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Dirección General:Grupo Editorial Rufián Revista
Grupo Editorial:Paula ArrietaCamila BralicGuillermo JiménezPaz IrarrázabalAlejandra SalgadoCynthia Shuffer Constanza VillaDaniela Acosta
Corrección:Camila Bralic
Portada y gráfica:Cynthia Shuffer
Diseño y diagramación:Chilenitox
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Las cosas por su nombre
Índice6
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Editorial Acerca de este número. Los miles de personas.Rosario Carmona Pequeños ejercicios de memoria. El don de la palabra.Constanza Meléndez/ Paula Arrieta ¡Usted dígalo bien!Daniela Acosta Víctima.Carolina Sanguineti G. Los ecos y las voces enterradas y sepultadas de los “pueblos originarios”.Danilo Ahumada Notas sobre la democracia.Rubén Tussedu Palabrear.Alberto Borja
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Acerca de este número
En las palabras materializamos ideas, nuestras posiciones filosóficas y
políticas, la forma en que nos entendemos y nos tratamos. El sentido y uso
que damos a las palabras no son neutrales, están marcados por la historia, por
nuestros prejuicios, temores y esperanzas.
En este número invitamos a pensar en nuestro lenguaje, a denunciar el uso
dado a las palabras o a reivindicar determinadas definiciones de ellas.
En las columnas de Daniela Acosta y Danilo Ahumada, se denuncian palabras
que cargan con un sentido dado por un grupo dominante. Así, la autora
refiriéndose al uso de las palabras mamá, mamita o niñita toma una posición
crítica respecto de cómo el lenguaje redefine las características y roles de lo
femenino y lo masculino. Danilo por su parte reflexiona sobre el relato de
nuestra historia, en particular la del pueblo mapuche, denunciando como
la noción de pueblos originarios está marcada por posiciones políticas que
imponen homogenización y sumisión.
Como reacción a un intento del grupo dominante en Chile por rescribir nuestra
historia reemplazando la palabra dictadura por régimen militar, se pronuncian
las columnas de Constanza Meléndez, Paula Arrieta y Rubén Tussedu. Paula y
Editorial Rufián
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Constanza, a partir de la obra de Alfredo Jaar que acusa la apropiación por Estados
Unidos de la palabra América, relatan el desarrollo de una acción realizada en
Santiago por ellas y otras artistas donde denuncian las formas torcidas de referirse
a la dictadura chilena. Rubén junto con reflexionar sobre el sentido de la palabra
dictadura, agrega una crítica al uso del término democracia por parte del Estado.
Alberto Borja también advierte de la utilización del lenguaje como forma de
dominación política en Colombia introduciendo una reflexión general sobre
la complejidad de nuestro lenguaje, las promesas, mentiras y engaños que se
esconden detrás de las palabras.
Desde otra mirada Carolina Sanguinetti y Rosario Carmona invitan a repensar el uso
de las palabras víctima y tolerancia, respectivamente, reivindicando nuevas formas
de entenderlas. Carolina advierte de los daños que la asignación de la palabra
víctima puede tener y a la vez nos describe los procesos de reivindicación y auto
comprensión de las personas que han sido asociadas a dicha palabra. Por su parte
Rosario propone repensar el sentido de la palabra tolerancia no como una forma de
aceptar diferencias desde nuestra posición estática, sino como una valoración de la
diferencia como una posibilidad de cambio.
De esta forma, en este nuevo número de Rufián a través de las palabras nos
enfrentamos a nuestra historia, a nuestra memoria, y a nuestras dinámicas sociales.
Repensamos el sentido de las palabras no solo para denunciar la utilización de ellas
para la dominación de un grupo sobre otro sino también para rescatarlas como
declaraciones de principio de aquello que valoramos.
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Los miles de personasPensando en los cambios de nuestra lengua entonces me pregunto, ¿debemos creerle a las palabras siempre? ¿Dicen ellas lo que esperamos comprender o a veces esconden un sentido más profundo que incluso contradice su propio dictamen?
“No estoy de acuerdo con lo que me dices, pero
lucharé hasta el final para que puedas decirlo”.
Voltaire
Hace unos días, nuevamente me vi intentando
retener los cambios en la escritura propuestos por
la Real Academia Española. Muchos de ellos son
avalados por una modificación que se produce
orgánicamente en su pronunciación, y otros a
criterios que tienen que ver con un consenso
respecto a su escritura. Aunque en gran parte tales
modificaciones se relacionan solo con la forma,
algunas de las nuevas normas me originan diversas
emociones –puedo confesar, por ejemplo, la risa
que me produjo un titular en Internet que decía: “el
mánayer sexi practica yudo de esmoquin, usa pirsin
y lleva cáterin al campin si hay cuórum”(1) , o una
especie de alivio al leer que desde ahora “papa” se
debe escribir con minúscula, o la confusión hacia la
respuesta entregada a las propuestas feministas, ya
que inevitablemente las formas materializan ideas,
sobre todo cuando hablamos de palabras.
Pensando en los cambios de nuestra lengua
entonces me pregunto, ¿debemos creerle a las
palabras siempre? ¿Dicen ellas lo que esperamos
comprender o a veces esconden un sentido
más profundo que incluso contradice su propio
dictamen?
Creo que no tiene mucho sentido intentar
comprender las palabras aisladas, y no simplemente
porque requieren de algunas otras para conformar
un enunciado, sino que de muchas más, dichas por
* Rosario Carmona
* Licenciada en Artes Visuales de la Universidad de Chile y Magíster en Artes Visuales de la Universidad de Chile. Actualmente cursa Magíster en Antropología en Universidad Academia Humanismo Cristiano. Vive en Santiago, Chile, donde se ha desempeñado como docente de Pintura e Historia del Arte en las Universidades Andrés Bello, del Desarrollo, Uniacc, Diego Portales y Tecnológica.(1) La red 21, Cultura: http://www.lr21.com.uy/cultura/1025880-rae-actualizo-el-manayer-sexi-practica-yudo-de-esmoquin-usa-pirsin-y-lleva-caterin-al-campin-si-hay-cuorum
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otros, para conformar una respuesta. Las palabras y
su uso son la materialización de nuestra convivencia,
es ésta la que las carga de un sentido que quizás en
otro contexto no tuvieron, o que incluso, después
no tendrán. Este devenir rehace constantemente
nuestra comprensión de ellas, arrojándonos de
vez en cuando algunas que llegan a combinar una
especie de doble filo.
Mi intención de escribir hoy, de acuerdo a lo anterior,
surgió a partir de una discusión en torno a la noción
de tolerancia, en la que muchos percibimos, detrás
de una fachada inclusiva, una insistencia en la
segregación. La palabra tolerancia muchas veces
es propuesta como una solución casi mágica o
instantánea a las situaciones en que ponerse de
acuerdo no es una opción, por lo que implícitamente
hace referencia a los conflictos de convivencia, tanto
los íntimos como los sociales. Por lo general, es uno
el que tolera al otro, demarcando inherentemente la
diferencia con una carga peyorativa. Tolerar es similar
a decir: “acepto tus diferencias, pero se qué tengo la
razón”, como si la diferencia sólo se midiera desde
un lugar. Como si ese uno, el que tolera, no fuera
en relación a miles diferente, es decir, un otro entre
otros. En el fondo, proponer la tolerancia es simular
un respeto a la mera existencia de la diferencia, pero
no un respeto al otro, que es su esencia. Ya que en
el fondo tolerar es situar la propia identidad –otra
palabra ambivalente— como la mejor o incluso la
única manera de relacionarse con el contexto, y
la identidad de aquél que se denomina diferente,
como exigua alternativa.
Ahora, a pesar de creer en la ambigüedad de tales
términos, tolerancia e identidad no sostienen en sí
mismas una carga moral o ideológica, sino que es su
materialización la que abre la pregunta. Es decir, no
es un problema que nos sintamos pertenecientes
a un grupo, ya que la identidad es necesaria al
momento de tomar una posición ante el mundo. El
problema aparece cuando no se piensa de dónde
proviene tal posición, concibiéndola como estática,
permitiendo que la estrechez del pensamiento la
afirme como la única posibilidad frente a la cual las
otras no ameritan más que ser soportadas, toleradas.
Sin embrago, al igual que el lenguaje, la identidad
no es nunca fija: se constituye precisamente a través
de la herencia y el intercambio.
Aunque la identificación resulta determinante
en nuestra constitución como individuos y para
desenvolvernos en sociedad, olvidamos muchas
veces que son precisamente las diferencias las que
nos impulsan a desarrollar el comportamiento,
y que afirmarse mediante las similitudes con los
pares es desde ya un reconocimiento de que entre
nosotros tales diferencias existen. Olvidamos que
ese orden que tanto defendemos es producto de
constantes mezclas que se pusieron en crisis una y
otra vez anteriormente, y que ese lugar en el que tan
seguros nos sentimos no es más que una efímera
parada en el transcurso de nuestra vida. Porque la
identidad nunca estará completa, definida o fija,
y no solo por el hecho que nuestros modos de
convivencia cambien constantemente, si no porque
también éstos se nutren de las interpretaciones
y representaciones que aquellos que se excluyen
hacen a través de la contigüidad, aunque varios
quieran obviarlo.
