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De motivar para repetir
a emocionar para crear. Por Pablo Aristizabal
¿Las nuevas tecnologías impactan en nuestra manera de aprender?
Prof. Pablo Aristizabal
Presidente de Competir.com Docente (catedrático de la U.B.A.)
Derechos de Autor reservados Prof. Pablo Aristizabal
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Vitalización Áulica, las TICs y su impacto en la educación.
El destino de este volátil negocio nuestro hace que no podamos darnos el lujo de dormirnos en los laureles. Ni siquiera para detenernos a hacer una retrospectiva. Los tiempos y las condiciones cambian tan rápido que debemos mantener nuestra mira siempre enfocada hacia el futuro.
Walt Disney
Participación de unos pocos a muchos.
En un momento de cambios tan radicales, a velocidad desconocidas hasta este momento, pasando de entender el cambio ya no como una mutación (con sus consecuente connotación) a mirar el cambio como una evolución, donde la plasticidad mental producto de la magnitud de las comunicaciones que nos rodean es bien distintas entre los nativos e inmigrantes digitales, la historia que nos interesa describir es la de una mayor colaboración, creación, participación y de una mayor innovación. Esos son los conceptos sobre los que queremos trabajar. Esa historia, a su vez, necesariamente trae consigo menos y menos
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repetición, menos y menos reducción a la mera operatividad. En una palabra: Lo que necesitamos es que los chicos participen en la generación del conocimiento. Que los chicos se sientan interpelados -‐no sólo en sus capacidades lúdicas, a través de los juegos, en los momentos divertidos de su vida-‐ sino que empecemos a hacerlos sentirse interpelados en lo que toca a su inteligencia, en el momento de producir saberes.
En un proceso evolutivo a lo largo del cual vamos aprendiendo los primeros pasos sobre la manera en que las nuevas tecnologías van impactando en la sociedad en general y en los chicos en particular y como las nuevas tecnologías se van insertando en distintos ámbitos; los hogares, las escuelas, etc. el camino que debemos recorrer, en última instancia, es el camino mediante el cual la humanidad va produciendo conocimientos y saberes, aunque no tanto en un sentido enciclopédico sino principalmente en lo que hace a la inteligencia. O sea, a la forma en que se piensan y se plantean los problemas y las preguntas y no tanto a los contenidos con los que se preparan las respuestas.
Típicamente, a lo largo de la mayor parte de la historia, la humanidad interpeló efectivamente a la inteligencia y al saber, pero lo hizo por lo general en ámbitos de participación muy reducida. Desde los tiempos de Platón y Aristóteles, las academias, los liceos y las escuelas han promovido relaciones de producción de conocimiento, pero siempre entre muy pocos individuos. Indudablemente esos
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espacios permitieron la aparición de pensamientos críticos y hasta divergentes, que ayudaron a socavar la imposición de toda clase de dogmas e “ideas fijas”, pero usualmente lo hicieron en una medida que hoy nos resulta ya demasiado reducida.
La educación promovida por la era industrial, por caso (que -‐mal o bien-‐ es la educación que todos nosotros hemos recibido), es una educación inspirada mayormente en el pensamiento crítico y divergente de unos muy pocos, que se habían atrevido a poner en cuestión y a flexibilizar muchas definiciones escolásticas y taxativas que permanecían inalterables desde tiempos medievales. Ahora bien, y parafraseando a Victor Hugo, esos que se elevaron hasta la posición crítica e incluso divergente, procedieron rápidamente a retirar la escalera por la que habían subido hasta allí para que nadie más pudiera seguirlos.
Los pensadores críticos que se habían atrevido a discutir lo que se tenía por cierto, los pensadores divergentes que habían osado desechar las viejas respuestas para ofrecer nuevas soluciones, construyeron -‐sin embargo-‐ escuelas en las que todo comportamiento de ese tipo quedaba excluido. Una misma currícula se repitió una y otra vez, y la evaluación se limitó a comprobar si los alumnos podían decir exactamente lo que los maestros tenían que decirles que dijeran: “Vos decí lo que yo digo -‐sería la fórmula coloquial-‐ y obtendrás una calificación perfecta”. No es lo que se llama una formación, claro, pero sí se trata de la paulatina imposición una forma común, que borra la identidad y la
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idiosincrasia de cada uno de los involucrados.
