los beneficios domésticos todavía más.
En Europa, los cambios en la demanda del mercado interior y en la población, fueron vitales
para precipitar la Revolución Industrial. En el siglo XVIII, el consumismo crecía. La gente
buscaba nuevos tipos de ropa y enseres domésticos. Este nuevo mercado estimuló a los
primeros fabricantes que pronto encontraron formas de estimular aún más los gustos del
público. Al mismo tiempo, el crecimiento de la producción alimentaria en Europa en el primer
estadio de su transformación agrícola (especialmente el creciente cultivo de la patata,
importada de América en el siglo XVI) generó un masivo crecimiento de la población. La
población de Europa occidental creció entre el 50 y el 100% entre 1730 y 1800. Aquí estaba
un nuevo y masivo mercado de bienes, pero también una fuente de mano de obra.
Los factores culturales y políticos fueron los causantes en parte de la Revolución Industrial.
Los valores definidos por un movimiento intelectual europeo del siglo XVIII conocido como
la Ilustración, especialmente la confianza en la ciencia y el aprecio por el trabajo duro y el
éxito material, orientaron a los primeros inventores y fabricantes. El trabajo histórico reciente
ha demostrado que tanto los intelectuales como la gente de la calle habían cambiado su visión
del mundo en torno a 1750 debido a la influencia de la filosofía ilustrada. La creencia en que
la naturaleza y la sociedad se podían comprender y manipular racionalmente, crearon un
contexto totalmente nuevo para la producción y la tecnología. Los gobiernos, que perseguían
el beneficio económico para mantener su posición diplomática y militar, promovieron
también cambios que facilitaran la innovación. Animaban a que se construyeran carreteras,
canales y vías de ferrocarril. Limitaron o abolieron los oficios gremiales que protegían los
métodos de trabajo tradicionales. Atacaban las protestas de los trabajadores que podrían
estorbar a las nuevas fábricas.
Se puede realizar un análisis más preciso de las causas y efectos en relación a la pregunta de
por qué Gran Bretaña fue la pionera del nuevo crecimiento industrial. Razones importantes
fueron los recursos de acero y carbón y la aceptación general de la innovación técnica en Gran
Bretaña. Una vez establecida, el poder de la industria británica (la primera demostración de
ello fue durante las Guerras Napoleónicas) inspiró la imitación en otras partes.
Impacto
La industrialización cambió muchos aspectos de la vida. El primer cambio claro afectó a la
naturaleza de la fabricación. Como se explicaba más arriba, la Revolución Industrial se basaba
en la aplicación del poder mecánico para la fabricación. Al principio este poder venía de las
norias, pero la introducción de la moderna máquina de vapor en 1770 en Gran Bretaña, generó
un poder mecánico mayor. Mediante bombas más potentes, las máquinas de vapor permitían
excavar minas más profundas, además de incrementar de forma importante la cantidad de
83
hulla que se podía extraer. Las máquinas de vapor pronto y pusieron en funcionamiento
martillos y rodillos en el proceso de formación de metales. La productividad en la metalurgia
creció mucho debido a la sustitución del tradicional carbón vegetal utilizado para fundir y
refinar por la hulla y el coque más baratos. Mediante la combinación de estas mejoras técnicas
la producción de acero se incrementó considerablemente. Paradójicamente, el uso
generalizado de máquinas de vapor provocó una necesidad creciente de hulla y acero para
construirlos e impulsarlos.
La temprana Revolución Industrial no sólo cambió la fabricación en su parte técnica, sino que
introdujo una nueva organización de la industria. Estas innovaciones derivadas de la nueva
maquinaria tuvieron ventajas por sí mismas. Juntos, estos cambios constituyen su impacto
económico.
Primero, los trabajadores se concentraron en una fábrica. El uso del agua o la máquina de
vapor precisaba que los trabajadores se agruparan en torno a una noria o una máquina. Como
estaban juntos, era posible una mayor supervisión que cuando los trabajadores estaban en
pequeñas tiendas o en sus casas. Además especializar a un trabajador en una pequeña tarea del
proceso productivo podía hacer crecer sustancialmente la productividad. El sistema fabril
también concentraba el capital al igual que a los trabajadores en unidades de un tamaño sin
precedentes. Cuando el proceso productivo se producía en casa de los trabajadores, los
propios trabajadores normalmente compraban el equipamiento y las viviendas, el fabricante
suplió solamente el movimiento de capital para comprar los materiales en bruto y pagar los
salarios iniciales. Con las nuevas máquinas y fábricas, sin embargo, era necesaria una
inversión mucho mayor. En la metalurgia y la minería, por ejemplo, donde las máquinas eran
especialmente costosas, se pusieron en marcha nuevas firmas mediante la participación de un
cierto número de personas ricas mediante una sociedad por acciones.
La combinación de la nueva tecnología y la nueva organización tuvo inevitablemente un gran
impacto sobre los antiguos métodos productivos. Los artesanos, que se basaban en los
métodos y destrezas manuales, podían gozar de cierta prosperidad antes de que los nuevos
métodos llegaran a su sector, pero su economía tradicional estaba condenada. Algunos de los
pasajes más agonizantes de la historia industrial sucedieron durante la lucha de los artesanos
entre resistir o adaptarse al nuevo sistema económico. El ludismo, la destrucción deliberada
de la nueva maquinaria, era un resultado común, aunque siempre fue breve e infructuoso.
El impacto del industrialismo sobre la agricultura fue más complejo, especialmente debido a
la dependencia de la Revolución Industrial de algunos cambios independientes que se
produjeron al principio en la agricultura. La mejora de la producción alimentaria, por ejemplo,
era necesaria por ejemplo para enviar más trabajadores a las ciudades, a las fábricas y a las
minas. Los cambios sucedieron en dos fases. Desde finales del siglo XVII en adelante, los
países de Europa occidental introdujeron innovaciones en la agricultura por primera vez desde
la edad media. Los nuevos métodos de drenaje abrieron nuevas tierras. La ganadería mejoró.
Los nuevos cultivos, especialmente la patata, hizo crecer considerablemente la producción de
comidas de alto contenido calórico. El uso de cultivos nitrogenados, como el nabo, permitió
que los campos fueran cultivados permanentemente, en lugar de dejarlos en barbecho una vez
cada tres años. Por último, simples mejoras en los aperos, como el uso de la guadaña en lugar
de la hoz para la recolección, aumentó la productividad. Estos cambios fueron suficientes para
generar más alimentos, complementados por las importaciones, para liberar fuerza de trabajo
para la industria.
El segundo estadio de la transformación de la agricultura comenzó en torno a 1830, como
resultado de la temprana industrialización. Las nuevas máquinas, como segadoras mecánicas
y arados más grandes se utilizaban en las granjas. La investigación industrial desarrolló los
fertilizantes químicos. Las máquinas para procesar los alimentos, como los separadores de
nata, revolucionaron la producción lechera. Lo que podría llamarse agricultura industrial se
desarrolló especialmente en las extensas tierras de Norteamérica, donde los nuevos canales,
84
vías y el barco de vapor facilitaban el comercio de bienes agrícolas. Alrededor de 1870, las
exportaciones masivas de Estados Unidos, Canadá y Australia, Nueva Zelanda y Argentina
proporcionaron alimentos a la Europa industrial y a sus propios centros industriales. En
Europa, los estados comerciales ganaron terrenos a las granjas tradicionales, mientras en
algunas zonas, como Gran Bretaña, confiaron mucho en la importación de alimentos,
encontrando más beneficios en concentrarse en los nuevos sectores industriales.
Impactos sociales Incluso más allá de los cambios en los oficios y las tradiciones rurales, la industrialización
modificó gradualmente la naturaleza de la vida. Durante la primera época, más de la mitad de
la población del país vivía en las ciudades. En Gran Bretaña alcanzaron este hito en 1850.
Otro cambio clave afectaba a las familias. Con un trabajo que se realizaba fuera de casa, se
requerían nuevas especializaciones entre los miembros de la familia. En muchas sociedades
industriales, las mujeres casadas eran retiradas a menudo del mercado laboral para ocuparse
del trabajo doméstico. Los niños eran utilizados en ocasiones en la industria primaria, pero
con la introducción de maquinaria moderna, su trabajo ya no era necesario. Al mismo tiempo,
los nuevos niveles educativos parecían útiles para crear trabajadores adultos expertos. Desde
este momento, la educación, más que el trabajo, definía la infancia en las sociedades
industriales.
Fuera de casa, la industrialización creó nuevas, y a menudo agudizó las divisiones sociales. La
brecha entre los propietarios de las fábricas y la creciente masa de trabajadores, incapaces de
mejorar sus condiciones de trabajo, aumentó. Nuevas formas de protesta, en particular huelgas
y otros tipos de acción política se desarrollaron en paralelo al avance de la industrialización.
La mayoría de los historiadores está de acuerdo en que la calidad del trabajo se deterioró en
muchos aspectos como resultado de la Revolución Industrial. Las presiones del ritmo más
rápido y la supervisión estricta por parte de los supervisores y encargados, afectó
negativamente a la calidad. En suma, trabajar fuera de casa y la creciente especialización a
menudo redujeron la identificación de los trabajadores con los productos que elaboraban.
Desde luego, había compensaciones. Aunque los salarios a menudo eran bajos en los primeros
años de la industrialización, al final mejoraron, creando nuevas oportunidades para consumir.
Un pequeño número de trabajadores podía llegar a un alto grado de especialización, incluso
podían acceder a los puestos de supervisor. Avances más sustanciales sin embargo, eran
infrecuentes. La mayoría de los trabajadores finalmente perdían su confianza en la
satisfacción que proporcionaba el trabajo y buscaban trabajar menos horas y un mayor salario.
Pero la vida fuera del ámbito laboral no siempre mejoraba rápidamente. Las familias de clase
trabajadora podían estar fuertemente unidas, pero aparecían nuevas tensiones. Muchos
trabajadores descargaban sus frustraciones sobre otros miembros de la familia. Y la alegría de
vivir inicialmente se deterioró con la industrialización. La presión del trabajo cortó el tiempo
de ocio. Incluso en Japón, que es rico en actividades lúdicas populares, los festivales
tradicionales fueron atacados por los patronos que los veían como pérdidas de tiempo. Los
patronos atacaban cualquier otra actividad lúdica, como la bebida, aunque con menos éxito.
Sin embargo, surgieron nuevas formas de ocio, espectáculos comerciales como los deportes
profesionalizados, el teatro popular y más tarde el cine.
Industrialización mundial La industrialización cambió el mundo. Pocos lugares escaparon a su impacto. Sin embargo, la
naturaleza del impacto varía de unos lugares a otros. Comprender las consecuencias globales
de la industrialización precisa que se entienda cómo fue la industrialización en cada lugar.
La industrialización al principio siempre es un fenómeno que se produce a nivel regional, no
nacional, como lo demostró el gran retraso industrial de Sudamérica. Muchas zonas de Europa
occidental y Estados Unidos siguieron a Gran Bretaña a principios del siglo XIX. Unas pocas
regiones europeas (Suecia, los Países Bajos, el norte de Italia) no comenzaron su verdadera
85
industrialización hasta mediados del siglo. La siguiente gran oleada de nueva
industrialización, que comenzó en torno a 1880, llegó también a Rusia y Japón. Una última
ronda (hasta hoy día) incluyó la rápida industrialización del resto del borde del Pacífico
(concretamente Corea del Sur y Taiwan) en torno a 1960.
Varios factores configuraron la naturaleza de la industrialización en cada sitio. En Gran
Bretaña, por ejemplo, la industrialización triunfó cuando dependía de inventores individuales
y de compañías relativamente pequeñas. Sin embargo, comenzó a rezagarse en el clima
corporativo de finales del siglo XIX. Por el contrario en Alemania avanzó cuando la
industrialización provocó la creación de organizaciones mayores, estructuras organizativas
más impersonales, e investigación colectiva más que artesanos hojalateros. En Alemania, el
Estado estaba también más implicado en la industrialización que en Gran Bretaña.
La industrialización francesa puso el énfasis en la modernización de los productos artesanales.
Esto no solamente reflejaba unas especialidades nacionales más tempranas, sino también
menos adecuación de recursos en el carbón, un factor que mantuvo muy retrasada la industria
pesada. Francia también tenía que presionar a los trabajadores especializados para que
trabajaran según las nuevas formas, generando algunas tensiones. Los carpinteros, por
ejemplo, utilizaban diseños prefabricados para hacer la carpintería rápidamente, pero como se
sentían ofendidos por las adulteraciones de sus destrezas artísticas, conservaron algunos
métodos manuales. La industrialización en Estados Unidos dependía de la mano de obra
inmigrante. Esto explica en parte por qué los Estados Unidos, pese a su régimen político
democrático, fue el pionero en una organización particularmente despiadada de los
trabajadores, que culminó en la cadena de montaje. Al contrario que Alemania, en Estados
Unidos se pusieron en marcha leyes que combatían los negocios demasiado grandes que
incurrieran en competencia desleal, aunque el impacto de estas leyes fue desigual. Estados
Unidos, con su enorme mercado, fue el pionero del nuevo estadio económico de la sociedad
de consumo que ha tenido en los últimos tiempos un impacto mundial. En concreto, Estados
Unidos encabezó la creación de moda popular y de entretenimientos de masas.
Las industrializaciones tardías también variaron. La industrialización rusa comenzó antes de
la Revolución Rusa de 1917, pero el comunismo la aceleró considerablemente, sustituyendo
la economía de mercado por la planificación estatal en el diseño de las políticas industriales.
La industrialización japonesa adoptó una estrecha colaboración entre las grandes empresas y
el gobierno. Japón, como todas las naciones que se han industrializado más tarde, al principio
tuvieron que importar el equipamiento básico. También carecían de recursos básicos, incluido
el combustible. Por eso, el estado rápidamente animó a las industrias que produjeran bienes
para exportar aunque limitando las importaciones. Esta política aún afecta a Japón, pese a
estar entre las mayores economías mundiales. En suma, la herencia confuciana de Japón, que
pone el énfasis en la colaboración, se refleja en la forma de gestionar la industria. De hecho, a
finales del siglo XX, muchos observadores señalaban que la industrialización había ganado
terreno en dos contextos culturales concretos: occidental y confuciano. Sin embargo, en cada
contexto los resultados eran distintos.
No obstante, hay una complicación para describir la industrialización global como sucesivas
oleadas, en aquellos casos en que las sociedades están parcialmente industrializadas y no ha
habido una auténtica revolución. Países como México, Brasil, India y China han llegado a una
cierta producción industrial para reducir la necesidad de importar algunos bienes de consumo
como la ropa y los coches. También desarrollaron industrias claves en torno a ciertos bienes
para exportar, como la industria informática brasileña (una de las mayores de todo el mundo)
y los sectores aeroespacial y de software informático.
El modelo de innovación y diversidad industrial sigue en vigor. El colapso del comunismo
europeo a finales de la década de 1980 obligó a los gobiernos de Europa del Este a convertirse
a la economía de mercado para acelerar el crecimiento industrial. Algunos que habían
prosperado mucho bajo el sistema comunista se encontraron con la dureza de esta nueva
86
forma de funcionar. De hecho, en la historia de la industrial no se había intentado un cambio
de sistema económico de esta envergadura. En China, se produjo otra experiencia novedosa
en 1978, cuando el país se embarcó en lo que parecía ser el primer estadio de una
industrialización rápida, pero con una economía de mercado parcial combinada con un
estricto y autoritario control gubernamental.
Es complejo establecer un modelo de industrialización global cuando la industrialización que
ha durado décadas es tan distinta de unos lugares a otros. Algunos países, como Francia,
Alemania y Estados Unidos, siguieron inmediatamente el modelo británico. Campañas
comerciales, gobiernos deseosos de conseguir las ventajas de la industrialización para el
ejército, y desde luego recursos naturales favorables, fueron importantes factores para su
industrialización. Otras regiones quedaron muy rezagadas. Aquí las causas diferían. Algunos
lugares carecían de fuentes de energía adecuadas. Muchos más eran dependientes de la
economía occidental, demasiado pobres para conseguir el capital que les permitiera adquirir
equipamiento industrial costoso y a menudo dependía de los capitalistas occidentales. Egipto,
por ejemplo, intentó industrializarse bajo una líder reformista a principios del siglo XIX pero
fue bloqueado. En lugar de eso, se convirtió en productor de materias primas (especialmente
algodón) para los fabricantes occidentales. En algunos lugares, para acabar, se resistieron a la
industrialización por motivos culturales. En 1870, el gobierno tradicionalista chino destruyó
deliberadamente las primeras vías de tren construidas en el gigantesco país.
Las consecuencias de la industrialización son, en última instancia, globales. A principios del
siglo XIX, las fábricas europeas empujaron hacia la fabricación tradicional a zonas como
América Latina y la India. Al mismo tiempo, los centros industriales buscaban recursos
alimentarios y materias primas, ayudando a estos sectores a expandirse en lugares como Chile
y Brasil. La búsqueda de dinero mediante las exportaciones con el objetivo de comprar bienes
de lujo y maquinaria de las sociedades industriales, ayudó a provocar grandes cambios en los
modelos laborales en lugares como América Latina, o en 1900, África. Los bajos salarios, a
menudo forzados mediante medidas coercitivas, se generalizaron.
El poderío industrial y la búsqueda de mercados y materias primas yacen tras la expansión
imperialista europea del siglo XIX. Sin embargo, de forma gradual, otras sociedades copiaron
la industrialización o cuando menos desarrollaron un sector industrial independiente. Gran
parte de la historia del mundo en el siglo XX, recoge los esfuerzos de sociedades como la
India, China, Irán o Brasil para reducir su dependencia de las importaciones y organizar una
forma selectiva de exportación a través de la industria. El impacto medioambiental de la
industrialización también ha sido internacional. La industrialización afectó rápidamente a la
calidad del agua y del aire cerca de las fábricas. Las demandas industriales de productos
agrícolas, como el caucho, provocaron la deforestación y cambios climáticos en lugares como
Brasil. Estos modelos se han acelerado, mientras el crecimiento industrial se ha generalizado,
creando temas de actualidad, como el calentamiento global. El impacto mundial de la
industrialización, en este sentido, permanece como una historia inacabada cuando comienza el
siglo XXI.
Dado el impacto global de la industrialización, es creciente la importancia de que entendamos
su naturaleza y sus consecuencias. Aunque es fácil entender el impacto de la industrialización
desde el nivel personal, es más difícil comprender su naturaleza a nivel global, especialmente
cuando el modelo global es tan complejo. La historia proporciona un medio para llegar a
comprenderlo. Comprendiendo las causas, las variaciones y las consecuencias históricas de la
Revolución Industrial, podemos entender mejor nuestras circunstancias actuales y, con
optimismo, diseñar mejor las industrializaciones futuras.
Acerca del autor: Peter N. Stearns es profesor de Historia en la Universidad Carnegie
Mellon. Ha escrito The Industrial Revolution in World History, así como otras obras, entre las
que destaca Millennium II, Century XXI: A Retrospective on the Future.
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EDAD CONTEMPORÁNEA
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Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano
26 de agosto de 1789
Los representantes del pueblo francés, constituidos en Asamblea nacional, considerando que
la ignorancia, el olvido o el menosprecio de los derechos del hombre son las únicas causas de
las calamidades públicas y de la corrupción de los gobiernos, han resuelto exponer, en una
declaración solemne, los derechos naturales, inalienables y sagrados del hombre, a fin de que
esta declaración, constantemente presente para todos los miembros del cuerpo social, les
recuerde sin cesar sus derechos y sus deberes; a fin de que los actos del poder legislativo y del
poder ejecutivo, al poder cotejarse a cada instante con la finalidad de toda institución política,
sean más respetados y para que las reclamaciones de los ciudadanos, en adelante fundadas en
principios simples e indiscutibles, redunden siempre en beneficio del mantenimiento de la
Constitución y de la felicidad de todos.
En consecuencia, la Asamblea nacional reconoce y declara, en presencia del Ser Supremo y
bajo sus auspicios, los siguientes derechos del hombre y del ciudadano:
Artículo primero.- Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos. Las
distinciones sociales sólo pueden fundarse en la utilidad común.
Artículo 2.- La finalidad de toda asociación política es la conservación de los derechos
naturales e imprescriptibles de¡ hombre. Tales derechos son la libertad, la propiedad, la
seguridad y la resistencia a la opresión.
Artículo 3.- El principio de toda soberanía reside esencialmente en la Nación. Ningún cuerpo,
ningún individuo, pueden ejercer una autoridad que no emane expresamente de ella.
Artículo 4.- La libertad consiste en poder hacer todo aquello que no perjudique a otro: por
eso, el ejercicio de los derechos naturales de cada hombre no tiene otros límites que los que
garantizan a los demás miembros de la sociedad el goce de estos mismos derechos. Tales
límites sólo pueden
ser determinados por la ley.
Artículo 5.- La ley sólo tiene derecho a prohibir los actos perjudiciales para la sociedad. Nada
que no esté prohibido por la ley puede ser impedido, y nadie puede ser constreñido a hacer
algo que ésta no ordene.
Artículo 6.- La ley es la expresión de la voluntad general. Todos los ciudadanos tienen
derecho a contribuir a su elaboración, personalmente o por medio de sus representantes. Debe
ser la misma para todos, ya sea que proteja o que sancione. Como todos los ciudadanos son
iguales ante ella, todos son igualmente admisibles en toda dignidad, cargo o empleo públicos,
según sus capacidades y sin otra distinción que la de sus virtudes y sus talentos.
Artículo 7.- Ningún hombre puede ser acusado, arrestado o detenido, como no sea en los
casos determinados por la ley y con arreglo a las formas que ésta ha prescrito. Quienes
soliciten, cursen, ejecuten o hagan ejecutar órdenes arbitrarias deberán ser castigados; pero
89
todo ciudadano convocado o aprehendido en virtud de la ley debe obedecer de inmediato; es
culpable si opone resistencia.
Artículo 8.- La ley sólo debe establecer penas estricta y evidentemente necesarias, y nadie
puede ser castigado sino en virtud de una ley establecida y promulgada con anterioridad al
delito, y aplicada legalmente.
Artículo 9.- Puesto que todo hombre se presume inocente mientras no sea declarado culpable,
si se juzga indispensable detenerlo, todo rigor que no sea necesario para apoderarse de su
persona debe ser severamente reprimido por la ley.
Artículo 10.- Nadie debe ser incomodado por sus opiniones, inclusive religiosas, a condición
de que su manifestación no perturbe el orden público establecido por la ley.
Articulo 11.- La libre comunicación de pensamientos y de opiniones es uno de los derechos
más preciosos del hombre; en consecuencia, todo ciudadano puede hablar, escribir e imprimir
libremente, a trueque de responder del abuso de esta libertad en los casos determinados por la
ley.
Artículo 12.- La garantía de los derechos de¡ hombre y del ciudadano necesita de una fuerza
pública; por lo tanto, esta fuerza ha sido instituida en beneficio de todos, y no para el
provecho particular de aquéllos a quienes ha sido encomendada.
Articulo 13.- Para el mantenimiento de la fuerza pública y para los gastos de administración.
resulta indispensable una contribución común; ésta debe repartiese equitativamente entre los'
ciudadanos, proporcionalmente a su capacidad.
Articulo 14.- Los ciudadanos tienen el derecho de comprobar, por sí mismos o a través de sus
representantes, la necesidad de la contribución pública, de aceptarla libremente, de vigilar su
empleo y de determinar su prorrata, su base, su recaudación y su duración.
Articulo 15.- La sociedad tiene derecho a pedir cuentas de su gestión a todo agente público.
Articulo 16.- Toda sociedad en la cual no esté establecida la garantía de los derechos, ni
determinada la separación de los poderes, carece de Constitución.
Articulo 17.- Siendo la propiedad un derecho inviolable y sagrado, nadie puede ser privado
de ella, salvo cuando la necesidad pública, legalmente comprobada, lo exija de modo
evidente, y a condición de una
90
LA REVOLUCIÓN FRANCESA
1. INTRODUCCIÓN
Revolución Francesa, proceso social y político acaecido en Francia entre 1789 y 1799, cuyas
principales consecuencias fueron el derrocamiento de Luis XVI, perteneciente a la Casa real
de los Borbones, la abolición de la monarquía en Francia y la proclamación de la I República,
con lo que se pudo poner fin al Antiguo Régimen en este país. Aunque las causas que
generaron la Revolución fueron diversas y complejas, éstas son algunas de las más
influyentes: la incapacidad de las clases gobernantes —nobleza, clero y burguesía— para
hacer frente a los problemas de Estado, la indecisión de la monarquía, los excesivos
impuestos que recaían sobre el campesinado, el empobrecimiento de los trabajadores, la
agitación intelectual alentada por el Siglo de las Luces y el ejemplo de la guerra de la
Independencia estadounidense. Las teorías actuales tienden a minimizar la relevancia de la
lucha de clases y a poner de relieve los factores políticos, culturales e ideológicos que
intervinieron en el origen y desarrollo de este acontecimiento.
