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Primera Edición en Inglés, 1909.
Primera edición mexicana, 1947.
Segunda edición mexicana, 1981
Versión castellana de
CARLOS ARAUJO GARCÍA
1947 CASA UNIDA DE PUBLICACIONES, S.A.
Todos los Derechos Reservados.
Queda hecho el depósito que marca la Ley.
Reproducciones de este libro solamente
con permiso autorizado.
Publicado por Casa Unida de Publicaciones, S. A.
Apartado Postal 97 Bis
Mélico 1, D. F. ISBN 968-7011-00-9
HECHO EN MÉXICO
Casa Unida de Publicaciones, S.A.
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CAPÍTULO I
EL MUNDO EN QUE NACIÓ CALVINO
Al final del siglo XV se abren muchas páginas nuevas en la
historia del progreso del mundo. El mundo mismo se había
ensanchado repetidamente. El descubrimiento de América por
Cristóbal Colón, en 1492, no sólo había dado nuevas visiones
de aventuras y descubrimientos. El año de 1497 fue señalado
por los nuevos descubrimientos de Cabot en la América del
Norte y por el viaje de Vasco de Gama, que dobló por
primera vez el Cabo de Buena Esperanza, poniendo a Europa
en contacto con todo el misterio y la riqueza de la India.
La imprenta, inventada por Gutenberg en Alemania, había
sido introducida en Inglaterra en 1476 por William Caxton, y
establecida en la Sorbona de París por Luis XI. Viniendo así,
después de la toma de Constantinopla por los turcos y de la
caída del Imperio Bizantino, ayudó a la difusión de la
literatura griega y latina por toda Europa y contribuyó al gran
despertamiento del pensamiento europeo.
El poder político se trasladaba también de las naciones
orientales de Europa a las occidentales. Venecia, Florencia,
Genova, veían desvanecerse gradualmente su vasta influencia.
España, Francia e Inglaterra se habían hecho grandes naciones.
Por aquella época al menos, los Estados republicanos, tanto
del Norte como del Sur, cedían el paso a los monárquicos.
Sólo un poder parecía permanecer inconmovible en medio
de los cambios que se realizaban a su alrededor. Alta sobre
todas las monarquías, dirigiéndolas y dominándolas a todas,
estaba "la cátedra de San Pedro". Pero empezaba ya a
manifestar síntomas de serio quebranto. En los comienzos del
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siglo XIV el mundo había presenciado el extraño espectáculo
de dos Papas rivales, uno con residencia en Avig-non y otro
en Roma, y un poco más tarde hubo un tercero, el aragonés
Pedro de Luna, con el nombre de Benedicto XIII. En 1489 un
Concilio de la Iglesia celebrado en Florencia anuló las actas
del Concilio reunido en Basilea dos años antes, y anatematizó
a los Padres que habian tomado parte en él. Al terminar el
siglo, la silla papal estaba ocupada por Alejandro VI, más
conocido por su nombre de Rodrigo Borgia, cuya infame vida
llevó al Papado a su más profundo abismo de degradación.
Contra las corrupciones de la Iglesia se habian hecho ya
muchas protestas. La cruzada en favor de una fe más pura y de
una vida más sencilla, comenzada por Wycliffe en Inglaterra,
había sido continuada en el Continente europeo
principalmente por dos hombres: Juan Hns y Jerónimo Sa-
vonarola. Hus, profesor de la Universidad de Praga, era
también predicador de una de las iglesias de la capital.
Denunció los vicios en que vivía gran pane del clero y
recomendó las enseñanzas de Wycliffe. En 1415 fue citado
para presentarse ante el Concilio de Constanza. Confiado en
el salvoconducto que le había dado d emperador Segismundo,
compareció en Constanza para defender su docnina. Pero el
salvoconducto fue violado. Hus fue echado en una prisión, y
poco después condenado como hereje y quemado vivo, siendo
arrojadas sus cenizas al Rin.
Savonarola, monje dominico, llegó a ser d predicador más
elocuente de Florencia. Alcanzó la rarísima distinción, una
distinción que también Calvino obtuvo, de producir con su
predicación una completa reforma de las costumbres de la
ciudad que fue escena de sus trabajos. Su influencia en el arte y
en la literatura ha sido permanente. Cuando Miguel Ángel
pintaba en la Capilla Sixtina del Vaticano su famoso cuadro
del Juicio Final, se inspiró, en gran parte, en la lectura de los
sermones de Savonarola.
Savonarola, tuvo la misma suerte que Juan Hus. El
también atacó sin vacilaciones ni reticencias las corrupciones
de la Iglesia. El 23 de Mayo de 1498 fue ahorcado y quemado,
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y sus cenizas, arrojadas al Amo. Una losa en la acera que da
frente al Palazzo Vecchio, de Florencia, señala el sitio en que
sufrió el martirio, y todos los años, en la fecha del aniversario,
los florentinos cubren de flores la losa en homenaje a su
memoria. Acerca de él y de su relación con la Iglesia de Roma
dice Potter, escritor belga, católico romano: "He aquí un
monje, condenado como hereje por la Inquisición, quemado
por orden de uno de los Papas más infames que han ocupado
la cátedra de San Pedro, tácitamente canonizado por otro
Papa (Benedicto XVI) adorado por una santa (Santa Catalina
de Ricci), y por un virtuoso obispo (Scipio de Ricci) y
vilipendiado por otros monjes?. (Vie de Scipion de Ricci, II
página 257).
De este modo habían sido ahogadas, ai parecer, en llamas
las protestas de reformadores como Hus y Savonarola. La
Iglesia de Roma había usado la espada y el fuego para acabar
en todas partes con el pensamiento independiente y la acción
libre. Bohemia, cuyo pueblo había simpatizado en su mayor
parte con Hus, fue empapada en sangre. En Inglaterra, los
discípulos de Wycliffe sufrieron, durante el reinado de
Enrique IV, prisiones y muerte.
Al comenzar el siglo XVI murió el Papa Alejandro VI. Su
sucesor, Pío III, no vivió más que un mes después de su
elevación al Pontificado, y fue seguido por Julio II. Este Papa
fue un guerrero. Atacó sucesivamente a los venecianos y a los
franceses. Victorioso sobre los venecianos, no fue tan
afortunado con Luis XII, de Francia, el cual llevó la guerra a
Italia. El Rey de Francia, no sólo obtuvo allí victorias en el
campo de batalla, sino que ganó para su causa a varios de los
Cardenales romanos. Bajo los auspicios de éstos se celebró en
1511, un Concilio, que declaró en suspenso la autoridad del
Papa y se pronunció a favor de una reforma de los abusos
introducidos en la Iglesia. Luis XII este Decreto por toda
Francia. Todo ello ayudó a todavía más el poder de la Santa
Sede.
Poco después murió Julio II, sucediéndole el Papa León X.
de la familia de los Mediéis. Uno de sus primeros esfuerzos se
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encaminó a restablecer la quebrantada influencia del Papado
en Francia. En 1516 concluyó, con Francisco I, de Francia, un
concordato, por el cual quedó abolida la Pragmática sanción.
Esto significaba la demolición de uno de los más fuertes
baluartes de la Iglesia francesa contra las agresiones y tiranía
de Roma, las famosas libertades galicanas. La Pragmática
sanción había proclamado las libertades de la Iglesia francesa,
fundándolas en les decretos del Concilio de Basilea (1433-
14371. que habían sido incorporados por Carlos VII a las leyes
del Estado, a pesar dr que la Corte de Roma había siempre
protestado contra ellos. Pero el nuevo Concordato declaró la
superioridad de los Papas sobre los Concilios y restauró al
Papado los annates, o sea las rentas del primer año de los
beneficios eclesiásticos vacantes. Debe recordarse, en honor
del Parlamento y de la Universidad de París, que ambas
corporaciones protestaron contra tal violación de las
libertades del pueblo francés, con eran indignación del Rey.
Tal era el estado de las cosas en Francia cuando Calvino era
muchacho. No tenía más que ocho años cuando Luitero, a la
sazón un hombre de treinta y cuatro años, clavaba sus famosas
tesis en la puerta de la Iglesia del Castillo de Wittenberg.
Cuando Calvino tenía diecisiete años, se publicaba por
primera vez la versión inglesa del Nuevo Testamento de
Tyndale, en Amberes.
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CAPÍTULO II
INFANCIA Y JUVENTUD DE CALVINO
Juan Galvino nació el 10 de julio de 1509, en la ciudad de
Noyon, Picardía, ahora departamento del Oise. Sus
ascendientes, los Calvino, habían sido una familia de
barqueros en el río Oise, en Pont l' Eveque, cerca de Noyon.
Su padre fue a vivir a Noyon, y allí en una casa, parte de la
cual es ahora el Hotel Francia, nació Calvino.
Su padre, Gerardo Calvino, era notario apostólico,
procurador fiscal del condado, escribano del tribunal
eclesiástico y secretario diocesano. Era consejero del clero y
de la nobleza. Admitido como burgués en 1497, se casó con
Jeanne le Franc, hija de un burgués de la ciudad. Eran, pues,
gentes de posición acomodada.
Gerardo Galvino era hombre de espíritu independiente y
anticlerical. El 5 de agosto de 1524 lo encontramos presen-
tándose ante el Cabildo y demandando de los canónigos la
razón de un encarcelamiento que consideraba ilegal.
De muchacho, Juan Calvino demostró poseer una
memoria retentiva y una inteligencia despierta. Beza nos dice
que aprendió las primeras letras con los hijos de la familia
Montmor, una de las primeras en el condado por su alcurnia e
influencia. Esta familia puede decirse que adoptó a Calvino,
aunque el padre del muchacho pagaba por su mantenimiento.
Calvino dedicó más tarde su primera obra, el Comentario
Séneca, a la abadesa Hangest (Montmor), de Saint-Eloi. con
quien había estudiado. "Educado —dice— cuando era
muchacho, en vuestra casa; consagrado a los mismos estudios
que vos, la primera instrucción que recibí la obtuve de la vida
11
y trato de vuestra nobilísima familia." "Este acontecimiento —
dice Doumergue— tuvo una gran importancia en la vida de
Calvino. Dios lo estaba preparando así para desempeñar
dignamente su papel en la sociedad de los grandes, de los
príncipes y de los reyes".
En 1521, Juan Calvino, que tenía a la sazón doce años,
recibió un beneficio o beca del Cabildo de la Catedral.
En 1523 fue con los jóvenes de la familia Montmor a París
para terminar sus estudios. Allí, en el Colegio de la Marche,
estuvo bajo la influencia de uno de los "regentes" del mismo,
Mathurin Cordier, de quien dice Doumergue que "era, no
sólo el primer pedagogo de su tiempo, sino el fundador de la
pedagogía moderna". Era a la vez un hombre de espíritu
profundamente evangélico. Pensaba que el maestro debía
tener por ideal inculcar en sus alumnos la afición a la Palabra
de Dios y el amor a Cristo. Pero fue más tarde, por el año
1528, cuando Cordier aceptó definitivamente las doctrinas
evangélicas.
A Cordier debió mucho Calvino también en cuanto al
estilo. La gran obra lingüística de Cordier fue purificar el
francés híbrido de su tiempo, medio latín medio francés, y
separar el francés del latín.
Calvino dedicó a Cordier su Comentario a la Primera
Epístola a los Tesalonicenses (1550), y cuando fundó su
colegio en Ginebra, lo llamó para que fuera uno de sus
primeros profesores. Cordier murió en Ginebra a la edad de
ochenta y cinco años en 1564, cuatro meses antes que
Calvino.
Del Colegio de la Marche, Calvino pasó al Colegio Mon-
taigu, también en París. Allí la disciplina era severa, la
alimentación, escasa, y la instrucción, anticuada. La suciedad
que reinaba era indescriptible. Abundaban los parásitos de
todas clases; pero se educaron allí muy buenos escolares.
Erasmo y Rabelais fueron discípulos de aquella escuela.
Lejos de ser un joven austero y taciturno, como algunos
escritores lo han pintado en aquellos sus años estudiantiles,
12
Lefranc1
dice que "todo lo que sabemos de este período de su
vida nos muestra que no era tan triste ni tan adusto como se le
ha representado. Rodeado de amigos afectuosos y simpáticos,
sabía divertirse y reír". (La Jeunesse de Calvin, pág. 70, nota a
la página 71.)
Antes de los días de estudiante de Calvino, había ya em-
pezado en París una obra de reforma bajo Le Févre (nacido en
1435), de quien dice Doumergue que sus numerosas y eruditas
publicaciones lo colocan al lado de Reuchlin y Erasmo. Beza
dice de Le Févre que "arrojó el barbarismo fuera de la
Universidad más famosa del mundo" y que "restauró en la
Universidad de París la verdadera lógica de Aristóteles y las
Matemáticas, en lugar de la sofistería que había reinado antes".
En 1507, Le Févre se trasladó a Saint-Germain des Prés,
donde enseñó y escribió hasta 1520.
En 1520 apareció el Comentario latino de Le Févre sobre
las Epístolas de San Pablo. Doumergue dice: "Este libro puede
llamarse, en un sentido, el primer libro protestante". En él
recalcaba la suprema autoridad de la Palabra de Dios. "No
sigamos —dice con energía— preceptos y dogmas de hombres
que no se fundan en la luz que nos ha resplandecido del cielo".
Establece claramente la doctrina de la justificación por la fe.
Niega la virtud mágica de los sacramentos, y dice que "los
símbolos sensibles son señales de cosas y de infusiones
divinas". Ataca el celibato del clero, el uso del latín en la
liturgia, etc. Es cierto que retiene la invocación de los santos y
el Purgatorio, pero niega el sacrificio de la misa.
Farel que en 1523 (año en que Calvino fue a París) había
fundado una iglesia secreta en aquella ciudad, fue discípulo de
Le Févre.
En 1516 público Le Févre su segunda edición del
Comentario sobre las Epístolas de San Pablo, en el cual contra
1 Lefranc fue Secretario del Colegio de Francia y descendiente por línea
materna de la familia Calvino. Escribió La Jeunesse de Calvin (1888),
L'historie du College de Frunce y Les Derniéres Poé-sies de Marguerite de
Nauarre.
13
lo afirmado en la liturgia de la Iglesia, demostraba que Maria
Magdalena, Maria la Herman de Lazaro y la mujer pecadora
que ungió los pies de Jesús en casa del fariseo, no eran una
misma persona, como se creía traidcionalemente, sino tres
Marías. Esto levanto una gran polvareda. Los sorbonistas,
franciscanos, dominicos y cramelitas atacaron todos a Le
Févre.
En esta controverisa intervino Fisher, el obispo inglés de
Rochester, a quien había apelado el abismo de París,
escribiendo dos folletos contra Le Févre y contra su
mantenedor Clichtove. Ellos replicaron y Fisher volvió a la
carga con dos folletos más.
Le Févre fua acusado de herejía ante el Parlamento, pero
Francisco I intervino para suspender el proceso. Le Févre se
retiro a Meaux por los años 1520 a 1521.
Le Févre fue el primer traductor de la Biblia completa al
francés. Publicó su traducción del Nuevo Testamento en
1523, y la del Antiguo Testamento en 1528. Existía una
traducción anterior, hecha por Rely, que había sido
nombrado obispo de Angers en 1491; pero era una traducción
muy abreviada, y contenía por otra parte, muchas adiciones y
glosas. Le Févre reconoció, sin embargo, el auxilio que aquella
versión le prestó, y la utilizó considerablemente.
En 1525, huyo de Meaux a Estrasburgo.
El mismo año se estableció en parís, por la bula del Papa, la
Inquisición. Uno de sus primeros actos fue condenar a las
llamas la versión de la Biblia. En 1526 se quemaron “herejes”
en París y en otras ciudades de Francia.
En 1527 se ofreció a Calvino la parroquia de SainMartín de
Martheville (cercade Vermand, en Aisne). Pero su padre, que
había entre tanto reñido con el Cabildo de Noyon, tenía otras
ideas acerca de su porvenir y deseaba que estudiara leyes. Por
este tiempo Calvino también estaba cambiando de ideas. La
persona que mayor parte tuvo en su conversión a la verdad
evangélica fue Pierre Robert (llamado también Olivétan),
primo segundo suyo. Olivétan llegó a ser después un heroico
14
misionero en los Alpes Valdenses. Publicó en 1535 una
traducción francesa de la Biblia, fechada en "Los Alpes".
El mismo año en que Calvino salía de París (1528), llegaba
allí como estudiante Ignacio de Loyola, también al Colegio
Montaigu. Calvino tenía entonces dieciocho años, Loyola,
treinta y seis.
Desde París, Calvino fue a Orleans, donde permaneció
desde primeros de 1528 hasta mayo de 1529. Allí estudió en la
Universidad, a la sazón mucho más ilustrada y progresiva que
la de París. Se distinguió de tal modo en sus estudios de leyes,
que deseaban hacerlo doctor sin los acostumbrados gastos,
pero declinó y se fue a Bourges.
Una de las amistades que hizo en Orleans fue la de
Francois Daniel. Resultó ser una amistad para toda la vida. La
Correspondencia entre Calvino y Daniel, especialmente
cuando Calvino intercede con él en favor del hijo de Daniel,
con motivo de un rompimiento que se había producido en las
relaciones del padre con el hijo, demuestra una gran ternura y
amabilidad, acompañada de buen humor. Una vez más nos
encontramos aquí con una pintura del verdadero Calvino,
muy diferente de la que sus enemigos han trazado.
En Bourges continuó sus estudios de leyes. Su principal
amigo allí fue un tal Melchior Wolmar, suizo de nacionalidad
y luterano. Wolmar le ayudó en el estudio del griego. Calvino
le dedicó su Comentario al Evangelio de San Juan (1553).
En 1531, murió el padre de Calvino. Este acontecimiento
cambió una vez más sus planes, ya que si se había dedicado al
estudio del Derecho había sido por dar gusto a su padre.
Regresó a París para seguir el estudio de la literatura.
Esta era una nueva e importante fase de su variada
educación. Vivió en el Colegio de Fortet, y estudió griego y
hebreo; especialmente el primero, bajo la dirección de
Da¬nés, eminente erudito. "Tal vez —dice Lefranc— Calvino
se sentó más de una vez en el mismo banco que Ignacio de
Loyola, su antiguo condiscípulo en Montaigu, como Pedro Le
Févre y Francisco Javier, de ambos de los cuales sabemos de
buena autoridad que siguieron el curso de griego por este
15
mismo tiempo." Rebeláis, sin duda, estaba también entre los
estudiantes.
En 1532 apareció la primera obra de Calvino, su
Comentario al libro De clementia, de Séneca. En esta obra
combate las ideas de los estoicos, y hace detenidas
consideraciones acerca de la virtud de la simpatía y de la
misericordia. "Ser incapaz de llorar es un defecto", dice. Sus
comentarios sobre las exhortaciones dirigidas por Séneca a
Nerón para que practicara la clamencia y se granjeara el amor
del pueblo, tenían por objeto, seguramente, influir en el
mismo sentido sobre el ánimo de Francisco I.
Muchos hombres notables vivían en París por aquel
tiempo. Clemente Marot, por ejemplo, vivió en la que es
ahora calle de Conde, y allí escribió su versión métrica de ¡os
Salmos. En la calle de Béthisy, ahora de Saint-Germain Auxe-
rrois, estaba la casa del almirante Coligny, que pereció
cuarenta años más tarde en la matanza de San Bartolomé. En
el pedestal de la estatua de Coligny, levantada junto al templo
protestante del Oratoire, cerca del Louvre, se leen es¬tas
palabras: Il fut assassiné n'ayant dans le coeur que la gloire de
l'Etat. (Fue asesinado, no teniendo en su corazón otro
propósito que la gloria de su patria.) Fue en el campa¬nario
de la Iglesia de Saint-Germain Auxerrois, frente al Louvre,
donde las campanas tocaron alarma, dando la señal para la
sangrienta matanza.
Bernardo Palissy, el gran alfarero hugonote, vivió en el
Fauburg Saint-Honoré, y murió en la prisión de la Bastilla,
siendo su cadáver arrojado a los perros.
En la rué des Marais, donde más tarde vivió Racine,
residían muchos principales hugonotes. Tenían pasillos
secretos de comunicación entre sus casas, de modo que podían
pasar de una a otra sin ser vistos, y reunirse así para celebrar
sus cultos en tiempos de persecución.
Desde el verano de 1532 hasta el de 1533, Galvino, según
documentos recientemente descubiertos por M. Doinel, en
Orleans, actuó como suplente (substituí annuel) del
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procurador de la "nación" de Picardía en la Universidad de
Orleans. Esta fue su segunda estancia en aquella ciudad.
Ruidosos acontecimientos tuvieron lugar en París después
del regreso de Calvino a aquella ciudad en 1533. La lucha
entre los teólogos católico-romanos y los del partido
reformista continuaba. Los primeros se atrevieron a censurar
una obra de Margarita, reina de Navarra, titulada Espejo del
alma pecadora. El rey, Enrique de Navarra, pidió a la
Universidad las razones de tal censura. Era por este tiempo
rector un amigo de Calvino, Nicolás Cop, bachiller en
Medicina y profesor en el Colegio de St-Barbe. Reunió las
cuatro Facultades, y en un largo discurso condenó la conducta
de los que habían atacado a la reina. La facultad de Medicina
adoptó un acuerdo en que se exigía que, en materias referentes
a la fe, la Facultad de Teología hablara en su propio nombre y
no en el de la Universidad. Y se enviaron cartas al rey de
Navarra, desaprobando lo que se había hecho.
Después, el 19 de noviembre, día de Todos los Santos, tocó
a Cop, como rector, pronunciar un solemne discurso delante
de la Universidad reunida en la iglesia de los Mathurinos;
discurso que, según Beza, Cop pidió a Calvino que lo
escribiera.2
La primera página del manuscrito ha sido
descubierta en Ginebra, escrita de puño y letra de Calvino; el
sermón completo aparece en la colección de sus Obras. Es un
sermón completamente evangélico y muestra cuan protestante
había llegado a ser Calvino ya en este tiempo.
Tal borrasca levantó el discurso de Cop, que el Parlamento
dio un decreto para que el rector fuera preso. Cop huyó a
Basilea. Su cabeza fue puesta a precio en trescientas libras.
Muchos luteranos fueron encarcelados. Galvino huyó
también. La policía registró el Colegio Portee buscándolo,
pero en vano. La reina Margarita intercedió en favor suyo y se
2 El profesor Williston Walker, uno de los más modernos y eruditos
biógrafos de Calvino, opina que la balanza de las pruebas se inclina contra la
idea de que esta obra sea de Calvino, y que el Ms., de su puño y letra, puede
ser una copia que él hiciera.
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suspendieron los procesos. Volvió a París, pero salió de allí
pronto. Por algún tiempo residió en Angulema. Allí empezó a
escribir la Institución.
En mayo de 1534 fue a Noyon y presentó la dimisión de
sus beneficios. En 26 de mayo, el registro del Cabildo
consigna que fue encarcelado "por un tumulto producido en
la iglesia la víspera del Domingo de la Santísima Trinidad". Se
ignora la causa de tal tumulto. Doumergue piensa que fue un
simple pretexto de que se aprovecharon para prender al
hereje. Fue puesto en libertad el 3 de junio, encarcelado de
nuevo dos días después, y por último lo soltaron.
Hacia el fin del año 1534, Calvino fue a Poitiers. Allí se
encontró con varios protestantes y tuvo con ellos reuniones
en una caverna o gruta, donde celebró la Cena del Señor.
En los comienzos del año 1535, él y su amigo Tíllet
llegaron a Basilea, Allí vivió Erasmo por muchos años en
Baumlein-Gasse, allí estaba cuando Calvino llegó, y allí murió
al año siguiente. En la Prensa de Froben, de Brasilea, se
imprimió su Nuevo Testamento griego.
Calvino se hospedó en el Fauburg Saint-Alban, en casa de
una honorable matrona, Catherina Klein (o Petit). Allí
escribió su Institución, que fue impresa por Platter. Parte de la
imprenta de Platter se conserva todavía en el barrio de Saint
Pierre, la casa de "l'Ours noir", frente al "hotel d'Andlow".
18
CAPÍTULO III
LA INSTITUCIÓN DE LA RELIGIÓN CRISTIANA:
SU ORIGEN Y OBJETO
Calvino nos dice expresamente en el prefacio de su comen-
tario a los Salmos cómo llegó a escribir la Institución. Acu-
mulábanse contra los hugonotes toda clase de acusaciones, en
que los representaban como gente perversa y sediciosa, y mu-
chos protestantes habían sido ya quemados en Francia por de-
creto de Francisco I. "Y ésta —dice Calvino— fue la razón que
me indujo a publicar mi Institución de la Religión Cristiana;
en primer lugar, para contestar a las calumniosas acusaciones
propaladas por los otros y defender a mis hermanos, cuya
muerte era preciosa en los ojos del Señor: y después, para que,
cuando las mismas crueldades volvieran a ser practicadas
contra muchos pobres, las naciones extranjeras pudieran al
menos ser tocadas de alguna compasión y solicitud por ellos".
La Institución fue dedicada al rey Francisco I.
Doumergue describe así la posición de Calvino en este
tiempo: "¡Francisco I y Calvino! El uno, tras largas
vacilaciones, se ha puesto a la cabeza de los perseguidores; el
otro, tras larga preparación, acaba de ponerse a la cabeza de
los perseguidos.
"La preparación ha sido larga... ¡pero cuánto más
maravillosa que larga!
"Ahuyentado de Noyon por la plaga, casi un niño, el hijo
de Gérard Calvin se encontró con el mejor maestro latino de
su tiempo, Mathurin Cordier, que parecía destinado a
esperarle en París, antes de dejar la ciudad, para enseñar al
muchacho. Luego, en Orleans, se encuentra con el mejor
19
maestro de griego de la época, Melchior Wolmar, que no
parece sino haber venido expresamente de Alemania, a la cual
regresó pronto para enseñarle su método; dos maestros
incomparables que resultaron ser incomparables pedagogos.
No contentos con enseñarle las lenguas clásicas, le hablaron
del Evangelio y de Cristo".
Guizot, en su encantador volumen Grandes Cristianos de
Francia, dice de la Institución: "Para comprender la idea fun-
damental y verdadero objeto de Calvino, tenemos que trans-
portarnos al preciso período en que la ideó y la escribió. Lu-
tero, nacido en 1483, veintiséis años antes que Calvino, había
realizado, entre los años de 1517 a 1532, su obra de lucha y
ruptura con la Iglesia de Roma; se había publicado la
Confesión de Augsburgo (1530); los príncipes protestantes
habían formado la Liga de Smalcalda (1530); la paz religiosa de
Nuremberg había sido ajustada y ratificada por la Dieta de
Ratisbona (1530); en una palabra, cuando Calvino abandonó
Francia para buscar un refugio en Basilea en 1534, la Reforma
alemana estaba ya establecida en la Europa central y en
Escandinavia. Pero la nueva obra no se hallaba tan avanzada
en la Europa occidental, especialmente en Francia y en las
naciones vecinas que hablaban francés. En ellas había también
comenzado con vigor la guerra contra la Iglesia de Roma; se
había proseguido con ardor la demolición del viejo edificio,
pero la obra había encontrado oposición y obstáculos por
parte del pueblo, y la construcción de la nueva Iglesia no
había ni aun comenzado. La Iglesia Reformada aparecía acá y
allá, pero sin ningún lazo de unión y sin organización,
expuesta a ser presa ya en su cuna, de la inseguridad, la
confusión y la anarquía.
“Calvino estaba tan fuertemente impresionado por este
hecho, que tal estado de cosas vino a ser para él un motivo de
constante ansiedad... y se propuso hacer todo lo posible para
remediarlo...
"Su posición en esta gran empresa estaba erizada de difi-
cultades; era la época de Rabelais, Erasmo y Montaigne, por
una parte; y la de los Papas Julio II, León X, el cardenal
20
Cayetano y el dominico Tetzel, por otra. . . Tenía que pro-
lestar, al misino tiempo, contra la licencia intelectual y contra
a infalibilidad eclesiástica." (Guizot, páginas 178-180.)
Kampschulte, renombrado autor viejo-católico, dice que
puede llamarse, con buen fundamento, al autor de la
Institución, "el Aristóteles de la Reforma?', y añade que el
libro contiene pasajes dignos de ser puestos al lado de los
mejores escritos de Pascal o de Bossuet
¿Se escribió la Institución originalmente en latín o en
francés? Antiguamente, eruditos como Haag, Henry y Luis
Bonnet respondían que en francés. Guizot, en su obra arriba
citada, adopta la misma opinión, la cual ha sido sostenida
también por M. Vielles, director del Seminario de Montau-
ban, en la Revue de théologie, Mayo, 1895. Pero
investigadores más recientes han llegado a la conclusión de
que se escribió originalmente en latín. Esta es la opinión de
críticos tan sagaces como Jules Bonnet, Rilliet y Kampschulte,
y es también el fallo muy decidido de Doumergue, el cual ha
pesado todos los argumentos en pro y en contra, y ha sido
seguido en este punto por el profesor Williston Walker, de la
Universidad de Yale. Doumergue basa especialmente su
conclusión sobre las propias palabras de Calvino en el "argu-
ment" de su edición francesa de 1541: A cette fin j ay composé
ce présant lime. Et premiérement l'ay mis en latín. .. puis aprés
désirant de comuniquér ce qui en pouvtaí venir de fruict á nostre
nation francaise, Fay aussi transíate en nostre langue.
Doumergue dice: "Llegamos a la conclusión de que, no
solamente es la edición de 1536 la primera edición de la
Institución, sino que es material y moralmente imposible que
no lo sea".
En el prefacio de la cuarta edición inglesa (1581) el
traductor inglés, Thomas Norton, dice: "En los comienzos
mismos del muy bienaventurado reinado de Su Majestad la
Reina, la traduje del latín al inglés, para el servicio de la Iglesia
de Cristo, a petición especial de mis queridos amigos, de digna
memoria, Reginald Wolfe y Edward Whitchurch, el uno
impresor de Su Majestad para las lenguas hebreas, griega y
21
latina, y el otro impresor de Su Majestad para los libros de
Oración Común". El nombre de Reginald Wolfe aparece
como uno de los impresores de la primera edición inglesa de
1561.3
Vengamos ahora a la obra misma, de la cual puede con
toda seguridad decirse que jamás se escribió libro semejante
por un joven de veintisiete años de edad. La erudición del
autor aparece en las citas de autores clásicos y cristianos, que
incluyen a Aristóteles, Platón, Cicerón, Virgilio, Lucrecio,
Diágoras, Suetonio, Séneca, Plutarco, Jenofonte, Ovidio, Ju-
venal, Horacio, Hornero, Plauto, Laclando, Galeno, Eusebio,
Josefo, Justino Mártir, Agustín, Tertuliano.
La dedicatoria está fechada en Basilea en 1º de agosto de
1536: "Al Cristianísimo Rey de Francia, Francisco Primero de
este nombre, su Príncipe y supremo Señor, Juan Calvino, paz
y salud en Jesu-Cristo".
En esta dedicatoria dice Calvino que, al emprender esta
obra, su primera intención fue "enseñar algunos principios,
con los cuales los que son tocados de algún celo de religión,
fuesen instruidos en verdadera piedad. Este trabajo tomaba yo
—añade— por nuestros franceses principalmente; de los cuales
yo veía muchos tener hambre y sed de Jesucristo, y veía muy
pocos de ellos ser bien enseñados.
"Pero viendo yo que el furor y rabia de ciertos hombres
impíos ha crecido de tanta manera en vuestro reino, que no
han dejado lugar ninguno a la verdadera doctrina, parecióme
que yo haría muy bien si hiciese un libro, el cual, juntamente,
sirviese de instrucción para aquellos que están deseosos de
religión y de confesión de fe delante de Vuestra Majestad, por
la cual entendieseis cuál sea la doctrina contra quien aquellos
furiosos se enfurecen con tanta rabia metiendo vuestro reino
el día de hoy a fuego y a sangre. Porque no dudaré de confesar
que en este libro yo no haya casi recopilado la suma de aquella
3 Acerca de la versión española de Cipriano de Valeía, de la cual están
tomadas las citas que en la presente obra se hacen de la Institución,, véase el
Apéndice B.