Diría Marshall McLuhan: “El medio es el mensaje”. No importan los contenidos, la forma de la repetición de saberes y conocimientos ajenos contrabandea un descrédito por lo propio. “Repetí siempre lo que yo te digo”, es también una manera de decir “no creas en vos mismo, no te aventures a crear por tu cuenta”. Así que de lo que se trata no es tan sólo de promover la crítica y la divergencia, sino de lograr que todos participen de ellas. Porque los mismos chicos que se sienten des-‐conectados cuando tienen que escribir un dictado o responder a una pregunta de examen, se sentirán dignificados al componer un texto original o al tomar parte en una conversación en la que a otros les interese lo que a ellos les pasa. Como diría Arnaldo Este la participación dignifica, una participación que te permite ser parte, significar, intervernir, cooperar, contribuir, colaborar, todo esto a lo que llamamos “ser humano”.
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Criticar, divergir, crear.
Si los demás reconocen mi identidad, mi idiosincrasia y si yo empiezo a creer en mí mismo, puedo pasar entonces al siguiente estadío. No se trata ya de tener solo un pensamiento crítico y seleccionar respuestas y soluciones ajenas, a ésta debemos sumarle un pensamiento divergente -‐frente a una pregunta tener varias respuestas que es lo mismo que generar nuevas preguntas-‐ y proponer respuestas y soluciones propias, se trata de tener un pensamiento creativo: Innovar en el planteo de preguntas y problemas originales, que requieran a su vez respuestas y soluciones todavía desconocidas. Es importante que se entienda que “innovar”, en este caso, no designa la mera introducción de una novedad. Una ocurrencia, por disparatada que parezca, un invento, por disruptivo que resulte, sólo se convierten en una innovación cuando su impacto transforma gente; transforma la vida de la persona que crea, de la persona que innova y transforma las vidas de todas las personas que conversan con ella o participan de la innovación.
¿Cuál es la propuesta? Que los chicos signifiquen, innoven y creen. Que dejen de ser meros transeúntes que pasan por las aulas, y se conviertan en actores trascendentes que crean en su capacidad de transformar a otros y de transformarse a sí mismos. El desafío apunta a un cambio en lo establecido. En uno de los prólogos a Así habló Zaratustra, el filósofo
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alemán Friedrich Nietzsche lo puso en estos términos: “El hombre es algo que debe ser superado. ¿Qué habéis hecho para superarlo? Todos los seres han creado hasta ahora algo por encima de ellos mismos: ¿Y queréis ser vosotros el reflujo de esa gran marea, y retroceder al animal más bien que superar al hombre?” Para nosotros, la verdadera pregunta a responder es la siguiente: ¿Puede el homo sapiens, el hombre que sabe, dar lugar la homo sapiens-‐sapiens (el hombre que sabe que piensa) al homo creans, el hombre que crea, que crea nuevas formas de saber y así se recrea a sí mismo?
Pero como para crear hay que creer, las nuevas tecnologías tienen en esto un rol fundamental. La inserción de las así llamadas TICs -‐las tecnologías de la información y las comunicaciones-‐ puede llegar a permitir que muchos, e incluso todos, alcancen el grado de participación en las relaciones de producción del conocimiento que siempre estuvo reservado a unos pocos.
En el uso cada vez más extendido de estas tecnologías se observa ya algo que es extraordinario: A los usuarios lo que más les interesa es poder expresarse, poder decir y poder escribir, con algunos primeros atisbos de componer –poner de uno-‐, independientemente de cuántos sean los que les están prestando atención. Este es uno de los pilares sobre los que se construye la nueva sociedad del conocimiento: la intervención activa de los usuarios en las conversaciones.
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Ahora, es una condición necesaria, pero no suficiente, claro. Las conversaciones no requieren tan sólo que se aprenda a asumir el rol del emisor. Con eso se corre siempre el riesgo de recaer en el monólogo, en la “bajada de línea”, que es el modo de producción al que obedecieron -‐para bien o para mal-‐ los conocimientos que antes tildamos de “escolásticos” y “enciclopédicos”. Componer una conversación es el arte de escuchar para lo cual tendremos que reaprender a aprender, desarrollar -‐esto es-‐ la plasticidad necesaria para asumir alternativamente el rol del receptor.