2. LAS RAZONES HISTÓRICAS DE LA REVOLUCIÓN
Más de un siglo antes de que Luis XVI ascendiera al trono (1774), el Estado francés había
sufrido periódicas crisis económicas motivadas por las largas guerras emprendidas durante el
reinado de Luis XIV, la mala administración de los asuntos nacionales en el reinado de Luis
XV, las cuantiosas pérdidas que acarreó la Guerra Francesa e India (1754-1763) y el aumento
de la deuda generado por los préstamos a las colonias británicas de Norteamérica durante la
guerra de la Independencia estadounidense (1775-1783). Los defensores de la aplicación de
reformas fiscales, sociales y políticas comenzaron a reclamar con insistencia la satisfacción de
sus reivindicaciones durante el reinado de Luis XVI. En agosto de 1774, el rey nombró
controlador general de Finanzas a Anne Robert Jacques Turgot, un hombre de ideas liberales
que instituyó una política rigurosa en lo referente a los gastos del Estado. No obstante, la
mayor parte de su política restrictiva fue abandonada al cabo de dos años y Turgot se vio
obligado a dimitir por las presiones de los sectores reaccionarios de la nobleza y el clero,
apoyados por la reina, María Antonieta de Austria. Su sucesor, el financiero y político Jacques
Necker tampoco consiguió realizar grandes cambios antes de abandonar su cargo en 1781,
debido asimismo a la oposición de los grupos reaccionarios. Sin embargo, fue aclamado por el
pueblo por hacer público un extracto de las finanzas reales en el que se podía apreciar el
gravoso coste que suponían para el Estado los estamentos privilegiados. La crisis empeoró
durante los años siguientes. El pueblo exigía la convocatoria de los Estados Generales (una
asamblea formada por representantes del clero, la nobleza y el tercer estado), cuya última
reunión se había producido en 1614, y el rey Luis XVI accedió finalmente a celebrar unas
elecciones nacionales en 1788. La censura quedó abolida durante la campaña y multitud de
escritos que recogían las ideas de la Ilustración circularon por toda Francia. Necker, a quien el
monarca había vuelto a nombrar interventor general de Finanzas en 1788, estaba de acuerdo
con Luis XVI en que el número de representantes del tercer estado (el pueblo) en los Estados
Generales fuera igual al del primer estado (el clero) y el segundo estado (la nobleza) juntos,
pero ninguno de los dos llegó a establecer un método de votación.
Primera sesión de los Estados Generales
91
A pesar de que los tres estados estaban de acuerdo en que la estabilidad de la nación requería
una transformación fundamental de la situación, los antagonismos estamentales
imposibilitaron la unidad de acción en los Estados Generales, que se reunieron en Versalles el
5 de mayo de 1789. Las delegaciones que representaban a los estamentos privilegiados de la
sociedad francesa se enfrentaron inmediatamente a la cámara rechazando los nuevos métodos
de votación presentados. El objetivo de tales propuestas era conseguir el voto por individuo y
no por estamento, con lo que el tercer estado, que disponía del mayor número de
representantes, podría controlar los Estados Generales. Las discusiones relativas al
procedimiento se prolongaron durante seis semanas, hasta que el grupo dirigido por
Emmanuel Joseph Sieyès y el conde de Mirabeau se constituyó en Asamblea Nacional el 17
de junio. Este abierto desafío al gobierno monárquico, que había apoyado al clero y la
nobleza, fue seguido de la aprobación de una medida que otorgaba únicamente a la Asamblea
Nacional el poder de legislar en materia fiscal. Luis XVI se apresuró a privar a la Asamblea
de su sala de reuniones como represalia. Ésta respondió realizando el 20 de junio el
denominado Juramento del Juego de la Pelota, por el que se comprometía a no disolverse
hasta que se hubiera redactado una constitución para Francia. En ese momento, las profundas
disensiones existentes en los dos estamentos superiores provocaron una ruptura en sus filas, y
numerosos representantes del bajo clero y algunos nobles liberales abandonaron sus
respectivos estamentos para integrarse en la Asamblea Nacional.
3.
EL INICIO DE LA REVOLUCIÓN
El rey se vio obligado a ceder ante la continua oposición a los decretos reales y la
predisposición al amotinamiento del propio Ejército real. El 27 de junio ordenó a la nobleza y
al clero que se unieran a la autoproclamada Asamblea Nacional Constituyente. Luis XVI
cedió a las presiones de la reina María Antonieta y del conde de Artois (futuro rey de Francia
con el nombre de Carlos X) y dio instrucciones para que varios regimientos extranjeros leales
se concentraran en París y Versalles. Al mismo tiempo, Necker fue nuevamente destituido. El
pueblo de París respondió con la insurrección ante estos actos de provocación; los disturbios
comenzaron el 12 de julio, y las multitudes asaltaron y tomaron La Bastilla —una prisión real
que simbolizaba el despotismo de los Borbones— el 14 de julio.
Antes de que estallara la revolución en París, ya se habían producido en muchos lugares de
Francia esporádicos y violentos disturbios locales y revueltas campesinas contra los nobles
opresores que alarmaron a los burgueses no menos que a los monárquicos. El conde de Artois
y otros destacados líderes reaccionarios, sintiéndose amenazados por estos sucesos, huyeron
del país, convirtiéndose en el grupo de los llamados émigrés. La burguesía parisina, temerosa
de que la muchedumbre de la ciudad aprovechara el derrumbamiento del antiguo sistema de
gobierno y recurriera a la acción directa, se apresuró a establecer un gobierno provisional
local y organizó una milicia popular, denominada oficialmente Guardia Nacional. El
estandarte de los Borbones fue sustituido por la escarapela tricolor (azul, blanca y roja),
símbolo de los revolucionarios que pasó a ser la bandera nacional. No tardaron en constituirse
en toda Francia gobiernos provisionales locales y unidades de la milicia. El mando de la
Guardia Nacional se le entregó al marqués de La Fayette, héroe de la guerra de la
Independencia estadounidense. Luis XVI, incapaz de contener la corriente revolucionaria,
ordenó a las tropas leales retirarse. Volvió a solicitar los servicios de Necker y legalizó
92
oficialmente las medidas adoptadas por la Asamblea y los diversos gobiernos provisionales de
las provincias.
4. LA REDACCIÓN DE UNA
CONSTITUCIÓN
La Asamblea Nacional Constituyente comenzó su actividad movida por los desórdenes y
disturbios que estaban produciéndose en las provincias (el periodo del 'Gran Miedo'). El clero
y la nobleza hubieron de renunciar a sus privilegios en la sesión celebrada durante la noche
del 4 de agosto de 1789; la Asamblea aprobó una legislación por la que quedaba abolido el
régimen feudal y señorial y se suprimía el diezmo, aunque se otorgaban compensaciones en
ciertos casos. En otras leyes se prohibía la venta de cargos públicos y la exención tributaria de
los estamentos privilegiados.
A continuación, la Asamblea Nacional Constituyente se dispuso a comenzar su principal
tarea, la redacción de una Constitución. En el preámbulo, denominado Declaración de los
Derechos del hombre y del ciudadano, los delegados formularon los ideales de la Revolución,
sintetizados más tarde en tres principios, 'Liberté, Égalité, Fraternité' ('Libertad, Igualdad,
Fraternidad'). Mientras la Asamblea deliberaba, la hambrienta población de París, irritada por
los rumores de conspiraciones monárquicas, reclamaba alimentos y soluciones. El 5 y el 6 de
octubre, la población parisina, especialmente sus mujeres, marchó hacia Versalles y sitió el
palacio real. Luis XVI y su familia fueron rescatados por La Fayette, quien les escoltó hasta
París a petición del pueblo. Tras este suceso, algunos miembros conservadores de la
Asamblea Constituyente, que acompañaron al rey a París, presentaron su dimisión. En la
capital, la presión de los ciudadanos ejercía una influencia cada vez mayor en la corte y la
Asamblea. El radicalismo se apoderó de la cámara, pero el objetivo original, la implantación
de una monarquía constitucional como régimen político, aún se mantenía.
El primer borrador de la Constitución recibió la aprobación del monarca francés en unas
fastuosas ceremonias, a las que acudieron delegados de todos los lugares del país, el 14 de
julio de 1790. Este documento suprimía la división provincial de Francia y establecía un
sistema administrativo cuyas unidades eran los departamentos, que dispondrían de
organismos locales elegibles. Se ilegalizaron los títulos hereditarios, se crearon los juicios con
jurado en las causas penales y se propuso una modificación fundamental de la legislación
francesa. Con respecto a la institución que establecía requisitos de propiedad para acceder al
voto, la Constitución disponía que el electorado quedara limitado a la clases alta y media. El
nuevo estatuto confería el poder legislativo a la Asamblea Nacional, compuesta por 745
miembros elegidos por un sistema de votación indirecto. Aunque el rey seguía ejerciendo el
poder ejecutivo, se le impusieron estrictas limitaciones. Su poder de veto tenía un carácter
meramente suspensivo, y era la Asamblea quien tenía el control efectivo de la dirección de la
política exterior. Se impusieron importantes restricciones al poder de la Iglesia católica
mediante una serie de artículos denominados Constitución civil del Clero, el más importante
de los cuales suponía la confiscación de los bienes eclesiásticos. A fin de aliviar la crisis
financiera, se permitió al Estado emitir un nuevo tipo de papel moneda, los asignados,
garantizado por las tierras confiscadas. Asimismo, la Constitución estipulaba que los
sacerdotes y obispos fueran elegidos por los votantes, recibieran una remuneración del
Estado, prestaran un juramento de lealtad al Estado y las órdenes monásticas fueran disueltas.
93
Durante los quince meses que transcurrieron entre la aprobación del primer borrador
constitucional por parte de Luis XVI y la redacción del documento definitivo, las relaciones
entre las fuerzas de la Francia revolucionaria experimentaron profundas transformaciones.
Éstas fueron motivadas, en primer lugar, por el resentimiento y el descontento del grupo de
ciudadanos que había quedado excluido del electorado. Las clases sociales que carecían de
propiedades deseaban acceder al voto y liberarse de la miseria económica y social, y no
tardaron en adoptar posiciones radicales. Este proceso, que se extendió rápidamente por toda
Francia gracias a los clubes de los jacobinos, y de los cordeliers, adquirió gran impulso
cuando se supo que María Antonieta estaba en constante comunicación con su hermano
Leopoldo II, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Al igual que la mayoría de
los monarcas europeos, Leopoldo había dado refugio a gran número de émigrés y no había
ocultado su oposición a los acontecimientos revolucionarios que se habían producido en
Francia. El recelo popular con respecto a las actividades de la reina y la complicidad de
Luis XVI quedó confirmado cuando la familia real fue detenida mientras intentaba huir de
Francia en un carruaje con destino a Varennes el 21 de junio.
5.
RADICALIZACIÓN DEL GOBIERNO
El 17 de julio de 1791 los sans-culottes (miembros de una tendencia revolucionaria radical
que exigía la proclamación de la república) se reunieron en el Campo de Marte y exigieron
que se depusiera al monarca. La Guardia Nacional abrió fuego contra los manifestantes y los
dispersó siguiendo las órdenes de La Fayette, vinculado políticamente a los feuillants, un
grupo formado por monárquicos moderados. Estos hechos incrementaron de forma
irreversible las diferencias existentes entre el sector burgués y republicano de la población. El
rey fue privado de sus poderes durante un breve periodo, pero la mayoría moderada de la
Asamblea Constituyente, que temía que se incrementaran los disturbios, restituyó a Luis XVI
con la esperanza de frenar el ascenso del radicalismo y evitar una intervención de las
potencias extranjeras. El 14 de septiembre, el rey juró respetar la Constitución modificada.
Dos semanas después, se disolvió la Asamblea Constituyente para dar paso a las elecciones
sancionadas por la Constitución. Durante este tiempo, Leopoldo II y Federico Guillermo II,
rey de Prusia, emitieron el 27 de agosto una declaración conjunta referente a Francia en la que
se amenazaba veladamente con una intervención armada. La Asamblea Legislativa, que
comenzó sus sesiones el 1 de octubre de 1791, estaba formada por 750 miembros que no
tenían experiencia alguna en la vida política, dado que los propios integrantes de la Asamblea
Constituyente habían votado en contra de su elegibilidad como diputados de la nueva cámara.
Ésta se hallaba dividida en facciones divergentes. La más moderada era la de los feuillants,
partidaria de la monarquía constitucional tal como se establecía en la Constitución de 1791. El
centro de la cámara acogía al grupo mayoritario, conocido como el Llano, que carecía de
opiniones políticas definidas pero que se oponía unánimemente al sector radical que se
sentaba en el ala izquierda, compuesto principalmente por los girondinos, que defendían la
transformación de la monarquía constitucional en una república federal, un proyecto similar al
de los montagnards (grupo que por ocupar la parte superior de la cámara, recibió el apelativo
de La Montaña) integrados por los jacobinos y los cordeliers, que abogaban por la
implantación de una república centralizada. Antes de que estas disensiones abrieran una
profunda brecha en las relaciones entre los girondinos y los montagnards, el sector
republicano de la Asamblea consiguió la aprobación de varios proyectos de ley importantes,
entre los que se incluían severas medidas contra los miembros del clero que se negaran a jurar
94
lealtad al nuevo régimen. Sin embargo, Luis XVI ejerció su derecho a veto sobre estos
decretos, provocando así una crisis parlamentaria que llevó al poder a los girondinos. A pesar
de la oposición de los más destacados montagnards, el gabinete girondino, presidido por Jean
Marie Roland de la Platière, adoptó una actitud beligerante hacia Federico Guillermo II y
Francisco II, el nuevo emperador del Sacro Imperio Romano, que había sucedido a su padre,
Leopoldo II, el 1 de marzo de 1792. Ambos soberanos apoyaban abiertamente las actividades
de los émigrés y secundaban el rechazo de la aristocracia de Alsacia a la legislación
revolucionaria. El deseo de entablar una guerra se extendió rápidamente entre los
monárquicos, que confiaban en la derrota del gobierno revolucionario y en la restauración del
Antiguo Régimen, y entre los girondinos, que anhelaban un triunfo definitivo sobre los
sectores reaccionarios tanto en el interior como en el exterior. El 20 de abril de 1792 la
Asamblea Legislativa declaró la guerra al Sacro Imperio Romano.
6. LA LUCHA POR LA LIBERTAD
Los ejércitos austriacos obtuvieron varias victorias en los Países Bajos austriacos gracias a
ciertos errores del alto mando francés, formado mayoritariamente por monárquicos. La
posterior invasión de Francia provocó importantes desórdenes en París. El gabinete de Roland
cayó el 13 de junio, y la intranquilidad de la población se canalizó en un asalto a las Tullerías,
la residencia de la familia real, una semana después. La Asamblea Legislativa declaró el
estado de excepción el 11 de julio, después de que Cerdeña y Prusia se unieran a la guerra
contra Francia. Se enviaron fuerzas de reserva para aliviar la difícil situación en el frente, y se
solicitaron voluntarios de todo el país en la capital. Cuando los refuerzos procedentes de
Marsella llegaron a París, iban cantando un himno patriótico conocido desde entonces como
La Marsellesa. El descontento popular provocado por la gestión de los girondinos, que habían
expresado su apoyo a la monarquía y habían rechazado la acusación de deserción presentada
contra La Fayette, hizo aumentar la tensión. El malestar social, unido al efecto que generó el
manifiesto del comandante aliado, Charles William de Ferdinand, duque de Brunswick, en el
que amenazaba con destruir la capital si la familia real era maltratada, provocó una
insurrección en París el 10 de agosto. Los insurgentes, dirigidos por elementos radicales de la
capital y voluntarios nacionales que se dirigían al frente, asaltaron las Tullerías y asesinaron a
la Guardia suiza del rey. Luis XVI y su familia se refugiaron en la cercana sala de reuniones
de la Asamblea Legislativa, que no tardó en suspender en sus funciones al monarca y ponerle
bajo arresto. A su vez, los insurrectos derrocaron al consejo de gobierno parisino, que fue
reemplazado por un nuevo consejo ejecutivo provisional, la denominada Comuna de París.
Los montagnards, liderados por el abogado Georges Jacques Danton, dominaron el nuevo
gobierno parisino y pronto se hicieron con el control de la Asamblea Legislativa. Esta cámara
aprobó la celebración de elecciones en un breve plazo con vistas a la constitución de una
nueva Convención Nacional, en la que tendrían derecho a voto todos los ciudadanos varones.
Entre el 2 y el 7 de septiembre, más de mil monárquicos y presuntos traidores apresados en
diversos lugares de Francia, fueron sometidos a juicio y ejecutados. Los elementos
desencadenantes de las denominadas 'Matanzas de Septiembre' fueron el temor de la
población al avance de los ejércitos aliados contra Francia y los rumores sobre conspiraciones
para derrocar al gobierno revolucionario. Un ejército francés, dirigido por el general Charles
François Dumouriez, obtuvo una importante victoria en la batalla de Valmy frente a las tropas
prusianas que avanzaban hacia París el 20 de septiembre.
Un día después de la victoria de Valmy se reunió en París la Convención Nacional recién
elegida. La primera decisión oficial adoptada por esta cámara fue la abolición de la monarquía
95
y la proclamación de la I República. El consenso entre los principales grupos integrantes de la
Convención no fue más allá de la aprobación de estas medidas iniciales. Sin embargo,
ninguna facción se opuso al decreto presentado por los girondinos y promulgado el 19 de
noviembre, por el cual Francia se comprometía a apoyar a todos los pueblos oprimidos de
Europa. Las noticias que llegaban del frente semanalmente eran alentadoras: las tropas
francesas habían pasado al ataque después de la batalla de Valmy y habían conquistado
Maguncia, Frankfurt del Main, Niza, Saboya y los Países Bajos austriacos. Sin embargo, las
disensiones se habían intensificado seriamente en el seno de la convención, donde el Llano
dudaba entre conceder su apoyo a los conservadores girondinos o a los radicales
montagnards. La primera gran prueba de fuerza se decidió en favor de estos últimos, que
solicitaban que la Convención juzgara al rey por el cargo de traición y consiguieron que su
propuesta fuera aprobada por mayoría. El monarca fue declarado culpable de la acusación
imputada con el voto casi unánime de la Cámara el 15 de enero de 1793, pero no se produjo el
mismo acuerdo al día siguiente, cuando había de decidirse la pena del acusado. Finalmente el
rey fue condenado a muerte por 387 votos a favor frente a 334 votos en contra. Luis XVI fue
guillotinado el 21 de enero.
La influencia de los girondinos en la Convención Nacional disminuyó enormemente tras la
ejecución del rey. La falta de unidad mostrada por el grupo durante el juicio había dañado
irreparablemente su prestigio nacional, bastante mermado desde hacía tiempo entre la
población de París, más favorable a las tendencias jacobinas. Otro factor que determinó la
caída girondina fueron las derrotas sufridas por los ejércitos franceses tras declarar la guerra a
Gran Bretaña, las Provincias Unidas (actuales Países Bajos) el 1 de febrero de 1793, y a
España el 7 de marzo, que se habían unido a la Primera Coalición contra Francia. Las
propuestas de los jacobinos para fortalecer al gobierno ante las cruciales luchas a las que
Francia debería enfrentarse desde ese momento fueron firmemente rechazadas por los
girondinos. No obstante, a comienzos de marzo, la Convención votó a favor del reclutamiento
de 300.000 hombres y envió comisionados especiales a varios departamentos para organizar
la leva. Los sectores clericales y monárquicos enemigos de la Revolución incitaron a la
rebelión a los campesinos de La Vendée, contrarios a tal medida. La guerra civil no tardó en
extenderse a los departamentos vecinos. Los austriacos derrotaron al ejército de Dumouriez en
Neerwinden el 18 de marzo, y éste desertó al enemigo. La huida del jefe del ejército, la guerra
civil y el avance de las fuerzas enemigas a través de las fronteras de Francia provocó en la
Convención una crisis entre los girondinos y los montagnards, en la que estos últimos
pusieron de relieve la necesidad de emprender una acción contundente en defensa de la
Revolución.
7. EL REINADO DEL
TERROR
El 6 de abril, la Convención creó el Comité de Salvación Pública, que habría de ser el órgano
ejecutivo de la República, y reestructuró el Comité de Seguridad General y el Tribunal
Revolucionario. Se enviaron representantes a los departamentos para supervisar el
cumplimiento de las leyes, el reclutamiento y la requisa de municiones. La rivalidad existente
entre los girondinos y los montagnards se había agudizado durante este periodo. La rebelión
parisina, organizada por el periodista radical Jacques René Hébert, obligó a la Convención a
ordenar el 2 de junio la detención de veintinueve delegados girondinos y de los ministros de
este grupo, Pierre Henri Hélène Marie Lebrun-Tondu y Étienne Clavière. A partir de ese
momento, la facción jacobina radical que asumió el control del gobierno desempeñó un papel
decisivo en el posterior desarrollo de la Revolución. La Convención promulgó una nueva
96
Constitución el 24 de junio en la que se ampliaba el carácter democrático de la República. Sin
embargo, este estatuto nunca llegó a entrar en vigor. El 10 de julio, la presidencia del Comité
de Salvación Pública fue transferida a los jacobinos, que reorganizaron completamente las
funciones de este nuevo organismo. Tres días después, el político radical Jean-Paul Marat,
destacado líder de los jacobinos, fue asesinado por Charlotte de Corday, simpatizante de los
girondinos. La indignación pública ante este crimen hizo aumentar considerablemente la
influencia de los jacobinos en todo el país. El dirigente jacobino Maximilien de Robespierre
pasó a ser miembro del Comité de Salvación Pública el 27 de julio y se convirtió en su figura
más destacada en poco tiempo. Robespierre, apoyado por Louis Saint-Just, Lazare Carnot,
Georges Couthon y otros significados jacobinos, implantó medidas policiales extremas para
impedir cualquier acción contrarrevolucionaria. Los poderes del Comité fueron renovados
mensualmente por la Convención Nacional desde abril de 1793 hasta julio de 1794, un
periodo que pasó a denominarse Reinado del Terror.
Desde el punto de vista militar, la situación era extremadamente peligrosa para la República.
Las potencias enemigas habían reanudado la ofensiva en todos los frentes. Los prusianos
habían recuperado Maguncia, Condé-Sur-L'Escaut y Valenciennes, y los británicos mantenían
sitiado Tolón. Los insurgentes monárquicos y católicos controlaban gran parte de La Vendée
y Bretaña. Caen, Lyon, Marsella, Burdeos y otras importantes localidades se hallaban bajo el
poder de los girondinos. El 23 de agosto se emitió un nuevo decreto de reclutamiento para
toda la población masculina de Francia en buen estado de salud. Se formaron en poco tiempo
catorce nuevos ejércitos —alrededor de 750.000 hombres—, que fueron equipados y enviados
al frente rápidamente. Además de estas medidas, el Comité reprimió violentamente la
oposición interna.
María Antonieta fue ejecutada el 16 de octubre, y 21 destacados girondinos murieron
guillotinados el 31 del mismo mes. Tras estas represalias iniciales, miles de monárquicos,
sacerdotes, girondinos y otros sectores acusados de realizar actividades contrarrevolucionarias
o de simpatizar con esta causa fueron juzgados por los tribunales revolucionarios, declarados
culpables y condenados a morir en la guillotina. El número de personas condenadas a muerte
en París ascendió a 2.639, más de la mitad de las cuales (1.515) perecieron durante los meses
de junio y julio de 1794. Las penas infligidas a los traidores o presuntos insurgentes fueron
más severas en muchos departamentos periféricos, especialmente en los principales centros de
la insurrección monárquica. El tribunal de Nantes, presidido por Jean-Baptiste Carrier, el más
severo con los cómplices de los rebeldes de La Vendée, ordenó la ejecución de más de 8.000
personas en un periodo de tres meses. Los tribunales y los comités revolucionarios fueron
responsables de la ejecución de casi 17 mil ciudadanos en toda Francia. El número total de
víctimas durante el Reinado del Terror llegó a 40.000. Entre los condenados por los tribunales
revolucionarios, aproximadamente el 8% eran nobles, el 6% eran miembros del clero, el 14%
pertenecía a la clase media y el 70% eran trabajadores o campesinos acusados de eludir el
reclutamiento, de deserción, acaparamiento, rebelión u otros delitos. Fue el clero católico el
que sufrió proporcionalmente las mayores pérdidas entre todos estos grupos sociales. El odio
anticlerical se puso de manifiesto también en la abolición del calendario juliano en octubre de
1793, que fue reemplazado por el calendario republicano. El Comité de Salvación Pública,
presidido por Robespierre, intentó reformar Francia basándose de forma fanática en sus
propios conceptos de humanitarismo, idealismo social y patriotismo. El Comité, movido por
el deseo de establecer una República de la Virtud, alentó la devoción por la república y la
victoria y adoptó medidas contra la corrupción y el acaparamiento. Asimismo, el 23 de
noviembre de 1793, la Comuna de París ordenó cerrar todas las iglesias de la ciudad —esta
97
decisión fue seguida posteriormente por las autoridades locales de toda Francia— y comenzó
a promover la religión revolucionaria, conocida como el Culto a la Razón. Esta actitud,
auspiciada por el jacobino Pierre Gaspard Chaumette y sus seguidores extremistas (entre ellos
Hébert), acentuó las diferencias entre los jacobinos centristas, liderados por Robespierre, y los
fanáticos seguidores de Hébert, una fuerza poderosa en la Convención y en la Comuna de
París.