La identidad colectiva se hace posible mediante un
pasado en común, debido a esto la inexistencia de
una coincidencia temporal y geográfica entre dos o
más grupos llevará, obviamente, a cada cual a una
estación distinta desde donde observar la vida.
Comprender esta movilidad implica reconocer que
un pasado que no es común puede conducir a un
futuro que sí lo sea, y eso muchas veces pareciera
aterrorizar, haciendo de las diferencias un abismo
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entre unos y otros, camuflando el hecho que, incluso
mediante la discriminación, ambas identidades se
están reformulando a cada instante.
La identidad por lo tanto, no es un privilegio que
se nos otorgue, sino que es algo que construimos
a partir de la experiencia, pero también a través de
enunciados, a través de palabras.
Los códigos culturales a los que nos podemos
aferrar no provienen más que de una reiteración
que en un punto deja de cuestionarse, pero que
tuvo un origen en algún momento. Y si ninguna
idea, concepto, palabra o letra siquiera proviene
de la nada, ninguna identidad tiene la autoridad
suficiente de asignarse a sí misma el carácter de
norma.
Basta observar a grandes rasgos la Historia
para reconocer una seguidilla de conquistas y
dominaciones que anulan el pasado de quienes
se consideran diferentes. A veces la diferencia
es incluso explotada como rareza, sosteniendo
instituciones como circos, museos e inclusive
zoológicos humanos que avalan la ignorancia como
sistema de conocimiento. Y lo doloroso es que tal
contradicción concibe nuevas identidades. Sin
embargo, en muchos hoy la conciencia del otro es
distinta, el dolor de los demás puede despertar esa
No es un problema que nos sintamos pertenecientes a un grupo, ya que la identidad es necesaria al momento de tomar una posición ante el mundo. El problema aparece cuando no
se piensa de dónde proviene tal posición, concibiéndola como estática, permitiendo que la estrechez del pensamiento la afirme
como la única posibilidad frente a la cual las otras no ameritan más que ser soportadas, toleradas.
humildad que el mundo que habitamos tanta veces
intenta dopar mediante prácticas individualistas.
Y la humildad trae consigo la inestabilidad de los
posicionamientos, instalando el cuestionamiento
de la propia identidad como una lucha contra la
estrechez del pensamiento, y así, desarrollar la
capacidad de pensarse a uno mismo como otro.
Las diferencias por lo tanto no deberían replegarnos
a la toma y defensa de nuestra postura, ni menos
al enjuiciamiento y desmedro de las de otros,
sino que las diferencias pueden recordarnos que
somos capaces de cambiar, una y otra vez, y eso
inevitablemente contiene la posibilidad de ser
mejores, y no en el sentido autoritario, el sentido
que tolera, sino que en el de la felicidad.
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Breves ejercicios simbólicos. El don de la palabra¿Cómo opera la producción artística en la formación de lenguaje? Ya sea por rechazo, indiferencia cómplice, marginación u oposición, una obra está siempre interactuando con el ejercicio del poder. Su poder particular radica en la administración del sentido, escribiendo cada obra un texto específico. *Constanza Meléndez y Paula Arrieta
* Artistas visuales de la de la Universidad de Chile. Actualmente se encuentran realizando estudios de posgrado: Constanza Meléndez en la AdbK München, Alemania, y Paula Arrieta en la Universidad de Buenos Aires, Argentina.
1. A domicilio. La obra inmersa.
Preguntarnos por el papel social y político que
hoy tendría el arte, considerando ciertos nuevos
esperanzadores y turbulentos escenarios chilenos,
es en el fondo reactivar y actualizar una pregunta
que ha sido una constante en la historia de la
disciplina: la pregunta por los límites. Ya conocida
y ampliamente documentada es la presencia de
lo político y la coyuntura social en el desarrollo de
las artes. Incluso, pensamos, son esferas de las que
un artista y su obra no pueden escapar. Parece
pertinente, entonces, ahondar en la posibilidad
de que la producción simbólica se convierta en
un factor determinante en un proceso de cambio
social como el que parecen estar experimentando
al menos ciertas partes de la sociedad chilena.
El primer rastro de estas preguntas son fácilmente
reconocibles por la utilización de distintas
manifestaciones artísticas durante las marchas
por la educación que poblaron el año recién
pasado: danza, performance y proyectos
materiales y conceptuales desde las distintas
escuelas de arte marcaron cada una de estas
protestas multitudinarias, y se convirtieron en
una característica particular del movimiento.
Trabajos cuya cercanía con la realidad es casi
directa y consideran como lugar de exhibición una
multitud que avanza por las calles de la ciudad
bajo consignas urgentes que piden un país más
justo y más inclusivo.
Es ese cambio de escenario, la galería o el museo
por el espacio público inquieto y vivo, el primer
indicio de una suerte de conversación entre las
clásicas categorías de “obra” y “público”. Por otro
lado, acorta a cero la distancia entre “obra” y
“artista”, coincidiendo ambos en un ejercicio de
sentido en tiempo y espacio.
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que, al considerar el alcance del lenguaje en las
problemáticas de identidad y dignidad, establece
una geografía que es principalmente humana.
2. DICTADURA/ DUDIRTAAC
“Esto no ES COMO América” podría haber sido la
inscripción utilizada por Jaar para su trabajo de 1987
para representar algo de la idiosincracia chilena
en su trabajo. Qué falta de carácter que tiene ese
ES COMO y que practicamos tanto los Chilenos
cada vez que queremos decir algo. ¡Y cómo no!
Probablemente es otro residuo nefasto que dejó la
dictadura, consecuencia del miedo al que estuvieron
sometidos millones de Chilenos. Una sociedad que
durante 17 años no tuvo derecho a emitir opinion
ni juicio. Es esa inseguridad la que se apodera de
nosotros cada vez que respondemos. Usted me está
preguntando o me está respondiendo? Ese maldito
signo de interrogación que aparece al final de
nuestras respuestas, dejando claro que lo creemos
si usted lo cree, pero si no es así, nuestra intención
no era una aseveración sino una interrogante. Las
cosas no se han podido decir nunca por su nombre.
Se trata de un largo listado de palabras que desde
ese fatídico 11 de septiembre hasta nuestros días
no hemos sido capaces de pronunciar. Palabras
tabú que por diplomacia incorrespondida han
sido reemplazadas por eufemismos. Nosotros nos
preguntamos: ¿A quién le debemos ese respeto?
¿A quien nos silenció? ¿A quien asesinó a nuestros
amigos y familiares? ¿Hasta cuándo le debemos
respeto a quien debe ser condenado? No sólo a
ese sangriento dictador llamado Augusto Pinochet,
sino también a una larga lista de políticos, militares,
periodistas y personas naturales que siguen
caminando por las calles de nuestro país sin una
pizca de cargo de conciencia. Al menos digamos las
cosas como son, es nuestro deber, es el comienzo
para lograr la tan anhelada justicia, para nosotros
¿Cómo opera la producción artística en la formación
de lenguaje? Ya sea por rechazo, indiferencia
cómplice, marginación u oposición, una obra está
siempre interactuando con el ejercicio del poder. Su
poder particular, que es una conciencia fuertemente
duchampiana, radica en la administración del
sentido, escribiendo cada obra un texto específico.
Y es ese texto el que se inscribe en la cultura, la
historia, y la memoria.
En 1987 el artista nacido en Chile y radicado hace
varias décadas en Nueva York, Alfredo Jaar, llevó a
cabo el proyecto Un logo para América. En él, Jaar se
hace cargo de la que es quizás una las aberraciones
mundiales más naturalizadas en el uso del lenguaje:
que los Estados Unidos de América se llamen a sí
mismos América; que los ciudadanos nacidos en los
Estados Unidos de América se llamen a sí mismos,
exclusivamente por supuesto, americanos; y que
la bandera de los Estados Unidos de América sea
conocida por ellos como la bandera americana.
Y no hace su gesto Jaar desde un espacio local de
muestra, sino en una pantalla de Time Square, y
en inglés. A domicilio y en sus propios códigos,
pareciera decir la obra.
Este ejemplo del binomio traslación/lenguaje,
donde se cambia el emplazamiento de la obra, por
un lado, y se develan vicios del uso del lenguaje que
dejan enormes traumas en las sociedades y en las
construcciones históricas, por otro, no sólo permite
una arremetida de las construcciones simbólicas
visuales —obras de arte— en la materialidad dura
del pavimento de las ciudades en tensa y constante
relación con los seres humanos, sino que también
permite la actualización de toda la herencia histórica
de la discusión sobre el sentido y la realidad, como
preguntarse una y otra vez si esto es o no una pipa.