22
misma doctrina que ellos, a voces, dicen debe ser castigada con
cárceles, destierros, confiscación y fuego, y que debe ser
echada del mundo."
Respondiendo a la acusación de que él y sus amigos se opo-
nían a los Padres y traspasaban los límites antiguos que ellos
pusieron, hace las siguientes observaciones:
"Del número de los Padres eran aquellos de los cuales el
uno dijo:4
Que nuestro Dios no comía ni bebía, y que, por lo
tanto, no había menester de cálices ni platos; y el otro,5
que
los oficios divinos de los cristianos no requerían oro ni plata,
y que no agradaban con oro las cosas que no se compran por
otro. Así que ellos pasan los límites cuando en sus oficios
divinos en tanta manera se deleitan con oro, plata, marfil,
mármol, piedras preciosas y sedas; y no piensan que Dios sea
honrado, como debe, si no hay grande aparato externo y
pompa superfina.
"Padre también era el que dijo:6
que él libremente osaba
comer carne, cuando los otros se abstenían, por cuanto él era
cristiano. Así que pasaron los términos cuando
descomulgaron a toda cualquier persona que en tiempo de
Cuaresma gustase carne.
"Padres eran aquellos de los cuales el uno dijo:7
que el
monje (o fraile) que no trabaja de sus manos, debe ser te¬nido
por un ladrón y salteador; y el otro:8
no ser lícito a los monjes
(o frailes) vivir de mogollón, aunque sean muy diligentes en
sus contemplaciones, oraciones y estudios. Tambien, pues,
pasaron este límite, cuando pusieron los vientres ociosos y
panzudos de los frailes en burdeles, quiero decir, en sus
monasterios, para que se engordasen del sudor de los otros.
4 Acatius in lib. XI, cap. XVI. Trip. Hist.
5 Ambrosio, lib. II, De Officis, cap. XXVIII.
6 Spiridion, Trip. Hist., lib. I, cap. X.
7 Trip. Hist., lib. VIII, cap. I.
8 Agustín, De Opere Monach, cap. VIL
23
"Padre era el que dijo:9
que era una horrenda abominación
ver una imagen, o de Cristo o de algún santo en los templos
de los cristianos; y esto no lo dijo un hombre solo sino un
Concilio antiguo:10
determinó que lo que es adorado no sea
pintado por las paredes. Muy mucho falta para que ellos se
detengan dentro de estos límites; pues que no han dejado
rincón que no hayan henchido de imágenes.
"Otro de los Padres:11
aconsejó que, después de haber ejer-
citado la caridad que se debe con los muertos, que es
sepultarlos, los dejásemos reposar. Aquestos límites han
traspasado haciendo tener una perpetua solicitud por los
muertos.
"También era uno de los Padres12
el que afirma que la
sustancia y ser del pan y del vino, de tal manera permanece en
la Eucaristía y no deja de ser, como permanece en Cristo
Nuestro Señor, la naturaleza humana junta con la divina.
Pasan, pues, este limite los que hacen creer que. luego, al
momento que las palabras de la consagración son dichas, la
sustancia del pan y del vino deja de ser para que se convierta,
o transustancie (como ellos llaman) en el cuerpo y sangre de
Jesucristo.
"Padres eran13
los que de tal manera distribuían a toda la
Iglesia solamente una suerte de Eucaristía; y como de ella
ahuyentaban a los perversos y malvados así gravísivamente
condenaban a todos aquellos que, siendo presentes, no comul-
gasen. ¡Oh, cuánto han traspasado estos límites! Pues que no
solamente hinchen de misas los templos, más aún las casas par-
ticulares; admiten a oír sus misas a todos, y con tanta mayor
alegría admiten a la persona, cuanto más desembolsa, por más
mala y abominable que sea: a ninguno convidan a la fe en
9 Epiph., Epist, ob Hieran, versa.
10 Conc. Eliber., can XXXVI.
11 Ambrosio, de Abraham, lib. I, cap. VII
12 Gelasio, Papa. In Conc. Rom.
13 Chrisost, Epist. ad Eph., cap. I.
24
Cristo, ni al verdadero uso de los Sacramentos, antes venden
su obra por gracia y mérito de Cristo.
"Padres eran aquellos de los cuales uno14
ordenó que fuesen
del todo apartados de la Cena todos aquellos que se
contentasen con una sola especie del Sacramento y se
abstuviesen de la otra; el otro,15
fuertemente contiende que no
se debe negar al pueblo cristiano la sangre de su Señor, por
confesión del cual es mandado derramar su propia sangre.
También quitaron estos límites cuando rigurosamente
mandaron la misa, cosa que el uno de estos dos castigaba con
descomunión, v el otro con bastantísima razón condenaba.
"Padre era el que afirmó16
ser temeridad determinar alguna
cosa oscura, o por una parte o por otra, sin claros y evidentes
testimonios de la Escritura. Olvidáronse de este lí¬mite
cuando sin ninguna palabra de Dios constituyeron tantas
constituciones, tantos cánones, tantas magistrales
determinaciones.
"Padre era17
el que prohibió que el matrimonio fuese vedado a
los ministros de la Iglesia; y testificó la unión con su legítima
mujer ser castidad. Y padres fueron los que se conformaron
con él. Ellos han traspasado este límite cuando con tanto rigor
prohibieron el matrimonio a los eclesiásticos.
"Padre era el que dijo18
que sólo Cristo debía ser oído, del cual
está escrito: A EL oíd; y que no se debía hacer caso de lo que
otros antes de nosotros han dicho o hecho, sino de lo que
Cristo (que es el más antiguo de todos) haya mandado.
Tampoco se entretuvieron dentro de estos límites, ni
permiten que otros se detengan, constituyéndose para sí y
para los demás otros ensoñadores que Cristo...
"Pero ¿cuánto se prolongaría mi oración si yo quisiese
contar con cuánto atrevimiento éstos sacuden el yugo de los
14
Gelasio. Comperirnus, De Consec., dist. II. 15
Cipriano, Epist., II, lib. I, De Lapsis. 16
Agustiín, lib. II, De peccat. merit., capítulo último. 17
Hist. Trip., lib. II. cap. XIV. 18
Cipriano, Epist., II, lib. II.
25
Padres, de los cuales quieren ser tenidos por hijos muy
obedientes? Por cierto, faltárame tiempo y vida para contarlo.
Y con todo esto, son tan desvergonzados, que se atreven a
darnos en cara que hemos traspasado los límites antiguos".
Al final de la misma dedicatoria al rey, se refiere Calvino a
los "vanos rumores" con que los adversarios acusaban a este
nuevo Evangelio (porque así lo llaman ellos), de no pretender
ni buscar otra cosa que ocasión de sediciones y licencia para
que los vicios no sean castigados. "Sí, por cierto; nosotros
emprendemos la disipación de los reinos: nosotros, de quienes
jamás se ha oído una palabra que huela o vaya a sedición, y
cuya vida ha sido conocida por quieta y apacible todo el
tiempo que vivimos en vuestro reino; y que aun ahora, siendo
ahuyentados de nuestras propias casas, no dejamos de orar a
Dios por toda prosperidad y buen suceso de Vuestra Majestad
y de vuestro reino."
Acerca del método y disposición de ia Institución, se dice
en un Epítome de esta obra, por Gaspar Olevian:
"El asunto tratado por el autor es doble: en primer lugar, el
conocimiento de Dios, que lleva a una bendita inmortalidad; y
en segundo lugar, (subordinado al primero), el conocimiento
de nosotros mismos. Con esta mira el autor adopta el orden
del Credo de los Apóstoles, como el más familiarmente
conocido de todos los cristianos. Y así como el Credo consta
de cuatro partes, la primera referente a Dios Padre, la segunda
al Hijo, la tercera al Espíritu Santo y la cuarta a la Iglesia, el
autor, para llevar a cabo su tarea, divide su Institución en
cuatro partes, que corresponden a las cuatro del Credo."
26
CAPÍTULO IV
CALVINO LLEGA A GINEBRA
Calvino fue a Ferrara, en Italia, en febrero de 1336.
Durante su estancia allí fue huésped de Renée de Francia,
esposa de Hércules d'Este, y duquesa de Ferrara. Allí trabó
también conocimiento con Clemente Marot, a la sazón
secretario de la duquesa. La atmósfera de la ciudad era por
entonces favorable a la libertad religiosa. Las cátedras de su
Universidad estaban a cargo de maestros de tendencia liberal.
Desde Ferrara escribió Calvino muchas cartas atacando
vigorosamente los errores de la Iglesia de Roma. Pero el
duque estaba menos inclinado hacia la Reforma que la
duquesa. La Inquisición, bajo sus auspicios, comenzó a
prender protestantes y someterlos a tormento. Calvino creyó
más prudente partir; y así lo hizo a fines de abril.
En su viaje pasó a través del valle de Aosta. Una cruz
erigida en la ciudad de Aosta conmemora esta fuga. En julio
llegó a Ginebra.
La condición de Ginebra antes de su llegada era de
escandalosa inmoralidad, sin exceptuar a los obispos y los
clérigos. En 1513, el Papa León X había nombrado obispo,
contra los deseos del Cabildo, al "bastardo" Juan de Saboya,
hijo del obispo Francois y de una cortesana ordinaria. Hasta
un historiador como Kampschulte, profesor viejo-católico en
Bonn, nada favorable a Calvino, reconoce la corrupción en
que habían caído los eclesiásticos. Doumergue ha demostrado
de una manera concluyeme, por los registros del Concejo de
Ginebra, especiahnente los del año 1512, que los sacerdotes de
27
la Madeleine sostenían casas de prostitución y otros muchos
las frecuentaban.
La fe reformada había sido ya predicada en Ginebra,
primero por Lambert de Avignon, en 1522. La primera
celebración de la Cena del Señor a la manera protestante fue
dirigida por Guérin Muéte en 1533.
No tardaron en ocurrir acontecimientos ruidosos. La fe re-
formada hacía tales progresos, merced a los trabajos de Fro-
ment, Canus y otros, que el Concejo trató de poner un obs-
táculo a su avance. Invitaron a un dominico, Guy Furbity,
doctor de la Sorbona, a que predicara durante el Adviento de
1533. El predicador empleó un lenguaje violentísimo. Acusó a
los luteranos de bestiales, ambiciosos, sensuales, homicidas y
ladrones. En un sermón pronunciado el 2 de diciembre dijo al
terminar: "¿Dónde están nuestros predicadores de chimeneas
(préscheurs de chéminées), que predican lo contrario? ¡Ah, ha!
Tienen buen cuidado de no presentarse ahora, a no ser en las
cocinas, para engañar a las pobres mujeres y a los que no
saben nada".
Froment estaba entre el auditorio, y cuando el sermón
acabó, exclamó: "¡Caballeros, caballeros! ¡Escuchad lo que voy
a deciros!" El pueblo guardó silencio, y él prosiguió:
"Caballeros, doy mi vida, y estoy dispuesto a darla en la
hoguera, para demostrar que todo lo que este hombre ha
dicho no es más que mentira y palabras del anticristo". Tal
declaración levantó un tumulto. Oyéronse voces de: "¡A las
llamas! ¡A las llamas!" Froment pudo escapar. El Concejo se
apresuró a desterrarlo a él y a Canus. Pero ordenaron a
Furbity que no predicara sino de conformidad con el
Evangelio.
El Concejo de Berna (ya protestante) intervino. Escribió
cartas al Concejo de Ginebra diciendo que consideraba como
ofensivos para él mismo los insultos que Furbity habían
lanzado contra los alemanes, y que entablarían un proceso
criminal contra él. Exigían que fuera preso. Cuatro
embajadores vinieron de Berna a Ginebra para que el caso se
resolviera.
28
Furbity fue preso y compareció ante el Concejo. Le dieron
la oportunidad para que defendiera su conducta con
argumentos tomados de las Sagradas Escrituras. Al principio
se negó a reconocer que tuvieran derecho para juzgarle, pero
después cedió. Siguió entonces una discusión entre él y los
predicadores reformados que duró varios días.
Por último, declaró que estaba dispuesto a hacer lo que el
Concejo tuviera a bien ordenarle. Sólo pidió permiso para
ocupar el pulpito una vez más. Proponía retractar lo que
había dicho y salir de Ginebra para no volver.
En vista de estas declaraciones se le consintió que predicara
una vez más, el 15 de febrero de 1534. Cuando comenzó su
sermón, se alzó un clamor general para exigirle que cumpliera
la sentencia que se le había impuesto; pero éi no hizo nada
parecido. Fue puesto en prisión, o más bien custodiado y bien
tratado en una buena casa, aunque vigilado.
La causa protestante se hacía más fuerte de día en día. El
domingo 19 de marzo de 1534, apenas había terminado su
sermón el franciscano Coutelier, cuando el pueblo invadió,
con Baudichon, Perrin y Farel a la cabeza, el convento de
Rive. Repicaron las campanas, y con aplauso de todos Farel
predicó por primera vez en Ginebra, en la gran sala del
convento, donde podían reunirse de cuatro a cinco mil
personas.
Sacerdotes y frailes empezaron a abandonar la Iglesia. Al-
gunos de ellos se casaron. Sobre este punto dice Froment: "Las
mujeres y algunos hombres encontraron muy extraño al prin-
cipio que sacerdotes, frailes y monjas contrajeran matrimonio
y tuvieran sus legítimos maridos y mujeres. Pero no se habían
maravillado antes, cuando en Ginebra mantenían queridas;
tan antigua y general era la costumbre".
En el veráno de 1534, el obispo Fierre de la Baume, aliado
con el duque de Saboya, emprendió la guerra contra su
antigua ciudad. Esto no sirvió sino para decidir más
fuertemente al Concejo en favor de la causa protestante. Farel
y sus compañeros trabajaron en las fortificaciones e
inflamaron el valor de los ciudadanos.
29
A fines de 1534 la situación era la siguiente: El Concejo de
Ginebra reconocía todavía la autoridad episcopal. Sólo una
tercera parte de la población se había decidido por el
Protestantismo. Pero los ataques de las tropas del duque y del
obispo no conseguían otra cosa que aliar más al Concejo con
los de Berna.
Los católico-romanos intentaron, valiéndose de una
cocinera, envenenar a los predicadores protestantes. Ella
preparó una sopa para Farel, Viret y Froment. Farel no comió
por falta de apetito, Froment tuvo que salir por haber
recibido un llamamiento urgente cuando estaba ya a la mesa.
Viret, que fue el único que comió de ella, cayó gravemente
enfermo. La mujer, que se había escondido en la bodega de un
canónigo, fue presa, juzgada y ejecutada.
Celebróse una discusión pública entre Farel y dos
dominicos, Chappuis y Caroli, que duró del 30 de mayo al 24
de junio de 1535. Fue convocada por el Concejo, el cual
nombró ocho comisarios, la mitad de ellos católicos-romanos,
y cuatro secretarios para que redactaran actas de las sesiones.
La discusión tuvo lugar en la gran sala del Convento de Rive.
El 8 de agosto, el pueblo llevó a Farel a la catedral de San
Pedro, y pidió que predicara desde el pulpito. Era la primera
vez que lo hacía en aquel lugar. El mismo día y el día
siguiente, el pueblo derribó las imágenes en la catedral y en las
iglesias de San Gervasio, de los dominicos y de los agustinos.
El 10 de agosto Farel predicó delante del Concejo.
Pocos días después se prohibía a los sacerdotes que dijeran
misa en Ginebra hasta nueva orden. Así se abolió la misa en
Ginebra.
"Los católico-romanos —dice Doumergue— hablan de las
profanaciones y actos de vandalismo que acompañaron la caí-
da del catolicismo en Ginebra. Tienen razón. Pero se olvidan
de mencionar los descubrimientos hechos en aquel
derrocamiento, los trucos para hacer que los cuerpos de los
santos cantaran de noche en Navidad, por medio de tubos
ingeniosamente colocados. Un supuesto cerebro de San Pedro,
venerado por siglos, resultó ser un pedazo de piedra pómez."
30
El 4 de diciembre de 1535, el Concejo de los Doscientos
decretó que las monedas llevaran, en adelante, el nuevo lema:
Post tenebras lucem (spero). que poco después se cambió en:
Post tenebras lux. No era ya sólo una esperanza, sino una
realidad.
Mientras tanto, Ginebra estaba amenazada y sufría un ata-
que tras otro por parte de la soldadesca del duque y del
obispo.
El domingo, 21 de mayo de 1536, el pueblo, reunido en
Concilio general, adoptó oficialmente la Reforma. El Concejo
de los Doscientos hizo a la Asamblea la pregunta de si alguien
deseaba decir algo "contra la palabra y doctrina que se nos ha
predicado en esta ciudad"', y sí estaban todos de acuerdo con
vivir en conformidad con el Evangelio y la Palabra de Dios.
Sin una sola voz en contra, asi se aprobó, y todos juraron con
las manos levantadas que, con la ayuda de Dios, vivirían con
arreglo a esta ¡ey evangélica, "abandonando todas las misas y
demás ceremonias y engaños, ídolos e imágenes de la religión
papal".
El mismo día se estableció la instrucción elemental gratuita
y obligatoria.
En julio de 1536 llegó, como hemos dicho, Calvino a
Ginebra. Iba camino de Estrasburgo. Pero Farel, oyendo que
estaba en Ginebra, se apresuró a visitarle, y le rogó que se
quedara y le ayudara en la organización de la Iglesia. Calvino
se resistió al principio, alegando que sus planes, deseos e
inclinaciones eran diferentes. Entonces Farel le dijo con
severidad. "Alegáis vuestros estudios como una excusa; pero si
rehusáis entregaros con nosotros a esta obra del Señor, Dios
os maldecirá por buscar vuestros propios intereses antes que
los de Cristo".
Ante tales amonestaciones, Calvino cedió. Empezó por dar
conferencias de explicación de las Sagradas Escrituras en la
iglesia de San Pedro. El Concejo, poco después, aprobó su
nombramiento.
En octubre de 1536 tuvo lugar, en la catedral de Lausana,
una famosa discusión pública entre Farel, Viret y Calvino,
31
por una parte, y representantes de la Iglesia de Roma, por la
otra, que dio por resultado la abolición de la misa y de las
imágenes en aquella ciudad por voto del Concejo.
Pero el primer ministerio de Calvino en Ginebra fue de
cona duración. No llegó a dos años. En tan breve período, sin
embargo, puso los cimientos de mucho de lo que después
edificó. Fue el período de la organización de la Iglesia, de los
Artículos, del Catecismo y de la Confesión de fe.
32
CAPÍTULO V
DESTERRADO DE ESTRASBURGO
Al hablar de Calvino como desterrado, nuestro
pensamiento se vuelve instintivamente hacia otros ilustres
desterrados de la historia.
Pensamos en el Dante, desterrado de la ciudad a cuya gran-
deza y fama tanto había contribuido, vagando de provincia en
provincia, de Corte en Corte, "agitado —para usar sus mismas
palabras— como un barco sin velas ni timón, arro¬jado sobre
todos los puertos, golfos y orillas, por el duro viento de la
cruel pobreza". Dichoso él, que en su desgracia podía
encontrar refugio dentro de su propia conciencia,
"Sotto l'usbergo del sentirsi puro".
En aquel destierro escribió la mayor parte de la Divina
Comedia. Pero Dante no volvió nunca a Florencia, y aunque
tiene ahora un monumento en su ciudad, en Santa Croce, su
sepulcro está en Rávena.
Pensamos también en Knox, otro desterrado bajo cielos
más grises que los de Italia. "Hace muchos años —dice
Froude—, estudiando la historia de la Reforma en Escocia, me
encontré con la figura de un cautivo en una galera francesa,
inclinado una mañana sobre el remo. Alboreaba y surgía ante
la vista, elevándose sobre las oscuras aguas, una línea de
arrecifes, y las casas blancas de una ciudad y la torre de una
iglesia. El remero era un hombre no acostumbrado a tal
trabajo, rendido de cansancio y de sueño, y, según todas las
probabilidades, destinado a una muerte próxima." Aquella
33
ciudad era San Andrés, en Escocia, y el cautivo de galera, Juan
Knox. No había sido desterrado como el Dante por sus
paisanos, sino por los franceses que sitiaban la fortaleza
escocesa. Pero Knox, durante los diez y nueve meses que pasó
en las galeras, bebió, aún más abundantemente que el Dante,
la copa del sufrimiento. "El tormento que soporté en las
galeras —dice en una ocasión— y los gemidos de mi corazón,
no tengo tiempo para contarlos". Knox regresó del destierro.
En los tiempos más recientes se alza ante nosotros la
solitaria figura de Napoleón en Santa Elena, comiéndose el
corazón en aquella remota isla. En su caso, la tragedia era
mayor que en los dos ya mencionados, y más vasto el
contraste entre su antiguo poder, esplendor y ambición, y la
estrecha jaula contra cuyos barrotes se destrozaban en vano
las alas de su altivo espíritu.
El patriota húngaro Kossuth lúe también un desterrado;
pero su destierro fue una marcha triunfal a través de
Inglaterra, donde encontró la bienvenida mas entusiasta.
Dante fue desterrado porque quería libertar a Florencia de
la tiranía de una facción: Knox, porque su libertad era una
amenaza para la independencia de las naciones; Kossuth,
porque intentó emancipar a su país del yugo de Austria.
El destierro de Calvino fuera de Ginebra, menos trágico
que el de Napoleón, fue tan patético en sus circunstancias
como cualquiera de los mencionados, y fue un destierro por la
causa de la independencia espiritual y de la reforma moral.
Ocurrió de esta manera:
Poco después de su llegada a Ginebra, en 1536, comenzó
Calvino la obra de organización eclesiástica y de reforma
moral y social, de la cual haremos más adelante un relato
detallado. Tales reformas, aceptadas y puestas en vigor por las
autoridades civiles, empezaron bien pronto a provocar
oposición. Esta oposición fue creciendo gradualmente, y al
cabo de algún tiempo se extendió al Concejo mismo. En 1538,
el Concejo tomó dos acuerdos, que herían el corazón mismo
de la enseñanza y reformas de Calvino. Resolvió que "no se
rehusara a nadie la Cena del Señor". Esto acababa de una vez
34
con toda disciplina eclesiástica. Y decretó además, contra el
parecer de los pastores de Ginebra, que el modo de cele¬brar
la Cena del Señor fuera el adoptado en Berna. Esto era
atrepellar toda independencia espiritual
La referencia a Berna requiere una pequeña explicación.
Como ha sido plenamente demostrado por Heiz, en la Protes-
kantische Kirchenzeitung, 1886 (páginas 1,173-1,184), en un
artículo acerca del destierro de Calvino, había considerables
diferencias de detalle entre las Iglesias reformadas de Berna y
Ginebra. Dos de estas diferencias eran que en Berna usaban la
pila para el bautismo y pan sin levadura para la Santa
Comunión.
No era Calvino hombre que promoviera contiendas por
modos de observar la Cena del Señor, siempre que no se
violara ningún principio esencial. En el prefacio a su
Catecismo Latino, publicado en el mismo año, denuncia la
pedantería de los que insisten sobre una "exacta conformidad
en las ceremonias", y declara que "sería indigno de nosotros
introducir una conformidad servil y no edificante en materias
que el Señor ha dejado a nuestra libertad para obtener la
mayor ventaja de la edificación." Y en una carta posterior
escrita desde Estrasburgo a la ciudad de Ginebra, les aconseja
admitir el empleo del pan no leudado.
Pero era diferente caso cuando este uso se le imponía por
una autoridad externa. Entonces tenía él la convicción de que
debía mantener su libertad cristiana y la libertad de la iglesia.
Calvino, sostenido por sus colegas, rehusó someterse al
decreto de los Doscientos. Había de administrarse la
Comunión el Domingo de Pascua. Conocida la repulsa de
Calvino, se le prohibió a él y a sus colegas que predicaran.
Pero, a pesar de tal prohibición, Calvino y Farel predicaron
en las iglesias de San Pedro y San Gervasio, respectivamente.
Declararon públicamente que tenían que declinar el
administrar la Cena del Señor, no por la cuestión del pan no
leudado, que era "cuestión indiferente", sino porque "sería
profanar un misterio tan santo administrarlo antes de que el
35
pueblo estuviera mejor dispuesto", y después se referían a los
desórdenes y abominaciones que prevalecían en la ciudad.
El Concejo de los Doscientos se reunió al día siguiente.
Calvino y Farel acudieron para defenderse, pero no se les
permitió la entrada, y el día 23 de abril fueron condenados a
salir de la ciudad en el término de tres días (según las curiosas
palabras del Libro de Actas del Concejo: q'il doyjen vuyder laz
ville dans troys jour prochain).
Las Actas recuerdan también la respuesta memorable de
los reformadores: "¡Muy bien! Si hubiéramos sido siervos de
los hombres, nos consideraríamos muy mal recompensados;
pero servimos a un gran Maestro, el cual nos recompensará".
Salieron de la ciudad inmediatamente.
Una indicación muy notable del juicio que merecía a los
extraños la conducta de Calvino durante las luchas que pre-
cedieron a su destierro, la encontramos en una, carta escrita al
reformador por dos viajeros ingleses, Juan Butler y Bartolomé
Trehern, citada por Doumergue. Estos dos hombres, después
de haber residido durante cuatro meses en Ginebra y haber
estado bajo la influencia de Calvina, le escriben para
expresarle la estimación en que le tenían por la dulzura de su
carácter (tanta ingenii suavizas) y el encanto de su
conversación (tanta colloquiorum dulcedo). Se dirigen a él
llamándole suavissime doctissimeque Cálvine (amabiiísimo y
doctísimo). Y le expresan la simpatía que tienten haría él con
motivo del trato que ha recibido de parte de hombres malos.
Por cuatro meses anduvo Calvino moviéndose de un lugar
a otro de la Suiza. Sus sentimientos por este tiempo pueden
apreciarse leyendo la carta que escribió a su amigo Luis de
Tillet, con fecha 10 de julio de 1533. Experimenta, por un
lado, una sensación de bienestar al verse libre de los cuidados
y ansiedades que acompañaban su trabajo en Ginebra, y, sin
embargo, desea ser guiado por la voluntad divina. "Al volver
la vista atrás —dice— y considerar las perplejidades que me
rodearon desde el día que fui allá, no hay nada que tema más
que el volver al cargo del cual he sido librado. Porque, si bien
cuando entré en él podía discernir la vocación de Dios, que
36
me tenía sujeto, con lo cual me consolaba a mí mismo, temo
que sería ahora tentarle el tomar de nuevo sobre mí una carga
que he experimentado serme insoportable. .. Sin embargo, sé
de cierto que el Señor me guiará en tan dudosa deliberación,
tanto más cuanto que atenderé más bien a lo que El señale que
a mi propio juicio, del cual debo sospechar, si me atrae
exclusivamente en sentido contrario".
Gomo el Dante, tenía el consuelo de su conciencia,
l`usbergo del sentirsi puro. Escribiendo a la Iglesia de Ginebra,
en 1º de octubre de 1538, decía: "Dios me es testigo, y
vuestras conciencias lo serán también ante su tribunal, de que
mientras conversé entre vosotros, todo mi estudio se
encaminó a mantenernos juntos en feliz unión y concordia"'.
Asi indica lo que había sido su vida entre ellos. En la misma
carta muestra cuan opuesto era a todo espíritu de venganza
por daños personales.
"Si nos proponemos luchar con los hombres —dice— pen-
sando sólo en vengarnos de ellos y en obten» asi satisfacción
por los daños que nos han hecho, será muy dudoso de que
venzamos alguna vez, en tanto que aboguemos tales ideas. Al
contrario, es cosa cierta que por semejante camino nosotros
seremos los vencidos por el diablo. Por otra parte, si evitando
toda lucha con los hombres, excepto solamente en aquello en
que nos veamos obligados a oponernos a ellos por ser ellos
adversarios de Jesucristo, resistimos las maquinaciones de
nues-tro enemigo espiritual, provistos de la armadura con la
cual quiere el Señor que su pueblo sea guiado y fortalecido, no
hay que temer en cuanto a la victoria. Por lo tanto, hermanos
míos, si buscáis la verdadera victoria, no opongáis al mal otro
mal y de la miaña clase, sino dejad a un lado todo mal afecto y
dejaos guiar solamente por vuestro celo en el servicio de Dios,
moderado por su Espíritu, según la regla de su Palabra". Esta
carta respira el espíritu de la prudencia y moderación
cristianas a la vez que la fidelidad al deber.
Bucero, un ex-dominico amigo de Lutero, era a la sazón el
caudillo del partido reformista en Estrasburgo. En aquella
ciudad alemana había una pequeña colonia francesa de
37
protestantes refugiados, que había empezado a reunirse allá
por el año 1524, pero que no tenía todavía pastor estable.
Habiendo oído la noticia del destierro de Calvino, Bucero se
propuso obtener sus servicios para la congregación francesa.
Le escribió rogándole con urgencia que fuera. Tendría, le
decía, una grey muy pequeña, pero podía esperar un
ministerio muy fructífero.
Pero Calvino vacilaba. En agosto escribió a Farel:
"Sospecho que Bucero va a hacerme más fuerte presión para
que vaya a Estrasburgo. No accederé si no me siento
impulsado por una mayor necesidad". Pero la necesidad de
una voluntad todavía más fuerte que la de Bucero se le
impuso. En el Prefacio de su Comentario a los Salmos dice:
"Hallándome en libertad y relevado de mi oficio, había
pensado vivir en paz, sin tomar ningún cargo público, hasta
que Martín Bucero, usando una reprensión y protesta
semejantes a la que Farel había usado antes, me llamó a otro
lugar. Aterrado por el ejemplo de Jonás, que él puso delante
de mí, continué todavía en el oficio de maestro".
En septiembre de 1538 predicó su primer sermón en
Estrasburgo, y trabajó en aquella ciudad hasta 1541. Su
destierro no fue un destierro de forzada ociosidad y soledad,
sino de incesante actividad.
Desde el primer momento tomó una posición honrosa en
la ciudad alemana. (Hoy francesa. Nota de CUPSA). En
menos de un año había recibido la ciudadanía y era afiliado al
gremio de los Sastres, siendo los gremios corporaciones que, a
pesar de-llevar el nombre de oficios, no se limitaban, ni
mucho menos, a personas que los ejercieran.
Su cargo era el de pastor de la Iglesia Francesa, bajo los
auspicios del Concejo municipal. Su erudición fue tenida en
tanta estima, que se le nombró lector en Teología en la Aca-
demia, la Universidad de aquel tiempo, ya famosa por las
labores de hombres como Sturm. Fue entonces cuando
comenzó a dar aquellas explicaciones bíblicas que echaron
cimiento a sus Comentarios.
38
Del trabajo de Calvino como comentador, tal vez el juicio
más completo es de Tholuck.
"Calvino —dice el gran profesor alemán— era, no sólo
acertado y feliz en su explicación del sentido gramatical, en
sus observaciones correctas sobre expresiones especiales y en
sus opiniones características, sino que penetran más allá del
sentido gramatical, en el sentido histórico, poético y profetice
de pasajes importantes...