Durante este tiempo, el signo de la guerra se había vuelto favorable para Francia. El general
Jean Baptiste Jourdan derrotó a los austriacos el 16 de octubre de 1793, iniciándose así una
serie de importantes victorias francesas. A finales de ese año, se había iniciado la ofensiva
contra las fuerzas de invasión del Este en el Rin, y Tolón había sido liberado. También era de
gran relevancia el hecho de que el Comité de Salvación Pública hubiera aplastado la mayor
parte de las insurrecciones de los monárquicos y girondinos.
8. LA LUCHA POR EL PODER
La disputa entre el Comité de Salvación Pública y el grupo extremista liderado por Hébert,
concluyó con la ejecución de éste y sus principales acólitos el 24 de marzo de 1794. Dos
semanas después, Robespierre emprendió acciones contra los seguidores de Danton, que
habían comenzado a solicitar la paz y el fin del reinado del Terror. Georges-Jacques Danton y
sus principales correligionarios fueron decapitados el 6 de abril. Robespierre perdió el apoyo
de muchos miembros importantes del grupo de los jacobinos —especialmente de aquéllos que
temían por sus propias vidas— a causa de estas represalias masivas contra los partidarios de
ambas facciones. Las victorias de los ejércitos franceses, entre las que cabe destacar la batalla
de Fleurus (Bélgica) del 26 de junio, que facilitó la reconquista de los Países Bajos austriacos,
incrementó la confianza del pueblo en el triunfo final. Por este motivo, comenzó a extenderse
el rechazo a las medidas de seguridad impuestas por Robespierre. El descontento general con
el líder del Comité de Salvación Pública no tardó en transformarse en una auténtica
conspiración. Robespierre, Saint-Just, Couthon y 98 de sus seguidores fueron apresados el 27
de julio de 1794 (el 9 de termidor del año III según el calendario republicano) y decapitados al
día siguiente. Se considera que el 9 de termidor fue el día en el que se puso fin a la República
de la Virtud.
La Convención Nacional estuvo controlada hasta finales de 1794 por el 'grupo termidoriano'
que derrocó a Robespierre y puso fin al Reinado del Terror. Se clausuraron los clubes
jacobinos de toda Francia, fueron abolidos los tribunales revolucionarios y revocados varios
decretos de carácter extremista, incluido aquél por el cual el Estado fijaba los salarios y
precios de los productos. Después de que la Convención volviera a estar dominada por los
girondinos, el conservadurismo termidoriano se transformó en un fuerte movimiento
reaccionario. Durante la primavera de 1795, se produjeron en París varios tumultos, en los que
el pueblo reclamaba alimentos, y manifestaciones de protesta que se extendieron a otros
lugares de Francia. Estas rebeliones fueron sofocadas y se adoptaron severas represalias
contra los jacobinos y sans-culottes que los protagonizaron.
La moral de los ejércitos franceses permaneció inalterable ante los acontecimientos ocurridos
en el interior. Durante el invierno de 1794-1795, las fuerzas francesas dirigidas por el general
Charles Pichegru invadieron los Países Bajos austriacos, ocuparon las Provincias Unidas
instituyendo la República Bátava y vencieron a las tropas aliadas del Rin. Esta sucesión de
derrotas provocó la desintegración de la coalición antifrancesa. Prusia y varios estados
98
alemanes firmaron la paz con el gobierno francés en el Tratado de Basilea el 5 de abril de
1795; España también se retiró de la guerra el 22 de julio, con lo que las únicas naciones que
seguían en lucha con Francia eran Gran Bretaña, Cerdeña y Austria. Sin embargo, no se
produjo ningún cambio en los frentes bélicos durante casi un año. La siguiente fase de este
conflicto se inició con las Guerras Napoleónicas.
Se restableció la paz en las fronteras, y un ejército invasor formado por émigrés fue derrotado
en Bretaña en el mes de julio. La Convención Nacional finalizó la redacción de una nueva
Constitución, que se aprobó oficialmente el 22 de agosto de 1795. La nueva legislación
confería el poder ejecutivo a un Directorio, formado por cinco miembros llamados directores.
El poder legislativo sería ejercido por una asamblea bicameral, compuesta por el Consejo de
Ancianos (250 miembros) y el Consejo de los Quinientos. El mandato de un director y de un
tercio de la asamblea se renovaría anualmente a partir de mayo de 1797, y el derecho al
sufragio quedaba limitado a los contribuyentes que pudieran acreditar un año de residencia en
su distrito electoral. La nueva Constitución incluía otras disposiciones que demostraban el
distanciamiento de la democracia defendida por los jacobinos. Este régimen no consiguió
establecer un medio para impedir que el órgano ejecutivo entorpeciera el gobierno del
ejecutivo y viceversa, lo que provocó constantes luchas por el poder entre los miembros del
gobierno, sucesivos golpes de Estado y fue la causa de la ineficacia en la dirección de los
asuntos del país. Sin embargo, la Convención Nacional, que seguía siendo anticlerical y
antimonárquica a pesar de su oposición a los jacobinos, tomó precauciones para evitar la
restauración de la monarquía. Promulgó un decreto especial que establecía que los primeros
directores y dos tercios del cuerpo legislativo habían de ser elegidos entre los miembros de la
Convención. Los monárquicos parisinos reaccionaron violentamente contra este decreto y
organizaron una insurrección el 5 de octubre de 1795. Este levantamiento fue reprimido con
rapidez por las tropas mandadas por el general Napoleón Bonaparte, jefe militar de los
ejércitos revolucionarios de escaso renombre, que más tarde sería emperador de Francia con
el nombre de Napoleón I Bonaparte. El régimen de la Convención concluyó el 26 de octubre y
el nuevo gobierno formado de acuerdo con la Constitución entró en funciones el 2 de
noviembre.
Desde sus primeros momentos, el Directorio tropezó con diversas dificultades, a pesar de la
gran labor que realizaron políticos como Charles Maurice de Talleyrand-Périgord y Joseph
Fouché. Muchos de estos problemas surgieron a causa de los defectos estructurales inherentes
al aparato de gobierno; otros, por la confusión económica y política generada por el triunfo
del conservadurismo. El Directorio heredó una grave crisis financiera, que se vio agravada por
la depreciación de los asignados (casi en un 99% de su valor). Aunque la mayoría de los
líderes jacobinos habían fallecido, se encontraban en el extranjero u ocultos, su espíritu
pervivía aún entre las clases bajas. En los círculos de la alta sociedad, muchos de sus
miembros hacían campaña abiertamente en favor de la restauración monárquica. Las
agrupaciones políticas burguesas, decididas a conservar su situación de predominio en
Francia, por la que tanto habían luchado, no tardaron en apreciar las ventajas que representaba
reconducir la energía desatada por la población durante la Revolución hacia fines militares.
Existían aún asuntos pendientes que resolver con el Sacro Imperio Romano. Además, el
absolutismo, que por naturaleza representaba una amenaza para la Revolución, continuaba
dominando la mayor parte de Europa.
9. EL ASCENSO DE NAPOLEÓN AL PODER
99
No habían pasado aún cinco meses desde que el Directorio asumiera el poder, cuando
comenzó la primera fase (de marzo de 1796 a octubre de 1797) de las Guerras Napoleónicas.
Los tres golpes de Estado que se produjeron durante este periodo —el 4 de septiembre de
1797 (18 de fructidor), el 11 de mayo de 1798 (22 de floreal) y el 18 de junio de 1799 (30 de
pradial)—, reflejaban simplemente el reagrupamiento de las facciones políticas burguesas.
Las derrotas militares sufridas por los ejércitos franceses en el verano de 1799, las dificultades
económicas y los desórdenes sociales pusieron en peligro la supremacía política burguesa en
Francia. Los ataques de la izquierda culminaron en una conspiración iniciada por el reformista
agrario radical François Nöel Babeuf, que defendía una distribución equitativa de las tierras y
los ingresos. Esta insurrección, que recibió el nombre de 'Conspiración de los Iguales', no
llegó a producirse debido a que Babeuf fue traicionado por uno de sus compañeros y
ejecutado el 28 de mayo de 1797 (8 de pradial). Luciano Bonaparte, presidente del Consejo de
los Quinientos; Fouché, ministro de Policía; Sieyès, miembro del Directorio y Talleyrand-
Périgord consideraban que esta crisis sólo podría superarse mediante una acción drástica. El
golpe de Estado que tuvo lugar el 9 y 10 de noviembre (18 y 19 de brumario) derrocó al
Directorio. El general Napoleón Bonaparte, en aquellos momentos héroe de las últimas
campañas, fue la figura central del golpe y de los acontecimientos que se produjeron
posteriormente y que desembocaron en la Constitución del 24 de diciembre de 1799 que
estableció el Consulado. Bonaparte, investido con poderes dictatoriales, utilizó el entusiasmo
y el idealismo revolucionario de Francia para satisfacer sus propios intereses. Sin embargo, la
involución parcial de la transformación del país se vio compensada por el hecho de que la
Revolución se extendió a casi todos los rincones de Europa durante el periodo de las
conquistas napoleónicas.
10.
LAS TRANSFORMACIONES PRODUCIDAS POR LA REVOLUCIÓN
Una consecuencia directa de la Revolución fue la abolición de la monarquía absoluta en
Francia. Asimismo, este proceso puso fin a los privilegios de la aristocracia y el clero. La
servidumbre, los derechos feudales y los diezmos fueron eliminados; las propiedades se
disgregaron y se introdujo el principio de distribución equitativa en el pago de impuestos.
Gracias a la redistribución de la riqueza y de la propiedad de la tierra, Francia pasó a ser el
país europeo con mayor proporción de pequeños propietarios independientes. Otras de las
transformaciones sociales y económicas iniciadas durante este periodo fueron la supresión de
la pena de prisión por deudas, la introducción del sistema métrico y la abolición del carácter
prevaleciente de la primogenitura en la herencia de la propiedad territorial.
Napoleón instituyó durante el Consulado una serie de reformas que ya habían comenzado a
aplicarse en el periodo revolucionario. Fundó el Banco de Francia, que en la actualidad
continúa desempeñando prácticamente la misma función: banco nacional casi independiente y
representante del Estado francés en lo referente a la política monetaria, empréstitos y
depósitos de fondos públicos. La implantación del sistema educativo —secular y muy
centralizado—, que se halla en vigor en Francia en estos momentos, comenzó durante el
Reinado del Terror y concluyó durante el gobierno de Napoleón; la Universidad de Francia y
el Institut de France fueron creados también en este periodo. Todos los ciudadanos,
independientemente de su origen o fortuna, podían acceder a un puesto en la enseñanza, cuya
consecución dependía de exámenes de concurso. La reforma y codificación de las diversas
legislaciones provinciales y locales, que quedó plasmada en el Código Napoleónico, ponía de
100
manifiesto muchos de los principios y cambios propugnados por la Revolución: la igualdad
ante la ley, el derecho de habeas corpus y disposiciones para la celebración de juicios justos.
El procedimiento judicial establecía la existencia de un tribunal de jueces y un jurado en las
causas penales, se respetaba la presunción de inocencia del acusado y éste recibía asistencia
letrada.
La Revolución también desempeñó un importante papel en el campo de la religión. Los
principios de la libertad de culto y la libertad de expresión tal y como fueron enunciados en la
Declaración de Derechos del hombre y del ciudadano, pese a no aplicarse en todo momento
en el periodo revolucionario, condujeron a la concesión de la libertad de conciencia y de
derechos civiles para los protestantes y los judíos. La Revolución inició el camino hacia la
separación de la Iglesia y el Estado.
Los ideales revolucionarios pasaron a integrar la plataforma de las reformas liberales de
Francia y Europa en el siglo XIX, así como sirvieron de motor ideológico a las naciones
latinoamericanas independizadas en ese mismo siglo, y continúan siendo hoy las claves de la
democracia. No obstante, los historiadores revisionistas atribuyen a la Revolución unos
resultados menos encomiables, tales como la aparición del Estado centralizado (en ocasiones
totalitario) y los conflictos violentos que desencadenó.
101
Discurso de Robespierre del 7 de febrero de 1794.
Maximilien de Robespierre fue una de las principales figuras radicales de la Revolución
Francesa. El siguiente discurso es obra suya, fue pronunciado el 7 de febrero de 1794 ante la
Convención Nacional y en él expone la necesaria unión de la virtud y la política
revolucionaria para lograr la igualdad.
La democracia es un Estado en el que el pueblo soberano, guiado por leyes que son de obra
suya, actúa por sí mismo siempre que le es posible, y por sus delegados cuando no puede
obrar por sí mismo.
Es, pues, en los principios del gobierno democrático donde debéis buscar las reglas de vuestra
conducta política.
Pero para fundar y consolidar entre nosotros la democracia, para llegar al reinado apacible de
las leyes constitucionales, es preciso terminar la guerra de la libertad contra la tiranía y
atravesar con éxito las tormentas de la Revolución; tal es el fin del sistema revolucionario que
habéis organizado. Debéis aún regir vuestra conducta según las tormentosas circunstancias en
que se encuentra la República, y el plan de vuestra administración debe ser el resultado del
espíritu del gobierno revolucionario combinado con los principios generales de la democracia.
Pero ¿cuál es el principio fundamental del gobierno democrático o popular, es decir, el resorte
esencial que lo sostiene y que le hace moverse? Es la virtud. Hablo de la virtud pública, que
obró tantos prodigios en Grecia y Roma, y que producirá otros aún más asombrosos en la
Francia republicana; de esa virtud que no es otra cosa que el amor a la Patria y a sus leyes.
Pero como la esencia de la República o la democracia es la igualdad, el amor a la patria
incluye necesariamente el amor a la igualdad.
En verdad, ese sentimiento sublime supone la preferencia del interés público ante todos los
intereses particulares, de lo que resulta que el amor a la patria supone también o produce todas
las virtudes, pues ¿acaso son éstas otra cosa sino la fuerza del alma, que se vuelve capaz de
tales sacrificios? ¿Y cómo podría el esclavo de la avaricia o de la ambición, por ejemplo,
inmolar su ídolo a la Patria?
No sólo es la virtud el alma de la democracia, sino que, además, solamente puede existir con
este tipo de gobierno. En la monarquía, sólo conozco un individuo que pueda amar a la Patria,
y que para ello no necesita siquiera virtud: el monarca. La causa de ello es que, de todos los
habitantes de sus estados, el monarca es el único que tiene una patria. ¿Acaso no es el
soberano, al menos de hecho. ¿No está en el lugar del Pueblo? ¿Y qué es la Patria sino el país
del que se es ciudadano y partícipe de la soberanía?
Por una consecuencia del mismo principio, en los Estados aristocráticos, la palabra «patria»
sólo tiene algún significado para quienes han acaparado la soberanía.
Sólo en la democracia es el Estado verdaderamente la Patria de todos los individuos que lo
componen, y puede contar con tantos defensores interesados en su causa como ciudadanos
tenga. Si Atenas y Esparta triunfaron de los tiranos de Asia y los suizos de los tiranos de
Austria y España, no hay que buscar otra causa que ésta. Pero los franceses son el primer
pueblo del mundo que ha establecido una verdadera democracia, llamando a todos los
hombres a la igualdad y a la plenitud de los derechos de ciudadanía; ésta es, a mi juicio, la
verdadera razón por la cual todos los tiranos coaligados contra la República serán vencidos.
Es el momento de sacar grandes consecuencias de los principios que acabamos de exponer.
Puesto que el alma de la República es la virtud, la igualdad, y vuestra finalidad es fundar y
consolidar la República, la primera regla de vuestra conducta política debe ser encaminar
todas vuestras medidas al mantenimiento de la igualdad y al desarrollo de la virtud, pues el
102
primer cuidado del legislador debe ser el fortalecimiento del principio del gobierno. Así, todo
aquello que sirva para excitar el amor a la patria, purificar las costumbres, elevar los espíritus,
dirigir las pasiones del corazón humano hacia el interés público, debe ser adoptado o
establecido por vosotros; todo lo que tiende a concentrarlas en la abyección del yo personal, a
despertar el gusto por las pequeñas cosas y el desprecio de las grandes, debéis eliminarlo o
reprimirlo. En el sistema de la Revolución francesa, lo que es inmoral es impolítico, lo que es
corruptor es contrarrevolucionario. La debilidad, los vicios, los prejuicios, son el camino de la
monarquía.
Fuente: La Revolución Francesa en sus textos. Estudio preliminar, traducción y notas de Ana
Martínez Arancón. Madrid: Editorial Tecnos, 1989.
103
George H. Sabine. Historia de la teoría política Las ideologías
Idealismo.
Como una reacción al empirismo y al racionalismo que dominaron la filosofía europea entre
los siglos XVII y XVIII, a finales de este último se desarrolló un pensamiento idealista en
Alemania que adquirió gran importancia en los círculos intelectuales durante las primeras
décadas del siglo XIX.
La filosofía de Emmanuel Kant (1724-1804), conocida como idealismo critico y expresada en
su obra Crítica de la Razón Pura (1781), consideraba el conocimiento como producto de la
aplicación de ciertos principios a priori de la razón sobre los datos de la experiencia, y afirmó
que no se puede, por tanto, averiguar lo que las cosas son en sí mismas, sino solamente se
pueden conocer los fenómenos de la realidad como se presentan al entendimiento humano.
George Wilhelm Friedrich Hegel, discípulo de Kant, fue el más destacado idealista de
principios del siglo XIX y un destacado defensor del nacionalismo alemán.
1. La obra de Hegel se centra en dos aspectos principales relacionados entre sí: la
Filosofía de la Historia y el Estado nacional. El propósito de Hegel al interpretar la
historia era exhibir, mediante el método dialéctico, las realizaciones de cada nación en
un camino evolutivo hacia el progreso. El espíritu de la nación (volksgeist), era
considerado por Hegel como el verdadero creador del arte, el derecho, la moral y la
religión. De ahí que la historia de la civilización sea para Hegel una sucesión de
culturas nacionales en la que cada nación aporta su contribución peculiar y oportuna a
la totalidad del esfuerzo humano. Es en el estado nacional y solo en la historia
moderna de Europa Occidental donde este impulso innato de la nación para crear
alcanza su expresión autoconsciente y racional.
2. Hegel entendía el progreso como el absoluto, la meta más alta y última, que se alcanza
como resultado del mejoramiento continuo en el conocimiento de la conducta humana;
su propósito era demostrar las etapas históricas mediante las cuales la razón humana se
aproxima al absoluto y creía haberlo conseguido mediante el método dialéctico,
basado en la idea de que el progreso es el resultado del conflicto entre opuestos. De
forma tradicional, este aspecto del pensamiento de Hegel se ha analizado en términos
de tesis, antítesis y síntesis, pues a pesar de que él no utilizó estos términos, su uso ha
permitido aclarar esta visión de la dialéctica. La tesis puede ser una idea o un
movimiento histórico que contiene en sí mismo elementos de contradicción que dan
lugar a una oposición o antítesis, la cual, a su vez, genera un conflicto interno. Como
resultado de este conflicto aparece un tercer punto de vista una síntesis que supera el
conflicto conciliando en un plano superior la verdad contenida en la tesis y la antítesis.
Esta síntesis se convierte en una nueva tesis que genera otra antítesis, dando lugar a
una nueva síntesis conformándose así el proceso del desarrollo intelectual o histórico.
La influencia de Hegel fue esencial para el pensamiento filosófico del siglo XIX en
Europa, en particular para el nacionalismo alemán y para el socialismo marxista, que
tomo de Hegel el método dialéctico.
104
El positivismo, nueva tendencia racionalista
Hacia mediados del siglo XIX, la filosofía tendió de nuevo hacia el racionalismo materialista.
En estrecha relación con el progreso técnico, la sociedad burguesa europea había generado
nuevas ideas, en contacto con una realidad de cambios rápidos transmitidos por todo el mundo
gracias a los nuevos medios de comunicación que habían acortado las distancias y dado, como
nunca antes, un sentido verdaderamente universal a las relaciones entre los pueblos. Estas
nuevas ideas, surgidas en Gran Bretaña y Francia, estaban fundamentadas en una mentalidad
amante de la ciencia Y firme creyente de que el progreso constituía el único camino posible
hacia la felicidad humana; por ello, dieron paso a nuevas filosofías materialistas que
paulatinamente desplazaron al idealismo y al romanticismo característico de la primera
mitad del siglo XIX.
Las nuevas corrientes ideológicas, compenetradas con el afán de progreso material,
consideraban a este como la meta que la sociedad occidental, y solo ella, había alcanzado a
través de un largo proceso evolutivo iniciado en la prehistoria de la humanidad. La idea de
evolución hacia el progreso, también expresada por el idealismo hegeliano, encontraba ahora
su fuente materialista en la teoría biológica de Charles Darwin expuesta en su obra El origen
de las especies por medio de la selección natural (1859), que enmarcó el pensamiento
filosófico del siglo XIX con importantes resulta-dos para el desarrollo de las ciencias, tanto
las naturales, cimentadas en los descubrimientos de siglos anteriores, como de las sociales que
surgieron en ese tiempo.
En estrecha relación con esta nueva versión del evolucionismo surgieron otras corrientes de
pensamiento influidas por el materialismo. Estas corrientes postulaban la ciencia como el
único medio para continuar con el desarrollo tecnológico al estudiar las cosas palpables de la
realidad física, al tiempo que, en contra del idealismo. Se negaba de nuevo la posibilidad de
tomar como objeto de conocimiento científico cualquier elemento que no pudiera ser
sometido a comprobación experimental. Bajo este enfoque surgió el positivismo, filosofía
creada por Auguste Comte, pensador francés considerado como padre de la sociología, quien
en 1842 publicó su obra Curso de filosofía positiva, utilizando el término con el que entonces
se designaba al método científico.
El positivismo de Comte exalta a la ciencia como única guía para arribar al conocimiento de
la realidad natural y humana, en los diversos aspectos que la componen, y para el que se han
establecido varias ciencias; postula además, con clara influencia del evolucionismo, su ley de
los tres estadios o etapas por los que la humanidad atraviesa, sucesivamente, desde la
prehistoria ——cuando los hombres daban explicaciones religiosas de los fenómenos de la
realidad-—, pasando luego por la etapa metafísica -cuando atribuían a fuerzas ocultas el
origen y movimiento de las masas-— hasta llegar a la tercera y última etapa, en la que se llega
a la utilización del método científico y gracias a lo cual deviene la era del progreso. A este
estadio, supuestamente, solo habían llegado los europeos, puesto que éstos consideraban a las
otras sociedades situadas aún en estadios inferiores. El positivismo se difundió por toda
Europa, y después por todo el mundo, a medida que se extendía la industrialización, y fue
adoptado con gran éxito en los medios educativos con objeto de estimular el espíritu
innovador en los jóvenes mediante conocimientos científicos que alentaran la creación de
nuevos inventos para acelerar el progreso industrial.
105
Las ideologías socialistas
Los movimientos sindicales ocurridos en Gran Bretaña impulsaron el desarrollo de las
ideologías socialistas reivindicadoras de los derechos de la clase trabajadora, que buscaba el
acceso al poder político corno único medio posible de transformar las estructuras de la
sociedad. El término socialismo apareció en forma casi simultánea en Francia y en Gran
Bretaña entre 1830 y 1840, aunque en esa época tuvo un sentido bastante vago, utilizado en
relación con las reformas sociales que se creían necesarias para acabar con los problemas
surgidos como consecuencia de la Revolución Industrial.
El socialismo utópico.
El primer conjunto de ideas socialistas constituyó la corriente de pensamiento que
posteriormente se conoció como socialismo utópico, y cuyos representantes, tanto ingleses
como franceses, proponían una nueva organización económica y social que fuera mas
humanizada, justa y equitativa, en beneficio de toda la sociedad; pero las soluciones que
aportaban, aunque estaban llenas y de buenas intenciones y algunas de ellas tuvieron
aplicación temporal, no fueron suficientes para cambiar la realidad social de forma integral.
Los socialistas utópicos eran intelectuales idealistas que intentaban combatir la explotación
del hombre por el hombre valiéndose de propuestas que la mayoría de las veces no pasaron
del nivel teórico, pero que en su momento sirvieron para reflejar la preocupación, surgida de
la misma burguesía, por realizar las reformas sociales que exigía la clase trabajadora,
indispensable para la existencia de la economía industrial.
Los principales representantes del socialismo utópico son:
• Claude Henri de Rouvroy, conde de Saint-Simon (1760-1825),
• Charles Fourier (1772-1837),
• Pierre—Josepl1 Proudhonn (1809-1865),
• R0bert Owen (1771-1858),
El socialismo científico.