El arte y su texto, implícito o explícito, actúa de un
momento a otro como un dibujante de territorios
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Nosotras, nueve artistas visuales(2) que
improvisadamente y sin saberlo nos formábamos
como colectivo, nos enviábamos mensajes por
Facebook. No podíamos creer que algo así estuviera
sucediendo. Era un retroceso tremendo para nuestro
país y un descaro por parte de quienes conformaron
aquel consejo. Decidimos juntarnos una tarde a
Decidimos salir, ocupar las calles del sector céntrico de Santiago.
Hicimos 9 carteles, uno por cabeza, cada uno con una letra
de la palabra DICTADURA. Caminábamos una al lado de la otra, cada una sosteniendo su
cartel al frente. Comenzábamos con algo así como DUDIRTAAC.
como sociedad y para aquellos que ya no pueden
estar con nosotros.
El día 4 de Enero del presente año, los periódicos
impresos y virtuales de Chile nos informaban que el
Consejo Nacional de Educación del actual gobierno
había tomado la siguiente determinación: La
palabra DICTADURA militar, definida recién el 2009,
sería eliminada de los libros de Historia para los
cursos de 1º a 6º básico y reemplazada por RÉGIMEN
militar. La impotencia se hacía sentir. Aparecían
comentarios surreales pero predecibles como los
del Senador Larraín: “que se hablara de ‘dictadura’
incluye un juicio peyorativo. Y los libros tienen
que explicar la secuencia de la historia chilena de
manera respetuosa”.
discutir sobre el tema.
ES COMO salían por aquí y ES COMO salían por allá.
Hablábamos sobre la vida, sobre Gabriela Mistral
y sobre ese amor por el país en el que “uno nace”,
el cual rápidamente se transforma en algo odioso
al momento de poner las injusticias sobre la mesa.
Hablábamos del papel del arte, en lo público y en lo
privado. El arte que aparece en los momentos más
despreciables es el mismo arte presente en las más
lindas cartas de amor que Gabriela Mistral escribiera
alguna vez a Doris Dana. Lo personal también es
político. Es la efervescencia de la palabra y del
derecho que tiene uno a decirlas. Sea por escrito,
en una pintura o en una manifestación en las calles.
Sacamos la voz por lo que nos pertenece o por lo
que no queremos y por todo aquello que hacemos
dentro de una comunidad. Se nos hace necesario
hacer arte porque no es más que otra palabra.
Decidimos salir, ocupar las calles del sector céntrico
de Santiago. Hicimos 9 carteles, uno por cabeza,
cada uno con una letra de la palabra DICTADURA.
Caminábamos una al lado de la otra, cada una
sosteniendo su cartel al frente. Comenzábamos con
algo así como DUDIRTAAC. La gente nos miraba.
Nos preguntaban qué significaba, tratábamos de
no decir nada. Luego de estar unos minutos sin
responder volvíamos la palabra a su forma original:
DICTADURA. Algunos aplaudían, otros nos decían
“vayanse a trabajar mejor”. No faltaba el que
gritaba “¡R de rica!”. Así lo hicimos, una y otra vez,
desvaneciendo la palabra, haciéndola emerger de
nuevo. No había más que decir. Esta vez no hubo
ningún ES COMO. Estaba todo muy claro. Las cosas
por su nombre.
(1) Además de quienes firmamos este artículo, el grupo está conformado por las artistas visuales Cynthia Shuffer, Elisa Muñoz Elgueta, Inés Molina, Bárbara Oettinger, Cecilia Flores, Diana Navarrete y Rosario Carmona. Contamos para ese día con la valiosísima participación de Ivana Gahona Elgueta, estudiante de la carrera de Diseño Gráfico de la Universidad de Chile, y con la ayuda de Jo Van De Loo, a cargo del registro de la actividad.
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¡Usted, dígalo bien!
Decirle a alguien que es mamita, sea hombre o mujer, refiriéndose a su falta de valentía es bastante común en Chile. ¿Pensamos qué decimos cuando lo decimos? ¿Pensamos en nuestras madres o las madres que conocemos cuando lo decimos? Al parecer, no.
* Daniela Acosta
* Santiago, 1982. Licenciada en Comunicación Social y periodista de la Universidad de Chile. Diplomada en Crítica Cultural por la Universidad de Chile y en Gestión y Política en Cultura y Comunicación por Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), sede académica Argentina. Ha escrito en las revistas “Ciertopez”, “Aisthesis” y para el blog de literatura La Calle Passy 061.Ha publicado la versión digital el libro de poesía “la otra velocidad”, por La Calle Passy 061 Ediciones, disponible en http://bit.ly/dT0fiL y forma parte de la antología de narrativa chilena “Voces -30”. Actualmente trabaja en el portal Sicpoesiachilena.cl, proyecto de investigación del que es co-creadora.
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Los ejemplos de denostación de lo diferente y/o
diverso y, en particular, de la mujer son abundantes
en nuestra habla cotidiana. Supongo que también
pasará en otros lugares del mundo, pero me referiré
específicamente al caso nacional.
Así sucede, por ejemplo, cuando se usan las
categorías de femenino o masculino para referirse a
las características de una persona en particular o las
acciones que pudiera realizar. Me explico. Cuando
se habla de lo femenino o lo masculino, se habla de
construcciones culturales y no de particularidades
esenciales del hombre o de la mujer. Una mujer
no tiene por qué ser suave ni cariñosa ni mucho
menos buena para cocinar. Asimismo, un hombre
a viejos conceptos que más que nada sirven para
aumentar la discriminación.
De este modo, tampoco una actividad o trabajo
corresponde que la realice un hombre o una mujer.
Lavar, llorar, ser ingeniero, revolcarse en el suelo,
cantar, cosechar, manejar maquinaria pesada,
bordar y un largo etcétera, son actividades que
pueden ser realizadas, perfectamente, tanto por
una mujer como por un hombre.
En este sentido, sería mejor referirse a las
características de una persona por su nombre.
Si se quiere decir que alguien es bruto, hay que
decirlo, pero no calificarlo de masculino por eso,
pues se le hace un flaco favor a lo masculino. Así
también, si una mujer habla golpeado, diga que
tiene un carácter fuerte o es tosca, no que es poco
femenina.
Una expresión que me ha tocado escuchar y que
me choca bastante es que alguien se refiera a
otra persona de actitudes cobardes o dubitativas
llamándolo mamita, mami o niñita, solo por el
hecho de no tomar una determinación o ser
temeroso.
Por ahí podría ser que la palabra adecuada sea
mamón, que si bien se refiere -según la RAE- a que
todavía mama, también podría entenderse como
alguien que no es independiente y que se esconde
bajo las faldas de su madre.
Decirle a alguien mamá, mamita o niñita no tendría
por qué significar que ese alguien es cobarde,
no tiene fuerzas o le falta carácter, sino todo lo
contrario. Una madre -no lo soy- me parece que
es alguien muy fuerte, como para aguantar nueve
meses con otra persona adentro, luego alimentarla
de su propio cuerpo y cuidarla, sacar adelante a
los hijos y todas las cosas que implican tener uno.
En este sentido, sería mejor referirse a las características
de una persona por su nombre. Si se quiere decir que alguien
es bruto, hay que decirlo, pero no calificarlo de masculino por eso, pues se le hace un
flaco favor a lo masculino. Así también, si una mujer habla golpeado, diga que tiene un carácter fuerte o es tosca, no
que es poco femenina.
no tiene por qué saber de electricidad, no mostrar
sus sentimientos y ser el proveedor. De este
modo, ser delicado en los modos no significa ser
femenino y tampoco ser más duro en el trato es
ser masculino. Estas construcciones sobre lo que
es femenino o masculino, finalmente, no hacen
más que presionar a los individuos para que se
comporten de determinada manera y respondan
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La mamita, por supuesto, es una madre, pero muy,
muy querida y tampoco hace referencia a alguien
en una posición de desmedro. Y niñita, por último,
es una niña, ni más ni menos, que como decía
al principio, puede tener tantas características
como le plazca, sin que ninguna de ellas sea
necesariamente ser miedosa ni cosa parecida.
A través del lenguaje vamos delimitando lo que es
una mujer y lo que es un hombre. Así, al usar los
términos arriba señalados como mamita, maraca,
zorras, etc., para designar algo malo, ridículo o
falto de coraje, tenemos que tomar en cuenta que
no solo estamos ofendiendo a la persona a la que
designamos con tal adjetivo, sino que también
caracterizamos -con o sin querer- a una mujer,
asociándola a estos calificativos negativos. Por
eso, me parece, estaría bueno que nos fijáramos
bien qué decir y cómo decirlo, haciéndonos
responsables por lo que sale de nuestra boca y
explicarnos bien si es que queremos decir que
alguien es cobarde, gallina, indeciso o pusilánime,
para no reiterar desigualdades ni discriminaciones
en nuestra habla.