"En su Comentario al Nuevo Testamento no podemos
menos de admirar su estilo sencillo y elegante, su libertad
dogmática, el tacto con que trata los asuntos, su multiforme
erudición y su profunda piedad cristiana. En consonancia con
la forma está la elegancia de la dicción: una pulcritud y
propiedad en la expresión, especialmente notable en los
prefacios. Pero esta elegancia no se manifiesta en una afectada
selección de palabras…
"Otra excelente cualidad de Calvino como comentador es
el cuidado que pone en no caer en digresiones. Los
comentaristas luteranos se ocupaban más bien en explicar
puntos especiales de doctrina (loci communes), que en escribir
comentarios ceñidos al texto. Así sucede que a menudo
echamos de menos, en Melanchton, por ejemplo, la
explicación de pasajes difíciles que tenemos a la vista, y en
cambio, se extiende excesivamente sobre otros que le ofrecen
una oportunidad de hacer exposiciones dogmáticas. Calvino
mismo no estaba libre de este hábito de su tiempo, y a
menudo prorrumpe en violentas declamaciones contra el Papa
y los frailes; pero lo hace con mucho menos frecuencia que
sus contemporáneos y tal clase de polémica en una época
como la suya no era condenable.
"Calvino estuvo muy lejos de seguir el error de Lutero, el
cual, descuidando la base del testimonio histórico, la sustituyó
por la mera opinión subjetiva, y de este modo hizo que llegara
a ponerse en disputa la autenticidad de la Escritura. Tampoco
estaba dispuesto, por otro lado, a simpatizar con aquellos que
defienden a todo trance el origen apostólico de escritos,
respecto de los cuales el testimonio de la historia es
39
claramente adverso. Se guarda a sí mismo, sin embargo, con la
mayor moderación contra una oposición precipitada, cuando
el mayor número de autoridades históricas están del lado
contrario al suyo. Así dice en su argumento acerca de la
segunda Epístola de San Pedro: "Aunque en todas partes de la
Epístola puede discernirse la majestad del Espíritu de Cristo,
considero como asunto de religión rechazar completamente
toda frase que no puede ser reconocida, como genuina
expresión de Pedro". Sobre la Epístola a los Hebreos dice:
"No debe ser citada entre los que consideran a Pablo como
autor de esta Epístola". Añade sus razones con agudeza
filosófica y crítica".
Su trabajo como pastor y profesor no fue nunca lucrativo.
Gomo lo demuestran sus cartas a Farel, se veía tan estrechado
por la pobreza, que más de una vez tuvo que vender sus
libros. Su salario era un florín por semana (unos cinco francos
y medio). Se vio en la necesidad de tomar huéspedes. Pero
como sus pupilos eran estudiantes pobres, los ingresos de Cal-
vino no aumentaban mucho con las pensiones que pagaban.
Durante su residencia en Estrasburgo, a la edad de treinta
un años, se casó. Su esposa fue Idelette de Bure, natural de
Lieja, cuya familia había sido desterrada de Bélgica por su
adhesión a la fe protestante, y que era viuda de Juan Stordeur,
otro refugiado belga. La vida matrimonial de Galvino duró
menos de nueve años. Su único hijo vivió sólo unos días y su
esposa murió en marzo de 1549.
Bonnet (Récits du XVI siécle) habla de madame Galvino
como una verdadera ayudadora de su marido. Visitaba a los
pobres, consolaba a los afligidos, recibía a los numerosos
extranjeros que llamaban a la puerta del reformador y le
sostenía en horas de desaliento y tristeza. En una carta a Viret,
escrita después de la muerte de su esposa, Calvino mismo dice
de ella: "Mi aflicción no es una aflicción ordinaria. He perdido
la excelente compañera, de mi vida (optima socia vitae), que,
caso de haber venido sobre nosotros la desgracia, hubiera
compartido conmigo alegremente, no sólo el destierro y la
miseria, sino la misma muerte. Mientras vivió fue una fiel
40
auxiliadora en mi ministerio. Jamás experimenté por parte de
ella el menor impedimento".
Fue durante este período, en Estrasburgo, cuando Calvino
conoció en Francfort a Melanchton, conocimiento que más
tarde maduró en una amistad íntima A veces diferían de
opinión, pero tenían el uno para el otro verdadero afecto. A
Melanchton dedicó Calvino su Comentario sobre Daniel.
Melanchton murió en 1560. Y Calvino, en un apostrofe que
hace en su Tratado sobre la Cena del Señor (1561); escribe:
“¡Oh Felipe Melanchton!, a ti me dirijo, a ti que ahora vives
en la presencia de Dios con Jesucristo y nos esperas allí hasta
que la muerte nos una en el goce de aquella paz divina. Cien
veces me has dicho cuando, cansado con tanto trabajo y
oprimido por tantas cargas, reposabas tu cabeza sobre mi
pecho: "¡Dios me diera, Dios me diera el morir ahora!" Pero
yo, por mi parte, había deseado mil veces que tuviéramos la
felicidad de vivir juntos".
En su correspondencia con Fard por este tiempo,
encontramos una agradable referencia a una, de las raras
ocasiones en que Lutero y Calvino cambiaron cortesías. En su
carta a Farel, 20 de Noviembre de 1539, dice Calvino: "Crato,
uno de nuestros grabadores, recientemente venido de
Wittenberg, trajo una carta de Lutero, en la cual dice:
"Saludad de mi parte a Sturm y a Calvino, cuyos libros he
leído con especial delicia". Considera ahora seriamente lo que
yo he dicho allí acerca de la Eucaristía; recuerda el ingenio que
Lutero tiene, y podrás comprender fácilmente cuan
irrazonables son los que tercamente disienten de él. Felipe
Melanchton), no obstante, escribió asi: "Lutero y Pemeranio
han enviado saludos a Calvino. ¡Calvino ha adquirido gran
favor a sus ojos!" Felipe me ha informado al mismo tiempo
por el mensajero de que ciertas personas, para imitar a Lutero,
le habían señalado un pasaje, en que yo le había criticado a él
y a su amigo; que él había examinado el pasaje en cuestión, y
comprendiendo que se refería claramente a él, había dicho al
fin: "Espero que Calvino pensará mejor de nosotros algún día;
41
pero de todos modos, está bien que ahora le demos una
prueba de nuestros buenos sentimientos para con él".
Calvino era sensible a tales aproximaciones. Añade: "Ten-
dríamos que ser de piedra para que no nos afectara semejante
moderación. Por mi parte, estoy profundamente afectado por
ella, y he aprovechado la ocasión de decirlo así en el prefacio
que he puesto a mi Comentario a la Epístola a los Romanos",
Si calvinistas y luteranos se mantuvieron separados, la
culpa no fue de sus caudillos. Los grandes hombres se pueden
permitir el placer de estrecharse la mano por encima de sus
diferencias.
Pero Calvino no estaba llamado a permanecer en el
destierro. Ginebra no podía pasarse sin su hombre más
grande. Su destierro había sido seguido por nuevas
explosiones de desorden moral en la ciudad. Aumentaban las
facciones, tanto en los asuntos civiles como en los
eclesiásticos.
Más de una vez se hicieron esfuerzos para inducirle a
volver. Pero él rehuía la tarea. Por otro lado, deseaba el bien
de Ginebra. Hubiera ayudado con alegría a su Iglesia y a su
pueblo. Pero pensaba que la Iglesia de Estrasburgo tenía
fuertes derechos a su asistencia.
En una carta a los Síndicos y Concejo de Ginebra, fecha de
23 de octubre de 1540, en respuesta a las proposiciones que le
habían hecho, dice: "Estoy en singular perplejidad, porque
tengo el deseo de acceder a vuestras solicitaciones y de luchar
con toda la gracia que Dios me ha dado para restaurarla (a la
Iglesia) a una condición mejor; y por otra parte, no puedo
dejar ligeramente y poner a un lado, como cosa de poca
monta, el cargo al cual el Señor me ha llamado, sin ser
relevado de él por medios regulares y legítimos. Porque
siempre he creído y enseñado, y hasta ahora no he podido
persuadirme de lo contrario, que cuando nuestro Señor señala
a un hombre como pastor en una iglesia para predicar su
Palabra, debe el tal hombre considerarse a sí mismo como
obligado a tomar la dirección de la misma, de tal modo que no
puede retirarse de ella sin una firme seguridad en su corazón,
42
y el testimonio de los fieles, de que el Señor le ha descargado
de su obligación".
Los sufrimientos y malos tratos del pasado habían también
dejado huellas sobre su alma. A Viret le escribía: "No pude
leer una parte de tu carta sin reír. Es aquella en la que expresas
tanta solicitud por mi prosperidad. ¿Y he de ir a Ginebra para
asegurar mi paz? ¿Por qué no someterme a ser crucificado?
Sería preferible perecer de una vez a ser atormentado hasta la
muerte en aquella cámara de tortura. Si deseas mi bien,
querido Viret, hazme el favor de no seguir dándome
semejantes consejos".
El mismo estremecimiento interior aparece en su carta a
Farel, fecha 21 de Octubre de 1540: "Siempre que pienso lo
desgraciado que fui en Ginebra, tiemblo en todo mi ser
interior cuando se me habla de mi regreso… Tengo que
rogarte me perdones si digo que temo aquel lugar como un
lugar donde es imposible la paz y la seguridad". Fue en una
carta posterior, en Octubre 24, donde empleó la famosa frase:
Cor meum velut mactatum Domino in sacrificium, offero.
(Ofrezco a Dios en sacrificio mi corazón como inmolado.
Después de meses de profunda consideración, de presiones
hechas desde Ginebra y de consultas con sus amigos más ex-
perimentados, se fue resignado con lo que !e parecía ser el
llamamiento de Dios.
El Concejo de Ginebra, por su parte, no dejó nada por
hacer para demostrar el sentimiento que tenía por lo pasado y
el deseo de que Calvino volviera. En 1º de mayo de 1541,
revocó la sentencia de destierro dictada en 1538 contra él y sus
amigos. Todos los miembros levantaron la mano como
declaración de que los consideraban como hombres de bien y
de Dios (pour gens de bien et de Dieu), y de que podían entrar y
salir por la ciudad con toda tranquilidad.
El 13 de septiembre de 1541 regresó Calvino a Ginebra. El
mismo día se presentó ante el Concejo y entregó las cartas de
recomendación que traía de la ciudad y de los predicadores de
Estrasburgo. Estrasburgo había demostrado el sentimiento
con que lo veía marchar, dándole una prueba palpable de la
43
estimación en que lo tenía. Le concedió que mantuviera su
derecho de ciudadanía y votó la continuación del estipendio
que le había señalado, cosa esta última que Calvino declinó
aceptar.
El Concejo de Ginebra le proveyó al punto de una casa
con jardín y votó un estipendio de 500 florines al año, suma
equivalente a unas 3 000 a 3 500 pesetas. Probablemente sus
ingresos, aparte de la casa, no excedieron nunca de una suma
equivalente a 4,000 pesetas anuales.
Los rasgos más salientes de la vida y de la obra de Calvino
serán tratados en capítulos sucesivos. Hasta el presente año,19
aparte de una lápida en la catedral donde tan a menudo
predicó, poco se había hecho para perpetuar su memoria en
una ciudad que él, más que ningún otro hombre, ha hecho
ilustre. Murió el 27 de mayo de 1564, antes de cumplir los
cincuenta y cinco años. El sepulcro que se tiene por suyo en el
cementerio de Plain Palais, de Ginebra, lleva, como el de
Knox, en Edimburgo, solamente las iniciales de su nombre.
Pero "J- C." tiene otros monumentos, más duraderos que
mármoles y bronce, en las vidas sobre las cuales ejerció una
poderosa influencia y en los principios que enseñó.
19
El año 1909, en que se publicó la primera edición inglesa de la presente
obra, fue el año del cuarto centenario del nacimiento de Calvino. En
conmemoración de este centenario se levantó en Ginebra el monumento a
la Reforma, que se describe en el Apéndice D.
44
CAPÍTULO VI
EL CARÁCTER DE CAL VINO
Calvino era un hombre de fe. Vivia bajo el poder de las
realidades invisibles. En época muy temprana de su vida tomó
por blasón una mano que presentaba un corazón ardiendo,
con este lema debajo: Cor meum velut mactutum Deo in
sacrificium offero. (Ofrezco a Dios mi corazón como inmolado
en sacrificio.)
No nos dice mucho acerca de sus propias experiencias es-
pirituales. Pero en el prefacio de su Comentario a los Salmos
levanta un poco el velo. Hablando de cómo había abandonado
el estudio de las leyes, dice: "Aunque traté de dedicarme
fielmente a él para dar gusto a mi padre, Dios volvió al fin mi
camino en otra dirección, por el secreto impulso (arcano
freno) de su providencia. Y en primer lugar, cuando estaba yo
demasiado adherido a las supersticiones del Papado, para
hacerme fácil la salida de tan profundo pantano, redujo a
docilidad, por una conversión repentina, mi mente,
demasiado endurecida por la edad". Cuándo y cómo tuvo
lugar este cambio repentino es difícil decirlo. El profesor
Lefranc, en su libro La jeunesse de Calvin, piensa que, aunque
la decisión puede haber sido repentina, al fin, la conversión
fue un proceso gradual. Pero es difícil seguir a Lefranc en su
idea de que el ambiente y las influencias familiares en Noyon
ayudaron a Calvino en su evolución hacia el protestantismo.
Lo importante es que, cualesquiera que fuesen los medios
usados y las circunstancias que ayudaron, Calvino atribuyó el
cambio a la obra del Espíritu divino en su conciencia. El que
no naciere de arriba, no puede ver el reino de Dios.
45
A través de toda su vida vio la mano guiadora de Dios. Así,
por ejemplo, dice en el ya citado prefacio a los Salmos: Yo,
que por naturaleza soy de disposición rústica (subrusticus),
amaba el retiro y la tranquilidad, y procuraba el aislamiento,
cosa que nunca me fue concedida, porque todos mis retiros se
tornaron escuelas públicas. En fin, siendo éste mi único deseo,
cultivar una obscura tranquilidad, Dios me ha guiado por
varios rodeos, de tal modo que nunca me ha dejado descansar
en ningún lugar hasta no sacarme, contra mi natural
inclinación, a la luz pública".
Para establecerse en Ginebra fue guiado, es cierto, por la
exhortación de Farel. Pero por encima de la voz de Farel oía
otra voz que le hablaba. Esto también lo sabemos por su
prefacio a los Salmos. "Fui retenido en Ginebra, no tanto por
el consejo y la exhortación, como por la terrible adjuración de
Guillermo Farel, como si Dios hubiera echado mano de mí
violentamente desde el cielo".
En la Institución (Libro III. cap. II, párrafo 21) habla del
poder que tiene la fe para tranquilizar el ánimo y fortalecer el
carácter. "El ánima fiel, por muy mucho que sea afligida y
atormentada, mas con todo esto, al fin vence todas estas
dificultades y en ninguna manera jamás consiente que la
confianza que ella tiene en la misericordia de Dios le sea
quitada. Mas, antes al contrario, todas las dudas que la
atormentan y fatigan se convierten en mayor certificación de
esta confianza... Nunca jamás puede la raíz de la fe ser
arrancada de un corazón pío, sin que allá en lo bajo de tal
corazón no quede algo arraigado, no quede alguna partecita
pegada, por más que siendo movida, parezca que ha de dar
consigo de acá para allá: que la lumbre de ella nunca jamás
será de tal manera muerta ni apagada, sin que por lo menos no
quede alguna centellita escondida entre las cenizas... Se
cumple en ellos aquello que dice San Juan: Esta es la victoria
que vence al mundo: nuestra fe. Porque él no afirma que ella
será victoriosa solamente en una batalla, ni en tres ni en
cuatro; mas que saldrá victoriosa contra el mundo todas y
cuantas veces él la acometiere y se tomare a manos con ella".
46
¡Cuan hermosas son sus palabras acerca de la oración!
(Institución, lib. III cap. XX, párrafos 1º y 2º): "Esta, cierto,
es una secreta y oculta filosofía, que no se puede entender por
silogismos, mas que solamente la aprenden y entienden
aquellos a quienes Dios ha abierto los ojos para que en su
lumbre vean la lumbre. Siendo, pues, nosotros enseñados por
la fe a conocer que todo bien que nos es necesario, y del cual
en nosotros mismos carecemos, es en Dios y en nuestro Señor
Jesucristo, en quien ha querido el Padre que toda la plenitud
de su liberalidad residiese, para que de El, como de una fuente
copiosísima, sacásemos todos: resta que nosotros busquemos
en El, y de El con oración donándonos io que hemos
aprendido haber en El... Así que por medio de la oración
nosotros alcanzamos que penetremos a aquellas riquezas que
Dios nos tiene depositadas en si mismo. Porque ella es una
cierta comunicación entre los hombres y Dios, por medio de
la cual, habiendo ellos entrado en el santuario ceiestial, le
avisan y traen a la memoria claramente sus promesas, para que
por la experiencia les muestre, cuando la necesidad lo
requiere, que lo que ellos han creído a su simple palabra ser
verdad, no es mentira ni falsedad... Cierto, no es sin causa que
nuestro Padre celestial testifica todo d refugio de nuestra salud
consistir en la invocación de su nombre: pues que por ella
adquirimos la presencia, así de su providencia, por la cual El
vela, teniendo cuenta y proveyendo todo cuanto nos es
necesario; como de su virtud y potencia, por la cual nos
sustenta a nosotros, flacos y sin fuerzas, y que casi no
podíamos tenernos en los pies; y también adquirimos la
presencia de su bondad, por la cual a nosotros que
miserablemente estábamos agobiados con pecados, nos recibe
en su gracia y favor; y por la cual, por decirlo en pocas
palabras, nos lo aplicamos todo entero, a fin que El se muestre
sernos favorable y que siempre está con nosotros. De aquí
procede un singular reposo a nuestras conciencias. Porque
habiendo nosotros declarado al Señor la necesidad que nos
acongojaba, de todo en todo nos reposamos en El,
entendiendo que todas nuestras miserias las conoce muy bien
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aquél de quien estamos ciertísimos que nos ama y que nos
puede bastantísimamente suplir todas nuestras necesidades".
La conciencia de la presencia de Dios era ciertamente la
influencia suprema y dominante en su vida. En su carta a
Melanchton, por ejemplo, apela "a Dios y a los santos ángeles
que nos ven". Y en otro lugar apela a Cristo como el Señor de
la vida, el testigo y el juez, bajo cuya mirada lidiamos.
Era un hombre de valor. Podía decirse de él, como se dijo
de su contemporáneo y amigo Juan Knox, que jamás temió ni
aduló a hombre alguno.
Hacía falta todo su valor para emprender las reformas
eclesiásticas y morales que propuso realizar en Ginebra. Uno
de los principios fundamentales que asentó fue la pureza de la
comunión de la Iglesia y la necesidad de disciplina. Na-
turalmente, esto ofendía a la gente de moralidad laxa y de vida
poco piadosa. El partido de los Libertinos invocó el auxilio
del Concejo y llegó a conseguir que adoptara un acuerdo por
el cual aquel cuerpo recababa el derecho de revisar las
decisiones del consistorio o gobierno eclesiástico en cuanto a
la admisión de personas a la Santa Comunión. Elevada una
apelación al Concejo de los Doscientos, que era la suprema
autoridad legislativa, éste decidió que el pequeño Concejo
tenía el derecho de intervenir en la disciplina eclesiástica y de
absolver a los ofensores. Los libertinos se creyeron
victoriosos. Calvino, pensaban ellos, no se atrevería ya más a
resistir al Concejo.
Pero conocían poco al hombre con quien tenían que ha-
bérselas. Determinaron asistir a la iglesia de San Pedro el
primer Domingo de septiembre de 1553, día en que había de
celebrarse la Cena del Señor y, si fuera necesario, tomar los
elementos a viva fuerza u obligar a Calvino a administrárselo.
Llegó el día señalado. La iglesia estaba llena. Muchos de los
presentes llevaban armas. Calvino subió al pulpito y predicó
sobre la naturaleza del sacramento y el peligro de tratarlo con
menosprecio. Concluyó declarando que no administraría el
sacramento a ninguno que hubiera sido excomulgado, y que si
alguien intentaba tomar el pan del Señor por la fuerza, lo
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haría con grave peligro para sí. Después de esto, bajó a la santa
mesa. Los libertinos se adelantaron decididos a participar.
Calvino, extendiendo sus manos sobre el pan y el vino dijo:
"Podéis romper estos brazos, podéis quitarme la vida; pero
jamás me forzaréis a contaminar la mesa del Señor o a dar lo
sagrado a los profanos". Un silencio reverente cayó sobre toda
la congregación. Los libertinos se retiraron confundidos. Y la
Santa Cena se celebró, según relata Beza, en el más profundo
silencio y con un santo respeto, como si Dios mismo estuviera
visiblemente presente en la asamblea. Calvino había triunfado
y la independencia espiritual de la Iglesia quedaba vindicada.
Tomemos otra escena memorable, aquella en que Calvino
afrontó, en 1547, el Concejo de los Doscientos. El apasiona-
miento acerca de las leyes reformadoras de la moral pública
era muy vivo. El Concejo mismo estaba hondamente
dividido. Calvino era, por supuesto, furiosamente injuriado
por los que se oponían a su criterio. El Concejo se reunió el
16 de diciembre. Llegó al reformador la noticia de que había
surgido una aguda contienda en la sesión y que se habían
lanzado amenazas de violencia. Las calles estaban llenas de
multitudes excitadas. El dijo que acudiría al Concejo. Sus
amigos trataron de disuadirle, pero en vano. Pasó por las
calles hasta la sala de Concejo, a cuyas puertas, como él
mismo escribió en su carta a Viret, se había congregado una
multitud tumultuosa. "Terrible era la escena —dice—. Me
arrojé en lo más espeso de la multitud. Fui arrastrado de un
lado a otro por los que querían salvarme de algún daño. Puse a
Dios por testigo de que había ido a ofrecer mi cuerpo a sus
espadas, si era que tenían sed de mi sangre." En su alocución
de despedida a los pastores de Ginebra, poco antes de su
muerte, se refiere a este incidente y dice que cuando entró en
el Concejo le dijeron: "Retiraos, señor; no es con vos con
quien tenemos que ver", y que él respondió: "No, no me
retiraré. Seguid adelante, perdidos; matadme y mi sangre
testificará contra vosotros y aun estos bancos la requerirán".
Con toda verdad podía decir: "El Señor es la fortaleza de mi
vida. ¿De quién he de atemorizarme?"
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En 1542 se declaró la peste en Ginebra. El hospital de
apestados estaba lleno. Hacía falta un capellán. El pastor
protestante Fierre Blanchet se ofreció, y fue aceptado por el
Concejo. Al poco tiempo cesó la peste y Blanchet salió del
hospital.
En 1543 hubo una nueva invasión de la peste. El I9 de
mayo, Calvino anunció al Concejo que el pastor Castellion
estaba pronto a servir como capellán en el hospital. El
Concejo aceptó el ofrecimiento, censurando al mismo tiempo
a algunos pastores que no habían querido ir al hospital. Esto
ocurrió el 2 de mayo; pero el día 11, Castellion fue dimitido y
Blanchet nombrado de nuevo. Blanchet murió y el Concejo
ordenó, en 19 de junio, que los pastores se reunieran y
eligieran un capellán, "excluyendo a monsieur Calvin, porque
era requerido para la Iglesia." A la semana siguiente se
nombró un capellán.
Podemos comprender que el Concejo no quisiera exponer
a Calvino al riesgo de infección en el hospital. Al general en
jefe no se le coloca en primera línea. Pero ¿qué hubiera hecho
Calvino si hubiera sido llamado? Seguramente hubiera
cumplido con su deber.
Doumergue cita una carta escrita por Calvino a Viret en
octubre de 1542 al principio de la peste. Si algo le ocurre (a
Blanchet), temo que, después de él, me tocará a mí correr el
riesgo... No podemos desamparar a los que necesitan nuestro
ministerio más que los otros. En tanto que estamos en este
cargo, no veo cómo podríamos excusarnos a nosotros
mismos, si por temor al peligro, priváramos de auxilio a los
que más lo necesitan.
Doumergue dedica bastante espacio a este incidente,
porque los autores católico-romanos han citado las frases de
Calvino en que expresa su temor, omitiendo las otras en que
manifiesta su sentido del deber. Hace notar que la carta de
Calvino, como escrita a un amigo, es completamente franca.
No pretende en ella despreciar el peligro. Pero si el deber lo
requiere, está pronto para afrontarlo.
50
Era un hombre abnegado. Riquezas terrenas jamás las
buscó. En Estrasburgo, donde, como hemos visto, era lector
en la Academia, a la vez que pastor de la congregación
francesa, se vio a menudo en extrema pobreza. Tuvo hasta
que vender sus libros para procurarse el sustento. Durante su
ministerio en Ginebra, el Concejo, habiendo observado que
su gabán estaba muy raído, votó una cantidad de dinero para
comprarle una pieza de paño.
En su prefacio al libro de los Salmos dice: "Hay personas
que hacen correr rumores ridículos acerca de mis tesoros: de
mi gran poderío y de mi opulenta manera de vivir. De un
hombre que se contenta con tan sencilla alimentación y tan
ordinaria vestimenta y que no pide, aun de los más humildes,
más moderación de la que él mismo practica, ¿cómo puede
decirse que es un derrochador y amigo de la ostentación? Mi
muerte probará lo que no quieren creer durante mi vida". (Me
non esse peeuniorum. si vivus quibusdam non persuadero, mors
tandem stendet.)
Sus honorarios, cuando ocupaba el cargo eclesiástico más
elevado de Ginebra como predicador de la catedral y pastor de
su congregación, nunca excedieron de una cantidad
equivalente a 4,000 pesetas 4+ por 1 peso) anuales, aparte de
casa y jardín.
Era un hombre capaz de profunda simpatía. Severo podía
ser ciertamente al denunciar el mal o al condenar a los que
creía obraban en contra de la ley de Dios. Pero que tenía un
corazón tierno se deduce muy claramente de su
correspondencia. Se conserva una carta que escribió a
Richeburg, ciudadano de Estrasburgo, cuyo hijo había muerto
en la peste de 1541. En ella expresa su aflicción al ver un joven
en la flor de sus años, arrebatado por la muerte, "uno a quien
yo amaba como a un hijo, y él a mí no menos que a un
segundo padre. .. Desde las confusas e inciertas sombras de la
vida ha sido recibido en la inmortalidad. . . Pero tú dirás que
es difícil reprimir de tal modo los afectos paternales, que no se
experimente dolor por la muerte de un hijo. Ni yo deseo que
no te aflijas. No aprendemos en la escuela de Cristo una
51
filosofía que se proponga suprimir todos esos sentimientos
que Dios nos ha dado y tornar a los hombres en piedras.
Todo lo que he dicho tiene solamente por objeto persuadirte a
poner límite a tu dolor y a calmarlo, para que, al derramar tu
corazón en lágrimas, como la naturaleza y el amor paternal lo
piden, no te entregues por completo al dolor". ¡Qué simpatía
tan real, qué consuelo tan sabio, alientan en estas palabras!
Sus cartas a Viret, su amigo y colaborador, muestran la
misma ternura. Hablando de la enfermedad de la esposa de
Viret: "Puedes estar seguro de que estoy tan inquieto por ella
como si fuera mi propia esposa o hija". Y cuando una carta
del mismo Viret vino a desmentir el rumor que había corrido
acerca de la muerte del miaño, Calvino escribe: "Tan pronto
como vi tu cana produjo tal tempestad de alegría que apenas
era dueño de mí mismo. Es bueno que no hayas tenido que
pasar por tal noche de dolor".
A un padre que, disgustado con su hijo, había rehusado
reci-birlo en su casa, Calvino escribió intercediendo por el
hijo. A la duquesa de Ferrara, profundamente afligida por la
muerte de su hijo político Francisco, duque de Guisa, y por la
afirmación de algunos de los reformadores, de que sería
condenado al castigo eterno, escribió una carta de sincera
simpatía. Le dice que debemos guardarnos contra toda
precipitada presunción al hablar del estado futuro de un
hombre, "porque no hay más que un Juez, ante el cual todos
debemos dar cuenta de nuestros actos". Guizot dice:
"Ciertamente, muy pocos hombres del siglo XVI eran lo
bastante liberales y magnánimos para usar semejante lenguaje
acerca de la muerte y estado futuro de su más formidable
enemigo". Las palabras que el arzobispo de Armagh escribió
con ocasión de la muerte del arzobispo Temple
pudieran aplicarse casi exactamente a Calvino:
De hierro el corazón toda su vida
no para otros, para sí guardó.
A sus hermanos, corazón de carne;
al cielo, corazón de fuego dio.
52
Beza, que tuvo amplias oportunidades de conocer íntima-
mente a Calvino, nos ha dejado el siguiente juicio acerca de su
carácter: "Aunque la naturaleza —dice— había dotado a
Calvino con cierta seriedad digna, tanto de modales como de
carácter, nadie era más agradable que él en el conversación
ordinaria. Podía soportar de una manera admirable las faltas
de otros, cuando procedían de mera flaqueza; así, nunca
avergonzó a nadie por inoportunas represiones, ni desalentó a
ningún hermano flaco; pero, por otro lado, nunca pasó por
alto ni trató con lenidad el pecado voluntario... Su
temperamento era naturalmente colérico, y su activa vida
pública había tendido en mucho a desarrollar esta falta; pero
el Espíritu de Dios le había enseñado a moderar de tal modo
su ira, que nunca se le escapó una palabra indigna de un varón
justo. Mucho menos cometió nunca una injusticia hacia otros.
Era solamente cuando la cuestión concernía a la religión, y
cuando tenía que contender contra pecadores endurecidos,
cuando se permitía moverse y excitarse, traspasando los
límites de la moderación. .. Habiendo sido testigo durante
dieciséis años de sus trabajos, he trazado la historia de su vida
y de su muerte con toda fidelidad; y testifico ahora sin
vacilación que todo cristiano puede encontrar en este hombre
el noble modelo de una verdadera vida y muerte cristiana; un
modelo, sin embargo, tan fácil de falsificar como difícil de
imitar".
Era un trabajador infatigable. Aunque, en sus últimos años
especialmente, sufrió mucho de mala salud, siempre fue un
estudiante laborioso. Daba poco tiempo al sueño y estaba ge-
neralmente en su trabajo a las cinco o seis de la mañana.
Una carta a Farel desde Estrasburgo nos da una idea de su
trabajo: "No recuerdo día en todo este año en que me haya
visto tan cargado por tal variedad de ocupaciones. Guando el
mensajero estaba listo para llevar el principio de mi obra con
esta carta, tenía que repasar todavía más de veinte hojas. Tenía
después que dar una conferencia y predicar, escribir cuatro
cartas, poner paz entre algunas personas que habían reñido
53
unos con otros y contestar a más de diez personas que acudían
a pedirme consejo".
Una semana de cada dos predicaba diariamente. Tres días
por semana explicaba Teología. Asistía con regularidad a las
sesiones del Consistorio y dedicaba mucho tiempo a otros de-
beres públicos.
Era un firme creyente en el valor de las visitas pastorales;
un deber descuidado a menudo por los ministros del
Evangelio. Bucero le escribió en 1547, alabándole por su
cumplimiento de "este deber de piedad y amor".
Sin embargo, con ser tan laboriosa su vida, encontraba
tiempo para sencillas distracciones. Al aire libre jugaba al tejo,
y dentro de casa, a un juego de mesa llamado clef.
Aquí es oportuno decir algo acerca de la actitud de Calvi-
no hacia el teatro. No era una actitud de ciega hostilidad. La
pasión por las representaciones dramáticas era tan fuerte entre
los antiguos ginebrinos como la pasión por el baile. En 8 de
abril de 1546, Monet y varios otros presentaron al Concejo
una pieza "moral", pidiendo autorización para representarla el
Domingo después de Pascua. El Concejo dio instrucciones a
los pastores para que presenciaran un ensayo de esta "moral"
y vieran si contribuía a la edificación; y habiendo informado
los pastores que la composición dramática era "para
edificación y confirmación de la Palabra de Dios", se concedió
la autorización.
Esta "moralidad" (probablemente un drama de Pasión)
tuvo tal éxito y popularidad, que el 24 de mayo se dirigió otra
petición al Concejo para representar los Hechos de los
Apóstoles, para edificación del pueblo. Resolvióse comunicar
dicha historia a Monsieur Calvin, y si él la encontraba sobria
y edificante, permitir su representación. La "historia" había
sido escrita por Abel Poupin, uno de los pastores de Ginebra
y colega de Calvino.