Las presiones de la clase obrera por transformar de manera sustancial la situación
socioeconómica, condujeron a la búsqueda de un conocimiento científico de la realidad cuyo
fin era descubrir los lineamientos universales que han influido en l0s cambios sociales
ocurridos a lo largo de la historia humana, y que podrían incidir, obviamente, en la
transformación de la sociedad capitalista. De esta manera, a mediados del siglo XIX surgió
el socialismo científico, nombre que se aplicó a la teoría de la historia creada por Karl Marx,
en colaboración con Friedrich Engels.
Karl Marx (1818-1883), filósofo alemán, principal teórico y organizador del socialismo
científico, nació en el seno de una familia de burgueses de origen judío. Bajo influencia de
Hegel, Marx adoptó el método dialéctico para hacer un análisis económico y político de los
sistemas sociales con el propósito de descubrir las fuerzas que influyen y han influido siempre
en los procesos de cambio social. Su enfoque, expresado a través de varios escritos entre los
que destaca su obra cumbre en varios tomos, El Capital, y cuyo primer libro se publicó en
1867, se aboca especialmente al análisis del Capitalismo, entendido éste como un aspecto
específico y actual de la evolución histórica universal de las sociedades humanas.
Para Marx, el factor clave del capitalismo es la plusvalía, la cual se refiere a la apropiación de
trabajo no retribuido; pues el capitalista, aunque compra la fuerza de trabajo de un obrero por
todo el valor que representa como mercancía en el mercado , obtiene siempre de ella más
valor de lo que le cuesta. Porque el trabajo, considerado como mercancía, tiene un valor que
106
corresponde al "tiempo socialmente necesario" que se emplea para producir las cosas que
consume el obrero, tales como alimento, ropa, etc., indispensables para mantenerlo en
condiciones de producir trabajo; dicho tiempo equivale al salario mínimo de subsistencia del
obrero. Así, por ejemplo, si las cosas mínimas necesarias para mantener con vida a un obrero
pueden fabricarse en cinco horas, el empresario solamente pagara al trabajador el valor de
esas cinco horas, en virtud de que ése es el verdadero valor de la mercancía que el obrero le
vende, y, además, porque el trabajo, como todas las mercancías, está sometido a la ley de la
oferta y la demanda.
La teoría de Marx sobre la plusvalía, derivada del principio del valor-trabajo postulado por los
teóricos de la llamada Economía clásica, busca explicar el mecanismo de acumulación de
riquezas en manos de una clase social a costa del trabajo no pagado a la otra, la cual habría de
tomar conciencia de su situación, sobre todo, cuando ocurrieran las crisis periódicas del
capitalismo causadas por la concentración monopolista que genera un exceso de producción
sin que aumente la capacidad de compra. Marx predijo que comenzaría entonces una lucha
revolucionaria, por medio de la cual el proletariado habría de tomar el control del Estado y
convertir los medios de producción en propiedad de éste únicamente para que, en una fase
socialista transitoria —la dictadura del proletariado-, se procediera a una distribución
equitativa de la riqueza. Y así se llegaría a la meta de una sociedad comunista sin división de
clases en la que incluso el Estado, al desaparecer la lucha de contrarios, ya no tendría razón de
ser.
El socialismo científico o marxismo tuvo una gran trascendencia para las ciencias sociales —
especialmente la economía y la historia— como método de análisis, al punto que llegó a
establecer toda una escuela teórica cuya influencia se extendió por el mundo en oposición al
positivismo creado por Comte. En la práctica, el marxismo inspiró las luchas revolucionarias
que estallaron en varias regiones del mundo en el siglo XX, aunque, curiosamente, no
surgieron en países capitalistas como Marx había predicho. En los países industrializados, el
capitalismo no se destruyo ni surgió en él una lucha de clases que le diera el poder al
proletariado, debido quizá a que las contradicciones de este sistema se mantuvieron en
equilibrio gracias a las reformas sociales decretadas por los gobiernos en beneficio de los
trabajadores. Así pues, la predicción de Marx no se cumplió, por el contrario, el capitalismo
siguió desarrollándose a medida que la industrialización entraba en nuevas fases de progreso.
Además, los países en donde se implantó el socialismo no alcanzaron la meta del comunismo,
entendido como sistema social perfecto sin diferencia de clases, y la fase transitoria no llegó a
ser la dictadura del proletariado prevista por Marx.
El socialismo cristiano.
Las injusticias sociales provocadas por el capitalismo individualista causaron la preocupación
de las instituciones religiosas, tanto católicas como protestantes, que se propusieron organizar
una cruzada para llamar la atención a los empresarios quienes, ávidos de acumular riqueza,
habían caído en un excesivo y deshumanizado materialismo, contrario a las enseñanzas de los
evangelios. Por otra parte, los representantes de las religiones cristianas se opusieron al
materialismo marxista porque incitaba a los trabajadores a levantarse en contra da la clase
empresarial por medio de una lucha violenta. Para contrarrestar ambas posiciones
materialistas ——el capitalismo y el marxismo-—, las iglesias cristianas propusieron tomar
varias medidas, algunas de las cuales fueron llevadas a la práctica por medio de campañas
destinadas a despertar en los capitalistas sentimientos de amor al prójimo, así como para
infundir el espíritu cristiano entre los trabajadores atraídos por el marxismo.
Dentro del mundo católico, la preocupación por las condiciones de vida y de trabajo en que se
encontraban los obreros llego al más alto nivel de la jerarquía eclesiástica; el papa León XIII
107
promulgó, en 1891, la Encíclica Rerum Novurum, en la cual criticaba severamente a los
empresarios capitalistas a causa de la explotación inhumana de que habían hecho objeto a los
obreros, en su afán individualista por acumular riquezas. El pontífice proclamaba el derecho
de los trabajadores a recibir una justa retribución por sus labores, así como otro tipo de
compensaciones tanto materiales como espirituales.
El socialismo cristiano de ambas iglesias, católica y protestante, ejerció una considerable
influencia en el logro de las reformas sociales promulgadas en los países capitalistas, así como
en las transformaciones que se dieron en la ideología del liberalismo, la cual adoptó una
tendencia hacia la revalorización de los derechos humanos pretendiendo que abarcaran a la
sociedad en su conjunto, incluyendo, de manera explícita, a las clases trabajadoras que el
liberalismo individualista de años atrás había dejado al margen de los beneficios obtenidos
por el progreso capitalista. A su vez, esta orientación hacia un liberalismo social influyó en las
teorías democráticas creadas en Gran Bretaña en la segunda mitad del siglo XIX
El anarquismo.
En términos generales, el anarquismo es una doctrina que considera como innecesaria —e
incluso nociva— toda forma de poder; ya sea político religioso, judicial o de cualquier otra
índole, y promulga que las relaciones de dominación establecidas a través de las
organizaciones estatales, deben ser sustituidas por la libre colaboración entre individuos y
grupos sociales, en virtud de que los hombres pueden vivir en armonía sin la injerencia de
gobierno alguno, dadas las características de solidaridad propias de la naturaleza humana.
Las ideas anarquistas del siglo XIX surgieron en relación con los movimientos de protesta
sindical, los cuales se enmarcaban en las corrientes ideológicas defensoras de los derechos de
los trabajadores contra las acciones represivas del Estado, que favorecía los intereses
capitalistas. A este respecto, fue muy importante la aportación de Proudhon, quien era
partidario de un anarquismo ajeno a la violencia, proponía medidas de resistencia pasiva
individual como medio eficaz para derrocar al Estado, y se oponía al marxismo, él
consideraba que la dictadura del proletariado seria tan nefasta para la sociedad como cualquier
otra forma de gobierno.
Además del anarquismo individualista de Proudhon, surgió una corriente colectivista que
aspiraba al establecimiento de una sociedad sin clases sociales, integrada por hombres
absolutamente libres que no obedecieran más que a su propia razón, y en la que hubiera una
completa colectivización de la propiedad. En esa sociedad ideal no existirían Estado ni
instituciones, y se organizaría de tal modo que autoridad sería delegada en representantes, que
ejercerían durante periodos muy breves y podrían ser sustituidos en cualquier momento si la
sociedad lo estimara conveniente.
· Por último, el anarquismo postuló un sindicalismo puro que, a diferencia de los sindicatos
comunistas o socialistas, se mantuviera alejado de toda pretensión de integrarse en partidos
políticos o de participar en elecciones, ya que, en esencia, el anarquismo postula la negación
de toda forma de gobierno.
El desarrollo de las ideas socialistas y anarquistas significó un importante respaldo para el
sindicalismo inglés, que a mediados del siglo XIX había experimentado un retroceso al
fracasar el cartismo; aunadas a la experiencia que a pesar de todo este movimiento representó
para la organización de los obreros, las nuevas ideologías proporcionaron una base para la
fundación de un organismo internacional de solidaridad obrera, la que se llevó a cabo en
Londres, en 1864, con la participación de representantes de las Trade unions y de los
sindicatos de Francia y Bélgica. Intervinieron también algunas personas de diversas
nacionalidades que por entonces se encontraban exiliadas en Gran Bretaña, entre ellas Karl
108
Marx, a quien se encargó la redacción de los estatutos de la Asociación Internacional de
Trabajadores, que más tarde se conocería como la Primera Internacional Socialista.
109
Manifiesto del Partido Comunista. Karl Marx
Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja Europa
se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma: el Papa y el zar, Metternich y
Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes.
¿Qué partido de oposición no ha sido motejado de comunista por sus adversarios en el
Poder? ¿Qué partido de oposición a su vez, no ha lanzado, tanto a los representantes más
avanzados de la oposición como a sus enemigos reaccionarios, el epíteto zahiriente de
comunista?
De este hecho resulta una doble enseñanza:
Que el comunismo está ya reconocido como una fuerza por todas las potencias de Europa.
Que ya es hora de que los comunistas expongan a la faz del mundo entero sus conceptos,
sus fines y sus aspiraciones; que opongan a la leyenda del fantasma del comunismo un
manifiesto del propio Partido.
Con este fin, comunistas de diversas nacionalidades se han reunido en Londres y han
redactado el siguiente Manifiesto, que será publicado en inglés, francés, alemán, italiano,
flamenco y danés.
I Burgueses y Proletarios
La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es las luchas de
clases.
Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales, en
una palabra: opresores y oprimidos se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha constante,
velada unas veces y otras franca y abierta; lucha que terminó siempre con la transformación
revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases beligerantes.
En las anteriores épocas históricas encontramos casi por todas partes una completa
división de la sociedad en diversos estamentos, una múltiple escala gradual de condiciones
sociales. En la antigua Roma hallamos patricios caballeros, plebeyos y esclavos; en la Edad
Media señores feudales, vasallos, maestros, oficiales y siervos, y, además, en casi todas estas
clases todavía encontramos gradaciones especiales.
La moderna sociedad burguesa, que ha salido de entre las ruinas de la sociedad feudal, no
ha abolido las contradicciones de clase. Únicamente ha sustituido las viejas clases, las viejas
condiciones de opresión, las viejas formas de lucha por otras nuevas.
Nuestra época, la época de la burguesía, se distingue, sin embargo, por haber simplificado
las contradicciones de clase. Toda la sociedad va dividiéndose, cada vez más en dos grandes
campos enemigos, en dos grandes clases que se enfrentan directamente: la burguesía y el
proletariado.
110
De los siervos de la Edad Media surgieron los villanos libres de las primeras ciudades; de
este estamento urbano salieron los primeros elementos de la burguesía.
El descubrimiento de América y la circunnavegación de África ofrecieron a la burguesía
en ascenso un nuevo campo de actividad. Los mercados de las Indias y de China, la
colonización de América, el intercambio con las colonias, la multiplicación de los medios de
cambio y de las mercancías en general imprimieron al comercio, a la navegación y a la
industria un impulso hasta entonces desconocido, y aceleraron, con ello, el desarrollo del
elemento revolucionario de la sociedad feudal en descomposición.
El antiguo modo de explotación feudal o gremial de la industria ya no podía satisfacer la
demanda, que crecía con la apertura de nuevos mercados. Vino a ocupar su puesto la
manufactura. La clase media industrial suplantó a los maestros de los gremios; la división del
trabajo entre las diferentes corporaciones desapareció ante la división del trabajo en el seno
del mismo taller.
Pero los mercados crecían sin cesar la demanda iba siempre en aumento. Ya no bastaba
tampoco la manufactura. El vapor y la máquina revolucionaron entonces la producción
industrial. La gran industria moderna sustituyó a la manufactura; el lugar de la clase media
industrial vinieron a ocuparlo los industriales millonarios jefes de verdaderos ejércitos
industriales, —los burgueses modernos.
La gran industria ha creado el mercado mundial ya preparado por el descubrimiento de
América. El mercado mundial aceleró prodigiosamente el desarrollo del comercio, de la
navegación y de todos los medios de transporte por tierra. Este desarrollo influyó a su vez en
el auge de la industria, y a medida que se iban extendiendo la industria, el comercio, la
navegación y los ferrocarriles, se desarrollaba la burguesía, multiplicando sus capitales y
relegando a segundo término a todas las clases legadas por la Edad Media.
La burguesía moderna, como vemos, es por sí misma fruto de un largo proceso de
desarrollo, de una serie de revoluciones en el modo de producción y de cambio.
(…) La burguesía ha desempeñado en la historia un papel altamente revolucionario.
Dondequiera que ha conquistado el Poder, la burguesía ha destruido las relaciones
feudales, patriarcales, idílicas. Las abigarradas ligaduras feudales que ataban al hombre a sus
“superiores naturales” las ha desgarrado sin piedad para no dejar subsistir otro vínculo entre
los hombres que el frío interés, el cruel “pago al contado”. Ha ahogado el sagrado éxtasis del
fervor religioso, el entusiasmo caballeresco y el sentimentalismo del pequeño burgués en las
aguas heladas del cálculo egoísta. Ha hecho de la dignidad personal un simple - valor de
cambio. Ha sustituido las numerosas libertades escrituradas y bien adquiridas por la única y
desalmada libertad de comercio. En una palabra, en lugar de la explotación velada por
ilusiones religiosas y políticas, ha establecido una explotación abierta, descarada, directa y
brutal.
La burguesía ha despojado de su aureola a todas las profesiones que hasta entonces se
tenían por venerables y dignas de piadoso respeto. Al médico, al jurisconsulto, al sacerdote, al
poeta, al sabio, los ha convertido en sus servidores asalariados.
La burguesía ha desgarrado el velo de emocionante sentimentalismo que encubría las
111
relaciones familiares, y las redujo a simples relaciones de dinero.
(…) Espoleada por la necesidad de dar cada vez mayor salida a sus productos, la
burguesía recorre el mundo entero. Necesita anidar en todas partes, establecer en todas partes,
crear vínculos en todas partes.
Mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía dio un carácter cosmopolita a
la producción y al consumo de todos los países. Con gran sentimiento de los reaccionarios, ha
quitado a la industria su base nacional. Las antiguas industrias nacionales han sido destruidas
y están destruyéndose continuamente. Son suplantadas por nuevas industrias, cuya
introducción se convierte en cuestión vital para todas las naciones civilizadas, por industrias
que ya no emplean materias primas indígenas, sino materias primas venidas de las más lejanas
regiones del mundo, y cuyos productos no sólo se consumen en el propio país, sino en todas
las partes del globo. En lugar de las antiguas necesidades, satisfechas con productos
nacionales, surgen necesidades nuevas, que reclaman para su satisfacción productos de los
países más apartados y de los climas más diversos. En lugar del antiguo aislamiento de las
regiones y naciones que se bastaban a sí mismas, se establece un intercambio universal, una
interdependencia universal de las naciones. Y esto se refiere tanto a la producción intelectual
de una nación se convierte en patrimonio común de todas. La estrechez y el exclusivismo
nacionales resultan de día en día más imposibles; de las numerosas literaturas nacionales y
locales se forma una literatura universal.
Merced al rápido perfeccionamiento de los instrumentos de producción y al constante
progreso de los medios de comunicación, la burguesía arrastra a la corriente de la civilización
a todas las naciones, hasta a las más bárbaras. Los bajos precios de sus mercancías
constituyen la artillería pesada que derrumba todas las murallas de China y hace capitular a
los bárbaros más fanáticamente hostiles a los extranjeros. Obliga a todas las naciones si no
quieren sucumbir, a adoptar el modo burgués de producción, las constriñe a introducir la
llamada civilización, es decir, a hacerse burguesas. En una palabra: se forja un mundo a su
imagen y semejanza.
La burguesía ha sometido el campo al dominio de la ciudad. Ha creado urbes inmensas; ha
aumentado enormemente la población de las ciudades en comparación con la del campo,
substrayendo una gran parte de la población al idiotismo de la vida rural. Del mismo modo
que ha subordinado el campo a la ciudad, ha subordinado los países bárbaros o semibárbaros a
los países civilizados, los pueblos campesinos a los pueblos burgueses, el Oriente al
Occidente.
La burguesía suprime cada vez más el fraccionamiento de los medios de producción, de la
propiedad y de la población. Ha aglomerado la población, centralizado los medios de
producción y concentrado la propiedad en manos de unos pocos. La consecuencia obligada de
ello ha sido la centralización política. Las provincias independientes, ligadas entre sí casi
únicamente por lazos federales, con intereses, leyes, gobiernos y tarifas aduaneras diferentes,
han sido consolidadas en una sola nación, bajo un solo gobierno, una sola ley, un solo interés
nacional de clase y una sola línea aduanera.
La burguesía, con su dominio de clase, que cuenta apenas con un siglo de existencia, ha
creado fuerzas productivas más abundantes y más grandiosas que todas las generaciones
pasadas juntas. El sometimiento de las fuerzas de la naturaleza, el empleo de las máquinas, la
112
aplicación de la química a la industria y a la agricultura, la navegación de vapor, el ferrocarril,
el telégrafo eléctrico, la adaptación para el cultivo de continentes enteros, la apertura de los
ríos a la navegación, poblaciones enteras surgiendo por encanto, como si salieran de la tierra.
¿Cuál de los siglos pasados pudo sospechar siquiera que semejantes fuerzas productivas
dormitasen en el seno del trabajo social?
Hemos visto, pues, que los medios de producción y de cambio, sobre cuya base se ha
formado la burguesía, fueron creados en la sociedad feudal. Al alcanzar un cierto grado de
desarrollo estos medios de producción y de cambio, las condiciones en que la sociedad feudal
producía y cambiaba, toda la organización feudal de la agricultura y de la industria
manufacturera, en una palabra, las relaciones feudales de propiedad, cesaron de corresponder
a las fuerzas productivas ya desarrolladas. Frenaban la producción en lugar de impulsarla. Se
transformaron en otras tantas trabas. Era preciso romper esas trabas, y se rompieron.
En su lugar se estableció la libre concurrencia, con una constitución social y política
adecuada a ella y con la dominación económica y política de la clase burguesa.
Ante nuestros ojos se está produciendo un movimiento análogo. Las relaciones burguesas
de producción y de cambio, las relaciones burguesas de propiedad, toda esta sociedad
burguesa moderna, que ha hecho surgir tan potentes medios de producción y de cambio, se
asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las potencias infernales que ha
desencadenado con sus conjuros.
(…) Las armas de que se sirvió la burguesía para derribar al feudalismo se vuelven ahora
contra la propia burguesía.
Pero la burguesía no ha forjado solamente las armas que deben darle muerte; ha producido
también los hombres que empuñaron esas armas: los obreros modernos, los proletarios.
En la misma proporción en que se desarrollo la burguesía, es decir, el capital, se desarrolla
también el proletariado, la clase de los obreros modernos, que no viven sino a condición de
encontrar trabajo, y lo encuentran únicamente mientras su trabajo acrecienta el capital. Estos
obreros, obligados a venderse al detal, son una mercancía como cualquier otro artículo de
comercio, sujeta, por tanto, a todas las vicisitudes de la competencia, a todas las fluctuaciones
del mercado.
El creciente empleo de las máquinas y la división del trabajo quitan al trabajo del
proletario todo carácter substantivo y le hacen perder con ello atractivo para el obrero. Este se
convierte en un simple apéndice de la máquina, y sólo se le exigen las operaciones más
sencillas, más monótonas y de más fácil aprendizaje. Por tanto, lo que cuesta hoy día al obrero
se reduce poco más o menos a los medios de subsistencia indispensables para vivir y para
perpetuar su linaje. Pero el precio del trabajo, como el de toda mercancía, es igual a su coste
de producción por consiguiente, cuanto más fastidioso resulta el trabajo, más bajos los
salarios. Más aún, cuanto más se desenvuelven el maquinismo y la división del trabajo, más
aumenta la cantidad de trabajo bien mediante la prolongación de la jornada, bien por el
aumento de trabajo exigido en un tiempo dado, la aceleración del movimiento de las
máquinas, etcétera
La industria moderna ha transformado el pequeño taller del maestro patriarcal en la gran
fábrica del capitalista industrial. Masas de obreros, hacinados en la fábrica, están organizados
113
en forma militar. Como soldados rasos de la industria, están colocados bajo la vigilancia de
una jerarquía completa de oficiales y suboficiales. No son solamente esclavos de la clase
burguesa, del Estado burgués, sino diariamente, a todas horas, esclavos de la máquina, del
capataz y, sobre todo, del patrón de la fábrica. Y este despotismo es tanto más mezquino,
odioso y exasperante, cuanto mayor es la franqueza con que se proclama que no tiene otro fin
que el lucro.
Cuanto menos habilidad y fuerza requiere el trabajo manual, es decir, cuanto mayor es el
desarrollo de la industria moderna, mayor es la proporción en que el trabajo de los hombres es
suplantado por el de las mujeres y los niños. Por lo que respecta a la clase obrera, las
diferencias de edad y sexo pierden toda significación social. No hay más que instrumentos de
trabajo, cuyo costo varía según la edad y el sexo.
Una vez que el obrero ha sufrido la explotación del fabricante y ha recibido su salario en
metálico, se convierte en víctima de otros elementos de la burguesía: el casero, el tendero, el
prestamista, etcétera.
Pequeños industriales, pequeños comerciantes y rentistas. Artesanos y campesinos, toda la
escala inferior de las clases medias de otro tiempo, caen en las filas del proletariado; unos,
porque sus pequeños capitales no les alcanzan para acometer grandes empresas industriales y
sucumben en la competencia con los capitalistas más fuertes; otros, porque su habilidad
profesional se ve despreciada ante los nuevos métodos de producción. De tal suerte, el
proletariado se recluta entre todas las clases de la población. El proletariado pasa por
diferentes etapas de desarrollo. Su lucha contra la burguesía comienza con su surgimiento.
Al principio, la lucha es entablada por obreros aislados, después, por los obreros de una
misma fábrica, más tarde, por los obreros del mismo oficio de la localidad contra el burgués
aislado que los explota directamente. No se contentan con dirigir sus ataques contra las
relaciones burguesas de producción, y los dirigen contra los mismos instrumentos de
producción: destruyen las mercancías extranjeras que les hacen competencia, rompen las
máquinas, incendian las fábricas, intentan reconquistar por la fuerza la posición perdida del
trabajador de la Edad Media.
(…) De todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía, sólo el proletariado es una
clase verdaderamente revolucionaria. Las demás clases van degenerando y desaparecen con el
desarrollo de la gran industria; el proletariado, en cambio, es su producto más peculiar.
Las capas medias —el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano, el
campesino—, todas ellas luchan contra la burguesía para salvar de la ruina su existencia como
tales capas medias. No son, pues, revolucionarias, sino conservadoras. Más todavía, son
reaccionarias, ya que pretenden volver atrás la rueda de la Historia. Son revolucionarias
únicamente cuando tienen ante sí la perspectiva de su tránsito inminente al proletariado,
defendiendo así no sus intereses presentes, sino sus intereses futuros, cuando abandonan sus
propios puntos de vista para adoptar los del proletariado.
El lumpen proletariado, ese producto pasivo de la putrefacción de las capas más bajas de
la vieja sociedad. Puede a veces ser arrastrado al movimiento por una revolución proletaria;
sin embargo, en virtud de todas sus condiciones de vida está más bien dispuesto a venderse a
la reacción para servir a sus maniobras.
114
Las condiciones de existencia de la vieja sociedad están ya abolidas en las condiciones de
existencia del proletariado. El proletariado no tiene propiedad; sus relaciones con la mujer y
con los hijos no tienen nada de común con las relaciones familiares burguesas; el trabajo
industrial moderno, el moderno yugo del capital, que es el mismo en Inglaterra que en
Francia, en Norteamérica que en Alemania, despoja al proletariado de todo carácter nacional.
Las leyes, la moral, la religión, son para él meros prejuicios burgueses, detrás de los cuales se
ocultan otros tantos intereses de la burguesía.
(…) Todos los movimientos han sido hasta ahora realizados por minorías o en provecho de
minorías. El movimiento proletario es el movimiento independiente1[16]
de la inmensa
mayoría en provecho de la inmensa mayoría.
El proletariado, capa inferior de la sociedad actual; no puede levantarse, no puede
enderezarse, sin hacer saltar toda la superestructura formada por las capas de la sociedad
oficial.
Por su forma, aunque no por su contenido, la lucha del proletariado contra la burguesía es
primeramente una lucha nacional. Es natural que el proletariado de cada país debe acabar en
primer lugar con su propia burguesía.