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Víctima“Tía, ¿por qué yo voy a un centro de víctimas si yo no soy una víctima?” Esta pregunta tan elocuente me la realizó Matías, un paciente de 10 años de edad , durante una sesión de psicoterapia, refiriéndose a una placa institucional que habían instalado en el frontis del centro en el cual yo lo atendía, y que decía: “Centro de Víctimas”.
“Tía, ¿por qué yo voy a un centro de víctimas
si yo no soy una víctima?” Esta pregunta tan
elocuente me la realizó Matías, un paciente
de 10 años de edad(1), durante una sesión
de psicoterapia, refiriéndose a una placa
institucional que habían instalado en el frontis
del centro en el cual yo lo atendía, y que decía:
“Centro de Víctimas”.
Efectivamente, la placa identificaba un proyecto
que atiende a personas, niños y adultos, que
han sufrido situaciones de violencia que para
el Estado de Chile constituyen delitos contra
* Carolina Sanguineti G.
las personas y que son de alta connotación
pública.
Los inicios de este programa se remontan al
caso del “psicópata” de Alto Hospicio, caso que
fue conocido por todo el país en octubre de
2001, cuando luego de años de desapariciones
de niñas, adolescentes y mujeres jóvenes
que no lograban ser resueltas en la localidad
nortina de Alto Hospicio, se descubriera que
todas, catorce en total, habían sido agredidas
sexualmente y muertas por parte de un vecino
del lugar llamado Julio Pérez Silva. El caso fue
* Psicóloga clínica, Pontificia Universidad Católica de Chile, con especialización de postítulo en Psicología Clínica Infantojuvenil y Jurídica de la Pontificia Universidad Católica de Chile.(1) Los datos del niño que se exponen en el artículo han sido parcialmente alterados con el fin de proteger su anonimato y la confidencialidad propia del trabajo clínico.
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resuelto luego de que una de sus “víctimas”,
una adolescente, sobreviviera y alertara a
las autoridades. ¿Por qué es tan importante
este evento para la política pública que lo
prosiguió en nuestro país? Por una simple,
pero dramática razón: el caso superó todas las
capacidades técnicas con que contaba el país.
No existían equipos profesionales, ni públicos
ni privados, con las competencias necesarias
para abordar el sinnúmero de aristas que se
originaron a raíz del caso: políticas, penales,
sociales, psicológicas y mediáticas. Un pueblo
entero estaba de luto debido a la pérdida
brutal de catorce de sus niñas y mujeres,
la gente de la localidad protestaba contra
las autoridades debido al mal manejo de la
atender este tipo de casos.
Parte de los objetivos centrales del programa
fueron, además de ayudar a abordar y elaborar
las consecuencias propias de la situación de
violencia experimentada, amortiguar el daño
provocado por las consecuencias intrínsecas
del paso de las personas por el sistema de
protección judicial, de investigación penal y
de publicidad mediática. Lo anterior porque,
aunque cada persona y cada caso atendido
es diferente y plantea diversos problemas
de intervención, fenómenos como los de
“victimización secundaria” (daños asociados
al paso por las instituciones de justicia y de
orden), “sobreexposición”, “estigmatización” y
investigación y, además, todos fuimos testigos
de cada detalle del caso, y de cómo sobre todo
la sobreviviente, era señalada con el dedo por
muchos en la localidad, los compañeros del
liceo le realizaban crueles bromas acerca del
atentado sexual, etcétera. Hasta el día de hoy,
ni ella ni el pueblo han podido recuperarse del
trauma.
A partir de los aprendizajes obtenidos a raíz
del caso y de los convenios internacionales
firmados y ratificados por Chile, un mandato
presidencial formó equipos especializados
por todo el país para desarrollar un modelo y
Retomo las palabras de Matías enunciadas al inicio de este relato y pienso: ¿qué estaba haciendo Matías al hacerme, al hacerse, esa
pregunta? Reflexiono al respecto y varios cuestionamientos me asaltan. En primer lugar, ¿no estaba Matías realizando la pregunta que todos nos hacemos varias veces durante nuestras vidas?, esa
que dice: ¿quién soy yo?
“desprotección” son parte de las vivencias más
frecuentes y perturbadoras que suelen vivir las
personas que viven este tipo de experiencias.
Debido a lo anterior, y además al hecho de que
la mayoría de las personas que se atienden en
estos programas son niños y niñas que han
vivenciado situaciones que para nuestro código
penal constituyen delitos sexuales, cometidos
principalmente por parte de un integrante de
su familia o de su círculo cercano, el programa
en sus inicios buscaba mantener un bajo perfil
y proteger la intimidad y confidencialidad
de las personas atendidas, dada la compleja
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naturaleza de las temáticas abordadas.
Se hizo necesario trabajar con un enfoque de
derechos, que buscara que cada intervención
restituyera la condición de sujeto de la persona
que ha sido vulnerada una y otra vez, llegando
a sentirse cosificada y utilizada para el goce
del otro (victimario, sistema judicial, medios
de comunicación, etcétera).
Desde mi área de especialización, la psicología
clínica, he trabajado por más de seis años
en este tipo de programas y he podido ver
una y otra vez cómo ciertas temáticas de la
clínica del trauma y del abuso se repiten en
los casos que he atendido. Temas como la
culpa, la vergüenza, la confusión, la angustia,
el terror, la necesidad de ser escuchado, de
ser protegido, la necesidad de privacidad, del
olvido, aparecen como centrales.
“Tía, por qué yo voy a un centro de víctimas si
yo no soy…”. Retomo las palabras de Matías
enunciadas al inicio de este relato y pienso:
¿qué estaba haciendo Matías al hacerme, al
hacerse, esa pregunta? Reflexiono al respecto
y varios cuestionamientos me asaltan. En
primer lugar, ¿no estaba Matías realizando la
pregunta que todos nos hacemos varias veces
durante nuestras vidas?, esa que dice: ¿quién
soy yo?
Matías reflexionaba al respecto luego de vivir
cuatro años muy duros de su vida. Ingresó al
programa en el cual me desempeñaba como
psicóloga clínica, a los seis años de edad,
derivado por un tribunal de familia, con el fin
de que participara en un proceso de terapia
psicológica que “reparara” el trauma y daños
emocionales, debido a que se había constatado
Las verdades subjetivas, al parecer, difieren de las verdades jurídicas, de las históricas, de las sociales.
tanto jurídica como psicosocialmente, que el
niño había sufrido eventos de maltrato físico,
psicológico y sexual por parte de su padre.
Matías tenía seis años de edad y vivía con su
tía materna, a la cual había sido entregado
por parte del tribunal, debido a que su madre
apoyaba al padre, quien por su parte negaba
los hechos impugnados.
Al momento de conocernos, Matías se
encontraba muy afectado: estaba triste,
confundido, desconfiado, no dormía bien por
las noches, decía que todo lo hacía mal, se
culpaba, se agredía. Le costaba gran esfuerzo
poner en palabras lo que estaba viviendo
y lo que había vivido. En sesión jugaba a
construir ciudades seguras y a los títeres, con
los que repetía una y otra vez la escena de los
tribunales. Estaba cansado de ser demandado
por el sistema judicial: tener que contar
una y otra vez lo que le había sucedido. Al
pasar unos meses, sentía profundamente el
hecho de haber sido alejado de sus padres y
hermanos. Desmentía los hechos develados
respecto de las vejaciones cometidas por su
padre y culpaba a los operadores del sistema
judicial de no poder vivir con su familia. En
las pocas ocasiones que su madre lo visitaba,
volvía a sesión relatando que su padre había
cambiado, que ahora era bueno y que creía en
Dios. Luego los padres se separaron, la madre
comenzó una nueva familia, con hijos y esposo
lejos de él. El padre se acercó mucho a Matías,
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ser un niño feliz, tenía amigos en la escuela,
pasatiempos y “pololas”; su mundo comenzaba
a tener áreas libres de un pasado que quería
olvidar. Habían pasado cuatro años luego de
que ingresó al sistema judicial, cuatro desde
que por orden de un tribunal fue a vivir con su
tía y tuvo que dejar a su familia, cuatro desde
que comenzó su psicoterapia, cuatro durante
los cuales había dejado de ser un niño y,
realizando una acción que se asemejaba a una
declaración de principios, Matías responde a su
pregunta diciendo: “…yo no soy una víctima”.
Las verdades subjetivas, al parecer, difieren de
las verdades jurídicas, de las históricas, de las
sociales.
Matías, restituida su condición de sujeto de
derecho, declaraba su verdad subjetiva: él
no “era” una víctima. ¿A qué se refería? ¿Qué
significaba para él “ser” una víctima?
Respecto de las verdades jurídicas, históricas
y socialmente consensuadas, podemos
encontrar múltiples significados de la palabra
es todo ser viviente sacrificado o destinado a
sacrificio.
En su uso más utilizado, una víctima es la
persona que sufre un daño o perjuicio que es
provocado por una acción, ya sea por culpa de
otra persona o por fuerza mayor.
