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Julián Harruch –código: 432960

La naranja mecánica: la deshumanización del sadismo y la violencia

Introducción

Lo verosímil cinematográfico es, de acuerdo con Metz, la naturalización de determinadas convenciones que reducen lo posible fílmico. En otras palabras, lo verosímil cinematográfico consiste en el conjunto de restricciones convenidas (arbitrarias y culturales) que limitan tanto el contenido sustancial de la obra (i.e, el argumento, aquello de lo cual habla la obra) como su contenido formal (i.e, los recursos técnicos desplegados como vehículos expresivos, la manera en la que se habla de aquello de lo cual se habla); restricciones convenidas, digo, que se presentan como resultado, no de leyes de un discurso ya pronunciado, sino como restricciones intrínsecas al orden de la realidad y a las exigencias mismas del argumento –de ahí que se hable de convenciones naturalizadas. En este sentido, lo verosímil cinematográfico se constituye como un tipo de censura en tanto que supone la disminución de lo posible real (a saber, aquello que es de hecho decible en el cine, así como todos los medios expresivos de hecho disponibles para decir lo que se quiere decir).

Con este marco teórico brevemente esbozado, quiero, en lo que sigue, hacer un corto análisis de la película La naranja mecánica de Stanley Kubrick señalando bajo qué criterios considero que dicha película rompe con códigos de verosimilitud, en el sentido expuesto anteriormente del término.

Distopías: la última revolución

La novela de Anthony Burguess (1962) es considerada como parte de la tradición de novelas de ciencia ficción que proyectan visiones futuristas perversas de la sociedad opuestas a lo que podría concebirse como una sociedad ideal, i.e, distopías. Encontramos en este género novelas como Un mundo feliz (1932, Aldous Huxley), 1984 (1949, George Orwell). El contenido argumental o tema que abordan estas novelas es lo que Huxley llamaba la última revolución (the ultímate revolution), a saber, “la revolución que va más allá de la política y de la economía, y que tiene por objetivo la subversión de la psicología y la fisiología del individuo” (Fragmento de la carta de Huxley dirigida a Orwell a propósito de la publicación de 1984).

La naranja mecánica aborda ese mismo problema: en un Londres del futuro en el que el crimen y la violencia se han desbordado, un gobierno totalitario se arroga el derecho a decidir qué es moral y socialmente deseable y encomiable y, más aún, se arroga el derecho de imponer esas valoraciones a los individuos que puedan mostrarse contrarios a

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las mismas, por medio de la técnica de Ludovico, que consiste en condicionar corporalmente a los sujetos de manera tal que se vean impedidos a actual de maneras socialmente reprochables o indeseables. La técnica de Ludovico desprovee al sujeto de su capacidad de elegir moralmente y, de esta forma, lo desprovee también de su humanidad.

Principios audiovisuales y narrativos: Violencia y Sadismo

Ahora bien, la pregunta que queda abierta es si La naranja mecánica, como adaptación al cine de la novela de Burguess, rompe con los códigos de verosimilitud a partir de los cuales ese mismo problema ha sido tratado en el cine. En otras palabras, si la película de Kubrick logra plasmar o actualizar nuevos posibles fílmicos en la manera en que aborda el problema planteado, a saber, aquello que en este texto he llamado, siguiendo a Huxley, la última revolución. Lo que quiero mostrar es cómo determinados principios audiovisuales y narrativos logran romper con algunas convenciones del género y le dan actualidad a la película de Kubrick.

En este sentido, desde el punto de vista formal, quiero resaltar, en primer lugar, la manera en que Kubrick logra que la perspectiva del espectador sea la misma que la de su protagonista: por un lado, la narración es en primera persona en voz en off, mediante la cual el protagonista transmite sus emociones y la manera en que experimenta los sucesos que se le presentan –lo que, ya de por sí, hace inevitable que en el espectador surja cierta simpatía frente al protagonista-; pero no sólo eso: hay continuamente a lo largo de la película un trabajo subjetivo de la cámara; es decir, la cámara nos presenta frecuentemente la perspectiva visual del protagonista. Estos dos elementos hacen de la situación del espectador una bastante incómoda por momentos, principalmente, en las escenas de contenido más violento. Pues el espectador no sólo siente simpatía por el protagonista sino que experimenta desde su perspectiva el placer sádico que aquél siente en los actos de crueldad y violencia. Piénsese por ejemplo en la escena en la que Alex junto a sus amigos violan a la esposa del escritor. La escena es demasiado explícita y detallada gráficamente y en varias ocasiones la cámara nos muestra lo que Alex ve. De manera que el espectador queda atrapado entre sus simpatía por el protagonista y la repulsión que siente frente a las acciones del mismo.