Al esbozar las fases más generales del desarrollo del proletariado, hemos seguido el curso
de la guerra civil más o menos oculta que se desarrolla en el seno de la sociedad existente,
hasta el momento en que se transforma en una revolución abierta, y el proletariado,
derrocando por la violencia a la burguesía, implanta su dominación.
Todas las sociedades anteriores, como hemos visto, han descansado en el antagonismo
entre clases opresoras y oprimidas. Mas para oprimir a una clase, es preciso asegurarle unas
condiciones que le permitan, por lo menos, arrastrar su existencia de esclavitud.
(…) La condición esencial de la existencia y de la dominación de la clase burguesa es la
acumulación de la riqueza en manos de particulares la formación y el acrecentamiento del
capital. La condición de existencia del capital es el trabajo asalariado. El trabajo asalariado
descansa exclusivamente sobre la competencia de los obreros entre sí. El progreso de la
industria, del que la burguesía, incapaz de oponérsele, es agente involuntario, sustituye el
aislamiento de los obreros, resultante de la competencia, por su unión revolucionaria mediante
la asociación. Así, el desarrollo de la gran industria socava bajo los pies de la burguesía las
bases sobre las que ésta produce y se apropia lo producido. La burguesía produce, ante todo,
sus propios sepultureros. Su hundimiento y la victoria del proletariado son igualmente
inevitables.
II Proletarios y Comunistas
¿Qué relación mantienen los comunistas con respecto a los proletarios en general?
Los comunistas no forman un partido aparte, opuesto a los otros partidos obreros. No
tienen intereses algunos que no sean los intereses del conjunto del proletariado. No proclaman
115
principios especiales a los que quisieran amoldar el movimiento proletario.
Los comunistas sólo se distinguen de los de más partidos proletarios en que, por una parte,
en las diferentes luchas nacionales de los proletarios, destacan y hacen valer los intereses
comunes a todo el proletariado, independientemente de la nacionalidad; y, por otra parte, en
que, en las diferentes fases de desarrollo porque pasa la lucha entre el proletariado y la
burguesía, representan siempre los intereses del movimiento en su conjunto.
Prácticamente, los comunistas son, pues, el sector más resuelto de los partidos obreros de
todos los países, el sector que siempre impulsa adelante a los demás; teóricamente, tienen
sobre el resto del proletariado la ventaja de su clara visión de las condiciones, de la marcha y
de los resultados generales del movimiento proletario.
El objetivo inmediato de los comunistas es el mismo que el de todos los demás partidos
proletarios: constitución de los proletarios en clase, derrocamiento de la dominación burguesa,
conquista del Poder político por el proletariado.
Las tesis teóricas de los comunistas no se basan en modo alguno en ideas y principios
inventados o descubiertos por tal o cual reformador del mundo.
No son sino la expresión de conjunto de las condiciones reales de una lucha de clases
existentes, de un movimiento histórico que se está desarrollando ante nuestros ojos. La
abolición de las relaciones de propiedad existentes desde antes no es una característica
peculiar y exclusiva del comunismo.
(…) En este sentido los comunistas pueden resumir su teoría en esta fórmula única:
abolición de la propiedad privada.
Se nos ha reprochado a los comunistas el querer abolir la propiedad personalmente
adquirida, fruto del trabajo propio, esa propiedad que forma la base de toda libertad, de toda
actividad, de toda independencia individual.
(…) En consecuencia, si el capital es transformado en propiedad colectiva, perteneciente a
todos los miembros de la sociedad, no es la propiedad personal la que se transforma en
propiedad social. Sólo habrá cambiado el carácter social de la propiedad. Esta perderá su
carácter de clase.
(…) Se ha objetado que con la abolición de la propiedad privada cesaría toda actividad y
sobrevendría una indolencia general.
Si así fuese, hace ya mucho tiempo que la sociedad burguesa habría sucumbido a manos
de la holgazanería, puesto que en ella los que trabajan no adquieren y los que adquieren no
trabajan. Toda objeción se reduce a esta tautología: no hay trabajo asalariado donde no hay
capital.
(…) La cultura, cuya pérdida deplora, no es para la inmensa mayoría de los hombres más
que el adiestramiento que los transforma en máquinas.
(…) Vuestras ideas son en sí mismas producto de las relaciones de producción y de
propiedad burguesas, como vuestro derecho no es más que la voluntad de vuestra clase
116
dirigida en ley; voluntad cuyo contenido está determinado por las condiciones materiales de
existencia de vuestra clase.
(…) Y vuestra educación, ¿no está también determinada por la sociedad, por las
condiciones sociales en que educáis a vuestros hijos, por la intervención directa o indirecta de
la sociedad a través de la escuela, etcétera? Los comunistas no han intentado esta injerencia
de la sociedad en la educación, no hacen más que cambiar su carácter y arrancar la educación
a la influencia de la clase dominante.
(…) Se acusa también a los comunistas de querer abolir la patria, la nacionalidad.
Los obreros no tienen patria. No se les puede arrebatar lo que no poseen. Mas, por cuanto
el proletariado debe en primer lugar conquistar el Poder político, elevarse a la condición de
clase nacional2[22]
, constituirse en nación todavía es nacional, aunque de ninguna manera en el
sentido burgués.
El aislamiento nacional y los antagonismos entre los pueblos desaparecen de día en día
con el desarrollo de la burguesía, la libertad de comercio y el mercado mundial con la
uniformidad de la producción industrial y las condiciones de existencia que le corresponden.
El dominio del proletariado los hará desaparecer más de prisa todavía. La acción común
del proletariado, al menos el de los países civilizados; es una de las primeras condiciones de
su emancipación.
(…) ¿Qué demuestra la historia de las ideas sino que la producción intelectual se
transforma con la producción material? Las ideas dominantes en cualquier época no han sido
nunca más que las ideas de la clase dominante.
Cuando se habla de ideas que revolucionan toda una sociedad, se expresa solamente el
hecho de que en el seno de la vieja sociedad se han formado los elementos de una nueva, y la
disolución de las viejas ideas marcha a la par con la disolución de las antiguas condiciones de
vida.
En el ocaso del mundo, las viejas religiones fueron vencidas por la religión cristiana.
Cuando en el siglo XVIII las ideas cristianas fueron vencidas por las ideas de la ilustración, la
sociedad feudal libraba una lucha a muerte contra la burguesía, entonces revolucionaria. Las
ideas de libertad religiosa y de libertad de conciencia no hicieron más que reflejar el reinado
de la libre concurrencia en el dominio de la conciencia.
(…) La historia de todas las sociedades que han existido hasta hoy se desenvuelve en
medio de contradicciones de clase, de contradicciones que revisten formas diversas en las
diferentes épocas.
(…) Como ya hemos visto más arriba, el primer paso de la revolución obrera, es la
elevación del proletariado a clase dominante, la conquista de la democracia. El proletariado se
valdrá de su dominación política para ir arrancando gradualmente a la burguesía todo el
capital, para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir,
117
del proletariado organizado como clase dominante, y para aumentar con la mayor rapidez
posible la suma de las fuerzas productivas.
Esto, naturalmente, no podrá cumplirse al principio más que por una violación despótica
del derecho de propiedad y de las relaciones burguesas de producción, es decir, por la
adopción de medidas que desde el punto de vista económico parecerán insuficientes e
insostenibles, pero que en el curso del movimiento se sobrepasarán a sí mismas3[25]
y serán
indispensables como medio para transformar radicalmente todo el modo de producción.
Estas medidas, naturalmente, serán diferentes en los diversos países.
Sin embargo, en los países más avanzados podrán ser puestas en práctica casi en todas
partes las siguientes medidas:
1º Expropiación de la propiedad territorial y empleo de la renta de la tierra para los gastos
del Estado.
2º. Fuerte impuesto progresivo.
3º. Abolición del derecho de herencia.
4º. Confiscación de la propiedad de todos los emigrados y sediciosos.
5º. Centralización del crédito en manos del Estado por medio de un Banco nacional con
capital del Estado y monopolio exclusivo.
6º. Centralización en manos del Estado de todos los medios de transporte.
7º. Multiplicación de las empresas fabriles pertenecientes al Estado y de los instrumentos
de producción, roturación de los terrenos incultos y mejoramiento de las tierras, según un plan
general.
8º. Obligación de trabajar para todos; organización de ejércitos industriales,
particularmente para la agricultura.
9º. Combinación de la agricultura y la industria; medidas encaminadas a hacer desaparecer
gradualmente la oposición4[26]
entre la ciudad y el campo.
10º. Educación pública y gratuita de todos los niños; abolición del trabajo de éstos en las
fábricas tal como se practica hoy, régimen de educación combinado con la producción
material, etcétera.
Una vez que en el curso del desarrollo hayan desaparecido las diferencias de clase y se
haya concentrado toda la producción en manos de los individuos asociados, el Poder público
perderá su carácter político. El poder político, hablando propiamente, es violencia organizada
118
de una clase para la opresión de otra. Si en la lucha contra la burguesía el proletariado se
constituye indefectiblemente en clase, si mediante la revolución se convierte en clase
dominante y, en cuanto clase dominante, suprime por la fuerza las viejas relaciones de
producción, suprime al mismo tiempo que estas relaciones de producción las condiciones para
la existencia del antagonismo de clase y de las clases en general, y, por tanto, su propia
dominación como clase.
En sustitución de la antigua sociedad burguesa, con sus clases y sus antagonismos de
clase, surgirá una asociación en que el libre desenvolvimiento de cada uno será la condición
del libre desenvolvimiento de todos.
(…)
3. El Socialismo y el Comunismo Crítico-Utópicos.
No se trata aquí de la literatura que en todas las grandes revoluciones modernas, ha
formulado las reivindicaciones del proletariado (los escritos de Babeuf, etcétera).
Las primeras tentativas directas del proletariado para hacer prevalecer sus propios
intereses de clase, realizadas en tiempos de efervescencia general, en el periodo del
derrumbamiento de la sociedad feudal, fracasaron necesariamente, tanto por el débil
desarrollo del mismo proletariado como por la ausencia de las condiciones materiales de su
emancipación, condiciones que surgen sólo como producto del advenimiento de la época
burguesa. La literatura revolucionaria que acompaña a estos primeros movimientos del
proletariado, era forzosamente, por su contenido, reaccionario. Preconizaba un ascetismo
general y un burdo igualitarismo.
Los sistemas socialistas y comunistas propiamente dichos, los sistemas de Saint -Simón, de
Fourier, de Owen, etcétera, hacen su aparición en el periodo inicial y rudimentario de la lucha
entre el proletariado y la burguesía, periodo descrito anteriormente.
Los inventores de estos sistemas, por cierto se dan cuenta del antagonismo de las clases,
así como de la acción de los elementos destructores dentro de la misma sociedad dominante.
Pero no advierten del lado del proletariado ninguna iniciativa histórica, ningún movimiento
político que le sea propio.
Como el desarrollo del antagonismo de clases va a la par con el desarrollo de la industria,
ellos tampoco pueden encontrar las condiciones materiales de la emancipación del
proletariado, y se lanzan en busca de una ciencia social de unas leyes sociales que permitan
crear esas condiciones.
En lugar de la acción social tienen que poner la acción de su propio ingenio; en lugar de
las condiciones históricas de la emancipación, condiciones fantásticas; en lugar de la
organización gradual del proletariado en clase, una organización de la sociedad inventada por
ellos. La futura historia del mundo se reduce para ellos a la propaganda y ejecución práctica
de sus planes sociales.
En la confección de sus planes tienen conciencia, por cierto, de defender ante todo los
intereses de la clase obrera, por ser la clase que más sufre. El proletariado no existe para ellos
sino bajo el aspecto de la clase que más padece.
119
Pero la forma rudimentaria de la lucha de clases, así como, su propia posición social, les
lleva a considerarse muy por encima de todo antagonismo de clase. Desean mejorar las
condiciones de vida de todos los miembros de la sociedad, incluso de los más privilegiados.
Por eso, no cesan de apelar a toda la sociedad sin distinción, e incluso se dirigen con
preferencia a la clase dominante. Porque basta con comprender su sistema, para reconocer que
es el mejor de todos los planes posibles de la mejor de todas las sociedad posibles.
Repudian, por eso, toda acción política, y en particular toda acción revolucionaria; se
proponen alcanzar su objetivo por medios pacíficos, intentando abrir camino al nuevo
evangelio social valiéndose de la fuerza del ejemplo, por medio de pequeños experimentos,
que, naturalmente fracasan siempre.
(…) La importancia del socialismo y del comunismo crítico utópicos está en razón inversa
al desarrollo histórico. A medida que la lucha de clases se acentúa y toma formas más
definidas, el fantástico afán de abstraerse de ella, esa fantástica oposición que se le hace,
pierde todo valor práctico, toda justificación teórica. He ahí por qué si en muchos aspectos los
autores de esos sistemas eran revolucionarios, las sectas formadas por sus discípulos son
siempre reaccionarias, pues se aferran a las viejas concepciones de sus maestros, a pesar del
ulterior desarrollo histórico del proletariado. Buscan, pues, y en eso son consecuentes,
embotar la lucha de clases y conciliar los antagonismos. Continúan soñando con la
experimentación de sus utopías sociales; con establecer falansterios aislados, crear colonias
interiores en sus países o fundar una pequeña Icaria, edición en dozavo de la nueva Jerusalén.
Y para la construcción de todos estos castillos en el aire se ven forzados a apelar a la
filantropía de los corazones y de los bolsillos burgueses. Poco a poco van cayendo en la
categoría de los socialistas reaccionarios o conservadores descritos más arriba y sólo se
distinguen de ellos por una pedantería más sistemática y una fe supersticiosa y fanática en la
eficacia milagrosa de su ciencia social.
Por eso, se oponen con encarnizamiento a todo movimiento político de la clase obrera,
pues no ven en él sino el resultado de una ciega falta de fe en el nuevo Evangelio.
Los owenistas, en Inglaterra, reaccionan contra los cartistas, y los fourieristas, en Francia,
contra los reformistas.
IV Actitud de los comunistas ante los diferentes partidos de oposición
(…) En resumen, los comunistas apoyan por doquier todo movimiento revolucionario
contra el régimen social y político existente. En todos estos movimientos ponen en primer
término como cuestión fundamental del movimiento, la cuestión de la propiedad, cualquiera
que sea la forma más o menos desarrollada que ésta revista.
En fin, los comunistas trabajan en todas partes por la unión y el acuerdo entre los partidos
democráticos de todos los países.
Los comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y propósitos. Proclaman
abiertamente que sus objetivos sólo pueden ser alcanzados derrocando por la violencia todo el
orden social existente. Que las clases dominantes tiemblen ante una Revolución Comunista.
Los proletarios no tienen nada que perder en ella más que sus cadenas. Tienen en cambio un
mundo que ganar.
120
¡Proletarios de Todos los Países, Unidos!
121
Marco Tulio Méndez Ríos, Postmodernismo,
INTRODUCCIÓN
El postmodernismo es uno de los movimientos más importantes de nuestros tiempos.
Es el fin de la razón como guía absoluta, la convicción de que ésta carecía de capacidad
para abrir nuevos caminos al progreso humano, en tanto se da una conciencia generalizada
de su agotamiento como fuerza innovadora. Es una crítica al pensamiento moderno.
Esta crítica se da en tres ejes principales: el postestructuralismo francés, la teoría crítica
alemana y la literatura artística americana. Así el postmodernismo se convierte en un
discurso de varias lecturas, donde cada quien recorre el camino que mejor le parece. Se
convierte en un espacio donde las seguridades se pierden, los discursos se confunden e
incluso se contradicen, en un lugar donde los conceptos son escurridizos y en el que no se
consigue lograr un consenso unitario.
Sin embargo, se coincide en el intento de reconstruir el universo cultural, y ahí se da
cuenta de que los modelos para el análisis de la cultura son defectuosos, inconclusos. Es
hora de romper con ellos y con el modelo de pensamiento que los sustenta: el modernismo.
Es tiempo de repensarnos, de ver hacia atrás en busca de las respuestas que evidentemente
no puede generar el presente, y que el progreso ha demostrado ser incapaz de lograr en un
futuro.
Para poder entender cómo es que el postmodernismo se genera es necesario entender el
modernismo y cómo se va modificando con el paso del tiempo. Hagamos un breve
recorrido a través del pensamiento moderno que nos permita sentar las bases necesarias del
postmodernismo.
Modernismo
Existen dos versiones principales de modernismo, una representada por el iluminismo
burgués y otra por la crítica marxista a la misma. La primera surge de los preceptos de la
revolución francesa, las doctrinas sociales del liberalismo inglés y del idealismo alemán.
Por su parte la segunda, tiene su origen en la economía política de Marx y avanza de ahí
hacia el neomarxismo y la teoría crítica alemana.
Para la razón ilustrada burguesa la modernidad es un reclamo de libertad individual y el
derecho de igualdad ante la ley contra la presión ejercida por el Estado. Su función es
construir un mundo inteligible donde la razón sea el instrumento para institucionalizar a las
fuerzas políticas, económicas y sociales. Donde el Estado solamente sea un árbitro
conciliador, un mediador entre los intereses particulares y los de la comunidad. Así la razón
será el eje principal sobre el que se irá construyendo el proceso liberador de la humanidad,
conjugado la libertad con la necesidad.
El fracaso de esta razón burguesa se pone de manifiesto con todos los aspectos
deshumanizante y alienantes de la sociedad capitalista, lo que da paso a la economía
122
política de Marx. Para éste, la noción del Estado moderno hegeliano, en tanto manifestación
más alta de la razón, es una formulación ideal, una reconciliación entre lo particular y lo
general, pero es utópica, no real. En su versión real, la razón ilustrada burguesa, se
encuentra llena de contradicciones y es generadora de progreso y destrucción en igual
medida. La única forma de reconstruir la futura liberación de la sociedad es descubriendo
estas contradicciones, haciéndolas explicitas y destruyéndolas. A esto se dedicará en
adelante toda la tradición marxista.
Más adelante, a comienzos del siglo XX, Weber es el primero en mostrar desconfianza
hacia ambas perspectivas, sin embargo, continúa interpretando el proceso histórico como
un proceso progresivo de la racionalización. A través de un análisis de las instituciones
correspondientes a esta racionalización progresiva, como la economía capitalista, la
burocracia y la ciencia empírica profesionalizada, muestra que este proceso de
racionalización de la sociedad no es utópico, sino que más bien conduce a un
aprisionamiento del hombre moderno en una sociedad deshumanizante.
Para Weber, la esperanza de los pensadores ilustrados de que existía un vínculo fuerte y
necesario entre el desarrollo de la ciencia, la racionalidad y la libertad humana es una
ilusión. Cuando la Ilustración se extiende, deja al descubierto el triunfo de la razón
instrumental, la cual se extiende a toda la vida social y cultural, abarcando todas las
estructuras económicas, jurídicas, administrativas y artísticas. Este tipo de razón no
conduce a la libertad universal, sino a la creación de una prisión de racionalidad
burocrática.
Así mismo, Weber no considera al socialismo como una alternativa viable a la sociedad
capitalista, ni capaz de resolver el problema de la razón, ya que surgía de la misma raíz y
por lo tanto lleva implícita la misma paradoja de la racionalización como emancipación y
reificación.
La escuela de Frankfurt confronta por una parte, la razón ilustrada de la cual el estado
fascista es su última expresión; y por otra el fracaso del sujeto histórico y la revolución de
Octubre. De igual forma, consideran erróneo tanto el esfuerzo Kantiano por fundar la ética
únicamente en la racionalidad práctica, como el énfasis Marxista sobre la importancia
central del trabajo como forma de autorrealización humana.
Sin embargo, consideran que la realización de la razón todavía es posible, siempre y
cuando se logre una reconciliación entre la razón instrumental y la razón objetiva. Así se
dedican a realizar una crítica de ambas para lograr su reconciliación.
De esta forma, Adorno y Horkheimer emprenden un esfuerzo analítico conceptual contra
ambas tendencias, en un intento de superar la visión dicotómica del idealismo-
materialismo. Pero esta teoría crítica se muestra incapaz de sugerir una praxis. Así, la
realización racional pensada como una ruptura del progreso y una revolución radical, no
deja de ser utópica.
Es así como el proyecto ilustrado de la liberación humana queda frustrado y en su lugar se
da un proceso de racionalización, burocratización y cientifización de la vida social.
123
La estética moderna
La estética moderna adquirió principios bien definidos con Baudelaire y de ahí se
desarrolló en diversas direcciones encontrado su clímax en el dadaísmo y el surrealismo.
La modernidad estética se caracteriza por actitudes que encuentran un rasgo común: la
conciencia transformada del tiempo.
Toma la forma de la vanguardia, se considera a sí misma como invadiendo un espacio
desconocido, conquistando un futuro todavía no ocupado, avanzando en un paisaje donde
nadie se ha aventurado todavía (Habermas, 1981).
La modernidad se rebela contra todo lo que es normativo, rompe con las tradiciones, tiene
la misión de ser siempre innovadora y es en ese sentido donde es efímera ya que necesita
reinventarse constantemente o perder su sentido de originalidad, y por lo tanto perder su
validez.
La negación es su fuerza creadora, negación como ruptura con lo ya establecido, negación
como rechazo a lo anterior. Moverse siempre hacia delante, dejando atrás lo que ya se ha
hecho antes, lo único realmente valiosos es aquello que innova, que es original.
“Lo más curioso es que el furor modernista descalifica, al mismo tiempo, las obras más
modernas: las obras de vanguardia, tan pronto como han sido realizadas, pasan a la
retaguardia y se hunden en lo ya visto” (Lipovetsky, 1988, p. 81)
La vanguardia ha perdido su poder creativo, la negación ha agotado sus posibilidades y
aunque el modernismo predomine está muerto como fuerza creativa.
Postmodernismo
Como hemos visto, hablar de una teoría del postmodernismo es poco más que difícil, las
diferencias conceptuales entre los distintos ejes del pensamiento postmoderno, son incluso
contradictorios y opuestos.
Sin embargo, es necesario lograr una plataforma común que nos permita englobar las
distintas concepciones que forman el postmodernismo. Para este efecto, retomaremos a
Cahoone (1996) quien nos ayudará a sentar las bases comunes del pensamiento
postmoderno.
Podemos encontrar 5 elementos comunes al postmodernismo, 4 críticas y un método;
presencia contra representación, origen contra fenómeno, unidad contra pluralidad,
trascendencia de las normas contra su inmanencia y el método de la otredad constitutiva.
De igual forma, podemos encontrar tres vertientes diferentes: Histórico, Metodológico y
Positivo.
Presencia vs Representación.- La presencia se refiere a la calidad de experiencia inmediata
y de los objetos que son presentados de ese modo. Aquello que es dado a conocer por su
presencia siempre ha sido contrastado por lo que se adquiere a través de signos, conceptos y
124
construcción, es decir donde interviene el factor humano. Por ejemplo, las sensaciones o los
datos obtenidos por los sentidos han sido considerados como conductores directos de la
realidad, y por lo tanto más confiables y certeros que los contenidos mentales modificados
a partir de ellos.
El postmodernismo cuestiona e incluso rechaza esta distinción. Niega que cualquier cosa
pueda ser inmediatamente presente, y por lo tanto independiente de signos, lenguaje,
pensamiento, desacuerdo, etc., argumenta que la presentación en realidad presupone
representación.
Origen vs Fenómeno.- El origen es la fuente de cualquier cosa que se encuentre bajo
consideración. Usualmente es entendido como la meta de la búsqueda racional, la búsqueda
por encontrar lo que se encuentra detrás o más allá del fenómeno, la búsqueda de sus
fundamentos últimos. Para las filosofías modernas del Yo (existencialismo, psicoanálisis,
fenomenología e incluso el marxismo) el intento de descubrir el origen del yo es el camino
hacia la autenticidad.
El postmodernismo por su parte, niega en el sentido estricto esta posibilidad. Niega la
posibilidad de regresar, recapturar e incluso representar el origen, la fuente, o cualquier
realidad más profunda que el fenómeno en si mismo. En este aspecto se puede decir que el
postmodernismo es superficial, ya que no profundiza, para el pensamiento postmoderno la
superficie del fenómeno es lo importante, no hace falta un conocimiento más profundo o
fundamental.
Unidad vs Pluralidad.- El pensamiento postmoderno trata de mostrar que lo que
generalmente es concebido como unidad, singular, existencia integral o concepto, es en
realidad plural. Todo está constituido a partir de sus relaciones con otras cosas, por lo tanto
nada es simple, inmediato o totalmente presente y ningún análisis puede, en consecuencia,
ser final o completo.
Trascendencia de las normas vs Inmanencia de las normas.- La negación de la
trascendencia es un punto crucial en el postmodernismo. Normas como verdad, bondad,
belleza, racionalidad, no son consideradas como independientes de los procesos que juzgan
y gobiernan, más bien se les considera como productos inmanentes a esos mismos
procesos.
Por ejemplo, mientras que usualmente tomamos la idea de justicia para juzgar un orden
social. Los posmodernistas, parten de que el concepto de justicia es producto en si misma
de las relaciones sociales que juzga. Es decir, el concepto fue creado en cierto tiempo y
lugar, atendiendo a intereses determinados y dependiente de un contexto social e
intelectual.