Por su parte, la ONU, en el VI Congreso de
Caracas, Venezuela, en 1980 determinó que la
víctima era la persona que había sufrido daño
o lesión, sea en su persona propiamente dicha,
su propiedad o sus derechos humanos, como
resultado de de una conducta que se asocie
a: violaciones a la legislación penal nacional;
que suponga un delito bajo el derecho
internacional; o que de alguna forma implique
un abuso de poder de parte de personas que
ocupen posiciones de autoridad política o
económica. En este congreso se habla tanto de
víctima individual como grupal.
Cuáles acepciones de la palabra víctima
estaba rechazando Matías al declarar que él
no era una víctima. Pienso primero en el lugar
el cual quería pasar cada vez más tiempo con él.
Ahora su padre era el único contacto cotidiano
que Matías tenía con su familia de origen, no
le temía y disfrutaba de pasar tiempo con él.
Aunque se culpaba mucho por la separación
de sus padres, Matías avanzaba, comenzaba a
víctima. Etimológicamente, encuentra origen
en las palabras latinas victuma y victima
que designaban a las personas o animales
vivos que habían sido elegidos para morir en
sacrificios ofrecidos a los dioses. Victimaruis
era el verdugo encargado del sacrificio, hoy en
español, victimario. O sea, en primer término,
Al parecer quiere dejar de sentirse objeto del deseo de los otros, de sentirse impotente. Quiere realizar un proceso de
historización que no le traiga tantos costos subjetivos, fijar límites que lo protejan, hacer respetar su derecho a la privacidad, a la
autodeterminación.
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del “sacrificado”. En su historia, Matías había
sido objeto frecuentemente de demandas
frente a las cuales no se sentía preparado para
responder: declarar en contra de su padre,
“traicionar” a su familia, tener que tolerar
con agradecimiento el hecho de vivir lejos de
ellos, tener que presentar una buena conducta
y desempeño escolar, tener que aceptar
rótulos como los de víctima, “niño abusado”,
“niño violado”. Todo lo anterior le provocaba
sentimientos de ambivalencia, de impotencia,
incertidumbre, baja valoración respecto de
su persona y la certeza de tener un mínimo
control respecto del curso que tomaba tanto
su vida privada como pública. Pienso en la
posibilidad de que Matías no quisiera seguir
siendo sacrificado por las necesidades de los
otros, como ocurría en los sacrificios de la
antigüedad, ya que para él esto tenía un costo
subjetivo muy alto.
Además del sacrificio, está el hecho de ser
una “víctima” de abusos, de delitos contra su
persona, contra su indemnidad sexual, que
según el derecho nacional e internacional
y los sentidos consensuados, generan en él
daños incuantificables, traumas que, según
las orientaciones técnicas, los profesionales
deberíamos erradicar para que Matías vuelva
lo antes posible a su funcionamiento previo, a
ser una persona útil y productiva, a no ser una
carga para la sociedad en el futuro. La verdad
jurídica y social se le impone frente a su verdad
subjetiva. Y él se resiste a ella. Al parecer quiere
dejar de sentirse objeto del deseo de los otros,
de sentirse impotente. Quiere realizar un
proceso de historización que no le traiga tantos
costos subjetivos, fijar límites que lo protejan,
hacer respetar su derecho a la privacidad, a
la autodeterminación. Llama la atención que
en el pasado, éstas fueron precisamente las
áreas de su persona que fueron transgredidas
por los otros, fueron parte de su motivo de
consulta y, por lo tanto, parte central del
proceso de intervención realizado tanto en su
psicoterapia, como en las intervenciones de
los demás profesionales del equipo (abogados
y asistentes sociales) que buscaban restituir su
condición de sujeto de derecho.
Me pregunto: ¿era la declaración de Matías un
signo de que estaba listo para el proceso de
cierre de la intervención psicológica? Yo creo
que sí. Un logro para él y para los profesionales
del programa, que trabajamos arduamente
con Matías durante cuatro años.
Lamentablemente, no todos los casos
terminan así en el programa. No sólo porque
a veces la violencia y el trauma arrastran
consigo consecuencias enormes para el
sujeto, sobre todo si pensamos en personas
que están en pleno proceso de constitución
psíquica como son los niños, sino además,
porque se entrelazan con procesos que están
fuera de su control como son los procesos de
persecución criminal, la exposición mediática,
la estigmatización de la que son objeto por
parte de su círculo cercano y de la sociedad.
En sus inicios, la política pública buscaba
precisamente, a través de la intervención
especializada por parte de los profesionales,
restituir en la medida de lo posible la condición
de sujetos de derecho de los usuarios del
programa, lo cual nos obligaba a planificar
intervenciones a la medida de cada caso,
de cada persona, ya que todas las historias
y necesidades son diferentes. Se buscaba
amortiguar al máximo el daño consecuente
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al proceso de persecución criminal y de
exposición social y mediática, lo cual significaba
en muchas ocasiones que para cumplir con
los objetivos para los que fuimos formados y
respetar nuestros códigos de ética profesional,
había que negociar con las instituciones,
negarse a entregar información confidencial,
mantener el programa con un bajo perfil y,
en muchas ocasiones, entrar en pugna con las
autoridades políticas, operadores del sistema
judicial y de los medios de comunicación.
Actualmente todos hemos sido testigos de
cómo el tema de las “víctimas” toma una
relevancia política y mediática inusitada. Esto,
por un lado, trae consigo reivindicaciones
y cambios culturales que aportan a una
compresión más profunda de esta temática
social, histórica y subjetiva. Sin embargo, veo
con preocupación, y otros profesionales del
área también, cómo discursos imperantes
como los de la “Seguridad Ciudadana”,
“Delincuencia”, “Víctimas de la Delincuencia”,
junto a orientaciones técnicas y protocolos
de atención poco meditados, estandarizados
y generalizantes, están obstaculizando
algunos de los objetivos centrales que se
habían planteado en un principio respecto del
trabajo con personas que sufren situaciones
de violencia de la complejidad anteriormente
descrita.
El bajo perfil, la protección de la identidad,
la confidencialidad, cada vez son menos
apreciados. Las autoridades piden testimonios
públicos, noticias, publicidad, los medios
exponen y lucran con el sufrimiento ajeno,
como en un circo romano, sin hacerse cargo de
las consecuencias subjetivas e históricas que
esta sobre exposición puede acarrear en grupos
Veo con preocupación, y otros profesionales del área
también, cómo discursos imperantes como los de la
“Seguridad Ciudadana”, “Delincuencia”, “Víctimas de la Delincuencia”, junto a orientaciones técnicas y
protocolos de atención poco meditados, estandarizados
y generalizantes, están obstaculizando algunos de los objetivos centrales que se habían planteado en un
principio respecto del trabajo con personas que sufren
situaciones de violencia de la complejidad anteriormente
descrita.
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y personas individuales. Las intervenciones
se estandarizan sin entender la originalidad
de cada caso y nos obliga a cosas como: “que
la persona se reconozca como víctima”, “si se
desmiente, lograr que reconozca la verdad”,
“la persecución criminal ante todo, incluso
frente a la decisión de personas y niños de no
colaborar”, entre otras indicaciones técnicas y
políticas.
Al parecer se ha olvidado lo aprendido a partir
del dramático caso de Alto Hospicio, que
originó esta política pública. La imposición
de rótulos como el de “víctima”, el sacrificio
de adultos y niños en pos de lograr que los
“delincuentes” sean castigados, la exposición
mediática y publicidad que traen consigo
importantes saldos políticos... Y la restitución
de los derechos transgredidos de estas niñas,
adolescentes y adultos, ¿dónde queda? Esta es
la gran paradoja de la actual política pública.
Ojalá que niños y adultos, al igual que
Matías, intenten resistirse frente a este
tipo de violencia y que, como ciudadanía,
estemos dispuestos a reflexionar respecto a
temáticas tan comunes y delicadas, más allá
de las explicaciones simplistas y cómodas que
entregan los discursos imperantes.
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Los ecos de las voces silenciadas y sepultadas de los “pueblos originarios”Las siguientes palabras no pretenden recuperar la pureza nominante de alguna originaria civilización primitiva. Tampoco es un gesto de homogeneización capaz de estandarizar los significados. La idea es aportar a la construcción de nuevos significantes que nos permitan reconocernos como sociedades atravesadas por la herida colonial, estructurar una crítica a la matriz colonizadora que nos impuso sus lenguas, sus nombres, sus gramáticas y sus miradas.
*Danilo Ahumada
* Periodista, Licenciado en Comunicación Social, UPLA. Académico linea audiovisual UPLA. Maestrando en Comunicación y Cultura UBA. Realizador audiovisual, (El Paso del Diablo, Simulacro de Muerte, Tras la huella del Gallego Soto, etc). Muy simpático, encachao y pulento.