¿Cómo pueden los chicos generar conocimiento, saber e inteligencia de una manera innovadora, transformadora? Pues, participando en conversaciones pertinentes desde el punto de vista de la escuela y la academia, y partiendo su participación desde desafíos pertinentes a su mundo vital, com-‐poniendo y colaborando donde el rol de aprender enseñando es nuevo axioma del juego.
Y ahí es donde las TICs puede ayudar a construir nuevos puentes, nuevos mundos y a crear nuevas historias. Porque aquí lo que está en juego va mucho más allá de una estrategia educativa; se trata de un problema existencial. En todo ámbito, aquel cuya colaboración es reconocida tiene la sensación de existir plenamente. El que queda excluido de la conversación, en cambio, siente -‐y con razón-‐ que no existe, que no cuenta para nada. Y el riesgo es grande porque fuera
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de la escuela la tecnología ofrece ya a los chicos una multiplicidad de vías para la participación (tienen los SMS del celular, las redes para jugar y para sociabilizar de la computadora, etc.) mientras que al ingresar al aula se les deja entrever: “Dejen su participar en la puerta…”
La supuesta apatía de los chicos -‐de la que ahora se está hablando tanto-‐ es, en definitiva, un falso problema. Porque indudablemente hay espacios y hay conversaciones que a estos mismos chicos los entusiasman, los hacen sentirse interpelados y los llevan a participar y a colaborar. El problema es que dejan todo eso atrás al momento de entrar a la escuela. Y esa plasticidad con la que las TICs les permiten cotidianamente transportarse de un tema que los aburre a otro que los conmueve o los emociona, desaparece cuando -‐en desmedro de identidades particulares y diferentes idiosincrasias-‐ se les asigna a todos una misma currícula.
En suma: los esfuerzos y los nuevos interrogantes no se resuelven regalando computadoras, me imagino que si fuera dueño de una empresa china que la fabrica o tenga la patente de los chips lo promovería, ni bueno ni malo, si estaría muy alineado a mis objetivos empresariales, pero aquellos que trabajamos en los espacios que recorren nuestros chicos tenemos que pensar de manera holística, no perdiendo nunca el norte…. ¿Para que introducimos las TICs en la educación?
Hoy empezaría pidiéndole permiso a la escuela para generar una nueva producción, la producción de inteligencia
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colaborativa y colectiva, tenemos que orientarnos a la producción de un software que converse, al desarrollo de contenidos que conversen, a una gestión del aprendizaje que forje el espiritu de los chicos logrando que los chicos se enciendan. ¿Cómo? Lo dicho: Conversando, participando, creando. Esa es la historia que tenemos que construir, porque sabemos que si ellos conversan, participan y crean se van a “prender”, y ese es nuestro principal objetivo… que los chicos se prendan.
Des-‐activado y crisis.
Una de las principales dificultades que enfrentamos en nuestro esfuerzo para que los chicos se prendan tiene que ver con lo que -‐parafraseando al filósofo alemán Martin Heidegger-‐ uno podría llamar “la época de la imagen del mundo”. De todas las épocas que la humanidad ha atravesado, la nuestra tiene una particularidad: a dónde quiera que miramos hoy nos encontramos con una pantalla, y en esa pantalla vemos reflejada la imagen de una situación que puede ser próxima o remota, trivial o importante, una imagen del mundo. Pero el problema es que esa imagen suele ser bastante desconsoladora.
La telecomunicación masiva pone en pantalla permanentemente ante nuestros ojos la violencia de una revuelta en Francia, el papelón de una pelea en el parlamento, el estruendo de un bombardeo en Corea del Sur, la confusión de un accidente automovilístico en el
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acceso a nuestra propia ciudad, el horror de una pandemia en Haití. Es la imagen de una continua crisis. De una crispación permanente. Y esa imagen hace que los chicos se desconecten, se apaguen. A resultas de esa tendencia -‐que hasta podría considerarse un buen mecanismo de autodefensa ante tanta convulsión en la imagen del mundo que los adultos proyectamos en esta época-‐ los chicos pasan por apáticos y poco participativo
Esa apatía no es generalizada, es importante estratificarla, hacer una segmentación socio-‐económico-‐territorial. De hecho vemos que hay muchos espacios en los cuales esos mismos chicos que se desenchufan del mundo de los adultos, se involucran e intentan participar. Y lo hacen con lo que tienen a mano: con un aerosol, con un teléfono celular, con un mazo de cartas o con una computadora. No sólo creemos que -‐aunque la imagen del mundo en crisis constante los disuada-‐ hay muchos chicos que igual quieren participar.
