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Celina Salvatierra
La Galena1 Había sido feliz. En el pasado, Eñe y su mujer habían reído juntos ante la complicidad complaciente del amor. Hacía diez años que vivían en la casa que él había heredado, en el mismo lugar donde habían recibido a sus hijos, ahí mismo donde permanecían bajo las reglas de una convivencia sin discusiones. A veces, a Eñe, le daba por pensar que tenía suficiente. –Las llamadas de los del banco son más de cinco al día-‐-‐ le dijo su esposa una noche. -‐…-‐ Siempre puede ocurrir que haya un desliz en una vida organizada. Eñe había pedido un préstamo a su tarjeta de crédito para darse un único placer: el TV plasma; aunque había tenido que vender el aparato seis meses después ante el desajuste en su economía y todavía no terminaba de pagar la deuda. Después de intentar evadir el acoso telefónico de insolentes cobradores Eñe había decidido autocastigarse y trabajar siete días de siete, incluyendo el domingo para conseguir dinero. Como buen meticuloso, había calculado que con ese ritmo en un año no tendría más deuda. Al despertar esa mañana lo único que realmente lamentaba era perderse el final del campeonato mundial para el que se había comprado el plasma, y en el que su equipo tenía la oportunidad de salir campeón por primera vez en la historia. Pero su sentido de responsabilidad lo devolvió a la realidad. Una radio Galena antigua lo esperaba ese día en el taller, y le urgía repararla porque habría doble paga. –Tengo flojo el arreglo de una muela, uno de hace muchos años– le había dicho a su mujer con la mano metida en la boca tanteando con una yema el final de ese túnel oscuro. Así, él había pronunciado como siempre la frase más interesante en la charla del desayuno. En el pequeño local lo esperaba un muro de artefactos apilados y mugrientos. Pero ese día quiso dar prioridad a la Galena, una radio que le gustaba mucho porque le hacía acordar a su padre. Solían tener un principio rudimentario para la transmisión, con un corazón de cristal de galenos que se activaba al contactarse con un hilo unido a una bobina. Al abrirla pensó que debía reactivar ese nervio vital de la radio para hacerla sonar. Por fuera era realmente antigua, “toda una pieza de colección que volverá a la vida”, pensó. Tomó una herramienta que brillaba en la oscuridad y se puso a trabajar. Hacía demasiado calor, de vez en cuando se secaba la frente con el puño del overol. Mientras movía el hilo de sulfuro por la bobina pensó que ya estaría por empezar el partido. La curiosidad lo sofocaba quizá más que la poca ventilación y quiso imaginar que corría al bar de al lado para ver la tv y tomar una cerveza helada. A los treinta y seis minutos del segundo tiempo oyó a través de los muros los gritos que lamentaron un tanto a favor del otro equipo. A Eñe. le temblaron las manos. En el
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Celina Salvatierra
minuto treinta y siete ya estaba bañado en sudor. El sol entraba por una ventana pequeña y marcaba líneas sobre la radio que no lograba hacer sonar -‐-‐en el pequeño local-‐-‐, que requería la iluminación extra de una lámpara porque no tenía suficientes pasos de luz solar. Perturbado estudiaba el circuito, mientras le parecía oler el césped verde del estadio y escuchaba la euforia colectiva. Cuando creyó enfocar el verdadero problema por el que la radio permanecía muda percibió chasquidos. No podía sintonizar ninguna frecuencia, pero el aviso mismo indicaba que el circuito funcionaba. Sin embargo, el avance no pareció servirle de aliento. El grito de gol que venía de la calle y del bar, y de todas partes, le hizo rechinar los dientes. Odió a todos y cada uno de los televisores que lo miraban con cinescopios ciegos. Y entonces, un segundo después, escuchó un relato en tono audible. Oía palabras. Escuchaba el partido. Sorprendido, se quedó quieto para descubrir qué pasaba. Miró alrededor, al techo, atrás, y no había nadie. Regresó a la mesa de trabajo y cuando retomó la tarea se quedó esperando que algo más ocurriera.
– Queridos amigos estamos de nuevo en el estadio Socker City!!!!. Hasta ahora el equipo local empata uno a uno después de haber soportado un gol fuera de lugar, en lo que es el robo más infame de la historia de este deporte. A este árbitro hay que suspenderlo señorees!.
–….Pérez contra Romualdiño, lo esquiva, le pega de larga distanciaaaaaaa pero no, la pelota es para Pérez, que le pega, que le pega…gooooooooooooooooollllll impresionante…la zurda del goleador que pasó a la historia casi sobre tiempo cumplido!. Eñe conoció la felicidad del “tiempo real”. El relato estaba dentro de su cabeza y se oía mejor si afirmaba la mandíbula mientras apretaba las entrañas de la Galena con las manos. Se sorprendió cuando una lágrima involuntaria cayó sobre la bobina. Era él mismo el que hacia sonar la radio. Por primera vez en su vida protagonizaba algo. Quiso secar pronto las evidencias de tanta emoción cuando descubrió la lógica que echaba a andar la radio. Al terminar el partido, sintiéndose un campeón aunque bajo una órbita de alegría ahora más racional, siguió escuchando la programación. Esa noche su mujer lo vio entrar con la Galena bajo el brazo. Un segundo después de enchufarla, invadió la sala una agradable música de cámara. Segundos después, en el mismo lugar, Eñe la tomó de las manos, la miró a los ojos y le pidió el divorcio.