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sin mencionar que continuaban resistiendo a los
avatares del sistema económico-político que los
obligada a asumir formas de vida diferentes a su
cosmovisión del mundo. Es el caso del pueblo
Mapuche, llamados araucanos, denominación
española utilizada para señalar a la gente de la
tierra. Con la llegada de la democracia los gobiernos
de la Concertación comienzan a revalorizar al
Estado como espacio institucional y ético-político,
asumiendo las demandas de los pueblos originarios
y la deuda que se mantenía con el pueblo
Mapuche. Sin embargo, las políticas se generaron
mirando al “otro” como un ser inferior, lógica de lo
subalterno, con la permanente sospecha de que el
otro no es tan humano como yo. Aparece la idea
del otro como maléfico. Se comienza a pensar el
espacio social como un lugar homogéneo, bajo
la idea de que todos somos chilenos, que todos
tenemos los mismos derechos, dejando de lado la
heterogeneidad que tiene por esencia cualquier
espacio social. En esta lógica comienza la devolución
de tierras a las comunidades, usurpadas luego de la
invasión del ejército chileno en el año 1891, cuando
los grupos de poder y la burguesía agraria del siglo
XIX, con su proyecto militar, incorporaron por la vía
violenta el territorio ancestral mapuche al sistema
de producción capitalista, lo que permitió, a su vez,
culminar con el proceso de formación del Estado
chileno.
Como resultado de esta incursión militar, el Estado
impuso las reservas, desplazó a la población de
sus espacios originales y remató la mayor parte
del territorio indígena beneficiando a colonos
criollos y extranjeros que se apropiaron fácilmente
de las tierras. Las 10 millones de hectáreas que
correspondían al territorio mapuche antes de la
ocupación militar hoy están reducidas a 500 mil.
Los gobiernos de la Concertación, a través de
La noción misma de “pueblos originarios”,
denominación “políticamente” correcta para hablar
de los indígenas en América Latina, nos sitúa ante
un problema de difícil solución. Esta dificultad que
se nos presenta cuando pretendemos nombrar a un
pueblo que habita estas tierras, antes de la llegada
de los españoles, nos remite a antiguas batallas
culturales y simbólicas. Se trata de un término que
no es neutro ni inocente.
Las siguientes palabras no pretenden recuperar la
pureza nominante de alguna originaria civilización
primitiva. Tampoco es un gesto de homogeneización
capaz de estandarizar los significados. La idea es
aportar a la construcción de nuevos significantes
que nos permitan reconocernos como sociedades
atravesadas por la herida colonial, estructurar una
crítica a la matriz colonizadora que nos impuso sus
lenguas, sus nombres, sus gramáticas y sus miradas.
La expresión “pueblos originarios”, en el caso de
Chile, es un concepto relativamente nuevo que
comenzó a ser utilizado a principios de los años 90
con el retorno a la democracia. Anterior a ello, los
pueblos originarios eran concebidos en los libros
de historia y en el discurso oficial de la dictadura
como los antepasados, como los pueblos que
habitaron antes de la llegada de los españoles,
En los gobiernos de Lagos y Bachelet se invoca la ley
antiterrorista que persigue y condena a los comuneros
mapuches y se solicitan penas que superan los 100
años de cárcel para ese “otro” ahora concebido como
terrorista.
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los organismos creados para la devolución de
las tierras y el reconocimiento de los pueblos
originarios, impulsó una serie de políticas públicas
que terminaron con las comunidades desplazadas.
Con la idea de homogeneizar, fueron trasladadas
a espacios reducidos y obligados a “urbanizarse”.
Sin embargo, las comunidades se resistieron y
radicalizaron sus posturas, exigiendo la devolución
de las tierras usurpadas. Ante estas exigencias los
gobiernos de la Concertación cambian el discurso,
validando la lógica del otro como maléfico; el
mapuche pasa a ser considerado terrorista por el
propio Estado. En los gobiernos de Lagos y Bachelet
se invoca la ley antiterrorista que persigue y condena
a los comuneros mapuches y se solicitan penas que
superan los 100 años de cárcel para ese “otro” ahora
concebido como terrorista.
Durante los últimos años se ha instalado el discurso de la inclusión multicultural, la tolerancia hacia el “otro”, sin
embargo, opera también como mecanismo de poder. Para la tolerancia el otro es inaceptable. Y si bien es cierto que hay
avances en políticas contra la exclusión y discriminación, estas siguen implicando la asimilación de las minorías por las
mayorías.
Desde la lógica homogeneizante del concepto del
“nosotros”, la noción de “pueblos originarios” no es
un término neutro ni inocente. Durante muchos
años los indígenas fueron confundidos con los
campesinos e inclusive en nuestros días resulta
difícil establecer la línea divisoria entre unos y otros.
La llegada de la Unidad Popular en el año 1970,
encabezada por Salvador Allende, generó grandes
expectativas entre los pueblos originarios. Pero
pese a que se crearon condiciones para que las
comunidades indígenas fueran parte del proceso
de reforma agraria, el Estado nuevamente
homogeneizó a los campesinos y mapuches,
confirmando que las políticas desarrolladas por
los partidos políticos no interpretaban la demanda
desde una perspectiva de sociedad indígena y
pueblo propiamente tal.
Podríamos señalar que el gobierno de Allende y
los gobiernos concertacionistas “progresistas” han
construido su política bajo la mirada occidental,
entendiendo la lucha de clases entre explotados
y explotadores sin lugar para la posibilidad de un
“otro” distinto. Y es que en toda sociedad colonizada
los grupos de poder fueron conformados por
diversas fracciones de la oligarquía blanco-mestiza,
que traza una serie de estrategias de dominación.
La oligarquía chilena forma un Estado social
colonialista, en la que los grupos de izquierda y de
derecha -o liberales y conservadores- tendrían la
misma matriz colonizadora. Desde aquí podríamos
entender la contención que han realizado los
gobiernos, frenando los procesos de recuperación
de tierras de las comunidades mapuche.
El mapuche ocuparía el lugar del extranjero, es
“otro” peligroso, que está fuera de la ley y que atenta
necesariamente con lo establecido.
Durante los últimos años se ha instalado el
discurso de la inclusión multicultural, la tolerancia
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hacia el “otro”, sin embargo, opera también como
mecanismo de poder. Para la tolerancia el otro es
inaceptable. Y si bien es cierto que hay avances en
políticas contra la exclusión y discriminación, estas
siguen implicando la asimilación de las minorías por
las mayorías.
Se trata de la presencia de un complejo de
superioridad. La política de inclusión proviene de
otro que considera al mapuche como inferior. La
política social dominante es quien fija la identidad,
y esta última a su vez es construida desde afuera
hacia adentro, dejándonos a todos en un lugar
común. Desde esta lógica, el pueblo mapuche no
tendría la capacidad suficiente para comprender y
menos para elaborar políticas públicas.
En este escenario comienzan a aparecer los ecos de
aquellas voces sepultadas y silenciadas que siguen
asediando el mundo de los vivos, recordándonos
que el pasado insiste con su reclamo de justicia.
La colonización trajo como consecuencia, entre
otras cosas, que la religión monoteísta barriera
con sus cosmovisiones y que el moderno Estado
burocrático desplazara a las arcaicas organizaciones
“socialistas”. El sur de América fue concebido como
proveedor de recursos naturales y mano de obra
barata.
La instalación de empresas forestales en territorios
ocupados ancestralmente por comunidades
mapuche ha generado daños irreparables, ya que
han dividido a las familias que antes compartían
un mismo territorio. La familia es la unidad base
de la organización social de estos pueblos. Por otra
parte, la plantación de pinos y eucaliptos secan
y contaminan las napas subterráneas ya que son
especies introducidas que se dan en condiciones
de humedad, y que por lo tanto consumen una alta
La colonización trajo como consecuencia, entre otras
cosas, que la religión monoteísta barriera con
sus cosmovisiones y que el moderno Estado burocrático
desplazara a las arcaicas organizaciones “socialistas”.
El sur de América fue concebido como proveedor
de recursos naturales y mano de obra barata.
cantidad de agua, provocando sequías en las napas
subterráneas y la inutilización de los terrenos, grave
problema para las comunidades que desarrollan su
vida en torno a la tierra. Las comunidades hoy viven
en espacios reducidos, ya no consiguen sus plantas
medicinales y la tierra es cada vez más esquiva para
las plantaciones de papa, principal recurso de este
espacio territorial.
Las condiciones de pobreza son extremas. Sin tierras
productivas para ser trabajadas y subyugados a las
forestales que mantienen el control económico
y militar en la zona, algunos comuneros son
contratados por las empresas madereras como
mano de obra barata. Los comuneros realizan el
conjunto de las tareas que no pueden ser confiadas
a la automatización y que pueden ser ocupadas por
cualquier humano. El mapuche asume la condición
de obrero y es obligado a incorporar nuevos
modelos de producción.
Para poder entender el tema de la identidad
en nuestro continente es necesario indagar e
interpelar la construcción de un “nosotros”, un
desafío problemático ya que cuando intentamos
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unificar voces, aunar criterios, se asume el riesgo
de homogeneizar lo irremediablemente diverso
y resistir a la humana tentación de transformar al
“ellos” en un enemigo a vencer, conquistar, asimilar
o normalizar, es decir, la tentación de convertirlo en
“nuestro” otro, en nosotros.