Calvino rehusó dar su opinión personal, prefiriendo
comunicar la decisión a que se llegara en una conferencia con
sus colegas. "Y digamos desde luego —dice Doumergue—, para
seguro asombro de nuestros lectores, que la opinión estrecha e
54
intransigente no fue la de Calvino. El se unió a sus colegas
para moderarlos."
Las actas del Concejo del 31 de mayo nos informan de que
se concedió autorización para representar esta pieza en el
Domingo de Pentecostés, después de dirigidas comunicaciones
a monsieur Calvin y a monsieur Abel; que estos dos ministros
fueron de opinión de que no había nada impío (contre Dieu)
en ella; pero que los demás pastores objetaron por cuestiones
de principio. No les gustaba, buena o mala, y no querían que
se representasen piezas dramáticas.
Aparece claro que la objeción en principio, la oposición
formal a toda clase de, representaciones teatrales, procedió no
de Calvino, sino de sus colegas.
El Concejo solicitó una segunda opinión de Calvino y
Abel. Si aprobaban la representación y no encontraban nada
impío en ella, el Concejo señalaría la fecha para que se
representara.
Al día siguiente, 1º de junio. Calvino se presenta ante el
Concejo. Procura reconciliar las opiniones de los que objetan
a la representación ron las de los que la desean. La objeción
hecha por los colegas de Calvino, los pastores, era que algunas
personas desearían representar ciertos dramas y gastarían el
dinero en estas cosas en lugar de emplearlo en obras de
caridad. Calvino procuró demostrar que no era necesario
abandonar lo uno para hacer lo otro.
Las actas del Concejo no dicen cuál fue la decisión a que se
llegó.
Posteriormente se solicitó permiso para representar una
comedia titulada Los trabajos de Hércules. Pero como en este
caso se trataba de una pieza profana, y en ella habían de
emplearse actores profesionales, el Concejo no vaciló en
denegar el permiso.
Después propusieron otra vez Los Hechos de los
Apóstoles. Calvino informó en nombre de los pastores que el
drama era bueno (bien saingt et cellon Dieu), pero
consideraban más conveniente que no se representara. El
55
Concejo, sin embargo, creyó mejor permitirlo y los pastores
no insistieron en su oposición.
Escribiendo a Farel el 3 de julio, la víspera de la función,
Calvino decía: "Hemos declarado que la representación de de
esta pieza no nos agrada nada. Pero no resistimos hasta el fin,
porque había peligro de que quebrantáramos nuestra
autoridad si nos oponíamos obstinadamente, y al fin pasaban
por encima de nuestra resistencia. Veo que no se puede
rehusar a los hombres toda diversión''. (Video non posse negari
omnia oblectamenta.)
Posteriormente, Cop (uno de los pastores; denunció enér-
gicamente el drama desde el pulpito, y especialmente, la pre-
sencia de mujeres en el escenario. El resultado fue una tu-
multuosa manifestación contra Cop. Calvino logró apaciguar
los ánimos. Viret asistió como espectador a la representación
del drama.
Es Ernesto Renán quien ha dicho: "Careciendo del ardor
vivo, profundo, simpático, que fue uno de los secretos del
éxito de Lutero; careciendo del encanto, de la ternura lánguida
y peligrosa de Francisco de Sales, Calvino triunfó en una
época y en un país que reclamaba una reacción hacia el
cristianismo, sencillamente porque era el hombre más
cristiano de su tiempo".
56
CAPÍTULO VII
CALVINO COMO REFORMADOR
La primera obra de Calvino en la organización de la Iglesia
comenzó muy poco después de su llegada a Ginebra, en 1536.
Está representada por los Artículos, el Catecismo y la
Confesión, de 1537. Que la obra de CaKino era
eminente¬mente espiritual, estos Artículos lo demuestran
Comienzan por una declaración en favor de la frecuente y
respetuosa observancia de la Cena del Señor. Calvino había ya
abogado en la Institución por su celebración todos los
Domingos, pero como una concesión a la flaqueza del pueblo,
recomendó ahora su observancia, por lo pronto, una vez al
mes.
Intimamente relacionada con la celebración de la Santa
Comunión está la cuestión de la disciplina eclesiástica. Los
Artículos recomendaban al Gobierno que se nombraran
personas rectas, no fáciles de sobornar, que vigilaran la vida y
conducta de todo el pueblo por todas partes de la ciudad, y
que comunicaran a los pastores cualquier falta grave que
observaran, con objeto de que los ofensores pudieran ser amo-
nestados y corregidos. En caso de que estas medidas
fracasaran, debía seguir la excomunión.
Una recomendación de mayor alcance aún era la de que
todos los habitantes de la ciudad, empezando por los mismos
consejeros, estuvieron obligados a hacer una confesión de fe.
Y para que la fe cristiana fuera comprendida, se enseñaba a los
niños un breve y sencillo resumen de ella y había catequesis
pública por los pastores en ciertas épocas del año.
57
Estas recomendaciones fueron aceptadas por las
autoridades civiles, el Concejo pequeño y el de los Doscientos,
excepto la referente a la Cena del Señor. Esta había de
celebrarse, como se había hecho hasta entonces, cuatro veces
al año. Es curioso cómo esta infrecuente Comunión, contra el
parecer de Calvino, se hizo regla establecida, no sólo en
Ginebra, sino también en Escocia, donde hasta hace poco
tiempo la Comunión se celebraba, generalmente, sólo dos
veces al año.
Sin embargo, en Estrasburgo, durante el tiempo que fue
pastor de la colonia francesa, Calvino consiguió introducir la
celebración de la Cena del Señor una vez al mes. Allí
estableció también la forma presbiteriana en el gobierno de la
Iglesia.
La admisión de los laicos a participar en el gobierno de la
Iglesia es, indudablemente, lo que distingue singularmente a
Calvino como reformador eclesiástico. Antes de su tiempo, la
Iglesia estaba gobernada únicamente por el Clero. Pero él
admitió a los ancianos gobernantes o '"ministrantes",
diferentes de los ancianos predicadores o clérigos, a tomar
parte en la dirección de la Iglesia, una vez que hubieran sido
debidamente elegidos por el pueblo y apartados para este
cargo.
Calvino, sin embareo, no rechazó el episcopado. En la Ins-
titución reconoce que en la Iglesia antigua, "para quitar toda.s
las ocasiones de disensión, los presbíteros de cada ciudad
elegían de entre ellos uno que los presidiese, a quien daban el
título de Obispo... El establecimiento de un arzobispo sobre
todos los obispos de la provincia, y el establecimiento de
Patriarcas, que se hizo en el Concilio de Nicea, con rango y
dignidad superior a los de los arzobispos, fueron regulaciones
encaminadas a la preservación de la disciplina".20
20 Sobre este mismo asuntó hay una importante declaraciJón de Calvino
en su carta al rey de Polonia, en 1555, citada por Henry, II, 343. Dice
Calvino: "Puede haber también obispos para las varias provincias o
ciudades, cuyo oficio sean mantener el orden en todo, según lo requieran las
58
En Estrasburgo preparó Calvino una liturgia para el culto
público, sobre la cual basó más tarde Juan Knox su famoso
Libro de Servicio. Generalmente, se ha presentado a los re-
formadores escoceses y presbiterianos como hostiles al uso de
fórmulas litúrgicas en el culto. Es cierto que los presbiterianos
de Escocia se resistieron tenazmente a la introducción del
culto litúrgico en sus iglesias; pero lo que provocó su
oposición no fue el uso de una liturgia, sino el hecho de ser
una liturgia inglesa la que las autoridades de aquel tiempo
querían imponerles.
La liturgia de Calvino comprendía una confesión general
de pecados muy semejante a la usada por la Iglesia en
Inglaterra, el recitado o canto de los Diez Mandamientos y del
Credo de los Apóstoles, oraciones de suplicación e intercesión
y la Oración dominical. Más tarde, en el orden del culto
establecido en Ginebra, se dejó lugar para la oración
improvisada al lado de las oraciones prescrita.
Calvino dio también lugar importante a la música en el
culto de la Iglesia. En este punto su actitud fue diferente de la
de Zwinglio, que había abolido la música religiosa en Zurich.
En Estrasburgo publicó Calvino su primera colección
pequeña de Salmos, en forma métrica e himnos en francés,
ocho de los cuales eran de Clemente Marot y siete suyos. Más
tarde, en Ginebra, añadió cien salmos, traducidos al francés
por Beza. Henry, el biógrafo alemán de Calvino, dice: "Es
nota característica del espíritu de la época que los Salmos de
Marot se cantaban con éxito en la corte de Francisco I, y más
tarde, en la de Francisco II y la formidable Catalina de
Médicis. El rey Enrique II cantaba, cuando iba de caza, el
Salmo que empieza: "Como el ciervo brama… ", y el rey de
Navarra: "Oh, Dios, aboga mi causa..." La Sor-bona trató en
vano de persuadir a Francisco que prohibiera la traducción.
Kampschulte afirma (1,445, nota) haber quedado demostrada
circunstancias, y de cada asamblea de obispos puede escogerse uno al cual se
encomiende el cargo principal".
59
por recientes investigaciones que varios de los Salmos
anteriormente atribuidos a Marot son obra de Calvino.
Las ideas de Calvino acerca del gobierno de la Iglesia se
hallan incorporadas en las Ordonnances Ecclesiastiques,
redactadas por él, en 1541, a su regreso de Estrasburgo a
Ginebra, a petición del Concejo pequeño. Aunque
modificadas por este organismo y por el de los Doscientos,
estos Ordonnances son, en general, una expresión fiel de sus
principios. El Dr. Fairbairn (en la Historia Moderna
publicada por la Universidad de Cambridge) dice: "Las
Ordonnances pueden describirse como el programa de la
reforma srinebrina de Calvino, o como su método para
aplicar a la iglesia externa y local el gobierno que Nuestro
Señor había instituido y los Apóstoles habían puesto en
práctica". En ellas, siguiendo el ejemplo de la Iglesia primitiva,
se distinguían cuatro clases de oficios: pastores o predicadores,
doctores o maestros, ancianos y diáconos. Los doctores o
maestros venían a ocupar en su sistema el lugar de nuestros
modernos profesores de teología. Determinaba que los
pastores o predicadores fueran nombrados por el clero: sus
nombres, presentados al Concejo de la ciudad para su
aprobación y confirmación, y finalmente, sometidos a la
congregación para que ella diera su consentimiento.
Los ancianos de la Iglesia debían vigilar la conducta moral
de todos. Eran elegidos cada año, pero podían continuar en su
cargo por más tiempo. Ellos, en unión con los pastores,
formaban el Consistorio. En Ginebra, los ancianos estaban en
mayoría dentro del Consistorio. A este cuerpo, que se reunía
todos los jueves, correspondía ia administración de la
disciplina eclesiástica, como a la que llaman session en las
iglesias presbiterianas de los países anglosajones. Los diáconos
tenían a su cargo el cuidado de los pobres y enfermos y las
ofrendas de la congregación. Se hacía provisión para el
socorro de los necesitados y estaba prohibida la mendicidad.
En el sistema de Calvino, la Iglesia y el Estado estaban
estrechamente entretejidos. Aunque mantenía, como hemos
visto, la independencia espiritual de la Iglesia en materias re-
60
ferentes a la doctrina y al culto, daba un lugar importante al
Gobierno civil en asuntos de administración. Así, por
ejemplo, se disponía en las Ordonnances que la Iglesia tratara
con los ofensores hasta el punto de la excomunión: pero
después, "cuando fuere necesario imponer algún castigo u
obligar a las partes, los pastores, con el Consistorio, habiendo
oído a cada parte y hecho las amonestaciones y reprensiones
que sean convenientes, informarán al Concejo, el cual
deliberará sobre su informe y dispondrá y pronunciará juicio,
según los méritos del caso". Los ancianos tenían asiento en el
Tribunal civil y eran el lazo de unión entre la Iglesia y el
Estado.
Es cosa bien sabida que el ideal que Calvino acariciaba para
el Estado era el de una teocracia. El intentó hacer de Ginebra
una ciudad de Dios. Y en aquella ciudad, a pesar de grandes
oposiciones y de más de una derrota ocasional, llevó a cabo
una gran reforma social y moral. Acerca de ella diré Juan
Knox: "Reconozco que en otros lugares Cristo es fielmente
predicado; pero costumbres y religión tan sinceramente
reformadas no las he visto en ninguna otra parte”. (M. Crie:
Life of Knox, I, página 197).
Hemos visto ya en qué condiciones se hallaba la moralidad
ginebrina antes de que Calvino llegara a la ciudad. Con los
elevados ideales que él tenía de lo que la vida individual
nacional debía ser, se propuso resueltamente corregir las
costumbres públicas. Tenía que luchar con vicios propios de
nuestro tiempo como de aquéllos. La inmoralidad era abierta
y descarada. La embriaguez hacía estragos. El juego ejercía ya
entonces su mortal fascinación sobre muchos. Contra todos
estos males habló desde el pulpito. Para combatirlos
contribuyó también al establecimiento de un tribunal de
costumbres. Los adúlteros debían ser encarcelados, pagar una
multa y hacer penitencia pública. Se prohibió jugar por
dinero. Doumergue ha demostrado que Calvino, al influir
para que se estableciese una legislación de este carácter, no
hacía más que continuar ejercitando, dándole tal vez una
aplicación más extensa, un derecho que antes de la Reforma
61
habían ejercitado ya la autoridad episcopal y los Concejos
municipales. Con esta explicación defiende el citado
historiador a Calvino de la acusación que tantas veces se le ha
hecho de entremeterse indebidamente en la conducta del
pueblo. El vio grandes males y quiso ponerles coto. (Véase el
Apéndice A.)
Antes de que Galvino fuera a Ginebra, las autoridades
civiles de algunas ciudades suizas se habían visto en la
necesidad de atajar los abusos que se cometían en las tabernas
y otros lugares de recreo público. El Concejo de Zurich, en
1530, y el de Berna, en 1534, suprimieron las hostelerías de
baja clase, autorizando solamente posadas decentes en las
ciudades y aldeas y al lado de las principales carreteras.
En 1529, según Bonivard, "el prisionero de Chillón", las
ventas y tabernas de Ginebra eran tan numerosas, que podían
alojar a todas las tropas enviadas por Berna y Friburgo contra
los saboyanos. Y hasta que Calvino intervino para remediarlo,
eran lugares de ilimitada licencia.
Había además varios clubes sociales, llamados abbayes, que
hacían la competencia a las tabernas. Existían antes del tiempo
de Calvino. Lo que él hizo fue insistir en que los reglamentos
que determinaban su buen funcionamiento se pusieran en
vigor.
Además, la necesidad de una legislación restrictiva se hizo
más urgente por motivo del gran influjo de extranjeros.
Ginebra era en el siglo XVI una ciudad de unos 13,000
habitantes. De todas partes, de Francia, de Inglaterra, de
España, de Italia, llegaban refugiados. En once años, de 1549 a
1559, la población de la ciudad se aumentó con una
inmigración extranjera de más de 5.000 residentes (Mallet:
Recherches historiques et statístiques sur la population de Géneve,
1837, pág. 41, núm. 2 ).
"No es de extrañar —dice Doumergue— que Ginebra
tomara precauciones respecto a estos recién llegados. Y como
debía su misma independencia y existencia a su fe, el punto
sobre el cual tomaba sus primeras y mayores precauciones era
el de la religión.
62
"En primer lugar —dice el formulario de las cartas de em-
padronamiento publicadas en 1550— es necesario prestar
solemne juramento de "vivir según la santa Reforma y de ser
obedientes y sujetos a nosotros". Se exigía de todos que asis-
tieran a los sermones y culto público y que denunciaran a los
blasfemos, licenciosos y gente de mala conducta. Ningún cató-
licoromano podía ser admitido como "habitante", mucho me-
nos como "burgués". Cualquier burgués que se hiciera cató-
licoromano perdía por ello su ciudadanía. Hasta el siglo XVII
no se permitió a ningún católicoromano residir en la ciudad, y
aún entonces sólo en casos excepcionales y por tiempo li-
mitado."
Gomo ha demostrado el profesor II. D. Foster, en su
artículo sobre "Ginebra antes de Calvino'', en The American
Historical Review (1903), las leyes Azules, es decir, los
reglamentos que afectaban a la religión y a las costumbres, no
fueron invención de Calvino ni del Estado Puritano, sino más
bien secuelas de la Edad Media". La inculpación hecha a
Calvino por la existencia de una legislación inquisitorial y
fastidiosa se funda en gran parte en un conocimiento
imperfecto de la realidad. El encontró la fórmula ya existente.
El procuró infundir en ella sus propios ideales elevados, su
concepto de una vida piadosa, recta y sobria, tanto para el
individuo como para la nación.
Calvino creía firmemente en el valor de la instrucción.
Una de sus obras más grandes y permanentes en Ginebra fue
el establecimiento del Colegio, ahora Universidad de aquella
ciudad. Beza fue su primer rector, y con él estaban asociados
profesores de Griego, Hebreo, Filosofía, además de un cuerpo
cíe maestros o tutores subordinados para las clases de la
escuela de segunda enseñanza afiliada al Colegio, dedicándose
Beza y Calvino a las lecciones de Teología. El Colegio, que
empezó así con Humanidades y Teología, abarcó después
Medicina y Leyes. De todas partes de Europa acudían a él
estudiantes. A la muerte de Calvino, el departamento de
segunda enseñanza (scholía privata) tenía mil doscientos
alumnos, y la universidad, o scholia publica, trescientos. El día
63
5 de junio de 1559, día que todavía se observa por el claustro
de la Universidad como dies academicus, se inauguró el
Colegio con un culto solemne en la iglesia de San Pedro, al
cual asistieron los magistrados y todos los hombres doctos de
la ciudad. Calvino pronunció un discurso en francés acerca de
la utilidad de los establecimientos docentes y Beza siguió con
otro discurso en latín.
Uno de los estudios más completos de la obra educativa de
Calvino, un estudio notable por su actitud de simpatía y de
justicia, es el de Kampschulte, el famoso profesor viejo-
católico de la Universidad de Bonn. Hace un análisis detallado
de los asuntos estudiados en el Colegio de Calvino y del
tiempo destinado a cada uno, después de lo cual observa: "La
Escuela Calvinista se proponía educar al hombre completo,
no meramente su inteligencia, sino también su carácter y su
voluntad; darle una base para la vida en su totalidad. Al lado
de la parte didáctica, da más énfasis que ninguna otra a la obra
pedagógica de la escuela. Tiene, por fin, como Beza anunció
en su discurso inaugural, no meramente la instrucción, sino
también la educación; más aún: da la preferencia a la segunda
y procura con espartana severidad, de acuerdo con el carácter
de su fundador, ser digna de esta tarea.” (II. Band, pág. 333.)
Reforma eclesiástica, reforma social, reforma educativa,
todo ello fue obra de la poderosa mente de Calvino.
Defectos había, naturalmente. Tal vez las palabras de M.
Guizot expresan de la manera más fuerte posible las
objeciones que pueden hacerse a su legislación civil: "Aunque
el sistema de Calvino fue concebido y aplicado con rectitud,
sus pensamientos y legislación estaban influidos por dos
nociones equivocadas, que pronto resultaron fatales... El
sistema religioso de Calvino para la Iglesia evangélica pasaba
por alto casi completamente la libertad individual. Deseaba él
regular la vida privada de acuerdo con las leyes morales y por
medio de los poderes del Estado; penetrar en toda la vida
familiar y social y-aún en el alma de cada hombre,
restringiendo la responsabilidad individual dentro de un
círculo cada vez más estrecho. En la relación de la Iglesia
64
evangélica con el Estado, afirmó y llevó a la práctica el
principio adoptado por la iglesia católica, el derecho del poder
espiritual de llamar en su auxilio al brazo secular para
reprimir y castigar las ofensas contra la religión reconocida
por el Estado; es decir, la impiedad y la herejía. Calvino
negaba y violaba así los derechos de la conciencia y la libertad
personal en la vida privada y en materias de religión,
consecuencia deplorable, pero natural, de su negación del libre
albedrío del hombre en su sistema general de doctrina."
(Guizot. Grandes Cristianos de Francia, pág. 267.)
Pero enfrente de este juicio podemos poner el de otro dis-
tinguido historiador. Dice Michelet: "Este grupo selecto de
Francia, con un grupo selecto de Italia, fundaron la verdadera
Ginebra, aquel asombroso asilo entre tres naciones, que sin
apoyo material alguno (porque temía aún a Suiza) se mantuvo
firme por su propia fuerza moral. Sin territorio, sin ejército,
sin nada en cuanto a espacio, tiempo o materia; la ciudad de la
mente edificada por el estoicismo sobre la roca de la
predestinación…. A cada pueblo que se veía en peligro,
enviaba Esparta, en lugar de un ejército, un espartano. Lo
mismo sucedía con Ginebra. A Inglaterra le dio Pedro Martvr:
a Escocia, Knox; a los Países Bajos, Marnix: tres hombre^ v
tres evoluciones." (Michelet, Histoiré de france, 1885, X.
páginas 483 y 484.)
65
CAPÍTULO VIII
INFLUENCIA DE CALVINO SOBRE LAS IGLESIAS
REFORMADAS
Calvino estuvo en constante correspondencia con los direc-
tores de la Reforma en Inglaterra. A la muerte de Enrique
VIII, en 1547, Hertford, duque de Somerset, ocupó la
Regencia durante la menor edad de Eduardo VI. Era un
ardiente reformador de la Iglesia. Por orden suya se quitaron
de los templos los crucifijos y otras imágenes. Galvino le
escribió cartas de simpatía y consejo. Reconociendo que había
en Inglaterra dos partidos extremos, el de "los fanáticos" que
so pretexto de celo por el Evangelio, querían subvertir todo el
orden social, y el de los que deseaban obstinadamente retener
todo el conjunto de supersticiones católicas, Calvino
aconsejaba a Somerset que se opusiera a ambos extremos. ''El
medio mejor —decía— de contrarrestar el mal es enseñar a los
hombres en la verdad de que somos creados a la imagen de
Dios y que el cristianismo es opuesto a todo desorden."
Al mismo Eduardo VI Calvino escribió más de una vez. Le
envió un ejemplar de su Comentario sobre Isaías. Le dedicó leí
Comentario sobre las Epístolas Universales, y más tarde, el
Comentario al Salmo Ochenta y siete.
Entre Calvino y Cranmer, arzobispo de Cantorbery,
se cruzaron muchas cartas amistosas. La correspondencia es
notable, principalmente porque muestra cómo se elevaban
estos dos grandes hombres por encima de las diferencias que
los separaban en asuntos referentes al gobierno eclesiástico. Se
ha acusado con tanta frecuencia a Calvino de estrechez e in-
tolerancia, que es interesante encontrarlo abogando por la
66
unidad. A las sugestiones de Cranmer respondió que
"hombres piadosos y sensatos, educados en la escuela de Dios,
deberían unirse para formar una confesión común de la
doctrina cristiana", y expresó el deseo de que Cranmer
señalara un lugar en Inglaterra donde los caudillos de las
iglesias protestantes pudieran reunirse y llegar a un acuerdo
sobre ciertos artículos fundamentales de la fe como base para
una unión perma¬nente. "En cuanto a mí —dice—, estaría
dispuesto a cruzar diez mares para realizar el objeto que nos
proponemos." Su amistad hacia Inglaterra, así como su celo
por la unidad, se manifiestan en las siguientes frases: "Si se
tratara solamente del bienestar de Inglaterra, pienso que ésta
sería razón suficiente para obrar así. Pero al presente, cuando
nuestro propósito es unir los sentimientos de todos los
hombres buenos y doctos, y de este modo, siguiendo la regla
de la Escritura, reunir en una las iglesias separadas, no deben
escatimarse ni trabajos ni molestias de ninguna clase.”
Esta noble visión de una unidad más estrecha era
compartida por Melanchton, Bucero. Pedro Martyr y
Bullinger. Pero la muerte de Eduardo VI, y el martirio de
Cranmer más tarde, impidieron la celebración de la
conferencia y no se hizo nada más en el asunto.
La elevación de Eiizabeth al trono de Inglaterra, en 1559,
dio ocasión a que Calvino entrara una vez más en contacto
con la vida eclesiástica inglesa. Dedicó a aquella reina en dicho
año su Comentario sobre Isaías. Por el mismo tiempo entró
en correspondencia con el obispo de Londres, Grindal, acerca
de la Iglesia francesa en aquella capital, en cuya formación
Grindal había tomado una participación muy activa. Le envió
un pastor, que había sido educado en Ginebra, para ministrar
aquella congregación.
El asunto de las relaciones de Calvino y de su enseñanza
con la Iglesia de Inglaterra ha sido detalladamente tratado por
Toplady, el autor del renombrado himno: "Roca de los siglos,
por mi herida", vicario de Broad Hembury, en su libro:
Historical Proof of the Doctrinal Calvinism of the Church of
England (prueba histórica de calvinismo doctrinal de la Iglesia
67
Anglicana), en el cual demuestra que los primeros
reformadores ingleses, Wicliffe y Tyndale, mantuvieron
sustan-rialmente las mismas ideas que Calvino.
El obispo Burnet, en su Historia de la Reforma en
Inglaterra, recuerda la carta de Calvino a Somerset, en 29 de
octubre de 1548, alentándole a seguir adelante con la Reforma.
En esa carta, Calvino aprueba cordiatmente el uso de fórmulas
establecidas de oración, por las cuales se manifiesta de una
manera más patente el acuerdo de todas las iglesias. Aconseja
una reforma más completa que incluya la abolición de las
oraciones por los muertos, el crisma y la extremaunción, que
la Escritura no recomienda en ninguna parte. Pero, sobre
todo, se lamenta de las grandes impiedades y vicios que eran
tan comunes entonces en Inglaterra, como la blasfemia, la
bebida y la inmoralidad; y ruega urgentemente al Lord
Protector que se atienda a tales cosas.
Calvino —dice Toplady— "no se lamentó en vano". El
oficio de Comunión sufrió una nueva reforma en 1550, así
como toda la liturgia en 1551, cuando entre otras alteraciones,
se suprimieron totalmente el crisma en el bautismo, la
extremaunción de los moribundos y las oraciones por los
muertos.
Hooker, el autor de Ecclesiastical Polity, en el prefacio a su
obra, dice que Calvino fue indiscutiblemente, el hombre más
sabio que la iglesia francesa había producido y un vaso digno
de la gloria de Dios.
Parker, Grindal y Whitgift, los tres arzobispos de Cantor-
bery durante el reinado de Elizabeth, todos sostuvieron ideas
calvinistas.
Fue Laúd quien asestó el primer golpe contra el calvinismo
en la Iglesia Anglicana. Fue consagrado obispo de Saint David
en 1621. "Este prelado —dice Toplady— no había usado las
vestimentas episcopales más de ocho meses cuando se hizo
instrumento para la redacción y promulgación de un
documento de la corte, titulado: "Direcciones para los
predicadores". El tercer artículo de estas direcciones mandaba
"que ningún predicador, cualquiera que sea su título, que no
68
tenga por lo menos el grado de deán o de obispo, presuma
predicar ante un auditorio popular sobre los profundos
asuntos de la predestinación, elección, reprobación o de la
universalidad, eficacia, resistibilidad o irresistibilidad de la
gracia de Dios, sino que dejen tales temas para ser tratados por
los doctos" (en las dos universidades de Oxford y Cambridge).
Este documento, promulgado con autoridad real, fue fechado
en Windsor en 1622.
Después de la subida al trono de Carlos I, Laúd consiguió
de él, en 1626, que renovara las direcciones referentes a los
predicadores, de las cuales apareció una nueva edición en
forma de proclama, que extendía la prohibición, por lo que
Toplady llama una mal aconsejada extralimitación de la
supremacía regia, aun a los obispos y deanes, a quien se
mandaba abstenerse en adelante de tratar de la predestinación
en sus sermones y escritos.
Los artículos y las homilías de las Iglesias Anglicanas per-
manecieron como estaban, calvinistas: pero después de la Res-
tauración de la Monarquía en Inglaterra, como Hume ha
mostrado, la mayoría del clero anglicano había adoptado las
ideas arminianas.
Por aquel tiempo las ideas de Calvino habían tomado
cuerpo, fuera de la Iglesia Anglicana en la Confesión de Fe de
Westminster, adoptada por la Asamblea de teólogos reunida
bajo el llamado Parlamento Largo en 1643. Esta Confesión
expresa las ideas de los presbiterianos y de los independientes
de aquella época.
Es digna de notarse que la Confesión de Westminster es en
gran parte una reproducción de los Artículos de la Iglesia de
Irlanda, preparados treinta años antes por Usser, después
arzobispo. El profesor Mitchell, en su Introducción a las Actas
de las sesiones de la Asamblea de teólogos de Westminster (1874,
pág. XVII), dice: "En el orden y títulos de muchos de sus
capítulos, así como en el lenguaje de secciones o subdivisiones
de capítulos enteros, y en muchas frases sueltas y voces
signatae que ocurren en toda la Confesión, los teólogos de
Westminster han seguido muy de cerca las huellas de Usser y
69
de sus hermanos irlandeses. Los encabezamientos de aquellos
capítulos, cuyo origen no puede encontrarse en tal fuente,
pueden hallarse generalmente en el Cuerpo de Teología,
publicado en nombre de Usser por el mismo tiempo en que la
Asamblea de Westminster estaba en sesión, una obra que
aunque Usser declinó sancionar como declaración de sus
propias opiniones, reconoció haberla cumplido en su
juventud de los escritos de otros autores."
Esto muestra cuan estrecha era la identidad doctrinal de las
iglesias evangélicas del siglo XVTI. Episcopales, presbiterianos
e independientes, que diferían en cuanto a formas de gobierno
eclesiástico, estaban de acuerdo en mantener en sus elementos
esenciales el credo de Calvino.
Por lo que toca a Escocia, la enseñanza de Cahine, tal
como fue aceptada por Knox, dominó su pensamiento
religioso y gobierno eclesiástico. Knox, que había estado en
Ginebra desde el año 1556 al 1559, tuvo la satisfacción de ver
establecida la forma presbiteriana en la Iglesia de Escocia en
1560. En este año la primera Confesión de Fe, redactada por
Knox, fue adoptada por el Parlamento escocés. Sus principales
proposiciones eran calvinistas. También lo fueron las regias de
gobierno del Libro de Disciplina escocés, adoptado por el
mismo tiempo.
En 1647, cuando hacía cuatro años que las dos naciones de
Inglaterra y Escocia se habían unido por la Solemne Liga y
Pacto, la Asamblea General de la Iglesia de Escocia adoptó la
Confesión de Westminster, confesión que todavía rige como
''norma subordinada" de las Iglesias presbiterianas en todo el
mundo, aunque la manera de suscribirla varía y la tendencia
general de nuestro tiempo es hacia credos más breves.
En Francia, durante la vida de Calvino, ocurrieron
cambios asombrosos. El, que había tenido que abandonar su
país natal a causa de sus opiniones religiosas, y que había oído
de compatriotas suyos que sufrían cárceles, confiscación,
destierro y muerte, vivió para saber que se celebraba el primer
Sínodo Protestante en París en 1559, y para ver el edicto de
enero de 1562, por el cual se concedía a la Iglesia Evangélica el
70
libre ejercicio de su culto. Es cierto que después vinieron las
guerras de religión, pero terminaron, a lo menos por algún
tiempo, con la Paz de Amboise, 1563, antes de que él muriera.
A principios de 1539 había en Francia setenta y dos
congregaciones protestantes regularmente organizadas. Sus
pastores habían venido de Ginebra y eran hombres educados
bajo la influencia directa de Calvino e inspirados por su
espíritu.