El error es creer que además de las máquinas es necesario tener además sitios web para “usar” o portales que nos deriven a sitios donde “escuchar” o lo que es peor “oír”. Tenemos que pasar del consumo a la producción, de reproducción a la producción, de protagonistas del parecer a protagonistas del hacer.
Tenemos que trabajar en crear un espacio de activación, resguardado de la imagen de convulsión mundial que las pantallas habitualmente proyecta, que interpele su
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inteligencia, sus creaciones, sus innovaciones. Y esto debe convertirse para nosotros en un criterio regulatorio, en una especie de punto de apoyo que nos permite preguntarnos, ante cada acción que realizamos: ¿Produjo más participación? ¿Generó más conversaciones? ¿Les permitió conectarse, colaborar?
Y es que en definitiva, para nosotros, la proliferación de pantallas que caracteriza a nuestra época, tiene por otra parte un costado positivo. En la TV, en el monitor, en el celular, más recientemente en las tablet Pcs, y con el tiempo en otras pantallas activas que irán agregándose a nuestras vidas, encontramos que los chicos también “se activan”: se encuentran con sus amigos, con su música, con sus fotos; se conmueven, disfrutan y van construyendo su propia identidad, su propia idiosincrasia. El futuro ciudadano tiene -‐cada vez más-‐ todo su mundo armado alrededor de su propia pantalla activa, y a través de ella se apropia de todo lo que lo emociona.
Emoción versus motivación.
Todo lo que emocione a un chico, es un salvavidas de donde debemos aferrarnos; ya que la emoción es el motor para la acción. Y una buena parte del cambio de paradigma que tenemos que promover, puede entenderse en este sentido. La era industrial -‐cuya clausura histórica está esbozada-‐ recurrió siempre a la motivación para mantener en funcionamiento sus escuelas, sus relaciones de producción
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de conocimiento, y en general todo su vasto aparato productivo. Cuando una determinada acción era requerida a un individuo cualquiera, se procedía a ofrecerle un motivo para que la llevara a cabo. En la sabiduría popular está depositada la imagen del burro que camina detrás de una zanahoria.
A los chicos se les promete un diez para motivarlos en el estudio, a los empleados se les promete un bono para motivarlos en el trabajo … y al principio todo va bien. El único problema es que como ninguno está emocionado y ninguno hace lo que hace porque lo siente así (por amor a su vocación, por amor a sus compañeros, por amor a un determinado proyecto) entonces ocurre que si la motivación desaparece, todos se quedan estáticos, y ya nadie va a ningún lado. Si la repetición de lo ajeno, según dijimos, contrabandeaba el descrédito de la creación propia, entonces la motivación contrabandea el desprecio por la acción en sí misma: Ni el aprendizaje, ni el trabajo tienen sentido pero se los realiza por tal o cual motivo.
En el mundo vital, por supuesto, encontramos una infinidad de situaciones en las cuales el modelo del burro y la zanahoria (aplicado a la formación y a la producción durante la era industrial) simplemente no corre: Una madre no necesita que nadie le dé motivos para consolar a sus hijos y un enamorado no espera a que su pareja lo motive para amarla, lo mismo sucede con los emprendedores en verdad, aquellos que ven el dinero solo como energía para la transformación. Sus actos, empujados por el sentimiento y la
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emoción, no dependen de que algo más tire de ellos. En un sentido, se trata de la diferencia entre situaciones reactivas (del tipo “estímulo-‐respuesta”) y situaciones proactivas, en las que el que actúa lo hace espontáneamente por sí mismo.