Es necesario dejar de lado la búsqueda de re
significados para denominar a nuestro continente y
aquellos pueblos que estaban en estas tierras, antes
de la llegada de los colonizadores. No se puede vivir
tratando de reemplazar un signo por un nombre
liberador y descolonizado.
“Así, cada cultura es un trayecto en la visión del sueño
del universo, nos dijeron. El mundo es como un jardín,
oí después. Cada cultura es una delicada flor que hay
que cuidar para que no se marchite. A veces pueden
parecernos semejantes, pero cada una tiene su aroma,
su textura, su tonalidad particular. Y aunque las flores
azules sean nuestras predilectas ¿qué sería de un jardín
sólo con flores azules? Es la diversidad la que otorga
el alegre colorido a un jardín. Tal como la expresión
de esa diversidad, el diálogo de sus pensamientos,
es lo que nos permite y nos seguirá permitiendo la
más enriquecedora comprensión del mensaje de los
sueños”
Elicura Chihuailaf, escritor mapuche
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Notas sobre la democraciaEn su sentido más literal, la palabra dictadura evoca la figura de un dictador que se arroga todas las atribuciones del gobierno y del Estado, borrando cualquier atisbo de soberanía popular, avasallando con todos los derechos democráticos, políticos y humanos. Pero está claro que no sólo para Chile, sino para todo el continente, también está cargada de otros sentidos, e íntimamente asociada a los golpes de Estado, terror, represión, muertes y desaparecidos.
La decisión del gobierno chileno de sacar la
palabra “dictadura” de todos los textos escolares
y remplazarla por “régimen militar” causó una
tremenda conmoción en el país y provocó un debate
en torno a un tema que es profundamente sensible,
pues el término refiere un régimen que tomó el
poder en Chile a través de un sangriento golpe de
Estado, comandado por el ejército con Augusto
Pinochet a la cabeza, derrocando al gobierno
democrático de Salvador Allende, e instalando un
régimen de terror.
En su sentido más literal, la palabra dictadura evoca
la figura de un dictador que se arroga todas las
atribuciones del gobierno y del Estado, borrando
cualquier atisbo de soberanía popular, avasallando
con todos los derechos democráticos, políticos y
humanos. Pero está claro que no sólo para Chile,
sino para todo el continente, también está cargada
de otros sentidos, e íntimamente asociada a los
golpes de Estado, terror, represión, muertes y
desaparecidos.
Parece evidente entonces la intención del actual
gobierno del derechista Piñera —a quien es
inevitable señalar como partidario de aquel
* Rubén Tussedu
* El autor es militante del Partido Obrero (Argentina), y ha estado en Chile en 2006 en medio del desarrollo del movimiento de lucha estudiantil. En los 6 meses que estuvo en Chile ha participado activamente redactando y agitando volantes y periódicos militando en el PRO-Chile, pequeño grupo relacionado con el Partido Obrero de Argentina y la CRCI (Coordinadora por la Refundación de la IV internacional).
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régimen sangriento y seguramente también su
beneficiario— de lavar la cara de la dictadura y
buscar darle legitimidad, con el objetivo también de
borrar el término de la memoria histórica, es decir,
de las cabezas de las nuevas generaciones.
Si bien esta situación motiva una batalla cultural,
bajo esta superficie encontramos también una
batalla política de fondo, que puesta en su real
dimensión es sumamente actual.
Para comprender una situación concreta, los términos
necesitan ponerse en contexto histórico y social. Por
ejemplo, el término democracia en principio remite
al “gobierno del pueblo”, la “soberanía popular”.
Pero ciertamente nuestra idea de democracia no es
la misma que la democracia ateniense, donde los
“hombres libres” o “ciudadanos” ejercían el gobierno
discutiendo las cuestiones de interés público en una
asamblea, pero donde sin embargo, el grueso de la
población no era considerada ciudadana o siquiera
humana, y la gran masa o carecía de derechos
políticos o eran directamente esclavos. Esa era la
realidad democrática.
Hoy tenemos una democracia donde supuestamente
somos todos iguales ante la ley, y la soberanía
descansa en el pueblo que elige sus representantes
a través del voto, cada determinado periodo de
tiempo. Pero lo cierto es que esta democracia es en
realidad expropiación de esa soberanía a través del
voto, pues los representantes elegidos no pueden
ser revocados, y sólo se elige una pequeña porción
de los funcionarios que dirigen y administran el
Estado. A esto se suma el hecho de que los partidos
que llegan al poder son aquellos que pueden
llegar a la opinión pública a través de sus aparatos
y la publicidad. Y esta última necesita de grandes
sumas de dinero (sin contar con el fraude u otros
mecanismos que distorsionan la voluntad popular).
El derecho de cualquier ciudadano a presentarse
como candidato es letra muerta sin el dinero y
el aparato, quedando dicha voluntad como una
expresión marginal.
En el caso de los gobiernos latinoamericanos, queda
en evidencia la continuidad del cuerpo legal de la
dictadura en la democracia, por ejemplo a través
de las leyes orgánicas de educación, o la que regula
la actividad sindical. Entonces el problema son los
intereses sociales que existen detrás de una y otra
forma de gobierno.
Esta continuidad de las instituciones dictatoriales
no hubiera sido posible sin el acuerdo de los
partidos y fuerzas “democráticas”. La concertación
y el PC, por ejemplo, que negociaron la salida de
la dictadura en los términos de ésta, obedeciendo
a los intereses sociales dominantes, subordinando
los intereses populares. El régimen democrático
que siguió a la dictadura pinochetista es lo que está
hoy en cuestión. Su incapacidad para representar
los intereses populares cada vez es más manifiesta,
y se entró en un agotamiento agudo en el último
gobierno concertacionista, responsable del ascenso
derechista posterior.
El gobierno actual es representante de los intereses
que estaban detrás de aquel golpe sangriento, y
de quienes hoy, en medio de una crisis capitalista
internacional, reclaman que esta sea pagada por
el pueblo trabajador y la juventud. De este modo,
la crisis no se queda en el terreno económico sino
que ya está provocando fuertes choques sociales.
La masa de trabajadores y sobre todo la juventud,
no están dispuestos sacrificar sus anhelos y sus
condiciones de vida para rescatar a un puñado de
capitalistas que no proponen ninguna salida más
que seguir socavando las bases sociales y materiales
de las masas.
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Queda entonces la pregunta acerca de si estas masas,
que hoy salen a enfrentar la descarga de la crisis,
serán capaces de superar una conducción política
que por sus intereses inmediatos, no es capaz de
comprender que bajo la superficie del debate
político se encuentra un quiebre de las relaciones
sociales capitalistas y un serio cuestionamiento al
poder. Nos encontramos ante la puesta en duda
del régimen democrático, en cuanto implica poner
el poder soberano en manos de la burguesía que
impone su programa con el coste de sufrimientos y
privaciones de quienes viven de su trabajo, puestos a
disposición del conjunto de las fuerzas productivas.
Lo cierto es que el Estado puede cambiar de
forma (democracia, dictadura) pero no su esencia.
Desde una concepción materialista, marxista, de
la historia, el Estado es un aparato de dominación
de una clase por otra: la clase propietaria que vive
del trabajo ajeno, que cuenta con una burocracia y
un brazo armado como órganos fundamentales de
este aparato. El Estado garantiza la continuidad de
este régimen de propiedad. Aquí sí encontramos
un punto común con la democracia antigua: por un
lado el régimen de propiedad esclavista, y ahora el
régimen de propiedad privada capitalista.
Para comprender una situación concreta, los términos necesitan ponerse en contexto histórico y social. Por ejemplo, el término
democracia en principio remite al “gobierno del pueblo”, la “soberanía popular”. Pero ciertamente nuestra idea de democracia no es la misma que la democracia ateniense, donde los “hombres
libres” o “ciudadanos” ejercían el gobierno discutiendo las cuestiones de interés público en una asamblea, pero donde sin
embargo, el grueso de la población no era considerada ciudadana o siquiera humana, y la gran masa o carecía de derechos políticos
o eran directamente esclavos. Esa era la realidad democrática.
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PalabrearEl nuestro es un idioma de gramáticos, de guardianes de tradiciones y dogmas, altamente normalizado y afectado por la apariencia, donde las expresiones llegan a ser en su afectación protagonistas de lo bizarro. * Alberto Borja
* Artista plástico. Ha expuesto su obra individual y colectivamente desde los años 90s. Licenciado en Lingüística y Literatura, cursa su maestría en Hermenéutica y fenomenología. Actualmente trabaja también como curador asociado de una galería en Bogotá y escribe sobre arte contemporáneo.(1) Villena, Miguel. Entrevista a Juan Goytisolo, en El País, 26 de Junio 1997.