La otredad constitutiva.- Esta es un sistema de análisis común al pensamiento postmoderno
que es utilizado para analizar cualquier sistema cultural. Lo que parecen unidades
culturales, como seres humanos, palabras, significados, ideas, sistemas filosóficos,
organizaciones sociales, en realidad se mantienen en su unidad aparente solo a través de un
proceso activo de exclusión, jerarquización y oposición.
125
Metafóricamente se puede decir que son los márgenes los que construyen el texto, las
unidades son constituidas por sus relaciones de dependencia y represión con otros. En
consecuencia, el analista informado pondrá atención en aquellos elementos aparentemente
excluidos o marginados de cualquier sistema o texto. Los posmodernistas cambiarán su
atención de los temas anunciados y bien conocidos de un texto, hacia aquellos que rara vez
se mencionan, los virtualmente ausentes, aquellos temas devaluados explicita e
implícitamente.
Tipos de postmodernismo
Siguiendo con el análisis de Cahoone sobre el postmodernismo, encontramos que una vez
sentadas las bases comunes para lo que se ha denominado postmodernismo podemos
dividir a este en tres grandes grupos:
Histórico.- Este postmodernismo argumenta que la organización social, política y/o cultural
de la modernidad ha cambiado fundamentalmente, por lo que ahora enfrentamos un nuevo
mundo. Es el reclamo histórico del postmodernismo, o mejor aún es el postmodernismo
como reclamo histórico. La modernidad se encuentra en su fin o está sufriendo un proceso
de transformación profunda. Este puede ser aplicado a cualquier clase de asunto, social,
cultural, artístico o teórico. No necesita hacer declaraciones normativas, es decir, no
necesita decir que la modernidad estaba equivocada. Podemos ubicar a Daniel Bell dentro
de esta línea.
Metodológico.- En esta variedad de postmodernismo se rechaza la posibilidad de
establecer las bases del conocimiento, y por lo tanto su confiabilidad, entendiendo a éste
como válido en un sentido realista, es decir, conocimiento como representante de la verdad,
independiente de la naturaleza real de los objetos.
Es antirealista, sostiene que el conocimiento es válido no por sus relaciones con los
objetos, sino por su relación con nuestros intereses pragmáticos, nuestras perspectivas
comunes, nuestras necesidades, nuestra retórica.
El postmodernismo metodológico es esencialmente negativo, es decir, muestra las
deficiencias y problemáticas de otras formas de escritura, habla y teorización, pero no
ofrece ninguna alternativa explícitamente. Como ejemplo de este postmodernismo
encontramos a Jean Francoise Lyotard
Positivo.- Este es una reinterpretación positiva de cualquier fenómeno bajo la forma de una
crítica metodológica, en cualquier tema. Puede tratar del yo, de Dios, la naturaleza, el
conocimiento. Esta categoría se refiere a escritos que se aplican a temas postmodernos
generales, así como a materias particulares para ofrecer una nueva visión de los mismos.
Ofrecen una alternativa a la modernidad. Dentro de esta corriente podemos ubicar a Jürgen
Habermas.
Por supuesto, estas diferencias entre los pensadores posmodernos crean tensiones entre
ellos, llegando incluso a descalificarse unos a otros. Sobre todo en el caso de los positivos y
los metodológicos. Todo esto sólo ayuda a aumentar la confusión existente alrededor del
postmodernismo.
126
Estética del postmodernismo
Como hemos visto el postmodernismo más que un bloque teórico, es una serie de caminos
que sólo tienen como punto común la crítica a la modernidad. Así, no debe extrañarnos que
no exista una estética postmoderna, sino diversos enfoques y acercamientos hacia la misma.
Sin embargo, todas estas nociones diversas de estética postmoderna parten de un punto
común, la estética del modernismo ha llegado a un punto muerto, ha perdido su fuerza
creadora y su papel de innovadora. Es necesario replantearse los caminos o por lo menos
ser conscientes del fracaso de la propuesta de la estética del modernismo.
Una vez entendido lo anterior, comencemos por el principio. Hagamos un recuento de las
que, sin duda, son las tres vertientes más importantes del postmodernismo y de las que
hemos venido a lo largo de este ensayo para explicar sus posturas estéticas o por lo menos
sus cuestionamientos hacia la misma.
En la corriente neoconservadora, Bell considera que la cultura postmoderna es del todo
incompatible con los principios morales de una conducta de vida racional y propositiva.
Se disuelve la ética puritana dando paso al hedonismo, con el uso de los medios masivos
de comunicación y las instituciones como el crédito que, por una parte llevan hacia la gran
mayoría lo que antes era de competencia exclusiva de una elite, y por otra socava los
principios mismos de la ética protestante como el ahorro. Se da en las culturas occidentales
un cambio en el rumbo de las sociedades. Pasamos de la búsqueda del bienestar social, a la
búsqueda del hedonismo individual. El individuo sólo tiene ojos para si mismo o para su
grupo.
El postmodernismo es de esta forma la continuación de la modernidad ya que prolonga y
generaliza una de sus tendencias constitutivas: el proceso de personalización. Sin embargo,
al ser la modernidad un ente muerto debido a que el hedonismo ha terminado con sus
aspiraciones de razón ilustrada se produce una crisis cultural. Bell piensa que la salida a esa
crisis es el retorno a lo tradicional.
Así los neoconservadores voltean hacia las etapas anteriores a la modernidad para
encontrar los elementos que les permitan superar a ésta. Es en la tradición donde se
encuentra la alternativa al postmodernismo vacío. Bell hace hincapié principal a la
necesidad de un resurgimiento religioso.
Por su parte, Habermas, opina que en lugar de renunciar a la modernidad y a su proyecto
como causa perdida, deberíamos aprender de los errores de los programas extravagantes
que han intentado negarla.
Así, Habermas, considera que es en el ámbito de la recepción y apropiación del arte donde
podemos encontrar una alternativa que nos permita por un lado superar la crisis moderna y
por el otro saltar el vació que genera el postmodernismo.
El que un espectador no experto, un lego en materia de arte, adquiera el conocimiento
necesario para entenderlo y trasladarlo a su vida cotidiana para que sea éste el referente que
le permita iluminarlo. Es una de las posibilidades de retomar el proyecto modernista. Sin
embargo, es consciente de que esto es sólo un aspecto, el proyecto pretende reconectar
diferenciadamente a la cultura moderna con la praxis cotidiana que todavía depende de las
herencias culturales. Pero esta conexión sólo puede darse si la cultura modernista toma un
127
rumbo diferente al que lleva, es decir, el mundo de la vida debe ser capaz de desarrollar a
partir de si mismo instituciones que pongan límites a la dinámica interna y los imperativos
de un supuesto económico casi autónomo y sus complementos administrativos.
Finalmente, Lyotard considera que la entrada, por si misma, de los aspectos tecnológicos
en el arte no es mala ni indeseable, pero el uso que se ha hecho de ellos sí lo es. El hecho de
que éstos permitan producir representaciones tan similares al mundo real, multiplica las
ilusiones de realidad.
Además, cuando no se hace un intento por reexaminar las reglas del arte, dentro de este
nueva lógica de creación, y se limita a seguir las “buenas reglas” y un deseo endémico de la
realidad con objetos y situaciones capaces de satisfacerla se cae en lo que le da por llamar
la pornografía. “La pornografía se convierte en un modelo general para las artes de la
imagen y la narración que no han valorado cabalmente el desafío más mediático”
(Lyotard, 1992, p.16)
Para Lyotard, el elemento principal del arte postmoderno es el eclecticismo, al cual llama
el grado cero de la cultura contemporánea. Es fácil encontrar público para las obras
eclécticas, ya que este halaga el caos que rige al aficionado.
Por otro lado, al no tener el arte una capacidad real de ser valorado por sus contenidos
estéticos, siempre le queda el refugio, ilusión provocada por el realismo, de medir su valor
por el dinero. Es decir, a falta de criterios estéticos, sigue siendo útil medir el valor de las
obras por la ganancia que se puede sacar de ellas.
CONCLUSIONES
Como hemos podido ver, el postmodernismo se encuentra muy lejos de ser una teoría
cohesiva y consistente, y tal vez eso va en contra de su misma lógica interna. Sin embargo,
aún dentro de toda la confusión que se pueda generar por las diversas lógicas que el
postmodernismo abarca, tiene elementos valiosos y las criticas que plantea hacia a la
modernidad no dejan de ser importantes.
Difícil de saber cuál será el nuevo rumbo que se tome, es importante sin embargo, darnos
cuenta de que el postmodernismo habrá sido factor clave en el mismo, ya sea como
elemento de transición o como nuevo paradigma cultural.
Para concluir podríamos decir que hoy día la discusión postmodernista sobre la estética se
desplaza de la pregunta ¿qué es lo bello? a ¿qué es el arte? El postmodernismo, es en sí
mismo, una redefinición de todos los valores y creencias que habíamos seguido hasta ahora,
o por lo menos un intento de redefinición
128
Globalización y desarrollo
Los países en vías de desarrollo de Centroamérica, América del Sur, África y Asia
exportaban materias primas y cultivos comerciales (para su venta al otro lado del océano), y
compraban bienes manufacturados. La gente de esos países cubría sus necesidades diarias
mediante una agricultura de subsistencia y la manufactura a pequeña escala. Poco a poco,
su población se hizo cada vez más dependiente de la economía global, porque las
manufacturas locales no podían competir con los baratos productos industriales exportados
por las naciones desarrolladas (de Europa occidental, Estados Unidos, Canadá, Australia,
Nueva Zelanda y Japón). Para reducir su dependencia, numerosos países en vías de
desarrollo intentaron fortalecer sus economías creando industrias, obras hidráulicas y
carreteras entre los años sesenta y setenta. Algunos impusieron altas tarifas aduaneras y
otras barreras comerciales con el fin de proteger a su industria de la competencia de las
manufacturas importadas. Sin embargo, los gobiernos, con frecuencia, efectuaron unas
inadecuadas elecciones financieras; los proyectos de infraestructura hidráulica y para el
tráfico rodado, a menudo, excedieron las necesidades locales; los intereses de los dirigentes
políticos prevalecieron, en ocasiones, sobre los del país en cuestiones industriales; y la
protección comercial degeneró en la producción de bienes de peor calidad. Como
consecuencia, estos productos no podían competir en el mercado mundial con los de los
países industrializados, de mayor calidad. Así, numerosos países en vías de desarrollo
tenían ingresos reducidos con los que pagar los créditos pedidos para sufragar su expansión.
Un número reducido de países tuvo éxito en su camino hacia la industrialización durante el
siglo XX. Los más notables fueron Corea del Sur, Taiwan, Singapur y Hong Kong (RAE).
Al igual que Japón en el siglo XIX, establecieron tasas aduaneras y otras barreras para
proteger los productos locales de la competencia foránea e invirtieron en desarrollo
industrial. Como Japón, se centraron en la venta exterior de sus productos para crear
riqueza en sus países. A finales del siglo XX, algunos expertos consideraron a esas
economías más bien como desarrolladas que en vías de desarrollo, aunque Corea del Sur ha
sufrido un fuerte revés por la crisis financiera de 1997. Siguiendo pautas similares, China
ha avanzado rápidamente gracias a un fuerte crecimiento de la exportación de sus
manufacturas industriales a finales del siglo XX.
Mientras tanto, las multinacionales del mundo desarrollado se asentaban en ciertos países
en vías de desarrollo, donde la mano de obra era barata, en especial en el Sureste asiático,
Centroamérica y América del Sur. Estas plantas generaban pocos beneficios a largo plazo
para las economías locales. Los beneficios salían del país hacia los accionistas
multinacionales. Además, los países en vías de desarrollo se vieron forzados a participar en
una 'subasta a la baja' para atraer al capital multinacional inversor. Si un país en vías de
desarrollo o su población exigían mayores salarios, mejoras en las condiciones de trabajo o
en la protección ambiental, las multinacionales a menudo trasladaban la producción a otro
país con menores costes.
A finales del siglo XX, numerosos países en vías de desarrollo, en especial en África,
todavía carecían de un sector industrial fuerte. Estas naciones continuaban con la
exportación de cultivos comerciales y materias primas, cuyos ingresos les permitían
importar los bienes manufacturados y servicios de los que carecían. Un énfasis en la
exportación de esos productos provocó incrementos en la producción. Con las mejoras en el
129
transporte, los países comenzaron a competir en la venta de los mismos productos, por lo
que más bienes y una competencia creciente hundieron los precios. Este ciclo perpetuó la
pobreza.
Ante la imposibilidad de atraer la inversión y de pagar las importaciones, numerosas
naciones deudoras apelaron al Banco Mundial y al Fondo Monetario Internacional en las
décadas de 1980 y 1990 para ampliar los plazos de amortización de los créditos y solicitar
otros nuevos. Como contrapartida, estos países debían presentar un plan de reforma que
incluyera programas de privatización y una reducción de los gastos públicos. Estas medidas
tendían a asegurar el pago de la deuda, pero fueron, a menudo, penosas.
El destino de las economías socialistas
A principios del siglo XX, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) creó una
economía estatalizada, libre de la presión competitiva del mercado mundial. El Estado
impuso fuertes limitaciones a la libertad individual. Este sistema, denominado socialismo
de Estado, al principio elevó el nivel de vida de la población y, tras la victoria soviética en
la II Guerra Mundial, este modelo económico se introdujo tanto en Europa oriental como en
otras partes del mundo.
La falta de competencia del mercado y de libertad intelectual hizo que los países socialistas
estuvieran menos evolucionados desde un punto de vista económico que los países
desarrollados tecnológicamente. La URSS y la Europa oriental encaminaron sus recursos
hacia una carrera armamentística con los Estados Unidos y otras naciones. El nivel de vida
se estancó y la economía entró en retroceso. A finales de los años ochenta, sus habitantes
exigieron el fin del socialismo, entrando en la economía global de mercado.
Tras medio siglo sin competencia, en general, la industria de los antiguos países socialistas
no podía competir en el mercado mundial. Sólo los países que habían mantenido algunas
formas de propiedad privada, que tenían unas buenas infraestructuras, y que sus gobiernos
poscomunistas regularon las reformas económicas —como Polonia y Hungría— parecían
acercarse a la categoría de países desarrollados. Otros, en especial los de Asia central,
seguían los esquemas de las naciones en vías de desarrollo.
La globalización de la agricultura
Con el desarrollo de la refrigeración y el abaratamiento del transporte a larga distancia a
finales del siglo XX, cada vez son más numerosos los agricultores que compiten en el
mercado global. La harina de panificación, por ejemplo, puede provenir de trigo cultivado
en América del Norte, América del Sur, Europa o Australia, indistintamente, con las
premisas de buena calidad y bajo precio. Con tractores y otros medios mecánicos, un
agricultor puede producir igual que docenas de trabajadores manuales. Esto hace posible
que la agricultura mecanizada de América del Norte, Europa y Australia, donde los costes
laborales son elevados, venda más en el mercado mundial que los productores a pequeña
escala de los países en vías de desarrollo, con menores costes de mano de obra. Además,
los países desarrollados, en especial los Estados Unidos, exportan excedentes agrícolas —
básicamente trigo, con dificultades para su cultivo en los países de clima tropical— a países
en vías de desarrollo de África y otros lugares, con fuertes subsidios o incluso gratis, como
ayuda alimentaria.
130
En el ámbito local, los cultivos alimentarios no pueden competir con esas baratas
importaciones de alimentos. Los cultivadores a pequeña escala de muchos países en vías de
desarrollo, incapaces de sobrevivir, se vieron obligados a vender sus tierras a productores
mayores que podían afrontar la mecanización. Otros, redujeron los cultivos destinados al
mercado local en beneficio de productos comerciales, como bananas, café, cacao y caña de
azúcar, que no pueden ser cultivados en los climas más fríos de los países industrializados.
Por ello, fueron numerosos los países en vías de desarrollo, en especial de África, que
pasaron a depender de los alimentos importados.
La globalización de la industria y los servicios
A finales del siglo XX, los departamentos de investigación, desarrollo, comercialización y
gestión financiera de una empresa no precisaban localizarse en el mismo lugar o, incluso,
en el mismo país. El incremento de las actividades terciarias o de servicios dominaba la
economía de los países más desarrollados, mientras que la industria perdía importancia.
Con el fin de reducir costes, las compañías trasladaron algunas labores de manufactura a
países en vías de desarrollo, donde los salarios eran inferiores. Esto ocurría especialmente
con las actividades dedicadas al textil o al ensamblaje de piezas.
Otras actividades continuaban realizándose en los países desarrollados, porque requerían
una mano de obra especializada o una proximidad al mercado. Como ejemplos, cabe citar
todas aquellas ligadas a la sanidad, los servicios financieros, la venta al detalle, la
ingeniería y el software, consideradas actividades de servicios. Este sector crecía en
importancia en las economías desarrolladas de América del Norte, Europa, Australia,
Nueva Zelanda y Japón, mientras que la industria lo hacía con rapidez en los países en vías
de desarrollo. Las clases de manufacturas que permanecían en los países más desarrollados
incluían la construcción, el tratamiento de alimentos y actividades tecnológicas que
comprendían la maquinaria o la elaboración de ciertos productos químicos.
Muchos de los países desarrollados se agruparon formando grandes bloques comerciales, o
uniones económicas, para promover su prosperidad mutua. Como ejemplos, cabe
mencionar a la Unión Europea (UE) y a la zona de libre comercio establecida por el
Tratado de Libre Comercio Norteamericano (TLC). Estos bloques comerciales ampliaron
así sus áreas de mercado, dentro de las cuales las compañías podían operar sin tasas
aduaneras u otra clase de barreras.
Un mundo único
Los hechos acontecidos en un país pueden repercutir en cualquier otro lugar del mundo.
Como muestra, a finales de la década de 1990, una notable recesión económica en Japón se
difundió al Sureste asiático. Los países de esta región contaban con los bancos japoneses
para hacer crecer sus economías y con sus consumidores, que constituían un mercado
fundamental para sus productos. La recesión obligó a los bancos japoneses a restringir sus
inversiones y compras, lo que hizo vacilar a otras economías asiáticas. Además, otros
inversores extranjeros se asustaron y retiraron sus capitales del Sureste asiático, por lo que
miles de tailandeses, indonesios y de otros países vecinos perdieron sus empleos al
contraerse sus economías.
Mientras tanto, la economía de los Estados Unidos crecía constantemente. A la vez que
caían las economías asiáticas, sus monedas perdían valor frente al dólar estadounidense y
131
sus exportaciones eran más competitivas. Numerosas compañías asiáticas buscaron mejorar
sus resultados mediante la exportación de bienes a los Estados Unidos, y, a finales de años
noventa, los consumidores estadounidenses adquirieron numerosos productos asiáticos
baratos. Esto terminó por resultar positivo para los inversores y trabajadores asiáticos, que
confiaron en el poderoso mercado estadounidense para sanear sus hundidas economías. De
hecho, en 1999, la larga recesión japonesa dio señales de finalizar.
Sin embargo, estas aparentes buenas noticias tuvieron su aspecto negativo. La economía
japonesa en crecimiento atrajo inversores extranjeros que alzaron el valor del yen japonés
frente al dólar y, con ello, el precio de los bienes japoneses en los mercados internacionales.
Un yen poderoso trajo dos peligros. Primero, que las exportaciones japonesas fueran
demasiado caras, posibilitando una caída de sus ventas y una nueva recesión en Japón.
Segundo, que mientras los bienes japoneses subían su precio en dólares, el peligro de
inflación en los Estados Unidos aumentaba. Una creciente inflación en los Estados Unidos
conllevaría el incremento de la tasa de interés y provocaría una caída de la bolsa,
deteniendo su expansión económica. Si flaqueara la economía estadounidense, sus efectos
negativos afectarían a inversores y exportadores de todo el planeta.
Por todo el mundo, tanto los países ricos como los pobres se han vuelto más
interdependientes económicamente y se enfrentan a problemas que afectan a todos ellos. El
último ejemplo de un reto conjunto es el ecológico. Altos niveles de consumo y un
desarrollo económico muy rápido han provocado graves impactos medioambientales, como
el agotamiento de los recursos, la contaminación y la transformación de los hábitats
naturales para su aprovechamiento económico. A largo plazo, el éxito de la globalización
depende de su habilidad para llevar la prosperidad económica a toda la población mundial
sin originar mayor daño ambiental.
132
ANEXOS
133
Ilustración. Término que se aplica a un conjunto sistemático de ideas filosóficas y políticas que se
extiende por países de Europa -Inglaterra, Francia y Alemania, principalmente- desde
mediados del s. XVII al XVIII, y que se considera como uno de los períodos más
intelectualmente revolucionarios de la historia. Se caracteriza fundamentalmente por una
confianza plena en la razón, la ciencia y la educación, para mejorar la vida humana, y una
visión optimista de la vida, la naturaleza y la historia, contempladas dentro de una
perspectiva de progreso de la humanidad, junto con la difusión de posturas de tolerancia
ética y religiosa y de defensa de la libertad del hombre y de sus derechos como ciudadano.
La importancia de la razón crítica, que es pensar con libertad, y que ha de ser como la luz
de la humanidad, se deja ver en la misma raíz de las palabras con que, en los distintos
idiomas, se significa este período: «Siglo de las luces», o «siglo de la razón»,
«illuminismo» (en Italia), «Enlightenment» (en Inglaterra), o «Aufklärung» (en Alemania).
Todo cuanto se oponga, como rincón oscuro y escondido, a la iluminación de la luz de la
razón -las supersticiones, las religiones reveladas y la intolerancia- es rechazado como
irracional e indigno del hombre ilustrado, como «oscurantismo». Kant, con la frase «Sapere
aude!» -¡atrévete a saber!- (ver cita), expresa acertadamente la labor que cada ser humano
ha de ser capaz de emprender y llevar a cabo por propia iniciativa, una vez alcanzada ya,
por historia y por cultura, la mayoría de edad del hombre. Las ideas ilustradas constituyen
el depósito conceptual sobre el que se funda la manera moderna de pensar.
El conjunto de ideas ilustradas comunes se diversifica en cada país según la circunstancia
filosófica y política en que se encuentra. La Ilustración comienza en Inglaterra con el
empirismo de Locke y de Hume y el deísmo de muchos moralistas ingleses, ideas que,
junto con el espíritu científico de Newton y de la revolución científica, se divulgan por la
misma época en Francia gracias a la labor de ilustración que llevan a cabo los que se llaman
a sí mismos philosophes y enciclopedistas. En Alemania la Aufkärung llega con cierto
retraso y se convierte en un proceso de difusión de las ideas inglesas y francesas, cuyo
efecto inmediato es la crítica a los valores defendidos por el feudalismo, convirtiéndose en
despotismo ilustrado, en el aspecto político y, en el filosófico, en crítica de la razón, esto es
aquella que no se fundamenta ni en la revelación ni en las ideas innatas, sino en la
experiencia y los resultados de las ciencias, y no busca sacralizar lo que es natural y
profano. En otros países, al sur y al este de Europa, España, Portugal e Italia, por ejemplo,
la difusión y el eco de las ideas ilustradas fue menor.
Los representantes de la Ilustración francesa son sobre todo, pero no únicamente, los
redactores de la Enciclopedia o diccionario razonado de las ciencias, las artes y los oficios
(diecisiete volúmenes de 1751 a 1765): Diderot y d´Alembert (ambos también directores),
Voltaire, d´Holbach, Rousseau, entre los principales, y otros como Chevalier de Jacourt,
Quesnay, Turgot, Grimm, Helvétius, Toussaint, etc. El antecedente inmediato de esta obra
lo constituye el Diccionario histórico-crítico (1695-1697) de Pierre Bayle, obra
eminentemente escéptica y crítica con toda clase de errores. Con él empieza una nueva
orientación en la filosofía francesa que consiste en interesarse más por problemas de
importancia práctica que por cuestiones abstractas del origen de las ideas. Les philosophes
es el nombre con que se distingue a estos espíritus ilustrados, en especial al grupo de
pensadores vinculados con la dirección o la redacción de la Enciclopedia.
134
La Ilustración inglesa, menos espectacular en resultados y representantes, es no obstante
fuente de inspiración de la francesa, y sus filósofos y pensadores son aquellos que los
enciclopedistas y les philosophes tienen en mente: los resultados científicos de Newton y
Robert Boyle y los principios filosóficos y políticos de Locke. Pero, junto con el empirismo
y la renovación de la ciencia, los ilustrados ingleses se interesan por cuestiones como el
deísmo y la moral. La discusión sobre el deísmo o la religión natural surge
fundamentalmente con Cristianismo sin misterios (1696), obra de John Toland. En estas
discusión participan Peter Browne, John Norris, Samuel Clarke, Anthony Collins, y sobre
todo Matthew Tindal (a favor), con El cristianismo, tan viejo como la creación (1730) y
Joseph Butler (en contra), con Quince sermones sobre la naturaleza humana (1726). La
discusión en torno a la moral, o propiamente en torno a la autonomía de la moral, en la que
participan autores como Anthony Ashley Cooper, conde de Shaftesbury, Francis
Hutcheson, David Hartley, Bernard Mandeville, da lugar a las diversas teorías sobre el
sentimiento moral como fuente de moralidad. David Hume, a quien cabe considerar como
el representante más cualificado de la ilustración inglesa, participa en ambas discusiones
sosteniendo tanto el deísmo, en Diálogos sobre la religión natural (1779), como la moral
basada en el sentimiento, en Ensayo sobre los principios de la moral (1751). El utilitarismo,
como doctrina ética basada en «el mayor bien para el mayor número», y la doctrina política
del liberalismo basada en el «interés general» -ambas tributarias de la doctrina del
«sentimiento moral»- son frutos sazonados de la ilustración inglesa.