Esta identificación de la perspectiva del espectador con la perspectiva del protagonista lleva a que, como en el ejemplo señalado de la violación, las imágenes sean más violentas de lo que podrían ser. Lo que quiero señalar es que la manera en que Kubrick presenta el sadismo del protagonista no tenía que ser necesariamente tan explícita ni tan gráfica. Por tanto, es válido preguntarse por qué escogió, por ejemplo, que hubiera tanto trabajo subjetivo de la cámara, o por qué planos tan cercanos a las víctimas de Alex en el

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momento en que son victimizados, de manera que el contenido de la película fuera tan violento.

En mi opinión la utilización de recursos técnicos como los señalados cumple un cometido argumental. Me explico: antes dije que lo que está en juego con la técnica Ludovico es la humanidad misma del individuo. Desproveerlo de su capacidad de elección moral entre el bien y el mal -así su elección sea el mal-, es desproveerlo de su humanidad. En este sentido adquiere mucha coherencia el grado de explicites gráfica de la violencia en la película, pues es necesario no sólo que el espectador comprenda que en el condicionamiento fisiológico y psicológico del individuo se pone en riesgo sus humanidad, sino que es preciso que lo comprenda aun cuando pueda reconocer que la violencia, el sadismo y, en general, el mal moral en sus más perversas y malvadas expresiones, es parte de esa humanidad. En definitiva, la película, audiovisual y narrativamente, tiene el objetivo de, por decirlo de algún modo, poner en aprietos al espectador, presentándole situaciones extremas de sadismo y violencia, para hacerle reconocer que eso también hacer parte de lo que llamamos humano.

Creo que lo anterior nos permite definir una manera clara en la que La naranja mecánica actualiza nuevos posibles fílmicos. Si se piensa, por ejemplo, en la adaptación al cine de 1984 –que es el referente más cercano dentro del género-, el espectador también asiste a la deshumanización del individuo a través de su condicionamiento. Vemos cómo Winston en la habitación 101 ve vulnerado aquello que jamás pensó posible, a saber, su amor por Julia. Sin embargo, en esta película (y, por supuesto, también en la novela) el espectador reconoce en Winston valores éticos y humanos con los que podría identificarse fácilmente o que puede considerar encomiables, por ejemplo, el derecho a decir que 2+2=4. Ahora bien, como he repetido tantas veces, también en La naranja mecánica asistimos a la reducción del sujeto hasta convertirlo en una mera máquina. Sin embargo, Alex no representa nada que podamos llamar bueno moral o socialmente. Representa más bien todo lo contrario: el placer en la violencia y en la crueldad, lo más oscuro de la humanidad. ¿Qué es entonces eso verdadero que se actualiza en La naranja mecánica y que hace que esta película rompa con los códigos de verosimilitud? Pues bien, presentar la deshumanización del sujeto no sólo desde lo que llamaríamos lo moralmente bueno o lo humano exaltable, sino mostrar la deshumanización en su totalidad: i.e, mostrando lo bueno y lo malo del ser humano en su conjunto y cómo es esa totalidad –y no sólo uno de sus contrarios- lo que se pone en juego.

Conclusión: La naranja mecánica como expresión de un inconsciente colectivo

¿Qué nos dice La naranja mecánica de nuestras sociedades? ¿Qué cosas refleja de su tiempo? De acuerdo con Carl Jung en el siglo XX se asistió a la pérdida de la trascendencia

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del mito cristiano y, con ella, a la emergencia del mal en su máxima expresión. El Volchevismo o el Estalinismo, Hiroshima o Auschwitz, son tan sólo unos ejemplos de que tanto fueron socavados los valores cristianos. De manera que el mundo moderno se ve enfrentado al problema del mal y cómo lidiar con el mal. Siendo este, en buena medida, un problema abordado en la película de Kubrick. Cómo lidiar o convivir con el mal es una cuestión de autoconocimiento, nos dice Jung, pues sólo el autoconocimiento nos permite adentrarnos en ese núcleo en donde moran los instintos y los factores dinámicos que predeterminan nuestras valoraciones y acciones éticas, a saber, el inconsciente. La naranja mecánica muestra el desconcierto del hombre moderno que ya no obtiene respuestas de su mito fundacional y que, por tanto, se encuentra desconcertado frente al problema de cómo lidiar con el mal. Pero también nos ofrece la película de Kubrick algo de autoconocimiento: “Debemos saber claramente cuál es nuestra capacidad para hacer el bien y cuántas vilezas podemos llegar a cometer. Si queremos vivir libres de engaños e ilu siones debemos ser lo suficientemente conscientes como para no creer ingenuamente que el bien es real y que el mal es ilusorio y comprender que ambos forman parte constitutiva de nuestra propia naturaleza” (Jung 112; el problema del mal en la actualidad).


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