Holanda experimentó la influencia de la enseñanza de Cal-
vino, tal vez más que ningún otro país. Tan profunda fue esta
influencia que, cuando cincuenta años después de la muerte de
Calvino, Arminio, profesor de Teología en Leyden, rechazó
las doctrinas de Ginebra, un Sínodo celebrado en Dort, en
1618, condenó las ideas arminianas, y los que las mantenían
fueron destituidos de sus cargos. La Iglesia Reformada
Holandesa de América, como su madre la Iglesia de Holanda,
conserva todavía el mismo credo calvinista.
En la Reforma que tuvo lugar en Polonia. Calvino tomó
un profundo interés. Dedicó su Corrur.Uirio sobre la
Epístola a los Hebreos, en 1549, al rey Segismundo Augusto,
y su Comentario sobre los Hechos de los Apóstoles, en latín,
al príncipe Radziwill, caudillo del partido reformista. Su
principal corresponsal en Polonia, sin embargo, fue Juan
Laski o Lasco, que también era amigo de Erasmo, Cranmer y
Zwinglio, y que llegó a ser ei primer superintendente de todas
las Iglesias Protestantes de la Baja Polonia. Bajo su dirección se
pusieron en práctica las ideas calvinistas acerca del gobierno
de la Iglesia, y se tradujo la Biblia al idioma polaco. Uno de
los últimos hechos de Calvino fue escribir una Admonición al
pueblo de Polonia.
El viajero que visita Budapest hoy encuentra en el centro
de la hermosa ciudad del Danubio una plaza llamada Plaza de
Calvino. Es ciertamente una sorpresa hallar el nombre del
reformador honrado en esta forma. La sorpresa aumenta
cuando encuentra la espaciosa Iglesia Reformada a un lado de
la plaza y llega a saber que no es más que uno de los varios
centros vigorosos que la Iglesia Reformada tiene por toda
71
Hungría. La población protestante de Hungría asciende a
cuatro millones, de los cuales las dos terceras partes pertene-
con la Iglesia Reformada o Calvinista. Los cimientos de esta
Iglesia se echaron en el tiempo en que vivió Calvino. Por el
año 1563, un año antes de su muerte, sus doctrinas eran
generalmente aceptadas en las Iglesias protestantes y estaba en
uso la forma presbiteriana de gobierno eclesiástico.
Por lo que concierne a Alemania, la teología luterana, que
es la de la Confesión de Augsburgo, ha permanecido como
fuerza dominante. Pero aun allí ha tenido el calvinismo
capaces y fervientes adeptos.21
Sus doctrinas encontraron
adecuada exposición en el famoso Catecismo de Heidelberg df
1562.22
Para el mismo Lutero, aunque diferia de él en algunos
puntos doctrinales y de gobierno. Calvino sentía sincero
respeto. En una carta a Laski de Polonia, en 1556, dijo que no
había nada en la Confesión de Augsburgo que no estuviese de
acuerdo con su doctrina. La tendencia moderna en Alemania
es dar menos importancia a las diferencias que existen entre la
Iglesia Luterana y Calvinista (Reformada) y fusionarlas ambas
en una sola Iglesia Protestante o Evangélica.
Suecia y Dinamarca, como Alemania, experimentaron de
una manera decisiva la influencia de Lutero, siendo difícil, por
lo tanto, que las ideas de Calvino hicieran allí mucho camino.
Pero él estuvo interesado en la obra de la Reforma en ambos
países. Dedicó a Gustavo Vasa, rey de Suecia, su Comentario a
los doce Profetas menores, y al rey Christian de Dinamarca la
edición francesa del de los Hechos de los Apóstoles.
Hay pocos casos semejantes al de la influencia que Calvino
ejerció durante su corta vida de cincuenta y cuatro años. Débil
de salud, pero de actividad indomable, de fe sin vacilaciones y
de voluntad determinada, contribuyó poderosamente a la gran
revolución religiosa que separó de Roma a la mitad de
21
Véase el apéndice B. 22
Una traducción de este catecismo, hecha por el reformista español Juan
de Aventrot, ha sido publicada por la Librería Nacional y Extranjera, de
Madrid.
72
Europa. Correspondió con reyes y gobernantes. Sus libros
vinieron a ser rica mina donde teólogos y predicadores
encontraron enseñanza e inspiración. Sobre las líneas que él
trazó se organizaron y desarrollaron iglesias nacionales. El
levantó delante del mundo los más altos ideales de vida cívica.
¿Y quién puede medir la influencia que sus doctrinas han
ejercido después de su muerte? La casa que ocupa actualmente
el sitio de aquella en que vivió Caivino en Ginebra tiene sobre
la puerta un rótulo que dice: Burean de Salubrié. Es la oficina
de salud pública. El título no deja de ser significativo. La vida
y la enseñanza de Carvino fueron un tónico moral para
Ginebra y para el mundo. Podrá haber sido auste¬ro, pero
vivió en un tiempo en que hacía falta la austeridad. Sus
doctrinas tendrán defectos, pero plasmaron hombres.
Elevaron el carácter. Purificaron la vida nacional.
Era algo para los hombres darse cuenta de la soberanía de
Dios, de un divino propósito en sus vidas y de altas normas de
vida que la profesión de cristianismo implica. Estas eran las
convicciones que inspiraron a los hugonotes de Francia, a los
vi riles holandeses, a los puritanos de Inglaterra, a los
Convenanters de Escocia y a los Padres Peregrinos que
echaron los anchos y profundos cimientos de la libertad
religiosa y civil al otro lado de los mares. Estén o no de
acuerdo con las ideas de Carvino, todos los hombres
imparciales tienen que reconocer su influencia en la historia
del mundo. Lord Morle dice: "El calvinismo salvó a la Europa
en el siglo XVI". Y Bancroft, historiador americano, escribe:
"Quien no honra la memoria y la influencia de Calvino,
descubre su ignorancia acerca del origen de la libertad
americana".
73
CAPÍTULO IX
CALVINO Y SERVET
Sobre la muerte de Servet y la participación de Galvino en
ella se ha derramado mucha tinta. Controversistas católico-
romanos, olvidando la Inquisición y sus holocaustos o
deseando sacar el mayor partido posible de los aislados casos
de tiranía protestante, han estigmatizado a Calvino como a un
verdugo. Aun escritores protestantes, mal informados en
cuanto a la parte de Calvino en aquel incidente lamentable,
dicen con ligereza que Calvino quemó a Servet. Calvino ha
sido mirado como un monstruo de crueldad y de espíritu
vengativo.
Comencemos por decir que condenamos la quema de
Servet. Es contrario al genio del protestantismo dar muerte a
un hombre por sus opiniones religiosas. Pero este genio, que
es el genio del cristianismo del Nuevo Testamento, estaba
despertando muy lentamente en el siglo XVI. Los protestantes
de aquel tiempo tenían que desaprender la máxima católica-ro-
mana de que es lícito matar a un hombre para salvar su alma o
dar muerte a un hereje para preservar a la Iglesia.
Pero la condenación que se ha hecho de Calvino por causa
de la muerte de Servet ha sido excesiva y en gran parte injusta.
Se le inculpa porque obró de acuerdo con un principio
compartido por teólogos protestantes y católico –romanos de
aquel tiempo. Se le inculpa, en otras palabras, por no haberse
adelantado a su época.
Innecesario es repetir la historia completa de Servet. Pero
el conocimiento de algunos hechos relacionados con sus ense-
74
ñanzas, proceso y muerte es esencial para formar un juicio
recto del caso.
El objeto principal de los ataques de Servet fue la doctrina
de la Trinidad, y por esta razón Calvino ha sido especialmente
recriminado por los que niegan aquella doctrina. El
antitrinitarismp fue ciertamente poco afortunado en el
campeón que tuvo. Melanchton, uno de los hombres más
justos y benévolos, y que dice en una de sus cartas haber leído
dete-nidamente a Servet, escribe a otro amico: "Me preguntas
qué pienso de Servet. Lo veo bastante agudo y sutil en la
disputa, pero no reconozco en él mucha profundidad. Está
poseído, me parece a mí, de imaginaciones confusas, y sus
pensamientos sobre los asuntos que discute no han alcanzado
la debida madurez". Oecolampadio, el teólogo de Basilea, que
había tratado a Servet y había procurado ganarlo a la fe
ortodoxa por medio de amistosas conferencias, escribió a
Zwinglio que "Servet es tan orgulloso, pretencioso y
pendenciero que es inútil querer convencerlo".
Que Servet era hombre de talento no puede disputarse.
Prestó a la ciencia médica señalados servicios y se adelantó a
Hervey por su teoría de la circulación pulmonar de la sangre.
Pero aun en su propia profesión se hizo muchos enemigos por
las acusaciones de ignorancia que lanzaba contra los hombres
médicos de su tiempo. Fue denunciado por la Facultad de
Medicina de París como impostor y charlatán por sus ideas
astrológicas y su práctica de buscar horóscopos de acuerdo
con ellas y se le prohibió actuar como profesor o practicante
de astrología judicial, llamada también adivinación.
En sus ataques a la doctrina de la Trinidad usó lenguaje que
era repulsivo para todo espíritu reverente. En una carta a
Calvino, por ejemplo, dice: "Falsos son todos los dioses
invisibles de los trinitarios, tan falsos como los dioses de los
babilonios". En otro lugar habla de la Trinidad como el can-
cerbero de tres cabezas, y usa lenguaje con el cual no
queremos manchar estas páginas. Baste decir que es lenguaje
considerado todavía como delictivo por las leyes inglesas, que
no son severas para delitos de palabra.
75
Todo esto es de importancia para juzgar la actitud de los
reformadores respecto a Servet. Se le consideraba, más que
como hereje, como blasfemo.
Además, téngase en cuenta que antes de su proceso en Gi-
nebra, Servet había sido ya juzgado y condenado por las
autoridades católico-romanas en Vienne (Francia). Se ha
intentado echar sobre Calvino la culpa de que Servet fuera
denunciado a aquellas autoridades. El Dr. Willis lo sostiene
fuertemente, y aun un escritor imparcial, como el profesor
Walker, parece opinar que en las últimas etapas, por lo
menos. "Calvino debe ser tenido como el principal agente,
aunque indirecto, en la denuncia de Servet al tribunal
católico”.
A este cargo, la misma declaración terminante de Calvino
da respuesta suficiente. Dice en una de sus cartas: "Se me
atribuye la causa de que fuera prendido en Vienne. Pero
¿cómo había de haber tal familiaridad entre mí y los satélites
del Papa? ¿Puede creerse que se cruzaron cartas confidenciales
entre partes que tienen tan poco de común come Cristo y
Belial? Pero ¿a qué emplear muchas palabras en refutar lo que
una sencilla negación mía basta para contestar?"
El hecho es que la atención de las autoridades católico-
romanas fue atraída hacia Servet primeramente por una
correspondencia habida entre Arneys, caballero católico-
romano de Lyon, y su amigo Guillermo Trie, que se había
hecho protestante y se había refugiado en Ginebra. Arneys
había escrito a Trie, exhortándole a volver a la Iglesia de
Roma. En su respuesta defendía Trie a los protestantes de la
acusación de herejía y desorden y decía que jamás permitirían
que se blasfemara del nombre de Dios ni que se difundieran
errores sin oponerse a ello. Y entonces aludió a Servet, que, a
pesar de ser un blasfemo, era tenido en alta estima en Francia
y tratado como si nada malo hubiera hecho. Trie envió
también a Arneys una parte del libro de Servet, Christianismi
Restitutio.
De esta manera tan impremeditada se mencionó el nombre
de Servet. La correspondencia no empezó en Ginebra, del
76
lado protestante, sino en Lyon y del lado católico-romano. Y
fue una correspondencia privada entre amigos.23
Arneys puso la carta de su amigo en las manos de las au-
toridades eclesiásticas católico-romanas. Servet fue citado ante
el tribunal de Vienne en marzo de 1553. Pendiente del
proceso, escapó de la prisión el 7 de abril. Pero el 17 de junio
fue condenado a morir quemado a fuego lento, y no
habiéndosele apresado, fue quemado en efigie.
Por muy efectivo que sea el argumento del tu quoque,
difícilmente quedan en buen lugar los controversistas católico-
romanos acusando a Calvino de haber quemado a Servet. Si lo
hizo, no hizo más que castigar a un hombre a quien las
mismas autoridades romanas habían juzgado merecedor de ser
quemado vivo.
23 Estando en prensa estas páginas (de la obra original en inglés), el
autor ha leído un artículo en el Boletín de la Société de l'Histoire du
Protestantisme francois, correspondiente a Septiembre de 1908, por M. N.
Weiss, secretario de la misma Sociedad. En este artículo se contesta de una
manera concluyeme a la acusación de que fue Calvino quien denunció a
Servet a la Inquisición de Vienne. Cita, por ejemplo, la segunda carta de
Trie, en respuesta a la petición que Arneys le había hecho del libro
completo de Servet. "Cuando os escribí --dice Trie— la carta que habéis
comunicado a aquellos a quienes yo acusaba de indiferencia, no pensé que la
cosa iría tan lejos. Mi intención era únicamente demostraros cuan hermoso
es el celo y devoción de los que se llaman columnas de la Iglesia, que
permiten tal desorden en medio de ellos, mientras persiguen a pobres
cristianos que desean seguir a Dios, en simplicidad". Trie dice que Arneys
había dadu publicidad a lo que '"escribí solamente para vos". Y lo que es
más importante de todo, por lo que toca a Calvino, añade que con gran
dificultad consiguió de éste el libro de Servet, y que Calvino accedió al fin a
sus importunidades por la razón de que Trie lo pedía para justificarle a sí
mismo.
M. Weiss indica, además, que la primera carta de Trie fue escrita cuando
todos en Ginebra lamentaban la desgracia de cinco jóvenes protestantes
franceses que se consumían en la prisión de Lyon desde mayo de 1552.
Habían apelado al Parlamento de París contra la sentencia del "tribunal
eclesiástico de Lyon, pero la apelación había sido denegada en febrero de
1523, pocos días antes de la fecha en que Trie escribió su primera carta, y
fueron quemados vivos en mayo del mismo año. — NOTA DEL AUTOR.
77
Pasemos ahora a la parte que admitimos Calvino tomó en
el proceso y muerte de Servet. Por razones que nunca se han
explicado, Servet, después de vagar por algunas semanas de
una paite a otra, fue a Ginebra en agosto. Galvino, habiendo
tenido noticia de su presencia en la ciudad, informó al
Concejo. Servet fue prendido, y Calvino redactó los artículos
de acusación contra él. Después de varios días de proceso, el
Concejo pidió que se presentaran documentos escritos por
ambas partes. Estos documentos, que contenían las
acusaciones de Calvino, por un lado, y las respuestas de
Servet, por otro, se enviaron, juntamente con la obra de
Servet. Restitutio, a las Iglesias y Concejos de Zurich, Berna,
Basilea y Schafts-hausen. El Concejo de Ginebra solicitaba la
opinión de todos aquellos Cuerpos.
Las respuestas recibidas fueron en todos los casos hostiles a
Servet. No decían nada en cuanto a la forma del castigo que
había de imponerse, pero todas las Iglesias sostenían que debía
de hacerse en Servet un escarmiento. Los magistrados de las
diferentes ciudades apoyaron con igual energía a Calvino. Es
evidente que el lenguaje blasfemo de Servet era lo que había
levantado de una manera especial su indignación.
El 26 de octubre el Concejo condenó a Servet a morir en la
hoguera. Calvino aprobó la sentencia de muerte, pero
procuró mitigarla en cuanto a la forma de la ejecución. En
una carta a Farel decía: "Creo que debe ser condenado a
muerte; pero deseo que se le evite la parte más horrible a su
castigo". Después de la sentencia, escribió de nuevo a Farel:
"Hemos procurado hacer cambiar el modo de la ejecución,
pero no lo hemos conseguido".
Decir, pues, que "Calvino quemó a Servet" es decir una
cosa que, a lo más, no es sino media verdad. Calvino no fue el
único autor. Fue uno entre muchos. Como representante de
la opinión protestante, actuó de una manera pública. Que
Servet merecía la muerte era la opinión general de aquel
tiempo y en ninguna manera una idea peculiar de Calvino.
Goleridge dijo que la muerte de Servet era, no la culpa
exclusiva de Galvino, sino el oprobio de toda la cristiandad
78
europea. En cuanto a la muerte en la hoguera, Galvino se
opuso a ella. Aconsejó la más rápida y, por lo tanto, más
misericordiosa muerte por degollación.
Las observaciones del gran predicador bautista Andrés
Fuller son, sobre este asunto, dignas de recordarse. Hablando
del trato que Servet encontró en Calvino, dice: "Lejos esté de
nosotros disculparle a él ni a hombre alguno en este asunto de
la persecución. Aborrecemos todo lo que parezca persecución
tanto como puedan aborrecerlo nuestros adversarios. Aunque
los principios por los cuales luchó él nos parecen, en general,
justos, las armas empleadas en esta ocasión fueron carnales. . .
Como bautista que soy, podría permitirme algún
resentimiento contra Cranmer, que hizo quemar a algunos de
esta denominación; pero me inclino a pensar, por todo lo que
he leído acerca de Cranmer, que, a pesar de su conducta en
estos casos, era, en general, hombre de amable disposición. . .
Fue la opinión de que los principios religiosos erróneos son
punibles por las autoridades civiless la que hizo el daño, fuera en
Ginebra, o en Transilvania o en Gran Bretaña; y a esa
opinión, más que al Trinitarismo o al Unitarianismo, hay que
imputárselo." (The Calvinistic and Socinian Systems examined
and compared. Por Andrés Fuller, 1802, páginas 159-162).
El protestantismo moderno ha expresado su opinión de
una manera inequívoca. Sobre el sitio donde Servet sufrió la
muerte en 27 de octubre de 1553, en Champel, cerca de
Ginebra, se levanta un monumento expiatorio, erigido en
noviembre de -1903. A un lado tiene una sencilla inscripción
con las fechas del nacimiento y la muerte de Miguel Servet. Al
otro lado se leen estas palabras:
FILS
RESPECTUEUX ET RECONNAISSANTS
DE CALVIN
NOTRE GRAN REFORMATEUR
MAIS CONDAMNANT UNE ERREUR
QUI FUT CELLE DE SON SIECLE
ET FERMEMMENT ATTACHES
A LA LIBERTE DE CONSCIENCE
79
SELON LES VRAIS PRINCIPES
DE LA REFORMATION ET DE L'EVANGILE
NOUS AVONS ELEVE
CE MONUMENT EXPIATOIRE
LE XXVII OCTUBRE MCMIII
(Hijos respetuosos y reconocidos de Calvino, nuestro gran
reformador, pero condenando un error que fue el de su tiem-
po, y firmemente adheridos a la libertad de conciencia, según
los verdaderos principios de la Reforma y del Evangelio, he-
mos levantado este monumento expiatorio en 27 de octubre
de 1903).
Los fondos para la erección de este monumento fueron
contribuidos por miembros de las Iglesias Reformadas de
Suiza, Francia y Holanda y de las Iglesias Presbiterianas de
Inglaterra y América. Su erección fue iniciativa de la Sociedad
Histórica y Arqueológica de Ginebra.
En el acto de descubrir este monumento pronunció un dis-
curso el profesor Doumergue, de Montauban, cuya gran obra
sobre Calvino le daba títulos para hablar con autoridad.
"Suponed —dijo— que mañana los diarios publicaran la
siguiente noticia: "El Nuncio papal en París ha llegado a
Roma y Pío X le ha comunicado un proyecto que, según
parece, tiene hace tiempo sobre el corazón. El asunto se
relaciona con la erección de un monumento en expiación de la
matanza de San Bartolomé. Para proclamar que, en nombre
de la Iglesia, repudia la participación que ella tuvo en las
persecuciones e intolerancia de los pasados siglos, el Papa ha
decidido levantar enfrente del Louvre y bajo la sombra de
Saint Gennain l'Auxerrois, cuyas campanas dieron la "señal
para la horrible matanza, un bloque de granito con "esta
sencilla inscripción: En nombre de la Iglesia y de la
"cristiandad católica: PECCAVIMUS. El monumento se
inaugurará el 24 de agosto próximo."
"¡Qué estupefacción se produciría en el mundo político,
tanto como en el religioso! ¡Cómo arrebataría el público los
periódicos de las manos de los vendedores! Al principio nadie
80
quería creer a sus propios ojos. ¡Y qué inmenso poder, qué
prestigio recobraría Roma en un momento! Sus más
peligrosos adversarios quedarían desarmados. El
librepensamiento no podría ya reprocharle por causa de la
Inquisición. Los protestantes se verían obligados a retirar sus
acusaciones en cuanto a las dragonadas y la revocación del
Edicto de Nantes. Desde la Reforma del siglo XVI no habría
habido revolución más profunda ni de mayor alcance."
Sin tomar muy al pie de la letra todos los resultados que el
doctor profesor prevé de la posible desautorización de la
persecución religiosa por parte de Roma, es indudable que
una, por lo menos, de las acusaciones que se hacen contra
aquella Iglesia no sería ya posible. Hasta ahora, sin embargo,
no hay señales de su enmienda en este sentido. Todavía
reclama el derecho de perseguir herejes. Sus obispos prestan
juramento de hacerlo así.
No hace muchos años tuvo lugar un debate en el Ateneo
de Madrid, durante el cuai uno de los oradores condenó la
intolerancia de la Iglesia Romana, siendo interrumpido por un
oyente con la pregunta: "¿Y la muerte de Servet?" El orador
tenía la respuesta a mano. Habló del monumento expiatorio
de Champel. Este monumento, dijo, expresa el espíritu del
protestantismo. Haga otro tanto la Iglesia de Roma.
Manifieste su pesar por los errores del pasado. Erija un
monumento expiatorio en el lugar ocupado en otro tiempo
por el Quemadero de la Cruz, donde perecieron entre las
llamas los mártires de la Inquisición. Esta sería la mejor
respuesta que podría dar a la acusación de intolerancia. Pero
los monumentos expiatorios de Roma están todavía por
levantar.
81
CAPÍTULO X
LA DOCTRINA DE LA INSTITUCIÓN (I)
Comenzando con el primer artículo del Credo, la creencia
en Dios Padre, dice Calvino:
"Pues que todos los hombres son nacidos y viven con esta
condición, que conozcan a Dios, está claro que todos aquellos
que no dirigen cuanto piensan y hacen a este blanco,
degeneran y se apartan del fin para que fueron criados. Lo
cual los mismos filósofos no ignoraron. Porque no quiso decir
otra cosa Platón cuando tantas veces enseñó que el sumo bien
y felicidad del alma era ser semejante a Dios cuando después
de haberle conocido era toda transformada en él. Por tanto,
Plutarco nos presenta a un cierto Grilo, el cual muy a
propósito disputaba afirmando que los hombres, si no
tuviesen religión, no solamente no llevarían ventaja a las
bestias brutas, sino que serían muy mucho más desventurados
que ellas; puesto que, siendo sujetos a tantos géneros de
miserias, viven perpetuamente una vida tan llena de inquietud
y de embarazos. Concluye, pues, que no hay otra cosa que la
religión que nos haga más excelentes que ellas, viendo que por
ella solamente, y no por otro medio alguno, se nos abre el
camino para ser inmortales." (Lib. I, cap. III.)
Acerca del uso de las imágenes en el culto a Dios, dice:
"Ellos se defienden con decir que la honra que dan a las
imágenes es dulía y no latría. Quieren decir que es servicio y
no honra, y afirman que este servicio o dulía se puede dar a las
estatuas y pinturas sin ninguna ofensa para Dios. Así, que se
tienen por inocentes si solamente sirven a los ídolos y no los
82
honran, como si servir no fuera cosa de más importancia que
honrar." (Lib. I, cap. XI, § II).
Y añade sobre el mismo asunto:
"No soy tan escrupuloso que sea de parecer que ningunas
imágenes se permitan. Mas por cuanto el arte de entallar y de
pintar son dones de Dios, yo demando el puro y legítimo uso
de entrambas artes, a fin de que lo que Dios han concedido a
los hombres para gloria suya y provecho nuestro no sea, no
solamente pervertido y manchado por el abuso, mas aún se
convierta en daño nuestro. Nosotros creemos ser grande
abominación representar a Dios en forma visible, y esto
porque Dios lo prohibió y porque no se puede hacer sin que
su gloria sea menoscabada. Y para que no piensen que
nosotros solos tenemos esta opinión, los que leyeren los libros
de los doctores antiguos hallarán que nosotros nos
conformamos con ellos, porque condenaron todas las figuras
que representaran a Dios. Si, pues, no es lícito figurar a Dios
en forma visible, mucho menos será lícito adorar la tal imagen
como si fuera Dios, o adorar a Dios en ella. Resta, pues, que
solamente se pinten y entallen las imágenes de aquellas cosas
que se pueden ver con los ojos. Por tanto, la majestad de Dios,
la cual el entendimiento humano no puede comprender, no
sea corrompida con sus mamarrachos24
desvariados." (Lib. I,
capítulo XI, § 12.)
"Por espacio de quinientos años, poco más o menos, en el
cual tiempo la religión cristiana florecía muy mucho más que
ahora, y la doctrina era mucho más pura, los templos de los
cristianos eran comúnmente limpios de tal suciedad de
imágenes." .(Lib. I, cap. XI, § 12.)
Acerca de libre albedrío.
Adam, dice Calvjno, pudo haber permanecido en la justicia
si hubiera escogido hacerlo así. Tenía la libre elección entre el
bien y el mal. "Pero los que hacen profesión de ser cristianos
y buscan en el hombre perdido y abismado en una muerte
24
"Hamarraches" es la palabra que Cipriano de Valera usa en su traducción;
sin duda es castellano viejo. El Diccionario de la Academia no la tiene.
83
espiritual, libre albedrío, remendando su doctrina con lo que
enseñaron los filósofos y con lo que enseña la Palabra de Dios,
estos tales van errados, y no están ni en el cielo ni en la
tierra." (Lib. I, cap. XV, párrafo 8.)
La providencia de Dios, dice Calvino, "tiene cuenta,
sustenta y recrea todo cuanto crió, hasta el más pequeño paja-
rito del mundo." (Lib. I, capítulo XVI, § 1.)
"Esta Providencia de Dios, tal cual se nos pinta en la
Escritura, se opone a la Fortuna y a todos los casos fortuitos.
Y como esta opinión de que todas las cosas acontecen al acaso
ha sido en todos los tiempos comúnmente recibida, y aun en
el día de hoy casi todos la tienen, no solamente se ha
oscurecido el convencimiento de la Providencia de Dios, sino
que casi se ha desterrado del todo... Todos los sucesos, así
prósperos como adversos, el juicio de la carne los imputa a la
Fortuna. Pero cualquiera que fuere por la boca de Cristo
enseñado, que todos los cabellos de su cabeza están contados
(Mat. X, 30), buscará la causa muy más lejos y tendrá por
cierto que todo cuanto acontece es gobernado por secreto
consejo de Dios". (Cap. XVI, párrafo 2).
La omnipotencia de Dios implica esta Providencia. "Esto
es una consolación con que los fieles se consuelan en sus
adversidades: que ninguna cosa padecen que no sea por la
ordenación y mandamiento de Dios, puesto que todas están
debajo de su mano. Y si el gobierno de Dios se extiende de
esta manera a todas sus obras, pueril cavilación será encerrarla
y limitarla dentro de la influencia y curso de la Naturaleza. Y
cierto que todos cuantos estrechan la Providencia de Dios
dentro de tan pequeño espacio... se privan a sí mismos de una
doctrina que les sería muy útil, porque no habría cosa más
desventurada para el hombre, si fuese así, que él estuviese
sujeto a todos los movimientos del cielo, aire, tierra y agua."
En esta doctrina encuentra Calvino el remedio contra los
temores supersticiosos. "Yo digo que somos supersticiosamente
temerosos si cuando las criaturas nos amenazan o nos ponen
algún miedo, de tal manera temblamos como si ellos tuviesen
en sí mismas fuerza y poder para hacer mal, o por casualidad
84
nos pudiesen dañar, o que Dios no fuese bastante para
ayudarnos a defendernos de ellas." (Ibid.)
"Los particulares acontecimientos son generalmente testi-
monios de la providencia que Dios tiene de cada cosa en par-
ticular. Levantó Dios en el desierto un viento del Mediodía, el
cual trajo para el pueblo de Israel una infinidad de codornices.
Cuando quiso que Jonás fuese arrojado al mar envió un viento
que levantó la tormenta. Dirán los que piensan que Dios no
tiene cuenta ni rige al mundo, que esto fue fuera de lo que
comúnmente se hace. Yo concluyo de aquí, por el contrario,
que ningún viento jamás se levanta sin especial mandamiento
de Dios. Porque de otra manera no podría ser verdad lo que
dice David: sus ministros..." (Ibid. § 7.)
"Los que pretenden hacer esta doctrina odiosa, la
calumnian diciendo ser doctrina de los estoicos, que
afirmaban que todas las cosas se hacen por necesidad, lo cual
también se echó en cara a San Agustín. Cuanto a nosotros, no
admitimos el vocablo Hado, del cual usaban los estoicos: en
parte, porque es del género de aquellos vocablos curas
profanas novedades manda el Apóstol que huyamos, y en
parte, porque nuestros adversarios procuran por ser este
vocablo odioso menoscabar la verdad de Dios... Nosotros no
nos imaginamos una necesidad que se halle en naturaleza por
la perpetua conjunción de las causas, como la imaginaban los
estoicos; mas constituimos a Dios por Señor y gobernador de
todo, el cual conforme a sabiduría, desde la misma eternidad
determinó lo que había de hacer, y ahora, con su potencia,
pone por obra lo que determinó. De donde afinnamos que no
solamente cielo, tierra y las criaturas inanimadas son con su
potencia gobernadas, más aún los consejos y voluntades de los
hombres, de tal manera que ellas vienen derecho a parar al
paradero que él les había señalado. ¿Qué, pues, dirá alguno,
ninguna cosa acontece acaso o a la ventura? Respondo que con
muy grande verdad dijo Basilio Magno que Fortuna y Acaso
son palabras de gentiles, cuya significación no debe entrar en
el entendi¬miento de los fieles." (Cap. XVI, § 8.)
85
Los acontecimientos, aunque ordenados por la.
Providencia divina, tienen la apariencia de ser fortuitos, por
cuanto "el orden, razón, fin y necesidad de las cosas que
acontecen, por la mayor parte, están ocultos en el consejo de
Dios y no los puede aprender el entendimiento humano; ellos
son como fortuitos, aunque es cierto que proceden de la
voluntad de Dios. . . Pongamos, por ejemplo, el caso de un
mercader que, habiendo entrado en un bosque acompañado
de buena compañía, inconsideradamente perdiendo su
compañía, viniese a dar consigo en las manos de salteadores y
fuese degollado. La muerte de éste, no tan sólo fue vista antes
por Dios: más aún: fue determinada en su consejo. Porque no
se dice solamente que Dios ha visto antes cuánto haya de
durar la vida de cada cual, mas qiie él ha constituido y puesto
términos que no se pueden pasar" (Job. XIV 5). (Cap. XVI.
párrafo 9).
"Cuanto a las cosas que están por venir. Salomón
concuerda muy fácilmente las deliberaciones de los hombres
con la providencia de Dios. Porque se burla de la locura de
aquellos que sin Dios se atreven a tomar entre manos todo
cuanto se les antojare, como si Dios no rigiese todo con su
mano; también en otro lugar dice así: "El corazón del hombre
considera su camino, y el señor encaminará sus pasos." (Prov.,
XVI, 9). Por lo cual da a entender que el eterno decreto de
Dios no nos impide que nosotros miremos por nuestros
negocios. La razón de esto es manifiesta. Porque el que limitó
nuestra vida nos ha encargado también que tengamos gran
cuenta con ella y nos ha dado los medios para conservarla; El
nos ha avisado de los peligros para que no nos hallasen
desapercibidos, jáándonos los avisos y remedios necesarios
contra ellos. (Cap. XVII, § 4.)