Huelga decir que hay contextos que fomentan esta actitud proactiva, y contextos que imponen la reactividad. Si un espacio nos alienta a creer en nosotros mismos, nos rodea de otros que actúan espontáneamente, y nos interpela inteligentemente al nivel de lo que sentimos, las chances de que ahí actuemos impulsados por la emoción van a ser mucho mayores. Así es como se perfila, en definitiva, un criterio para medir las acciones que como constructores de Aula365® y Aula 1a1® nosotros realizamos día tras día. A cada paso nos preguntamos: ¿Esto que estamos haciendo emociona a los chicos? Y la respuesta a esa pregunta es sencilla. Si los chicos se prenden, y participan, y colaboran, y crean, e indagan, y se ayudan, y piensan, y conversan sin que haga falta motivarlos, entonces es que están emocionados.
Más allá de la operatividad
El verdadero problema de fondo debería ser claro a esta altura: Querámoslo o no, y ya sea que intentemos promoverlo o resistirlo, todos nosotros estamos asistiendo a un cambio de paradigma. Un cambio profundo, y potencialmente muy traumático, que se expresa en las TICs, en las pantallas y en la época de la imagen del mundo, y se expresa también en el tránsito de una sociedad industrial, reactiva, hacia una sociedad del conocimiento,
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necesariamente mucho más proactiva. Y que se traduce en una necesidad extraña y difícil: la de interpelar a nuestros chicos de una manera totalmente distinta y mucho más compleja que aquella en la que nuestros mayores nos interpelaron -‐en su momento-‐ a nosotros.
La escuela y los estímulos de nuestra infancia no eran ni buenos, ni malos, pero eran funcionales a la vieja sociedad industrial. Basta con ver “Tiempos Modernos”, la obra maestra de Charles Chaplin, para formarse una idea cabal de lo que estaba en juego: La sociedad necesitaba operarios. Millones de agentes reactivos, motivados a manipular la maquinaria industrial, con la misma previsibilidad y precisión que caracterizaba a esas mismas máquinas. Nuestra educación tenía que prepararnos para eso: anotábamos textualmente lo que los maestros dictaban, repetíamos mecánicamente las lecciones memorizadas, sin distraernos, sin conversar unos con otros, sin innovar.
Esta continuidad entre nuestras escuelas y la industrialización creciente de la sociedad, se hizo patente en otra obra maestra del cine: “The Wall”. El largometraje musical de Pink Floyd le mostró a nuestra generación la uniformidad, de formación a dar forma, la monotonía, y la conformidad que nuestra educación estaba obligada a imponernos. Y todos gritamos: “Ey, profesores… ¡Déjennos en paz!”… Pero, por supuesto, los profesores no tenían la culpa. Al igual que nosotros, y al igual que los operarios retratados por Chaplin, respondían a las exigencias de la era industrial.
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Esa formación masiva que nosotros recibimos, y que más que una formación era la imposición a todos de una misma forma, había terminado -‐en algunos lugares no hacía tanto tiempo-‐ con milenios de transmisión directa de saberes y competencias. La educación universal, a pesar de todas sus incuestionables ventajas históricas, instauró en todas partes la vieja formula latina que la palabrita “universal” contrae: unum versus plura … “uno frente a muchos”. La educación no sería ya uno a uno, cara a cara, como en una conversación. Ya no habría un maestro y un aprendiz, como en los oficios, ni un instructor y un discípulo, como en la filosofía o en las artes marciales. Un docente se ocuparía a la vez de muchísimos alumnos. Las ventajas económicas y operativas serían notorias, pero las pérdidas en lo tocante a la emotividad y a la singularidad, también.
Esa era está llegando a su fin. Ese paradigma de la masificación y la repetición mecánica está agotado. El nuevo paradigma exige originalidad, autenticidad y creatividad, su desarrollo depende de la capacidad para innovar y para cooperar. Pero paradójicamente, las nuevas tecnologías que la sociedad del conocimiento traen consigo, hacen posible un retorno al aprendizaje uno a uno: Con el maestro convertido en un facilitador, en un propiciador de las conversaciones y las colaboraciones, un provocador, es así que puede volverse realidad el sueño de tener siempre un chico enseñándole a otro chico.
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Ya sospechábamos que no alcanza con una inteligencia individual enciclopédica, e incluso con ser listo, las habilidades del mañana son la inteligencia creativa “en red”, este innovar en red solo acontece si hacemos que las cosas sucedan, para todos esto tenemos que pasar de un modelo de formación a un modelo donde forjemos el espíritu de los jóvenes en el arrojo, reconociendo que las habilidades del futuro sólo se aprenden desde la lógica de los desempeños.