La Ilustración alemana presenta asimismo sus propias características. La crítica a la
superstición, al dogmatismo y al oscurantismo toman en Alemania la forma de estudio
analítico de las posibilidades y límites de la misma razón. Esta orientación, que comienza
con Ch. Wolff, culmina brillantemente en la filosofía de Kant, que dedica al estudio
sistemático de la razón tres Críticas. Antecedentes de la filosofía alemana en esta época son
las teorías racionalistas de Leibniz, el espíritu científico de Newton, la crítica escéptica de
Hume y las ideas ilustradas de los franceses. Los grandes representantes de la Ilustración
alemana son Christian Wolff, en quien confluyen todas estas tendencias como en una
enciclopedia del saber, y Kant, quien con su apriorismo sostiene una forma de síntesis entre
empirismo y racionalismo. El análisis de la razón lleva, en cambio, al wolffiano
Baumgarten a considerar un tipo especial de conocimiento: el obtenido por las cualidades
sensibles de las cosas, el conocimiento estético, o la percepción de lo bello. El deísmo tiene
también sus seguidores en Alemania: Hermann Samuel Reimarus (1694-1768) escribe una
justificación de la religión racional en Tratado sobre las principales verdades de la religión
cristiana (1754), y un ataque contra la religión revelada y el poder en Fragmentos de un
anónimo (parte de Apología de los adoradores racionales de Dios, y obra publicada entre
1774 y 1777). Moses Mendelssohn, en cambio, argumenta contra la mera religión natural,
pero es un verdadero ilustrado que defiende el valor de la difusión de la filosofía (pertenece
al grupo de la Populärphilosophie, filosofía popular, de la que Christoph Friedrich Nicolai
[1733-1811] es el miembro más notable) y la tolerancia. En Gotthold Ephraim Lessing,
poeta, polemista y filósofo, autor de Laocoonte o las fronteras de la pintura y de la poesía
(1766), obra en que distingue la pintura (espacial) de la poesía (temporal), de un poema
sobre la tolerancia, Nathan el sabio (1779), y de Educación del género humano (1780),
donde trata de la relación, más que de la oposición, entre religión natural y religión
revelada, la religión ha de entenderse como un fenómeno histórico visto desde la
perspectiva del progreso humano; cada religión positiva (revelada) es una nueva y más
madura etapa que completa a la anterior, la verdadera, no obstante, es la natural, la de la
135
conciencia, que consiste en la actuación moral racionalmente fundada. Auténtico ilustrado,
defensor de la tolerancia y autor de obras sobre crítica de la religión, ya que -según afirma-
no puede criticar el poder político, se constituye en centro de la discusión sobre religión en
Alemania por dos razones: por el llamado «problema de Lessing», publicado en Sobre la
prueba del espíritu y de la fuerza (1777), con el que plantea la cuestión de cómo un hecho
histórico (la vida de Jesús que cuentan los Evangelios) puede ser el fundamento de una
religión que se considera trascendente, y por su supuesto panteísmo, origen de la polémica
religiosa conocida con el nombre de Pantheismusstreit.
Las ideas de Locke, Hume, Newton y las de los philosophes llegan a Italia con algo más de
retraso, pero hacia 1750 Milán y Nápoles se constituyen en centros difusores de ideas
ilustradas. En 1761 Pietro Verri (1728-1797), economista y filósofo, organiza en Milán la
«Società dei Pugni» (sociedad de los puños), a la que se adhieren también, entre otros, su
hermano Alessandro Verri (1741-1816), crítico literario, y Cesare Beccaria, cuya obra De
los delitos y de las penas (1764) -la obra cumbre de la ilustración italiana- pronto le
proporciona fama mundial. En torno a la universidad de Nápoles, que, tras la expulsión de
los jesuitas en 1767, se orienta hacia el derecho y la economía, destacan Antonio Genovesi
(1713-1769), alumno de G. Vico, Ferdinando Galiani (1728-1787) y Gaetano Filangeri
(1752-1788), teóricos de la economía política y de la jurisprudencia.
En España el movimiento ilustrado llega a su máximo esplendor durante el reinado de
Carlos III (1759-1788), período que se califica de «despotismo ilustrado». Los ministros de
ese monarca, Ensenada, Aranda, Campomanes, Jovellanos Floridablanca, etc., son
personajes imbuidos de ideas ilustradas y promotores de reformas sociales y educativas.
Los pensadores -que no se muestran ni radicales ni extremistas, como en otros países-
orientan sus críticas contra la tradición en general y, en particular, contra la religión
tradicional y las instituciones católicas en cuanto portadoras del espíritu de la
Contrarreforma, y se muestran a favor de una secularización de la cultura y la sociedad. Las
obras del benedictino Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764) -Teatro crítico universal,
subtitulado Discursos varios en todo género de materias para desengaño de errores comunes
(1726-1739), y Cartas eruditas y curiosas en que por la mayor parte se continúa el designio
del «Teatro crítico universal» impugnando o reduciendo a dudosas varias opiniones
comunes (1742-1760)- difunden los ideales de la ilustración: lucha contra las supersticiones
y el oscurantismo y difusión de temas científicos, filosóficos y culturales. Francisco
Cabarrús (1752-1810), comerciante de origen francés que llegó a altos cargos en la
Administración, propone en sus escritos -sobre todo en Cartas sobre los obstáculos que la
naturaleza, la opinión y las Leyes oponen a la felicidad pública (escritas en 1792 pero
publicadas en 1808)- una educación elemental laica y común para todos, ataca duramente la
enseñanza religiosa, critica la organización de las universidades, sostiene los principios
liberales y defiende la armonía entre razón y naturaleza.
Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811) es el ilustrado por excelencia de la corte de
Carlos III, cuya política ilustrada ensalza a su muerte en Elogio de Carlos III (1788).
Entiende la ilustración como una reforma general de todos los aspectos de la sociedad,
desde la agricultura y la cría de ganados hasta el comercio, la industria, y la enseñanza;
todo ha de organizarse según principios racionales, que tengan en cuenta los adelantos de
las ciencias, nunca impuestos arbitrariamente, sino debidamente adquiridos por todos
mediante la educación. A ésta dedica algunos de sus escritos principales: Memoria sobre la
educación publica o tratado teórico-práctico de enseñanza, Bases para la formación de un
plan general de instrucción pública y Curso de humanidades castellanas. Reglamento
136
literario e institucional del Colegio imperial de Calatrava. Su defensa entusiasta del
igualitarismo le lleva a atacar el concepto de propiedad privada y a propugnar un futuro
social en que «todo será común».
Autores: Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu.
Empirismo.
(del griego ¦:B,4D\", empeiría, experiencia, de ¨:B,4D@H, empeiros, experimentado;
referido especialmente a las prácticas médicas que no se apoyaban en teorías, sentido en
que todavía se usa en la Enciclopedia francesa) La doctrina filosófica que sostiene que las
ideas y el conocimiento en general provienen de la experiencia, tanto en sentido psicológico
(o temporal: el conocimiento nace con la experiencia) como en sentido epistemológico(o
lógico: el conocimiento se justifica por la experiencia). A Kant se debe su uso en filosofía
en el sentido actual: llama a Aristóteles «principal representante de los empiristas» y, a
Locke, uno de sus seguidores actuales al referirse a la teoría que deriva de la experiencia
los conocimientos que posee la razón.
A Aristóteles se debe la primera línea de pensamiento que vincula de manera sistemática el
conocer a la experiencia sensible, pero el empirismo, como doctrina filosófica sistemática,
se supone característica de la filosofía inglesa; indicios de este tipo de pensamiento se ven
incluso en la actitud teórica de algunos escolásticos, como Roger Bacon y Guillermo de
Occam, si bien los verdaderos precursores del empirismo teórico son, en realidad, Francis
Bacon (1561-1626) y Hobbes (1588-1679); el primero destaca la necesidad de recurrir a la
inducción y a la observación para hacer ciencia y el supuesto del segundo -racionalista en
algunos de sus planteamientos- de que «todo es cuerpo» no permite comenzar y justificar el
conocimiento si no es a partir de la sensación. Quienes dan forma sistemática al empirismo
son, sin embargo, Locke (1632-1704), Berkeley (1685-1753) y Hume (1711-1776). A ellos
se debe la versión clásica del empirismo, cuyos puntos fundamentales son: 1) la afirmación
de que no existen ideas innatas y 2) que el conocimiento procede de la sensación, o
experiencia interna o externa; de este modo afirma tanto la prioridad temporal del
conocimiento sensible (el conocimiento empieza con la experiencia) como su prioridad
epistemológica o lógica (el conocimiento requiere de la experiencia como justificación).Los
textos más fundamentales del empirismo clásico pertenecen a J. Locke, en especial a su
obra Ensayo del entendimiento humano (1690) (ver texto 1 y texto 2 ).El libro I de esta
obra es una crítica cerrada a la doctrina de las ideas innatas, tal como las entendían los
cartesianos; no hay ideas innatas ni principios teóricos o morales. El entendimiento, antes
de toda experiencia, no es más que una tabula rasa.
El libro II trata del origen de las ideas a partir de la experiencia sensible, interna o externa;
nacidas las ideas simples de la sensación o de la reflexión, el entendimiento puede a partir
de ellas componer ideas complejas. En una de estas ideas complejas, la sustancia, pueden
distinguirse cualidades primarias (objetivas) y cualidades secundarias (subjetivas).El libro
III estudia el lenguaje y el IV el conocimiento (si bien de un modo que no está en plena
consonancia con el libro I).La influencia de esta obra en los ilustrados franceses fue
enorme; éstos vieron en Locke la superación del racionalismo que dominaba en el
continente europeo desde Descartes a Leibniz, y fundaron en ella su modelo de razón
137
empírica. Leibniz criticó el empirismo de Locke en su obra Nuevos ensayos sobre el
entendimiento humano (1703-1704).Las ideas simples de Locke se agrupan en cuatro
clases:1) las que provienen de un solo sentido; «amarillo», por ejemplo.2) las que
provienen de varios sentidos; la «forma», por ejemplo.3) las que provienen de la reflexión
interna, por pensar sobre ideas simples de los sentidos; el «pensamiento» y la «voluntad»,
por ejemplo.4) las que proceden, de forma combinada, de la sensación y la reflexión a un
mismo tiempo a manera de síntesis; la percepción de la «existencia» de un objeto externo,
por ejemplo, o el «dolor».La mente, combinando, relacionando y abstrayendo, puede
formar ideas complejas -«la belleza, la gratitud, un hombre, un ejército, el universo»-,
relaciones y abstracciones. Las ideas complejas se dividen en modos, sustancias y
relaciones. Una sustancia es una idea compleja con la que concebimos un ser particular; la
idea de «hombre», por ejemplo. Un modo es la idea compleja con la que pensamos, por
abstracción, conjuntos de ideas simples -referibles a diversas sustancias- que no subsisten
como un ser particular; la «danza», por ejemplo, o la «belleza».Una relación es una idea
compleja que surge de la comparación de ideas; Caio, por ejemplo, pensado como hombre
no dice más relación que a sí mismo, pero pensado como «marido», o como «padre» entra
en relación con otra idea. La distinción entre cualidades primarias y secundarias, divulgada
por Locke, pero utilizada ya por Descartes, divide las cualidades de las cosas sensibles
entre las que son objetivas y, por tanto, cualidades sustanciales de los cuerpos (extensión,
figura, número, movimiento y solidez), y las que son subjetivas, que sólo indirectamente
podemos atribuir a la sustancia porque las producen en nosotros las cualidades primarias
(color, sabor, sonido, temperatura, etc.). Cualidades primarias y secundarias son ideas con
las que pensamos los cuerpos. l punto de partida de Berkeley es la crítica a la distinción,
hecha por Locke, entre cualidades primarias y secundarias; la conciencia no hace distinción
entre primarias y secundarias: toda idea es un fenómeno (subjetivo) de la conciencia y todo
cuanto sabemos de las cosas es sólo lo que percibimos (subjetivamente). Por ello «ser es ser
percibido» o «percibir». Hume, a su vez, admite la crítica de Berkeley y asume como punto
de partida que las ideas son fenómenos de la conciencia, pero critica no sólo la idea de
sustancia externa, sino también la de sustancia interna, o yo. De ahí procede su
escepticismo, por cuanto lo que pensamos supera con creces lo percibido, pero sólo hay
certeza de lo percibido, y su fenomenismo. En tiempos de Hume, el modelo científico
newtoniano es una ciencia empírica con pleno derecho; el empirismo de Hume dirige su
atención, no sólo hacia la manera y el fundamento de nuestro conocer, sino también hacia
una ciencia empírica del hombre: el Tratado de la naturaleza humana (1739) no confiesa
otro objetivo que el de lograr en el mundo de la moral lo que Newton ha logrado en el
mundo de la física. Las investigaciones de Hume se centran, no sólo en el estudio del
entendimiento (Libro I del Tratado de la naturaleza humana, e Investigación sobre el
entendimiento huma-no ), sino también en el de las pasiones (Libro II del Tratado) y la
moral (Libro III del Tratado e Investigación sobre los principios de la moral).La innovación
fundamental de Hume en la teoría del conocimiento es su distinción entre impresiones e
ideas, la relación que existe entre unas y otras y la posibilidad de que las ideas se asocien
entre sí. Una impresión es una percepción que, por ser inmediata y actual, es viva e intensa,
mientras que una idea es una copia de una impresión, y por lo mismo no es más que una
percepción menos viva e intensa, que consiste en la reflexión de la mente sobre una
impresión; tal reflexión se hace por la memoria o la imaginación. Pero, además, las ideas se
relacionan entre sí por una especie de atracción mutua necesaria entre ellas: por semejanza,
por contigüidad y por causalidad. Igual como en el universo de Newton la atracción explica
138
el movimiento de las partículas, en el sistema filosófico de Hume las ideas simples se
relacionan -se asocian- entre sí por una triple ley que las une. En el conocimiento de lo que
él denomina cuestiones de hecho, la relación de causalidad ejerce una función fundamental:
síntesis de las dos leyes anteriores, semejanza y contiguïdad, es ambas cosas a la vez (ha de
haber semejanza entre causa y efecto, y es necesaria una contigüidad en el espacio y el
tiempo entre causa y efecto) más la costumbre, o hábito, de generalizar en forma de ley, o
enunciado universal, las sucesiones de fenómenos que suceden regularmente en el
tiempo.La exigencia básica de que a toda idea ha de corresponderle una impresión para que
tenga sentido, o para que a la palabra le corresponda una idea con un contenido verdadero,
se constituye en el instrumento ineludible de la crítica que instituye a todos los conceptos
fundamentales de la filosofía tradicional: causalidad, sustancia, alma, Dios y libertad. ¿A
qué impresión -se pregunta- corresponde cada una de estas ideas? La crítica que instaura el
empirismo clásico acaba en el fenomenismo y el escepticismo. Frente a la dogmática
seguridad que exige y pretende haber hallado el racionalismo, el empirismo oferta la
razonabilidad del conocimiento probable y de los límites del conocimiento. El valor
histórico del empirismo está en su crítica; pero no en la empresa no lograda de fundar
suficientemente el conocimiento científico. Ofrece una alternativa, pero no una síntesis y,
por lo mismo, no una superación del racionalismo y el dogmatismo. Asociacionismo de
ideas y perspectiva fenomenista son los dos ejes sobre los que han girado los sucesivos
sistemas empiristas posteriores, en J.S. Mill, H. Spencer, F. Brentano, E. Mach y otros,
pero también son empiristas otros sistemas filosóficos que deben sus presupuestos más bien
al positivismo del s. XIX, como son los de Duhem, James, Peirce, Dewey o Russell. El
empirismo por excelencia de la edad contemporánea recibe el nombre de empirismo lógico
o neopositivismo. Sus dos principios empiristas fundamentales son: el problema de la
verificabilidad, con sus diversas soluciones más o menos radicales, y el reduccionismo de
los conceptos no lógicos o no matemáticos de las teorías a enunciados observacionales o a
conceptos, en última instancia, reducibles a ellos. Los escritos de Karl R. Popper
representan una crítica dirigida al neopositivismo en general desde un punto de vista
empirista crítico, que su autor llamó racionalismo crítico. Su principio de falsabilidad se
opone diametralmente al inductivismo que supone el principio de verificación.La nueva
filosofía de la ciencia, esto es, aquella que se opone a la concepción estándar de la ciencia,
insiste sobre cuestiones que parecen minar los puntos fundamentales en que se sostiene el
empirismo: la importancia de la teoría en la misma observación (observaciones «cargadas
de teoría») y la crítica dirigida hacia la excesiva distinción ente lo teórico y lo
observacional. W.V.O. Quine, que ha puesto en evidencia los dos denominados «dogmas
del empirismo», a saber, el reduccionismo y la distinción entre analítico y sintético,
también ha destacado que sólo «lo sensorial» es suficiente fundamento para la ciencia o
para el significado de las palabras (ver cita).
Autores: Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu.
139
Libertad. (del latín libertas, condición del hombre que es liber, libre, no esclavo) Término susceptible
de diversos sentidos, según el ámbito a que se aplica, significa en general capacidad de
actuar según la propia decisión. Según el ámbito en donde se ejerce la decisión, puede
hablarse de diversas clases de libertad.
La libertad sociológica, que es el sentido originario de libertad, se refiere, en la antigüedad
griega y romana, a que el individuo no se halla en la condición de esclavo, mientras que, en
la actualidad alude a la autonomía de que goza el individuo frente a la sociedad, y se refiere
a la libertad política o civil, garantizada por los derechos y libertades que amparan al
ciudadano en las sociedades democráticas. La libertad psicológica es, normalmente, la
capacidad que posee el individuo, «dueño de sí mismo», de no sentirse obligado a actuar a
instancias de la motivación más fuerte. La libertad moral es la capacidad del hombre de
decidirse a actuar de acuerdo con la razón, sin dejarse dominar por los impulsos y las
inclinaciones espontáneas de la sensibilidad. Tanto la libertad psicológica como la moral
pueden reducirse simplemente a la libertad de la voluntad, que puede definirse como la
facultad de decidirse por una determinada conducta mejor que por otra igualmente posible,
o simplemente como la capacidad de autodeterminarse o escoger el motivo por el que uno
se decide a obrar de una u otra manera, o a no obrar. Ésta es la libertad que la tradición
llama liberum arbitrium, o libre albedrío, «libertad de elección», o «libertad de decisión».
La idea de libertad moral no añade a este concepto más que la libre aceptación de los
valores morales como motivos suficientes para obrar. A la capacidad de autodeterminación
en el obrar, se la llama también «espontaneidad» de la voluntad.
HIST. Históricamente, la libertad en el mundo griego y romano es la condición en que se
halla el hombre libre, eléutheros o liber, y se caracteriza por la autonomía y autarquía, o
autosuficiencia, del Estado a que pertenece y de las que participa. El cristianismo añade al
sentido primario de libertad sociológica el de «libertad interior», por el doble motivo
fundamental de que el mensaje cristiano se acepta por conversión interior, esto es, por libre
decisión, y porque el destino final del creyente (predestinación) es obra conjunta -y
conflictiva- de la voluntad de Dios, omnipotente, y de la cooperación y decisión humanas.
En este proceso creciente de interiorización de la libertad, entendida como libre ejercicio de
la propia decisión, intervino con anterioridad la filosofía helenista, el estoicismo, sobre
todo. Apartados por la circunstancia política de la plena participación en la vida ciudadana,
y admiradores del ideal del sabio que se retrae hacia su propia vida interior, los estoicos
dejan de entender la libertad como autonomía y autarquía política del ciudadano y pasan a
entenderla como la autonomía e independencia internas del hombre que persigue el
dominio de las pasiones y el ejercicio de una racionalidad, que identifican con el vivir de
acuerdo con la naturaleza.
La filosofía escolástica elabora el concepto de libertad interior según los principios del
análisis del acto voluntario que hace Aristóteles en la Ética a Nicómaco (libro III), y define
(en su época tardía) el libre albedrío como libertad de indiferencia, que se explica en un
doble sentido: como ausencia de coacción interna a querer una cosa más bien que otra
(sentido negativo), y como capacidad de decidirse por una cosa u otra (sentido positivo), o
simplemente de decidirse a no obrar. La teoría con que la Escolástica justificó tal capacidad
de indiferencia interna es que el bien, motivo de la acción humana, nunca se presenta al
hombre como un bien sumo y necesario, sino como bien o valor finito, frente al cual el
140
entendimiento no se siente totalmente obligado y se mantiene indiferente. Por esto Tomás
de Aquino define la libertad como el «dictamen libre de la razón».
Tras la revolución científica que instaura un modelo mecanicista de universo, la filosofía
moderna desarrolla un concepto de libertad relacionado con la idea de necesidad. Para
Descartes, que separa radicalmente el mundo de la necesidad (la res extensa), del mundo
del pensamiento (res cogitans), la libertad no es indiferencia ante la fuerza de los motivos
internos, como es en los escolásticos, sino la voluntad que se deja llevar por el
entendimiento y es, paradójicamente, tanto más libre cuanto más obligada por el
entendimiento (ver texto ). Spinoza acentúa aún más este intelectualismo (ver cita) e
identifica, como en los estoicos, libertad, razón y naturaleza (ver texto y ver cita ). En el
empirismo domina la idea de que la libertad no está dentro de la voluntad humana, sino
fuera, en la conducta: libre es aquel que hace lo que decide hacer, esto es, el que no se
siente externamente coaccionado. Y se argumenta que, si la voluntad es una causa, ha de
ser necesaria, es decir, ha de hallarse internamente determinada a obrar en un determinado
sentido, pero esta necesidad interna no impide que el hombre sea libre si éste puede obrar,
en lo tocante al exterior, de acuerdo con las determinaciones de la voluntad (ver texto ).
Kant no puede por menos de reconocer el problema que supone hablar de libertad en un
mundo dominado por la necesidad, y de lo obligado que resulta hacerlo para fundamentar la
existencia moral del hombre; a este conflicto se refiere la tercera de las antinomias
kantianas. En el mundo de la experiencia no hay libertad, porque todo obedece a causas;
pero en el plano del pensamiento, nada impide que veamos la libertad como una exigencia
de la moralidad, un postulado de la razón práctica.
Con la llegada de la edad contemporánea, el interés por aclarar la noción de libertad se
desplaza, volviendo a sus orígenes, hacia lo exterior, ya sea aludiendo a un desarrollo
abstracto del espíritu libre a lo largo de la historia, como en el idealismo alemán, o como un
producto o resultado de la transformación de las estructuras económicas de la sociedad,
como en el marxismo, o en la proclamación y defensa de los derechos del hombre y del
ciudadano, afirmadas por las constituciones de algunas naciones (EE.UU, Francia) o por la
Asamblea de las Naciones Unidas (1948).
Esta breve resumen histórico basta para observar que, para el análisis de la noción de
libertad, se adoptan a lo largo de la historia dos actitudes: la de contemplar la libertad como
algo interior a la persona humana o la de contemplarla como algo exterior a ella; la que
hace de la libertad un problema metafísico, y la que la considera como una cuestión social,
en su sentido más amplio; la que habla de libertad de la voluntad, y la que habla de libertad
del hombre. La historia de la libertad interna de la voluntad como problema metafísico, y
hasta religioso, arranca del cristianismo, con sus antecedentes estoicos, y llega hasta las
negaciones «metafísicas» de la metafísica, como el existencialismo -«el hombre está
condenado a ser libre» (Sartre)-, mientras que la historia de la libertad exterior del hombre,
como cuestión social, surge con Hobbes -«la libertad del súbdito»- (ver cita) y la tradición
empirista, y llega hasta los actuales autores denominados «compatibilistas». En medio de
esta historia de la libertad, la advertencia de Hume acerca de si no se trata más bien de «una
mera cuestión de palabras» y la de Kant, con su antinomia irresoluble: el hombre de la
experiencia no es libre; el hombre que podemos pensar, lo es.
Entre los autores procedentes de la filosofía analítica suele plantearse la cuestión de la
voluntad libre como un análisis del sentido de los términos «libertad» y «determinismo»:
nueva manera de presentar la cuestión entre «libertad y necesidad» de la filosofía moderna.
