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Page 1: La Obra de Gustave Flaubert

LA OBRA DE GUSTAVE FLAUBERT

La obra de Flaubert está construida sobre una auténtica negación de sí mismo, de un esfuerzo enorme tendente a superar, mediante el rigor y la búsqueda de un estilo propio, su la inclinación de su temperamento hacia el lirismo, especialmente desde 1849.

Sus primeros textos están profundamente influidos por sus lecturas románticas; son textos de carácter histórico, en los que aparece ya su gusto por las épocas antiguas, los personajes misteriosos y satánicos, y los crímenes sombríos (Crónica del siglo X). Pero, gracias a la lectura de Balzac, Flaubert empezará a cuestionar la sociedad de su tiempo, especialmente a través de relatos críticos, como Pasión y virtud; también encontramos narraciones de carácter fantástico, llenos de exaltación romántica y desbordamiento verbal, en los que se refleja el mal du siècle (el hastío, la fascinación por la nada), como Sueño del infierno o Smarh. Unidos a estos textos, comienza pronto a escribir relatos de carácter autobiográfico, llenos de romanticismo desengañado: Memorias de un loco, la primera Educación sentimental (meditación romántica acerca de la imposibilidad del amor y de la felicidad), Noviembre. Ninguno de estos textos sería publicado en vida del autor.

Como culminación de esta etapa, e impresionado por un cuadro de Brueghel que contempló en Génova, Flaubert se propuso escribir una obra inscrita en un mundo de sueños, ideal, relacionada con Byron y Goethe: Las tentaciones de San Antonio, que escribió a lo largo de tres años, de 1846 a 1849. Cuando la terminó, la presentó a sus amigos Máxime du Camp y Louis Bouilhet, quienes le dijeron que “lo mejor es arrojar todo eso al fuego y no volver a hablar nunca más de ello”. Gracias a este juicio, nuestro autor dio un definitivo giro en su carrera literaria. Sus amigos le aconsejaron que se dedicase a escribir una historia costumbrista y real, apoyada en un hecho verídico, y que todos ello conocían, germen de su obra magna Madame Bovary.

Este cambio de rumbo le permitió comprender a tiempo que su fracaso hasta ese momento era de naturaleza estética, consecuencia de una retórica ampulosa y hueca. Y si opta por un tema realista, lo hace con el propósito de escribir siguiendo un estilo exigente. Elegir un tema exento de lirismo y retórica le haría dejar de lado estos dos defectos. Cinco años dedicó a la escritura de Madame Bovary; este libro era el resultado del triunfo de la voluntad sobre el temperamento, la prueba palpable de que el genio se consigue con el ejercicio cotidiano; tenía conciencia de que la obra literaria exige fuertes dosis de observación minuciosa; presentía que el rigor novelístico se alcanzaría gracias a un progresivo ocultamiento del narrador, pero debía someter al lenguaje.

Con Madame Bovary se inicia también la temática del fracaso de una vida, de la denuncia de las ilusiones irrisorias del romanticismo vulgar, así como de la mediocridad universal de la realidad social y humana. La observación de la realidad y su propio pesimismo existencial generarían sus dos grandes novelas, la ya citada en provincias, y La educación sentimental en París, y cuyo elemento común era la presentación de vidas que acaban por deshacerse en medio de la banalidad de la vida burguesa; epopeyas del fracaso donde no cabe ningún tipo de salvación para las almas soñadoras.

Madame Bovary (1857) es la historia de una provinciana mal casada, cuyo itinerario sentimental, partiendo de la desilusión matrimonial, pasa por la tentación extraconyugal, la decepción del adulterio y el suicidio: fracaso y muerte, marcados por la mediocridad y el tedio. El mal que aqueja a Emma Bovary acabará llamándose “bovarismo”, mal universal del hombre moderno, sensación de insatisfacción que impide ver la realidad con un mínimo de rigor y vivir conforme a su naturaleza, que le incita a mostrarse disconforme con su destino, creyéndose destinado a metas superiores. La obra fue denunciada y juzgada por inmoralidad, pero el escándalo (y la absolución por el juez) la acabó convirtiendo en un éxito.