Dependiendo de la providencia de Dios todo cuanto
acontece en el mundo, deducen algunos de aquí la
irresponsabilidad del hombre. "¿Por qué, pues —dicen—, es
castigado el ladrón que robó a aquel a quien Dios quiso afligir
con pobreza?" ¿Por qué será castigado el homicida que mató a
aquel a quien Dios quiso acabar la vida? Si todos éstos sirven a
86
la voluntad de Dios, ¿por qué son castigados? Mas yo
respondo que ellos no sirven a la voluntad de Dios. Porque no
diremos que el que se mueve con mal ánimo sirve a Dios, que
le manda hacer esto o lo otro, pues que solamente obedece a
su mal deseo. Aquél obedece a Dios, que, sabiendo cuál sea su
voluntad, procura poner por obra lo que ella le manda. Y ¿de
dónde somos enseñados sino de su Palabra? Por tanto, en
nuestros negocios debemos poner el ojo en la voluntad de
Dios, que él nos ha revelado en su Palabra. Dios solamente
pide de nosotros lo que nos ha mandado. Si nosotros
cometemos algo que sea contra lo que nos está mandado, ésta
no es obediencia, sino contumacia y transgresión. Más
replican que no lo haríamos si El no quisiese. Yo lo confieso
así. Más pregunto yo si cometemos el mal con intento de
agradarle. Pero El no nos manda tal cosa; mas nosotros nos
vamos tras el mal, no considerando lo que Dios quiera, sino
de tal manera furiosos con la rabia de nuestro apetito, que,
con ánimo deliberado, nos esforzamos a ser contrarios a Dios.
Y por esta causa, cometiendo el mal, servimos a su justa
ordenación; por-que El sabe muy bien, conforme a su infinita
sabiduría, usar de malos instrumentos para hacer bien. Mas
consideremos cuan inepta y necia sea la razón de éstos.
Quieren que los que cometen los pecados no sean castigados,
por cuanto no los cometen sin que Dios lo ordene así. Yo aún
más digo: Que los ladrones, homicidas y otros malhechores,
son instrumentos de la providencia de Dios, de los cuales usa
el Señor para ejecutar los juicios que El consigo determinó.
Pero niego que con esto ellos tengan excusa alguna con que se
puedan disculpar. Porque, ¿cómo, por ventura, envolverán
ellos a Dios consigo en la misma maldad o cubrirán su pecado
con la justicia divina? Ni lo uno ni lo otro pueden. Y su
propia conciencia los convence de tal manera que no se
pueden purgar. Pues echar la culpa a Dios ellos no pueden,
visto que ellos hallan en sí mismos todo el mal, y en El no
hallan otra cosa sino una justa y legítima manera de usar de la
ma¬licia de ellos. "Pero con todo eso —dirá alguno— El obra
por medio de ellos." Y ¿de dónde, yo os demando, le viene el
87
hedor al cuerpo muerto, después que ha sido con el calor del
sol podrido y abierto? Todos ven que esto viene de los rayos
del sol, pero ninguno dirá por eso que los rayos hieden. De la
misma manera, puesto que la materia del mal y la culpa reside
en el hombre malo, ¿por qué pensamos que se le pega a Dios
alguna suciedad, si El, conforme a su voluntad, usa del
servicio del hombre malo? Por tanto, no se oiga más esta
desvergüenza de perros, la cual puede ladrar de lejos a la
justicia de Dios, pero no la puede tocar." (Cap. XVII, § 5.)
"Cuando nosotros tenemos este conocimiento (de la Provi-
dencia divina), necesariamente se sigue un agradeciiniento de
corazón en la prosperidad y una paciencia en la adversi¬dad,
y además de esto, una singular seguridad para lo porvenir. . .
Si alguna adversidad nos aconteciere, luesro al momento
levantaremos nuestro corazón a Dios, cuya mano vale muy
mucho para hacernos tener paciencia y ánimo quieto.'" Cita a
continuación los casos de José, perdonando a sus her¬manos
y diciéndoles: "Vosotros pensasteis mal contra mí; más el
Señor convirtió aquel mal en bien." (Gen., XLV, 5: L, 20). El
de Job, resignándose en su desgracia con las pala¬bras: "El
Señor lo dio, el Señor lo ha quitado; sea bendito el nombre del
Señor." El de David, cuando maldecido e in¬juriado por
Semei, dice: "Dejadlo, que Dios le ha mandado que me
maldiga." (2º Sam., XVI, 10). (Cap. XVII, § 7 y 8.)
"Con todo esto, el hombre que teme a Dios no dejará de
tener cuenta con las causas inferiores. Porque, aunque
nosotros tengamos a aquellos de quien recibimos algún
beneficio o merced por ministros de la liberalidad de Dios, no
por eso los menospreciaremos como si ellos no hubiesen
merecido por su humanidad que se lo agradeciéramos; mas
antes reconoceremos de corazón que les somos deudores y en
obligación, y nos esforzaremos a hacer otro tanto por ellos,
conforme a la posibilidad y oportunidad que se nos ofreciere."
(Ibid., párrafo 9.)
"Vese en esta parte la inestimable felicidad de los fieles.
Innumerables son las miserias que de todas partes tienen
cercada esta vida presente, y cada una de ellas está
88
amenazando con su género de muerte. Por no ir más lejos,
pues que nuestro cuerpo es un recogimiento de mil géneros de
enfermedades. Y aún más: que él mismo, dentro de sí, tiene
encerradas y sustenta las causas de las enfermedades;
dondequiera que vaya el hombre no puede ir sin que lleve
consigo muchos géneros de muerte. Porque. ¿y qué otra cosa
diremos sino que no podemos sudar ni tener frío sin peligro?
Asimismo, a cualquier parte que nos volvamos, todo cuanto
tenemos alrededor, no solamente nos es sospechoso; más aún:
casi abiertamente nos está amenazando... Entramos en un
navio: entre nosotros y la muerte no hay como se dice, un pie;
subimos a caballo: no es menester sino que tropiece de una
pata para poner nuestra vida en peligro: vamos por las calles:
tantas tejas hay en los tejados tantos son los peligros a que
estamos sujetos. . . (Y así continúa, en un elocuente párrafo,
acerca do los peligros que acechan a la vida humana.) Mas al
momento que la luz de la providencia de Dios se ve en el
creyente, ya no solamente está libre de aquel grandísimo
temor y horror que antes le atormentaba: más aún: de todo
cuidado. . . Finalmente, para no detenerte más en esta materia,
fácilmente (si ponemos atención) veremos ser la suma miseria
de las miserias ignorar la providencia de Dios, y, por el
contrario, ser suma felicidad conocerla.” (Capítulo XVII, § 10
y 11.)
Respondiendo a la objeción de que si Dios no solamente se
sirve de los impíos, mas aún, gobierna sus consejos y afectos,
El sería el autor de todos los pecados, y, por tanto, los
hombres serían injustamente castigados por ejecutar lo que
Dios ha determinado, dice:
"Aquí confunden el mandamiento de Dios con su oculta
voluntad; siendo claro por muchos testimonios haber
grandísima diferencia entre ambas cosas. Porque, aunque
cuando Absalón violó las mujeres de su padre, quiso Dios
vengar con esta afrenta el adulterio que David había
cometido; pero no por esto diremos que haya sido mandado a
aquel maldito hijo cometer adulterio, sino por respecto de
David, el cual lo había merecido, como él mismo lo confiesa
89
de las injurias de Semei; porque cuando dice que Dios le había
mandado que maldijese, él no loa su obediencia, como si aquel
perro rabioso hubiese obedecido el mandamiento de Dios;
mas reconociendo ser su lengua un azote de Dios, sufre con
paciencia ser castigado. Esto debemos tener por averiguado:
que cuando Dios obra por medio de los impíos lo que El en su
secreto juicio ha determinado, ellos no son excusables como si
obedeciesen el mandamiento de Dios, el cual, de propósito y
cuanto en ellos está, por su perverso apetito traspasan." (Cap.
XVIII, § 4.)
'"A los hombres modestos siempre les bastará la respuesta
tir San Agustín. Siendo así —dice—- que el Padre Celestial
haya entregado a muerte a su Hijo, y Cristo se haya entregado
a sí mismo, y Judas haya entregado al Señor, ¿por qué en este
entregamiento Dios os justo y el hombre es culpado, sino
porque en una misma cosa que hicieron no es una misma la
causa por la cual la hicieron?" (August. Ep. 48, ad Vicentium).
Acerca del pecado original:
"El pecado original es una corrupción y perversidad
hereditaria de nuestra naturaleza, derramada por todas las
partes del alma, la cual, en primer lugar, nos hace culpables de
la ira de Dios, y tras esto produce en nosotros obras que la
Escritura llama obra de la carne. Y esto es lo que San Pablo
propiamente llama tantas veces pecado." (Lib. II. capítulo I, §
8.)
La enseñanza de los reformadores, y de Calvino muy espe-
cialmente, acerca del libre albedrio, ha sido y es tan combatida
por los teólogos-romanistas, que conviene recordar, cuanto es
posible en estas breves citas, su verdadero sentido y alcance.
Después de citar a Platón, Aristóteles, Cicerón y Séneca,
resume diciendo: "Veis aquí, pues, en suma, la opinión de los
filósofos: La razón, dicen (la cual tiene su morada en el
entendimiento), basta para gobernarnos bien y mostrarnos el
bien que debemos hacer; la voluntad (que tiene su asiento
después de ella) es solicitada al mal por la sensualidad; con
todo esto, ella tiene libre elección que no puede ser compe-
lida a dejar de seguir enteramente a la razón."
90
"En cuanto a los doctores de la Iglesia cristiana, aunque
ninguno de ellos ha habido que no haya entendido estar la
razón en el hombre muy abatida a causa del pecado, y la
voluntad estar muy sujeta a muy muchas malas
concupiscencias, con todo esto, la mayor parte de ellos han
tenido la opinión de los filósofos muy mucho más de lo que
deberían. A mi parecer, dos razones hay por las cuales ellos
hicieron esto. La primera, temíanse que si ellos quitaban al
hombre toda libertad de bien hacer, los filósofos con quien
por entonces contendían se mofarían de su doctrina. La
segunda, que la carne, la cual de sí misma es asaz torpe para el
bien, tomase nueva ocasión de torpeza y así no se aplicase a la
virtud… San Crisóstomo dice en cierto lugar: Por cuanto Dios
ha puesto en nuestra potestad el bien y el mal, El nos ha dado
libre albedrío para escoger lo uno y dejar lo otro; El no nos
detiene forzados, mas nos recibe si voluntariamente vamos a
El. (Homil. de Prodií. Judae...) Con lo cual se conforma lo que
dice San Jerónimo: De nosotros es comenzar y de Dios
perfeccionar; nuestro es ofrecer lo que podemos y de El
cumplir lo que no podemos." (Dialog. III, Cont. Pelag.) (Lib.
II, cap. II, párrafos 3 y 4.)
"Aunque muchos han usado en sus escritos de este
vocablo, 'libre albedrío', con todo esto, muy pocos han
definido qué cosa sea. Parece que Orígenes puso una
definición, que fue comúnmente admitida, diciendo ser el
libre albedrío una fa-cultad de la razón para discernir el bien y
el mal, y de la voluntad para escoger lo uno o lo otro. Y no
discrepa de él San Agustín -al decir ser facultad de la razón y
de la voluntad, por la cual, asistiendo la gracia de Dios, se
escoge el bien, y faltando la gracia, el mal... El maestro de las
sentencias y los doctores escolásticos han preferido la
definición de San Agustín, por ser más clara y por no excluir
la gracia de Dios, sin la cual ellos sabían bien que la voluntad
del hombre ninguna cosa puede hacer. Con todo añadieron
algo de sí mismos, pensando decir algo que fuese mejor o, por
lo menos, pensando decir algo con que mejor se entendiese lo
que los otros habían dicho. Cuanto a lo primero, ellos
91
convienen en esto: que el nombre albedrío más se debe referir
a la razón, cuyo oficio es discernir entre el bien y el mal, y el
vocablo libre, a la voluntad, la cual se puede aplicar a la una o
a la otra. Tomás de Aquino piensa que esta definición sería
muy buena: el libre albedrío es una facultad electiva, la cual,
siendo mezclada de entendimiento y voluntad, más se inclina
a la voluntad. Ya tenemos en qué consiste (conforme a su
doctrina) la fuerza del libre albedrío, a saber, en la razón y en
la voluntad. Ahora será menester brevemente saber cuánto se
haya de atribuir a la una parte y a la otra.
"Comúnmente, las cosas indiferentes, que son las que no
pertenecen al reino de Dios, se suelen poner debajo del
consejo y elección de los hombres; mas la verdadera justicia se
suele referir a la especial gracia de Dio» y a la regeneración...
"En las escuelas de Teología se ha admitido una distinción
de tres géneros de libertad. La primera es libertad de
necesidad; la segunda, de pecado; la tercera, de miseria. De la
primera dicen que está de tal manera arraigada en el hombre
por naturaleza, que en ninguna manera puede ser quitada; de
las otras dos, confiesan haberlas perdido el hombre por el
pecado. Yo admito de muy buena voluntad esta distinción,
sino que en ellas se confunde sin propósito la necesidad con la
compulsión; más adelante se verá cuánta diferencia haya entre
estas dos cosas." (Lib. II, cap. II § 3, 4 y 5.)
"Si esto se admite, será cosa resuelta que el hombre no
tiene libre albedrío para hacer bien si no fuere ayudado de la
gracia de Dios, y de especial gracia que sólo a los elegidos es
dada para ser regenerados... Por esta vía, pues, se dirá que el
hombre tiene libre albedrío, no porque sea libre para elegir lo
bueno o lo malo, sino porque el que mal hace, lo hace por
voluntad y no por compulsión. Es verdad esto; pero ¿a qué
propósito se ha de atribuir un título tan arrogante a una cosa
tan denonada? ¡Donosa libertad, ciertamente, decir que el
hombre no sea compelido a pesar, sino que de tal manera sea
voluntariamente siervo, que su voluntad está aherrojada con
las cadenas del pecado! Cierto; yo detesto todas las
contumacias que se hacen por solas palabras, con las cuales la
92
Iglesia es sin propósito turbada. Y así siempre seré de este
parecer: que se eviten todos los vocablos en que hay algún
absurdo, y principalmente los que son ocasión de errar.
Pregunto yo ahora: ¿quién hay que, oyendo decir que el
hombre tiene libre albedrío, no conciba en sí luego ser el
hombre señor de su entendimiento y de su voluntad,
pudiéndose por su propia virtud inclinar a la una parte o a la
otra? Pero dirá alguno que este peligro se quitaría si el pueblo
fuese con diligencia advertido acerca de lo que deba entender
por este vocablo "libre albedrío". Yo digo al contrario: que,
pues sabemos la natural inclinación qur está en nosotros a la
mentira y falsedad, antes embeberemos el error por ocasión de
una sola palabra que no seremos instruidos en la verdad y por
la prolija declaración que se dará a la palabra... Y si nos mueve
la autoridad de los Padres, aunque es verdad que ellos usan
muy muchas veces de este vocablo, con todo, ellos declaran
qué caso haean del usarlo, principalmente San Agustin, el cual
no duda llamarlo SIERVO… En otro lugar confiesa que la
voluntad del hombre no es libre sin el Espíritu de Dios, pues
que es sujeta a sus concupiscencias, las cuales la tienen cautiva
y aherrojada, ítem, que después que la voluntad ha sido
vencida del pecado en que ella sr precipitó, nuestra naturaleza
ha perdido su libertad . . . ítem, el hombre, usando mal de su
libre albedrío, lo ha perdido y se ha perdido a sí mismo, ítem,
el albedrío ser cautivo y que ninguna cosa puede que sea
buena, ítem, no ser libre lo que la gracia de Dios no hubiere
librado. . . Así que, si hay; alguno que permita este vocablo
(con tal que lo entienda bien), cuanto a mí, yo no le seré
contrario; más por cuanto me parece que no se puede usar de
él sin gran peligro y, por el contrario, que sería un gran bien
para la Iglesia si fuese olvidado, yo no lo querría usar, y si
alguno me pidiese consejo, mi consejo sería que no lo usase."
(Lib. II, cap. II, párrafos 7 y 8.)
Después de citar a San Cipriano cuando dice que "de
ninguna cosa nos debemos gloriar, pues que ninguna cosa es
nuestra", y a San Juan Crisóstomo al afirmar que "todo
hombre naturalmente es, no solamente pecador, sino que
93
todo él es pecado"; concluye diciendo de los Padres en general
que, "aunque ellos algunas veces pasan la mesura en ensalzar el
libre albedrío, con todo, ellos tienen los ojos puestos en esto:
en apartar al hombre de estribarse en su propia virtud y
enseñarle que toda su fuerza debe buscarla en Dios solo". (Lib.
II, capítulo II, § 9.)
Hablando de la inteligencia humana, que no se ha perdido
por la caída, aunque está envuelta en tnieblas, dice:
"Vemos que en la naturaleza humana hay un cabrio deseo
de inquirir la verdad, a la cual en ninguna manera él sería tan
inclinado si primero no tuviese algún gusto de ella. Esta es,
pues, ya una cierta centella de luz en el espíritu del hombre
que tenga un natural amor a la verdad: el menosprecio de la
cual en las bestias brutas muestra que son tontas y que no
tienen entendimiento ni razón. Aunque este deseo, tal cual es,
antes que comience a correr desfallezca, porque luego da
consigo en vanidad…
"Por tanto, cuando leyendo viéramos en los escritores pro-
fanos esta admirable luz de la verdad que reluce en sus
escritos, esto nos debe amonestar que el entendimiento
humano, por mucho que haya caído y degenerado de su
integridad y perfección, con todo eso no deja de estar aún
adornado y compuesto de excelentes dones de Dios. Si
nosotros reconoce-mos el Espíritu de Dios por única fuente y
manantial de la verdad, no desecharemos ni
menospreciaremos la verdad donde quiera que la halláramos."
(Lib. II. cap. II, § 12-15.;
"Resta declararqué sea lo que puede ver la razón humana
en lo que toca al reino de Dios y qué capacidad tenga para
comprender aquella sabiduría espiritual, la cual consiste prin-
cipalmente en tres cosas, a saber: en conocer a Dios, su
voluntad y favor paternal para con nosotros en lo que consiste
nuestra salud y cómo nos es menester reglar nuestra vida
conforme a la regla de su ley. Cuanto a los dos primeros
puntos, y principalmente cuanto al segundo, los que son más
ingeniosos de los hombres son más ciegos que topos. Y no
niego que muchas veces se hallen en los libros de los filósofos
94
sentencias admirables y muy a propósito dichas acerca de
Dios; mas en ellas siempre se ven unas confusas
imaginaciones. Dióles, cierto, el Señor (como arriba dijimos)
un cierto gusto de su divinidad, a fin de que no pretendiesen
ignorancia para excusar su impiedad... mas de tal manera
vieron lo que vieron, que no fueron encaminados a la verdad,
mucho menos la pudieron alcanzar. Finalmente, aquella
certidumbre de la buena voluntad que la divina bondad nos
tiene, ni aun por pensamiento la gustaron jamás." (Lib. II, cap.
II, § 18.)
"Resta que tratemos del tercer miembro, que es conocer la
regla de bien instituir nuestra vida... En esto parece que el
entendimiento del hombre es más sutil que en las cosas arriba
tratadas. Porque el Apóstol testifica que los gentiles, los cuales
no tienen ley, son ley a á mismos, y muestran la obra de la ley
estar escrita en sus corazones, en que su conciencia les da
testimonio y sus pensamientos, que entre sí se acusan y
excusan delante del juicio de Dios… (Rom., II, 14.)
Considerando, empero, a qué propósito esta noticia de la ley
natural ha sido dada a los hombres; entonces se verá hasta
dónde los puede ella guiar para dar en el blanco y pa¬radero
de la razón y verdad. Esto también entenderemos por las
palabras de San Pablo si consideramos cómo procede en este
lugar. El había dicho un poco antes que los que bajo la ley
pecaron, por la ky serán juzgados, y los que, sin ley pecaron,
sin ky perecerán. Por cuanto esto último podría parecer
injusto que, sin que precediese ningún juicio, los gentiles
pereciesen; luego añade que su conciencia les servía de ley, y
que, por lo tanto, bastará justamente para condenarlos. Así
que el fin de la ley natural es hacer al hombre inexcusable."
(Lib. II, cap. II, § 22.)
En cuanto a la corrupción de la voluntad humana:
"La voluntad, según está ella ligada y detenida cautiva en la
sujeción del pecado, en ninguna manera se puedede mover al
bien, mucho menos aplicarse a él. Porque este tal movimiento
es principio de convertirnos a Dios, lo cual, en la Escritura,
totalmente se atribuye a la gracia de Dios. Como Jeremías ora
95
al Señor que le convierta, si El quiere que sea convertido. Por
la cual razón el Profeta, en el mismo capítulo, pintando la
redención espiritual de los fieles, dice ser ellos rescatados de la
mano de uno más fuerte, denotando con estas palabras en
cuan estrechas prisiones sea detenido el pecador todo el
tiempo que, dejado de Dios, vive bajo la tiranía del Diablo.
Quédale, empero, la voluntad al hombre, la cual, de su misma
afición, es inclinadísima a pecar, y busca todas las ocasiones
que puede para pecar. Porque el hombre, cuando él se enredó
en esta necesidad, no fue despojado de la voluntad, sino de la
santa y buena voluntad. Y por eso San Bernardo no habla mal
cuando dice que en todos los hombres hay querer; mas querer
lo bueno es de aquellos que aprovechan, y querer lo malo, de
los que faltan. Así que, simplemente querer, es del hombre;
querer mal, es de nuestra corrompida naturaleza; querer bien,
es de la gracia. Y esto que digo ser la voluntad despojada de su
libertad, y necesariamente traída al mal, es de maravillar si
alguno toma por dura esta manera de hablar, la cual ningún
absurdo con-úene y ha sido usada de los doctores antiguos.
Podrá ofender a aquellos que no saben hacer diferencia entre
necesidad y compulsión. Pero si se pregunta a alguno de éstos
si Dios es necesariamente bueno y el diablo es necesariamente
malo, ¿qué responderá? Porque de tal manera esa unida la
bondad de Dios con su divinidad, que tan necesario es que sea
bueno como que sea Dios. Y el diablo, por su raída, está de tal
modo alejado del bien, que no puede hacer otra cosa que hacer
mal. Y si algún blasfemador murmura que Dios no merece
gran loor por su bondad, puesto que es constreñido a tenerla,
¿quién no tendrá la respuesta fácil respondiendo que de su
inmensa bondad viene que El no pueda hacer el mal, no de
compulsión forzada? Así que si el ser necesario que Dios haga
el bien no impide que su voluntad sea libre al hacerlo; y si el
diablo, que no puede hacer otra cosa que mal, peca
voluntariamente, ¿quién dirá que el hombre no peca volun-
tariamente porque está necesitado a pecar? Siendo así que San
Agustín siempre enseña esta necesidad, aun cuando Celestio le
calumniaba esta doctrina para hacerla odiosa, aun entonces no
96
dejó de pronunciar estas palabras: "Por la liber"tad del
hombre ha acontecido que él pecase; mas ahora la
"corrupción, que se siguió en castigo del pecado, ha hecho "de
la libertad necesidad" (Augustinus, Lib. de Perfec. Just.) Y todas
cuantas veces toca este propósito con toda libertad, habla de la
necesaria sujeción que hay en nosotros a pecar. Así que
debemos tener cuenta con esta distinción: Que el hombre,
después de haber sido perdido por su caída, voluntariamente
peca, no forzado ni constreñido: con una afición cíe su
corazón, propensísima a pecar, y no por fuerza forzada; por
propio movimiento de su concupiscencia, no porque otro le
compela, y que, con todo eso, su naturaleza es tan perversa
que no puede ser inclinado ni encaminado sino al mal. Si esto
es verdad, es notorio que él será sujeto a que necesariamente
peque." (Lib. II, cap. II, § 5.)
Objeciones a la doctrina necfñtañana.
"Algunos argumentan de esta manera: "Si el pecado es de
"necesidad, ya no es pecado; si es voluntario, sigúese que se
"puede evitar.” De estas mismas armas y de este mismo
argumento usó Pelagio contra San Agustín, aunque no los
queremos cargar el nombre de pelagianos hasta tanto que los
hayamos confutado. Niego, pues, yo que el pecado deje de ser
imputado por pecado por ser de necesidad; niego también que
se siga lo que ellos infieren: Que siendo el pecado voluntario,
se puede evitar. Porque si alguno quisiere altercar con Dios, y
con este pretexto rehuir su juicio, diciendo que no lo pudo
«hacer de otra manera, tendrá bien a mano la respuesta;
conviene, a saber, la misma que antes hemos dado: Que no
procede cíe la creación, sino de la corrupción de naturaleza;
que los hombres no pueden querer otra cosa que el mal.
Porque, ¿de dónde viene la debilidad con que los impíos se
quieren cubrir, y que de tan buena gana alegan, sino de que
Adam, de su propia voluntad, se sujetó a la tiranía del diablo?"
(Lib. II, cap. III, § 1.)
Dicen asimismo que si las virtudes y los vicios no proceden
de elección libre, no es cosa conforme a la razón que el
hombre sea remunerado ni castigado. Aunque este argumento
97
sea tomado de Aristóteles, reconozco que San Crisóstomo y
San Jerónimo han usado de él algunas veces. . . Cuanto a los
castigos con que Dios castiga los pecados, respondo que
justamente somos con ellos castigados, pues que la culpa del
pecado reside en nosotros. Porque, ¿qué hace al caso que
pequemos de un juicio libre o cautivo con tal que pequemos
de un apetito voluntario; mayormente, cuando que de aquí es
convencido el hombre ser pecador, puesto que está bajo la
servidumbre del pecado? Cuanto el galardón y premio que se
da por obrar bien, ¿qué absurdo hay en que confesemos que se
nos da, más por la benignidad de Dios que por nuestros
propios méritos? ¿Cuántas veces repite San Agustín esta
sentencia: "Dios no galardona nuestros méritos, sino sus
dones?..." Según que Dios es sobremanera magnífico y liberal,
El remunera las gracias que El mismo nos ha dado, como si
procediesen de nosotros mismos, por cuanto El dándolas las
ha hecho nuestras” (Lib. II, capitulo V, § 2.)
"Objetan también que en vano se harían las exhortaciones,
que las amonestaciones de nada servirían, que las rerensiones
serían ridiculas si el pecador no tuviera en sí mismo poder
para obedecer. San Agustín escribió un libro que tituló De la
corrección y de la gracia, porque se le objetaban cosas
semejantes a éstas; en el cual, aunque responde ampliamente a
todo lo que le objetaban, reduce la cuestión a esto en suma:
"¡Oh, hombre, entiende en el mandamiento "qué es lo que
debes hacer; cuando eres reprendido por no "haberlo hecho,
entiende que por tu culpa te falta la virtud "para hacerlo;
cuando invocas a Dios, entiende de dónde "tienes que recibir
lo que demandas!,…” ¿De qué, pues, sirven las exhortaciones?,
dirá alguno. Respondo que si los impíos de un corazón
obstinado las menosprecian, ellas les servirán de testimonio
para convencerlos cuando aparezcan delante del tribunal y
juicio de Dios; y más aún: que ya en esta vida presente su mala
conciencia es herida y batida de estas exhortaciones, porque
por más que se mofe aun el más descarado hombre del
mundo, no las puede condenar por malas. .. Pero la principal
utilidad de ellas se debe considerar en los fieles, en los cuales,
98
como el Señor obre todas las cosas por su Espíritu, así
también no deja de usar del instrumento de su Palabra para
cumplir su obra en ellos, y usa de él con eficacia y no en vano.
(Lib. II, cap. V, § 4 y 5.)
99
CAPÍTULO XI
LA DOCTRINA DE LA INSTITUCIÓN (I)
Tres razones, dice Calvino, hay para ei mandamiento re-
ferente al día de Reposo:
"La primera, que el celestial Legislador ha querido, debajo
del reposo del día séptimo, figurar al pueblo de Israel el
reposo espiritual, con el cual los fieles deben reposar de sus
propias obras para dejar a Dios obrar en ellos. La segunda es
que El quiso que hubiese un día determinado en el cual ellos
se juntasen para oír la Ley y usar de sus ceremonias, o el cual,
por lo menos, dedicasen para especialmente meditar sus obras,
para con tal memoria ser ejercitados en piedad o en cosas que
pertenecen a la gloria de Dios. La tercera es que quiso dar un
día de reposo a los siervos y a todos los que viven en sujeción
de otros, para que tuviesen alguna in¬termisión en sus
trabajos." (Lib. II, cap. VIII, § 28.)
"Con la venida de nuestro Señor Jesucristo se ha abrogado
lo que en este mandamiento hay de ceremonial. Porque El es
la verdad, con cuya presencia todas las figuras son deshechas;
El es el cuerpo, oon cuya vista las sombras son dejadas. El es
(digo) el verdadero cumplimiento del Sábado. Por el bautismo
somos sepultados juntamente con El, somos ingeridos en la
compañía de su muerte, para que siendo participantes de su
resurrección andemos en novedad de vida. Por esta causa el
apóstol dice en otro lugar que el Sábado ha sido una sombra
de lo que había de venir, y que el cuerpo es en Cristo; quiere
decir, la sólida sustancia de la verdad, la cual El declaró muy
bien en aquel lugar (Col., II, 16, 17). Ella, pues, no se contenta
con un solo día, mas quiere todo el curso de nuestra vida,
100
hasta tanto que siendo enteramente muertos a nosotros
mismos, seamos llenos de la vida de Dios. Sigúese, pues, que
los cristianos deben estar muy lejos de la supersticiosa
observancia de los días."
Refiriéndose a los otros dos objetos del día de Reposo, o
sea, reunirse para dar culto a Dios y dar relajación de su
trabajo a los siervos y operarios, dice: "¿Quién negará que lo
uno y lo otro nos compete también a nosotros como a los
judíos? Las reuniones religiosas nos son mandadas por la
palabra de Dios; y la misma experiencia nos enseña cuan
necesarias sean. Si no hubiese días señalados ¿cuándo nos
podríamos reunir?" (Lib. II, Cap. VIII, § 31, 32).
Explicar la frase del Credo: “Descendió a los infiernos",
diciendo que equivale a "fue sepultado”, sería, piensa Calvino.
atribuir al símbolo de la fe una superflua tautología. La
explicación que él da es la siguiente:
"Todo era nada si Jesucristo tan solamente fuera muerto de
muerte corporal: mas juntamente fue necesario que él sintiese
en su alma el rigor del castigo de Dios, para oponerse a la ira
de Dios y satisfacer a su justo juicio. De donde también
convino que él combatiese con las fuerzas del infierno y que
luchase, como a brazos partidos, con el horror de la muerte
misma... Por tanto, no nos debemos maravillar si se dice que
Jesucristo descendió a los infiernos; pues que él padecía
aquella muerte con que Dios suele castigar a los perversos
cuando El está airado.
"Y cierto que la réplica que algunos hacen es muy frivola y
ridicula: "dicen que de esta manera se pervertiría el orden,
porque sería absurdo poner después de la sepultura aquello
que precedió. Porque después de haber contado las cosas que
Jesucristo padeció públicamente delante de los hombres, muy
a propósito se cuenta luego aquel invisible e incomprensible
juicio que él sufrió delante de Dios, para que sepamos que no
solamente el cuerpo de Jesucristo fue entregado por precio de
nuestra redención, mas que hubo un otro muy mayor y muy
más excelente precio, que fue sentir y padecer en su alma los
101
horrendos tormentos que los hombres perdidos y condenados
suelen sufrir." (Lib. II, cap. XVI, § 10.)