141
Se distingue entre «libertarismo», que afirma que el hombre no está sometido a ninguna
necesidad de tipo causal, «determinismo duro», que sostiene que la acciones humanas están
sometidas, como todo en la naturaleza, a la necesidad de las leyes causales, y
«determinismo suave», que es el punto de vista de quienes defienden que la libertad
humana y el determinismo causal no son incompatibles entre sí; éstos son los denominados
«compatibilistas», y la doctrina que sostienen es llamada «compatibilismo», mientras que el
«incompatibilismo» sostiene que libertad y determinismo son inconciliables.
Compatibilizar la libertad con la necesidad es lo que hace la tradición empirista desde
Hobbes, y a esta postura se la denomina también teoría de Hume-Mill, por ser los autores
más significativos que la han propuesto. En esta teoría, ser libre no significa obrar sin
motivo o sin causa alguna, sino no sentirse coaccionado, «porque no es a la causalidad a lo
que la libertad se debe contraponer, sino a la constricción», externa o interna (ver texto). La
teoría admite que una acción puede ser libre, aunque esté en todo caso causada por
motivaciones, impulsos, circunstancias, etc., siempre y cuando ninguna de estas cosas
pueda considerarse una causa que predetermine necesariamente el curso de la acción (que
coaccione internamente).
La distinción hecha por el filósofo británico, Isaiah Berlin, en Dos conceptos de libertad
(1969), entre libertad de lo que coacciona, y libertad para conseguir los objetivos que se
desean, lleva a la distinción entre «libertad negativa» y «libertad positiva». Los partidarios
de la primera clase de libertad la conciben en términos de ausencia de coacción y es libre,
en este sentido, quien actúa sin que vea obstaculizada o impedida su actuación por los
demás, pero sin que esta noción de libertad imponga una manera concreta de actuar. Los
partidarios de la segunda clase de libertad la conciben más bien como una autonomía del
individuo, dueño de sí mismo, pero consciente también de los deberes de racionalidad y
moralidad que le impone esta autonomía. Ambas concepciones se refieren al ámbito de lo
politicosocial.
Otro planteamiento del problema (ver cita), clarificador y simplificador a la vez, distingue
entre la concepción positiva o intrapersonal del concepto de libertad y su concepción
negativa o interpersonal. Según la primera, cuyo origen puede retrotraerse a Platón, que
concibe la libertad, o la moralidad, como el sometimiento de la parte sensitiva e irascible
del hombre a su parte racional, «A no es libre, si A es esclavo de sus pasiones». Entre los
que sostienen esta libertad positiva pueden enumerarse Descartes, Spinoza, Rousseau, Kant
y Hegel, entre otros muchos autores clásicos. Según la concepción negativa, expresión que
se debe a Bentham, o según el concepto de libertad interpersonal, equivalente al de
ausencia de coacción, «B coacciona a A, si B obliga a A a hacer X o impide que A haga
X».
Dado que el concepto de libertad es un derecho moral, y que los derechos se tienen respecto
de otra persona, no respecto de sí mismo, el concepto de libertad intrapersonal resulta
inadecuado; si acaso, se identifica con las condiciones psicológicas que ha de tener un acto
para que pueda llamarse voluntario. El verdadero concepto de libertad es el de libertad
interpersonal.
El iniciador del concepto negativo de la libertad individual es Hobbes, que lo toma
analógicamente de su noción misma de cuerpo: materia en movimiento; la libertad
corresponde a la esencia misma de los cuerpos. Él es también el iniciador de la postura
empirista, ya mencionada, de hacer compatible la libertad negativa (libertad de coacción)
con la necesidad de obrar regulada por leyes. De ahí se sigue la posibilidad de explicar y
142
predecir la conducta humana (en las ciencias sociales) de un modo parecido a como se
explica o predice un suceso natural (en las ciencias de la naturaleza).
La libertad debe diferenciarse de las libertades. La idea de «libertad» remite a un derecho
moral, que poseen individualmente todos los ciudadanos, de no ser coaccionados en su
acción. Las «libertades» son derechos de hacer X o Y, o Z, donde X,Y y Z son clases de
acciones, no acciones concretas; libertad de expresión, de asociación, de presunción de
inocencia, de libre circulación, etc.
El gran argumento tradicional en favor de la libertad es la existencia de la responsabilidad
moral, por la misma razón que «deber» implica «poder».Todo el mundo, deterministas e
indeterministas, está de acuerdo en que sólo si el hombre es libre es también moralmente
responsable de sus actos. A veces se concluye del argumento que, puesto que el hombre no
es libre, tampoco es moralmente responsable, pero lo habitual es admitir que la
responsabilidad es un hecho universalmente admitido. El argumento parece que debe
matizarse: hay relación entre responsabilidad y libertad (y a una persona que ha actuado
compulsivamente no se la considera libre, y no se le piden responsabilidades), pero esta
relación es la que debe precisarse. En el supuesto imaginario de que fuera verdad el
determinismo, nadie abogaría por una anulación universal de la responsabilidad moral. Esto
muestra que responsabilidad moral y libertad pertenecen a distintos órdenes de cosas: la
primera es una cuestión moral y apela a las relaciones que rigen entre humanos, y la
segunda es una cuestión que la tradición denomina ontológica: si el hombre es o no es libre.
Autores: Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu.
143
Razón. (del latín ratio, cálculo y, en sentido derivado, razón, explicación, justificación,
argumentación, teoría) Es el término con que la tradición filosófica latina ha traducido el
griego logos (8`(@H), que fundamentalmente significa justificación o explicación
(mientras que el logos que pasó a la tradición teológica fue traducido como Verbum: «Al
principio ya existía la Palabra»: Juan 1,1). Básicamente, su sentido lo determina la
definición aristotélica de hombre como «animal racional» (ver texto ). Razón es, así, la
característica definitoria que distingue al hombre del ser viviente sensible (animal). La
expresión que utiliza Aristóteles posee cierta vaguedad que permite traducirla también
como «animal dotado de lenguaje», o «animal que da razón de las cosas»; la referencia al
lenguaje hace suponer, ya en el mismo Aristóteles, que la racionalidad humana tiene
relación con la naturaleza comunitaria del hombre, por lo que es también un «animal
social» o «animal político» (zoon politikon). El poder dar cuenta de las cosas, porque se las
comprende y porque se posee palabra para expresarlo, apunta hacia la naturaleza social de
la razón humana y a la característica interna de la razón, que consiste en la comprensión de
algo que está más allá del conocer inmediato de lo sensible, para llegar a saber de todo ello
a través de los conceptos, las ideas y los razonamientos; esto es, a través del pensamiento.
Como núcleo de la racionalidad y expresión de la naturaleza humana, los distintos sistemas
filosóficos han dejado en su manera de entender la razón la huella peculiar de sus ideas
centrales o problemas fundamentales.
Heráclito señala por vez primera el carácter universal de la razón (ver texto ); Platón y
Aristóteles distinguen en ella una doble función: la discursiva (diánoia) y la intuitiva
(nous), y Aristóteles, además, pone en la razón, como capacidad del animal social que
habla, la definición de hombre (ver texto ); los estoicos fundan su ética en la consonancia
entre razón, virtud y naturaleza (ver texto ); la filosofía escolástica sigue, por un lado, la
distinción clásica entre razón y entendimiento y, por el otro, se esfuerza trabajosamente por
armonizar la fe con la razón y viceversa (ver texto ). La filosofía moderna, con Descartes,
ve en ella, identificada con el pensar, la esencia misma del hombre, y la capacidad de
penetrar en la esencia oculta de las cosas, incluida la del mismo sujeto que piensa (ver
texto). Los empiristas ingleses se interesan por los límites de la razón humana, que hacen
coincidir con la experiencia, hasta el límite de no ver en ella ninguna sustancia: la razón es
la capacidad de interpretar la observación y la experiencia (ver texto). La distinción que
establece Kant entre razón teórica, razón pura y razón práctica y la propiedad que atribuye
al sujeto de participar activamente en la constitución (a priori) de aquello mismo que
conoce (ver texto ), supone una orientación y un giro radical a la filosofía. El idealismo
alemán, del que la dialéctica de Hegel es el principal exponente, aprovechando la idea
romántica del devenir, constituye a la razón -idea o pensamiento- en origen y sustancia de
la historia; es razón, sujeto que piensa y al mismo tiempo cosa pensada, idea, sustancia,
naturaleza e historia, y hasta sistema completo del todo; las palabras de Hegel, «lo que es
racional es real, y lo que es real es racional» (ver cita), son eco de aquellas de Parménides,
según las cuales «ser y pensar son lo mismo». El marxismo recurre a la razón dialéctica no
para entender la lógica abstracta de las ideas, sino para comprender las contradicciones de
la realidad, y con ellas la marcha y el sentido de la historia y la sociedad. Al idealismo
absoluto de Hegel suceden, en contra o al margen del mismo, por un lado la razón que ha
de construirse sobre la ciencia y, por el otro, la razón que ha de integrar lo «irracional»: el
positivismo de Comte, el vitalismo de Nietzsche y el inconsciente de Freud. La «crítica a la
144
razón histórica», de Dilthey, que establece un distingo entre razón científica y razón
histórica, entre entender y comprender, es también un intento de integrar en lo racional las
vivencias humanas, y la vida misma, menos penetrables por el entendimiento (en este
mismo contexto, ha de verse la razón vital, de Ortega y Gasset). A comienzo de los años
treinta del presente siglo, el neopositivismo, movido por los recientes cambios científicos
de la física, insta a una nueva comprensión de la razón, basándose en el empirismo y la
lógica moderna. La racionalidad neopositivista excluye del alcance de la razón la
metafísica, la mística, la teología, el sentimiento, etc., y reduce lo que tiene sentido a lo que
es expresable en enunciados tautológicos o verificables.
Frente a esta «razón científica» y a la importancia que ha de darse a los «hechos», surge,
en el panorama filosófico europeo, la reacción de la fenomenología de Husserl, y luego del
existencialismo. En ambos casos, la razón es ante todo «conciencia»: la fenomenología
insiste en la intencionalidad de la conciencia y el existencialismo en la vivencia de la
propia existencia como dato primordial de la conciencia.
Autores: Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu.
145
Estado Estado, denominación que reciben las entidades políticas soberanas sobre un determinado
territorio, su conjunto de organizaciones de gobierno y, por extensión, su propio territorio.
La característica distintiva del Estado moderno es la soberanía, reconocimiento efectivo,
tanto dentro del propio Estado como por parte de los demás, de que su autoridad
gubernativa es suprema. En los estados federales, este principio se ve modificado en el
sentido de que ciertos derechos y autoridades de las entidades federadas, como los lander
en Alemania, los estados en Estados Unidos, Venezuela, Brasil o México, no son delegados
por un gobierno federal central, sino que se derivan de una constitución. El gobierno
federal, sin embargo, esta reconocido como soberano a escala internacional, por lo que las
constituciones suelen delegar todos los derechos de actuación externa a la autoridad central.
Aunque el siglo XX ha sido escenario del nacimiento de muchas instituciones
internacionales, el Estado soberano sigue siendo el componente principal del sistema
político internacional. Desde esta perspectiva, un Estado nace cuando un numero suficiente
de otros estados lo reconocen como tal. En época moderna, la admisión en la Organización
de las Naciones Unidas (ONU) y en otros organismos internacionales proporciona una
constancia eficiente de que se ha alcanzado la categoría de Estado.
La ONU es una de las muchas instituciones que han surgido de la creciente
interdependencia de los estados. El Derecho internacional ha proporcionado durante siglos
un modo de introducir cierto margen de pronóstico y orden en lo que, en un sentido técnico,
constituye todavía un sistema anárquico de relaciones internacionales. Otros vínculos
internacionales son posibles gracias a tratados, tanto bilaterales como multilaterales,
alianzas, uniones aduaneras, y otras uniones voluntarias realizadas para mutuo beneficio de
las partes implicadas. No obstante, los estados disponen de libertad para anular estos
vínculos, y solo el poder de otros estados puede impedírselo.
En el piano nacional, el papel del Estado es proporcionar un marco de ley y orden en el que
su población pueda vivir de manera segura, y administrar todos los aspectos que considere
de su responsabilidad. Todos los estados tienden hasta tener ciertas instituciones
(legislativas, ejecutivas, judiciales) para uso interno, además de fuerzas armadas para su
seguridad externa, funciones que requieren un sistema destinado a recabar ingresos. En
varios momentos de la historia, la presencia del Estado en la vida de los ciudadanos ha sido
mayor que en otros. En los siglos XIX y XX la mayoría de los estados aceptó su
responsabilidad en una amplia gama de asuntos sociales, dando con esto origen al concepto
de Estado de bienestar. Los estados totalitarios, como la Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas y la Alemania nacionalsocialista, se atribuyeron un derecho, a menudo
compartido con un partido hegemónico y único, de regular y controlar pensamientos y
opiniones. Estas prácticas plantean cuestiones importantes en lo que a la legitimidad de los
estados se refiere. Desde la aparición de las ciudades Estado en la antigua Grecia,
pensadores políticos y filósofos han discutido la verdadera naturaleza y fines reales del
Estado. Con el paso de los siglos, y en la medida en que la tecnología y la evolución
administrativa lo fueron permitiendo, estos pequeños estados, concebidos por Platón y
Aristóteles más como una comunidad pequeña que como el marco donde se desarrolla la
actividad política de la vida humana, fueron sustituidos por entidades territoriales cada vez
mayores.
Los requisitos militares de crear y mantener dichas entidades se inclinaron hacia el
desarrollo de sistemas autoritarios, y algunos autores enfatizaron acerca del necesario
146
sacrificio de la libertad individual en beneficio de las necesidades del orden colectivo,
ejercido con el respeto hacia el bienestar de todos los grupos de la sociedad. A partir de los
siglos XVI y XVII, la tendencia a identificar al Estado con pueblos dotados de un cierto
grado de identidad cultural común corrió pareja con una búsqueda de la legitimidad
derivada de la voluntad e intereses de esos pueblos. Así la aparición de facto del
nacionalismo, identificado con la consecución del Estado nacional fue fundamental durante
la Revolución Francesa. La contribución ideológica en este aspecto de Jean-Jacques
Rousseau y Georg Wilhelm Friedrich Hegel produjo a su vez una cierta sacralización de la
nación como entidad moral capaz de conferir legitimidad tanto a si misma como a sus
acciones. La reacción a algunos de los excesos surgidos del conflicto entre estados
nacionales que esta postura inspiró durante los siglos XIX y XX preparó por su parte un
substrato ideológico para el internacionalismo de finales del siglo XX y para los conceptos
de seguridad colectiva, comunidades internacionales económicas y políticas, además de
diversas formas de trasnacionalismo. Esto ha supuesto un desafío al propio concepto de
Estado como forma preferida de organización política.
En las postrimerías del siglo XX la globalización de la economía mundial, la movilidad de
personas y capital, y la penetración mundial de los medios de comunicación se han
combinado con el propósito de Iimitar la libertad de acción de los estados. Estas
tendencias han estimulado un vivo debate sobre si el Estado puede retener algo de esa
Iibertad de acción que se asociaba en otros tiempos a la soberanía. Estas limitaciones
informales a la independencia vienen acompañadas en algunas áreas, en especial Europa
occidental, de proyectos de integración interestatal, caso de la Unión Europea, considerado
por unos como una alternativa al Estado nacional y por otros como la evolución de nuevos
y mayores estados. Sea cual sea el efecto de este proceso, el concepto clásico de Estado
como entidad en cierto modo cerrada, cuyas transacciones internas son mucho más intensas
que sus actividades interestatales, ha pasado a la historia conforme han ido surgiendo
nuevas formas de colaboración e integración interestatal más flexibles. .
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Gobiemo
1 INTRODUCCICN
Gobierno, organización política que engloba a los individuos y a las instituciones
autorizadas para formular la política publica y dirigir los asuntos del Estado. Los gobiernos
están autorizados a establecer y regular las interrelaciones de las personas dentro de su
territorio, las relaciones de éstas con Ia comunidad como un todo, y las relaciones de la
comunidad con otras entidades políticas. Gobierno se aplica en este sentido tanto a los
gobiernos de Estados nacionales como a los gobiernos de subdivisiones de Estados
nacionales, por ejemplo condados y municipios.
Organizaciones tales como universidades, sindicatos e iglesias, son en general también
147
gubernamentales en muchas de sus funciones. La palabra Gobierno puede referirse a las
personas que forman el órgano supremo administrativo de un país, como en la expresión
"el gobierno del presidente Ernesto ZedilIo".
2 CLASIFICACIONES
Los gobiernos se clasifican de diversas maneras y según distintos puntos de vista; muchas
de las categorías inevitablemente se solapan. Una clasificación familiar es la que distingue
la monarquíade los gobiernos republicanos. Los estudiosos de la época contemporánea, en
particular del siglo XX, han subrayado las características que distinguen a los gobiernos
democráticos de las dictaduras. En una clasificación de gobiernos, los gobiernos federales
se diferencian de los estados unitarios. Los estados federales, como Estados Unidos y
Suiza, son uniones de estados en los que Ia autoridad del Gobierno central o nacional esta
limitada constitucionalmente por los poderes establecidos legalmente en las subdivisiones
que los constituyen. En México, república federal, se repite el esquema organizativo del
gobierno central en los 31 estados del país: el poder ejecutivo Io ejerce el presidente (o el
gobernador), el Iegislativo reside en el Congreso (o Cámara de diputados), y el judicial la
Suprema Corte de Justicia (o Tribunales Superiores). En los estados unitarios, como Gran
Bretaña y España, las subdivisiones constituyentes del Estado están subordinadas a la
autoridad del gobierno nacional. EI grado de subordinación varía de país en país.
Puede variar también dentro de un mismo país de una época a otra y según las
circunstancias; por ejemplo, la autoridad central del gobierno nacional en Italia creció
mucho de 1922 a 1945, durante el periodo de Ia dictadura fascista. En una clasificación de
naciones democráticas, los gobiernos parlamentarios o consejos de ministros difieren de los
sistemas presidencialistas, En los gobiernos parlamentarios, de los que son ejemplo Gran
Bretaña, India y Canadá, el poder ejecutivo está subordinado al Parlamento. En gobiernos
presidencialistas, como Francia, Estados Unidos y la mayoría de los países de América
Latina, el ejecutivo es independiente del Iegislativo, aunque algunas de las acciones del
ejecutivo se someten a una revisión del legislativo. Otras clasificaciones dependen de las
diversas formas gubernamentales y poderes entre las naciones del mundo.
Según Ia teoría de ciencia política que prevalece, la función del gobierno es asegurar el
bienestar común de los miembros de los grupos sociales sobre los que ejerce control. En
diferentes épocas históricas, los gobiernos han procurado Iograr el bienestar común por
diferentes métodos. Entre los pueblos primitivos, los sistemas de control social eran
rudimentarios; surgían directamente de las ideas del bien y el mal comunes a los miembros
de un grupo social y se imponían a los individuos principalmente a través de la presión del
grupo. En pueblos más desarrollados, los gobiernos asumían formas institucionales;
descansaban sobre bases legales definidas, imponían castigos a los que violaban la ley y
empleaban la fuerza para consolidarse y desempeñar sus funciones.
3 Historia
Los imperios despóticos de Egipto, Sumer, Asiria, Persia y Macedonia fueron seguidos por
el V nacimiento d e las ciudades—estados, las primeras comunidades autogobernadas, en
las que el gobierno de la ley predominaba y los funcionarios estatales eran responsables
frente a los ciudadanos que los elegían. Las ciudades—estados de Grecia, como Atenas,
Corinto y Esparta, y de la parte de Asia Menor dominada o influenciada por los griegos,
proporcionaron el material para las teorías políticas especulativas de Platón y Aristóteles.
148
El sistema aristotélico de clasificación de Estados, que influyó en el pensamiento político
posterior durante siglos, se basaba en un criterio simple: los buenos gobiernos son aquellos
que mejor sirven al bien general; los malos gobiernos son los que subordinan el bien
general al bien de las personas en el poder. Aristóteles establecía tres categorías de
gobiernos: monarquía, gobierno de una sola persona; aristocracia, gobierno de una minoría
selecta, y democracia, gobierno de muchos. Los filósofos griegos posteriores, influenciados
por Aristóteles diferenciaban tres formas degeneradas de las clases de gobierno definidas
por él. Distinguían, por tanto, la tiranía, el gobierno de una persona en su propio interés;
oligarquía, el gobierno de unos pocos en su propio interés y la odocracia (democracia
radical), gobierno de la multitud o de la plebe. Otras categorías de trascendencia histórica
son la teocracia, gobierno de líderes religiosos como en los primeros califatos islámicos y
la burocracia, el dominio del gobierno por funcionarios de la administración, como en la
China imperial.
La Roma clásica, que evolucionó de una ciudad-república a núcleo de un imperio mundial,
también tuvo gran influencia en el desarrollo del gobierno en el mundo occidental. Esta
influencia derivó en parte del gran Iogro romano en la formulación precisa por primera vez
del principio de que la ley constitucional, que establece la soberanía del Estado, es superior
a la ley común, que es originada por decretos legislativos. /
Después de la caída de Roma, la idea romana de un dominio universal sobrevivió durante
la Edad Media con la formación del Sacro Imperio Romano Germánico; y también, en
parte, por el establecimiento, a través del Derecho canónico y los tribunales eclesiásticos
con jurisdicción sobre los asuntos seculares, del órgano rector de la Iglesia católica
romana. El efecto de estas influencias fue retrasar el desarrollo de territorios nacionales y
gobiernos después de las tendencias en esa dirección que se habían manifestado entre los
principados feudales de Europa.
Por otro lado, la lucha de los señores feudales por imitar el poder absoluto de sus monarcas
produjo, finalmente ,numerosas contribuciones a Ia teoría e instituciones del gobierno
representativo. Durante la Edad Media surgieron las ciudades—estado mercantiles de
Europa que formaron la Liga Hanseática y las poderosas ciudades—repúblicas italianas o
comunas.
La definitiva aparición de gobiernos nacionales se atribuye a dos causas principales. Una
comprende un numero de causas económicas subyacentes, una gran expansión del comercio
y el desarrollo de las manufacturas. Estas condiciones empezaron a minar el sistema feudal,
que se basaba en unidades económicas aisladas y autosuficientes, y a hacer necesaria la
creación de grandes unidades políticas. La otra causa fue la Reforma, que logró eliminar la
influencia de la Iglesia católica que frenaba el desarrollo político en algunos países
europeos.
La nación-estado moderna se convirtió en una forma definitiva de gobierno en el siglo XVI.
Era casi dinástica y autocrática en su integridad. La voluntad del monarca relnante, en
teoría y a menudo en la práctica, era ilimitada; el famoso aforismo del rey Luis XIV de
Francia, "L'Etat, c'est moi" ("El Estado soy yo"), no era una jactancia infundada, slno una
expresión de la realidad existente. Con el tiempo, sin embargo, la demanda de la burguesía
de un gobierno constitucional y representativo se hizo sentir, y los poderes ilimitados de los
monarcas empezaron a ponerse en duda. En Inglaterra, la Revolución Gloriosa de 1688
restringió tales poderes y estableció la preeminencia del Parlamento. Esta tendencia
culminó en dos acontecimientos de importancia
149
hlstórica, la guerra de Independencia estadounidense, que comenzó en 1775, y la
Revolución Francesa, en 1789. Por lo común los historiadores datan el origen del gobierno
democrático moderno a partir de estos hechos.
La historia del gobierno en el siglo XIX y parte del XX es importante para la ampliación de
la base política del ejecutivo mediante la extensión del sufragio y otras reformas. Una
tendencia que se ha acentuado en el siglo XX ha sido el desarrollo y realización del
concepto de que el gobierno, además de mantener el orden y la administración de justicia,
debe ser un instrumento de administración de los servicios públicos y sociales incluidos,
entre muchos otros, la conservación de los recursos naturales, la investigación científica, la
educación y la seguridad social. Entre 1945 y 1951, el gobierno laborista de Gran Bretaña
amplió las responsabilidades del Gobierno al incluir la nacionalización de un número de
industrias básicas en la necesidad de una planificación económica rigurosa. Otros avances
relevantes del siglo XX fueron la aparición del Estado corporativo y de los gobiernos
totalitarios en diversos países, y de la primera, así llamada, dictadura del proletariado de la
historia, la de la Unión Soviética (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas). De finales
de la década de 1940 a flnales de la de 1980, la mayoría de los países de Europa del Este,
adyacentes o próximos a Ia URSS, tuvieron gobiernos en muchos aspectos similares. En
América Latina, una de las experiencias más sugestivas en la reformulación del Gobierno
conformado por vías institucionales es la que se desarrollo en Chile entre 1970 y 1973.
Inspirada en el programa de la coalición de Unidad Popular, encabezada por el doctor
Salvador Allende, activó la nacionalización de Ia banca y la limitación de los beneficios de
los monopolios multinacionales en campos como el de la minería y la industria. Propulsó
así mismo proyectos de reforma agraria y de servicios sociales, malogrados por el golpe de
Estado que dirigió el general Pinochet, que implantó una dictadura militar que se
prolongaría hasta las elecciones presidenciales de diciembre de 1989, en que una coalición
de partidos democráticos impulsó el proceso de transición hacia la recuperación del
régimen de libertades.
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