Sin dudas esa realización no será sencilla. Parte del desafío que enfrentamos consiste precisamente en la gestión adecuada del cambio. Para que no se perjudiquen ni los chicos, ni sus docentes, ni sus familias. Alvin Toffler decía: “las olas en su cruce generan un momento de mucha tensión.” Estamos precisamente ante ese momento y depende de nosotros aliviar la tensión y aligerar la transición entre la industria y el conocimiento, la reacción y la proacción, la motivación y la emoción.
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Vitalizar el aula, promoviendo el potencial de ser.
Un primer aspecto del desafío que enfrentamos consiste en vitalizar el aula. Con el cambio de paradigma hoy en curso, la situación de aula está cada vez más alejada del mundo vital de los chicos. Y esto la transforma -‐para muchos de ellos-‐ en una situación alienante: a la vez extraña y enajenante. Porque del mismo modo que a nosotros -‐que somos inmigrantes que llegamos ya de grandes al mundo digital-‐ en su momento las computadoras nos resultaron extrañas, hay que pensar que a los chicos, que se han criado usando Twitter y SMS, un mundo de 150 caracteres (escribir y hacer síntesis con sentido es también un arte), un libro de 150 páginas de extensión les resulta totalmente ajeno.
Y esto es difícil para los chicos, pero también es difícil para los docentes que día a día pierden terreno en la madre de todas las batallas que tienen que librar, que es la batalla por la atención.
Nuevamente el problema es que para captar la atención de estos pequeños nativos del mundo digital y la Internet, y lograr que se emocionen, participen, colaboren, conversen, innoven, crean y creen, no alcanza con introducir en el aula una computadora. Cuando se trata de proyectos sociales de inclusión (muy respetables en algunos casos diría muy bien desplegados), tal vez baste con regalarle a cada chico una PC, para minimizar el efecto de las diferencias económicas, pero un proyecto educativo tiene que ir mucho más allá. Si
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lo único que logramos es sustituir un manual, por un PDF o lo que es peor, porque todos creen que esta es la solución, un archivo multimedia.
Recuerdo un chiste que decía chicos: “Abran el libro en la página 153, tribus aborígenes: cazadores y recolectores”, y luego le decían: “Pongan en pantalla el archivo PDF en la página 153, tribus aborígenes: cazadores y recolectores”, que es lo mismo que decirles : “Den inicio a la película en el minuto 153, tribus aborígenes: cazadores y recolectores”, entonces habremos desperdiciado una oportunidad enorme, estamos frente a un nuevo medio, el primer medio que conversa, la famosa web 2.0 es la web que conversa, ergo los contenidos también deben conversar, para finalizar el chiste en cualquiera de las opciones los representaba tirados sobre sus pupitres durmiendo.
Hay una película de los Monty Python que se llama “Los Caballeros de la Mesa Cuadrada”. En una determinada escena el rey Arturo y sus caballeros están asediando un castillo francés. Uno de ellos, que recuerda vagamente la historia del caballo de Troya, convence a los demás de construir un gigantesco conejo de madera para regalárselo a los enemigos sitiados. Los defensores aceptan “el conejo de Troya” y la estructura acaba en medio del patio de armas del castillo. Pero el conejo está vacío. Los atacantes han olvidado esconderse adentro para tomar la fortaleza por sorpresa. La situación resultante es muy cómica y al introducir computadoras vacías en las escuelas y en los hogares, se corre el riego de hacer el mismo papel, tenemos
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que llenar la mini laptops de Troya, llena de participaciones pertinentes, conversaciones pertinentes, interpelación de inteligencia colaborativa.
El físico Albert Einstein, dijo una vez: "No podemos resolver los problemas usando el mismo tipo de pensamiento que usamos cuando se crearon." Si los problemas que hoy enfrenta el aprendizaje se originaron mientras pensábamos en la unidireccionalidad, en la masificación y en la repetición, para resolverlos necesitamos pensar en términos de multidireccionalidad, personalización e innovación. El ingreso de las nuevas tecnologías en la escuela no puede ser entendido como un fin en sí mismo, es apenas un medio del que disponemos para revitalizar el aula y para lograr que los chicos se prendan y se emocionen para con ello lograr promover el pensar en red, innovar en red, crear en red, una red que nos es física sino una sinapsis neuronal entre individuos que sea superador de la inteligencia individual en la cual nos hemos conformado a la actual.