Acerca de la libertad cristiana, dice Calvino:
"La tercera parte de la libertad cristiana es que delante de
Dios no hagamos cuestión de conciencia de cosas ningunas
exteriores, las cuales en sí mismas son indiferentes, de tal
manera, que ya las podemos hacer, ya las podemos
indiferentemente dejar. Y cierto que nos es muy necesario
conocer esta libertad, porque, mientras no la tuviéramos, no
tendremos nunca reposo en nuestras conciencias ni tendrán
fin las supersticiones. Muy muchos hay que nos tienen por
grandes necios porque defendemos sernos lícito comer
libremente carne, y decimos ser libre la observancia de los días
y el uso de vestirse, y otras cosas semejantes, las cuales (como
ellos piensan) son frivolas y de ninguna importancia; pero
cierto que hay mucho más que considerar en cuas de lo que el
vulgo generalmente piensa. Porque, una vez que las
conciencias se han dejado caer en el lazo, se meten en un largo
e intrincable laberinto, del cual luego no podrán fácilmente
salir. Si alguno comenzare a dudar si le sea lícito usar de lino
en sus pañetes, camisas, pañuelos y servilletas, después ni aun
del cáñamo estará seguro y acabará, finalmente, por dudar si le
sea lícito usar de estopa. Porque dentro de sí mismo resolverá
que podría cenar sin servilletas y que podría pasarse sin
pañuelos. Si alguno le pareciere no serle lícito comer de
vianda que sea algún tanto delicada, este tal, al fin, con poca
quietud de su conciencia delante de Dios, comerá pan, bazo y
las viandas comunes; porque le pasará por la memoria que
podría sustentar su cuerpo con viandas aún más viles. Si
hiciere escrúpulo de beber un vino algún tanto suave, después
ni aun heces beberá con quieta conciencia. Finalmente, este tal
no osará tocar para beber el agua que fuere más suave y más
clara que las otras. En conclusión, este tal vendrá a tanta
locura, que tendrá por muy grave pecado pasar sobre una paja
atravesada. Porque aquí no se comienza un ligero combate de
conciencia; mas ésta es la duda: si quiere Dios que usemos de
102
estas cosas o de aquéllas, cuya voluntad debe proceder en todo
cuanto pensáremos e hiciéramos." (Lib. III, cap. XIX, § 7.)
La Predestinación.25
"Llamamos predestinación al eterno decreto de Dios con
que su majestad ha determinado lo que quiere hacer de cada
uno de los hombres; porque El no los cría a todos en una
misma condición o estado, mas ordena los unos a vida eterna
y los otros a perpetua condenación. Por tanto, según el fin a
que el hombre es criado, así decimos que es predestinado o a
vida o a muerte." Después cita en apoyo de esta doctrina
Deut. 32. 8 v 9: 4. 3': 10. 14 v 15: Salmo 33. 12; 1" Samuel. 22.
22. etc.: Sal. 28. 67 v 68: Nial.. 1. 2 y 3 (Lib. III, cap. XXI § 5. 6
y 7.
Más adelante cap. 12 § 7) " cita las palabras de Cristo en
Juan. 6. 37. 39. 44 y 45: 13. 18 v 17. 9.
Calvino ha dado a la doctrina de la predestinación su ex-
presión más radical y severa, como lo muestra la definición ya
citada y frases como las que siguen:
"Siendo, pues, así que la disposición de todas las cosas está
en las manos de Dios, y que El, como le plazca, puede dar
vida y matar. El dispensa y ordena por su consejo que
algunos, desde el vientre de sus madres, sean a certísima
muerte eterna destinados, los cuales, con su perdición,
glorifiquen su nombre.” (Lib. III, cap. XXIII, § 6.)
"Otra vez pregunto: ¿De dónde viene que tantas naciones,
juntamente con sus criaturas, hayan sido enredadas en muerte
eterna por la caída de Adam, y esto sin remedio, sino porque
así plugo a Dios? Aquí es menester que estas lenguas tan
parleras se enmudezcan. Yo confieso que ese decreto de Dios
nos debe poner grande espanto;26
pero con todo eso, ninguno
25
Véase la discusión de la enseñanza de Calvino sobre esta y otras
doctrinas en el último captíulo de esta obra. 26
Así traduce Cipriano de Valera la famosa frase horribüe de-cretum, cuyo
verdadero sentido se considera en el capítulo siguiente. NOTA DEL
TRADUCTOR.
103
podrá negar que Dios ha sabido antes de criar al hombre qué
fin había de tener el hombre, y por eso lo supo, porque en su
consejo así lo había ordenado." (Lib. III, capítulo XXIII, § 7.)
Contestando a la objeción que se hace por algunos a la
doctrina de la predestinación, como “si ella echase por tierra
todas las exhortaciones para bien vivir", dice:
“Ya hemos visto cuan claro y manifiesto pregonero de la
gracia de Dios haya sido San Pablo. ¿Hase por eso resfriado en
sus amonestaciones y exhortaciones? Cotejen estos buenos
celadores el celo y vehemencia de San Pablo con el suyo;
cierto su celo de ellos no parecerá, en comparación del
increíble fervor de San Pablo, sino hielo." Y cita a
continuación í Tes., 4, 7; Ef., 2, 10. (Lib. III, capítulo XXIII, §
13.)
Uno de los pasajes más difíciles de conciliar, si es que es
posible conciliario de algún modo con la idea de la predes-
tinación que Calvino defendía, es el de la primera Epístola a
Timoteo, en que San Pablo dice que "Dios quiere que todos
los hombres sean salvos". Calvino trata aquel pasaje del modo
siguiente: "San Pablo había mandado a Timoteo que se
hiciesen solemnes oraciones y rogativas por los reyes y
príncipes. Y siendo así que parecía un gran desatino rogar a
Dios por una suerte de gente tan desesperada (porque, no
solamente estaban fuera de la compañía de los fieles, mas aun
empleaban todas sus fuerzas en oprimir el reino de Dios),
añade que esto es agradable a Dios, el cual quiere que todos los
hombres sean salvos. En lo cual ninguna otra cosa quiere decir
sino que el Señor no ha cerrado la puerta de salud a ningún
estado ni condición de hombres; mas, por el contrario, ha de
tal manera derramado su misericordia que quiere que todos
participen de ella. .. De tal manera, pues, se debe interpretar
este paso, que convenga con él otro que dice: Tendré
misericordia del que tendré misericordia, y seré clemente con
el que seré clemente. El que escoge a quien haga misericordia,
no la hace con todos. Pero pues que se ve manifiestamente que
San Pablo no trata de cada hombre en particular, sino de
104
estados y condiciones de hombres, no será menester tratar
esto más a la larga." (Lib. III. cap. XXIV, § 16.)
Acerca de la Iglesia:
"Cuando confesamos en el símbolo que creemos la Iglesia,
este artículo no se debe entender que solamente la Iglesia
visible, de la cual tratamos ahora, sino que se extiende a todos
los elegidos de Dios, en cual número se comprenden todos los
que han pasado de esta vida. Y esta es la causa por la cual se
usa en el Símbolo esta palabra: creer; porque muy muchas
veces no se puede ver ni hacer diferencia ninguna entre los
hijos de Dios y la gente profana, entre su manada y las bestias
feroces. En cuanto a la partícula en que algunos interponen,
no tienen razón probable para ello. Bien confieso ser esto lo
que más comúnmente se usa en el día de hoy, y que también
se usó antieuamentr: pues que el Símbolo Niceno (que se cita
en la Historia Eclesiástica) pone dicha partícula en. Mas
juntamente con esto se puede bien claramente ver, por lo que
los antiguos padres escribieron, que, sin hacer dificultad
ninguna, decían que creían la Iglesia, y no en la Iglesia. Porque
San Agustín y el autor del Tratado sobre el Símbolo, que
comúnmente se dice ser de San Cipriano, no solamente
hablan asi, sino que expresamente notan que esta manera de
hablar sería impropia si se pusiese la partícula en: y confirman
su opinión con una razón no frivola. Porque por eso
testificamos que creemos en Dios; porque nuestro corazón se
reposa sobre El como verdadero y nuestra conciencia se
aquieta sobre El. Lo cual no convendría a la Iglesia^ como
tampoco conviene a la remisión de los pecados ni a la
resurrección de la carne." (Lib. IV, cap. I, § 2.)
No debemos retirarnos de la Iglesia, dice Calvino, por
motivos ligeros. "Tengamos estos dos puntos por resueltos:
primero, que el que de su propio motivo se aparta de la
externa comunión de la Iglesia, en la cual se predica la Palabra
de Dios y los Sacramentos son administrados, no tiene excusa
ninguna. Segundo, que las faltas y pecados de otros, sean
pocos o muchos, no nos impide que podamos muy bien hacer
105
profesión de nuestra religión usando de los Sacramentos y
ejercicios eclesiásticos juntamente con ellos; porque una buena
conciencia no puede ser dañada por la indignidad de otros, ni
del mismo pastor, ni de otro particular: ni los Sacramentos del
Señor dejan de ser por eso puros y santos al hombre puro y
santo por ser recibidos en compañía de los impuros y malos."
(Lib. IV, cap. I, § 19.)
Acerca de la Disciplina eclesiástica:
"Conviene que la Iglesia tenga tal severidad que sea
conjunta con un espíritu de mansedumbre. Porque siempre se
debe tener en cuenta (como el Apóstol lo manda) que el que
es corregido no se consuma de tristeza. Porque de esta
manera, de remedio se convertiría en ruina. Pero del fin se
tomará mucho mejor la regla de moderación que se debe
tener. Porque esto es lo que se pretende con la excomunión:
que el pecador se arrepienta, que los malos ejemplos se quiten
del medio, para que el nombre Cristo no sea blasfemado y que
otros no sean provocados a hacer otro tanto. Si
consideráramos estas cosas, fácilmente podremos juzgar hasta
qué punto deba nuestra severidad extenderse y dónde debe
acabar. Por tanto, cuando el pecador da muestra de penitencia
a la Iglesia y con este testimonio deshace, cuanto está de su
parte, el escándalo, no ha de ser más afligido; y si lo es, ya el
rigor pasó sus términos. En lo cual no puede ser en ninguna
manera excusada la severidad de los antiguos, la cual
totalmente se apartaba de lo que el Señor prescribió y era
sobremanera peligrosa. Porque poniéndole al pecador una
penitencia solemne y privación cíe la Cena, ya por siete años,
ya por cuatro, ya por tres, y algunas veces por toda la vida,
¿qué se pudo seguir de ahí sino o gran hipocresía o grandísima
desesperación?" (Lib. IV, cap. XII, § 8.)
Del Bautismo:
"Lo que tocante a esto se ha de tener es que, en cualquiera
tiempo que seamos bautizados, somos una vez lavados y
purificados para toda la vida. Por tanto, todas las veces que
hubiéramos caído, debemos refrescar de nuevo la memoria del
106
bautismo, y con ésta se ha de armar el alma para que se
certifique y asegure del perdón de sus pecados. Porque aunque
por haber sido una vez administrado parece que ya haya
pasado, con todo eso, él no ha perdido su virtud con los
pecados que después de él hemos cometido. Porque en él se
nos presenta la limpieza de Cristo: esta limpieza siempre
queda, no hay mancha que la pueda manchar: mas quita y
deshace todas nuestras suciedades. Y con todo esto no
debemos por eso tomar licencia para pecar después pues
ciertamente no se nos da aquí ocasión ninguna para usar de tal
atrevimiento); mas dase esta doctrina solamente para que los
que, habiendo pecado, gimen fatigados y oprimidos por el
peso del pecado, tengan con qué se levanten v consuelen para
no caer en confusión ni en desesperación- Por esto dice San
Pablo sernos Cristo hecho propinación para remisión de los
pecados pasados (Rom., 3. 25). Con lo cual no niega que en él
se contenga una perpetua y continua remisión de pecados
hasta la muerte; mas quiere decir que Cristo ha sido dado del
Padre solamente para miserables pecadores, los cuales heridos
con el cautiverio de La conciencia, suspiran por el médico."
(Lib. IV, cap. XV, § 3.)
"Ya se ve claramente cuan falso sea lo que algunos, ya
mucho tiempo ha, han enseñado, en lo cual los otros
persisten, que por el bautismo somos librados y eximidos del
pecado original y de la corrupción que de Adam se ha
extendido a toda la posteridad y que somos restituidos en la
misma justicia y limpieza de naturaleza que Adam hubiera
tenido si hubiera permanecido en la integridad en que fue
creado. Porque tal género de enseñadores nunca ha entendido
qué sea pecado original, qué sea justicia original ni qué sea la
gracia del bautismo. Ya hemos mostrado que el pecado
original es una maldad y corrupción de nuestra naturaleza, la
cual primeramente nos hace culpados de la ira de Dios, y
ademas de esto produce obras en nosotros que la Escritura
llama obras de la carne… Por esta corrupción estamos
condenados y convictos delante de Dios, al cual ninguna cosa
agrada sino justicia, inocencia y limpieza… Los fieles son
107
asegurados por el bautismo de que se les ha quitado y echado
de sí esta condenación, visto que el Señor (como hemos dicho)
promete con esta señal que se nos hará entera y sólida
remisión de del castigo que habíamos de padecer por la
culpa.'' (Lib. IV, cap. XV, § 10.)
"Hay algunos que con una palabra definen que comer la
carne de Cristo y beber su sangre no es otra cosa que creer en
El. Mas paréceme a mí que el mismo Cristo ha querido decir
en este notable sermón (Juan. IV), en que nos encomienda que
comamos su carne, una cosa mucho más alta y mucho más
sublime: conviene, a saber, que sernos vivificados por la
verdadera participación que El nos da de si. Lo cual se designa
por las palabras de comer y beber, a fin de qun ninguno
pensase que ella consistía en el simple conocimiento. Porque
como el comer el pan, y no el mirarlo, da sustento al cuerpo,
así también es menester que el alma sea verdaderamente
participante de Cristo para ser mantenida en vida eterna.
Entre tanto confesamos que esta manducación no se hace sino
por la fe, puesto que ninguna otra manera se puede imaginar;
mas la diferencia que hay entre nosotros y los que exponen
esta manducación, como ya se ha dicho, es que piensan que
comer no sea otra cosa que creer. Yo digo que nosotros,
creyendo, comemos la carne de Cristo, y digo que esta
manducación es un fruto y efecto de la fe. O para decirlo más
claramente: ellos entienden que la manducación es la fe
misma, mas yo digo que procede de la fe. En las palabras hay
muy poca diferencia, mas en la cosa, muy grande. Porque
aunque el Apóstol enseña que Jesucristo habita en nuestros
corazones por la fe (Ef. 3. 17), no habrá quien interprete que
esta habitación sea la fe misma; mas todos entienden que El
nos ha querido dar a entender un singular beneficio y efecto
de la fe, en cuanto por ella los fieles alcanzan que Cristo
habite en ellos. De esta misma manera, llamándose el Señor
Pan de vida, no solamente ha querido denotar que nuestra
salud consiste en la fe de su muerte y resurrección, sino que
por la verdadera comunicación que nosotros tenemos con él,
su .vida es transportada a nosotros y hecha nuestra; no de otro
108
modo que el pan, cuando se toma para alimento, da vigor y
fuerza al cuerpo." (Lib. IV, cap. XVII, § 5.)
"La suma de todo esto es que nuestras almas son
apacentadas con la carne y la sangre de Cristo, tan realmente
como el pan y el vino mantienen la vida corporal. Porque de
otra manera, el símil de la señal no convendría, si nuestras
almas no hallasen en Cristo con qué satisfacerse. Lo cual en
ninguna manera podría ser, si no es que Cristo
verdaderamente se pega y hace uno con nosotros, y nos
mantiene y sustenta con la vianda de su carne y la bebida de
su sangre… Jesucristo nos testifica y sella en la Cena esta
participación de su carne y de su sangre, por la cual El hace
colar y pasar en nosotros su vida, ni más ni menos que si El
entrase en nuestros huesos y en nuestros tuétanos. Y no nos
presenta una señal vana y sin virtud, mas nos muestra la
eficacia de su Espíritu, con la cual cumple lo que promete. Y
cierto que El ofrece y da a todos los que se sientan en este
espiritual banquete la cosa en él significada, aunque solamente
la reciban con fruto los fieles, los cuales reciben una tan
grande liberalidad del Señor con verdadera fe y eran
agradecimiento." (Lib. IV, cap. XVII, § 10.)
"Cuanto al externo rito y ceremonia, que los fieles tomen
el pan con la mano, o que no lo tomen: que lo dividan entre
sí, o que cada uno coma lo que se le ha dado; que vuelvan la
copa al Ministro, o que la den al que inmediatamente está a su
lado; que el pan sea leudo o cenceño; que el vino sea rojo o
blanco, hace muy poco al caso. Porque estas cosas son
indiferentes, y quedan a la libertad y discreción de la Iglesia.
Aunque es ciertísimo que la costumbre y manera de la Iglesia
primitiva ha sido que todos lo tomasen en la mano, y
Jesucristo dijo: "Partidlo entre vosotros." (Lib. IV cap. XVII, §
43.)
Dejando, pues, aparte tanta infinidad de ceremonias y de
pompas, la Santa Cena podría ser muy decentemente admi-
nistrada con mucha frecuencia, y por lo menos una vez a la
semana…
109
"Esto enteramente se había de guardar, que jamás se
juntase la congregación sin la palabra, ni sin limosna, ni sin
participación de la Cena ni sin oración.
"Ciertamente que la costumbre que manda comulgar una
vez al año es una invención del Diablo; sea quien fuere el que
la introdujo." (Lib. IV, capítulo XVII, § 43, 44, 45.)
El origen del nombre de la Misa:
"Cuanto al nombre de Misa jamás me he podido resolver
de dónde haya venido, sino que es verosímil conforme a mi
juicio, haberse tomado de las ofrendas que se hacían en la
Cena. Por lo cual los antiguos lo usan generalmente en
plural." (Libro IV, cap. XVII, § 8.
La verdadera piedra de toque de un Sacramento:
"No puede haber Sacramento sin promesa de salvación.
Todos cuantos hombres hay, juntados en uno, no nos pueden
por sí mismos prometer cosa alguna tocante a nuestra salud.
No pueden, pues, por sí mismos ordenar ni instituir
Sacramento alguno." (Lib. IV, cap. XVIII § 19.)
"Es menester que la Palabra de Dios preceda para hacer
que el Sacramento sea Sacramento, como lo ha dicho muy
bien San Agustín. (Hom. in Joan, 8)" (Lib. IV, cap. XIX, § 2.)
De la Confirmación:
"Era orden y costumbre que se tuvo antiguamente que los
hijos de los cristianos, cuando eran llegados a la edad de
discreción, los presentaban al obispo para que hiciesen
confesión de su fe, tal cual los paganos que se convertían a la
religión cristiana la hacían cuando eran bautizados. Porque
cuando una persona de edad quería ser bautizada, instruíanla
algún tiempo, hasta tanto que pudiese hacer confesión de su fe
delante del obispo y de todo el pueblo. Así también los que
habían sido bautizados siendo niños, a causa de que no habían
hecho esta confesión en su bautismo, en siendo de edad de
discreción los presentaban otra vez al obispo, para que él los
examinase conforme a la forma del Catecismo que entonces se
usaba. Y para que esta acción tuviese más autoridad y se
110
hiciese con más solemnidad, usaban de la ceremonia de la
imposición de las manos. Habiendo de esta manera el mozo
hecho su confesión, y siendo aprobada, enviábanlo con una
solemne bendición. . . Cuanto a mí, yo estimo muy mucho
una tal imposición de manos, cuando se hiciese simplemente
por vía de oración; y querría muy mucho que se usase en el
día de hoy en su pureza y sin superstición.
"Los que después han venido, han trastornado y soterrado
esta antigua costumbre, y han levantado en su lugar una no sé
qué confirmación, que ellos se han forjado e inventado, la cual
ha hecho que se tenga por Sacramento de Dios." (Lib. IV, cap.
XIX, § 4,5).
Un notable elogio de la Institución apareció en la Revue
des deux Mondes, en 1900, debido a la pluma de M. Bru-
nettiére, el reputado autor y crítico francés, en un artículo
titulado La obra literaria de Calvino.
Este escritor católico-romano, miembro de la Academia
Francesa, dice: "Hay una Reforma puramente francesa, que
no debe nada, o debe muy poco en su oricen a la Reforma
alemana o inglesa... No fue política, como la inglesa, ni social,
como la alemana, sino religiosa, teológica y moral, y de hecho
aun precedió a aquellas dos. Fue en 1517 cuando Lulero,
como sabemos, fijó sus tesis en Wittenberg; pero el
Comentario latino a los Salmos, de nuestro Lefevre de Etaples,
data de 1512, y de Lefevre a Calvino —1512 a 1536— puede
seguirse en documentos franceses el progreso y evolución
lógica de un protestantismo exclusivamente francés.
Después de citar algunos párrafos de la Institución,
continúa: "Seguramente no tenemos en nuestra lengua otros
modelos de tal vivacidad de razonamiento, o más bien de
argumentación, ni de tal precisión y propiedad en los
términos, ni de tan sucinta y penetrante brevedad. Hemos
perdido este arte de "seguir" el propio pensamiento sin
perderlo de vista mientras se va explicando y parafraseando.
La paráfrasis del Decálogo es, en este punto, uno de los trozos
más hermosos en el idioma francés".
111
Más adelante dice: "Como Lutero al traducir la Biblia, así
Calvino al traducir su Institución de la Religión Cristiana a su
lengua nacional, estableció una comunicación entre él y
nosotros y los que vengan detrás de nosotros, una
comunicación, si puedo decirlo así, y un contacto que sólo se
interrumpirá con la terminación del lenguaje mismo".
Y luego pronuncia este notable juicio: "La Institución de la
Religión Cristiana es el primero de nuestros libros que
podemos llamar clásico. Lo es tanto y aún más que el romance
o la poesía de Rabelais, por la severidad de su composición,
por la manera en que la concepción del conjunto determina la
naturaleza y elección de los detalles. . . Lo es, finalmente, por
aquella "liberalidad", si se me permite usar esta expresión, una
liberalidad entonces completamente nueva, con la cual
Galvino trajo hasta nuestra misma puerta materias que hasta
entonces sólo se habían discutido en las escuelas de los
teólogos. Lo es no menos a causa de la fama (retentissement)
que la prosa francesa recibió por él en todo el mundo".
Añade más tarde que nadie contribuyó más que Calvino a
contener el mundo en la pendiente en que se había
precipitado hacia el paganismo, y opina que si ha de haber
herejías, la de Galvino no ha sido del todo inútil, aun para la
misma Iglesia católico-romana.
Es cierto que M. Brunettiére piensa que la enseñanza y el
código moral de Galvino no armonizan con el genio del
pueblo francés, y le acusa, sin fundamento alguno, de
anatematizar la literatura y el arte. Pero la misma antipatía
que demuestra al reformador por estas razones, hace tanto
más notable el juicio que formula de su obra literaria.
112
CAPÍTULO XII
CALVINO COMO MAESTRO DE RELIGIÓN
La teología de Calvino, como su autor, ha sufrido no poco
por falta de comprensión. Se ha dado a ciertas afirmaciones
aisladas y a proposiciones secundarias una importancia que él
no les dio nunca. Si se pregunta: ¿Cuál a la enseñanza
distintiva de Calvino? Habrá muchos que respondan: La
doctrina de la predestinación. Y sin embargo, la
predestinación ocupa un espacio relativamente pequeño en la
enseñanza de Calvino. El asunto está tratado en cuatro de los
ochenta capítulos de que consta la Institución, y su posición es
secundaria, no prominente. Viene al fin del tercer libro. y
después de la enseñanza acerca de la obra del Espíritu Santo,
de la fe, el arrepentimiento, la vida cristiana, la justificación y
la oración, que comprende su admirable explicación de la
oración dominical.
Ni puede decirse tampoco que la predestinación sea una
doctrina peculiar de Calvino. Había sido enseñada por San
Agustín. Calvino reconoce la deuda que tiene con aquel gran
Padre de la Iglesia. Cita su tratado sobre la Perseverancia de
loí fieles. "San Agustín confiesa —dice— que se le acusaba con
frecuencia de predicar demasiado sobre la predestinación",
asunto que muchos consideraban peligroso para las mentes
piadosas, porque conmovía la fe y turbaba el corazón; "pero él
—añade— refutó pronto y cumplidamente estas objeciones".
Aceptemos o rechacemos el concepto calvinista o agusti-
niano de la predestinación, tenemos que remontarnos mucho
más lejos que estos maestros para encontrar el origen de una
doctrina sobre el asunto. "A los que de antemano conoció,
113
también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la
imagen de su Hijo", son palabras del apóstol Pablo en el
capítulo 8 de la Epístola a los Romanos; y en el capítulo 9 de
la misma Epístola, así como en el 1 de Efesios, se enseña muy
claramente la predestinación.
Que hay una predestinación, una elección, un divino esco-
gimiento de hombres para un objeto específico, no puede po-
nerse en duda. Abraham, Jacob, Moisés, Josué, fueron
hombres elegidos. Nuestro Señor dijo a sus apóstoles: "No me
elegisteis vosotros a mí, mas yo os elegí a vosotros".
Pero se puede creer en la predestinación y elección, sin
darles el sentido que Calvino les dio. Ha habido hombres
elegidos para deberes especiales, para privilegios especiales.
Esto no implica necesariamente que sólo ellos hayan sido
elegidos para la salvación con exclusión de los demás. Este fue
el error en que incurrió la nación judía al considerarse a sí
misma como el pueblo exclusivo de Dios.
Fue un error que los primeros apóstoles cristianos
tardaron mucho en desechar, y así San Pedro tuvo que ser
enseñado por la visión que tuvo en el terrado de la casa de
Simón el curtidor, que Dios se agrada "de cualquier nación
que le teme y obra justicia".
El profesor Orr del Colegio de la Iglesia Libre Unida de
Escocia en Glasgow, uno de los teólogos más capaces, a la vez
que de los más conservadores de nuestros días, ha expuesto
muy correctamente la idea evangélica moderna sobre el
asunto. Refiriéndose a la doctrina calvinista de la
predestinación, dice: "El concepto es que Dios quiere, como el
más alto de todos los fines, su propia gloria, es decir, la
manitestación de su carácter completo, ira al mismo tiempo
que amor, y el plan del mundo está dirigido con infinita
sabiduría a la consecución de este fin... Ahora bien; creo que
se puede decir sin vacilación alguna que tal concepto no es un
concepto en que el pensamiento cristiano puede encontrar
permanentemente descanso. Nuestra más profunda
penetración en la doctrina de Cristo acerca de Dios como un
Dios de amor, así como el testimonio expreso de las Escrituras
114
acerca del carácter de Dios y de su amor al mundo, nos lo
impiden."
En su Bosquejo de Teología Cristiana, el profesor William
Newton Clarke expone del modo siguiente lo que él llama la
doctrina escrituraria de la elección: "Los elegidos del Nuevo
Testamento, como los elegidos del Antiguo, son elegidos y
llamados por Dios, a fin de ser usados por El para bien de los
demás hombres. Como Israel, el pueblo cristiano es el
escogido de Dios para el bien del mundo. En lugar de sostener
que los elegidos son los únicos que se salvan, es más conforme
con la Escritura sostener que los elegidos son elegidos por
amor de los no elegidos, es decir, son elegidos por Dios para
servir a la salvación de aquellos que no han sido traídos a Dios
como ellos lo fueron".
Así, nos parece, pueden reconciliarse el calvinismo y el
arminianismo. Son dos lados de la misma verdad. Como el
canónigo Liddon ha dicho (Passiontide Sermons, pág. 215) :
"Es, sin duda, difícil si no imposible, con el presente limitado
alcance de nuestros conocimientos, reconciliar la Soberanía
divina en el mundo moral con la libertad moral de cada
hombre individual. Algunas de las grandes equivocaciones de
la teología cristiana se deben al deseo de dominar esta
dificultad. Calvino sacrificaría la libertad humana a la
Soberanía divina; Arminio sacrificaría la Soberanía divina a la
afirmación de la libertad humana. No podemos esperar que se
descubra aquí la fórmula que combina estas dos líneas
paralelas de la verdad, que se encuentran en al-guna parte en el
Infinito, muy por encima del punto más lejano que nuestra
vista alcanza; pero debemos retener cada una de ellas
separadamente, a pesar de su aparente contradicción".
Hay un decreto divino. Hay una predestinación. Hay una
elección. Pero es una elección para privilegio y para servicio.
Y al mismo tiempo, la libre oferta del Evangelio, no en un
sentido meramente ilusorio o fictício3 ha de hacerse a todos.
"Todo lo que el Padre me da vendrá a Mí, y al que a Mí viene,
no le echo fuera".
115
Por esta razón, la idea calvinista de la reprobación o
elección para condenación, muy pocos la sostienen hoy. Fue
la consecuencia lógica de su doctrina de La predestinación y
de la elección. Para él no había en esta doctrina nada de lo
repulsivo que hoy contiene para muchos. Sosteniendo, como
sostenía él, la teoría de Duns Scotus de que una cosa es recta
por el solo hecho de que Dios la quiera, nunca dudó de que un
proceder estuviera o no en armonía con el carácter divino,
una vez convencido de que era un proceder atribuido a Dios
en la Escritura.
Al mismo tiempo, es justo señalar el hecho de que Gal-
vino ha sido aquí mal comprendido. Su famosa descripción de
la reprobación, del decreto divino que condena a los impíos,
como horribile decretum, se ha citado una y otra vez como si
Calvino lo hubiera calificado de "horrible decreto". Toplady,
ya citado, critica a Juan VVesley por citar así a Calvino.
"Hemos asociado —dice— una idea secundaria a las palabras
"horror" y "horrible"', que las palabras latinas horror y
horribilá no siempre contenían… Cuando Cicerón dice:
Horrible est, aausan capitis dicere; horribilius, priora loco
dicere (Orat. pro Quinct.), ¿no quiere decir: "Es "una empresa
tremenda abogar una causa de la cual depende la vida o la
muerte, y más tremendo aún ser el que abra tal causa?"
Cuando Virgilio menciona las horribiles irae de Juno, ¿qué
entendemos sino el tremendo resentimiento de la diosa... ¿
Calvino, por lo tanto, pudo llamar el adorable e inescrutable
propósito divino que se refleja en la caída de los hombres
decretum horribile; es decir, no un decreto horrible, sino un
decreto imponente, tremendo, venerable."
Calvino, por otra parte, no era siempre consecuente con
sus doctrinas. Su predicación era, en ocasiones, mejor que su
teología. Por ejemplo, predicando sobre I Tim., 2. 4, dice:
"Decimos lo que todo el mundo ve. Es la voluntad de Dios
que todos se salven cuando El manda que su Evangelio se
predique… Debemos, pues, cuanto está en nuestro poder,
procurar la salvación de aquellos que son hoy extraños a la fe
y procurar traerlos a la bondad de Dios. Y ¿por qué? Porque
116
Jesucristo no es el Salvador de tres o cuatro, sino que se ofrece
a Sí mismo a todos... Jesucristo no vino para ser el Mediador
de dos o tres hombres, sino entre Dios y los hombres; no para
reconciliar con Dios a un pequeño número de personas, sino
para extender su gracia a todo el mundo."
Intimamente relacionada con la doctrina calvinista de la
predestinación, está su negación de la libertad de la voluntad
humana. En este punto, Calvino estaba de acuerdo con
algunos que diferían mucho de él filosófica y teológicamente.
El expresó sus ideas, no solamente en los párrafos que hemos
citado de la Institución, sino en su respuesta a Pighius en
1543, en la cual muestra que su doctrina concuerda con la de
Orígenes, Tertuliano, San Jerónimo y San Agustín. Pero aun
teólogos conservadores como el difunto Dr. Carlos Hod-ge,
de la Universidad de Princeton, que aceptaba íntegramente las
ideas de Calvino acerca de la predestinación, creyó necesario
afirmar, en oposición a él, el libre albedrío de la voluntad
humana.