La lengua que hablamos es nuestro patrimonio
cultural más valioso. En ella se inscribe buena parte
de nuestra historia común. El mundo existe para
nosotros a partir de su descripción en el discurso.
También aprendemos con la poesía que no todo
está en las palabras, que hay cosas que escapan a sus
recursos, cosas que van detrás de ellas. De alguna
manera sabemos que cada palabra también es una
promesa con muchas posibilidades de incumplirse,
una probabilidad de engaño, una mentira. En tanto
que nos resguardemos en el silencio hay menos
posibilidades de equivocarnos y no hay necesidad
de mentir, pero aún en el silencio las palabras
hablan, claman por su significado, por su sentido,
por su interpretación.
Las letras nos han servido también para negar
nuestros orígenes y construirnos una identidad
falseada. Como anotaba Juan Goytisolo(1) en una
entrevista de los años 90s “… apenas 14 kilómetros
separan a los dos países (Refiriéndose a España y
Marruecos), cuando 40.000 palabras del castellano
son de origen árabe y cuando la literatura en España
no se puede entender durante cuatro siglos sin las
referencias árabes” y en otra ocasión el mismo autor
menciona (en la serie de entrevistas documentales
de Palabra Mayor en 1993-1994, dirigida por R. H.
Moreno Durán) que la única palabra del castellano
en el idioma árabe es precisamente Palabra que
significa: mentira. Pero las palabras además están en
lugar de las cosas, contienen lo que de otra manera
no podríamos conocer, nos sirven para fijar, detener
o estabilizar las cosas en objetos reconocibles.
El nuestro es un idioma de gramáticos, de
guardianes de tradiciones y dogmas, altamente
normalizado y afectado por la apariencia, donde
las expresiones llegan a ser en su afectación
protagonistas de lo bizarro. En Colombia lo logró
recientemente el régimen anterior 2002-2010,
redefiniendo palabras como patria (Extensión de
territorio nacional que sirve para que contratistas
e inversionistas de dudosa reputación exploten
sus recursos con pocas restricciones y grandes
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excepciones tributarias), terrorismo (aplicado por
igual a guerrillas marxistas prehistóricas y cualquier
miembro de la oposición política), oposición (Léase
terrorismo), confianza (tejido social de la mafia en el
que la ley del silencio y la lealtad del cómplice son
los principios), inversionista (Cualquier persona con
suficiente capital para adquirir grandes extensiones
de territorio a testaferros y sembrar palma de aceite,
explorar recursos mineros o comprar licitaciones o
contratos), buenos muchachos (Usada por Martin
Scorsese para titular su famosa película Goodfellas
de 1990, en Colombia le sirvió al presidente 2002-
2010 para referirse a su ex director de Inteligencia
que proporcionaba listados de sindicalistas y
líderes sociales que luego eran ejecutados por los
paramilitares), y falso positivo (expresión criminal
de las fuerzas armadas para definir una ejecución
extrajudicial de un ciudadano desempleado o
campesino con el fin de mostrarla como una
legítima baja en el campo de combate). De la misma
forma actúan cada tanto los distintos regímenes
políticos “democráticos” amparados en elecciones
populares y que luego mediante la imposición de
constituciones populistas hechas a las volandas, a la
carrera, pretenden su reelección indefinida.
Las palabras se invierten para establecer relaciones
de poder, para imponer doctrinas y sobre todo para
influir y orientar el pensamiento (Cabe recordar
a Teum Van Dijk(2) sobre los mapuches en Chile,
por ejemplo, a propósito de su teoría del análisis
crítico del discurso). El pueblo chibcha del área
andina colombiana designaba como señor y señora
en sentido noble respectivamente al guache y
a la guaricha, luego en tiempos de la colonia su
significado cambió y hoy en día aun sirven para
designar a un patán violento y maleducado en
el caso del hombre y para la mujer guaricha es
sinónimo de prostituta entre otros valores. El bien
no es un valor sino una marca de cuna, de familia,
ser una persona de bien en Colombia equivale a
ser una persona “bien”, es decir una persona bien
relacionada y bien estacionada en la estrecha
cúspide de la pirámide social.
Las palabras pueden ser un arsenal. En ellas radica
toda la potencialidad explosiva que se carga en
un objeto simbólico como una consigna de los
Ocuppys, o la declaración ingeniosa del cantante de
calle 13 impresa en una t-shirt (URIBE PARA bases
MILITARes gringas en Colombia, por ejemplo).
Se pueden buscar los titulares de prensa y las
noticias para descubrir en sus interpretaciones, y
la mayoría de las veces desvergonzadamente
en sus enunciados, la manipulación calculada,
la orientación de la opinión y los argumentos
frecuentes de la corrupción desbordada.
Poco reconocemos nuestros propios dialectos y las
La variedad dialectal es una música, una musicalidad al hablar, conformada de
geografías, cuerpos, aires, bailes, rezos, soles y aguas que
resumen en sus sonoridades la historia de un pueblo,
sus ingredientes étnicos y culturales, sus difíciles caminos
sociales, la interacción de sus gentes y su permeabilidad y
flexibilidad ante los otros.
(2) Muñoz, Antonieta. Entrevista a Teum van Dijk. En: http://www.discursos.org/Entrevista+Mensaje+con+Antonieta+Mu%F1%F3z.pdf
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lenguas amerindias sobrevivientes lo atestiguan
al seguir extinguiéndose año tras año. Tal vez ellos
comprendieron de forma particular el valor de la
palabra como urdimbre, como tejido indisoluble
y patrimonial de la memoria que debía unir los
objetos de palabra a las cosas de la realidad material
que ellos mismos realizaban con sus manos o que le
pertenecían a la naturaleza. Una manta es palabra
y manufactura y artesanía, arte. Como el sombrero
vueltiao del caribe colombiano, o las mantas de
los antiguos pueblos del Perú o el Ecuador. Casi
todos los vínculos entre las palabras y las cosas se
han extinguido en el comercio de la tradición, en la
banalización de la palabra. La palabra se convierte
en promesa de venta, en bien de intercambio, y su
cotización baja en todos los mercados, incluso se
automatiza en la era digital.
En oposición los pueblos americanos ancestrales
que sobreviven en nuestros días mantienen vivas
sus palabras en la oralidad. Gracias a la magia y al
poder de sus saberes ancestrales persisten en medio
de la extinción de tantas especies. La memoria
como tradición del conocimiento fue el recurso
primero para transmitir a nuevas generaciones la
acumulación de información útil para la vida y para
la permanencia de la comunidad. La oralidad sigue
siendo la principal forma de comunicación entre
los humanos que buscan en sus voces conducidas
ahora por smartphones o vía skype la comprobación
del otro. Por eso, a pesar de que ahora mismo usted
lee estas palabras de un texto impreso o de una
pantalla, cada palabra resuena a nivel sublingual
antes de ser escuchada como percepción sonora
que luego se decodificará a gran velocidad para que
usted entienda que le estoy hablando y de qué le
estoy hablando.
La variedad dialectal es una música, una musicalidad
al hablar, conformada de geografías, cuerpos,
aires, bailes, rezos, soles y aguas que resumen
en sus sonoridades la historia de un pueblo, sus
ingredientes étnicos y culturales, sus difíciles
caminos sociales, la interacción de sus gentes y
su permeabilidad y flexibilidad ante los otros. Al
hablar también cantamos y todo nuestro cuerpo
se compromete en el sonar de las palabras. Las
piernas, las caderas, el plexo solar, el diafragma,
los pulmones, la garganta, la boca, la nariz, la cara
toda, las manos, los oídos, la lengua y los dientes
se articulan entre sí para componer los sonidos
familiares que hemos escuchado desde antes de
nacer. Finalmente las palabras mueren, se extinguen,
cuando se condenan al silencio y no se las vuelve a
usar. Allí, en ese cementerio de diccionarios viejos
y de escrituras antiguas, de vez en cuando poetas,
escritores, teóricos e investigadores las desentierran
temporalmente para hacerlas vivir en los mundos
posibles de la metáfora o en el frío cálculo de las
disecciones fonéticas o filológicas. Las palabras
duermen en su mayoría, reservando así mismo su
poder, como armas semánticas de destrucción
masiva que aguardan su hora entre hojas y
cubiertas para alimentar a veces con argumentos
reaccionarios, fundamentalismos que reactivan
odios raciales, religiosos o nacionales con una cierta
regularidad. Hoy su almacenamiento se realiza
en bits, en algoritmos de archivo, de lectura y de
búsqueda. En la memoria de máquinas, convertidas
en micro-pulsos electrónicos programados y
almacenados en cadenas infinitesimales de silicio, las
palabras viven un nuevo tiempo. Nunca estuvieron
tan presentes ni permitieron comunicarse a tantos
en tantos idiomas a la vez. Una forma de oráculo
digital ubicuo que desafía cualquier visión futurista
del siglo XX. Su auxilio nos rescata del aburrimiento
y de la propia soledad haciendo que recreemos la
idea de la compañía y de la interlocución detrás de
una pantalla LED.
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