Cuando el pensamiento de la era industrial descartó la relación uno a uno para la producción del conocimiento, terminó asimismo con un modelo de aprendizaje que también había existido desde tiempos inmemoriales: El modo de aprender haciendo. Inteligentemente utilizadas, las TICs permiten transformar una escuela de recepción de conocimientos teóricos y abstractos, en una escuela de participación en desempeños concretos y prácticos. La distancia a recorrer es la distancia que separa la memorización de un libro de recetas de aprender
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auténticamente a cocinar.
El caballo de Troya de las nuevas tecnologías tiene que estar lleno, entonces, de desafíos y problemas que a los chicos les resulten pertinentes: La computadora no puede quedar reducida a un motor de búsqueda para recabar datos a la hora de escribir un informe intitulado “La Vaca”. Tiene que ser una herramienta para componer en torno a algo que a los chicos los emocione (“Mi mascota”, por ejemplo), y sobre todo para poner en común esas composiciones individuales, para conversar hasta alcanzar una composición colectiva. Y para desarrollar en el proceso competencias y capacidades mucho más valiosas que cualquier contenido.
Y los chicos tienen que sentir que no están repitiendo y acumulando información, tienen que sentir que están adquiriendo habilidades útiles y competitivas para la sociedad del conocimiento en la que les toca vivir. Tienen que aprender a utilizar tecnología, y esto sólo se aprende utilizando tecnología; Tienen que aprender a innovar, y esto sólo se aprende innovando; Tienen que aprender a colaborar, a co-‐construir, y esto sólo se aprende colaborando y co-‐construyendo; Tienen que aprender a negociar, y esto sólo se aprende negociando; Tienen que aprender a liderar procesos, y esto sólo se aprende liderando procesos; Tienen que aprender a enseñar, y esto sólo se aprende enseñando. Y en definitiva tienen que aprender a hacer, y esto sólo se aprende haciendo.
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Esta es la propuesta de Aula365® y de Aula 1a1®: Habilitar un espacio en el cual los chicos puedan aprender haciendo, para que se entusiasmen, para que crean en sí mismos, pero en definitiva, para que realicen todo su potencial. Y hay una metáfora, en cuanto a la realización del potencial, que nunca está de más retomar: Se puede tomar un huevo de gallina por lo que es actualmente y romperlo para obtener la clara y la yema. Pero también se puede tomar al mismo huevo por lo que virtualmente podría llegar a ser, e incubarlo, y esperar hasta el nacimiento de un pollito, y cuidar a ese pollito hasta que se convierta en una gallina adulta, y obtener de esa gallina muchos huevos, y de esos huevos muchas más gallinas y así hasta ayudar a alimentar a la humanidad.
En definitiva entonces, la pregunta que nosotros nos hacemos al ir construyendo estos espacios, y la pregunta que todos podrían hacerse, es: ¿Qué hay dentro de cada chico? ¿Qué estamos haciendo para incubarlo, para cuidarlo? ¿Y podemos esperar así que realice el máximo de su potencial? A diferencia de las de los huevos de gallina, claro, las posibilidades de los chicos son innumerables, y además el potencial de cada chico es diferente y único, pero a todos tendríamos que poder darles la libertad de ejercer, de plasmar y de consumar ese potencial.
Así como el potencial de cada chico es diferente, también es diferente lo que cada chico tiene dado. No hay dos situaciones familiares idénticas, no hay dos grupos de amigos iguales, y así como varían los entornos y las disponibilidades, varían también las formas en que los chicos
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se sienten y se comportan en relación a ellos. Pero siempre se puede ayudarlos a construir la mejor historia que puedan construir, y a crear el mejor mundo que puedan crear.
El aprendizaje que promovemos -‐con el aliciente y las ventajas que la tecnología ofrece-‐ es uno que aliente a los chicos a perseguir, desde lo que tienen dado, su máximo potencial. Porque si la realización de ese potencial tira de lo dado, entonces aparecen la voluntad, el entusiasmo, el compromiso y la atención que todos necesitamos. Pero para eso hace falta que los chicos se sientan interpelados y reconocidos, para que puedan creer en sí mismos y para que puedan desempeñarse de manera creativa. Y también hace falta que vean en esos desempeños problemas y enseñanzas pertinentes, para que se emocionen y actúen y colaboren.