Hay que advertir, pensamos, que negar la libertad de la
voluntad es anular la responsabilidad, y, por lo tanto, la
culpabilidad del hombre. No puede haber rectitud o injusticia,
moralidad o inmoralidad, si la voluntad no es libre. No
tenemos derecho a castigar al criminal por sus actos, si no es
un agente libre, y, por lo tanto, responsable. Los extremos se
tocan, ciertamente. El difunto profesor Huxley, en un
discurso ante la Sociedad Británica, sugirió la idea de que tal
vez los animales sean meros autómatas, y después citó en su
apoyo la teología de Calvino y de Jonatán Edwards. Cotter
Morison, en su Service of Man, al negar todas las distinciones
entre moralidad e inmoralidad, lo hizo fundándose en que el
hombre no es un agente libre. Tal enseñanza es contraria a
toda ordinaria justicia humana, a toda Etica cristiana.
La mención del nombre de Huxley nos recuerda que más
de una vez la enseñanza de Calvino, tenida por anticientífica y
atrasada, ha encontrado notable confirmación o, por lo
menos, notables paralelismos, en las teorías científicas
modernas. Así, por ejemplo, la doctrina del pecado original
117
encuentra curiosa confirmación en la doctrina científica de la
herencia. La evolución y la selección natural prestan, a lo
menos, cierta probabilidad a las doctrinas de la predestinación
y la elección.27
De las tres doctrinas más criticadas en la enseñanza de
Galvino, una de ellas, pues, la de la predestinación, sigue
manteniéndose en una forma modificada. Las otras dos, o sea
su doctrina de la reprobación y su negación del libre albedrío,
pocos las sostienen hoy. No son elementos esenciales del
calvinismo. Fue, a pesar de ellas y no por ellas, como la
enseñanza de Calvino ejerció la influencia que ha tenido en el
mundo.
¿Cuáles son, pues, los rasgos salientes de la enseñanza
religiosa de Calvino?
Mencionaremos, en primer lugar, la soberanía de Dios. La
Providencia, que todo lo domina, era el áncora de su propia
fe. En su Institución dedica mucho espacio a ella,
considerándola como el consuelo de ios fieles en la adversidad
y el remedio de los temores supersticiosos. "Este
conocimiento nos librará de toda temeridad y falsa confianza,
y nos inducirá a invocar constantemente a Dios; también
sostendrá nuestro ánimo con una buena esperanza, de tal
modo que podremos, sin vacilación, despreciar con magnani-
midad todos los peligros que nos rodean. En esto se descubre
la inestimable felicidad del ánimo piadoso."
Se ha dicho algunas veces que Calvino dio importancia a la
Soberanía divina con exclusión de la Paternidad divina. Pero
hay muchos pasajes en sus escritos en que se declara la
paternidad de Dios. Tómese, por ejemplo, el capítulo 20 del
Libro III de la Institución, en que trata de la oración. Todo el
capítulo es una explicación de la oración como "el ejercicio
principal de la fe y el medio por el cual recibimos diariamente
las bendiciones divinas". Los párrafos 35 a 47 se ocupan de la
27
Dice el profesor Kuyper: Nuestra generación no quiere oír nada de
Elección, pero se entusiasma locamente con la Selección. (Calvinism, pág.
169).
118
Oración dominical. Comentando las palabras "Padre nuestro
que estás en los cielos", dice: "Se llama a Sí mismo nuestro
Padre, y así quiere que le llamemos nosotros, librándonos con
el dulzor que es comprendido en este nombre de toda
desconfianza, porque no se puede hallar en otra cosa ningún
mayor afecto dp amor que en el Padre" (pág. 36). Y más
adelante (pág. 37) : "Y para más certificar que nos es (si somos
cristianos) Padre, no solamente quiso ser llamado Padre, mas
aún expresamente, nuestro; como si le dijésemos: Padre, que
eres tan dulce para tus hijos y tan fácil y gentil en perdonarles
sus faltas, nosotros, tus hijos, te llamamos y hacemos a Ti
nuestras plegarias, seguros y de todo punto persuadidos que
no nos tienes otro afecto ni voluntad que de Padre, por muy
mucho que nosotros seamos indignos de tal Padre.''
Pero los que conozcan a Galvino sólo por la Institución
tendrán una idea muy imperfecta de la amplitud y
profundidad de su enseñanza, madurada por la experiencia
cristiana en años posteriores. Para conocerle en su verdadera
grandeza como maestro religioso necesitamos estudiar sus
comentarios.
Tal vez en su Comentario a los Salmos es donde con más
vigor explica la Soberanía divina y el consuelo que de ella se
obtiene. Esto puede apreciarse de una manera muy mar¬cada
en sus observaciones sobre el Salmo 46, donde cita los versos
de Horacio referentes al justo:
Si fractus illabatur orbis
impavidum ferient ruinae.
Hablando de los Salmos en conjunto, dice en su prefacio
(citamos de la edición latina de Tholuk de 1836): "Yo
acostumbro llamar este libro la anatomía de todas las partes
del alma, puesto que nadie hallará en sí mismo emoción
alguna que no esté reflejada en este espejo. Más aún: el
Espíritu Santo ha representado aquí de una manera viva todos
los sufrimientos, dolores, dudas, temores, esperanzas,
cuidados, ansiedades y pasiones tumultuosas que suelen agitar
el corazón humano".
119
Si nos volvemos a sus sermones, encontramos las mismas
lecciones consoladoras deducidas de la providencia soberana
de Dios. ¡Cuan hermosas son, por ejemplo, sus palabras bre el
texto: "Acá abajo los brazos eternos!". (Opera, vol. XXIX,
páginas 198. 199.) "Si Dios - dice tiene su trono en el cielo,
¿cómo puede tener sus brazos aquí abajo? Es porque El lo
llena todo, porque no sólo es infinito en su ser, sino también
en su poder, y quiere que lo sepamos por experiencia. Si se
dijera que los brazos de Dios están en el cielo, eso sería para
sostener a los ángeles, pero no cesaríamos de temblar v dr
alarmarnos cuando nos viéramos amenazados de algún mal:
dirigiríamos la vista acá y allá y estaríamos irremediablemente
afligidos- Pero el Espíritu Santo provee para tales pruebas y
nos dice que los brazos de Dios están aquí abajo. . . Los bazos
de Dios nos rodean; estamos protegidos por ellos, y esto no
meramente por un día, porque así como Dios es inmutable y
así como su trono es eterno, sus brazos están siempre aquí, y
El no se cansará nunca de socorrernos."
La soberanía de Dios: éste era el gran pensamiento que
infundía aliento a los reformadores. Lutero cantaba su himno
Castillo 'fuerte es nuestro Dios, y reanimaba su propio
corazón, como ha reanimado millares de corazones desde
entonces. En medio de las luchas, persecuciones, destierros,
martirios, de los siglos XVI y XVII, los doloridos santos de
Dios encontraron su consuelo en la certidumbre de que "el
Señor reina". Y para nosotros también, en medio de los
inquietantes problemas de la vida, ¿qué pensamiento puede
haber más consolador? Aquí Calvino está de acuerdo con el
salmista y el poeta:
Hay una voluntad divina activa
que nuestras vidas pule y hermosea
por toscas que nosotros las hagamos.
Y Tennyson canta:
No dudo que a través de las edades
un plan divino corre,
120
y que con el girar de las estrellas
se ensancha el pensamiento de los hombres.
El segundo gran rasgo de la enseñanza de Calvino era su
elevado ideal del carácter. Hemos visto cuan elevados eran los
ideales que acariciaba para la vida cívica y nacional. Estos no
eran sino la consecuencia de su ideal de lo que el carácter
individual cristiano debía ser.
Se ha argüido algunas veces contra los que mantienen las
ideas calvinistas de la predestinación y la elección, que tales
ideas tienden al antinomianismo (la anulación de la ley
moral). En otras palabras, se dice que los hombres que se
crean elegidos estarán propensos a considerarse seguros de
cualquier modo que vivan. Sea como quiera la teoría o la
consecuencia lógica, en la realidad no ha sucedido así. Los
reformadores, que negaron la justificación por las obras,
fueron los más celosos en insistir sobre las buenas obras como
fruto y prueba de la fe. El calvinista que recalcaba la elección,
recalcaba también el hecho de que era una elección para la
santidad. (Ef., 1, 4.)
Así, en los capítulos VI. VII v VIII del libro III de la
Institución, Calvino trata de la vida cristiana, y especialmente
de la abnegación y de llevar la cruz. Debe haber, dice, una
simetría y acuerdo entre la justicia de Dios y la obediencia del
creyente. El plan de la Escritura es: primero, que se infunda e
introduzca en nuestros corazones un amor a la rectitud, y
segundo, que se nos prescriba una regla para impedir que
demos pasos equivocados en la carrera de la rectitud. Cristo
nos es propuesto como dechado cuya imagen debemos
representar en nuestras vidas. ¿Qué cosa —pregunta— podía
ser más viva ni más eficaz que ésta?
Después, hablando del conocimiento de Cristo, dice: "El
Evangelio no es doctrina de lengua, sino de vida, y no se
aprende solamente con el entendimiento y con la memoria,
como las otras ciencias; mas debe enteramente poseer el
ánimo y tener su silla y asiento en lo profundo del corazón."
121
El cristiano vivirá en una experiencia constante de la
presencia de Dios. 'Es menester que el hombre cristiano esté
de tal manera dispuesto y aparejado que entienda que tiene
que ver con Dios todo el tiempo que viviere en esta vida. Con
esta consideración, entendiendo que ha de dar cuenta a Dios
de todas sus obras, referirá a él con gran reverencia todos los
intentos de su corazón y los fijará en él."
El cristiano debe ser benévolo con todos. "El Señor, sin
hacer excepción ninguna, nos manda qoe hagamos bien a
todos, los cuales la mayor parte son indignísimos de que se les
haga beneficio alguno si fuesen estimados por su propio
mérito; mas aquí la Escritura acude con una muy buena
razón, enseñándonos que no cteoemos considerar qué
merezcan los hombres por sus propios méritos, sino que
debemos considerar en todos los hombres la imagen de Dios,
a la cual debemos toda honra y amor, y que singularmente la
debemos considerar en los domesticos de la fe con muy mayor
diligencia, en cuanto eüa es renovada y restaurada en ellos por
el Espíritu de Cristo". Poco más adelante aboga por el amor,
no ya a los que no lo merecen, sino aun a "los que nos han
provocado con injurias y con hacernos el mal que han
podido"; a lo cual "vendremos si tuviéramos en la memoria
que no debemos tener cuenta con la malicia de los hombres,
sino que debemos considerar en ellos la imagen de Dios, la
cual nos puede y nos debe atraer con su hermosura y dignidad
a que, deshaciendo y borrando todos sus vicios que nos
podrían estorbar para que los amásemos, los amemos y
hagamos mucho caso de ellos."
Los sermones de Calvino, como podíamos suponer, están
llenos de enseñanza moral. Aplican el Evangelio a todas las
relaciones sociales y de negocios de la manera más completa.
Aboga Calvino por la sencillez en la manera de vivir, sencillez
en el vestido y en las costumbres. Y, sin embargo, se guarda
contra el ascetismo o contra una indebida severidad. Cita, por
ejemplo, el Salmo 104, en el cual se dice que Dios ha dado a
los hombres, no solamente pan y agua para las necesidades de
122
la vida, sino también vino para su placer y alegría. (Opera,
capítulo XXVIII. páginas 29-37.)
Tampoco pasa por alto la fraternidad humana En un
sermón (Opera, LIII, pág. 474. dice: "Sabemos que somos
creados a imagen de Dios, que sonós todos de una carne,
quiero decir, todo el género huma”. Y en airo pasaje (Opera,
XXVIII, páginas 9-16): “Aún respecto a los hombres que no
conocemos, Dios dice que debemos procurar que no sean
menoscabados sus derechos ni sus bienes.” Y cita el capítulo
23 del Éxodo del demostrar que aun nuestro enemigo el
llamado hombres del mundo -dice – son nuestros prójimos”.
Podríamos decir que las dos grandes lecciones de la
enseñanza de Clavino son: la soberanía de Dios y la
responsabilidad del ser hombre. Ambas ejercen una influencia
elevadora e inspiradora sobre la mente y el carácter. El gran
orador y estadista Daniel Webster fue interrogado en cierta
ocasión por un amigo acerca de cuál era el pensamiento más
importante que había ocupado su mente; después de un
momento de reflexión, respondió: "El pensamiento más
importante que na ocupado mi mente es el de mi
responsabilidad personal delante de Dios". O como dice el
poeta inglés Browning:
Pasa la tierra, pero Dios y el alma
por siempre permanecen.
Y aquí está la explicación del gran poder moral que la
enseñanza de Calvino ha ejercido. Citaremos una vez más al
profesor Williston Walker cuando dice: "Una relación
personal de cada hombre con Dios, un plan divino definido
para cada vida, un valor para el individuo más humilde en la
ordenación divinamente señalada del Universo, son
pensamientos que, por muy justamente que hoy se recalquen
los aspectos sociales del cristianismo sobre los aspectos
individuales, han demostrado su alta dignidad en la historia
cristiana. Pero tal vez la culminante significación histórica del
calvinismo esté en su valuación del carácter. Su concepto del
deber de conocer y hacer la voluntad de Dios, no
123
cierta¬mente como un medio de salvación, sino como aquello
para lo cual somos elegidos para vivir; y como el único
tributo adecuado al "honor de Dios", que estamos obligados a
mantener, ha hecho siempre del caKinista un representante de
la más estricta moralidad."
Mr. J. A. Froude, en su discurso rectoral en la Universidad
de St. Andrews, en 1871, rindió un testimonio parecido: "Yo
os pregunto —dijo— con», si es un credo de servidumbre
intelectual, ha sido capaz de inspirar y sostener los más
valerosos esfuerzos hechos por el hombre para romper el
yugo de la autoridad injusta. Cuando todo lo demás ha
fallado: cuando el patriotismo se ha cubierto el rostro y el
valor humano se ha deshecho: cuando la inteligencia ha
cedido "con una sonrisa o con un suspiro", como dice
Gibbon, contentándose con filosofar en el retiro y dar culto
en público con el vulgo: cuando la emoción y el sen¬timiento
y la tierna piedad imaginativa se ha tornado sier-vas de la
superstición y han soñado hasta olvidar que hay una
diferencia entre la mentira y la verdad, esta forma de creencia
llamada calvinismo y tenida por esclavizadora, en una u otra
de sus expresiones, ha mantenido una inflexible oposición a -
la ilusión y a la mendacidad, y ha preferido dejarse reducir a
polvo como pedernal antes que doblegarse ante la violencia o
derretirse bajo la tentación enervante."
Uno de los más notables y recientes tributos al poder
moral de Calvino, es el de "lord" Morley en su obra sobre
Oliverio Cromwell. Dice:
"Nada menos que crear en el hombre una nueva naturaleza
era el gran objetivo de Calvino; regenerar el carácter,
simplificar y consolidar la fe religiosa. Se forman un concepto
muy deficiente de Calvino los que lo miran solamente como
un predicador de la justificación por la fe y un enemigo de la
mediación sacerdotal. Su plan comprendía una doctrina que
iba a la raíz misma de las relaciones del hombre con el sistema
total de las realidades universales: un orden eclesiástico tan
estrechamente ligado como el de Roma; un sistema de
disciplina moral tan conciso e imperativo como el Código de
124
Napoleón. Edificó sobre aquel plan una cierta teoría del
Universo, que por su acción ha ejercido una asombrosa
influencia en el mundo. Es una teoría de la cual podía haberse
esperado que hundiría a los hombres escogidos y paralizados
en ei más negro abismo de la desesperación, y que, en mhriari
ha sido responsable de mucha angustia en numeroso»
corazones humanos. Y. sin embargo, el calvinismo ha
demaondo ser un terreno apropiado para la producción de
canearles heroicos. .
"El calvinismo exaltó a sus adeptos hasta un punto de
energía moral heroica que no ha sido jamás sobrepujado: y
hombres que parecían obligados a creerse a sí mismos atados
por cadenas inexorablemente remachadas, y moviéndose en
un camino ordenado por una voluntad amable y despótica
antes de que el tiempo empezara, han manifestado, sin
embargo, un valor activo, una resistencia mocha, un alegre
dominio de sí mismos, un exaltado espíritu de sacrificio, que
los hombres estiman entre las más altas glorias de la
conciencia humana...
"¿Es, en otras palabras, el carácter lo que fija el credo, o el
credo lo que informa el carácter? O ¿hay un efecto elevador y
fortificante en la moralidad sin premios del calvinismo: en la
doctrina de que las buenas obras hechas con la mira de futuras
recompensas no tienen mérito; en aquella obediencia al deber
por el deber mismo, que en Calvino, como en Kant, ha sido
calificado como uno de los más nobles esfuerzos de la
conciencia humana hacia la virtud pura? O ¿será, por otra
parte, que hay algo que vigoriza e inspira en el pensamiento
de obrar en armonía con una ley eterna, por severa que sea; de
ser, no mero eslabón en la cadena de la causalidad mecánica,
sino instrumento escogido para ejecutar los sublimes decretos
del poder invencible y de la inteligencia infinita?
Allá lejos, detrás de Ginebra, eleva al cielo el Mont-Blanc
su cima nevada, que refleja deslumbrante la luz del sol. Las
profundas, tranquilas y azules aguas del Lago Leman reposan
junto a la histórica ciudad. Del Mont-Blanc, frío, pero
soleado, fluyen las aguas del Avre. Del lago Leman, azules
125
como el mismo lago, fluyen las aguas del Ródano, que se han
purificado a su paso por él. Un poco más abajo de Ginebra se
unen los dos ríos, pudiendo distinguirse sus corrientes blanca
y azul, la una al lado de la otra por algún tiempo. Pero pronto
se mezclan y siguen su camino confundidas, a través de
gargantas montañosas, para ir a fértil izar y hermosear las
rientes llanuras de la Francia meridional. Así la enseñanza de
Calvino; un poco fría tal vez y severa en ú misma, se ha
fundido con un caluroso fervor espiritual, y ha traído a las
iglesias vida y poder, y a las naciones que han sido influidas
por ella el inapreciable beneficio de la libertad civil y religiosa.
126
APÉNDICE A
CALVINO Y LAS DIVERSIONES
El profesor Kuyper, de Leyden, dice acerca de este asunto:
''El juego de naipes ha sido puesto bajo prohibición por el
calvinismo, no porque se consideraran ilícitos los juegos de
cualquier clase que fuesen, ni porque se creyera que en los
naipes mismos se escondiera algún maleficio diabólico, sino
porque fomenta en nuestros corazones la peligrosa tendencia a
separar nuestra mirada de Dios y a poner nuestra confianza en
la Fortuna o Suerte. Un juego cuyo resultado depende de la
viveza de percepción, la rapidez en la acción y el alcance de la
experiencia es ennoblecedor por su propio carácter; pero un
juego como el de naipes, que se decide principalmente por la
manera en que las cartas están colocadas en la baraja y son
ciegamente distribuidas entre los jugadores, nos induce a dar
cierto valor a ese fatal poder imaginario, fuera de Dios,
llamado Sudrte o Fortuna. A este género de incredulidad
todos estarnos inclinados. La fiebre de los juegos de bolsa
de¬muestra diariamente cuánto más fuertemente atrae a la
gente el favor de la Fortuna que la sólida aplicación al trabajo.
Por lo tanto, los calvinistas juzgaron que la generación
creciente debía ser protegida contra esta tendencia peligrosa
que el juego de naipes fomenta." — Calvinism, Conferencias
dadas en Princeton, 1898, pág. 93.
127
APÉNDICE B
LA "INSTITUCIÓN DE LA RELIGIÓN CRISTIANA"
EN ESPAÑOL
Los trozos de la Institución que se reproducen en esta obra
se han tomado de la versión hecha en el siglo XVI por
Cipriano de Yalera, impresa en 1597, "en casa de Ricardo del
Campo:!. Asombra la fe y amor a la verdad con que aquel
"hereje español'', que, con Casiodoro de Reina, nos legó el
tesoro inapreciable de la versión española de la Biblia,
emprendió también la tarea de traducir y de publicar la
voluminosa obra de Cahino, un tomo en 4º, de más de mil
páginas de compacta lectura. Y no menos digno de
admiración es el trabajo y sacrificio con que Usoz y Río lo
reimprimió fielmente en 1858, diez años antes de que se
abrieran al Evangelio las puertas de España, en ?u colección de
Reformistas antiguos españoles, tomo número XIV. El libro
es rarísimo en una y otra edición, a pesar de que Usoz opina
que de la primera edición debió hacerse una larga tirada.
"Siendo, dice, abultada y costosa esta obra y, al parecer, hecha
principalmente para que la leyesen y estudiasen los
indivi¬duos del clero secular y regular de España, era natural
que se tirase un gran número de tomos."
"Si el Sr. P. C. Vander Elst, flamenco, está bien impuesto -
dice Usoz—, costeó la impresión primera de este libro un
comerciante español, avecindado en Amberes, llamado Marco
Pérez. Este, entonces, será uno de los que el mismo Valera
indica en la página 556 de los Dos tratados. La mujer de M.
Pérez era asimismo española y se llamaba Úrsula López. Y
parece también que residían en Amberes, al mismo tiempo,
128
otros españoles amigos de la reforma religiosa, Fernando de
Bernuí y su mujer Ana Garrión, Jerónimo Daza, Martín
López, que tradujo varios libros de reformistas; Marcos de
Palma y otros. Tenían por agentes en España a un tal
Tilmenot, natural de Amberes, con tienda abierta en Sevilla, y
a otro en Medina del Campo. La duquesa de Parma, Dª.
Margarita, hija natural de Carlos V, gobernadora a la sazón en
los Países Bajos, avisaba a España que registrasen bien las
embarcaciones procedentes de Amberes; porque, según sus
espías, se remitían treinta mil rolúmenes de Biblias e Imtitu-
cioni i de Calvino. Esto se infiere de una carta del Sr. Vander
Elst a Benjamín B. Wiffeii. Pero, a mi ver, se cuenta el
nú¬mero de tomos con exorbitancia. Según M. Crie, Diodati,
en carta suya al Sínodo de Alezon, fechada el I9 de mayo del
año 1637, dice: "La nueva traducción española (de la Biblia)
por Cipriano de Valera, ha producido efectos increíbles en
España; en el mismo riñon de aquel reino se han introducido
no menos de tres mil ejemplares. Otros dirán cuáles han sido
los frutos de mi versión italiana, tanto en Italia como por
dondequiera"'. Si se introdujeron en España, entonces, tres
mil ejemplares de la Biblia por Valera y otros tantos de este
libro (Institución) fue harta diligencia.
Cipriano de Valera, natural de Sevilla, fraile del monasterio
de San Isidro del Campo, era uno de los miembros más
fervientes de la comunidad, habiendo abrazado las doctrinas
evangélicas bajo la influencia de Garci-Arias y Egidio. Con
dificultad salvó la vida, huyendo de España al comenzar la
persecución el año 1557. Refugiado en Ginebra, consagró su
pluma a la propagación de la verdad evangélica y vino a ser el
más fecundo de los reformistas españoles. Como la mayor
parte de ellos, sintió una profunda admiración por Calvino y
aceptó íntegra su enseñanza religiosa.
"Dios, por su infinita misericordia —dice en el prólogo de
su versión de la Institución—-, ha levantado… píos doctores
que, como fieles siervos de Cristo y verdaderos pastores,
apacentaron la manada de Cristo con la sana doctrina del
Evangelio y la divulgaron, no solamente de boca, sino
129
también por sus libros y escritos, por los cuales comunicaron
el talento que habían recibido del Señor a muchos pueblos y
naciones del mundo. En este número ha sido el doctísimo
intérprete de la Sagrada Escritura Juan Calvino, autor de esta
Institución, en la cual trata muy pura y sinceramente los
puntos y artículos que tocan a la religión cristiana,
confirmando sólidamente todo lo que enseña con La
autoridad de la Sagrada Escritura y refuta con la Palabra de
Dios los errores y herejías, conforme al deber de un enseñador
cristiano".
Y más adelante añade: "Esto solamente rogaré al benévolo
y cristiano lector: que no sea apasionado y preocupado en su
juicio por las grandísimas calumnias e injurias, con las cuales
los adversarios se esfuerzan a hacer odiosísimos todos los
escritos y aun el mismo nombre de Calvino, como si fuese
engañador y sembrador de herejías. Mas que se acuerde de
usar de la regía que antes hemos puesto para hacer diferencia
entre los verdaderos enseñadores y los falsos y hallará
claramente que la doctrina contenida en esta Institución es
ortodoxa, católica y cristiana: y que los adversarios, siendo
oscurecidos y pervertidos en su juicio, llaman a la luz tinieblas
y a las tinieblas luz, en lo cual son imitadores de aquellos
contra quienes el Señor denuncia ay, por su profeta. Algunos
años ha que esta Institución ha sido trasladada en diversas
lenguas, con gran fruto de todos aquellos que aman la verdad
y que desean aprovechar en el conocimiento de Cristo para su
salud en lengua española, en la cual yo la he trasladado para
servir a mi nación y para adelantar el reino de Jesucristo en
nuestra España, tan miserablemente anegada en un abismo de
idolatría, ignorancia y supersticiones mantenidas por la tiranía
de los inquisidores contra la ley y Palabra de Dios, y con
grandísimo agravio de todos los fieles cris-tianos, los cuales,
siguiendo la doctrina de Cristo, desean como varones
prudentes edificar su casa y fundar su fe sobre la firme peña de
la verdad y no sobre arena, que son las doctrinas y tradiciones
inventadas por los hombres".
130
Nota de la Redacción:
La Editorial La Aurora de Buenos Aires, Argentina, y Casa
Unida de Publicaciones. S. A., de México publicaron en 1936
una traducción enteramente nueva de la Institución de la
Rfligión Cristiana en base a la primera edición de la misma de
1536. Esta traducción fue hecha del latín al castellano por el
Sr. Jacinto Terán y tomada de Opera Calvini Selecta (Barth y
W. Niesel. 1926).
Asimismo, la Editorial La Aurora y Casa Unida de Pu-
blicaciones, S. A., publicaron en 1960 una Reproducción
Facsimilar de la Edición de Cipriano de Valera de 1597 de la
Institución Cristiana.
Posteriormente en 1968, la Fundación Editorial de
Literatura Reformada de los Países Bajos publicó en dos
tomos una edición revisada en 1967 de la Institución Cristiana
traducida por Cipriano de Valera en 1597 y reeditada por Luis
de Usoz y Río en 1858.
Otras obras en Castellano de Juan Calvin. y sobre Juan
Calvino: Los Comentarios de Juan Calvino. Espístola a los
Hebreos y Epístola a los Romanos, 1960. Publicaciones de la
Fuente, México; Respuesta, al Cardenal Sadohto. 1964,
Fundación de Literatura Reformada, Países Bajos: Catecismo
de la Iglesia de Ginebra, 1962. La Aurora. Buenos Aires,
Calvino, Antología, 1971, Producciones Editoriales del
Nordeste, Barcelona, España.
131
APÉNDICE C
MONUMENTO A LA REFORMA EN GINEBRA
El monumento a la Reforma, erigido hace algunos años en
la ciudad de Ginebra, se encuentra en un parque y adosado a
un trozo de la antigua muralla En el muro del monumento
está grabada, en caracteres gigantescos, la frase Post Tenebras
Lux (Tras las tinieblas la luz), lema de la ciudad y de la
Reforma. En la parte medía, y delante de esta mole de granito,
se alza un grupo de cuatro figuras que representan a Calvino.
Farael, Beza y Knox, sobre un pedestal, en el cual se ha
esculpido la fecha 1559, en que estos cuatro hombres
trabajaban simultáneamente en la mayor armonía. En dicho
año, Farel organizó la Iglesia Reformada de Nassau Saarbruck;
Beza llegó a ser el primer rector de la Escuela de Calvino, y
Knox, pastor en Ginebra de la Primera Congrega¬ción
Puritana, marchó a Escocia y predicó la Reforma en
Edimburgo. A ambos lados de estas cuatro figuras hay
ins¬cripciones de acontecimientos memorables en la historia
de Ginebra. En la base que sostiene el grupo de los cuatro
refor-madores aparecen grabadas las letras I. H. S. (Iesus homi-
num Salvator); además, el sol de la Reforma tiende sus rayos
de fuego, como se halla en los escudos de la antigua República
ginebrina, de su Iglesia y Escuela y de las Universidades de
Oxford y Utrecht. Bajorrelieves, a derecha e izquierda de este
grupo central, recuerdan las primeras predicaciones de Fa-rel
en Ginebra, y de Knox en Edimburgo. Adosadas al muro, a
ambos lados del grupo principal, se levantan las estatuas de
hombres que han protegido y propagado la Reforma:
Coligny, Guillermo el Taciturno, Guillermo de Brandem-
132
burgo, Oliverio Cromwell, Esteban Becksay. que estableció el
protestantismo en Hungría, y Rogerio Williams. Al lado de
cada una de estas figuras hay inscripciones referentes a los
países por ellas representados: Francia. Holanda. Alemania.
Hungría, Inglaterra y América del Norte. Dos grandes moles
de piedra, a un lado y otro de la pequeña escalinata que baja al
monumento, recuerdan la memoria de dos grandes
reformadores: Lutero y Zwinglio, y de los precursores de la
Reforma : Pedro Waldo, Juan Wicliffe, Juan Huss y Jerónimo
de Praga. Un pequeño estanque y una plantación de flore»
sirve cíe alfombra a este monumento, digno de la causa a la
cual fue levantado.
133
ÍNDICE GENERAL
I. El mundo en que nació Calvino 5
II. Infancia y juventud de Calvino 9
III. La Institución de la Religión Cristiana;
su origen y objeto 17
IV. Calvino llega a Ginebra 25
V. Desterrado en Estrasburgo 31
VI. El carácter de Calvino 43
VIL Calvino como reformador 55
VIII. Influencia de Calvino sobre
las iglesias reformadas 65
IX. Calvino y Servet 73
X. La doctrina de la Institución (I) 81
XI. La doctrina de la Institución (II) 99
XII. Calvino como maestro de religión 113
Apéndice A. Calvino y las diversiones 127
Apéndice B. La "Institución de la religión Cristiana"
en español 128
Apéndice C. Monumento a la Reforma en Ginebra 132
134
¿QUIEN FUE CALVINO? .
¿QUE PERTINENCIA TIENE EL PENSAMIENTO DE
CALVINO PARA EL DÍA DE HOY?
— La obra de C. H. Irwin sobre Juan Calvíno no ha sido
superada por ninguna otra obra al respecto publicada en
castellano. El contexto histórico en que presenta a Calvíno, la
descripción viva de sus relaciones con otras personas y su
anhelo profundo de servicio a la Palabra de Dios, hacen surgir
un hombre inteligente, pobre, cristiano y hondamente
comprometido con el Evangelio. Calvino, por ejemplo,
escribe su obra cumbre, La Institución de la Fe Cristiana, no
como un ejercicio puramente académico sino como una
defensa de los protestantes franceses quienes atravesaban por
una situación angustiosa de persecución, opresión y tortura
por parte de Francisco I, Rey de Francia, y sus consejeros. La
obra de Calvino es a la vez una defensa del Protestantismo en
general que. en aquel tiempo, contestaba a las acusaciones
calumniosas de los enemigos del Evangelio.
— La recuperación, pues, del pensamiento vigoroso de los
grandes Reformadores del Siglo XVI como Juan Calvino es el
redescubrimiento de las raíces latinas del Protestantismo
latinoamericano, elemento esencial en la formación de una
iglesia auténticamente protestante en América Latina.
— A la vez, los cristianos e iglesias de origen Reformado y
Presbiteriano encontrarán en la lectura de esta obra una
fuente de información e inspiración para sus propias vidas y
para el trabajo de sus iglesias y para la continuidad de una
Iglesia Reformada siempre reformándose.