Fatigado de los cinco años que le llevó concluir la novela, Flaubert busca a continuación un tema que le permita retomar su temperamento. Y lo encuentra en Salammbô (1862), novela ambientada en la antigua Cartago después de la primera Guerra Púnica, para la que también se documentó ampliamente (viajando y leyendo las fuentes históricas) y en la que aplicó el método de trabajo anterior: elaboración minuciosa, sometimiento de su vehemencia romántica por medio de la frase justa, del ritmo apropiado, de la imagen realista.

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Inmediatamente después de su publicación, surge en él de nuevo la conciencia autobiográfica; ahora, tras diez años de ejercicio estilístico, maestro en el arte de la narración, retoma una antigua obra, La educación sentimental, la rehace (la publicará en 1869) y la convierte en una vasta crónica generacional y el cuadro fiel del desarrollo de una época, el devenir de unos destinos individuales en una sociedad sin que medie interpretación alguna. En medio de esa sociedad, un trasunto de su persona, Frédéric Moreau, que se va desintegrando, inmerso en los avatares de un mundo en transición. El protagonista, generalización y símbolo de una época convulsa, vacila entre la provincia y París, entre el amor platónico y el amor sensual, hasta echar a perder definitivamente su vida (como tantos héroes románticos; a diferencia de las obras románticas, la de Flaubert está llena de ironía y amargura: el personaje flaubertiano es un antihéroe por el que pasa la vida mientras permanece en un estado de postración).

Tras el esfuerzo de trabajar con la realidad que le supuso esta última obra (y su fracaso comercial), Flaubert, que sigue rechazando la vida moderna, retomará la que consideraba su gran proyecto literario: Las tentaciones de San Antonio, que concluirá en 1874, consiguiendo algo que va más allá de la novela (ha sido llamada “drama filosófico” o “poema fantástico”). La historia del ermitaño tentado por el Diablo atrajo durante treinta años a nuestro autor, quizá por su fondo fáustico, además de por la innata atracción por lo maravilloso de Flaubert, aunque ahora evitará la gratuidad narrativa y el lirismo arbitrario.

Sus último años transcurren en una dinámica de libertad de inspiración; en 1877 publica sus Tres cuentos, considerados una de sus obras mayores. El primero, Un corazón sencillo (o mejor, Un alma de Dios) es la historia de una humilde sirvienta, Félicité, con el que retoma el tema de las costumbres modernas; La leyenda de san Julián el Hospitalario es una hagiografía; y el tercero, Herodías, aborda la historia bíblica de san Juan Bautista. Tres relatos ubicados en tres marcos diferentes y en tres épocas distintas, pero que constituyen un todo por la unidad del tema: la soledad, la fatalidad de la soledad. En Un corazón sencillo es desamparo, descenso, abandono con final tierno e irónico, pero en los otros dos relatos se manifiesta en apoteosis, en ascensión abocada a la santidad. Además, estos cuentos pueden considerarse un retorno a la totalidad de su producción, retomando las diferentes líneas narrativas que había practicado (Un corazón sencillo = Madame Bovary; San Julián = Las tentaciones; Herodías = Salammbô), realizando un ejercicio de pureza narrativa sin renunciar al realismo de su técnica.

Una vieja idea flaubertiana, la de escribir un libro sobre nada, pervivía en su mente; por eso, ya en 1872 comienza una serie de lecturas para escribir una novela de ambientación moderna que fuese la expresión intelectual del bovarismo, de la época burguesa que menospreciaba, y que pusiera de relieve la tentación de la ciencia, del deseo de conocer, y el absurdo de todo ello. Con Bouvard y Pécuchet (inconclusa por su muerte), dos autodidactas que viven apartados del mundo e inmersos en una especie de filosofía más o menos científica, que creen avanzar pero constatan que, cuanto mayor parece el progreso, antes se llega al punto de partida, el autor, en cierto modo, caricaturiza a sí mismo y a su época; como buen romántico desengañado, Flaubert se mantiene hasta el final cautivo de sus contradicciones.

(Resumido de Juan Bravo Castillo, “Introducción” a Madame Bovary, Madrid, Espasa, colección Austral, 1993)


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