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Hacia una inteligencia colaborativa
Ahora bien, que los chicos colaboren no es algo menor. Finalmente, la colaboración resume el compromiso, la conversación, la emoción y la participación de los que venimos hablando. Y aquí también las TICs pueden jugar un rol fundamental. ¿Cuál es la diferencia, por caso, entre Google Earth y un viejo atlas, o entre Wikipedia y un antiguo diccionario enciclopédico? ¿La velocidad? ¿La accesibilidad? ¿La exhaustividad? Todo eso es importante, pero la diferencia decisiva es que Google Earth, y sobre todo Wikipedia son el resultado de la inteligencia colaborativa; Que sus usuarios pueden tomar parte activa en su construcción y desarrollo. Y la inteligencia colaborativa que las redes informáticas permiten no es un mero trabajo en equipo, es la posibilidad de que distintas personas que comparten un interés piensen juntas y hagan entre ellas una forma totalmente nueva de sinapsis neuronal.
El problema fundamental del atlas y del diccionario enciclopédico, que es el problema de todas las relaciones de producción de conocimiento desarrolladas durante la era industrial, es la individualidad. Un individuo aislado -‐o en el mejor de los casos un grupo reducidísimo de individuos-‐ imparte la enseñanza, y muchos individuos -‐aislados también entre sí-‐ la reciben pasivamente, mecánicamente, sin poder transformarla. No por nada nos sentábamos solos en los pupitres y teníamos prohibido conversar. El camino que las nuevas tecnologías nos permiten recorrer es el que va de aquel viejo monólogo hacia más y más diálogos y -‐en
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última instancia-‐ hacia una forma de multi-‐logo en el que todos puedan participar proactivamente de la producción de la inteligencia y el conocimiento generales.
Si alguna vez la educación pasó de ser una relación de uno a uno, para ser una relación de uno a muchos (o de unos pocos a muchos), estamos ahora a las puertas de un cambio al cabo del cual la educación irá de todos a todos. Las relaciones de producción del conocimiento y de la inteligencia van hoy hacia un estadio de personalización masiva, en el cual nadie necesita tener un rol completamente pasivo, y todos pueden colaborar. En la escuela, en el aula, esto significaría que algún momento determinado cada chico pueda asumir un rol docente, para enseñarle algo a alguno de sus compañeros. El verdadero logro no sería ya tener una computadora ante cada alumno, sino tener -‐gracias a la computadora-‐ en cada alumno un docente.
Las pirámides diseñadas para medir el aprendizaje, señalan que cuando escuchamos a alguien hablar acerca de algo solemos retener apenas un 5 % de lo que dice. Ese porcentaje se duplica (10 %) cuando leemos con atención. Ante un audiovisual podemos llegar a un 20 %, y si se trata de una demostración práctica incluso a un 30 %. Participar de un grupo de discusión, en cambio, permite alcanzar el 50 % y el aprender haciendo -‐del que hablábamos-‐ ofrece hasta un 75 % de retención. Por encima de eso hay una única opción: Enseñar. El único que puede aprovechar el 100 % de una lección es el que la imparte. ¿Cuándo aprendemos más?
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Cuando aprendemos con otros y -‐sobre todo-‐ cuando les enseñamos a otros ¿Qué puede haber que sea más dignificante para un chico? ¿Qué puede haber que le resulte más emocionante, más gratificante? ¿Y si además de tener la oportunidad de enseñarles algo a otros chicos, tiene la posibilidad de que ellos le enseñen a él? ¿Y si además lo hacen de una manera innovadora y creativa? ¿Y si además se ocupan, al hacerlo, de problemas que les resultan pertinentes? ¿Existe diferencia entre el Pensamiento y la Inteligencia? ¿Si la intelgencia fue evolucionando, el pensamiento tambien puede estar evolucionando? ¿Crear esta en el orden del pensamiento o en el orden de la inteligencia? ¿La creatividad esta en el orden de la inteligencia o del pensamiento? Todas preguntas que siento que voy a responder muy pronto…
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